La rosa profunda, número 0

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La rosa Profunda R e v is t a d e c r ea c i ó n y p e ns a mi en t o

ISSN 1699-4671 – Noviembre 2004 – Número 0


La rosa profunda nº0 Revista de creación y pensamiento Noviembre 2004

ISSN 1699-4671

Dirección: José Manuel Martínez Sánchez Antonio Luis Bastida García Comité de Honor: Fernando Arrabal Luis Alberto de Cuenca Jesús Ferrero Clara Janés Diseño y maquetación: Jonathan Fernández Román José Eduardo Morales Moreno

Todos los textos publicados son inéditos


Índice P RESENTACIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5 P OES Í A Antonio Bastida García: Estar contigo / Ficción / Silencioso ruido...................................... 8 Luis Alberto de Cuenca: S’Agaró ....................................................................................... 10 Pablo Carrión: Las lanzas del terror y otros poemas ......................................................... 11 Ed. Expunctor: Lágrima de una sombra / Cadenas de cera / Murcia ............................... 17 Luis Martínez Falero: Escrito al margen ............................................................................ 21 Vicente Gallego: La muerte en vela (Ketamina) ................................................................ 22 José Manuel Martínez Sánchez: Alguna vez mañana / Canto .......................................... 23 Benjamín Prado: Casas vacías ........................................................................................... 25 Basilio Pujante Cascales: Hoja en blanco / Tiempos como eternidades / Dejemos .......... 26 Juan Manuel Sánchez Meroño: Virtud y castigo y otros poemas ..................................... 29 Miguel Úbeda: Mañana de invierno / Risa / Espina / En las tardes de otoño .................. 35

NARRATIVA Albert Agustí: El gato......................................................................................................... 38 Arenas: Posesión / De uisce beatha .................................................................................. 41 Laura Balagué Gea: Sala de espera ................................................................................... 44 Marta Delgado Marín: La suerte de ese verano ................................................................ 49 Jesús Oliva: Y dejarlo todo atrás ....................................................................................... 52 Karla Ron Arévalo: El cartero............................................................................................. 57 David Torres: Yo ................................................................................................................ 60

ENSAYO Fernando Alonso Barahona: La vuelta al mundo de un novelista: Blasco Ibáñez en el cine ........................................................................................................................................... 63 Francisco Javier Díez de Revenga: Un poeta barroco: Polo de Medina ............................ 67 Vicente Cervera Salinas: …y Borges creó a Carriego ......................................................... 70 José Manuel Martínez Sánchez: Borges, filosofía y enigma ............................................. 79


José Luis Molinuevo: Nuevas formas de hacer estética .................................................... 85 Juan Carlos Moreno Cabrera: Del chasquido al click: lenguas primitivas y modernidad .. 88 Javier Sádaba: Ética de la no violencia .............................................................................. 91 Fernando Savater: El susto de los niños ............................................................................ 99

Letras en Murcia Armenia o lo desconocido, por Antonio L. Bastida.......................................................... 102 Entrevista a Eloy Sánchez Rosillo, por Antonio L. Bastida ............................................... 104


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PRESENTACIÓN

LOS PÉTALOS DE LA ROSA (DECÁLOGO)

1. La revista La rosa profunda pretende ser un punto de encuentro y de unión de personas interesadas en la palabra, ya sean escritores de mayor o menor prestigio. 2. Ante todo hay que dar oportunidad para la libre expresión a personas jóvenes y anónimas, ya que ellos son los menos escuchados y merecen serlo. Las secciones que componen esta publicación (poesía, narrativa, ensayo…) son ante todo, lugares comunes donde la creación con la palabra tiene primacía. 3. La importancia de aunar distintos estilos poéticos o narrativos es fundamental. Las formas, tendencias o innovaciones en las distintas modalidades literarias deberán estar ajustadas al decoro de la tradición poética y literaria que ha llegado hasta nuestros días. Esto no supone encorsetarnos y la no valoración de la originalidad, en continuo diálogo con la tradición. La forma de alguien que escribe debe ser fundamental para que ese alguien pueda ser escuchado. 4. Se pretende ofrecer al lector un panorama amplio. La literatura en nuestra lengua se merece una referencia más, y en esto nos vemos embarcados, con la idea de escuchar y ser escuchados: mostrar lo que se cuece en las (cada vez menos) cabezas pensantes de nuestra época, que transita por los páramos del conformismo y la indiferencia. 5. Elegimos el soporte digital, no sólo por su mayor difusión (en consonancia con nuestros días, ya que somos hijos de nuestro tiempo, inevitablemente), sino también porque, de este modo, no hay límite de páginas, así seremos partícipes de la globalización de la información, la literatura y el mundo, dando siempre nuestra propia visión del arte, la sociedad, la política, etc. 6. La revista no se adscribe a ninguna ideología política. 7. La rosa profunda es una iniciativa de estudiantes universitarios que mira hacia el futuro, hacia los nuevos modos de pensar el mundo, el tiempo, la existencia…, teniendo siempre en cuenta las posibilidades que ofrecen el pensamiento y la creación para avanzar, valorando el pasado que ha configurado nuestro presente. 5


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8. Nuestra intención es ir evolucionando hacia distintas expresiones artísticas, sin cerrarnos en un esquema fijo e inmovilista que no nos sirve en esta vida que vivimos. En definitiva, trataremos de acoger en estas páginas todas las expresiones posibles -y, por qué no, imposibles- del pensamiento y del arte. 9. Se irán abriendo secciones nuevas, ya sean de literatura o cualquier otro tipo de expresión artística. Asimismo se irán cerrando dichas secciones en las que no se demuestre un interés participativo real. Sin la participación será muy difícil salir adelante. 10. Queremos ir más allá de la publicación en Internet de La rosa, que tenga existencia fuera del espacio virtual que representa para entrar en contacto con lo material (no descartamos editar algunos ejemplares impresos en un futuro, limitados, claro está, en tirada y en número de páginas), así, participamos y participaremos en la organización de presentaciones, recitales, actos culturales y todo lo que sea dar vida al mundo que de ella surge. Agradeceremos a todo el que quiera participar en nuestro ahora proyecto.

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POESÍA

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Antonio Bastida García: Estar contigo / Ficción / Silencioso ruido

ESTAR CONTIGO Tú eres un sueño alado que volará lejos para volver en otro dulce sueño. Siempre soñándote estaré. Siempre en mis mundos te imaginaré. Nunca el olvido vencerá nuestro amor de acero, ni el miedo, ni el desamparo, nada podrá vencer nuestro poder. Es un sueño que va y viene, se mueve con delicadeza. Es un rostro sin rostro, una imagen tras otra. ¿Qué eres? ¿Eres aire, alucinación, sueño...? Eres lo que eres: ese estar en ti, contigo, eternamente en el recuerdo.

 FICCIÓN La creencia de que el tiempo existe es falsa: es un continuo imaginar de posibles, imágenes olvidadas entre momentos detenidos, fantasmas que brotan como ilusiones esperpénticas hacia tu interior sensible, hacia tu alma.

 SILENCIOSO RUIDO El estruendoso ruido de la muerte, sus lágrimas derramadas. Los ojos brillan y se cierran en el silencio.

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Silencio de corazones gritando. El latido no se escucha, pero rompe la paz del silencio. ¿Por qué? No hay sentido para la muerte sin sentido. Los muertos son todos iguales... ¿Y los vivos? Qué destierro de rabia me embriaga. Qué sincera angustia me recome. Y no hay palabras, sólo muerte. Y no hay verdad, sólo mentiras. El ruido de la muerte me ha cegado, está ahí, no me deja ver.

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Luis Alberto de Cuenca: S’Agaró

El mar rizaba nuestros pensamientos y los iba engarzando en un collar de languideces y complicidades. Un aura de bañistas instalados en viejas fotos de la belle époque refrescaba la noche: era la brisa del deseo, venida de muy lejos a decirnos que aún seguía vivo lo que creímos muerto. Pudorosa, la Luna nos hurtó su cuerpo blanco y dejó de alumbrar aquella escena en la que ardía el fuego del amor y se fundían nuestros corazones. Tan bello era el instante que la única forma de detenerlo fue el silencio.

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Pablo Carrión: Las lanzas del terror y otros poemas

LAS LANZAS DEL TERROR Cargan con lanzas de terror contra la vida, las lanzas de terror nos convierten en fantasmas. Cada vez hay más plomo en todas las esquinas. Camino con la camisa abierta y la sonrisa blanca, estoy replantando un bosque sobre mi mente e imagino cada hoja, cada piedra, cada ardilla. Me parece sentir que los brazos me crecen cuando tomo a alguien entre ellos. Pero descubro que cada vez se yerguen más las sombras y el mundo se llena de fantasmas, con aliento de plástico, con rostros de muñeca sombría, con sueños de lata. ¿Por qué en la vida nunca encuentro luz eterna? ¿Por qué la vida es un camino entre la niebla y la tiniebla? Las alcantarillas no dejan de escupir hombres y mujeres con mirada vacía y colmillos ávidos de risas y sueños. Se me acercan por la espalda, aspiran placenteros mi perfume vivo, descubren el anhelo de abrazar de mi espíritu y se ensañan con lanzas de terror contra mi espalda.

 VOLUNTAD HERIDA

Yo tengo un deseo de velocidad sobre los campos, tengo un anhelo de inmersión bajo los ríos, la necesidad de amplitud de un horizonte,

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la intención de una ascensión sobre las cumbres. Pero la herida que están abriendo los hombres-sombra sobre mi espalda, hace que la tristeza de sus ojos se me contagie. Yo tengo un deseo de tardes entre los versos tengo un anhelo de noches de carmín y velas, la necesidad de nitidez en mis visiones, la intención de amar hasta a las sombras. Pero esa herida que me han abierto me hace un hombre sombra, un fantasma que busca atragantarse en el alcohol de los que sueñan. Hasta beberse todos mis sueños como lágrimas

 ME ARREBATARON LA SANGRE POR LA ESPALDA No me dejaron disfrutar ni del alba plata ni del ocaso zinc. Camino por las vías grises del laberinto urbano, los columpios de los parques infantiles se balancean tristes sobre la grava húmeda. El cementerio de coches en las tormentas de la tarde conoce bien mis pensamientos. No tengo a nadie. Aplasté a quien tuve cerca. Si viniese alguien lo lincharía por haberme dejado solo tanto tiempo. Ya no me reflejo ni en la ventana del salón. Siento tanta, tanta rabia... Rabia roja, rabia de cristales rotos en los ojos, rabia de cuervo, rabia de tumba infantil. La rabia me come el hígado todos los días, me consume los ojos en silencio, me pesa en las sienes, y presiento que seguirá aquí hasta beberse todos mis sueños como lágrimas.

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 PUEDO, SI CONFÍO EN LA FUERZA DE MI ESPÍRITU Sólo hay una forma de refundir el plomo, sólo una forma de elevar los sueños hasta hacerlos días. Sólo hay una forma de competir contra las sombras, amar sin competencia, resucitar latidos, derramar fuerza. Ya sé, ya lo sé. El mundo es frío. Pero... Puedo, si confío en la fuerza de mi espíritu, hacer que salga el sol, que resucite, hacer llorar carmín a las estatuas, derretir las armaduras, espantar fantasmas, revivir niños, besar ascuas, evolucionar de nuevo. Puedo, si confío en la fuerza de mi espíritu, florecer versos en los muros, disparar versos en las sienes, hacer potencia en las estrellas con un gesto, cálidamente besar los labios de todos los tristes enemigos, llorar ternura por quien tiene miedo, y sobre todo, entre las sombras, correr alzando el puño hacia la luz. El único premio de cubrir el mundo a besos, es el mundo.

 ERRADICAR EL MIEDO ANTE LAS SOMBRAS

Aún soy fantasma, aún el miedo me cubre los pulmones, aún las risas de mis sueños suenan como un eco; pero me hastío de este juego de reflejos entre mi tristeza omnipresente y los charcos con orín de las aceras.

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No puedo permitir que la herida que me abrieron por la espalda siga abierta. No puedo permitir que una voz fantasma que teme tanto, que grita tanto, me reprima Lucharé ante la piedra deforme con la ilusión de la escultura. Repetiré las primeras palabras cuerdas de los niños. Besaré los mordiscos de las bestias asustadas de la noche. Combatiré la penumbra amarillenta con el latido carmesí de algunos versos. Contra el polvo acumulado ante los ojos responderé miradas limpias. Ante el granizo afilado en las heridas responderé con la temperatura de mi sangre. Es mi voluntad progresar hacia la luz, sentir la fuerza potencial de la ilusión, erradicar el miedo ante las sombras.

 REDIMIR A LOS FANTASMAS Ya nadie, nadie puede ponerse ante mis pasos; nadie puede oponerse a mí con rostro en sombras con muro helado, con sueño enfermo; nadie, ni las lombrices muertas reviviendo de la tierra, ni el puñal manchado del suicida colectivo, ni los espíritus débiles de ensangrentadas lunas, ni las bestias iracundas de dolor en plena noche, ni los conspiradores ojos del vampiro que trama la absorción del impulso en las arterias. Pero vuelvo la vista hacia las sombras.

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Los fantasmas arrodillados en rincones tiemblan de miedo, sus lágrimas son de ácido cianuro. Si se levantan toman una lanza entre sus manos y cargan con ella ciegos de rabia desde la oscuridad a la tiniebla hacia cualquier persona desarmada. Seguirán corriendo y tropezando a ciegas sin saber que son fantasmas porque asustan y porque pasan miedo. -¿Quién pudiera -se diráncantar de amor entre las sombras? Mi espíritu. Mi espíritu se siente elevación prendida en llamas, relámpago azul ramificado, semilla añil de un firmamento, voluntad alzada hacia las nubes, canción de cuna de gigantes, reflejo de un mar de plata en ojos negros, hechizo susurrado hacia los montes. Mi alma de nitidez hacia la magia quiere sembrar un corazón ileso, deshacer la fibra de las sombras, lavar con lluvia las cenizas, mojar de luz, redimir a los fantasmas.

 FLORECER A LA INOCENCIA

No es el impulso de las sombras, no son los susurros de fantasmas, lo que incendian las imágenes en esta hora última. Reír en la herida del terror y la tristeza es la única manera de vencer a los fantasmas. Amanecerán los lirios en las bocas de las gárgolas, crecerán las hierbas entre los grises adoquines, 15


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el musgo brotará sobre los muros, besarán los impulsos del viento los olivos, los cisnes de cristal se harán de barro, alzará la vista el águila sobre el abismo, derramarán sus mieles las abejas, y un niño levantará abiertos los brazos con la mirada ardiente de la cordura, hacia los mares, hacia las selvas, licuando hielo, iluminando sombras. He enfrentado dioses, mares, tormentas. He superado las ciudades, derretido hielo, transcendido las heridas y las sombras. Mi corazón evoluciona hacia caminos nuevos, revive ahora a su primera esencia: saciar de espíritu el aire inerte, fertilizar sangrando la tierra estéril, moldear el barro desde el sueño, descubrir de nuevo cada fulgor oculto, desnudar el cuerpo de los segundos, sentir, hacer cada imagen nueva. Florecer. Florecer a la inocencia.

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Ed. Expunctor: Lágrima de una sombra / Cadenas de cera / Murcia

LÁGRIMA DE UNA SOMBRA Ser lágrima de una sombra... y filtrarse por las rendijas de la noche para empapar con una oscuridad húmeda y humeante las luces del alba prolongando así la vida de las nocturnas almas; ser lágrima de una sombra... deslizarse por las ranuras de las puertas y quedarse tumbado bajo ellas para que la luz no se vea al otro lado; ser lágrima de una sombra... rechinar junto a los goznes de las ventanas para producirles dentera y que se tapen los oídos y que chillen, que chillen hasta que revienten sus propios cristales. Ser lágrima de una sombra, subirse a las hojas de los árboles y extenderse por sus cortezas y sus pieles para borrarlos en la noche, para ocultarlos en el ocaso de la mirada de los extraños; ser lágrima de una sombra para desangrarse llorando tinieblas y no agotarlas nunca, impregnando con el negro crúor los titánicos rayos; ser lágrima de una sombra para llorar oscuridad; ser sombra de una lágrima para oscurecer la ahogada sal; ser lágrima de una sombra para resbalar sin prisa ni pausa por cualquier sitio, demorando la evaporación ad infinitum o evaporándome y reintegrándome a cada instante; ser sombras de lágrimas

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en un cocktail de lágrimas para tejerme en una sola, envolverlas a todas y fundirlas, formando una gran lágrima para ser la más grande sombra de la más compacta lágrima; ser lágrima de una sombra para tocarte a todas horas, porque siempre hay una sombra que inclinándose te adora.

 CADENAS DE CERA El tiempo pasaba como ráfagas de minúsculas estrellas fugaces que recorrían distancias bárbaras dejando las señales de sus trajes, a la deriva navegando, en estos mis ojos de estaño. Mi piel marmórea gustaba de las canciones que la seda de su cuerpo deslizaba como si fueran estelas con que, hasta que de nuevo tornaban a aparecer en la ventana -como monedas de oro ovaladasdel altivo astro las palabras, en el cielo dejan sus besos los cometas. Pero el día llegó en que me di cuenta de que, al igual que en La Cenicienta, no es cristal todo lo que lo aparenta y, a veces, lo que hay tras él se inventa sin verlo, o se cree en lo que te muestra su reflejo. Resultó así que no era seda, sino amargas cadenas cuyos eslabones eran crueles argucias de cera.

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Y ahí era sin duda donde aguardaba mi fuga, pues la cera se derrite, y, aunque yo no lo invite, a mi corazón el fuego acude cuando en mi camino a su sonrisa una gélida grieta surge y la noche polar se desliza por mi alma hasta cegar mi vista. ¡Corazón de lava, líquida cera!; el hielo se apaga, mi alma se eleva y unas alas de esperanza despliega, surca el éter en busca de una estrella y hasta aterrizar en ella no cesa. Y en el momento en que cesa es porque en paz reposa cual alegre mariposa sobre la flor de más sabroso néctar. Y en flor el alma de flor en flor salta hasta que en un desliza se cuela -¡sin apenas darse cuenta!en la flor cuyos amables pétalos son de felicidad grandes dédalos.

 MURCIA Imparable y persistente lluvia de canículas leves sobre el torso catedralicio, donde se funden entre estratos universales artísticos; metamorfosis progresiva de vidas que se desplazan de la frondosa huerta viva hacia la ciudad latente que apenas ahora comienza su bostezo, entre apagadas 19


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ráfagas de dulces aromas que el melocotón destila entre el paréntesis que lluvia, brevísimo, le concede; lugar de tránsito de aguas olvidadas y corazones que confluyen como brazos en el pálpito del centro; ciudad de reyes y de condes que se ocultan en la memoria arrojada por las estatuas al absorto transeúnte, que cada día regala a esta tierra trozos de su alma.

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Luis Martínez Falero: Escrito al margen

Dejas caer despacio los fragmentos de estas palabras rotas que has trazado al margen de la vida, o acaso era la vida el ritmo de las cosas, un transcurrir de signos que reescriben tu nombre, dibujando las formas que sentiste cercanas. Arden sílabas negras marcando el territorio de las sombras.

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Vicente Gallego: La muerte en vela (Ketamina)

Para vivir entré donde la vida me dijeron que andaba en su avatar más cierto. Y fue allí que la muerte la pasé toda en vela, la madrugué en desvelo. De un sorbo se me fue hasta el mismo fondo, y no había dormir en el mal sueño. No supe acompañarme, y allí estaba viudo todo de mí, porque no era mi dueño. Yo busqué de la fuente el agua dulce, y me bebí los mares sin saberlo. Llegada hubo mi hora, y era el único tiempo verdadero: el de nunca acabar de malquererme, el del castigo entero. Yo viví larga muerte y de un extraño traigo a cuestas el alma en el peor arreglo. Ni el volver le conforta, ni habré ya de partir en buen acuerdo.

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José Manuel Martínez Sánchez: Alguna vez mañana / Canto

ALGUNA VEZ MAÑANA No fue ayer, no será mañana, será la herida del paraíso. Desearías proclamar: es real, vive. Pero todo es silencio y alrededor de él la esperanza, eterna y huída en el instante mismo. Y siempre un diálogo en la noche íntima que nos salve del lamento de la carne. Y todas las noches la búsqueda y esa locura ciega que nos invita a pretender un corazón no visible, proyectado en la nada de nosotros para acercarlo al dolor con afán de consuelo. Él acoge la inocencia y la bondad eclipsada por el odio o el amor, todas las ruinas de aquellos paraísos originales que un día fueron ayer y quisieron ser alguna vez mañana.

 CANTO He soltado sobre la tierra los metales, ya no hace calor. Me esfuerzo en el canto para dar salida a lo sagrado, pero todo queda dentro. Dicen que los hombres no tienen voz en este ahora sometido, que no tienen canto. Dicen que las palabras se estremecieron y no duraron en irse. Dicen que se han ido. Para dar calor alguien debe estar cerca. Gritando o doliéndose de lo habitable. Para que la voz ruegue, precisa de un conmovido oyente: ardientes cimas, paraísos ardientes, sagrados ríos de lava, deseos alabados. Oíd, oíd el oleaje, pero no cantéis cuando el agua levante sus murmullos. Cantan, los que cifraron el silencio, que todo es río hacia un final:

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No tardes, muerte, que muero.

Así, la vuelta nunca es tiempo perdido.

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Benjamín Prado: Casas vacías

Como el calumniador busca rumores porque no son palabras ni tampoco el silencio, así te busco a ti donde no hay nadie y ya nada es verdad: ni la vida que vives es tu vida, ni la casa en que duermes es tu casa, ni lo que va a pasarte es tu destino. Como quien va a una plaza a andar entre palomas, así me acerco a ti. Quiero tu corazón, tu nombre atravesado por espadas azules; quiero tu mente llena de torres encendidas, tu piel, su nieve en llamas, su alud sin frío. Mi amor, todo es tan simple: en la llave que hoy usas hay mil puertas cerradas y en mis manos terminan las líneas de tus manos. No te asustes. No mires hacia la oscuridad. Yo haré un puente que lleve de tu casa vacía a mi casa vacía. Nunca serás feliz si sales de mis sueños.

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Basilio Pujante Cascales: Hoja en blanco / Tiempos como eternidades / Dejemos

HOJA EN BLANCO Hay infiernos que queman menos que la conciencia. Hay cimientos de madera carcomidos de duda en mis entrañas. Tiene que haber un lecho donde exhalar mi desidia que ahogue menos que esta hoja en blanco. Hay miradas ciegas de ira que enviudan un ojo para guiñar el otro. Tiene que haber agua lo suficientemente clara como para limpiar el cielo de gríseas nubes. Hay luces donde tendría que haber sombras, suspiros donde risas, lágrimas donde besos. Sé que hay rumbos errantes que caminan en los zapatos de la gente. Hay números y cifras donde deberían nacer diccionarios de miradas, versos de caricias. Hay hoy, hubo ayer, habrá mañana poesía bajo las cejas de la rutina. Hay poetas que se saben botellas vacías, globos hinchados de soberbia que se dicen poetas. Hay migajas de alegría que picotean palomas con las alas rotas. Ha de haber verbos

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para engañar, melodías para bailar, noches para sentir.

 TIEMPOS COMO ETERNIDADES Te he amado en el olvido, en las silentes tardes de pestañas ajenas. Te he amado en la presencia, en la mirada cristalina del día a día. Te he amado en noches eternas como vidas, en días breves como nubes. Te he amado ante hojas en blanco, tras líneas que tu recuerdo torcía. Te he amado llorando, enjugando lágrimas, peinando sonrisas con el sol. Te he amado en bosques vestidos de humedad, en playas desnudas de arena. Si algo sé, es que te he amado en tiempos que parecían eternidades.

 DEJEMOS... Dejemos hablar a las caricias, dejemos que la lengua descanse en su humedad. Dejemos hacer a la noche, que su oscuridad cálida nos envuelva y negre las luces.

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Dejemos de engañar a la verdad, neguemos una realidad que no es nuestra para trenzar una nueva. Dejemos que la piel sea quien gobierne este cascarón que naufraga. Dejemos de mirar nubes que se deshacen en el cielo y que nunca forman lo que queremos ver. Dejemos que las manos se busquen, las miradas se encuentren, los cuerpos se unan…

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Juan Manuel Sánchez Meroño: Virtud y castigo y otros poemas

VIRTUD Y CASTIGO Templanza marmórea Estatua de mil soles Y mil palomas Rigidez de nieve Salud dórica Cordura tensa y firme Que me hace presa y rígida Me demora mis estados: Sólida en caudales De nubes en pedazos Largamente y sordos Los lazos que frenan mis deudores Brazos siempre De tu virtud y mi castigo El temor en la agonía ciega Al silencio de mis palabras Siempre predica al silencio De las bocas deslenguadas No hay miedo Y lo tendré De ahogarme en la tierra No hay miedo Y buscaré La inevitable oscuridad en la presencia siempre haber de hallar en el desierto tanto llanto que seque mi sed limpie mi piel y sane la herida desgajada de mi sien en mis lagunas invisibles que nunca nos separan. En tu salud y en mi enfermedad 29


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En tu riqueza y en mi pobreza En tu sol y en mi oscuridad Hasta que nos separare lo inseparable.

 TESTAMENTO Tengo clavados siete clavos de plata en mi lengua Tengo un revolver descargado en mi espalda De lirios frágiles y abejas sonoras Tengo mil martillos transparentes En la claridad reveladora de mi dicha Que siempre intentó mirar hacia atrás. Tengo mil estatuas de agua y espuma Tengo rayos incesantes Que encallan en la mar Tengo nada que ver conmigo Tengo existencia, tendré olvido En el alumbramiento sin rugido Tengo ausencias de soles, de geranios De voces y de años, De gozos y dolores Tengo acordes de brisas Suaves, cortos, sin canciones Tengo balas de suspiros De saladas brumas Tengo el instrumento del hastío Tengo ortigas en mis dientes En mi garganta clavados Tengo vísperas de cielos tardíos Tengo hálitos sonámbulos De fallidos estertores Yerro, expiro Tengo calores, aún fríos En la fragua de los sueños Tiernos, blancos, incumplidos Tengo lentos movimientos Tendré que secuestrar mis sentidos Tengo solo manos, solo boca, Solo ojos, solo oídos Silenciados y cautivos En la órbita de la eterna luna Que no se refleja en la mar Tengo una lucha perdida De perfumes sin salida En las caóticas aceras De aquellas memorias De mariposas huidas, traicioneras 30


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De aquellas copas vacías. De sangre fría y venidera. tenía algo de precursor...

 RECUERDO Lejos de la patria invisible De los rosales De los tiempos De la gloría Lejos de letanías sordas Y cantos vulnerados Lejos de mi sangre Mi cuerpo... Pero cerca de mi alma Muy cerca, excesivamente... Son los muros desquebrajados Son los recuerdos incinerados Son los primeros y los últimos abrazos Son lo que temo Todas ágiles y desmesuradas En el medio de continuas calmas Una órbita de turbulencias eléctricas. Si te tuviera lejos, no te tendría tan lejos Si una vela apagada alumbrara tu desnudo Cuerpo, no te tendría tan lejos Si miles de serpientes devoraran mi cuerpo No te tendría más lejos. Como te tengo en este instante Eterno, suave, hueco, muy hueco. Como te tengo solo a un lado En el único momento. Volaron las rosas en mi empeño Sangraron dolorosas en su intento Seguramente pueda una mejilla encender una quimera, una torre se dobla, se blandea Y hace un nudo en la tierra, Yo no puedo.

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 EN UN LUGAR DE UN GRAN PAÍS En un lugar de un gran país Olvidaron construir Una infame turba de nocturnas aves Gargantas de humo que caen al suelo Pétalos de flor, caricias de alcohol Cielos de cubos de seda de hielo Venus pasajeras Claves de sol que caen al suelo Firmes sombras descoyuntadas Solas pecan ojos De cristales frondosos En el nido rojo De la tela umbría Un nombre Y mil sonrisas Partidas En millones de cenizas Renazca hoy la vena fría En el canto de la lágrima comprimida Juega al ser de la agonía En la cuesta y el suspiro dormida Hoy podrás beber y lamentar Que ya no volverán Sus alas a volar Destellos de las letanías Fruncidas en el canto De una alondra afónica Y dolorida Hoy podrás beber y lamentar Que ya no volverán Sus alas a volar.

