LEYENDAS DEL PLAYGROUND

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la NBA (no más de cinco en suma). No se equivocan quienes le sitúan incluso por encima de ellos pues Hammond alcanzó la milagrosa cifra de 50 puntos en aquella segunda mitad que le otorgó el MVP del torneo. Pero los 39 de Julius Erving y la eterna lógica de este deporte justo inclinó la victoria para los Westsiders después de' ¡dos prórrogas! y la urgente presencia de los responsables de la escuela para improvisar el alumbrado luego de caer la mágica noche sobre el paraíso. Después de aquello Hammond se ganó una corona muy especial en el folklore profundo de las tribus neoyorquinas. Casi un cuarto de siglo después, aquel partido continúa siendo recordado como el mejor y más legendario en la historia de Harlem.

Después de aquel día la Rucker quedó consagrada definitivamente como el santuario más genuino del Baloncesto negro en el mundo, una cima de la que sólo podía devenir una lenta decadencia como la historia demostraría después. La fama de Hammond creció como la espuma (mucho más que la de Manigault) ganándose para siempre el apelativo de 'Destroyer' por su ensañamiento en destrozar al defensor que tuviera delante. Al poco su colega Wingo se enroló en los Jets de Allentown y consiguió convencerle para seguir sus pasos. Fue un bonito propósito de alejar en lo posible a Joe de sus peores vicios con la excusa de llenar ratos libres, extender su sadismo sobre víctimas 'arregladas' y por qué no, hacerlo además bajo techo cuando el frío y el agua anegaran la ciudad. En los peores momentos de la infeliz Eastern Basketball Association -así llamada entre 1970 (EPBL) y 1978 (CBA)- se llegó a no cobrar por jugar e incluso podían bastar cinco hombres por bando para empezar el partido y resistir así la competición en torno a un baloncesto de escaparate barato, un curioso mercadillo ambulante donde la ociosidad de algunos ojeadores podía encontrar nido. Y en los graderíos de colegio donde jugaban los Jets, habitualmente vacíos, empezaron a prodigar las frías carpetas - 26 -


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