La rosa profunda, número 1

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La rosa Profunda R e vi st a d e c re ac ió n y pe ns am ien to

ISSN 1699-4671 - Mayo 2005 - Número

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La rosa profunda nº1 Revista de creación y pensamiento Mayo 2005

ISSN 1699-4671

Dirección: Antonio Luis Bastida García José Manuel Martínez Sánchez Consejo de Redacción: María Isabel González Arenas José Eduardo Morales Moreno Consejo Asesor: Vicente Cervera Salinas Abraham Esteve Serrano José María Jiménez Cano Francisco Vicente Gómez Comité de Honor: Fernando Arrabal Luis Alberto de Cuenca Lucía Etxebarria Luis Antonio de Villena Diseño y Maquetación: Jonathan Fernández Román José Eduardo Morales Moreno

Todos los textos publicados son inéditos


Índice P RESENTACIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 6

P OES Í A Juan Ramón Jiménez: Pura ................................................................................................................... 9

Miguel Ángel Aguilar: La soledad por las flores ..........................................................................10

Arenas: Una imagen cualquiera / Todas las noches, Neruda .................................................12

Antonio Bastida: Horizonte bienaventurado / Hoy como ayer .............................................15 Vicente Cervera: A Lou / A Regina Olsen / A Ophëlia Queiroz ..............................................17

Ed. Expunctor: Por romper un borde / La danza de las sogas ..............................................21 EME: Todo es herida / Es justo ..........................................................................................................23

Javier Esteban: Y sé que es más bien cutre reducirlo ................................................................26 Lucía Etxebarria: Sobre la tumba de Napoleón, revisitada ....................................................28

Vicente Gallego: La hoja roja .............................................................................................................30 Rafael Gómez Sales: Hechos de arena fina ....................................................................................31 José Manuel Martínez Sánchez: Abandono de la eternidad / Rosa de cenizas................ 32

Marcelino Menéndez González: Veo cómo se mecen los árboles / Cada rincón ............. 35 Andrés Neuman: Bienestar .................................................................................................................37

Lucía Plaza: Puerta de atrás ...............................................................................................................38

Basilio Pujante Cascales: Luces de humo / El fruto del no ser / Palabras y silencio ..... 39 Pedro Pujante Hernández: La falsa manzana .............................................................................42

Miguel Ángel Rubio Sánchez: Nieve existencial / Tierra de mi abolengo ......................... 43 Juan Manuel Sánchez Meroño: Panegírico / Te he odiado tanto .........................................45

NARRATIVA RELATO Jesús María Blaya Lorente: El mando (o de cómo la literatura es engañosa) ................. 50

José Luis Montalbo: La soledad .........................................................................................................53

Pedro Pujante Hernández: La soledad de la memoria .............................................................55

Ewina Sama: Las manos del guitarrista .........................................................................................58

Santiago Sevilla: Remedo de Luciérnaga .......................................................................................60


MicrorrELATO Arenas: Una manía .................................................................................................................................65

José Manuel Martínez Sánchez: La morada del silencio ..........................................................66

José Eduardo Morales Moreno: Lamento .....................................................................................67

ENSAY o / A r t í c u l o s Fernando Iwasaki: La visa múltiple como identidad en la narrativa peruana contemporánea ........................................................................................................................................69

José Manuel Martínez Sánchez: Desestructuración de la estructura estética: el arte sin el arte...........................................................................................................................................................74

Valmore Muñoz Arteaga: El cristo de Mario Briceño-Iragorry .............................................76 Francisco Rodríguez Criado: Por qué escribo..............................................................................92

Marien San Nicolás Fernández: Postmarxismo ..........................................................................94

P INTURA Antonio Martínez Mengual: Imágenes para “La realidad y el deseo” (por Abraham Esteve Serrano) .......................................................................................................................................98 Pedro Serna: Sentimiento y sustancia de la pintura (por Ramón Gaya) ........................ 107

Pedro Serna: Casi desaparición (por Tomás Segovia) .......................................................... 112

MISCE L Á NEA Voz crítica Alejandro Dávalos: Fronteras ....................................................................................... 116 Antonio Meroño Campillo: Tiempo de excesiva ociosidad........................................... 118

Ángel Molina: La gran patria de los hombres ............................................................... 120

Luis Antonio de Villena: Hermenéutica ........................................................................ 121 Entrevista

José Jiménez Lozano, por Luis García ........................................................................... 123


Letras en Murcia Presentaciones de La rosa profunda en Murcia, por José Eduardo Morales Moreno ..................................................................................................................................................................... 127

Presentaciones de La rosa profunda en Madrid, por Antonio Bastida .......................... 130

No inútilmente. Recital poético en solidaridad con los pueblos de Sudán y Chad, por José Manuel Martínez Sánchez ...................................................................................................... 133


LA ROSA PROFUNDA. REVISTA DE CREACIÓN Y PENSAMIENTO. ISSN: 1699-4671. Número 1. Mayo 2005

PRESENTACIÓN

La rosa profunda crece y, como todo ser vivo, evoluciona, se adapta al medio, extiende sus pétalos en espirales infinitas y abarca más aire, más atmósferas. Se abre su horizonte a nuevas creaciones del espíritu y se incorporan a sus raíces nuevos proyectos: si esta revista comenzó con lírica, narrativa y ensayo, ahora, en este número, se abre su corola y sus estambres se dirigen a otras esferas del arte: se inaugura el apartado de microrrelato en la sección de narrativa y la sección de pintura, con la esperanza de que en próximos números se incorporen otros contenidos como teatro, arte digital, fotografía, escultura… La rosa está abierta a sugerencias artísticas de toda índole y desea, estimados creadores, su colaboración para seguir creciendo. Para un mejor funcionamiento se han realizado algunos cambios en los órganos de responsabilidad de la revista. La Dirección es el único órgano que permanece, y sigue estando formada por Antonio Luis Bastida García y José Manuel Martínez Sánchez; se ha creado un Consejo de redacción compuesto por dos estudiantes de Filología Hispánica: Isabel González Arenas y José Eduardo Morales Moreno; se ha modificado el Consejo asesor, integrado ahora por D. Vicente Cervera Salinas, D. Abraham Esteve Serrano, D. José María Jiménez Cano y D. Francisco Vicente Gómez, profesores de la Facultad de Letras de la Universidad de Murcia; y se ha creado un Comité de honor, formado por Fernando Arrabal, Luis Alberto de Cuenca, Lucía Etxebarria y Luis Antonio de Villena. En este nuevo número contamos con la impagable presencia de Juan Ramón Jiménez: tendrán el inmenso placer de leer una oda de sus borradores inéditos titulada “Pura”, que aparece en esta revista por cortesía de Dª Carmen Hernández-Pinzón Moreno, representante de los herederos del insigne poeta. También podrán disfrutar de un poema de Vicente Gallego -que vuelve a insuflar su aliento poético en la savia profunda de esta rosa- titulado “La hoja roja” y otro de la ganadora del Premio Planeta 2005, Lucía Etxebarria, titulado “Sobre la tumba de Napoleón, revisitada”. Contamos, asimismo, con la colaboración de nuestro querido poeta Vicente Cervera Salinas, que nos brinda, en sus propias palabras, «tres poemas de mi primer libro, quasi-inédito, "De aurigas inmortales" (existe una edición de 1993, totalmente descatalogada), que espero reeditar pronto. Esto será un anticipo. Son poemas "atribuibles" a autores, poetas y filósofos, que dedican a sus "musas". Sus títulos se refieren a ellas, y las fechas, al "momento" de la escritura. Selecciono los que tienen a Nietzsche, Pessoa y Kierkegaard como soportes de la ficción poética».

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Destacamos también la presencia de Luis Antonio de Villena, que colabora en La rosa profunda con un texto titulado ‘Hermeneútica’; de Andrés Neuman, con su poema ‘Bienestar’; y de Fernando Iwasaki, que ofrece la versión impresa de una conferencia que pronunció en el Instituto Cervantes de Londres. En la sección de pintura les ofrecemos la posibilidad de deleitarse con la contemplación de una serie de cuadros de los pintores murcianos Pedro Serna y Antonio Martínez Mengual: cuatro acuarelas del primero, acompañadas tres de ellas por unas reflexiones del también pintor Ramón Gaya, y la otra, por un poema titulado “Casi desaparición” de Tomás Segovia que éste escribió a partir cuadro al que el poema dio título, poniéndose de manifiesto así, una vez más, en este caso mediante un ejercicio de écfrasis, esa estrecha relación entre pintura y poesía, una relación que también se puede observar en las pinturas de Martínez Mengual, realizadas a partir de una reflexiva lectura de La realidad y el deseo de Luis Cernuda y comentadas por Abraham Esteve, Profesor de Teoría de la Literatura. Además, Antonio Martínez Mengual ha apoyado nuestra apuesta cediéndonos una serie de pinturas que engendró y dio a luz la nochevieja del año 1999: once (de doce) rosas -de entre las cuales hemos elegido la que será símbolo de la revista-, y una serie de variaciones que ha realizado con medios digitales; todas ellas las iremos publicando en sucesivos números de La rosa profunda. Desde aquí enviamos nuestro más profundo y sincero agradecimiento a todos ellos por su apoyo y colaboración, así como a los demás autores que publican en este nº1 y que han puesto su granito de arena para que esta revista crezca. Confiamos manteniendo la misma ilusión del principio- en su continuidad, evolución y proyección. Deseamos, finalmente, que este nuevo número sea de su agrado y esperamos sus colaboraciones para próximos números.

José Eduardo Morales Moreno

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POESÍA

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Juan Ramón Jiménez: Pura 1

ME quieras o no, ¡sé pura para que yo crea que no es un sueño la pureza en el mundo! Sí, pura para que lo sepa yo. ¿Qué hallarás más bello que ser pura? ¡Por ti lo soy, por ti lo seré, por ti quisiera haberlo sido siempre! ¡Oh, por Dios, no trueques tu azucena en rosa! Sigue derecha, altiva y blanca, los ojos como dos cielos de mayo, por la penumbra de tu bosque oculto. ¡Que no deje yo de oler este aroma casto, de tu blancura virjen! ¡Que él me mantenga cada día como la aurora de mi pensamiento! Sé, tierna doncella, el báculo inmaterial que sostenga, con su débil fortaleza, toda mi vida en su lento y altivo peregrinar a las estrellas. Juan Ramón Jiménez (Odas Castas) (1908-1914)

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Este texto, borrador inédito de Juan Ramón Jiménez, aparece en La rosa profunda por cortesía de Dª Carmen Hernández-Pinzón Moreno, representante de los herederos del Premio Nobel español. Nuestra gratitud.

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Miguel Ángel Aguilar: La soledad por las flores

¿Qué pasa, tío? ¿es que no brillan mis ojos? SMASH Pasear por vereda. Reír y llorar. Niño ahogado en un pozo. Ye t´aime. A Oliver no le gustaba el francés, ma ye t´aime Todos los ritos se esconden en una hoja que cae y no en ninguna otra, ni en un avión, ni un camino a salvo. No hay hora precisa, ni crimen responsable, ni falsa sonrisa. Construí mi camino y me encontré -de un día para otro- solo, con pueblos de habladurías que brotaban a ambos lados como hongos y los recuerdos confundidos por carteles de plástico, cambiando de dirección. Molino de viento, antes otro, ahora yo. ¿Qué piedra hirió la rodilla de la niña? Se coló el suspiro por la alcantarilla. Nadie explica el terremoto, nadie explica la ruidosa agonía de las piedras de dos en dos, de tres en tres. Y la grieta es un cuadro en la pared. Quisiera mudar de ánimo y revolotear por las ramas lejos de los cigarros con corbata. No quiero ser rey, ni protagonista, huyo y dejo mi trono a su suerte de almohadas. Los ritos son necesarios, las cadenas no. Camino descalzo, descalzo camino yo. ¿Cuál es la diferencia de morder a ser mordido, de huir a correr, de ver a descubrir? ¿A quién hablar, si es de noche en las alturas, si a mi lado aúllan los cisnes y las ballenas cada uno a una luna? No hay misterios insondables, ni fronteras dramáticas, a lo sumo, piénsalo, falta de voluntad. Alguien viste el invierno de negro mientras las muchachas juegan a alquilarse en la calle. Y un niño sin barba ni mala educación intenta dormir en un portal donde el frío no marchite sus dedos de carne y hueso. Me habla el silencio de la marea, 10


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de los pies mudos de arena, descalzos de abrazo. De la mancha siniestra en la mueca del que corre y aún no ha llegado. Mis amigos llaman al sol mantequilla. Mi novia no busca la pureza. Yo amo al chico que no dice sino que hace. Y no estoy dispuesto a pagar nada por un poco de mirada. Pasear por vereda. Reír y llorar.

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Arenas: Una imagen cualquiera / Todas las noches, Neruda

UNA IMAGEN CUALQUIERA Accésit I Premio de Poesía Facultad de Letras Universidad de Murcia Aula de Poesía

Observo tus gestos, cotidianos, cómo pasas las hojas de un libro. Mi cara me sorprende repitiendo tus costumbres y mi voz, a veces, suena extrañamente tuya. El arco de tus cejas se eleva, arde la incógnita en mi espera. Te llevas el bolígrafo a los labios y tus ojos le dirigen, a tu mente, un vistazo rápido. Todo lento, maquinario, estudiado por mí, amado. Otras veces tus dedos pronuncian guiños, me hablan de tu deseo que los míos copian rápido. Y se aparean nuestros brazos deslizándose sobre la mesa exigiéndonos atención presta. Tu cabello se riza en un ademán pidiéndome que venga, que vuelva y prolongue hasta su raíz mi pelo crespo. De reojo, y creyendo que no me miras, establezco una relación secreta entre tus poros y mi sonrisa. Mientras, nuestras manos siguen viajando, incansables, por los entrecruzados caminos que las deslizan de un orgasmo a otro, cautelosas y embozadas, casi sin nosotros, bajo la madera gomosa que las oculta y donde gozar pueden, morir, si quieren, de amor hermoso.

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 TODAS LAS NOCHES, NERUDA

Llegamos a ese secreto, ambos. Rotos por la distancia, por el anhelo, señalas el horizonte aguado y me susurras al oído: “hemos perdido aun este crepúsculo”. Suspiras. Mi corazón de rama se yergue, bailarín, todo trueno, abre sus labios de fruto y recuerda. Recuerdo... que nadie nos vio esta tarde con las manos unidas mientras la noche azul caía sobre el mundo. ¿Nadie? Quizás el silencio. Esa reserva que me queda, el refugio donde un día volveré, aunque ya marchitos los brazos, extinta la carne, perdida tú. Allí, en la oscuridad, con mi sangre, yo te recordaba con el alma apretada de esa tristeza que tú me conoces. Mi alma impregnada de ti, de tus furtivos besos, de la mano que siempre se tiende con recelo. Allí, mientras mis ojos aún dorados del fucsia de tus labios se negaban a vender tu imagen, yo te recordaba. Entonces, ¿dónde estabas? Seguro volviste a tu vida, a tu casa, a la celda segura de la rutina, a cerrar los ojos, las manos, el alma. Y, ¿entre qué gentes? Pobre cáscara reseca, mecánicas quejas, escondiendo ya para siempre la voz verdadera. Allí, en la oscuridad, con mi sangre, te imagino, me fundo en lo oscuro dibujando tu cuerpo, tu lengua caliente que habla, pero, ¿diciendo qué palabras? Un estallido que me sobreviene, estelas de la eterna ausencia, 13


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así me dejas, en una tarde sin mañana, en la espera absurda del amante, tu ausencia convertida en una selva. Por qué se me vendrá todo el amor de golpe cuando me siento triste, y te siento lejana? Ya la noche me azuza con sus largos colmillos de pena, mis lágrimas borran acaso o seguro mis palabras, pero no las tuyas, poesía. Inmortal, agresora y agredida, inicua, asesina, reposo del alma errante...vida. Siempre te persigo, desde mi cama o mi ventana. Una vez me diste la mano, y aunque quiero cercarte, hacerte mía, siempre, siempre te alejas en las tardes hacia donde el crepúsculo corre borrando estatuas.

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Antonio Bastida: Horizonte bienaventurado / Hoy como ayer

HORIZONTE BIENAVENTURADO Entre el olvido y las tinieblas mis ojos ven el tenue horizonte. Entre el pasajero crepúsculo transcurro en mi avatar. Y todo se confunde a mi paso tenebroso. Y nada quedará en la memoria de espuma. Veo a pesar del fin, la creación de un nuevo mundo olvidado del olvido, proyectado al futuro como si de una película sin fin se tratase. Dulce engaño que nos promete tierna visión de lo vivido, ilusiones imaginadas sin sentido como si de un melancólico sueño se tratase.

 HOY COMO AYER Manipulados por el miedo que nos condena a no ver, a creer, a tener fe en lugares remotos e infernales. Condicionados por dulces vidrios invernales por los que al parecer aparece todo. Imbuidos en gélidos parajes religiosos, sin ver la verdad inexistente que es de todos, aunque sin todos. Ese egoísmo perpetuo y anticuado de la salvación que nos humilla, que nos somete, que nos calcina en vida.

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Siento que el momento de la salvación es cercano, tan cercano como tu compañero, al que aludo en silencio y cuando hablo, al que recurro para reír, llorar, sentir… A ti, reflejo de mi ser, te canto. A ti, que lees, te suplico. A ti, que eres un poeta, te condeno a ser el profeta de tu prójimo, la religión de tu tiempo, tu ser único. Te condeno a cantar la vida y la esperanza a las gentes sencillas. Te condeno a decir la verdad que no es verdad. Te condeno a un final sin final. Te condeno a sufrir tu tiempo, a mirar por esos gélidos parajes de vidrio manipulado, a mirar rótulos de silencio, a mirar el mal hecho presencia, necesario, verdadero.

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Vicente Cervera: A Lou / A Regina Olsen / A Ophëlia Queiroz

I) A LOU (1889)

"¿El espíritu? ¡Qué me importa el espíritu! ¡Qué me importa el saber! Sólo a los impulsos doy valor,-y juraría que éste es un rasgo que poseemos en común." (Friedrich NIETZSCHE) La hojarasca es soberbia y engañosa porque en ella prende el fuego con violencia y con súbita bravura y con fruición. Mas pronto cede. Sólo a aquél resiste el tronco. Y en su sólida materia se habitúa persistente. Y las lenguas lo acarician contra el tiempo y su cuerpo les revela llama a llama la promesa y la amenaza de su amor.

 II) A REGINA OLSEN (1843) "El caballero de la fe tiene una clara conciencia de la imposibilidad; por lo tanto, sólo le puede salvar el absurdo, y lo aprehende por medio de la fe. De modo que reconoce la imposibilidad y, al mismo tiempo, cree en el absurdo." (Sören KIERKEGAARD) Regina amada: dos años con su número de días. Setecientos días con su cifra de ocasos y amaneceres han transcurrido, y de mi estancia sobre la ausencia donde me asisto se escuchan voces que comparecen

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por la arrogancia de no atreverse. ¿Qué haré, si sólo yo permanezco tras los embates y acometidas de estas paredes que así construyen mi nueva fe? Fui desbrozando nuestro profundo conocimiento y en él sostuve yermos escudos, vanas banderas deshilvanadas que no ofrecían ni proclamaban mi nueva fe. Ante la obra que veo escrita sólo recuerdo mis sensaciones adormecidas: el gran patriarca siempre admirable que en frías noches reconociera mi desconsuelo por no atreverme, y la sorpresa del hijo atento y, sobre todo, la heroica fuerza que se elevaba, y la vigilia que se ofrecía por ser un acto, con un aliento desconocido, pero esperado. Mas esas noches que transmutaron en mis desvelos viejos temblores, no sobreviven a su misterio, y en su promesa se manifiesta ya consumada nuestra amenaza: te desvaneces cuerpo presente de enamorada que respiraras sobre mi pecho y entronizaras mi nueva fe.

Y, sin embargo, cumple un destino la hiel bebida. Cumplen los días su fiel dictado, y en la absoluta y robusta ausencia donde me asisto pienso en las horas que han transcurrido, y tu distancia se hace presente en el recuerdo de aquel trayecto -viaje de pasos apasionadosy en la conciencia que te inmolara para tenerte tras setecientos días sin fe.

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 III) A OPHËLIA QUEIROZ (1935)

"A mi exilio, que soy yo mismo, ha llegado tu carta como una alegría doméstica." (Fernando PESSOA) Como yegua desbocada y hacia ti, mi fragmento de vivencia último y secreto desbasté de negaciones. Oye presta mi plegaria, pues no quiero concederme más indultos ni más treguas. Aparece en lontananza la propicia tosquedad de la vejez y aborrezco su vislumbre impertinente en esta hora de bonanza. Oye, insisto, la llamada no cumplida que con todo celo guardan mis arterias para el último momento que me asista la precaria lucidez. Vuelve sola; vuelve ardiente la palabra que te apresa y que te arroja. Me concedes -lo compruebo- esta prueba inusitada. No es recuerdo, no es promesa, no es tampoco cobardía ni obsesión, pues no es más que la semilla de algún árbol no talado. Me anunciabas un combate la mañana de domingo que en pausado fuego hicimos el trazado de una calle imaginaria, donde hablar y ser cumplían una sola y una misma dirección de caminantes. Si esa luz que nos habló con la violencia del misterio nos hubiera situado frente a frente, hoy mis voces estarían concertadas bajo el signo vocativo de tu nombre; mas -deber de mi concienciareconozco mi tardanza y mi engañosa cercanía junto a ti. Parece incierto, pero es claro y hoy comprendo que en un acto decisivo se despliegan las condenas en la llama de un fatídico perdón que nos aterra. Desprovistos de razones, recurrimos a las fórmulas gastadas del silencio y del aliento carcomido. Me sonrojo. Me sorprendo así, de nuevo, en temerosa 19


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reflexión. En reflexión que nada importa.

No quisiera, sin embargo, enmudecer en la frontera de esta suave y dialogada complacencia que mis versos me conceden. Pero, al cabo, no hay sabores que repitan aquel agrio despertar, y lo demás sólo se archiva en los escritos polvorientos como fuente y arsenal de una creencia literaria. Aún conservo -lo compruebasel desdén por mis devotas aficiones, mas los años me destinan aherrojadas profecías que yo mismo adiviné. Dejaré de idolatrar mis pertenencias con un soplo de ese viento del Oeste que se acerca a tu alborada también hoy. Y dilatada, la región que señalaste permanece en las razones que tú sola -entre líneas y palabras- puedes aún imaginar. Amiga inquieta, bella Ophëlia no sumida en ningún río, en ningún tiempo, en ninguna de las horas concedidas por el dios de los indultos. En el río de mis versos fluye oculta mi aprensión y mi renuncia. Tú conoces. Tú no engañas. Tú, vacía claridad que ya no existe, aproxímame a la hora del reposo, a la hora del descanso o del hallazgo, a la hora de la estéril inquietud.

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Ed. Expunctor: Por romper un borde / La danza de las sogas

POR ROMPER UN BORDE Por romper un borde descascarillar la ciega pared del universo con suspiro en sánscrito escrito o estornudado entre vocablos y por reconstruir ninguna antigua civilización ausente de nuevo salvo tú misma a salvo en mí y por mí nombrada hace arrugadas décadas perenne presencia más que la estrella que dio a luz las estrellas deslizante delirio de dedales de sangre surgiendo en intervalos gobernados en somnocracia por plagas de imágenes por tormentas de terrones de terror entre estáticas convulsiones más acá del subconsciente cabalgando en la vigilia vigilada por el insomne vigía el que fecunda el reinado somnocrático con lúgubre visión siniestras danzas arcanas o sacacorchos en los ojos y chorros de lodo rojo salpicando la pantalla de los sueños pues no temas que rotos quedan los diques del cosmos y las aguas viajan arrastrando a trozos el esqueleto del baluarte de la dársena y las cenizas de su carne y me respiras porque explosión continua en tus pulmones soy y en tus corazones deflagración perpetua



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LA DANZA DE LAS SOGAS El esqueleto entre vértebras de ríos yaciendo, y algas que son carne coagulada. Hacia las desembocaduras de la muerte y sus comparsas, arrastrados por la nada y sus combates de colapsos nerviosos. Absortos con la vista de lo otro aferrado al bazo en hipotéticos insomnios. Y luego las ya largas esperas bajo sábanas de nocturnidades que arden como pupilas y picos de büitres renqueantes; asomados al abismo, espías que vagan por los bordes del alma sin lengüa ni compases, perdidos ritmos y nada sonoras, menos dulce y más agria, amarga, musa despiadada. Muda musa, morsa amorfa y sorda, ¿con qué otras sogas bailaremos juntos?

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EME: Todo es herida / Es justo

TODO ES HERIDA Homenaje a Gonzalo Rojas. Hoy que le planto cara al tiempo, Que le hablo mal al pasado; Hoy que me metería en la cama de cualquiera, Aunque siga durmiendo sola; Hoy que conozco gente y no recuerdo su nombre, Por no recordar mis dolores; Hoy que sólo sueño contigo... Que llego de día, sin que nadie se entere, Que me olvido de las horas, Que no llevo reloj; Hoy que se me despedazan las alas Y no me rindo; Hoy que no soy la única, Que tengo escoba de bruja; Hoy que mi sexo es un satélite Girando hacia ningún lugar; Hoy que hago todo lo que juré no hacer, Hoy que no me arrepiento; Hoy que nadie recoge las culpas De ningún pecado; Hoy que puedo elegir el tren, el asiento, el día, Aunque no sepa con quien viajo; Hoy que no me han amado todavía, Que el agua sabe a fiesta, Que me empujan los fantasmas, Que te sonrío y me sonríes, Hoy que podrías ser mi hombre y la duda, 23


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Que me sigo peleando con la almohada; Hoy que escribo algunas líneas Y no sé si son para ti... Hoy que todo sigue estando igual, Que los días pasan traicioneros, Últimamente, hoy, Todo es herida.

 ES JUSTO “Es justo que los versos que te crearon, mueran contigo”; que vaya desapareciendo cada noche, la angustia de los recuerdos desencontrados que daba forma a la estupidez o al amor, con muchas caras y un solo fondo.

Es justo que las metáforas que abrigaban tu imagen Estallen de desuso, Que el uso de la lengua nefasta Agriete las hojas escritas, las haga jirones, Las destruya para que no quede signo, Seña, huella o indicio transparente, Rastro ninguno de tu paso por mi ficción. Es justo que vaya olvidando tu rostro, Que cada mañana despacio, sin pausa, Repase un poco menos Los detalles que rodeaban tu pretexto, Por cualquier rincón que te evoque; Que vaya conquistando mi espacio, Que escriba con otra grafía, otra filosofía, Otra astucia, donde no me mortifique con miedos. Es justo que los nuevos e insensibles discursos, A los que tan acostumbrada estoy, Silben a gritos por todas partes, incluso en la noche, Que me hagan atravesar cuerpos sin alma, Donde pueda yo aprender o pretender, Si es que quisiera realmente, Ordenar los fascículos brillantes de mi estancia, Por este jardín de la amargura. 24


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Para ti, las telarañas de la indiferencia, Para mí, es justo que los versos que te crearon, Mueran contigo.

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Javier Esteban: Y sé que es más bien cutre reducirlo

Y sé que es más bien cutre reducirlo todo a tres papeles, a la cifra que el postizo a mi milicio libra en brava, pero amigo no me empiece y llanamente arrópeme este embargo; a lo mejor uno lo escribe por no abandonar la rémora y punzada tórrida, la historia para del atroz lanzazo, el ante mí enjambres venidos que fleté sobré una pira de neumáticos, la mecanógrafa virtud de verso alguno halar, solícito el vampiro amigo y pleamar de taba momentánea en sobresalta, en pifia descocada. *** Helero yazgo y mutan los androides hacinándose silentes de goma; atacas con tu futurible atajo, ligan las partículas tronchadas mantras del raspe si un urge zaherir se obvió rebaño al amputado régulo matón; los diez millones de iroqueses enfusen, toneladas, sus marcianas crápulas entran traversas, montañas: un apero presentable constriñes no para siempre, costuelo lo taires, la efusiva bachata, esta gafada: eclipse el que otorguemos redivivo al tuétano y frenético castor. Afróntale y reside al amador, emplea los rendirles, los chubascos del estrago, vals en muslos y vigor si lo requisan vuestros lesos tipos de avutarda y colibríes elípticos pero rehuyen feéricas escuadras, pues prieta las circundan cual lar tísico, museo para las copiosas hadas, el barítono y mésmero, el umlauta e inmoderara al gnomo del afilio, su losase ansión, tiento del mor que 26


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hurtaba, a crasa mida gerifalte, la banshee en su treno pertinaz, abotonado sin lauda y chitón. *** Al fin, motor temprano que doliste, traigo a colación, tú Circe, un tempo por desanudar entre pautados trucos permanentes, cachivaches y setas filigranas de los lesbios facsímiles: sobra en bélicas escorias tu teñido, en grafito, se pudrían y redomas por si inviernos, as de picas, arañazos del islote y de la tal pose, nervio posesivo, adrede van con qué tizo henchido que sin memeces resuellan la balada, el mimbre, el letargo pufo e negra nave de ánimas volcadas y escalones más piedades, hierros.

