La Bombilla

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Demipage presenta a

Elsa Fernández-Santos Lidia Toga en

la bombilla

La bombilla © Editorial Demipage, 2008 ISBN 978-84-935269-7-9 DEPÓSITO LEGAL X-XXXXX-XXXX Impreso en Grafinter S.L.


Aunque ésta no es la historia de un fracaso, tengo 39 años y he fracasado. No me gustan las historias de amor. No me las creo. Pero hoy quiero contar una, la mía. Yo, yo y yo. No quiero abusar de mí misma, pero una vez más, abuso. Mi historia de amor ocurre en una calle, en una ciudad y en una cama. Salté de la cama a la calle y de la calle, a la ciudad. Aviso: no soy una sentimental. Me quitaron los sentimientos. En la cama, en la calle y luego en la ciudad. Vestida de azul, con mis ojos verdes y mi sonrisa hasta las cejas. Me gusta contagiarme de mi propia risa. Lo hacía muchas veces en la calle, en mi calle. La subía y bajaba varias veces al día sólo para reírme. Me miraba en los escaparates y me reía. Estaba muy guapa. Era muy guapa. Perdón, vuelvo a la cama. La cama no era mía. Era suya. Y yo, yo , yo , también era suya. Mi historia de amor ocurre en verano. Y en mi ciudad hay un cine de verano. No recuerdo aquellas películas, y eso que yo recuerdo todas las películas. En mi historia no hay nombres, yo puedo ser Y o , ese nombre que ha perdido su nombre. Y él puede ser É l . Aunque él no ha perdido su nombre mi yo no quiere nombrarlo. É l es É l y yo soy Y o . Que se fastidie É l , que nunca se ha fastidiado.


Tengo 29 años y un contestador automático. Paso el fin de año tomando uvas pasas con la voz de mi amante al otro lado. Mi amante llena de besos el contestador automático. No he grabado un saludo sino una canción. Una mujer canta en inglés y parece que llora. «Si te digo que me gusta, ¿ me querrás ? » Nadie sabe lo que dice la canción. Yo lo sé. ¿M e querrás ? A É l no le gusta que le pida que me quiera y yo se lo pido sin parar. No sé por qué. Por pedir, nada más. A él tampoco le gusta mi absurda manía de rimar, de casar palabras y jugar. Me he acostumbrado a hablar a los contestadores. Siempre responden. Emiten sonidos muy leves. Les hablas de ti, cada vez más bajo, cada vez más al oído, y les cuentas tus secretos mientras ellos graban y respiran con amabilidad. Echo de menos su respiración. En su cama, en mi calle y en la ciudad. É l tenía una canción en el contestador, una canción en francés. La bailamos juntos. La cama en el cuarto de arriba. Y nosotros, el contestador y yo, abajo.


En tod as las his tor ias de am or hay far olil los y

va so s de pl ás tic o .

da r ju nt o a la s ve la s. in br ni n, pá am ch de s N o m e gu st an la s co pa y sus r o d a t s e t n o c l e tico, s á l p e d s o s a v s n lo A m í m e g u s ta

, s a c e p o g egras. ién ten n b , m s a a t y u o s Sí, y s. Las a i b u r n so las mías

En la mía tam bié n.

pecas.


Tengo 19 años. Voy por la ciudad, por la calle y por tus venas. Acodada en una barra recito Johnny Guitar, La bella de Montana y Estación comanche. -

Te quiero. Gracias. No quiero que me des las gracias, quiero que me quieras. No, gracias. ¿Por qué no te fías de los hombres? Porque una vez me fié de uno. ¿A cuántos hombres recuerdas? A tantos como mujeres tú has olvidado. No te vayas. No me he movido. Dime algo agradable. ¿Qué quieres que te diga? Miénteme. Dime que me has esperado todos estos años. Dímelo. Te he esperado todos estos años. Dime que habrías muerto si yo no hubiese vuelto. Habría muerto si tú no hubieses vuelto. Dime que aún me quieres como yo te quiero. Aún te quiero como tú me quieres. Gracias. Muchas gracias.

Johnny Guitar no cabe en mi contestador. Y a É l no le gustan los diálogos largos.


Tengo 9 aĂąos. Voy de su mano por la ciudad y por mi calle. Su mano me miente. Me dice que siempre estarĂĄ a mi lado. Y yo me rĂ­o sin parar. Mis pecas se divierten.


