Tamara una niña Yagán

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Tamara, una niña yagán. Una chukani kipa en Villa Ukika Serie Niños y niñas de los pueblos indígenas de Chile e inmigrantes / 6 Departamento Técnico Junta Nacional de Jardines Infantiles Coordinación, investigación y texto Emma Maldonado Edición Marcelo Mendoza Corrección de estilo Beatriz Burgos Diseño Valentina Iriarte Fotografía Kena Lorenzini Ilustración Lilo Unidad de Comunicaciones JUNJI © Junta Nacional de Jardines Infantiles (JUNJI) Marchant Pereira 726, Providencia. Fono: 654 5000 Santiago de Chile www.junji.cl Registro de propiedad intelectual: Nº 186244 ISBN.: Nº 978-956-8347-24-6 Primera edición: noviembre de 2009 Impreso en Chile por Mundo Impresores, que sólo actuó como impresor. Ninguna parte de este texto, incluido el diseño de la portada, puede ser reproducida, transmitida o almacenada, sea por procedimientos químicos, electrónicos o mecánicos, incluida la fotocopia, sin permiso previo y por escrito de la Junta Nacional de Jardines Infantiles.


Tamara, Una una niĂąa yagĂĄn chukani kipa en Villa Ukika


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Queridos niños y niñas: Cada uno de ustedes, es decir, cada uno de los párvulos que asiste a los jardines de la Junta Nacional de Jardines Infantiles (JUNJI), es único y, por lo mismo, un aporte que todos –educadoras, técnicas, familias y los propios niños– deben conocer y valorar. A través de la Serie Niños y niñas de los pueblos indígenas de Chile e inmigrantes ustedes podrán lograrlo, ya que por medio de la lectura que realicen junto a las tías del jardín sabrán cómo son, de dónde vienen, qué hacen, a qué juegan y cuáles son los gustos de otros niños como ustedes, que provienen de nuestras culturas originarias y de distintos países del mundo. Este libro que ahora leerán junto a sus tías relata parte de la vida de Tamara, una niña descendiente del pueblo yagán, que vive en Villa Ukika de Puerto Williams, en la isla Navarino. Ánimo, adelante y conozcan su historia.

María Estela Ortiz Rojas Vicepresidenta Ejecutiva Junta Nacional de Jardines Infantiles JUNJI


Al sur de Tierra del Fuego, casi en el fin del mundo, crece una niña descendiente del pueblo yagán: Tamara. Tamara vive entre islas, canales, vientos tormentosos y tempestades eternas porque allí se juntan los dos océanos más grandes del planeta: el Pacífico y el Atlántico. Su familia pertenece a un pueblo canoero, el yagán o yámana, que ha habitado por miles de años los mares más australes del mundo, el Cabo de Hornos, que está al sur de Tierra del Fuego. –Mi abuela Cristina es la última yagán pura. Yo también soy una chukani kipa yagán –dice Tamara.

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Tamara tiene 3 años. Vive

en Villa Ukika con Viviana, su mamá, y su gata Lobita en su nueva casa. Antes vivían con la abuela Cristina, pero a su mamá se le presentó la ocasión de comprarse una casa y procedió a instalarla en un terreno al lado de la otra abuela, que se llama Candy. Viviana, la mamá de Tamara, trabaja en la Municipalidad de Puerto Williams mientras ella está en el jardín infantil. Víctor, su papá, vive en Punta Arenas y se dedica a la pesca. –Mi nueva casa la trajo un camión de la municipalidad –dice Tamara.

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Villa Ukika es una comunidad de grupos de familias yagán que fueron trasladadas desde Mejillones a Puerto Williams, hace más de 40 años. En Mejillones quedó el cementerio y parte de la historia de este pueblo. Villa Ukika está en la orilla sur del canal Beagle, y en la parte norte del mismo canal está Argentina, que es otro país, y sólo los separa un faro. –En Villa Ukika vive mi abuela, mis tíos, mis primos y mis primas –dice Tamara.