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Lucía Etxebarria: Sobre la tumba de Napoleón, revisitada

cómo he llegado a odiarte, yo que pensaba que el odio no era sino la otra cara del amor ¿cómo he llegado a odiarte si nunca te he querido? cómo he llegado a odiarte cómo sufrí pensando que contento bailabas sobre la tumba de la libertad sin sollozar a mares ni mesarte los cuatro últimos pelos podías haber alzado tu nombre de otra forma ese trono erigido en torres movedizas que sí, quedará escrito en el libro de la historia pero no en letras de oro tú elegiste una pompa brillante, pero frágil que el tiempo irá borrando hacia el olvido que de tiempo andas sobrado, pero no de eternidad ni de proyectos futuros

tierra y memoria quemadas a tu paso nos dejaste misiles de desconsuelo y carne abierta en canal cauterizada en poemas, crepitando en la pantalla más no puedes impedir que el canto suene bien alto y se yerga en baluarte y resumen de verdades cómo he llegado a odiarte si nunca te he querido quizá sea porque el odio del amor es el reverso y yo habría amado al alguien que tú pudiste haber sido: la promesa de un mundo futuro para mi hija pero cortaste de un tijeretazo el cordón que la unía al vientre de la tierra más ya shelley decía que la virtud se enfrenta a rivales más fuertes que la fuerza o el fraude: 28


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el crimen legal, esa antigua costumbre la fe ciega en la sangre, sucio origen del tiempo

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Vicente Gallego: La hoja roja

De la tarde, elegido, traigo aquí este renuevo, hoja roja del ficus que es mi amigo. Por sus aguadas voy del cobre al carmesí, del casi azul al grana, al verde, al oro, al amarillo sol metido en la fragante nervadura que arde rosa en mi mano. Mirar así sólo se puede lo que parece nuestro, y a esta hoja, roja, cavada en el azul frente a mis ojos, yo la quiero poner de entre todas las cosas de la tarde a este lado, por su color piedad, por su cóncavo fuego. En sus aguadas hondas brilla el rojo rubí, la punta al rojo, el colorado espanto de mirar el colmo de la luz en la hoja roja.

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Rafael Gómez Sales: Hechos de arena fina

Hechos de arena fina, de esquivas caricias facciones pétreas y momentos ausentes ...resuellan, con movimientos ondulados, en la levedad de su historia... Y los silencios que vienen anclando al tiempo son sólo barcos sin inercia. La esclavitud que encadena a la memoria, y deja actuar a las manos. Son de hielo, todas las pisadas caminadas, o invertidas hasta este momento de realidad. Es la anarquía de la noche, que actúa con su inconsistente presencia. Les ha prestado una plasticidad inusitada. No son ellos porque no saben nombrarse ...son,...son,...son se ha perdido la relación por el uso. Ahora sólo les importa esta condensación misteriosa.

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José Manuel Martínez Sánchez: Abandono de la eternidad / Rosa de cenizas

ABANDONO DE LA ETERNIDAD La noche duerme contigo, contigo duerme soñando la noche de este invierno. Y aún no has despertado. Contigo asoman los sueños en un dormir extraño, se altera lo conocido, se destroza el retrato. Contigo el mundo cambia, cada hora crea otra más deprisa, más despacio todo crece gota a gota. Hasta que por un segundo, conducido por el río, habrá de caer en la mar tu cuerpo, el no latido. Y ya la muerte será el último suspiro: ¿y adónde, y qué sombra, y qué soplo te ha detenido? No saber si vencerá al aire el alma rota acaso en otra tierra. Pero eso, ya no importa. Si esta tierra aún te habla y soñar sigue doliendo, aunque atroz hierva la sangre te obligo a seguir viviendo. Si el sol ya no se pone, sueña y abraza el sueño, inventa luz necesaria,

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respira el amor, el deseo. ¿Puede que el seco dolor te encierre en esta noche donde no llega el día, donde lo oscuro te acoge? Sí, pero también el alba despierta ríos caudales, y el suspiro más hondo apaga quejas que nacen. Poeta, aún es temprano, ahora es el momento para apretar verdades, todavía no has muerto. Ahora, todavía, tú, eres único testigo del ir y venir pasando. Anfitrión de tu destino.

Ahora, todavía, tú, tienes la voz despierta y el sueño en vela, y la esperanza inquieta. Ahora, todavía, tú, sueñas los días dormidos y te levantas al ritmo de un ángel enfurecido. Y no sabes si caerá al aire tu alma rota, o al abismo del mar. Pero eso, ya no importa.

 ROSAS DE CENIZAS Llegar un día cualquiera a la vida, llegar un día cualquiera a la muerte, sentir el instante como un comienzo o acaso terriblemente su término. Entre las manos, a veces, la rosa, 33


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entre las manos, otras, la ceniza. Hoy soplas con empeño la ceniza, el viento la lleva, vuelve la vida a soplar los pétalos de la rosa sin temer el aliento de la muerte, olvidando que no existe término, que resta siempre un dichoso comienzo. Tú estás ya a las puertas del comienzo y viene deambulando la ceniza, regresa otra vez el río a su término, fugaz te has reencontrado con la vida mas de súbito susurra la muerte: ¿y qué te queda, poeta, de la rosa? Parado, en la otra orilla, la rosa hueles sin el olor del comienzo, ya, seca, le va llenando la muerte, le va aspirando la fría ceniza hasta que expira con ella la vida. ¿Qué mañana no derrama su término? ¿Qué línea del sentir borra ese término? Las horas, cada hora, como una rosa pintan de belleza la frágil vida, enturbian de agitación el comienzo y olvidan entre tanto que son ceniza, que en ellas sólo irrumpe la muerte. Llegas entre lágrimas a la muerte y sereno reconoces este término en donde duerme eterna la ceniza, donde fue del tiempo tuyo una rosa el rumor constante hacia el comienzo que hace arder, tan hermosa, esta vida. Sin tú saberlo: término y comienzo, lleno de vida irás hasta la muerte siempre alumbrando rosas de cenizas.

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Marcelino Menéndez González: Veo cómo se mecen los árboles / Cada rincón

VEO CÓMO SE MECEN LOS ÁRBOLES Veo cómo se mecen en los árboles las ramas desnudas, sólo abrazadas por el frío del invierno y siento cómo es acunada mi alma en ese impás y en esa busca donde mora el equilibrio y los silencios. Es quizá donde puede existir la línea imperceptible, entre sombra y luz, ceniza y fuego y todas las dualidades para lograr llegar a ver a través del filo de una navaja el sentido del horizonte. Puede ser entonces, sólo entonces, cuando surja el atisbo de sentir lo hondo de ese espacio de vida, que llevamos dentro y que nos dice que esa es la razón de continuar a pesar de todo.

 CADA RINCÓN

Ver el sol dorando el trigo iluminando ilusiones y difuminando las siluetas cara al final, esconderse en una transición silenciosa mientras escucho mis pasos con el compás de mis pensamientos a lo largo del devenir del camino.

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Y es que me surgen ideas /al disfrutar cada rincón que me depara sorpresas y dejo volar la mente que viaja sin descanso que no se trata de almacenar sabidurías sino comprender el sentido de las cosas, al descubrir nuevos lugares y sensaciones. Como escuchar el silencio que precede a oír los pájaros en libertad, y consolar el espíritu al sentir que se alimenta el intelecto porque hay un profundo algo que te proyecta y te anima a continuar, superando todos los avatares. Y acabas por no saber decidir si enraizarte o elevarte al cielo.

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Andrés Neuman: Bienestar

En un costado, a gusto la tarde se acomoda. Involuntarias se dejan absorber las luces diurnas. ¡Bellos ojos del tiempo entrecerrados, qué sencillo parece vigilarme, qué justas las esperas cuando hay ganas! Todo mortal merece un poco de quietud, el premio fabuloso de que los pensamientos encuentren su respaldo, ganen peso. Inercia deliciosa, deposita en mis hombros esa mano, confíame el susurro, no aceleres. Sé que no durarás, pero los cambios larvan su enhorabuena en momentos casuales como éste. Nada tiene de ingenuo el bienestar si se aceptan sus frágiles conductas, el vacío regalo que atesora. Mientras tanto, de acuerdo en un rincón, los lagartos al sol y yo esperamos la bonanza del día transcurriendo.

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Lucía Plaza: Puerta de atrás

Volver a casa Con el corazón blindado y un mapa Para poder reconocer los caminos Que llevan a tu puerta Barrer de debajo de la cama Las migajas del pastel Ahora que el azúcar Sabe dulcemente amargo Ahora que busco huellas de ti En la voz de alguien que desconozco Alguien que ya No me conoce Preguntándome En qué momento Salimos disparados hacia mundos diferentes Cuándo Empezamos a utilizar un telescopio Para mirarnos a los ojos

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Basilio Pujante Cascales: Luces de humo / El fruto del no ser / Palabras y silencio

LUCES DE HUMO Si el azar me da permiso para entrar de soslayo en tu noche dormida, te iluminaré con la misma luz tenue que tu rostro encendía en el bar. Tu rostro blanco pero no sin marcas, frío pero no ajeno, etéreo, cercano. Tu beso, agazapado entre el humo, tiritaba de frío, pero mis labios lo cobijaron en su saliva de whisky denso. Tras el después, tus dos palabras dejando estéril mi pluma y huérfana mi voz. Ahora eres luz en esta oscuridad, deseo en este creador de paraísos de tinta.

 EL FRUTO DEL NO SER Que nadie quiera conocer el sabor de esta flor podrida, 39


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de este fruto de saliva ausente sin pulpa ni semilla. Nadie quiera beber su jugo rojo, amargo de no ser, que se dispersa en este folio, campo de madrugada. Su imagen es la de un mapa de una ciudad de noche, su silueta el eco de una manzana picoteado en el suelo. ¿A quién va a alimentar este fruto del no ser si hasta los gusanos abandonaron su refugio? ¿Dónde crece el árbol de los recuerdos de lo que nunca ha existido?

 PALABRAS Y SILENCIO Nuestras vidas son retazos de batallas perdidas, ciudades vacías y amores imposibles. … Volver de Waterloo o Trafalgar a un Paris que amanece sin el bálsamo de la victoria mitigando el horror... El horror que Kurtz solo veía dentro de sí, que la selva, la malaria, los ecos de las sombras sólo tamizaban poniéndolo tras sus ojos. 40


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Los vencedores cuentan las batallas, los perdedores las reviven cada noche, pesadilla tras pesadilla. Las vendas nacen surcos, llagas en la piel y en el recuerdo; las heridas que no cicatrizan, que mueren poco a poco en podredumbre manchan los pasos que ya no se han de dar. … La ciudad me mira con tus ojos cerrados, con la indiferencia de pasos apagados y risas que yacen en las aceras. Sólo se posee la ciudad que se conoce desnuda, virgen de ruidos y de luces, en las noches gríseas, cuando es más oscuro el suelo que el cielo encharcado, cuando sólo hay sombras escondidas detrás de cada acera, y los bares lloran su despedida. … Es fácil decir te quiero cuando no se ama de verdad, cuando no hay aguja en cada silencio ni llama en cada mirada helada. El que sólo sabe amar imposibles, el que sólo duerme sobre almohadas hechas de filos de espadas, aquel que desgrana versos ante muros de indiferencia, sabe que no puede perder su amor porque nunca lo ha tenido. … Esto somos, no hay nada más en el peso que encorva nuestra espalda, sólo tenemos este recital de palabras y silencios.

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Pedro Pujante Hernández: La falsa manzana

Allá las mañanas pasaban calmas: Las vacas pastaban, Las carpas nadaban la mar, Las ranas saltaban a las charcas, Las mansas cabras balaban. Adán amaba la paz, Alababa a la Santa Faz. A la dama blanca, llamábala la Amada. Al alba cantaban santas baladas. Mas, Satanás tramaba tras las ramas La más falaz hazaña: “la gran falsa acabará la paz”. -Dama Blanca, cata la manzana- Satán ladra la patraña. La Amada traga la manzana. Harta, hasta cansada, pasa la manzana a Adán. - Adán, masca la manzana- habla la dama. Mas, Adán callaba. -Adán, anda, cátala. - ¡Manzana mala! Habla Adán. -¿Mala? Vaya palabra. La manzana sana. Adán traga la manzana: La paz trabada. Las santas almas sangraban. -¡Acanalla! Brama la Sagrada Palabra. -Adán, Amada, marchad, Vasta carga arrastrarás, Pagarás la falta, Ganarás la paga a azada: ¡trabajarás! Cargarás la pala para cavar zanjas, Amasarás pan, plantarás patatas, Harás pastar a las cabras… - Papá… -Calla, Adán. Batallarás, Plantarás, labrarás las matas, las batatas, Andad, vagad hasta cansar. La Sagrada Faz apartada La Santa Palabra callada. Adán, la Amada andan Hasta palpar las almas gastadas. Las sagas cantan: “ah, la falsa manzana, Vaya maldad, Arda Satán. A las brasas.”

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Miguel Ángel Rubio Sánchez: Nieve existencial / Tierra de mi abolengo

NIEVE EXISTENCIAL A Francisco Javier Llamazares “La nieve borra los caminos; ella nos llevará hacia ti que nunca duermes” (Luis Rosales: Retablo sacro).

La nieve, la blanca nieve, la de ojos nihilistas, en un día de luz extirpada, cae indecisa para arropar el enlutado alquitrán. Las calles, las de alma vacua, se han convertido en una hoja en blanco. Los humanos, indiferentes con su porvenir, trazan una vida mientras que clavan cada pisada. Las sucesivas generaciones andan los pasos de antaño, pero ellos no lo saben. Un día, sin más, la nieve cesa y el sol, en color cobre, empieza a descomponerla con tristeza. ¿Cuánto duró la nevada? ¿Cuánto duraron las pisadas? ¿Hasta cuándo durará el olvido?



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TIERRA DE MI ABOLENGO La tierra, en la madrugada, se ha vestido con un manto de escarcha; bordones morados y ramas de sangre cuajada; grietas que son venas de ausencia. Tierra castellana, blanquecina y mustia. Los árboles -mutilándolos y alargándoles la agoníavida y sentido de la existencia misma: hijo de esta tierra que muere clamando un por qué al cielo; a la inversa, superficie lisa y de esperanza que desembocas en las arrugas de una piel que abraza y muere en la tierra. Las hojas cayeron al suelo, a morir, sin haber sido verdes, porque no estás... Los borrones nacen sabiendo que serán fulminados con los primeros hielos de Marzo y Abril, porque no quieren no verte... Todos ellos, en su diálogo mudo con el aire le preguntan: “¿Dónde está?”; él, con soplo sutil, apunta al cielo. Las cosas se niegan a existir sin ti. La choza, alegría de su tiempo, refugio de telarañas, búnker que perdió su razón de ser. Los ritos de evasión crepitan en la ceniza tu espíritu hacedor . -El paisaje y mi alma son un mismo significadoAunque ciegos, habéis visto tantas cosas y todo para nada: ahora allí; antes aquí; después memoria moribunda para unas cuantas décadas. 44


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Juan Manuel Sánchez Meroño: Panegírico / Te he odiado tanto

PANEGÍRICO Tu silencio me inspira una astucia eterna tu mirada sincroniza con la vida prometida en ti tuvo la luz su primer destello su primera verdad sincera. En ti clamó el cielo su príncipe añorado y en ti surgió la ribera donde las aguas redentoras aquejaron sus penas. Atrajiste mis súplicas fervorosas cánticos alza tu pueblo erigido ante tu sombra alta sombra que cuelga de tu asfixia. Te vanagloriamos, Oh, mísero, Oh, desdichado Oh, sanador, expiaste mis injurias Oh, piadoso, purgador de nuestras almas, apaciguaste nuestras manos de caudales de sangre venidera con la tuya, calmaste nuestras tempranas existencias, debilitaste la futura perpetuación de nuestra precoz inocencia. Te vanagloriamos, Oh, mísero, Oh, desdichado Mas no hemos de resentirnos, no debemos atenazar con rencor los alientos de nuestros hijos, bastión contra el prematuro castigo que nos ha de imponer aquel que incierto nos redime. Ante tu cadáver y una soga Te vanagloriamos, Oh, mísero, Oh, desdichado, Oh, primera víctima del sacrificio, Oh, ignorado nacimiento de la culpa, Oh, fiel acusador de humilde impostura, has señalado con tu saliva la virtud de nuestra condena,

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tu negligencia necesaria, causa y fin de nuestro augurio. Y hoy ante tu cuerpo inútil ya Te aclamamos, Oh, mísero, Oh, desdichado, Oh, afligido Iscariote, Oh, ejecutor del divino cumplimiento y hoy te oramos por siempre y hoy el pueblo judío por tu muerte sufre tu perdón y tu remordimiento.

 TE HE ODIADO TANTO Te he odiado tanto como estrellas me enseñó el lucero oculto que no menos culpable me mostró, bajo su máscara y su estela insolente, el más desdeñable de tus rostros. No tengo por qué sentir sino un odio tan puro que redime porque supe desde entonces que tu fin fue mi sino irreparable. Te he odiado tanto que sé que el último aliento es el más sincero cuando he detestado tu llanto tu escritura y tu sentido. Te he odiado tanto como te he sobrevivido, perezosa faz y carne remota ahora que supe que nunca jamás te hube de haber vestido. Te he odiado tanto como te he fingido la más fútil de las tretas que gozosa me ha sobrellevado a cada encuentro, a cada paso y a cada uno de tus suspiros. 46


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Sé que te odio violento como ignoré tus compromisos que me adentran como aves otoñales que atraviesan tu cielo hundido y me consumen insultantes como flores espigadas, ahogándome de despojos. Hoy he sabido que te odio casi tanto como te he querido porque tuve la certeza de permanecer como siempre anclado a tus orillas sórdidas desnudo y cobarde como un niño.

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NARRATIVA

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RELATO

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Jesús María Blaya Lorente: El mando (o de cómo la literatura es engañosa)

Fingiendo realidades con sombra vana, delante del Deseo va la Esperanza. Y sus mentiras como el Fénix renacen de sus cenizas. Gustavo Adolfo Bécquer Rimas (LXXVIII).

La temible espada, enorme y bien afilada, pasó sibilante cerca, muy cerca de su rostro. Pero su gran pericia de experimentado guerrero lo salvó, haciendo que en el último instante, y de modo casi instintivo, arquease hacia atrás la cabeza. Con este brusco movimiento su yelmo cayó al suelo con estrépito metálico, dejando así desguarnecida la cabeza frente a las mortales embestidas de su feroz enemigo. Su situación era angustiosa. Había perdido progresivamente, durante el combate, su escudo, su espada y, ahora, también su yelmo. Estaba acorralado y sabía que había llegado la hora de su muerte. Y, por ello, decidió afrontar su destino con gallardía. Así pues, se quedó quieto, muy quieto, en estática espera, y mirando con orgullo desafiante a su enemigo, como invitándolo a acabar rápidamente su trabajo. Con valor, no con miedo; retando más que suplicando. Fue entonces cuando su rival levantó la pesada espada a dos manos, dispuesto a descargar sin piedad sobre él el último y demoledor mandoblazo, dispuesto a partirlo por la mitad de un solo tajo. La hoja desnuda de la espada arrancaba al aire fríos destellos metálicos, metálicos destellos fríos como la muerte, como la muerte que se cernía inmisericorde sobre él. Pero, en ese momento, una cegadora y potente luz se proyectó, como un cañón, sobre sus ojos... Una cegadora y potente luz se proyectó, como un cañón, sobre sus ojos. Y, momentáneamente, quedaron cegados los dos, los dos con los ojos doloridos por el refulgente brillo de la inesperada luz. Al punto, se percataron de que se trataba de la linterna del acomodador. Aquel hombrecillo enjuto, mínima y depauperada expresión calva de un acomodador de cine, les indicó que, como efectivamente ellos le habían advertido, un tipo le acababa de entregar una nota para ellos. 50


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Ella y él vieron alejarse la luz de la linterna por el patio de butacas, arrastrando tras de sí al minúsculo acomodador, y revelando a su paso breves y fugaces retazos de la sala, rostros boquiabiertos por la emocionante película de guerra medieval, rostros de enamorados que libraban su propia guerra en la oscura paz de la sala, rostros que bostezan, se aburren y entornan los ojos a punto de dormirse, rostros, rostros y más rostros, fila tras fila, fila tras fila, fantasmas fugaces que volvían a sus cinéfilas tinieblas al ser rebasados por el mágico e indiscreto haz de luz de la linterna. Ya en la calle, la atractiva pareja se encaminó hacia el punto de contacto que indicaba la misteriosa y anónima nota que habían recibido en el cine. El cielo, indiferente a los dos actores, cubría la escena con un grueso telón gris plomizo. Ellos caminaban como si fuesen una pareja de novios, normal y corriente, para no levantar sospechas. Pero, a pesar de ese aire de aparente despreocupación, estaban atentos a que nadie los estuviera siguiendo. No podían permitirse ningún fallo. La “operación” debía llevarse a cabo con éxito. Y nada más llegar los dos ante la cabina telefónica que indicaba la nota, el frenético y agudo tintineo metálico del teléfono llegó hasta sus oídos... El frenético y agudo tintineo metálico del teléfono llegó hasta sus oídos. Un tanto alarmada e inquieta por lo inesperado y sorpresivo de la llamada, ella cerró la emocionante novela de espías protagonizada por aquella atractiva pareja, la dejó sobre la mesita del salón, se levantó y cogió el auricular. Cuando colgó sus ojos se dilataban aterrados y atónitos, mudos testigos de otra llamada amenazadora de aquel loco desconocido que la acosaba desde hacía ya varios meses. El pánico atenazaba su garganta con garra firme y un nudo de pavor se cerraba prieto en su estómago. Corrió hacia el cuarto de baño, donde vomitó todo su miedo sobre la taza del retrete. Se lavó la cara y volvió al salón algo más relajada, menos tensa, más firme, menos temblorosa. Pero fue entonces cuando intuyó que alguien había entrado en la casa, que una presencia ajena y hostil se había colado, furtiva, en su intimidad. Intentó calmarse. Podía ser tan sólo una falsa impresión, una absurda e infundada sospecha, no más que una paranoia enfermiza... Pero no, no era nada de eso, no se trataba de un falso espejismo de su desbordada imaginación excitada por el terror. No. Antes de sonar el teléfono ella estaba leyendo y la televisión estaba apagada. Pero, ahora, los destellos azulados de la pantalla del televisor llegaban hasta sus asombrados ojos... *** Los destellos azulados de la pantalla del televisor llegaban hasta sus asombrados ojos.

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Pero detrás de la pantalla tan sólo había nieve y ruido, ruido y nieve. La programación se había acabado hacía ya más de dos hora y él ni siquiera se había dado cuenta de ello. Se había quedado dormido con el mando a distancia en la mano. La verdad, no era de extrañar. Y es que últimamente la programación de las diferentes cadenas de televisión era un espectáculo bastante bochornoso y lamentable. Pero él, no tenía otra cosa que hacer... Se dedicaba al difícil oficio de escribir, pero últimamente había caído en el negro, profundo e insondable pozo de la crisis creativa y no sabía cómo salir de él. Por ello, se pasaba las horas muertas, una tras otra, frente a aquella televisión, haciendo zapping, pasando frenética y obsesivamente de un canal a otro con su mando a distancia, viendo ahora un trozo de película del medievo, y después una de espías o un fragmento de la típica película con rubia siliconada y asesino psicópata. Todo valía; todo daba igual... Tras apagar el televisor y lograr despegar de su mano el mando a distancia, ya a esas alturas carne de su atormentada carne, se levantó del mohoso sofá lenta y pesadamente, con un crujido nada halagüeño de sus adoloridas articulaciones. En una suerte de macabra danza, patética y absurda, se desperezó ostensiblemente, extendiendo sus brazos en la inmensidad de la nada que rodeaba su vida, al mismo tiempo que bostezaba sin recato y exhalaba un gruñido brutal y animal, que no era sino el eco brutal de su aburrimiento de animal acorralado por el tedio. Y mientras se encaminaba hacia la cama, una irónica sonrisa se dibujó burlona en su rostro, pues pensó que el puzle de imágenes e historias que había surgido, aleatorio, del manejo del mando a distancia es arte, también es arte. ¿O no es, acaso, el arte, todo arte, una ficción, un artificio, un engaño?...

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José Luis Montalbo: La soledad

¿Qué haces aquí otra vez? ¿No ves que estoy ocupado? Además, no quiero verte ni en pintura. Ya puedes irte en busca de otro que te necesite más que yo. ¡Pues anda que no hay gente por ahí que te está buscando! No, no me vengas con la misma historia de siempre, yo no necesito de tus servicios para vivir. Para eso están los enfermos de compañía, o los viejos que se aferran a ti para olvidarse de la muerte. ¡Quiero que te marches ya! ¿Es que no me has oído? Déjame que termine este relato, de lo contrario me enfadaré contigo. Tampoco me vengas ahora con lo que me contaste el otro día, la historia ésa de la página en blanco, y que serías capaz de bloquear mi mente con la única intención de hablar conmigo. De ahora en adelante obturaré mis oídos y cerraré mis ojos para no verte rondar mi habitación. Es posible que también selle mis labios para no responder a tus insoportables preguntas. ¿Que si seré capaz? No lo dudes, así que ya te estás marchando por donde has venido. Además, ¿quién te ha invitado? Parece que has olvidado que hay puertas y que antes hay que llamar en ellas. Sobre todo la educación, aunque veo que en ti brilla por su ausencia. Ya sé que puedes pasar por donde te lo propongas, que para ti no hay fronteras ni barreras infranqueables, pero debes respetar mi intimidad. Todos tenemos intimidad, por pequeña que sea, ¿sabes? Incluso tú deberías tenerla. ¿Quieres que te diga dónde puedes ir? Aquí al lado vive una mujer, el otro día me dijo que se encontraba muy sola, que añoraba mucho a su marido; la pobre mujer ha enviudado recientemente. Hazle una visita, tal vez puedas consolarla. Así no te aburrirás, y de paso te olvidas de mí por un tiempo. Ya sé que sabes dónde vivo, ¡si no te hubiera dado palique la primera vez, hoy no tendría que estar casi echándote a patadas! Tengo que decírtelo por enésima vez: eres una pesada, y tu aliento es como el frió de una noche inmensa... No entiendo por qué te ha dado conmigo, ¿es que no hay más gente en este planeta que tienes que venir a mi habitación como un alma en pena? No me compadeceré de ti, porque creo que no te lo mereces. La conmiseración no existe apenas para ti, y recuerda que quien a hierro mata a hierro muere... Tú no serás una excepción. Es inútil hablar contigo, hacerte recapacitar. Al final harás lo que te venga en gana. Ya lo sé, no lo repitas más, tendré que resignarme yo, como de costumbre; siempre hay un vencedor y un vencido, pero te diré que la lucha apenas ha comenzado. Esta vez seré mucho más fuerte. Si lo prefieres puedes leer un poco. Acércate a la estantería y coge un libro, el que más te guste. Yo si quieres te puedo aconsejar: El Conde de Montecristo, de Dumas. Edmond Dantes sí que supo lo que es tenerte cerca. ¡Qué no quieres leer! Al menos un par de páginas, hazlo por mí. ¡Se buena chica por una vez en tu existencia...! ¿Sabes lo que voy a hacer? Te voy a dar un poco de cuartelillo. Prenderé un cigarro, quizá yo también necesite pensar, pero cuando termine con él quiero que te

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vayas de una vez por todas. Quiero que seas como este humo que exhalo de mis labios, fugaz y veloz. Quiero que te derritas en el viento. ¡Mira!, si te asomas por la ventana verás que sopla el viento. Es el viento de los primeros aires del otoño. Este viento arrancará de cuajo las últimas hojas de los árboles que aún se resisten a abandonar el estío. En eso os parecéis en gran medida. Tú también te resistes a abandonarme. Si te apetece te abro la ventana y te vas con este aire a otro lugar, deja que él te arrastre a la deriva, lo mismo arribas en el puerto de un desconocido que necesita de tu compañía. Todo es posible. ¿Y para que quieres saber lo qué estoy escribiendo? Supongo que nunca te han dicho que eres una entrometida. Bueno, te lo diré si me prometes que después te irás. ¡No, no, no!, quiero que me des tu palabra de honor. ¿Qué no conoces el honor? Pues deberías conocerlo. Yo no te lo explicaré. Vuela con el viento y que otro te informe. Ya sé que aquí estás bien, pero mira el cigarro, ya casi está consumido, y te recuerdo que cuando eso suceda deberás irte. Ya sé que no me has dado tu palabra, pero confío en ti. Al fin y al cabo muchas tardes vienes a visitarme, ya casi somos colegas, en el buen sentido de la palabra, claro está. Lo que me pides es imposible. Si ahora apagara el ordenador dejaría el relato inconcluso, y jamás me perdonaría a mí mismo. Eso es lo que quieres, ¿verdad?, que todo lo deje a medias de hacer por ti, porque tú me lo pides, así sin más. Creo que nuestra confianza aún no ha llegado a tales extremos. Además, ahora recuerdo que has roto un pacto. El otro día me prometiste no volver más por aquí. ¿Que no lo recuerdas? Ya sé que tienes la memoria muy frágil, volátil diría yo, pero así sucedió. Y es más, el cigarro ya se ha consumido hace rato, y el relato está a punto de concluir, así que ya te estás haciendo a la idea de irte. Y no me digas que me seguirás, porque adónde yo voy tú no puedes venir. Serías mal recibida, de verdad. Te confesaré un secreto: no quiero que sufras una decepción, y que tu corazón no resista el castigo. Por eso no debes venir conmigo, porque Laura no quiere ni que asomes el hocico por aquí, y ya sabes que está a punto de dejarse caer. Recuerda que ella sabe hablarte como realmente te mereces, y que no tiene pelos en la lengua. Ya sé que Laura no te gusta, pero a mí sí. Y si no quieres que ella te tire por la ventana, será mejor que me hagas caso y te marches. Bueno, ya es la hora. Laura viene por la calle y está a punto de llamar al timbre. Si aguzas el oído podrás escuchar sus pasos sobre el adoquinado. Suena terrible para ti, ¿verdad? ¿No soportas que alguien me quiera más que tú? Pero comprende que la vida es así, y que hay tiempo para todo. Quizá en otro momento te pueda atender con mayor amabilidad, pero hoy tenemos que ir al cine. Reponen una película buenísima en un cine del centro: “Leyendas de Pasión”. ¿Qué no la has visto todavía? No importa... ¿Que si acepto la última pregunta? Bueno, si de verdad es la última. ¡Dispara!¿De verdad quieres saber de lo que va el relato que he escrito? Está bien, te lo diré si te empeñas: habla de ti, de la SOLEDAD. Y ahora, por favor, te dejo sola. Tengo una cita en el cine con Brad Pitt y Anthony Hopkins. ¡Ah!, se me olvidaba: mañana si vienes te contaré la película... ...

