R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. Con ánimo de espanto. 2019

Page 1

R/N. REVISTA DE NARRATIVA 4.4 / 2019 ISSN 2605-3608

CON ÁNIMO DE ESPANTO


R/N. Revista de narrativa Número 4, volumen 4 2019 ISSN 2605-3608

Con ánimo de espanto

Edición y prólogo José Eduardo Morales Moreno


R/N. Revista de narrativa Número 4, volumen 4 ISSN 2605-3608 Noviembre, 2019

IES Saavedra Fajardo Murcia

DISEÑO Y MAQUETACIÓN: José Eduardo Morales Moreno ILUSTRACIÓN DE PORTADA: Spencer Selover

Licencia Creative Commons

Reconocimiento — No comercial — Sin obra derivada Usted es libre de copiar, distribuir y comunicar públicamente esta obra o cualquiera de sus partes (salvo la ilustración de portada, que tiene la licencia establecida en https://www.pexels.com) bajo las condiciones siguientes: Reconocimiento. Debe reconocer la autoría de los textos y su procedencia. No comercial. No puede utilizar esta obra para fines comerciales. Sin obras derivadas. No se puede alterar, transformar o generar una obra derivada a partir de esta obra.


Esta cabeza, cuando viva, tuvo sobre la arquitectura destos huesos carne y cabellos, por quien fueron presos los ojos que mirรกndola detuvo. LOPE DE VEGA



ÍNDICE

Prólogo ....................................................................................... 9

Mamá, por Sara Jenfi Muñoz ................................................... 11 La muñeca de trapo, por M.ª Esther Vignacq Sánchez ............ 17 Nos hizo la vida imposible, por Sonia Alcántara Monreal ....... 21 La doctora, por Alicia Ibáñez Fernández ................................. 24 La penitencia, por David Saura Conesa ................................... 27 El misterio del piano encantado, por Lucía Frutos Teruel ....... 32 El peligro de la curiosidad, por Paula Fernández Molina ........ 35 Testigo, por Lucía Leal Gálvez ................................................ 38 El garaje, por Mario Puerto Palazón ........................................ 43 La habitación número 13, por Javier Zamora Bastida ............. 47 Una larga noche, por Marina Mirete Avia............................... 51 Picassent 1998, por Andrés Noguera Cortés........................... 54 Disparo a lo desconocido, por Hiram Aizpurua Cordero ........ 57 Sombras entre paredes, por Ana María Magnacca Gálvez ..... 61 La bienvenida, por Paula López Hernández ............................. 69 El padrastro, por Antonio Navarro López ............................... 72


El museo, por Fabián Jerez Pupo............................................. 75 La casa de la cicatriz, por Gema Vera Osete ........................... 78 Feliz cumpleaños, Sam, por Elena Gallego García .................. 82 La mujer del espejo, por Marta Corbalán Soler ....................... 86 El globo rojo, por Paula Martínez Saura .................................. 90 El horripilante crimen del doble, por Germán Murcia Granero .................................................................................................. 93 Los prados, por Alba Garcerán Torres ..................................... 96 Fiesta de Halloween en el IES Saavedra Fajardo, por Patricia Sotomayor López ..................................................................... 98 Insomnio, por Gonzalo Saura Gutiérrez ................................. 101 Un sueño muy real, por Claudia Aranda Sánchez .................. 104 Una noche en el cementerio, por Laura Barrachina Navarro 107 Una tarde de playa, por Sara Carbonell Morales ................... 109 El viaje no deseado, por José María Moral Martínez ............. 111 Las 3:33, por Miguel Moreno Saura ...................................... 114 El diario, por Ana Campos León ........................................... 117 Cuando me atrapen, por Claudia Elkanouzi Almansa ........... 120 Pena de muerte, por Esperanza Martínez Sánchez ................ 123 Un verano inolvidable, por Alicia Marcos Caravaca ............. 125 El día del mal, por Paula Jiménez Noguera ........................... 129 Venganza de fin de curso, por Ismael Capel López ............... 132 Suga mononoke, por Rigo Alberto Piamba Rodríguez ........... 135 El niño de la soledad, por Patricia Ruiz Contreras ................ 137 Sobrenatural, por Andrea Alonso Fernández ......................... 139


Ciudad fantasma, por Pablo Piqueras Rodríguez ................... 141 Aquella niña extraña, por Ana Ródenas Gambín................... 143


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

PRÓLOGO

Hay algunos lugares que, por su función social, por su carga cultural, por los acontecimientos que en ellos ocurrieron o por las huellas que les ha dejado el paso del tiempo, infunden en el ser humano un sentimiento de terror. Tal ocurre con sanatorios, psiquiátricos, cementerios, bosques, escenas de crímenes o casas abandonadas, especialmente cuando se conjugan con la noche, que por sí sola es capaz de suscitar ciertas emociones relacionadas con el miedo, pues activa la imaginación y la encauza, como los raíles frenéticos de una montaña rusa, hacia los lúgubres páramos del reino del espanto. Además de lugares y tiempos, el terror también se vincula a ciertos objetos que, alejados de los usos que les son propios, se cargan de connotaciones tétricas, como una muñeca de trapo, que puede encarnar la faceta más cruel y despiadada del ser humano, o un globo rojo, que puede contener el más allá por ser él mismo un ente fantasmagórico. Estos elementos han sido utilizados en la literatura de forma recurrente para despertar en el público, mediante la palabra, sensaciones espeluznantes y emociones aterradoras, en una tradición que llega hasta nuestros días y que este año han continuado los alumnos de ESO y Bachillerato del 9


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

IES Saavedra Fajardo, que han escrito unos relatos cuya columna vertebral es el miedo. Esperamos que los lectores disfruten y tiemblen con los cuentos terroríficos que se publican en este nuevo volumen de R/N. Revista de narrativa. También esperamos que no les provoquen ni sueños incómodos ni inquietantes pesadillas…

10


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

MAMÁ, por Sara Jenfi Muñoz

1º Bachillerato F

Corrían los años 30 del siglo XX. Eva se había criado en el seno de una familia adinerada, pero también muy conservadora. Su padre había sido un importante banquero, ahora retirado y aficionado a la caza. Su madre falleció cuando ella era apenas un bebé; así que siempre estuvo al cuidado de ayas. A medida que iba creciendo, estas, en lugar de jugar con ella, le iban enseñando tareas domésticas, algo muy común en aquella época. Nunca le faltaron comodidades, aunque sí algo mucho más importante: libertad, amistad, amor... Vivían en un gran caserón en medio del campo, alejados de la civilización, y Eva no tenía a nadie con quien jugar, no tenía compañeros de estudios, no tenía amigos... A nadie, salvo aquellas viejas ayas amargadas, que solo le enseñaban a coser, lavar, planchar y cocinar. Se escapaba y se escondía de ellas siempre que podía, para que no la obligaran a hacer aquellas aburridísimas tareas. Una tarde, mientras paseaba por la finca, encontró un pequeño hueco en una valla, a ras de suelo. Sin pensárselo dos veces, salió por el agujero al mundo exterior y anduvo sin rumbo un buen rato. No muy lejos, encontró una modesta casa en la que vivía una familia que trabajaba las tierras de su padre. Recibieron a la muchacha como si fuera una de ellos. Eran trabajadores, honrados y también muy 11


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

alegres. Le encantó la compañía. Aquella noche, tumbada en la cama, decidió que iría visitarlos a menudo. Y así fue. Todas las tardes, aprovechando que su padre pasaba mucho tiempo fuera, a veces días enteros, Eva entraba a aquella casa de campesinos, entre los que se sentía como alguien más de la familia. Aquella humilde gente tenía un hijo de su misma edad, Esteban, un muchacho muy guapo y sensible, pero a la vez muy fuerte. Le contaba mil historias a Eva, le hablaba de sus sueños..., era imaginativo... Era perfecto. Con el paso del tiempo, la joven pasaba más tiempo en aquella casa, —sobre todo junto a Esteban—, que en la suya propia, cada vez más carcomida, oscura y deprimente. El padre de Eva conoció, por uno de sus amigos, que la muchacha había estado rondando la casa de los labradores desde hacía tiempo. Incluso le había contado que la había visto con el hijo menor de esa familia en las fiestas del pueblo. “Qué despropósito”, pensó él. “Qué vergüenza para esta casa. Mi hija... con esa chusma”. Echó a patadas de su casa al amigo y, acto seguido, salió corriendo hacia el hogar de los labradores. Allí, encontró a Eva bailando con el muchacho, mientras los demás tocaban palmas y cantaban alrededor. Todos enmudecieron cuando lo vieron aparecer. No se movía ni una mosca. El padre, rojo de rabia y muy serio, a pocos metros, dijo en voz muy alta: “Quédate a vivir aquí, si quieres. Nunca más entrarás en mi casa”. A partir de aquel momento, Eva ya no volvió al caserón en el que se había criado. Fueron unos meses muy duros para ella, pero a la vez se sentía libre. Pronto una buena noticia alegraría su vida. Eva esperaba un hijo de Esteban. Habían acordado marcharse a casa de unos primos de Esteban que trabajaban en la ciudad, donde 12


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

ambos encontrarían buenos trabajos y el bebé podría crecer en mejores condiciones. Partieron una noche en una carreta, cuando a Eva le faltaba muy poco para dar a luz. Iban felices. Todo estaba a oscuras y necesitaban cenar. Hicieron un alto en el camino, para encender un fuego. Esteban se había alejado para buscar unas ramas y algo de leña, cuando sonó un disparo cercano. De pronto empezó a llover, pero eso no impidió que Eva bajara de la carreta para ver qué sucedía. A varios metros de allí, su padre disparaba a algo que se retorcía en el suelo. Un segundo disparo se transformó en una contracción de parto para Eva, que echó a correr lejos de allí. Su padre la había visto e iba hacia ella. Iba ciego de ira. En el cielo, se empezaba a desencadenar una tormenta; en el suelo, un infierno. El dolor de las contracciones parecía mucho más terrible con la tormenta que se estaba desatando en la penumbra de aquel páramo. Eva había empezado a huir, dando enormes zancadas, en busca de un refugio seguro; cualquier lugar servía, siempre que su padre, autoritario, rifle en mano, no anduviera cerca. El niño estaba en camino y sentía que, de un momento a otro, le flaquearían las fuerzas y se desplomaría sobre el frío suelo, rota de miedo y dolor. Se arrodilló, agotada, entre la hierba y bajó la cabeza, mientras la lluvia le empapaba la cabeza sin piedad. Eva miró hacia abajo, a punto de darse por vencida. Pariría allí mismo; ya no había solución. Dejaría obrar al destino. Otra contracción volvió a sacudirla, de los pies a cabeza. Encogida sobre sí misma, con el cuerpo hecho un ovillo, cerró los ojos con fuerza y los mantuvo apretados durante unos instantes. Cuando los abrió, no pudo evitar una expresión de sorpresa. Ante ella, semioculto por un 13


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

bosquecillo, se adivinaba un monumental edificio casi en ruinas. Recuperó algo de aliento, se levantó fatigosamente y se dirigió allí como pudo. Camillas mohosas, instrumentos quirúrgicos oxidados, camisas de fuerza arrugadas y apiladas por los rincones... Eva no tardó en reconocer que se encontraba en un antiguo hospital psiquiátrico. Sus sentidos no daban para reconocer mucho más en aquel momento; se centraban en encontrar un lugar cómodo en el que dar a luz, pero lo único que encontraba a su alrededor eran sombras fantasmagóricas, provocadas por objetos desperdigados que arrojaban siluetas tétricas sobre las paredes. ¿Qué más daba? El niño estaba a punto de llegar. Ya no podía aguantar más. Eva avanzó por un pasillo, apoyándose fatigosamente en las paredes, hasta que, por fin, entró en una sala enorme; apartó de un manotazo varios trastos que había sobre una camilla y se recostó en ella. Alguien sonrió cariñosamente a su lado. Muerta de miedo, procuró no reparar en ello, se arremangó las ropas y, con las piernas abiertas, empujó para que saliera el bebé. Se debatía entre el agotamiento y el horror de saber que alguien presenciaba toda aquella angustia; pero asustarse era un lujo que no se podía permitir en aquellas circunstancias. Algo gimió lastimeramente y le acarició un tobillo. Eva encogió rápidamente las piernas, aullando de dolor y miedo, y se levantó de un salto; la observaban. La habitación estaba llena de gente, pero no conseguía ver qué había a su alrededor. Un rumor iba creciendo por instantes, voces con mensajes ininteligibles, pequeñas voces agudas, como de llantos de bebé, iban creciendo en número y potencia. Eva salió despavorida de la habitación. Pequeñas sombras de bebé gateaban tras ella, y algunas la alcanzaban y lograban 14


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

reptar por sus piernas. Algo frío entre sus muslos tiró de ella hacia abajo y le hizo caer. El vello de todo el cuerpo se le erizó justo antes de que un relámpago iluminara todo el pabellón; aquella bocanada de luz la traspasó y sintió una fiebre repentina. Algo más allá de este mundo se adivinaba en su útero. Eva rompió aguas, pero ahora no quería que ese niño naciera. Las sombras de aquellos bebés ya habían dejado de ser sombras, y seguían encaramándose a sus piernas; trepaban por ellas. “¡No..., no...!”, gimoteaba Eva, encogida en un rincón. Querían sacar a la criatura que albergaba en su interior, querían que jugara con ellos, con todos aquellos bebés que nunca llegaron a nacer en aquel hospital. Su barriga había crecido exageradamente y dejaba traslucir una pequeña luz. El rayo había anidado en su propia matriz y allí sucedía algo que poco tenía que ver con un parto normal. Ardía desde dentro y aquel ardor le agarrotaba los músculos, la paralizaba. Se encontraba indefensa, rodeada de pequeñas caritas fantasmales que le sonreían en una mueca, mezcla de felicidad y podredumbre. Eva se resistía a morir; así que respiró profundamente y, como impulsada por un resorte, se puso en pie y, haciendo acopio de todas las fuerzas que le quedaban, avanzó por los pasillos. Trastabillaba, caía y se volvía a levantar, dejando un reguero de espuma que se escurría por entre sus piernas. Abría y cerraba puertas tras ella, pero no encontraba la salida. Algunos bebés gateaban como animales por las paredes, cerrándole el paso, y le miraban con sus pequeñas cuencas vacías. ¿Sería su hijo así? Eva alcanzó un gran portón carcomido. Con mucho esfuerzo, logró abrirlo y salió de aquella pesadilla. Había dejado de llover y amanecía. Se encontraba en un oscuro 15


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

jardín con estatuas y fuentes llenas de hojas secas. Tal vez, en otra época, hubiese sido un pequeño espacio de recreo para los internos. Tambaleándose, Eva se dirigió a un frío banco de piedra y se recostó en él, molida, dispuesta a exhalar su último aliento. Al instante, se incorporó levemente y se dio cuenta de que su barriga ya no estaba hinchada. No sentía contracciones, ya no había dolor... tampoco bebé. Lloró desconsoladamente, con una amargura que le petrificaba el pecho, durante unos minutos, hasta que no aguantó más. Cuando por fin cerró los ojos, unas manitas frías como el mármol se posaron en sus párpados, mientras una vocecilla apenas audible balbuceó, entre susurros, en su oído: “Mamá”.

16


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

LA MUÑECA DE TRAPO, por M.ª Esther Vignacq Sánchez

2º ESO B

Era la noche de Halloween del año 1967. Todos los niños estaban jugando o pidiendo caramelos, todos menos yo. Me sentía solo, triste y olvidado. Era el nuevo, había llegado hacía dos semanas al barrio. Yo tendría unos 9 o 10 años más o menos —no me acuerdo bien— y me llamaba Peter. Era moreno con el pelo lacio y con los ojos de color miel, delgaducho. Ese día intenté hacer amigos, pero todos los niños se reían de mí por mi disfraz. En esa época, me gustaban las muñecas de trapo, por lo que me disfracé de muñeca. Vi a una niña, creo que tendría mi edad, sola y sentada en un banco. Era rubia y con los ojos verde esmeralda, un poco más baja que yo, y se llamaba Mary. Nunca olvidaré su nombre. —¡Hola!¿Cómo te llamas? —le pregunté—. ¿Tienes amigos? —añadí. —Me llamo… Mary —dijo casi susurrando—, ¿qué son amigos? Me quedé asombrado, ¡no sabía qué significaba amigos! Me concentré mucho para explicárselo, tanto que me salieron arrugas. Después de un rato se me ocurrió la definición perfecta. 17


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

—Amigos significa las personas en las que puedes confiar, que te quieren tal y como eres, que te ayudan en los momentos tristes, te apoyan, te aconsejan, son el hombro para llorar en los peores momentos… —Ah. ¿Tú tienes amigos? —No muchos, bueno, en realidad ninguno —al momento se me ocurrió una idea—, ¿quieres ser mi amiga? — esa pregunta cambió mi vida por completo. —Vale, me parece bien. ¿Qué hacen los amigos? —Pues, por ejemplo, quedan en la casa del otro. —¿Quieres venir a mi casa? —me preguntó. —¡Sí! Digo, si quieres. —Sígueme. La seguí lo mejor que pude, pero era difícil, porque se entremezclaba con la multitud, casi me pareció verla atravesar a un niño. Todos me miraban raro, pero solo a mí, nunca miraban a Mary. No le di mucha importancia, puesto que yo iba disfrazado de muñeca de trapo, y ella de fantasma. Me gustó mucho su traje: vestía una túnica blanca que parecía resplandecer un poco y la llevaba manchada de sangre falsa —al menos eso creía yo en aquel entonces— por la parte del corazón, también un poco la cara. Cuando llegamos estaba cansado, habíamos caminado por los menos veinte kilómetros, y me quedé contemplando la zona. No había muchas casas, la mayoría parecían estar abandonadas por lo menos cincuenta años, y ningún niño. Su casa era grande, parecía una mansión, pero estaba un poco — bastante— descuidada. Tenía dos grandes ventanales en el piso de arriba, que daban a un balcón, mientras que el balcón rodeaba toda la casa. Me miró con cara de pena, al menos eso parecía, y por fin habló. 18


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

—Pasa —me dijo—. Esa palabra sería lo último normal que escucharía esa noche. Cuando pasé chirriaron las puertas y se cerraron de golpe. La casa parecía que era del siglo XVIII más o menos, nunca he sido bueno calculando fechas, y daba un poco de miedo. Pero para no desagradar a Mary no hice ningún comentario. Subimos las escaleras y llegamos a su cuarto. Lo supe porque ponía su nombre en la puerta. —¿No están tus padres? —pregunté. Se paró en seco, me miró durante largo rato y luego entró en su cuarto. Todo era rosa, incluso la cama. Seguí registrando hasta que encontré una cosa que no cuadraba: una mano saliendo de debajo de la cama, un poco ensangrentada. Miré debajo de la cama y vi su cuerpo, el de Mary, ahí. Llevaba una muñeca de trapo en la mano. Las siguientes acciones pasaron muy rápidas: pude ver a Mary cogiendo la muñeca, abriendo su boca hasta exhibir tres filas de dientes, chillando —más o menos se podría decir— tragándome y luego estaba en sus brazos. Era la muñeca de trapo. Llevo casi cincuenta y tres años dentro de la muñeca, menos cuando es Halloween, que puedo salir de ella. Llevamos muchos países recorridos, y este año por fin nos toca España. Si ves a un niño de 10 años y a una niña de 9 disfrazados de muñeca de trapo y fantasma, no huyas, simplemente síguenos. Esperamos que tengas suerte y nos encuentres, porque no nos gustan los que huyen de nosotros o se esconden, a esos los matamos sin más. Pero si te entregas a nosotros, puede ser que tu alma se quede dentro de la

19


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

muñeca y me hagas compañía: 364 días al año sin comunicación no es divertido. La lección de vida que has aprendido es: No todo es lo que parece.

20


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

NOS HIZO LA VIDA IMPOSIBLE, por Sonia Alcántara Monreal

2º Bachillerato B

Mis padres, mi hermano y yo éramos una familia muy feliz. Mi madre nos llevaba a natación y a kárate por las tardes y mi padre siempre nos ayudaba con los deberes. Salíamos a pasear los sábados por la mañana, de vez en cuando íbamos al cine… Todo nos fue bien hasta que de repente, una noche, ocurrió lo que jamás en mi vida me habría imaginado. Mi padre fue atropellado a la salida de su trabajo y no supimos quién fue el culpable de lo que para mí y para toda mi familia se convirtió en una gran pesadilla. Mi madre empezó a conocer a un hombre, a mí no me caía bien, ya que nos trataba mal a mi hermano y a mí, y lo peor de todo era que tampoco trataba bien a mi madre. A veces le gritaba, no le dejaba salir a ningún sitio sin él; en definitiva, era muy controlador. Además, desde que ese hombre vivía en casa, estaban pasando cosas muy extrañas, sobre todo por las noches. Se abrían y se cerraban las puertas y las ventanas solas, se caían los cuadros de las paredes, se movían las cosas de sitio, se encendían y se pagaban las luces continuamente, y lo que más miedo me daba era que antes de dormirme siempre escuchaba una voz que me decía: “Te vamos a hacer la vida imposible, pequeña Susana”, “Vamos a dejar destrozada a ti y a toda tu familia” o “Solo venimos a haceros daño y a que sufráis”. 21


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

Hablé con mi madre y le dije que ese hombre no era bueno y que pensaba que todo lo que estaba sucediendo en casa era debido a él. Ella no me hizo caso porque estaba muy enamorada, me dijo que no le estaba tratando tan mal y que lo que ocurría por las noches eran sueños míos. Él continuó comportándose mal y seguían ocurriendo cosas sobrenaturales. Después de dos meses de sufrimiento, mi madre empezó a creerme cuando una noche lo escuchó hablándole a la nada, dándole indicaciones de cómo causar terror en la casa y hacernos daño. Mi madre comenzó a gritar, él fue corriendo hacia ella, le tapó la boca y le amenazó diciéndole que le mataría si contaba algo. A pesar de eso, mi madre lo denunció por malos tratos y contó que mandaba a un espíritu todas las noches para ocasionar miedo a ella y a sus dos hijos. Por esta razón, desafortunadamente, esa horrible persona mató a mi madre clavándole un cuchillo en el estómago. Tres meses después, me enteré de que el asesino de mi madre fue el mismo que el de mi padre. Me vine más abajo de lo que ya estaba, no podía creer nada de lo que estaba ocurriendo, sentí mucha impotencia y rabia y no paraba de llorar. No entendía nada y no sabía por qué nos había pasado esto a nosotros. Mi vida cambió completamente y todo fue por culpa de él, me quedé sola con mi hermano sin saber a dónde ir, tenía que cuidar de él pero estaba muy hundida como para sacar fuerzas y pedir ayuda. Lo peor de todo no es eso, lo peor es que tanto el espíritu como ese monstruoso hombre nos han estado persiguiendo a mi hermano y a mí durante dos años. Por lo tanto, pensé que los siguientes en morir íbamos a ser nosotros y no me equivoqué. Nos mató

22


R/N. Revista de narrativa, nĂşm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

a mi hermano y a mĂ­ a la salida del colegio de la misma manera que matĂł a mi padre.

