LEYENDAS DEL PLAYGROUND

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caería pronto en el peor de los olvidos, lo que suele actuar como estímulo para acelerar el proceso de destrucción en espíritus más bien frágiles como era el suyo. 'En parte una estrella y en parte un carácter insólito', decía Anthony McCarron en aquel monográfico publicado en SLAM en 1998 ('FLY ON THE REBOUND - An update on a basketball legend'), el mejor de cuantos se hayan escrito sobre Fly hasta ahora. El Boletín Interno de la Universidad de Austin Peay lo publicó íntegramente aquel año para que pudiera ser leído por todos los alumnos. Aquella entrevista no fue más que un prolongado y sereno paseo al azar entre ambos que arrancó en la New Lots Avenue, al este profundo de Nueva York. McCarron advirtió enseguida con qué tipo de personaje se las vería. Fly hablaba por los codos, animado por ese ingenuo narcisismo propio de las Leyendas del asfalto todavía vivas. Habló del juego y de sus proezas, repitiendo hasta la saciedad lo bueno que era, el más grande de todo Brookyn, decía, conocido y admirado por todos. 'All city, baby, all city, yeeeahh'. Pero omitimos la parte relatada en las tres entregas anteriores para dar el obligado salto cronológico en la entrevista y situarnos en el punto que nos interesa, el de su decadencia deportiva y rápida precipitación a los infiernos. 1982 es el año en que Fly acude a una de tantas fiestas nocturnas por los aledaños de Brownsville. Y aquella noche pasó lo que más que temprano que tarde tenía que pasar, su primera y atropellada experiencia con las drogas. 'Solíamos buscar cosas nuevas, nuevas sensaciones, y claro... las drogas. Ya entonces vivía un absoluto desorden'. Fly lo pasó muy bien aquella noche, demasiado bien. A partir de aquel momento ya no habría freno para él porque anímica y mentalmente no encontraba razones para detenerse.'Fueron momentos salvajes. Incluso hay muchas cosas que no recuerdo. Cuando tienes la cabeza fuera de su sitio lo más normal es que no seas consciente de lo mucho que haces. Sí, es una parte de mi vida que no me gustaría haber vivido en absoluto'. Todo aquel desenfreno no se detuvo hasta 1988, momento donde acarició la muerte por segunda vez cuando llegó a pesar apenas 48 kilos con una estatura de 1.96 (una desproporción mucho más grave que los raquíticos 79 kilos de Manute Bol en 1985). Pero aquella artificial anorexia vino precedida del peor intervalo en la vida de Fly Williams, cuando curiosamente se convirtió en una increíble celebridad al este de Brooklyn, casi de la de un modelo a imitar.

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