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Pedro Pujante Hernández: La soledad de la memoria

Ya nadie lo visitaba. Algunos por pura pena, otros por querer evitar un prolongado enfrentamiento a no se sabe qué. D. Ramiro, el doctor, decía que era irreversible y que lo mejor era tratarlo con normalidad y esperar. Esperar. Yo veía en sus ojos algo extraño, como un pedir auxilio desde adentro, pero cuando me acercaba a él y no me reconocía, a mí su primo, me daba un vuelco el corazón y tenía que salir corriendo para evitar llorar en su cara. Los días pasaban y cada vez estaba peor. Sarita hacía café y mientras D. Ramiro nos hablaba de otros casos en los que el enfermo recobraba la memoria de repente y volvía a la normalidad. No eran corrientes pero cabía una esperanza. Pedrito volvía la cabeza cada vez que Ramiro hablaba y asentía como entendiendo. Cuando se le preguntaba si comprendía de lo que hablábamos miraba a otro lado y sonreía. Ramiro decía que no, que no entendía pero yo creo que en el fondo de su ser algo sí que entendía, que algo de vida en forma de recuerdos permanecía en él. Hacía ya casi dos años y poco a poco nos íbamos acostumbrando. Pero era una costumbre dolorosa que en cierto modo no era costumbre sino resignación. Pedrito vagaba por la casa y a ratos se sentaba en los escalones del patio y contemplaba la higuera. Parecía contar cada hoja del anciano árbol. Era verano y me senté junto a él, en silencio. Sin mirarme, con los ojos aún enredados en las hojas de la higuera me pregunto: ¿no estoy bien, verdad? Te juro que hubiese querido contestarle que no dijera bobadas, mentirle como tantas veces se miente en la vida, pero un nudo se agarró en mi garganta y sólo pude mascullar un engañoso y ronco monosílabo que nada significó. Mientras yo me ahogaba en mis lágrimas él sonrió como ausente y me contó que mañana iríamos a cazar gorriones. Ramiro ya me había advertido de que rescatan imágenes, recuerdos de la infancia y los instalan en el presente sin distinguir. Le dije que sí, que claro que iríamos, que él y yo solos como siempre, que todo seguía igual. Me abrazó con fuerza y rompí a llorar como un niño sin poder evitarlo, no sé si de verlo feliz o de amargura por no poder aceptar la cruel enfermedad. Pasaban los tórridos días con sus largas tardes de patio y las frescas noches a las que llegábamos sin inmutarnos, como queriendo prolongar el tiempo. Dar acaso una tregua al destino, soñar con una realidad que no se nos concedía y que sin embargo nunca quisimos desestimar. Buscábamos espacios con el doctor Ramiro, que de tarde en tarde se dejaba caer. Cada vez sus visitas eran más frecuentes. Más que un doctor era un amigo, un amigo que parecía igual que todos sufrir lo de Pedrito. Por un lado por la frustración que sentiría cualquier médico honrado que no logra curar a su paciente. Por otra parte estaba esa afectividad que había ido creciendo con la familia. Tía Lola ponía café helado y galletas que ella misma preparaba mientras el sol se desparramaba sobre las montañas hasta fundirse en una casi noche grisácea y plagada de silencios y cantos de grillos. D. Ramiro comentaba algo de sus cosas, de su trabajo que a todos fascinaba. De cuando en cuando mencionaba a Pedrito y éste desde algún ángulo del patio detenía lo que estuviese haciendo, giraba la cabeza y miraba atento. 55


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Alguna vez soltaba una frase, a veces sólo unas palabras, pero nunca presentes. Siempre lejanas y remotas, cargadas de pasado y de seres olvidados y antiguos como el tío Paco que murió hace ya seis años. O de la prima Ana que se casó y vive en la ciudad o del barrio Casas Baratas donde antaño jugábamos Pedrito, los otros chicos y yo. D. Ramiro le animaba a continuar, cuenta, cuenta, le decía, pero Pedrito no contestaba. Volvía la mirada hacia dentro, retornaba a ese recóndito mundo en el que habitaba. Nosotros aquí en el patio tomando café helado y él allá en ese pasado, a dos pasos de nosotros, acariciando los geranios con la vista, bajo la misma luna, pero bajo otra luna que también brillaba aquellas noches infantiles que buscábamos grillos entre los matorrales. Una luna que coronaba las noches de un Pedrito niño que no quería dormir porque hacía mucho calor en su cuarto, o acaso aquella noche que prima Anita celebró su decimosegundo cumpleaños y jugábamos al escondite por las oscuras habitaciones de la casa como si ésta fuese una prolongación del universo y comíamos pastelitos que tía Lola preparaba en el horno de leña y nos dejaban estar despiertos un poco más que el resto de los días que no eran cumpleaños. Cada día era un presente transitorio que buscaba un mañana. Se sucedían los días pero el día siguiente seguía siendo un día que no era mañana, una negación del futuro que todos soñábamos despiertos. Empezó a llover y a través de la ventana de mi cuarto- yo vivía en la casa desde que todo empezó- podía ver a Pedrito caminar cabizbajo. Parecía no importarle la lluvia y preocupado, pero cómo adivinar lo que pensaba. Luego en la comida Tía Lola repartió las raciones de arroz y conejo como si se tratase de un ritual conocido y aceptado por todos y un silencio inusual se esparció entre nosotros. El primero en hablar fue el doctor Ramiro que me preguntó cómo estaba. Al principio pensé que se dirigía a Pedrito pero cuando levanté la vista del plato comprobé que todos me miraban esperando mi contestación. Estoy bien, respondí algo contrariado y enseguida sentí un escalofrío, como si mi respuesta no fuese la adecuada y una tensión invisible se instaló en la velada, hasta que prima Sarita empezó a recoger los platos como nerviosa y fuimos a la otra sala a tomar el café. Como todos los sábados Don Ramiro nos contó acerca de sus cosas, y de una conferencia a la que asistiría donde intervendrían grandes eminencias de la psicología y de más cosas que a todos interesaban. Hablamos de la enfermedad, un tema tan manido en casa que la conversación acerca de ella con sus extrañas palabras, que si placas de amiloide y neuropatologías y carga genética, se convertía en una especie de código interno y otro mundo ajeno se colaba en el nuestro. Luego hablamos de las recién llegadas lluvias que anunciaban el final del verano. Yo permanecí toda la tarde callado. Miraba a Pedrito y él me devolvía alguna sonrisa cuando nuestras miradas se cruzaban. No podía evitar pensar en él y preocuparme y por un momento perdí la conversación. Pero debieron de hablar algo que enfadó a Pedrito porque se levantó del sofá con los ojos humedecidos y se marchó. Parecía querer hablar pero sólo consiguió balbucear. Corrí tras él y lo encontré sentado en su cama, de espaldas a la puerta. Estaba abierta y asintió cuando le pregunté si podía pasar. Me senté junto a él. Hablé largo rato de la antigua escuela, de las carreras que nos echábamos al salir de clase y de D. Blas el maestro de matemáticas. Qué tiempos, verdad Pedro. Me miraba y parecía comprender. Yo sé que me escuchaba. Sentí más que nunca su tristeza y por un momento me creí tan cercano a él que olvidé todo lo que me rodeaba. Me gusta tu cuarto, le dije, aquí es desde donde vigilábamos el camino. Recuerda, tú eras el capitán y yo un pirata, o tú eras un vaquero y yo un piel roja y las guerras de limones y tía Lola que nos echaba a jugar afuera y corríamos porque era parte del juego. Me dijo que si quería quedarme un rato en su habitación, que podía hacerlo, que no le 56


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importaba, que el quería salir a hablar con Ramiro. Me sorprendió su actitud pero acepté para no contrariarlo. Era raro que tuviéramos una conversación de ese tipo. Cuando salió la puerta quedó entreabierta. Oía la voz del doctor y de Pedrito que hablaban. También intervenía tía Lola. Sí, está en mi cuarto. Sí, se encuentra bien. ¿Seguro? Sí, hemos estado evocando la infancia, doctor, como usted nos recomienda. Eso está bien. Pero hijo, no lo dejes mucho tiempo solo. Los oía como lejanos y a pesar de la lluvia me quedé dormido en el cuarto de Pedrito y ya tarde me despertaron para llevarme a mi cama como muchas veces había ocurrido. Aquella noche no dormí bien. Creo que soñé algo, tal vez con D. Ramiro y tía Lola que hablaban de mi algo malo y desagradable y que me miraban inquisitivamente y yo no podía responder a lo que preguntaban porque mi voz no salía y me ahogaba y luego me dejaban solo y sentía miedo, como cuando de niño me castigaban encerrado en la despensa a oscuras, un miedo tan real que me desvelaba y volvía a dormir y soñaba otras imágenes pero siempre las mismas caras y la misma situación tan asfixiante y tan real. Por la mañana me pareció extraño que D. Ramiro siguiese en la casa; sabía que no se había ausentado porque llevaba la misma camisa gris y él se hubiese mudado la camisa si se hubiese marchado a su casa. ¿Ocurre algo, doctor? No nada, hijo, todo va bien. Y, tú, cómo estás. Bien, D. Ramiro, quizá algo cansado. Esta noche no dormí, le confesé, ya sabe que la lluvia me pone nervioso. Mira, hijo, me dijo, quiero que me acompañes a un sitio. Tiene que ver con Pedrito verdad, doctor. Bueno, claro, sí, es eso, Pedrito, pero está bien no te preocupes por él. Como confío en el doctor no le quise importunar con más preguntas. Subimos a su coche y nos pusimos en marcha. Creí que iríamos a la ciudad pero fuimos en otra dirección. Por el camino pensaba en Pedrito, y en lo que hablé la noche anterior y en mi infancia y en todo lo que ocurrió en el cumpleaños de prima Ana. Ella cumplía doce años y llevaba un vestido nuevo color rosa y blanco y jugamos al escondite y yo me escondí en la despensa que era el lugar más oscuro y temido y donde nos castigaban si robábamos naranjas en el huerto de al lado pero por eso era el mejor rincón y nadie me encontraba y yo tenía miedo pero quería ser el más valiente… Ramiro detuvo el coche. Estábamos en la puerta de un edificio grande y pálido. Como un hotel pero no era un hotel. Aquí estarás bien, me dijo. Sólo será unos días. Me enseñó mi nueva habitación y se despidió con un entrañable abrazo. Todas las semanas vienen prima Clara y tía Lola a verme y me traen pastelitos y frutas y un cuaderno para que pinte y yo pinto el columpio que hay en la puerta de mi colegio y a Pedrito que va un curso por delante del mío. Pedrito viene también a verme pero no todas las semanas. Cuando falta le pregunto a tía Lola si Pedrito está bien. Sí, hijo, está bien, ya sabes que tiene mucho trabajo, que empieza la feria de ganado y tiene mucho trabajo y dice que… Pero no sé qué me pasa y no consigo escuchar toda la respuesta, de repente estoy en el cumpleaños de prima Anita y cazando grillos y yo soy el capitán y Pedrito es un soldado.

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Ewina Sama: Las manos del guitarrista

El cuarto donde espera la hora de actuación no podría llamarse camerino. Es cierto que tiene una de esas mesas con espejo rodeado de bombillas –sólo seis funcionan-, que hay sillas y un perchero y que, incluso, tiene un pequeño refrigerador de motor especialmente ruidoso y molesto. Pero no podría llamarse camerino. No comparado con los que conoció, recuerda y añora tan a menudo. Aquellos camerinos en las principales ciudades del país recorridas junto a los boleros de Tomás Curbelo, el jazz de Tony Applefield and the Southern Fruity Band…, primeras figuras cuando los tiempos eran buenos y las noches no tan largas. Entonces volaban las horas envueltas en ritmos vertiginosos o melodías tan dulces que dejaban el corazón esponjoso. El guitarrista era uno con su música. Cambiaba la expresión de su cara y, con ello, la melodía era más dulce. Arqueaba la espalda y su guitarra emitía las notas más agudas e intensas. Recorría el mástil con su mano de nido de araña y provocaba un párrafo de notas apretadas, cada una con su reducido espacio y una presencia tan leve que parecían superpuestas. El guitarrista sabía encontrar el ritmo del público y arrancar de él un coro de palmas que acompañaba sus fraseos incitándolo, empujándolo hacia el siguiente arreglo. Si él buscaba un silencio, las palmas del público lo acompasaban junto al bombo de la batería. El cantante sonreía, satisfecho y admirado, dejando que hiciera a su agrado. Se acercaba al frente del escenario y comenzaba el delirio de notas ligadas, martilleadas, tan estiradas que parecían llegar a romperse de puro agudo. Y el guitarrista disfrutaba con las caras de las primeras filas que los focos permitían ver, con el eco de voces y palmas que provenían de todo el recinto. Fueron días agradables que hoy añora en esta habitación que pretende ser camerino. Lleva consigo una libreta con fotos y recortes, pero no aburre con anécdotas y ostentaciones de su pasado brillante. Esta memoria de papel no lo mantiene enjaulado entre recuerdos aunque lo ata en corto. Sirven para sobrellevar las interminables verbenas en pueblos recónditos mencionados en ningún mapa, al margen de carreteras principales y guías turísticas. Como su vida hoy, que transita carreteras comarcales solitarias habitadas por leyendas y memorias. El dolor del guitarrista es dolor solitario. Asqueado de sí mismo es incapaz de no abrir un pequeño estuche de plata, de no sacar la jeringuilla metálica y una pequeña cuchara requemada. Es incapaz de mirar sin desprecio el envoltorio que contiene su anestesia y su tortura, de mirar sin desprecio las venas del muslo delgado repleto de picotazos como si un enjambre de abejas furiosas hubiera dejado en él sus aguijones. Son dolorosos el recuerdo y el método para el olvido. Sabe que ha escogido una muerte a plazos que se abonan cada día. Es hora de nuevo pago. Un poco de agua en la cucharilla con unas gotas de limón disuelve el polvo del envoltorio. La llama del mechero evapora parte de las excrecencias que contiene y deja la mezcla lista para ser recogida por la aguja certera. Una goma retiene la circulación de su pierna y dilata

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levemente las venas maltrechas. Escoge una, clava la aguja y presiona con calma el émbolo de la jeringuilla. Desata la goma y la mezcla se expande al trote trayendo una paz ficticia con hora de caducidad. Al principio alcanzó los goces más intensos. Quien le inició auguraba placeres que dejaban pequeño el mejor de los orgasmos. Y tuvo razón. Pero sólo al principio. Las primeras veces su sexo manchaba la ropa interior con un estremecimiento que recorría cada vértebra de la columna, cada terminación nerviosa de su organismo. Las primeras veces. Hoy es el lento suplicio agónico de una muerte aplazada con fecha de vencimiento. Tocan en la puerta tres veces y el guitarrista apenas alcanza a responder. “Quedan diez minutos, date prisa”, anuncian del otro lado. El guitarrista se moja la cara con agua fría, limpia y recoge los enseres en el estuche plateado, afina las guitarras y sale del camerino. El otro, el que fue, pone una mano sobre su hombro diciendo “Hagámoslo de nuevo juntos, como en los buenos tiempos”. El guitarrista sonríe y hará de la plaza de este pueblo el auditorio más brillante que recuerda. El guitarrista sonríe agridulce y transformará la canción del verano en un prodigio armónico que sólo él será capaz de descifrar. Mientras las manos del guitarrista recorren mecánicas acordes manidos, su memoria viaja hacia aquellas horas remotas envueltas en ritmos vertiginosos y melodías tan dulces que dejaban el corazón esponjoso.

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Santiago Sevilla: Remedo de Luciérnaga

Juan Gijón era un hombre práctico. Gustaba llegar a su meta por el camino más corto. De veintiocho años de edad, gozaba de la mejor salud y no tenía vicios. Su única debilidad, según él, era, en realidad, su fuerte: La cosecha de mujeres. La tradición antigua de Don Juan, la sutil burla de fingir amor, para lograr el placer de la carne. O, al revés, a veces fingir lujuria, cuando, hablando en oro, el motivo es el amor. El juego de Juan Gijón era, pues, doble, porque, en el fondo de su alma, quería ambos, amor y placer o, al acaso, cualquiera de los dos. Pero, desde luego, por el camino más corto. Y éste, a su parecer, no pasaba por entre las bellas, sino mas bien por donde están las feas, a quienes creía más fáciles. Como buen heredero del tío Marco, armador de barcos pesqueros, Juan recibía una buena renta y, estando soltero, ahora gozaba de unas vacaciones poco merecidas, a la orilla del mar. Aquella tarde, la suerte andaba peor que nunca. En el Bella Vista, este hotelón del acantilado, no había sino mujeres bonitas, en su mayoría casadas orondas, que asoleaban la piel de los contornos más íntimos, esperando broncearlos, mientras se parapetaban detrás de oscuros lentes de sol, que les daban un aire de venenosos insectos mayores. ¡Cherchez la femme! Con ojo avizor, Juan escudriñaba las candidatas, pero, para su mal, aquella fea solitaria, la muy fácil, no aparecía. Las feas - pensó Juan - son una especie amenazada de extinción. Ahí esa rubia (era Carla) con su magnífico cuerpo bronceado, los cabellos refulgentes como un trigal, rutilantes dientes, manos muelles, de uñas mansamente agudas, largos dedos y espiritualizado gesto. Allá la morena ( era Diana ) con la melena azabache, levemente musculosos los muslos, los senos redondos como dos medios cocos pelados, puestos a tostarse en la inclemencia de la canícula, desafiando a los espectadores, en apariencia desinteresados, pero, en verdad, siempre voraces, quienes, sin duda, encontraban a Diana y Carla hermosas y codiciables. Con peluqueros amaestrados, dentistas joyeros, cosméticos de actriz, gimnasia de aparatos, bronceo artificial, sería muy difícil ser fea, se imagino Juan. Pero, a veces, las hay - Juan lo sabía. Aquellas que se han puesto repugnantemente gordas; esas que, por fumar demasiado, se tornan flacas y opacas y secas, o ciertas intelectuales feministas que se descuidan de adrede, tienen seboso el pelo, dejan criarse el pelaje de las axilas y llevan las uñas de los pies informes y sucias. Pero circulan poco, observó Juan. En este Bella Vista, junto al mar, las feas escaseaban. Habría que acecharlas cuando, al amanecer, despintadas y sonámbulas, caminan con las piernas tiesas, hacia el tazón del escusado; cuando temen resbalarse y pierden la postura al abandonar la tina de baño, o cuando buscan a ciegas, en la alfombra persa, los lentes de contacto. Degas sabía pintarlas en instantánea sorpresa y desguardo, logrando aquel supremo feísmo, que le ha encumbrado entre los impresionistas. Así, Juan Gijón se identificaba con el viejo maestro francés y oteaba en busca de aquellos detalles que nunca quieren ver los trovadores de lo eterno femenino. 60


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-“¡Pero, si la fea está ahí!” - gritó una voz en la jaula de su pecho - y efectivamente, ahí estaba: Tendría veinte años; la mata de grueso cabello, que llevaba corta, le criaba profusamente desde el cuello, donde la navaja de barbero había dejado un barbecho azul. Los labios gordos de su boca tenían por adorno un bozo de leves bellitos oscuros; la cejas de buena y sedosa cerda, se juntaban sobre los ojos. Estos, demasiado grandes y algo saltones, parecían contener una magna interrogación. En el escote, los cándidos senitos, parcialmente ocultos en el vestido de baño, apenas disimulaban otra dolorosa depilación. Y la cumbre de la fealdad era un almenado negruzco, un vacío nocturnal en la parte izquierda de su sonrisa, la ausencia de aquel colmillo de tascar caña de azúcar, vacío, en medio de una dentadura caballuna, que podía verse y admirarse muy bien, porque el carácter de ella, desvergonzado y alegre, le hacía siempre reír en frecuentes carcajadas. Imperceptible entre Carla y Diana, no la había notado Juan, pero estaba ahí, la fea de sus sueños, por fin, una mujer con los atributos que no hay que tener... Ahora, él principió a buscar su atención, pero no la conseguía. La quedó mirando, pero ella rehuía su vista con una destreza que demostraba su modestia, su convencimiento de ser tan fea, que Juan seguramente la miraría para solazarse en sus defectos, no por obtener su amistad, y que no convenía corresponder a su curiosidad impertinente... Optó Juan por darle pases, hasta que Carla y Diana, cada una a su turno, se dieron por aludidas, menos ella. Avergonzado por fallar tanto, Juan quiso destacarse de entre los hombres que merodeaban y subió a lo alto de la torre de salto desde el tablón, y, en gran gesto valiente, se tiró de cabeza al agua que reflejaba, juguetona, diez metros más abajo. Se lanzó cuando se creía observado, pero al emerger entre remolinos y burbujas, constató que ella ya no estaba en su silla, que se había marchado. Romelia, que así se llamaba la fea, objeto del deseo de Juan, le había visto subir la escalerilla de la torre en afán de lucimiento. Aburrida de esta ostentación primitiva, resolvió castigarlo escabulléndose. Ella se sabía víctima de burlas, por poseer ciertos defectillos, como el ausente colmillo, que, sin embargo, no la amilanaban. Eran, más bien, su puerta de escape en la lucha entre los sexos. ¡Qué caramba! Hay tantas otras distracciones, que la pretenciosa lata de los hombres pensaba... Pues simplemente abandonó a Carla y Diana y, surcando por el gentío, se fue a su habitación. Entró y, sonriente, se contempló en el espejo: La blanquísima piel de un azulado marfil, corto el cuello, adornado con un pliegue a guisa de collar, la figura de la Eva inmemorial, madre de la humanidad, perfectamente femenina, con los hombros angostos, los brazos que llenaban con justeza la línea curva del talle y caían, suaves, sobre las bien lirondas caderas, las piernas demasiado largas, que parecían salirle de entre los omóplatos, los pies pequeñísimos, encarcelados en unas sandalias, que la convertían en una Julia de la antigua Roma. Se acerco al balcón y, desde lo alto, pudo observar como Juan inquiría sobre su paradero a sus dos bellas amigas, quienes, de buena fe, ignoraban donde diablos se habría metido Romelia. ¡Que risa! A lo lejos, en el horizonte, se ponía el sol y su luz, ya caduca, trazaba el perfil de los acantilados. Se habían encendido ya los grillos del anochecer, pero Juan perseveraba, sentado entre las rocas, que separaban el Bella Vista de las rompientes del mar. El camino más corto resultaba, esta vez, el más largo. A más de fea, esta mujercilla era huidiza y tímida como no había conocido antes ninguna... Ella, desde su balcón y oculta, le observaba: Un hombre como cualquier otro. Un animal rosado, con escaso y ralo pelo en la cabeza, nariz rojiza y protuberante, donde tropezaba, este rato, la luz. Los grandes pies se aferraban al granito de las rocas, la mitad inferior del cuerpo se enfundaba en un vestido de baño luminoso y fluorescente, los antebrazos añejándose, como dos botellas, sobre los escuálidos muslos. Este mostrenco se había lanzado de diez metros

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de altura, para impresionarla con su temeridad. Por el cielo giraban blancas gaviotas y, más arriba, en el cenit, unos cúmulos de vapor se amotinaban para semejar una nube. En realidad, ese hombre era una lombriz o, acaso, por el calzón luminoso, un remedo de luciérnaga. Romelia escribió en un papel "REMEDO DE LUCIÉRNAGA", lo dobló en forma de un avioncito y lo expidió por sobre la baranda del balcón, de modo que voló y cayó cerca del pensador de Juan, que lo desdobló y leyó aquel texto extraño, que habría de preocuparle por mucho tiempo. No volvieron a verse. Ella dejó el gran hotel muy temprano y Juan la buscó por tres días junto al mar, sin saber que ella se había vuelto, tierra adentro, a la ciudad... Releyó Juan Gijón muchas veces aquella frase y no pudo menos que remontarse al recuerdo, buscando luciérnagas. Las encontró, muchos años atrás, cerca de la selva, al anochecer, cuando de pronto se llenaba de lumbres el aire, como por magia, y los niños correteábamos atrapándolas y llenando frascos con este milagro. Eran unos insectos ridículos con un foco en la punta del culo, que pretendían competir con las estrellas. De facto, lo lograban, porque las noches perfumadas por los nardos de mayo se llenaban de luces migratorias y nos invadía una intensa felicidad. Aquel papelucho en forma de avión lo llevé por meses en el bolsillo del pecho. Lo sacaba en el bus para releerlo y percibía el aroma de nardos y veía los giros caprichosos de las luciérnagas y retornaba al recuerdo de aquella joven peluda de franca sonrisa, con aquel vacío caballar de embocar freno en la dentadura, y aquellos ojos preguntones. Si, retornaba la nostalgia, haciendo cada vez más largo, aquel más corto de los caminos. Pero, una tarde, en que el avión de papel se quedó en el aeropuerto de mi escritorio, con las alas ya mugres del manoseo, subí al bus, mientras a lo lejos, en el horizonte sobre el mar, la luz caduca del sol poniente trazaba el perfil de los acantilados, me senté en el único puesto desocupado, recluyéndome, de nuevo, en el cubil de mis pensamientos, cuando, de pronto, a mi lado, descansando sobre dos ebúrneas rodillas femeninas, vi se abría una manito de azulado marfil, en cuya palma estaban escritas estas palabras: REMEDO DE LUCIÉRNAGA.... Era Romelia en todo su esplendor: La sonrisa monumental. La lengua húmeda en el vacío molar. El sonido jacarandoso de su risa. Sus senos albinos a punto de salirse del escote que los aprisionaba. Sus pequeños pies blanquísimos en las sandalias romanas. Su suave vientre protuberante. Su hálito de regaliz. EI pliegue en su cuello corto, a guisa de collar de pelo de elefante. Sus luminosos e inmensos ojos saltones. Su nariz aguileña con pequeñas ternillas peludas. El aroma dulzón de sus axilas selváticas. Sus piernas demasiado largas, demasiado níveas. El apretón de sus manitas regordetas con uñas transparentes, como de sietemesina. El borbotón de sus palabras atolondradas: ~" Remedo de luciérnaga, lombriz, homúnculo con luces en el culo, tu esfuerzo por hallarme fuera nulo, si, en medio de esta tarde gris, diérase, no, este rendevous feliz. Dame tu mano, pájaro tonto, ya eres mío, demasiado pronto... Pues de todas las mujeres feas, que en disparatados cuentos leas, ¡tienes la mejor, aunque no creas!" El bus se encamina hacia la playa. La ruta describe una elipse incomprensible hasta llegar a los acantilados. El mar azul se pierde en lontananza sin dejarnos ver dónde termina y principia el cielo. Las gaviotas revolotean sin norte alguno. Hay un barco pesquero que retorna despacio por mitad de la bahía. Los árboles a lo largo de la carretera tienen flores azules unos, rojas otros. Nos hemos tomado de las manos sin decir nada. Por primera vez descubro que tiene la piel del rostro, de los brazos, de las 62


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piernas, de los pies cubierta de diminutas pecas doradas. Es única, irrepetible, inigualable... Llegamos al Bella Vista cuando ya ha caído la noche. Los jardines tienen aroma de azahar. Caminamos por entre los naranjos que a esta hora presentan perfiles fantasmales. De pronto, como por magia, se llena de lumbres el aire. Las luciérnagas, con sus chispazos, nos alumbran el camino, que con ser corto, resulta esta vez ser el más largo. La beso muchas veces envuelto en los relámpagos de un vórtice de cucuyas. Entramos por fin al hotelón, cuando ya es hora de cenar. Las casadas orondas cenan ya con sus esposos, cuarentones algo calvos con las narices enrojecidas por el sol y el viento marino que sopla siempre tierra adentro. Nos sentamos en una mesa con manteles rosados. Todo el mundo nos mira. Parecería que gustamos como pareja. Comemos ostras y bebemos champaña. Romelia monopoliza la conversación. Yo sólo atino a decir si. Terminada la cena y con el sabor de frescas uvas en la boca, nos levantamos a bailar. Siento su cuerpo tibio apegado al mío. Se desliza sobre el mármol como una nube, una nave, una sombra. Baila maravillosamente. Será por sus larguísimas piernas, que puede medir tan veloz y suavemente sus pasos. Los ojos de la concurrencia se han posado en nosotros y al término de la sonora salsa, nos aplauden. Salimos a la terraza desde donde se miran y se escuchan las cercanas rompientes del mar. Hay un olor salobre a ratos, cuando sopla el viento. Cuando amaina, volvemos a percibir los azahares. Abajo, en los jardines, se han apagado las luciérnagas. Nos retiramos a la habitación. La cama doble. Rosas en el florero. Chocolates en la almohada. Champú en la bañera. Nos sentamos a charlar en el balcón. Ella me cuenta cómo me observaba: Un hombre como cualquier otro, un animal rosado, con ralo y escaso cabello en la cabeza, nariz larga quemada por el sol, los grandes pies como dos chalupas varadas entre las rocas, la mitad inferior del cuerpo embutida en una calzona fluorescente, los antebrazos desmayados sobre unos muslos escuálidos. El avión de papel surcando el cielo cuajado de gaviotas. Las manos flacas, salteadas con bello rubio, recogiendo el correo aéreo con las palabras mágicas. Estamos juntos por fin. Ella se baña en una tina repleta de blancas burbujas. Se ducha y el agua resbala por su cuerpo desnudo. La piel brilla con un candor de marfil, sus nalgas de zapallo maduro revelan un leve tinte rosado. Sus senos albinos enseñan sus hociquillos hambrientos. La figura toda de la Eva eterna, madre del género humano, femenina perfecta, con los redondos hombros enjutos, los brazos caídos que rellenan con justeza la curvilínea del talle y descansan las manos sobre caderas mondas y lirondas. Las torneadas y suculentas piernas se hunden en las burbujeantes aguas como columnas en la inundada Venecia. Se seca mientras la contemplo y, al salir de la tina, teme resbalarse y pierde la postura semejando una pintura de Edgar Degas. Se le caen los lentes de contacto y los busca, desnuda, sobre la alfombra persa. Primera vez que veo su vagina colorada como una almeja. Encontramos las lunas perdidas y ella se las coloca en sus pupilas saltonas y brillantes. Lágrimas caen sobre sus mejillas y la humedad ha formado perlas sobre su casi imperceptible bozo. Nos zambullimos entre las sábanas y fingimos la más desaforada lujuria, cuando, en realidad, nuestro motivo es el amor.