23


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

LA DOCTORA, por Alicia Ibáñez Fernández

3º ESO C

Eran las doce de la noche. Una niña dormía con su madre y su hermano; tenía nueve años, era rubia, muy delgada y baja; le encantaba ir a la escuela, pero no se le daban muy bien las mates. Se despertó porque escuchó un ruido extraño en el salón, se levantó con mucho cuidado sin hacer ruido y muy despacio salió de la habitación andando de puntillas, muy asustada; tenía mucho miedo. Llegó al salón y vio a una señora muy alta, un poco rellenita, con el pelo claro y gafas muy pequeñas que le hacían unos ojos verdes diminutos. Le dijo a la niña: —Hola. Soy la doctora y me llamo Amelia, tu mamá me ha llamado porque no se encontraba muy bien. La niña la miró y le preguntó: —¿Y dónde está mi mamá? Ella le respondió suavemente: —Se fue a la cocina y no volvió, la estoy esperando. La niña se giró y fue caminado hacia la cocina. Encontró a su madre y corrió a darle un abrazo. No notó que su madre se encontrara mal y esta le preguntó: —Cariño, ¿qué ocurre? ¿Has tenido alguna pesadilla? La niña se extrañó y dijo:

24


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

—No, mamá, hay una señora en el salón que me ha dicho que era tu doctora y que la has llamado porque te encontrabas mal. Me he asustado mucho, mamá. La madre la miró, sonrió y le dijo: —En casa no hay nadie, solo estamos tu hermano, tú y yo. La niña, que estaba totalmente en shock, respondió: —Que no mamá, que la he visto. ¡Ven! Fueron las dos al salón y no había nadie. La madre dijo a la niña: —Corre a dormir, cariño, que mañana hay que ir al cole y estás muy cansada. La niña obedeció y fue a acostarse, tardó un rato en dormirse, pero consiguió olvidarse de lo que había pasado y se durmió. La niña se llamaba Andrea y, cuando dormía, sobre las tres de la mañana, empezó a escuchar que la llamaban, pero no podía abrir los ojos; era como si se los hubieran cosido, y dijo: —¿Quién eres? ¿Qué quieres? ¿Por qué no puedo abrir los ojos? La voz respondió: —Soy Amelia, ¿te acuerdas? La doctora... Pero esta vez no me ha llamado tu madre... Andrea, muy asustada, dijo: —¡Déjame ver! Amelia respondió: —Todo a su debido tiempo. La cogió y se la llevó. 25


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

Le cosió también la boca para que no pudiera gritar. Pararon y la doctora le quitó los hilos. Andrea abrió los ojos y vio que estaba en su casa, era de día, su madre estaba cocinando y su hermano estaba tocando el piano. De repente la vio, vio a la doctora y salió corriendo, pero siempre estaba detrás. Le dijo: —Por favor, déjame, me das mucho miedo, no quiero que me hagas daño. La doctora respondió: —Solo te quiero curar, no te pasará nada. Pero Andrea ahora está en la calle, no hay nadie. Solo pasan coches, da un paso atrás y la atropella un camión, pero no le hace nada, pasa a través de ella como si fuera invisible. La doctora la estaba cogiendo de la mano. Andrea pregunta: —¿Dónde estamos? Este no es mi barrio. Amelia responde: —Solo es un sueño. Mañana tienes que ir al médico. La niña grita y su madre la despierta.

26


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

LA PENITENCIA, por David Saura Conesa

1º Bachillerato F

Se oye la sirena, Eón despierta. Es de noche y no hay ruido. Él juraría haber escuchado aquel sonido, el que indica que deben despertarse. De repente se da cuenta, está solo, no hay nadie. Su celda está abierta y el pasillo, al que los mismos presidiarios han llamado California, oscuro. Solo brilla la tenue luz que incide en el pasillo por los tragaluces del techo. No entiende qué está pasando. Ahora es su oportunidad de escapar y tener esa vida que siempre ha soñado. Corre a través de California para llegar a Illinois, el pasillo que conduce al patio. Pero algo es distinto. Esta no es su cárcel, no es el lugar del que no puede salir, tampoco es el lugar en el que despierta cada mañana. Este es su sueño, ese sueño que Eón tiene cada noche, en el que escapa de su prisión. Está soñando, lo entiende y todo cobra sentido. Pero no parece un sueño, parece muy real. No se siente bien, las sensaciones no son irreales, es más, este sitio es peculiar en comparación con todos los demás en los que ha estado en las otras ilusiones. Para un momento, piensa. Se pellizca, debe despertar. No puede ser real. Y a lo lejos, mirando a Illinois, lo ve. Ve a Alexander. Al entrar en la cárcel por homicidio, Eón compartió celda con un hombre llamado Alexander. Juntos, idearon un plan para escapar. Pero esta prisión no es como cualquiera. Se encuentra en una isla, junto a San Francisco. Se llama 27


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

Alcatraz, y es imposible escapar de ella a pie. Necesitaban entonces un medio de transporte, pues no podrían nadar hasta tierra firme. El plan era sencillo, fingirían que estaban heridos e irían a un hospital situado en la costa. Así, aprovecharían que la enfermería no estaba operativa por unas obras debidas a una fuga de gas, una explosión, nadie sabe. Una vez con todo en mente, la ejecución salió a la perfección. Aunque ni ellos mismos sabrían qué hacer una vez libres. Quizá esconderse, cambiar de estado, de continente. Pero algo salió mal, en un momento determinado, Alexander comenzó a pelear con los guardias que los escoltaban. Eran dos, el conductor y un forzudo vigilante. Eón no podía reaccionar, eso no estaba en la planificación. Todo se comenzó a tornar oscuro. Alexander consiguió empujar al forzudo vigilante al agua, el cual murió ahogado segundos después. Tenían vía libre para tomar el control de la lancha. El siguiente era el conductor, que sorprendentemente permanecía ajeno a todo lo que estaba pasando. Alexander también consiguió empujar al conductor. Había matado a los dos guardas. Eso no debería haber pasado, no estaba planeado. Es este momento fue cuando ellos mismos comenzaron a discutir. Para Eón, nada de eso estaba bien. Sentía la ansiedad, el miedo, la furia. Finalmente, resultó en una pelea entre empujones y patadas en la que cayeron al mar. Se veía la costa, se veía la cárcel y ellos estaban rodeados de agua, con la lancha alejándose y ellos ahogándose. No podían nadar, pues estaban ambos esposados. Eón trató de aguantar a flote pero, cuando se quiso dar cuenta, su compañero ya no estaba. El mar se lo había tragado, aquel inmenso mar. Apenas le quedaban fuerzas. Su amigo acababa de morir y él iba a hacerlo. De repente, en aquel momento, el gran faro 28


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

de la isla lo apuntó con su luz cegadora. Otros barcos se le acercaron, pudo ver en sus vinilos la palabra policía. Pero no les dio tiempo a llegar y salvarlo. Eón murió ahogado. Pero, como un día normal, de nuevo despierta. Alexander lo estaba llamando, iban a cumplir su sueño. Entonces, lo ejecutan, ejecutan ese plan que tenían juntos. No hay nadie, solo ellos dos. Todas las puertas están abiertas y no supone una dificultad salir de allí. Se encuentran en el embarcadero de la isla, un pequeño velero les está esperando. La noche está muy tranquila, no hay oleaje, todo está en calma. Pueden ver el Golden Gate, el sitio favorito de Eón en toda la ciudad. Cuando este se ponía triste, salía a pasear a este puente y reflexionaba. Esto es lo que ambos deseaban. Repentinamente, en la noche, en la gran ciudad de San Francisco, suena un gran estruendo. Un relámpago enorme. Comienza a llover. Vuelve a estar solo en el velero. Alrededor, agua, el grandioso puente a un lado, la isla detrás, la ciudad delante. Eón llora. No hay nada, no hay vida. Se encuentra en medio de la nada, lloviendo, relámpagos. Esto no es lo que él quería. Otro relámpago. Despierta en la isla, en su celda de nuevo. Otra vez está todo vacío, igual que antes. La misma noche, el mismo viento, el mismo oleaje. De nuevo, Alexander en Illinois, él en California. Vuelve a ocurrir el episodio de antes, todo marchaba hasta que un relámpago lo cambia todo. Se está repitiendo. Cárcel, velero, relámpago y vuelta a la cárcel. Después de mucho repetir, intentarlo, intentar ese plan en el que escapaba con su amigo, se da cuenta de que es imposible. Siempre despierta de nuevo en la cárcel, después de montar en el velero, de que el relámpago caiga y el estruendo suene. Eón entonces está perdido. Se encuentra en 29


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

un ciclo. Así es y así será. Siempre despertará, verá a Alexander, viajará en el velero y se quedará solo. Siempre se mojará con la lluvia, llorará mirando al puente, a la ciudad, sin saber qué hacer y despertará otra vez. Eón entonces, un día, despierta y, sin saber por qué, siente que esto ya lo ha vivido. Ya conoce qué va a pasar, sabe que su amigo está destinado a morir. Debe cambiar su futuro. Debe romper el ciclo. No le lleva mucho tiempo saber que, para romper el ciclo, debe cambiar las circunstancias. Pero no, la única salida es que Eón muera. Mientras él está en California, Alexander está en Illinois indicándole el camino, como cada vez. Eón entonces se da cuenta de que ha de terminar con todo. Mirando a Alexander, decide no tomar ese camino y este desaparece. Siente que todo ha cambiado pese a que nada realmente lo ha hecho todavía. Ha llegado el momento de hacerlo. Sabe que debe morir. Lo deja todo atrás y llega al embarcadero, el velero no está, sino que se encuentra una pequeña lancha. En vez de dirigirse a San Francisco, se dirige al puente. Allí donde solía pasear, allí donde tanto ha reflexionado, allí es donde él cree que pertenece. Llega a tierra firme, no hay coches, no hay personas, todo está vacío. Las farolas están encendidas pero la oscuridad de la noche es inmensa. Llega al puente. Alexander está ahí, mirándole. Ha llegado su momento, debe morir por segunda vez. Debe acabar con este purgatorio, en el que creía que cumpliría su sueño de salvarse y escapar, pero en el que se ha dado cuenta de que no es posible. Lo ha intentado, ni él sabe cuántas veces, quizá miles. Ha estado intentando salvarse él y salvar a su amigo, pero no ha sido posible. La culpa es demasiado grande. Eón no mira hacia atrás y, en medio del puente, se lanza al vacío y muere, por segunda vez, en el inmenso océano Pacífico. 30


R/N. Revista de narrativa, nĂşm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

Ya no despierta.

31


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

EL MISTERIO DEL PIANO ENCANTADO, por Lucía Frutos Teruel

3º ESO C

Cuenta la leyenda del pueblo Díatoni que, allá por el año 1880, había unos 200 habitantes y que estos poseían una riqueza bastante alta para el año del que se trataba. Había en el centro del pueblo una mansión muy grande y solitaria que pertenecía a un pianista muy afamado al que todos los habitantes del pueblo le tenían en gran estima y admiración. Día 8 de agosto de 1880. Este día era el 44 cumpleaños del famoso pianista, y todos los habitantes del pueblo decidieron reunir una gran cantidad de dinero para regalarle un nuevo piano, al músico ya que el que este tenía era un piano viejo y roto, en esta época los pianos eran muy caros, puesto que eran artesanos. El cura del pueblo recogió todo el dinero ahorrado por los vecinos y fue a un pueblo cercano a comprar el piano. Cuando el cura iba de camino al pueblo con el piano y los transportistas, una tormenta les pilló desprevenidos, y segundos después un enorme y poderoso rayo cayó sobre ellos: el cura y uno de los dos transportistas murieron. El piano resultó intacto a excepción de un de sus 88 teclas, que se quedó completamente ennegrecida. Día 9 de agosto de 1880. — Se celebraba el funeral del cura en Díatoni, era un día triste pero los vecinos decidieron regalarle el piano al pianista, aunque con un día de retraso. 32


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

El pianista les agradeció mucho a los vecinos lo que habían hecho por él. Día 8 de agosto de 1888. Hace 8 años que murió el cura del pueblo, pero la desgracia del pueblo se repite. Una vecina del pianista fue a darle un trozo de bizcocho, como todos los días del cumpleaños de este desde hacía cinco años, pero algo muy grave sucedió: cuando la vecina entró a la casa encontró al pianista muerto ante el piano, una gota de sangre de este cayó justo en la tecla ennegrecida por el rayo de hacía 8 años. El terrible suceso dejó a todos los vecinos muy impactados, ya que no esperaban que el pianista muriera tan inesperadamente, este no tenía ningún problema de salud, se conservaba muy bien y sus antepasados siempre habían tenido una vida longeva. Les sorprendió muchísimo que el pianista muriera por causas desconocidas con 52 años recién cumplidos apenas unas horas antes de morir. El piano fue heredado por la vecina que encontró muerto al pianista y 36 días después de encontrar al pianista muerto, la vecina murió de un accidente al caer desde una mesa cuando intentaba limpiar una estantería que había al lado del piano, la desagradable caída le causó un tremendo golpe en la cabeza con una esquina del piano, causándole una muerte inmediata. Uno de sus dientes se rompió en la caída y este apareció en la tecla ennegrecida del piano. El piano había presenciado todos los terribles sucesos ocurridos en los años que llevaba junto a la gente del pueblo: primero fue el cura, al que le cayó un rayo; después el pianista, que murió por causas desconocidas; y, por último, la vecina, que falleció de un fatal accidente. 33


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

¿Sería una casualidad que el piano presenciara todo esto? ¿Por qué todo estaba relacionado con el piano? Un detective medio brujo que vivía en el pueblo se dio cuenta de todo esto y se puso a investigar. Encontró varias “pistas”: todas las fechas y años contienen algo relacionado con el piano: ▪ 8-8-1880 (muerte del cura). Qué casualidad que un piano tiene 88 teclas. ▪ 44 cumpleaños del pianista. Qué coincidencia que la mitad de 88 sea 44. ▪ Qué coincidencia que la tecla ennegrecida siempre apareciera mencionada en todos los sucesos: primero el rayo, después la gota de sangre del pianista y, por último, el diente de la vecina. —¿También es casualidad que el pianista muriera con 52 años, siendo estos dos dígitos el número de teclas blancas que tiene un piano, o que 36 días después muriera la vecina, siendo estos dos últimos dígitos el número de teclas negras de un piano? — Y ¿es casualidad que el detective acabe de morir aplastado por el piano cuando intentaba moverlo para examinarlo? ¿Qué pasará ahora con la próxima persona que se acerque al piano...?

34


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

EL PELIGRO DE LA CURIOSIDAD, por Paula Fernández Molina

2º Bachillerato B

La noche de Halloween de hace dos años será imposible de olvidar para Amanda y sus amigos. Aquel Halloween, una pandilla de amigos muy atrevidos decidieron curiosear las casas y edificios abandonados de su pueblo. A las ocho de la tarde comenzaron a disfrazarse en casa de Marcos. Sus disfraces y maquillajes eran dignos de aparecer en una película de terror. Amanda se había confeccionado ella misma un disfraz de fantasma con una sábana vieja, Marcos iba de payaso diabólico, Alberto iba maquillado de zombi y Lucía simplemente llevaba una máscara con la que decidió asustar a los niños que pedían caramelos por las casas. El grupo de amigos decidió pedir unas pizzas y ver una película de miedo antes de salir a la calle. Eran las once de la noche cuando terminaron la película y salieron. Lo primero que hicieron fue asustar a una pandilla de niños, los cuales salieron corriendo al ver aquellos maquillajes tan realistas. Amanda y sus amigos echaban de menos pedir caramelos y pensaron en revivir momentos de su infancia llamando puerta por puerta, diciendo la mítica frase de truco o trato. Cuando se cansaron de pedir golosinas eran las doce de la noche y se acordaron de que cerca de allí había una fábrica abandonada. Amanda y sus amigos sabían que entrar no era lo correcto, debido a que sus padres ya les habían advertido y, 35


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

además, las historias que se oían sobre aquel lugar, digamos que quitaban el sueño. A la entrada de la fábrica había un enorme grafiti de un gato negro, con unos ojos blancos que parecía que todo el tiempo les miraba. Al entrar en aquella nave vieron cómo el paso del tiempo se había apoderado de aquel lugar: máquinas destrozadas, basura por el suelo, puertas y ventanas rotas y ropa vieja por el suelo, señas de que varios okupas habían pasado noches allí metidos. Pero lo espeluznante y lo que puso la piel de gallina a esta banda de amigos fue el hecho de que vieran dos ataúdes abiertos. Amanda, Marcos, Alberto y Lucía estaban aterrados y no sabían qué hacer, pero la intriga les pudo. Quizá esta fue una decisión de la que posteriormente se arrepentirían toda su vida. Al asomarse vieron dos cuerpos, el de un hombre de aproximadamente cuarenta años y el de una joven de más o menos dieciséis años. El cuerpo del hombre estaba lleno de sangre y en su pecho se podía observar un agujero de bala. La joven tenía varios moratones por las muñecas y el cuello atado con una soga como si la hubieran asfixiado. El grito que pegaron fue tan fuerte que probablemente la gente que estuviera despierta a esas horas lo escucharía. Todos quedaron inmóviles, no sabían reaccionar, ni cómo actuar en situaciones de este tipo. Cuando por fin salieron del estado de shock en el que habían entrado comprendieron que no podían salir corriendo y olvidar lo ocurrido. Irían al cuartel de policía y relatarían los hechos con exactitud. Pasaron aquella madrugada en comisaría, pero se quedaron más tranquilos al saber que alguien más conocía los hechos y que el asesinato de aquellas personas quedaría resuelto. Las noches siguientes fueron difíciles para estos amigos, el sueño era difícil de conciliar y los rostros de 36


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

aquellas dos personas aparecían incluso en los mejores sueños. Fue tan solo hace dos meses cuando la verdad sobre aquel crimen salió a la luz. Supuestamente, un padre y una hija sin techo se refugiaron allí en busca de calor y presenciaron algo que no debían. Aquella fábrica abandonada era un punto de venta de drogas. Una noche los traficantes se dieron cuenta de que habían sido descubiertos y prefirieron silenciar a aquellas inocentes personas antes que llegar a un acuerdo.

37


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

TESTIGO, por Lucía Leal Gálvez

3º ESO C

Todo comenzó el 10 de diciembre de 1819. Era un invierno como todos los demás, quizás un poco más frío. Todos disfrutaban de la Navidad con sus familias o amigos, o incluso trabajando; todos, excepto un pobre niño: James Finnegan. Toda su familia estaba en el hospital, cuidando de su abuelo Arnold, que hacía un tiempo había sido ingresado debido a un paro cardíaco, por lo que él, al ser demasiado pequeño, tuvo que quedarse en casa, cuidando de su hermano Mathew, lo que le pareció muy injusto, porque solo tenía 10 años: si apenas sabía cómo cuidarse él mismo, ¿cómo iba a hacerse cargo también de alguien seis años menor que él? Sabía que su abuelo era muy querido por todos, debido a que había sacado adelante a toda la familia después de que su abuela muriera dando a luz a su tercer hijo. Y, al principio, estuvo de acuerdo, su abuelo estaba pasando por un momento muy malo y se merecía a su familia a su lado. Pero el tiempo pasaba y nada parecía ir a mejor, su abuelo seguía igual, y su madre, cuando llegaba, lo único que hacía era acostar a su hermano e irse a su dormitorio con la excusa de que estaba muy cansada, aunque James sabía que solo lloraba por la ida de su padre, 38


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

que los había abandonado exactamente hacía 7 años, cuando se enteró de que su madre estaba embarazada de nuevo. Un mes, dos, hasta que su madre le avisó que ese día debía ir al hospital. James estaba muy contento, siempre había estado muy unido a su abuelo y, a pesar de unos molestos pensamientos que le decían que todo lo que le había pasado era su culpa, estaba contento, pues creía que su abuelo había mejorado y que todo volvería a la normalidad. Grande fue su desilusión cuando vio a su abuelo en un estado peor al anterior, por lo que se le ocurrió hablar con él mientras este dormía. Tras muchas súplicas, su madre finalmente le dejó entrar, a cambio de que no tocara nada y se llevara a su hermano, pues ella quería estar tranquila. James entró como si le acabaran de dar un caramelo, estaba deseando poder contarle a su abuelo todo lo que le había pasado, pero, tras unos minutos en los que este no reaccionaba, James se desesperó y una de sus malas e impulsivas ideas le hizo empezar a tocar los botones de la camilla; grande fue su sorpresa cuando de repente un pitido incesable empezó a sonar. Rápidamente, los doctores entraron en manada y los sacaron de allí. Toda su familia se asustó mucho y en cuanto lo vieron empezaron a hacerle preguntas. Sorpresivamente, James estaba tranquilo, demasiado, sin darse cuenta de lo que su subconsciente había hecho; tampoco se alteró cuando les dieron la noticia de que Arnold había muerto, y mucho menos cuando le echaron la culpa a su hermano de ser él quien causó su repentino fallecimiento. Los días pasaban y la familia Finnegan cada día se iba desplazando más, ya nada era igual; aunque al principio 39


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

intentaron mantenerse unidos, las reuniones familiares solo les recordaban al difunto Arnold, por lo que decidieron cortar todo el contacto hasta que la reciente herida se cerrara, aunque todo el mundo sabe que el dolor de perder a alguien importante nunca se va, solo se aprende a vivir con él. Los días para James se volvieron aún más monótonos: ir al colegio, volver, hacer las tareas y acostarse para mañana empezar de nuevo; tan enfrascado estaba que no se dio cuenta del nuevo trato de su madre hacia Mathew. No fue hasta que, un día, mientras dormía, empezó a oír gritos mezclados con sollozos. Pensó que eran imaginaciones suyas, consecuencia de su reciente sueño, aunque unos minutos después descartó esa idea y decidió ir a investigar. Los gritos lo llevaron a la planta baja, específicamente a la habitación de su hermano. Sorprendido, abrió un poco la puerta, lo justo para ver qué pasaba dentro, seguramente solo estaría teniendo una pesadilla y él podría volver a la cama, pero lo que vio lo dejó petrificado. Fue en ese momento en el que se dio cuenta de las marcas que su hermano llevaba, en el cuello, en los brazos e incluso en el abdomen. Y ver a su madre con esa mirada de furia e impotencia, apuntando a su tembloroso hermano con un cuchillo y gritándole que él tenía la culpa de haber destrozado la familia, le revolvió el estómago y heló la sangre. Estuvo a punto de interceder, hasta que oyó una escalofriante voz, llena de rencor, que le hizo dudar. Su parte humana y racional le decía que no le hiciera caso, que su hermano no se merecía nada de eso, y que tenía que parar esa acción tan despreciable y poco humana, aunque, casi sin darse cuenta, cerró la puerta y empezó a subir las escaleras, 40


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

dejándose llevar una vez más por su parte irracional y llena de rencor, que cada vez iba consumiéndolo más y más. “Total, mamá no se atreverá a hacer nada, siempre ha sido un poco agresiva e impulsiva, seguro mañana todo volverá a la normalidad”, pensó James. Ese día murió Mathew Finnegan, y contra todo pronóstico nadie lloró ni hizo justicia. Rebecca Finnegan siguió con su vida, como si nunca hubiera matado a una persona inocente, con toda una vida por delante, además de ser sangre de su sangre. Rebecca intentaba con todas sus fuerzas olvidar ese trágico momento en el que, en un momento de debilidad, le había quitado la vida su pequeño, a alguien puro, que ni siquiera sabía lo que había hecho. A su mente llegó varias veces la opción del suicidio, pues no podía vivir con la culpa. Pero entonces recordaba a James, jamás se perdonaría dejarlo solo, ya le había fallado a uno, no podía permitirse el lujo de acabar con la esperanza y felicidad de su otro hijo. Por eso intentó seguir con su vida, prestándole más atención a James, pero este era como un libro cerrado, jamás compartía nada, lo que hizo que ese sentimiento de culpa aumentara más, hasta el punto de llegar a pensar que él la odiaba. En una de sus tantas noches llorando, algo hizo clic en su cabeza, se dio cuenta que no merecía vivir, no solo por el asesinato de Mathew, también por el trato que les había dado a sus hijos unos meses atrás, ella nunca fue una persona cariñosa, pero había cruzado el límite de buena a mala madre y aquello la carcomió, pues su familia era lo que más quería y por su propia culpa la había perdido. Así que en una de sus impulsivas acciones lo hizo. Y aunque James podría haberlo evitado, solo se quedó quieto, siendo testigo, de nuevo, de una muerte injusta, o puede que esta 41


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

vez no tanto. Ese día murió Rebecca Finnegan. Por lo que James quedó a cargo de su padre, Esteban Whitesides, y se mudó a Canadá. Todos los vecinos, conmocionados, vieron cómo James salía de aquella casa, que tantas desgracias había presenciado. Aunque algunos afirman que Esteban solo se había llevado el cuerpo de James, algo sin valor ni sentimiento, y que su conciencia y alma aún residen en la casa, donde aún se pueden oír los llantos, sollozos y desgarradores gritos de Rebecca y Mathew.

