Guardagujas 59

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dos Kelly A.K. / Fernando Acevedo / Javier Acosta / Oswaldo Adrián / Adriana Agrelo / Orfa Alarcón / Janitzio Alatriste / Stephanie Alcantar / Edilberto Aldán / Gustavo Aldán Ahedo / Mario Alonso / Carlos Alvahuante / Juan Álvarez / Francisco José Amparán / Salma Anjana / Óscar Aparicio / Nazul Aramayo / Gustavo Arciniega / Ariel Arias / Mónica Ávalos Valladares / Édgar Omar Avilés / Alejandro Badillo / Gilberto Barrón / Geney Beltrán Félix / Kurt Lester Benze Hinojosa / Sabina Berman / Victor Bezrukov / Liliana V. Blum / Daniela Bojórquez Vértiz / Carmen Boullosa / Adán Brand / Pablo Brescia / Carlos Bustos / Víctor Cabrera / Agustín Cadena / Sofía Yolanda Camacho Padilla / Marco Antonio Campos / Miguel Cane / Luis David Canul Suárez / Marlén Carrillo Hernández Ferman / Rodrigo Castillo / Gilberto Castrejón / Libia Brenda Castro / Germán Castro / Raquel Castro / Ludim Cervantes / Nadir Chacín / Alberto Chimal / Gabriela Conde / Dalí Corona / Elma Correa / Luis Cortés / Merilyn Cortez M. / Arcelia M. Cruz Zavala / Norma Yamille Cuéllar / Yadira Cuéllar / Ximena Cuenca / Gabriela D’Arbel / Gabriela Damián Miravete / Gustavo de Alba / Óscar de la Borbolla / Itzul de la Rosa Núñez / Carlos Antonio de la Sierra / Norberto de la Torre / Minerva Delgadillo / Omar Delgado / Carlos Eduardo Delgado Gutiérrez / Carlos Díaz Reyes / Adriana Irais Dorantes Moreno / Patricia Dubrava / Mario Dux Castel / Adán Echeverría / Jeanne Enríquez / Pedro Escobar / Alejandro Espinoza / Zaira Eliette Espinoza / Tania Espinoza de la Garza / Ricardo Esquer / Cecilia Eudave / Ruy Feben / Marcial Fernández / Francisco Fernández / Jorge Fernández Granados / David Fernández Rodríguez / Agustín Fest / Rogelio Flores / Malva Flores / Arturo J. Flores / Dorismilda Flores Márquez / Jesús Ricardo Flores Márquez / Antonio Flores Schroeder / Eudoro Fonseca Yerena / Juan Frau / Luis Carlos Fuentes Ávila / Ariadna Gallardo / Salvador Gallardo Topete / Nancy Gallegos / Dayanara Galván González / Eduardo Garay Vega / Iris García Cuevas / María Guadalupe García Martínez / Christian García Mirafuentes / Ileana Garma / Sergio Gaut Vel Hartman / Hugo Gómez / Laura Verónica Gómez / Alicia González / Gerardo González / Candelario González Santana / Mario González Suárez / Armando González Torres / Mónica González Vázquez / José Gordon / Héctor Grijalva / Luuk Gruwez / Patricia

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gracias

lotófago agustín fest

Why are we weigh'd upon with heaviness, And utterly consumed with sharp distress, While all things else have rest from weariness? All things have rest: why should we toil alone (...) Alfred Tennyson

L

a vida se ha vuelto más interesante. Echado frente al palacio donde solía vivir, paso mis días revolcándome en la tierra para tratar de quitarme el olor a sal que se ha impregnado en mi piel, a falta de cuidados, a falta de caza. Ya no me extraña, ni me preocupa, que se aparezcan las Parcas. Las hermanas me observan, calladas, jugando con sus materiales, y entonces mi presencia se vuelve incierta. Cierro los ojos esperando despertarme en otro lugar. Todavía no pasa. Me quedan días, horas, no lo sé. Justo ahora que la vida se ha puesto interesante. Hace poco salió el hijo del Cazador. Apestaba a miedo y amargura. Los hombres son como la tierra; su vida se desentierra como un tesoro, o un hueso, a través de los olores. Conozco bien al hijo del Cazador. Sus olores me son familiares. Sin embargo, una capa de miedo y amargura tiene años acumulándose en su piel. Si persiste es lo único que se sabrá de él. Desde que se fue el Cazador, Ciento Ocho hombres vienen todos los días a su palacio, a robarle sus presas y consumir su vino. Aunque conté sus olores ya los miro como una sola presencia, codiciosa y funesta. Fui de los primeros a los que dejaron de alimentar para darles de comer a ellos. No me echaron, me eché solo. Algunos sirvientes permiten que regrese y me robe una gallina por respeto a que fui el segundo del Cazador. Esos son buenos días. Los Ciento Ocho salen y entran del palacio. Su olor a codicia crece día con día. Tiene poco que se les huele inciertos. Entonces presto atención: la gente murmura en la oscuridad, detrás de las paredes, se vigilan unos a otros, hablan de un regreso, y finalmente aparece la diosa lechuza, que se disfraza caprichosamente de viejo o de joven, y engaña con sutileza para provocar quién sabe qué cosa. Algunas veces ella me observa con curiosidad. Su mirada me recuerda cuando era pequeño y me distraía algún movimiento entre los arbustos. Es intensa y espontánea. Por algo lo hará. Se acerca un viejo vagabundo. Una ráfaga de viento empuja una multitud de olores. Mi curiosidad despierta. También despierta el olor a lechuza. La diosa me vigila. Las Parcas se ven más claras que otros días. Conmovido, rasco una de mis orejas. Hace mucho que no me prestaban tanta atención. Camino despacio hacia el hombre. Prudencia y lentitud. El Viejo Vagabundo se percata y parece recibirme. Se acerca sin vergüenza, sin temor. Tal vez es un espíritu bondadoso. Confío en que no piensa alejarme a patadas o molerme a palos. Ojalá le sobre un pan. Ojalá quiera un compañero. Soy nadie desde que se fue mi compañero, el Cazador. Acompañar a otro estaría bien. El Viejo Vagabundo camina erguido, preparado, valiente. Entiendo, por su postura, que podríamos ser muy buenos compañeros. Los espíritus nos observaban con interés, la diosa parecía enojada, como si mi intervención pudiera descomponer el resultado de todas sus intrigas. Que se enoje. Acerco mi nariz a los pies desnudos del hombre. Huele a lechuza como la diosa. Comprendo la rectitud de su espalda al caminar: No es un Viejo Vagabundo; es otra cosa. Usa un disfraz para confundir a los hombres. Comienzo a socavar en el Hombre. Descubro el tiempo cuando este se detiene. La diosa lechuza amenaza como una sombra que repentinamente cubre el cielo. ¿Se enoja porque meto las narices en su truco? Pues enójate, pienso, qué me importa. Espiro, aspiro. Las Parcas no me detienen y su silencio me regala tiempo. Debo aprovecharlo. Tengo que saber. Huele a sudor y adrenalina de una pelea, músculos contraídos. No hay sangre reciente, es victorioso. La victoria parecía sentarse sobre él como un olor natural. Hay olor de palacio frío, pequeños fragmentos de los Ciento Ocho. Interesante: ¿también él es parte de lo que sucede? Hay un profundo olor a desprecio, como igual los desprecia el hijo del Cazador que muerde sus dientes cuando duerme y alcanzo a escuchar aun estando lejos del palacio. Duerme con los cerdos. Que rico, ojalá me regalaran uno. Si soy su compañero, dormiríamos juntos con los puercos y tal vez podríamos comernos uno. Tiene rato que se disfraza con otros olores. Socavo. Huele al hijo del Cazador. ¿Lo toca? ¿Lloraron juntos? Sí, olor de lágrimas en su espalda y su cabello. El disfraz se evapora, pero no me dejo engañar por los ojos. Así engañan los dioses a los hombres. Tierra nueva, desconocida, plantas que no son de aquí, árboles de madera sagrada y un mar distinto. Es piedra de otro palacio, viste ropas de telas que me son ajenas y la piel de una mujer joven, fértil. ¿La mujer lo desea? Se tocan los brazos, apenas un roce. Ella ofrece las ropas que lo visten en ese lugar. La siguiente capa es el 3


