Hacer frente al relativismo y al desafío de la verdad

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V VERITAS

Hacer Frente al Relativismo y al DesafĂ­o de la

Dr. Donald DeMarco


Caballeros de Colón presenta La Serie Veritas “Proclamando la fe en el tercer milenio”

Hacer frente al relativismo y al desafío de la verdad Por DR. DONALD DEMARCO

Editor General Padre Juan-Diego Brunetta, O.P. Director of the Catholic Information Service Knights of Columbus Supreme Council


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CONTENIDO EL RELATIVISMO Y LA VERDAD . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5 EL RELATIVISMO Y LA EDUCACIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 10 EL RELATIVISMO Y LA DEMOCRACIA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 14 EL RELATIVISMO Y LA LEY NATURAL . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17 EL RELATIVISMO Y LA CULTURA DE LA MUERTE . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19 La voluntad como absoluto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 22 La sociedad como perfectible. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 24 El placer como supremo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 26 La adversidad como insoportable. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 28 CONCLUSIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 30 LECTURAS RECOMENDADAS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 32 ACERCA DEL

AUTOR .

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EL RELATIVISMO Y LA VERDAD El libro del Cardenal Joseph Ratzinger, Verdad y tolerancia, se centra en un conflicto generalizado que existe en el mundo de hoy entre dos valores que en la mente popular, ya no se consideran complementarios. Este conflicto es sintomático de un conflicto más profundo entre la filosofía y la política. La verdad corresponde al campo de la filosofía, mientras que la tolerancia corresponde al campo de la política. La primera pone de manifiesto lo que algo es, la segunda describe cómo debe comportarse la gente entre sí en una sociedad civil. Sin embargo, hoy se atribuye tanta importancia a la tolerancia, que se ha separado de la verdad, que a su vez, ha sido relegada exclusivamente al dominio de la opinión. Para plantear la cuestión de manera muy simple: la tolerancia se ha vuelto absoluta, mientras que la verdad se ha vuelto relativa. Sin embargo, esta separación de la tolerancia de la verdad (o de la política de la filosofía), es prepóstera o absurda, en el sentido original del término. Los vocablos latinos prae (antes) y posterius (después), se refieren a la práctica absurda o “prepóstera” de colocar “antes” lo que debería estar “después”, como poner la carreta antes del caballo. Colocar primero al hombre y después a Dios es tan absurdo como lo anterior. Pero sin embargo, la maniobra prepóstera tiene una consecuencia más siniestra: primero, eclipsa lo que debería ser primordial y, después, lo hace caer en el olvido. Por lo tanto, colocar primero al hombre y después a Dios, conduce rápidamente al ateísmo; colocar la política antes de la filosofía, lleva al agnosticismo o a la supresión de la filosofía.1 Etienne Gilson, el distinguido filósofo tomista, ha comentado que una de las características esenciales del pensamiento de Tomás de Aquino fue su capacidad de poner las cosas en su orden correcto. En la filosofía esto es fundamental, porque, como explica Gilson, si una idea está fuera de su orden, “se pierde, no en el sentido habitual de que no se encuentra donde se esperaba, sino en el sentido mucho más radical de que ya no se encuentra en ningún lugar”.2 Uno de los problemas más urgentes en el mundo moderno es recuperar la filosofía (y la búsqueda 1 2

El agnosticismo significa literalmente, “no saber nada”. Étienne Gilson, Reason and Revelation (New York: Charles Scribner’s Sons, 1938), 71. -5-


de la verdad junto con ésta) para que podamos entender la forma en que se relacionan entre sí realidades diferentes, ya sean Dios y el hombre, la filosofía y la política, el estado y sus ciudadanos. De acuerdo con Ratzinger, la razón de la exagerada importancia otorgada a la tolerancia y a su promoción sobre la verdad se basa en el hecho de que ahora vivimos en un mundo pluralista que consiste en una amplia diversidad de valores, costumbres y creencias religiosas. Entonces, ¿cómo es posible que las personas vivan en armonía unas con otras y sean tolerantes con las diferencias mutuas? Si se invoca la verdad, es de suponer que tenga el efecto insidioso de hacer que un grupo parezca superior a otro y en consecuencia, intolerante. La respuesta a este problema fue la adopción del relativismo y la consecuente supresión de una filosofía que se basa en la verdad. Ratzinger comprende plenamente las graves consecuencias resultantes de suprimir la verdad de la política y de hacer soberano al relativismo. Escribe que “en algunos aspectos, el relativismo se ha convertido en la verdadera religión del hombre moderno”.3 Y sigue escribiendo que “representa la dificultad más profunda de nuestros días”.4 Estas austeras palabras no pueden tomarse a la ligera, puesto que el Cardenal es un pensador cuidadoso y no propenso a la exageración. El experimento de intentar ser tolerante en ausencia de una verdad reguladora ha demostrado ser un fracaso. Ha llevado inevitablemente a una intolerancia decisiva hacia la Iglesia Católica, y no porque se oponga a la tolerancia, sino porque se niega a otorgarle un carácter más elevado que a la verdad. George Weigel ha observado que la alta cultura postmoderna europea que sólo es capaz de concebir “tu verdad” y “mi verdad”, pero no “la verdad”, otorga tanta importancia a la tolerancia que de ser necesario, “será impuesta por la fuerza coercitiva del Estado”.5 3

Cardenal Joseph Ratzinger, Fe, verdad y tolerancia: el cristianismo y las religiones del mundo, trad. Constantino Ruíz-Garrido Cortés (Ed. Sígueme, Salamanca, 2005), 84. 4 Ibid, 3. 5 George Weigel, “Las dos guerras culturales de Europa”, Revista Criterio 2321-2322, Ed. Surgo, 2006. (Documento en línea en http://www.sal-udos.com/sociedad_historia/Las%20dos% 20guerras%20culturales%20de%20Europa.doc. -6-


En otras palabras, la Iglesia insiste en que todas las cosas se coloquen en su orden correcto. Para el mundo, esto es suficiente para acusar a la Iglesia de ser “intolerante”. Ratzinger plantea la pregunta pertinente: “¿Qué sentido tiene entonces la creencia, qué sentido positivo tiene la religión, si no se puede conectar con la verdad?”.6 Un filósofo pagano planteó esta misma pregunta hace más de dos milenios. Marco Tulio Cicerón en el año 44 B.C., concluyó que la religión sin verdad es mera superstición. “Realizaríamos obra muy útil para nosotros mismos y para los demás”, escribió en su tratado De la adivinación, “si arrancáramos de raíz estas creencias”. Sin embargo, el gran estadista y filósofo, consciente de la propensión humana a tirar el grano con la paja, se apresuró a afirmar que “destruir la superstición no es destruir la religión”. Exhorta a abolir la superstición, pero a retener la religión. No necesitamos la superstición, propuso, pero sí necesitamos la religión. Para Cicerón, el factor distintivo era la ciencia natural que revela la verdad de las cosas. “La belleza del universo y el orden de los cuerpos celestes nos obligan a confesar que existe una naturaleza superior, excelente y eterna, digna de la admiración y respeto del género humano. Así, pues, debemos trabajar con igual ardor en propagar la religión que va unida al conocimiento de la naturaleza, y en arrancar hasta las últimas raíces de la superstición”.7 Sencillamente, Cicerón exhortó a sus compatriotas a valerse de la verdad como forma de distinguir la religión de lo que no considera digno de tolerar, a saber, la superstición. El filósofo norteamericano del Siglo XX, Mortimer Adler, reitera la posición de Cicerón en su libro Truth in Religion: The Plurality of Religions and the Unity of Truth. Reconoce que la verdad es necesaria para apoyar a la religión en su exposición de motivos, pero también señala que sin la verdad no pueden existir ni la unidad ni la paz: “Una gran época en la historia de la humanidad está por delante de nosotros en el milenio. No iniciará hasta que haya un reconocimiento universal de la unidad de la verdad en todos los ámbitos de la cultura a la que se aplica 6 7