42


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

EL GARAJE, por Mario Puerto Palazón

2º Bachillerato B

La policía llegó a la escena del crimen donde se hallaba muerto el famoso asesino en serie del que todo el mundo había estado hablando los últimos meses; al parecer se suicidó. En un escritorio que había cerca del cadáver, ya en estado de putrefacción, había una especie de diario en el que, al parecer, el psicópata había escrito una pequeña autobiografía. También anotaba con gran detalle la forma en la cual asesinaba a sus víctimas y, al final, confesaba por qué decidió llegar al punto de arrebatarse su propia vida. Con la finalidad de entender mejor el caso, un detective de la policía del lugar creyó que era buena idea redactar en un breve relato todo lo que se encontraba en el diario. La historia es la siguiente: “Nicolás era un hombre de unos 38 años; un artista frustrado que abandonó su vocación para ser cartero, ya que sus obras artísticas (cuadros, esculturas, canciones) no terminaban de convencer a la sociedad, que, según él, no le entendían; y de algo tenía que vivir. En cuanto a su infancia, no fue muy feliz: su padre era alcohólico y se marchó de casa cuando Nicolás tenía 15 años, tras una acalorada discusión con su madre, la cual nunca demostró demasiado afecto hacia su hijo. Cabe destacar que a los 17, a Nicolás le diagnosticaron una esquizofrenia severa que, según el psicólogo, se debía a traumas que tuvo de pequeño; pero 43


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

esta enfermedad nunca le supuso muchos problemas, según él mismo afirmaba. La vida social de Nicolás se podría describir en una sola palabra: rechazo. Este fue uno de los principales móviles que llevó a Nicolás a hacer lo que hizo. Había acabado su turno de trabajo, y sus compañeros habían estado mofándose de él todo el día. Nicolás se sentía humillado y furioso, muy furioso; para volver a casa, pasó a través de un parque y vio a todos aquellos niños sumergidos en una felicidad inmensa, cosa que Nicolás siempre envidió, debido a su infancia. Si juntamos esta envidia con lo que pasaba por la mente de Nicolás en ese momento, da como resultado lo que sucedió después. Nicolás paró en seco en medio del parque; se le había ocurrido algo. Estuvo visualizando el lugar durante unos treinta segundos hasta que localizó a un niño, solo, y sin nadie cerca de él. Nicolás consiguió persuadir al niño para que fuese con él a su casa; le dijo que era un amigo de su padre para poder engañarlo. Una vez en casa de Nicolás, este lo llevó a empujones al garaje, donde comenzó a pegarle hasta que el niño perdió la vida. Tener ese cuerpo sin vida entre sus brazos hizo que en Nicolás despertase algo, algo que ya no podía controlar y que le hizo sentir bien por una vez en su vida. A partir de ahí, Nicolás comenzó a secuestrar gente de diversos modos: con drogas, con violencia, con engaños; gente de todas las edades, gente que, de un modo u otro, le hacían sentir envidia y furia, una furia desenfrenada que hacía a Nicolás perder la razón. Mataba a sus víctimas de muchas maneras, tan creativas como escalofriantes (veneno, inanición, desangramiento, el Toro de Falaris, la cuna de Judas). Una noche, mientras Nicolás dormía en su habitación, 44


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

algo le despertó, una voz familiar; pronto cayó en la cuenta de que la voz que le llamaba al garaje, donde acababa con sus víctimas, era la voz del primer niño al que mató. Nicolás quedó estupefacto, pero se convenció a sí mismo de que era una pesadilla y que no era nada. Pero las noches pasaban, y las voces de sus víctimas le quitaban el sueño y comenzó a delirar; más incluso de lo que había estado delirando hasta ahora. Hasta entonces, Nicolás había estado haciendo vida normal, por raro que parezca, pero conseguía disimular a la perfección su situación actual, es más, se podría decir que se le veía más animado. Pero llegó un punto en el que Nicolás no aguantaba más, ya eran demasiadas voces rondando su cabeza y haciendo que se sintiese culpable; incluso de vez en cuando le parecía ver a gente merodeando por su casa, gente a la que él mismo había matado. Estas voces le sugerían que se hiciese a él mismo lo que les había hecho a ellos, que se suicidase. El asesino sabía que la policía estaba estrechando el cerco, y que más pronto que tarde le acabarían pillando; así que antes de quitarse la vida, decidió hacer una última cosa: escribir el final de este diario, con una nota de suicidio que culpaba a todos sus conocidos de los asesinatos cometidos, por haberle rechazado, humillado, pegado, y por no haberle querido tal y como era. Al terminar de escribir, levantó la cabeza del escritorio y pudo ver a todas y cada una de las personas a las que había privado de vivir. Sin apartar la mirada de estas, cogió un cuchillo que tenía a mano y se rajó la garganta de manera violenta, con fuerza y decisión. Nicolás se desplomó boca arriba y, mientras se ahogaba en su propia sangre e iba cerrando los ojos, pudo ver por última vez a sus víctimas, que no eran más que producto de su imaginación: 45


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

él mismo se había creado su propia paranoia, y ahora se encontraba ahí, exhalando aire por última vez en el frío suelo del garaje.

46


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

LA HABITACIÓN NÚMERO 13, por Javier Zamora Bastida

3º ESO C

Llovía a cántaros sobre la ciudad de Murcia y Darío, un turista despistado sin un techo bajo el que refugiarse, estaba agotado. Había estado todo el día visitando monumentos emblemáticos de la ciudad y hacía ya diez minutos que había empezado a llover. Estaba empapado y lo único que quería era encontrar un sitio en el que pasar la noche. Casi como si una fuerza divina lo hubiera escuchado, al cruzar la calle Darío pudo vislumbrar un cartel que rezaba: “HOSTAL DE OCASIÓN, 10 € LA NOCHE”. “Con ese precio no creo que sea una suite”, pensó, pero al encontrarse en esa situación decidió darle una oportunidad. Llamó a la puerta del hostal y, segundos más tarde, una mujer de aspecto cansado y con el pelo blanco por el paso de los años le abrió la puerta de la recepción. —Estamos completos, búscate otro sitio —dijo la mujer. —¿Seguro que no les queda alguna habitación? Estoy desesperado. —Bueno, ahora que lo dices sí que queda una habitación, pero no creo que quieras dormir ahí… —¿Por qué no? Le repito que estoy desesperado. —Bueno, si insistes… Pero no le digas nada a mi jefe. 47


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

La mujer le llevó por una serie de laberínticos pasillos hasta que se detuvo en un pasillo con una sola puerta. No parecía que hubieran limpiado esa puerta en años y tampoco la habían cambiado junto a las demás del hostal. —Hace años que nadie duerme en la habitación número 13 —dijo la mujer mientras que abría la puerta con una llave igual de descuidada que la habitación. Cuando Darío entró a la habitación pudo contemplar que estaba totalmente desordenada y llena de polvo. A Darío le dio pavor pensar en dormir en esa habitación, pero la idea de seguir buscando un hostal bajo la lluvia le gustó aún menos; además, ya iba siendo la hora de cenar y había oído que el hostal daba una comida con la estancia. Metió su escaso equipaje en la desvencijada habitación y bajó al comedor para llevarse algo a la boca. Para su sorpresa, cuando llegó al comedor no había ni un alma y lo único que se escuchaba era el pitido de una olla exprés en la cocina, ni siquiera sabía quién la estaba utilizando. Para su sorpresa, un hombre vestido de cocinero salió de detrás de los fogones y le dijo: —Supongo que has venido a cenar algo, pues estás de suerte porque hoy preparo mi plato estrella: coles de Bruselas.

Darío se tomó las coles de Bruselas con gran desgana, ya que no le gustaban y tampoco estaban muy bien cocinadas. Se despidió rápidamente del estrafalario chef y subió a su habitación. De camino, se encontró con otro huésped. Este le preguntó: —¿En qué habitación estás alojado? —En la 13. —¿En la 13? Sabes lo que se dice sobre esa habitación, ¿no? 48


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

—No sé de qué me hablas. —Se dice que allí se suicidó un huésped una noche lluviosa como la de hoy y que desde entonces no se ha hospedado nadie en ella. “Eso son solo leyendas”, pensó Darío. Se despidió del otro huésped y subió de una vez por todas a su habitación. Una vez allí decidió darse una ducha para relajarse, pero mientras se duchaba notó que una mirada le penetraba la nuca. Al principio ignoró esa sensación, pero cuando no pudo aguantar la presión de unos ojos que parecía que le quemaban la parte trasera del cuello, sucumbió al impulso de mirar hacia atrás. Escudriñó la habitación en busca de algo que no encajara, pero no pudo encontrar nada fuera de lo corriente. Sin darle más importancia, salió de la ducha y se vistió con el pijama que le había dejado la mujer de la recepción en el cajón del lavabo. Ya fuera del baño decidió ver la televisión antes de irse a dormir, pero una vez más tenía la sensación de que alguien le miraba desde detrás del sillón. De repente, se escuchó un ruido bastante fuerte en la cocina. “Voy a ver qué es lo que ha pasado”, pensó. Cuando llegó a la cocina no pudo encontrar el interruptor de la luz y en la oscuridad la sensación de que alguien lo miraba se hizo insoportable, finalmente palpó el interruptor y lo presionó. Cuando encendió la luz pudo ver una horrible aparición: en medio de la cocina había un hombre con la carne de la cara podrida por el paso del tiempo y la ropa destrozada, estaba tan delgado que se podían ver cada uno de sus huesos. El horrible espectro tenía la piel grisácea como si se tratara de un muerto viviente y, además…, 49


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

estaba ahorcado con una cuerda que se encontraba atada al techo de la habitación. Darío quedó espantado al ver al monstruo y quedó congelado por el terror. En cuanto pudo moverse del sitio corrió a la puerta de la habitación e intentó abrirla, pero estaba bloqueada por una fuerza misteriosa. Darío gritó con todas sus fuerzas, pero nadie pareció escuchar sus chillidos. “Es el fin”, pensó, “este monstruo me destrozará y tendré una muerte lenta y dolorosa”. Mientras él pensaba eso, el monstruo renqueaba hacía el aterrorizado Darío, que decidió no ser presa del monstruo… sino de sí mismo. Agarró un cuchillo que casualmente estaba a su lado, se armó de valor y acabó con su vida en ese preciso instante. Hoy en día nadie se atreve a entrar a esa habitación, pero ella sigue esperando a que llegue algún turista desorientado a refugiarse de la lluvia.

50


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

UNA LARGA NOCHE, por Marina Mirete Avia

1º Bachillerato F

Todo comenzó una madrugada en las calles de un pequeño pueblo de los alrededores de Madrid, durante sus fiestas patronales. Miguel volvía a casa tras una noche de fiesta que había pasado con sus nuevos amigos de la universidad. El trayecto desde el recinto donde estaba esa fiesta a su casa fue corto pero intenso. Miguel iba concentrado en el móvil cuando, de repente, mientras atravesaba un gran jardín de su pueblo, notó una caricia suave en la parte superior de la espalda, él se giró al pensar que podía ser algún amigo suyo el cual se recogía también, pero al darse la vuelta no vio nada, solo una sombra al lado izquierdo de la calle, pero pensó que era producto de su imaginación debido al miedo que tenía. Miguel aceleró el paso para llegar cuanto antes a su casa. Al llegar a su casa descubrió una mancha de sangre en su camiseta a la altura de los hombros, rápidamente procedió a quitársela y lavarla para que su madre no se diera cuenta de ello. Al verlo tan inquieto y asustado, su familia le preguntó si le sucedía algo, pero Miguel negó, no quería preocuparlos con tonterías que serían fruto de su imaginación.

51


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

Esa noche Miguel se fue a dormir inquieto y, cuando consiguió conciliar el sueño, tuvo sensaciones extrañas. Miguel soñó con el momento en el que atravesaba el jardín en el que sintió la caricia, en su sueño le estaba persiguiendo un hombre con una gabardina negra y un gran sombrero del mismo color. Miguel corría intentando escapar de él, pero era imposible, el hombre siempre lo alcanzaba. Desesperado, Miguel huía y gritaba intentando esconderse tras unos árboles del mismo jardín. Entonces se encontró de frente con el hombre que lo seguía y este lo agarró de los hombros y, mientras lo zarandeaba, le pedía suplicante que no volviera por allí: “Ten cuidado, si vuelves por aquí puede acabar pasándote lo mismo que a mí, no vuelvas”. Miguel despertó aterrorizado y confuso, más aún cuando, al ducharse, descubrió que tenía marcas de uñas en sus hombros. Esa mañana habían quedado varios amigos para comer y Miguel comentó lo que le había pasado, a lo que la gran mayoría de sus amigos le quitó importancia, pero uno de ellos se quedó blanco como el papel y, una vez que todos se despidieron, se apartó a hablar con él para contarle una leyenda que conocía. Este amigo se llamaba Juan, era el que más familia tenía en ese pueblo y conocía bien las historias antiguas que contaban sus abuelos. Por lo visto, según cuentan los mayores en ese lugar, hace bastante tiempo que escapó un hombre del psiquiátrico del pueblo, este creía que era un detective y vestía con gabardina y sombrero oscuros. Este hombre no controlaba sus impulsos y cuando se reían de él en el pueblo respondía de una manera desmedida, agrediendo a todo aquel que le 52


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

dirigiera la palabra. Ante tal actitud, la policía del lugar lo persiguió e intentó capturar para devolver al psiquiátrico del que nunca debió salir, el hombre se escabulló escondiéndose por el gran jardín del pueblo y acabó amenazando a la gente del lugar. En esta situación, a la policía no le quedó más remedio que disparar para salvaguardar la seguridad de los viandantes de ese lugar, que estaban atemorizados. Desde entonces, hay noches en las que la gente del pueblo ve a ese señor con gabardina, avisando a la gente de que ese lugar no es seguro, pues es donde a él lo mataron.

53


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

PICASSENT 1998, por Andrés Noguera Cortés

2º Bachillerato B

El mundo se me echó encima cuando mi padre me dijo que, finalmente, mi hermano no pudo hacerle frente a la apisonadora del estado español. Jorge era capricho de las altas esferas, necesitaban que cayera preso para acusarlo como presunto asesino del presidente Sánchez. Se convirtió en un monstruo para la sociedad tras la escalofriante sentencia dictada por el Tribunal Supremo de veinte años y ochenta días. Ahora era yo el que me sentía culpable. Fue por ello por lo que decidí planear su arriesgada escapada. Tras largas noches sin dormir, al fin tenía todo lo que necesitaba: los planos de la cárcel de Picassent. Después de largos meses estudiándolos, llegó la hora de ejecutar el plan: adentrarme en la prisión. La única manera de estar entre barrotes es delinquir, por lo que me vi en la obligación de asaltar una joyería. A pesar de que era por una buena causa, me sentía con un lastre de pecados, necesitaba confesarme antes de dirigirme a la joyería. Al salir del Santuario de la Fuensanta, miré al horizonte para divisar mi hermosa ciudad mientras que una voz me decía: “No tienes por qué hacerlo, cada uno vive la vida que le toca, no cometas este error, Andrés”. Me armé de valor y conduje hasta la Gran Vía para aparcar en mi garaje. Al llegar a Platería, ya no había vuelta atrás, por lo que desenfundé la pistola al mismo tiempo que decía: 54


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

“Quieto todo el mundo, esto es un atraco, si siguen mis instrucciones, ninguno de los presentes saldrá malparado”. Solo quedaba esperar a que llegasen las autoridades para ser detenido. Nadie entendía nada, nadie sabía por qué un piloto del Ejército del Aire tenía la necesidad de verse en dicha situación. La policía nacional fue la encargada de mi transporte hasta prisión. Era un momento agridulce, pude ver a mi hermano durante unos instantes mientras me asignaban celda pero moría de ganas por poder abrazarlo, pese a que se le veía con entereza. Tuve suerte, no solo por compartir módulo, sino que había logrado camuflar mi cuchillo, el cual era de cerámica para evitar ser detectado en el control de metales. Llegó la noche, momento de comenzar el plan de huida. Sabía que, por la humedad y las malas condiciones en las que se encontraba este lugar, los bloques que quedaban ocultos tras la ubicación del lavabo estaban bufados, lo que significaba que eran más débiles y, por lo tanto, más fáciles de romper. Antes de adentrarme en el tenebroso túnel que comunicaba con el exterior, debía colocar la sábana transversalmente, para ocultarle el interior de mi celda al funcionario de prisiones. Sin yo esperarlo, mi compañero de celda, un hombre con el que todavía no había intercambiado ni una sola palabra, se despertó. Mis ojos no se dirigían a ninguna otra parte que a sus imponentes tatuajes mientras que él me fulminaba con la mirada al ver lo que estaba haciendo. Quería hacer sus necesidades, por lo que tuve que volver a montarlo todo y seguir con el plan al día siguiente. Este día era mi última bala porque por buena conducta lo trasladaban a otro módulo distinto. Tenía que darme prisa 55


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

y no podía terminar todo en una sola noche, por lo que el riesgo se incrementaba al tener que trabajar a pleno día. Era ahora o nunca. Soborné al gigante tatuado para que intercambiase celda con Jorge tras la hora de patio diaria. No teníamos mayor motivación que la nuestra, al fin estábamos juntos. El sol se escondía entre las montañas valencianas y la luz del túnel estaba cada vez más cerca. Las gotas de sudor resbalaban por la frente como si se tratase de lluvia. Era todo un cúmulo: el calor, los nervios, el malestar… Mi único deseo era que todo terminase y huir de este corrupto país. Cuando ya asomábamos la cabeza en la superficie, la alarma se conectó. Un guardia de seguridad nos vio. Por desgracia, en estas angustiosas situaciones pagan justos por pecadores. Tal vez ese guardia no se merecía morir, pero nosotros tampoco.

56


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

DISPARO A LO DESCONOCIDO, por Hiram Aizpurua Cordero

2º ESO B

El 16 de mayo de 2019 se ha visto cómo todas las construcciones importantes del mundo han desaparecido, desde la Torre Eiffel, el Taj Majal y el Empire State hasta el Big Ben, la Estatua de la Libertad y las Pirámides de Egipto, entre muchas otras. Los científicos buscan una explicación lógica, pero parece que se trata de una actividad paranormal. A cinco meses de este suceso, los periodistas no paran de informar, pero cada día parece que retrocedemos, en vez de estar a 16 de octubre: estamos a 16 de diciembre de 2018, y mañana será 17, y pasado 16, así sucesivamente, y lo que más miedo da es que nos vamos haciendo más jóvenes y nadie se da cuenta. Parece que hay cuatro jóvenes que son los únicos que se han dado cuenta de esto, pero las personas no les creen, por el bien de la humanidad es mi deber encontrarlos, lamentablemente tengo solo ubicado a uno, su paradero es Estambul, Turquía. Después de mucho estudio y aprender turco, el 25 de agosto de 2018 decidí salir hacia Turquía en busca de la verdad, pero por una rara razón no se podía ir en avión, así que tuve que ir en un barco. Al llegar quedé impactado por ver una ciudad antigua y sin nada de tecnología, con un letrero en la puerta que decía en turco: “Konstantinopolis’e hos geldiniz”, que significaba: “Bienvenidos a 57


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

Constantinopla”. Al ver eso le pregunté a todo el mundo en qué día estábamos y me decían que era el 27 de agosto de 1569, lo que quiere decir que en este lado del mundo estaban en un año antiguo pero van avanzando, y el lado de occidente está en un año avanzado pero va retrocediendo, entonces significa que habrá un punto en que todo el mundo esté en el mismo año. Al buscar a ese joven, me di cuenta de que había guardias con armas de fuego en sus manos, con símbolos en sus hombros, ¡Eran símbolos nazis! ¿Qué hacían los nazis en Turquía? ¿Y en 1569? ¿Qué tendrían que ver con lo que está pasando? Mi mente explotaba de tantas preguntas. Con más ansias de saber la verdad fui a la casa del joven. Al verlo le pregunté sobre todo lo que estaba pasando, su nombre era Francisco, nacido en Caracas, Venezuela. Vino a Estambul por la crisis venezolana, y al llegar quedó impactado por todo lo que estaba pasando. Igual que yo, no sabía por qué estábamos en 1569 y había nazis, y lo peor de todo es que estaba en busca y captura por los otomanos por las conferencias que daba sobre este fenómeno. ¿Será que los otomanos también tenían algo que ver? Me dijo que encontró un letrero en perfecto español que decía: “Muy bien, ya encontraste al primer sabio, te quedan tres, tu próximo objetivo es la puerta solar”. ¿Qué querrá decir con la puerta solar? ¿Se referirá a la Puerta del Sol de Madrid? Como no teníamos más pistas decidimos salir hacia Madrid el 3 de octubre de 1569 (fecha de Turquía), llegamos a España, a la costa de Cartagena, el 19 de julio de 2018. Pero al llegar vimos una Península Ibérica destruida por los nazis. Al vernos llegar fuimos arrestaos y torturados por llevar banderas españolas. Nos preguntaban: “¿Qué son esas banderas? ¿Qué representan? ¿Son enemigos del Reich?”. 58


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

No sabían que eran las banderas de España. ¿Será que ahora estamos en otra época? ¿Y por qué los nazis siguen existiendo? ¿Y por qué tienen el control sobre España y Turquía? Después de dos años en la cárcel de Cartagena, el 29 de febrero de 2016, aparecieron palabras en las paredes de la prisión que decían: “El mundo es el que crees que es, la fecha es la que crees que es, las personas son las que crees que son, si quieres saber la verdad al sabio tendrás que encontrar en la puerta solar”. Después de eso fuimos teletransportados a la Puerta del Sol, y vimos al Sabio, y no era ni un joven, ni un hombre, ni una persona. ¡Era una tortuga! Una tortuga sin caparazón que hablaba, su nombre era Trotuman. Como estábamos en busca y captura por los nazis, nos dio un mapa que indicaba de en qué país no había nazis, el único país en el mundo en que no había nazis era casualmente Venezuela, el país natal de Francisco. Era nuestro único destino posible, así que no lo dudamos y fuimos. Cuando llegamos a Caracas, vimos que la fecha era la que debía ser, era el 6 de marzo de 2022; que era casualmente el país que no estaba siendo controlados por los nazis, y lo más extraño de todo, estaban todas las construcciones desaparecidas del 16 de mayo de 2019. Había un castillo tenebroso con las mismas palabras que las de la prisión de Cartagena. Al entrar, Francisco y Trotuman fueron secuestrados. ¡Quedaba yo solo contra mundo! Así que me puse los pantalones y subí por cada una de esas plantas, enfrentándome a mis miedos más profundos, desde psicópatas hasta brujas. Cuando iba a subir a la planta 13, me di cuenta de que no había, de la 12 se saltaba directamente a la 14, donde estaba mi enemigo final, y era ¡Jack el Destripador! 59


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

Después de un combate épico, Jack me tiró al suelo y cuando me iba a dar el golpe final, recordé y dije: “El mundo es el que crees que es, la fecha es la que crees que es, las personas son las que crees que son”. En ese momento todo al mi alrededor desapareció, y el mundo volvió a la normalidad, la fecha volvió a la normalidad y todas las construcciones y personas volvieron a la normalidad. Apareció un espíritu y me dijo: “Todo lo que hiciste fue producto de tu imaginación, las fechas que imaginaste son tus favoritas en la historia, los sabios que imaginaste y tus combates fueron ficticios, pero a veces hace falta disparar tu mente hacia lo desconocido”. Después de eso desapareció y salí a la calle como un día normal, y creé una historia para el Instituto llamada “Disparo a lo desconocido” el 21 de octubre de 2019.

