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Capítulo 6

Apesar de que existían otras maneras con las que el doctor John Dee podía comunicarse, prefirió el método moderno: el teléfono móvil. Poniéndose cómodo en el interior de cuero tapizado de la limusina, abrió la tapa del teléfono y, enfocándolo hacia donde Perenelle Flamel permanecía inconsciente entre los dos goteantes golems, tomó una fotografía. Madame Perenelle Flamel. Su prisionera. Realmente, esta foto era para incluirla en el álbum familiar. Dee marcó un número de teléfono y envió la imagen. Después, inclinó la cabeza para contemplar a la distinguida dama desplomada en la parte trasera del coche. Capturar a Perenelle había sido un golpe maestro y una señal de buena ventura. Sin embargo, era consciente de que lo había conseguido porque ella había consumido mucha de su energía cuando destruyó al golem. Se acarició la barba mientras consideraba seriamente la opción de crear más golems en poco tiempo. Entonces miró a los dos que tenía en frente: durante los breves instantes que se habían expuesto a la luz solar, teniendo en cuenta que su fuerza era menor porque estaba atardeciendo, comenzaron a agrietarse al tiempo que se derretían. El que escoltaba a Perenelle en el lado izquierdo comenzaba a gotear fango oscuro sobre el asiento de cuero. Quizá debería escoger otro tipo de criaturas la próxima vez. Esas salvajes bestias resultaban una buena arma para climas húmedos, pero eran verdaderamente un engorro en climas cálidos como la temporada de estío en la costa Oeste. Se preguntaba si aún conservaría el hechizo para crear un gul. Pero era precisamente Perenelle quien le suponía un problema, de hecho, un serio problema. Y es que Dee sencillamente no sabía hasta dónde llegaban los poderes de Perenelle. Dee siempre se había sentido un tanto intimidado ante la presencia de la esbelta y elegante dama de origen francés. Cuando comenzó su etapa de aprendiz junto con Nicolas Flamel, el Alquimista, cometió el error de subestimarla. Enseguida se dio cuenta de que Perenelle Flamel era, al menos, tan poderosa como su esposo, y, de hecho, en algunos ámbitos era incluso más poderosa. Aquellas características que hacían de Flamel un alquimista excepcional, su fijación por los pequeños detalles, su conocimiento de lenguas antiguas y su infinita paciencia, hacían de él un pésimo hechicero y un nefasto nigromante. Sencillamente, le faltaba ese punto imaginativo de pura visualización que se necesitaba para desempeñar esos oficios. Perenelle, en cambio, era una de las hechiceras más poderosas que jamás había conocido. Dee se quitó uno de sus guantes de cuero gris y lo arrojó al asiento trasero. Se inclinó hacia Perenelle, hundió uno de sus dedos en el charco de lodo que uno de los golems había dejado sobre el asiento y dibujó un símbolo parecido a una espiral sobre la mano izquierda de Perenelle. Después, trazó la contraimagen del símbolo en su mano derecha. Entonces, volvió a untarse un dedo con el fango grisáceo para perfilar tres líneas onduladas en la frente de la cautiva cuando, de pronto, ésta abrió sus ojos verdes. Repentinamente, Dee volvió a acomodarse en su asiento. —Madame Perenelle, no te imaginas cuánto me satisface volver a verte. Perry abrió los labios para hablar, aunque no logró vocalizar una sola palabra. Intentó moverse, pero los golems se lo impedían y además incluso sus músculos parecían no obedecerla. —Ah, deberás perdonarme, pero me he tomado la libertad de echarte un conjuro. Un hechizo sencillo, pero creo que será suficiente mientras recapacito y encuentro algo más duradero. Dee esbozó una sonrisa, pero en ella no había nada de divertido. En ese instante, vibró su teléfono móvil y un segundo más tarde comenzó a oírse la banda sonora de Expediente X. Al fin, descolgó el teléfono.


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