En peligro de extinción

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En peligro de

extinci贸n

Mar铆a Reim贸ndez



En peligro de

extinción María Reimóndez

Traducción de María Reimóndez

ed


Título original: En vías de extinción

© de la presente edición, Kns ediciones SC, 2014 Kns ediciones SC consultas@knsediciones.com www.knsediciones.com Tel/fax: 981 519 281

Primera edición: 2014 Traducción: María Reimóndez Diseño de cubierta: Alberto Mosquera Lorenzo Foto de la autora: Achim Wagner Maquetación: Ana Loureiro Corrección de pruebas: Mensi Cortizas Bouza ISBN 978-84-941852-2-9 Depósito legal: C 202-2014 Impreso en España

Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito del editor cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra, que será sometida a las sanciones establecidas por la ley. Todos los derechos reservados. Pueden dirigirse a Cedro (Centro Español de Derechos Repográficos, www.cedro. org) si necesitan fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.


Á miña avoa Marina, a Celia e Manuel e ao meu pai, por deixarme a lingua e as montañas. Á miña mai, a árbore máis rexa. Ás persoas que traballan dende as raíces propias e colectivas.



Índice

«Peligros» que nos mueven . ............................................ 13 Toxo ...................................................................................... 17 Veta III .......................................................................... 19 Veta II ............................................................................ 25 Veta I ............................................................................. 31 Cerna ............................................................................. 43 Veta I ............................................................................. 49 Veta II ............................................................................ 55 Veta III .......................................................................... 63 Abeleira ................................................................................ 67 Veta III ........................................................................... 71 Veta II ............................................................................ 89 Veta I ............................................................................. 103 Cerna ............................................................................. 111 Veta I ............................................................................. 125 Veta II ............................................................................ 135 Veta III ........................................................................... 145


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Uz ........................................................................................... 151 Veta III ........................................................................... 155 Veta II ............................................................................ 161 Veta I ............................................................................. 167 Cerna ............................................................................. 173 Veta I ............................................................................. 185 Veta II ............................................................................ 193 Veta I ............................................................................. 199 Carballo ................................................................................ 203 Veta III ........................................................................... 207 Veta II ............................................................................ 215 Veta I ............................................................................. 221 Cerna ............................................................................. 227 Veta I ............................................................................. 251 Veta II ............................................................................ 263 Veta III ........................................................................... 275 Acivro .................................................................................... 279 Veta III ........................................................................... 283 Veta II ............................................................................ 293 Veta I ............................................................................. 301 Cerna ............................................................................. 309 Veta I ............................................................................. 319 Veta II ............................................................................ 331 Veta III ........................................................................... 335 – 10 –


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Pradairo ................................................................................ 341 Veta III ........................................................................... 343 Veta II ............................................................................ 351 Veta I ............................................................................. 355 Cerna ............................................................................. 359 Veta I ............................................................................. 363 Veta II ............................................................................ 371 Veta III ........................................................................... 379 Castiñeiro ............................................................................. 385 Veta II ............................................................................ 387 Veta I ............................................................................. 403 Cerna ............................................................................. 413 Agradecimientos . ............................................................... 415 Glosario ................................................................................ 417

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«Peligros» que nos mueven Por lo general, cuando se habla de traducción, tiende a pensarse que esta es siempre un acto de encuentro, un puente entre culturas, un algo amable y positivo. Sin embargo, la traducción puede convertirse también en un acto de agresión y desencuentro, sobre todo cuando su práctica busca invisibilizar la diversidad que implica la «otra» cultura y las consecuencias de su existencia más allá del texto. En peligro de extinción es una novela que habla precisamente de las consecuencias de negar la existencia de otras culturas dentro del estado español, esas que son permanentemente «traducidas», en el sentido más colonial de la palabra, a un discurso monolingüe y homogéneo en el que todas «hablamos español», esa lengua que supuestamente nos une mientras que todas las demás separan. Pues bien, la unión deja de ser un valor si se consigue a través de la anulación de la diversidad, que es lo que una gran parte de las prácticas de traducción entre lengua hegemónica y no hegemónicas manifiestan en el estado español. La diversidad resulta, como enfatiza En peligro de extinción, un bien cada vez más escaso y malentendido. La traducción contribuye a esta anulación de la diversidad mediante prácticas que yo denomino de «fagocitación». Es así habitual que en las obras traducidas del gallego, euskera o catalán al castellano, en especial cuando es la autora del propio texto quien también traduce, no aparezca mención a que son traducciones, dando la sensación de que todo el mundo escribe en castellano. También es habitual la sorpresa ante el hecho de no haber escrito el libro ya originariamente en ese idioma, dado que se sobreentiende que quien tiene algo relevante que decir lo hace en castellano, lo demás se construye como marginal, periférico, secundario, – 13 –


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mediocre y por lo tanto irrelevante. Considerar la diversidad lingüística o de otro tipo como algo irrelevante, un problema o incluso una amenaza dice muy poco de la configuración de un estado y de quien lo defiende con estas consignas. Porque todo esto que parece tan volátil, al fin y al cabo, tiene consecuencias muy tangibles para miles de personas a las que se les pide que renuncien a algo tan fundamental como el ADN, la lengua en la que viven, para poder ejercer sus derechos de ciudadanas en su totalidad. Bien podría haber sido Gaia, la protagonista de En peligro de extinción, quien hubiera escrito esta larga explicación, aunque tal vez ella no hubiera tenido tanta paciencia en algo que habría considerado sin más evidente. Aunque son muchos los temas que infiltran este libro como resinas arbóreas desde la óptica de la diversidad, sin duda ninguno es comprensible sin la tensión que provoca en una sociedad discriminatoria, ser hablante de un idioma empujado a los márgenes. Es por esta razón que a la hora de traducir a Gaia opté seguramente por la vía más incómoda, más movida, de terreno más pedregoso y también por la opción que tiene el potencial de provocar una mala digestión y tal vez con ella un indicio de entendimiento de la (nos)otra. En el libro original, el idioma es en sí mismo un protagonista que se adapta a las situaciones, que fluye entre el gallego montañés de Gaia y su familia, escrito en la variante dialectal que le corresponde, al gallego formal (o «normativo» en nuestra jerga particular) que adoptan ella u otras personas en otro tipo de situaciones y contextos. Seguramente estos matices se escapen a quien no tenga unos conocimientos por lo menos rudimentarios del idioma pero al dejarlo presente ayudará a que se comprenda también la riqueza de la propia lengua. Desde el punto de vista literario una gran parte del libro no sería comprensible sin la presencia del gallego, idioma que, al igual que el catalán, sería de fácil comprensión para cualquier persona castellano-parlante si hubiera un contacto mínimo. Hacer – 14 –