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La mamá de Tamara despierta muy temprano por las mañanas para colocar leña en la estufa. Es invierno, está nevando, y tiene que calentar la casa para cuando Tamara despierte y alcance a tomar desayuno antes de partir al jardín. –Mi jardín también se llama “Villa Ukika” –dice Tamara. Mi mamá me lleva en trineo, debajo de una frazada, porque el viento está muy fuerte. Allí me está esperando la tía Marcela. Hoy jugaremos con nieve, haremos pelotas y monos de nieve, por eso tengo que llevar una zanahoria para colocársela en la nariz. En el camino de vuelta a casa tenemos que comprarle comida a mi gatita, donde Simón. A ella le encanta esa comida porque tiene olor a pescado. A los gatos les gusta el pescado –explica Tamara. 16


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–En el jardín están Andrea y Vicente, y son mis mejores amigos. Con Andrea siempre jugamos, porque somos primas y las primas se tienen que querer mucho –dice Tamara. –La semana pasada vino la abuela Cristina a enseñarles a los niños y niñas a hacer canastitos de juncos, como los que usaban nuestros abuelos para guardar cuerdas para pescar, cuchillos y peinetas de dientes de toninas. Las toninas son unas ballenas pequeñas, que pasan por el canal Beagle –dice la tía Marcela. –Yo hice un canasto para ir a comprar –dice Tamara.

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–Con las tías del jardín cantamos el saludo Kunta samuta (“Hola, ¿cómo estás?”), Caballito Blanco, y recitamos la poesía del jardín. Pintamos ballenas y jugamos, y esto es lo que más nos gusta: ¡JUGAR! –dice contenta Tamara. Las tías nos enseñan palabras en yagán como tapea (mamá), tapoi (papá), kuluana (abuela), chukani kipa (niña), kaiola (niño), y a contar hasta 3: ekole, campeipe y mallan, que es 1, 2 y 3.

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–En el Museo Martín Gusinde está la foto de mi tatarabuelo Calderón, que era el papá de mi abuela Cristina. Él era un yagán muy respetado –explica Tamara. En el museo nos explican cómo vivían los yagán, qué comían, cuándo usaban las canoas, cómo construían las casas, cómo se vestían, cómo se pintaban el cuerpo y la cara. Aunque nosotros, los niños y las niñas, pensamos que esas fotos son de gente muy viejita, pero muy viejita –se ríe Tamara.

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–Los abuelos de mi abuela Cristina fueron las primeras personas que llegaron a esta parte de la tierra llena de islas y canales. Cuando navegaban, se fijaban muchísimo en la forma de las nubes, en la dirección del viento, en la aparición del arcoiris –relata Viviana. Dependían mucho del clima. Aún así, tenían que salir todos los días a pescar y nunca sabían dónde pasarían la noche. Se alimentaban de peces, moluscos, lobos marinos, guanacos y de ballenas.

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Cuando salían a cazar guanacos, los perros ladraban y ayudaban a cazarlos. La vivienda que construían apenas la usaban para pasar la noche o un par de días. –Mi abuela Cristina siempre sueña y apenas ve una nube negra en el cielo, dice que va a llover. Entonces decide no salir y no quiere que salgamos, dice “quédense”, es para que yo me quede con ella y la regalonee –dice Tamara.

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Los yagán se trasladaban en canoas

de isla en isla. Se puede decir que pasaban la mitad de su vida arriba de ellas. La canoa medía alrededor de 4 a 5 metros. En el fondo, le colocaban paja y llevaban un balde de madera para sacar agua de la canoa, cuando las olas grandes inundaban la embarcación. También llevaban arpones para pescar, y en la punta le colocaban huesos de ballenas. Cuando decidían desembarcar en alguna isla, trataban con toda delicadeza la canoa, que amarraban y tapaban con ramas. Las canoas les duraban apenas un año, por lo tanto siempre estaban planeando construir otra.