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MicrorrELATO

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Arenas: Una manía

Es terrible. Hay dos cosas que me resultan irresistibles en este mundo: maullar cuando un gato se me cruza por delante y ficcionalizar todo lo que me rodea. Si me cuentan una anécdota, si alguien me cuenta algún problema, inmediatamente me descubro conformando los rasgos de una historia, imaginando el carácter o las manías de tal o cual personaje, seleccionando lo predominante y adecuándolo a mi especial perspectiva. Inevitablemente, cada día, cuando regreso a casa el mismo gato se me cruza en el camino. Es ese gato rabicorto manchado su pelaje blanco por el arrastrarse continuo debajo de los coches. El gato me mira (me conoce y qué pensará de mí) y emite un sonoro maullido. Sin poder remediarlo contesto con mi miau falsete que suena a lata. El gato parece aceptarlo como una tontería humana más, y perdona mi torpe tono desde sus ojos autosuficientes. A continuación, y casi como un gesto inconsciente y repetido, miro hacia atrás porque tengo la impresión de ser yo también un personaje que alguien imagina con la manía absurda de maullar cuando se cruza con un gato.

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José Manuel Martínez Sánchez: La morada del silencio

todavía las sombras nos ahuyentan del paraíso, pensó el poeta, herido de ensayar metáforas marítimas, de ensuciar bocetos de sueños dilapidados por el tiempo (dejó de escribir para prolongar el fin de su vida, los versos sacudían su calma habitual, volvía a atormentarse, volvía a sí mismo. escucha el viento porque él te revela las palabras. cuánta infancia inventada me declaró el viento. regresa a la noche pero ha olvidado mirar el cielo, sus metáforas caen al infinito otra vez sin estrellas que amortigüen la eternidad. qué transcurrir en la nada tan apresurado para quien no halla cobijo en el silencio. las palabras se revuelven contra él amordazándolo, construyéndolo. todo lo que fui en mí es un futuro preservado en el poema, debo escribirlo, se dijo sin llegar al convencimiento, ya nada le sonaba a verdad por eso regresó al reposo tan fatigado de renuncias, por eso dejó de morir tantas veces en un día. cómo descubrir una apariencia de verdad si sólo soy una forma de ficción, cómo creer en lo que no existe si es más clara la noche sin luna que la duda que me supone verdadero. se negó otra vez a asentir y así fue suprimiendo todas las sensaciones confusas. se hizo con la voz, enmudeció el alma, distanció su cuerpo del abismo, entregado a la luz artificial inspiró, miró el falso espejo) y se puso de nuevo las cadenas.

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José Eduardo Morales Moreno: Lamento

*Accésit II Premio de Relato Hiperbreve "Fiestas de la Facultad de Letras. San Isidoro 2004"

Nací en una página en blanco, al son del rasguido que un cirujano hacía en ella con un bisturí que expandía los finos flujos de mi sangre. En tan sólo tres líneas ya tenía treinta años, y en el sexto párrafo había muerto. Tres páginas después tenía trece años y rompía a pedradas los cristales de los edificios. Jamás tuve dos años, aunque sí he tenido setenta y tres...

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ENSAYO / Artículos

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Fernando Iwasaki: La visa múltiple como identidad en la narrativa peruana contemporánea

El propósito de esta conferencia es formular en alta voz algunas reflexiones más literarias que filológicas y más humorísticas que sociológicas, sobre uno de los valores extra-literarios más apreciados en las obras literarias del Perú. A saber, su presunta misión o capacidad para interpretar, definir o acrisolar la identidad peruana. El crítico Antonio Cornejo Polar lo resumía así: “La revelación y crítica de la realidad del país ha sido y sigue siendo una tenaz obsesión de la narrativa peruana desde, por lo menos, el siglo pasado. Como es evidente, tales funciones implican, a veces de manera soterrada o tangencial, la construcción de una imagen y de un proyecto de nación 2”. Aunque no descarto que algunos narradores peruanos escriban poseídos por la honesta y legítima ambición de fraguar una obra que dilucide totalmente al Perú y explique de una vez por todas qué es, cómo es y dónde vive; pienso que la “revelación y crítica de la realidad del país” no es precisamente una obsesión de los narradores, sino más bien de los críticos, filólogos, periodistas y estudiosos varios de la realidad peruana. Durante mis años de estudiante universitario aprendí que la literatura peruana comenzaba con Vallejo y que todos los autores anteriores eran calificados como «coloniales», con la honrosa excepción del indio ladino Felipe Guamán Poma de Ayala, cuya Nueva Corónica era considerada el paradigma de la «visión de los vencidos» y de la literatura andina, en oposición a los Comentarios Reales del Inca Garcilaso, mestizo hispanófilo que vivió, escribió y murió en Andalucía. ¿Sería menos andina la Nueva Corónica si llegara a demostrarse que Guamán Poma no era el indio quechuahablante que todos creíamos, sino el jesuita criollo Blas Valera? 3 Personalmente pienso que no, porque sus credenciales andinas son evidentes. Lo que ya no sería admisible, es su condición de cimiento de la identidad peruana. En realidad, el concepto de «identidad» aplicado a la historia de la literatura peruana cumple una función canónica, pues a partir de ciertas nociones preconcebidas de lo «peruano», lo «andino» y lo «nacional», consagra las obras y autores que deberían perdurar dentro del canon. Así, para muchos críticos existen autores más peruanos que otros, e incluso autores que ni siquiera tendrían que ser considerados peruanos. El caso de Vargas Llosa es el más representativo, pues se podría hacer un inventario muy prolijo de estudios y ensayos dedicados a demostrar que las novelas y narraciones de Vargas Llosa no deberían formar parte de la literatura peruana porque su público es internacional, porque la recepción peruana de sus obras es periférica, 2

1. Antonio CORNEJO POLAR: «Profecía y experiencia del caos: la narrativa peruana de las últimas décadas», en Literatura peruana hoy. Crisis y creación, Karl Kohut, José Morales Saravia y Sonia Rose [Editores], Vervuet (Frankfurt, 1998), p. 27. 3 Ver las actas del seminario convocado al respecto en Francesca CANTÚ [Compiladora]: Guamán Poma y Blas Valera. Tradición Andina e Historia Colonial. Actas del Coloquio Internacional. Instituto Italo Latinoamericano (IILA). Antonio Pellicani Editores (Roma, 2001).

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porque no es andina o simplemente porque no contribuye a definir la identidad peruana. Y aquí entro yo con mi circunstancia -como decía Ortega- porque mi narrativa no es andina, mis libros apenas llegan al Perú y no niego que también me gustaría tener un público internacional. Por lo tanto, aunque les dijera que en mis narraciones refulge nevada y precolombina la telúrica identidad peruana, teniendo un apellido japonés y viviendo en Sevilla, no espero que me crean en Londres. Por eso he venido a hablarles de identidades, visados y pasaportes, que al final es lo único que cuenta cada vez que uno viaja para hablar de literatura. Entre 1914 y 1915 vivió en Southamptom un olvidado escritor peruano. Se llamaba Félix del Valle y fue fundador de las revistas «Colónida» y «Amauta». En Lima publicó una plaquette titulada Prosas poemáticas (1921) y desde 1923 se instaló en España, donde colaboró en diversos periódicos, ganó premios de crónicas literarias y compartió veladas jondas con García Lorca, Bergamín, Manuel Machado y Cansinos-Asséns. De aquellos años republicanos y flamencos nos queda su libro El camino hacia mí mismo (1930), una novela absolutamente vanguardista que lo mismo transcurre en los cabarets de París, en los tablaos sevillanos o en las tabernas de Bristol. Félix del Valle peleó en el bando republicano y tras la guerra civil española tuvo que exiliarse una vez más en Buenos Aires, donde escribió cuatro nuevos libros sobre arte flamenco, estampas andaluzas y viajes por España. Sin embargo, Félix del Valle no está dentro del canon de la literatura peruana, tampoco aparece en los inventarios de literatura española y mucho menos en los de Argentina. Hace un momento he citado a Mario Vargas Llosa, pero con quien me identifico en realidad es con el último Félix del Valle, ese peruano que escribía en Buenos Aires sobre Andalucía. Hace diez años, la diputación provincial de Huelva reeditó mi primer libro de cuentos –Tres noches de corbata- y tuvo la gentileza de invitarme a firmar ejemplares en su caseta de la Feria del Libro de Huelva. Sólo dediqué un libro en todo aquel día y ni siquiera era mío. Corrían las ocho de la noche cuando una señora puso delante de mí Los inconsolables de Kazuo Ishiguro. «Usted perdone» -le dije- «¿De verdad quiere que le firme este libro?». «¿Fernando Ishiguro, no?», me respondió. Yo la contemplé perplejo mientras miraba a hurtadillas la foto del autor, pero al verla sonreír puse cara de Ishiguro y le dediqué Los inconsolables «con todo mi cariño». ¿Alguna vez habrá dedicado Ishiguro un libro mío? Ishiguro que no. En el Perú a nadie le extraña que uno tenga un apellido japonés, porque desde la escuela convivimos con amigos que tienen nombres italianos, eslavos, chinos, judíos, anglosajones, portugueses, armenios, alemanes y -por supuesto- japoneses. Sin embargo, en España no es así y la gente todavía se extraña cuando uno tiene un nombre raro sin ser futbolista. Sung-Lee juega en la Real Sociedad, Makukula es delantero del Sevilla y todo el mundo sabe que Milosevic es del Osasuna, pero el Iwasaki de los periódicos no parece un columnista comunitario. Una vez un señor me detuvo en la calle y me abrazó emocionado: «Iwasaki, siempre te leo y te felicito». «Muchas gracias» -le dije- «Me alegra que le gusten mis artículos». «Qué va, tus artículos no me gustan ni mijita» -contestó- «Yo te felicito por lo bien que has aprendido a escribir en español. Coño, que se te entiende todo». ¿De qué hubiera servido que mis libros estuvieran perfumados por la flor de papa de la identidad

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peruana, si aquel hombre sólo veía un ikebana? Me despedí con una venia la mar de japonesa. Pero los malentendidos son más curiosos cuando viajo, ya que en los aviones me sirven menú japonés sin consultarme y en los hoteles me suelen dejar una relación de los templos shintoístas locales. No obstante, la pregunta más rocambolesca me la formuló hace apenas un año un policía del aeropuerto Kennedy de Nueva York: «¿Por qué usted viaja con pasaporte español si tiene apellido japonés y ha nacido en Perú?». Ese policía ignoraba que su futuro no estaba en la aduana del aeropuerto sino en la crítica literaria, pues cada día surgen nuevas aduanas literarias o filológicas donde a uno le exigen el pasaporte de la identidad nacional. ¿Por qué hay que ser de un solo país cuando se puede ser de todos y de ninguno? A ciertos críticos les irrita que algunos escritores hispanoamericanos no ambienten sus historias en sus países de origen o que ni siquiera mencionen a sus países de origen en sus narraciones, porque tienen asumido que un genuino escritor «nacional» siempre escribirá novelas o cuentos que transcurran en su país y con personajes del mismo país, ya que de no hacerlo ni serían escritores, ni serían nacionales, ni harían literatura. Sin embargo, para mí Lolita es una novela extraordinaria y me trae sin cuidado que su autor haya sido un ruso que escribía en inglés. ¿Acaso La Cartuja de Parma no es una de las cumbres de la literatura universal, a pesar de transcurrir en Italia y de haber sido escrita por un francés? Ignoro si las novelas de Conrad han contribuido a definir la identidad nacional polaca, pero el infierno africano que nos narró en inglés –me refiero a El corazón de las tinieblas- es un libro que nos sumerge en los pantanos más siniestros de la condición humana. ¿Henry James es considerado un escritor exótico en Inglaterra y T.S. Eliot un poeta «colonial» en Estados Unidos? ¿Qué se le perdió a Shakespeare en Dinamarca y en Italia? ¿Por qué Thomas Mann no escribió «Muerte en Hannover», con lo bonito que es Hannover? La literatura siempre ha sido un mundo global y sin fronteras desde los tiempos de Homero -ese griego que ambientaba sus poemas en Turquía- y por eso no comprendo las críticas contra los escritores latinoamericanos que sitúan sus ficciones en cualquier lugar del mundo. Los mexicanos Jorge Volpi 4 e Ignacio Padilla 5 tienen excelentes novelas ambientadas en Suiza, Francia y Alemania; el boliviano Edmundo Paz Soldán es autor de una obra que transcurre en los campus de Madison y Berkeley 6; el peruano Iván Thays construye en Busardo su propio territorio literario y mediterráneo 7; el colombiano Santiago Gamboa nos demuestra en Los Impostores 8 que «siempre nos quedará Pekín»; y el chileno Roberto Bolaño lo mismo ambientaba sus novelas en París o el Distrito Federal mexicano 9, escenario de la fastuosa Mantra de Rodrigo Fresán, quien acaba de publicar una maravillosa novela dedicada a los jardines de

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VOLPI, Jorge: En busca de Klingsor. Seix-Barral (Barcelona, 1998) y El fin de la locura. Seix-Barral (Barcelona, 2003). 5 PADILLA, Ignacio: Amphitryon. Espasa (Madrid, 2000). 6 PAZ SOLDÁN, Edmundo: La materia del deseo. Alfaguara (Madrid, 2001). 7 THAYS, Iván: El viaje interior. Peisa (Lima, 1999). 8 GAMBOA, Santiago: Los impostores. Seix-Barral (Barcelona, 2002). 9 BOLAÑO, Roberto: Los detectives salvajes. Anagrama (Barcelona, 1998) y Monsieur Pain. Anagrama (Barcelona, 1999).

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Kensington 10. ¿Y qué decir de las ficciones japonesas de Mario Bellatín 11 o de los paraísos magrebíes de Alberto Ruy Sánchez 12, por no hablar de los desterrados italianos del ecuatoriano Leonardo Valencia 13, de las intrigas saharianas del argentino Alfredo Taján 14 o de los esperpentos españoles del venezolano Juan Carlos Méndez Guédez 15? La fantasía y la literatura no sólo carecen de fronteras, sino que a través del hechizo de la lectura podemos abolir el tiempo lineal y convertirnos en contemporáneos de Homero, Stendhal, Tolstoi o Eça de Queirós. ¿Cuántos narradores españoles contemporáneos despertaron a la literatura gracias a los escritores latinoamericanos? Beatus Ille de Muñoz Molina surge al conjuro de Cien años de soledad y El jinete polaco es un alarde de las técnicas aprendidas en la lectura minuciosa de Vargas Llosa y Onetti; la obra de Enrique Vila-Matas sería impensable sin la influencia de Borges, Arreola, Monterroso y Cortázar, y las novelas de Eduardo Mendicutti tienen una deuda evidente con Manuel Puig y Guillermo Cabrera Infante. Sin embargo, tampoco la narrativa de García Márquez sería posible sin las improntas de Faulkner, Kafka y Hemingway, por citar sólo un ejemplo de entre todos los autores del «boom». No existe el escritor nacional químicamente puro, cuya literatura no esté contaminada por lecturas de otras culturas y tradiciones, de otros tiempos y lenguas. Y aunque existiera no me siento capaz de considerar una expresión de riqueza el que aquel escritor sólo hubiera leído a los autores de su propio país. Todo lo contrario, para mí sería una forma de pobreza y un síntoma de aridez intelectual. Sin embargo, algunos críticos como Timothy Brenan, aseguran que “ciertos sectores ilustrados del Tercer Mundo han empleado la novela como un artefacto a través del cual se han presentado y legitimado culturalmente ante las metrópolis, las cuales, a su vez, han permitido que esta forma cosmopolita, la novela, desempeñe un papel nacional sólo en la arena internacional” 16. Esta hipótesis, desarrollada a lo largo de un sugerente libro –At Home in the World 17 - se propone demostrar cómo Salman Rushdie, Julio Cortázar, Hanif Kureishi, Alejo Carpentier, Tariq Alí, Jorge Luis Borges o Vikram Seth, entre otros, son escritores que se han posicionado en el mercado internacional a través del cosmopolitismo impostado de sus fabulaciones. Miren por dónde los extremos se tocan, pues las teorías políticamente correctas de Brennan al final se han encontrado con las teorías políticamente incorrectas de Samuel Huntington 18, porque ambas suponen la existencia del Otro tercermundista.

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FRESÁN, Rodrigo: Mantra. Mondadori (Barcelona, 2001) y Jardines de Kensington. Mondadori (Barcelona, 2003). 11 BELLATIN, Mario: El jardín de la señora Murakami. Tusquets (México, 2000) y Shiki Nagaoka: una nariz de ficción. Editorial Sudamericana (Buenos Aires, 2001). 12 RUY SÁNCHEZ, Alberto: Los jardines secretos de Mogador. Alfaguara (Madrid, 2001). 13 VALENCIA, Leonardo: El desterrado. Debate (Madrid, 2000). 14 TAJÁN, Alfredo: Continental & Cía. Espasa (Madrid, 2001). 15 MÉNDEZ GUÉDEZ, Juan Carlos: Arbol de luna. Lengua de Trapo (Madrid, 2000) y Una tarde con campanas. Alianza (Madrid, 2004). 16 Timothy BRENNAN: «The National Longing for Form», en Nation and Narration, Homi BHABHA [editor+). Routledge (London, 1990) pp. 44-70. 17 Timothy BRENAN: At Home in the World. Cosmopolitanism Now. Harvard University Press (Cambridge, 1997). 18 Samuel P. HUNTINGTON: The Clash of Civilizations. Simon & Schuster (New York, 1996).

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Uno de los conceptos más divertidos e interesantes de la sociología y de la moderna crítica literaria es la idea del Otro. El Otro no se puede dilucidar porque entonces dejaría de ser el Otro. Sin embargo, a veces el Otro asoma el plumero a través del arte, la literatura y los documentos etnográficos, aunque los estudiosos saben de sobra que cualquier representación del Otro lo convierte en otro. O sea, en uno de ellos. O de nosotros, según. El Otro es la negación del antropocentrismo, de la civilización y de lo occidental, pero nadie ha encontrado al Otro en estado puro, porque o no sería el Otro o no sería puro. De ahí que la obsesión de muchos investigadores se limite a oír la voz del Otro o a decodificar la mirada del Otro, propósitos encomiables sin duda y sin duda condenados al fracaso, pues el más tenue intento hermenéutico de teorizar la comprensión del Otro distorsionaría su identidad cultural y lo dejaría como a cualquier otro. Es decir, como uno de ellos. O de nosotros, según. ¿Cómo podría reconocer un crítico literario del Primer Mundo la identidad nacional –la esencia- del Otro tercermundista, si tal cosa es epistemológicamente imposible? Y lo peor de todo es que el Otro está empeñado en dejar de ser el Otro y convertirse –por ejemplo- en ciudadano de los Estados Unidos de América, privilegio que nos permite votar en Patterson-New Jersey o morir en Bagdad-Middle East. Cada vez que abro la página web de un periódico peruano, me encuentro un link fosforescente que dice: «Contacta con nosotros y consigue tu visa múltiple e indefinida para los Estados Unidos». Yo no quiero creer que la literatura sea una suerte de visa múltiple e indefinida que se estampa sobre nuestros humildes pasaportes peruanos, para permitirnos circular por el Primer Mundo en calidad de escritores pseudo cosmopolitas. No acepto las aduanas culturales y no le reconozco a nadie la autoridad de exigir el pasaporte literario, aunque mi exilio final sea el olvido, como el del escritor Félix del Valle. Más bien, lo que me propongo tener es una identidad múltiple e indefinida –peruana, japonesa, italiana y española, con sus respectivos pasaportes- para horror de los críticos literarios y de los policías del aeropuerto Kennedy. Fernando Iwasaki www.fernandoiwasaki.com Londres, 12 de Octubre de 2004 NOTA DE LA REVISTA.- Este texto fue pronunciado por su autor, el escritor Fernando Iwasaki, en el Instituto Cervantes de Londres, pero su publicación es inédita.

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José Manuel Martínez Sánchez: Desestructuración de la estructura estética: el arte sin el arte

Se da la salud cuando hay en el cuerpo unidad armónica, la belleza cuando la unidad mantiene unidas las partes, y la virtud en el alma cuando la unión de las partes resulta de un acuerdo. PLOTINO (Enéada VI, Sobre el Bien o el Uno)

¿Qué es lo bello? Nietzsche escribió que en lo bello, el hombre se establece a sí mismo como criterio de perfección. El filósofo alemán no consideró lo bello en sí como un concepto sino como una apreciación inestable y humanizada. No existe lo bello en sí, solamente la cuestión de la belleza obedece a un relativismo narcisista. Así los griegos construían sus templos según una percepción de equilibrio referida a lo humano. La concepción de la belleza indudablemente es un juicio humano que, en determinados casos, busca su reflejo en lo propiamente humano, pero en otros casos en la Naturaleza, en Dios o en el Universo, por ejemplo. Más allá de esas referencias el criterio nunca dejará de ser susceptible de la mirada estética que en última instancia siempre será humana y en consecuencia alterable. Una de las funciones principales y más empleadas del arte es la representación de la belleza, es decir, el intento de mostrar o de capturar lo bello. Esta función o característica es ciertamente moderna teniendo en cuenta que el ‘intento’ es una acción consciente. Pero cuando el artista no ‘intenta’ representar la belleza es también potencial portador de ella y en su obra podrá percibirse o vislumbrarse sólo si participa en la estética, esto es, en la percepción o apreciación humana de la belleza. El artista es portador, de este modo, de una belleza ya sometida a juicio, una belleza creada, asimilada, con una historia y una anatomía concreta. La concepción de la belleza es también relativa en el tiempo. Por eso, cuando el llamado ‘arte moderno’ intenta la ruptura de los criterios estéticos diacrónicos no nos queda más remedio que formular otra teoría de la estética que se adapte a esa llamada ‘belleza’. Y este es el debate de nuestro tiempo: ¿qué es lo bello, entonces? Ni siquiera el arte siempre ha pretendido la belleza ni lo pretende ahora, así que convendría dejar a un lado la discusión sobre el arte como instrumento de representación de la belleza para tratar de definir lo bello en sí: ¿cómo puede existir un medio de expresión de la belleza si ésta es inexpresable en la teoría? Una de las causas de este intento de definición frustrada la encontramos en el arte moderno: en la desestructuración de la estructura estética. Así defino, con estas palabras, un fenómeno natural que se sostiene precisamente en la incapacidad de sostener la tradición estética. Este fenómeno ocurre con periodicidad desde siempre pero donde se hace más evidente es a partir del siglo XX y no es producto primero del arte y de sus posibilidades, sino del hombre, como apuntaba Nietzsche, del hombre: que se establece a sí mismo como criterio de perfección. Ortega no se refirió a la deshumanización del arte como una posibilidad más del arte, sino como una consecuencia revelada en una introspección artística en el arte cuyo resultado es una 74


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obra que no refleja lo humano sino una especie de ‘nuevo Prometeo’ llamado Arte. Este arte se emancipa de las características humanas que lo desatan, como Frankenstein, y se pregunta indirectamente por él mismo, por su naturaleza y destino. No es un meta-arte ya que no tiene por qué establecer un discurso sobre sí mismo puesto que su característica esencial es la ausencia de discurso como en Frankenstein la ausencia de alma. No es el arte por el arte de los románticos alemanes sino el arte sin el arte. Volvemos a preguntarnos: ¿qué es la belleza? Y la pregunta sigue sin respuesta al igual que si nos preguntásemos: ¿quiénes somos?, ¿adónde vamos?, etc. Los discursos se agotan y no por necesidad sino, todo lo contrario, por diversidad. Los discursos se agotan (No nos quedan más comienzos nos afirma George Steiner) porque el hombre está agotado de inventarse expresiones sobre la expresión inexpresable. No hay belleza que no sea humana, ni siquiera la belleza divina, esa que atribuimos a nuestro anhelo más necesario y que llamamos ‘perfección’. Podríamos aceptar, como Schopenhauer, que la vida nunca es bella y únicamente son bellos los cuadros de la vida. Podríamos pensar únicamente que la belleza obtenida en el arte es fruto del desarrollo de una técnica en constante intento de perfección humana. Félix Grande asemeja la esencia del soneto al Universo basándose en una teoría del matemático René Thon que decía que en el Universo, todo lo que no es magia o ciencia es forma. Félix Grande nos explica que en el universo del soneto se reúnen magia, ciencia y forma. Y se hace una pregunta: ¿Tal vez en toda la poesía?¿Tal vez, me pregunto yo, no sea la belleza la que rige este universo de creación? Mi deducción no se basa, evidentemente, en un propósito positivista, pues intentar acometer tal empresa rebasaría los límites de la coherencia. Y es que la coherencia antropocéntrica es una actividad paradójica. El hombre es el centro pero siempre queda superado por su razón dogmática, el hombre es el único protagonista pero nunca cesa de improvisar, el hombre es el que establece las categorías y éstas no atienden nunca a un orden duradero. No podremos emprender definiciones constantes de conceptos que además de ciencia y de forma les constituye una cualidad mágica. Incluiría esta conclusión en el ámbito amplísimo de la metafísica. Las dos cuestiones principales que he abordado: la búsqueda de la definición de la belleza y la imposibilidad del arte de expresarla (o posibilidad efímera) por su continua desestructuración tienen un antecedente vital y metafísico: la sustancia indefinible de lo existente. No he formulado una crítica a la teoría estética -la cual defiendo y considero necesaria- pues nos servirá para comprender cuál es nuestra percepción o estimación de la belleza en un espacio temporal diacrónico y sincrónico. La teoría estética generalmente constata y estudia las evidencias de lo existente o especula con ellas pero no con la sustancia última que las constituye. Por eso el inagotable debate se inicia cuando nos planteamos si la belleza está en las cosas por sí mismas o atiende a la manera particular en que percibimos las cosas. Si nos alejamos de la realidad material, de lo empíricamente comprobable en la definición de lo bello nos adentramos sin remedio en el terreno de lo metafísico. Y en este terreno filosófico es en el que hay que saber habitar sin temor a sueños o razones dogmáticas, abiertos a ensayar sobre el ser de las cosas. ¿Qué es lo bello? Es una pregunta metafísica, luego no es posible obtener una constatación irrefutable. Pero sí es posible valorar la grandeza de la pregunta y estimar la amplitud de sus respuestas.

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Valmore Muñoz Arteaga: El cristo de Mario Briceño-Iragorry

1.- A modo de introducción Mario Briceño-Iragorry, escritor venezolano nacido en Trujillo en 1897 y fallecido en Caracas en 1958, va a construir un importante legado en el debate de las ideas ocurrido en Venezuela en las primeras cuatro décadas del siglo; un debate de ideas que pretendió, con algo de éxito, definir los patrones políticos, económicos, sociales y culturales de una país que abría los ojos a la modernidad. Obras de importancia fundamental como Tapices de historia patria, El caballo de Ledesma, Mensaje sin destino, Alegría de la tierra, Aviso a los navegantes, entre otras, comprueban el interés de Briceño-Iragorry por definir el perfil de Venezuela ante el mundo y ante ella misma. En esa búsqueda de conceptos, el trujillano entiende que no puede alcanzar dicha definición sin antes proceder en la renovación del mundo espiritual del venezolano. Según él, nada puede ni tiene sentido sin admitir la presencia de Dios en la vida y obra del hombre, en tal sentido, su análisis social y cultural para primero por un análisis espiritual centrado en su fe en Cristo y en la doctrina católica. Es por ello se siente en la necesidad de fijar posición acerca del Cristo que decide seguir y a quien le va a brindar importante hermosas páginas de sus obras. Briceño-Iragorry está convencido de que Venezuela debe transitar un camino revolucionario, debe romper con todo y emprender un nuevo camino, pero esa revolución, ese camino debe estar orientado por un espíritu evangélico. Este espíritu evangélico debe elevarse desde el mismo corazón de la cultura y de la historia. El siglo XX abrió las puertas a la difamación de lo humano, a la postulación del atropello como elemento muchas veces dignificador y a la justificación incomprensible del pecado. Quienes se garantizaban en el siglo XX como garantes de un orden de convivencia fueron los más atroces instigadores de la abominación y la postración del espíritu, baste recordar la Alemania nazi, la Unión Soviética comunista y los Estados Unidos de siempre. Esta alarmante avanzada del materialismo y su interpretación religiosa en el ateismo, preocupó notablemente a Briceño-Iragorry que entendía al mundo sólo a través un cristianismo evangélico; es decir, centrado en la vida de Cristo, en donde imperan principios fundamentales como la caridad, la solidaridad, la tolerancia y el respeto. Entonces se insinuaba ya en el mundo cristiano y hoy se encuentra vivo y actuante en casi todos los países adscritos a ese credo religioso, un catolicismo innovador que Briceño-Iragorry destaca entusiasmado como “nueva revolución”. Su objetivo estaría representado en asideros reales y auténticos donde se proyectaría el mensaje de Cristo rescatado, a casi dos mil años de su presencia en la tierra. (VERA. 1987:68).