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el idioma invisible a través de la traducción evita precisamente ese contacto. Sin duda esta estrategia requiere de quien lee un papel más activo, más político, que quiere decir a fin de cuentas reflexivo con la propia posición y con la posición de las demás en sociedades que promueven la desigualdad. Seguramente ni el trayecto ni la digestión sean fáciles y ahí es importante señalar la osadía del editor Benigno Paz Ramos, a la hora de enfrentarse a este texto, tan excéntrico y al tiempo tan bien situado en una editorial como Kns. Estoy segura de que a Gaia, la amante de los perros, el elemento ecológico que protagoniza este libro, nada podría haberle gustado más que tener voz en medio de las palabras de tantas personas expertas en adiestramiento en positivo y comportamiento animal. Asumir la edición de esta traducción y otorgarme la libertad para poder ofrecer una versión castellana a la altura de la rebeldía de Gaia es en sí mismo un acto de valentía que agradezco tanto como la fortuna de haber cruzado caminos con Kns hace ya años y de haber podido traducir con regularidad títulos que siempre me han aportado sabiduría y nuevas maneras de entender las relaciones entre animales y personas. Bien es cierto que en ese sentido, esta traducción de En peligro de extinción entra plenamente en su línea editorial. Así pues, esta será seguramente una traducción que escape de la convención del silenciamiento, un libro en castellano que estará sembrado de gallego en una estrategia que encaja bien con las prácticas de escritura y traducción postcoloniales. Pero esa siembra, a diferencia de las prácticas generalizadas en este tipo de escritura, no se contenta con introducir algunas palabras en otro idioma que fácilmente son fagocitadas como «exóticas» o «intraducibles», sino que es esta una siembra mucho más profunda en la que los diálogos se mantienen en los idiomas que correspondan, sean este el gallego, el castellano, el inglés o el alemán. Dado que los otros idiomas tienen un nivel de ininteligilibilidad semejante en el original en gallego, decidi– 15 –


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mos traducir sólo el gallego mediante textos que se encuentran en la misma página a otro nivel, en lo que sería el atajo bien asfaltado o la indigestión con ayuda de un antiácido. Pero desde mi posición de mediadora les animo a indigestarse sin más porque indigestarse es sin duda hacer que algo se mueva en un momento en el que es más necesario que nunca para todas. Ese proceso molesto es sin duda el único inicio positivo de una comunicación en condiciones de igualdad y de justicia, de una comunicación que nos permita hacer del mundo un lugar más habitable donde se vayan diluyendo los conceptos de centro y periferia para ser sustituidos por el respeto a los derechos de las personas y de la naturaleza, incluido el derecho a no tener que renunciar a vivir, conservar y celebrar la lengua propia.

La traductora. María Reimóndez

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Toxo



Veta III Aurora había sido clara y meridiana: –Eres tú quien decide lo que quieres dar de ti misma. Qué afirmación tan crucial y filosófica para un entorno tan superficial, tan burdo, tan superfluo e innecesario. Ella no quería dar nada de sí misma y al mismo tiempo se sentía como una terrorista suicida que va a poner una bomba en el medio del lugar más transitado de un país. Sólo que no habrá sangre ni vísceras (o eso espera). Y por eso también Gaia sonríe. –… pelo habitualmente? –la pregunta la hace despertar de sus reflexiones. ¿Realmente es eso tan importante? No es consciente de haber pensado nunca en cómo lleva el pelo. Como le coincide. Como le parece. Como le sale de dentro. Podría contestarle a la amable peluquera que la mira con cara de intriga desde el espejo, con sus rasgos bien marcados y la sonrisa de alguien que tiene que tratar con mucha gente por obligación más que por gusto. Animalciño. Gaia sigue sin saber qué contestar. Cuando entró en el colegio las niñas le empezaron a decir que no se peinaba, cuando le empezaron a decir que estaba a monte, que era de monte, que olía a monte, miró durante dos días su imagen en el espejo, observó su pelo encrespado y le pidió a su madre que se lo cortara. Como para tantas otras cosas, no había cambiado desde los cinco años en esa determinación. Así que lo único que hacía era cortarse el pelo cuando le molestaba e intentar que no le quedasen trasquilones. No iba a la peluquería, nunca había tenido gomas ni pinzas ni diademas. Así que se encogió de hombros y la peluquera lo tuvo claro: barra libre. Cogió el tubo de gomina – 19 –


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y se dedicó a darle forma a su pelo encrespado. Gaia no pudo evitar sonreír como un perro al que le hacen cosquillas en la barriga: era agradable, no lo iba a negar. En medio del proceso detiene los ojos en el espejo. Era ella. Por supuesto que sí. Con la cara de moucha, como diría Tom, y ahora con esa sonrisa de medio lado que sólo se dio cuenta de que tenía cuando le hicieron las fotos del colegio y justo en ese momento le estaba pinchando con el dedo índice en la costilla a la boba de la hija del notario. Era la única foto de todos sus años de colegio en la que salía riéndose, o más bien enseñando el diente. Pero esa era su cara, si bien estaba totalmente fuera de lugar, con aquel babero blanco y los ojos de sorpresa de la maquilladora que la había atendido antes cuando le comentó (no había sido una confesión, no sentía la más mínima vergüenza) que no se había maquillado en la vida, quitando pintarse bigotes en carnaval y algunas ocasiones semejantes y que sólo hacía dos años que había caído en la cuenta de que podía ponerse crema en la piel de las piernas para evitar que se le escamasen cuando iba a Alemania, donde el ambiente era muy seco y el agua muy caliza. Lo había tomado como un mecanismo de adaptación al medio natural pero por lo demás no entendía nada de aquella palestra de instrumentos que la decoradora de rostros había desplegado delante de ella como las velas de un barco. Simplemente esas cosas no estaban en la línea de su experiencia ni en el horizonte de cosas que muy de lejos podían interesarle. Pero lo que más le gustó fue la cara de trastorno profundo de la maquilladora cuando, solícita, le comentó el mejor sistema de depilarse las cejas y el bigote y le recomendó solicitarlo la próxima vez que fuera a la peluquería. –Teño trinta e cinco anos, cres que se quixese depilar o bigote non o tería feito xa? –Tengo treinta y cinco años, ¿crees que si quisiera depilarme el bigote no lo habría hecho ya?

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Veta III

El silencio de los cepillos y barras de labios fue lo único que se escuchó a partir de entonces y Gaia se sintió por fin cómoda porque para ella callar era a veces el mejor regalo que podían hacerle las personas. Además, no había nada mejor que decir lo que se piensa desde el principio para que a una la dejen en paz (su madre dixit) y con ese comentario se había ahorrado seguramente una larga retahíla de consejos de moda y belleza que estaba muy lejos ni de desear ni de merecer. En estilismo la chica sólo le comentó que era mejor no llevar la chaqueta que traía (negra y de lana) porque le daría mucho calor con los focos y absorbería mucha luz, algo que pudo entender sin problema y no tuvo ningún reparo en quitársela y dejarla encima de una silla. Sin duda, iba a ser una de las pocas mujeres que accederían a ese plató sin llevar zapatos de tacón, un amplio escote y los ojos negros como una mina (¿de dónde coño había salido aquella moda? Ella se había fijado, claro, le gustan las mujeres y se fija en ellas, pero no entiende quién inventa esas tendencias que hacen de todas una especie de clones en serie, ¿hay alguna convención que se reúna? ¿Algún congreso internacional del estilismo o algo así? ¿Los enanos del señor de los anillos que ponen de moda el estilo «ojo mina»? Como llegase a sus oídos algún rumor de dónde era tal convención, que se fueran preparando). –¿Nerviosa? –una amable asistente le entrega un vaso de agua. Bring it on, baby, piensa, si bien esta noche no se siente lingual, no está de humor para hablar en idiomas más que en uno y sólo sacará el resto del cesto en caso de ser de mortal necesidad. Todos menos uno porque quien quiera abrir su puerta tiene que usar la llave correcta. Sonríe sin más. No está nerviosa, está impaciente por comenzar y terminar. Quiere saber qué es estar en el centro del circo romano para tal vez entender qué es lo que fascina a los seres humanos de las vísceras ajenas, de los imprevistos del directo, de las lágrimas, las tragedias, las – 21 –