Ibid, 10. Marco Tulio Cicerón. De la adivinación, El Hado. Trad. Francisco Navarro y Calvo. Ed. Orbis, Barcelona, 1985.323-LXXII. -7-


la norma de la verdad, pues sólo entonces todos los hombres serán capaces de vivir juntos en paz en un mundo de comunidad cultural bajo un solo gobierno. Sólo entonces darán inicio la civilización y la historia del mundo”.8 En un trabajo anterior, Seis grandes ideas, Adler distingue entre las ideas por las que juzgamos (verdad, bondad y belleza) y las ideas por las que vivimos (libertad, igualdad y justicia). El punto es que no podemos disfrutar de la libertad, la igualdad y la justicia (las ideas que prácticamente todo el mundo apoya con entusiasmo) a menos que sepamos algo acerca de la verdad, la bondad y la belleza. Por ejemplo, no puede haber justicia sin verdad. En ausencia de verdad, no puede entregarse ningún veredicto (verum + dicere = decir la verdad) que separe la culpa de la inocencia o la justicia de la injusticia. Es una ironía profundamente triste que hoy las personas estén dispuestas a ignorar los propios medios que son indispensables para la producción de lo que desean más ardientemente. Rechazan la verdad y esperan que la justicia florezca en un desierto estéril. Marcello Pera, un no creyente, describe la situación actual en Occidente, no como la tranquilidad que surge de la tolerancia mutua, sino como una “prisión de falta de sinceridad e hipocresía que se conocen como lo políticamente correcto”.9 La gente vive en constante temor de que cualquier gesto o declaración que sugiera que una cosa podría ser mejor que otra no solo no fuera tolerada, sino recibida con desprecio, burla y a menudo con severas represalias. Como Pera dijo, “el adjetivo ‘mejor’ está prohibido”.10 Hay que destacar que la filosofía no es un lujo elitista o un juego ocioso con el que se entretienen en las universidades. Debido a que la filosofía se interesa específicamente por la verdad, la bondad, la belleza 8

Mortimer J. Adler, Truth in Religion: The Plurality of Religions and the Unity of Truth, 128. Papa Benedicto XVI y Marcello Pera, Sin raíces: Europa, relativismo, Cristianismo, Islam, trad. Pablo Largo y Bernardo Moreno Carrillo, Ediciones Península, Colecc. Atalaya, Madrid, 2006. xxxxx Pera escribe: “El relativismo ha provocado estragos, y sigue actuando como un espejo y una caja de resonancia para el mal humor que ha caído sobre el Occidente. Ha paralizado a Occidente, cuando ya está desorientado y en un punto muerto, lo volvió indefenso cuando ya está renuente a aceptar el desafío”. 10 Ibid, 88. 9

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y otras verdades fundamentales, es indispensable para proporcionar la base para la civilización y todos los beneficios que se derivan de ella, incluyendo la unidad, la civilidad, la justicia, la paz, el arte y la ciencia. Al colocar la tolerancia por encima de la verdad, la tolerancia degenera en intolerancia, mientras que la verdad queda abandonada por completo. El resultado es similar a lo que Platón describe en la apertura de séptimo capítulo de la República: habitantes de las cuevas que son intolerantes a la educación, fascinados por las sombras y cerrados a la luz de la verdad que podría mejorar sus vidas. El rechazo de la verdad no hace tolerantes a las personas. Como el gran filósofo católico Jacques Maritain declaró: “El hombre que dice ‘¿Qué es la verdad?” como Pilatos, no es un hombre tolerante, sino un traidor a la raza humana”.11 La tolerancia difícilmente puede ser el primer principio de la conducta humana, y nunca ha sido el principio fundamental de ninguna civilización. Los mandamientos del Dios judeocristiano nos ordenan amar, no ser tolerantes. La tolerancia no es un primer paso, tampoco es una iniciativa; es consentimiento, una capitulación ante algo que ni se aprueba ni se desaprueba. Presupone neutralidad moral. Es una respuesta, no una iniciativa, que deja sin responder a la pregunta: “¿una respuesta a qué?”. Cuando se utiliza como un principio básico, rápidamente se contradice. El gobierno español, con el interés de expresar la tolerancia a las parejas casadas del mismo sexo que han adoptado niños, ha sustituido los términos “ofensivos” como “padre” y “madre” en las actas de nacimiento, por “Progenitor A” y “Progenitor B”. Lo que en un principio es tolerancia hacia las parejas del mismo sexo, se convierte rápidamente en intolerancia hacia las palabras “padre” y “madre”. Del mismo modo, la BBC ordenó a sus escritores evitar los términos polémicos “marido” y “mujer”. Muchas universidades norteamericanas han proscrito los grupos estudiantiles provida con el fin de demostrar su tolerancia hacia aquellos que son “proelección”. No se puede tolerar al mismo tiempo lo contrario y lo contradictorio. La oposición al matrimonio entre personas del mismo sexo no es tolerada y rutinariamente se denuncia como “homofobia”. 11

Jacques Maritain, Utilidad de la filosofía: tres ensayos (Ediciones Morata, Madrid, 1962). -9-


Para citar sólo un ejemplo sobresaliente, en enero de 2006, el Parlamento Europeo aprobó una resolución que condena como “homofóbicos” a los estados que no reconozcan a los matrimonios entre personas del mismo sexo. Aquí la consecuencia es que la expresión de una opinión filosófica sobre esta cuestión, no sólo es discriminatoria, sino también indicativa de un trastorno psicológico. El relativismo, que es el sustento de una corrección política fuera de control, transmite el mensaje de que los seres humanos son fundamentalmente incapaces de captar la verdad de las cosas, y que prefieren pelear antes que pensar. Es más que ridículo preguntarle a un hombre al que están a punto de hervir en una olla y comérselo, en una fiesta puramente religiosa, por qué no mantiene un punto de vista relativista hacia todas las religiones. La mente, e incluso el corazón, pueden mantener absurdos, pero es muy poco probable que se pueda seguir negando la realidad cuando su sistema nervioso pone en alerta su instinto de conservación.12 Un relativista no puede permitirse el lujo de acercarse demasiado a la realidad. El relativismo es una filosofía a falta de algo mejor que surge como resultado de una falta de voluntad para colocar la verdad y la tolerancia en su orden correcto. Pero a nivel práctico no es viable y crea obstáculos inmensos e innecesarios en el camino de la educación, la democracia y la aplicación de la ley natural. De hecho, contribuye significativamente a la cultura de la muerte. EL RELATIVISMO Y LA EDUCACIÓN El cierre de la mente moderna de Alan Bloom es una crítica de la educación superior en Estados Unidos, específicamente, del relativismo generalizado que suprime de manera efectiva la adecuada apertura necesaria para distinguir entre lo bueno y lo malo, entre lo verdadero y lo falso, entre el bien y el mal. El autor inicia su libro diciendo que “hay algo de lo que un profesor puede estar absolutamente seguro: casi todos los estudiantes que ingresan a la universidad creen, o dicen creer, que la 12