tres

Con Lotófago, Agustín Fest obtuvo el primer lugar en el Concurso Nacional de Cuento “José Agustín” 2012

2 hombre, de nuevo, naufragando en aguas turbias. Sujeto con desesperación a un pedazo de madera. ¿Pues qué le hizo al dios del agua? Son muchas capas donde lo tortura, donde recubre su cuerpo con agua, con sal. Ah… pregunta más necia. Yo no le hice nada y estoy igual. Espiro, aspiro. Mis orejas acarician los pies del Hombre para recoger otra capa de olores. Sospecho, y las Parcas, en consecuencia, se acercan por órdenes de la diosa. Relamo mis bigotes. La furia de la diosa me divierte. En la siguiente capa hay más de esos seres deleznables: una diosa de agua que lo carga en brazos, la diosa de arena lo monta. Debe ser un Hombre muy despreciable, o muy importante. Una capa muy grande, engañosamente jugosa. Muchos días se alimenta bien, bebe vino en abundancia y todas las noches copula con la diosa de arena. El olor me confunde. También llora. Supongo que se lamenta de sus músculos atrofiados al vivir atado del cuello a un árbol, como un pequeño, y lo usan como un domesticado. Llora por libertad. Qué capa tan grande y tan miserable gracias al hedor de su enfermedad melancólica. La diosa de lechuza estalla en amenazas. Las Parcas extienden sus manos hacia el hombre. ¿Pensaba llevárselo a él en vez de a mí? Es injusto, pero no importa. No sé quién es. Es lo más divertido que he encontrado en mucho tiempo. Aspiro, espiro. Un olor despierta el don de la memoria: corría junto al Cazador, buscábamos gamos y jabalís, en sus manos un arco de divina puntería y los brazos de un héroe. Entonces mis dientes no dolían. Hoy si meto los dientes a una gallina sin cuidado es muy seguro que se rompan, pero ayer… ayer era tan fácil despedazar la carne y correr sin el dolor de los huesos. Era tan fácil. ¿Será él? Si fuera él, entregaría mi vida gustoso. Abandonaría la investigación para cesar los berrinches de la diosa lechuza y así las Parcas me señalarían a mí. Sin embargo… todavía faltan olores. Todavía no completo al Hombre. Ha acumulado tanto que es difícil conocerlo desde el origen. El tiempo sigue suspendido. Un tiempo que no existirá en memoria alguna, o en historia alguna, y que decide el destino de dos seres desiguales. Cosas suceden cuando uno injuria a una diosa. Aspiro, espiro. Mucho olor a mar, los vestigios de un trueno, el Hombre naufraga otra vez. Qué curioso. Mi nombre es el de un viajero y nunca tuve el placer de naufragar. Ignoro el suyo, pero el nombre que pasará a la historia como el signo de los viajeros será el que sobreviva este encuentro. Me divierte la idea de que algún poeta se entere de que hice enojar a la diosa, escriba mi historia y en ella el Hombre sea mencionado brevemente. De nueva cuenta lo miro agarrado a los restos de un barco, maderas desperdigadas, y él a la merced de las lluvias y de los tiempos. El océano impregnado en su cuerpo y su memoria. ¿Cómo los habrá hecho enojar esta vez? Ah, aquí la razón. Huele a reses de sol, reses blancas que son las mascotas de los dioses. También el olor de su sangre combinada con el sudor de otros hombres: ¿sus amigos?, ¿sus compañeros?, ¿traidores? Se roban las reses y los empujan a la crueldad del mar. El Hombre es el único sobreviviente. Sí, su piel no tiene rastros de esa carne, el olor es breve. Las Parcas se impacientan, quieren tomar una decisión, pero la diosa lechuza las atrasa. Le pesa el olor de esos otros compañeros. Él es el líder, huele a prudencia y engaño. Lástima que el viaje fue muy largo y que los dioses jugaran con él, porque el oro lo envuelve tanto como el valor y la victoria. Pasan muchas penas y mucha hambre. Las reses blancas me embriagan. Hago un esfuerzo para saltar a la siguiente capa. Me colman olores peligrosos y casi pierdo la cordura. Encuentro monstruos a los que no puedo ponerles forma, monstruos de múltiples cabezas y escamas en su cuerpo, monstruos de un sólo ojo que se alimentan de los humanos y los perros por igual. Sobre él cayó la sangre de sus hombres y la sangre de los monstruos. Lágrimas, sudor y adrenalina. Miedo no, nunca tuvo miedo. Los olores son tan potentes que me llevan con él. Estoy a su lado mientras sus amigos se transforman en cerdos cuando comen el pan y el queso. Unas yerbas dulces le permiten no verse presa del mismo designio. Lo miro como un testigo silencioso mientras copula con la peste de una mujer perversa y mágica. Miro a sus compañeros, los vivos numerosos, que expulsan cera de sus orejas y lo atan a madera para que unas mujeres con vientre de pez salten a besarlo. Un inolvidable olor dulce y amargo se entierra en su piel. Debo detenerme, casi puedo reconocerlo. La diosa me descubre y permite, dolida y mordaz, que las Parcas se aproximen al Hombre. Se acaban las negociaciones. ¿Me detengo? ¿O es cierto que puedo escoger el camino de la historia? ¿Qué historia puede tener un perro viejo, un perro que hace unos instantes deseaba morir? Me ataca el olor de los muertos, de otro mundo, pequeños fragmentos de esa tierra que cuando abandonas secan los jardines y cubren de invierno los árboles. ¿Cómo puedes morir sin morir? Deseo que me cuente de ese lugar… de la segunda y definitiva morada. La punta de sus dedos huele al cuero que encierra los vientos. Ojalá la tuviera para alejar a las Parcas. Hay una salida, un olor específico que me permitirá salvarnos. Lamo sus pies. En ellos todavía hay restos de loto… ¡Qué poderosos! El tiempo suspendido se convierte en espacio que desaparece. Las Parcas me señalan con sus dedos. Mis sentidos se nublan, me encuentro en otro lugar donde los pétalos de loto caen sobre mí. Justo cuando reconozco los últimos olores, la memoria se difumina y apenas importa nuestro nombre. Recuerdo cuando era un cachorro y un hombre parecido a él blandía con fuerza un hacha. Preparaba con amor el lecho nupcial, el lecho que se convertiría en el centro de Ítaca, nuestro pueblo. Su mujer descansaba junto a mí y me acariciaba detrás de las orejas. El Cazador recogió una vara, la aventó para que la persiguiera. Se esfuma el disfraz de Viejo Vagabundo, de Hombre, y mi cuerpo se vence a él, mi cabeza se desparrama en el piso, cierro mis ojos para no mirarle. Despertaré en otro lugar. Él murmura mi nombre. Se arrodilla entre los lotos para acariciarme, sus manos me dirigen al descanso, me acarician piadosamente y ayudan a retirar la sal encerrada en mi pelaje. Esta vez el viajero soy yo

