Nayagua n19

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¡Ay, amigos! Yo levanto mi copa frente al muro del jardín y me siento ágil como la flor del cardo. La fogata dejó cenizas en la tierra, pardo polen que el viento trae hasta mi frente. Espuma, nada más tengo en las manos. Cuando la rama del manzano cruje con la risa seca de los ángeles rotos, creo que es aún es posible crecer algún centímetro, hablar con las muñecas y olvidar.

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automitología de la jolie fille Amo los paréntesis, los espacios controlados como mejillas sonrientes, llegar algo tarde a casa, los contrastes de yodo del paisaje. Amo la concreción incierta, las descripciones leves, el riesgo permitido, fosforescencias que producen irritación y ganas de orinar. De pequeña presté una pulsera de oro a una niña a cambio de un columpio. Mi madre me mandó a buscar a la tramposa, que negó nuestro pacto. Recuerdo aquel trato mal hecho porque recuerdo cuánto me riñeron. En otra ocasión –era época de mareas vivas y la nata amarilla de las olas había manchado los labios de la playa como un suflé de pus–, la misma niña y sus amigas me desnudaron para jugar a las familias, pues yo era, según ellas, la muñeca de todos. Una ola me mojó el culo. Recuerdo mi desvalidez porque recuerdo el agua sucia y la mirada de un chico retrasado. Recuerdo también el frío y la vergüenza. Por eso ahora hago recuento de los malos negocios, me guardo para mí las bragas, escudriño el agua turbia, me levanto a deshoras para poner al pasado de mi lado. Rezo para no perder nunca los dedos necesarios para ajustar las tuercas.


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