Ver G. K. Chesterton, El hombre eterno (Ed. Cristiandad, Madrid, 2007), 231. - 10 -


verdad es relativa”.13 Para Bloom, estos estudiantes asumen que su creencia en el relativismo es indiscutible y va más allá de todo cuestionamiento. No están, por así decirlo, abiertos a su propia cerrazón. Como consecuencia, tiene lugar muy poco pensamiento o ningún pensamiento acerca de sus principios fundamentales. “Son cosas en las que no se piensa”14, se lamenta el profesor de filosofía de la Universidad de Chicago. El relativismo destruye la necesidad de pensar. Después de todo, si la mente no puede conocer la verdad, y todas las opiniones merecen el mismo respeto, ¿por qué luchar por comprender lo incomprensible? No es necesaria ninguna justificación racional para defender una postura relativista. Al igual que en la novela de Ray Bradbury de 1953, Fahrenheit 451, en la que los bomberos, en lugar de extinguir los incendios, los crean, hoy las universidades se valen del relativismo para evitar el pensamiento en lugar de fomentarlo. En marzo de 2006, el Consejo Pontificio para la Cultura se refirió a este peculiar fenómeno de las escuelas que no enseñan a los estudiantes a pensar en un estudio intitulado “La fe cristiana al alba del nuevo milenio y el desafío de la no creencia y la indiferencia religiosa”. Una de sus principales conclusiones es “la urgencia de aprender a pensar, desde la escuela hasta la universidad”.15 Para algunos puede parecer sorprendente que la Iglesia Católica, conocida principalmente por su fundamento en la fe, asuma el papel de enseñar a la gente cómo pensar. Sin embargo, el fenómeno de no pensar, especialmente sobre asuntos cruciales, es pandémico, tanto dentro como fuera de la Iglesia, y con frecuencia se considera natural. Lo que bien podríamos preguntar es, ¿qué usan como sustituto del pensamiento esas personas que aún no han aprendido a pensar? En una palabra, están reaccionando. Reaccionan positivamente a las opiniones establecidas del día que ellos mismos no han establecido en 13

Allan Bloom, El cierre de la mente moderna, Plaza & Janés, trad. Adolfo Martín, Barcelona, 1989. Ibid, 15 Lectura relacionada de Luigi Giussani, Educar es un riesgo, apuntes para un método educativo verdadero, Ediciones Encuentro, trad. José Manuel Oriol, Madrid, 2006. 14

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su propia mente. Repiten ideas que están de moda, que son aprobadas por los medios de comunicación y que son políticamente correctas. No sólo eso, sino que combinan su colección de ideas sin examinar y las envuelven en un paquete que llaman “filosofía”. Como hemos señalado, esta “filosofía”, es el relativismo, que requiere urgentemente un nuevo examen. De acuerdo con los principios de esta “filosofía”, la verdad, o bien no existe o es inalcanzable. Como resultado, ya que no existe un apoyo confiable que pueda fundamentar las opiniones en la realidad, todas las opiniones tienen el mismo mérito. Lo que supone ser la democratización de la filosofía, es en realidad su destrucción. Los relativistas, a pesar de rechazar toda conexión segura con la realidad, con el fin de reforzar su posición, no son reacios a hacer referencia a lo que creen que es la realidad. A menudo se recurre a la “Teoría de la Relatividad” de Einstein, para corroborar la idea de que “todo es relativo”. Si bien no podemos esperar que la gente en general comprenda las dificultades y complejidades de la teoría de Einstein, podemos saber lo suficiente de ella para estar seguros de que ni Einstein ni su célebre teoría son relativistas. Como dijo el gran físico, en un lenguaje que recuerda a Aristóteles y a Santo Tomás de Aquino, “la creencia en un mundo externo, independiente del sujeto que percibe, es la base de toda la ciencia natural”.16 En lo que a su teoría se refiere, consideremos las palabras del padre benedictino Stanley Jaki: “La teoría de la relatividad de Einstein es la teoría más absolutista jamás propuesta en la historia de la ciencia. De hecho, todo el éxito de la teoría de Einstein es que es absolutista. De acuerdo con esto, el valor de la velocidad de la luz es independiente de cualquier sistema de referencia y por lo tanto tiene un valor que es absolutamente válido”.17 Al principio, Einstein pensó en llamar a su teoría, la teoría de la invariancia, porque la velocidad de la luz, el “punto de amarre” del universo, es constante (o invariante). El tiempo y el movimiento son 16 17

Albert Einstein, Mi visión del mundo, Tusquets Editores, Barcelona, 1995. Ver Stanley L. Jaki, Lo absoluto bajo lo relativo: unas reflexiones sobre las teorías de Einstein (Anuario filosófico, ISSN 0066-5215, Vol. 14, No 1, 1981. (En línea://dialnet.unirioja.es/ servlet/articulo?codigo=28677). - 12 -


relativos, pero todo lo que significa para Einstein es que están relacionados con algo que no es relativo. Durante los inicios de la filosofía, un pensador imaginativo explicó cómo se sostenía la tierra en el espacio postulando que se apoyaba en la concha de una tortuga. La inevitable pregunta surgió: “¿qué sostiene a la tortuga?” “ Pues otra tortuga!”, respondió alguien. “¿Y qué sostiene a la segunda tortuga?, preguntó alguien más. “Bien”, dijo un experto, “¡hay tortugas hasta el fondo!” Una respuesta así no es filosófica, sino graciosa. Se supone que la filosofía culmina en la sabiduría, no en tontería. Los relativistas son afectos al aforismo atemporal, De gustibus non disputandum est (en cuanto al sabor, no debe haber disputa alguna). Pero ignoran el aforismo más importante, De veritate disputandum est (en cuanto a la verdad, debemos participar en la disputa). Participar en la disputa es evidencia de pensamiento. Debemos participar en la disputa, es decir, involucrarnos para intentar averiguar lo que es verdad y lo que no lo es, por el simple hecho de que la verdad importa. Evitar pensar, sin importar cuán conveniente y ahorrador de tiempo pueda ser, intelectualmente negligente y moralmente irresponsable. El Papa Benedicto XVI ha dado un poco de difusión popular a la frase, “la dictadura del relativismo”. El verdadero relativista (si pudiera haber alguno), no debería tener nada que imponer a nadie. Sería totalmente deferente y completamente respetuoso, incluso respecto a opiniones que estuvieran en contradicción con la suya. El hecho de que los relativistas puedan aspirar al papel de dictadores es una buena indicación de que es imposible que alguien se deshaga por completo de sus conexiones con la realidad. Al antiguo sofista Pirrón de Elis, que tenía fama de no estar seguro de nada, se le vio una vez huyendo de un perro rabioso. Los transeúntes ridiculizaron su comportamiento que, obviamente, iba en contra de su filosofía. La humilde respuesta de Pirrón transmitió una verdad ineludible: “Es difícil alejarse por completo de la naturaleza”. Algo es relativo cuando corresponde a dos puntos fijos. Entre la realidad de una mujer y su hijo se encuentra la relación de madre e hijo. La mujer es la madre del niño, y él es su hijo. Están relacionados entre - 13 -


sí. Mortimer Adler, un filósofo tomista que ingresó a la iglesia a los 90 años, habría respaldado sinceramente el compromiso de ayudar a aprender cómo pensar del Consejo Pontificio de la Cultura. Porque pensar correctamente conduce a la verdad, y la verdad es la única vía para la paz. En la que es quizás su obra más conocida, Cómo leer un libro, Adler reitera el punto validado por el tiempo de que las artes liberales son verdaderamente liberadoras porque liberan al estudiante a través de la razón y no de ésta. “El liberal que se libera a sí mismo de la razón”, escribe, “en lugar de a través de ella, se rinde ante el único árbitro de los asuntos humanos, la fuerza, o como Chamberlain lo llamaría, ‘el abominable arbitraje de la guerra’”.18 El hecho de que Adler reconozca que el relativismo conduce a la imposición de la fuerza, es perfectamente coherente con la repetida referencia del Papa Benedicto XVI respecto a la dictadura del relativismo. Si la gente no se mueve voluntariamente por la razón y la verdad, se moverá involuntariamente por el poder y la fuerza. EL RELATIVISMO Y LA DEMOCRACIA El título original del éxito editorial de Allan Bloom no fue tan atractivo como “El cierre de la mente moderna”, pero no fue menos preciso al capturar la tesis central del libro: “Cómo la educación superior le ha fallado a la democracia y ha empobrecido las almas de los estudiantes de hoy”. Bloom entendió que en el eterno orden de las cosas, una buena educación debe ser tanto el fundamento como la salvaguarda de la buena democracia. Por otra parte, una buena educación no descuida la importancia indispensable de la verdad y la virtud. En la medida en que suprimamos el papel de la verdad y la virtud en la educación, sufriremos como entidad política. El Papa Benedicto XVI ha reiterado el punto de que el relativismo ético no puede ser la base para la democracia, ni puede lograr la tolerancia y el respeto mutuos.19 A falta de personas virtuosas, 18