hipotenusa

alejandra eme vázquez

Alinstanteminotauronoincriminescielonimarparanoincriminaranadie Wajdi Mouawad

Y pensé: nada es transparente pese a que la verdad sea exhibida en un museo todo puede ser acribillado en segundos todo puede ser perdido en décadas No voy a decir “qué más da” que lo he dicho siempre sin saberlo solo pido que el que aún tiene ojos los celebre con la vista de un incendio hermoso y sucio como el amor que entrego en fragmentos de pupila

el padre

Y

alberto chimal

pasó que en Gurauna, ciudad de las Tierras Blandas, era rico un tal Huru, y famoso por un vasto poder mágico: la habilidad de invocar a los espíritus de los muertos y obligarlos a hablar por su boca. Tan celebrado era que la clientela se le amontonaba afuera de su casa, y pagaban lo que él les exigiera, y nadie hablaba de otra cosa que de él en las calles y las plazas, y pronto se vio que los muertos empezaban a tener un poder muy vivo en la ciudad, porque la gente, desde la mendiga más humilde hasta el propio rey, seguía sus consejos y acataba sus órdenes. A esto se debió el enojo de Arud, un sabio local que descreía de todo salvo los sentidos del cuerpo y la razón de la cabeza; a esto se debió que él mismo fuera un día a la casa de Huru, e hiciera fila como todos los demás durante varias horas, y al fin entrara a su estancia, de paredes moradas e iluminada (mal) por velas negras. Huru lo recibió con sorpresa, porque le habían hablado de él y de su descreimiento. Arud, para calmarlo, le dijo que como todos en la ciudad creían, él deseaba creer también y pagaría por una prueba de su magia. Mientras el mago se preparaba Arud notó las bolsas en que su ayudante guardaba cocuyos y luciérnagas, para soltarlos y fingir luces milagrosas; notó que Huru se metía en la boca un silbato de metal como el de los titiriteros, para cambiar su voz; notó que la mesa ante la que hacía las convocaciones era ligera y de patas delgadas, fácil de mover y agitar sin que se viera cómo lo hacía..., notó sus trucos, pues, y todos, y se preparó también. Cuando Huru, sentado ante la mesa, le preguntó con quién deseaba hablar, Arud dijo: —Con mi padre, que fue como yo hombre de ciencia, y jamás pensó que hubiese vida tras la muerte, y se dedicaba a enseñar la verdad y denunciar la mentira y el engaño, pero a quien igual extraño mucho; que él también sea tu creyente y me quite un peso del corazón –y entonces Huru puso cara de inquietud, pero sólo por unos instantes: luego un espasmo le sacudió el cuerpo entero, desde la punta de la nariz hasta los dedos gordos de los pies, y los ojos se le pusieron blancos, y croó como una rana y rebuznó como un burro, y cayó de la silla pero cayó hacia arriba, al techo de su sala, donde dio un fuerte golpe y se quedó tumbado y con la lengua de fuera. —Nunca había hecho nada así –se quejó el ayudante, y salió corriendo, y nunca se le volvió a ver en la ciudad de Gurauna. En cambio Huru, sin bajar del techo, puso cara de enojo, y habló con alta voz, y la voz no era la suya sino otra, que Arud conocía bien, y reclamó: —¿Cómo te atreves a venir a dar tu dinero a este hombre, que es un charlatán?


cautro

domingo en tres muchachos imaginarios bogotá rodolfo jm

marco antonio campos

a José María Espinasa y a Ana María Jaramillo Un domingo frío y de lluvia, suele ser triste en el mundo, pero en Bogotá es más triste pues no lo esperas ni quieres. Un domingo gris y frío las montañas se ensombrecen, la niebla desvae las calles, no se encuentra a los amigos y el entoldado de nubes sombrea los residencias, los restoranes dañados y la cara del desnacido que no sabe hacia dónde ir. Un domingo frío y de lluvia hace pensar en fracasos, en derrotas que no cejan y en la soledad que orilla a sentirse un perro solo. Un domingo frío y de lluvia no lo pases en Bogotá.

cumpleaños sofía ramírez Un pescadito rojo, un sapo del tamaño de tu mano tal vez un caracol. Soñarás que llueve, que encontraremos tus zapatos, que la abuela no murió. Darte regalos, saber que nada duele, invitarte a celebrar. Quizá te lleve a lanzar piedras, a escondernos tras la puerta, a fingir que nos agradan las fiestas. No lo haré. Es cansado que esto se repita cada año.