 ELEGÍA Fingía ser un mito Suele correr por campos de zafiro

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Tiene ojos en el mar y cabellos en el cielo Es poco hábil en la prestidigitación de nostalgias No cree, lo que no sea capaz de iluminar Padece sombra de soles y cruce de raíles Donde locomotoras nacen todos los segundos Sin rumbo, sin viento, casi sin vida Errantes turbohipocondrias de acero inoxidable Que brillan como la luna nueva También caza futuros y escupe presentes De oficio, Juez de la melancolía y militante de la demencia Dictamina la sentencia de las lágrimas So pena de diez milenios de inagotables, irónicas e insensibles carcajadas Cruel , víctima y verdugo Rajando tierra con estrellas de espuma Sepulta cuerpos fugaces con ron de estado independiente Brindando ojos con invisibles astucias Gusta de bohemias desgastadas Viste un romanticismo anacrónico En el fondo de su vaso Nunca fue de este siglo, tal vez Nunca fue de ninguno Pero siempre fue poeta silencioso Un rey reprimido en el reino del hastío Un rey siempre aspirante Siempre aspirante a vaciar lo vacío

 A LA MALDICIÓN Sé que no llegaré a joven Yaceré en la penumbra Del tiempo marmóreo Estentóreo futuro Que no llegará Pero que aún Anhelo en la perpetua Muerte, libre condena Olvidada en las sendas De las noches Sin días De los días Sin horas De las horas Sin vidas De las vidas Sin memoria. (Monotonía) 33


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(La súplica inmortal de la mortal existencia Transforma mi lecho en un nicho de impaciencia) Sé que no llegaré a niño Porque nunca he nacido Porque soy un ángel Vivo En el cielo de los muertos Yací en mi nacimiento Que caerá En mi romántico Sentido Hacia el pasado Inexistente Y cansado de Perpetuarse En mi sentimiento Inútil y dolido De vivir Muriendo Y morir Dormido.

 FE Relinchó el feto disecado En las viscosas placentas huérfanas Logro almacenar las huellas de mis yemas Sicarios del cielo desprendido Ocultan los senos de una loba Soy capaz de rasgar las pupilas de las nubes Óleos espinosos de una frente clavada En estaca de mármol cocido Consigo dirimir los haces de cruz Lenguas medulares conforman La constelación de auxilios polares

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Miguel Úbeda: Mañana de invierno / Risa / Espina / En las tardes de otoño

MAÑANA DE INVIERNO

El perdón y el silencio esperas de la tierra: su nutricio abrazo, el calor del sarmiento -la voz ronca del fuego ahuecando la casael hogar solariego y la esponjosa lluvia, hogazas de pan, pobres jarras de vino negro dulce y fuerte a los labios, seroja esparcida y ramas de tomillo y romero. Y la niebla que nace de los montes, del suelo lavado, del chaparro antiguo, del vallejo que hasta la fuente llega del Moral, del sendero por la piedra afilado. Niebla del páramo, en los ojos y el cielo.

 RISA

Llena tú entre las otras de una gracia celeste porque de entre los dioses Amor, el más hermoso, puso en torno a tus labios –plúmbeas flechas, áureasla dorada diadema de su párvula risa.

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ESPINA

Tomaste la rosa con las manos desnudas y tan desagradecida y triste como hermosa hincó una espina áspera en tu blanda carne. Lloraste. Se deshizo tu rostro agrietado y encogido, pues amarga ha de resultar siempre la belleza. El corazón entregas esta noche de luna: ríes y bebes. Junto a una muchacha rubia como una espiga, de ruboroso vino ya saciado, tus ojos turbios dan las gracias al dios que vela y ha de uniros.

 EN LAS TARDES DE OTOÑO

En las tardes de otoño. Era en aquella plaza. Por la vereda, un sol rancio, su débil luz ante la noche, calentaba los besos y los lirios. El jinete de bronce sujetaba en la sombra secreta de un tilo una brida ferocísima, un sable ágil de acero. Qué extraordinaria nobleza en la frente, qué pálpito tan vivo en su mirada, fiereza del guerrero que aún espera, en la plaza, el toque del clarín o del bordón el redoble. Quién, como él, deseara una eterna amenaza hundida en el pecho, el destino, la serenidad en lo inevitable. Quién, como él, deseara la señal que nos lance al combate.

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NARRATIVA

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Albert Agustí: El gato

El paisaje que puedo ver desde mi terraza es un típico paisaje urbano, como el que se puede apreciar desde la mayoría de viviendas de cualquier ciudad. Aun así, la altura de un octavo piso y disponer de terraza mejora la sensación que produce asomarse a respirar aire fresco por la noche y este es un habito que he adquirido desde hace algún tiempo. Me gusta encender un cigarrillo y fumarlo lentamente con la mirada perdida, aunque esta, a diferencia de mi mente, nunca consigue ir más allá de la fachada del edificio de enfrente. La primera noche que salí a mi terraza, justo después de mudarme, cruzó por mi cabeza la imagen de esos pequeños calendarios que en época de navidades, durante mi infancia, usaba para realizar la cuenta atrás de los días que anunciaban la llegada de la navidad. Nunca me ha gustado especialmente la navidad, así que supongo que la idea me vino por las luces de la calle que con sus destellos, evitan martilleando tu subconsciente desde primeros de noviembre, cualquier posible descuido en las compras navideñas. Mi antigua habitación no daba a la calle, sino a un pequeño patio interior. Así, desde que adquirí esta nueva costumbre, me entretiene ver las escenas casuales que se producen detrás de cada ventana, no con ningún ánimo de perverso “voyeur”, sino con la justificación que produce apuntar los ojos hacia un lugar, antes que personas desconocidas con vidas anónimas, crucen sin permiso el campo visual, convenciendo al observador que es inocente además de invisible. De la misma forma que el viajero en el autobús mira al exterior con la expresión en sus ojos que le confiere la ilusión de mirar sin ser visto y el derecho inalterable que le otorga la enorme ventana a su lado, salía yo a mi terraza a fumar mi cigarrillo. Durante esos instantes, la mayoría al anochecer, cuando la luz de la luna, que recorta la silueta de los edificios consigue casi embellecer el aspecto de las siluetas de cemento y aumenta el contraste de las ventanas iluminadas, me he sorprendido a menudo mirando un enorme gato. Un siamés de un tamaño que creía que ningún animal de esa raza podía alcanzar y que solo podía explicarse por la sobrealimentación a la que lo había sometido sistemáticamente su dueña desde cachorro. Siento una simpatía inexplicable hacia ese animal, pues nunca me habían gustado especialmente los gatos y desde la primera vez que le vi, no puedo evitar sonreírle cuando cruzamos la mirada y eso sucede casi siempre. El gato, a diferencia de los vecinos que sin aparente atención, están en la ventana, pasan por los dormitorios, entran y salen de sus cocinas, parece mirar hacia el edificio que tiene delante y concretamente hacia mí. A veces nos miramos durante un espacio de tiempo suficientemente largo como para que me termine el cigarrillo y decida que mi tiempo sobre la barandilla ha acabado. A veces el gato después de mirarme fijamente durante un rato, desvía la mirada con un gesto felino de profundo desinterés que solo los gatos y algunas mujeres pueden realizar.

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No pocas veces, lo más interesante que he podido ver desde mi terraza fumando un cigarrillo, ha sido ese gato. Eso sí, dejando aparte aquella vez en que una vecina, que solía estar en su despacho escribiendo cuando yo solía estar en mi terraza fumando, sintiéndose quizá observada y digo quizá, porque aún ahora creo (o me gusta creer sin tener prueba alguna) que me miraba a través de los agujeros entre las laminas de la persiana. La misma persiana que me impidió verle la cara desde el momento en que se levanto de la mesa y se tumbó en la cama. Estuvo unos minutos acariciándose de forma sensual, llevando solo un diminuto camisón de tirantes, que en todo momento fue suficiente para permitir solo intuir donde se hundían sus dedos y cubrir lo que parecían desde la distancia unos bonitos pechos. Solo esa vez me sentí observador no autorizado y quise darme la vuelta. En vez de eso, encendí otro cigarrillo, pues si ella miraba hacia mí sin verme me sentía obligado a avisarla y en caso que me hubiera visto y me estuviera mirando, me tendría allí mientras durara el cigarrillo. Eso fue la última noche antes de que la vecina en cuestión se mudara, dejando de nuevo al gato como único foco de mi atención a dos ventanas de distancia y que noche tras noche parecía aficionado a coincidir conmigo situándose con esa postura orgullosa de los gatos: la cabeza erguida, sentado sobre las patas traseras y con la cola levantada y oscilante a su lado. A menudo, parecía que después de confirmar mi puntual asistencia a mi terraza, el gato se diera por satisfecho, pues solo aparecer yo con mi cigarrillo, el se daba la vuelta perezoso, hacía ese gesto de estiramiento felino arqueando la espalda de modo exagerado y se metía por la ventana. Algunas noches, el gato no aparecía, pero no sucedía muy a menudo así que nunca me preocupé demasiado. Nunca he tenido gatos, pero se dice (o es lo que tengo entendido) que los gatos son un poco suyos y a veces se toman unos días libres. Un día empecé a pensar que ese gato, estaba en la ventana, esperándome a mí, y aunque me pareció un pensamiento de lo más idiota, me pareció divertido, así que en vez de desecharlo, empecé a pensar explicaciones para ello. Me resultaba divertido pensar en todo tipo de justificaciones absurdas por las que un gato pueda salir premeditadamente a la ventana a ver al vecino de la terraza de enfrente. Tan absurdas eran todas ellas, que ni siquiera voy a citar aquí la menos fantasiosa, pero me divertía en compañía de esos pensamientos mirando a mi compañero el gato desde mi terraza. Durante unos días, no salió a nuestro encuentro nocturno. Al principio pensé que se había tomado una excedencia, en vez de sus habituales vacaciones, pero después de más de diez días de ausencia, tuve que aceptar que el gato no volvería a salir a la ventana. Realmente me sentí mal. No conseguí entender el motivo y me pregunté si en algún momento había empezado a salir a la terraza para ver al gato y no para tomar el aire, ni para fumar un cigarrillo. Pensé en preguntar a la vecina por su mascota, pero enseguida deseché la idea. No la conocía y nunca había hablado con ella. Pensé que mi pregunta sobre el gato que hacía casi un año observaba a diario desde mi terraza delante de su ventana, le parecería cuando menos rara, así que nunca dije nada sobre el asunto y me justifiqué pensando que mejor no decirle nada a la pobre y aumentar el dolor, que seguro sentía, por la pérdida de su mascota. Ahora salgo poco a la terraza. Procuro no hacerlo de noche pues la luz de la luna que recorta el perfil de los edificios, me parece triste. El otro día me pareció ver movimiento en la habitación de la vecina del camisón. Creo que ha vuelto de viaje. Debo reconocer que la noticia me alegró. Se ha comprado

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un gato siamés enorme al que le gusta salir por la noche a tomar el fresco sobre la repisa de su ventana.

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Arenas: Posesión / De uisce beatha

POSESIÓN Un día, bendito día, caminando entre pensamientos de espuma, miraba la nadaesquina, dónde mi alma revoloteaba sin rumbo y sin puerto donde aquietar sus miles de palabras enfundadas en traje astronauta. Con oxígeno apenas para sobrevivir un instante, lloraban de miedo, acurrucadas, temiendo el inminente momento que las llevara por el tiempo a surcar la eternidad en miles de gases disueltos. Mi traje se inflaba, se inflamaba de verbos y sustentos, me constreñía, me imprimía un fuerte dolor debajo de las costillas que hacía que mi respiración ahogara mis pulmones, que los suspiros me salieran a cuajarones. Con las uñas y algunos dientes intenté rasgar el traje, porque la noche se abalanzaba, y con ella, un aluvión de imágenes esperaba en la cola inmensa, para entrar raudo, con sus arañas de cintas ensangrentadas. La mirada, que me ceñía mil espadas, rodeábame por entero, me encañonaba en mi miedo y brincaba mi espíritu en ansias sin remos. Conseguí abrir un pequeño agujero, por el que se escapaba, con la velocidad de mil pensamientos, un rincón del universo. Con los restos (de uñas) que me quedaban, amueblé con mi sangre un túnel oscuro desde mi carne hasta las cavernas, dónde un mar de lujurias abortado por un espejo de luna, vive sus pesadillas más diurnas, masculinas y duras. Catervas de mi conciencia, llenas de sirenas, de gritos de la torrentera que llueve, con afiladas hojas de palmera, de mi corazón de sierra. Y mi traje de astronauta tornó el de un pirata que, libre, contemplaba la nave que le llevaba desde el abstracto a lo preciso, desde su carabela al paraíso. Sintió el dulce tinte de la arena, el sabor desolado de la noche que, en pena, hendida entera, aparecía de adjetivos llena, y descansando, tumbada sobre la cubierta, contemplé para juzgar sin castigo, mis sentencias y mis tinos, mis voces de lamentos, de esperpentos, experimentos, ensayos y condenas; y allí en el éter me pareció oír las carcajadas de unos dioses, las iracundas negativas de otros, la muda adoración de los verdaderos... Reposando, derrengada, cerró por fin mis ojos esta riada que asolaba mi alma. Y ya contentas y despachadas, durmieron en esta cama como cielos eternos pilotados por mis manos de uñas rotas, por mi boca mellada, por mis ojos vaciados en sus espíritus codiciosos de entrañas.

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DE UISCE BEATA Dionis Urbel bebía con avidez, los ojos cerrados. Aquélla era el agua que llevaba años buscando. Exhausto, se recostó en la piedra mientras sus carcajadas se extendían por todo el valle. Un rumor de cascos que se acercaban lo sobresaltó: debía de haberse quedado dormido. Sentía todo su cuerpo alerta, el retumbar del suelo hacía vibrar cada una de sus terminaciones nerviosas. Miró alrededor pero no vio a nadie; sin embargo, el sonido se oía ahí mismo, tronándole en las costillas. Buscó un buen escondite y se dispuso a esperar. Lo primero que vio fue la punta curva y afilada de un largo alfanje. Su vista recorrió toda su longitud hasta llegar a un poderoso guante de malla cerrado en torno a su empuñadura; siguió subiendo por la azulada cota de armas hasta acabar en un blanquísimo turbante. Un pequeño estandarte ondeaba encima y creyó reconocer el blasón: dos torres en campo de azur, y la gran cimitarra, que llamaban “Infalible”, cruzándolo en diagonal. Una hórrida oleada le hizo temblar y se aplastó inconscientemente contra la tierra. Un jinete tiró de las riendas y el galopar se convirtió en un suave trotar. Al llegar junto a la copa de piedra, que el agua había ido esculpiendo durante siglos, el caballero bajó de su corcel y sacó de las alforjas un paquete envuelto cuidadosamente. Dionis se desconcertó: desde tanta distancia no debería, no ya ver tan claramente, sino ni siquiera percibir vagamente el bulto, pero sus percepciones habían aumentado, y comprendió ahora aquellas palabras enigmáticas que le dijera su insigne maestro, Iulius de Ešaberri, el gran alquimista: “Cuando bebas el agua, el mundo adquirirá nuevos colores. La naturaleza fluirá por ti. Estarás en paz con la tierra y serás su igual. Y no olvides lo más importante, las antiguas palabras adquirirán entonces sentido para ti”. Iulius de Ešaberri había estado toda la vida buscando entre miles de manuscritos, en húmedos monasterios, en atestadas y lúgubres bibliotecas, donde apenas llegaba la luz, hasta quedar ciego, hasta discernir la verdad de la farsa y dilucidar cuál era el secreto, cuál el camino que conducía a la uisce beatha. Nunca se había atrevido a realizar el viaje, aunque sus investigaciones habían sido fructíferas. Dionis había querido convencerlo muchas veces de que emprendieran la búsqueda juntos, pero Iulius siempre se negó. Al morir, le entregó una serie de mapas bastante completos y ciertamente complicados, aunque no para Dionis, que llevaba más de cinco años junto al maestro y estaba perfectamente entrenado. Pero Dionis no recordaba todavía las ancestrales palabras. El jinete desenrolló amorosamente el paquete: era un pergamino amarillento, doblado y con los bordes dentados. Lo extendió en el suelo y, silencioso, hizo unos extraños gestos que aparentaban medir el espacio; luego dio una serie de vueltas sobre sí mismo y, arrodillándose, dijo en voz muy baja (aún así, Dionis lo oyó), mirando al cielo: “Lä iläha illä lläh!” Dionis no pudo reprimir una exclamación de sorpresa: ahora también entendía otras lenguas, incluso las infieles. Eso no debía ser bien visto a ojos de Dios. Y por primera vez dudó. ¿Era correcto lo que había hecho? ¿No estaría conjurando la cólera divina con su vanidad? Pero las palabras de su maestro resonaron de nuevo en su 42


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cabeza: “Cuando dudes, sé fuerte. Otros, antes que tú, se dieron muerte por no poder soportar tamaña carga, pero tú triunfarás. Y Dios te mirará contento, al ver que, por fin, alguien ha burlado las fuerzas del Infierno. El agua, la fuente de la vida, son todas las lágrimas que él ha derramado por nosotros”. A pesar de estas palabras había una cosa que Dionis no entendía: “¿Por qué me permite Dios entender la lengua de los herejes?” La respuesta le vino urgente: comprendió que todo sobre la tierra es su creación, y que Alá también es Dios, y que los sarracenos también son sus hijos. A medida que comprendía se enorgullecía e, inconscientemente casi, su vanidad iba creciendo hasta el punto de pensar que sólo un nivel en la escala lo separaba de ser él mismo una deidad. Laureado por sus gloriosos pensamientos, vitoreado por oleadas de sensaciones clamorosas y por la gente que besaba su capa, no se dio cuenta de que el caballero se había quitado el turbante y sus labios ya bebían de la copa. El terror que le había inspirado el hombre al que todos conocían por el nombre de su cimitarra, se había disipado dando paso a una gran condescendencia. Así, Dionis salió de su escondite y se expuso a la vista del sarraceno. Antes de que pudiera hablar, el jinete se dio la vuelta y en un santiamén se colocó a su lado. En ese instante Dionis recordó las arcanas palabras, que salieron a borbotones de su boca ensangrentada mientras Infalible le seccionaba el cuello: “Sólo puede quedar uno”. Otras palabras que él jamás entendería se estamparon sobre el sangriento paisaje, parpadeando con sus colores de fiesta: Game over.

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Laura Balagué Gea: Sala de espera

Elvira se mira al espejo. Con gestos hábiles se recoge el pelo en un moño aparentemente desordenado y empieza a pintarse los labios con cuidado. —Ya estás muy guapa y si no te das prisa llegaremos tarde. Elvira sonríe al reflejo de Jaime. —Vamos bien, no seas agonías y llama a un taxi. Será imposible aparcar. Abrocha la hebilla plateada de sus zapatos de cuento y se mira un instante más en el espejo. Bien. En el taxi coge la mano de Jaime y la aprieta fuerte. —¿Estás nerviosa? Niega con la cabeza. Sabe que todo va a ir bien. No es el primer vestuario que diseña y sin duda es el mejor. Claro que la obra era un regalo. ¿Quién no ha deseado hacer los trajes para "El sueño de una noche de verano"? Sabía que era su ocasión para lucirse y está segura de haberse lucido. No, no está nerviosa. Lo ha estado en el último tiempo, soñando con la obra dormida y despierta, buscando durante meses un plumeti plateado para las alas de las hadas, hasta que lo encontró en una tienda perdida en un barrio de Valencia. Ha trabajado frenética, rodeada de organzas de colores, de sedas tornasoladas para el traje de Puck. Oberón vestido con todos los matices del bosque. El verde ha sido su obsesión durante tanto tiempo… No son sólo los colores, también sueña los olores de sus vestidos. Olor a bosque, a noche. Pero no a jazmines. Son otros veranos más húmedos. Quizás madreselva. Perlas y cuentas de cristal. Guirnaldas de flores. Que el público pueda sentir el olor y la humedad... Jaime la saca de sus ensueños. —Venga Elvira, hemos llegado. Avanza como flotando, saluda distraída y se acomoda en el palco del primer piso, el mejor sitio para observar. El teatro brilla y huele a perfumes caros. Lo restauraron el año anterior y, aunque abusaron del granate y del dorado, le gusta estrenar en esa bombonera. El corazón le late rápido cuando las luces se apagan, se levanta el telón y oye: "Bella Hipólita, nuestra hora nupcial ya se acerca..." A ver, Titania, más gracia, date la vuelta, eso es. Los cascabeles de Puck se oyen poco... ¿Quién será el idiota de los focos? Las alas, imbécil, a las alas. ¿Dónde va Jaime ahora? ¡Qué oportuno! Ahí a la izquierda, eso es... Bien, muy bien, preciosas. A Polvorilla se le cae el gorro... Les dije que usaran horquillas... ¿Y Jaime? ¿Se habrá puesto enfermo? Elvira sale taconeando al vestíbulo desierto. Jaime está tumbado muy pálido en un sofá. —Jaime ¿qué te pasa?

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—No sé, no me encuentro bien... Me duele mucho la cabeza y se me ha dormido el brazo izquierdo. —Tranquilo, llamaré a un taxi, vamos al hospital. —No, deja, estaré bien, me iré a casa... Tú quédate, no puedes perderte este estreno. —¿Te crees que me he vuelto loca? ¡Que les den tila a las hadas! Dame. ¿Llevas el móvil? En el taxi Jaime se apoya en Elvira y viaja con los ojos cerrados, cada vez más pálido y sudoroso. Es sábado por la noche y todos los coches de la ciudad parecen haber salido a la calle al mismo tiempo, avanzan a ritmo de procesión bajo una lluvia fina y persistente. El semáforo está en ámbar cuando el coche de delante, torpe y prudente como una tortuga, decide parar. Elvira siente el pecho a punto de estallar, el aire atascado en la clavícula cuando mira la piel fría y verdosa de Jaime. Tiene las manos húmedas y pegajosas como un pez y el atasco parece no terminar nunca. Por fin salen del centro. Las avenidas se despejan. Entra aire fresco por la ventanilla. El taxi sube rápido la cuesta de los hospitales. Son las once de la noche y hay poca gente en urgencias. Les piden unos datos en un mostrador, mientras un celador trae una silla de ruedas y les acompaña a una sala de exploración. De pronto un montón de médicos y enfermeras parecen surgir de la nada. Hablan, preguntan, auscultan, pinchan. Y de pronto se van. Se quedan solos en un cuarto pequeño y caluroso, sólo la camilla, una silla y un biombo. En un rincón una mesa con un montón de papeles desordenados. En la pared una vitrina con material y una luz de esas de mirar radiografías. Elvira quiere creer que son estupendos, los mejores, que es normal que se vayan sin decir nada. Serán las normas de un protocolo que ella no conoce, solo eso. Como la primera vez que jugó al escondite, en una plaza detrás de la fábrica de su pueblo. Tendría tres años. Se tapó los ojos y contó hasta lo que supiera contar, sería hasta diez. Al destapárselos y ver que todos habían desaparecido se echó a llorar. Ahora intenta racionalizar, controlar la respiración como le han enseñado los actores, leer los papeles de la mesa, darle agua a Jaime y ahuyentar las palabras que acechan: tumor, embolia, infarto, muerte, muerte, muerte... Un médico joven, perdido dentro de un pijama verde, entra con cara de cansado: —Vamos a hacerle un escáner para descartar que haya afectación cerebral. Usted —dice dirigiéndose a Elvira— puede esperarle en la sala de espera. Se llevan a Jaime por un pasillo interminable. Mira a su alrededor. Cuatro o cinco personas esperan con aire derrotado. Una mujer gorda con aspecto apacible hace punto y charla con otras dos. Llevan zapatillas de casa y no parecen tener ninguna prisa. De pronto se siente ridícula con su vestido de terciopelo verde y el maquillaje dorado. Todos la miran como si fuese desnuda. Se sienta e intenta encogerse en una silla de plástico naranja. Tardan mucho. Bueno, no tanto eran las doce cuando ha subido y son las doce y media. Será una prueba larga... Si dijeran algo, "señora ahora vamos a hacerle un escáner a su marido, dentro de una hora estará de vuelta", como en los hospitales de las series americanas. "¿Quieres hablar de ello?" No, no quiero hablar de ello, quiero que se pase pronto, que vuelva Jaime, que digan que no es nada. Irnos a casa. ¿Y si pregunto? Pensaran que soy una pesada... Un café, luego, si no ha vuelto preguntaré. 45


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"Con leche dulce 16E" como demonios funciona este chisme "caldo 15A". —Primero ha de echar las monedas, luego le da a la letra que sea y le sale el café. —Ah! sí, gracias, estas máquinas son un lío. —Ya, y cuando una está nerviosa no da pie con bola. La mujer le habla despacio, con frases cortas, como a un niño asustado. —Perdone, sí, estoy nerviosa. Tardan mucho en traer a mi marido del escáner, y tengo ganas de que me digan algo. —El escáner es hora y cuarto, hora y media mínimo —interviene su amiga, una mujer enlutada. ¿No ve que es en el edificio nuevo? Solo entre que van y vienen tiene un cuarto de hora, y a las noches todo va más despacio. Tienen menos personal se conoce... —Usted estese tranquila, con ponerse nerviosa no gana nada —añade la tercera, una pelirroja con vestido de flores. Venga, siéntese aquí con nosotras. ¿Es la primera vez que viene, verdad? Elvira suspira agradecida y se deja mecer por la conversación de las mujeres. Le explican con paciencia todos los procedimientos, las costumbres, quiénes son amables y quiénes no. Son como Flora, Fauna y Primavera cuidando de la Bella Durmiente en la película de Disney. En cualquier momento le traerán zumo de naranja y un tebeo. Mira a la gente e intenta adivinar por qué ha ido cada uno. El hombre en bata y zapatillas. Mal aspecto. Vendrá para ingresar. La rubia se ha fumado ya un paquete...ojos rojos. Angustiada. Los azulejos de la pared. Verdes. Se supone que relaja. Verde, verde, verde. Verde vómito. ¿Quién lo habrá elegido? Y qué más dará el color de los azulejos... Las agujas de la mujer gorda tintinean. Otra vuelta. Teje algo morado. Color de sudario, fuera, fuera, fuera. Las tres saben esperar "en estos sitios, ya se sabe", sólidas como tres rocas, hablan poco, con largas pausas. Una hojea una revista y de vez en cuando comentan. En la pared un reloj marca permanentemente las siete y diez. ¿Cuánta gente pasará allí las noches, las tardes, los días? Todos los días enferman montones de personas, otros empeoran, otros se asustan de su dolor de madrugada. El edificio gris se los traga a todos, los esconde en su interior para que los de fuera puedan seguir contentos, yendo a la playa, soñando con hadas. —Por favor, los familiares de Jaime Larrañaga... Se levanta como si le hubieran pinchado. El aire no le llega a los pulmones. ¿Qué pasa? ¿Qué pasa? ¿Qué pasa? Antes de salir corriendo detrás de la enfermera advierte la cara de compasión de las mujeres. Entran en la misma sala de antes. Jaime parece cansado pero tranquilo, le sonríe. El médico está en la mesa escribiendo algo. —Bueno, el escáner es totalmente normal, así que no parece haber motivo para preocuparse.

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Las migrañas a veces van acompañadas de este tipo de síntomas. De todas formas sería conveniente que pidiera una consulta en neurología por si convienen usar un tratamiento preventivo... Elvira ya no le escucha no es nada, no es nada, gracias Dios mío, no es nada. —Si es tan amable de pasar un momento por admisión, les faltan algunos datos —sigue diciendo el médico— mientras yo le acabo de explicar a su marido... Al salir le parece haber crecido diez centímetros. Bailaría claqué en el suelo de linóleo gris. No más azulejos verdes, no más pasillos blancos ni camillas que chirrían. Vuelven a la calle, a la luz, a la lluvia, a la vida. Ella será siempre feliz y no se preocupará por tonterías. Y se acordará de que hay gente que sufre de verdad. Y será mejor persona. Se dirige sonriente al rincón de sus amigas: —Nos vamos ya. Al final solo un susto. No es nada. ¡Estoy tan contenta! La mujer gorda levanta un momento los ojos de la labor y deja las agujas: —Mejor, hija, mejor. Pero... ¿Ya le habrán mirado bien? Porque estas cosas de la cabeza... —No, no. El médico lo ha dicho muy claro. Solo ha de volver a la consulta de neurología para que vean de qué le vienen las migrañas... —¡Ah! No lo tienen claro —añade la enlutada. Así suele ser, aquí una vez que entras... —Si —dice la tercera— no te sueltan tan fácil. El marido de una vecina mía empezó así, que no sería nada. Luego una prueba y otra prueba y en tres meses enterrado. Y sin saber lo que tenía. —No —sentencia la tejedora— si al final, lo que tiene que salir sale. Elvira les mira espantada y se aleja al otro extremo de la sala de espera. Cuervos. No son hadas ni ángeles. Cuervos negros y carroñeros. Gente que disfruta de la desgracia propia y la ajena. Brujas... Macbeth... Me están mirando. Y se ríen. Qué estupidez, no hay brujas... No pueden hacer nada, no pueden saber nada. Incultas. ¿Cuándo volvemos a vernos? ¿Bajo lluvia, rayo y trueno? ¿Por qué no sale ya Jaime? Vámonos, vámonos de aquí antes... ¿Antes de qué? Antes de nada. Macbeth no, Titania y Oberón. Pobres mujeres desgraciadas, creen que el mundo es así. Pesados. ¿Qué están haciendo ahí dentro? No hay nada, lo ha dicho. "Nada preocupante". Jaime es un roble. Es el café y el destemple. Respira hondo. Ya va a salir... La mujer gorda sonríe y Elvira le ve unos colmillos grandes y amarillos. Deja la labor a su amiga y se levanta. Se dirige a ella. —Tenga, antes se la ha caído esto —le tiende el bolso de espejos y lentejuelas que brilla extraño a la luz de los fluorescentes— Le he metido dentro una tarjeta de unas monjas muy buenas que cuidan enfermos por las noches. Por si le hace falta… Se da la vuelta y vuelve balanceando sus enormes caderas a su sitio. Las otras sonríen plácidamente con las manos cruzadas sobre el regazo. Con la tranquilidad del que sabe... —Elvira. ¿Estás bien? Jaime está a su lado. —Estás muy pálida.