Mortimer J. Adler, Cómo leer un libro, Ed. Debate, Ex libris eltropical, trad. Flora Casas, Madrid, 2001. 19 Benedicto XVI, “La ley natural como fundamento de la democracia”, 5 de octubre de 2007, (www.zenit.org/article-25031?l=spanish). - 14 -


afirma, la democracia sucumbe ante los intereses totalitarios. Ve con mucho recelo que de este modo, el “relativismo también aparezca como el fundamento filosófico de la democracia”.20 El relativismo ético no puede ser el fundamento para una buena democracia, porque es esencialmente incapaz de proporcionar un modelo para la unidad o una inspiración para la decencia. Tampoco puede servir como fundamento, ni para la tolerancia ni para respeto mutuo. El célebre sociólogo de Harvard, Gordon Allport, trabajó en su estudio clásico, La naturaleza del prejuicio, después de la Segunda Guerra Mundial. Fue un período de gran desempleo y hambre generalizada en todo el mundo civilizado, que se vio afectado aún más por el cinismo dominante y la aprensiva inseguridad. No era un clima en el que la gente estuviera ansiosa por abrazar el ideal democrático. Por el contrario, era una época en la que la gente cayó presa de los demagogos demasiado deseosos de envolverla en el manto pseudoproteccionista del totalitarismo. En tiempos de incertidumbre, la gente suele elegir, no el ideal moral, sino la solución rápida a sus necesidades inmediatas. “Para el mundo occidental “, escribió Allport, un hombre que no emplea las palabras de manera imprudente: “fue un error letárgico creer que la ideología democrática, derivada de la ética judeocristiana y reforzada por los credos políticos de muchas naciones, se extendería gradualmente a todo el mundo”.21 “Ahora nos damos cuenta de que la democracia”, continúa Allport algo melancólicamente, “representa una carga para la personalidad a veces demasiado pesada de soportar”. ¿Seguimos comprendiendo lo que Allport pensaba que la gente comprendía mejor que hace medio siglo? ¿Y qué necesita una persona para soportar una carga tan pesada? Aparentemente es algo que hemos olvidado. En una palabra, para el sociólogo de Harvard, es “la virtud”. “La persona con madurez democrática”, escribió, “debe poseer virtudes sutiles”.22 20

Pera y Ratzinger, op. cit., . Gordon W. Allport, La naturaleza del prejuicio Editorial Universitaria de Buenos Aires, trad. Ricardo Malfé, Argentina, 1971. 22 Ibid, 21

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Thomas Paine defendió el cultivo de la virtud en la época de la Revolución Americana. Recomendó a sus compatriotas que, “cuando planeamos para la posteridad, debemos recordar que la virtud no es hereditaria”.23 El ideal democrático ha demostrado ser menos exportable a países como Irak, Afganistán, e Irán, que las armas, el café, y las computadoras, ya que supone el cultivo de las muchas virtudes que se necesitan para hacer de la democracia una realidad práctica. No tiene sentido exportar lámparas a una nación que no tiene electricidad. Hace unos años, en un discurso ante las Naciones Unidas, el Papa Juan Pablo II reiteró que “la democracia requiere de sabiduría y virtud: se mantiene o se derrumba con las verdades que encarna y promueve”. En esta ocasión sin embargo (8 de octubre de 2002), el país que ocupaba el primer plano en la mente del Santo Padre no era una nación de Oriente Medio, sino el mismo Estados Unidos. En este sentido, el problema de la exportación de la democracia se vuelve aún más difícil. El problema inicial radica en la falta de predisposición de una nación para recibirla; el segundo problema consiste principalmente en la publicidad, y después en tratar de exportar un producto contaminado. Si Estados Unidos está perdiendo su afecto por la virtud, sobre todo las sutiles virtudes necesarias para la democracia, tales como el desinterés, el deseo de la verdad, la voluntad de trabajar, un agudo sentido de la justicia y el juego limpio, el respeto por el matrimonio y la familia y el respeto por Dios, significa que está perdiendo el control de su propio ideal democrático. No se pueda dar lo que no se tiene. Sin duda, la verdadera democracia es un logro digno. Nunca debemos olvidar que innumerables almas han luchado y muerto para evitar que perezca. Pero por el momento, subestimamos severamente lo mucho que exige en la difusión de la virtud moral, y lo fácilmente que puede disiparse cuando se da por sentada. El padre jesuita John Courtney Murray señaló que “los hombres [una vez] pensaron que la democracia era inevitable, ahora saben que es un logro, siempre precario”.24 23 24

Thomas Paine, El sentido común y otros escritos Ed. Tecnos. “La labor de la Iglesia Una,” discurso pronunciado en la cena de la Oficina Jesuita de Filipinas en la ciudad de Nueva York el 1º de diciembre de 1949. - 16 -


Exportar la democracia sólo puede tener éxito en la medida en que sus receptores hayan cultivado lo suficiente la virtud para que puedan asumir sus cargas y trabajen para verla prosperar. Estados Unidos puede haber olvidado algo de su propia historia. James Madison una vez declaró: “Suponer que cualquier forma de gobierno asegurará la libertad o la felicidad sin ninguna virtud en el pueblo, es una idea quimérica”.25 La democracia es algo viviente, y como tal, debe alimentarse continuamente y ejercerse vigorosamente. En el ámbito de la política, la primera preocupación de Estados Unidos debería ser su propia democracia, y la virtud moral es el elemento vital de esta salud. EL RELATIVISMO Y LA LEY NATURAL En octubre de 2007 el Papa Benedicto XVI dijo a los miembros de la Comisión Teológica Internacional que el derecho natural debe ser el fundamento de la democracia, por lo que a aquellos que se encuentran en el poder no se les da la oportunidad de determinar lo que es bueno o malo. Por supuesto, nosotros, los seres humanos, no podemos “determinar” lo que es bueno o malo en el sentido estricto del término. Nuestro destino es el de “descubrir”, más que de determinar. Hay una vieja canción de la película La dama y el vagabundo, de Walt Disney, en la que dos gatos presentan sus respetos a la rigurosa continuidad del orden natural de las cosas: “Somos siameses si te parece bien. Somos siameses si no te parece bien”. Ser un gato siamés es una realidad que se establece de forma independiente de la opinión externa. Los felinos orientales de Disney no son relativistas en ningún sentido. Saben quiénes son realmente y no les importa lo que otras personas puedan pensar o decir. Los gatos nunca dejan de ser quienes son. Ilustran la máxima de que el orden de nombrar siempre debe cumplir con el orden de ser. Hay ciertos bienes que para la democracia son tan esenciales como para un gato siamés es ser siamés. Incluyen, como enumera el Papa Benedicto, “la dignidad humana, la vida humana, la institución de la 25