I

Lo llamábamos el Paquidermo, aunque su nombre real era Alberto y no se parecía en nada a un elefante ni a un hipopótamo, mucho menos a un rinoceronte. Por el contrario, era bajito, delgado, muy moreno, dueño de una risa fácil y amarillenta. Vestía siempre de negro y tenía un largo abrigo que no se quitaba ni siquiera en los días más soleados, además de un corte de pelo que lo hacía ver como el Conde Patula. Escribía cuentos de ciencia ficción, y poemas. Era bueno. Me atrevo a decir que de hecho era el mejor de todo el contingente de diletantes que coincidimos en el taller que Julián Castruita impartió en el Politécnico durante 1993. Yo estudiaba ingeniería industrial, Alberto ciencias de la informática. Allí, en el taller de Julián, conocimos a Gilberto, quien además de estudiar ciencias físico matemáticas tenía interés por la filosofía, la poesía y que además tocaba la guitarra en una banda de rock. Nos hicimos amigos inseparables. Yo aspiraba a ser poeta, aunque no me daba la gana leer el diccionario de figuras retóricas que tanto nos recomendaba Castruita. En cambio prefería las novelas, y los cuentos. Leía con disciplina toda la narrativa que caía en mis manos, de Kerouac a Calvino; de Mailer a Cortázar. Las novelas policiacas y los cuentos de terror eran mi placer culpable. Sobre la ciencia ficción tenía una idea muy pobre, la imaginaba infantil y presuntuosa, tal como mis compañeros de primaria que me marginaban por no tener, como ellos, naves y muñequitos de Star Wars. Pero me gustaban los cuentos que escribía mi amigo el Paquidermo. Me gustaban mucho. Fue él quien me presentó a Philip K. Dick, a Theodore Sturgeon, a Brian Aldiss, y a pesar de mi resistencia me convenció de que la ciencia ficción era una cosa seria. No pasó mucho tiempo para que el Paquidermo desertara del Politécnico y se inscribiera en la carrera de Letras hispánicas en la UNAM. Gilberto y yo aplaudimos su decisión y le auguramos el mejor porvenir. Poco después Gilberto hizo lo propio y, sin abandonar sus estudios de física, se inscribió al sistema abierto de la UNAM para estudiar filosofía. Yo presenté solicitud en la Escuela de escritores y pronto dividí mis días entre el algebra diferencial y las clases en la SOGEM. Publiqué una plaquette de poesía que mereció comentarios en un número de Casa abierta al tiempo dedicado a la literatura joven mexicana. Tenía diecinueve años, pensaba que el tiempo estaba de mi lado.

garon en aguas turbias. Hay quien afirma que la juventud es un filtro, un proceso darwiniano al que sólo sobreviven los más fuertes. Yo prefiero pensar que a todos nos toca pasar una temporada en el infierno, y que cualquiera puede extraviarse, que todos somos vulnerables al abismo. A Gilberto lo salvó la responsabilidad y el amor a su familia. A mí me trajo de regreso la escritura y el amor de una mujer. El Paquidermo no encontró el camino de vuelta a casa.

III

Dentro de las imagenes que ofrece la ciencia ficción, pocas tan sugerentes como la del astronauta varado en el espacio. Esa figurita que se va alejando en la oscuridad del cósmos. Metáfora de la soledad y el abandono, la cultura pop no ha escapado a su influjo. De Bowie a Fangoria, pasando por Bunbury, todos sabemos que en el espacio nadie puede oírnos gritar. Algo hay en el hecho de salir fuera de la Tierra que ni siquiera quienes han vuelto se recuperan. Yo debí reconstruir mi lugar en el mundo, y no exagero cuando digo que antes tuve que reinventarme el propio mundo, qué digo el mundo: ¡el universo! Era indispensable deshacer la nada, llenarla de presencias. No fue fácil, ni siquiera me atrevo a decir que lo conseguí por completo, cualquiera que me conozca podría señalar las grietas. Pero recuerdo con claridad la noche en que salí de mi cuarto y observé el cielo, maravillado. Acababa de terminar la lectura de Hacedor de estrellas, de Olaf Stapledon, y no podía aceptar que aquello fuera sólo literatura. Fue una epifanía, un Eureka que resonó por todo mi cuerpo. De pronto tantas cosas recobraron sentido, y así regresé a la escuela, conseguí un trabajo, mis libreros se empezaron a llenar con las colecciones de Minotauro, Edhasa, Ultramar y Martínez Roca. Volví a escribir, pero ya no poesía sino cuentos. Ciencia ficción. Y aquella mujer que me había tendido sus puentes, que no cuestionó mi piel llena de cicatrices, me animó a seguir y se mantuvo a mi lado. Gilberto terminó la carrera de física, se integró a la plantilla de maestros del Politécnico, siguió estudiando filosofía, escribiendo poesía y tocando la guitarra. Seguimos viéndonos de cuando en cuando. Lo último que supe del Paquidermo fue que mi mujer se lo encontró afuera de una estación del metro, repartiendo volantes. Al principio el Paquidermo no la reconoció, o no quiso reconocerla, pero tras despedirse la tomó En 1994 el mundo entró en un pe- de la mano y le pidió que no me dijera que lo había riodo de oscuridad. Algo se rompió visto. Debieron pasar varios años para que ella me desde el primer día. No me refiero lo contara. Hoy tengo un hijo, nuevos amigos, he al levantamiento del EZLN, ni a la publicado tres libros, el mundo es un lugar distinmuerte de Kurt Cobain, o a la de to, la mayoría de las veces divertido, pero a veces Charles Bukowski o a la de Luis Donaldo Colosio. me despierto en la madrugada, agitado, mirando Ni siquiera al “Error de diciembre”. Era algo de con miedo a la oscuridad. Y nada se detiene un orden distinto, menos mundano. Algo que no editores: atino a entender y mucho menos a explicar, pero i edilberto aldán de lo que puedo dar fe y testimonio. Mi pequeño mundo no fue ajeno. Vi romperse a mi familia, i joel grijalva dejé la Escuela de escritores, abandoné la poesía consejo editorial: y, de forma abyecta, me hundí en la drogadicción. beto buzali ialberto Pronto dejé de asistir a clases, conocí los separos chimal i luis cortés de los ministerios públicos, conviví con policías y delincuentes. Oculto en una lata humeante vi irodolfo jm i norma llegar el amanecer. Fui una cosa mórbida y sucia. pezadilla i sofía ramírez Perdí a todos mis amigos, excepto a dos: el Paquii jorge terrones dermo y Gilberto, que habían sufrido una transdiseño: sarahi cabrera formación similar a la mía y que también naufra-

