Nayagua n19

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Larva seguido de Cerca pilar fraile amador Madrid, Amargord, 2013

Sin piel 268

El salto de hablar desde un yo, que después se dirige a un tú, presente o ausente, que escucha también las voces silenciadas, hasta un nosotros que observa el fragor, la crueldad, las luchas intestinas y el abuso con los otros seres de su especie, tal vez sea el volcado irremediable de la voz desde la inocencia. Los libros de Pilar Fraile Amador —Larva y Cerca, reunidos en un solo volumen por la editorial Amargord— arriesgan ese salto. Y lo hacen absolutamente, con el único e insalvable parapeto de la voz. Se trata de un salto de donación, en el que se ponen en juego los contornos ya desde la antesala de lo vivo. Desde las letras fracturadas que brotan del barro de lo nonato para componer los nombres que nos darán y que nos harán finitos, liminares (“hago / leña de mi nombre / y espero la simiente”) hasta el bálsamo secular de la imágenes (“renuncio al paisaje, / (…) sufro como sufre el que no ve”), el yo poético emprende un camino unitivo, que se despoja y desnuda para la entrega: Ven. Pon tu llaga en mi mano. Quizá haya venido yo para curarte.

La semilla, “escuálida” se da al dolor del pájaro, al hambre que lo aleja del vuelo. Tomando en sus manos la escasez y el daño, el yo poético recupera, desde el padre y la madre, desde sus ancestros, la memoria aterida de su especie, pronunciando, una por una, las letras infectadas de su secuencia genética (“vengo de tu caída. / De tus manos / amasando el pan de los señores. / Vengo de las veces que por el suelo recogiste / almendras o frutos consumidos para / encender el hogar”). Un pájaro mudo que cada mañana “tapa / nuestra boca” con su articulado silencio. La envoltura de la simiente presenta la marca de lo hollado, y su interior carnoso recoge, desde una profundidad suspendida, a punto siempre de entrar o de salir de la vida, un legado que no sólo es repetición o memoria sino conciencia sensorial del derramamiento. Porque, como los nombres, “nuestros pies no están hechos a nuestra medida”. Por eso se hace difícil nombrar la herida que, inabarcable, se resiste a los límites, incluso a aquellos juncos entrelazados, tan precarios, de las palabras. Quizá por eso tan sólo consignar que “Hay algo que nace con el dolor. Como una mariposa en un desierto de hielo”. El desarrollo indirecto, la metamorfosis de la larva hace que el yo naciente se diferencie diametralmente de los adultos que le dieron la vida, pero no impide que siga cargando con el grano del almacén del dolor. Hacia el final del primer libro, de Larva, la voz que en primera persona renuncia al espejismo de las imágenes, “destila la ceguera y bebe” se alza de pronto en salto hacia el “ave siempre en vuelo” que “ha robado la dulzura que dividía el tiempo”. Y, expulsada de su inasible grupa, aterriza en el colectivo que se teje con los retales de la escasez: “Somos necesidad”. En esa primera persona del plural, en el colectivo del ayuno y la crueldad que de él se deriva, transcurre el segundo libro, Cerca. Y desde él se ahonda en una atmósfera difícil, casi irrespirable, que se llena con el hedor y la sangre de las bestias, en la crueldad sin conciencia de los cazadores y los niños, en los metales oxidados de los vertederos, en los días de hielo que se suceden, como bestias encadenadas y múltiples, marcando el paso. E sther R amón


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