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seguro de lo que estaba diciendo. —¿Después de todo lo que hemos visto hoy? —preguntó retóricamente Sophie—. No lo creo. Estamos en el interior de un árbol. Un árbol de tal tamaño que sería capaz de albergar a todo el campus universitario de San Francisco. Un árbol tan ancestral que, al compararlo con la secuoya roja de las Montañas Blancas, aquél parece que haya sido recién plantado. Todo lo que nos rodea está hecho de materiales naturales. —Entonces cogió aire y miró a su alrededor—. ¿Crees que aún está vivo? Josh sacudió la cabeza. —Imposible. Le han vaciado todo el interior. Quizá, años atrás, estaba vivo, pero ahora es como una vulgar concha. Sophie no estaba tan segura. —Josh, en esta habitación no hay nada que pertenezca al mundo moderno, ni tampoco nada artificial, es decir, no hay metal, ni plástico, ni papel... todo parece haber sido tallado a mano. Ni siquiera hay velas o lámparas. —Tardé unos instantes en darme cuenta de qué eran esos tarros llenos de aceite —comentó Josh. Sin embargo, no le confesó a su hermana que había estado a punto de ingerir el líquido pues éste desprendía una esencia dulce de frutas. Afortunadamente, Josh adivinó de qué se trataba cuando al fin advirtió la mecha que flotaba en el líquido. —Mi habitación es idéntica a la tuya —continuó Sophie mientras volvía a alzar su teléfono móvil—. Mira, no hay cobertura y además, fíjate, la batería se está agotando a una velocidad extraordinaria. Entonces, Josh acercó su cabeza a la de su hermana melliza de forma que ambas cabelleras rubias se entrecruzaron y observó atentamente la pantalla. El indicador de batería, situado en el lado derecho de la pantalla, estaba agotándose poco a poco. —¿Crees que por eso mi iPod también se ha descargado? —preguntó Josh mientras extraía el aparato de su bolsillo trasero—. Esta mañana tenía la batería llena. Y mi ordenador también ha muerto. Repentinamente, Josh miró su reloj y acto seguido alzó el brazo para enseñárselo a su hermana. La esfera de su reloj digital de estilo militar estaba como apagada. Enseguida Sophie desvió su mirada hacia su propio reloj. —El mío aún funciona —comentó sorprendida—. Porque es de cuerda —respondió a una pregunta que ninguno de los dos hermanos había formulado pero sí pensado. —Entonces, algo está agotando la energía —murmuró Josh—. ¿Quizá haya energía en el aire? Nunca había oído de algo que pudiera absorber la energía de las baterías de los aparatos electrónicos. —Es este lugar —interrumpió repentinamente Scathach, asomándose a la habitación. La Guerrera se había cambiado sus ropajes de estilo militar y de color negro azabache y la camiseta por unos pantalones de camuflaje en tonalidades verdes y marrones, por unas botas de pierna alta de combate y por una camiseta de tirantes también de camuflaje que dejaba al descubierto sus musculosos antebrazos. Ahora, llevaba una espada corta atada con una correa a su pierna y, apoyado sobre su hombro izquierdo, un enorme arco y un carcaj con flechas visibles por encima de su cabeza. Sophie observó que tenía un símbolo celta en espiral dibujado en el hombro derecho. Sophie siempre había ansiado tatuarse, pero su madre jamás se lo había permitido. —Habéis abandonado vuestro mundo y os habréis adentrado en un Mundo de Sombras —añadió la Guerrera—. Los Mundos de Sombras existen parcialmente en vuestro mundo y parcialmente en otro tiempo y espacio. La Guerrera permaneció en el umbral de la habitación. —¿No vas a entrar? —preguntó Sophie. —Tenéis que invitarme —respondió Scatty con una sonrisa un tanto tímida. —¿Invitarte? —repitió Sophie mientras se volvía hacia su hermano y alzaba las cejas a modo de interrogación.


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