II


cinco

almas muertas

para provocar que lo expulsaran, forraba sus libretas con imágenes porno y a la menor provocación se aventaba por las escaleras para ver qué pasaba o se golpeaba con alguien. Aquel viernes fuimos a un partido de futbol contra otra prepa. En su auto sonaba Dead Souls, yo nunca había oído a Joy Division. La canción me atrapó. Llegamos, jugamos mal y perdimos bien, nos madreamos contra el otro equipo. Al final, Manuel y yo éramos los más heridos. Pasamos a su casa para ponernos hielo. Yo a duras penas podía abrir un ojo. De regreso seguía sonando en el auto esa voz hipnótica. ¿Quién es el que canta? pregunté. ¡Era!, me dijo, el vato se mató hace tres años, el 18 de mayo para ser exactos. Se llamaba Ian Curtis. Un chingón que se suicidó y que vivía gracias a las soanuel Zamudio arrojaba piedras desde un puente peatonal, bredosis de Phenobarbitone. le entretenía maliciosamente ver cómo los autos se accidenEsa tarde me prestó su cassette de Joy Division. Escuché cien veces Dead taban, cómo la gente gritaba, entraba en pánico, enloquecía, Souls. El lunes en la escuela ya no estaba Zamudio, lo habían expulsado por con un simple lanzamiento de piedra. Yo veía en eso una di- escupirle a la directora desde la azotea del edificio. Lo encontré en el puente versión malsana, perversa. Muchas veces, mientras esperaba peatonal, seguía escupiendo. Estaba recargado contra la reja de protección, el microbús, lo vi hacerlo. Pensaba en las posibles razones por las que lo hacía, como un simio enjaulado, mirando fijamente hacia el asfalto mojado. Dijo que nunca las encontré. Después me decía a mí mismo que Zamudio era sólo un me quedara con el cassette, que él ya no lo usaría. Pasaron días después de típico rebelde, como querían verlo los profesores; un muchacho encabronado la expulsión de Manuel, fui a su casa. Una sirvienta me abrió la puerta, subí que quería llamar la atención, sólo eso, y para llamar la atención se valía de hasta su cuarto. Verlo ahí, electrizaba la piel, sentado en su silla, con la cara esos actos crueles. Romper vidrios o meter un clavo en la clavija del salón y ver inexpresiva, como si por su cabeza no pasara nada, salvo la idea de cómo lancómo salían chispas hasta chamuscar la instalación, eran sólo cosas que hacía zar un gargajo más lejos, o cómo incendiar un centro comercial, cómo matar un niño berrinchudo y no un maldito. Era 1983 y yo ignoraba todo. Las cosas a un automovilista con un ladrillo o terminar con la instalación eléctrica de gravitaban de forma ridícula alrededor de mí. Toda la prepa hice lo mismo, no la escuela, o quizá, y esto me estremece, cómo matarse. Sólo entonces lo penir a clases, jugar futbol en el parque hasta que ya no se veía el balón. El jodido sé así, con esas palabras, matarse. En su cuarto había un poster de Curtis, la alumbrado público nunca alumbró un carajo. Ese último año de prepa algo se alfombra estaba sucia. Él, empotrado en una silla giratoria desvencijada que rompió, anunciando el verdadero shock que vendría después, la Universidad, ya no servía, con mil pelusas enredadas en las llantas, miraba por la ventana, el desempleo, la soledad. En mi casa, todo era la misma representación teatral con cara de autista. Afuera sólo había techos de falsas tejas, azoteas igualitas aburrida, mi padre veía la T.V y se quejaba de Miguel de la Madrid, mi madre con tinacos negros, cables desordenados, un cielo gris. No dijimos mucho, me planchaba camisas confinada en un rincón de la sala, donde colocaba su burro regaló más cintas con la voz de Curtis. de planchar como un féretro. Yo llegaba, me quitaba el uniforme, incluyenCaminando bajo la llovizna, enfundado en mi vieja casaca militar, rumiando una estúpida corbata color guinda, y abría el refrigerador, después dormía. do mi soledad, enojado conmigo, con la pinche escuela, con las normas, pensé Nunca me importó hacer mucho más. Lo único que me unía a los demás era en mi cobardía. No tenía el valor de Zamudio, yo terminaría mi prepa, iría el futbol y el rock. Intercambiábamos cassettes, o discos. Zamudio no era mi a la Universidad, haría lo que todos, lo que se debe hacer. Pasé por el puente amigo ni sentía simpatía por mí, pero me escogía para jugar en su equipo. Ma- enrejado, miré autos pasar en fila, uno detrás de otro, con un ritmo uniforme, nejaba un viejo Topaz negro, destartalado, sin placas, que le había regalado con los limpiaparabrisas encendidos. Hubiera querido lanzarles algo. Al llegar su papá. Casi no hablaba de su padre, se refería a él peyorativamente, pero sin a casa, me regañaron por llegar tarde y empapado. Me preguntaron si me droodio, de forma neutral, como si hablara de un extraño. Decía por ejemplo, ese gaba. No contesté, subí, me tumbé en la cama, me coloqué los walkman, puse güey me va a regañar, o ese güey se fue de viaje. En el asiento trasero había la cinta a todo volumen, cerré los ojos, Dead Souls entró en mi alma, comencé una pila de cassettes; un verdadero tesoro, lleno de rarezas, géneros que yo no a bailar como epiléptico. conocía. Cuando alguien se pegaba él se reía, rascándose el mentón en donAl día siguiente todos en la prepa lo sabían. Manuel se había matado, tiránde le crecían cuatro pelos que se dejaba crecer. Fumaba dentro de la escuela dose desde el puente peatonal

eduardo sabugal

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métodos de adivinación

P

or allá en los años 70, en mi infancia, tuve la fortuna de tener tele en mi cuarto lo que me permitió verla a escondidas. Los sábados, tras acostarme, con sigilo, encendía el aparato, con el volumen muy bajito, para ver programas de horror. Me sentaba con las piernas cruzadas, como para conjurar mi doble inquietud: ver cuál sería la historia tenebrosa de esa noche y reconocer la posibilidad de que mis padres me descubrieran infringiendo las reglas. Como suele ocurrir, el recuerdo de aquellos sábados se ha resumido a imágenes aisladas. Las más fuertes pertenecen a un capítulo en especial del que podía recrear una y otra vez la figura de un muñeco de galleta que rodaba por las escaleras de una casa de muñecas. Hoy, gracias a la bendita red, pude encontrar el capítulo mencionado. Pertenecía a una serie de la televisión norteamericana, Ghost Story, conducida por William Castle. El capítulo era el ocho, titulado House of Evil, basado en un cuento de Robert Bloch. La protagonista, para añadir más sorpresas, era la mismísima Jodie Foster, pero niña. No niego que esos programas pertenecen a otra época: el sonido es de otra calidad y el ritmo es lento, pero esa cadencia logra revivir aquella inquietud que me provocaba en la infancia. Si tienen oportunidad de verlo, creo que también recordarán por siempre la cara feliz de pasitas. Desde niña me gusta el azúcar en todas sus presentaciones, en especial bajo la forma de galletas. Creo que por ello mis cuentos de infancia favoritos incluyen galletas: ahí están Hansel y Gretel, el hombrecito galleta y Alicia. Admito que veneré, en

cookiemancia

su momento, al monstruo come-galletas de Plaza Sésamo. Por ello no es extraño que ese elemento pueda parecerme tan aterrador al usarlo de forma oscura: cuando el mal puede pervertir la inocencia el resultado es el horror máximo. La galleta terrorí-