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Briceño-Iragorry va a responder al mundo a través de un Cristo renovado y de pertinencia en la dinámica social. Por ello parte de un Cristo reelaborado por la literatura del siglo XX y por el pensamiento que venía tejiéndose desde Francia por medio de la Acción Católica Obrera. En el Hijo de Agar publicado en 1954, escribe lo siguiente: En Francia ha comenzado una nueva “revolución francesa”. Ahora sus signos no son el despótico gobierno de la diosa Razón, sino la búsqueda de realidad para el Mensaje de Cristo. En Lyon no habrá nuevo Fouché que sacrifique masas humanas. De Lyon, por el contrario, salen voces que admonitan para la debida contrición de los culpables (BRICEÑO-IRAGORRY. 1954:11) Es en este momento donde logra perfilarse la obra católica de Mario BriceñoIragorry y su visión de un Cristo renovado; un pensamiento pacífico en donde predomina la igualdad entre los hombres en todos los órdenes y un espíritu impulsor que guié el camino del mejoramiento de las condiciones materiales de la vida y cubra con éxito real las carestías cardinales en el plano de la dignidad humana. En tal sentido, perfilará un Cristo acorde con esta nueva y renovadora concepción del hombre y la sociedad, un Cristo que se tejía ya desde una transfiguración ficcional, un Cristo que decidía a bajarse de la cruz para ensuciarse las manos con los más pequeños y necesitados. En tal sentido apunta hacia el Jesucristo rescatado para la literatura por Papini y Kazantzakis. 2.- La literatura y Cristo. Un bosquejo Durante el siglo XX la literatura moderna fijó como patrón para la creación de novelas, poemas y dramas la imagen de Jesucristo. Directa o indirectamente, Cristo sede su imagen para la elaboración de un discurso que permitiera al hombre moderno reencontrarse con la sensibilidad humana. Ejemplos de ello tenemos La montaña mágica de Thomas Mann, Ulyses de James Joyce, Emanuel Quint de Gerhart Hauptmann, La uvas de la ira de John Steinbeck, Una fábula de William Faulkner, Gato y ratón de Günter Grass. Por supuesto, también existen ejemplos de escritores que emprendieron la aventura de reescribir la vida de Cristo como Charles Dickens, Selma Lagerlöf. Francois Mauriac, aunque debemos incluir en esta rama a los directores que dieron al cine una nueva dimensión a la presencia del Mesías, desde Pier Paolo Pasolini hasta Martin Scorsese. Hay que aclarar que la figura de Cristo en la literatura moderna a menudo no refleja en absoluto a Cristo en sus acciones relatadas en los Evangelios. El autor es libre de hacer lo que quiera con la figura de Cristo, pero las creencias del escritor determinarán el significado de su imaginería y simbolismo. Pero demasiado a menudo los críticos pasan por alto la distinción, cuando tienen a hablar vagamente de temas cristológicos en literatura, queriendo decir en realidad que una obra tiene forma transfigurativa, o bien hacen de Jesús y Cristo figuras intercambiables (ZIOLKOWSKI. 1982:24), como sucede en el caso de Siddharta de Hermann Hesse. De todos estos casos debemos rescatar al Cristo elaborado por Papini y Kazantzakis que es el eje central en el análisis de Cristo hecho por Briceño-Iragorry en su obra

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3.- Mario Briceño-Iragorry frente al Cristo de Papini Giovanni Papini figura como una de las más altas representaciones de la literatura italiana del siglo XX, es un toscazo converso que combatió violentamente el caos mental de su momento. En la primera mitad de su vida, Papini fue un intelectual convencido de que Dios no existía en modo alguno. Sin embargo, en la mitad exacta del camino de su vida, entre la primavera y el verano de 1918, mientras la guerra seguía todavía, en su alma comenzaba la última y decisiva batalla existencial. Cabe decir que esta crisis en Papini no tiene ninguna explicación. En su célebre libro Un hombre acabado escribe: Hijo de padre ateo, bautizado a escondidas, crecido sin predicaciones y sin misas, no he tenido nunca eso que se llama crisis de alma… Para mí, Dios no ha muerto nunca, porque no ha estado nunca vivo en mi alma (PAPINI. 1982: 67) Sin embargo, el 16 de mayo de 1918 escribía a su amigo Cesare Angelini, entonces capellán militar en el frente, hablándole de una lenta, pero profunda transformación espiritual. Papini afirma haber descubierto la presencia de Dios en su alma, un descubrimiento que siempre había estado en los Evangelios que casi nadie aplica y vive. Un año después comienza a escribir La historia de Cristo que vio la luz en 1921. Desde ese momento, Papini no dejó de ser un cristiano sui generis, violento y polémico, sin cambiar el estilo personal de su dramática juventud, pero dedicada a un solo ideal, el de hacer que los hombres sean mejores después de haberle leído. La historia de Cristo de Papini es un libro en donde desea y logra desentrañar a un Jesús vuelto una maraña por la Iglesia y la vida moderna. Escribe Papini en su introducción: La Gentilidad y la Cristiandad nunca podrán soldarse entre sí. ANTES DE CRISTO Y DESPUÉS DE CRISTO. Nuestra era, nuestra civilización, nuestra vida empieza con el nacimiento de Cristo. Lo que fue antes de su venida podemos buscarlo y saberlo, pero no es más nuestro, está señalado con otros números, circunscrito en otros sistemas, no agita más nuestras pasiones: puede ser todo lo bello que se quiera, pero está muerto. César, en sus tiempos, hizo más ruido que Jesús, y Platón enseñaba más ciencia que Cristo. Todavía se habla del primero y del segundo, pero ¿quién se acalora por César o contra César? ¿Y dónde están, hoy, los platónicos o antiplatónicos? En cambio, Cristo está siempre vivo en nosotros. Existe una pasión por la pasión de Cristo y una por su destrucción. El enfurecerse de tantos contra él dice bien claramente que todavía no ha muerto. Los mismos que se desviven por negar su doctrina y su existencia pasan la vida recordando su nombre (PAPINI. 1964:11) Papini proviene del corazón del Futurismo nacido en Italia a comienzos del siglo XX, que rechazaba la estética tradicional e intentó ensalzar la vida contemporánea, basándose en sus dos temas dominantes: la máquina y el movimiento. Movimiento que no estaba dispuesto a simpatizar con instituciones como la Iglesia, considerada por ellos peligrosamente retrógrada: “Nosotros querremos combatir encarnizadamente la religión fanática, inconsciente y snob del pasado, alimentada por la existencia nefasta de los museos” (ENCICLOPEDIA VIRTUAL ENCARTA). Y probablemente esto

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hace ganar el interés de Briceño-Iragorry por el italiano, ya que en cierta medida, sus orígenes tienen ciertas similitudes. El joven Briceño-Iragorry fue un librepensador terrible y atomizador: Yo era (…) un violento iconoclasta. Atravesaba a los veinte años esa crisis donde la pedantería supera a la duda y con la cual muchos jóvenes continúan buscando ribetes de distinción. Moda era entonces rebelarse contra la fe de los padres y hacer el antirreligioso (BRICEÑOIRAGORRY. 1988:476) Los sistemas filosóficos investigados por Papini no pudieron brindarle ninguna respuesta satisfactoria ante la gran problemática del hombre, allí convergen el italiano y el joven trujillano. Y cuando BriceñoIragorry define la conversión de Papini, tan sólo está explicando su propia conversión: Su retorno a Cristo es de tal modo obra de una precisa experiencia personal, el resultado de una revisión paciente de sus caudales intelectuales y de su acervo emocional. Su obra está por ello escrita en un lenguaje tan humano que se ha hecho acreedora de comentarios contradictorios de parte de muchos cristianos. (BRICEÑO-IRAGORRY. 1991:248) El Cristo de Papini es un Cristo viril, un hombre que seduce con la energía que le brinda la imagen frente a los mercaderes del templo. Un Cristo feo como el de Alexéi von Jawlensky y de la escuela rusa, “un Cristo posible en medio de la sociedad de los hombres, lleno a su vez del espíritu del Padre Todopoderoso” (ÍDEM) En Papini encuentra Briceño-Iragorry, más allá de las iluminaciones místicas de Kempis y los místicos españoles, un nuevo vitalismo concentrado en la existencia. De ese contacto nace el humanismo trascendente que relucirá en su obra madura. El Cristo de Papini le colocará en el camino de la fe renovada, la que él creyó perdida. Este Cristo es el ágora, el Cristo callejero que le gente espera y anhela el mundo. Imagen capaz de contraponerse con ventaja a tantas desviaciones positivistas consideradas por él como una forma de experiencia demoledora y ascosa (VERA. 1987: 64) Escribe Briceño-Iragorry: El hombre del siglo XX necesitaba oír hablar de Cristo en lenguaje cargado de realidad humana. No era con el estilo denso de los teólogos ni con las frases tetánicas de los místicos como precisaba que hiciese su reaparición en el mundo de los descreídos el Cristo salvador (…) necesitaba hablar un lenguaje rotundo, directo, acendrado, demoledor, como para hacerse oír de oídos tupidos (BRICEÑO-IRAGORRY. 1969:177) Briceño-Iragorry desde las páginas de Papini, pretende hacer caminar a Cristo por las calles, a frecuentar lo cotidiano de la vida humana más allá del fingimiento tradicional. El Cristo que va a asumir Briceño-Iragorry será “el Cristo vital renacido en su más sencilla y acogedora realidad” (VERA. 1987:66)

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El otro autor que va a definir esta nueva visión de Jesucristo en la vida y obra de Mario Briceño-Iragorry será el griego Nikos Kazantzakis y sus dos terribles y vitalistas libros Cristo de nuevo crucificado y La última tentación de Cristo. 4.- Mario Briceño-Iragorry frente al Cristo de Kazantzakis Nikos Kazantzakis escribe entre 1948 y 1951 sus dos grandes novela sobre Cristo: Cristo de nuevo crucificado, cuyo título en griego sería La pasión griega, y La última tentación de Cristo. Luego de su misticismo juvenil, Kazantzakis llegó a reflexionar a Jesucristo como un héroe espiritual en el mismo nivel que otros mitos heroicos de la humanidad. Esta visión de Cristo refleja una actitud que Kazantzakis compartía con varios escritores y estudiosos de la religión del años veinte. De igual manera y durante su época marxista, el griego llegó a ver el comunismo como una religión, actitud que afectó considerablemente la visión que de Jesucristo tenían muchos escritores en los años treinta. Estas posiciones crearon un desplazamiento del Cristo de la fe al Jesús de la historia humana. “En su obsesión por la psicología del salvador y su imitador moderno, Kazantzakis está mucho más cerca de Hauptmann que de la generación siguiente de escritores” (ZIOLOKOWSKI. 1982:152) La última tentación de Cristo resulta una visión psiquiátrica de Cristo fundamentada en un estado de profunda exaltación religiosa, con un amor ferviente a él. La actitud del escritor es una mezcla imprudente de la antipatía liberal de la consabida imagen desfigurada de Jesús y la identificación alucinatoria del Quint de Hauptmann. Fue una concepción predominantemente humana de Jesús que originó la amenaza de excomunión del autor de la Iglesia Ortodoxa Griega. Sin embargo, Kazantzakis lo hace para que desde lo humano pueda ser posible entender, amar y seguir la pasión como si fuera nuestra. En el prólogo de La última tentación…Kazantzakis escribe: “Si él no tuviera dentro ese cálido elemento humano, nunca sería capaz de tocar nuestros corazones con tal seguridad y ternura; no sería capaz de convertirse en un modelo de nuestra vidas” (ÍDEM) Lo que intenta rescatar Kazantzakis es justamente un salvador humano, cuya imagen ha sido limpiada de los atributos inauténticos que el cristianismo convencional le ha conferido. Sobre Kazantzakis y sus libros escribe Briceño-Iragorry: Nikos Kazantzakis ha producido un tremendo impacto en la apreciativa cristiana del momento. Su extraordinaria novela “Cristo de nuevo crucificado” es una formidable requisitoria dirigida a la conciencia de quienes, llamándose cristianos, no se preocupan por nada de los contenidos del mensaje de Cristo (BRICEÑO-IRAGORRY. 1991:211) Más adelante agrega: El gran problema planteado por Nikos Kazantzakis hunde sus raíces en la atroz falacia que, intentando “comunizar” a hombres que piden pan y comprensión para las clases humildes, es utilizada como expediente fácil para defender la estabilidad de sistemas dirigidos a la explotación del hombre por los poderosos (ÍDEM) Kazantzakis da origen a un nuevo evangelio, un quinto evangelio escrito para el hombre del siglo XX, elevado desde los problemas particulares de la modernidad. Ángel Lombardi hace un análisis próximo al que Briceño-Iragorry establece también en sus lecturas:

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La cultura contemporánea asume a Jesús históricamente y lo desmitifica a la par que elabora una nueva mitificación, literariamente sustentada (…) personajes y temas asumidos a partir de la vida de Jesús, tal como lo trasmiten los Evangelios. Un Jesús arquetípico cuya vida es reducida a una simbología: nacimiento, bautismo, tentación, milagros, discípulos, pasión y muerte, (última cena, agonía solitaria, traición, juicio, crucifixión), mensaje de amor y paz, una nueva vida. (LOMBARDI. 1997: 380) Kazantzakis no es más que la complementación a lo hecho por Papini y que opera decididamente en la vida y obra de Mario Briceño-Iragorry. 5.- Visiones cristológicas: Los Cristos de Briceño-Iragorry Como queda evidenciado en ambos autores, lo que rescata de ellos BriceñoIragorry es la imagen de un Cristo al servicio del hombre, pero no desde los altares o el culto, por el contrario es un Cristo viril y revolucionario que sale a la calle a ensuciarse las manos con el pueblo que busca la justicia y la igualdad humana. Sin embargo, es importante destacar acá que el catolicismo de Briceño-Iragorry varió notablemente, y que sus principios y práctica de la fe no fue la misma que expuso sus primeros escritos y en los de la adultez. Por ello, estamos en la obligación de dividir en tres momentos las apreciaciones que sobre Cristo hizo Briceño-Iragorry. En primer lugar, el Briceño-Iragorry que deambula entre Trujillo y Mérida; segundo lugar, el Briceño-Iragorry de sus días en Caracas hasta aproximadamente los inicios del año 40, y; en tercer lugar, el Briceño-Iragorry que a partir del año 45 construye un nuevo discurso basándose en dos situaciones de quiebre en su pensamiento: el fin de la Segunda Guerra Mundial y el derrocamiento de Medina Angarita. 5.1.- Cristo camina de Trujillo a Mérida (1914-1925) La carrera intelectual de Mario Briceño-Iragorry se inicia en Maracaibo siendo él muy pequeño. Apenas contaba con unos 10 años de edad cuando crea junto a unos amigos la revista Venus, una pequeña hoja con intenciones artísticas. Sin embargo, a su regreso en Trujillo aparece Ariel, hoja periodística publicada por él y sus amigos José Félix Fonseca y Saúl Moreno, entre otros, en 1914; es allí donde su actividad intelectual se formaliza y no la abandonaría hasta su muerte. En Trujillo entabla amista con el Dr. Julio Helvecio Sánchez. Al viejo Dr. Lo acostumbraba visitar en el Hotel Cruz Verde, allí probó por vez primera el joven las duras reflexiones de Nietzsche: Joven, me di a los humos de la incredulidad y de la negación. Fui ateo. Eso estaba bien con la psicología de la hora. Y claro, a los diez y siete años fui nietzscheano. Me cabe el triste honor de haber sido el primero que habló de Nietzsche en nuestro pobre Trujillo. Y como mi fiebre se las traía, logré transmitirla a aquel viejo admirable que se llamó Julio Helvecio Sánchez, con García, González, Carnevali y [Numa] Quevedo, uno de los más altos representantes de nuestro regional talento. Y el Dr. Sánchez llegó a soñar en la muerte libre. Entonces escandalicé a la feligresía trujillana. Don José Miguel Pimentel y Don Miguel Manuel

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Parra comentaban horrorizados mi caso. Sólo el Padre Carrillo, con su profundo juicio se atrevió a desafiar bondadoso y comprensivo, mis humos de demoledor. `Yo sé que usted volverá sobre la fe de sus padres y, aún más, que prestará buena ayuda a nuestra Iglesia`. Aquello era la profecía de mi fracaso como líder de la impiedad. Escribí entonces un artículo tan violento que ningún tipógrafo quiso ampararlo en nuestra destartalada Imprenta Oficial, menos José Rafael Almarza, en quien influía el místico espíritu de su bondadosa hermana Tula” (BRICEÑO-IRAGORRY. 1999:310) Este será el Mario Briceño-Iragorry que parte hacia Mérida en 1918. Desafiante, anticlerical e iconoclasta. Sobre estos días recuerda Briceño-Iragorry: En Mérida mis días de Universidad fueron a la par de escándalos religiosos. No contento de seguir mi propio impulso, hice míos los de Diego Carbonell, entonces Rector de la vieja casa de San Buenaventura. Allí, por indicación suya, ataqué a España en el mero día de la raza. Escribí bajo la inspiración de tan buen maestro una defensa de Judas que se hubiera publicado en San Cristóbal si no hubiera intervenido a tiempo Don Eustaquio Gómez, a quien debo por ello gratitud. En una Asociación de Obreros, por agosto de 1920, ataqué a los capitalistas con tesis extraída de Marx, a cuya lectura me había dado con afán revolucionario. El propio Obispo pidió no ser invitado a ningún acto literario en que yo llevase la palabra (BRICEÑO-IRAGORRY. 1999:210) La vida espiritual de Mario Briceño-Iragorry estaba orientada por otros factores ajenos a los que luego él mismo iba a responder con tanta vehemencia y pasión devota. Era Nietzsche quien le ayudaba a dar los primeros pasos. Sin embargo, existe en su primera literatura la presencia de Cristo. Un Cristo que resultaría de sus delirantes lecturas revolucionarias. Así lo comenta Briceño-Iragorry: Mi primera literatura fue literatura de introversión y de angustia personal, los problemas sociales los miré a través de estados personales de conciencia y mediatizados a la visión religiosa. Para ello tuve la suerte de haber dado muy pronto con el Cristo de Giovanni Papini, anticipo del Cristo de Kazantzakis. Ese y no el Cristo glorioso de la alta Teología, era el Cristo que yo buscaba. (BRICEÑO-IRAGORRY: 1996:294) La pasión de Briceño-Iragorry y la propia angustia de hombre moderno lo llevan a indagar el perímetro de sus dogmas personales. Una crítica religiosa apoyada en exaltadas lecturas resulta generadora de mayor angustia y desorden mental, de allí la razón por la cual arremete tan virulentamente contra tradiciones y costumbres, que luego, en su madurez, defenderá. De esa angustia nace una concepción muy particular de Cristo y su razón de ser en la tierra. En primer lugar, hay que decir que las consideraciones religiosas del Briceño-Iragorry de sus primeros libros estaban prendadas de un misticismo panteísta seguramente forjado por sus lecturas de Maurice Maeterlinck. Allí descubre Mario Briceño-Iragorry el dolor en un grado hiperbólicamente angustioso, sólo allí descubre y en un proceso de creciente fe se reencuentra con Cristo, no sin antes haber sido abonado el camino por San Agustín, que sería el primer contacto formal en su camino de iniciación católica. La imagen de Cristo se había esfumado de su ¿mente? y de su discurso había sido borrado por Renán y Nietzsche. Se acercó al Cristo de Kempis y a los místicos españoles, pero fue 82


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insuficiente; el rostro del salvador se le diseminaba entre conceptos ininteligibles y metáforas alucinantes. “Su ansia de revelaciones requería con ansia verdades vivas, desnudas y anonadantes en su precisión: las únicas capaces de cautivar su espíritu” (VERA. 1987:65) Son sus experiencias entre 1921 y 1925, tiempo en el que publica sus tres primeros libros Horas, Motivos y Ventanas en la noche. En los dos primeros textos predomina un pseudo-misticismo al estilo de Maeterlinck y Amado Nervo: ¡En ti mismo, contesta la fe imposible, purifícate para que puedas levantarte sobre las vanidades terrestres, has en tu interior un templo y lávate en el agua mística de la creencia! (BRICEÑO-IRAGORRY. 1991:37) Más adelante escribe: Sí, todos pueden juzgar al gran belga [Maeterlinck], porque la desgracia siempre es consecuente y visita en cualquier forma a los mortales, y las almas que se levantan bajo su peso parecen llenas de una sabiduría extraña: la sabiduría del dolor que manda y se hace servir(…) así como las frutas medicinales pueden causar el envenenamiento rápido del organismo o según su cantidad una regularización de las funciones cerebrales y nerviosas, así la desgracia, después de un supremo desgarramiento, puede proporcionarnos un medio de educación espiritual como cualquier escuela de ética o de religión. (ÍDEM) En un artículo del libro Motivos describe el proceso por el cual atravesaba y su encuentro con Jesucristo: Épocas de misticismo ha tenido el universo como las tiene la vida de los hombres. En la actualidad atravesamos un período de crisis mística. Este período es consecuencia lógica de la pasada Guerra. Ya en el fragor de la lucha los soldados vieron al Nazareno curando heridos en los campos de batalla. (ÍDEM) El vacío de Kempis y los místicos españoles con un Cristo más bien sin proporciones humanas es llenado por un nuevo estado de conciencia de BriceñoIragorry, una conciencia que había comprendido, gracias a Manuel Ugarte, que el artista se debía a la superación de su pueblo, el artista debía sufrir junto a su pueblo, y desde ese dolor superarse a sí mismo. Comenzaba a surgir el compromiso social en la voz mítica de Briceño-Iragorry. Aproximadamente en el año 1925, Mario BriceñoIragorry lee a Papini y su Historia de Cristo. Encontró a través del italiano a un Cristo metido dentro del dolor del pueblo: Jesús está con nosotros en el taller, en la oficina, en la paz del hogar; Jesús camina por nuestras mismas veredas, Jesús no se ha ido de la tierra y para hallarlo no se necesita el silencio de la cenobia, esa disciplina, ese yermo conventual, ese yermo silente. Esta cenobia, esa disciplina, ese yermo podemos y debemos lograrlos en nosotros mismos por la comprensión de la obra de Cristo. (ÍDEM) Conceptos que asoman a Briceño-Iragorry como un adelantado de la Teología de la Liberación, si tomamos en cuenta que Gustavo Gutiérrez ofreció en 1971 la primera exposición sistemática de esta concepción en su obra Teología de la liberación y que

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suele identificarse con el movimiento iniciado en Latinoamérica durante la segunda mitad del siglo XX y al que se asocian originalmente los nombres de Gustavo Gutiérrez y Rubén Alves, Hugo Assmann, Juan Luis Segundo, José Miguez Bonino, Leonardo Boff, Helder Câmara, Pedro Casaldáliga, Ignacio Ellacuría, Jon Sobrino, Samuel Ruiz García y otros teólogos católicos y protestantes de las décadas de 1960 y 1970. Ahora se comienza a perfilar la renovación de la fe en Briceño-Iragorry, su idea de Cristo y práctica intelectual como católico convencido. 5.2.- Cristo como compromiso social (1925-1945) Durante este período Mario Briceño-Iragorry es nombrado Secretario General del Gobierno del Estado Trujillo (1927), Gobernador de la ciudad de Valencia (1928), Profesor-Fundador de la Escuela de Filosofía y Letras de la UCV (1929), Director de Instrucción Primaria y Secundaria y de Instrucción Superior y Especial del Ministerio de Educación (1932), Jefe de Misión en Costa Rica (1936), Encargado de Negocios en Centro América (1938), Ministro Plenipotenciario en Panamá y Centro América (1939), Director del Archivo General de la Nación (1941), Presidencia del Estado Bolívar y Presidente del Congreso Nacional (1945). Entre los libros más importantes durante estos años destacan Lecturas Venezolanas (1926), Tapices de Historia Patria (1936), Temas Inconclusos (1942), El Caballo de Ledesma (1942), Palabras de Guayana (1945). De esta serie de libros destacan dos Temas Inconclusos y El Caballo de Ledesma, en donde surge nuevamente la imagen de Jesucristo como propuesta de cambio social. Es importante destacar en este momento que para el año de 1934, Mario Briceño-Iragorry, junto con otros catedráticos seglares, toma la iniciativa de constituir una agrupación o asociación que llevaría por nombre Los caballeros del Espíritu Santo. Esta agrupación, en la cual destacan figuras preeminentes del pensamiento venezolano como J. M. Núñez Ponte y Caraccilolo Parra León, fijaba sus bases en la Encíclica de León XIII: Rerum Novarum, así como en la necesidad del estudio del salario justo para los obreros, el establecimiento de un escritorio jurídico para prestar servicios gratuitos a las personas necesitadas de este tipo de asistencia, entre otros aspectos que los hacían adelantados a muchos de los postulados del Concilio Vaticano II. En Temas Inconclusos, libro en donde por primera vez asoma Briceño-Iragorry el tema de la crisis, expone ya totalmente perfilada su angustia de hombre al servicio de la fe en Cristo. Páginas en donde Briceño-Iragorry va a verter toda la desazón que le produce el resquebrajamiento de los más básicos principios de la civilización. Allí pintó el profundo dolor que experimentó al presenciar la “desgravitación” de la cultura. Ellas [las páginas del libro] apenas representan la fatiga y el asombro de quien comprende el espantoso sentido frankesteiniano de una civilización que, negándose a sus fines, se creyó constructora de dioses. Hoy, esos mismos dioses la devoran (...) Topará en ellas (…) con nuestras viejas ideas de justicia, de libertad, de democracia y de restauración en Cristo de unos hombres a quienes viene devorando la carencia de fe, de esperanzas y de caridad (BRICEÑO-IRAGORRY. 1990: 14)

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El misticismo de Briceño-Iragorry quedaba relegado por un compromiso por el bienestar humano; así mismo, el Cristo asumido por él ha bajado de la cruz para mezclarse con el hombre moderno, para inscribirse en la angustiosa órbita contemporánea, y desde él, tratar de vencer la perplejidad universal provocada por la Segunda Guerra Mundial. Temas Inconclusos revelan en el autor una inclinación a la reflexión comprometida de lo venezolano y americano inscritos en un destino ecuménico. El Cristo revelado en las páginas de Temas Inconclusos, es un Cristo sacrificado en busca de la paz, la tolerancia y la tranquilidad del género humano, en tal sentido es trabajado como modelo de civilización: “Mientras Cristo utilizó la arena movediza para la única sentencia en que se valió de la grafía, nosotros quisiéramos el metal o la piedra aún para los juicios más intrascendentes” (ÍDEM) Y desde ese clima de tolerancia advertido en su libro, reclama el regreso del hombre a su origen trascendente: La hora del mundo reclama un regreso, no a la barbarie de Atila, sino a la gozosa concepción del hombre en su dualidad de materia y de espíritu, es decir, al hombre integral que redescubrió “en sí mismo y en la naturaleza”, al decir de Michelet, el Renacimiento y que es el mismo hombre, necesitado de “pan y de verbo”, a quien Cristo predicó su Evangelio, no cumplido aún. (ÍDEM) En este momento, se agrega un nuevo nombre a la galería de lecturas fundamentales de Briceño-Iragorry, el francés Jacques Maritain. Aunque Maritain no develará en modo alguno un Cristo novelado con las características del Cristo de Papini y de Kazantzakis, si lo terminará de acomodar en la circunstancia del mundo actual, sobre todo de la circunstancia Europea; para Maritain no es la novela ni la ficción, es la reflexión formal del ensayo filosófico. Cristo deja de ser hombre modélico para hacerse acción: La guerra, según el curso que lleva, está mostrando, no con el ejemplo digno de piedad de los vencidos sino con el sanguinario de los vencedores, que Cristo está ausente de la tierra y que sus heraldos han padecido de afasia para predicar la esencia cristiana. La guerra ha venido a dar el triunfo a una idea anticristiana. La de la brutalidad. Es como la apoteosis de Barrabás. Como si en la cruz hubiera tenido éste su tránsito y no Cristo. (ÍDEM) A partir de entonces el Cristo viril de su juventud asume una nueva transformación en la obra de Mario Briceño-Iragorry, ahora Cristo es la acción que el propio Briceño-Iragorry debe desempeñar en su rol de intelectual y, obviamente, de cristiano. El personaje histórico se funde ahora con la palabra para duplicar su eternidad en el alma humana. Ahora la imagen de Cristo y su presencia es depósito para la palabra constructora de un nuevo orden basado en la paz, la tolerancia, la igualdad, la libertad y el amor entre los hombres. En esta perspectiva llegamos a El Caballo de Ledesma. Durante su tiempo como Director del Archivo General de la Nación, Mario Briceño-Iragorry no detiene su trabajo intelectual como portador de un mensaje capital para el estudio de la Historia de Venezuela. Producto de ese trabajo intelectual se encuentra el rescate de un personaje central en la obra futura del pensador trujillano. Alonso Andrea de Ledesma es reelaborado como arquetipo que personifica la psique venezolana. 85


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La búsqueda de arquetipos que representaran la psique no parece haber sido una búsqueda individual de Mario Briceño-Iragorry sino de los hombres que presenciaron la segunda guerra mundial, período en que fue escrito El Caballo de Ledesma (1942), quienes contemplaron como el ser humano había sido absorbido por las ideologías más absurdas ante las cuales no había ejercitado su libertad sino que había procedido de una manera totalmente irracional e ilógica. (FEBRES. 2002:227) En este pequeño, pero soberbio libro, Mario Briceño-Iragorry hace un registro más puntual en torno a la idea de Cristo y su avanzada en una nueva forma de convivencia social, fundamentada en los más caros principios evangélicos, es por ello que insistimos en la pertinencia de reconocer a Briceño-Iragorry como uno de los fundadores de la Teología de la Liberación, y como uno de los más importantes propulsores de la Doctrina Social de la Iglesia forjada en la Encíclica de León XIII. Uno de los capítulos del libro lleva por admonitorio nombre: Crisis de la caridad. En este capítulo Mario Briceño-Iragorry termina de definir su idea de Cristo y el rol que este desempeña en su alma de atormentado por el caos mundial y nacional. Caridad es algo más que fundar “sopas” para ganar concepto de gente desprendida y filantrópica. Caridad es algo más que ese salvoconducto que, a costa de cortos dineros, procuran lucir ante la sociedad pacata quienes se sienten responsables por actos tenebrosos. Caridad es nada menos que lo contrario del odio. Caridad es amor. Caridad es Cristo frente a Barrabás. La Caridad es Dios mismo en función social. (BRICEÑO-IRAGORRY. 1990:50) Mario Briceño-Iragorry deja bien claro: “Caridad es Cristo frente a Barrabás”, pero ¿quién es ahora Barrabás?, más adelante comienza a dar pistas sobre ello: Pero hay que ver cómo una gran mayoría de quienes atacan las fórmulas de Marx son esencialmente marxistas equivocados. Ignoran el espíritu como fuerza de creación social y profesan, en cambio, el odio como elemento constructivo. Profesan el odio, así como lo escribo, porque no otra fuerza puede movernos a servir el orden permanente de la injusticia. Y la injusticia es violencia contra la caridad. Su odio se distingue del odio que anima a las revoluciones en que es mudo, reflexivo, de meditado cálculo, frío como el carcelero que remacha los grilletes; mientras el otro es odio de reacción contra el dolor, odio que grita contra la injusticia, odio de la calle. El uno tiene prudencia y lustre, el otro tiene sudor y angustia. Pero ambos son odio. (ÍDEM) Barrabás es todo aquello contrario a los más altos valores de la humanidad y la cultura, Barrabás es todo aquellos que atenta contra el hombre en todos los órdenes posibles, Barrabás es todo lo contrario a Cristo, y si Cristo es quien sirve a los pobres, a los humildes, a los necesitados, a los despojados, a los marginados; entonces se hace más que evidente quienes tienen la desdicha de encarnar a Barrabás. El mundo moderno en cuanto a materialismo exacerbado representa a Barrabás hecho palabra, obra y omisión. Sólo que, como el Barrabás de Par Lagervist, existe la posibilidad de la conversión. Quien acompañe a Cristo en esta nueva misión sobre la tierra.