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La madre remaba, pescaba y mariscaba; era muy buena nadadora, se sentaba en la parte de atrás de la canoa, en la proa con sus niños. Acarreaba el agua y fabricaba canastos de juncos. Cuando llegaban a tierra, sacaba un tizón de fuego y lo llevaba a tierra, mientras el padre rápidamente cortaba troncos de árboles para hacer una ruca, siendo ayudado por los niños. El padre se sentaba en la popa y remaba en caso de necesidad, era el que se encargaba de que no se apagara el fuego, apoyado por los niños. Primero, le colocaba unas piedras planas en el fondo y encima de las piedras un trozo de pasto invertido (abajo el pasto, arriba las raíces), donde hacía la fogata. El fuego les servía para calentarse,

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preparar alimentos y secarse, ya que viajaban desnudos. Sólo se tapaban con una manta de piel en invierno. El padre, al fabricar la canoa, utilizaba cortezas de un árbol, el coigüe, que amarraba a un armazón cóncavo de una madera muy firme. La canoa era frágil, pero resistente, y a veces le colocaban un pedazo de cuero de lobo marino, de vela. –Mi bisabuelo le enseñó a pescar y a cazar con una honda a mi abuela Cristina, cuando era muy niña, una chukani kipa como yo –dice Tamara.

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En invierno, los yagán se refugiaban en los canales; vivían aislados, aunque a veces se reunían con familias cercanas. La ruca temporal que construían la tapaban con ramas. En el piso también le colocaban ramas y plumas de pájaros y, en el medio, un fogón siempre prendido, y se instalaban cerca de las aves para tener acceso a sus huevos.

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El padre cortaba la leña y cazaba animales, como pájaros y guanacos, con una honda que confeccionaba de piel de lobo marino. La piel del guanaco se la amarraban al cuello para calentarse y se untaban con grasa de lobo para no tener frío. El hombre se colgaba la honda en el cuello. Las mujeres se adornaban con collares de conchas y en las muñecas y tobillos se colocaban unas pulseras de cuero de lobo marino. 31

Fotografías Gentileza de Museo Martín Gusinde


–Mis bisabuelos se pintaban el cuerpo, con pintura blanca si estaban en guerra, con rojo si estaban alegres y con negro si estaban con pena, de duelo. Cuando jugamos en el jardín a “las emociones” nos pintamos con rayas de esos colores, dependiendo de si estamos contentos, enojados o tristes. Dile a tu tía del jardín que jueguen a las emociones –dice Tamara.

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–A los niños les colocaban el mismo nombre del lugar donde habían nacido y le agregaban al nombre kipa, si era niña, y kaiola, si era niño. Según cuenta mi abuela, cuando eran niños, jugaban a imitar a los pájaros, construían casitas pequeñas con ramas gruesas para jugar en el día. Para jugar a la pelota, hacían una pelota de membrana de pata de gaviota, la que rellenaban con plumas muy apretadas. Los padres les decían que fueran generosos, trabajadores y que nunca mintieran –dice Viviana.

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–La tía Lidia

nos cuenta que antes, cuando no había celulares, nos comunicábamos con fogatas, contándonos las novedades de una isla a otra –dice Tamara. Los que descubrieron el Estrecho de Magallanes, cuando vieron muchas fogatas, le pusieron Tierra del Fuego.

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En su búsqueda del paso al Océano Pacífico, los navegantes europeos se toparon con los selknam, vecinos de los yagán, que describieron como unos hombres gigantes, pintados de barro y desnudos, con unas capas de piel solamente. Y se llenaron de asombro al ver a los guanacos, que según ellos eran animales de cabeza y orejas de burro, cuerpo de camello, patas de ciervo y cola de caballo, que relinchaban como un corcel. –¿Tú conoces los guanacos? –pregunta Tamara.