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traiciones, las iras que están ahí pero que no nos tocan. ¿Será el suyo un valor didáctico? ¿Aprender de la desgracia ajena? ¿Buscar consuelo en el mal ajeno? ¿Huir de la soledad conociendo las intimidades de personas realmente desconocidas? No tiene ni idea, pero estos últimos tiempos siente desde dentro esa curiosidad por la cultura del zapping, de los vídeos más vistos de youtube, de los programas que regurgitan otros programas, si bien ella nunca había tenido tele propia y lejos estaba de adquirir una a estas alturas. Hoy, está claro, irán servidos. Por fortuna para ella, su curiosidad no es inocente porque sabe que en cuanto abra la boca, no importa lo que diga, la polémica estará servida. Mañana será devorada por todos los extremistas, por aquellos que escriben sin pudor en supuestos medios de comunicación que el apalpador es un invento del Bloque para revivir la pederastia, pero también por aquellos que se consideran más progresistas hasta que dan con los tabús de siempre. Todo por un gesto natural, tan natural como abrir la boca. En el programa más visto del corazón, un viernes en horario de máxima audiencia, ella, una lesbiana de monte, abrirá la boca en su lengua. Dinamita va a ser eso. Pura dinamita. De nuevo Gaia sonríe enseñando el diente.

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«Las señales se utilizan en una fase inicial para prevenir que ocurra algo, evitar amenazas de la gente o de otros perros, reducir el nerviosismo, miedo, el ruido o los acontecimientos indeseados. Utilizan los signos para calmarse ellos mismos cuando están estresados e inseguros, para transmitir calma y hacer que los otros perros implicados se sientan más seguros y perciban las señales de buenas intenciones que se dan. Se utilizan para hacer amistad con otros perros y con la gente.» Turid Rugaas. El lenguaje de los perros. Las señales de calma



Veta II –¿Tú crees que me podrías sustituir? –Claro, non hai fallo –y el compañero le da la dirección y todas las indicaciones de contacto. Tenían que estar de broma. A veces en su trabajo se daban tales milagros. En general la cosa era una sucesión de congresos y eventos de diversa índole, a menudo aburridos, cuando no irritantes, hasta que de vez en cuando caía alguna perla, alguno en el que realmente merecía la pena tener los oídos puestos. Aún así, era de la religión de que de todo se aprende y de que «quen garda sempre ten», como diría la señora Icía1, así que por si acaso solía prestar atención hasta los límites humanos de lo tolerable y cualquiera que hablaba con ella tenía la sensación de que podía conversar sobre cualquier cosa con datos frescos sobre la mesa. Tampoco era evitable echarse la siesta de vez en cuando, allá en la privacidad de la cabina, con la nana de algún orador monótono. –Todo seña non durmir mentres se fala –reía, consciente como el resto de haber llegado a ese punto más de una vez, el punto en el que una empieza a perder el hilo de la propia voz y casi comienza a narrar episodios de algún sueño por el micro a una sesuda audiencia. En cualquier caso, la llamada había sido un auténtico regalo. Un curso de adiestramiento canino de cuatro días en Madrid. Ella, que podía vivir casi sin cualquier cosa menos un perro. La excéntrica que hacía girar su vida alrededor de esa necesidad

1 N de la T: «quen garda sempre ten»: lit. «quien guarda siempre tiene», expresión que se usa para referirse a que cosas que ahora no nos son útiles pueden serlo en el futuro.

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atávica y básica. Bien, había felices coincidencias como esta que no se podían dejar pasar por alto y ahora tocaba organizar la logística, porque cuatro días en Madrid, además de viaje y alojamiento, implicaban que alguien se ocupase de Risco. Tocaba Internet y teléfono. Logística, en eso consistía gran parte de su trabajo. En cosa de una hora estaba todo solucionado y el lunes siguiente estaría finalmente en Madrid. Bajó andando a la ciudad con la excusa de comprar libros sobre perros para documentarse. Curiosamente para alguna gente, adoraba los perros pero nunca le habían interesado las razas. Ni de lejos. Necesitaba unas cuantas horas de estudio sobre el tema y sobre el libro de la oradora, que llegaría al día siguiente: El lenguaje de los perros. Las señales de calma, de Turid Rugaas. Con eso ya tenía ocupación para lo que quedaba de la semana. Sonrió y se dispuso a salir de casa. Sabía que a Risco no le gustaba demasiado andar por la ciudad pero de vez en cuando tenía que dar una vuelta controlada para acostumbrarse poco a poco al ruido y a la gente. Ella entendía bien a Risco: los perros eran maravillosos; las personas, un incordio. De camino no se le pasaba la alegría del trabajo en perspectiva. Pena que fuera en Madrid precisamente. Como no podía ser de otra manera, a ella Madrid no le gustaba en absoluto. No era que lo conociera mucho, algunas excursiones con Doris y Tom en la infancia y un par de trabajos. Pero Madrid siempre había estado en el horizonte, en un horizonte marcado por lo desagradable, no en vano cruzaba el pueblo la Nacional VI hasta que, hacía no tantos años, terminaron la autovía como una brecha irreparable en el horizonte de la montaña. No en vano iban y venían los coches con sus matrículas y su peligro al llegar a la «General» que ni que le siguiera perteneciendo al «puto generalísimo», que decía el señor Manuel cuando le daba la vena. Madrid era un concepto que no podía encajar con ella. –¡Galleguiña! –le decían de pequeña en cuanto abría la boca, la mirada asesina de una niña de diez años oscura, de monte cerrado, como un machete y un cuchillo. – 26 –


Veta II

–Drop dead –la cara era siempre de profunda consternación y ella se reía, y todo porque todavía no había aprendido a decir «Go fuck yourself». Doris le ponía cara de espanto y le decía muy severa: «¡Mariña!» pero Tom le guiñaba el ojo. Mariña sonreía de lado, con aquella sonrisa que tanto le gustaba de los tíos duros de las películas. Sin embargo, el asunto rara vez quedaba ahí. –Ay, pobre, no sabe hablar… Mariña había llegado a la conclusión de que ella, con diez años, era mucho más inteligente que aquellas personas. Doris se quedó con la boca abierta y fue Tom quien tomó la palabra con su acento escocés-gallego. –Si, sabe fablar –él nunca había aprendido realmente castellano y cuando intentaba hablarlo las mezclas le daban cosquillas a Mariña–, en varios idiomas, indeed! Aquella gente era muy extraña. Lo bueno de ser de monte era tal vez eso, ser consciente de que los extraños eran siempre los demás. Días más tarde, ya en la capital del imperio, Gaia está sentada en un café, es un día de sol de septiembre y toma una de esas exóticas bebidas (granizado de limón). Echa de menos la compañía de Risco a sus pies pero qué se le va a hacer. Tiene puestas unas gafas de sol que nunca usa porque las gafas oscuras no dejan ver bien, eso lo sabe cualquiera, pero se dejó el sombrero de la siega en casa, aquel para tomar el sol que le había dado la señora Icía y quiere sobre todo poder observar lo que ocurre a su alrededor. Se siente como en el zoológico. Ella es la visitante. Ve gente pasar. Sonreír y callar. Le gusta callar. «¡Galleguiña!». «Tu puta madre». Llega puntualmente al lugar del curso y después de las presentaciones pertinentes sube al estrado. La gente tiene los perros consigo. El público es variopinto y ligeramente excéntrico (dos transexuales, varias sillas de ruedas...) lo cual hace que a pesar de todo se sienta como en casa. Está dispuesta con su – 27 –