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5.3.- Cristo rumbo al exilio El 18 de octubre de 1945, cuando es derrocado por un golpe militar el presidente Medina Angarita, supuso un golpe muy dura para el carácter civilista y cristiano de Mario Briceño-Iragorry. La tolerancia y el respeto pregonado por él en sus libros anteriores son vilipendiados por el régimen naciente. La venganza y la retaliación se transformaron en el modo de hacer política y justicia en Venezuela, en este sentido no se ha avanzado mucho; en todo caso, esta circunstancia golpea terriblemente el espíritu de Mario Briceño-Iragorry. Paralelamente, la familia transita por una dolorosa crisis económica. Al punto de que el sostén económico de la familia resulta una fábrica de mermeladas improvisada por su esposa y sus hijas. Curiosamente el régimen de Betancourt le ofrece la oportunidad de participar en el gobierno a través de algún cargo burocrático, cosa que rechazó para solidarizarse con quienes lo acompañaron en el gobierno de Medina, entre ellos Arturo Uslar Pietri, de quien se quejaría luego por haber dado muestra de solidaridad con él durante el exilio. En todo caso, Briceño-Iragorry inicia en 1945 un largo proceso de angustia y amargura que lo acompañará hasta su muerte trece años después. En este último periplo en la vida de Briceño-Iragorry lo vemos asumiendo una postura política y religiosa más radical, hecho que le garantizará el destierro en 1952. de estos años son sus libros Casa León y su tiempo (1946), El regente Heredia o la piedad heroica (1947), Virutas (1951), Mi infancia y mi pueblo (1951), Introducción y defensa de nuestra historia (1952), Mensaje sin destino (1952), Alegría de la tierra (1952), Aviso a los navegantes (1953), El hijo de Agar (1954), Patria arriba (1955), La hora undécima (1956), Saldo (1956), Los Riberas (1957), Diálogos de la soledad (1958) y Cartera del proscrito (1958). De esta colección destacarán varios libros, todos fundamentales en la bibliografía de Mario Briceño-Iragorry. Para efectos de este estudio trabajaremos con: Mensaje sin destino, Aviso a los navegantes, El hijo de Agar, y Prosas de Llanto. Mensaje sin destino es, sin lugar a dudas, el libro más reconocido de Mario Briceño-Iragorry. En él pude encontrarse todo su proyecto ideológico. Es el libro en donde explica la crisis de pueblo por la cual atraviesa Venezuela y que lo le permite anclarse en el pleno desarrollo anhelado por los intelectuales del siglo XX. Cristo vuelve a aparecer en el mismo orden de ideas de sus libros anteriores, al servicio de la causa pacífica. En este libro ataca apasionadamente los regímenes totalitarios de América Latina, en especial el venezolano (Marcos Pérez Jiménez), ante ellos impone la presencia de Cristo como camino para vencer estas sobras abandonadas en el camino por Barrabás: Nada más lúgubre y pesado que la marcha de una comunidad totalitaria, donde no haya comprensión ni tolerancia para los valores contrarios y para las aspiraciones opuestas, y donde, por lo contrario, se imponga una fuerza que quiera la unanimidad del sufragio de las conciencias. Cristo mismo, según interpreta don Juan Manuel en viejo romance, “nunca mandó que matasen ni apremiasen a ninguno porque tomase la su ley, ca El non quiere servicio forzado, sinon el que se face de buen talante e de grado” (BRICEÑO-IRAGORRY. 1990: 204) Nuevamente apunta hacia la crisis de valores humanos y cristianos que es la causa de los males por los cuales a traviesa la humanidad. Una humanidad que construyó sus esperanzas de espaldas a Dios, una humanidad desahuciada sin 87


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propósito de trascendencia, vacía y sin sentido. La humanidad que despertó luego de un sueño intranquilo, al igual que el kafkiano Gregorio Samsa, transformada en bicho, en un repulsivo insecto. Este nuevo milenario encuentra al hombre en medio de una crisis espantosa de fe. Están rotas todas las tablas de los valores morales; Cristo ha sido sustituido por Mammon; y, por consiguiente, es al nuevo dios a quien se rinde último sacrificio. El lucro ha quebrantado la lógica reflexión, y la política y la guerra se miran como felices oportunidades de pingües ganancias. (ÍDEM). Las bases de la utopía socialista forjada en él por Rodó, Martí y Ugarte, así como el sentido vitalista de Cristo de Papini y Kazantzakis, han dado frutos. Mario Briceño-Iragorry ha decidido embarcarse en la aventura de cristalizar un proyecto político basado en los principios inculcados en él y que galvanizó la filosofía de Jacques Maritain. Cristo no volverá a la cruz, Cristo mantiene su agónica respiración desde la pluma del trujillano, quien a su vez, teje desde su discurso literario la angustia como manera de exorcizar los demonios acumulados en las fauces de una modernidad mal concebida. Los ojos de Briceño-Iragorry se abren hacia América Latina. Se reconoció heredero de Simón Bolívar, José Martí, José Enrique Rodó, Manuel Ugarte, José Vasconcelos, entre otros, pero vislumbrados a través del traslúcido cristal de la fe en un Cristo vivo y ardiendo de dolor por los pueblos sacudidos por el imperialismo, el autoritarismo (América Latina era una cárcel), y los desmanes que como consecuencia de lo anterior si hicieron parte de la cotidianidad. En medio de este mundo contradictorio, todos hablan de la paz. Pero todos fabrican la guerra. Hasta aquellos que debieran hacer suyas las palabras de Cristo diariamente leídas a la hora del misterio eucarístico, invocan la necesidad de destruir hombres, por otros presentados como enemigos de la justicia, de la libertad y del orden, en razón de encarase con el monopolio explotador de las potencias imperialistas o de luchar en el interior de los Estados contra fuerzas que les niegan la posibilidad de vivir una vida ordenada de trabajo. (BRICEÑO-IRAGORRY. 1990: 267) Aviso a los navegantes es un libro tiene como columna vertebral examinar los problemas del nacionalismo en relación con la historia patria, con la tradición del pueblo y con el sentido y trascendencia habitual del nacionalismo latinoamericano. El incesante tesón de Briceño-Iragorry por avivar en el país la conciencia defensiva de la propia personalidad de la nación se encuentra trabajado a la luz de su concepción de Cristo. El libro es escrito en el exilio de Madrid, y desde allí a través de la evocación de figuras fundamentales de su juventud (Ugarte y Martí, sobre todo) hace un llamado a la unidad latinoamericana en defensa de material y moral de la dignidad humana del hombre americano. En uno de los textos que componen el libro cuyo nombre es Control de la vida y de la muerte, se discurre acerca de la III Asamblea General de la Unión Internacional para la Protección de la Naturaleza que sesionó en Caracas en 1953, y en particular de la participación del delegado norteamericano Vogt, en la cual afirmó que en el mundo sobraba la mitad de la población, a causa de la desnutrición, el analfabetismo y la carencia de higiene; y que por ello, aconsejaba el control de la natalidad como único

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medio para detener el inhumano progreso del número de hombres. Sobre ello reflexiona Briceño-Iragorry airadamente por la indignación y responde: El hambre, el analfabetismo y las enfermedades se explican mejor por la mala distribución de la riqueza y por la permanencia de esquemas económicos, cuyo mejor soporte son las guerras, encaminadas a mantener en vigor la explotación de los pueblos atrasados. Ese sistema lo propugnan muchos que invocan para sí el nombre de cristianos como bandera defensiva. Ese sistema, para vestirlo de seriedad y de respeto, algunos lo llaman derechista, y se dicen entonces derechistas cristianos. Olvidan éstos que Cristo tomó con la mano derecha el látigo de que se valió para castigar a los usureros, a los ladrones, a los cambistas que buscaban protección bajo la sombra sagrada del templo del señor. El único sistema derechista posible en el orden cristiano sería el que repitiese la acción de Cristo sobre las espaldas de los especuladores sin entrañas que atizan el odio y la guerra entre los hombres y los pueblos. (ÍDEM) En otro de sus libros fundamentales El hijo de Agar en donde desarrolla temas signados por una solicitud de justicia para el hombre, de paz para los pueblos, de belleza para el espíritu, y por una preocupación por los problemas del hombre del mundo, que lo hace continuación de sus anteriores trabajos. Aquí otra vez fustiga a la modernidad con el Cristo socialista. El problema material del mundo es problema de hambre, de insuficiencia y de esclavitud, frente a la abundancia, al lujo y a la licencia. Jesús nos aconsejó la perpetuidad del ayuno como camino para ganar el cielo. Se preocupó de dar comida a sus oyentes; a Marta dijo que María había recogido como contemplativa la mayor parte, mas no declaró baldío su afán por el horno y por la mesa; aún después de la Resurrección, se dio a reconocer de los discípulos de Emaús por la manera de fraccionar el pan. Para su nombre no pidió homenaje volátil de incienso y mirra. Ordenó que la comunidad cristiana que nacía a la vida lo recordase cuando se juntara a manteles para la comida reparadora. (BRICEÑO-IRAGORRY. 1990:16) Esto lo escribe mientras ve desilusionado cómo los dirigentes del primer mundo autoproclamados defensores del hombre y del orden, pactan inescrupulosamente con los verdugos de los pueblos, los saqueadores de toda esperanza. El capitalismo avanza sobre el hambre y la paz de los pueblos, y sin embargo, es propuesto como una solución cristiana al problema humano. A esto responde Briceño-Iragorry: “El mundo capitalista es tan enemigo de las soluciones cristianes como del mundo marxista. Y lo es porque el capitalismo es anticristiano y porque el imperialismo es la supervivencia de la Roma pagana que degolló a los Apóstoles” (ÍDEM) Asoma como respuesta el despertar de una revolución amparada por la palabra ductora de Cristo, una revolución que viera al hombre desde los ojos de Dios vivo y que tiene sólo dos caminos para transitar: “bajo los auspicios cristianos que hoy amparan las aspiraciones de los obreros de Francia, o se hace al empuje iconoclasta de la táctica marxista” (ÍDEM) La decepción por el mundo moderno ha llegado a tal punto en Briceño-Iragorry que considera la posibilidad de que se Cristo volviese físicamente a la tierra, sería prohibido por la sociedad laxa y genuflexa por el consumismo. Esto lo escribe a propósito de la puesta en cartelera de una película de Curzio Malaparte llamada El Cristo Prohibido, reflexiona Briceño-Iragorry: 89


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Si Cristo reapareciera se le prohibiría predicar el amor y la paz. Cristo está prohibido en el seno de una sociedad corrompida, traidora y criminal, cuyos pilares se quebrarían a sólo el enunciado de la palabra evangélica, pero que, vana y paradójicamente, se empeña en ser llamada “sociedad cristiana” (ÍDEM) Las mismas bocas que hablan de Cristo son las mismas que proclaman la muerte del hombre, los mismos que alzan sus voces destempladas contra quienes azotaron a Jesús son los mismos que proponen la violencia como única alternativa para salir de la crisis. Los mismos que imploran por el pan de la vida amasado con el cuerpo inmolado del Señor son los mismos que niegan el pan de trigo al hambriento. La paciencia de Mario Briceño-Iragorry se rebela contra la hipocresía de los poderosos y de las élites sociales, inmundas de llanto inocente. Sin embargo, es en Prosas de Llanto donde la decepción y la desesperanza de Mario Briceño-Iragorry se hacen más evidentes. La risa del festín en donde el alma del hombre fue el primer bocado, no permitieron escuchar la atronadora voz de Cristo que gritaba desesperada desde el corazón de la humanidad su palabra de esperanza. Ni siquiera el látigo espantador de mercaderes parecía suficiente en el propósito de vida del hombre moderno. Para Mario Briceño-Iragorry parecía llegar el fin de toda esperanza, ni siquiera su gran conciencia utópica daba crédito a los nuevos valores establecidos. Mientras hablaba de paz, de justicia, de Cristo hecho hombre, sobre Hiroshima y Nagasaki dos bombas atómicas le abrían los ojos al hombre en nuevas formas de masacrar, más efectivas y más modernas, exterminar a la raza humana ya era una empresa de agotador sacrificio. Su palabra y la imagen de Cristo parecen sobrar en el mundo moderno, en la filosofía que por fin transformó en cosa la sensibilidad humana. Lo que vemos hoy, ¡oh, Yochito Kiyomi!, es la negación absoluta del Misterio de amor que anunció María el mensajero divino. Algo, en realidad, sobra en el orden del mundo presente de los hombres: o las bombas funestas o la caridad de Cristo (BRICEÑO-IRAGORRY. El Cristo edificado por Briceño-Iragorry en su obra no es más que una expresión de su propio espíritu, sacudido por la incomprensión humana. Como concibió a Cristo de igual manera lo hizo con el hombre, el mundo y su práctica cristiana. Todo era expresión de su sensibilidad utópica. El sueño de un mundo mejor sucumbió ante la terrible realidad: lo que mueve al mundo no es el interés colectivo, sino los intereses particulares que reposan en las manos de quienes detentan el poder. Cristo, incluso en el propio discurso de Mario Briceño-Iragorry, ha sido nuevamente crucificado con la previa aceptación de Barrabás como señor de la vida moderna. Sin embargo, la presencia de Cristo, aún después de su nueva crucifixión, en el corazón de los que, como Mario Briceño-Iragorry creemos que la humanidad todavía es posible, es constante. No puede morir lo que es eterno, y por más que el hombre en su afán destructor crucifique en su corazón a Cristo, siempre está la alternativa de la resurrección; porque la pasión no culmina hasta que Cristo vuelve por sus fueros sobre las fauces de la muerte.

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6.- Bibliografía BRICEÑO-IRAGORRY, Mario (1988-1992) Obras completas. Ediciones del Congreso Nacional de la República: Caracas, Venezuela. ENCICLOPEDIA VIRTUAL ENCARTA. © 1993-2000 Microsoft Corporation. FEBRES, Laura (2002) La historia en Mario Briceño-Iragorry. Universidad Metropolitana: Caracas, Venezuela. LOMBARDI, Ángel (1997) Catedral de Papel Universidad del Zulia: Maracaibo, Venezuela. PAPINI, Giovanni (1964) Historia de Cristo. Editorial Diana: México, México. PAPINI, Giovanni (1982) Un hombre acabado. Editorial Bruguera: Madrid, España. VERA, Elvira (1987) El humanismo trascendente de Mario Briceño-Iragorry. Ministerio de Educación: Caracas, Venezuela. ZIOLKOWSKI, Theodor (1982) La vida de Jesús en la ficción literaria. Monte Ávila Editores: Caracas, Venezuela.

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Francisco Rodríguez Criado: Por qué escribo

* Este texto fue escrito a sugerencia del escritor y psicoanalista Ernesto Maruri.

Después de leer o escuchar los diversos motivos que conducen a determinados escritores al hábito de la escritura, creo coincidir en mayor o en menor medida con cada uno de esos motivos. Intuyo que éstos tienen que ser realmente poderosos en su naturaleza, pues la escritura ha perdurado desde que el hombre existe. Ahí están para demostrarlo, valga el ejemplo, los grabados de las cuevas de Altamira. Hoy todo el mundo escribe, dejando a un lado los lamentables casos de analfabetismo. La diferencia radica en que unos incorporan la escritura a su vida con fines terapéuticos, como bálsamo a sus fisuras internas, mientras que otros la entienden como un simple gesto mecánico de indudable pragmatismo. (¿Podríamos sobrevivir en la jungla urbana si no supiéramos redactar un impreso, una postal navideña o la lista de la compra?). Tengo que reconocer que llegué a la escritura terapéutica no por vocación sino por casualidad. Años después, el redactor de un diario abrió la reseña del que era mi tercer libro, Siete minutos, con la siguiente frase: “Pocos escritores se atreverían a confesar en público, y tal vez ni siquiera en privado, que se iniciaron en el mundo literario, eso es a leer y escribir, más allá de los 30”. Y a continuación mencionaba como supuesto acto de valentía el hecho de que yo admitiera no haber estado interesado en la literatura hasta ese instante. Podría haberme iniciado en las Letras mucho antes, es cierto. A veces me pesa no haberlo hecho. Pero ya no hay vuelta atrás: uno no puede remendar su pasado. En compensación, la escritura y la lectura me han ayudado en estos últimos años a crecer como persona, me han llenado de contenidos -si se me permite la petulancia. Ahora no entendería mi vida sin esa pulsión que me lleva a repensar la obra de Isaac Bashevis Singer o Knut Hamsun mientras friego los platos o a rememorar ciertos pasajes de Viaje al fin de la noche de Celine cuando cambio las sábanas de la cama. Y, para no pasear en soledad excesiva, ¿hay algo mejor que echar mano de los versos de José Agustín Goytisolo, Jaime Sabines o José Hierro? La literatura, pues, cuando la aceptamos en su máxima dimensión, es decir, cuando instruye además de entretener, puede convertirse en un vicio -en el buen sentido de la palabra. Escritor y lector han mantenido abierta desde siempre una ruta de la seda para intercambiar mercaderías afectivas y culturales. Mi esperanza al afrontar el folio en blanco es que ese texto pueda ser de alguna utilidad para alguien, que le acompañe de algún modo. Pero a esos motivos supuestamente loables (alivio de la soledad, aporte de paz interior, enriquecimiento de contenidos, apertura de vías de comunicación) hay que añadir otros menos saludables, que también comparto, y que ponen en evidencia una vez más que el hombre no está hecho de un solo material. Cómo negar aspiraciones marcadas por los logros económicos, la vanidad satisfecha o, ya puestos, el deseo de pasar a la posteridad. Lo que quiero decir es que llegó un momento en que no sólo 92


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vivía la literatura sino que también aspiraba a vivir de la literatura, con todos los (d)efectos secundarios que ello conlleva. Los motivos más prosaicos, se quejará mi querido redactor de periódico, no suelen ser confesados por los escritores en las entrevistas a las que se ven sometidos –entrevistas que a veces ellos mismos se trabajan con inescrupulosa diplomacia. No, no suelen hacerlo. Lo más habitual es afirmar que uno escribe por necesidad. Necesidad espiritual, se entiende. Lo cual no tiene por qué ser cierto –ni falso- del todo.

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Marien San Nicolás Fernández: Postmarxismo Universidad de Murcia

Antes de intentar un esbozo genérico de algunos de los cambios sociales contemporáneos, creo pertinente definir lo que se ha venido llamando la condición postmoderna, a la cual se aludirá continuamente a lo largo de estas páginas, y para ello me remito a Lyotard en La condición postmoderna 19: “Se tiene por postmoderna la incredulidad con respecto a los metarrelatos. Ésta es, sin duda, un efecto del progreso de las ciencias; pero ese progreso, a su vez, lo presupone (…). Así la sociedad que viene parte menos de una antropología newtoniana (como el estructuralismo o la teoría de sistemas) y más de una pragmática de las partículas lingüísticas” 20. Más adelante Lyotard hablará de la descomposición de los Grandes Relatos y como consecuencia de ello la aparición de una de las condiciones más determinantes de la postmodernidad, que es el paso de las colectividades sociales (fruto de esos Grandes Relatos) al estado de una masa social compuesta de átomos individuales. Estos átomos individuales que componen la masa social se ven remitidos a sí mismos y conscientes de que ese sí mismo es poco o nada dentro de una ingente masa hecha de pequeñas partículas incomunicadas entre ellas, en una especie de monadismo global en el cual toda clase de lazo social ha sido cuestionado y aniquilado. Una de las consecuencias de esta orfandad de lazos sociales la podemos ver en los porcentajes crecientes de abstención en las elecciones nacionales, en las que los ciudadanos no le ven mucho sentido a la democracia representativa, y niegan tener ninguna relación con la vida pública prefiriendo retirarse a preocupaciones privadas. Esta especie de ausencia de responsabilidad con aquello que nos representa y que, por tanto, nos pertenece, pero que sin embargo la sentimos como si no fuera nuestra, propia e individual, sino de los otros, es uno de los rasgos más relevantes de nuestros días: teniendo en cuenta el estado de la ciencia, un hombre no está hecho más que de lo que se le dice que es o de lo que se hace con lo que es (…). Es un mundo en el cual los acontecimientos vividos se han vuelto independientes del hombre (…). Es un mundo del porvenir, el mundo de lo que sucede sin que eso suceda a nadie, y sin que nadie sea responsable 21. El estado de la ciencia al que alude Bouvresse, y que Lyotard llama La ciencia posmoderna como investigación de inestabilidades supone una de las influencias más fuertes de esta condición postmoderna del ser humano, pues desaparece el rasgo que distingue las ciencias de la naturaleza de las ciencias humanas: en matemáticas comienza a cuestionarse la medida precisa y la previsión de comportamientos. Lyotard alude a las teorías de René Thom, el cual interroga directamente la noción de sistema estable que se presuponía en el determinismo laplaciano, y surge así su teoría llamada de las catástrofes: Thom establece el lenguaje matemático que permite describir el modo en que las discontinuidades pueden producirse formalmente en sistemas determinados y dar lugar a formas inesperadas: ese lenguaje constituye la llamada teoría de las

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Lyotard: La condición postmoderna, Cátedra, 2004. Ibíd., p. 12. 21 Ibíd., nota a pie 54. 20

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catástrofes 22. Después de hacer un breve recorrido por las teorías científicas contemporáneas, mecánica cuántica y física atómica, y evidenciar que todas ellas remiten a un sistema de inestabilidades, Lyotard concluye el capítulo: La idea que se saca de estas investigaciones es que la preeminencia de la función continua derivada como paradigma del conocimiento y de la previsión está camino de desaparecer. La ciencia postmoderna hace la teoría de su propia evolución como discontinua, catastrófica, no rectificable, paradójica. Cambia el sentido de la palabra saber, y dice cómo puede tener lugar ese cambio. Produce, no lo conocido, sino lo desconocido. Y sugiere un modelo de legitimación que en absoluto es el mejor de la mejor actuación, sino el de la diferencia comprendida como paralogía 23. Teoría de las catástrofes, sistema de inestabilidades, relativismo y la confirmación de que las reglas no residen en las leyes sino en la excepción a esas leyes, todo ello provocó la transformación de la idea positivista, en la cual la estructura objetiva de la realidad era evidente, en un sistema de inestabilidades, de inseguridades, en el cual nada es previsible y todo es relativo. Surge así la fragmentación del discurso y la idea de que no existe una realidad objetiva que pueda ser construida por el observador; se desencadena la crisis del lenguaje, y la incapacidad de superar los límites del mismo, es decir, de los conceptos, que son el único medio que tenemos para poder hablar del mundo, incluyendo el pasado. Frente al marxismo que intentó acercar las ciencias sociales a la historia, y englobarlo en una disciplina general que fuera capaz de explicar las transformaciones humanas, nos encontramos en la condición postmoderna con que todas las certezas han sido cuestionadas, todo es relativo y, por tanto, se instaura la imposibilidad de una ciencia que nos permita el conocimiento total, aflora el anti-universalismo y el “mi verdad es tan válida como la tuya independientemente de los hechos”: no es importante lo que ocurrió en el pasado, el conocimiento de la historia, sino cómo afectó a mi grupo, a mi religión, a mi modo de vida ciertos hechos puntuales… Si por una lado este anti-universalismo produjo un replanteamiento del modo de conocimiento, el cual es dependiente del lugar, físico e ideológico, en el que se sitúa el emisor o sabedor (se correspondería con el perspectivismo en teoría literaria), también produjo en el anverso de la moneda una exaltación irracional de mitos y contraverdades históricas a las que se atuvieron algunos grupos nacionalistas e identitarios que se definieron por oposición a los demás y ensalzaron la bandera de “mi verdad es tan válida como la tuya”, del subjetivismo postmodernista. El peligro de una visión fragmentaria de la historia y del conocimiento puede ser alarmante si dejamos que sea llevado a sus extremos y no proponemos un replanteamiento de la razón como fuente de conocimiento del curso de las transformaciones humanas, en toda su generalización. Paolo Fabbri, en su Svolta semiotica 24, propone esa svolta, ese giro, como un replanteamiento de la semiótica, dejando de ser una disciplina fragmentaria, para pasar a ser una búsqueda de generalizaciones: Andando alla ricerca di generalizzazioni, so bene di andare contro all’estetica e alla epistemología contemporanee, caratterizzate dalla sottolineatura del frammento. Il che é comunque del tutto intenzionale. Michel Serre sostiene che non c’è da avere nessuna paura della totalità. Serres dice molto giustamente che la sola cosa che bisogna temere è la solidità, ossia il fatto che le cose si solidifichino, e nota che i frammenti sono quelle cose che, essendosi già rotte, non si possono 22

Ibíd., p. 106. Ibíd., p. 108. 24 Paolo Fabbri: La svolta semiótica, Editori Laterza, 1998. 23

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rompere ulteriormente. Sono perciò stremamente solide. Cosí, non possiamo non accogerci in primo luogo del fatto che il frammento, in qualche modo, è prima di tutto il rimpianto di una totalità perduta; ogni frammento è nostalgico (…). Opposte al frammento, la totalità e la generalizzazione sono assolutamente fragili. Ebbene, la generalizzazione è una forma di risponsabilità, nel senso che invita l’altro a rispondere25. Quizá sea necesario en nuestros días volver a traer la universalización, la generalización, para una comprensión global de la existencia, del ser humano y sus cambios, acabar con el discurso fragmentado de la postmodernidad, y proponer nuevos lazos sociales que nos impulsen a una comprensión más íntima de lo otro, que nos alejen de la soledad individualista, de la fragilidad y aislamiento del yo en la vida social, y elaborar una propuesta en la que sea posible la aprehensión de ciertas verdades universales, y aquí el punto de vista marxista resulta un elemento necesario para la reconstrucción del frente de la razón: los modos de producción (sea cual fuere el nombre que se les dé) basados en grandes innovaciones de la tecnología productiva, de las comunicaciones y de la organización social- y también del poder militar-, son el núcleo de la evolución humana. Esas innovaciones, y Marx era consciente de eso, no ocurrieron y no ocurren por sí mismas. Las fuerzas materiales y culturales y las relaciones de producción son inseparables; son las actividades de hombres y mujeres que construyen su propia historia, pero no en el vacío, no fuera de la vida material, ni fuera de su pasado histórico 26. Un postmarxismo, en suma, que aúne la filantropía marxista y el estudio de la evolución como interacción de la especie y su entorno, con la tolerancia perspectivística y relativista de la postmodernidad y su asunción del individuo como ser único e irrepetible. Un postmarxismo que nos aleje de esta orfandad de lazos sociales y nos empuje a la elaboración de otro Relato, mirando siempre hacia atrás, sabiendo que no existe una verdad única, y que el objetivismo puro ya no es posible.