Observación realizada en la Convención de Virginia para ratificar la Constitución de Estados Unidos, 16 de junio de 1788. - 17 -


familia y la equidad del orden social”. Estos elementos esenciales, dice, han sido ensombrecidos, por lo que “el escepticismo y el relativismo ético” amenazan con socavar los cimientos de la democracia y un orden social justo. Prevalece la creencia errónea de que el relativismo ofrece tolerancia.26 La verdad sin embargo, es que el relativismo deja a las personas vulnerables ante quienes tienen el poder para que determinen lo que quieren ser. De este modo, a los humanos no natos se les denomina simplemente “tejido”, mientras que de las personas incapacitadas, se dice que están en “estado vegetativo”. Al apelar a la ley natural, el Papa afirma una rica tradición filosófica. Al declarar que la ley natural es “la norma escrita por el Creador en el corazón del hombre”, no está siendo teológicamente limitado, sino filosóficamente extenso. Es una tradición que abarca el pensamiento de Cicerón, los estoicos, los grandes moralistas de la antigüedad, así como los grandes dramaturgos. Antígona, la heroína epónima de la obra de Sófocles, apela a su rey para que honre el “código inmutable no escrito del Cielo”. De acuerdo con Jacques Maritain, Antígona sigue siendo “la eterna heroína de la ley natural”.27 La ley natural puede ignorarse, omitirse, contradecirse o malinterpretarse, pero no puede cambiarse o romperse. Tiene sus raíces en lo que somos como seres humanos, teniendo en cuenta nuestra inclinación natural a actuar de acuerdo con lo que contribuye con nuestra realización y felicidad. Tal vez es Jacques Maritain quien lo ha expresado con mayor precisión y de manera más concisa, cuando habla de “un orden o disposición que la razón humana puede discernir y de acuerdo al cual la voluntad humana debe actuar con el fin de adaptarse a los fines necesarios del ser humano. La ley no escrita, o la ley natural, no es más que esto”.28 Santo Tomás de Aquino señala en el Primer Libro de su Suma Teológica que hay dos sentidos en los que se dice que algo es natural. El primero es una cuestión de necesidad, como el movimiento ascendente 26

Benedicto XVI, op. cit. Jacques Maritain, Los derechos del hombre y la ley natural: Cristianismo y democracia, Ediciones Palabra, Madrid, 2001. 28 Ibid, 61. 27

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del fuego.29 El segundo es una inclinación que, con el objetivo de cumplir con su fin, requiere del descubrimiento de la razón y de la afirmación de la voluntad. Aquino afirma a continuación que en este sentido, el matrimonio y la vida política ejemplifican la ley natural. En consecuencia, existe una diferencia importante entre las “leyes de la naturaleza” que operan por necesidad, y la “ley natural” que requiere del uso de la razón y de la aprobación de la voluntad. Se podría decir que todo el drama de la historia del hombre radica en si prestará o no atención a la ley natural o intentará en vano vivir por sus propias prerrogativas. Por lo tanto, Benedicto XVI no exagera este punto cuando dice: “El avance de los individuos y de la sociedad en el camino del verdadero progreso depende del respeto a la ley moral natural, de conformidad con la recta razón, que es la participación en la razón eterna de Dios”.30 Benedicto XVI, Papa y teólogo, hace, irónicamente, un llamado políticamente más democrático que lo que se dice democrático en la mayoría de las políticas de hoy. Aconseja a todos que es mucho mejor vivir de acuerdo con nuestras inclinaciones naturales que relativizar con los valores reales, naturales, y delegando a algunos el poder de gobernar, no con sabiduría, sino como lo deseen. Al afirmar este punto, reitera la doctrina del Concilio Vaticano II: “La Iglesia Católica es por la voluntad de Cristo, el maestro de la verdad, y su misión consiste en anunciar y enseñar auténticamente la verdad, que es Cristo, y al mismo tiempo declarar y confirmar con su autoridad los principios de orden moral que fluyen de la misma naturaleza humana”.31 EL RELATIVISMO Y LA CULTURA DE LA MUERTE En su encíclica, Evangelium Vitae (El Evangelio de la vida), El Papa Juan Pablo II pregunta cómo se produjo lo que él llama la “cultura de la muerte”. Un factor que contribuye a ésta y que menciona, es “la profunda crisis de la cultura, que engendra escepticismo en los 29

Suma Teológica, I, Q. 41, 1. Benedicto XVI, op. cit. 31 Dignitatis Humanae 14. 30

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fundamentos mismos del saber y de la ética”.32 El escepticismo es la actitud de incertidumbre que engendra el relativismo como su lógica expresión filosófica. Podría decirse que el escepticismo es el padre del relativismo, la “mala semilla”. En Jesús de Nazaret, el Cardenal Ratzinger lamenta una vez más “la relativización de los valores éticos”,33 pero también señala cómo “tomar placer sin restricciones en la vida...conduce directamente a la cultura de la muerte”.34 El escepticismo y el relativismo no son amigos de la verdad. Cuando la verdad se elimina de la ecuación, se da la bienvenida y se otorga un lugar establecido a las ideas nocivas que contribuyen directamente a la cultura de la muerte. El relativista estricto, como hemos venido señalando, sostiene que las ideas no están visiblemente arraigadas a la verdad. Un corolario lógico de este principio es que todas las ideas son iguales. Por lo tanto, un igualitarismo radical de las ideas es un resultado directo de tal relativismo epistemológico. Podría decirse que todas las ideas son iguales en la medida en que son ideas. Pero no puede sostenerse que todas son iguales en la medida en que son igualmente comparables con la verdad. Antes de que se conozcan los hechos, todas las apuestas en la pista no son más que conjeturas. Pero cuando se lleva a cabo la carrera y se conocen los resultados, la verdad sustituye a las conjeturas. A un apostador nada les gustaría más que conseguir una copia del diario de mañana para conocer al ganador antes de la carrera. Así también, a un filósofo gustaría aprender cómo diversas ideas se relacionan con la verdad. La idea ganadora es la idea que se correlaciona con la verdad. En la oscuridad, todas las conjeturas son iguales. Pero a la luz, el conocimiento nace, y las conjeturas, al igual que la misma oscuridad, se disipan rápidamente. Hay una llave diseñada para abrir una cerradura. Sabemos que la llave correcta abrirá la puerta, mientras que las llaves incorrectas no lo 32

Evangelium Vitae 11. Cardenal Joseph Ratzinger, Jesús de Nazaret, trad. Carmen Baz Álvarez, Ed. La esfera de los libros, Madrid, 2007. 34 Ibid, 100. 33

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harán. No tenemos ningún reparo en diferenciar entre la llave correcta y la incorrecta. Y al igual que una llave abre la cerradura mientras que otras no lo hacen, algunas ideas reflejan la verdad, mientras que otros no tienen ninguna relación real con ella. Por lo tanto, respecto a sus grados de conmensurabilidad con la verdad, algunas ideas son correctas, mientras que otras son incorrectas. Los libros de Mortimer Adler, Seis grandes ideas y Diez errores filosóficos, ilustran este punto. Hay relativamente pocas grandes ideas; el número de ideas que no tan grandes es inestimable. La filosofía, por supuesto, se inspira en el amor a la sabiduría, y corresponde a la sabiduría distinguir entre las ideas que son correctas y las que no lo son. Cuando hablamos de una mala idea, agregamos a una idea incorrecta la noción de repercusión práctica negativa. Así, la noción de que el hombre no es más que material es una mala idea, puesto que la aplicación de los resultados al tratar a un ser que, en verdad, posee espiritualidad y dignidad, como si fuera solo una cosa y por lo tanto, fuera inadecuado, abusivo e injusto. Con el fin de lidiar adecuadamente con el hombre, es imprescindible comprenderlo en su verdad. El humanismo relativista se convierte inevitablemente en falso humanismo. El verdadero humanismo debe basarse en la verdad del hombre. La siguiente es la elaboración de cuatro malas ideas. Estas ideas fueron seleccionadas por el importante papel que han desempeñado en el establecimiento de la Cultura de la Muerte que invade al mundo contemporáneo. La realidad de la verdad, a veces difícilmente a nuestro alcance, anula cualquier base de relativismo. Las ideas no son iguales. Más aún, como lo explicó Richard Weaver de manera adecuada y elocuente en su libro, Las ideas tienen consecuencias, se paga un precio o se obtiene un beneficio como resultado directo de todas las ideas que se ponen en práctica. La obra de Marion Montgomery, The Truth of Things: Liberal Arts and The Recovery of Reality, (La verdad de las cosas: las artes liberales y la recuperación de la verdad), reitera y refuerza el mismo punto. - 21 -