60


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

SOMBRAS ENTRE PAREDES, por Ana María Magnacca Gálvez

3º ESO C

Hola, mi nombre es Halley, tengo 16 años y hoy os voy a contar la historia de aquellas vacaciones que hicieron que mi vida cambiara, que desde entonces no quiera salir de mi casa, que no quiera ni salir de mi habitación, que ni siquiera pueda verme en un espejo sin recordar todo lo que pasó, así que si queréis descubrirlo mi historia empieza ya… Era una mañana cualquiera cuando… emm, mejor no, no os voy a mentir, no era en absoluto una mañana cualquiera, era el último día de clases y no podía estar más emocionada, a ver, no penséis que estaba emocionada solo porque se acabaran las clases (que también), pero en verdad lo que más ilusión me hacía era que en cuanto llegara a mi casa cogería mis maletas y ¡me iría de vacaciones! En ese momento no podía estar más feliz. Ahora, sabiendo todo lo que pasó, preferiría no haber ido nunca. En fin, esa mañana antes de ir a recoger las notas no fue muy distinta a las demás, desayuné, me duché, me lavé los dientes, me vestí, me peiné y salí de mi casa. Cuando llegué al instituto me encontré con mi prima, se llama Brooke y tiene 18 años, vamos al mismo instituto y es como una mejor amiga para mí, incluso como si fuera mi hermana. La verdad es que estamos muy unidas. Juntas nos dirigimos hacia nuestras respectivas clases para recoger las 61


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

notas, media hora de espera más tarde ya las teníamos, la verdad es que no nos había ido para nada mal, así que con toda la alegría del mundo nos fuimos a mi casa para coger mis maletas, después pasaríamos por casa de Brooke para que cogiera las suyas, ya que con quien me voy de viaje es con ella; por cierto, creo que no os he dicho a dónde fuimos, ¿verdad? Pues nos fuimos a una casa rural en la montaña, sé que a mucha gente no le suele gustar ir al monte, más que nada por los insectos, frío, animales, etc., pero a mí y a mi prima nos encantaba, eso se debe a que desde pequeñas siempre habíamos ido a muchas acampadas, por eso nos gusta la experiencia de ir a la montaña, esta vez también íbamos a ir a acampar, pero al final Brooke me convenció para alquilar una cabaña, la verdad es que nunca habíamos alquilado una, así que nos tuvimos que guiar por las fotos y las reseñas de internet a la hora de alquilarla, y en las fotos parecía un lugar bonito, ni siquiera yo ahora me puedo creer lo que luego ocurrió… Cuando por fin tuvimos todas las maletas dentro del coche nos despedimos de nuestros padres y nos fuimos a toda prisa, impacientes por llegar al que parecía un lugar tranquilo y bonito donde pasar unas agradables vacaciones… Para llegar hasta la cabaña eran ocho horas de coche y entre paradas para ir al baño, descansar o comer, ya estábamos a punto de llegar. Cuando ya nos estábamos aproximando más, pudimos ver una montaña, según Google Maps la cabaña se encontraba justo en la cima de la montaña, pero para llegar a ella primero teníamos que pasar por un pequeño pueblo, ya que, desgraciadamente, la carretera principal estaba cortada por un accidente. Cuando por fin después de ocho largas horas de coche vimos el cartel con el nombre del pueblo, Brooke y yo no 62


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

pudimos ser más felices, pero esa felicidad no tardó en pasarse a un ligero escalofrío por nuestras columnas vertebrales; al suceder esto, mi prima y yo nos quedamos heladas mirándonos la una a la otra, pero después de unos instantes no le dimos mucha importancia, puesto que al ser diciembre le atribuimos esa sensación a que probablemente solo tuviéramos un poco de frío. Cuando nos adentramos un poco más en el pueblo, nos percatamos de una cosa muy rara: en las calles no había nadie y las casas y edificaciones parecían muy antiguas y en mal estado. Esto nos dejó un poco desconcertadas y pensativas, pero simplemente pasamos del tema, puesto que estábamos muy cansadas como para preocuparnos de una tontería así. Después de un rato por fin estábamos a punto de llegar a la cabaña, solo nos faltaba cruzar un pequeño puente que estaba encima de un lago, y ya habríamos llegado. Cuando fuimos a cruzar el puente nos dimos cuenta de que era de madera, así que nos preocupó que no aguantara el peso del coche, pero bueno, era cruzarlo o volverse a casa, así que decidimos cruzarlo de todas formas. En contra de lo que Brooke y yo pensábamos, el puente aguantó el peso del coche y por fin pudimos llegar a nuestra esperada y deseada cabaña. Al llegar descargamos el coche y tocamos el timbre de la puerta, ya que al haberla alquilado la dueña nos tenía que abrir y darnos las llaves. Cuando nos abrió apareció una anciana bastante agradable, la verdad, nos saludó, nos invitó a un té y nos hizo unas preguntas, nada raro, la verdad. Antes de marcharse nos dijo que solo teníamos que cumplir una norma para poder quedarnos en esa cabaña: la norma era que por las noches no saliésemos del dormitorio, 63


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

cerrásemos todas las puertas con pestillos y llaves y nos tapásemos los oídos. Esto nos extrañó mucho a mí y a mi prima e hizo que mi sensación de escalofrío volviera a surgir, esta vez acompañada de una sensación de curiosidad y miedo. Al preguntarle a la señora por qué debíamos hacer eso, simplemente nos dijo que no era asunto nuestro y que lo hiciéramos y ya, y con las mismas agarró una especie de abrigo y se marchó. Brooke y yo no conseguíamos entender qué acababa de suceder, pero decidimos no pensarlo más, ya que no nos queríamos amargar las vacaciones de navidad. Estas iban a ser las primeras vacaciones que no iba a estar con toda la familia reunida, y eso, la verdad, es que me provocaba bastante tristeza, pero estaba de viaje y, encima, con la mejor prima en el mundo que se puede tener, así que, quitando todo pensamiento de mi cabeza que no fuese de diversión, deshice las maletas y me dispuse a ver un poco mejor la casa. Brooke, en cambio, se dio cuenta de que había comida en la nevera, así que se dispuso a empezar a hacer la cena. Cuando terminé de ver toda la casa ayudé a Brooke a terminar de preparar la cena, para cenar decidimos preparar unas sopas y de postre, un buen chocolate caliente. Visto que las dos teníamos frío, decidimos encender la chimenea para entrar en calor, y la verdad es que funcionó bastante bien. Cuando terminamos de cenar decidimos poner una película en Netflix, y estuvimos un buen rato viéndola, hasta que sin querer nos quedamos dormidas en el sofá, desobedeciendo la norma de no salir del dormitorio por la noche que la señora nos había impuesto, pero, como no nos preocupaba, seguimos durmiendo plácidamente. En medio de la noche unas ganas tremendas de ir al baño me hicieron levantarme e ir al aseo. Cando terminé de hacer 64


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

mis necesidades, fui a lavarme las manos; al lavármelas me di cuenta de que el desagüe no estaba tragando agua, así que decidí acercarme a ver qué pasaba. Cuando aproximé mi cara al lavabo pude ver un fugaz reflejo en el agua del lavabo, puedo afirmar que vi una cara: en ese preciso instante la sensación de escalofrío volvió, pero esta vez acompañada de un sentimiento de miedo, además de sentirme observada. Al cabo de un rato la sensación se marchó así que decidí volver a mirar porque el desagüe estaba atascado. Al acercar nuevamente mi rostro al agua del lavabo, pude ver cómo una gota de algo caía en el agua; al principio no me asusté, hasta que vi el color de aquella gota, entonces supe que era sangre. En ese instante se me erizaron todos los pelos del cuerpo y, cuando fui a alejar mi rostro del lavabo, otro rostro reflejado en el agua me paralizó en seco, no pude articular palabra alguna: en menos de un segundo unas manos me agarraron del pelo y me sumergieron la cabeza en el lavabo, de aquel momento solo recuerdo ver un rostro de una especie de mujer, con cara de demonio, sin alma alguna, como si fuera un espíritu. Para imaginárosla simplemente pensad en la típica mujer o espíritu de las películas de miedo que crees que no son reales; pues este ser era igual, con la única diferencia de que este sí era real. Mientras este intentaba ahogarme solo podía ver que reía divertido, con unos ojos llenos de locura; no sabría describir la sensación que mi cuerpo estaba experimentando en esos momentos. Cuando finalmente estaba a punto de ahogarme, pude oír una voz familiar gritando mi nombre: sí, es lo que estáis pensando, era mi prima, que seguramente se despertó y al no verme me estaría buscando. De repente, el ser del demonio que me estaba ahogando me soltó y yo pude sacar la cabeza del agua; cuando lo hice, la imagen que vi me hizo desear no 65


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

haberla sacado nunca de aquel lavabo. Cuando miré hacia la puerta del baño vi a Brooke, paralizada, mirando algo fijamente; cuando vi a lo que miraba una sensación de debilidad y terror se apoderó de mí, tenía justo delante al espíritu que segundos atrás había intentado matarme. Brooke me miró aterrorizada sin entender nada, no me dio tiempo a explicarle lo que me había sucedido en el baño, porque, cuando recuperé la cordura e intenté hablar para explicárselo, el espíritu voló hacia Brooke y le cortó la garganta. Yo me quedé inmóvil, sin saber qué hacer, en ese momento intenté gritar pero lo único que salió de mi boca fue un leve chillido que apenas logró salir de mis labios, mis ojos se empañaron en lágrimas y me empezó a faltar el aire, estaba a punto de desmayarme cuando me di cuenta de que el espíritu se estaba aproximando a rastras hacia mí, mientras se comía el corazón de Brooke. Con todo el temor del mundo corrí a coger las llaves del coche para poder marcharme de aquel lugar, o mejor dicho, de aquella pesadilla… Cuando llegué al coche arranqué y empecé a conducir como una posesa. Mientras me ahogaba en llantos mi cabeza no podía asimilar lo que acababa de pasar, pero pronto otra cosa me sacó de mis pensamientos: cuando estaba cruzando el puente, este se partió por la mitad, haciendo que el coche y yo cayésemos al agua. Después de forcejear con el cinturón pude salir por la ventanilla del coche; cuando me estaba aproximando a la superficie del agua noté cómo algo se enganchó a mí pierna y empezó a tirar de mí hacia abajo, cuando miré solo pude volver a ver el rostro divertido de aquel espíritu endemoniado, no sé ni yo cómo logré escaparme de aquella cosa, pero una vez fuera del agua solo recuerdo que empecé a correr atemorizada. A lo lejos vi una casa y decidí acercarme a pedir ayuda, ya que estaba 66


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

desesperada, había un espíritu que me perseguía y que había matado a mi prima, tenía miedo, estaba empapada, mi móvil se había roto y el coche estaba hundiéndose en un lago. Cuando llamé al timbre me abrió la anciana que nos había alquilado la casa; cuando me vio tiró de mí y me metió a su casa. Después de estar allí un rato, le expliqué todo lo que había pasado, en cuanto terminé la señora se quedó pálida y se echó a llorar, sin parar de repetir que todo era culpa suya. Cuando se tranquilizó le pregunté qué era ese espíritu y qué tenía que ver con ella. La señora me contó que en el año 1800 un antepasado suyo compró ese terreno y decidió construir una casa; este tenía una hija, que se llamaba Odette. Era una chica guapísima, según la anciana, y todos los chicos del pueblo estaban locos por ella, pero ella se enamoró de uno de los obreros de la casa. Su padre, al ser ellos de clase alta y el muchacho un simple obrero, le prohibió a Odette que saliera con él, pero ella amaba tanto al muchacho que decidió desobedecer a su padre. Cuando este se enteró de lo que su dulce hija había hecho, se enfureció tanto que ordenó que enterraran vivo al muchacho, debajo de los cimientos de la casa. Cuando Odette se enteró de esto, decidió ir a rescatar a su amado, con la mala suerte de que, cuando consiguió desenterrarlo, no lograban salir de la fosa donde se encontraba antes el muchacho enterrado, los obreros no se percataron de la presencia de ambos y los enterraron vivos a los dos. Desde entonces Odette vive atormentando a todas las personas que van a esa cabaña, puesto que se construyó encima de los restos de la antigua casa: lo que Odette hace es comerse los corazones de sus víctima, para que no puedan amar, y matarlas para que tampoco puedan ser amadas, como ella no pudo amar.

67


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

Cuando la señora terminó de contarme la historia yo me quedé sin palabras, pero encontré la fuerza para preguntar qué debía hacer para poder irme de una vez por todas. La señora me dijo que en cuanto amaneciera me acompañaría al pueblo y allí cogería un autobús que me llevaría a mi casa. Y así fue, esa noche intenté dormir, aunque no lo conseguí después de todo lo ocurrido; a la mañana siguiente la señora me acompañó al pueblo, de allí cogí un autobús y llegué a mi casa. Al llegar expliqué todo lo sucedido, mis tíos y mis padres no podían creer lo que oían, no podían creer que Brooke estuviera muerta, y menos por un espíritu que comía corazones porque no pudo estar con su amado. La verdad es que prometí olvidar eso y no volver a hablar del tema, pero nunca, por más que lo intente, se borrará de mi cabeza aquel día, y menos aquella sonrisa diabólica de aquel espíritu. Ya han pasado dos años desde aquel suceso, y sigo acordándome de cada detalle, y os estaréis preguntado por qué estoy escribiendo esto, ¿verdad? Pues sinceramente es porque después de tener pesadillas cada maldita noche, no salir de mi casa por miedo, no poder ver fotos de Brooke, ni mirar a mis tíos a la cara, ni ver mi reflejo, he decidido volver a esa cabaña, y no sé cómo, pero matar a ese espíritu de una vez. Sí, lo sé, pensareis que estoy loca, y seguramente lo estoy, pero esa es la razón de por qué escribo esto, solo quiero que, si muero, alguien lea esto y que no cometa el error de venir a esa cabaña, pues aunque no me mató aquel día, yo llevo muerta desde entonces.

68


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

LA BIENVENIDA, por Paula López Hernández

1º Bachillerato F

Hace muchos, muchos años atrás, antes de que tan si quiera estuviera planeado construir el IES Saavedra, existía un enorme cementerio que en aquellos entonces quedaba a las afueras de Murcia. Con el paso de los años se derribó dicho cementerio, ya que Murcia cada vez se hacía más grande, al igual que su población, por lo que había muchísimos chicos jóvenes con la energía suficiente para estudiar y ser chicos de provecho. El Saavedra abría sus puertas poco después de las fiestas de nuestra ciudad, el 9 de septiembre de 1969. Todo transcurría con la mayor normalidad, todos corrían entusiasmados por sus grandes instalaciones y bibliotecas pero… No mucho tiempo después, los alumnos de dicho instituto comenzaron a notar cosas raras a su alrededor: sillas volcadas, mesas giradas y pintadas extrañas en sus enormes pizarras. Todos pensaban que serían los alumnos mayores queriendo intimidar a los recién llegados, aunque nada más lejos de la realidad. Los alumnos, cada vez más asustados y creyendo que algo raro estaba ocurriendo, hablaron con su profesor Juanmor, este al principio rio incrédulo ante los comentarios de 69


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

sus alumnos, quedando un poco extrañado por estos comentarios. Viendo que los alumnos seguían hablando del tema, decidió indagar en el asunto, creyendo poder demostrar que serían, como él pensaba, los alumnos de los últimos cursos. Para ello decidió quedarse una tarde en el instituto, aunque no consiguió nada. Él pensó que alguno de estos alumnos mayores le había visto y por eso no sucedió nada, aunque seguía pensando que tenía que pillar a los chicos en cuestión. Al llegar a casa, estuvo dándole vueltas y decidió que la única forma de pillarlos sería poniendo una cámara en el aula sin que nadie lo supiera. Sonó su despertador y se dirigió hacia el instituto a impartir sus clases, sus alumnos seguían con los comentarios, aunque él intentó no hacerles demasiado caso para que ellos no le dieran demasiada importancia. Al terminar sus clases, y antes de cerrar el instituto, instaló la cámara en el aula y salió corriendo, mirando a un lado y a otro, para comprobar que nadie le había visto. Al día siguiente salió corriendo hacia el instituto para recoger la cámara antes de que llegara ningún alumno, y todo ocurrió como el día anterior. Al llegar a casa se dispuso a ver el contenido de la cámara y su sorpresa fue mayúscula cuando vio cómo sillas y mesas eran volcadas y no se conseguía ver ninguna presencia humana. Incrédulo ante lo que estaba viendo, decidió compartirlo con sus compañeros, todos rieron al escucharle, todos excepto uno, el profesor Binches, el profesor con más años en el centro. Este quedó callado y, cuando el resto dejó de reír, comentó el origen de estos sucesos, comentando que muchos años atrás allí había 70


R/N. Revista de narrativa, nĂşm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

existido un cementerio, y que esta era la forma de darle la bienvenida a los nuevos alumnos.

71


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

EL PADRASTRO, por Antonio Navarro López

3º ESO C

Abrió la puerta, me miró fijamente a los ojos y puso su arma contra mi frente… El 13 de junio, mamá se casó con Fred, un hombre atractivo que trabajaba en el ejército de tierra. Unos meses antes, mi madre se había divorciado de mi padre tras continuos engaños y discusiones, y, desesperada, había conocido a Fred. Los primeros días me acuerdo de que yo estaba feliz al ver que mi madre volvía a disfrutar en una relación. Pero, después de unos meses, me daba cuenta de que mi madre llegaba del trabajo triste y cabizbaja. Fred y ella casi no se hablaban y, para colmo, él llegaba muchas noches muy tarde y borracho. Los días pasaban y veía que esa relación no tenía futuro y yo no estaba dispuesto a que mamá sufriera más. Una mañana hablé con ella, pero no quiso decirme lo que pasaba hasta que me percaté de que tenía una marca roja en el cuello. Muy enfadado, le dije que tenía que dejar a Fred y ella, entre llantos, al final dijo: —No puedo, me tiene controlada y no me permite hacer nada. En ese momento, se abrió la puerta y apareció Fred. 72


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

—¡Tú, niñato, fuera de aquí, tu madre y yo tenemos que hablar! —dijo Fred. A continuación, me dio una bofetada y me sacó de la habitación de un empujón. Me fui a mi habitación y lloré durante unas horas hasta que escuché un portazo. Salí de la habitación y encontré a mamá tirada en el suelo sollozando. Entonces le grité: —¡Mamá, dónde está, lo voy a matar! Ella me respondió con un hilillo de voz: —Se ha marchado. Durante unos días no hubo rastro de Fred y eso nos tranquilizó, pero no sabíamos que lo peor estaba por llegar… El 20 de diciembre, mamá y yo estábamos colocando los adornos navideños sobre la chimenea y colocando la estrella en el árbol de Navidad cuando escuchamos el sonido de un motor en el exterior de la casa. A continuación, alguien tocó el timbre. —¿Quién será? —dijo mamá alarmada. Cuando abrió la puerta pude ver cómo su rostro se volvía pálido, y se escuchó una voz grave que me resultaba familiar: —¡Feeeliiiz Navudaa! Era Fred y, teniendo en cuenta la forma de hablar y de caminar que tenía en esos momentos, supe que estaba ebrio. —Sooolo queriia peduirti perdoon —le dijo a mi madre. Ella enfadada le gritó: —¡Fuera de mi casa! Fred se tomó esas palabras tan mal que sacó su pistola del ejército y le dio un golpe con la culata a mi madre. Ella 73


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

se desplomó y cayó inconsciente al suelo. Mi corazón se paró durante unos segundos. Me había quedado de piedra y empecé a ver borroso. Fred entró en casa dando tumbos y dijo: —¡Ven aquí, niñato! —Y disparo un par de veces para asustarme. Sin pensármelo dos veces subí por la escalera y me escondí en el armario de la habitación de mi madre. El tiempo dentro del armario se me hizo eterno. En un momento dado escuché el sonido de unos zapatos subiendo las escaleras. Mi respiración se aceleraba cada vez más. —¿Niñato, dónde estás? Solo quiero pedirte perdón, pequeño —decía con voz amigable. De repente se abrieron las puertas del armario—. ¡Te pillé, enano! —dijo él. Me miró fijamente a los ojos y puso su arma contra mi frente… Yo me dije a mi mismo: “Hasta aquí he llegado…”. Se escuchó un fuerte ruido metálico y Fred se desplomó sobre mí. Detrás de él se encontraba mamá, que había recuperado la consciencia y le había dado un sartenazo en la cabeza. A continuación, cogió el arma y acabó con la vida de su marido. En las siguientes horas solo se podía escuchar el sonido de las sirenas de policía y las conversaciones de mama con un médico forense. Me quedé traumatizado para toda la vida.