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Ibíd., p. 9. Eric Hobsbawn: Manifiesto para la renovación de la historia, Le monde diplomatique, año IX, num. 110, diciembre 2004. 26

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PINTURA

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Antonio Martínez Mengual: Imágenes para “La realidad y el deseo” (por Abraham Esteve Serrano)

En el otoño del 2002 Martínez Mengual nos ofreció desde el espacio de la sala Luis Garay un complejo trabajo, titulado Donde la espuma sueña, nacido a la luz de la obra del poeta Luis Cernuda. En su momento dimos cuenta de tan importante acontecimiento artístico; hoy queremos recordarlo y posibilitar su contemplación a nuevos espectadores desde las páginas de La rosa profunda.

EL AMANTE I Óleo/Lienzo 24x33 cm.

En la tradición teórico-estética occidental, poesía y pintura han sido dos actividades consideradas en íntima relación. La propuesta aristotélica las contempla como dos posibilidades de llevar a cabo un proceso de mímesis que difieren en el medio de imitación pero que responden a una misma actividad de poiêsis. Horacio en el hexámetro 361 (Ut pictura, poiesis...) de la Epístola a los Pisones ofreció un texto de larga y conflictiva exégesis crítica. Es necesario esperar hasta el siglo XVIII para que G. E. Lessing en su Laoconte, de los límites entre la poesía y la pintura (1766) pusiera fin al debate sobre el paralelismo de las artes estableciendo el carácter específico de cada modo de expresión y concediendo a la pintura el privilegio 98


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desmesurado de ser la única capaz de acceder a la belleza absoluta. No obstante en los siglos XIX y XX la idea de una relación entre las artes volverá a aparecer. T. W Adorno piensa que la convergencia de las artes constituye la característica fundamental del arte moderno que se desarrolla en la primera mitad de la pasada centuria. Incluso el conflictivo tópico horaciano se invierte en la propuesta defendida por A. García Berrio y T. Hernández Fernández (Ut poesis pitura. Poética del arte visual), quienes explican la obra pictórica desde una teoría semiótica del discurso poético; sus autores consideran que no es una propuesta absolutamente novedosa dado que existen claros antecedentes en el Renacimiento en que las operaciones retóricas de inventio, dispositio y elocutio se transfieren a tratados italianos sobre la pintura con las denominaciones de invención , diseño y colorido. En otro orden de cosas, un texto literario concreto puede dar lugar a una obra plástica mediante el proceso denominado ilustración; sin embargo, la actividad llevada a cabo por Martínez Mengual no ha sido la de ilustrar pasajes de la obra cernudiana sino la de actuar como receptor mediante una operación de lectura hasta convertir el mundo imaginario poético en material susceptible de ser transformado en mensajes artístico-plásticos. La primera parte del proceso ha sido descrita minuciosamente por W. Iser: "Al leer un texto literario debemos formar siempre imágenes mentales o representaciones, porque los aspectos esquemáticos del texto se limitan a hacemos saber en qué condiciones debe ser construido el objeto imaginario. Son las implicaciones no manifiestas lingüísticamente en el texto, así como sus indeterminaciones y vacíos los que movilizan la imaginación para producir el objeto imaginario como correlato de la conciencia representativa"; por tanto, el lugar de la obra de arte literario es la convergencia de texto y lector (disposición individual, contenidos de conciencia, historia de sus experiencias, etc.) hasta conseguir una configuración significativa. La visión imaginaria no es una visión óptica sino el intento de representar lo que no se puede ver; por tanto, lo que conseguimos es una representación, no una percepción. Son precisamente esas representaciones las que han constituido el acceso al mundo a partir del cual Martínez Mengual ha llevado a cabo un proceso de interpretación/expresión, con la dificultad añadida de cambio de código, pero con el incentivo, antes y después, de moverse en un universo de imágenes. Octavio Paz define el poema como "lenguaje en tensión". La imagen poética es capaz de contener una pluralidad de significados ("recoge y exalta todos los valores de las palabras, sin excluir los significados primarios y secundarios… no es ni un contrasentido ni un sin sentido"). La lectura que ejecuta Martínez Mengual no se limita a descodificar un texto con el consiguiente placer estético, sino que lucha por fijar en formas plásticas las representaciones polisémicas que emergen del poema. Esta actividad se plasma en los numerosos apuntes que quedan en su estudio y que fueron la primera reacción a la provocación del texto; el carboncillo sobre el blanco del papel es la respuesta urgente, pero eficacísima, frente a un sentido que se escapa y que, de no ser codificado con el lenguaje plástico, no volvería a ser recuperado. Su labor creativa no supone una visualización de los valores sémicos obtenidos de las diferentes lecturas sino que a partir de ellos y con un sentido dinámico de la dispositio los ha ido ensamblando hasta conseguir obras en que lo uno y lo diverso se armonizan y dan lugar a un objeto artístico nuevo capaz de seguir su propia andadura ya independiente del mundo literario que lo provocó.

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EL AMANTE II Óleo/Lienzo 24x33 cm.

Martínez Mengual se ha servido en este trabajo, que tan acertadamente ha titulado Donde la espuma sueña, de tres temas cernudianos: los árboles, el mar y el cuerpo masculino. La elección no ha sido arbitraria ni ha estado supeditada a otros intereses que no hayan sido los de presentar rasgos fundamentales del quehacer poético del autor de La realidad y el deseo. En Invocaciones escrito entre 1934-1935 encontramos un poema con ecos becquerianos que contiene, a modo de síntesis, los temas que aparecen en interpretación pictórica en la obra que se muestra en la Sala Luis Garay: Un suspiro no es nada, Como tampoco es nada El viento entre los chopos, la bruma sobre el mar O ese impulso que guía un cuerpo hacia otro cuerpo. Martínez Mengual se ha atrevido con un tema difícil pero de larga tradición: el desnudo, en este caso el desnudo masculino. K. Clark considera que el desnudo en Occidente no era un sujeto sino una forma de arte inventada por los griegos en el siglo V antes de J.C. En el mundo heleno se manifiesta bajo el paradigma de un método antropomórfico relacionado con las proporciones objetivas pero sin predeterminar su reproducción técnica; conjunción armónica de los elementos y no reunión mecánica es a lo que aspira Policleto. El Renacimiento italiano restaura la teoría antigua de las proporciones del cuerpo humano que son consideradas como una encarnación visible de la armonía musical y de los astros. Con Rembrandt se lleva a cabo la verdadera

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ruptura con el ideal formal rechazando los convencionalismos. Dos cuadros de 1907, Desnudo azul de Matisse y Las señoritas de Aviñon de Picasso, consagran una definitiva ruptura con el pasado abandonando todos los cánones del academicismo y del impresionismo.

CONTIGO Técnica mixta/papel 160x120 cm.

Los desnudos de Martínez Mengual responden a una nueva concepción estética. No aparecen formando parte de escenas-pretexto sino que se ofrecen con toda su rotundidad como símbolo/objeto de deseo de un erotismo sin felicidad (Sobre cuerpos cobrizos, sobre radiantes cuerpos / Que tanto he amado inútilmente). Ocupan la 101


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totalidad del soporte que en cierto modo resulta insuficiente para contener la fuerza de la imagen que en él se plasma. Obra sobre papel en la que se presiente el trazo del lápiz sobre el que se construye con color (rojo bermellón, rojo cadmio, azul, gris) y pincelada enérgica un cuerpo en posición natural, sorprendido en su intimidad, en reposo pero con una gran tensión interior (De reposo divino, divina indiferencia; / Caído el cuerpo flexible y seguro, como arma mortal). En contraste con los cuerpos contemplados (Desnudos cuerpos bellos que se llevan / Tras de sí los deseos / Con su exquisita forma, y solo encierran / Amargo zumo, que no alberga su espíritu / Un destello de amor ni de alto pensamiento) la imagen del contemplador en clásica posición de retrato sedente con armoniosa distribución de espacios, donde el azul y el rojo destacan sobre el neutro gris que los enmarca. Composición sin estridencias, hondura en la mirada que no se explicita formalmente más que con la fuerza constructora del color único. Imagen del amado y del amante fusionados. El cuadro no puede menos que recordamos el poema "Veía sentado" contenido en Los placeres prohibidos, libro clave para entender en su justa dimensión la obra de Cernuda: Subiendo hasta mí mismo / Aquí vive desde entonces / Mientras aguardo que tu propia presencia / Haga inútil ese triste trabajo / De ser yo solo el amor y su imagen.

Poemas para un cuerpo I y II Técnica mixta/papel 70x100 cm.

El poema en prosa "El amante" perteneciente al libro Ocnos le sirvió a Martínez Mengual para crear una obra de intensa y profunda tesitura dramática. Óleo sobre lienzo donde el color subrayado por la densidad de la materia pictórica organiza niveles de contemplación que en cierto modo se acercan a los motivos contenidos en el relato compuesto por Cernuda. Lo que en El amante se percibe con la imprescindible sucesión temporal de la linealidad lingüística, en el cuadro se plasma en un solo plano; ello permite la instantaneidad receptiva con la intensificación emocional que ello supone. Espléndido ejercicio de disposición, que obliga a que el espectador siga el orden seudo-narrativo que el pintor ha querido dar a su obra; todo ello gobernado por un cromatismo que despierta emociones encontradas en que noche, amor, deseo, duda... son connotaciones producidas por la imagen lírica del mar.

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EL AMANTE Óleo/Lienzo 180x180 cm.

En el poema VI de Donde habite el olvido, el mar es proclamado como imagen básica capaz de contener y de expresar el complejo mundo de las relaciones eróticas (El mar es un olvido. / una canción, / un labio; / El mar es un amante fiel respuesta al deseo). Martínez Mengual, intérprete de la propuesta cernudiana, construyó una serie de óleos de pequeño formato en que el mismo tema se ofrece en una serie de variaciones que constituyen, en mi opinión, uno de los grandes aciertos de este trabajo. Con la necesaria presencia de la horizontalidad como norma compositiva, el color es el encargado de expresar las distintas emociones. Nuestro artista se muestra como un fiel seguidor de la propuesta formulada por Henri Matisse en Notas a un pintor (1908): "La tendencia dominante del color debe consistir en servir lo mejor posible a la expresión. Pinto mis tonos sin prejuicio alguno... El lado expresivo de los colores se me impone de manera puramente instintiva". Así el mar se manifiesta en variada gama de azules con el blanco (En plena mar, sin rumbo, a toda vela; / Hacia lo lejos, más, hacia la flor sin nombre) o con rojos que pugnan con los grises y que evocan el poema "Mares escarlata" (Un grito acaso puede ofrecer más encantos, / con el monte escarlata, con el pecho escarlata). Pero no olvidemos que el mar es sólo una imagen, una forma de enunciar y comunicarnos el conflicto erótico que subyace en el mundo 103


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poético de Cernuda y que Martínez Mengual tan acertadamente ha expresado en esta serie de "El amante" (Al amanecer es cuando deberías ir hacia el mar, joven / marinero, / Desnudo como una flor; / Y entonces es cuando debías amarle, cuando el mar debía poseerte / cuerpo a cuerpo.) La obra pictórica se ofrece como variaciones; cromatismos distintos para emociones distintas, pero con un denominador común: la atracción hacia la imagen del mar que termina por imponerse gracias a su fuerza expresiva (Anegarte frente al mar en una contemplación / Más honda que la del hombre frente al cuerpo que ama).

EL AMANTE V Óleo/Lienzo 24x33 cm.

Los árboles como tema poético están presentes en casi la totalidad de los libros que constituyen La realidad y el deseo, desde su reiterada presencia en "Primeras poesías" (Y el acorde total / Da al universo calma: / Árboles en la orilla / soñolienta del agua) hasta el libro de madurez "Vivir sin estar viviendo" (Mira los árboles, como en estío, / Por la escarcha brotados / con hojas otra vez, hojas heladas / Espectros de las ideas. Así mismo en la mente / Aquella imagen del amor, antes amiga, / Regresa extraña ahora). Martínez Mengual ha querido ser fiel al pensamiento de Cernuda y con la serie "Otros aires" ofrece una interpretación del tema en la que pone de manifiesto su maestría pictórica y la fidelidad, no exenta de inventiva, con que proyecta las imágenes poéticas recibidas. Los cuadros de esta serie creo que destacan en primer lugar por la acertada selección y disposición de los elementos que se proyectan sobre la superficie receptora. Una vez más recurrimos a la autorizada voz de Matisse: "En un cuadro cada parte será visible y jugará el papel que le corresponda, principal o secundario. Todo lo que no tenga utilidad en el cuadro será por eso mismo nocivo. Una obra comporta una armonía de conjunto: todo detalle superfluo ocupará, en el espíritu del contemplador, el lugar de otro detalle esencial". El conjunto de óleos 104


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en que el azul, que traza la imagen básica, se proyecta sobre el gris constituye un buen ejemplo de ese sabio principio de selección de elementos; el espectador se reconcilia con el trazo estilizado y puro, reconoce en la simplicidad de la forma un mundo de sensaciones donde se mezcla la armonía cromática con un presentido eco de lo musical.

OTROS AIRES II Óleo/Lienzo 22x27 cm. / OTROS AIRES VII Óleo/Lienzo 38x55 cm.

Las imágenes de árboles en Cernuda son exponente de sentimientos profundos pero serenos; el árbol permite la reflexión sin estridencias, el reencuentro con valores perennes, el equilibrio frente a la inestabilidad del mundo: Al lado de las aguas está, como leyenda, En su jardín murado y silencioso, El árbol bello dos veces centenario. Las poderosas ramas extendidas, Cerco de tanta hierba, entrelazando hojas, Dosel donde una sombra edénica subsiste.

OTROS AIRES IX Óleo/Lienzo 54x65 cm. / OTROS AIRES X Óleo/Lienzo 54x65 cm.

La obra de Martínez Mengual proyecta imágenes distintas, que se expresan en juegos de orden y color, a partir de las representaciones que la lectura le ha ido 105


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proporcionando (Los árboles al poniente / Dan sombra a mi corazón. /¿Las hojas son verdes? Son / De oro fresco y transparente). Rojos, azules, grises, amarillos se organizan y seleccionan en cada cuadro creando efectos de intensa emoción sin importar la correspondencia real entre el color del objeto ficcional y su supuesto referente en la naturaleza. Paul Gauguin, en sus reflexiones Sobre el color, ya había manifestado su opinión frente a ese tipo de libertad cromática por parte del artista: “Todo ese montón de colores correctos es algo sin vida y congelado, una mentira...

OTROS AIRES XI Óleo/Lienzo 54x65 cm. / OTROS AIRES XIII Óleo/Lienzo 54x65 cm.

EI color puro: a él hay que sacrificarlo todo. El color, como tal, es enigmático en las sensaciones que despierta en nosotros. Por tanto, hay que utilizarlo de manera enigmática cuando nos servimos de él: no para dibujar, sino por los efectos musicales que parten de él, de su naturaleza peculiar, de su fuerza interior, misteriosa, inescrutable”. Martínez Mengual ha sabido crear ritmo con color; su objetivo no era pintar árboles sino transmitir emociones con el lenguaje que le es propio y que con tanta competencia maneja. Abraham Esteve Universidad de Murcia

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Pedro Serna: Sentimiento y sustancia de la pintura (por Ramón Gaya)

Hace algunos años me prometí a mí mismo no escribir nunca nada sobre pintores... vivientes, y he venido cumpliéndolo bastante bien; hoy, sin embargo, me gusta romper esa promesa porque me encuentro delante de unos pequeños trozos de pintura -pintados a la aguada- que me parecen, sin más, muy excepcionales; lo primero que diría de estos trozos de pintura es que están vivos, sencillamente vivos (en una obra de creación verdadera, el hecho de estar viva no viene a ser, exactamente, un valor, uno de los muchos valores que la componen, que la forman, sino una categoría, su categoría máxima, suprema, y, claro, su condición indispensable, porque sin el misterioso y diminuto soplo de lo vital no hay obra alguna de creación, sino mero artefacto); estas pequeñas pinturas han sido dichas como en voz baja y, al mismo tiempo, con fuerza, con un vigor, diríase, tiernísimo, primaveral; la dicción es de trazo muy fuerte, muy enérgico, aunque amansado, quizás, por una decidida hermosura, ya que la pincelada de esa dicción, de ese trazo, aparte de expresiva, es de una gran belleza, ¡como en los buenos tiempos!, no de una belleza estética, esteticista, sino natural.

Arrozales en La Albufera

Se trata de un pintor murciano, muy pintor, y también muy murciano, pero sin sombra de regionalismo -todo ismo, como se sabe, encierra falsedad, tendenciosidad, demagogia-; sin sombra de provincianismo y sin caer tampoco en esa universalidad pueblerina, buena para papanatas, que se estila hoy. Yo diría que Pedro Serna es un pintor murciano, casi chino, fino, «delgadico», de una «exquisita sensibilidad» como rezan las críticas al uso (equivocando entonces lo que puede haber en esa expresión de verdadero, ya que la palabra «exquisito» hace pensar enseguida en algo artificioso que él no tiene en absoluto); su indudable finura no es estilizada ni decadente, sino limpia 107


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y sana, un poco a la buena de Dios. Mira muy bien, muy lúcida y atentamente, la realidad, pero sin enredarse ni tropezarse en ella, incluso un tanto despegado, a la distancia justa, con la holgura justa para la comprensión, porque una de las facultades de su armónica naturaleza de pintor es ésa: que comprende lo que ve cuando mira algo que no supo ni pudo lograr el ojo, tan famoso y aplaudido, de Monet-; y aparte de ir comprendiendo lo que mira, ha comprendido, de una vez por todas, que la realidad no ha de ser atrapada, encarcelada, ni ha de ser, claro, alterada, ni siquiera... interpretada, porque el creador no es un intérprete de la realidad, sino un hacedor de realidad, o sea, el creador es uno que aporta realidad, más realidad, a la realidad ya existente; no el petulante artista, sino el modesto y pasivo creador verdadero, sabe muy bien que la realidad no puede ser enjaulada -como han hecho siempre los realismos-, ni arlequinizada, ni traicionada, ni burlada frívolamente -como han hecho los estúpidos vanguardismos culteranos de nuestros días-, el creador sabe que la realidad sólo puede ser... acogida, comprendida, y... dejada estar, dejada ir, suelta, libre, libremente real, a su sitio propio. En la naturaleza, en el paisaje real de la naturaleza parece como si, de pronto, se formaran unos pequeños nudos, es decir, unos pequeños enigmas; a veces es tan sólo un acento especialísimo de la luz, o una... musicalidad de la distancia, o del aire. Pedro Serna es muy sensible a todos esos misterios a pleno sol; en su pintura parece haber querido, con inspirada modestia, ir desatando los nudos que encontrara en la realidad del paisaje. El público -cada vez nos tropezamos con más público- supone que las acuarelas son todas ellas una sola cosa, más o menos bonita, más o menos sabia, pero siempre cosa menor, buena, cuando mucho, para adornar pasillos o para colgar entre dos balcones (por eso y para eso se ha formado esa industriosa artesanía de acuarelistas pintoresquistas), pero el público ignora que la acuarela -con su acuarelismo correspondiente- en realidad de verdad, no existe, como no existe, en definitiva, el «fresco», ni el «pastel», ni el «óleo». Las buenas acuarelas no son, propiamente, acuarelas. Ni siquiera los más ortodoxos y prestigiosos acuarelistas ingleses -Girtin, Cotman- han pintado las mejores acuarelas, sino aquellos que no eran acuarelistas, es decir, Constable, Turner y, claro, algunos viejos chinos y japoneses, Rembrandt, Van Gogh, Cézanne (Cézanne, por cierto, terminó por hacer, con la supuesta fragilidad característica de la acuarela, su obra más consistente, más firme, más... realizada). Las acuarelas de Pedro Serna tampoco son acuarelas de acuarelista, sino de pintor, de un magnífico pintor. 1981 Pedro Serna y (II) No hace mucho tiempo pude oírle a un alguien (alguien, desde luego, de cierto prestigio... intelectual) que la obra de tal otro (se trataba de un poeta amigo suyo y mío), aunque valiosa, carecía de interés, ya que había sido realizada dentro, sin más ni más, de la sabida y consabida «tradición», o sea, sin novedades, sin originalidades, sin sustos, sin sorpresas. Este criticador intrépido (buen hijo de su siglo) ignoraba, pues, que todo aquello que no es tradición no es ya que sea «plagio», como se ha dicho aunque también-, sino que todo aquello que no es tradición, en realidad no es nada, no viene a ser nada, no existe verdaderamente. 108


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El estudio y la mecedora

Tradición no es, como suele pensarse, un viejo modo de ser, y que... perdura, sino el nervio central del ser mismo; no, no es una simple manera, una simple costumbre... inanimada, una simple rutina... vacía, un algo, en fin, envejecido, enrarecido, ya caduco, inservible. Tradición, por el contrario, es una sustancia viva, siempre viva, rica, originaria y... eterna, sucesivamente eterna; tradición es savia materna, médula materna que lleva y conlleva el propio ser, la propia condición de ser. Tradición no es, en absoluto, pasado, sino... antigüedad original, vital, presente y perenne. Pero nosotros -actuales- hemos caído un mal día en la tentación (sin duda alguna demoníaca, ya que este tropiezo viene a ser un estúpido combinado de soberbia, vanidad, caprichosidad y ociosidad... revoltosa), hemos caído, digo, en la tentación de cortar, demasiado alegremente, el delgadísimo hilo de la vida, de la continuidad de la vida. No se sabe muy exactamente cuándo ni dónde se produce este extraño fenómeno artificial de romper, de pronto, con la tradición, convirtiendo así estos ochenta y tantos años últimos en un vertedero, en un basurero de novedades. En los poemas y en las pinturas de hoy ya no esperamos nunca encontrar... valores -los antiguos y fijos valores de la vida-, sino tan sólo nuevas ocurrencias, nuevas y frívolas aportaciones de ocurrencias; estando así las cosas, cuando alguien, como es el caso de nuestro sutilísimo pintor murciano -por sensibilidad, por naturalidad, por pureza, por fineza y firmeza de sentimiento, por vigoroso y riguroso instinto- se niega a comulgar con ruedas de molino (o con paraguas y máquinas de coser) y nos entrega, con

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arrogante sencillez, estos hermosísimos trozos de pintura legítima, lo cierto es que nos desconcertamos un tanto, como cuando alguien dice... una verdad.

La casa del motor (inédito)

Pedro Serna se ha negado a romper con la tradición -como en cambio mandaban los tiempos-, pero ha sentido y visto muy bien que tampoco se trataba de estar, como monigotes; aposentados en ella, caídos de bruces en ella; la tradición no es un lugar de estar, sino de irse, pero de irnos sin desentendernos nunca, sin olvidarnos nunca de su viejo y lejano manantial. Ni siquiera se trata de... reanimar, de revitalizar, de revivir la tradición, como podría suponerse, sino de revivirnos nosotros –actuales- en ella, en su fondo, en un pozo. No, nada de volver al pasado -¡qué tontería!-, sino... «volvemos hacia él, pues eso sólo es ya un adelanto», parece ser que ha dicho un músico, un gran músico. Los verdaderos innovadores -quiero decir Giotto, Masaccio, Van Eyck, Michelangelo, Tiziano, Velázquez, Cézanne, Van Gogh, Picasso…- no es que amanezcan, diríamos, un lunes y de buenas a primeras se lancen a inventar... cosas, novedades, modernidades, sino que vuelven los ojos y las orejas hacia ese fondo... animal, maternal, y encuentran allí, en lo más lejano, casi escondido, desapercibido, lo que nos faltaba. Los simples novedosos, ya es sabido, apedrean a los originales, es decir, a los que vienen de un origen real. Resulta curioso que estas pinturas de alguien que no ha roto, en absoluto, con la tradición sean tan poco tradicionales; porque la verdad es que Pedro Serna -que no es, claro, un novedoso- resulta, hoy, un pintor sumamente nuevo, fresco, reciente. El tema casi no existe -una pared por donde resbala un sol más bien tenue, tierno, manso, pero muy sustancioso, acuoso; un cielo un tanto esquivo, que deseara marcharse, desaparecer; las sombras de unas ramas que no vemos; la sombra de un ciprés que no está en el recuadro de papel Whatman que se nos ofrece; una casa sin fisonomía y... 110


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sin techo; el trozo de una alberca-; la pincelada, que, a diferencia del tema, aquí sí existe -y, por cierto, de una gran belleza natural, no buscada, como podrían parecemos algunas de la pintura japonesa-; el color es aquí, más que el color de las cosas, el color del aire, como una afinación, como una tonalidad musical del aire. Si yo tuviera que darle un buen consejo a tal o cual persona que visite, un tanto despistada, la exposición de Pedro Serna, le diría que no se asustara, que no se desconcertara; le diría que la pintura, aunque muy raramente, puede ser así de entera y verdadera, así de... limpia.

Texto publicados con la autorización de Pedro Serna

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Pedro Serna: Casi desaparición (por Tomás Segovia)

Casi desaparición

CASI DESAPARICIÓN (Colores de Pedro Serna) Cae sobre el campo un violeta Más que visto se diría que pensado (Porque sólo el pensamiento A veces Parecería Que puede así deslumbrarse No con destello y violencia Con un ensombrecimiento Sobrecogedor de sus fulgores Como a veces Se deslumbra La intimidad de un sabor Que se nos va densamente a pique A hundirse en la oscuridad De la dulzura)

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Pues muchas veces así nos ha mostrado La vastedad diluida Hecha toda casi nada en el ocaso Ese dudoso violeta De fragilísimo pétalo Cual si todo lo visible Fuese a esfumarse en torno En ese final desmayo Cual si fuese a evaporarse el mundo Con un gran vaho de luz Como queriendo enseñarnos Cuánto puede adelgazarse El ímpetu de su peso caudaloso Y toda su resonante realidad Puede ser el tenue hilo Que escurre visible apenas A punto de interrumpirse Para dejarnos ver cómo Roza él sin sobresalto Y tan delicadamente El abismo del desplome Sin despertar a su paso Ningún peligro dormido Y sereno Ante este nuestro temor Medio irreal A la desaparición. Tomás Segovia

Texto publicados con la autorización de Pedro Serna

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MISCELÁNEA

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Voz crítica

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Alejandro Dávalos: Fronteras

Mando este documento a una revista que salió nueva, diferente, sin tener una razón muy clara para ello, quizá amparado solamente por un epígrafe que invita a unas pocas letras en una ciudad que no es del todo mía, pero a la que me siento aferrado, una dirección virtual donde mandar tres o cuatro pensamientos, unas ideas sobre un país que yo tampoco conocía, y aquí me encuentro, delante de una computadora, dispuesto a prender un cigarrillo, apagar las luces que me abruman, y empezar a escribir un rato en soledad, de lo que significan las líneas, y las fronteras. Porque hace poco, mientras caminaba, llegué a un claustro construido hace tanto, al tiempo que me dedicaba a pensar un poco, que es una de las ventajas de no conocer a demasiada gente en esta ciudad, y el frío, desligándome de mi memoria, me trajo de lejos una conversación sobre unas cuantas pantallas superpuestas en alguna dirección de Internet, de un tiempo demasiado posterior a ese claustro por el que paseaba, quizá no tan disonantes como pensé en algún principio, a la misma vez que reanudaba mi propia conversación. Intrigado, me acerqué a un aula repleta de gente y de máquinas, y buscando un rato encontré algo llamado la Rosa Profunda, que todavía no sé bien lo que es, ni creo necesario saber del todo para fascinarme, donde todavía ando metido poco a poco leyendo, por el placer de leer, o soñar. Y desde algún sitio perdido por Armenia, a orillas del lago Sevan, a unos cincuenta kilómetros, quizá algo más, de la capital que nunca visité, retomo mis divagaciones sobre unas líneas que alguien pretendió llamar fronteras, por el puro placer de dividir lo poco que quedaba unido. Fronteras incultas e ignorantes, que perdéis vuestra identidad fuera de un mapa dibujado por las manos de un hombre que no sabe bien lo que hace, fronteras que hacéis vuestra labor con pulcritud y disciplina típicas de imperios que caerán y os olvidarán, fronteras malditas que lloran familias en dos lenguas diferentes, fronteras malhadadas que legasteis a mi mundo el peor de los destinos, fronteras, fronteras, que no os entiendo. Pues no entiendo nada en absoluto la existencia de un puñado de líneas garabateadas en un papel. Yo no soy de acá, pero tampoco me siento de allá, estudio en este sitio a la vez que me siento algo murciano, pero también soy de un sitio donde para llegar tienes que cruzar fosas abisales, y sin embargo unas fronteras me limitan a ser de allá, cuando desde lo más profundo de mi alma no soy capaz de decir de dónde me siento, ni eso llega a preocuparme, dando igual donde haya nacido. Y buscando en este país vuestro, un sitio que pudiera llamar el mío, anduve por caminos sinuosos buscando otra religión en este mismo territorio, con estas mismas fronteras, pensando en trasladarme a otro mundo algo más mudéjar, con la firme pretensión de no traspasar nunca unas líneas que estoy convencido no me limitan a un mundo.