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—No es nada, ven vámonos. Es este sitio, el olor de estos sitios. Tiritando se le abraza, como si fuera ella la enferma. La mujer del vestido de flores se dirige a sus amigas: —¿Otro cafetito? Las otras asienten. La mujer gorda aparta un momento la labor. —Mira —su amiga recoge algo del suelo— se le ha debido caer la tarjeta. Mientras sale apresurada, casi huyendo Elvira oye a la tejedora decir. —No importa, se la daré la próxima vez.

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Marta Delgado Marín: La suerte de ese verano

Ese año fue un verano extraño donde los haya, no por lo fantástico, sino porque el sol obligaba a las chicharras y grillos a cantar agonizantes, ante ese calor traumático, que nos dejaba moribundos a algunos y cadáveres a otros. Los establecimientos no daban más de sí, las listas de los pedidos de las tiendas de electrodomésticos rebosaban de marcas de ventiladores, que nunca llegaban porque estaban agotados. Desde junio, las empresas de aire acondicionado hacían el agosto, y los supermercados vendían agua en cantidades inimaginables, como si se fuera a acabar el mundo, que no me hubiera extrañado lo más mínimo. Fue por eso por lo que aquel pueblo de veraneo tuvo que cambiar y adaptarse a las nuevas circunstancias, que si no eran las de siempre, si serian las de ese año. Las persianas permanecían, al menos en horas de sol, hasta abajo, sin dejar ni una sola rendija abierta, y me imagino que los cristales de las ventanas también estarían cerrados, aunque no se vieran desde fuera. Las campanas de la iglesia dejaron de sonar. Se rumoreaba que sudaban sangre y terminaron por oxidarse, aunque no me lo creo. Seguramente el sacristán no tendría ganas de subir al campanario y enchufar el cable que ponía en funcionamiento semejantes campanas, porque hacía ya mucho tiempo que alguien retiró al campanero que avisaba de los acontecimientos más sobresalientes y cómo no de las horas a mano. Y este despido tenía su sentido porque últimamente no sólo sonaban las campanas en punto sino a y cuarto, y media, menos cuarto y en punto de nuevo, vamos que te pasabas el día oyendo campanas sobre campanas, como en Navidad. No obstante siempre te podías encontrar a algún despistado embadurnado de crema protectora para no abrasarse, bajando hasta la playa a tomar el sol, o mejor dicho a que el sol le tomara a él, y a bañarse en esa gran sopa de sobre a punto de ebullición que era el mar, que ardía al igual que el poco levante que se atrevió a asomar por ahí a mediados de agosto. Las ensaladillas tenían vida propia, los huevos no estaban en venta o al menos nadie los compraba por miedo a una intoxicación y a las bolsas de cubitos de hielo no les daba tiempo a congelarse. Los frigoríficos no enfriaban y daban ganas de ser un diminuto y vivir en el congelador cual esquimal, aunque se congelaran hasta los pensamientos. Fue un verano que nadie olvidará, aunque ya lo dijo el refranero: “No hay mal que dure cien años”. En aquel pueblo de donde tenías que salir corriendo sin mirar hacia atrás, si querías ser alguien, se conocía todo o casi todo de cada uno de los que formaban parte tanto activa como pasiva, porque los que hacían ruido estaban ahí y los que no ya se encargaban unas cuantas de inventarse historia para no dormir, así que fuera mentira o verdad, se sabía todo o casi todo del pueblo. Aún así se podía vivir o al menos intentarlo con la tranquilidad que da sentirse en vacaciones, los que las tenían, porque no todos podíamos presumir de ese estado. Yo no recordaba un verano de vacaciones desde niña, aunque tampoco me importaba excesivamente. Digamos que siempre se 49


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quiere lo que no se tiene, y estoy segura que si hubiera podido presumir de unas bonitas “vacances” hubiera querido trabajar en uno de esos trabajos de verano, esos que te atan de manos y pies y te hacen mirar cómo pasan esos meses calurosos como inalcanzables porque no los puedes disfrutar. Todo estaba lejos, incluso yo misma empezaba a estarlo, colgada del último peldaño del horizonte de la noche, ese trapecio que no tiene red. Todo estaba muy lejos ya. Sabía perfectamente que no bastarían las mejores enredaderas del verano para cubrir el muro de mis lamentos. Y aún así seguí tragándome esa pequeña o gran porción de infelicidad que me tocaba vivir, convencida del vuelco que darían nuestras vidas, y aunque no lo creyera daba lo mismo, todo pasa a mayor velocidad si te crees la mentira que uno mismo se forma. Venían los que de aquí eran y con las mismas se marchaban a otros lugares donde pudieran respirar, esto era más de lo mismo. Por aquel entonces, yo estaba convencida de que el calor estaba influyendo de manera sobrehumana a los que estábamos bajo el mismo cielo, como en Ibiza el aire. Todos buscábamos ese algo tan difícil de explicar, sin nombre, sin rostro, sin ser siendo. Algunos conseguimos desligarnos de esa sensación y vivir como viven los que asumen que las cosas pueden cambiar pero no lo hacen. Otros huyeron en busca del cambio y quizá volverían, pero ya no sería lo mismo, al menos para mí. Nadie pensaba en nadie, aunque algunos saludaran desde sus ventanas, sólo era un mero trámite, obligación que cada uno asumió ese verano, al igual que asumí que todo estaba llegando a su fin. Una tarde de esas en las que aunque haya caído ya el sol, todavía pega fuerte el calor, me asomé a la ventana que da justo a la calle principal, vi al Asturiano. El Asturiano era un personaje que había aparecido en el pueblo sin más, como un fantasma. No trabajaba, no tenía casa, iba mal vestido, sucio y se pasaba el día y la noche dando largos paseos que lo hacían llegar a ninguna parte. Creo que dejó en Asturias un pasado un tanto tormentoso. Jamás le pregunté, ni le preguntaré, porque presiento que estas historias se guardan mejor cuantas menos personas las sepan. Ese día tuve una imagen un tanto amarga. Se paró en medio de la acera, miró a derecha e izquierda y cogió una colilla del suelo. Caminó unos pocos pasos y volvió a llevar a cabo la misma operación. Esto ya era lo más de lo más, el Asturiano mendigo. El verano estaba calando hondo, muy hondo en todo el mundo, tanto que el calor se había llevado por delante a varias personas. El 24 de Julio, víspera del santo del pueblo, todo estaba como si nada, que de hecho era lo que iba a ocurrir, nada. El santo había pasado a un segundo plano, y ese año nadie había peleado por acarrearlo de esquina a esquina del pueblo, porque el interés ya era otro, como por ejemplo no morir asfixiado con un santo en la espalda- Así que sonaron las campanas, poco, pero sonaron. Varón, 78 años. Infarto de miocardio. 29 de Julio, santa Marta, varón, 85 años, muerte natural. La muerte que si conmocionó, o al menos a mí y los que me rodeaban, fue la de un chico que se suicidó con la sábana de la cama de la habitación del psiquiátrico donde llevaba tres días. Unos lo sentimos, porque para huir sin avisar de una manera tan cruda hay que estar francamente mal. Otros añadían que era lo mejor que le podía haber pasado, porque llevaba toda la vida padeciendo, tanto él como su madre. Este pueblo era así, en un segundo se puede convertir en juez y parte de cualquiera. Sonaron las campanas pero no hubo entierro. Una pena.

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La última noche de aquel verano, tuve un sueño. Caminaba sin rumbo fijo por una inmensa calle, larga, muy larga, apenas había luz y a lo lejos el mar. Me perseguía alguien, y yo no podía correr .Miré hacia atrás, con miedo a convertirme en estatua de sal, y era yo la que me perseguía, con el rostro desencajado. Al tener esa imagen, el yo perseguido se bloqueó y fue entonces cuando el yo perseguidor me atrapó. En ese momento sonó el teléfono y tuve la sensación de haber estado durmiendo toda la noche de un tirón. Contesté: ¿Quién? Vístete que vamos de entierro. ¿Quién se ha muerto? Quien va a ser, tú. Al fin y al cabo, ese verano tuve suerte, sonaron dos minutos las campanas.

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Jesús Oliva: Y dejarlo todo atrás

El cielo luce gris esta tarde de invierno, mientras paseo descalzo por la playa. La arena está fría, y noto los relieves dejados por centenares de pies sobre la orilla. Es una playa apartada, donde nadie se encarga de alisarla, sino que se deja la superficie a su libre albedrío. Como debería ser todo. Libre. Miro al mar, ese mar de mi infancia y adolescencia, el mar que se ve desde la ventana de la habitación en donde me crié. Recuerdos vividos vuelven a mi memoria. Los pescadores al alba con las cañas sobre el macizo rocoso que se eleva al este, mi hermano Nicolás jugando con el resto de muchachos al balón cerca de casa, Clara contándome cerca del fuego en barbacoas de verano los chicos que le gustaban y la pretendían. Y muchas más cosas. Recuerdos que se antojarían a cualquiera preciosos y delicados. Años de mi vida en este lugar. Miro de nuevo mi hogar. Cómo odio este lugar. No quería ir al funeral, por lo que todavía entiendo menos haber venido aquí. Mi hermana Clara cree que debíamos hacerlo. Ya nadie vendrá aquí a vivir, pues en el testamento mi padre especificaba que quería que la casa fuese derruida, para que hubiese sido él el único dueño de aquel hogar. Nada le impulsó a dejárnoslo a nosotros, sus hijos, la casa familiar. Nada nos hizo tampoco desearlo. Por eso no entiendo qué hacemos aquí, y tal vez no llegue a descubrirlo nunca. Nada más llegar al pueblecito costero paramos a comprar pan. Pocos son los que nos recuerdan, tan sólo los más viejos del lugar. Paqui, la panadera y dueña del estanco, nos dio su más sentido pésame. Cuando se recibe muchas veces, uno se vuelve capaz de notar quién siente verdadera pena y quien aplica un formulismo. La anciana mujer sentía en lo más hondo la pérdida. Mientras caminábamos por las callejas en dirección a casa de Manzanares, el notario de mi padre, Clara me dijo que era normal el disgusto de Paqui, pues anduvo trajinándose y beneficiándose a padre durante veinte años. Lo habría creído a pies juntillas, pero la media sonrisa de Clara denotaba que no era del todo cierto, aunque tal vez hubiese algo de cierto en todo aquello. Si hubiese sentido el más mínimo cariño por padre me hubiese alegrado por él. Paqui siempre había sido una mujer bondadosa y cariñosa con todos, el hombre que recibiese sus cuidados habría de ser afortunado. O eso suponía, pues nunca se me dio bien juzgar a las personas. El señor Manzanares era un hombre mayor, enjuto y con poco pelo. Los anteojos, pues no se podían denominar gafas, colgaban de su cuello, sujetos a una fina cadena de oro. Yo no lo sabía, pero como me explicaría más tarde Clara, llevaba puesto su traje oficial, el de las ocasiones excepcionales. No en vano fue un gran amigo de mi padre y la situación requería cuanto menos solemnidad. Nos leyó sus últimas voluntades. El notario conocía de antemano cuanto nos recitó y explicó aquella mañana y a nosotros no nos sorprendió en absoluto. Estrechamos su mano deseándonos mutuamente suerte en el futuro y abandonamos la pequeña notaria para emprender el camino a casa.

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Realicé aquel trayecto infinidad de veces en tiempos anteriores, cuando regresaba del pueblo, pero nunca se me antojó tan largo. El camino que en su día fue de tierra había sido asfaltado de manera precaria, y nuestro pequeño auto circulaba despacio. Clara al volante parecía contenta de volver, como si fuésemos una pareja dichosa que se marcha a un domingo relajado de playa. No paró de comentarme todo cuanto la había sorprendido. Lo poco cambiado que estaba todo, lo nostálgico del mar por la ventanilla, lo mal que estaba el camino de tierra antes, cuando padre nos llevaba en el citroen negro que siempre nos recordó a un triste féretro. Y mientras contaba todo eso reía. No paraba de reír. Quizá le hacía gracia. No el que padre hubiese muerto, eso no. Sino el volver, creo que Clara nunca había soñado con regresar de este modo. Tras rebasar la colina que daba a la playa, la divisamos. Suele decirse que cuando se vuelve a una casa grande en la que se ha vivido de pequeño se recuerda con unas exageradas dimensiones que no se corresponden con la realidad. A mí no me sucedió. Es más, se diría que recordaba más pequeña la casa, hecho que mi hermana achacó al inmenso tiempo que pasaba solo en mi cuarto. Creo que volví a quejarme de estar allí y fue cuando Clara me mandó a revisar el piso de arriba, por si había algo que pudiésemos conservar. Subí pesadamente las escaleras, como en su día hice antaño, acariciando el pasa manos, evocando el olor de la madera recién encerada. Sin embargo parecía que mi padre no enceraba ni limpiaba aquello desde hacía meses, normal, teniendo en cuenta lo que tuvo que sufrir debido a la enfermedad. En el piso superior había un cuarto de baño y tres habitaciones, y me sorprendió encontrar todo igual. Si hubiese hablado más con mi padre habría sabido que su mayor lema era “si algo funciona por qué cambiarlo”, y a él ese entorno, esa casa, esas paredes, le funcionaron siempre. La más cercana a la escalera era la habitación de padre. Entré en ella y enseguida noté ese olor a ancianidad, el olor como a tela vieja, mezclado con el de agua oxigenada y alcohol por la limpieza de las heridas. La enorme cama de matrimonio estaba deshecha, signo que desde que mi padre había muerto nadie se preocupó de hacerla de nuevo. Para qué. A fin de cuentas nadie más dormiría allí. En un acto casi idiota me senté en la cama y contemplé el hueco que dejara mi padre en el colchón. Pude imaginarlo, tirado allí sin poder moverse, aquejado de terribles dolores, con esas facciones duras contraídas, negándose a gritar, ni a pedir por el cese del dolor. Hace poco más de veinte días la enfermera que lo cuidaba me llamó. Dijo que estaba en las últimas, que sería un detalle que me acercara a verlo, que si no quería despedirme de él. Esa llamada me recordó el día en el que con seis años volvía a casa paseando por la playa. Vi a unos padres y madres con sus hijos volando unas cometas. Yo guardaba la mía en casa, herencia de Nicolás que se cansó de ella y me la regaló. En casa sorprendí a mi padre, del que puedo decir que todavía no conocía bien, y le pedí que me enseñara a volar la cometa. Le rogué que saliese conmigo, que jugásemos un rato. Él me miró seco, fijó en mi sus ojos, expresión que jamás seré capaz de olvidar, y me dijo: “aprende a hacer las cosas por ti mismo, nadie te enseña”. No mintió y me dijo que estaba ocupado, ni prometió dejarlo para después, o reconoció que no sabía volarla, simplemente no quiso enseñarme. Nunca me enseñó nada. O casi. Así que cuando aquella bienintencionada enfermera me llamó estuve tentado a coger las llaves del coche y volar literalmente hasta allí, sentarme donde entonces estaba y espetarle, con la misma sequedad con la que él me replicó, “padre, muérete a

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solas, nadie te enseña”. Pero no lo hice, porque eso habría sido cruel, y prefiero pensar que no soy así. Que no me parezco a mi padre. Ahora que recuerdo aquella cometa, nunca tuve juguetes propios, algo a lo que llamar mío. Con el sueldo de mi padre sólo podía aspirar a aquello que antes tuvieron mis hermanos, aunque claro está, nunca usé los de mi hermana, salvo para que sus muñecas sirviesen de rehenes de una guerra o un malvado enemigo, que a veces, sólo a veces, cuando me hallaba totalmente solo, llamaba por el nombre de mi padre. Sin nada de interés en la habitación de mi progenitor, proseguí el repaso que me llevó al que fue mi cuarto. Un espacio muy reducido que durante un tiempo compartí con Nicolás. Pero eso fue antes de que ingresara en la Guardia Civil y se marchase a vivir al cuartelillo. Yo era muy pequeño cuando se marchó, y aunque venía a vernos casi cada fin de semana nunca supe mucho de él, salvo que padre lo quería todo lo que a mi hermana y a mí nos despreciaba. Cuando una bala le alcanzó el pecho en un tiroteo mi padre pareció morir un poco más cada día. Yo tenía sólo ocho años, mi hermana doce. Sentí su muerte con los años, pues en aquel instante, cegado por la envidia del cariño que sí recibiese Nicolás, quise que ojalá lo matasen mil veces más, allá donde fuese a parar su alma. Y aún pretendo ser una buena persona. De lo que mejor recuerdo es que siempre lograba hacer reír a Clara y a padre con las historias del cuartel, el resto lo he ido olvidando, posiblemente adrede, para evitar sentir pena, o echarlo en falta. El mismo día en que murió, mi padre eliminó su rastro descolgando todas sus fotografías y quemando sus libros escolares, de un modo semejante a como acabaría con el suyo, ahora que ya no estaba. Como un asesino que borrase su pista. Hurgué en los cajones sin saber qué buscar. ¿Acaso había algo que salvar en un sitio como aquél? Entonces encontré distintos muñecos olvidados por mí y el tiempo que es a veces tan cruel. Por último llegué a la habitación de Clara. Me di entonces cuenta de que no temía volver tanto a la casa como a aquella habitación. Bien podría haber bajado las escaleras y haberle dicho a Clara que no había qué conservar. Tal vez nos hubiésemos marchado y jamás habría vuelto a pensar en ello. Sin embargo como hice en las anteriores, pasé y me senté en la cama, como lo hice un día similar hacía ya veintidós años. Rememoré mis doce años despiertos, sin dueño ni amo que frenase mi curiosidad. El poco caso que nos hizo siempre mi padre se vio acrecentado conforme íbamos haciéndonos mayores, y el cenit llegó aquel invierno. Me paré en el umbral de la puerta de la habitación de mi hermana y la vi sentada sola, con las luces apagadas y la cabeza gacha. En aquellos días estuvimos muy unidos, y sin nadie mejor con quien charlar, pues carecía de amigos, ella era la única a quien le contaba lo que me sucedía. Me acerqué a ella lo justo para notar que lloraba o lo había hecho. Cuando levantó su mirada hacia mí pensé que como las ocasiones anteriores me despediría de allí tan rápido como llegué. En cambio me pidió, con un hilillo de voz que me sentara con ella. Me confesó que su novio, un tal Miguel, con quien salía desde hacía tiempo la había engañado, que lo pilló cerca del puerto tonteando con otra. El poco contacto con chicos de mi edad, u otros en general, no me llevó sino a ser un chaval más bien corto, que poco o nada sabía de la vida. Por ello cuando me dijo que perdió con él la virginidad y que aquello era un ultraje, no comprendí del todo a qué se refería. Me dijo entonces que era un chico muy bueno, que tenía que hacer feliz a la chica con la que saliera. Puso su mano sobre la mía y me besó en la mejilla, pero no como se besa a un hermano, aunque eso era algo que también comprendería con el tiempo. Sus labios se

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posaron sobre los míos, igual que había visto hacer en la tele. A partir de ese punto mi memoria me traiciona, aunque creo que no hice nada, sino quedarme quieto, con mis labios pegados a los de mi hermana. Qué pasaba por mi cabeza sólo Dios lo sabe. He besado a unas cuantas mujeres después, pero aquel roce de sus labios dejaron en los míos un sabor raro a sal proveniente de sus lágrimas secas ya, que me es imposible olvidar. Me susurró algo sobre el amor, sobre conocer y no hacer daño, la posibilidad de elegir a quien darle todo. No la oía, pues se me antojaba lejana su dulce voz. Desperté del letargo cuando tomó mi mano y la acercó a su pecho. Vi su blusa desabrochada y uno de sus senos desnudo colgando de su pecho. Mi hermana con sus dieciséis años tenía un pecho más que desarrollado. Miré aquel tesoro prohibido, siempre censurado. Había oído en la escuela a niños hablando de tetas, pero oír fanfarronadas sobre tocarlas, y tener una enfrente, son cosa harto distintas. Mi hermana me susurró que no tuviese miedo, que la acariciase suavemente, quería que la amase. “Como a mamá”, dijo, “quiéreme como a una madre”. Y algo me sacó de ese trance. El recuerdo vuelve a ser vivido. La luz se encendió de golpe, y la oscuridad asustada, nos traicionó, dejando al descubierto el blanco pecho de mi hermana y mi mano sudorosa a punto de rozarlo. De pie, bajo el marco de la puerta, estaba mi padre, mirándonos como jamás nos había mirado. Clara se abrochó presurosa la blusa y salió corriendo del cuarto pasando como una flecha a su lado. Yo no pude moverme. No sabría explicar por qué, simplemente no podía. Me sentía el mayor culpable de la tierra, pese a ser incapaz de entender a qué se debía ese sentimiento. He oído a lo largo de mi vida que los golpes y las palizas que ciertos padres infligen a sus hijos no se olvidan, que quedan marcadas por siempre. Pero hay algo peor que los golpes, y es el desprecio. En un arranque de ira el padre golpea a los hijos, y éstos sienten el odio. El desprecio es más doloroso, porque comprendes que no significas una mierda para él, que le importa un carajo que estés vivo o muerto, que hagas lo que hagas nunca sentirá nada por ti. Absolutamente nada. Si mi padre me hubiese gritado o golpeado, o hubiese castigado a mi hermana, ambos habríamos comprendido que formábamos parte de su vida. Pero lo que hizo fue decirme que bajara a cenar, que tenía hambre. Desde ese día nos miraba como a perros y nunca más nos dirigió la palabra. Nosotros, por nuestro lado, intentamos hablarle aunque no nos respondiera, más por respeto que por otra cosa. Al final acabamos cansándonos. Si estábamos en una habitación pasaba de largo, sólo juntándonos al cenar y eso sólo al principio, pues acabó por comer delante del televisor mientras nosotros lo hacíamos en la cocina. Me hermana también dejó de hablarme, no me respondía y no dejó que volviese a entrar a su cuarto. Dos años después, desesperada, se marchó de casa. Fue a la universidad, pero la beca no daba para demasiado y no estaba dispuesta a pedir dinero a padre, por lo que acabó por buscarse un trabajo. Yo seguí en casa hasta los dieciséis. Dos años antes se había marchado ella, con lo que estuve todo ese tiempo sin abrir la boca salvo en el instituto cuando alguien me preguntaba algo, normalmente los profesores. Si podía evitar comunicarme con los compañeros mejor que mejor. Una tarde de mayo me largué. No le dije adiós, pues sabía que no serviría de nada. No me despedí de nadie, y sé en el fondo que nadie preguntó a mi padre por mí, pues no había quién tuviese el más mínimo interés. Hice mi vida, mejor que peor, y aquí estoy. 55


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No volví a saber de mi hermana hasta hacía tres días. Fue ella quien me dijo que padre había muerto. Al verme me abrazó como si no llevásemos tantos años sin saber el uno del otro, y se empeñó en regresar. Cuentas pendientes quizá. Es tarde y paseo por la playa, pensando en todo cuanto ha pasado en este día, y durante toda una infancia que no echo de menos. Oigo a Clara acercarse por detrás y colocar su mano sobre mi hombro. Me pregunta si me resulta duro. Un seco “no” finaliza el asunto. Me dice que ya está todo, que va a quedarse con la vajilla y que ha cerrado, que podemos marcharnos. Anda hacia el coche. Miro el atardecer ocre en el horizonte, por encima de las olas del mar. He descubierto que sí hay algo que echo de menos. Me hubiese gustado haber tocado su pecho, haber sentido la satisfacción de hacer algo prohibido. No haberme quedado a medias. Me siento tentado a frenarla y preguntarle hasta dónde habría llegado si mi padre no hubiese intervenido. Qué habría sido de nuestras vidas. Obviamente no lo hago. Me giro y mientras me alejo de la playa soy consciente que le doy la espalda al lugar en donde crecí, y que tras de mí quedan muchas cosas, la mayoría de ellas sin mucho valor, aunque las hay algunas preciosas. Uno día como hoy perdí mi inocencia, y no puedo decir que fuera un suave despertar. Volver ha servido para reencontrar una parte de mí que había enterrado. Y tal vez es mejor que continúe así.

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Karla Ron Arévalo: El cartero

Como todas las mañanas Marcos salió a las nueve en punto con su carrito lleno, ese día tenía un brillo de felicidad en los ojos: Miriam tenía correspondencia, tal vez lograría reunir fuerzas para por fin invitarla a desayunar. Siempre llevó paquetes al local de ordenadores, pero desde que ella trabajaba allí, lo hacía mucho más a gusto. Faltaba más o menos una hora de recorrido para llegar a su calle. Comenzó en el Nº 15 de Infanta Mercedes, allí se encontró con Miguel un hombre muy elocuente y servicial, con el que si no se tenía cuidado se corría el riesgo de ser atrapado toda la mañana en alguna de sus historias de marinero. Ese hombre era un cuenta cuentos profesional, tenía un gran tatuaje de un ancla en el antebrazo derecho, que según él se lo hizo en no se sabe que puerto de nombre exótico. Esa mañana Miguel le hablaba de Ling-Na, una hermosa oriental que obtuvo a cambio de unas monedas y que fue el mejor negocio que había hecho, pues no sólo le había dado muchos hijos sino que multiplicó sus años de vida a punta de felicidad. Ling-Na logró asentarlo de una vez por todas y aunque el oficio de portero no era de lo más interesante para él, lo hacía sentirse útil y le proporcionaba tiempo para escribir sus memorias. Marcos le escuchaba atento mientras introducía sobres en los buzones, pues esas historias de Miguel fueron en muchas ocasiones material de sus relatos. Miguel le pregunto si ya había invitado a esa chica a salir...el respondió negativamente con la cabeza a lo que el ex marino le dijo que se apurara si no otro se le adelantaría. Ya eran las nueve y quince, tenía que apurarse si quería terminar a tiempo su recorrido, por lo cual se despidió de su amigo. Sabía que de la literatura no se vive, por lo que trabajaba como cartero desde hacía algún tiempo, pero descubrió que además de estabilidad ese oficio le proporcionaba una fuente inagotable de anécdotas, por lo cual llevaba consigo una libreta donde anotar esas pequeñas cosas que hacen interesante a la vida. Pero también era consciente de la importancia de su carga, era información que alguien esperaba y que confiaba en que él la entregaría. Descubrió la fuerza de las letras y la pasión por las mujeres al mismo tiempo, en cuarto para ser exactos, gracias a Mari Pili, una pecosa de trenzas que se sentaba junto a él y a quién dedicó su primer poema. Fue desarrollando y mejorando la técnica de las palabras, jugar con ellas se había convertido en un ritual sanador para su espíritu, por eso aprendió a realizar su trabajo mientras estaba a la caza de alguna historia. Con las mujeres todavía le faltaba un poco más de práctica. Soñaba poder cambiar su suerte con Miriam. Frente al portal Nº 33, se encontró con Doña Gertrudis, quien como siempre estaba acompañada de Perla una pastor alemán casi tan anciana como su dueña. Aquella mujer de sonrisa liviana, era otro de sus encuentros habituales. Marcos pensaba que

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ella calculaba el tiempo justo para encontrarse con él y así poder darle un ratito a la lengua, él encantado le correspondía pues la charla amena de esa dama siempre le alegraba el día, además la sabía muy sola. Hacía más de veinte años que Doña Gertrudis fue obligada, por la dictadura de Videla, a abandonar Argentina junto a su esposo, dejando atrás un hijo del que nunca más supo. Ahora viuda y sin familia, buscaba la compañía de extraños. Aunque Marcos siempre pensaba que debió ser una dura decisión abandonarlo todo y reconocía un dejo de tristeza en su mirada, sabía que el buen humor y la actitud positiva de Doña Gertrudis la habían llevado a soportarlo. Tuvo que dejarla, pues ya eran las nueve y veinticinco. Ella le pregunto a lo lejos si ya había invitado a Miriam, él le respondió que todavía no, pero que tal vez pronto lo haría. Después de repartir en el Nº 59, entregó la correspondencia al frutero, quien le obsequio la primera fresa de la temporada, al salir anotó en su libreta, “Rojo tentador, ácidamente dulce como el amor”. Para Marcos la primavera era su estación favorita, le encantaba ver como las hojas renacían en las ramas de los árboles o la poesía que había en el cortejo de los pájaros que impúdicos se demostraban su amor en plena calle. Definitivamente era un perfecto día para iniciar una gran historia de amor. Continúo su ruta, extasiado en sus pensamientos y tarareando una romántica canción, hasta que se topo de frente con una escena que le arrugó el corazón. Un hombre que no debía haber cruzado hace mucho el Estrecho, estaba parado frente a una vitrina que descaradamente exhibía sus mejores manjares. Aquel hombre tenía los ojos desorbitados, las facciones desencajadas y la boca hecha mucho más que agua por la cantidad obscena de alimentos que allí había. Era tal su aspecto, que Marcos incluso creyó escuchar los crujidos de aquel estomago vacío. Sin pensarlo, Marcos dejo su carrito en la puerta de la panadería y dos minutos después salió con una bolsa que entregó a aquel hombre, éste lo miró con recelo, tal vez por haber sido muchas veces engañando; pero cuando el aroma de las empanadillas le llegó, el hambre pudo más que el miedo e instintivamente le arrancó la bolsa de las manos a ése desconocido y salió corriendo. Marcos se quedó inmóvil, asustado. Unos segundos después y bastante conmovido por la escena, anotó en su libreta: “hoy conocí el rostro del hambre”. Terminó de repartir en el número 67, ya eran las 10 menos veinte, el incidente anterior le nublo un poco el día y lo había retrasado, debía apurarse faltaban todavía un par de portales antes de llegar al local de Miriam. Quería contarle a alguien lo que acaba de pasarle, seguramente a ella la conmovería tanto como a él. A cada paso su corazón latía con más fuerza, hacía varios meses que le entregaba la correspondencia. Ella lo hacía sentir especial, siempre lo saludaba por su nombre. Él quería conocerla mejor pero parecer un desesperado. Fue cuando el rostro de aquel hombre se le planto en la mente, y entonces pensó que la vida es corta y que se deben aprovechar los pequeños regalos que te ofrece la vida, tuvo un arrebato de fuerza interior y decidió que por fin invitaría a Miriam a tomarse un café. Frente al local de ordenadores miró su muñeca, eran las 10:05, justo a tiempo. Al entrar, le llamo la atención que Miriam no estaba detrás del mostrador, dio los buenos días y pregunto por ella al dependiente, que sin más explicaciones le respondió que ya Miriam no trabajaba allí, mientras tomaba el sobre.