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cuaderno en la mano. Sin embargo, cuando Turid Rugaas abre la boca no puede evitar dejar el cuaderno sin más encima de la mesa, su discurso es tan cautivador que prende como una red y ni siquiera las notas son necesarias, tiene el cerebro puesto en su totalidad en aquella mujer eminente, en sus vídeos y explicaciones, en el sistema límbico, en las señales de calma o en las benditas flores de Bach que aparecen hasta en el tratamiento canino en la sesión de preguntas (pero ¿qué coño son las flores de Bach? ¿Tocata y fuga? ¿Flores de riachuelo?). Turid habla de lobos, de perros, de manadas, de comunicación, de mantener la paz y de dejarse de dominancias y de líderes de manadas. De la cría de machos hipermasculinizados, de la imposición de una visión del mundo sexista y jerárquica humana al mundo de los perros. Gaia no le quita ojo. Turid es despiadada, un auténtico toxo. De toxo a toxo, no puede haber mejor conexión. Durante la pausa la gente se mezcla, deben de conocerse. Ella masca un trozo de regaliz, le gusta llevar siempre algo de comer. Observa nuevamente sin inmutarse lo más mínimo por ser una persona solitaria dentro de un grupo. –¿Qué tal vas? –el organizador vive en Madrid pero es de Compostela. –Xenial –Gaia sonríe–. É moi interesante. Le iba a decir que tiene un perro. Que su vida gira alrededor de su perro, pero alguien viene a buscarlo, tienen que organizar alguna cosa de la comida. Gaia sonríe de lado y sigue a lo suyo. Sus antenas parabólicas quién se las diera a la CIA o al FBI. Detecta la conversación y el acento de quien habla. Las primeras frases del intercambio («Villalba, vivo en Barcelona», «Lugo») le dejan las cosas claras. Villalba (¡Villalba!) vivo en Barcelona habla en castellano mientras que Lugo cambia directamente al gallego. Mientras acaba sin piedad con el regaliz va siguiendo el hilo de la conversación. Villalba vivo en Barcelona es periodista de deportes («¿de deportes?» repite Lugo) y le encantan los perros. Empezó a hacer cosas de adiestramiento y – 28 –


Veta II

agility («¿agility?» dice Lugo «¿pero iso non é moi estresante?»). Precisamente algo había oído y por eso se había anotado al curso de Turid. Lugo, por su parte, trabaja en la perrera municipal y atiende a los perros lo mejor que puede pero quiere saber más, hacer algo más, le encantaría adiestrar perros para personas con discapacidad. Villalba vivo en Barcelona asiente con admiración pero Gaia lee sin duda en su voz que el tema le interesa una mierda. Ella con el agility está más que satisfecha. Gaia sonríe, le encanta leer voces, de hecho es el tema de su tesis. Mira el reloj y comprueba que es casi hora de comenzar de nuevo. Pasa por delante de las dos voces y les lanza una sonrisa: –Somos tres. Las dos jóvenes –ahora las ve mejor, tan diferentes, tan Villalba pero vivo en Barcelona y tan Lugo perrera cada una, inintercambiables–, la miran desconcertadas. –Lucenses de provincia. En ese momento entienden y sonríen. Ella también, pero sabe que las separan las isoglosas, por las cuales ella dice, en el ejemplo de libro de texto sobre el dialecto del gallego oriental, «pantalois» y ellas, del gallego central, «pantalós». Sin embargo, mucho más apropiado sería decir en este contexto canino cais/cas. Pero a fin de cuentas las tres dicen mao y mai. Aparte de las filólogas (otra pregunta recurrente: non, non estudei filoloxía senón tradución e interpretación), duda que haya alguien a quien le gusten más las isoglosas. Porque son lengua hablada, lengua viva. La lengua de la que ella vive.

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Veta I –Tes acento de Lugo –ella ignoraba que tal cosa existiera y miró a la chica como si fuera extraterrestre, con una ceja levantada. Llevaba sólo un par de semanas en Vigo y si bien no sabía lo que era tener acento de Lugo sí sabía que la gente de Vigo hablaba raro. Muy raro. –Terén. –Chámome Estrela. –Gaia. –Tienes acento de Lugo –ella ignoraba que tal cosa existiera y miró a la chica como si fuera extraterrestre, con una ceja levantada. Llevaba sólo un par de semanas en Vigo y si bien no sabía lo que era tener acento de Lugo sí sabía que la gente de Vigo hablaba raro. Muy raro. –Si tú lo dices. –Me llamo Estrela. –Gaia.

Estrela sonrió y ella se sintió tremendamente libre. Era Gaia. Sin dar explicaciones de su vida, como si la vida fuera un tablón de madera bien lijado. Hacía sólo un par de meses que había terminado todo aquel enorme trasiego del traslado, aquel atareado verano y al tiempo aquel verano tan incierto. Tom la había traído a hacer la prueba de acceso en junio. Nunca antes había estado en Vigo y la ciudad no le había dicho gran cosa. Doris se lamentaba de que fuera a un sitio que no era Santiago, a ella le encantaba. Tom le había guiñado un ojo: «Stones are stones», le había dicho él. Ella no sabía qué pasaría más adelante, pero quería marcharse, eso estaba claro. Bien, claro a medias. Quería y no que– 31 –


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ría. Su madre la miraba mientras pelaba unas patatas sentada detrás de la cocina. Después de tantas disputas agrias en los últimos años. –Estudia, pequena, que inda vas acabar no tobo –le decía. –Tu es o tobo –se revolvía, rebelde. –Eu elixín o tobo. Pra elixir hai que ter opciois. Cantas máis millor. –Estudia, niña, que si no vas a acabar en la madriguera –le decía. –Tú eres la madriguera –se revolvía, rebelde. –Yo elegí la madriguera. Para elegir hace falta tener opciones. Cuantas más, mejor.

Mariña bajaba los ojos. El colegio no le gustaba. Nada en absoluto. Pero al final la habían convencido. Ella y Doris y Tom y el señor Manuel y la señora Icía, claro que nunca admitiría su éxito ni delante de un pelotón de fusilamiento. –Esta tenche a cabeza de buxo –decía el señor Manuel. –Esta tiene la cabeza dura como una mesa –decía el señor Manuel.

