Revista La Fragua, forjando realidades construyendo sueños.

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LA FRAGUA

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debes asegurar la protección de tus colegas. Porque van a ir contra ellos también. -Lo sé, tienen que saber qué hacer cuando yo tome el control de la empresa. Estaba pensando en desvincularme de ellos, pero eso solo lo hará peor. El problema, y Oliver lo sabía muy bien, era que resultaba contraproducente que Valentine tomara el control de la empresa y además fuera público que aún era la líder de la organización anarquista más peligrosa de los alrededores. -Juntémonos a hablar de esto, se me acabaron las monedas. Oliver le aseguró a Valentine que era seguro encontrarse casualmente en cierto punto de la ciudad, para luego ir a su departamento, y así tener una conversación detallada con el pequeño grupo de anarquistas que habitaban ahí. Una vez que ellos tuvieran las instrucciones, no sería un problema que todas las personas que colaboraban para Valentine se enteraran de ellas. De hecho, Oliver prefería un millón de veces tener a todos los revolucionarios de la ciudad de su lado, en vez de estar solo; especialmente ahora que alguien, fuera de la guardia civil, estaba tras la pista de Valentine. Le quedaba una hora antes de volver a reunirse con ella, así que compró un diario en el negocio más cercano y se buscó un banco vacío en la plaza del centro de la ciudad, una de las pocas que seguían siendo usadas por las personas para sus paseos. El diario solo tenía un pequeño párrafo refiriéndose a su caso, asegurando que el cuerpo de Oliver debía estar entre los escombros, y que se hacía lo posible por encontrarlo pronto; el resto de las noticias daban vueltas en torno temas de poca importancia, menos una, que llamaba mucho la atención con el abrupto título “Caos mortal en el metro”, antepuesto a dos fotos de la escena del crimen, uno de la víctima mortal, y otra del que había causado el caos en un primer lugar; el asesino se había negado a dar testimonios, ni siquiera había asegurado ser inocente. “Un inquebrantable silencio” Así lo definía el periodista, quien también se refería a los testimonios de los testigos con la misma nota de misterio. “(…) todos aseguran haber visto a otra persona involucrada, y aunque ninguno logró ver con claridad lo que había pasado, las autoridades le dan la responsabilidad del estado grave del asesino a esa persona; tal vez un cómplice disconforme, la víctima real, es imposible saberlo (…)” Valentine se había librado con suerte, y Oliver se preguntaba… ¿sería él capaz de escapar de una situación así? Probablemente no. Entonces recordó algo… algo que debía haber hecho hace un largo tiempo.

Año I, N° 4 - 2011

Oliver se puso de pie, dejando el periódico en el banco, y se dirigió con paso decidido a hablar con un viejo empleado. Era algo que debía dejar claro, incluso si hacía peligrar la mentira de su muerte. … Cuando alguien de confianza te asegura que cumplirá su trabajo, le crees. Cuando al día siguiente, te llega la noticia de que lo atraparon y de que además no cumplió… empiezas a cuestionar a toda tu gente de confianza. Sí, eso le pasaba a la joven que en esos momentos estaba sentada en las escaleras de la entrada de un enorme edificio de oficinas. Cuál era el resultado de ser tan confiada: Haber acabado sin acciones en la compañía de su padre, robarle a su hermano todo lo posible por medio de transacciones adulteradas por sus contactos en bancos, vivir con miedo por la posibilidad de ser atrapada, y por supuesto, ahora ocurría esto. Podían culparla de ser el cerebro tras un asesinato. Ana intentó calmarse antes de ponerse de pie y subir por las escaleras. Solo recordaba una instancia en la que había estado igual de nerviosa; después de la muerte de su padre, esperando un milagro para que el testamento la beneficiara, pero en el fondo, sabía que no era así. Era lo mismo ahora, se decía que todo estaba bien, pero estaba claro que iba a tener que fabricarse ella misma el milagro esta vez, para lograr salir de los problemas en los que estaba hasta el cuello, sobre todo después de la muerte de su hermano, Ana sabía que el testamento esta vez tampoco la dejaría en un buen lugar. Tal vez Oliver había sido demasiado débil toda su vida, era eso, o tenía serios trastornos de atención; porque había que estar en otro planeta para no notar la ridícula cantidad de dinero que se colaba por entre las numerosas transacciones que hacían sus empleados. Ana siempre sospechó que su hermano sabía la verdad, pero la dejaba tranquila para que no le fuera a armar berrinches a sus oficinas; y es que, aunque de vista él pareciera de lo más común, resultaba ser un intelectual incorregible. Toda su adolescencia se la había pasado tragando libros, haciendo pruebas especiales y siendo promovido a cursos mayores; era por eso que su padre lo había preferido a él para quedarse con la totalidad de la empresa, ella nunca había sido una buena estudiante. Ana se internó en el edificio con semblante serio y sin intercambiar palabras con los recepcionistas, se dirigió a los ascensores y subió al cuarto piso, tratando de ignorar a las demás personas que subían con ella; no fuera a ser que alguien la reconociera. Una vez arriba, buscó sin demora la puerta que necesitaba y golpeó prudentemente. Un hombre diminuto, vestido de oficinista salió a su encuentro;

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