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Marcos, suspiró; se encogió de hombros y se despidió, tratando de disimular que tenía el corazón roto y que las piernas no le respondían. Al salir un sentimiento de derrota le invadió, era su culpa, había perdido la oportunidad de conocerla por miedo a ser rechazado, y ahora que logró reunir las fuerzas suficientes, era demasiado tarde. Tal vez nunca más volvería a ver a Miriam y ahora que haría con ese sentimiento. Entre tanto miraba el reloj, todavía tenía tiempo de reunirse en el café para desayunar con sus compañeros, no le apetecía nada estar solo. Tomo su libreta y anotó: “hoy por cobarde he perdido a un amor desconocido”.

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David Torres: Yo

Abrí los ojos, ya era noche cerrada… se me había pasado toda una tarde de forma inútil, ya que, ni tan solo recordaba haber soñado. La casa estaba extrañamente tranquila, y lúgubremente oscura. Me levanté, estaba muerto de sed, así que me dirigí a la cocina, pero, al salir de mi habitación, ¡sorpresa!, ¿dónde estaba? El pasillo de mi casa, era un extraño tobogán, negro, con dibujos psicodélicos de tonos morados y amarillos, y acababa en una especie de caverna, donde debería de estar la cocina. Tras unos breves minutos de reflexión, pensé: ¿Qué puedo perder?, y me tiré por aquel extraño tobogán, que parecía llevarme a la nada… o al infinito. Justo en el momento que tocaba el suelo con mi trasero, la oscuridad de la caverna cambió a un blanco deslumbrante, que casi molestaba a los ojos, y me percaté en que las paredes estaban recubiertas por una extraña pintura blanca, que desprendía luz… bueno, no toda la pared. Quedaba un recuadro negro, que parecía ser una ventana. Me asomé, no vi nada, sólo una voz que me llamaba y me suplicaba que fuese, pero, ¿cómo podía pasar yo por un agujero tan pequeño?. Metí la mano, y sentí que algo viscoso se pegaba a ella, sintiendo un gran dolor. Al sacar mi mano, me di cuenta, desesperado, de que ya no estaba, pero, curiosamente, no había ni rastro de sangre… ni de nada, simplemente… me la habían… ¿borrado?. Sí, creo que esa era la definición correcta, borrado. Alguien o algo, tenía ese… ¿poder?, ¿don?... No sabría definirlo. Estaba enfrascado en este mar de dudas, cuando de pronto, el agujero se fue ensanchando, hasta hacerse como una puerta de grande, y oí que alguien se acercaba, me preparé para lo peor, incluso, para mi fin… cuando, sorprendido, me di cuenta de algo increíble, que me heló la sangre: quien se acercaba hacia mi era…¡YO!. Me quedé unos segundos en una especie de estado de shock, hasta que reaccioné. La persona que tenía en frente, porque era una persona, de carne y hueso, como yo, es más era yo, me dijo: “Bienvenido a tu Universo, a tu inmortalidad, y al caos del principio… y del final”. Por supuesto, aquello no me solucionó nada, al contrario, me puso más nervioso, así que empecé a perder el autocontrol, a temblar… y ocurrió. Ese ser me puso su mano en el hombro del brazo “borrado”, para que me calmara, entonces, ese brazo, volvió a ¿crecer?. Sí, sin duda, así fue, a la vez que notaba como un fuego en el cuerpo, un golpe fuerte en el pecho, y un zumbido en las sienes… y creo que me desmayé. Cuando abrí los ojos, estaba tumbado en mi cama, miré la hora, y… ¡era la misma hora de la tarde en la que me había ido a dormir el día anterior!. Lo más sorprendente no fue esto, sino, un papel que había al lado de mi reloj, en el que se podía leer lo siguiente: “No, bajo ningún concepto puedes hacerlo. No puedes volver a perder una tarde, un retal de tu vida de forma tan inútil, sin tan siquiera quedarte con un sueño. Así has estado muriendo, mejor dicho, has muerto durante unas horas, perdiendo tu ego, tu integridad, tu poder”. 60


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Leí y releí aquel papel varias veces, lo toqué, manoseé, arrugué, intentando, de esta forma, saber si había soñado o si había… “Hipervivido en la muerte”… si es que eso era posible. Me fue imposible llegar a una conclusión, o por lo menos a alguna de pensamiento humano, o a alguna que, a mi débil mentalidad no le aterrara… pero, cuanto más pensaba, más miedo tenía, así que, decidí hacer algo increíble. Fui a la farmacia, a comprar unos somníferos, aunque fuesen de los más suaves. Me tumbé en mi cama, apagué las luces… y me tomé toda la caja. Al rato, no sabría decir cuánto, estaba otra vez ante el tobogán, pero ahora, todo parecía más… raro. A pesar de todo, me tiré, y caí en un horrible pozo, en el que sólo había hojas y bolígrafos… sí, me había encerrado en mi mismo.

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ENSAYO

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Fernando Alonso Barahona: La vuelta al mundo de un novelista: Blasco Ibáñez en el cine

Agitador político, periodista, ilustre viajero, conferenciante exaltado, amante de la libertad , famoso en los Estados Unidos por sus obras cosmopolitas, pero sobre todo novelista. Vicente Blasco Ibáñez alcanzó en vida la gloria literaria y lo mejor de su producción aún mantiene intactos hoy su atractivo y su grandeza. Nacido el 29 de enero de 1867, Blasco escribía en 1927 una larga carta a su amigo Isidro López Lapuya (que se reproduce en la edición de sus obras completas) en la que cuenta de forma sugestiva y apasionada los avatares de su vida y su obra (esta carta y otra anterior, de 1918, dirigida a Julio Cejador, constituyen una sin par autobiografía personal y literaria): “Nací en Valencia, patria de Sorolla y de Benlliure (...) a los catorce años tenía escrita una novela, de las de capa y espada(...) Es que soy un agitador, un artista enamorado de la acción". En 1891 Blasco funda el diario “El pueblo", de tendencia republicana y sus soflamas políticas le acarrean la ruina y la cárcel. La crisis del 98, con la tremenda pérdida de valores y, sobre todo, de confianza, en el futuro de España, encuentra al novelista completamente entregado a una causa política que se resume en la total oposición al estado de cosas de la España de final del siglo XIX. Su obra folletinesca “La araña negra", anticlerical (contiene un duro ataque a la Compañía de Jesús) ,le proporcionaría fama y polémica (el autor renegaría de ella años después, calificándola como “muy mala"), pero es en 1894 cuando “Arroz y Tartana" – pura novela valenciana – revela su talento como escritor. Blasco admira a Zola (será llamado, abusivamente, el Zola español, cuando él admite que su única obra zolesca es “Arroz y tartana") y, sobre todo, a Víctor Hugo (“No lo admiro. Lo adoro”), con quien tiene numerosos puntos de contacto tanto literarios como ideológicos. Su visión del arte se resume en una certera expresión: “El que verdaderamente es novelista posee una imaginación semejante a una máquina fotográfica, con el objetivo eternamente abierto (...) Yo he sido un hombre de acción, que he hecho en mi vida más que libros. “Los cuatro jinetes del Apocalipsis" fue escrita en un cuartucho de París, cuando los alemanes estaban a menos de doce kilómetros de la ciudad y se escuchaba el traquetear de los fusiles. En realidad casi todas sus novelas son producto de sus experiencias vitales, en ellas no hay artificio y el sentimiento se impone siempre a la razón. Como los grandes pioneros de Hollywood, la vida de Blasco podría servir de argumento a numerosas películas, y como Cecil B. De Mille, Raoul Walsh, Howard Hawks, King Vidor o John Ford, era un tipo que además del arte amaba la vida. No en vano declararía en una ocasión: “Soy un hombre que vive, y – además- cuando le queda tiempo, escribe”. Por ello no es de extrañar que el cine le fascinara desde su inicio. Cuando una productora de Barcelona le propone en 1916 una adaptación de “Sangre y arena”, Blasco pide participar en la realización, cosa que hace junto a Salvador Castelló.

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Después conocería el éxito universal, tanto en novela como en película de “Los cuatro jinetes del Apocalipsis “(Rex Ingram 1922) y “Sangre y arena" (Fred Niblo 1921) ambas protagonizadas por el mito del momento , Rodolfo Valentino. Y para Hollywood escribiría un guión novelado, “El paraíso de las mujeres”. La génesis la explicó el propio autor. Tras el éxito de “Los cuatro jinetes del Apocalipsis", recibió de Nueva York el encargo de escribir un relato novelesco que pudiera servir para una obra cinematográfica. El resultado fue esta revisitación de Liliput y del famoso Gulliver de Swift que combina la mordacidad y el ingenio con la pura fantasía. A Blasco se le pidió un guión, pero entregó una novela que enseguida fue publicada como tal, en tanto que la película quedó atascada (hablamos de 1922) porque “fui amontonando tales dificultades de ejecución que los ingenieros norteamericanos aún no han podido encontrar el modo de que aparezcan en el lienzo luminoso". Los libros fueron, desde luego, la principal trayectoria de Blasco Ibáñez , sus novelas valencianas (Arroz y tartana, La Barraca, Cañas y Barro, Entre naranjos, Sonnica la Cortesana), regionales (Los muertos mandan, ambientada en las islas Baleares), sociales (La catedral, El intruso , La Bodega , La Horda), americanas (La tierra de todos, Los argonautas), cosmopolitas (Los cuatro jinetes del Apocalipsis, Mare Nostrum , Sangre y Arena , Mare Nostrum), históricas (EL papa del mar), aventuras (EL paraíso de las mujeres, En busca del Gran Kan) y de viajes (La vuelta al mundo de un novelista , La Argentina y sus grandezas). Pero en su vida hay mucho más. Cuando en 1909 abandona la política (sus ideas radicales de juventud se fueron tornando más pesimistas, mantuvo intacto su patriotismo españolista y se convirtió en un gran admirador de los Estados Unidos) viaja a Argentina, donde se establece como colono y llega a fundar una ciudad (la colonia “Cervantes" transformada después en “Nueva Valencia"en la provincia de Corrientes. Sin suficiente base económica la empresa fracasaría años después). El éxito internacional (fue un auténtico precursor de los llamados “best sellers”) le hizo millonario, a él, que en su juventud había conocido privaciones y miseria. Cuando muere el 28 de enero de 1928 se hallaba en la cumbre de su fama. Blasco había nacido, en verdad, novelista (“llevaba dentro de sí el instinto"); por ello, aunque en ocasiones aparezca la imperfección en su obra, ésta no es producto sino de su propia fuerza vital. Sus descripciones poseen una fuerza vigorosa, casi cinematográfica, en las páginas de sus libros hay pasión, argumentos complejos, erotismo, evocaciones históricas, luminosidad y personajes profundamente reales y veraces. El cine mudo español, apenas un amago de industria y arte (me he referido a la historia del cine patrio en los libros “Biografía del cine español” Cileh 1992 y “Las mentiras sobre el cine español” Royal Books 1995) , se ocupó de “Sangre y arena” (con la colaboración del propio escritor ) y “Entre naranjos” (Albert Marro 1914). De mayor relevancia es “La bodega” de 1929, película del pionero Benito Perojo protagonizada por Concha Piquer. Pero fue Hollywood quien encumbró la obra de Blasco con las referidas “Los cuatro jinetes del Apocalipsis” 1921 y “Sangre y arena” 1922. Ambas conocerían nuevas versiones esplendorosas, la primera en 1962 dirigida por Vincent Minnelli con su habitual maestría y gran sentido estético y protagonizada por Glenn Ford , Ingrid Thulin y Charles Boyer , y la segunda en 1941 : con Rouben Mamoulian en la dirección y un reparto de lujo encabezado por Tyrone Power, Rita Hayworth, Linda Darnell y Anthony Quinn . Esta película magistral reproduce a la perfección el mundo colorista y apasionado de Blasco. La novela aún conocería un nuevo acercamiento en España, la versión de 1989 de Javier Elorrieta, modernizando

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la época, acentuando el erotismo y descubriendo a una turbulenta y sensual Sharon Stone en el papel de la mujer fatal que seduce y destroza a los toreros y a cuantos hombres se colocan a su alcance. El resultado es inferior al de las dos versiones anteriores (sobre todo a la obra maestra de Mamoulian) pero conserva su interés y el gancho del argumento. Ana Torrent interpretó el papel de la sufrida esposa, el mismo al que dio vida Linda Darnell en la película anterior. También “Mare Nostrum” (espías en el Mediterráneo durante la primera guerra mundial) fue filmada en 1925 por Rex Ingram, en tanto que Fred Niblo se ocuparía en 1926 de “La tierra de todos “, y Monta Belle en el mismo año, “Entre naranjos” en el reparto de las dos encontramos, nada menos, que a Greta Garbo. Y, finalmente, Alan Crosland fue el responsable de “Los enemigos de la mujer” en 1923 (con Lionel Barrymore) en tanto que a Allan Dwan se debe “Argentine Love” (1924) “Mare Nostrum” conocería un afortunado “remake” en 1948, dirigida por el gran Rafael Gil y con María Félix y Fernando Rey como protagonistas. La acción – como sucediera en la película de Vincent Minnelli “Los cuatro jinetes del Apocalipsis”, fue trasladada a la Segunda Guerra Mundial. En 1954 Juan de Orduña adaptó “Cañas y barro”, suavizando el texto original (cuya crudeza se recuperaría en la mini serie televisiva de 1978 escrita y producida por Mur Oti) pero con una magnífica fotografía de José Aguayo. La adaptación moderna fue dirigida por Rafael Romero Marchent y se benefició de un reparto ilustre en el que destacaron José Bódalo, Armando Calvo y Alfredo Mayo. Las otras grandes novelas valencianas se hicieron película en formato televisivo. 1980 : “La barraca”, con guión nuevamente de Manuel Mur Oti y dirección de León Klimowsky ( en el reparto encontramos a Terele Pavez, Alvaro de Luna , Marisa de Leza y Victoria Abril ) , 1997 : “Entre naranjos” de Josefina Molina y en 2003, “Arroz y tartana” de José Antonio Escrivá, con Carmen Maura, José Sancho y Eloy Azorín . Las cuatro son producciones sólidas, bien montadas e interpretadas y que lograr reflejar lo esencial del mundo del novelista, siempre repleto de vida y pasión. Pero aún hubo más; desde parodias: “Ni sangre ni arena” 1941, con Cantinflas, hasta nuevas películas mejicanas: la estimable “Flor de mayo” 1957 de Roberto Gavaldón, (nada menos que con María Félix y Jack Palance) “La barraca” 1944 también de Gavaldón. Y rarezas como una miniserie brasileña de 1968 sobre “Sangre y arena”, adaptaciones libres como “Circe” 1923 de Robert Z. Leonard o incluso cortos burlescos de Mack Sennet. Incluso una película sobre su biografía, producida en 1997 por TV española y dirigida por Luis García Berlanga, valenciano como él y admirador de su obra y su personalidad. En este peculiar y desenfadado acercamiento Ramón Langa encarnó al novelista, en tanto que Ana Obregón era el amor de su vida juvenil. La cosecha cinematográfica ha sido amplia y fecunda, como no podía ser menos en una narrativa tan colorista y llena de acción como la del autor. Y aún se echan de menos versiones rotundas de “La barraca” o acercamientos a obras tan complejas como “La catedral” o la histórica – y pletórica de erotismo – “Sonnica la cortesana” cuyo escenario vislumbra Cartago, Roma y Aníbal. Blasco Ibáñez dio la vuelta al mundo como hombre y como novelista, reflejó la pasión de vivir en sus novelas y el cine universal le ha rendido homenaje. Sus personajes han renacido en la mirada y en la figura de Rita Hayworth, Greta Garbo, Sharon Stone y María Félix, o en Tyrone Power, Glenn Ford y Rodolfo Valentino, sin

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olvidar a José Bódalo, Carmen Maura, José Sancho o Victoria Abril. Secuencias como la seducción de doña Sol a Juan Gallardo mientras la mujer del torero contempla aterrada la humillación, o la cogida y muerte del torero mientras el público ruge ávido de sangre han pasado ya a la historia del cine. Como las descripciones de la huerta valenciana en “La barraca” o la pasión desmedida y trágica de “Cañas y barro”. Cine y literatura son escorzos de vida humana – en afortunada expresión de Julián Marías – y ambos se abrazan en la obra de Vicente Blasco Ibáñez con extraña naturalidad. Con la sencillez auténtica del arte vivo.

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Francisco Javier Díez de Revenga: Un poeta barroco: Polo de Medina Universidad de Murcia

“Baste ya de otras rosas la ruina, / no te prosigas, que en mortal dolencia, / ninguno de sí mismo es escarmiento”. Así, sobre el motivo de la rosa, que esta revista evoca en su título, se expresaba Polo de Medina, en su soneto de Gobierno moral a Lelio, “A una rosa antes de abrir”. El cuarto centenario del nacimiento del poeta murciano Salvador Jacinto Polo de Medina no va a pasar inadvertido entre las conmemoraciones habituales en estos casos. Pero ello no impide que hoy tengamos que lamentar que nuestro mejor poeta del siglo XVII, nacido en 1603, en la ciudad de Murcia, haya sido olvidado, y supongo que no por negligencia ni por ignorancia. En los años treinta del siglo pasado, José María de Cossío rescató su obra completa incluyéndolo en una colección que ha marcado el sino, quizá, de su trayectoria posterior: “Clásicos olvidados”. Pero se han hecho, como decimos, esfuerzos para que así no ocurra. Porque, frente a los otros escritores murcianos de esta época barroca o de otros siglos, Polo de Medina es el único que cuenta con una edición de máxima difusión en una colección de clásicos españoles, Letras Hispánicas de Cátedra. Se encuentra hace muchos años reconocido en el hispanismo internacional como un escritor barroco sobresaliente y son muchos los estudios que a él se han dedicado, sobre todo en los últimos años. En 1976 la Real Academia Alfonso X el Sabio conmemoró con diversas publicaciones el tercer centenario de su muerte. Y este año de 2003, en otoño, la misma institución y la Universidad de Murcia realizan un importante encuentro de estudiosos de nuestro barroco para conmemorar, con seriedad y el rigor, el cuarto centenario de su nacimiento. Nacido en las proximidades de la Catedral, el 15 de agosto de 1603, no debió de ser muy próspera y acomodada su juventud aunque quizás protegido por alguna familia noble, realizó estudios eclesiásticos en el Seminario diocesano, donde fue discípulo predilecto del humanista Francisco Cascales. Durante su juventud participó en la vida literaria de Murcia y fue el organizador y espíritu de las tertulias literarias del palacio del Marqués de Espinardo, en las proximidades de la ciudad, que él mismo habrá de reflejar en las Academias del jardín. Viaja a Madrid en 1630 y quizá por mediación de Castro y Añaya pudo introducirse en el círculo de Lope de Vega y fortalecer su amistad con Juan Pérez de Montalbán, dramaturgo de la escuela lopesca del que en su juventud había representado Jacinto la comedia No hay vida como la honra. En la imprenta madrileña de Alonso Pérez, el padre de Montalbán, publica en 1630 sus dos obras más importantes: las citadas Academias y la que más fama habría de otorgarle: El buen humor de las musas. La primera es su obra más original y representativa. En ella se da cuenta de las reuniones literarias realizadas en el jardín murciano de los marqueses de Espinardo, en un relato ameno en el que se intercalan poemas de todos los concurrentes, ingenios locales que se reúnen en torno a Anfriso, joven enamorado, sin correspondencia, de la bella Filis. Para distraerse de estos 67


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pesares, convida a un grupo de amigos e ingenios murcianos al jardín ameno donde festejarán ampliamente su descanso y su ocio con multitud de actividades específicamente poéticas. Respecto a El buen humor de las musas, hasta que Gerardo Diego no descubrió en 1927 al poeta seguidor de Góngora que Polo de Medina llevaba dentro, su fama estuvo limitada durante siglos a su obra festiva, que había reunido en el libro así titulado, una divertida colección de romances, epigramas, silvas, canciones, etc., que nos ofrece un extraordinario despliegue de recursos humorísticos de signo barroco y de inspiración en su mayor parte quevedesca Desde la crítica literaria hasta la sátira social en sus más diversos grados pasa el poeta por motivos como los defectos físicos y morales, la crítica de tipos, utilizando para ello los más característicos recursos barrocos como la hipérbole, los juegos de palabras, los cambios de sentido, etc. Participa en 1631, en Murcia, en la Justa de San Juan de Dios, en 1633 publica Ocios de la soledad, en 1634 su primera fábula burlesca (la de Apolo y Dafne) y poco después, sin su permiso, aparece la de Pan y Siringa. Ocios de la soledad es considerada por la crítica su obra maestra. Escrita en silvas, “convidando a Don Luis Marín de Valdés a gozar la hermosura de la aldea”, lo que pone de relieve que se trata de un clásico y horaciano “beatus ille” en la línea de disfrute de la paz del campo que otros poetas barrocos como Quevedo o Fernández de Andrada cultivaron en el siglo XVII. Tanto por la organización estructural como por la distribución de los temas a lo largo del poema como por lo cuidado del estilo con presencia de numerosos recursos barrocos combinados armónicamente, hacen de este poema la obra de mayor empeño del poeta murciano y, sin duda, en la que logra mayor autenticidad, al situar esta invitación a la vida retirada en un terreno concreto, las tierras próximas a la ciudad de Murcia. A Polo de Medina le corresponde el papel histórico de haber sido el acuñador de un producto típico de la literatura barroca: la fábula mitológica-burlesca en la que una escuela, el culteranismo, creadora de las originales fábulas mitológicas ovidianas, se estaba burlando de sí misma. Las dos suyas, la de Apolo y Dafne y la de Pan y Siringa, se convirtieron en modelos del género. Se utilizan los personajes mitológicos pero en tono o sentido humorístico desmitificados y convertidos en personajes vulgares de acciones torpes y zafias. Se aprovecha el género para criticar los excesos de la expresión culterana que sale mal parada en estas obras críticas. Debió de tener disgustos en Murcia, por lo que en 1636 marcha a Orihuela en busca de protector e impresor para su Hospital de incurables, su única novela en cuyo prólogo se queja de las gentes de Murcia. Titulada Hospital de incurables y viaje de este mundo y el otro, es de extensión muy breve y comparable a los Sueños de Quevedo, especialmente al Sueño del infierno. Se trata, en efecto, de un sueño en el que el autor viaja por este mundo recorriendo acompañado de un diablo, diversas naciones, y por el otro, es decir el infierno, que presenta como un “hospital de incurables”. Tal viaje le permite al autor hacer una crítica de diferentes estamentos de la sociedad de su tiempo, hábilmente deformados que se van sucediendo ante el lector con una rapidez episódica que hace la novelita un producto muy ameno de la prosa barroca. Es en 1636 también cuando quizá marcha de la ciudad llamado por el hasta entonces canónigo de la Catedral de Murcia, elegido obispo de Lugo, Juan Vélez de Valdivieso que accedió al episcopado en 1636. De él fue secretario en la diócesis 68


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gallega y luego en Ávila para volver a Murcia cuando Vélez fue elegido obispo de Cartagena en 1645. En 1646 fue nombrado Rector del Seminario de San Fulgencio, puesto que ocupó muchos años dedicado a la educación de los jóvenes, que daría como fruto su última obra, A Lelio. Gobierno moral, publicada en Murcia en 1657, libro de educación dedicado a un joven de familia noble que pretende ante todo enseñarlo a vivir correctamente. Influido por Saavedra Fajardo por Gracián, sobre todo en la concisión del estilo el libro está estructurado en capítulos cerrados por un poema moralizante en los que Jacinto vuelve a recuperar su calidad de excelente poeta, mientras el estilo de la prosa es breve, entrecortado, sentencioso y aforístico. En su vejez fue administrador de la poderosa familia murciana de Usodemar, de la que también era capellán, y en la casa de esta familia en Alcantarilla moriría próxima la Navidad de 1676. Sería enterrado en la iglesia de Santa Catalina de Murcia. La fama de Polo de Medina fue inmensa en su tiempo y en los siglos siguientes, en los que sus obras jocosas se editaron multitud de veces. Incluso, cuando la Real Academia Española se funda en 1713 y los académicos realizan el primer diccionario, incluyen entre sus autoridades a Polo de Medina. Los escritores de la generación del 27 (especialmente Gerardo Diego y José María de Cossío) descubrieron en los años veinte su faceta más culterana y galante. Posteriormente, el dramaturgo español exiliado José Ricardo Morales lo editó en Santiago de Chile en 1944 y Ángel Valbuena Prat publicó sus obras completas en los años cuarenta del siglo pasado. En los cincuenta, Gabriel Celaya volvería a rescatar al poeta más jocoso, dedicándole un expresivo romance, que incluiría en su libro “Entreacto” (1957), y un estudio posterior, publicado en 1994. Castillo-Puche, en el año 2000, recordaba el entusiasmo de Octavio Paz hacia el poeta murciano. Entre sus estudiosos, José Manuel Blecua, Mariano Baquero Goyanes, Juan Barceló Jiménez, Antonio Pérez Gómez, Jean Bourg y otros muchos han defendido la originalidad y calidad de sus obras y la gracia barroca siempre vigente de sus ocurrencias y aciertos. Bibliografía.: A. J. GONZÁLEZ, Jacinto Polo de Medina, Murcia, 1894; G. DIEGO, Antología poética en honor de Góngora, Madrid, 1927; J. M. DE COSSÍO, Obras escogidas, Madrid, 1931; J. R. MORALES, La vena rota de Salvador Jacinto Polo de Medina. Espicilegio de poesías pertenecientes a sus libros “Academias del jardín” y Gobierno moral, Santiago de Chile, 1944; A. VALBUENA PRAT, Obras completas, Murcia 1948; G. BONTEMPELLI, “Polo de Medina, poeta gongorino”, Venezia nella letteratura spagnola e altri studi barocchi, Pisa, 1973, pp. 87-135; F. J. DÍEZ DE REVENGA, Salvador Jacinto Polo de Medina, Murcia 1976; M. BAQUERO GOYANES, “Naranjos y claveles en el jardín poético de Polo de Medina”, Polo de Medina. Tercer centenario, Murcia, 1976, págs. 29-38; J. BOURG, “La Fábula de Pan y Siringa de Polo de Medina”, Polo de Medina. Tercer centenario, Murcia, 1976, págs. 205-280; J. BARCELÓ JIMÉNEZ, Polo de Medina: la sociedad y los tipos humanos en su obra, Murcia, 1978; F. J. DÍEZ DE REVENGA, Poesías. El hospital de incurables, Madrid, 1987; G. CELAYA, El buen humor de las musas de Polo de Medina, Granada, 1994; F. J. DÍEZ DE REVENGA, Polo de Medina, poeta del Barroco, Murcia, 2000: J. BOURG, Fábula de Apolo y Dafne, Murcia, 2003.

