2 minute read

Prólogo

PRÓLOGO

Cuando nos lanzamos a la aventura de escribir poesía, ponemos en movimiento un complejo dispositivo intelectual y emocional cuya actividad desemboca en un objeto llamado poema que, más o menos bello, más o menos trabajado, ofrece a los ojos del lector una verdad profunda del autor.

Advertisement

A veces esta verdad se muestra alegre o dolorosa, pero de forma clara y evidente, como ocurre cuando el poeta habla de una tormenta y de una incertidumbre, o de una casa vacía y de una ausencia.

Otras veces, en cambio, esa verdad se oculta, pero lo hace a plena luz del día. El hecho de que la creación poética parezca trivial, con un significado aparentemente superfluo, no debe hacernos perder de vista que el poema siempre habla del poeta, o mejor aún: el poema es el poeta. Por tanto, si trata sobre un gato, no podemos dejar que nos despisten ni sus maullidos ni sus saltos acrobáticos, pues ese gato es el autor mismo del poema, que finge tener siete vidas pero que, tras esa piel felina y esos bigotes funambulistas, se revela esquivo, perezoso, feliz o afectuoso.

En este octavo número de 40 proezas. Revista de poesía, algunos estudiantes del Instituto de Educación Secundaria Salvador Sandoval, de Las Torres de Cotillas, se han enfrentado a la tarea de construir con sus manos (con su corazón, con su cerebro) un poema, en el que cada cual muestra u oculta su verdad, su ser íntimo e irrepetible del preciso momento de la escritura, del instante mismo de la creación.

Dentro de unos años, cuando tomen plena consciencia del tempus fugit que en clase presentamos como un tópico literario que se desarrolla en los textos pero que es un vértigo incontestable que arrolla las vidas; cuando el tiempo haya huido y cambiado el orden actual de las cosas, podrán abrir las páginas de esta revista y mirarse en los espejos de sus versos.

Algunos quizá se recordarán en ellos, se reconocerán en lo que años atrás salió de las teclas que pulsaron sus dedos una tarde en sus casas o de la tinta del bolígrafo con que escribieron una mañana en el aula; otros quizá observen con cierto extrañamiento la imagen lejana que contemplen de sí mismos, porque ya serán otros ajenos a sus pasados, aunque consecuencia de aquel tiempo (del tiempo este, del de ahora, del de esta escritura); unos pocos, en fin, quizá sigan escribiendo versos e indagando en su interior para proclamar, como decía Luis Cernuda, la verdad ignorada, la verdad de su amor verdadero.

José Eduardo Morales Moreno Profesor de Lengua y Literatura