Y reía. Reía con aquella simpatía tan propia. Mariña pasó el verano como cualquier otro. Viajó a Kirkcudbright, a pasar como siempre aquel mes con los locos de los padres de Tom. A él no le gustaba nada ir, volver al país insano, de la comida de plástico, del neoliberalismo clasista, cutre y feroz, en sus propias palabras. Pero también lo echaba de menos, como todas las cosas de las que formamos parte, nunca los sentimientos son unívocos. Más bien al contrario. Tom había estudiado en la universidad, de hecho había dado clase en la universidad, era ingeniero. Así había conocido a Doris, que trabajaba en la administración. Pero cuando al fin pudieron regresar a Galicia, después de cuarenta años de exilio heredado de ella, había pisado esta tierra y nunca había querido volver a aquella que en el pasaporte decía que era la suya. Contaba que se había hecho carpintero y campesino con – 32 –


Veta I

un título de ingeniería, aunque al final había acabado dando clases en la escuela de alta montaña. –Mariña, tu fai a carreira e logo se quers sachar, mira pre min, sachas. Bien, de acuerdo, con reticencias, pero había accedido. Así que hizo el examen de acceso y aprobó, cómo no. Aprobó tan fácil como dejarse caer en un mullido colchón de lana, en el esquilmo de las vacas mugiendo de felicidad. No en vano era políglota casi de nacimiento. De monte. Del matorral. Políglota. Angloparlante nativa. Gallegoparlante nativa (¿paleohablante?). Hablante de castellano por imposición de la escuela. Pero iba a dejar todo atrás y pegar un salto, reinventarse a sí misma, hacer tabula rasa con su propio destino, sin ser la hija de nadie, sin guardar historias de puños, tan tierra como la tierra misma, Gaia, trasplantada al centro de la ciudad. Los primeros días necesita recorrer la ciudad olisqueando todas las esquinas. Echa de menos muchas cosas pero sólo a una es capaz de ponerle nombre: Roxo. Su perro. La vida resulta sumamente extraña sin él. Piensa en lo curioso que es echar de menos al perro más que a su madre, o a Doris y Tom, o que al señor Manuel y la señora Icía. Pero así es. Recorre la ciudad como si fuera él, buscando algún entendimiento de los espacios abiertos que le son tan desconocidos, tan poco familiares. Sola, recorre la ciudad. –Pero como vou pagar un piso pre min soa? –le había preguntado a su madre. –Non te preocupes, hai cartos aforrados priso. Non vas ir a unha residencia de mouchas –había sido toda la contestación que había recibido. Y allá se había instalado en su piso soleado y tan diferente a la casa de piedra sólida de su madre. –Pero, ¿cómo voy a pagar un piso para mí sola? –le había preguntado a su madre. –No te preocupes, hay dinero ahorrado para eso. No vas a ir a una residencia de cuervos –había sido toda la contestación que había recibido. Y

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allá se había instalado en su piso soleado y tan diferente a la casa de piedra sólida de su madre.

Le gustaba bajar al parque de Castrelos donde ve gente correr pero sobre todo donde puede observar los perros y experimentar los árboles, las gotas que caen en otoño y la frondosidad de la primavera le van marcando el paso de los días. Se sienta al pie de los grandes eucaliptos y del resto de la flora, soñando con trepar por ellos, gateando como tantas veces había hecho a lo largo de su vida por la dura corteza de los castaños. Pero se controla, no es cuestión de dejarse ir de tal manera. Además, no conoce aquellos árboles, primero es necesario observarlos, antes de ponerles encima la mano o el pie, que ya tiene la experiencia de tener que dejar de subir por las bidueiras, algo que hacía de pequeña y que tuvo que abandonar al crecer, son árboles demasiado flexibles para sostener un peso tan grande y no combarse. Por eso ahora tiene que estudiar los árboles antes de subir por ellos, había sido una lección importante. Así que se sienta, pasea, observa. De vez en cuando se le aproxima un perro y juega con él, recuperando algo de vida en las mejillas. Todo el mundo se queja de la distancia que hay entre la ciudad y el CUVI, la universidad, menos ella. A ella le gusta hacer ese recorrido cada día en el bus urbano, algunos son tan viejos que todavía tienen un cordel para pedir parada y en algunas ocasiones hay que bajarse en una cuesta muy empinada para que el bus sea capaz de superarla y volverse a montar al final de la pendiente. A ella le gusta la sensación desconocida del bus urbano, así que lo va a coger a la primera parada, andando casi cuarenta minutos para luego volver por el mismo camino, pero la verdad es que lo hace por seguir recorriendo la ciudad y por atravesar esas aldeas tan diferentes a la suya, esas aglomeraciones urbanas que van lamiendo las laderas. La universidad está «en el monte», dice la gente. Ella no puede evitar sonreír, de regreso al origen. Adora el lugar, incluso en los días oscuros del invierno. La biblioteca, los árboles y las cumbres. Incluso dentro de – 34 –


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los pabellones donde la gente fuma pitillos y drogas y habla sin parar hay pequeños cubículos que dan al exterior y en los que hay árboles. Algo que a ella le da esperanza de que en cualquier recoveco la vida vegetal es capaz de abrirse paso. Por si esto fuera poco, en el CUVI hay caballos sueltos y muchos perros que van y vienen. Tiene la sensación de que hay personas desalmadas que los abandona pero prefiere engañarse y pensar que son perros sueltos que vienen de las casas de campo. Y entonces sonríe pensado en Roxo y en la casa de su madre. Hay días en los que decide no bajar del monte en el bus, sino andando, y otros en los que hace el recorrido de subida, porque se lo pide el cuerpo, porque precisa cruzar los campos para no saltar del bus en marcha y meter los pies en el verde y el barro. Tarda mucho tiempo, unas tres horas a buen paso, y alguna vez que comentó el asunto con sus compañeras la miraron con cara extraña, así que decidió abstenerse de comentarios. Necesita ese tiempo como aire para respirar porque cuando anda observa y asienta la enorme cantidad de cosas nuevas que ocurren cada día. Cualquiera podría pensar que está ociosa, pero más bien al contrario. Tiene clases de tres a nueve de la noche la mayor parte de los días y por el medio muchas horas de trabajos, pero no puede evitar pensar que tuvo suerte, mucha suerte, porque está donde quiere y porque cada paso del camino, cada decisión tomada, le parece buena y eso ya es mucho pedir. La primera y aparentemente obvia fue escoger gallego como primera lengua. Lo contrario habría sido irracional, pero había personas gallegoparlantes que lo habían hecho, ella no entiende por qué. En su clase la admiran por su gallego cerrado, la mayoría tuvo que aprender gallego «después» o sólo habla gallego cuando está con la gente de clase. Son de un mundo diferente la mayoría. Y luego están las clases de inglés, donde por primera vez comienza a aprender cosas interesantes y sonríe cuando el profesorado le alaba su acento escocés. Algo que nunca nadie antes había podido ni siquiera intuir entre el verbo to be y – 35 –