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Vicente Cervera Salinas: …y Borges creó a Carriego

Universidad de Murcia

¿Por qué fue “Evaristo Carriego” el primer ensayo que salvó Jorge Luis Borges de su escrutinio? Inquisitivo y despiadado ante su propia producción, de poemas, ensayos y manifiestos de juventud, el maestro argentino revisó la producción aparecida antes de 1930 y pocos textos quedaron indemnes de la purga. Muchos se modificaron. Otros tantos fueron repudiados. Hubo que esperar a su muerte para que su herencia intelectual rectificara tan estricto juicio autocrítico. “Inquisiciones” (1925) y “El tamaño de mi esperanza” (1926) fueron los títulos ensayísticos sacrificados. Razones no faltaron. Al menos, justificaciones. El impulso juvenil anti-academicista, su voluntad decididamente sarcástica ante el monopolio literario de lo español frente a lo porteño, la práctica masiva e indiscriminada de léxico lunfardo y orillero, sus propias valoraciones ante el panteón literario ya conocido en sus horas de lectura en mocedad, todo ello, en fin, determinó la censura, el edicto de olvido. A ello se sumaron reacciones de vergüenza ante el furor iconoclasta de la vanguardia americana, teñida por un halo de candor e ingenuidad, así como criterios de literato escrupuloso y consciente de la propia capacidad creativa. Una suma de elementos favorece el dictamen rígido y severo. Los escritos de la veintena borgesiana están aureolados por la sospecha y la reserva. Así sucede hasta 1930, en que publicó un hermoso, breve y conciso ensayo biográfico y crítico sobre un poeta, que también significaba, para Borges, una “emoción”. ¿Qué razones determinaron esta actitud? ¿Por qué salvó Borges a “Evaristo Carriego”? Esbozaré, a modo de ensayo, alguna respuesta. Tal vez con ella pueda contribuir a la configuración de un espécimen determinado y totalmente peculiar dentro del concepto de literatura popular hispanoamericana, que la personalidad y la literatura del poeta Carriego ilustra, a través de la recreación amorosa del joven Borges. Ya en el paratexto de la obra hallamos un signo revelador. Una cita en inglés de Thomas de Quincey, el genial autor que pasó al museo de predilecciones borgesianas como el más audaz confesor de la aventura psicosomática con el opio y el relator feliz de los últimos días de vida de Inmanuel Kant. Esta elección es significativa, no ya por su función simbólica en la comprensión del ensayo global, que por supuesto resulta operativa, sino también a la hora de discriminar el instante de madurez creativa e intelectual que supuso la escritura de “Evaristo Carriego”, donde ya alientan las claves recurrentes y los motivos constantes, los “universales” sellados del universo literario en Jorge Luis Borges. Reza la cita: “...a mode of truth, not of truth coherent and central, but angular and splintered”. Borges la rescata de los “Escritos” de su adorado de Quincey, como podría haberlo hecho veinte, treinta o incluso cincuenta años más tarde. Procedamos a su hermenéutica: “...un modo de verdad, no una verdad coherente y central, sino angular y astillada”. Angular y astillada. Curioso. El género ensayo, a esta luz, aparece como una expresión literaria de ese modo de verdad que, sin estar circunscrito específicamente a los modos de la ficción, no resulta tampoco una mera formulación de verdades objetivas, registradas por un afán histórico o documental. Una manera de circundar la verdad de los hechos, que por su carácter angular y 70


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astillado, precisa de los procedimientos ínsitos a la creación literaria, donadora de libertades y emociones que no exigen el camino de la objetividad, del mero retrato costumbrista o fiel de unos hechos o personajes. El prólogo que adjunta Borges a la edición de “Evaristo..” en su “Prosa completa” de los años ochenta refrenda nuestra intuición: “Yo creí, durante años, haberme criado en un suburbio de Buenos Aires, un suburbio de calles aventuradas y de ocasos visibles. Lo cierto es que me crié en un jardín, detrás de una verja con lanzas, y en una biblioteca de ilimitados libros ingleses. (...) ¿Qué había, mientras tanto, del otro lado de la verja con lanzas? ¿Qué destinos vernáculos y violentos fueron cumpliéndose a unos pasos de mí, en el turbio almacén o en el azaroso baldío? ¿Cómo fue aquel Palermo o cómo hubiera sido hermoso que fuera? A estas preguntas quiso contestar este libro, menos documental que imaginativo” 1. Sin haberlo especificado abiertamente, el título “Ficciones” se vislumbra como un horizonte de expectativas en la literatura de Borges. Desde el comienzo del ensayo percibimos un extraño presentimiento de vocación demiúrgica en el autor de las páginas. Trazar la historia del sujeto histórico Evaristo Carriego consiste en la voluntad de reconstruir la personalidad de un poeta, cuyos versos preside la nostalgia de un espacio poético intuido, que se edifica sobre la ausencia de un mundo no vivido, sino vislumbrado desde el amor a dicho ámbito de existencia. La modalidad enunciativa del texto surge en el territorio de la elegía, de lo que con el tiempo Borges definirá tan acertadamente como la “elegía del recuerdo imposible”, es decir, de aquel que nació en su mera posibilidad temporal de vivencia. Se presienten ya los primeros versos de un poema que será escrito definitivamente en los años setenta, pero que ya en la juventud rondaba su materialización posible: “Qué no daría yo por la memoria/ De una calle de tierra con tapias bajas/ Y de un alto jinete llenando el alba/ (Largo y roído el poncho)/ En uno de los días de la llanura, / En un día sin fecha” 2. Se trata, pues, de ese recuerdo imposible, que fue realidad en otro ser, donde pudo haberse armonizado el tiempo del deseo con el momento real de vida. Por esta razón, una atmósfera de irrealidad comienza a aureolar la biografía de Carriego, no tanto por el grado de invención que aporta su biógrafo, cuanto por la dimensión ontológica del personaje que se recrea. Una dimensión cruzada de principio a fin por el componente idealista y por la secreta complicidad que el autor proyecta sobre su personaje, donde la identificación rebasa claramente la simple concordancia de mundos evocados para instalarse en la necesidad de fusionar las vidas y las historias. No es extraño que el autor del ensayo muestre abiertamente el intento de fijar la personalidad de un individuo real a partir del deseo de fijarse a sí mismo en un punto concreto del espacio y del tiempo, aquel donde se reconoce y se sabe más auténtico y más noble. El primer capítulo del ensayo se titula “Palermo de Buenos Aires” y ya percibimos ese carácter peculiar del escritor que, al acometer sus recreaciones, opta de manera necesaria por la consolidación de su mismidad, a partir de la cual la aparición del “otro”, del personaje recuperado, pasa irremisible y explícitamente por la proyección especular de sus rasgos. Declara Borges su búsqueda de “verdades más nobles” y relata la “impresión de irrealidad y de serenidad” recordada merced a una 1

BORGES, Jorge Luis, “Prólogo” a Evaristo Carriego. En Prosa Completa. Vol I. Barcelona, Bruguera, 1980, pg 13. El prólogo contiene, asimismo, alusiones a Stevenson y otros autores que ya por entonces hacían las delicias del joven Borges. 2 BORGES, Jorge Luis, “Elegía del recuerdo imposible”, La Moneda de Hierro. En Obra Poética. Madrid, Alianza, 1981, pg 471.

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“historia o símbolo”, que pareció acompañarlo siempre. Se trata, en suma, de la primera de sus “ficciones” 3, que volverá de manera constante y que se hará relato genuino en su “Historia universal de la infamia” (1935), con el “Hombre de la esquina rosada”, primera historia de compadritos muertos narrada por Borges. Notemos, además, como elemento corroborador de esta teoría, que el narrador de dicho relato tiene como interlocutor silente a un personaje que, al final del cuento, nombra como Borges 4. Es decir, en “Hombre de la esquina rosada” es Borges el personaje, el narratario, a quien se relata un episodio de la mitología porteña que, curiosamente, es allegable en ambiente y espíritu al que el ensayista Borges se refiere en es página primera de “Evaristo Carriego”. Comprobemos, pues, cómo han comenzado ya a imbricarse en el ánimo literario de nuestro autor los niveles de la realidad, de la imaginación y de la ficción, que “baraja nadarías” a partir de las dos primeras. A propósito de este aspecto, ya señaló Manuel Ferrer en su obra “Borges y la nada” que, con este cuento, había introducido su autor “un nuevo elemento renovador: ha conseguido la intrusión de la irrealidad en lo real, o si se quiere, (...) ha permitido que la realidad se contamine de lo irreal” 5. A este juicio nos gustaría añadir que ya en “Evaristo Carriego”, escrito cinco años antes, se citaba la “impresión de irrealidad”, justo en el arranque de una biografía. Habremos de seguir viajando en el tiempo para consolidar esta tesis. 1950, publicación de “El Inmortal”, a mi modo de ver el más complejo y representativo de los cuentos de Borges. El narrador del relato, revisando su escritura, en que se narraron las vicisitudes de un tribuno romano que probó las aguas de la inmortalidad, descubre perplejo cómo su narración contenía simultáneamente otro texto velado, que sólo al proceder a su revisión crítica se mostraba diáfano y pleno: “La historia que he narrado parece irreal porque en ella se mezclan los sucesos de dos hombres distintos (...)” 6. El narrador comprende que su biografía imaginaria es la propia historia de las peripecias de la escritura homérica. De una manera análoga, el relato de la vida de Carriego lo es también de quien soñó con haber vivido la vida de Carriego, la de quien comenzaba así a configurar su propia historia universal de la identidad y la metáfora. Así, en el 3

“Es un instante desgarrador de un cuento que oí en un almacén y que era a la vez trivial y enredado. Sin mayor seguridad lo recobro. El héroe de esa perdularia Odisea era el eterno criollo acosado por la justicia, delatado esa vez por un sujeto contrahecho y odioso, pero con la guitarra como no hay dos. El cuento, el salvado rato del cuento, refiere cómo el héroe se pudo evadir de la cárcel, cómo tenía que cumplir su venganza en una sola noche, cómo buscó en vano al traidor, cómo vagando por las calles con luna el viento rendido le trajo indicaciones de la guitarra, cómo siguió esa huella entre los laberintos y las inconstancias del viento, cómo redobló esquinas de Buenos Aires, cómo arribó al umbral apartado en que guitarreaba el traidor, cómo abriéndose paso entre los oyentes lo alzó sobre el cuchillo, cómo salió aturdido y se fue, dejando muertos y callados atrás al delator y a su guitarra cuentera”. La alusión a la “esquina” porteña, esa esquina “rosada”, típica del barrio de Palermo, en que viviera Borges durantes varios años de su vida –y donde actualmente se encuentra la calle que lleva su nombre- contribuye a confirmar esta impresión de texto precursor, inserto en un ensayo, pero pleno de la atmósfera preferida por el autor, que destilan títulos, no sólo como “Hombre de la esquina rosada”, sino también de otros posteriores y fundamentales en su autor, tales como “El Sur”. 4 Concluye así el texto: “Yo me fui tranquilo a mi rancho, que estaba a unas tres cuadras. Ardía en la ventana una lucesita, que se apagó en seguida. Entonces, Borges, volví a sacar el cuchillo corto y filoso que yo sabía cargar aquí, en el chaleco, junto al sobaco izquierdo, y le pegué otra revisada despacio, y estaba como nuevo, inocente, y no quedaba ni un rastrito de sangre”. BORGES, Jorge Luis, “Hombre de la esquina rosada”, Historia Universal de la Infamia. Prosa Completa. Edic, cit, pg 296. 5 FERRER, Manuel, Borges y la nada. London, Tamesis Book Company, 1980, pg 20. 6 BORGES, Jorge Luis, “El Inmortal”, El Aleph. Prosa Completa. Vol II. Barcelona, Bruguera, 1980, pg 21.

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capítulo II, “Una vida de Carriego” (recalquemos el sutil empleo del artículo indefinido) estampa: “Se nos confía que nuestro Evaristo Carriego nació en 1883, el 7 de mayo, y que rindió el tercer año del nacional y que frecuentaba la redacción del diario “La Protesta” y que falleció el día 13 de octubre del novecientos doce (...). Yo pienso que la sucesión cronológica es inaplicable a Carriego, hombre de conversada vida y paseada. Enumerarlo, seguir el orden de sus días, me parece imposible; mejor buscar su eternidad, sus repeticiones. Sólo una descripción intemporal, morosa con amor, puede devolvérnoslo” 7. Qué mejor manera de expresar el deseo de un demiurgo. La inquietud por revivir, por rescatar al personaje no consiste en el rastreo analítico por los pasos perdidos de su vida. Se trata de algo más elevado y trascendente, que, a su vez, no renuncia a la diversión, al gozo, al sentimiento del juego más audaz: el juego trascendente de la creación de seres con la palabra. Moroso con amor, así procede todo demiurgo que se precie de serlo. Y la consecuencia de su producción lúdica y genésica no puede devolvernos tan sólo un recorrido rutinario y aburrido por los días y las noches de su criatura. Habrá de lograr esa visión descriptiva propicia al verdadero estilo del deseo: la eternidad 8. Las páginas más felices del ensayo serán, pues, aquellas que obedezca a este principio tan magníficamente establecido. El repaso por el cotidiano vivir porteño de Carriego contiene como conclusión un sentido filosófico, que traspasa toda parcelación criollista, propia de cualquier otro biógrafo al uso, y donde exalta la particularidad filosófica, que hace suyos en arrebato entusiasta cuantos temas emprende o acaricia: “Estas frecuencias que enuncié de Carriego, yo sé que nos lo acercan. Lo repiten infinitamente en nosotros, como si Carriego perdurara disperso en nuestros destinos, como si cada uno de nosotros fuera por unos segundos Carriego. Creo que literalmente así es, y que esas momentáneas identidades que aniquilan el supuesto correr del tiempo, prueban la eternidad” 9. No es extraño, por todo ello, que en capítulo VI del ensayo, cuando emprende el estudio de la temática del juego porteño por excelencia, el llamado “truco” de baraja española, nos proponga una suerte de trasferencia emocional. Un salto metafísico que realiza Borges a partir de una descripción de jugadores, partidas, bazas, reglas y mitologías del “truco”, tema vital y literario de Carriego, donde hallamos la más preclara confesión de una técnica y 7

Ibídem, pg 30. Remitámonos a una página de su “Historia de la eternidad” (1936): “Pienso que la nostalgia fue el modelo. El hombre enternecido y desterrado que rememora posibilidades felices, las ve sub specie aeternitatis, con olvido total de que la ejecución de una de ellas excluye o posterga las otras. En la pasión, el recuerdo se inclina a lo intemporal. Congregamos las dichas de una pasado en una sola imagen; los ponientes diversamente rojos que miro cada tarde, serán en el recuerdo un solo poniente. Con la previsión pasa igual: las más incompatibles esperanzas pueden convivir sin estorbo. Dicho sea con otras palabras: el estilo del deseo es la eternidad”. BORGES, Jorge Luis, Historia de la Eternidad. Prosa Completa. Edic, cit, pg 330. 9 Citemos, aunque sea por ofrecer un poco de colorido local a este nuestro acercamiento al ensayo, la enumeración que realiza Borges de esas “frecuencias” de Carriego: “Los desabridos despertares caseros, el gusto de travesear con los chicos, la copa grande de guindado oriental o caña de naranja en el vecino almacén de Charcas y Malabia, las tenidas en el bar de Venezuela y Perú, la discutidora amistad, las italianas comidas porteñas en la Cortada, la conmemoración de versos de Guitiérrez Nájera y de Almafuerte, la asistencia viril a la casa de zaguán rosado como una niña, el cortar un gajito de madreselva al orillar una tapia, el hábito y el amor de la noche”. Bellísima recreación de figuras que llevan a Borges a la conclusión citada en el texto. Curioso pasaje del “percepto” al concepto, y de éste, a la idea... BORGES, Jorge Luis, Evaristo Carriego, Ibídem, pg 35. 8

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un estilo, que ya definen para siempre lo que será la imagen futura y universal de Jorge Luis Borges. Quisiera destacar el hecho de que se produzca esta declaración de intenciones en una obra como “Evaristo Carriego”, de algún modo marginada por la crítica 10 y que, como al principio señalé, es el texto que, para su autor, debía abrir el volumen de su prosa completa. “Pensar un argumento local como este del truco y no salirse de él o no ahondarlo (...) me parece una gravísima fruslería. (...) ¿Qué es el truco para un ejercitado en él, sino una costumbre? Mírese también a lo rememorativo del juego, a su afición por fórmulas tradicionales. Todo jugador, en verdad, no hace ya más que reincidir en bazas remotas. Su juego es una repetición de juegos pasados, vale decir, de ratos de vivires pasados. Generaciones ya invisibles de criollos están como enterradas vivas en él: son él, podemos afirmar sin metáfora. Se trasluce así que el tiempo es una ficción, por ese pensar. Así, desde los laberintos de cartón pintado del truco, nos hemos acercado a la metafísica: única justificación y finalidad de todos los temas” 11. Así hablaba Borges en 1930. Un poema de “Fervor de Buenos Aires” completaba el sentido, pero encauzado por los versos: “Cuarenta naipes han desplazado la vida./ Amuletos de cartón pintado/ conjuran en placentero exorcismo/ la maciza realidad primordial/ de goce y sufrimiento carnales (...)/ Una lentitud cimarrona/ va refrenando las palabras/ que por declives patrios resbalan/ y como los altibajos del juego/ son sempiternamente iguales/ los jugadores en fervor presente/ copian remotas bazas:/ hecho que inmortaliza un poco,/ apenas,/ a los compañeros muertos que callan” 12. ¿No nos recuerdan estos versos, más, mucho más que cualquiera de los escritos por Carriego, a los que esculpirá un Borges maduro a partir de otro juego metafísico: el ajedrez? 13 En otras ocasiones, son los poemas rescatados de Evaristo Carriego los que inspiran la voz de su “hacedor”. En este sentido, la propia poética de Borges empieza a perfilarse en los comentarios a la poesía del suburbio porteño y de los atardeceres con esquina, tan íntimos en las calles de Buenos Aires. El poemario de Carriego, “Misas herejes”, es considerado como “libro de aprendizaje”, pero explora con verdadero afán sus más recónditas hazañas, y se demora en sonetos como “Fue al surgir de una duda 10

Quisiera señalar una magnífica excepción, que más adelante volveré a citar: IRBY, James E.: Borges, Carriego y el arrabal. Ponencia leída en el XIII Congreso Internacional de Literatura Iberoamericana. Los Ángeles, 20 de enero de 1967. Recogido en el volumen monográfico antologizado por ALAZRAKI, Jaime, Jorge Luis Borges, Madrid, Colección “El Escritor y la Crítica”, Taurus, 1976, pp. 252-257. 11 Ibídem, pág. 69. Este “universal” borgesiano será desarrollado pronto por su autor en su ensayo “Nueva refutación del tiempo”. 12 Tal reza la versión del poema recogida en BORGES, Jorge Luis, Fervor de Buenos Aires. Obra Poética 1923-1958, Buenos Aires, Emecé, 1954, págs 23-24. Observemos modificaciones al texto en su versión definitiva: “Cuarenta naipes han desplazado la vida./ Pintados talismanes de cartón/ nos hacen olvidar nuestros destinos/ y una creación risueña/ va poblando el tiempo robado/ con las floridas travesuras/ de una mitología casera.// (...) Una lentitud cimarrona/ va demorando las palabras/ y como las alternativas del juego/ se repiten y se repiten, / los jugadores de esta noche/ copian antiguas bazas:/ hecho que resucita un poco, muy poco, / a las generaciones de mayores/ que legaron al tiempo de Buenos Aires/ los mismos versos y las mismas diabluras.” BORGES, Jorge Luis, Obra Poética 19231977. Edic. cit, pg 35. El autor ha morigerado el sentimiento patético de la muerte en una suavidad liviana y distendida, pero el sentido de la “identidad” metafísica, que desbarata la consecución temporal, permanece inalterable. 13 “No saben que la mano señalada/ Del jugador gobierna su destino, / No saben que un rigor adamantino/ Sujeta su albedrío y su jornada.// También el jugador es prisionero/ (La sentencia es de Orán) de otro tablero/ De negras noches y de blancos días.// Dios mueve al jugador, y éste, la pieza./ ¿Qué dios detrás de Dios la trama empieza/ De polvo y tiempo y sueño y agonías?” BORGES, Jorge Luis, “Ajedrez”. En El Hacedor. Obra Poética. Edic. cit, pg 125.

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insinuativa”, que le permite hermanar la voz de su reconquistado autor con la de la tradición estoica, donde habitan los ecos de la poesía argentina (Almafuerte y José Hernández) entroncada con el modelo hispánico más respetado en aquel tiempo por el todavía rebelde admirador de la poesía de arrabal, el modelo de Francisco de Quevedo. Un interés notorio, bastante excepcional en la historia de la crítica literaria borgesiana, se desprende en la lectura y recreación de estos versos: el interés por la literatura popular americana, que en Borges, sin embargo, siempre ocupó un lugar distintivo, a lo largo de toda su vida. Aquél que presidiera su amor por la literatura gauchesca, por el “Martín Fierro” y por los temas arrabaleros, las luchas entre los “guapos” y los malevos. Borges lo concreta en la tematización de “la carne y de la muerte”. El culto al coraje, a la hombría, a la amistad y la nobleza que se desprende de su ejercicio, son descritos desde la fascinación de quien nunca cruzó en verdad los umbrales de una verja y de un jardín, y fue testigo imaginario de esos hechos, más que actor en sus conjuros. El humorismo delicado de Carriego rima con ese sentimiento estoico y noble, y su aportación a la literatura popular argentina radica, para Borges, en el hecho de que se convirtió Evaristo en “el primer espectador de nuestros barrios pobres” 14. De la colección poética “El alma del barrio” extrae un bello poema, considerado su mejor composición, donde hallamos la primera alusión en toda la literatura de Borges al motivo de la ceguera, que con el tiempo se convertirá en el eje tema central de su acción de gracias, de sus poemas de los dones, con la “magnífica ironía” de Dios que ocasionó la paradójica unión de la oscuridad y la biblioteca en su extraordinario “elogio de la sombra”. Se trata, ciertamente, de un poema altamente emotivo y bello, que Carriego titula “Has vuelto” y en donde brillan los tintes de esa tristeza pálida, morbosa y complacida a que luego nos tendrá acostumbrados la letra de los tangos. Personajes como el ciego, el plañidor del organillo –una música de sonidos hermanos a los del bandoneón-, o la “costurerita” que dio un mal paso, se combinan rítmicamente para ofrecer un texto teñido de esa nostalgia tierna, de esa morosa delectación, tan cultivada por los poetas de principios del siglo XX, y en la que rezuma la música callada de un sosiego repleto de emociones contenidas: “Has vuelto, organillo. En la acera/ hay risas. Has vuelto llorón y cansado/ como antes. El ciego te espera/ las más de las noches sentado/ a la puerta. Calla y escucha. Borrosas/ memorias de cosas lejanas/ evoca en silencio, de cosas/ de cuando sus ojos tenían mañanas,/ de cuando era joven... la novia... ¡quién sabe! (...)/ Pianito que cruzas la calle cansado/ moliendo el eterno/ familiar motivo que el año pasado/ gemía a la luna de invierno:/ con tu voz gangosa dirás en la esquina/ la canción ingenua, la de siempre, acaso/ esa preferida de nuestra vecina/ la costurerita que dio aquel mal paso./ Y luego de un valse te irás como una/ tristeza que cruza la calle desierta,/ y habrá quien se quede mirando la luna/ desde alguna puerta./ ¡Adiós, alma nuestra! Parece/ que dicen las gentes en cuanto te alejas./ Pianito del dulce motivo que mece/ memorias queridas

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Así define Borges esta importante figura de la poesía porteña de arrabal: “El guapo no era un salteador ni un rufián ni obligatoriamente un cargoso: era la definición de Carriego: un cultor del coraje. Un estoico, un especialista de la intimidación progresiva, un veterano del ganar sin pelear: menos indigno –siempre- que su presente desfiguración italiana de cultor de la infamia, de malevito dolorido por la vergüenza de no ser canflinflero. Vicioso del alcohol, del peligro o calculista ganador a pura presencia: eso era el guapo, sin implicar una cobardía lo último”. BORGES, Jorge Luis, Evaristo Carriego. Ibídem, pg 45.

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y viejas!/ Anoche, después que te fuiste,/ cuando todo el barrio volvía al sosiego/ -qué triste-/ lloraban los ojos del ciego” 15. Es importante destacar cómo también a partir de este momento se consolida la vertiente folklórica que ha de convivir en la lírica de Borges junto a sus más conocidos recursos intelectuales y a sus operaciones alquímico-lúdicas con los arquetipos de la creación literaria. Así, frente a la caricatura de emociones y la tipología huera que nutre los mundos aludidos en el color local del tango, exhibe Borges su proclamación ardiente de la milonga. Nos la presenta como “una de las grandes conversaciones de Buenos Aires”. Frente al tango, que “está en el tiempo”, destaca ese “chacaneo aparente de la milonga que ya es la eternidad” 16. El gran protagonista de su discurso lírico suele ser el “compadrito”, figura que domina el interés definitorio del autor. Nos lo dibuja, con gran claridad y nítidos perfiles, a partir de postulados sociológicos, señalando que en su origen fueron los “porteños pobres, que no tenían para vivir en la inmediación de la Plaza Mayor, hecho que les valió también el nombre de orilleros”. Su indumentaria, su léxico, sus costumbres no faltan en este exquisita etopeya del personaje, una modalidad del “plebeyo ciudadano que tira a fino” 17. Años después, Borges compilará junto a Silvina Bullrich una excelente antología poética sobre “El Compadrito”, donde volvemos a encontrarnos con tres poemas rescatados de Carriego 18. En 1965, entre la publicación de “El Hacedor” y la redacción de su obra poética más representativa, “El otro, el mismo”, da a la imprenta sus audaces milongas, tituladas “Para las seis cuerdas”. En ellas, brotan los evidentes ecos de Lugones (“El Payador” o “Romancero de río seco”) de la literatura gauchesca de Ascasubi o Estanislao del Campo, subrayando la “índole pendenciera” y la “fe viril” del malevaje. Ello no impide, sin embargo, un necesario recuerdo a quien fue el mentor primero de esta tendencia inveterada: el recordado Carriego. Su icono cultural. Su criatura: “Allá por el Maldonado,/ Que hoy corre escondido y ciego,/ Allá por el 15

Elogia abiertamente Borges la ternura evidente del poema, como la “corona de los muchos días, de los años” Ibídem, pg 58. Juan Ignacio Cendoya escribió en 1922 un interesante estudio sobre la poesía de Evaristo Carriego, en un número monográfico dedicado al poeta porteño, aparecido en la publicación bonaerense “Tribuna Libre”, nº 116, el 12-IV-1922. Señala el crítico que “la emoción en Evaristo Carriego no lo impulsó nunca a rimar con versos imprecativos, ante ninguna injusticia. En su obra, de una serenidad admirable, está íntegra la línea impecable de su espíritu. Sintió en carne propia el dolor de sus semejantes en todos sus varios matices, pero al fin dolor: la pérdida irreparable de Florencio Sánchez, su amigo cordial, no le inspiró el gesto airado y melodramático ante la Pálida...” CENDOYA, Juan I., “Evaristo Carriego”, Tribuna Libre, 116 (1922), pp. 11-15. Estos versos de Evaristo refrendan la opinión reseñada: “Y me siento feliz, porque hoy tampoco/ ha soñado imposibles mi cabeza: / En el fondo del vaso, poco a poco/ se ha dormido, borracha, la tristeza”. 16 Sin embargo, en la “Historia del tango”, incluida también en Evaristo Carriego no dudó en afirmar que “sin atardeceres y noches de Buenos Aires no puede hacerse un tango y que en el cielo nos espera a los argentinos la idea platónica del tango, su forma universal...” Ibídem, págs 94-95. 17 “Indumentaria, usó la común de su tiempo con agregación a acentuación de algunos detalles: hacia el noventa fueron características suyas el chambergo negro requintado de copa altísima, el saco cruzado, el pantalón francés con trencilla, apenas acordoneado en la punta, el botín negro con botonadura o elástico, de taco alto; ahora (1929) prefiere el chambergo gris en la nuca, el pañuelo copioso, la camisa rosa o granate, el saco abierto, algún dedo tieso de anillos, el pantalón derecho, el botín negro, como espejo, de caña clara...” BORGES, Jorge Luis, Evaristo Carriego, Ibídem, págs 52-53. 18 BORGES, Jorge Luis-BULLRICH, Silvina, El Compadrito. Su Destino. Sus Barrios. Su Música. Buenos Aires, Cia Gral. Fabril Financiera, 1968. Señala Borges en el prólogo: “La creación de arquetipos que exaltan y simplifican la suma de las cosas concretas es un hábito, acaso inevitable, de nuestra mente. Buenos Aires, apoyada con fervor por Montevideo, sigue proponiéndonos dos: el gaucho y el compadre”. Los poemas seleccionados de Carriego son tres: “En el barrio” (de “Misas herejes”, 1908); “El Casamiento” y “El guapo”.