74


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

EL MUSEO, por Fabián Jerez Pupo

2º ESO B

El día de Halloween fui de excursión con mis compañeros de clase, la profesora de historia y nuestro tutor a un museo de historia que estaba lejos del instituto. Al estar lejos no fuimos andando sino en autobús. Yo me senté junto a mi amigo de la primaria, Pablo. El viaje duró aproximadamente una hora. Durante todo ese tiempo estuve hablando con Pablo, jugando con mi móvil y cantando con mis compañeros canciones absurdas. El trayecto se me hizo un poco corto porque me divertí bastante. Al llegar, nos bajamos todos del autobús y contemplamos el gran museo del que tanto nos hablaron los profesores. Aún era temprano, por lo que tuvimos que esperar a que abriera. Esperamos casi media hora haciendo el tonto. De repente las puertas se abrieron de par en par y no se veía nada de lo que había dentro. Yo fui el primero en entrar, entré corriendo sin pensármelo dos veces, al igual que Pablo, Steve e Hiram, mis compañeros de clase. Al entrar nosotros cuatro las puertas se cerraron sin dejar paso al resto de la clase y los profesores. Como estaba todo oscuro y no se veía nada, encendimos las linternas de nuestros móviles e intentamos abrir la puerta, pero era imposible, era dura como el acero. Nos asustamos mucho porque no sabíamos qué nos ocurriría, pero decidimos buscar alguna ventana por la cual salir de 75


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

ese lugar. Permanecimos juntos buscando alguna salida o algo que nos ayudase a salir. El interior del museo estaba lleno de mesas con cristales rotos y las paredes tenían unos cuadros pintados de negro completo. Seguimos caminando y encontramos unas escaleras que parecían llevarnos a un segundo piso. Subimos y había un pasillo con una puerta en cada extremo. Nos dirigimos a la puerta de la derecha. Cuando la abrimos, había una persona flotando sin piernas, con un hacha llena de sangre en la mano izquierda y con una máscara espeluznante. Nos asustamos tanto que corrimos hasta la otra puerta buscando protección. Al abrirla nos percatamos de que había otra cosa igual a lo que vimos. Me encontré un bate con tornillos clavados en el suelo y me dispuse a pelear contra esos seres extraños. Steve me ayudó con un cuchillo que llevaba en la espalda escondido. Pablo e Hiram se dedicaron a iluminarnos con los móviles. A uno de esos seres le saqué la cabeza de un home run, mientras que Steve le cortó las dos manos al otro y yo le aplasté la cabeza. Seguimos caminando por la puerta derecha con las armas en la mano. Al entrar había una habitación enorme llena de televisiones emitiendo todo tipo de cosas sobre Halloween. Al otro lado de la habitación había una ventana por la cual entraba un poco de luz solar y que estaba cubierta por alguien con unos grandes músculos, otra mascara rara, dos espadas muy afiladas y con sangre por casi todo el cuerpo. Nos escondimos detrás de los televisores para que no nos viera y crear un plan con calma. Pensamos en coger las dos hachas de los seres sin piernas, tirárselas a la cabeza y, si eso funcionaba, le empezaríamos a pegar con el bate y el cuchillo. Cuando se las tiramos, una de las hachas falló rompiendo la ventana y la otra le cortó una mano. Steve y 76


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

yo nos dirigimos hacia él para pegarle, pero nos empujó hacia atrás con la mano que le quedaba. Pablo soltó el móvil y cogió el hacha que había en la mano del suelo y rápidamente le cortó la cabeza. Creímos haber vencido, pero no fue así. Ese monstruo se seguía moviendo sin cabeza. Le quité el cuchillo a Steve y se lo clavé en el corazón. Esta vez sí cayó derrotado. Miramos por la ventana y vimos que no estaba muy alto, así que saltamos y buscamos la entrada principal para volver con el resto de la clase. Cuando llegamos a la entrada los profesores y los demás nos preguntaron lo que nos había pasado y por qué estábamos llenos de sangre y tan cansados. Les contamos la historia y nos montamos en el autobús lo más rápido posible.

77


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

LA CASA DE LA CICATRIZ, por Gema Vera Osete

2º Bachillerato B

Era una de las frías noches de diciembre y mis amigas y yo habíamos decidido pasar una semana en una casa rural en las afueras de Granada. Alquilamos una gran casa que nos gustó mucho desde el momento en el que vimos las fotos por internet. Cuando llegamos, nos recibió un casero muy agradable y nos enseñó todas las estancias. Mientras que nos contaba un poco la historia de la casa, yo me di cuenta de que tenía una extraña cicatriz en el cuello, pero en ese momento no le di importancia alguna. Tras el tour y las explicaciones sobre cómo funcionaban los electrodomésticos más importantes, el casero nos dejó a las cinco para que deshiciéramos las maletas y comenzáramos a acomodarnos. Esa misma noche teníamos pensado hacer una fiesta con mucho alcohol y con la música a tope, ya que, como nos había explicado anteriormente el casero, el pueblo más cercano estaba a una hora en coche, por lo que no teníamos vecinos a los que pudiéramos molestar. Después de cenar unas pizzas que traíamos de casa, preparamos los cubatas y comenzamos a jugar al juego de “verdad o atrevimiento”. El primer turno fue de mi amiga Rocío, que eligió atrevimiento; le propusimos que tenía que subir 78


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

la pequeña colina que había frente a la casa, echarse una foto y bajar. Rocío, que siempre había sido la valiente del grupo, accedió, salió de la casa y se puso en marcha con la linterna del móvil. Pasaron veinte minutos y todavía no habíamos recibido la foto. Al principio, pensábamos que era porque allí arriba, a lo mejor, no había cobertura; pero tras una hora sin recibir ninguna señal sobre su paradero, salimos las cuatro restantes a buscarla. Nos dividimos en dos grupos para tener más oportunidades de encontrarla: mi amiga Marta y yo por un lado y Paloma y Celia por otro. Marta y yo fuimos por el lado izquierdo y las otras dos, por el derecho. No recuerdo en qué momento dejamos de oírles gritar el nombre de Rocío, pero, de repente, Marta y yo nos vimos solas en medio de la colina. Intentamos localizar a las otras, llamándolas como mínimo veinte veces, pero sus móviles no daban señal. En este punto en el que estábamos las dos con un sentimiento extraño de miedo y de preocupación, decidimos bajar a la casa a pedir ayuda. Cuando nos encontrábamos al pie de la colina, escuchamos un fuerte grito que venía de dentro de la casa y empecé a correr hacia allí. Estaba la puerta entornada y Rocío de pie, como paralizada, mirando a la mesa del salón. Me acerqué para ver qué era lo que miraba y no lo podía creer: eran las cabezas cortadas de Celia y Paloma. Acto seguido miré a Rocío con la cara descompuesta y, de repente, se cerró la puerta tras nosotras haciendo un fuerte ruido. En ese momento, me di cuenta de que Marta no estaba con nosotras —se había quedado atrás cuando empecé a correr hacia la casa—. Entonces, la escuchamos gritando mientras que aporreaba la puerta con fuerza. No entendíamos qué estaba pasando y todavía no habíamos asimilado que dos de nuestras amigas estaban 79


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

muertas, cuando Rocío y yo nos percatamos de que había alguien observándonos desde el cristal de una de las ventanas. En ese mismo instante, el pánico se apoderó de nosotras y yo solo podía pensar en que Marta seguía ahí fuera, así que decidí actuar. Me dirigí hacia la cocina para coger un cuchillo por si necesitaba protegerme en algún momento, cogí las llaves del coche y agarré a Rocío (que seguía en shock) de la mano. Mientras tanto Marta seguía gritando detrás de la puerta, pero por más que lo intentábamos era imposible abrirla. Antes de intentar nada, cogimos el móvil para llamar a emergencias pero no teníamos suficiente cobertura como para que se produjera la llamada. De repente, se apagaron las luces de la casa y comenzamos a oír pasos de alguien que se aproximaba por fuera. Marta estaba llorando y gritando tan fuerte que ya casi no tenía voz. De pronto se escuchó un fuerte estruendo tras la puerta y la voz de Marta desapareció de manera radical. Rocío y yo nos temíamos lo peor, así que nos armamos de valor y nos dirigimos a una de las ventanas para salir de la casa y huir. Una vez la atravesamos, intentamos ir lo más sigilosamente posible hacia el coche y, justo cuando lo localizamos, vimos la sombra de alguien que venía hacía nosotras. Muertas de miedo, salimos corriendo con tan mala suerte que me tropecé con una pequeña piedra en la oscuridad y me caí al suelo. En ese momento él me alcanzó. Sabía que era un hombre por la fuerza que tuvo para levantarme del suelo y cogerme del cuello, pero no sabía quién era porque llevaba un pasamontañas. Y cuando ya creía que era mi final, en mis últimos segundos de respiración, me fijé en que tenía una cicatriz en el cuello. Justamente la misma que tenía nuestro casero. Y repentinamente, apareció Rocío con un hacha que teníamos fuera de la casa para cortar la leña y 80


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

le cortó el brazo con el que me tenía agarrada. Aprovechando el momento, salimos las dos corriendo hacia el coche; metí las llaves, arranqué y salimos a toda velocidad de allí. Íbamos por la carretera las dos calladas sin saber qué decir ni qué hacer, con una mezcla de sentimientos, desde impotencia hasta desconcierto. Mientras que estábamos sumergidas en nuestros pensamientos, vimos un coche de frente que se acercaba muy rápidamente hacia nosotras y…

81


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

FELIZ CUMPLEAÑOS, SAM, por Elena Gallego García

3º ESO C

Hoy es 13 de febrero, hoy es mi cumpleaños. Me llamo Sam y vivo en Stronglake, un pueblo muy tranquilo a las afueras de la gran ciudad. Esta tarde vendrá mi familia para celebrarlo, en especial mi tía Sara. Todos en la familia dicen que tiene un lado oscuro, “puede hablar con los muertos”, pero yo creo que exageran. En mi último cumpleaños dijo que tenía que hablar conmigo el próximo año, cuando cumpliera 15, me dejó sorprendido porque en sus ojos noté inquietud y con lo que me habían dicho de ella me dio un escalofrío que me recorrió todo el cuerpo, así que estoy deseando verla…, o no. Son las nueve de la noche y ya estamos todos comiendo la tarta. Los adultos están en la cocina discutiendo en voz alta, así que me acerco y, antes de abrir la puerta para ver qué ocurre, abre de golpe la puerta mi tía Sara y con el mismo ímpetu me coge del brazo y me dice, con los ojos enrojecidos como de haberse aguantado las lágrimas; —Es el momento, Sam, tengo que hablar contigo. Subimos a mi habitación. Estoy tan sorprendido como horrorizado. Me hace sentar en la cama y ella en una silla, se acerca a la cama y me dice: —Te lo voy a decir sin rodeos: nuestra familia está maldita. Tu bisabuelo, al igual que tú vas a hacer, salvó a 82


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

nuestra familia, ya que fue el elegido; ahora, después de cuatro generaciones, el elegido eres tú. Me quedo de piedra al oír eso. Entonces le digo: —El elegido ¿para qué?, me estás asustando, explícame de qué va esto. Sara, con voz profunda, me dice: —Hace mucho tiempo, tu tatatatarabuelo hizo un pacto con el diablo: vivían en la miseria y el diablo le ofreció riquezas para toda su familia, incluidas las próximas generaciones; a cambio, cada cuatro generaciones vendría y haría una simple pregunta: si la respuesta es la correcta nuestra familia seguiría cumpliendo el pacto; si la respuesta es la incorrecta todas las almas de nuestra familia padecerán en un infierno sin igual, y los miembros que aún estén vivos, incluyéndote a ti, sufrirán una muerte a la altura de sus peores pesadillas. —¡Pero qué me estás contando! ¡Estás chiflada! Cojo y me voy corriendo a seguir celebrando mi cumpleaños, no sin antes decirme mi tía a grito pelado: —¡No te olvides de lo que te he dicho, nuestro futuro está en tus manos! Mi cumpleaños ha terminado, se han ido todos los miembros de la familia, me miraban de una forma escalofriante, incluyendo mis padres, pero no me decían nada, solo mi tía Sara, y lo único que me dijo al despedirse fue: “Suerte”. Ha llegado la noche, son las 4 de la mañana y yo sin pegar ojo, dándole vueltas a la cabeza. De repente, siento una fuerte presión sobre el pecho, no puedo respirar; no hay 83


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

nada, y en un instante me encuentro flotando encima de la cama, con la cara del diablo pegada a mí. —¡Por Dios, que peste echas! Es un hedor como si hubieran muerto cien mofetas en mi habitación. El diablo dice: —Tienes a tu madre en una esquina de la habitación a punto de morir ahorcada. Giro la cabeza y veo a mi madre con la soga al cuello; no lo puedo evitar, lloro y grito de desesperación. El diablo prosigue sin inmutarse: —Fuera en el pasillo tienes a veinte niños a punto de ser devorados por dos demonios, solamente puedes salvar a tu madre o a los veinte niños, ¿qué eliges?, elige bien, no hay vuelta atrás. No sé qué decir, es mi madre, no puedo dejarla morir, o veinte niños cuyas sus vidas están en mis manos. No sé qué decir, no se cuál es la respuesta que quiere el diablo, ¿cuál es la correcta? —¡Estoy hecho un lío y me tengo que decidir ya! Me decido por salvar a mi madre, voy corriendo hacia ella y al fin la salvo. Al segundo, oigo gritos, sollozos de dolor, así que me asomo al pasillo y veo la peor escena sangrienta de mi vida: los dos demonios, sin piedad, mutilan y devoran a los niños. Nunca he visto tanta sangre. El diablo ha desaparecido y me quedo sin saber si he dicho lo correcto o han muerto veinte inocentes inútilmente. Cuatro generaciones después. 84


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

Hoy cumplo 102 años, me encuentro en el cumpleaños de mi bisnieto, solo que desde el infierno, esta noche le haré una pregunta y se decidirá el próximo diablo del infierno. Decida lo que decida, él será el elegido para ser el nuevo diablo.

85


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

LA MUJER DEL ESPEJO, por Marta Corbalán Soler

2º Bachillerato B

Hace ya tres meses que me mudé a las afueras de Londres. Era una casa victoriana preciosa. Cuando me mudé, me resultó extraño no encontrar ningún espejo en la casa, el casero no me lo mencionó, así que no le di más importancia. Un par de días después, mientras limpiaba, encontré un espejo en el sótano, fue el único que encontré en todo el tiempo que estuve en aquella casa. Era un espejo muy bonito, e iba acorde con la casa, así que lo limpié y lo colgué en el pasillo. Un par de meses antes estaba saliendo con Will, nuestro plan era independizarnos, empezar a vivir juntos en aquella casa. Will es doctor, y entró un par de días después que yo, porque estaba en África con médicos sin fronteras. Él siempre decía que la casa le daba malas vibraciones, pero nunca le habían gustado las casas viejas. La noche que regresó de África, nos arreglamos, fuimos al restaurante más elegante de Londres. Volvimos a casa un poco tarde. Cuando entramos a la casa Will se puso pálido, no paró de gritar que había alguien más en la casa, un fantasma. Achaqué esa aparición como efectos secundarios de mucho, mucho vino. Pasaron las semanas y todo volvió a la normalidad, nos encantaba la casa, el vecindario era perfecto y estábamos 86


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

más cerca del centro y de nuestros trabajos de lo que esperábamos. Como Will es médico, algunas veces tiene guardia toda la noche o llega de madrugada a casa. Una noche que Will estaba de guardia, me fui a dormir, normalmente espero a que llegue, pero aquel día nos habíamos peleado y decidí acostarme. De repente algo me despertó, un ruido en las escaleras. Miré el reloj de la mesita de noche: las cuatro de la mañana, era demasiado tarde para que Will llegara del hospital. Esperé a que subiera, pero solo se escuchó otro ruido, está vez mucho más espeluznante. Cogí un bate y bajé las escaleras. Allí estaba Will, tirado en el suelo, inconsciente, estaba pálido, como aquella vez. Entonces algo llamó mi atención, por alguna razón el espejo estaba roto en mil pedazos. Llamé a una ambulancia, al parecer todo estaba bien, solo se había desmayado, pero tenía claro que no quería volver a esa casa, y yo tampoco, algo macabro pasaba con ese espejo. Llamamos a algunos amigos, nos ayudaron a irnos de aquel lugar. Will alquiló un pequeño apartamento en el centro de Londres, para que estuviéramos mejor. Solo volvimos allí para devolverle las llaves al casero. Cuando nos íbamos nos cruzamos con un vecino que era amigo nuestro, Eric. Nos preguntó que por qué nos habíamos ido. No estaba segura de si debía contarle lo que le había pasado a Will, pero lo hice. Cuando se lo dije nos invitó a un café en su casa, para contarnos algo que, según él, debíamos saber: la verdadera historia sobre nuestra casa. No uno, sino ocho asesinatos tuvieron lugar en ella. El primer dueño era un hombre rico, compró la casa en el siglo XIX. Tenía siete mujeres y las siete murieron en aquella 87


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

casa, él las mató de maneras horribles y grotescas. Se dice que era necrófilo, así tenía sus cuerpos en el sótano. Este hombre también tenía una esclava, también abusó de ella y la mató, como a todas las demás. Poco después de esa muerte, los vecinos encontraron al hombre muerto y con los siete cadáveres y un espejo viejo. Nunca encontraron el cuerpo de la esclava, se cree que, mientras moría, embrujó el espejo con su alma y al mismo tiempo al hombre con todas las almas de todas sus mujeres. Se dice que esa fue la causa de su muerte. Volvimos a casa muy preocupados por la historia, nos la creímos, tenía sentido, aquella noche el espejo se rompió porque Will y yo nos habíamos peleado y de algún modo aquella mujer intentaba protegerme, podría haber sido una coincidencia, pero sería muy raro si lo fuera. Algún tiempo después nos encontramos a Eric en Candem. Comimos juntos y nos contó todo lo que había pasado después de que nos fuéramos. Él también había dejado el vecindario, después de todo no quería tener nada que ver nada con aquella casa. Algunos vecinos habían visto una mujer entrando en ella y andando por sus alrededores. El casero pensó que era alguien intentando robar, o incluso un okupa, la policía lo investigó pero no había señales de nadie viviendo allí. Eric creía que era el fantasma de la esclava. Al principio no sabía si mudarse o no, pero de repente un vecino murió. Nunca averiguaron la causa de la muerte, este vecino había estado en la cárcel por abusos sexuales a una mujer de 27 años y el mismo día de su muerte fue cuando salió. Esto convenció a Eric para dejar el vecindario, le daba miedo que, aunque no hiciera nada, el fantasma arremetiera 88


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

contra él, que se volviera loca y la gente empezara a morir en extrañas circunstancias. El vecindario salió en las noticias, había muchos casos de hombres desmayándose y avistamientos de la mujer andando como si estuviera buscando a alguien, pero solo los hombres la veían. Con el tiempo todo el mundo dejó el vecindario; ahora es, literalmente, un vecindario fantasma. Se dice que el fantasma de la esclava sigue en algún sitio del vecindario, buscando venganza y “proteger” a las mujeres.

89


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

EL GLOBO ROJO, por Paula Martínez Saura

1º Bachillerato F

En una noche oscura, un muchacho y una muchacha que tuvieron una cita decidieron ir al mirador de la montaña a admirar las estrellas. En el camino, vieron un hospital infantil abandonado del que habían escuchado hablar antes. La chica se dio cuenta de que desde una de las ventanas se podía apreciar una débil luz que salía de dentro de aquel lugar frío. La muchacha, algo atemorizada, propuso de ir a otra parte de la montaña, ya que desde el mirador se podía ver aquel hospital a unos cuantos metros, pero el chico la tranquilizó y le explicó que allí no había nadie y sería el reflejo de algo. Seguidamente, cuando llegaron a aquel mirador, se bajaron los dos del coche y se quedaron fuera admirando el paisaje tan bonito que había allí. Mientras estaban afuera pudieron escuchar los dos un terrible estruendo que provenía de aquel hospital abandonado. Cuando se giraron a ver qué sucedía, vieron que aquella luz que vieron en el camino ya no estaba. Conversaron sobre qué podía haber pasado y llegaron a la conclusión de que podía haberse caído algún muro de las ruinas que había con el viento o algún animal que hubiera pasado y hubiera podido tirarlo. Después de esto, la chica dijo que quería meterse dentro del coche, que se sentiría más segura, y así lo hicieron. Una 90


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

vez dentro, el chico puso la radio, aunque se escuchaba con interferencias. La chica se puso más nerviosa al escuchar las interferencias, pero antes de apagarla de fondo con las interferencias escucharon una voz tétrica y melancólica de un niño que decía: “Mi globo rojo”. Los dos se quedaron muy sorprendidos y no sabían qué podía haber pasado. Inmediatamente arrancaron el coche y con mucha atención iban mirando los dos hacia a la carretera. La radio seguía con las interferencias, y la dejaron para ver si volvían a escuchar algo más. En el camino los dos vieron algo que no podían creer. Vieron que, en un cartel que señalaba las direcciones para ir a cada parte de la montaña, había dibujado un pequeño globo rojo y brillante, como recién pintado. Pararon el coche y los dos muy impactados se miraron sin decirse ni una palabra, pero no podían parar de mirar aquel dibujo que había aparecido de la nada y que en el camino para ir no estaba. El chico volvió a arrancar el coche y, justo cuando pasaron, la señal la radio empezó a escucharse bien y no se dijeron nada mientras seguían buscando una explicación a lo que había ocurrido. Cuando llegaron a la ciudad buscaron en internet información sobre aquel hospital infantil abandonado y encontraron una pequeña leyenda. En varias páginas web les aparecía lo mismo: hace años en ese hospital había un niño con una enfermedad crónica que quería que en su habitación hubiese un globo rojo. Los médicos se lo impidieron y cuando el niño murió todos los médicos dimitieron porque decían que mientras trabajaban venía por los pasillos al niño que murió en ese hospital con un globo rojo. 91


R/N. Revista de narrativa, nĂşm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

92


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

EL HORRIPILANTE CRIMEN DEL DOBLE, por Germán Murcia Granero

3º ESO C

Marcos era una persona cualquiera, de esas que ves todos los días por la calle. Era uno de esos tipos que se conformaban con lo que tenían y no les importaba el dinero. Marcos trabajaba en una empresa de reparto de comida a domicilio por Barcelona, se jugaba la vida todos los días con su bicicleta llevando comida a los domicilios de gente sin ganas de cocinar, pero como lo que ganaba era una miseria, en sus ratos libres cogía su guitarra y se colocaba en la parada de metro más cercana a su piso compartido de 70 m². Así pasaba la mayoría de las tardes, recogiendo calderilla que le permitiera vivir en un piso y tener algo que llevarse a la boca. Pero esta situación fue llevadera durante unos años hasta que se volvió inviable, así que un día Marcos decidió presentarse al casting de un famoso programa de canto que se celebraba en su ciudad. El jurado vio en aquel chico de 23 años algo especial que hizo que pasara a la siguiente fase; tras varias audiciones más se le comunicó que había sido seleccionado por el programa para pasar tres meses en una academia sin comunicación con el exterior donde aprendería desde lecciones de canto y baile hasta cómo desenvolverse delante de las cámaras. Pasó tres meses maravillosos donde aprendió muchísimas lecciones y resultó ser el ganador del concurso; aparte 93


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

de los miles de seguidores que le proporcionó el programa, Marcos consiguió como ganador un contrato musical con una importante discográfica. Pasaron los años y Marc Pascal, como se le conocía por su nombre artístico, adquirió el título de cantante español más popular de la última década. Tanta fama le traía a Marcos serios problemas a la hora de llevar una vida normal, por lo que decidió contratar a un doble que le ayudara en cosas menos importantes. Para ello Marcos decidió que su doble debía conocerle como si fuera él mismo para no levantar sospechas, es por eso por lo que se fue con él a su finca en la montaña. La idea era pasar un fin de semana los dos solos sin ninguna comunicación con terceras personas, un fin de semana en el que Marcos y su doble, Joan, conectaran el uno con el otro y Joan tuviera conocimiento de cada una de las costumbres y comportamientos de Marcos. Si Marcos hubiera sabido las terribles consecuencias que contratar a un doble le traería se lo habría pensado dos veces antes de hacerlo. La mañana del sábado había transcurrido con normalidad, se habían levantado temprano para hacer una pequeña excursión por la Sierra de Collserola, habían comido juntos en la terraza disfrutando de las maravillosas vistas del parque y se disponían a escuchar la canción aún sin publicar de Marcos cuando algo pasó. La alarma de la casa empezó a sonar y todas las luces se apagaron; se volvieron a encender, pero Joan había desaparecido. Se escuchaban ruidos fuertes en la planta de arriba, así que Marc, asustado, decidió subir a ver lo que pasaba. En la planta de arriba había tres personas con unas túnicas negras que les cubrían enteros, dos de ellas encapuchadas, la tercera era Joan. Entre los tres ataron a Marcos y lo dejaron encerrado en el sótano durante unas horas, Marcos 94


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

intentó liberarse, pero al poco tiempo se desmayó porque los secuestradores lo habían sedado. Marcos se despertó colgando del techo, atado por los pies, en una sala llena de velas negras. Durante horas fue torturado mediante técnicas que se usaban en la época de la Santa Inquisición. Tras morir fue incinerado en una hoguera en el patio de la casa, nadie supo nunca más de él ni de Joan, tampoco de los dos misteriosos encapuchados. Hoy en día sigue siendo todo un misterio quiénes eran esas dos personas que posiblemente pertenecían a una secta medieval religiosa; también se desconoce la verdadera identidad de Joan y su paradero.

