Nayagua n19

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ich bin ein berliner I Hay una fuerza que nos conduce por encima de los muros, un ímpetu que late bajo el cráneo y reposa en la flor de nuestros ojos, disuelto y quemado bajo la ceniza. Hay un anhelo que desdobla la palabra, apelmazada en nuestros labios mudos: “vedlo, tocad su noble paño invernizo”. 165

Al vadear la angustia interminable, lo que se desprende de las cuencas infectadas de los pájaros es un fuego que palpita en las viejas láminas de la memoria. “¿Oís?”. Los cimientos se doblan y se abren, desgajándose del sueño antaño inexpugnable; las murallas se quiebran y se hunden, martirizadas por himnos estruendosos. Y los vecinos del dolor se abrazan deshechos como anfibios sepulcrales: en el cuello desnudo que respira, gritan y mascullan lo Innombrable.

II Caminábamos hacia un invierno frío. Desde Stettin, en el Báltico, hasta Trieste, en el Adriático, un gran telón de acero había caído sobre el continente y maniatado los pulmones y los corazones de sus habitantes.


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