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barrio gris/ Que cantó el pobre Carriego, // Tras una puerta entornada/ Que da al patio de la parra,/ Donde las noches oyeron/ El amor de la guitarra,// Habrá un cajón y en el fondo/ Dormirá con duro brillo,/ Entre esas cosas que el tiempo/ Sabe olvidar, un cuchillo” 19. Así como en 1981 rescataba Borges de las sombras a ese personaje que derivó de la historia a la mitología literaria, el mentado Juan Muraña 20, el célebre malevo de la milonga recogida en “La cifra”, cincuenta años antes lo había hecho con un escritor que también fatigó la hazaña de verter en versos la voz del barrio y el atardecer de las quintas. La memoria confunde, en nuestra imaginación, a Muraña con Carriego. Más que sujetos históricos son entes de ficción, forjados por la correspondencia arcana que traspasó con presencias posibles las reales presencias de los días de una vida. “Retratar a Carriego –propone James E. Irby en un estudio sobre el ensayo- viene a ser lo mismo que imaginar a un Pierre Menard, a un Herbert Quain, a un Nils Runeberg o a cualquier otro protagonista de Borges” 21. En 1930 descubría nuestro autor que el puñal de Juan Muraña fue el mismo que degolló a Julio César y que todas las historias de jinetes son, al cabo, una y la misma. El postulado de “La esfera de Pascal” ya empieza a configurarse como su gran declaración. A fuer de incansable compilador de aventuras literarias, se convertía Jorge Luis Borges en ese demiurgo incansable, inventor no sólo de mundos ficticios, sino de los propios mundos reales. Su pensamiento ofrece, incluso sobre el tapiz popular de la poesía castiza, la razón de ser de cuanto existe. Una preclara conciencia de autoría mental, que nació de aquella “religión del coraje”, labra la psique creativa borgesiana. Es hablando de Carriego cuando Borges llega a esta hermosa conclusión, tan aplicable a sus posteriores criaturas: “Yo he sospechado alguna vez que cualquier vida humana, por intrincada y populosa que sea, consta en realidad de un momento: el momento en que el hombre 19

Reparemos en la significativa rima “ciego-Carriego”. “He querido eludir –señala Borges en el prólogo- la sensiblería del inconsolable “tango-canción” y el manejo sistemático del lunfardo, que infunde un aire artificios a las sencillas coplas. Compuestas hacia mil ochocientos noventa y tantos, estas milongas hubieran sido ingenuas y bravas; ahora son meras elegías”. Una vez más, las elegías del recuerdo imposible. La milonga citada se titula “Un cuchillo en el Norte” y resulta inferior en intensidad a su “primera versión”: “El puñal”. BORGES, Jorge Luis, “Un cuchillo en el Norte”, Para las seis cuerdas. En Obra Poética (1923-1977), edic. cit, pp. 297-298. Los poemarios últimos de Borges, que se caracterizan por su concepto de “variación musical” sobre motivos anteriores, no margina el cultivo de la milonga. En La Cifra, hallamos la “Milonga de Juan Muraña”, un personaje, un malevo, ya citado en Evaristo Carriego, y descrito en tanto “carrero y cuchillero en el que convergen todos los cuentos de coraje que andan por las orillas del Norte”. Este personaje es introducido en la sección de “Historia del tango” y su epígrafe, “El desafío” (pg. 95), sección con que concluye Borges su ensayo de 1930. Las recurrencias vuelven a ser notorias. En 1981, la milonga se cierra con una nueva alusión a Carriego: “Hombre capaz de pelear/ Liado a otro por un lazo, / Hombre que supo afrontar/ Con el cuchillo el balazo.// Lo recordaba Carriego/ Y yo lo recuerdo ahora./ Más vale pensar en otros/ Cuando se acerca la hora”. BORGES, Jorge Luis, “Milonga de Juan Muraña”, LA CIFRA, Madrid, Alianza, 1981, pp. 5556. 20 En Evaristo Carriego dijo de Muraña: “Era una obediente máquina de pelear, un hombre sin más rasgos diferenciales que la seguridad total de su brazo y una incapacidad perfecta de miedo (...). Existen hechos de tan infinita responsabilidad (...) que el remordimiento o la vanagloria por ellos es una insensatez. Murió lleno de días, con su constelación de muertes en el recuerdo, ya borroso sin duda” (págs 46-47). 21 “Evaristo Carriego es, por lo general, un libro sereno y feliz. Al Borges de entonces todavía lo sostiene su ciudad natal”. También señala algo interesante: “Borges publica Evaristo Carriego y no vuelve a cultivar la poesía hasta muchos años después. Es como si cediera la palabra a Carriego, antecesor suyo en la poesía del suburbio, inventor del género, privilegiado conocedor de ese mundo”. Son palabras del ya citado artículo de IRBY, James E, Ibídem, págs 255-256.

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sabe para siempre quién es. Desde la imprecisable revelación que he tratado de intuir, Carriego es Carriego. Ya es el autor de aquellos versos que años después le será permitido inventar...” 22. El aforismo no tiene desperdicio. Nos vale para reconocer el proceso de formación de una personalidad, de una vocación, de un destino literario. El mundo existe para llegar a un libro. También expresa el germen de una transformación: la que se desliza sutilmente desde el género ensayo, “angular y astillado” en su forma, hasta el género cuento, que tomará como patrón compositivo precisamente la declaración antes citada. No es de extrañar que sea a partir de “Evaristo Carriego” cuando comience Borges su andadura como narrador. Sólo faltaba dotar de forma, cohesión, argumento y estructura a lo que ya había nacido como impulso a la ficción, a la suplantación de la verdad histórica por la intuición mental y metafísica de personas y acontecimientos. No. Borges no biografió al poeta de los barrios y las veredas. Borges transfundió su ser con su ideal porteño y así, Borges, creó a Carriego.

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Ibídem, pág. 86.

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José Manuel Martínez Sánchez: Borges, filosofía y enigma

La eternidad, escribe Borges, es un artificio espléndido que nos libra, siquiera de manera fugaz, de la intolerable opresión de lo sucesivo. El hombre está ineludiblemente sujeto al tiempo. Movimiento e inmovilidad se producen siempre en espacio y tiempo. El movimiento precisa de un lugar distinto en un tiempo distinto mientras que la inmovilidad se produce en un mismo lugar pero en distintos puntos del tiempo. Esta elucidación -a la que Borges llegó tras su fascinación por la lectura del filósofo Heráclito- refleja una verdad universal que sin duda Heidegger incluiría en su concepción de existencia auténtica pues tal preocupación ontológica nace de la angustia (Angst) del hombre por su estar en el mundo. De este modo el concepto taoísta de inacción que se refiere a la quietud del individuo en cuerpo y mente sigue estando resignado a un estado temporal pues no hay otra forma posible de estar en el mundo. Por tanto pensar la eternidad no es más que pensar en la esencia del ser, el enigma de nuestra continuidad una vez liberados de las cadenas del tiempo. Así Borges trata este tema –sobre todo en sus relatos- desde la mágica visión de quien no se somete a los arquetipos del existir. El sueño, por tanto, será el territorio más inexplorado y fascinante por el que Borges transitará. El sueño es –tómese este aserto como propio y subjetivo- quietud del cuerpo, quietud de la conciencia, movimiento de la inconsciencia y por tanto único estado mental – dejemos aparte la muerte- en el que no existimos. ¿Entonces qué somos cuando no existimos? Si el ser es ante todo enigma, ¿no es el sueño un enigma? Afirma Heidegger que el existir es siempre algo inacabado, porque su conclusión supone dejar de ser, claro está que para Heidegger la muerte es la conclusión del ser y sólo menciona que la muerte es la posibilidad más pura del existir. Tras estas suposiciones metafísicas volvamos al tema del sueño, enormemente relevante en la obra y en la vida de Jorge Luis Borges. En El hacedor encontramos unos versos que desvelan el sentimiento onírico borgiano: Sentir que la vida es otro sueño/ que sueña no soñar y que la muerte/ que teme nuestra carne es esa muerte/ de cada noche, que se llama sueño. El sueño corresponderá a la realidad y sin embargo supondrá la verdadera muerte. Borges parte de la actitud calderoniana y configura una nueva actitud, la suya propia, que se define como un estado único, el verdadero sueño, y un segundo estado onírico dependiente del primero que es la vida: otro sueño que sueña no soñar. Pero ¿es realmente la interpretación adecuada establecer esta jerarquía? Tal hipótesis se derrumba al formularnos esta otra cuestión: Si la muerte teme nuestra carne, ¿acaso no será porque el cuerpo limita al ser y por tanto el hombre se libera de éste cuando le sobreviene el sueño? En un principio nadie diría que esta cuestión sea un argumento no favorable para la hipótesis del sueño como verdadera realidad, sin embargo, hemos de establecer una segunda suposición: si el cuerpo limita al ser ¿por qué durante el sueño la voluntariedad del hombre queda limitada y durante la vigilia se siente el hombre verdaderamente libre? Creo que también podemos responder a esta cuestión pues sería el cuerpo el elemento materializado del estado-

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único que incluye la acepción otro sueño que sueña no soñar, es decir, el cuerpo es la auténtica substancia del sueño. Los versos citados anteriormente tal vez nieguen –desde el punto de vista de la estética literaria- tales presuposiciones ontológicas y convendría no detenerse en reflexiones que no fueran estrictamente literarias. Sin embargo, el principal objetivo de este artículo es tratar de ahondar en las cuestiones filosóficas que se desvelan en la obra de Borges, no con afán crítico o meramente expositivo sino interpretativo. Pero antes de proseguir sería oportuno señalar que Borges nunca se consideró un pensador ni quiso que sus textos se tomaran como materia filosófica. En palabras del propio escritor: Yo soy un lector, simplemente. A mí no se me ha ocurrido nada. Se me han ocurrido fábulas con temas filosóficos, pero no ideas filosóficas. La humildad del escritor era extremada y considero que el lector debe personalmente juzgar si los textos de Borges revelan o no, ideas filosóficas. El escritor, crítico y filósofo Mauthner -al que Borges guardaba especial admiración- manifestó que la filosofía es esencialmente lingüística, esto es, que la verdadera esencia de la misma radica en el lenguaje y es éste el que forja nuevas realidades y por tanto amplifica la realidad. ¿No podemos considerar a Miguel de Cervantes un filósofo porque no haya creado un sistema filosófico? ¿No es el Quijote, además de una obra literaria estilísticamente perfecta, una reflexión implícita acerca de las múltiples realidades que el ser humano puede forjarse de una misma visión? ¿No expresó Cervantes la idea filosófica que mucho más tarde enunciaría Schopenhauer? Fue Schopenhauer quien enunció: el mundo es mi representación, pero sin embargo a través de una obra literaria, el Quijote, la misma idea es sugerida por otro medio que no se corresponde al del tratado filosófico sino al género literario de la novela. De este modo, llegamos a la conclusión de que la ficción, a veces, aporta nuevas visiones de la realidad. El filósofo y escritor Fernando Savater afirma lo siguiente: Una de las intuiciones más geniales de Borges (y que prueba su profunda comprensión de la tradición filosófica) es que contempla las grandes construcciones especulativas no como productos refinados del uso lógico de la razón, sino por el contrario como obras maestras de la imaginación. Además Fernando Savater añade: Sin duda el eclecticismo filosófico de Borges no es simple consecuencia, como él quiso hacernos creer, de incapacidad para alumbrar ideas propias, sino de un radical y poético ‘escepticismo’, el cual también implica una toma de postura especulativa. Savater nos presenta a un Borges completamente capaz de formular ideas propias pero siempre enmascaradas en un entramado de ficciones que Borges concibe para poder caminar con mayor libertad, pues donde realmente se siente cómodo es donde su identidad se desdobla, se bifurca o se engrandece en los territorios de la gnosis y de otras ficciones en que él se sueña, desde los espejos, los laberintos o las bibliotecas. Por eso Borges es un universo capaz de albergar múltiples universos. La materia creativa surge de la memoria y la imaginación surge del olvido, porque la memoria es constante pérdida y sin embargo necesita reconstruir lo perdido, esa reconstrucción ya es ficción pues no recupera la realidad sino elabora otra realidad a partir de elementos fragmentados ordenándose en la continuidad del tiempo, mirando hacia atrás, sin poder detenerse en el camino. El tiempo es un tema fundamental en la obra de Borges y considero que en esta cuestión el escritor argentino sí aportó ideas realmente extraordinarias. Pero como en cualquier cuestión filosófica, no hay progreso, sino como bien señalaba Savater, especulación. No es ciencia, no es tecnología, toda indagación filosófica es creación, es literatura, es conocimiento y pensamiento. Lo que distingue precisamente a la

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filosofía es la búsqueda de lo que no está al alcance del hombre pero que sin embargo es lo que le hace ser hombre. La existencia sólo es posible en el tiempo y pensarla fuera del mismo –la eternidad- será pura imaginación. En palabras del escritor: Nuestro destino […] no es espantoso por irreal, es espantoso porque es irreversible y de hierro. El tiempo es la sustancia de que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego. El mundo, desgraciadamente, es real; yo, desgraciadamente, soy Borges. Sobre este ‘yo’ forjado de tiempo hay un ‘yo’ integral que se corresponde con el tiempo integral, es decir, el Todo es el tiempo, y nosotros seríamos una porción mínima de ese Todo constituido en la continuidad del tiempo, así, el mundo, sería un inmenso reloj de arena. A partir de la máxima de Heráclito, Borges añade esta fascinante apreciación: Pero como los mares urden oscuros canjes/ Y el planeta es poroso, también es verdadero/ Afirmar que todo hombre se ha bañado en el Ganges. El protagonista del relato La forma de la espada considera que lo que hace un hombre lo hacen todos los hombres y conviene con Shopenhauer en que cualquier hombre es todos los hombres. Se refiere –Borges- a dos actuaciones de dos personajes concretos, Eva y Jesucristo, para señalar que lo que ambos hicieron –la desobediencia y el sacrificio- fue fruto de una voluntad universal, la del hombre como un solo ser fuera del tiempo atomizado en múltiples seres en el tiempo. Esta cuestión filosófica del tiempo se traslada ya al plano teológico de la eternidad y como consecuencia al tema de Dios. La tendencia de Borges –como señala en el epílogo a Otras inquisiciones- a estimar las ideas religiosas o filosóficas por su valor estético y aún por lo que encierran de singular y de maravilloso convierte al escritor argentino en un jugador profesional de lo trascendente, es decir, un irónico creador que se divierte en los laberintos de la razón. Borges es fiel al carácter lúdico que todo filósofo no debe olvidar al adentrarse en las preguntas sin resolver de la humanidad, por eso, es un auténtico filósofo, pues sigue lo que Platón considerase esencial en toda labor filosófica: Spoudaios paizein, jugar en serio 23. Y es que el instrumento fundamental en Borges para tratar los grandes temas de la historia de la literatura y de la filosofía es la ironía, como señala Manuel Benavides en su magnífico ensayo Borges y la metafísica: La empresa de Borges es una pregunta obsesiva por los poderes respectivos de la poesía y de la filosofía, de la imagen y el concepto. La respuesta es irónica; unas y otros denuncian los límites de nuestra finitud. Y la ironía -señala M. Benavides citando a Federico Schlegel- es la forma de la paradoja. Como ya se ha señalado, lo realmente fascinante en Borges es la forma en que configura la realidad por medio del lenguaje dotando ésta de elementos filosóficos integrados en la visión global del mudo. Ya en la Edad Media -tradición que Borges conocía- se establece una relación entre el lenguaje, el pensamiento y la realidad, contemplando el ser como resultado de la significación que por medio del pensamiento se establecía del mundo, y se reconocía el pensamiento, por tanto, como la realidad lingüística de cada individuo o de una lengua determinada y en consecuencia, una concreta visión del mundo. Esta tradición se abandona durante mucho tiempo y es en Alemania donde permaneció y se cultivó en mayor medida. El filósofo alemán Mauthner –al que ya me he referido- se ocupó de considerar esta perspectiva de corte logicista y profundizó en ella. Borges valoró enormemente las tesis de Mauthner e hizo lo que siempre solía hacer cuando una idea le seducía, convertirla en literatura. 23

Fernando Savater lo exlica mucho mejor en su libro Jorge Luis Borges. Ed. Omega. (Capítulo V, La sonrisa metafísica, pág. 126).

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Sin embargo –y esto resulta curioso- Borges sentía una gran repulsión por el filósofo Heidegger el cual señaló y sostuvo que el lenguaje es la casa del ser. En su vivienda mora el hombre. Los pensadores y los poetas son los guardianes de esta vivienda, algo que supone una afinidad intelectual entre ambos, aunque los motivos de su desagrado por Heidegger eran por otras cuestiones no estrictamente filosóficas que no son necesarias señalar. En su magistral relato Tlön, Uqbar, Orbius Tertius, Borges descubre en una enciclopedia – con asombro absoluto- el idealista planeta de Tlön y nos lo describe detalladamente. La ficción usurpa poco a poco a la misma realidad, como bien expresa Diego Valverde Villena: Un mundo imaginario que empieza a filtrarse –tenuemente al principio, luego con progresiva fuerza- en el mundo real. De nuevo la cuestión del lenguaje cobra aquí vital importancia pues las características del lenguaje de Tlön vienen determinadas por su concepción de la realidad y el modo en que expresan el mundo le sirve a Borges para entender cómo lo perciben. Su lenguaje y las derivaciones de su lenguaje – la religión, las letras, la metafísica- presuponen el idealismo, señala Borges en el relato. Se observa evidente que la religión, las letras y la metafísica son derivaciones del lenguaje, lenguaje éste que advierte la noción idealista del mundo y de tal modo conciben un mundo en el que sólo hay sucesividad temporal sin espacio en ella, no hay sustantivos […] hay verbos impersonales, calificados por sufijos (o prefijos) monosilábicos de valor adverbial. El adjetivo monosilábico es la palabra esencial y el sustantivo es acumulación de adjetivos. El sustantivo es la creación del objeto inexistente hasta entonces originado de la idea. Las cosas se van creando a medida que el hombre las va uniendo en la temporalidad a través de los procesos mentales sucesivos. Los tlönianos no conciben que lo espacial perdure en el tiempo. También se piensa en la eternidad pero ya sólo como una hipótesis no como una percepción, la memoria, la teología, el sueño, incluso el materialismo (lógica y paradoja), son también elementos teóricos interpretativos de lo real. La filosofía en Tlön se considera un juego, no buscan la verdad […] buscan el asombro y por eso se incluye en la rama de la literatura fantástica. La paradoja de las monedas es un insulto al idealismo tlöniano –que no admite el número plural-, sólo hay una moneda –el concepto- y las demás sólo poseen valor metafórico, si la igualdad comporta la identidad, habría que admitir asimismo que las nueve monedas son una sola. Se llega a la conclusión de que todo es uno –recordando a Platón y a Schopenhauer- y que todos los hombres, en el vertiginoso instante del coito, son el mismo hombre. Todos los hombres que repiten una línea de Shakespeare, son William Shakespeare, tema que también se presenta en Pierre Menard, autor del Quijote y en tantos otros poemas, relatos y ensayos borgianos. La idea es memoria y perdura en su recuerdo y con ella el objeto que representa, el olvido disipa el objeto y el hecho de que en cualquier ser perdure la idea hará que perdure el objeto, a veces unos pájaros, un caballo, han salvado las ruinas de un anfiteatro. El asombro de Borges al descubrir el planeta de Tlön es la prueba de que la filosofía forma parte de la literatura fantástica y tales ideas filosóficas son las que han concebido a los objetos y a los seres del conspirado Tlön. Sea este relato prueba tangible de un pensamiento que -trasformado en ficción literaria- camina más allá de sus límites estéticos. Detengámonos ahora en el Borges oral, otro Borges distinto al de su literatura. Las palabras de un maestro, de un pensador intenso y extenso. Podemos prescindir en nuestro pensamiento del espacio, pero de ninguna manera podemos prescindir del tiempo, señala Borges en sus conversaciones con Roberto Alifano. Borges nos hace

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imaginar un mundo donde sólo tuviéramos un sentido, el oído. Así nuestros únicos instrumentos de comunicación serían las palabras y la música. Como dijo Schopenhauer, la música no es algo que se agrega al mundo: la música es un mundo en sí misma. Sin embargo no podemos imaginar un mundo sin tiempo porque el tiempo es el problema esencial de la existencia. El tiempo es la sucesión. Existir es ser tiempo. Nosotros somos tiempo. […] El tiempo está hecho de memoria […] Y esa memoria está hecha a su vez, en buena parte, de olvido. Borges elabora un discurso en el que da voz a muchos de los grandes maestros de la palabra y de la idea, de este modo sus palabras suenan todavía más altas, llenas de verdad. En Borges encontramos a filósofos como Heráclito, Platón, San Agustín, Plotino, Kant, Berkeley, Schopenhaer, Hume, Spinoza... Nombres que por sí mismos abarcan múltiples senderos, Borges sabe invocarlos en el momento justo en que se debe hacer, cuando precisa de ellos, cuando a partir de ellos se busca a sí mismo, así nos ofrece una reflexión concebida pausadamente, fruto de su saber y de su imaginar. Borges se definía lector antes que escritor, por eso gran parte de su literatura es un homenaje a todas sus lecturas, es una fascinación por la palabra que mora en aquellos laberintos de ficciones, de nombres y adjetivos, de tiempos y ciclos, de versos hallados en ese viaje luminoso de la mente que comienza siempre en una biblioteca. El 11 de enero de 1975 mantienen un inquietante diálogo Jorge Luis Borges y Ernesto Sábato moderado por Orlando Barone, se alternan diversos temas vitales: la primera manifestación artística, el lenguaje y las revoluciones del lenguaje, la unidad geográfica de Latinoamérica, la realidad a través del artista… Borges habla en todo momento con esa luminosidad verbal tan frecuente en sus conversaciones. Ernesto Sábato, sin embargo, polemiza con su compatriota insistentemente, parece no estar de acuerdo con él en muchas cosas. También se habla sobre Dios y la creencia. Sábato manifiesta que el catolicismo es un despropósito pues no se basa en la sensatez sino en el absurdo, querer aplicar nuestras categorías humanas y sobre todo racionales a algo que las trasciende… Un disparate, comenta Sábato. Borges añade irónicamente: creo que basta un dolor de muelas para negar la existencia de un Dios todopoderoso. Este diálogo teólogico es breve pero indica en Borges un escepticismo religioso propio del hombre occidental moderno, o mejor dicho, posmoderno, Borges prefiere aceptar su propia propuesta enigmática de un Dios que nos está soñando, que estamos soñando, que es soñado al mismo tiempo. Borges entiende que Dios es una gran ficción del hombre y por tanto, un maravilloso -quizá el más importante- personaje literario que ha dado la humanidad desplegado además en Jesucristo. Hay un arquetipo posible: Dios es tan generoso con el hombre, que le da todo, hasta la posibilidad del Infierno. Pero quién sabe si esos regalos convienen, ¿no? Es la contestación de Borges a Sabato ante la afirmación de éste de la posible existencia de un Dios todopoderoso y perverso que se complace – recogiendo la ironía borgianacausándonos dolor de muelas. Esta idea de Borges de la generosidad y malevolencia de Dios se introduce en muchos de sus poemas afirmando siempre la existencia de la deidad, del ser superior creador de seres. Recordemos los primeros versos de uno de los poemas más célebres de Borges, el ‘poema de los dones’: Nadie rebaje a lágrima o reproche / esta declaración de la maestría / de Dios, que con magnífica ironía / me dio a la vez los libros y la noche. Dios, el ser absoluto, el todo, lo eterno, es una mirada que el hombre no alcanza a visualizar nítidamente, sin duda, sin temor, sin misterio, por tanto, la visión más esclarecedora – como ya se ha advertido- es la ironía, 83


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puesto que su principal suposición es la lógica y atenta mirada, crítica y punzante, transgresora y fatídica, descreída y aguda, astuta y elocuente pero basada siempre en lo absurdo o en lo antagónico, en ese espacio inherente de la realidad que se nos escapa, que no sabemos explicar, donde no se puede negar o afirmar algo pues tal inferencia no admite una deducción lógica, la ironía es la respuesta y la pregunta al mismo tiempo, dice lo que no dice y no dice lo que realmente dice, es una exactitud burlada, un disparate que se presenta como indiscutible, que confunde aclarando. El senador Boecio en su libro De Consolatione Philosophae describió una carrera de caballos y un espectador que la observaba y a un Dios que a su vez observaba la carrera y al espectador. Borges imagina que ese Dios también es observado: Dios mueve al jugador y éste, la pieza. / ¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza / De polvo y tiempo y sueño y agonía? Es incontestable el origen pues se basa en la idea de eternidad que es, de este modo, atemporal y simultanea. En palabras de Borges: la eternidad es la muy aventurada hipótesis de que existe un instante, y que en ese instante convergen todo el pasado, todos nuestros ayeres como dijo Shakespeare, todo el presente y todo el porvenir. No podemos olvidar, finalmente, que una parte del discurso de Borges se expresa en términos utópicos. Lo difícil sería saber el grado de utopía que ocupa en todo el corpus borgiano. Parte de una ordenación del mundo literaria pero que sin embargo se acoge a una extrema y sensata idea de libertad en que el lector rechaza o acepta el texto al que se ocupa. Borges, más lector que escritor, nos muestra el escenario de su lugar ideal, lugar que le es vedado físicamente, como cualquier lugar utópico, pero que sin embargo puede reconocer en su memoria, que es la que elabora su discurso estético, y en la que debe apoyarse para vencer al olvido de sí mismo, del Borges que se aleja.

