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Flamel sacudió la cabeza. Dora se acercó a Sophie. —Dame tu mano, querida. —La Bruja cogió la mano de Sophie y la colocó sobre el cristal—. Para utilizar una puerta telúrica se utiliza un espejo. De inmediato, el espejo comenzó a cobrar vida y el cristal se iluminó con una plateada luz cegadora que instantes más tarde se desvaneció. Cuando miraron por el espejo, éste ya no mostraba sus propios reflejos, sino la imagen de una habitación vacía parecida a una celda. —¿Dónde es? —preguntó Flamel. —París —respondió Dora. —Francia —dijo Nicolas con una sonrisa en los labios—, hogar dulce hogar. Y sin titubeos, Nicolas se adentró en el espejo. Ahora, ellos lo podían ver a través del cristal. Se volvió y les indicó que lo siguieran. —Odio las puertas telúricas —murmuró Scatty—, me dan náuseas. Entonces saltó hacia el cristal, lo atravesó y apareció detrás de Flamel. Cuando se dio la vuelta para mirar a los mellizos, daba la sensación de que estuviera a punto de vomitar. El esqueleto de un oso se movía pesadamente en dirección a la puerta de la tiendecita y al colisionar con ésta rompió todas las bisagras. Los lobos y los pumas le siguieron los pasos. Mientras las bestias se abalanzaban hacia el interior de la tienda, la cristalería se hacía añicos, los espejos se rompían en mil pedazos y los objetos de decoración quedaban completamente destruidos. Un magullado y rasgado Dee se apresuró en entrar a la tienda, apartando de su camino los esqueletos de los animales. Un puma osó amenazarlo y el doctor John Dee le asestó una bofetada en el morro. Si hubiera tenido ojos, la criatura, seguramente, hubiera parpadeado perplejo. —¡Atrapados! —gritó Dee alegremente—. ¡Estáis atrapados y esta vez no escaparéis! Pero al adentrarse en la trastienda, supo que habían logrado huir de él una vez más. No tardó ni un solo segundo en vislumbrar el espejo y darse cuenta de que en el interior del cristal había dos figuras que contemplaban atentamente lo que sucedía al otro lado del espejo, donde una anciana sujetaba la mano de Sophie contra la superficie del cristal. El chico permanecía solo y estaba apoyado en el marco del espejo. En ese instante, Dee supo de qué se trataba. —Una puerta telúrica —susurró sobrecogido. Los espejos se comportaban igual que las puertas: en la otra punta de la línea telúrica debía haber otro espejo que uniera las dos entradas. La anciana agarró a Sophie y la empujó a través del espejo. Sophie se cayó al suelo, justo a los pies de Flamel y después se incorporó para mirar hacia atrás. Movía los labios, pero no se oía ningún sonido. Josh. —Josh —ordenó Dee, mirando fijamente al chico—, quédate donde estás. El joven se volvió hacia el cristal. La imagen que se reflejaba comenzaba a distorsionarse y a desaparecer. —Te he contado toda la verdad sobre Flamel —dijo Dee con cierta urgencia. Lo único que tenía que hacer era mantener al chico distraído durante unos instantes más y así el espejo perdería todo su poder—. Quédate conmigo. Yo puedo Despertarte, puedo hacer de ti un ser poderoso. Puedes ayudar a cambiar el mundo, Josh. ¡Hacer de él un mundo mejor! —No sé... La oferta era tentadora, muy tentadora. Pero sabía que si se posicionaba junto a Dee, perdería a su hermana completamente. ¿O quizá no? Si Dee lo Despertaba, volverían a ser iguales. Quizá ésta era la manera de volver a conectarse con su hermana melliza. —Mira —le mostró Dee con aire triunfante y señalando la imagen cada vez más atenuada del espejo —, te han abandonado, te han desterrado una vez más y todo porque no eres uno de ellos. Ya no les importas.


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