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las condicionales, repetida la misma gramática durante todos los años de escolarización que llevaba a cuestas. Las clases de inglés habían sido siempre una tortura, con profesoras que la ignoraban o aquellas que se sentían amenazadas porque sabía más que ellas. Por fin ahora hay puertas que se abren, nuevas, como el análisis textual o las formas de construir textos de diferentes tipologías, el lenguaje científico. Trabaja porque le gusta y por lo tanto todo resulta muy ligero, muy diferente a los años de instituto, una prueba agónica para llegar hasta aquí, ahora lo entiende. Algo le dice que nació para esto, lo siente, latiéndole dentro. Siente que este es su lugar. Está rodeada de gentes con apellidos de otras fonías, con personas que nacieron en un lugar y se criaron en otro, con hijas de emigrantes y de inmigrantes... y también con gentes finas de colegios de pago bilingües (inglés o francés, se entiende). Observa sin cesar. Aprende, y por primera vez se siente a salvo de muchas cosas por ser montañesa y por tener una madre detrás para hablarle del mundo y no dejarse llevar por espejismos. Tiene las raíces bien asentadas, diversas y únicas. Se da cuenta poco a poco de que echa de menos la aldea, a la que sólo puede volver muy de vez en cuando. No tiene tiempo ni dinero para muchos viajes. Además, ya aquí las ramas empiezan a florecer en tallos. La primera vez que se fijó en ella fue de una forma casual, en una conversación de esas como tantas otras de pasillo y cambios de clase. –¿Te pones en nuestro grupo? Era del grupo de español y tenían asignaturas en común. De A Coruña, aunque luego sabría que sus padres eran de Lugo y que allá había aprendido exóticas palabras como «mancar» al caerse del triciclo. El mismo exotismo que decir «mamá» al abrir la boca. También le contó fascinada cómo una vez había hablado con unos viejos en gallego en la estación de autobuses de Lugo y ellos le habían contestado en castellano. Eran como – 36 –


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neuronas espejo, le había dicho Gaia, aunque Alicia no la entendió. Cambiaban de idioma según la edad de la interlocutora. Ella y ellos, idénticos. Tan lejos de su cerna, porque Alicia venía de otro mundo (¿el país de las maravillas?), uno en el que las niñas y los niños hablaban castellano exclusivo y los viejos dentro de poco también, donde la gente malamente sabía ya del olor de las vacas, no digamos del zumbar de las abejas o del crecer silencioso de los carballos. No podía decir que Alicia le hubiera gustado desde el principio. Que la amase. Que la adorase. Ella no sentía afecto por personas que no conocía mínimamente bien (todo o ben que se poden coñecer os seres humanos, diría su madre), pero poco a poco le había ido entrando por debajo de la piel. Tal vez era su naturaleza foránea, su ir a misa los domingos, sus elementos exóticos mezclados con alguna chispa que no era capaz de identificar. Al final del primer año de carrera, Alicia pasaba más tiempo en su estudio que en la residencia de monjas donde la habían metido sus padres. Salían por la noche, iban a la playa, la vida parecía un lugar lleno de posibilidades que hasta aquel momento había ignorado que existían. Nunca antes había tenido una compañía así, alguien que la empujaba a hacer cosas nuevas, a ir al cine o a ver una exposición, a conocer los recovecos de la ciudad como ciudad. Cuando llegó el mes de junio no pudo quejarse de nada. Había sacado matrícula de honor, una experiencia desconocida para ella, y Alicia y otra amiga suya de la residencia, Laura, habían decidido coger un piso con Gaia. Puede que fuera en ese momento cuando consideró que tal vez conocía a Alicia lo suficiente porque empezó a soñar con cómo sería verla todos los días y notó latirle un cierto músculo en el pecho y soñar con sus formas redondas y cálidas que perseguía con los ojos cuando estaban en la playa. Además, se marcharía de aquel pequeño estudio donde había hecho por primera vez la comida en una cocina eléctrica en – 37 –


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la que era imposible cocinar unos buenos cachelos (o problema son as patacas, le decía Doris, y le mandaba un saco en cuanto podía por el coche de línea de Lugo), donde había padecido el calor de la calefacción central que no había forma de apagar (a calor fai o corpo brando, le decía el señor Manuel) y donde no había verde para el que mirar. Había sido un cambio de vida radical para ella. No había lugar donde extender la ropa a secar y mucho menos río donde ir a lavar, si bien su madre le había limitado el nivel de participación en tales tareas. Echaba en falta las épocas que habían marcado su vida hasta aquel momento, las sementeiras, las cosechas, la matanza, la miel, cada cosa en su estación. Echaba en falta el olor las vacas, el cacarear de los gallos, el sachar la tierra. Todas aquellas cosas que le habían dado sentido a su vida muy por encima de las épocas de exámenes, el colegio o la Navidad. Había sido allí, en aquel piso, donde había aprendido a contener la campesina de su interior, la pastora, la pescadora, la apicultora, y donde había intentado dejarla salir en otras versiones diferentes, a través de la lengua y de los trabajos de cemento en busca de verde que poco a poco había ido encontrando. A pesar de todo (los afectos nunca son unívocos) le tenía cariño a aquel piso, a aquel lugar de primeras confesiones y conversaciones, si bien ella tenía poco que confesar y se dedicaba sobre todo a escuchar, a trabajar con Alicia en las cosas de clase, a sentir que era respetada y apreciada por lo que sabía, cosas a las que nunca les había dado especial valor. Por primera vez en su vida había tenido a alguien tan cerca con quien ver pasar el tiempo, alguien con quien atreverse a hacer cosas desconocidas, alguien que la miraba con un cierto aire de exotismo pero también con una buena ración de confianza. Su siembra tomaba los caminos de los surcos de las letras en clase. Y luego siempre podía volver a su pequeño piso, con Alicia, a hablar de cosas más profundas y no sabía muy bien por qué pues tenía muchas veces la sensación de hablar desde un planeta diferente. – 38 –


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–Entonces, ¿cómo aprendiste inglés? –Crecín con Tom, que é escocés. –¿Cómo? ¿En la aldea? Gaia suspiraba. –Si, na aldea, na súa e na miña. –Pero, ¿y tu padre? –Non conozo o meu pai. Silencio compasivo, como si tal cosa fuera una desgracia (¿demasiadas películas de Antena 3 por la tarde?) –Pero se queres podo dicir que Tom é o meu pai –lo suyo siempre había sido un concepto de familia muy difuso, algo que para Alicia resultaba muy difícil comprender. Tenía la familia más grande que había conocido, si bien no venía determinada en ningún libro, cláusula o certificado. –Entonces, ¿cómo aprendiste inglés? –Crecí con Tom, que es escocés. –¿Cómo? ¿En la aldea? Gaia suspiraba. –Sí, en la aldea, en la suya y en la mía. –Pero, ¿y tu padre? –No conozco a mi padre. Silencio compasivo, como si tal cosa fuera una desgracia (¿demasiadas películas de Antena 3 por la tarde?) –Pero si quieres puedo decir que Tom es mi padre –lo suyo siempre había sido un concepto de familia muy difuso, algo que para Alicia resultaba muy difícil comprender.

–Falar en contra da familia é falar en contra dun mesmo –le había oído decir alguna vez al señor Manuel, más interrogando que afirmando. Gaia pensaba que tenía razón, siempre y cuando la familia no se definiera por los vínculos de sangre sino por los del afecto. Una idea que corría por la savia de todas las – 39 –


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personas que la habían rodeado hasta aquel momento y que las hacía rara avis en su contexto.