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José Luis Molinuevo: Nuevas formas de hacer estética 24

La estética es una peculiar sensibilidad de nuestro tiempo. A él pertenece la irrupción de las nuevas tecnologías. Estas suponen no sólo una transformación de la realidad (técnica), de nuestro cuerpo (las tecnologías como extensiones del mismo), sino la creación de nuevas realidades (nuevas tecnologías propiamente dichas). El reto de las nuevas tecnologías no consiste sólo en la visión optimista de lo que podemos hacer con ellas, sino también en la más inquietante de lo que están haciendo con nosotros. En cualquier caso, no basta ya con enfocarlas desde su valor instrumental, sino que es preciso hacerlo desde la evidencia de que somos seres tecnológicos. Esa certeza no esconde la ambigüedad radical de nuestro tiempo que imposibilita hablar ya de (como algo obvio) una “condición humana”. Estamos a finales de un “año kantiano”, y una buena manera de recoger su herencia, no haciéndonos “centenarios en el centenario” (Ortega), sería hacerlo reformulando su famosa cuarta pregunta. Porque en este tema estamos, hay que reconocerlo, todavía a la “cuarta pregunta”. Se trataría, no de preguntar “¿Qué es el hombre?”, sino más bien y con modestia de “¿A qué llamamos hombre?”. Lo que está en juego en este momento es una nueva redefinición de lo que se entiende por ser humano, de si hemos ingresado en una era humana o posthumana. El problema con el que nos encontramos en el ámbito de la filosofía es la dificultad de abordar con conceptos surgidos de tiempos y mundos distintos, la “novedad” de éstos en los que vivimos. Mantenemos todavía los de “sujeto y objeto”, “dentro y fuera”, “verdad y error”, “ficción y mentira”, “apariencia y realidad”, creador, obra, espectador, lector, etc., cuando sabemos que son escasamente operativos. En cierto modo, el filósofo se encuentra hoy desempeñando el papel heroico y paradójico (en el mejor de los casos) de un unamuniano “San Manuel Bueno, mártir”, ya que tiene que emplear un lenguaje en el que secretamente no cree. No sólo se trata de conceptos, sino también de relatos. Es necesaria una mirada hacia el pasado, a los relatos sobre la condición humana que han determinado nuestra visión de las tecnologías. Desde el viejo relato cristiano del Génesis, el platónico de la caverna, el nihilista del narciso tecnológico, a los del “futuro negro” de la ciencia ficción y el optimista del transhumanismo en la ciencia especulación. Hay, pues, una mirada hacia el pasado, respecto a los relatos sobre la condición humana que han determinado nuestra visión de las tecnologías. El cristiano del Génesis, donde se narra el pecado original de las imágenes; el platónico de la caverna, en que se nos hace prisioneros de las imágenes y el nihilista, en el que, según Nietzsche, sólo somos capaces de comprender un mundo que nosotros hemos hecho, el mundo reducido a imagen de nosotros mismos; y también su propuesta de crear el “hombre de gran 24

A mero título informativo para el lector, le indicamos que este artículo ofrece unas reflexiones de José Luis Molinuevo acerca de su último libro: ‘Humanismo y nuevas tecnologías’, publicado en Alianza Editorial. José Luis Molinuevo es Catedrático de Estética en la Universidad de Salamanca. (NOTA DE LA DIRECCIÓN DE ‘LA ROSA PROFUNDA’)

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estilo”, que siguen los transhumanistas. Todos ellos tienen algo en común: el de la imagen, de la copia humana, que quiere ser original, creando a su imagen y semejanza. Las nuevas tecnologías serían así una “segunda creación”. En el fondo, los tres relatos no se diferencian tanto. No están mejor las cosas en el ámbito de la estética. Si la estética es teoría del arte y de la belleza, nos dice Welsch, será más apropiado hablar de una “estética fuera de la estética” para comprender nuestro tiempo tecnológico. Aunque quizá no haga falta salir tanto fuera. Es preciso, eso sí, reconocer ese peculiar momento de lo no válido, pero que tampoco tenemos otra cosa, en que se mueve una estética de transición que aspira a ser transitiva. En ese sentido, los relatos mencionados pueden servir de “excedentes culturales” de los que es posible extraer algo. Así podemos vernos en el relato platónico, como esos porteadores, productores de imágenes, son como nosotros, dice Platón, somos nosotros, manipuladores manipulados de las imágenes. Este punto es decisivo, pues atañe al núcleo de lo que puede ser una estética de las nuevas tecnologías: una estética cognitiva. Aspira a comprender, como paso previo, el mundo tal como es, y no como debería ser o nos gustaría que fuera. El futuro no es muy halagüeño si hay que elegir entre el pasado heroico (El señor de los anillos) y el futuro paranoico (Matrix). Una tradición occidental, basada en el concepto de “dignidad del hombre”, tiene que ser revisada. El hombre se ha comprendido siempre desde lo que no es. Es un ser limitado, pero se ha visto desde lo ilimitado del origen divino o las posibilidades indefinidas de la acción humana. El lema de las tecnologías desde los relatos tempranos de ficción es el “seréis como dioses”, reconducirlo ahora significa: “seréis como hombres”. La tragedia de la tradición platónico cristiana es la de la copia que quiere ser original. Nuestra experiencia de las nuevas tecnologías hoy es que eso está mal planteado: la copia es el original. En el humanismo hay otra tradición, que contempla la indignidad radical y miseria humanas como núcleo de su condición. Parte de la vida humana como naufragio e intenta proponer hoy un humanismo tecnológico para náufragos. Es patente en ello una cierta inspiración orteguiana: si “yo soy yo y mi circunstancia”, ésta son ahora las nuevas tecnologías, entonces, ¿por qué no un futuro de cyborgs? La viabilidad del humanismo tecnológico se concreta adelantando los principios de una cibercultura. Este cambio de siglo no ha sido tan traumático como el pasado, pero sí queda el espíritu y la necesidad del ensayo, pues se trata de generaciones (las nuestras) de la palabra que tienen que vivir en la época de la imagen. Quien educa es la palabra, pero quien forma (Bildung) es la imagen (Bild). Estamos ante la posibilidad de una nueva Ilustración a través de las imágenes. Significa esto ir a contracorriente de las simplificaciones heideggerianas, los histerismos de Debord y Baudrillard, que no hacen sino prolongar una cultura occidental de raíz judeocristiana, orientada a la palabra y no a la imagen, más aún, basada en el desprecio de la imagen. De ahí no hay más que un paso a la denuncia del poder corruptor, como las drogas, de las imágenes, el miedo a las “sobredosis de imágenes”, en una cultura que ha padecido una verdadera abstinencia de ellas. Por no hablar de la criminalización del “espectáculo” en las actuales sociedades, tan necesitadas ellas de “buenos” espectáculos. Porque es cierto que la estética es en sí (no sus degeneraciones esteticistas) democrática, pero no se puede decir que la actual democracia sea muy estética. En definitiva, se trata de abandonar los miedos sobre el pretendido determinismo de las tecnologías. No son las tecnologías las causantes de la deshumanización, sino

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individuos deshumanizados. La deshumanización social, económica, cultural es la causa de la deshumanización tecnológica, y no al revés. La base de una nueva cibercultura es un humanismo del límite, de la miseria y de la indignidad humana, frente al tradicional de las posibilidades ilimitadas y de la dignidad humana basada en el origen. No se trata de ir con las tecnologías hasta los límites de las posibilidades humanas, sino de sacar con ellas las posibilidades del límite humano. Hay una miseria que es difícil sublimar en dignidad, ni a través de lo que se es, ni de lo que se hace. La vida comienza con un nacimiento traumático y acaba con una muerte indeseada. La vieja cultura tecnológica no parte de lo que el hombre es, sino de lo que debe ser, y nunca será. En definitiva, lo que trato de sugerir es la posibilidad de unas nuevas tecnologías para náufragos, en la línea de mis trabajos anteriores sobre “estéticas del naufragio y de la resistencia”. Se trata de salvar al individuo en la configuración, no de identidades narcisistas, sino solidarias. Para ello es necesario recuperar el “sentido común”, que integra lo virtual y lo real, en una nueva fórmula de identidades comunicativas, núcleo y soporte de las estéticas de la comunicación.

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Juan Carlos Moreno Cabrera: Del chasquido al click: lenguas primitivas y modernidad Universidad Autónoma de Madrid

Los significados de algunas palabras nos deparan a veces curiosas sorpresas. Una de esas palabras es el término inglés “click”. Hoy en día nos pasamos la vida haciendo “click” (o clic) con el ratón del computador; incluso hemos creado el verbo “clickear” (o “cliquear”) para denotar una acción que muchas personas hacen cientos de veces al día en la oficina o en casa. Curiosamente, el ratón informático y el sonido “clic” que produce se han convertido en una especie de seña de identidad de modernidad y desarrollo tecnológico. Con solo hacer unos pocos clics con el ratón, podemos acceder al mundo casi ilimitado de información que es Internet o podemos cambiar automáticamente la apariencia de un texto o diseñar una figura o modificar una foto o un dibujo; o podemos realizar complejas operaciones matemáticas en una hoja de cálculo. No parecer haber límite a las cosas que podemos hacer hoy en día con unos pocos clics. Pero el término inglés “click”, claramente onomatopéyico (puede traducirse al español por “chasquido”, también de origen onomatopéyico) y que puede designar un sonido agudo metálico, se emplea desde hace un par de siglos para denotar ciertos sonidos emitidos por los bosquimanos y hotentotes, pueblos de cazadores-recolectores del sudoeste de África. Cuando los europeos entraron en contacto con estas comunidades creían haber encontrado restos de poblaciones primitivas aún situadas en la Edad de Piedra que hablan unas lenguas primitivas caracterizadas por sonidos cercanos al lenguaje animal. Así, sir Harry Johnston, en 1913, califica estos sonidos como “sonidos semi-salvajes, vestigios del habla pre-humana, parecidos a los aullidos de los mandriles y simios”. Otros europeos calificaron estos sonidos indígenas como similares al cacareo de las gallinas y pavos o incluso como pedos bucales. Por consiguiente, el término “click” ha dado en denotar dos tipos de sonido separados por muchos miles de años de desarrollo humano: los sonidos supuestamente primitivos de las lenguas de los bosquimanos y hotentotes y el sonido de la activación del ratón y los sucesos que esa activación desencadena. ¿Son las lenguas de los bosquimanos y hotentotes un resto de la lengua primitiva de la humanidad? ¿Son las comunidades de bosquimanos y hotentotes restos de la humanidad primitiva? Muchos creen que la genética y la lingüística modernas pueden darnos respuestas afirmativas a estas dos preguntas. Consideradas estas cuestiones de una forma superficial, podríamos pensar que esta creencia está fundamentada. Pero lo cierto es que una reflexión más profunda desde la genética y la lingüística nos llevan precisamente a la conclusión opuesta. Vamos a mostrarlo a continuación. Empecemos por la genética. Algunos autores que han estudiado los aspectos genéticos de las poblaciones humanas han llegado a la conclusión de que los

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bosquimanos son descendientes directos de los primeros humanos salidos de África. El ADN va acumulando mutaciones a lo largo de generaciones y precisamente los genetistas tienen indicios de que hay dos comunidades en África que presentan mayor número de diferencias genéticas que cualesquiera otras dos poblaciones de cualquier otra parte del mundo. De ello puede deducirse que esas dos comunidades son las más antiguas de la humanidad, dado que son las que más tiempo llevan divergiendo. Una de ellas son precisamente los bosquimanos y algunos lingüistas han propuesto que las lenguas que hablan esas dos comunidades están históricamente relacionadas. La conclusión es que la comunidad bosquimana es descendiente directa de los primeros seres humanos que salieron de África y poblaron el resto del mundo. Todo esto está muy bien. Pero ¿se deduce de aquí que los bosquimanos y sus parientes son un pueblo primitivo? Pues no. Según lo que nos dice la genética, las diferencias genéticas entre estas comunidades supuestamente primitivas son las que en términos genéticos más han evolucionado (puesto que presentan mayor acumulación de mutaciones genéticas que cualesquiera dos otras comunidades de cualquier lugar del mundo). Por tanto, si se puede deducir algo es precisamente que los bosquimanos y las comunidades relacionadas con ellos son las poblaciones genéticamente más evolucionadas de la Tierra, pues llevan más años diferenciándose que las demás. Hay que tener cuidado con este tipo de razonamientos porque no podemos extrapolar la genética a la cultura. Si lo hacemos así, introduciremos conceptos ideológicos con una apariencia falsa de cientificidad. Los bosquimanos son una comunidad actual, contemporánea, no un resto de una comunidad primitiva. Si es verdad que son descendientes directos de los primeros seres humanos que colonizaron África, entonces es claro que esas primeras comunidades han conseguido sobrevivir y desarrollarse durante unos cuarenta mil años. ¿Tiene sentido que los representantes de una civilización industrial que tiene una vida de unos trescientos años califique de primitiva una comunidad que ha logrado sobrevivir durante cuarenta milenios? No conocemos ningún imperio o civilización históricamente atestiguado que haya durado ni siquiera diez mil años. Ni la civilización mesopotámica, ni la egipcia, ni la griega, ni la romana, ni la china han durado tanto tiempo. Hay motivos más que suficientes para dudar de que nuestra civilización industrial moderna, extremadamente agresiva con el medio que nos da sustento y protección, pueda durar cuarenta mil años. Además, hay indicios más que evidentes de que es precisamente esta civilización industrial la que está acabando de forma violenta y sin compasión con estas comunidades que tienen la clave de la subsistencia milenaria de la que parecen haber carecido los grandes imperios históricos. En algunos aspectos, los bosquimanos están sin duda más avanzados que nosotros, no sólo en el genético. Si no reconocemos esto, nunca lograremos estar a su altura. Vemos, pues, que hay razones para poner en duda el supuesto carácter primitivo genético y cultural de los bosquimanos. Pasemos ahora a la vertiente lingüística. ¿Se puede justificar lingüísticamente que los clics o chasquidos de las lenguas de los bosquimanos son restos de una fase primitiva semi-animal del lenguaje humano? No, más bien la conclusión ha de ser la contraria. Primero, hay que decir que prácticamente todas las comunidades humanas usan algunos clics: es muy conocido el clic de los arrieros para urgir a las caballerías; entre 89


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nosotros es muy frecuente la utilización de un clic dento-alveolar para denotar inconveniencia. Sólo los bosquimanos y hotentotes (además de algunas comunidades vecinas de lengua bantú como los zulúes y josas) han convertido esos sonidos en fonemas. Desde el punto de vista articulatorio, los clics son consonantes complejas, pues en ellas hay una co-articulación. Los fonemas co-articulados se realizan mediante dos acciones articulatorias simultáneas. Por ejemplo, un clic alveolar supone dos oclusiones: una ápico-alveolar y otra postdorso-velar. Por consiguiente, estos sonidos son fonéticamente complejos y no simples como la mayoría de los fonemas que se usan en las lenguas europeas. Desde el punto de vista de la complejidad articulatoria, las consonantes de una lengua como el español son más simples que los clics de los bosquimanos. A su vez, este tipo de sonidos está fuera del alcance de las habilidades articulatorias de los mandriles o simios. Por tanto, los clics no son sonidos primitivos ni semianimales, ni son similares a pedos. El sonido que denota la letra española p es más parecido a un pedo que cualquiera de los clics de los bosquimanos. Pero aquí no acaba la cosa, porque los clics están totalmente integrados en el espacio articulatorio de los sonidos lingüísticos humanos. Hay clics bilabiales, dentales, alveolares, palatales y laterales; sordos y sonoros, orales y nasales. Dado que, como hemos dicho, el clic es un sonido complejo, las lenguas de los bosquimanos y hotentotes presentan unos de los sistemas fonéticos más complejos y desarrollados, ya que explotan casi hasta sus últimos límites las capacidades articulatorias del ser humano. Quizás esto se deba a que estas lenguas llevan mucho tiempo hablándose y han tenido tiempo de desarrollar esa impresionante complejidad fonética. Lo que la fonética lingüística nos dice es que los clics son sonidos articulatoriamente complejos y la fonología nos dice que esas coarticulaciones se integran de modo exhaustivo en el sistema de contrastes fonológicos que caracterizan las lenguas humanas. Lo que se deduce realmente de los datos lingüísticos es algo similar a lo que habíamos de deducir de los genéticos: en algunos aspectos las lenguas de los bosquimanos están entre las más desarrolladas de la humanidad; uno de esos aspectos es el de los sonidos clics. Tanto el clic del ratón como los clics de los bosquimanos son dos de los muchos logros maravillosos a que ha dado lugar la inmensa capacidad, el ingenio e inteligencia del ser humano. Sin embargo, la ideología imperialista y etnocéntrica imperante quiere hacernos ver que el segundo clic es primitivo, retrasado y semi-animal y el primero es el que muestra el avance y progreso de la humanidad. Es posible que cuando hayamos descubierto este gravísimo error, ya no queden bosquimanos que nos puedan aconsejar, guiar y enriquecer con su milenaria sabiduría; y sólo podamos escuchar sus clics haciendo clic en una página de Internet que navega perdida por el ciberespacio.

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Javier Sádaba: Ética de la no violencia

0) Me gustaría ser lo más claro, sencillo y directo en mi exposición. Por eso voy a prescindir de todo el andamiaje académico que en nuestro caso, más que ayudar, estorbaría. Y voy a enfrentarme con la violencia. Porque en ella nos movemos, en ella habitamos y con ella convivimos. No se trata de algo accidental o periférico en nuestra existencia sino que la violencia lo invade todo y, como un virus persistente, no hay modo de desalojarla. No es extraño, por eso, que haya sido estudiada desde los más diversos ángulos. Antropólogos, sociólogos, psicólogos, etólogos, etc., han investigado sus causas y han intentado proponer los remedios a este mal con el que nacemos, continúa con nosotros como un gemelo y sólo muere también con nosotros. Algunos, de manera más angélica, han soñado un mundo de no violencia desde, por otro lado, muy respetables posturas utópico-libertarias como es el caso de Tolstoi o, un poco más allá en el tiempo, Kropotkin. Mi visión, sin embargo, se encuadra en mi profesión: la filosofía moral. De ahí que lo que voy a discutir es qué remedios propone la ética a la violencia. Me apresuro a añadir que mi gremio filosófico ha solido ser bastante necio cuando ha hablado de la violencia. Así, uno de los padres del filosofar, Heráclito, la concibió como la partera de todas las cosas y un filósofo tan inteligente y decisivo como Kant llegó a escribir de manera tan absurda sobre la belleza de la guerra y su capacidad formativa que me daría vergüenza repetirlo. 1) Ha aparecido la palabra guerra. Efectivamente, la guerra es uno de los índices más evidentes de la violencia humana. Y la guerra está presente en la sociedad como una epidemia intratable. Sólo unos datos que no sé si sirven para reír o para llorar. Para el gran historiador G. Childe la guerra no ha hecho sino crecer con el paso de la historia. Greaves cuenta 14.542 guerras entre el año 3.600 antes de Cristo y e 1.962 de nuestra era. Según Gori, en 3.400 años sólo ha habido 234 días de paz. El conocido polemólogo Bouthoul nos dice que no ha habido nunca ni un solo año de paz. Es ése el panorama de la sociedad humana. Y si echamos un vistazo a la evolución, tendríamos que conceder, sin convertirnos por ello en darwinistas avant la lettre, que la guerra, la confrontación, el dominio y la destrucción marcan el proceso que conduce al Homo Sapiens. Ésta es, repito, la situación. Una situación que habría que completar añadiendo mayores males. Porque no sólo existe la violencia de la guerra con sus propias guerras sino la económica, la social, la cotidiana y todo aquello que convulsiona y perturba de alguna manera nuestras vidas. 2) Llegados a este punto, convendría, sin embargo, hacer dos precisiones. La primera atañe al concepto de violencia. Y es que los animales, o nosotros en lo que tenemos de animales, son, o somos, agresivos. La violencia es un concepto distinto. Porque tiene lugar dentro de la cultura humana. La violencia, así, es la sofisticación de la agresividad, es la hipertrofia de la cultura. Porque en la violencia la inteligencia y la voluntad, propias del reino cultural, se inmiscuyen en los instintos agresivos, los anulan, los encauzan, los convierten, en suma, en un mal humano por excelencia. Y esto nos lleva a la segunda observación. Es ya una división clásica, debida sobre todo 91


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a la teología cristiana, distinguir entre el mal de la pena y el mal de la culpa. El de la pena es aquel que se escapa a nuestro poder. Un terremoto no es causa de ningún agente humano por lo que a nadie se le debe responsabilizar (otra cosa es que los terremotos afecten, en general, a los más pobres y que éstos dispongan de menos previsiones, medios y logística para escapar a su fuerza devastadora). El de la culpa refiere directamente a una acción humana que, voluntariamente, causa daño. Dicha acción supone deliberación y decisión y, en consecuencia, es imputable al agente causante del mal en cuestión. Hemos visto que la violencia es nuestra y no importada, por mucho que la configuración genética sea la condición del actuar humano. En último término la responsabilidad no es ni de los genes ni del ambiente por decisivos, repito, que éstos sean (y lo son). Sólo podemos hablar, con propiedad, de violencia humana cuando encuadramos en ella todo lo que hacemos con conciencia y, por tanto, se podría haber evitado. Si esto es así, da la impresión de que el panorama es desolador y que un cierto fatalismo se ha apoderado de cada uno de los individuos hasta conseguir el cuadro de un mundo con tantas tinieblas que estremece. En el campo de la literatura, y por poner un ejemplo entre muchos, Dostoyesvki, y por boca de Iván, nos ofrece una pintura tan aterradora de la violencia humana que produce vértigo. Y ya en mi dominio, el siempre moderado filósofo Hume pierde su flema cuando describe, de modo sangrante, en sus Diálogos sobre la Religión Natural, la cantidad y calidad de males que nos causamos con una alegría difícil de imaginar 3) Lo humano, sin embargo, es un lienzo claroscuro. Porque, junto a la ferocidad expuesta, y en manera alguna inventada, se encuentra el otro polo, el de aquellos que frente a la violencia han dibujado el rostro de una paz fuerte, segura, profundamente humana. Si alguien tuviera la mala idea de leer Mein Kampf de Hitler podría comprobar cómo éste goza de una falsa interpretación de la naturaleza. Es falsa porque sólo se fija en el poder de los que sobreviven, en los fuertes contra los débiles, en lo ciego de un proceso que no muestra clemencia alguna con el menos dotado por el destino, por los dioses o por Dios. Pero esto es una parte de la verdad. Si volvemos nuestra mirada a la cantidad de actos, movimientos e instituciones que luchan (sin violencia) por la paz. El conjunto va tomando otro color. Además, no se trata de una paz vacía o inerte sino de una construcción, de un concepto positivo, de una visión, en fin, de la paz como manifestación de las potencias humanas y de la armonía entre los distintos miembros de la sociedad. En este punto no estará de más decir, siquiera brevemente, algo sobre el pacifismo. El pacifismo es tan antiguo como la guerra. Tenemos que conjeturar que surgió poco a poco en oposición al conjunto de injusticias que, de una u otra manera, se generaban en la comunidad. Dentro ya de nuestro espacio cultural, el cristianismo primitivo fue un movimiento ultrapacifista, de pacifismo absoluto. Pronto cambió su idea de paz. Y la cambió cuando se hizo con el poder. San Agustín es la clave teórica de esa transformación de la comunidad cristiana que pasa de perseguida a mandar. Más cerca de nuestros días, figuras como la de Gandi se elevan como el espejo en el que tendría que contemplarse el pacifismo. Se suele señalar que Gandi tuvo una influencia considerable de la religión jainista; religión o simple sabiduría que se formó como escisión del budismo. Su noción de ahimsa o no hacer daño, a la que más adelante volveré, sería central en la actitud de Gandi de derrotar la injusticia sin recurrir a la violencia. Y de manera esencial a la violencia física. Porque, añadámoslo de paso, aunque puede haber violencias de distinto grado, es la física la que cuenta como incuestionable (como princeps analogatum, que dirían los escolásticos) como patrón respecto al cual las otras se miden y cuentan. Y mucho más cerca están los pacifismos pragmáticos y teóricos que 92


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se han ido formando en los últimos tiempos dentro de lo más esperanzador de los llamados Nuevos Movimientos Sociales. El pacifismo, por lo tanto, nos muestra el intento, a contrapelo, de derrotarla. Y, cosa importante, con medios y métodos pacifistas. Este punto es central. Uno de los peores males de la humanidad en rebelión contra la violencia pura y dura o contra otros tipos más sutiles de violencia (en los que la injusticia o el poder se revisten de falsa legitimidad) es el de haber reproducido lo mismo. Lo más escandaloso del fracaso de las revoluciones radica en que para romper un poder que debería ser combatido, se ha hecho lo mismo; es decir, se ha cambiado un poder por otro sin modificar la sustancia de las cosas. En cualquier caso, el pacifismo racional está ahí. Como ejemplo y modelo de una acción antiviolenta. Y, al mismo tiempo, nos señala el signo positivo (del negativo hemos hablado bastante) de las relaciones humanas. En un reciente libro (La izquierda darwinista) el filósofo moral P. Singer insistía en que, a pesar de que existe en nosotros una parte de naturaleza que tiende hacia la jerarquización, la depredación y la supresión de los demás, hay otra parte que invita a lo contrario. Y que una pedagogía adecuada, sumada al esfuerzo moral por construir otro mundo, podría ofrecernos situaciones de paz y justicia igualitaria hasta ahora desconocidas. Pero esto nos lleva al segundo punto. Esto nos lleva a la moral. 4) Voy a dar por supuesto que existen unos principios básicos y fundamentales que todos aceptamos. Nadie estaría dispuesto, y es un ejemplo extremo, a sostener que se puede matar arbitrariamente o que el torturar es una simple costumbre con la que nos podemos divertir. Precisamente cuando las Constituciones nos hablan de derechos fundamentales, que están incluso por encima de lo que una mayoría podría decidir en elección libre, no hacen sino institucionalizar lo que se entiende por Derechos Humanos. Y tales derechos, a su vez, no son sino derechos morales; es decir, los derechos que nos hemos ido dando, recíprocamente, los seres humanos a lo largo de nuestra historia. Y es que no hay más remedio que distinguir entre dos posibles orígenes de esos derechos. Según uno, procederían de alguna autoridad divina (o de la naturaleza que haría de intermediaria de dicha divinidad) y según otro proceden de nuestra aceptación mutua como iguales y con los mismos derechos. Pues bien, una vez que, desde la Modernidad, nos basamos en nosotros mismos y no en autoridad externa alguna, hemos de concluir que la dignidad de sujetos de derechos es algo que alcanzamos por nuestros propios medios. Nadie es superior a nadie. Nadie ha de querer para otros lo que no quiere para sí, todos hemos de respetarnos en lo que atañe al núcleo de nuestras vidas. Eso es una ética a la altura del tiempo que vivimos y que no quiere disolverse en mera fuerza, en simple utilidad o en alguna referencia divina. Y no porque uno tenga nada contra tales referencias sino porque, entre otras razones, existen tantas que difícilmente podríamos ponernos de acuerdo sobre cuál es la que tendría que servir como modelo. 5) Ahora bien, en este punto conviene que hagamos una precisión de suma importancia. Me he referido a lo que es la moral, tal y como la hemos alcanzado, siquiera teórica y pobremente, en nuestro caminar histórico. En muchas ocasiones, sin embargo, la moral es algo mucho más pedestre. Y se reduce a la simple costumbre. Más aún, filósofos de prestigio, desde Nietzsche a Heidegger, han considerado que la moral es la ley de la tradición y que lo que entendemos por ética es una especie de imposición que obedecemos a modo de rebaño o manada. De ahí que actuemos más por la presión social del “qué dirán” que a través de una aceptación razonada de las normas que creemos justas. Y a esto se asocia otra visión de las relaciones humanas

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que vicia lo que, al menos idealmente, he dicho que es la moral. Y es que junto a la tiranía, así se expresaban los ilustrados, de una tradición que se recibe acríticamente, suele manifestarse un modo de comportamiento con los demás en donde cualquier tipo de poder, empezando por el político, se vive como poder sobre los otros y no poder con los otros. De esta manera la moral, por un lado, se reduce a recibir pasivamente lo que se nos lega social e históricamente y, por otro, el poder no es interpretado como un bien común que, en igualdad de condiciones, hemos de gozar o padecer sino como una competición en la que se acaba imponiendo el más fuerte o el más listo; hoy, y para decirlo con franqueza, el que más dinero tiene. Como vemos, frente a la descripción de una moral que nos muestra el lado más artístico de las facultades humanas que son capaces de construir un conjunto de reglas que hemos alcanzado juntos, y que nos sirven para vivir en una humana comunidad, nos encontramos con una seudomoral en la que pasa a primer plano una guerra soterrada de todos contra todos; una seudomoral dentro de una concepción todavía muy animal de los contactos que tenemos los unos con los otros. De ahí que si queremos contraponer la ética y la violencia no tengamos más remedio que preguntarnos por el tipo de moral en el que nos movemos e intentar, así, eliminar la violencia. 6) Voy a poner algún ejemplo a mano para, de esta manera, confrontar la moral que es propia de una humanidad emancipada con lo que desgraciadamente sucede. Y, de esta forma, vamos a ir viendo cómo tendría que combatir la moral a la violencia de la que hablamos en su momento. No es raro oír a mucha gente, y a mucha gente aparentemente educada y que en otros campos muestra un encomiable estilo a la hora de razonar, que las mujeres y los hombres somos violentos como somos altos, bajos, rubios o morenos y que querer enmendar la plana a esta situación es semejante a buscar rosas en el mar. Son los mismos que se encogen de hombros ante la desesperación de cientos de miles sino de millones de personas tragadas por guerras como la interminable de África o contemplan con ojos de mero espectador un atentado terrible en cualquier lugar de nuestro planeta. A esta gente le basta con la etiqueta, con un cumplimiento de la ley que mantenga las cosas como están a su alrededor y poco más. Y si lo que está a su alrededor le produce cierto malestar recurrirá al expediente inmediato de pedir más defensa o, lo que es lo mismo, más mano dura, policía y represión. La fuerza de la costumbre se ha instalado en su manera de mirar y la violencia, sobre todo si no le toca, forma parte del paisaje, Además, y tal y como antes indicamos, es probable que cuando se vea obligado a recurrir a algún método defensivo rápidamente entenderá el poder como fuerza; es decir, como fuerza contra otros. El concepto de poder y su ambigüedad, permítaseme un breve paréntesis, es objeto de estudio dentro de la ciencia política. Fue Weber, especialmente, quien distinguió entre poder como fuerza o dominio sobre los demás y poder compartido intersubjetivamente. La postura que estamos viendo no es capaz de contemplar esta decisiva distinción. Por otro lado, al considerar que el poder se ejerce siempre sobre o contra los demás, no sabe utilizarlo para moldearse a sí mismo, para autoconstruirse. La idea de voluntad de poder de Nietzsche, y permítaseme esta digresión académica, adolece también de esta incapacidad de distinguir bien los dos sentidos de poder, al igual que el resto de racistas, elitistas y duros economicistas que pueblan nuestro mundo. 7) Ahora bien, es fácil reducir al absurdo la actitud que estoy describiendo. Y es que en el momento que a la persona indiferente se la cause violencia reaccionará de modo furibundo. Y tratará de que se le repare la injusticia que un determinado daño le