95


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

LOS PRADOS, por Alba Garcerán Torres

2º Bachillerato B

Yo era solo una niña cuando todo esto ocurrió, tendría unos nueve años, y mucha gente pensará que esto son solo cosas de críos, pero yo sé que eso fue real, y no fui la única que lo vio… Corría el verano del ochenta y nueve, yo estaba en la casa del campo de mis abuelos, en Los Prados, Caravaca; tenía vacaciones y mis padres tenían que trabajar, así que me dejaban con mis abuelos. Hacía unos días que se habían ido y yo, como todos los días, quedaba con todos los niños del pueblo y nos íbamos con las bicis a dar vueltas, pero ese día decidimos ir a La Casa Alta, una casa abandonada, enorme, que había alejada del pueblo, con una piscina, ya sin agua, y con un patio gigante; mi abuela siempre me ha contado historias sobre esa casa, ella estuvo trabajando allí de criada, junto con mucha más gente. Los dueños tenían un hijo, un poco más pequeño que yo en aquel entonces, y no tenía amigos, según mi abuela, le hicieron una habitación “de juegos”, para que llevara a otros niños y se pudieran hacer amigos de su hijo, pero por cualquier razón no se podía entrar a esa habitación, bajo ninguna circunstancia. Los niños del pueblo decían que nunca le llegaron a ver, y durante un tiempo ese fue el tema de conversación de niños y adultos, ya que a todos les resultaba 96


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

extraño. A raíz de esto se empezaron a crear diferentes rumores, hasta que la familia, por culpa de esto, decidió mudarse. Me dirigí junto con mis amigos a La Casa Alta, aparcamos nuestras bicis en la entrada, hasta que decidimos entrar, hicimos una escalera humana entre todos, y entramos por la ventana, esta daba a una de las habitaciones, tenía pinta de ser de alguno de los criados, ya que había un pasillo enorme con muchas de estas idénticas. La casa estaba supersucia, llevaba años sin que nadie entrara, pues nadie la quería comprar. Todos fuimos directos al mismo sitio, sin decirnos nada, ya que había una puerta que resaltaba entre todas; nos quedamos quietos delante de la puerta por un momento, ninguno se atrevía a entrar, hasta que yo di el primer paso. Las paredes estaban pintadas de extraños dibujos, la mayoría eran de niños tristes que iban contando una historia, una historia en la cual un niño no tenía amigos y se pasaba las tardes metido en una habitación dibujando en las paredes a otros niños, como si fueran sus amigos, y que un día estos dibujos salieron, y se llevaron al niño con ellos, y allí estaba, el hijo de los dueños de la casa, plasmado en la pared, jugando feliz con sus amigos, por eso nunca nadie lo vio; pero entonces esos dibujos comenzaron a moverse, corriendo por todas las paredes, hasta que uno de ellos salió y cogió a una de las niñas que iban conmigo, y se veía cómo mi amiga salía corriendo por toda la pared y se caía por un pozo. Todos salimos corriendo, sin saber nada de mi amiga, se lo contamos a nuestros padres, y no nos creyeron, pasamos la noche buscándola, y apareció en el fondo del pozo de La Casa Alta. Desde entonces, los niños que estábamos ese día no hemos vuelto a hablar del tema. 97


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

FIESTA DE HALLOWEEN EN EL IES SAAVEDRA FAJARDO, por Patricia Sotomayor López

3º ESO C

Año 2015. Evelin, una niña de pueblo, se preparaba para su primer día de clase en un instituto nuevo. Sus padres por motivos de trabajo se habían trasladado, pero, a pesar de los nervios, Evelin estaba feliz de conocer nuevos amigos. Los primeros días no fueron todo lo bien que esperaba, entrar nueva en una clase en la que todos se conocen no es fácil y ser de un pueblito pequeño empezó a ser tema de burla entre sus compañeros. A pesar de todo, Evelin seguía siendo una niña alegre y se refugiaba en lo que más le gustaba: la música. Pasaba los recreos sola, así que sacaba su flauta y tocaba como si nadie existiera a su alrededor. Fueron pasando las semanas y, a pesar de que no tenía muchos amigos, las burlas se fueron calmando. Los chicos de clase estaban entusiasmados porque el instituto iba a celebrar una gran fiesta el 31 de octubre. Los alumnos se encargarían de hacer toda la decoración y de preparar el disfraz más terrorífico. Evelin pensó que una fiesta sería una gran oportunidad para hacer amigos, pero la realidad iba a ser muy distinta. Llegó el gran día, todo el instituto estaba feliz con la fiesta, la decoración terrorífica y las luces casi apagadas 98


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

daban miedo hasta al más valiente. Evelin, a pesar de que estos temas le asustaban mucho, no quiso faltar, todos iban tan bien disfrazados que casi eran irreconocibles. Los profesores dieron la bienvenida y comenzó la música, todos bailaban, reían y se divertían. Evelin se unió a un grupo de su clase y empezó a divertirse mucho; algunos, a pesar de la prohibición de alcohol en la fiesta, se escondían para beber y Evelin, aunque nunca había bebido, no quiso ser la diferente y se unió a ellos. La fiesta siguió y Evelin empezó a encontrarse mareada, todos se reían de lo floja que era la chica de pueblo y lo ridícula que era con su flauta; salió llorando hacia los aseos del patio, creía que esa sería una gran noche, pero resultó que los que parecían ser sus amigos solo la habían utilizado para reírse. Vomitó y se quedó sentada sola en los aseos pensando que ya no quería estar ahí, quería llamar a sus padres y marcharse a casa. El bolso estaba en la fiesta, por lo que se levantó como pudo y salió hacia el patio. Al salir estaba todo muy oscuro, se escuchaban ruidos entre los árboles y a cada paso le parecía que alguien le seguía. Al entrar a secretaría sintió a alguien detrás, se quedó paralizada, escuchó cómo le decían: “¡¡¡Ahora comienza la fiesta!!!”, y al mirar lentamente solo pudo ver una cara de payaso sujetando un gran cuchillo ensangrentado. Salió todo lo rápido que pudo escaleras arriba, el corazón se le salía de pecho, al llegar arriba empezaron a salir zombis de los pasillos, siguió subiendo, el miedo no le dejaba pensar, solo oía pasos, gritos fantasmagóricos, ruidos de cadenas y cuchillos arañando las paredes. Corrió todo lo que pudo y decidió bajar por las escaleras del fondo. Detrás seguían persiguiéndola para darle miedo. Al llegar a las escaleras, era tal el pánico que tenía que tropezó y cayó rodando, con la mala 99


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

suerte de que se golpeó la cabeza. Sus compañeros, asustados, huyeron y la dejaron allí tirada. Al día siguiente, la conserje, que pasaba por allí para comprobar que todo estuviese en orden, la encontró en medio de un gran charco de sangre, llamó al 112, pero no se pudo hacer nada por ella, aquella niña alegre, la niña de la flauta, la niña que solo quería hacer amigos, ya no estaba. Desde aquel acontecimiento, el instituto no celebró más la fiesta de Halloween, sus compañeros intentaron guardar silencio, fue un desafortunado accidente, pero empezaron a tener miedo. Las luces se encendían y apagaban por donde pasaban, las escaleras parecían bajar de temperatura, escuchaban gritos y golpes…, no pudieron ocultarlo más y fueron a hablar con el director. Solo querían gastarle una broma, pero se les fue de las manos. Cada 31 de octubre algo extraño pasa en el instituto, pero los alumnos no saben de esta historia, se intentó ocultar para no crearles miedo. Ahora que sabéis lo que pasó entenderéis por qué las luces vienen y van, por qué a veces se siente un frío que entra hasta los huesos, por qué los muebles crujen y las puertas chirrían. Cada vez que sientas esto, acuérdate de Evelin, esa chica de pueblo que cada Halloween reaparece en el instituto y toca su flauta. Cuidado si la escuchas, tú podrías ser el siguiente…

100


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

INSOMNIO, por Gonzalo Saura Gutiérrez

2º Bachillerato B

Era como una noche más. Como habituaba hacer después de cenar, me lavé los dientes y me dirigía a acostarme cuando, de repente, sin ningún sentido, escuché un ruido extraño al fondo del pasillo, venía de mi despacho, fui a ver de qué procedía dicho ruido y, cuando llegué allí, nada parecía fuera de lo normal, menos el libro que había dejado encima de la mesa de aquel despacho: estaba abierto. Era un libro sobre leyendas urbanas que solía leer de vez en cuando, soy una persona bastante escrupulosa con el orden y me parecía extraño aquel detalle, pero no le di más importancia, cerré aquel libro y fui acostarme. Al día siguiente mi vida transcurrió con total normalidad. Fui a trabajar, regresé a mi casa, comí, hice las tareas que me correspondían y me puse a leer unas cuantas páginas de aquel libro que os comentaba antes sobre leyendas urbanas. Terminé, cené y, como la noche anterior, me lavé los dientes. He de decir que había estado con una sensación extraña durante todo el día, algo difícil de explicar. De camino a mi habitación, volví a escuchar el mismo sonido que el día anterior, volvía a proceder del final del pasillo, exactamente de mi despacho. Me dirigí otra vez a ver de dónde provenía y, sorprendentemente, me encontré con lo mismo de la noche anterior: el libro estaba abierto… Yo sabía que 101


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

no era un fallo mío, ni mucho menos una simple coincidencia. En ese momento cogí el libro, me senté y empecé a leer detalladamente la página por la que estaba abierto. No solo no era por la que yo me había quedado leyendo esa misma tarde, sino que era el comienzo de una nueva historia: “Capítulo 22. Insomnio”. Me pasé toda la noche leyendo aquella historia, la cual describía a un ser sin rostro, con el cabello largo, que vestía un largo vestido negro, que se aparecía en sueños, este los robaba y cuando despertabas no había vuelta atrás, ahí estaba él dispuesto a que no volvieras a salir vivo de tu propia habitación. El día siguiente fue otro día normal dentro de mi rutina, que transcurrió sin nada extraordinario. Por la noche regresé a casa sin poder parar de pensar en el capítulo de aquel libro que había leído la noche antes. Antes de acostarme miré el pasillo, ningún ruido esta vez, por lo que, sin darle más importancia, me metí en la cama y me puse a dormir. A mitad de un sueño aparecí en el jardín que hay frente a la ventana de mi habitación, aquel sueño era diferente, no recordaba haberlo soñado antes. Mientras que estaba fuera empezó a oscurecer, yo procedía a regresar dentro de la casa y extrañamente la puerta estaba cerrada, la llave no parecía ser de esa cerradura y lo mismo ocurría con la puerta de detrás. Volví a la zona que daba a la ventana de mi habitación y, tras volver a fijar mi mirada en aquella ventana, encontré una sombra, no podía ser, ¿quién era la persona que había dentro de mi casa? Cogí una piedra, rompí la ventana de abajo, subí por las escaleras en dirección a mi cuarto y, tras encarar el pasillo, ahí estaba, tal y como estaba descrito en el libro. 102


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

Salí corriendo hacia el otro lado del pasillo sin escapatoria, solo una ventana. No lo pensé. Si era un sueño, no iba a pasar nada, y me tiré. Desperté sobresaltado, ya había pasado todo, pensé, pero no, aquella cosa estaba mirando por la ventana de mi cuarto, ¡en la misma habitación que yo! Al despertarme, dirigió su mirada hacia mi rostro, esa mirada estaba dispuesta a que no saliese de aquella habitación con vida. No supe qué hacer, estaba acorralado, sin posibilidad de pedir auxilio, intenté salir corriendo, pero me agarró, le golpeé y seguí corriendo hasta llegar a la puerta. Estaba bloqueada, no podía salir de mi propia casa. Seguí corriendo hasta llegar a las escaleras del sótano, bajé y me quedé escondido tras una librería antigua mientras sujetaba un trozo de madera, el cual parecía ser parte de un antiguo palo de hockey. ¿Qué era esa cosa? ¿Y qué quería de mí? Eran dos cuestiones que mi mente no podía parar de repetir y que eran inexplicables para mí en ese momento, mientras seguía tenso tras aquella librería. Transcurrieron dos horas y el sol empezó a aparecer por la única y pequeña ventana que había en ese sótano. Volví a subir a mi casa, cogí el teléfono con sigilo y marqué el 112. Volví a esconderme a esperar que viniesen los servicios de emergencias. Se presentó la policía, registró la casa y solo me encontraron a mí muerto de miedo, sujetando aquel trozo de madera. ¿Había sido todo producto de mi imaginación? ¿Qué misterio escondía aquel libro?

103


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

UN SUEÑO MUY REAL, por Claudia Aranda Sánchez

1º Bachillerato F

Esta mañana me he despertado temprano para hacerme la maleta. Hace una semana a mi padre le habían dado un traslado forzoso por haber ascendido en su trabajo y teníamos que mudarnos a Asturias. Estaba muy nerviosa, ya que desde que nací llevaba viviendo en la misma ciudad y estaba acostumbrada a ella, a mis amigas de allí, a mi instituto, etc. Pero, por otro lado, pensé que los cambios eran buenos y me vendría bien conocer nueva gente. Tras muchas y agotadoras horas por fin llegué a mi nueva casa; cuando la vi, quedé asombrada porque siempre había vivido en un piso y esto era una casa en bajo, gigante y preciosa; lo malo es que estaba a las afueras de la ciudad y con pocos vecinos alrededor, pero solo era cuestión de acostumbrarme. Subí a mi habitación a dejar las maletas y bajé directamente a cenar, aunque no comí mucho, no tenía hambre por los nervios de empezar el día siguiente el instituto. En cuanto cené subí a la habitación y cogí un libro para leer un poco e intentar conciliar el sueño, no tardé más de media hora en dejar el libro y apagar la luz. Cuando ya estaba profundamente dormida me desperté porque tenía mucha sed, así que decidí bajar a la cocina a por un vaso de agua. De vuelta a mi habitación vi que la habitación que estaba entre 104


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

la mía y la de mis padres tenía la luz encendida, así que fui a apagarla y me acosté. Cuando estaba ya casi dormida escuché risas muy fuertes de niños que parecía que venían de esa habitación y me asomé a la puerta de mi habitación, vi que estaba otra vez la luz encendida y fui a apagarla, no tenía mucho miedo, ya que las risas de niños pensé que eran cosa de mi imaginación y la luz podía encenderse ya que esa casa era muy antigua y las instalaciones no eran muy buenas. No pude dormir mucho por los nervios, así que me desperté antes de lo previsto, me preparé, desayuné y esperé a que fuera la hora de ir al instituto. Me tenía que ir en coche o en autobús, ya que el instituto estaba en la ciudad, pero al ser el primer día me llevó mi padre. Cuando llegué, todos se acercaron a preguntarme cosas sobre mí y lo típico cuando llegas nueva. Una de las preguntas que me hicieron fue dónde estaba mi nueva casa, y al responderles todos quedaron en silencio, me dijeron que en esa casa, antes de llegar mis padres y yo, la familia que vivía apareció una mañana muerta por causas que se desconocen. Cuando me contaron eso me asusté mucho, pero luego pensé que me lo estaban diciendo de broma para asustarme, así que pasé. Al llegar a casa les conté a mis padres lo bien que me había ido el primer día y también les dije lo que habían dicho de la casa. Se quedaron callados y se miraron, pero me dijeron que no me preocupara, que serían bromas, aunque sus caras no me convencieron mucho. Después de comer subí a mi habitación a hacer algunos ejercicios que nos habían mandado y, cuando terminé, se me ocurrió buscar en internet información sobre la casa. Fue lo peor que pude hacer. En todas partes me salía lo que me habían dicho en el instituto y fotos de la familia, que eran los padres y dos 105


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

hermanos, una chica de unos 16 años y un niño pequeño de unos 10. Cuando mis padres se despertaron de la siesta fui directa a contárselo, ellos me dijeron que ya lo sabían, pero no habían querido decirme nada para no asustarme, y que siguiera sin asustarme porque no pasaba nada. Lo que quedaba de tarde fui con ellos al centro de la ciudad para ir conociéndola, pero yo lo único que hacía era pensar en eso. Cenamos por allí y se nos hizo un poco tarde, así que en cuanto llegué a casa me puse el pijama y me fui a mi habitación. Antes de acostarme mi madre me preguntó si quería dormir con ella porque me había notado asustada, pero le dije que no pasaba nada, que dormía en mi habitación. Estuve toda la noche sin dormir por el miedo y sobre las 3:00 de la mañana noté cómo se hundía la esquina de mi cama. Asustada, empecé a dar patadas debajo de la sabana para que lo que fuera que se había puesto se quitara. Salí corriendo de la cama, pero veía muy poco, ya que no encontraba el interruptor de la luz. De repente, me di la vuelta y con la poca luz que entraba de la ventana conseguí ver la silueta de un niño que se acercaba cada vez más a mí. Cuando ya lo tenía muy cerca me di cuenta de que era el niño que había visto en las fotos de la familia. De repente el niño se tiró para mí e intentó ahogarme, y yo, para protegerme, lo cogí del pelo. Cuando ya casi no podía respirar, desperté sobresaltada de la cama y me di cuenta de que todo había sido un sueño, o eso pensaba hasta que, al mirarme la mano, me di cuenta de que tenía un mechón de pelo.

106


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

UNA NOCHE EN EL CEMENTERIO, por Laura Barrachina Navarro

2º ESO B

Era una noche otoñal cuando ocurrió algo inesperado, la luna suspendida en el cielo parecía decirnos algo. Yo, Andreu, un chico introvertido, ensimismado, con pocos amigos, bueno, en verdad solo tenía una amiga, Judith, con el pelo rojo y profundos ojos azules. Su carácter era abierto, todo el mundo la conocía en el pueblo. Aquella noche habíamos quedado como todas las noches en el parque, nos gustaba gastar bromas, a veces muy pesadas, a otros niños. Vi aparecer a Judith con una caja de bombas fétidas y petardos, su intención era asustar a los malignos compañeros de clase. Estábamos escondidos detrás de un banco esperando que vinieran David, apodado Hombre Lobo, Samuel, al que llamaban el Bandido, y Jeremías, el Truhan, cuando de repente aparecieron con sus bicicletas; nos acercamos sigilosamente y les lanzamos las bombas fétidas primero, causando un olor horrible; sin más tardanza les tiramos los petardos a las ruedas de las bicicletas, todos cayeron al suelo, nosotros echamos a correr y correr escapando de sus terribles miradas. Llegamos a un cementerio, de repente la luna dejó de brillar, nos sorprendió la oscuridad, los ruidos de alrededor nos dejaron inmóviles, detrás de nosotros vimos un ser 107


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

extraño: todo su cuerpo estaba unido con hilo, sus ojos eran saltones y de color rojo, de su boca salieron cucarachas, arañas; por encima de nuestras cabezas pasaron rozándonos unas bandadas de murciélagos, nuestros cuerpos temblaban, no podíamos hablar. Nuestras miradas se pusieron de acuerdo y nuestras piernas empezaron a correr como si no hubiera un mañana. Miramos a nuestro alrededor, no estábamos solos, de las tumbas habían salido cuerpos destrozados y mutilados que nos perseguían. Llorando, decidimos enfrentarnos a ellos, a esos miedos, que fueron desapareciendo conforme íbamos tocándolos. Exhaustos, quedamos sentados en el cementerio hasta la mañana siguiente, cuando por fin comprobamos que todo a nuestro alrededor era cotidiano y normal. Todo lo ocurrido nos hizo reflexionar sobre nuestro mal comportamiento con nuestros compañeros; y juramos Judith y yo no volver a gastar bromas pesadas y de mal gusto a los demás.

108


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

UNA TARDE DE PLAYA, por Sara Carbonell Morales

2º ESO B

En una tarde de verano, en torno a las siete de la tarde, Julia se disponía a salir de su casa en dirección a una pequeña cala en Puntas de Calnegre, donde había quedado con sus amigos Jorge, Lucía, María y Antonio para pasar la tarde juntos y después, cenar y dormir todos en casa de Jorge, una preciosa casa de campo, situada en una ladera rodeada de algarrobos, higueras y olivos, no muy lejos de esta cala. La tarde discurrió como estaba planeado, hacía un tiempo magnífico, la playa estaba ya prácticamente vacía cuando llegaron y estuvieron bañándose hasta el anochecer. Los amigos se subieron a casa, pero Julia quiso quedarse un rato más mientras hubiera luz; era un lugar que ella conocía muy bien porque iba allí desde que era pequeña y le gustaba especialmente a esa hora del día. De repente se levantó una brisa fría y una nube tapó la luna y Julia se levantó para irse a la casa. Mientras andaba por la playa escuchó unos pasos detrás de ella, se giró para ver quién era pero no había nadie, así que pensó que habría sido una gaviota. Cinco minutos después, cuando ya estaba en el sendero hacia la casa, volvió a escuchar unos pasos que la seguían, y al girarse descubrió que seguía sin haber nadie e imaginó que era el viento, que ahora era más fuerte. 109


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

Decidió proseguir su marcha, pero esta vez andando más rápido, cuando volvió a oír los ruidos esta vez más cerca; se asustó y salió corriendo en dirección a la casa. Cuando llegó, sus amigos, al verla tan asustada, le preguntaron qué le había pasado. Tras contárselo, los amigos de Julia le tranquilizaron y le dijeron que seguramente sería el viento o cualquier animalillo. De repente, llamaron a la puerta; se miraron intranquilos y Lucía se asomó a una ventana desde la que se veía la puerta. No había nadie. Intentaron mantener la calma y animarse unos a otros diciendo que debería haber sido una rama la que golpeó la puerta. Sin embargo, volvió a repetirse la llamada. Esta vez muy asustados, volvieron a mirar por la ventana y otra vez no había nadie. Ya no tuvieron duda de que algo o alguien rondaba la casa. Cogieron todo lo que encontraron para bloquear puertas y ventanas. Los golpes se repitieron toda la noche; cuando los chicos pensaban que ya habían parado, volvían a sonar. Al amanecer, tras estar toda la noche en vela, los golpes habían cesado. Cuando se armaron de valor, decidieron abrir la puerta. Al salir no vieron nada, pero al girarse descubrieron un gran arañazo y en letras mayúsculas y color rojo escrita la palabra “VOLVERÉ”.