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Pero mientras el autocar rodaba y la música de la radio empezaba a quejarse de la ausencia de ondas murcianas, pude atisbar levemente a la alta velocidad un letrero verde que me avisaba de una línea que separa Murcia de Almería, y en ese momento forjé lo que ahora les escribo, mientras buscaba algo que me aclarase por qué acababa de entrar en Almería, si yo seguía viendo lo mismo, los pocos árboles seguían allá afuera, el color era todo el mismo, todo era tan igual, que supongo que a alguien le pareció distinto, para darle una frontera. Y yo, que en situaciones soy bosnio, siento miedo al cruzar una línea, una curva que han trazado profanando un río que no es de nadie, por si las balas me alcanzasen certeras, llenas de ira, violentas, y de repente, extranjeras. Y yo, que soy palestino, pienso en por qué si cruzo una alambrada ya no estoy en mi país, o por qué mi hermano es de un país diferente, y no puedo verlo sin burocracia, o por qué los trazos de unos ingleses, arbitrarios, diplomáticos, crueles, me evocan en una nación sin nación, aunque quizá no me importe, porque ya hicieron que me sintiese extranjero en mi propia tierra, ya hicieron que les tuviese miedo a mis propios vecinos, que ya les tuviese odio. Así, que si ustedes me lo permiten, o si no, les diré que escupo sobre sus banderas y sobre sus fronteras, y mando al carajo a los pelotudos hijos de perra que las dibujaron.

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Antonio Meroño Campillo: Tiempo de excesiva ociosidad

La televisión llena buena parte de mis horas. Muere Cabrera Infante en su Londres adoptivo. La muerte no se toma vacaciones. Yo sí las tomo. Veo mucha televisión, apenas escribo, apenas leo Mi ánimo está estancado. No hay altibajos: me hallo inmerso en una linealidad bastante estéril, nihilista. Tengo que empezar de nuevo a enfocar toda mi inteligencia y creatividad. Mi inteligencia tampoco se quiere tomar vacaciones. Cada día que me voy a la cama sin haber hecho casi nada es un día menos. La muerte me espera en algún Londres o alguna Habana, como al inefable Guillermo Cabrera Infante. Nunca lo vi en persona, no lo he leído apenas. Recuerdo, eso sí, “Arcadia todas las noches”, una celebración, un pequeño milagro. Todas las noches me voy a la cama, casi todas tras haber visto una película. Arcadia todas las noches, et in Arcadia ego señala Luis Cernuda, que también anduvo por Londres en sus exilios. Amargos, amargas trampas de infelicidad los exilios. Don Guillermo Cabrera Infante y un escritor veinteañero pasado que lee con fruición ese librito sobre cine, toda una joya, los veranos, a la sombra de Cernuda, de Gil de Biedma, un exilado interno. Un escritor jovenzuelo que busca su exilio dentro de sí mismo, en sus melancólicos recuerdos, en sus lugares favoritos, sus paisajes del alma. Cada noche, eso sí, antes de irme a la cama hago recuento, y me tropiezo con un balance pobre. Mucha ociosidad, mucha televisión, escaso enfoque de mi inteligencia creativa. Estampas de mi vida que me visitan, como películas mal vistas o vistas a medias, mal asimiladas. Inmerso en una linealidad que no acaba de esquivar lo estéril, dejo que esos fotogramas me pasen factura. Siete días que tiene la semana, pocas sorpresas. Sigo creyendo en la escritura como salvación, como forma de vida, como razón d’étre. Escribir, hasta ahora, me ha salvado de morir, en Londres o en cualquiera de mis lugares extraños o comunes, lugares propicios o no. Escribir me seguirá salvando de esa muerte que me espera en alguna parte y a la que voy esquivando como puedo. Hoy ha muerto un gran escritor, y, creo, una gran persona. Lo echaré de menos. Ya no forma parte del pobre paisaje de las letras hispanas Fue todo un personaje Quizá vuelva a leer estos días “Arcadia todas las noches”, toda una lección de cine que alegró como pocos libros muchas horas de mi estéril veinteañería de aprendiz de escritor y de ser humano. Publicación de un extenso párrafo de War Réquiem en Ababol. Ya casi nadie se acuerda de que en Irak hay, o hubo, guerra, una guerra, un genocidio. Por obra y gracia de los caballeros de la Muerte, Bush, Blair, Aznar y el tirano Hussein. Bagdad ardió, en contra, parece ser, de los deseos de la mayor parte de los ciudadanos del planeta. Poco pudo, de nada sirvió la oposición de muchos (la mía inclusive:progre que se acerca a la cuarentena empeñado aún en creer en utopías y batallas perdidas de antemano, de poco ha servido): Bagdad ardió y muchos seguimos amando y odiando en silencio, o en voz alta. Réquiem de Guerra, War Réquiem es la obra maestra de Britten, el último profeta, un ángel oscuro que maneja una serie de polifonías grotescas y duras, sin concesiones. Britten parece estar más vivo ahora que nunca, cuando los misiles y las granadas han caído como chuzos de punta sobre el Golfo

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Pérsico, cuando unos dirigentes han decidido hacer oídos sordos de los lamentos de tanta madre, tanto padre, tanto hijo Ahora, hoy más que nunca, los sones del War Réquiem parecen colarse por las rendijas de nuestras puertas y ventanas, con la intensidad de los gemidos de una parturienta, de los llantos de un niño. Alguien pretende asomarse a este mundo cruel e imperfecto llamando a la puerta del útero a base de patadas. El niño no-nato aún, se descarga en patadas sobre el vientre, la pared de la placenta de su madre. Suena un si-bemol del ángel británico, un niño terrible y llorón, un rebelde ángel negro-enamorado. Suenan al unísono esas patadas y esos bemoles mientras algunos nos empeñamos en recordar los atronadores disparos en la noche de Irak, la larga noche de los cuchillos largos en Bagdad. Arde Bagdad y yo te sigo amando, parece decir el ángel Benjamin a su amado-amante Meter. De este amor oscuro nacerá una ópera fundacional, Peter Grimes. El ángel negro circula por Bagdad haciendo sonar la sirena de una ambulancia. Y un desorientado aprendiz de cuarentón emborrona cuartillas en el silencio de la tarde, con la memoria llena de sonidos y golpes, de gritos de auxilio, Réquiem de Guerra.

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Ángel Molina: La gran patria de los hombres

Nunca concebí la Patria como el divino axioma de la sumisión al absurdo, de la dogmática simplificación de los pensamientos y aún del sentir humano. Pues las banderas de la Patria se convierten a menudo en sus mordazas cuando los pretendidos salvadores de la moral y el orden establecido – su orden establecidolas enarbolan con el patético cinismo de quien se sabe manipulador de las verdades y verdugo de juiciosas conciencias. Y a través de sus colores imponen su paz, que no es más que la capitulación de la lógica y de la razón más pura, que la sumisión a su interesada voluntad; imponen sus reglas y sus leyes de las cuales se mantienen siempre al margen desde su atrio de poder; imponen su justicia, que no es sino el castigo ineludible para quien ose levantar la mano, o aún la voz, o quizá el pensamiento contra su bandera, contra su paz, contra su Patria. Pero las BANDERAS de los pueblos no juegan con llamativos colores o grandilocuentes emblemas. No saben de heráldica ni de coronas. No se pierden en ornamentos, no lucen joyas, ni dorados ribetes; ni pedantes aseveraciones en tono victorioso como un bramido atemporal en ostentoso latín. Las BANDERAS de los pueblos son apenas harapos de color ocre manchados de grasa, de hollín, de estiércol. Sucios colgajos sin leyendas que huelen a tierra y a hambre. Impregnados de miedo y humillaciones, de llantos y de furia callada y contenida. Adornados con sangre y sudor. Y tras ellas, la masa obrera, miserable y sometida, que desborda todas las fronteras y se extiende por el mundo como un torrente de sangre con sus manos encallecidas y su abnegado sufrimiento. Por eso mi percepción de la patria derriba las fronteras y las arrastra por los áridos desiertos, las eleva sobre cerros, sierras y cordilleras altas como la dignidad que brota de los humanos corazones, y las pierde entre el verdor húmedo de las más espesas selvas. Las ahoga bajo las purificadoras aguas de los océanos y en las vastas llanuras del mundo. Por eso la PATRIA en la que yo creo engulle las patrias chicas, feudo de los poderosos y los asesinos de retórica cobarde y mentirosa. Y los verdaderos patriotas del único pueblo que sobre el mundo existe, enarbolan su pendón roído y austero de parias de la Tierra y el fusil ávido de justicia; de revolución y justicia para los hombres.

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Luis Antonio de Villena: Hermenéutica

¡Por los dioses! ¿Este mundo confuso y terriblemente reaccionario merece llamarse mundo? Dicen que los hambrientos negros del sur algún día no podrán ser ya contenidos; pero el Emperador (el más feroz de los feroces galileos) exhorta a una virtud sin grietas y sin vida. Con todo, matan cada día a diez de sus soldados y todo se va deteriorando, porque “libertad” no significa nada y “terrorismo” es un arma para cinco filos distintos... La prohibición es la Ley y el Derecho la fuerza. Demetrio construye una gran bodega bajo su jardín. Octavio cree que la cultura –nuestra capacidad de hablar más allá del ahora- quedará confinada a infimísimos guetos, y Erixímaco (el más astuto de todos) invoca a Hermes, el dios de lo confuso iluminado, el señor de la poesía inquietante y de los estados ambiguos, el intérprete, el compañero de las almas muertas... Hermes, prestigioso señor de lo oscuro, bandolero y compadre, embaucador y poeta, volatinero, maestro y muchacho, Hermes: protégenos. Acaba con tantos traidores y cuida de tus amigos. Todo señala (aunque muchos aún no se percatan) que este mundo ya ha muerto. Y no hay ningún otro, hoy por hoy, a la vista...

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Entrevista

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José Jiménez Lozano, por Luis García

José Jiménez Lozano se alzó con el Cervantes 2002 (contra todo pronóstico), uno de los premios más respetados y que más polémicas ha servido en los últimos años. El Premio Cervantes, que distingue la trayectoria literaria de un autor cuya obra esté escrita en lengua castellana, fue instituido en 1976 por el Ministerio de Cultura y entregado en su primera convocatoria a Jorge Guillén. Jiménez Lozano, autor de una extensa obra literaria que combina por igual el ensayo con la poesía o la novela, formó parte de una destacada generación de periodistas junto a nombres como Francisco Umbral o César Antonio de los Ríos, y fue Director del Norte de Castilla hasta su jubilación. Luis García.- Empecemos por ese prestigioso galardón, Premio Cervantes 2002, ¿lo esperaba en ese momento? José Jiménez Lozano.- Pienso que estas cosas no se esperan, ni deben esperarse. Como si no existiesen. Escribir no es una acumulación de méritos, y un premio es gratuito, no un concurso de méritos. Es un honor que se le hace a alguien, debe agradecerlo sencillamente y tratar de no defraudar lo que significa. Eso es todo. L.G.- Porque no cabe duda que fue una auténtica sorpresa… J.J.L.- Seguramente, y hasta cierto punto es bastante lógico. No parece que tuviera yo pedigrí extendido en la forma acostumbrada, y con los sellos correspondientes. Pero ya le digo que todo esto es como si no existiera, para mí. L.G.- ¿No resulta especialmente gratificantes sustituir en el puesto a Álvaro Mutis? J.J.L.- No sé si es “gratificante” el adjetivo más exacto. Es, déjeme repetírselo, todo un honor estar ahí, entre todos esos hombres de letras de tan especial significación. Soy perfectamente consciente. L.G.- En palabras de Luis Alberto de Cuenca es usted “un escritor castellano viejo…” ¿Cómo se define usted? J.J.L.- No sé muy bien lo que quiere decir esto de castellano viejo. Para Larra era algo horrible; pero para Laín Entralgo, que también dijo algo parecido de mi, y seguramente para Luis Alberto de Cuenca, evoca un cierto modo de ser y unas virtudes antiguas asignadas al castellano, y que, más o menos apuntan a un cierto senequismo. Y yo no me encuentro especialmente senequista, pero se entiende muy bien lo que quieren sugerir tan amablemente. Aunque quizás también quieran aludir a una cierta utilización de la lengua. ¡Ojalá tengan razón! Nada podría satisfacerme más. Por mi parte, sólo le recordaré que en la definición no debe entrar lo definido, y, mucho menos, el definidor. Pascal decía que la civilidad no toleraba hablar de sí mismos; y me parece que está en lo cierto, desde luego. L.G.- ¿Se considera antes escritor o periodista? 123


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J.J.L.- No hay un antes ni un después, lo uno es una profesión, lo otro una elección. Escribir es algo gratuito, hacer periodismo es cumplir con la obligación profesional. Como sería estar en el despacho o en la gasolinera, si el escritor fuera notario o estuviera empleado en una estación de gasolina, como lo estuvo Faulkner. L.G.- Ha cultivado la poesía (Elegías menores…), la novela (Los lobeznos, El Viaje de Jonás…), las memorias (La luz de una candela…) y el ensayo (Fray Luis de León, Pecado, poder y sociedad en la historia…) ¿En qué género se ha encontrado más a gusto? J.J.L.- No es cuestión de encontrarse a gusto. Si uno se propone contar una historia, tendrá que narrar; si hacer un estudio o desarrollar unas ideas, tendrá que escribir un ensayo o un artículo, y la poesía se presenta como un fulgor, se cae de las manos como decía el maestro fray Luis de León; así que no se decide hacer esto o lo otro. No se escoge, y no resulta ni más fácil ni más difícil hacer lo uno o lo otro; o se sale o no se sale. Si no sale, se deja, y en paz. L.G.- ¿Cómo es su relación con la lengua española? J.J.L.- Seguramente como la de usted y la de todos los hombres con respecto a su propia lengua. Pero el lenguaje tiene dos dimensiones, por decirlo así, la una meramente comunicativa, o de lenguaje ahí.a.la.mano, y la otra simbólica, adámica, que trata de nombrar la realidad en todas sus sonoridades interiores. El lenguaje de los afectos, de las esperanzas y las alegrías, o de las confidencias no es el mismo que el lenguaje instrumental o comunicativo, y se supone, por principio, que el lenguaje literario no es meramente comunicativo. L.G.- Un hombre en raya (por citar un ejemplo) fue calificada por algunos críticos como de “extraordinaria novela, breve pero intensa”. ¿A qué cree que es debido el que no haya conseguido ser un autor de masas? J.J.L.- No creo que mi escritura contenga, ni remotamente, ninguno de los ingredientes normales para atraer a las masas lectoras. Sería bastante necio si pretendiera ser un autor para esas masas: No tengo nada contra los que lo son; simplemente no es lo mío. L.G.- En Teorema de Pitágoras (Seix Barral) ya avanzaba muchos de los problemas de la actualidad (xenofobia, violencia, drogas…). ¿Cree como entonces, cuando la publicó, que aún hay sitio para la esperanza? J.J.L.- ¿Cómo no va a haber sitio para la esperanza? Este mundo tiene sus noches, siempre las tuvo, y siempre salió de ellas. Con heridas, desde luego; pero salió. Lo importante es querer salir, pero, desde luego, no saldrá mientras no haya un ethos social, un ámbito cultural en el que al hombre sólo se le considere en su propia dignidad y gloria de ser hombre. Y me permita serlo a mí, porque sin el otro diferente yo no podré serlo. Y esto no es una cuestión ética fundamental, la convicción no ya sólo intelectual, sino cosida a los sentimientos y a la carne de que es tan valioso lo que a otro hombre me une porque los dos somos hombres, que las diferencias, por difíciles de aceptar que pueden ser, no tienen la misma importancia. Él me soporta a mí y yo a él en nuestras diferencias. Esto es la tolerancia, un mínimo de civilidad. L.G.- Participó activamente en la puesta en marcha del proyecto Las Edades del Hombre. ¿Qué valoración general hace de su aportación?

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J.J.L- Mi aportación fue al proyecto de un amigo, José Velicia, que murió ya. Nunca quisimos otra cosa que mostrar cosas hermosas. Si se logró, ya no hay nada que comentar. L.G.- ¿Qué está escribiendo actualmente José Jiménez Lozano? J.J.L.- Estoy re-escribiendo. Es decir dando otra vuelta a cosas que dormían, mientras poco a poco va avanzando otra narración.

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Letras en Murcia

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Presentaciones de La rosa profunda en Murcia, por José Eduardo Morales Moreno

Fue el día 15 de diciembre del año pasado, apenas un mes después de brotar La rosa en cuyo crecimiento estamos inmersos. Recuerdo que era miércoles porque, antes de encaminarnos a la presentación, nos reunimos algunos compañeros de Filología Hispánica para charlar y debatir con D. Francisco Vicente Gómez (Prof. de Teoría de la Literatura de la Universidad de Murcia) acerca de la postmodernidad de Lyotard después del café. La ceremonia comenzaba a las 22:00 h. en la cafetería Ítaca, un local al cual agradecemos, de nuevo, su colaboración desinteresada, aunque sería más adecuado decir que la colaboración de Ítaca es siempre interesada: interesada por el arte y por la cultura. Allí estábamos a las nueve menos algo Isabel y yo para tomar el café después de una frugal cena. A las nueve y pico no había casi nadie, así que planteamos algunas hipótesis: quizá venga muy poca gente...; quizá perdieron el barco que les traería a Ítaca... Por fortuna -¡oh, hados!-, los pasajeros fueron desembocando en esta patria homérica y nos agradó sobremanera comprobar que a las 22:15 h. se había llenado esta tierra de Ulises con la presencia impagable de poetas, amigos, compañeros, conocidos y desconocidos.

Isabel y Vicente leyendo a Borges

Empezó el acto -como todo en esta vida- con un instante fugaz, quizá imperceptible, de silencio, tras el cual los directores de La rosa profunda, José Manuel Martínez y Antonio L. Bastida, subieron al escenario para presentar la revista, el acto e invitar a todos los asistentes que quisieran participar en ella a hacerlo (lanzamos de nuevo la invitación, esta vez a todos los lectores). Hicieron mutis y su lugar lo 127


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ocuparon Isabel Arenas y D. Vicente Cervera Salinas para leer, a dos voces, The unending rose de Jorge Luis Borges, como homenaje al gran lector-bibliotecario y al poema que da nombre a la revista (Mutis de Isabel y Vicente.).

Antonio Bastida y José Manuel Martínez presentando la revista y el acto

Presentada la revista y homenajeado el gran poeta, sólo restaba la lectura de algunos poemas. Siete poetas se sucedieron en el escenario, y cada uno leyó un par de poemas suyos acompañados por la música de Guillermo Delís, guitarrista del grupo Yer soul al que agradecemos su participación y, sobre todo, el tiempo que en los ensayos dedicó a la búsqueda de temas idóneos para cada uno de los poemas. Cada poeta, dos poemas, pues pretendíamos no excedernos en la duración de esta ceremonia, aunque después se acercaron algunos asistentes para decirnos que se les había hecho corto (menos mal que tenemos un buen refranero al que acogernos en toda ocasión, y ya se sabe: lo bueno, si breve, etc.). Leyeron sus poemas Basilio Pujante, José Eduardo Morales, Antonio L. Bastida, José Manuel Martínez, Isabel Arenas, Alberto Caride y, cerrando el acto, D. Vicente Cervera, que leyó los poemas “Cinética amoral” y “Panóptica” de su libro El alma oblicua, bautizado la noche anterior en compañía de la Prof. Sonia Mattalía de la Universidad de Valencia en la cafetería La puerta falsa, un bautizo que no impidió a D. Vicente Cervera unirse a nosotros para apoyar este proyecto; D. Vicente Cervera, catedrático de Literatura Hispanoamericana de la Universidad de Murcia, magnífico profesor y poeta ante el que nos descubrimos y al que agradecemos sincera y afectuosamente su colaboración y apoyo a este pequeño jardín de una sola rosa, pero única e infinita. - ¿No hubo ninguna anécdota? -se preguntará, quizá, algún lector. Alguna hubo. Ya saben que un poeta no es un actor y que su arte no es el del recitado (¿recitado o declamación?) sino el de la escritura, aunque hay ocasiones en las que el poeta posee una voz digna de alabanza. Fue el caso que los aplausos los daba el público cuando el poeta sobre el escenario acababa de leer sus dos poemas y abandonaba la tarima para dejar paso al siguiente; sin embargo, hubo un espontáneo que aplaudió entre los poemas de una poeta sin esperar a que concluyese, rompiendo así esa especie de pacto tácito que en cuestión de aplausos había sellado el público asistente y rompiendo también ese disimulado silencio que siempre se filtra pero pocas

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veces se percibe: la voz de Isabel Arenas no era para menos. Yo mismo, que la conozco, al escuchar sus versos fluyendo amplificados por los altavoces, quedé asombrado. Recuerdo ese endecasílabo final: “¡Cómo yace! ¡Qué cenizas más blancas!”, resonando con apocalípticos ecos entre los estribos, martillos y yunques de mis oídos. Y después de la ceremonia, líquidos y humos en la tertulia que, en nuestro caso, se prolongó hasta casi las dos de la madrugada. José Manuel, Antonio, Isabel y no recuerdo quién más charlando con D. Abraham Esteve (Prof. de Teoría de la Literatura de la Universidad de Murcia cuyo apoyo a la revista agradecemos profundamente) de diversos temas: pintura, poesía, la evolución de la humanidad, el sospechoso parecido entre las parejas hombre/mujer y elefante/elefanta, una sospecha que surgió como consecuencia del desenlace del caluroso debate mantenido entre un hombre y una mujer de cuyos nombres no quiero acordarme acerca de si el hombre es mejor que la mujer o al revés o qué.

Miembros y colaboradores de La rosa profunda

En definitiva, una agradable velada que acabó, como no podía ser menos, con el silencio -esta vez perceptible (o no, todo depende del oído)- que nos trajo Morfeo pocos metros antes de que los caballos de Apolo abandonasen el Jardín de las Hespérides -donde Paulillus continuaba sus trabajos (esto último algún día lo entenderán, queridos lectores)- para bañar, con sus luminosos relinchos, esta tierra de Nadie a la que no dejaremos de regresar nunca.

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Presentaciones de La rosa profunda en Madrid, por Antonio Bastida

De peregrinos a Madrid íbamos en ese tren, hacia Atocha más concretamente. Mientras José Manuel y yo escuchábamos poemas de Neruda, Oliverio Girondo y Vicente Gallego en el discman, y fumábamos tranquilamente en el moribundo vagón de fumadores, andábamos hacia una ventura desconocida. Era la hora de tomar algo y fuimos al bar. Allí estaba Vicente Cervera (catedrático de literatura hispanoamericana de nuestra universidad) que viajaba en ese mismo tren para apoyarnos en nuestra aventura poética. Estaba con él Pedro, un amigo suyo con el que mantuvimos interesantes conversaciones acerca de nacionalismos baratos, cine y casualidades. Casualidad como la de comentar que mi hermano había estado en Jordania esas vacaciones: “A ver, a ver, murcianos que hayan estado en Jordania estas navidades… tu hermano no será Paco Bastida”. Así empezaba nuestro viaje, con una de esas casualidades que recuerdas toda la vida. Llegamos a Atocha en pleno diálogo, bajándonos a toda prisa. Era viernes a última hora de la tarde; el ajetreo era inmenso como la estación, como la ciudad. Fue ver el lugar y un sentimiento de pena me embargó, pensé en lo sucedido allí un 11 de marzo del que no quiero acordarme. Sentí a las personas que se vieron allí atrapadas, fue como si estuvieran en el ambiente sus voces, gritos y lamentos. Después de observar de lejos el gran invernadero de la estación, nos dispusimos a encontrar a Lucía Etxebarria.

El espectador indiferente, Guillermo Delís a la guitarra y Antonio Bastida

Nos despedimos de Vicente Cervera y Pedro, bajamos al metro y nos perdimos, sintiéndonos por un momento los típicos catetos de pueblo representados en las películas españolas de los años 50 y 60. Tras dar con Lucía, se mostró muy amable dejándonos las llaves de su estudio en Lavapiés (cosa que no hace cualquiera) para pasar el fin de semana. Nos encontrábamos en Madrid con las llaves de un piso, 130


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teniendo dos días y pico por delante. Lucía nos llevó a su bar “La ventura de Lucía” y el humo nos cegó (la primera sensación era de que estaba en un lugar diferente: paredes pintadas de poemas en francés, maniquíes con dibujos en sus cuerpos y en general todo muy pop).

Guillermo Delís y José Manuel Martínez. Vicente Cervera

Al día siguiente nos encontramos con José Eduardo, Isabel y Guillermo (que nos acompañaba con su guitarra en el recital). Después de unos cuantos museos, unas risas y una noche en Madrid, caminábamos José Manuel y yo hacia “La ventura de Lucía” donde iba a realizarse el recital-presentación. Poco a poco fue llegando la gente: Isabel Arenas, José Eduardo, José Manuel, yo mismo y nuestros inestimables y apreciados colaboradores Guillermo y Vicente Cervera. El acto se convirtió en un recital de lo más cómodo y familiar (no como habíamos esperado, pero rara vez sucede como imaginas), habían ido Pedro (amigo de Vicente Cervera que conocimos en el tren), su hermana Ana (que también conocía a mi hermano), gente que había acudido a la llamada de Lucía y otros que pasaban por allí, que se unieron gustosos al goce de la palabra. Estábamos en ese altar iluminado de velas desde donde decíamos nuestro discurso poético, nuestro hablar interior, que en aquel momento fue uno: el de la poesía recitada en grupo, disfrutando todos de un mismo mensaje, el de la palabra llegando como un eco ancestral. Fueron momentos emocionantes donde se te podía quebrar la voz o dudar. A mí se me ocurrió decir: “Dedico este poema a los madrileños” y se me quebró la voz y dudé. Tras el recital todo fueron felicitaciones, fotos y humo. Un grupo en el que íbamos -entre otros- Vicente, Pedro, Ana, José Manuel, José Eduardo, Isabel y yo, fuimos a cenar algo por Lavapiés. Todo fue cordial, distendido y era más interesante conforme iba desapareciendo el vino. Por la mesa rodaron sueños, amargas experiencias, literatura, arte... Nos despedimos en la puerta esfumándonos en dos grupos.

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Vicente, Guillermo, Isabel, José Eduardo, Antonio y Josema

A la mañana siguiente José Manuel y yo fuimos al encuentro de Isabel y José Eduardo al lugar donde llegamos el viernes anterior, un lugar que fue el último para personas inocentes un 11 de marzo. Imaginé que podía haber sido yo, uno de tantos, el que podía haber muerto. Partimos hacia Murcia teniendo claro que este viaje no caería en el olvido, como tantas otras cosas.

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LA ROSA PROFUNDA. REVISTA DE CREACIÓN Y PENSAMIENTO. ISSN: 1699-4671. Número 1. Mayo 2005

No inútilmente. Recital poético en solidaridad con los pueblos de Sudán y Chad, por José Manuel Martínez Sánchez

Tuvo lugar en Murcia, el día 19 de abril a las 17 horas, en el Paraninfo de la Merced. Organizado por la Universidad de Murcia (Facultad de Letras y Vicerrectorado de Extensión Cultural y Proyección Universitaria, Servicio de Actividades Culturales, Aula de Humanidades), Revista La rosa profunda e IntermónOxfam.

David de Gregorio y Pao Goso

La solidaridad con los pueblos de Sudán y Chad fue la causa que motivó la realización de este acto, que tuvo lugar en el Paraninfo de la Facultad de Letras de la Universidad de Murcia y estuvo integrada en el Programa de las Fiestas de la Facultad de Letras, ‘San Isidoro 2005’. Numerosos fueron los que alzaron la voz poética, desde estudiantes hasta profesores de Filología Hispánica. Algunos de los participantes fueron Vicente Cervera Salinas, uno de los organizadores del acto y profesor de literatura hispanoamericana. José María Pozuelo Yvancos, Abrahan Esteve Serrano y Francisco Vicente Gómez, todos ellos profesores de teoría de la literatura. Y diversos alumnos de Filología Hispánica, entre otros los que realizamos esta revista, que aportamos nuestro granito de arena a esta solidaria causa. Aunque la entrada al acto era gratis, se vendieron programas de invitación al recital por un precio simbólico y se animó a la gente a que colaborara económicamente con Intermón-Oxfam. En el programa del acto se informaba detalladamente de porqué era necesario recaudar fondos para los proyectos humanitarios de Intermón. Los poemas recitados tenían todos algo en común: el tono social. Se leyeron poemas de Gabriel Celaya, José Ángel Valente, Blas de Otero… El recital poético también incluyó música. El mencionado profesor Vicente Cervera nos deleitó con la interpretación de un bello tango. Además contamos con la presencia de Guillermo Delís, integrante del magnífico grupo murciano Yer Soul, que 133


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acompañó con su guitarra. Cabe mencionar también a Cristina Rodiel, Pao Goso, Isabel Vicente Yagüe y David de Gregorio (haz clic para descargar su canción Alma de mar), todos ellos también excelentes en sus actuaciones musicales.

Lectura conjunta

El recital terminó con la lectura del poema ‘Voy a hablar de la esperanza’ de César Vallejo, el cual leímos conjuntamente. Y así fue, durante una hora y media estuvimos hablando de la esperanza a un público entregado y solidario. Se intentó trasladar a Murcia una herida sufrida muy lejos, con el fin de, aunque sea levemente, cerrarla con nuestra humilde cooperación económica. Como dice el poema de Vallejo: Miro el dolor del hambriento y veo que su hambre anda tan lejos de mi sufrimiento, que de quedarme ayuno hasta morir, saldría siempre de mi tumba una brizna de yerba al menos. Todo lo que hagamos es poco, pero al menos de vez en cuando, en el otoño del tercer mundo, surge una brizna de yerba. Esperemos que este tipo de actos culturales dejen de ser una eventual iniciativa y se conviertan en un compromiso, en una obligada actitud moral. Desde La rosa profunda animamos a la gente, anónima y responsable, a colaborar de alguna manera, ya sea en futuros actos y campañas o en esta causa concreta. Porque, ya lo escribió Borges: Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo.

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