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Teoría y práctica del discurso Título del discurso: Exhortación de la familia (para declamar ante el Foro de la Familia) Queridas y queridos: permítanme comenzar con una afirmación: ¡¡que viva la familia!! (…) Gracias, gracias. (…) Que viva la familia, sin dudar cantamos y reclamamos. La familia que es el pilar de todas las sociedades, que proporciona las entretelas con las que hacer una vida digna más adelante. ¡La familia, que tan amenazada se encuentra en la actualidad! En este foro que desde siempre defiende la rectitud de las formas y de los conceptos, que tiene tras de sí el apoyo de la Santa Madre Iglesia y de los estamentos de bien, se observa con preocupación hacia dónde camina nuestra sociedad. ¿Y hacia dónde camina, hermanas y hermanos? Camina hacia la desestructuración más absoluta, hacia el caos terrible, hacia el ascenso de quienes hasta ahora tuvimos bien comprimidos en nuestra rectitud de formas y en nuestra estructura. Sí, amigas y amigos, vivimos en tiempos en los que cualquiera puede reclamar derechos. Y os daré algunos ejemplos. El otro día caminaba yo por la calle con mis cuatro hijas bien vestidas de domingo, con sus vestiditos iguales, después de hacer la comida y recoger los platos, que ahí está el trabajo verdadero de una mujer, lo que cada una de nosotras podemos contribuir a la sociedad, y ahí me encuentro, caminando por la calle, a dos chicas, ¡chicas!, ¡besándose! (…) Sí, hermanas y hermanos, comparto vuestro espanto. En la calle, a plena luz del sol. Y está claro que este comportamiento desviado sólo puede responder a lo que nosotros sabemos de forma verdadera: a la falta de una buena familia. A la falta de una buena familia que oriente, que guíe, que corrija. No debemos odiar a estas criaturas, claro que no, pero sí intentar llevarlas de nuevo por el buen camino.

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Esas personas desviadas pretenden dictaminar lo que es una familia. (…) Sí, amigas y amigos, ¡imaginad! ¡Hacia dónde camina nuestra sociedad en sus manos! Quieren incluso que les dejen tener hijos, ¿cómo es eso posible? Sólo el pensamiento de que tal epidemia se extienda por la sociedad me pone los pelos de punta. (…) Sí, entiendo vuestra ira. Porque, a fin de cuentas, familia sólo hay una, la que determina la sangre, esa que fluye por las cabezas de los niños cuando se las abrimos con castigos físicos o psicológicos. Esa hermosa familia donde las personas que tienen ideas propias son enviadas a servicios psicológicos, esa donde no se debe hablar de deseo ni de amor fuera del canon, esa donde casarse y tener hijos es la única salida para una chica. Una familia, una grande y libre, amigas y amigos, que haga de nosotras personas cojas y odiosas, encajadas en la anti-empatía, unidas sólo por vínculos genéticos que nos dan la riqueza de compartir una nariz con otra persona. Esa, amigas y amigos, es la familia que nosotros defendemos. Porque los vínculos humanos del afecto no tienen valor frente a nuestras obligaciones. Y por encima de todo no tienen capacidad de control. El afecto da la libertad y nada hay más peligroso que esto, al final de ese proceso hay chicas que se besan sin pudor por la calle y mujeres que no quieren casarse ni parir. No podemos permitir tal cosa. ¡Todo el mundo a la calle a defender la familia!

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Cerna A Mariña le gusta más que nada subirse a los árboles. Eso e ir con el señor Manuel a las colmenas, las abejas le parecen los animales más mágicos del mundo. Más que las avelaíñas, que son los espíritus de los muertos, o las truchas que escupe el río o las jinetas, que pueden llevar el demonio en el vientre. Tiene una habilidad sorprendente para trepar, una habilidad cultivada desde siempre, en la soledad de los caminos y de las huertas y de los bosques. Por eso no le sorprende ya a la gente del lugar encontrarla encaramada en cualquier árbol del camino, normalmente silenciosa y alguna que otra vez traviesa. Es precisamente desde la rama de un árbol desde donde oye primero el alboroto. Sabe perfectamente lo que es y su madre le ha dado órdenes estrictas de bajarse de los árboles si oye el crujir de los pasos de los cazadores, no quiere que le peguen un tiro pensando que es un faisán o cualquier otro bicho de esos a los que les dan tanto valor. A ella no le gustan las escopetas ni los tiros, así que baja de inmediato y se dispone a hacer lo que le indicó su madre, hacerse visible y sobre todo volver a casa. Aún así, el alboroto va y viene y todavía se entretiene recogiendo unas moras, que come de inmediato con las manos manchadas, intentando llegar a las que quedan más arriba, lejos del suelo y del polvo. Cuando está en ello, escucha entonces con claridad al perro gimotear y correr. Se queda muy callada y muy atenta al lado de la sebe, nota como el trote se aproxima por el camino, los gritos y los pasos de las cuatro patas. Entonces lo ve dar el giro del camino y como por algún instinto desconocido saca del bolsillo un cacho de roxón viejo que le había dado el señor Manuel un día cualquiera para la merienda y que como siempre había guardado como la hormiga en el bolsillo por si – 43 –


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le daba el hambre (su madre siempre tenía discusiones con ella por este hábito, cuando revisaba los bolsillos para lavar la ropa y encontraba en ellos todo tipo de alimentos en diferentes estados de conservación y la ropa en diferentes estados de engrasamiento). El perro corre asustado, pero por alguna razón se aproxima a ella, tal vez todavía le queda un sitio en el cerebro para oler el roxón, el caso es que se mete detrás de ella y Mariña lo tiene claro, no va a esperar a que llegue el cazador (por fortuna los perros son mucho más rápidos que las personas para correr), guía al perro por la zanja que está entre las silveiras, por un camino que sólo es apto para personas y animales de pequeña altura, y desaparece con él hasta la vera del camino que lleva a su casa mientras oye los gritos del cazador monte arriba, amenazando con matarlo cuando lo pille. A Mariña no le importa lo que haya podido hacer. Que un cazador quiera matar a un animal no tiene nada de novedoso. Cuando llega a casa con el perro su madre no le dice nada, sólo le da agua al animal y una corteza de pan que este en principio no toca. No es capaz de salir de entre sus piernas. El perro está desorientado, sin saber qué ocurre, se echa finalmente en el aira, donde parece encontrar algo de paz. Su madre sólo supo algunos días más tarde lo que había ocurrido, cuando el cazador apareció armado en el aira reclamando el perro, que para entonces ya se había acostumbrado a entrar en la casa y había ido corriendo como llevado por todos los demonios a meterse detrás de las piernas de Mariña en cuanto ventó a su antiguo amo. Ella escuchaba los gritos desde la cocina con el perro bien agarrado. –Devolveime o can de inmediato. La voz de su madre, mucho más baja y controlada, se oye firme en la cocina. –Se o querías matar daquelas dáo por morto e vaite polo teu camín. El cazador escupe en el suelo y grita de nuevo. – 44 –


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–Tu o que es é unha tola ionha candanga, devolveime o can dunha puta vez. Su madre entra tranquilamente en la cocina. Mariña observa como coge el foucín que está apoyado al lado de la puerta. –Non se che ocorra saír, nin deixar saílo can por nada do mundo –es lo único que le dice bajito. –Vaite da miña casa berrar a outra parte. Mariña escucha las voces del señor Manuel, de Doris y de Tom, que bajan por la corredoira desde su casa ante el barullo. Manuel grita más alto que el resto. –Sálteme da miña propiedade! Pensades que son os tempos dantes ou que? Vaite antes de que chamemos a xustiza. –Devolvedme el perro de inmediato. La voz de su madre, mucho más baja y controlada, se oyó firme en la cocina. –Si lo querías matar, dalo por muerto y vete por tu camino. El cazador escupe en el suelo y grita de nuevo. –Tú lo que eres es una loca y una cualquiera, devolvedme el perro de una puta vez. Su madre entra tranquilamente en la cocina. Mariña observa cómo coge el foucín que está apoyado al lado de la puerta. –No se te ocurra salir, ni dejar salir al perro por nada del mundo –es lo único que le dice bajito. –Vete de mi casa a gritar a otra parte. Mariña escucha las voces del señor Manuel, de Doris y de Tom, que bajan por la corredoira desde su casa ante el barullo. Manuel grita más alto que el resto. –¡Sal de mi propiedad! ¿Pensáis que son los tiempos de antes o qué? Vete antes de que llamemos a la policía.