110


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

EL VIAJE NO DESEADO, por José María Moral Martínez

1º Bachillerato F

Todo comenzó cuando, un día, tomé la decisión más importante de mis 26 años: independizarme y hacer mi vida en otro lugar que no fuera Murcia, mi ciudad natal. Escogí Asturias debido a circunstancias económicas y laborales, no tuve queja ninguna, obviamente, me parecía un lugar precioso y con vistas sublimes. Respecto a dónde me iba a alojar, es donde tuve mala suerte: tuve que decidir hacer mi vida temporal en una casa de campo. Todo estaba correctamente, hasta que entré por aquella puerta de madera con el pomo desgastado… Yo ya tenía malos presentimientos debido a que, de camino, me picó la curiosidad e investigué la zona por distintos sitios de internet para saber si iba a estar seguro. Y descubrí que en aquella casa vivía una familia, exacto, vivía, habían sido asesinados todos por un mismo asesino en el mismo hogar. Yo, con un pensamiento robusto, ignoré esa historia y no me la creí. Caminé despacio, probando las tablas del suelo a medida que avanzaba, pero los escalofríos me golpearon rápidamente. Sorprendentemente, el centro de la casa era robusto, así que entré libremente en la cocina y me congelé: una mujer estaba tirada en el suelo bajo el fregadero, con un cuchillo grande clavado en el pecho y goteando sangre. Pude ver a través de ella y me di cuenta de que estaba en 111


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

medio de una descomposición, pero entonces ella miró hacia arriba, el dolor en su cara era horrible, pero se las arregló para levantar la mano y señalar hacia arriba, entonces ella gritó. Miré a mi alrededor pero no había nadie, así que me volví, mientras temblaba de miedo, para ver a la mujer de pie. Todavía gritando, ella señaló de nuevo, su cabeza empezó a temblar y a temblar incontrolablemente con la boca abierta de par en par. Sabía que tenía que investigar, a pesar de que estaba a punto de orinarme en los pantalones, así que salí y subí corriendo las escaleras. Cuando llegué a la cima, oí las tablas detrás de mí crujiendo con pasos lentos. Me di la vuelta y no había nadie, sentí como si me estuvieran acechando, pero tuve que seguir adelante, yendo a la habitación de enfrente de la casa en ruinas. La puerta se abrió por sí sola, haciendo que medio me desmayara. Entonces, vi a un niño pequeño tirado en un charco de su propia sangre, no pude evitar las lágrimas que caían por mi cara, pero me distrajo un gruñido desagradable cerca de mi oreja derecha. Enfadado, me di la vuelta y grité: “¿Quién eres?”, pero no recibí respuesta, así que miré al niño, levantó la cabeza y señaló a la parte de atrás de la casa, la cabeza me daba vueltas porque no sabía qué hacer. Entonces el niño se sentó y gritó con su vocecita: “¡Ayúdanos!”. Corrí a la habitación del otro lado, sintiendo como si alguien me estuviera controlando, mientras un escalofrío recorría mi cuerpo. Cuando llegué a la habitación, esa puerta se abrió chocando contra la pared, mientras el pomo se sacudía. Una adolescente fue arrojada sobre la vieja cama, con cortes por todo el cuerpo, un río de sangre corría bajo el suelo. Estaba claro que tenía la garganta cortada, pero estaba tratando de hablar mientras señalaba la parte de atrás de la casa: sentir 112


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

que podía encontrar al asesino allí, me llevó a un estado de nervios inimaginable. Entonces oí una risa amenazante en la distancia, que alimentó mi inquietud. La niña se sentó lentamente y empezó a levantar su dedo, un escalofrío se apoderó de mi alma al darme cuenta de que su dedo me señalaba directamente a mí. Mientras estaba allí de pie, atónito, preguntándome a qué se refería, sentí que una ráfaga de maldad me golpeaba la espalda, congelando mi cuerpo, esta vez me oriné en los pantalones cuando me di cuenta de que estaba cara a cara con la entidad más malvada que jamás había encontrado. Entonces recordé que tenía una mini Biblia en mi llavero, que mi madre me había dado antes de morir, y con los dedos temblorosos, la abrí y se la metí en la cara al espectro. Yo grité: “¡Déjenlos en paz!”. Con una luz increíblemente cegadora, desapareció, evaporándose con una postura aliviada susurrándome al oído que la había salvado. Nada más terminar ese hecho, salí corriendo hacia el coche, y, hasta el día de hoy, me pregunto sobre la situación del resto de la familia, si habían descansado o no en paz.

113


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

LAS 3:33, por Miguel Moreno Saura

2º ESO B

Esta historia ocurrió no hace mucho tiempo, concretamente en 2018. Todo ocurrió un día cualquiera. Nuestro protagonista, Alfonso, era un chico de 14 años que estaba en el recreo hablando con sus amigos, cuando un chico desconocido se le acercó y le dijo al oído: —¿Sabes que las 3:33 es la hora en la que nuestro mundo está más cerca del inframundo? Antes de que Alfonso pudiese decir una sola palabra, el chico desapareció sin dejar rastro excepto por una nota que decía: “Esta noche no te va a resultar fácil dormir”. La sirena sonó y Alfonso, aterrado, huyó a su clase. Las horas pasaban y Alfonso seguía dándole vueltas a lo ocurrido. Sonó el último timbre y corrió a su casa, que estaba cerca del instituto. Atemorizado, fue a contarle a su madre lo ocurrido y esta, despreocupada, le dijo que nada de eso era verdad y que solo le intentaban asustar. Mientras comían pusieron las noticias en la televisión y de repente Alfonso vio que había ocurrido un accidente. Por casualidad o por el destino, el fallecido fue el chico que le habló ese día. Sin decir palabra terminó de comer y fue a su 114


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

habitación. Ya estando allí, abrió todas sus ventanas para tener toda la luz posible. Las horas pasaban y Alfonso cada vez tenía más miedo. Llegadas la diez, su madre le mandó acostarse y sin decir palabra se fue a su cama, mientras que su madre le miraba con preocupación. Cuando Alfonso ya se encontraba en su cama, su madre fue a preguntarle si le pasaba algo, si era por lo que el chico le había dicho ese día. Alfonso le explicó que el chico del accidente era el que le había dicho todo lo antes mencionado. Su madre le dijo que todo saldría bien. Cuando Alfonso ya estaba durmiendo soñó algo extraño, tal miedo le dio que se despertó. Estaba atemorizado, eran altas horas de la noche y ya no había luz en su casa. Alfonso no tenía ganas de mirar qué hora sería, pero necesitaba saberla. Miró con miedo su móvil y al ver que era la una y media de la madrugada, volvió aliviado a la cama. Pero no había manera posible de que se durmiera, ahora con más miedo del que tenía antes empezó a imaginarse lo que le podría pasar, pero no podía hacer nada del miedo que tenía. Las horas pasaban y su móvil marcaba las tres y cuarto de la madrugada. Alfonso no podía dormirse por alguna extraña razón. Llegaron las 3:33 y no pasaba nada, los minutos pasaban, su móvil marcó las cuatro y él se durmió del cansancio que había acumulado toda esa noche. Al día siguiente se despertó para desayunar, pero su madre no estaba allí. Asustado fue en busca de su madre y…, ella estaba allí..., acostada en la cama..., con puñales por todo el cuerpo y, en la pared, estaba escrito con sangre: 115


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

TÚ ERES EL SIGUIENTE. Aterrado, llamó a la policía. Llegaron pronto, hicieron un análisis de huellas dactilares, pero ninguno de los puñales tenía. La policía le dio el pésame a Alfonso y se lo llevaron a comisaría. Allí explicó lo ocurrido, mientras los policías lo escuchaban anonadados. Cuando terminó de explicarlo todo, los policías no sabían qué decir, solo sabían que aquello no era ni lo más mínimamente parecido a ninguno de sus casos. Ellos solo le dijeron que no podían hacer nada. Alfonso se quedó con sus tíos y, mientras los días pasaban, cada vez estaba más demente. Un día que sus tíos volvieron de comprar se encontraron a Alfonso ahorcado, con una nota que decía: TODAVÍA NO HE TERMINADO. ¿Fin?

116


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

EL DIARIO, por Ana Campos León

3º ESO C

Hola, soy Sara y hoy voy a contaros mi historia. Para empezar, quería contaros cómo es mi familia. Mi familia es como una cualquiera, no tiene nada en especial, somos seis, mis padres, Esther y Mario, mis dos hermanos mayores, Juan y María, y mi hermana pequeña, Lucía. Nosotros vivíamos en Italia, pero por motivos de trabajo nos tuvimos que mudar a Madrid el año pasado, al principio todo iba bien, pero poco a poco se fueron empeorando las cosas. Digamos que el instituto no era lo mejor, todos me miraban raro al ser “la nueva” y nunca llegaba a encajar en ningún grupo. Pasadas las semanas conocí a una gran chica, llamada Iris, ella era rubia, alta, de ojos azules, simpática y chistosa, era una persona en la que era fácil confiar, eso me ayudó muchísimo a la hora de estar en el instituto. Vamos a 4º, es decir, tenemos 15 años. La verdad, es que las asignaturas son fáciles, ya que aprendí el idioma bastante rápido. Con el paso del tiempo todo comenzó a ir un poco raro, Iris estaba cambiada, como si estuviera preocupada por algo, estaba bastante callada y eso era muy raro en ella, siempre tenía algo que decir. Cuando esto comenzó, yo me preocupaba y siempre me molestaba en preguntarle qué demonios le pasaba, nunca me lo llegaba a decir, se quedaba pensando 117


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

y luego me contestaba: “Es porque estoy agobiada con los exámenes”. Tras dos semanas, yo sabía que ese no era el motivo, ya que siempre sacaba buenas notas y era una alumna excelente. Con este gran cambió en ella, decidí ir a su casa para hablar con sus padres. Ella era hija única, y tenía una casa enorme, un poco extraña y antigua, pero supuse que era herencia de sus abuelos. Cuando entré, noté una suave brisa por mi cuello que continuamente recorría toda mi espalda. Seguí hacia delante y me encontré con el salón, pensaba que había gente, ya que había escuchado la tele y una mujer leyendo, pero cuando llegué la tele estaba apagada y no había ni rastro de nadie. Subí las escaleras hasta llegar a la habitación de Iris, allí estaba ella, acostada en la cama, tapada hasta la cabeza con una manta y llorando. Me dirigí hacia la cama, retiré la manta y saltó sobre mí, apretándome el cuello sin dejarme respirar; agobiada, cogí una cuerda que estaba sobre la cama y la llevé hasta su cuello. Iris estaba pálida, no se le veían las pupilas, tenía los ojos en blanco y estaba fuera de sí. Yo me asusté mucho y comencé a chillar, diez segundos más tarde subió su madre a la habitación para ver qué ocurría, tan rápido como pudo apartó a Iris de mi cuello y empezó a acariciarle la cara mientras le decía: “Ya pasó, Claudia”. Impactada, dije: “¿Claudia? Su nombre es Iris”. Su madre callada miró hacia el suelo y dijo: “Claudia se llamaba mi madre, murió en esta misma habitación y nunca hemos llegado a saber qué provocó su muerte, desde entonces pensamos que sigue aquí”. Ahí entendí el comportamiento de Iris, ahí lo entendí todo. Al enterarme de eso, bajé corriendo las escaleras para largarme de ese lugar. Llegué al piso de abajo, intenté abrir 118


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

la puerta, pero cuando lo conseguí, se cerró totalmente sola dando un portazo y dejando una brisa de aire tras ella. Tras el portazo, giré la cabeza, encontrándome con su madre, llevaba un vestido blanco, roto y largo, su larga melena rubia impedía que ella pudiera ver y me dijo: “No vas a poder escapar”. Cuando dijo eso, sentí un enorme arañazo en mi brazo, y ella vino a mí. Me defendí tanto como pude, hasta que me fijé en su colgante, era un largo cristal, afilado y puntiagudo. Pequeños instantes después conseguí arrancarlo de su cuello y clavar el cristal en él, comenzó a sangrar y cayó al suelo, dando un fuerte golpe contra él. Subí corriendo a las habitaciones buscando una ventana por la cual poder salir, estaban todas cerradas, pero encontré un teléfono, con el que llamé a mi madre. Asustada, le pregunté qué hacer, no respondió nada, simplemente se cortó. Algo pasó detrás de mí, giré todo mi cuerpo y ahí estaba: Iris, clavó un cuchillo en mi ojo, mientras yo gritaba del dolor, ella sacó el cuchillo y me lo clavó en la espalda, varias veces seguidas. Cogí su mano impidiendo que lo clavara de nuevo y salí corriendo tan rápido como pude. Al fin encontré una rejilla en el baño por la cual podía escapar. Conseguí llegar al exterior y llegar a mi casa. Cuando llegué mi familia estaba destrozada, con la policía y buscándome por todos los rincones de Madrid. Desde aquel día, cada niña que va a casa de Iris desaparece sin dejar rastro.

119


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

CUANDO ME ATRAPEN, por Claudia Elkanouzi Almansa

3º ESO C

Me llamo Olga y tenía una vida de adolescente normal hasta que me adentré en el más allá sin saberlo. Seguramente, si estás leyendo esto, has abierto el juego de la güija. Antes de que decidas jugar, voy a contarte mi historia. Todo empezó con la trágica muerte de mis mejores amigas. Volvíamos de la fiesta de graduación y yo conducía. Nunca he sido de beber mucho, pero esa noche me había tomado unas cuantas copas. De todas formas, no le di importancia. Lo último que recuerdo antes del impacto son muchas luces y a mis amigas gritando. Al día siguiente me desperté con mis padres y muchas batas blancas alrededor de mí. Mis padres tenían muy mala cara y enseguida supe que algo grave había pasado. Me contaron que me desvié al carril contrario y choqué con otro coche. En el accidente solo había sobrevivido yo y según los médicos fue un milagro. Pasaron los días y lo único que hacía era tomar antidepresivos y llorar. Ni siquiera comía. Tampoco podía conciliar el sueño, porque solo me venían recuerdos de aquella noche. Mi vida había cambiado completamente después de aquel accidente. No sabía cómo seguir. Empecé a buscar contactos o a alguien que pudiera ayudarme para acabar con la culpabilidad que llevaba dentro. 120


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

Mi prima me dijo que su vecina Doña Bárbara tenía una solución. Tenía un juego con el que podría comunicarme con mis difuntas amigas. Nunca había creído en cosas paranormales, ni en el tarot ni en cosas mágicas. Pero era mi única solución. Me advirtió de lo peligroso que era el juego y me explicó todas las instrucciones. Aunque no me terminaba de convencer, tuve que hacerlo. El tío de mi prima había fallecido hacía un mes, así que decidimos jugar juntas y así poder vivir tranquilas. Así es como abrí este maldito juego. Era domingo y mis padres habían salido a un evento deportivo. Aprovechando que no estaban, llamé a mi prima para jugar. Después de pensarnos muy bien lo que íbamos a hacer, empezamos a jugar. No funcionó, así que entre risas lo cerramos y lo guardamos en mi sótano. Esa noche, empecé a escuchar ruidos y risas de niños por el pasillo de mi casa. Pensé que era mi imaginación y seguí durmiendo. Pasaron algunas semanas y no paraban de pasarme cosas muy raras: sentía susurros en mis orejas, el volumen de la tele se subía y se bajaba solo, las cosas se me perdían solas… Estaba tan asustada que llamé a mi prima y me contó que ella estaba teniendo una especie de visiones. Inmediatamente quedamos y fuimos a casa de Doña Bárbara. Nos leyó las manos y su cara lo dijo todo. Nunca se me olvidarán las palabras que nos dijo: Señoritas, la muerte va a por vosotras. Debéis cerrar la puerta que habéis abierto antes de que sea demasiado tarde. Mi prima y yo rompimos a llorar y el miedo se apoderó de nosotras. Pero teníamos que hacerlo cuanto antes y el tiempo volaba. Doña Bárbara bendijo toda la casa antes del 121


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

ritual y abrimos el tablero. Nos sentamos e intentamos relajarnos, aunque fue imposible. La lupa se empezó a mover muy rápido y a Doña Bárbara se le quedaron los ojos en blanco. En ese momento, gritamos como si nos estuvieran enterrando vivas. No sabíamos qué hacer, y salimos corriendo. Las sombras atraparon a mi prima y ahora vienen a por mí. Este juego y este lugar están malditos, así que vete de aquí, no vuelvas jamás. Si estás leyendo esta nota, significa que las sombras ya me han atrapado.

122


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

PENA DE MUERTE, por Esperanza Martínez Sánchez

1º Bachillerato F

Era el año 1945, España acababa de pasar por una dura guerra civil y un psiquiátrico no era el mejor lugar donde vivir, aunque Laura, fría y calculadora, fingió su locura tras matar a su marido para evitar la pena de muerte. Era una semana extraña en el psiquiátrico, dos enfermos habían aparecido muertos tras suicidarse en solo tres días. El jueves por la noche Laura se acostó tarde leyendo. Eran las 3 de la mañana cuando, de repente, escuchó una fuerte risa escalofriante en el pasillo de mujeres. A la mañana siguiente Celia, la mujer de la habitación de al lado, había desaparecido. Laura les dijo a las enfermeras que la noche anterior había escuchado una risa de hombre cerca de la habitación de Celia, pero las enfermeras no le hicieron caso. A la hora de la comida, Laura recibió una llamada por el teléfono de familiares, cuando lo cogió no escuchó nada, solo la misma risa que la noche anterior. Al día siguiente volvieron a llamar y volvió a escuchar esa misma risa. Laura empezó a volverse loca, escuchaba la risa por todos lados. Para asegurarse de que no era una broma telefónica, ya que desde lo de Celia no había pasado nada raro en el psiquiátrico, Laura contactó con una amiga suya para que la ayudará a averiguar de dónde venía la llamada.

123


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

Esa noche Laura escuchó desde la ventana de su habitación un susurro que consiguió despertarla, era la voz de un hombre que decía: “Tú serás la próxima”. A la mañana siguiente la amiga de Laura contactó con ella muy preocupada y le dijo: “Laura, las llamadas vienen desde tu planta, corres peligro”. Laura colgó el teléfono muy asustada, casi al mismo tiempo en que una enfermera gritó: “María, otra enferma estaba ahorcada en su habitación, en el espejo ponía escrito con pintalabios: Esta es tu noche”. Laura, muy asustada tuvo una idea. Escaparía del sanatorio antes de que anocheciera. Esa noche transportarían los ataúdes de las fallecidas hasta un cementerio cercano para enterrarlos. Sobornó a Luis, un enfermero, para que la ayudase. El plan era fácil: ella se metería en uno de los ataúdes de las enfermas y esperaría a que los hombres de la funeraria la enterrasen; justo cuando se fueran, el enfermero tenía que desenterrarla para ayudarla a salir. A las 21.30, después de la cena, Laura comenzó a llevar a cabo su plan: se metió en uno de los ataúdes que había en una habitación muy oscura, se acostó encima del cadáver y cerró la tapadera, notó cómo levantaban el ataúd, cómo lo transportaban y cómo lo enterraban. Cuando dejó de escuchar ruidos, encendió una cerilla y miró hacia el cadáver que se encontraba junto a ella, pero nunca se imaginó que Luis, el enfermero, era quien se encontraba muerto junto a ella.

124


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

UN VERANO INOLVIDABLE, por Alicia Marcos Caravaca

3º ESO C

Historia basada en hechos reales.

Esta historia empieza un verano como otro cualquiera, es una historia diferente. Esta historia fue vivida por mí misma, con tan solo cuatro años; yo no me acuerdo de nada, pero de tantas veces como la he escuchado contar me la sé como si me acordara de cada dato. Asturias, verano de 2009… Fuimos de viaje con los amigos, nos gustaba ir en verano de viaje juntos. Para mí era más divertido que ir en familia. Pero ese verano no fue tan divertido como creíamos. Llegamos a la otra punta de España, a Asturias, a una casa rural que habíamos buscado por Internet, con muy buenos comentarios y muy recomendada por mucha gente. Yo me pasé casi todo el camino durmiendo; al abrir los ojos pude contemplar la oscuridad aterradora que había entre las montañas. Era muy tarde, solo se podía contemplar las montañas gracias a la poca luz que daba la luna.

125


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

Entramos en la casa, era un poco siniestra y muy antigua. Nos quedamos sorprendidos al ver la casa tan grande y amplia. Tenía un porche, abajo estaba el salón, al lado estaba la cocina, donde había una enorme mesa de madera, había unas escaleras que conducían a las habitaciones. Estas eran muy amplias; la mía estaba en la tercera planta, yo compartía habitación con mi hermana mayor. Había una ventana, pero como estaba tan oscuro no se apreciaba nada del exterior. Después del reparto de habitaciones, todos los niños nos sentamos en la mesa a esperar la cena. Mientras cenábamos todos juntos como una familia, contábamos chistes, hacíamos tonterías; nos reímos bastante. Al terminar, sin dar más vueltas, nos fuimos a dormir, a la mañana siguiente, saldríamos a dar un paseo. Al salir con la luz del día pudimos contemplar lo que se encontraba en los alrededores de nuestra casa. Todos nos quedamos mirando hacia el mismo lado, muy extrañados al verlo. En la parte trasera de nuestra casa se podía apreciar una colina: justo encima se encontraba un cementerio. Los padres empezaron a bromear sobre si subían; al cabo de unos minutos de risas decidieron subir. Los niños y las madres nos quedamos abajo, esperando a que bajasen. Cuando bajaron nos fuimos a dar una vuelta por alrededor. Nos contaron que el cementerio era muy viejo, tanto que no se veían las letras marcadas en las lápidas. No le dimos mucha importancia al tema del cementerio, pero al caer la noche empezaron a ocurrir cosas extrañas. A la mañana siguiente, uno de los padres, a la hora del desayuno, comentó que sobre las dos de la madrugada notó que alguien le tiraba de las sábanas. Nosotros nos lo 126


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

tomamos a broma, tampoco le dimos importancia al asunto. Al terminar de desayunar y hacer las cosas de la casa, nos fuimos a ver las playas de Asturias. Cuando regresamos a casa ya era tarde, cenamos y nos pusimos a jugar a un juego de mesa que nos encantaba porque cuando jugábamos todos juntos nos reíamos mucho: "Tabú". Hicimos unas cuantas partidas y nos fuimos a dormir; pero esa noche volvió a suceder algo... A la mañana siguiente, a la hora del desayuno, una de las madres no se pudo resistir a comentar lo que le había sucedido durante la noche. Los demás se quedaron en shock, en concreto mi madre. —¿A qué hora has dicho que te pasó eso? —preguntó intrigada e inquieta. —A las tres y cuarto de la mañana, ¿por qué? —Justo esta mañana me he fijado en que mi reloj se había parado a la misma hora. Todos nos quedamos parados, no sabíamos qué estaba sucediendo en esa casa. ¿Se podría decir que era una casa maldita? Así, noche tras noche siguieron sucediendo cosas. La última noche de estar en la casa mi padre notó que alguien le golpeaba en el hombro, se giró para ver quién era, pero no había nadie, miró hacia el reloj y vio que eran las dos y cuarto de la madrugada. Cuando por fin regresamos a Murcia, revelamos las fotos y nos dimos cuenta de que en algunas de ellas, justo detrás de nosotros, se podían contemplar unos círculos de luz que parecían siluetas de rostros de niñas. Buscamos en

127


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

internet y descubrimos que eran orbes, que mucha gente dice que son fantasmas, espíritus de gente fallecida... También descubrimos que esa escuela fue un orfanato y esos espíritus creemos que eran niñas que querían jugar con nosotros. Los orbes solo salían cuando alguien de su alrededor se lo pasaba bien y ellos venían a pasárselo bien.