En Arquitectos de la cultura de la muerte,35 Benjamín Wiker y yo presentamos a una amplia variedad de pensadores, 23 en total, que han representado un papel importante en la construcción de la actual cultura de la muerte. Aquí, nos concentraremos más en los tabiques que en los constructores, en las ideas más que en los ideólogos, en las malas ideas que descienden de un relativismo permisivo. Son, respectivamente: 1) La voluntad como absoluto 2) La sociedad como perfectible 3) El placer como supremo y 4) La adversidad como insoportable. La voluntad como absoluto Cuando la voluntad se vuelve absoluta, la razón se vuelve impotente. El mundo en el que reina la voluntad en ausencia de la razón es absolutamente terrorífico, porque no puede haber ninguna defensa racional contra la voluntad desatada. El primer filósofo en describir la voluntad de manera tan terrorífica fue Arthur Schopenhauer (1788-1860). A lo largo de la historia de la filosofía, que se remonta a Platón y está reforzada por la tradición judeocristiana, los filósofos veían la realidad como inteligible a la razón humana. Por el contrario, Schopenhauer creía que el núcleo de la realidad es la voluntad, “un incesante y ciego impulso”.36 “La voluntad es la cosa en sí, la esencia del mundo, el contenido interno, la esencia del mundo”.37 Es el “ser primordial” (Urwesen), la “fuente primordial” de lo que es (Urquelle des Seinden) principal motor de toda actividad. No tiene ningún objetivo fuera de sí misma y su acción es gratuita. Se encuentra en todas partes: en la fuerza de la gravitación, la cristalización de las rocas, los movimientos de las estrellas y los planetas, los apetitos de los animales irracionales, y la voluntad de los hombres. Esta fuerza de Schopenhauer, tan difícil de manejar y tan penetrante, se manifiesta en la naturaleza. Es inútil para un individuo 35

DeMarco Donald y Wiker Benjamín, Arquitectos de la cultura de la muerte Trad. Carlos Fidalgo Gallardo, Ed. Ciudadela. 36 Arthur Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación. Editorial Porrúa - México, 1987. 37 Ibid, - 22 -


luchar contra esta fuerza, ya que no tiene ningún respeto por él y tiende a su destrucción final. La naturaleza, la encarnación de la voluntad, está destinada a destruir el mismo ser que crea con su voluntad. El impacto de Schopenhauer sobre la modernidad, especialmente en lo que respecta a disociar la razón de la voluntad, es inestimable. De acuerdo con Thomas Mann, “Schopenhauer, como psicólogo de la voluntad, es el padre de toda la psicología moderna. A partir de él se ejecuta la línea, pasando por el radicalismo psicológico de Nietzsche, directamente a Freud y a los hombres que construyeron la psicología del inconsciente y la aplicaron a la ciencia de la mente”.38 Karl Stern sostiene que, “se puede trazar una descendencia directa de la irremediable ‘Voluntad” sin razón de Schopenhauer a esa incomprensible fase de locura en este siglo que casi logró destruir el mundo”.39 Sin embargo, la “locura” parece que no disminuye. Para Nietzsche, quien leyó con avidez a Schopenhauer, se convierte en la voluntad de poder. Para Freud, se aloja en el poder instintivo de la líbido. Wilhelm Reich la ubica en el “núcleo irracional del deseo sexual”. Sartre la encuentra en todas partes en la naturaleza y la experimenta en forma de “náusea”. A Madame de Beauvoir le repugna la forma en que “la mujer es sofocada biológicamente”, y la hace su presa fácil. Elisabeth Badinter pretende huir de su “opresión” escapando hacia un “ego absolutizado”. Schopenhauer es el padre de un legado de filosofía moderna conocida como “la irracionalidad vitalista”.40 Se trata de un legado, de esencia maniquea, que reacciona con horror ante la presencia de la naturaleza, la herramienta irracional de una despiadada voluntad. Existe una línea directa a partir de Schopenhauer hacia la actitud de la voluntad sin razón que reside en el corazón del movimiento proelección. Judith Jarvis Thomson, cuyo ensayo, “Una defensa del

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Rhomas Mann, El pensamiento vivo de Schopenhauer, Editorial Losada, Argentina, 1946. Karl Stern, The Flight From Woman (New York: Farrar, Straus & Giroux, 1965), 22. 40 Cornelio Fabro, God in Exile: Modern Atheism, trans. Arthur Gibson (New York: Newman Press, 1989), 872. 39

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aborto”,41 es el más reeditado, no solo acerca del tema del aborto, sino de toda la filosofía contemporánea, es descendiente directa de Schopenhauer. Compara el embarazo con una invasión de “semillas de gente”, un niño que crece en proporciones gigantescas a un ritmo extraordinario, o con estar conectado en contra de su voluntad a los riñones de un violinista. El filósofo John T. Wilcox ve las nociones aterradoras de Thomson sobre el embarazo como comparables con un concepto de la naturaleza que es “demoníaco” y “malévolo”.42 Para Wilcox, Thomson se refiere a “la naturaleza como demoníaca, decidida a atraparte, que viola tus derechos cuando inocentemente te ocupas de tus asuntos”.43 La noción de voluntad como absoluto tiene un corolario igualmente preocupante en la forma de “libertad absoluta”. Esta última noción caracteriza el corazón de la filosofía de Sartre y ha tenido una influencia decisiva en muchos escritores, como Simone de Beauvoir y Ayn Rand. Para Sartre, el hombre es tan libre que ni siquiera es un hombre. Por lo tanto, “la existencia precede a la esencia”, ya que cualquier esencia constituirá una limitación de su libertad. “No hay naturaleza humana,” escribió, “ya que no hay Dios para concebirla”.44 Sin duda, la libertad sin limitaciones, no es realista. Pero cuando se ejerce tanto como se puede, con esta ilusión en mente, resulta destructiva. La sociedad como perfectible De vez en cuando se extiende la creencia de que puede construirse una sociedad perfecta, de que puede perfeccionarse al hombre imperfecto a través de medios imperfectos. El existencialista español José Ortega y Gasset afirmó que “una idea formulada sin otro objetivo