Hoy he visto a mi padre. Yo estaba intentando hacer equilibrio en una calle peatonal. El suelo tenía una placa de hielo. Me agarraba a unos bastones de esquiar para no resbalar y caerme. Entonces me lo he cruzado. Él caminaba solo, en sentido contrario. Parecía más joven, más flaco. Tenía su barba canosa. No ha dicho nada. Sólo se ha girado al verme y me ha sonreído. He visto sus enormes dientes blancos. Al reconocerle, he corrido como una loca a sus brazos. Le he abrazado tan fuerte que él ha intentado separarse. ¡Papá, papá! le he gritado mientras le apretaba más y más fuerte. Estaba sonriendo, tan guapo, y yo no le soltaba. Se ha reído. Y he llorado. Por primera vez he vuelto a verle. Mi padre, por fin, ha venido a verme. La muerte es de color amarillo. Un amarillo pálido, como una baba. La vida no es de color de rosa. La vida no tiene color. La muerte sí.


Lo aclaro desde ya. Escrib o en prime ra person a y sobre mí misma .

rent e. Nad a ejem plar . Mi vida no ha sido nad a espe cial . Nad a dife

is m a . b o so b re m í m ri sc E N o im p o rt o . . a rt o p im e m No . e nombre n e i t í s e d qu una ciuda e d a z a l en una p Canciones ama. c u s a. a m ué a g c e l l a l í s a, y a, a

inad

e a desp c i h c te, a un a, fuer d a t s Yo e r a u s , a s ó l o Yo , s á m Nada

despein

ad

anas. te s h a d a s u rb s ri T . s a d a h de id o u n c u e n to s r e b a h a rí d Po s al as . s ha n ar ra nc ad o la no ás em ad y , as ho sa s y m im ad Per o so m os ca pr ic


T ie n e s

joroba. Te ng o

s p a ld a . usta tu e g e m o N

ci ca tr ic es

De los

en el pe ch o.

mordiscos

que

me dabas.


rta y yo nunc a Robe rta tiene nomb re porq ue era mi mejo r amig a. Robe en una plaza . llega mos a la playa . Pasá bamo s las noch es senta das Ella me habla ba de sus sueñ os y yo la escuc haba . - ¿Y tú? ¿No tiene s sueñ os? - No, a mí me gusta la rabia . ella de manz ana. Robe rta me cons olaba , yo tenía los ojos de limó n y Somo s amig as porq ue quisi mos ser amig as. - ¡Tú tamp oco tiene s alas!

Me gusta sentarme en la plaza de madrugada, hablar de tonterías y pensar que la vida se reduce a nada. En la plaza se cruzan los sueños y, al fondo, su espalda jorobada.

Hemos follado allí y yo en un portal, el día en que me dejaste abandonada. A mí nadie me deja tirada, y mucho menos alguien que no sabe de nada. - Venga Roberta, huyamos a la playa.


Tengo 19 a単os y me desnudo porque me da la gana. Tengo 29 y le hablo a la nada.


Tú me perdo nas porqu e tenem os una plaza. te acar icia Y tú me espe ras sent ada mie ntra s su ami go las brag as.

Rober ta, con é l sí fui a la playa, con el de la espald a joroba da.

Te traic ioné por el homb re que más desea ba.


No me gusta su nueva novia. Tiene cara de rancia . Y yo tengo pecas para dispararle a la cara. Voy por la calle con ellas dispuesta a acribillarla.


En el cin e de verano tomamos tortill a de patata .


Te cojo la mano y te muerdo los dedos. No quiero palomitas. Quiero tus dedos. Nunca te quejas y yo me trago tus pellejos.

Roberta se enfadó conmigo una noche de invierno. Tapada hasta las cejas me mandó al cuerno. «Venga, deja ya de chuparle los dedos, deja de envenenarte con su recuerdo». Roberta, por favor, sácame de este infierno. Y vamos al cine, a comernos los deseos.


Yo me parezco a River Phoenix en Mi Idaho privado. Me retuerzo por el dolor sentada en el suelo del baño. A É l el dolor no le impresiona, lo desprecia y sigue su paso. Nunca mira atrás, ni se agacha, ni da la mano. Rodeado de su corte juega a los dados en un bar. Presume de filosofía. Siempre tan dulce y educado, siempre tirando al suelo los dados. Le regalé una camiseta naranja y É l se la regaló a un amigo que se encaprichó con ella. Prefería quedar bien que quedarse con mi regalo. Yo salí del bar a vomitar. Me senté en una escalera y, entre bilis, pensé en Mi Idaho privado, en River Phoenix, el narcoléptico tirado, y en Keanu Reaves, altivo y desalmado.