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–En el jardín, le damos las gracias a Watauinewa antes de comer, para que nos proteja de enfermedades, de accidentes y de las tormentas. Las montañas, los ríos y los árboles también tienen espíritus, como el gigante negro que anda por las montañas indignado soltando vientos, tormentas y temporales, causando el mal tiempo –informa Tamara.

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–Mi mamá le compró la casa

a un tío que se fue a vivir a Punta Arenas. Mi mamá la trasladó y colocó en el terreno, al lado de mi abuela Candy. Te cuento que esta abuela tiene muchos gatitos porque su gata tuvo muchos hijitos –dice Tamara.

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–Mi mamá, los fines de semana, trabaja vendiendo tejidos en la “casa de mujeres” (Kipa Akar) y cuando ella está vendiendo o conversando con mis tías yo juego en la plaza con mis primas Viviana, Caroline y Pauline –dice Tamara. Mi gatita, la Lobita, me mira a través de la ventana: no se atreve a salir porque hay muchos perros que la molestan.

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La ciudad chilena más cercana

a Puerto Williams es Punta Arenas, a 400 kilómetros, y para llegar sus habitantes tienen que tomar un avión o una barcaza. Tamara nació en Punta Arenas y acostumbra viajar en el avioncito para ir a sus controles de salud. La acompaña su mamá. –Manuel, el hijo de don José, un amigo de mi tía Lidia, dice que no hay que sentarse nunca cerca de las turbinas porque meten mucho ruido. Hay que

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apretarse el cinturón y que mi mamá apague el celular. Mi abuela Cristina se marea cuando el avión se mueve mucho y a veces se le tapan los oídos –dice Tamara. –Desde el avión miro la ventana de mi casa, en Villa Ukika, y trato de ver a mi gatita, la Lobita, pero no se ve porque es muy chiquitita, pero yo sé que está sentada en la ventana –dice Tamara.

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Glosario Ukika: es el río que esta al lado de Villa Ukika, en Puerto Williams (isla Navarino). Watauinewa: Dios o ser supremo del pueblo yagán.

En Chile existen 1.700 personas que se autodefinen descendientes del pueblo yagán. Éste es uno de los tres pueblos llamados fueguinos; los otros dos son los selknam y los kawaskar. Los yagán son un pueblo originario del archipiélago de Tierra del Fuego, que ha habitado por miles de años los mares más australes del mundo, en el Cabo de Hornos.

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Juego de la Ballena (Guapisa) Los niños repiten un verso “Tengo una amiga muy especial es grande y enorme le cuesta saltar Guapisa se llama y vive en el mar”. 52


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Cuento

Hakasir tú debes educarlo, avivarlo a trabajar, a bañarse”. Así iba cantando el pajarito, volaban hacia el río donde juntos se remojaban, se lavaban y sacudían, volviendo al mismo palo. Así crecen los hakasir. Cuando el hijo zorzal no escucha a su madre, si no le obedece, ésta lo abandona. El zorzalito queda solo y no

El zorzal o hakasir tiene polluelos. La mamá educa primero al mayor, y luego juntos educan y alimentan a los demás polluelos en medio de los árboles y ríos de los bosques. Hakasir se mueve de palo en palo hablando, silbando, educando a su hijo. Hakasir le dice a su cría mayor: “Cuando tengas un hermanito

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tiene qué comer. Entonces se alimenta de dihueñes malos (hongos), de esos que están pasados, que le hacen mal, y se muere. En cambio, si obedece a su madre crece sano, alimentándose de buena fruta, como amai o chaura. Adaptación de un fragmento de Implicaciones éticas de narrativas yaganes y mapuche sobre las aves de los bosques templados de Sudamérica austral. En: Ornitología neotropical. R. Ruiz. U. de Magallanes, Punta Arenas. 2004.

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De la cuna al mundo

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