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Capítulo 12

Josh consiguió avistar un espacio entre dos coches, concretamente entre un Volkswagen Beetle y un Lexus. Así que apretó el acelerador cuanto pudo y el coche comenzó a coger velocidad. Desgraciadamente, el espacio entre éstos no era lo suficientemente ancho, de forma que la parte delantera del coche se llevó por delante los espejos retrovisores de ambos coches, dejándolos en el asfalto. —Huy... —lamentó Josh de inmediato a la vez que apartaba el pie del acelerador. —Continúa —ordenó Flamel con gesto serio. Nicolas tenía el teléfono de Sophie en su mano y estaba balbuceando una lengua gutural y áspera que no se asemejaba a ninguna otra que los mellizos hubieran escuchado antes. Deliberadamente, sin mirar por el espejo retrovisor, Josh atravesó el puente, desatendiendo el estruendo que producían las bocinas de los coches y los gritos de las personas que los conducían. Condujo sin detenerse ni un segundo por el carril exterior, después puso el intermitente de forma que se trasladó al carril del medio pero finalmente volvió al carril exterior. Sophie estaba apoyada sobre el salpicadero, inclinada y con los ojos a medio cerrar. Sin embargo, logró ver cómo su hermano rompía otro retrovisor. Éste se acercó a ellos dando vueltas, como en cámara lenta y finalmente, antes de perderse sobre el asfalto, rozó el capó del coche dejando así un rasguño en la pintura negra del coche. —No te molestes ni en pensarlo —susurró Sophie mientras un descapotable deportivo de marca italiana, a lo lejos, intentaba inmiscuirse entre los mismos dos coches. El conductor, un vejestorio con decenas de cadenas de oro colgándole del cuello, apretó el acelerador en dirección hacia el hueco. Pero no lo consiguió. El gigantesco todoterreno recibió el impacto de la esquina derecha del diminuto descapotable, pero los daños sólo repercutieron en el parachoques. Sin embargo, el impacto en el coche deportivo fue mucho mayor, pues éste salió despedido del asfalto, dio una vuelta de campana sobre el abarrotado puente y destrozó cuatro coches. Josh se dirigió a toda prisa hacia la gigantesca apertura que ahora aparecía entre los dos vehículos. Flamel se retorció en su asiento, volviéndose hacia atrás y contemplando el caos que habían provocado segundos antes. —Pensé que habías dicho que sabías conducir —murmuró. —Y sé conducir —contestó Josh sorprendido de que su voz tuviera un tono calmado y firme—, pero eso no significa que sea todo un experto. Me pregunto si la policía puede conseguir el número de placa de este coche —añadió. ¡Aquello no se parecía en lo más mínimo a los videojuegos de coches! Tenía las palmas de las manos resbaladizas y empapadas y enormes gotas de sudor se deslizaban por su rostro. De repente, sintió un calambrazo en la pierna derecha por el esfuerzo que realizaba para mantener el acelerador apretado hasta el fondo. —Creo que deben de tener otras cosas de qué preocuparse —susurró Sophie. Los cuervos aterrizaban sobre el Golden Gate. Había cientos de ellos. La bandada de pájaros parecía una enorme y peligrosa ola negra. Se escuchaba una mezcla de sonidos horripilantes: el restallido de sus alas y los estruendosos graznidos típicos de los cuervos. Planeaban por encima de los coches a una altura mínima, y alguna que otra vez incluso aterrizaban sobre el techo y el capó de los coches y picoteaban el metal y el cristal que los cubrían. Mientras tanto, a lo largo y ancho del puente, se percibía el sonido de decenas de coches colisionando los unos con los otros. —Han perdido la orientación —informó Scathach al vislumbrar el comportamiento de las aves—.


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