No es que Y o dejara de pintarme la boca. Es que É l dejó de ver que era roja. La ciudad en la calle y la calle en la cama y en la cama, mi beso. Y entre pecas, sucedió el resto.


A Roberta le gustaba escuchar mis cuentos. De mi amante, le conté, me despedí tirando la llave al suelo. Roberta aplaudía en la plaza. «Repite ese momento». Escucha: Hoy hemos cerrado la casa. Ni siquiera bajamos las persianas. Cerramos la gran puerta y luego tiramos la llave. No era un último gesto, ni un arrebato romántico, es que de verdad ninguno la quería. Pesa mucho. No escuchamos el golpe contra el suelo. Seguimos caminando. Y o clavé bien los tacones contra la acera. Prefería escuchar mi paso insolente, ese que él no soporta, al grito de la llave, mi llave, tragada por el suelo.


Mis restos son una fotografía de mi ojo y otra de su cuello.

Tengo 19 años y viajo en el metro. Sueño con encontrarle en cada asiento. Las pieles amarillas y el olor a muerto. Busco entre fantasmas al que yo quiero. Busco su mano en la estación de invierno. Su espalda jorobada se desliza por el hielo.

Venga, déjate de cuentos. Y vamos a la plaza a buscar nuestro momento. Nos reímos con el quiosquero y nos fumamos el miedo.


9 3 o g Te n a単os y no

puedo

r a r e p recu

. o p m el tie


Yo, que soy Y o , y él, que es É l , el que me podía salvar. Pero nadie viene cuando una no para de gritar. Y yo grito como una fiera hasta dejar de sangrar. La espuma por la boca y las pecas a punto de estallar.

Él

corre asustado, de la cama a la calle y de la calle, a la ciudad. Roberta, sentada sola en la plaza, le ve pasar. «Anda y que se jorobe ya».

Papá, llévame al desierto a cazar alimañas y espectros. Dormiremos en sacos, hablaremos mirando al cielo. Yo, como siempre, intentaré romper tus silencios y tú, como antes, me acariciarás el pelo. Contaremos estrellas fugaces y yo te confesaré mi infierno. Tengo mucho que contarte y tenemos poco tiempo. La caja de dulces se quedó en la mesilla del hospital. A mi padre le gustaban mucho, pero no los pudo probar. É l se los regaló. Acarició la cabeza de mi padre y se fue. La caja amarilla, el olor a muerto. Papá, sabías que no le podía perder, me lo decías sin hablar. 39 años, y no hay marcha atrás. Los días se hacen muy cortos y yo no dejo de llorar.


Él y Yo de paseo no nos dejamos de mirar. Era la realidad.

Sé que cuento lo mismo una y otra vez, que persigo mi propio rabo sin parar, que he roto el suelo de tanto girar. Recuerdo sus manos y sus pies. Las manos me acariciaban mientras los pies me miraban con recelo. Las manos siempre tranquilas, los pies siempre inquietos. Los dedos por mi tripa y por mi pelo, los pies aferrados a unos botines viejos. Sus largos silencios y mis monólogos eternos.


Me gustan los hombres delgados hasta temblar. Hombres perchero de los que te cuelgas hasta dejar de respirar. Mi amiga Susana es un hada de verdad. «Búscate un hombre andamio que te cuide sin parar». Susana lleva los bolsillos llenos de sueños que le gusta regalar. A mí me gustaría abrazarla y romper a llorar. Susana, Roberta… cabalguemos hasta el mar. Con los sueños en la boca y las ganas de llorar. Roberta se ríe. Sentadas en la plaza volvemos a soñar.


Yo lloro .

Él

no

llora.

Roberta se levanta. Nos alejamos de la plaza, de la cama, de la calle y de la ciudad. Yo oigo unos pasos, la mano de Roberta me impide mirar y yo, con una leve sonrisa, intento respirar. A lo lejos, los viejos botines parecen maullar. Pero tengo prisa, y ya no puedo esperar. Roberta no me deja dar marcha atrĂĄs. A escondidas de ella le he dejado una peca pegada en su portal, para que le salude al pasar, para que no le deje solo cuando llegue la hora de despertar. ÂŤDeja de sufrir ya. Que a ellos les sale joroba de tanto controlar y nosotras nos arrugamos de tanto llorarÂť.


Carita de pena, déjame ya. Que mi boca busque mis cejas y volvamos a bailar, en la plaza, con vasos de plástico y latas de caviar. Aunque seamos princesas condenadas a suplicar, aunque nos sobren los besos y estemos hartas de follar, aunque en el fondo sólo quiera que me mientas una vez más.

Dime, ¿me querrás?


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