erika mergruen

fica de aquella serie es como mi némesis. No sé qué me gusta más de una galleta: si su sabor, su forma o el poseer el tamaño justo de un bocado. Las galletas gigantes son falsas galletas, sin duda. La galleta puede ser la guarida de todo un universo si se piensa en las cubiertas, los rellenos, las pasas, las nueces, las chispas de chocolate, la fruta cristalizada, la canela, el jengibre y más. A estas alturas se estarán preguntando donde diablos está la mancia. Lo siento, tengo mis dudas al respecto pues creí que podría usar las galletas para adivinar nuestro destino al usarlas en una especie de vudú inverso. Luego imaginé que sería más certero adivinar el futuro con una caja de Oreo y la siguiente técnica: despegarlas, lanzarlas al aire y luego realizar la interpretación según el número de rellenos a la vista. Pero no puedo dejar de recordar a la zorra del cuento y que, al final, no importa qué tanto corramos, pues todo termina en un mal auspicio. Aunque tal vez podríamos dejarnos llevar por un arrebato optimista: las galletas servirían para la adivinación porque al comerlas todos los vaticinios son buenos, y hasta estaríamos tentados a guiar ejércitos de galletas de animalitos para componer al mundo. Para los malos augurios nos limitaríamos a reproducir aquellas galletas con sonrisa de pasas del mentado capítulo que me marcó en la infancia. Sólo necesitamos hornear galletas buenas y galletas malas, llenar un tarro con ellas y esperar que el primer valiente abra la tapa y tome su destino. Total, este espacio y sus adivinaciones sólo son un pretexto para asomarnos a esos mundos que vi en mi infancia a escondidas frente a un televisor


seis

[News] malva flores

“A este pan moscovita le hizo falta anís” (“umbelífera” dice Wikipedia cuando quiero saber de la semilla) Anís anís y moscovita Hogaza que no sé si continúan horneando las matronas rubísimas en Rusia si alguna vez San Petersburgo olió su fino condimento y hoy la muchacha del mohín fruncido en el cibercafé habla con la jactancia de quien jamás salió de su colonia y está al tanto de todo Ya no hay new hay news Veo los brazos y las trenzas doradas veo su afán frente al horno que cocina los bollos de la gran emperatriz la de todas las Rusias Catalina ¿me escuchas? te gritaría Gonzalo: Ya no hay new hay news y sí: les falta anís.

Este poema forma parte del libro Aparece un instante, Nevermore, de próxima aparición. Lo publicamos con la autorización de Bonobos Editores y la Dirección de Literatura de la UNAM.

lisboa y pessoa: identidad y ficción

fernando reyes

Pero tiene la vida dos lados, Pessoa, por lo menos dos, al otro lado sólo por el sueño conseguimos llegar. El año de la muerte de Ricardo Reis. José Saramago

E

n 1912 Fernando Pessoa escribe el ensayo “La nueva poesía portuguesa sociológicamente considerada”, en la revista Águia. En 2012 Fernando Aguiar recibe una antología de nueva poesía portuguesa de las manos de Fernando Reyes. El encuentro se da en Lisboa, en un hotel de la Plaza Rossio. En un hotel de la Plaza Rossio Ricardo Reis llega de Brasil para enterarse de que Fernando Pessoa ha muerto, según la ficción de José Saramago. Ricardo Reis es un personaje de carne y hueso, si es que puede existir un personaje de carne y hueso, según la novela de Saramago. Descubre al leer el diario que Pessoa murió; lee a continuación algunos de los heterónimos con los que firmaba el vate lisboeta: Alvaro de Campos, Alberto Caeiro, Bernardo Soares, Ricardo Reis. “Debe haber un error” piensa Ricardo Reis, el doctor recién llegado de Rio de Janeiro. A partir de este hecho, el personaje se aboca a indagar sobre su propia identidad. El dilema de la identidad en la poesía hispanoamericana es un ensayo que escribió Antonio Carreño. El autor del este texto busca el libro que utilizó hace algunos años para realizar un ensayo sobre poesía y existencia en la obra de Octavio Paz, quien dio a conocer a Fernando Pessoa en México. Ensayo y error. Realidad y ficción. Poesía y existencia. Octavio Paz tradujo un poema de Alberto Caeiro “Si muero pronto” mientras que el mexicano escribió “La vida sencilla”, increíbles semejanzas. Intertextualidad la llamarán algunos. Trascendentalismo puro. Ambos lectores de Emerson y Keats. Carpe diem. “Minha pátria é a língua portuguesa” escribió Bernardo Soares, otro de sus heterónimos. “Mi casa es mi lenguaje” reviró Paz. “Vivir es pertenecer a otro. Morir es pertenecer a otro. Vivir y morir son la misma cosa. Mas vivir es pertenecer a otro de fuera y morir es pertenecer a otro de dentro” escribió el de la ciudad del gallo. “Para que pueda he de ser otro / salir de mí, buscarme entre los otros, / los otros que no son si yo no existo, / los otros que me dan plena existencia”, escribió el de la serpiente, el de la piedra y el sol. La identidad, el dilema, la poesía, la existencia. Cómo empezar un ensayo con tanto dilema, como el dilema de la autoría y su autenticidad que se adujo a Shakespeare y Netzahualcóyotl, y más recientemente, a Bryce Echenique y Saltiel Alatriste, con las connotaciones legales que conocen bien. ¿De quién es un poema que millones leen en la red y dicen que es de Borges o de García Márquez, cuando el argentino está muerto y el colombiano es narrador? Ya no es de ellos, aunque ellos lo hubieran escrito, fantasmas del copyright. Un texto ya no es de Shakespeare ni de Netzahualcóyotl; es de quien lo lee, dice la Teoría de la Recepción, cuyos autores rescatan a Van Gogh de su miseria y anonimato. En el dilema de la autoría, quién puede asegurar que todos los heterónimos, más de 70, de Pessoa son verdaderos. Acaso Dalila Pereira da Costa, una de las mejores y más confiables estudiosas de la obra del poeta luso, según palabras de Ruy Ventura quien también recibió en manos su antología de poetas portugueses (de la mano de bronce, a su vez, de Fernando Pessoa en el café “A Brasileira”, bebiendo una “bica” y pan de nata), escuchando las campanadas, luego un poema que bien pudiera ser estridentista. Se habla del grupúsculo de Pessoa, pocos querían pertenecer a su grupo bohemio. Todos querían, de este lado, 7


