Nayagua n19

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Ardores, cenizas, desmemoria juan goytisolo Madrid, Salto de Página, 2012

Las verjas del tiempo Hoy en día ya nadie puede discutir que en Juan Goytisolo tenemos a uno de los grandes poetas actuales en lengua española. Y es que muchas páginas de su novelística informan de su facultad para indagar en los resortes poéticos del decir. Ardores, cenizas, desmemoria viene a corroborar esta vocación lírica, ya que lo único que lo distingue de sus obras en prosa es que está escrito en verso. Eso es todo. Tenemos así este fino volumen formado por nueve poemas que se dividen en tres secciones: “Ardores”, “Cenizas” y “Desmemorias”. Unas partes cuyo denominador común temático es el paso de un tiempo que arde hasta consumirse en el olvido. Del “ardor” inicial a la “conciencia” y “alma” humanas siempre vinculadas al sufrimiento. En suma, las palabras casi testamentarias de uno de los grandes españoles que aún nos quedan. M arta A gudo

Apuntes del natural manuel moya III Premio Iberoamericano de Poesía Hermanos Machado Sevilla, Fundación Lara, 2013

Diálogo y compañía De las muchas definiciones posibles de lectura, ninguna como aquella que la describe como una soledad imposible. También la escritura lo es: compañía y diálogo, diálogo a dos bandas —con el lector, con la tradición—, diálogo infinito. No es otra cosa la que propone Manuel Moya en estos Apuntes del natural, hacer del poema un territorio de encuentros que ya se han dado antes en su sofá favorito, en su mesita de noche o en su mesa de traductor. Es cierto que en esta suerte de devocionario hay artistas plásticos, como Edward Hopper o De Chirico, pero abundan más los escritores: clásicos como Rilke, Hölderlin, Juan Ramón Jiménez o Fernando Pessoa comparten el sumario junto nombres de culto como Jane Bowles, Gottfried Benn, Knut Hamsun o gente tan cercana en el tiempo y la geografía como la palentina Esperanza Ortega. El corazón ignora las jerarquías, y cada nombre que conquista un espacio en él, ya sea el de Paul Celan o el de Dino Buzzati o el Czesław Milosz o el de Virginia Woolf, dejan su huella indeleble. Sin embargo, nada más lejos de la intención del autor que construir un panteón o un museo de cera con sus maestros venerados. Lo que precisamente reivindica Manuel Moya en estos poemas es la vitalidad de sus mensajes, su absoluta vigencia. El onubense invoca palabras y hechos de otro tiempo para arrojar luz sobre el presente, invitando a mirar el aquí y el ahora con esos ojos. Y, de la misma manera que aquel personaje de Borges pasaba la vida trazando líneas que acababan conformando el dibujo de su rostro, el poeta aspira a que la suma de estos maravillosos amigos, de estos rostros a veces gozosos, a veces atormentados, den como resultado algo parecido a un autorretrato. A lejandro L uque

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