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ha causado. Es como si esa persona hubiera despertado al mundo moral. Si, repito, la violencia sopla cerca de algo que le es querido, entonces llorará, protestará y exigirá que sea castigado quien ha generado un mal gratuitamente. No puede recurrir ya al fácil dictum de que por todos los lados hay violencia y encogerse de hombros. No le vale con mantener la misma frialdad que se da cuando los hechos son lejanos. Y sería necio hablar de resignación o aceptación fatalista del destino. Lo cual demuestra que para reaccionar contra la violencia no hay más remedio que considerar a todo el mundo, salvo en situaciones que por patología u otras causas es claro que no es así, responsable de sus actos. Para reaccionar, en suma, contra la violencia hay que considerar que somos seres interactivos y libres y que, en consecuencia, podemos actuar mejor o peor, con violencia o sin ella. En cuyo caso se ha venido también abajo la concepción del poder como simple fuerza que se usa contra alguien. Quien desea no ser violento, no tiene más remedio, exceptuando que quiera vivir en un estado de guerra permanente, que instaurar un modo de vida en el que la violencia que surge de nosotros sea limitada por medio de los instrumentos pertinentes. Enseguida nos detendremos en cuáles son tales instrumentos. 8) Volvamos, después de este recorrido, a la ética o moral y su enfrentamiento con la violencia; es decir, a su intento de que sea expulsada del ámbito de las relaciones humanas. La ética, en el sentido que he expuesto, y en algún otro que no voy a exponer, se opone radicalmente a todo tipo de violencia, es su negación, su otra cara, lo que no tolera como los pulmones no toleran la falta de oxígeno. Contra actitudes acomodaticias, seguidores más o menos fieles de Maquiavelo, deterministas genéticos o quienquiera que dé por buena la violencia, la ética repetirá sin cesar que existe un principio básico alrededor del cual se enroscan todos los demás: no hacer daño a nadie, no producir sufrimiento, no aumentar la acumulación de dolor que se da, y abundantemente, en este planeta. La ética lo recuerda una y otra vez y, obviamente, lo razona o justifica. Y es que todos queremos vivir bien y nadie tiene derecho, supuesto que todos somos iguales, a infringirnos males físicos, sobre todo físicos, y psicológicos. Ése será el pensamiento guía, la tendencia que se inscribe en cualquiera de los otros mandatos que nos imponemos, libremente, los humanos entre nosotros. Por eso considerará despreciable todo coqueteo con el sufrimiento y mirará a todos los rincones donde anide la violencia. Citamos antes la guerra y luego volveremos sobre ella. Pero, como también dijimos, la violencia muestra muchos rostros, más explícitos o más sutiles. De ahí que el juicio moral incitando a eliminar la violencia no se limite a lo más evidente sino que recuerda cómo la violencia, agazapada en cualquier esquina, está a punto de hacerse realidad. La ética, además, no se limita a preguntarse por la bondad de las acciones ni se resume en mostrar, una y otra vez, que hay que respetar a todos. La ética es algo activo, no una cuestión meramente teórica o propia de los filósofos morales. En este sentido sugiere (la palabra sugiere está en su punto puesto que la ética, al revés de la violencia, no es coactiva) que nos modifiquemos en toda nuestra personalidad, que nos desdoblemos en un yo capaz de entrar en contacto afectivo con los demás seres humanos. Y aquí aparecen, como no podía ser de otra manera, los importantes sentimientos morales. Suelo recordar constantemente una frase del sociobiólogo E. Wilson que explica bien por qué todavía y a pesar del inmenso desarrollo civilizatorio y tecnocientífico que hemos alcanzado no tenemos un correspondiente horror a la violencia. Y es que, según este biólogo, no hemos modificado, desde el Neolítico, nuestros sentimientos morales. Si esto es verdad, entonces somos unos enanos en sentimientos, unos aprendices, un conjunto de emociones primarias. Y es eso lo que hay que cambiar. La ética, además de juzgar 95


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negativamente la violencia, incitar al respeto e indicar cómo quien es violento rompe la comunidad, pretende que cambiemos y que, en ese cambio, los sentimientos jueguen un papel central . Es éste hoy un aspecto esencial que lo dejamos de lado tal vez fruto de un falso desprecio por lo que no se contabiliza como inmediatamente palpable. Con lo que la dureza de corazón se instala fácilmente en nuestras vidas. Y con relación a lo que decimos hay que señalar la importancia de los medios o instrumentos para luchar contra la violencia. Ferrater Mora, en su breve pero excelente libro (junto con su esposa, hoy viuda, Priscila Cohn) Ética aplicada, del aborto a la violencia, escribe lo siguiente: “¿Debe el mal ser combatido con el mal? Responder a esta pregunta, a la pregunta de si se puede o no usar la violencia contra la violencia, nos conduce a la influencia indirecta de la ética en la política. Veámoslo. 9) Responder a esta cuestión nos llevaría mucho tiempo. Es una vieja pregunta de la que trata, con mayor o menor acierto, la filosofía política. Voy, por eso, a ofrecer muy sintéticamente mi respuesta. Parece que se puede, en ocasiones, contestar a la violencia con la violencia. De ahí que tenga sentido la guerra justa, la insurgencia revolucionaria ante un flagrante caso de opresión, piénsese en la guerrilla contra el nazismo de Hitler, e incluso el tiranicidio, que es defendido, por cierto, por Santo Tomas. En realidad la llamada guerra justa adquiriría su legitimidad en función de lo que entendemos, en el terreno individual, por legítima defensa. Y es que a veces no sólo podemos contraatacar sino que deberíamos hacerlo. Un grupo de personas maltratando a un niño inocente exige, en lo posible, que actuemos contra ellos. Y que actuemos, si no hay otra alternativa, violentamente. No es cuestión, en suma, de pacifismo absoluto. Quien quiera poner la otra mejilla cuando le humillen, es cosa suya. Ahora bien, sentada la posibilidad y hasta la necesidad de cierto tipo de violencia y reconociendo que en las relaciones humanas estamos obligados a bordear la paradoja (es el caso, por ejemplo, de ser intolerantes con los intolerantes), hay que añadir inmediatamente que una política regida por la moral de la no violencia tiene que tener como meta evitarla al máximo . Y, cosa más importante, debería introducir esa tendencia en el núcleo de la sociedad. Después, en la última parte, volveremos sobre ello. De momento limitémonos a decir que la finalidad moral es la eliminación de la violencia, el recuerdo del respeto entre iguales, la anulación de la fuerza por la fuerza y el trabajo de la persona sobre sí misma para que eso sea posible. Algunos erróneamente llaman a esto debilidad o falta de realismo. Y no es verdad. Se trata, de nuevo, de aquellos que parecen incapaces de darse cuenta de que los humanos podemos motivarnos también para construir una comunidad con simetría intersubjetiva; es decir, una sociedad de iguales, con derechos iguales y de mutua ayuda. Que podemos motivarnos, en fin, superando la tendencia a dominar a los otros, a vivir contra los otros. Y que, por eso, podemos estar motivados para autocontrolarnos, para no dejarnos llevar por los impulsos más primarios. Y eso no tiene nada de débil o light. Todo lo contrario. Es la mejor manera, como indiqué, de modelarnos artísticamente. Y eso exige esfuerzo. Sólo que trae consigo un gozo humano, realmente humano, muy superior al que se obtiene con la pura violencia. Hasta aquí lo que la ética, teórica y prácticamente, implica en su oposición a la violencia. En primer lugar, incita al individuo a que no la tolere en ninguna de sus formas. En segundo lugar, y de modo indirecto, sugiere la participación sociopolítica en todos aquellos proyectos que vayan en detrimento de un mundo violento. Todo ello argumentando, con energía y sin someterse a la fatalidad de la tradición, a la tiranía de las costumbres o, cosa importante, a la seducción con que muchas veces se reviste la

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violencia. Pero la ética no es algo etéreo. Es un modo de comportarse que vive en el reino de la libertad. Y el reino de la libertad es el de la cultura. Los humanos somos seres culturales que aprendemos diversas técnicas, las maneras de comportarnos, y que, luego, trasmitimos a otros pueblos o a otras generaciones. La ética, lo vimos, es la parte más alta de dicho comportamiento. Y por eso supone el amplio ámbito de la cultura. De ahí que si queremos llegar a una ética de la no violencia, no tengamos más remedio que ir poniendo los cimientos, las bases de esa ética antiviolenta. Y esas bases o cimientos no son otros sino la cultura . A ella pasamos para acabar ya. 10) No voy a detenerme mucho en exponer qué es la cultura. Desde luego no es esa idea pseudopopular según la cual la cultura consiste en vestir bien o ir, sin entender demasiado, a un concierto. La cultura, y dentro de las mil definiciones que de ella se dan, hace referencia a ese espacio que, más allá de los condicionamientos genéticos, posibilita que se abran todas las formas de comportarnos que llamamos humanas. De ahí que la ciencia, el arte, la religión o la política sean conjuntos de memes (unidades mínimas de cultura como los genes lo son de la genética) y que van tomando distinta forma según el lugar y el tiempo en el que crezcan. Así, los chinos tienen una cultura, los marselleses otra y los bosquimanos la suya. Existen, naturalmente, pautas comunes y deben existir normas que limiten los excesos de tales formas culturales, como sería, y es un ejemplo sangrante, la ablación del clítoris. La cultura suele trasmitirse de muchas maneras pero las sociedades han diseñado espacios para que, de modo institucionalizado, fluya la cultura. Son las escuelas. Los chimpancés, por cierto, poseen unas rudimentarias escuelas, proporcionales a su rudimentario componente cultural. Y el gran despegue de la civilización, que tuvo lugar en Sumeria hace unos 5.000 años, se vio impulsado por la implantación de las escuelas. Ella suele ser, en suma, el mecanismo de transmisión de la cultura . Ahora bien, la guerra y la paz son, en este sentido amplio, conductas culturales de la sociedad humana. Es ésa la situación. 11) La ética también es una forma de cultura. Pero, al revés que el arte o la ciencia, se ocupa de los bienes y de los males morales. Y es, podríamos decirlo así, la parte más noble de la cultura, la última conquista, lo que realmente nos constituye como humanos. Si esto es así, quiere decir que para poder ser morales los distintos niveles culturales que la preceden son de una enorme importancia. Efectivamente, a un desarrollo cultural determinado le siguen unas posibilidades morales determinadas. Con esto no quiero decir que la cultura, por sí misma, lleve a la moral, como parece indicar Kant, pero sí que la cultura ayuda a ser morales y que ciertos rasgos culturales son la antesala de la moral. Voy a fijarme en esto último. Uno de los fracasos mayores de los grupos políticos en concreto y de la política en general ha consistido en su poca o nula capacidad pedagógica. No se enseña desde la infancia a abrir conscientemente el propio campo de la libertad, a respetar a todo el mundo, a sentir gozos comunes, a gustar de lo que es bello, a ser duros con la injusticia, a crear, en fin, un ámbito en el que, después, cada uno recree moralmente lo que está ya implícito en ese molde cultural. Se ha solido afirmar, y con razón, que la mejor introducción a la moral es el amor. Un niño sin amor puede acabar siendo un psicópata, un amorfo o simplemente un indeciso que se eterniza actuando. La madre, el ambiente familiar o las personas próximas a la infancia de un niño pueden conseguir que nazca en él la estima a los otros y su autoestima. Así gana autonomía y está dispuesto a obrar moralmente. ¿Qué decir entonces sobre la relación de la cultura con la violencia?

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Antes de nada que la moral debe enfrentarse a la violencia a través de los filtros culturales de nuestra sociedad. Dijimos en su momento que la violencia, aunque muestre algunos picos monstruosos, atraviesa todo el cuerpo social. La reacción, en consecuencia, ha de ser similar. Cuando se habla, con una expresión que es ya tópica, de “cultura contra la violencia”, lo que se debería querer decir es que hay que activar todas las instancias culturales para taponar las muy variadas violencias. Últimamente estamos padeciendo, y es un ejemplo desgraciadamente cercano, la violencia de género. Se han estudiado con detenimiento sus causas: el factor del tradicional machismo, las posibles perturbaciones generadas en una infancia violenta, el alcohol, etc. ¿Qué dirá la moral al respecto? Además de recordar que la mujer (como el niño, como el anciano, como todos) es un ser a respetar, insistirá en que deben arbitrarse todos aquellos instrumentos sociales que trunquen la violencia en cuestión. Si nos volvemos ahora a los niños (o a los adolescentes, que por sí mismo es un tema aparte y también profusamente estudiado) tendríamos que decir cosas muy parecidas. En todas nos aparece una estrecha conjunción entre cultura y moral. Y esto nos conduce al muy específico problema de la violencia de los jóvenes. Con ello acabaremos. La violencia de los jóvenes se puede entender en dos sentidos: la que se ejerce contra los jóvenes y la que practican los jóvenes. Respecto a la primera, y teniendo presente todo lo que hasta el momento hemos dicho, conviene añadir que es esencial crear un cordón protector que defienda al joven y al niño de las actitudes violentas de los adultos. A tales niños o jóvenes les competen no sólo los derechos que en cualquier individuo reconocemos sino unos muy específicos: los de pertenecer a una zona más indefensa de la sociedad. Debemos, en este sentido, respetarles al máximo, mimar su autonomía, exigirnos promover todas aquellas estructuras que posibiliten su crecimiento. Y para ello es necesario precisar nuestra moral, afinar la ética para poder fijarnos en la específica situación del niño o del joven. Volvámonos ahora a la violencia que ejercen o pueden ejercer los jóvenes. Aquí está fuera de lugar el paternalismo. A la altura de su etapa de la vida tenemos que exigirles una radical conducta antiviolenta. Y en este punto vale, proporcionalmente, lo dicho anteriormente. Pero, cosa fundamental, es nuestro deber crear un contexto cultural que ahogue la violencia. Un joven expuesto a vivencias, imágenes, juegos, actividades pseudoculturales violentas internaliza la violencia. Esto, repito, es esencial. De ahí la importancia de una verdadera revolución cultural antiviolenta. Tal revolución tiene que partir del corazón de la sociedad. Sólo me queda añadir que sería un don de los dioses que esos deseos se realicen. Porque la violencia humilla, seca la raíz de la vida, genera sufrimiento y, lo más decisivo, nos hace más infelices. La ética, por el contrario, es la búsqueda, ininterrumpida, de la felicidad.

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Fernando Savater: El susto de los niños

Cuando alguien tiembla al oír el ladrido feroz de un perro o al ver la silueta amenazadora de un perchero en la penumbra del dormitorio le decimos: “no seas niño”. Uno de los datos definitorios de la infancia es el miedo espontáneo e incontrolable: constituye su tortura específica pero también, quizá, su secreta delicia. Y hasta es probable que nuestra nostalgia de aquellos primeros años oficialmente inocentes se alimente del recuerdo apenas confesable de ciertos escalofríos... Es niño por excelencia el que no sabe lo que va a pasar, el que no está familiarizado aún con las rutinas de la realidad (lo “posible” y lo “probable”), el que admite sin escándalo –pero no sin sobresalto- que ocurra cualquier cosa. El niño tiembla ante lo desconocido, de espanto cuando imagina terrores inconcretos pero también de gozo porque todo es aún prodigioso y nuevo. Por eso entra en el mundo como en un cuarto oscuro, suponiéndolo enorme y pavoroso. Después, poco a poco, se van encendiendo las luces hasta que puede ver que la habitación es razonablemente pequeña, vulgar y bastante sucia. A esa revelación tendrá que resignarse a llamarla madurez. Quizá más tarde, si tiene suerte y los años le van empujando hacia la lucidez, acabará por descubrir que la tiniebla no se ha disipado, que le acecha cada vez más cerca y que el pavor infantil acertó en su diagnóstico. Este miedo sobrevenido contradice la madurez obligatoria del adulto y le socava sin hacerle disfrutar: las personas mayores ya no sabemos jugar con nuestro miedo, como hicimos de niños. Por eso añoramos los escalofríos de la inocencia al sentir los del conocimiento... Los niños juegan al escondite con el pánico con la misma seriedad jubilosa con que corretean por el parque. Les encandilan los cuentos espeluznantes y la casa embrujada de la feria porque forman parte de su entrenamiento para sobrevivir en el universo amenazador. Antes de saber qué va a pasar tenemos que aprender a soportar el miedo de no saber lo que va a pasar: y la mejor preparación para sobrellevar sin achantarse el monstruo posible es imaginar que ya ha llegado y corre tras de nosotros con zarpas afiladas. Las brujas y los ogros de antaño, las malévolas criaturas que nunca faltan en las películas de Wald Disney, los vampiros, los licántropos y zombis, el tierno Frankenstein y el achicharrado Freddy Krugger, las fauces del tiburón blanco y los tentáculos del pulpo gigante, la criatura que gruñe chirría en el fondo del armario ropero cuya puerta mamá dejó entreabierta descuidadamente al salir del dormitorio apagando la luz... son sencillamente ensayos. Gracias al desafío de esas pesadillas grotescamente explícitas el pequeño recluta adquiere ánimo para afrontar las otras, las que aún no distingue y ya teme, las que llegarán mañana envueltas en las pompas menos románticas de horarios de oficina, consultas en el hospital o bombardeos supuestamente inteligentes. La niñez puede permitirse ese duro adiestramiento porque es impresionable pero se mantiene invulnerable todavía ante la peor de las amenazas: la desesperanza. Los adultos sentimos añoranza de aquellos terrores iniciáticos mientras nos vemos acosados por otros menos controlables y mucho menos deliciosos. Y muchas

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veces los grandes prebostes que rigen nuestros destinos se encargan de aniñarnos con fantasmas imaginarios -en los que, por fidelidad al pasado, quisiéramos creer- para que no miremos cara a cara los auténticos males que trastornan nuestra convivencia: la ambición, el hambre, la injusticia y la prepotencia. Pretenden que seamos como pequeñuelos que aún no saben lo que pasa ni lo que puede pasar y buscan en el regazo de los papás tonantes refugio contra espectros y dragones. Ah, no, no lo consintamos: por fidelidad al niño que un día cerró los ojos con escalofrío para aprender mejor a mirar lo insoportable, debemos abrir bien los nuestros y plantar cara a las monstruosidades que quieren vendernos como efectos colaterales de la civilización necesaria pero nunca necesariamente impía. Aprendamos a coser los desgarrones del presente con la aguja de plata del sastrecillo valiente...

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Letras en Murcia

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Armenia o lo desconocido, por Antonio L. Bastida

Estaba en clase cuando apareció una chica hablando sobre un lugar llamado Armenia. No le di demasiada importancia. Cogí el coche al día siguiente, y escuché en la radio a la misma chica hablando sobre el mismo lugar desconocido, se decía no se qué de un genocidio de los turcos sobre los armenios en 1915 (cientos de miles de muertos), primer genocidio del siglo xx que no último y una diáspora por todo el mundo, pudiendo encontrar armenios allá donde se fuera en la actualidad. Se comentaba también que el embajador de ese país misterioso no tenía embajada donde residir. Seguí sin darle demasiada importancia. Al poco tiempo me percaté que había unas jornadas sobre Armenia (aquel lugar sin lugar) y que daban una película de Elia Kazan América, América, aclamado director de origen griego que entre otros títulos había dirigido la famosa y también aclamada La ley del silencio que protagoniza uno de los iconos del cine Marlon Brando. Esto me motivó a ir, sin pensar en Armenia para nada. Dos horas de película bastante buena y una hora que sobraba fueron el resultado. Dos horas de relaciones humanas entre minorías oprimidas, (griegos y armenios en el imperio otomano de 1915) a las que turcos “imbéciles” (en la realidad de 1915 y en la misma película) asediaban sin piedad, ensañándose especialmente con la minoría armenia. Estas dos horas estuvieron bien narradas y con estilo original en ocasiones, primeros planos de caras desencajadas por el miedo, la alegría, la desconfianza, son ejemplo de ello. Salí cansado pero consciente de la magnitud de lo sucedido en el pasado, creciendo mi interés y esperando con ansia el recital poético En clave armenia, notas de una escala poética. Allí aparecí de repente, sin saber por qué, ni cómo, ni cuándo, pero allí aparecí. Acto organizado por el Aula de Humanidades de la universidad de Murcia; dirigido el Aula y el acto por Vicente Cervera Salinas, catedrático de literatura hispanoamericana de la misma universidad. Acto que organiza, acto que roza la perfección si no la toca. Perfección en literatura y sobre todo en emoción. Allí estaba, sumido en un trance poético armenio lleno de emotividad. Y allí estaba esa chica, que me perseguía o la perseguía yo, el caso es que nos encontrábamos. Cabe destacar el baño de sabiduría poética que me di, y el disfrute ante las parábolas armenias allí recitadas con maestría por los que tienen experiencia en organizar buenos actos. Abrumado, salí, me encendí un pitillo y me fui a casa. Al día siguiente me vi sentado inexplicablemente en el mismo asiento, lugar, sala. Conferencia de Gonzalo H. Guarch sobre su libro El árbol armenio, pero sobre todo el genocidio sufrido por el pueblo armenio era el tema a tratar. Fíjense si estará olvidado, denostado e interpretado dicho genocidio que este escritor de novela histórica hablaba de un millón y medio de muertos, en la radio se comentó que sobre el millón y yo por mi cuenta había encontrado ochocientos mil masacrados por la 102


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historia. Historia de los genocidios del siglo xx que comienza aquí, triste historia. Tras la exposición sincera de la relación con Armenia de este erudito total del tema, en la que narró incluso como los turcos llevaron a cientos de miles de familias enteras al desierto, muriendo por el camino unos, asesinados otros, y olvidados todos, brillando sus huesos en el desierto de la memoria; se produjo una tanda de preguntas que hay que calificar de trascendentales para el que tenga corazón. Armenios allí presentes hablaron y sé de buena fe que se emocionaron. Hasta que llegó una pregunta que me indignó: “¿es que no se puede cambiar esto?”. Señor adulto convenientemente aburguesado que seguro piensa que no. Respuesta que me inspiró. Gonzalo H. Guarch dijo que claro que sí, que si la juventud, que si hay que mirar hacia delante, que si no a la violencia y sí a la ética. Pero al mencionar como esperanza el Tribunal Internacional contra el Genocidio olvidó que no han firmado sus cláusulas por decisión propia, países tan relevantes en el mundo actual como China, Rusia y sobre todo Estados Unidos. Después de almacenar en la memoria la frase “ponga un armenio en su vida”, terminó el acto. Me fijé y allí estaba la chica al lado del escritor, toda la conferencia y yo sin darme cuenta. La chica se llama María José Carrasco Tébar y había sido lectora de español en Erevan (capital de Armenia) siendo encantada por aquella tierra y por un italiano que allí conoció (como es la vida: España, Armenia, Italia). Ella había provocado este sueño en clave armenia.

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Entrevista a Eloy Sánchez Rosillo, por Antonio L. Bastida

Antonio Bastida: Sobre su poesía, ¿es casualidad que sus tres primeros libros empiecen con textos como El poeta, El poema, Otra vez el poema? Eloy Sánchez Rosillo: No, por supuesto casualidad no es, si es en cierto modo casualidad que esos poemas llegaran a existir porque yo nunca me he propuesto construir un poema sino que lo que he hecho es darle cauce a poemas que iban naciendo en mí, pero no tenía un plan previo para hacer un poema que hable sobre la poesía. Uno tiene a veces intenciones de hacer algo sobre un tema y ese tema no acude nunca lo cual no quiere decir que no te interese. Esos poemas tienen cierta continuidad en mis libros y en todos, creo, hay algún poema sobre ese asunto: el misterio de la creación, sobre cómo surge el poema. Quizás se deba a que yo no soy dado a escribir ensayos o poéticas que hablen de ese tema. Creo que el lugar donde debe hablar el poeta de todo -incluso de la poesía- es en la poesía, que para eso es lo suyo. A.B: Entonces ya no le pregunto sobre la invocación del poema ni de la metapoesía. En su poesía el recuerdo en particular y la memoria en general son los temas más recurrentes, que también relaciona con el amor, la melancolía, como dice en el primer poema de su libro La vida: “la realidad y el sueño y la memoria dónde empiezan y acaban”. Hable sobre esta cuestión. E.S.R: Es cierto que en mi poesía tiene una importancia grande el recuerdo. Yo soy, o eso dicen, un poeta con tendencia a lo elegíaco. Lo elegíaco siempre es la hermosura o la alegría del mundo, no cuando está sucediendo sino cuando ya ha sucedido, es decir, cuando está en el pasado y a éste sólo podemos acudir con el recuerdo, con la memoria. Por eso en mi poesía hay muchos poemas que están apoyados en recuerdos pero también sucede y sobre todo, cuando uno tiene ya cierta edad que a veces el recuerdo de lo vivido no es o no te parece a ciertas alturas de la vida muy distinto al sueño o a lo imaginado, es decir, todo se entremezcla un poco. Cuando uno es joven las cosas son para él muy concretas, cada cosa es esa cosa, pero cuando uno va teniendo más edad y tiene cierta creencia del mundo y del tiempo, los límites entre lo vivido, lo soñado, lo imaginado o lo pensado se van entremezclando quizá porque en el recuerdo hay ya tal cantidad de cosas que todo se entremezcla un poco. A.B: Ahora un poco de su lenguaje y su estilo. Quizá piense que la poesía debe ser accesible a todas las personas y por eso, esa tendencia en su obra a una claridad, pero que no es tan clara. Desde Maneras de estar solo, libro por el que le dieron el Premio Adonais, hay una tendencia a una claridad, pero como digo, no tan clara. E.S.R: Es que no hay que confundir claridad o sencillez con simplicidad o simplismo, es decir, la claridad es clara pero no simple, es muy compleja y muy misteriosa. El agua, por ejemplo, es transparente y es clara, pero ¿habrá algo más misterioso que el agua o que un cristal? Conseguir esa claridad y esa transparencia,

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como tú puedes imaginar, cuesta muchísimo trabajo. Ese trabajo no debe notarse en el resultado final sino ya no sería tal transparencia. A.B: Sobre todo desde Maneras de estar solo hay un cambio evidente. E.S.R: Sí, en mi poesía yo creo que desde el principio ha habido un proceso no deliberado, natural de despojamiento. Y eso es natural también, creo, en cualquier actividad del ser humano, es decir, en el ser humano en general se dedique a lo que se dedique. Cuando somos muy jóvenes tendemos más al barroquismo, a querer abarcarlo todo, que en el poema esté el mundo entero. Luego, uno se va dando cuenta de que es mucho más efectivo y que llega mejor a quien reciba ese poema, a ese lector que todos imaginamos, un poema en el que hay pocas cosas pero dichas con nitidez y puestas en su sitio con claridad, es decir, cuando no mezcla uno siete mil cosas en el mismo poema, cuando hay emoción única seguramente es más fácil que llegue más directamente al corazón y a la mente de quien lo lea. A.B: Su relación con Italia: he leído la traducción de la antología de Leopardi y el prólogo escrito por usted, me parece que hay una estrecha relación entre esa tierra y usted. Aparte el prólogo me parece muy bueno, me gustó eso de estar navegando por los poemas de Leopardi por su tierra, Sicilia. E.S.R: Italia es un país que yo descubrí cuando era aún bastante joven, fui allí por primera vez si no recuerdo mal en el año 73, yo tendría unos 25 años y me quedé realmente impresionado. Yo soy un admirador de Italia como cualquier persona decente y también de algunas cosas de la cultura italiana que en realidad es similar a la nuestra, es un país también mediterráneo, latino… Nunca me he sentido extranjero en ese país ni me siento tampoco extranjero en su cultura y algunas de las cosas de su cultura las admiro sobremanera como es por ejemplo algunos poetas suyos. No hay muchísimos poetas italianos que me interesen, pero claro, no hay muchísimos poetas que me interesen en ningún otro país. Quiero decir que en todos los países hay pocos poetas grandes y verdaderamente imprescindibles y Leopardi es un poeta que yo no lo considero ni siquiera italiano, es tan cercano y lo admiro tanto que lo considero algo propio, pues sí, nació en Italia, pero no es ajeno a mí ni mucho menos. A.B: ¿Qué piensa acerca de que La poesía es un arma cargada de futuro? Como diría Celaya, es decir, la poesía como instrumento social ante los más oprimidos y como manera de reivindicación y más hoy en día como van las cosas: guerras, terrorismo… E.S.R: Bueno, la poesía, en el sentido de arma efectiva y contundente para luchar contra la injusticia no me parece que sea la más adecuada, quiero decir, no ha habido nunca ninguna tiranía que haya caído a base de poemas sino a base de fusiles y a base de cañonazos, a los tiranos no se les quita de su sillón si no es con esos métodos expeditivos. Lo que hace la poesía es otra labor y no menos importante, puede ser un arma cargada de futuro pero siempre lo es porque en el presente hace poco, me refiero a que puede ser algo importantísimo para cambiar el mundo pero sus efectos no se notan en el presente sino que son lentos, va calando en el corazón de las personas sean poetas o no sean poetas porque todos tenemos sentimientos poéticos y aquellos que leen poesía y los que la escriben también mejoran en cierto modo al ser humano, a su manera de andar por el mundo. Y entonces si se fomenta la lectura de la poesía como de otras cosas: la música, la pintura, la cultura en general. El hombre en esa escala que va desde el mono hasta Einstein va subiendo, si no se fomenta la cultura seguramente descenderemos en esa escala y nos aproximaremos más cada vez a lo indeseable. Pero 105


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en fin, ya digo que como arma social así entendida no es muy efectiva realmente ni debe ser, no es el papel de la poesía el luchar o estar en primera fila contra la injusticia, las palabras no matan a nadie y menos a los tiranos, a los que hacen que el mundo sea en muchas ocasiones algo inhabitable, eso hay que hacerlo de otra forma. A.B: ¿Cuáles son los poetas que más le han influenciado en su vida? E.S.R: Es muy difícil para un poeta, creo yo, que tiene ya cierta edad como es mi caso, decir qué cosas me han influido y qué cosas no. Yo quiero pensar que todo lo hermoso que he leído en poesía desde que yo comencé a leer, algún poso habrá ido dejando en mí, y no sólo la poesía, también las otras artes, el mundo, la vida en general. Decir que me ha influido Shakespeare u Homero, yo creo que eso no es muy serio ni muy certero, ojalá fuera verdad, eso es lo que queremos todos, vaya usted a saber. Siempre el resultado de la voz de un poeta es la mezcla de otras muchas voces, que son su tradición o la tradición en general y también cuando todas esas voces ajenas han sido asimiladas por el poeta surge quizá su propia voz que se añade a ese coro general de voces que siempre es la poesía auténtica. Porque la poesía auténtica no es obra de un solo ser sino que se inserta en una tradición que viene desde lejísimos.

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