elogio de la chaqueta

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siete

6 pertenecer al grupo de Octavio. “La poesía mexicana descansa en Paz” es la frase que va viene, de São Paolo a Lisboa, de Belo Horizonte a Porto. Lusófonos grandes lectores de Paz. Traducción y tradición. Recuérdese que nuestro poeta también escribió 35 Sonnets y English Poems firmando con el heterónimo de Alexander Search. Cortei a laranja em duas es el título de la antología de poetas portugueses en cuestión. “Cortei a laranja em duas, e as duas partes não podiam / ficar iguais. / Para qual fui injusto –eu, que as vou comer a ambas?” son los versos completos de Alberto Caeiros, cuyos poemas fueron protesta contra los devenires del intelecto. La antología tiene un prólogo escrito por el poeta, ensayista y profesor Jesús Gómez Morán y traducido por el mismo Ruy Ventura, poeta, ensayista y profesor. La identidad en Portugal se multiplica cuando se ven Saramagos por todas partes, opacando la identidad de Fernandos: Fernando Aguiar y Fernando Reyes gostam das palabras, do jogo com elas. Muitas Pessoas pela rua. Maximo Afonso busca a Maximo Afonso, Ricardo Reis busca a Fernando Pessoa, ensayo y error. Ensayo sobre la identidad, todos han perdido la visión, nadie sabe quién está parado enfrente. La oscuridad de una caverna en donde Platón o un centro comercial dan lo mismo. Un terremoto y un incendio no acaban con la poesía. La historia de Lisboa dice no y se reescribe de otra manera, inclinándose al lado de las letras, por encima de las armas y los barcos. De Portugal a Brasil, de Europa a América, del flâneur al dandy, del surrealismo al estridentismo, del soneto al verso libre. El paso del tiempo, 1912, 2012. Nueva poesía portuguesa. En los últimos tres días de Fernando Pessoa, el poeta muere y vienen a visitarlo sus heterónimos, según Antonio Tabucchi, gran lector del lisboeta, quien ubicó una de sus obras, Sostiene Pereira, en las calles de Lisboa, esas calles que caminó el poeta largo y adusto, taciturno, dueño de su identidad, que se llamaba Fernando pero también Antonio. Calles de azulejo y calcárea que caminó un poeta mexicano y un poeta portugués, no en 1912, sí en 2012. Paz ya dijo sobre el portugués que lo trascendente era su obra, y el mismo Pessoa insistió en que “Aunque nadie imprima mis versos, / Si fueron bellos, tendrán hermosura. / Y si son bellos, serán publicados”. En esta busca de identidad, el autor de este ensayo y error, quisiera adquirir una personalidad auténtica, una voz en primera pessoa y firmar con nombre propio. Quisiera tomar aguardiente “Águia Real”, Ginjinha, Vinho verde u Oporto y caminar las calles subibaja del Bairro Alto o la Baixa, elevarme con la maconha que venden en las calles del Rossio para luego tomar el elevador de Santa Justa y oír jazz que sale de un negro o al dúo Thoth, bizantino, gitano. Caminar de la ciudad al rio Tajo y del rio Tajo a la ciudad las veces que sean necesarias, buscando libros de viejo, imaginando caras de Josés o de Fernandos por doquier, caminando en la lluvia de las postales y bajo “el sol de las cinco de la tarde”, mezclando los versos de Paz y de Caeiros y Soares, “Mi deseo fue estar al sol o bajo la lluvia./ Al sol cuando había sol,/ Cuando llovía bajo la lluvia”. Leyendo y hablando en la lengua de uno, en la lengua de otro, de los otros, como quien se deleita con las dos partes de una naranja, con cada gajo, al pie del Tajo. Mais cerveja y las 365 maneras de comer el bacalao, hasta que la noche caiga y el fado se escuche entre las calles de Sapateiros, Caetanos y Ferreiros y suenen las campanadas de la Iglesia de los Mártires, el último tranvía que rechina al dar vuelta y las nuevas gotas gruesas sobre el viejo tejado. Quisiera una identidad. Aquí, allá, entre los fantasmas de un siglo, entre tanto fantasma de carne y hueso

omar delgado

ecuerdo que en alguna fiesta cierto invitado cursi afirmó que el sexo es el mejor regalo que los dioses hicieron a los hombres, que la capacidad de que dos personas acoplen sus gónadas con el puro fin de darse placer es el más bello don de la naturaleza. Disiento. El mejor de los obsequios que se nos dio como seres humanos no fue el sexo compartido, sino la noble capacidad de darnos placer a nosotros mismos. Sí, la masturbación, la hispánica paja, la provinciana puñeta, la puberta chaqueta, es la prueba fehaciente de que allá afuera, en otro plano, en el espacio exterior o en un nivel distinto de la creación, hay un dios, ángel, demiurgo o extraterrestre cabezón que nos aprecia aunque sea tantito. Piénselo un poco el apreciado lector: para el sexo consensuado entre dos personas, cualesquiera su sexo, hacen falta una serie de rituales al cual más tedioso; para que una persona convenza a otras de ser su compañero o compañera de lecho es necesario que siga una serie de pasos engorrosos, de trámites de la epidermis que a la larga se hacen insoportables. Desde los chocolatitos y las f lores para la noviecita cándida a la que uno se piensa atornillar por primera vez hasta los laberintos de la seducción intelectual con la que los viejos faunos intentan acercarse a la ninfa o al efebo; desde las horas de repeticiones gimnásticas que tienen como fin moldear un torso y unos bíceps apetitosos hasta la demencial carrera para obtener poder y dinero con los cuales convencer al sujeto de deseo, las estrategias con las que buscamos acercarnos a ese otro anhelado son, aceptémoslo, un vía crucis pagano. Incluso las relativamente más simples, tales como contratar a alguna puta o gigoló –con quienes el intercambio es absolutamente transparente, y quizá por ello más noble–, o el más socialmente aplaudido del matrimonio, tienen su chiste, sus mínimos requerimientos: para el sexo mercenario necesitas dinero, y para la matrimoniada hacen falta todos los rituales que la sociedad exija en ese momento y lugar: los anillos, el lazo, y bailar la Víbora de la Mar sólo para que te caiga encima la prima Robustiana, que pesa como ciento cincuenta kilos y huele a ajo. Horror. En cambio, la masturbación está al alcance de todos: la pueden ejercer el teporocho y el cautivo del separo más infecto, el oficinista gris y el capitán de industria más poderoso. La chaqueta es universal, verdaderamente democrática, no restringida a ningún color de piel, credo, orientación sexual o capacidad intelectual. Es asequible a cualquiera con alguna extremidad útil y unos órganos genitales capaces de ser obsequiados con honores. Es por ello que Madame Puñette, de nombre castizo Manuela Palma, es generosa dama de compañía que se manifiesta lo mismo en la cloaca más lamentable que en el penthouse desde donde se mueven los dineros de media humanidad. El banquero, lo mismo que el ropavejero, dejan a un lado de cuando en cuando sus mercantilismos para retirarse y entrar a su privadísimo spa que les provea de ese descansito del que todos tenemos