Los gritos continuaron pero el cazador finalmente se marcha. Alrededor de la cocina continúan las historias un cierto tiempo. –Iste hache de volver, ho. – 45 –


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–Non, ho. –Ha, ha, que é da pel do demo. –Deixadio estar. Aquí non ten nada que vir rascar. Abondos animales temos no monte menos maliños quese –fue la conclusión de la señora Icía. –Este seguro que vuelve, ya veréis. –¡Qué va! –Seguro, es duro de roer. –Dejadlo estar. Aquí no tiene nada que hacer. En el monte ya tenemos suficientes animales menos dañinos que ese –fue la conclusión de la señora Icía.

Un día, hablando con el señor Manuel mientras llevaba las vacas al prado, él le contó bajito: –O cazador ese éche un curmao da túa mai. Un dises que nos tempos dantes pensaba que o mundo era seu e que inda ch’andan nas tabernas querendo resucitalo Generalísimo –luego bajaba la voz todavía más y se reía–. Que turren, que turren, que o morto morrido está. –El cazador ese es un primo de tu madre. Uno de esos que en los tiempos de antes pensaba que el mundo era suyo y que todavía anda por las tabernas queriendo resucitar al Generalísimo –Que lo intenten, que lo intenten, que el muerto morrido está.

Mariña ríe sin entender muy bien la historia. Tendrían que pasar muchos años hasta que aquel primo de su madre volviera a aparecer en el aira tirando de un perro por el pellejo. De esta vez era un setter inglés. –Non val pra nada –había dicho y se había marchado. Gaia se había quedado de pie, sola como estaba, en el medio del aira, en el medio del mundo y había mirado para el perro, sonreído a su cara asustada y le había dado un trozo de roxón prensado que llevaba en el bolsillo hacía días sin tener a quien dárselo. El perro rojizo que había bajado con ella por el camino y que había pasado a llamarse Roxo por prescripción de – 46 –


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Manuel ya no estaba con ella. El perro, blanco y hermoso, con pintas, pedrés, que tenía ahora delante, se comió con ansia el roxón y la siguió de inmediato. Encima de la mesa de la cocina había un libro olvidado. O porco de pé. De Vicente Risco. Te llamarás Risco. Risco, el riesgo del comienzo de una nueva pérdida. Algo que en aquel momento ya tenía claro que había que asumir para vivir.

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Veta I No sabe muy bien cuándo se le fue asentando la constatación del abandono. Tal vez siempre lo había sabido, que aquel sería un período efímero, que pasaría como una estrella, como habían pasado todos los períodos anteriores. El colegio. El instituto. Pero pensó que por lo menos durante ese tiempo le era necesario aferrarse a la ilusión. Delusion. Le gustaba llegar a casa y que hubiera alguien, o más bien alguien en concreto, Alicia. Luego iba en el bus y pensaba en ella. En sus incompatibilidades, en sus crueldades. Era consciente de que a veces la trataba de forma cruel pero no iba a dejar que le hiciera daño con sus tonterías. Ni siquiera con el hecho de haber encontrado un novio en un tipo insulso, paternalista y de todo punto deficiente. La cosa no iba por ahí, ella no tenía esperanzas de ningún tipo. Ventaba perfectamente la situación y estaba acostumbrada a vivir sin esperanza. Tal vez, pensaba, era la ventaja de crecer sin tele y ahora que en casa había una constataba que en la tele no salían anuncios de lesbianas enamoradas, o películas románticas de tortilleras, y tal vez por eso una tenía mucha menos mierda en la cabeza. O tal vez era que ella simplemente había evolucionado de esa manera, había evolucionado hasta el realismo más clásico, ese que no concedía entrevistas a los sueños. Pero aún dentro de eso, quería estar el tiempo que fuera con ella. Su Alicia y su país de las maravillas. Siempre la había fascinado ese relato que Tom le leía una y otra vez por las noches y del que cuando era pequeña sabía fragmentos enteros: «Alice was beginning to get very tired of sitting by her sister on the bank…». Su Alicia, por el contrario, parecía no tener gran interés en curiosear por el agujero, se reía sola con su broma de mal gusto, pero no tenía nadie más a quien contársela que – 49 –


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le fuera a hacer gracia. Así que se conformaba con mantener tales conversaciones consigo misma, igual que mantenía consigo misma las relaciones que le gustaría haber mantenido realmente con ella. Pero no era posible. Había suficientes días en los que Alicia le pedía que durmiera a su lado, no sabía muy bien por qué pero no le importaba. En esas noches, echada a su lado, soñaba que la abrazaba y besaba con una tremenda intensidad. Por la mañana a veces pensaba: «It’s sick. It’s insane. Get a grip», pero Alicia se metía en la ducha con aquel cuerpo redondo de formas que le recordaban a un molete de pan caliente y a los balocos de tierra en el invierno, helados, a un tiempo, y no podía resistir. «I’m going insane.» Era su única conclusión en esos días. Por eso suspiraba mirando su reflejo en el espejo, sus facciones oscuras de niña montañesa disgustada por la última travesura del colegio. Desarmada y sin ira. La ira, esa gran estrategia de supervivencia por la que había guiado buena parte de su vida comunitaria, pero en ese momento no la encontraba, porque Alicia no puede ser de otra manera. «Ten esa deficiencia», piensa de vez en cuando, en otra de esas bromas que sólo puede hacer consigo misma. A fin de cuentas, no puede quejarse. Nunca había estado tan cerca de alguien a quien deseara. Tan cerca y al tiempo tan lejos, pero la distancia es lo suyo, se le da bien. Por eso se escurre como una largartija cada vez que Alicia la abraza, algo que todavía la incita más a hacerlo, como si le gustase picarla. –Alérgica a los abrazos –le dice ella, siempre en su castellano coruñés que la pone demente. –Toxo –contesta Gaia como único antídoto–. Son un toxo. –Pues así no te sale novio en la vida. O algo. Y cuando dice «o algo» ella piensa si lo sabrá. No es que ella oculte quien es pero debe ocultar los sentimientos que le nacen por ella porque no van a ningún lado y por lo demás no hay nada que contar. Mientras las otras hablan de sexo y de encuentros y de «rollos» (lo que ella diría «mazar» de toda la – 50 –


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