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Judith Jarvis Thomson, “Una defensa del aborto”, publicado en Debate sobre el aborto-cinco ensayos de filosofía moral, Ediciones Cátedra, SA, Madrid, 1992. 42 John Wilcox, “Nature As Demonic,” The New Scholasticism, Vol. LXIII, winter 1989, 475. 43 Ibid, 44 Jean-Paul Sartre, El existencialismo es un humanismo, Ed. UNAM, México, 2006. - 24 -


que el de perfeccionarla como idea, aunque pueda entrar en conflicto con la realidad, es precisamente lo que se llama utopía”. Existen en el mundo moderno dos pensadores utopistas enormemente influyentes que creyeron apasionadamente que el estado no existe para el hombre, sino que el hombre existe para el estado. Estos utopistas, Karl Marx (1818-1883) y Augusto Comte (1798-1857), eran radicalmente diferentes en su manera de ver los medios que deben emplearse con el fin de hacer realidad sus sueños utópicos. Para Marx, la violencia es inevitable. “Cuando llegue nuestro turno”, escribió, “no vamos a ocultar nuestro terrorismo”.45 Comte, un ingenuo sentimentalista, creía que podía explotar los sentimientos de la gente sobre el amor. “El amor es mi principio, el orden es mi base, el progreso mi objetivo”, escribió.46 Ni Marx ni Comte creían en Dios ni en la dignidad de la persona individual. Para Marx, los individuos son absorbidos por una clase. En El capital escribe, “sólo nos referimos a las personas en cuanto a personificación de categorías económicas, como representantes de determinados intereses y relaciones de clase”. Una clase especial, la “clase dominante” estaba en guerra con otra clase especial, la “clase obrera”. Las clases eran homogéneas y estaban comprometidas en una lucha dialéctica necesaria con las clases contrarias. La lucha de clases, la violencia y la revolución eran necesarias. Respecto a la democracia, Marx sostuvo que “el concepto democrático del hombre es falso, porque es cristiano”.47 Comte, que detestaba las religiones tradicionales, postuló una nueva religión del positivismo en la que los “esclavos de Dios” se transformarían en los “siervos de la humanidad”. “Que no se permita disimular el hecho”, escribe Comte, “de que hoy los funcionarios de la Humanidad están expulsando a los siervos de Dios”.48 Comte trabajó 45

Citado en Robert Payne, El desconocido Karl Marx , trad. Pilar Giralt Gorina, Ed. Bruguera, Barcelona, 1975. 46 Augusto Comte, El catecismo positivista, Editora Nacional, Madrid, 1982. 47 Karl Marx, El capital, FCE, México, 1959. 48 Auguste Comte, Lettres inedites a C. de Blignieres (Paris: (1932, 735). - 25 -


incansablemente y durante mucho tiempo en el diseño de su “física social”, según la cual sus seguidores se someterían a él ciegamente como su dictador supremo. Tuvo la visión de las almas desinteresadas que no tienen derechos personales y adoran a la Humanidad misma. Ni Marx ni Comte comprendían la unidad de la persona humana. La veían como mero alimento para la colectividad, carente de alma, desprovista de todo significado individual. Como creían que el estado era más importante que el alma individual, ambos emplearon, aunque a través de técnicas radicalmente distintas, un método procusteano en el vano intento de hacer que el hombre imperfecto encajara en el molde de lo que creían era una idea perfecta. Los resultados, como lo ha demostrado la historia, han sido desastrosos. El hombre no puede encontrar la felicidad y la realización al mismo tiempo que niega el carácter único e integrado de su propia personalidad. El placer como supremo Wilhelm Reich (1897-1957) estudió medicina en la Universidad de Viena. En 1922, Freud lo eligió como primer médico asistente para su recién creado Policlínico Psicoanalítico. También fue un ávido estudiante del marxismo. En 1930, abandonó su Viena natal y se trasladó a Berlín, donde se convirtió en un activo miembro del Partido Comunista Alemán. Su afecto hacia Freud y Marx no fue óbice para la crítica reflexiva. Sabía que Freud carecía de teoría política y que Marx carecía de teoría psicológica. También estaba convencido de que la sociedad estaba enferma y era injusta. Quería, por eso, proporcionarle una gran terapia que no sólo curaría a los individuos de sus aflicciones personales, sino que también sanaría a la sociedad de sus propias patologías sociales. Para ello, entendió que era necesario combinar el freudismo con el marxismo en una única teoría terapéutica, que le permitiría liberar al individuo de sus represiones a la vez que a la sociedad de sus inhibiciones culturales. De este modo fue como Reich se convirtió en el primer freudomarxista del mundo. Al darse cuenta de que ni Freud ni Marx - 26 -


podrían por sí mismos proporcionar la terapia omnicomprensiva que el mundo necesitaba, acabó siendo expulsado tanto de los círculos freudianos como de los marxistas. Sin embargo, eso no impidió a Reich sentirse cautivado por la grandeza y el alcance de su propia revolución y acusó a freudianos y marxistas de ser demasiado tímidos para ponerse en acción. “No cabe duda alguna”, exclamaba, “de que la revolución sexual está en marcha, y de que ningún poder en el mundo la detendrá”. La revolución que Reich concibió era mucho más radical que la de cualquier marxista. Su guerra contra la represión fue más lejos que la de cualquier freudiano. Su objetivo era derribar toda represión, toda marca cultural y social, toda forma de autoridad, de modo que pudiera llevarse a cabo una revolución total de la que surgiera el verdadero ser humano, pleno y limpio. Para conseguirlo, debían eliminarse todos los rastros de lo que Freud llamaba el “superego”. Al respecto, Reich veía a la “conciencia” como la primera “tirana”. Con la disolución de la conciencia, también desaparecería la moral, así como toda voz persistente de autoridad. Al eliminar lo anterior, ¿qué podría permanecer en pie? Para Reich, eran los “impulsos biológicos primarios” del hombre, la roca firme que yace en su núcleo “profundo y natural”. Jean-Jacques Rousseau sostenía que la fuente de todo mal era la civilización. Rechazó toda noción cristiana del pecado original por considerarla una “blasfemia”. Para Rousseau, el hombre encontraría la bienaventuranza en un estado primitivo de inocencia. Rousseau tuvo una profunda influencia, no sólo en los “flower children” de los años sesenta, sino también en Reich. Pero Reich fue más allá: para él, el pecado original no era sólo el miedo de sí mismo, era, además y sobre todo, el impulso erótico, un instinto que está en un nivel mucho más profundo que la personalidad o la comunidad. El hombre comienza a “protegerse” frente a sí mismo en el momento en que comienza a pensar. “Pienso, luego soy neurótico” se convirtió en el lema antiintelectual con el que Reich se identificaba. Temía que el acto de pensar pudiera dividir al individuo, separando el pensamiento del cuerpo a expensas de sus impulsos primarios. Pensar, por lo tanto, era una enfermedad. El personaje ideal para Reich era el individuo sin - 27 -


miedo y sin conciencia, que ha “satisfecho sus más intensas necesidades libidinosas aún arriesgándose al ostracismo social”. Reich, quien, en el intento por hacer supremo el placer tuvo que exorcizar al pensamiento, terminó como la caricatura de un hombre libre. Murió en una prisión federal mientras cumplía una condena de dos años por estafar al público estadounidense, después de que el psiquiatra de la prisión lo diagnosticara paranoico. El hombre que intentó liberar a las personas a través de una preocupación exclusiva por el placer, terminó su vida encarcelado y sufriendo de delirio de persecución. La adversidad como insoportable Tres figuras contemporáneas han estado a la vanguardia de la promoción de la eutanasia. Se trata de Peter Singer (1946 -), Derek Humphry (1930 -), y Jack Kevorkian (1928 -). Singer es el pensador, Humphry el publicista, y Kevorkian el verdugo. Juntos, este trío representa los tres flancos de un movimiento consagrado a la noción de que la muerte es una elección racional cuando la vida llega a ser problemática. En su libro, Repensar la vida y la muerte: El derrumbe de nuestra ética tradicional, Singer señala que “después de regir nuestros pensamientos y nuestras decisiones sobre la vida y la muerte durante aproximadamente un milenio, la ética tradicional occidental se ha derrumbado”.49 La antigua y desaparecida ética se basa en la “santidad de la vida”. La nueva ética que Singer propone se basa en “la calidad de vida”. Mientras que la “santidad de la vida” lleva consigo la prohibición, “no matarás”, la nueva ética, más flexible, establece, “quítate la vida si crees que se ha vuelto demasiado problemática”. Defendiendo esta noción, el periodista y publicista Humphry afirma que “estamos tratando de revertir 2,000 años de tradición

