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estado presente cuando el misterioso Abraham el Mago escribió el libro. Pero si la Raza Inmemorial, los dioses de la mitología y las leyendas, no podía rozar ni mirar hacia el libro, ¿qué era Abraham, su creador? ¿Habría sido un miembro de la Raza Inmemorial, un humano, o algo más, como por ejemplo un miembro de las muchas razas míticas que aún habitaban la Tierra en los primeros días de sus orígenes? —¿Por qué has venido hasta aquí? —preguntó Hécate—. Supe que te arrebataron el Códex tan pronto como éste abandonó tu protección, pero no puedo ayudarte a recuperarlo. —He venido hasta aquí por otra razón —continuó Flamel, alejándose del coche y bajando el volumen de su voz, de forma que obligaba a Hécate a permanecer cerca para poder escuchar sus palabras —. Cuando Dee me atacó, me robó el libro y secuestró a Perry, dos humanos acudieron en nuestra ayuda. Un joven y su hermana. —Entonces hizo una pausa y añadió—: Mellizos. —¿Mellizos? —repitió Hécate con un tono de voz tan inexpresivo como su rostro. —Mellizos. Míralos y dime qué ves. Entonces los ojos de Hécate parpadearon y se concentraron en el interior del todoterreno. —Un chico y una chica vestidos con camisetas y pantalones tejanos, que es el atuendo desarrapado de esta era. Eso es todo lo que veo. —Fíjate más —sugirió Flamel—, y recuerda la profecía —añadió. —Conozco perfectamente la profecía. ¡No intentes darme una lección de historia! La mirada de Hécate ardía en llamas y durante un instante incluso cambió de color, se oscureció de tal forma que cobró un aspecto un tanto desagradable. —¿Humanos? Imposible. Entonces, Hécate caminó hacia el coche y entornó los ojos para mirar en su interior, fijándose primero en Sophie y después en Josh. Los mellizos se dieron cuenta de forma simultánea de que las pupilas de sus ojos eran alargadas y estrechas, como las de un felino, y que, escondidos tras los finos labios, sus dientes eran afilados y puntiagudos, como diminutas agujas. —Plata y oro —susurró Hécate de repente mientras contemplaba al Alquimista a la vez que su acento se marcaba más y más. En ese instante, al vocalizar las últimas palabras, los hermanos se fijaron en que la lengua de Hécate era viperina. —Bajad del vehículo. Ambos desviaron sus miradas hacia Flamel, y éste, de inmediato, contestó asintiendo con la cabeza de forma que ambos se apearon del coche. Sophie dio la vuelta al coche para colocarse junto a su hermano. Hécate se concentró en primer lugar en Sophie, que momentáneamente dudó en alargarle la mano y estrechársela. La diosa cogió la palma de la mano izquierda de Sophie y la apoyó sobre su mano derecha. Un instante más tarde, tomó la mano de Josh. Sin vacilar ni un solo segundo, Josh colocó su mano sobre la de Hécate, intentando actuar de una forma indiferente, como si estrecharle la mano a una diosa de considerable edad, en concreto de más de diez mil años, fuera algo habitual en él. Josh tuvo la sensación de que la piel de la diosa tenía un tacto rugoso y áspero. Hécate sencillamente pronunció una palabra en una lengua previa a la llegada de las primeras civilizaciones humanas. —Naranjas —susurró Josh al sentir repentinamente el aroma y el sabor de la fruta. —No, es helado —continuó Sophie—, helado recién hecho. En ese momento, Sophie se volvió para mirar a su hermano, quien la contemplaba atónito y estupefacto. De repente, un resplandor plateado cubrió el cuerpo de Sophie. La extraña capa de energía la envolvía por completo, como si fuera una segunda piel, y centelleaba de forma que a veces incluso se


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