128


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

EL DÍA DEL MAL, por Paula Jiménez Noguera

3º ESO C

Hola, soy Marina y hoy hace exactamente dos meses desde que me ingresaron. Estoy ingresada en el psiquiátrico por culpa de mi cuidadora, la cual se pensó que estaba loca después de contarle lo ocurrido aquella noche. El 21 de agosto de 2019 justo se cumplían tres años tras la muerte de mis padres y, como cualquier persona normal, iba a ir a visitarlos al cementerio. Esa misma mañana mi cuidadora Mariola no estaba en casa, así que decidí ir yo. Al estar enfrente de sus lapidas me entristecí mucho, y un sacerdote que estaba por allí vino para ver qué me ocurría. El padre Juan me dijo que todavía tenía oportunidad de hablar con ellos mediante la güija, por lo que esa misma noche fui a la iglesia. El padre Juan lo tenía todo preparado. El tablero encima de una mesa y todo rodeado de velas. No estaba muy segura de si quería hacerlo, pero jugar a la güija con un sacerdote me transmitía ente miedo y seguridad. Pusimos las manos sobre el vaso y el padre Juan hizo la primera pregunta. Al instante todas las velas se apagaron. Empecé a temblar y a notar muchísimo frio detrás de mí, y justo ahí empezó todo. Fuimos corriendo hacia la salida y todas las puertas se cerraron de golpe. El padre me dijo que corriera e intentara 129


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

salvarme y que no volviera a por él, y al cabo de dos segundos un marco cayó sobre su cabeza, haciendo que se desangrara justo delante de mí. Estaba tan asustada que decidí continuar el juego yo sola. Posicioné mis manos sobre el vaso e hice una pregunta. —Mama, ¿estás ahí? Y el vaso se movió hacia el sí, empecé a temblar hasta que recordé que si no cerraba el juego el espíritu de mi madre vendría detrás de mi hasta el día de mi muerte, —¿Qué quiere de mí? —le pregunté. Y al momento todas las lámparas de la iglesia explotaron. No tenía más remedio que intentar escapar, así que cogí el tablero y con él rompí la ventana para intentar escapar. De inmediato llamé a Mariola para que viniera a por mí, pero era demasiado tarde, por lo que volví sola corriendo hacia mi casa. Estuve tocando al timbre durante diez minutos hasta que Mariola se despertó, subí las escaleras corriendo sin importarme que tenía que subir a un séptimo piso. Vi a Mariola y eso fue lo último que recuerdo antes de despertarme en el hospital. Justo al abrir los ojos me encontré rodeada de médicos y un juez sentado a los pies de mi cama, era raro porque sentía que el espíritu de mi madre estaba cerca de mí. El juez empezó a hacerme preguntas sobre el desastre ocasionado en el interior de la iglesia, y a medida que le iba contando la historia, su cara me hacía creer que se pensaba que le estaba tomando el pelo. No dijo nada y esta vez le preguntó a Mariola si había tomado algún tipo de sustancia que me hubiera hecho tener estas alucinaciones, ella respondió que no, por lo que todo el mundo entendió que 130


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

yo estaba loca. Durante las siguientes dos semanas estuvo viniendo el mismo juez, el cual me preguntaba siempre lo mismo. Mi respuesta seguía siendo la misma, por lo que decidieron llevar el caso a juicio. Una semana más tarde llegó el día del juicio. Mi versión no estaba del todo clara, por lo que le propusieron a mi cuidadora ingresarme en el psiquiátrico mientras que encontraran otra declaración. Y, cómo no, Mariola aceptó, solo le interesaba quedarse con el dinero de mi familia y la única persona que podía impedirlo era yo, pero estando ingresada no podría hacer nada. Y esta es la historia por la que llevo aquí dos meses y no creo que me saquen hasta dentro de varios años. No he recibido ninguna visita desde que estoy aquí, pero por lo menos así tengo más tiempo para estar con mis padres, ya que dentro de esta habitación nadie puede vernos.

131


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

VENGANZA DE FIN DE CURSO, por Ismael Capel López

1º Bachillerato F

Marcus era el chico más popular del instituto, al igual que el más abusón entre sus compañeros. Entre los amigos más cercanos se hacían bromas sin importancia, aunque no por ello dejaban de ser bromas bastantes pesadas. Sin embargo, en cada instituto siempre hay un grupo que sale más perjudicado que el resto, un grupo al que Marcus llamaba “Los Mancos”. Este grupo de cinco integrantes fue el más humillado, sin duda, durante todo el año debido a Marcus y sus colegas: les pegaban casi todos los días a la salida, los colgaban de las perchas, les robaban los zapatos… Les hacían la vida imposible. La broma más pesada fue aquel día que Marcus llegó a soltar los ocho perros del conserje imaginándose lo peor que les podría pasar al grupo de “Los Mancos”. Desde aquel día, Micke, que era el jefe del grupo de “Los Mancos”, y los cuatro integrantes restantes permanecieron callados durante todo el curso. No sentían, no hablaban, ni siquiera miraban al profesor a la cara, solamente se sentaban los cinco al final de la clase y ciertos compañeros que estaban cerca de ellos aseguraban haber visto a Micke coger un trozo de vidrio con la mano izquierda y durante todas las clases afilarlo con la tabla de debajo de su mesa, pero incluso para el propio profesor era ilógico que un 132


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

alumno con unas notas tan brillantes se dedicara a hacer ese tipo de cosas. Se acercaba la fiesta de fin de curso y nadie sabía del grupo de “Los Mancos”, aunque salen desapercibidos por su poca fama en el instituto, son como una sombra y después de quedarse mudos, a los compañeros de clase dejaron de hacerles gracia las bromas de Marcus. También había algún compañero que otro que ni se acercaba a ellos porque se rumoreaba que Micke y sus amigos se habían vuelto locos, que lo habían visto en sus ojos y que su mirada ya no era la misma. Marcus, acompañado de Sara, la chica más guapa del instituto, seguía en su línea, abusando de otros. “Los Mancos” no aparecían por la fiesta, y Marcus junto con Sara decidieron irse a un lugar más íntimo situado bajo las gradas del campo de fútbol. Era el sitio más oscuro y frío de todo el campus. De repente escucharon el ruido de un motor, pero no le dieron mucha importancia. A los cinco minutos comenzaron a ver las luces de un coche acercándose, se aproximaba rápidamente hacia ellos sin control. Marcus parpadeó un segundo y se encontró en el suelo sin saber qué pasaba, aterrorizado. Cuando comenzó a recuperar el sentido de la vista, observó aturdido una furgoneta en llamas empotrada junto a las gradas de fútbol, los pilares estaban derruidos uno a uno. Cuando al fin consiguió levantarse asustado a por alguna respuesta de lo que había pasado, se encontró a Sara arrastrándose con medio cuerpo desgarrado gritando que huyera, que se salvara, que escapara. Aquel sitio frío y oscuro se convirtió en todo un infierno. Marcus corrió apresuradamente todo lo que le alcanzaba la vista por las llamas y siguió corriendo asustado, sin 133


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

rumbo hasta que se encontró con el garito del conserje. Pensó que era buena idea esconderse hasta que todo pasase, abrió la puerta rápidamente y extenuado, se tiró al suelo debido al cansancio acumulado, no sabía cómo había corrido semejante distancia en tan corto espacio de tiempo. Marcus se puso lentamente de rodillas y cuando alzó la mirada, vio una sombra oscura y una luz parpadeante: cinco siluetas sin rostro estaban mirándole con una sonrisa atroz, sabía de quiénes se trataba, eran ellos, el grupo de “Los Mancos”, aquel grupo que fue humillado durante todo este tiempo por Marcus. Sin decir una palabra, dos de ellos le cogieron de las piernas y otros dos de los brazos, cuando el último dio un paso al frente y la luz parpadeante desveló su cara, el quinto integrante del grupo era Micke, y sin que su voz se quebrara ni un segundo, dijo: “Estaba esperando este día durante mucho tiempo”. Acto seguido, Micke sacó un vidrio perfectamente afilado de su bolsillo y, con la mirada perdida, le grabó lentamente una “M” en la zona del pecho. Marcus se retorcía de dolor, pero esa sangrienta acción no sería la última que viviría, Micke era demasiado perverso y no quería dejar pistas, así que con un gesto ordenó al grupo de los Mancos que prosiguieran con el plan. Los perros del conserje borrarían cualquier rastro de lo sucedido. Marcus desapareció devorado en aquel garito por los animales.

134


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

SUGA MONONOKE, por Rigo Alberto Piamba Rodríguez

1º Bachillerato F

En 1987 un joven japonés se suicidó lanzándose al metro de Tokyo y esto hizo que su cuerpo se partiera por la mitad. Cinco años después, a las nueve de la noche, en la estación del metro en Shibuya, ocurrió un fallo y se cortó la luz; el apagón duró exactamente tres minutos; después, todo volvió a la normalidad, o eso era lo que todo el mundo pensaba, porque nadie se había dado cuenta de que un vagón estaba completamente destruido y en el techo estaba escrito: “S.M. 1.7”. Después de días de investigación por parte de la policía de Tokyo, no sé logró encontrar nada, solo sabían que dos chicas desaparecieron esa misma noche y las personas que habían estado antes con esas chicas confirmaron que ellas estaban en esa estación a esa hora y que después de eso no habían llegado nunca a sus casas. Una de las personas que eran amigas de estas chicas dijo algo que parecía ser de poco interés, o al menos en ese momento no era relevante: dijo que una de las chicas que habían desaparecido le había sido infiel a su novio y habían cortado en ese mismo día, pero a lo que dijo nadie le dio mucha importancia. Unas semanas después ocurrió otro apagón en la estación de Asukasa, pero esta vez el metro no sufrió ningún 135


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

daño y solo estaban escritos en las paredes los nombres de las chicas y la fecha en la que desaparecieron. Esta vez no se abrió ningún tipo de investigación acerca de lo sucedido. Después de un par de meses, una chica desaparece sin dejar rastro ninguno y la única información que se tiene de lo que ella estaba haciendo antes de desaparecer es que iba a verse con su amante por las vías del metro que ya no funcionaban, y lo extraño de este caso es que a su amante no le pasó nada, y después de un tiempo se le acusó de haber hecho desaparecer a la chica y, por lo tanto, fue condenado a cadena perpetua. Con el paso de los años estos casos siguen ocurriendo. Desaparecen chicas sin ninguna explicación y lo único que se sabe acerca de ellas es que antes de haber desaparecido les fueron infieles a sus novios. Se dice que un anciano zapatero que vivía en una casa pobre un poco alejada de la ciudad de Tokyo sabía qué pasaba con estas chicas. Aquel anciano era el padre de Suga Mononoke, el chico que se suicidó en el metro en 1987, y de ahí el mensaje que dejó cuando actuó la primera vez: “S.M. 17”. S. M. eran las iniciales de su nombre y 17 el año en que decidió quitarse la vida. Suga había decidido suicidarse porque su novia lo dejó por otro chico, un chico con el cual llevaba engañándole mucho tiempo y él no se daba cuenta. Han pasado ya diez años desde que no ocurre algo similar y esto ya se ha convertido en una simple leyenda.

136


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

EL NIÑO DE LA SOLEDAD, por Patricia Ruiz Contreras

2º ESO B

Érase una vez un niño que vivía en la calle. Estaba solo, triste y sin nadie con quien jugar, el niño se llamaba Carlitos y tenía 12 años. Carlitos vivía en una casa fabricada por él, la casita estaba hecha con trozos de cartón, ladrillos, bolsas de basura… Las bolsas de basura las utilizaba para taparse por la noche, su casita estaba en una calle muy estrecha por donde pasaba muy poca gente. El mayor miedo que tenía Carlitos era que la gente le viese como un vagabundo, hasta que una vez pasaron unas chicas que vieron cómo dormía y se empezaron a reír de él. Carlitos se dio cuenta de que se estaban riendo de él. En esa calle había una leyenda que decía que quien pasase por allí y viese a un niño solo por la calle tendría muy mala suerte. Había tres opciones: la primera era que podías morir; la segunda era que podrías salvarte de la mala suerte; y la tercera era que podrías tener la mala suerte. Esa leyenda pasó de verdad, porque, como he dicho, allí pasaban muy poca gente, entonces cuando la primera persona pasaba por esa calle, le ocurría la primera opción; a la segunda persona que pasaba por la calle le tocaba la opción buena; y a la tercera persona que pasaba por esa calle le tocaba la tercera opción. 137


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

Os estaréis preguntando ahora mismo qué pasaba con la persona que moría. Pues cuenta la leyenda que el niño se la comía porque, como era un vagabundo y no tenía comida, mataba a las personas y se las comía. Hubo una vez que pasó un policía al que le tocó la mala opción, así que tuvo un año con mala suerte. Al año siguiente el policía volvió a pasar y el niño seguía allí en la calle, pero mira la mala suerte que tuvo, que le tocó la primera opción: se supone que iba a morir, pero la gente no moría por la mañana, sino por la noche a una hora exacta. Entonces el policía pasó por la noche porque estaba de guardia y de repente sintió un mordisco en la pierna y… ¿sabéis quién era? Era el niño. El policía murió, pero el niño se olvidó de comerse la cabeza del policía. Al día siguiente pasó una chica a la que le tocó la opción buena, la mujer miró hacia el lado donde estaba el niño, vio la cabeza del policía y salió corriendo, se fue a la comisaría, entonces los policías se dirigieron hacia el callejón, pero el niño ya no estaba allí, se había ido.

138


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

SOBRENATURAL, por Andrea Alonso Fernández

2º Bachillerato B

Una mañana de marzo de 1997 nació Tom, un niño muy deseado por sus padres. Toda la familia estaba alucinada con él, porque con tan solo ocho meses pronunciaba sus primeras palabras y a los nueve ya gateaba por toda la casa. Sus notas en el colegio eran brillantes, pero no todo era felicidad y alegría, ya que los cambios de humor de Tom y la agresividad con la que trababa a sus compañeros eran algunas de las cosas que intranquilizaban a sus padres. Sara, su madre, estaba muy preocupada y veía cosas en su hijo que no eran normales, dibujos terroríficos relacionados con la muerte, muñecos sin manos que él mismo había amputado, por lo que un día decidió llevarlo al psicólogo. Este, tras hacerle varios exámenes, no logró detectar nada en concreto, pero parecía como si alguien se hubiera instalado en su interior y le obligase a hacer cosas que Tom no haría. El psicólogo le dijo que hace unos años hubo un caso parecido: un hombre que había fallecido ahogado, y que no había podido despedirse de su familia, se había reencarnado en un niño para terminar lo que no pudo hacer y en el momento en que lo hizo, el cuerpo extraño desapareció. Tras varias semanas de investigación, la madre averiguó quién había dentro de su hijo, un asesino en serie que siempre hacia lo mismo: cortaba la mano derecha de sus víctimas y, tras un largo sufrimiento, las mataba. Sara encontró 139


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

en la habitación de su hijo unos artículos de periódico en los cuales se promocionaba el libro de la única chica que logró escapar de ese asesino, al principio pensó que ir en su búsqueda sería una locura, pero salvar la vida de su hijo significaría salvar la suya propia, por lo que decidió iniciar su viaje junto a su hijo hacia la casa de esta escritora, Sara iba armada y Tom dormido. Cuando llegaron a la casa, Sara fingió ser una seguidora de esta, pasaba el tiempo y Sara no actuaba, ya que se entristeció al ver aquella mano de metal, pensando en todo lo malo que tuvo que pasar. Pero de repente Tom, transformado totalmente en el asesino, la mató; mientras que Sara se lamentaba e intentaba ayudarla, el niño reía. Poco después Tom salió corriendo y Sara fue tras él, esta quedó sorprendida al ver que el asesino no se había ido del cuerpo de su hijo, se había apoderado de él completamente, pues había pasado mucho tiempo desde que se introdujo en el niño. A lo lejos un granjero vio a una mujer manchada de sangre persiguiendo a un niño, por lo que acudió en su ayuda, Tom fingía estar muy asustado diciendo que su madre quería matarlo, el granjero se lo creyó todo y se quedó con el niño, por lo que ese asesino nunca murió. Poco a poco, se produjeron una serie de asesinatos en el poblado que desconcertaron a todos los medios de comunicación. La policía fue interrogando a todos y cada uno de los habitantes, pero nunca nadie sospecharía de un niño como Tom.

140


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

CIUDAD FANTASMA, por Pablo Piqueras Rodríguez

2º ESO B

Érase una vez el 12 de diciembre de 2019, en Murcia. Un niño llamado Pablo salió de su casa como una mañana normal camino al instituto, cuando se dio cuenta de que algo raro estaba pasando. No veía ni coches ni personas pasar, solo escuchaba el sonido de los pájaros. Entonces este se puso a pensar qué podría estar ocurriendo en ese instante. Pensaba y pensaba pero no se le ocurría nada lógico, solo que todo esto era un sueño y que pronto despertaría. Al llegar al instituto y tampoco ver a nadie allí se empezó a preguntar cosas insólitas como: ¿Será una broma a lo grande? ¿Será que tengo alucinaciones? ¿Se habrán marchado todos a otro planeta debido al fin del mundo y se han olvidado de mí? Todo era tan raro que era imposible imaginarse una razón lógica. Al rato de estar imaginándose cosas y más cosas raras escuchó un ruido muy extraño, como si un avión estuviera despegando a centímetros de él. Pablo salió del instituto a mirar por sus alrededores, pero no veía nada, solo escuchaba el ruido cada vez más fuerte, entonces empezó a tener sentido la última pregunta que se había hecho: ¿Se habrán marchado todos a otro planeta y se habrán olvidado 141


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

de mí? Ahora, al ver que todo tenía sentido, corrió con todas sus fuerzas hacia donde provenía ese sonido tan fuerte. Tras unos minutos corriendo llegó a un solar, allí había una gigantesca nave como las típicas de la NASA, pero muchísimo más espectacular. Había miles de personas gritando dentro, en ese momento solo se le ocurrió subir corriendo a la escalera que llevaba a la puerta que estaba a punto de cerrarse y subirse, así que eso fue lo que hizo. Dentro, los miles de personas que había estaban con unos trajes blancos supergruesos y todas ellas subidas en unos asientos superextravagantes. Se sentó en uno y solo pensó en que eso era el fin del mundo. Preguntó a las personas que a dónde se dirigían y todos respondieron que iban a Marte, y que allí empezaría la nueva era, la era del abandono de la tierra. —¡Guauuuu! —pensó.

142


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

AQUELLA NIÑA EXTRAÑA, por Ana Ródenas Gambín

2º ESO B

Un día, en aquel pequeño pueblo, más nublado de lo normal, apareció una pequeña casa en mitad del bosque. Un pequeño grupo de niños que paseaba por ahí vio la casa y sin saber por qué entraron. Cuando entró el último niño, de un golpe se cerró la puerta, todos se quedaron paralizados. Un niño sintió que había alguien más y decidió bajar por unas escaleras que había al final del pasillo, entraron a una sala donde había una niña sola, en medio de aquella gran y oscura habitación. La niña empezó a decir cosas raras y a hacer movimientos extraños, cuando de pronto desapareció, y un niño con ella. Aquel niño de pronto se vio en un lugar oscuro, húmedo y muy siniestro, empezó a oír ruidos como si estuviera en mitad de un matadero. Al cabo de un rato la niña apareció, sin decir nada lo agarró y volvieron con el grupo, después se llevó a otro y lo llevó a otro lugar. Así hizo con cada uno de los niños. Cuando terminó con el último chico todos y cada uno de los chicos vinieron como si no estuvieran vivos, con miradas oscuras y caras pálidas, estuvieron así durante treinta minutos. Pasado ese tiempo los niños volvieron en sí, pero no estaban en aquella habitación sino fuera en el bosque, en frente de la casa. Al darse cuenta salieron corriendo aterrorizados de aquel lugar, no querían que los volviese a llevar a todos aquellos lugares extraños. 143


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

Cuando cada uno de los niños llegó a su casa se lo contaron a sus padres, hermanos, abuelos…, a todos sus familiares. Todos pensaron que estaban locos. Los niños decidieron llevar a sus familias a que lo comprobaran, pero cuando llegaron allí no había nada, solo una antigua casa de madera destrozada, y detrás de los restos los niños se dieron cuenta de que había un pequeño cementerio con pequeñas lápidas, cada una de ellas con una foto. En una de ellas se dieron cuenta de que había una foto de la niña que vieron en la habitación. Todos se quedaron paralizados al ver aquello, en aquel momento no supieron qué hacer. Los padres de los chicos decidieron tomárselo como una pequeña broma, pero ellos, que sabían lo que habían visto, no pensaban igual. Decidieron seguirles el juego y les dijeron que tenían razón, que todo fue una broma. Los chicos pensaron que era mejor que cuanta menos gente lo supiera mejor, así que no se lo dijeron a nadie más. Al cabo de dos meses coincidió que era el día antes de Halloween y los niños quisieron ir al bosque a comprobar que todo seguía como la última vez que fueron a verlo con sus familias. Al llegar al bosque todo seguía igual excepto una cosa de la que los niños no se dieron cuenta: había una lápida más y la foto de aquella niña que se apareció ya no estaba. Los niños volvieron a sus casas felices a prepararse para el día siguiente pensando que nada les podría pasar, pero no sabían que el día de Halloween sería uno de los más terroríficos, escalofriantes, espantosos, oscuros, tristes, tenebrosos que jamás en sus vidas habrían visto y que nunca podrían olvidar todo lo que les sucedería. Al día siguiente cuando los chicos se reunieron y cuando se oyeron las campanadas de las once hubo un silencio escalofriante, aterrador, como si algo fuera a pasar en ese 144


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

mismo instante. Todos los demás que había en la calle se quedaron mirando hacia el mismo lugar como si estuvieran hipnotizados. El grupo de chicos que no sabía lo que estaba pasando decidió mirar a aquel que se dio cuenta de la lápida de más que había y a al resto del grupo solo le hizo falta ver su cara de terror al ver lo que había allí. Los chicos no supieron qué hacer en ese momento, solo se quedaron quietos, sin hacer nada para pasar desapercibidos y que aquello que había dejado a todo el pueblo paralizado no los dejase a ellos igual.

145


R/N. Revista de narrativa, núm. 4, vol. 4. 2019. ISSN 2605-3608

CON ÁNIMO DE ESPANTO

146


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.