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Peter Singer, Repensar la vida y la muerte, El derrumbe de nuestra ética tradicional, Ed. Paidos Ibérica, Barcelona, 1997. - 28 -


cristiana”.50 Poniendo en práctica estas ideas, Jack Kevorkian, conocido como el “Dr. Muerte”, admite haber asistido la muerte de 130 seres humanos. La mayoría de sus víctimas no eran enfermos terminales. De hecho, algunos sufrían de alteraciones no más mortales que la soledad y la baja autoestima. El 27 de noviembre de 1998, ante millones de telespectadores que sintonizaron 60 Minutes, de la cadena CBS, Kevorkian inyectó a Thomas Youk, de 52 años, cloruro de potasio, poniendo así fin a su vida. Kevorkian fue acusado y condenado por asesinato en segundo grado. Ahora, después de cumplir una larga condena en prisión, está en libertad. Por asistir a estas “muertes misericordiosas”, Humphry elogió a Kevorkian como un “pionero valiente y solitario”.51 Singer, Humphry y Kevorkian tienen poco que decir acerca de cómo la gente puede hacer frente a la adversidad sin caer en la desesperación. Para ellos, la dignidad de la persona no significa nada. Es el “estado preferido” de la vida lo que cuenta para todo. Así, Singer puede declarar, con total naturalidad, “cuando la muerte del niño discapacitado da lugar al nacimiento de otro niño con mejores perspectivas de una vida feliz, la cantidad total de felicidad será mayor si se mata al niño discapacitado”.52 Por supuesto, es mejor ser feliz que ser menos feliz. Sin embargo, este punto no constituye una base para poner fin a la vida de una persona que tiene menos felicidad que la mayor felicidad hipotéticamente concebida de su posible sustitución. La ética debe centrarse en la persona, no en la cantidad de felicidad que una persona puede o no disfrutar. El sujeto que existe es el que tiene el derecho a la vida, y ni Singer, ni ninguna otra persona que emplee una “calculadora de felicidad relativa” puede expropiar ese derecho. Así como los utopistas pretenden que el individuo está subordinado al estado, los eutanasistas pretenden que el individuo está subordinado a un estado de bienestar. En ambos casos, rige la abstracción. La verdad del hombre como persona es que es a la vez 50

Derek Humphry, San Francisco Chronicle, 28 de agosto de 1972. Rita Marker, Deadly Compassion (New York: William Morrow, 1993), 166. 52 Peter Singer, Ética práctica Ed. Akal, trad. Rafael Herrera Bonet, Madrid, 2009 51

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individuo y miembro de la sociedad, y es capaz de cultivar la personalidad que le permita mantenerse firme ante las dificultades de la vida. CONCLUSIÓN El hombre es un solo ser. Es una unificación de cuerpo y alma, materialidad y corporeidad, razón y voluntad. Su vida es un compuesto de individualidad y comunidad, libertad y responsabilidad, placer y adversidad. Cuando el hombre se fractura y se le pide que funcione sin el uso de todos sus poderes orgánicos, se convierte en desvalido, herido y finalmente en incapacitado. Los elementos fundamentales para la cultura de la muerte no son más que los fragmentos de su personalidad. El castillo de naipes que construyó pronto se derrumbará, ya que inevitable. George Weigel, en su biografía de Juan Pablo II, Testigo de esperanza, estima el papado del Santo Padre como “un drama de un acto” que implica “la tensión entre diversos falsos humanismos que degradan a la humanidad que dicen defender y exaltar, así como el verdadero humanismo para el que la visión bíblica de la persona humana es un poderoso testimonio”.53 Los falsos humanismos se basan en malas ideas, es decir, en ideas que truncan al hombre, que lo fraccionan en menos de lo que es. El hombre es más que los fragmentos de su existencia, donde se aísla cada uno de los fragmentos. La voluntad no debe estar divorciada de la razón, la libertad no debe disociarse de la responsabilidad, la sociedad no debe ignorar a la persona individual, el placer no debe disociarse de la conciencia, y la adversidad debe enfrentarse con la virtud. En resumen, ninguna realidad puede separarse de su consecuente verdad. El relativismo, como hemos intentado dilucidar, representa el no saber enfrentar la verdad, particularmente la verdad del ser humano 53

George Weigel, Testigo de esperanza,Plaza & Janés, trad. Patricia Antón, Jofre Homedes y Elvira Heredia, Barcelona, 1999. - 30 -


como persona. Deja de lado lo que, por naturaleza, es primario, es decir, el hombre como un buscador de la verdad y un constructor de civilización. Asimismo, omite el plano e intenta construir una casa que no puede sostenerse. El colapso de esta casa nos deja con una cultura de la muerte. La cultura de la muerte que nos rodea plantea un enorme desafío para los cristianos. Y, sin embargo, es el cristianismo el que posee la única solución al problema actual. Christopher Dawson nos ofrece el rayo de esperanza que necesitamos cuando nos recuerda nuestra herencia rica y redentora: Sin importar cuán secularizada pueda llegar a ser nuestra civilización moderna, esta tradición sagrada sigue siendo como un río en el desierto, y una educación religiosa genuina todavía puede utilizarla para regar las tierras sedientas y para cambiar la faz del mundo con la promesa de una nueva vida. El gran obstáculo es el fracaso de los cristianos para comprender la profundidad de esta tradición y las inagotables posibilidades de la vida nueva que contiene.54

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Christopher Dawson, Hacia la comprensión de Europa, trad. Esteban Pujals, Ediciones Rialp, Madrid, 1953. - 31 -


LECTURAS RECOMENDADAS Paul Johnson, “Un mundo relativista” en Tiempos modernos, Homo Legens, Madrid, 2007. Karol Wojtyla, Amor y responsabilidad: estudio de moral sexual, Ed. Caparrós, Madrid, 2002. Henri De Lubac, The Splendor of the Church. trans. Michael Mason (San Francisco: Ignatius Press, 1986). Jacques Maritain, Humanismo integral, trad. Alfredo Mendizábal, Ediciones Palabra SA, Madrid, 1999. Joseph Cardinal Ratzinger, Europe Today and Tomorrow: Addressing the Fundamental Issues, trans. Michael J. Miller (San Francisco: Ignatius Press, 2002). Donald DeMarco, The Integral Person in a Fractured World (Dallas: Catholics United for the Faith, 2001). Christopher Dawson, La crisis de la educación occidental, trad. Esteban Pujals, Ed. Arbor, Madrid, 1953. G. K. Chesterton, Ortodoxia, Editorial Alta Fulla, Barcelona, 2000. Etienne Gilson, El filósofo y la teología, trad. Gonzalo Torrente Ballester, Ed. Guadarrama, Madrid, 1962. Thomas Langan, The Catholic Tradition (Columbia, MO: University of Missouri Press, 1998).

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ACERCA DEL AUTOR El Dr. Donald DeMarco es miembro de la Academia Pontificia para la Vida, miembro fundador de American Bioethics Advisory Commission y editorialista de diversas publicaciones. Actualmente es Profesor Adjunto en la Universidad Holy Apostles College & Seminary en Cromwell, Connecticut y Mater Ecclesiae College en Greenville, Rhode Island. Dr. DeMarco es autor de innumerables artículos tanto académicos como para el público en general, y de 21 libros, incluyendo Arquitectos de la cultura de la muerte, que ha sido traducido al español, al croata y al estonio. Un libro anterior, The Heart of Virtue, fue traducido al coreano y actualmente se traduce al italiano. Su último libro (en colaboración con el Padre Bill McCarthy) es How to be Virtuous in a Not-So-Virtuous World (diciembre de 2007). El Dr. DeMarco ha realizado presentaciones en todas las provincias canadienses y en la mayoría de los estados al sur de la frontera. Regularmente escribe para diversas publicaciones. El Dr. DeMarco vive en Kitchener, Ontario, con Mary, su esposa. Tiene cinco hijos y seis nietos.

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