necesidad de vez en cuando. La verdad, todos –y todas, dirían las feministas–, nos la jalamos alguna vez. El niño, cuando por accidente o curiosidad descubre el delicioso poder de su entrepierna, no ceja de utilizarlo sino hasta que una mamá castrosa u otra figura de autoridad lo descubre y lo reprime. “Pinche chamaco cochino, déjese ahí”, le gritan luego de darle de manazos. El infante entonces aprende una terrible lección: que lo que lo hace feliz es, al mismo tiempo, lo que lo llena de vergüenza, que un derecho tan, pero tan íntimo como el autoplacer es también la mayor de las perversiones, fuente de pelosidades en la mano y de cegueras prematuras. Por lo tanto, relegará el ejercicio de sus chaquetas a los lugares más íntimos, al cuarto de baño, al hueco entre sus sábanas, al armario de los trebejos, a la clandestinidad. Y sólo mucho tiempo después, si tiene suerte, podrá, luego de muchas meditaciones, lecturas y experiencias, podrá liberarse un poco de la maldita culpa que le inocularon, esa que perversamente es motor de toda la sociedad en la vivimos. Quizá por ello, por la culpa, hemos generado ingeniosas alegorías de la chaqueta. Masturbaciones socialmente aceptadas en las cuales podemos darnos placer cuasisexual sin necesidad de que el respetable se ria o hiperventile de la impresión. Por ejemplo, el yuppie que hace rugir el motor de su Corvette en el semáforo ¿No está masturbando su ego? La reina que se pasa horas arreglándose y admirándose, o que se vanagloria de la envidia de quienes la ven llegar a la fiesta ¿No está friccionando el clítoris de su vanidad? El político que ante la cámara de televisión acepta con una sonrisa que sí hizo cierto delito, pero que el ilícito no es punible porque tiene fuero ¿No está metafóricamente eyaculándonos en el rostro? O los miembros de alguna mafia cultural que se la pasan escribiéndose críticas favorables y dándose premios literarios entre ellos ¿No están, en el fondo, en una rueda de masturbación conjunta, en el que el de la derecha le jala el cuello al ganso a su compañero y así hasta cerrar el círculo? Quizá si adoptáramos a la puñeta como ejercicio sistemático y sin tapujos este mundo sería un lugar más habitable. Miles de psicoanalistas, psicólogos, laboratorios farmacéuticos especializados en medicina psiquiátrica y charlatanes del New Age se quedarían sin trabajo si la gente, en lugar de tener brotes psicóticos o caer en panic attacs, corriera al baño a regalarse un orgasmo; muchos conflictos cotidianos podrían resolverse ipso facto (Sí, señora, usted me chocó, pero si me la jala aquí en el coche me quedo con mi golpe), los conflictos laborales desaparecerían casi en tu totalidad (Pues mire, Godínez, no le vamos a dar la liquidación de ley, pero aquí le dejo a las licenciadas de Recursos Humanos para que le extraigan la ponzoña), e incluso la chaqueta podría convertirse en instrumento de buen gobierno (Senadora, que dice el Presidente que se ponga crema en las manos. Ya viene el líder de la cámara a pactar el presupuesto del año entrante). Sí, amigos, la Chaqueta haría de este mundo un lugar mejor. O quizá todo esto que digo no es sino una monumental jalada


tres

Siempre hablábamos él y yo mientras ella nos escuchaba, porque nuestras historias de vida se parecían, solo que mientras yo me había recluido en la timidez, en el silencio, él se había convertido en un egoísta. Pero ese egoísmo era lo que lo había salvado, lo que le había permitido obtener lo que quería: ella. Al final de cuentas yo solo era el amigo, el que conocía y sabía todos sus secretos, el que lo apoyaba y les prestaba lana cuando hacía falta, el que les compraba droga cuando ya no tenían. Pero también era el que se quedaba a dormir en si sofá, el que despertaba, se bañaba y se iba a trabajar solo, mienTodas las historias acaban en el mismo lugar en donde empezaron: tras ella se quedaba en su cama con él. un feo y oscuro bar del centro. Ahí fue donde la conocí, la vi por Él era un tipo que nunca se había tentado el corazón para engañar primera vez. Era tan guapa que nunca me fije en sus piernas, justo a todas las mujeres con las que había estado, un hombre que penese era el encanto de su sonrisa. saba que todo en la vida era divertirse, pasársela bien y nada más. Pero tenía un defecto: era la novia de mi mejor amigo. Un tipo que Un hombre que había rehuido a todo tipo de responsabilidad y era un macho, un mujeriego. Algo que a ella no parecía importarle. Algo tenía tres hijas con tres mujeres diferentes. que nunca entendí de ella que había trabajado en diferentes proyectos de No estaba mal, era una buena vida, un vida que yo asalariado no podía investigación sobre la situación de las mujeres en nuestro país, había partientender, ni darme, y que le envidiaba de muchas maneras. ¿Porqué ella cipado en un par de documentales sobre la violencia en el país. aceptaba eso? Nunca me pareció que fuera una chica de excesos: tenía traLa conocí esa noche de fiesta y me enamoré de ella, en silencio, sin decir bajo, iba a visitar a sus padres constantemente, tenía amigas, vida social. nada. Pero ellos se fueron a vivir juntos a los tres meses de conocerse a pesar Vida que él se encargo de acabar porque solo quería que ella estuviera con de que él no tenía en ese momento un trabajo estable: vivían de lo que le paél, junto a él. En las fiestas la agarraba a besos y la llevaba a un rincón, en donsaba su madre y del dinero que le habían dado de liquidación en su último de se sentaban para no volverse a mover. Después la fue alejando de sus amitrabajo, en donde se había acostado con la esposa del jefe. A pesar de eso gas, se peleo con todas: son unas pendejas, solo quieren manipularte, tú no las ganó la demanda por despido injustificado por lo que le dieron una buena necesitas, me tienes a mí, le decía en medio de sus peleas que yo escuchaba. cantidad de dinero, con lo que él pagaba un departamento en la Roma y Me convertí en el amigo al que llevaban a todos lados: a las fiestas, a las todas las drogas que se les ocurriera probar. reuniones de amigos, a las familiares. Los acompañaba a todos lados y era Tengo que decirlo, la droga también me afecto a mí: trabajaba el único que conocía sus secretos, sus adicciones. para comprarla y mis noches duraban lo que duraba la droga. Casi Esa noche ella quería ir a bailar, salir, estar con gente y él le decía que para siempre estaba con ellos. Pero la droga fue un vehículo para cono- qué, sí en casa iban a estar bien. Al final ella gano y nos trasladamos los tres cernos mejor, para platicar honestamente de muchas cosas que en el viejo coche al bar del centro en donde nos habíamos conocido. nos dolían: la relación que tanto él como yo habíamos sostenido —Recuerdas que aquí nos vimos por primera vez –me dijo ella en cuánto con nuestras madres, el abandono de nuestros padres, las malas historias de él fue a pagar las cervezas a la barra. Me quede mudo, sorprendido. No lo amor con algunas mujeres. De cierta manera la droga nos permitió abrirnos recordaba, pero le dije que sí, por supuesto. – Pero en esa época pensé que como nunca lo habíamos hecho para hablar de esas heridas que seguían todo iba a ser diferente– me dijo observándome a los ojos. Justo cuando iba a decirle que no todo estaba mal, él regreso y le dijo que abiertas. sí bailaban. Ella me observó un segundo antes de tomar la mano que él le Era ella la que dirigía esas sesiones que empezaban a las tres o cuatro de extendía y se fue a bailar. Extrañé su sonrisa. la mañana, cuando nosotros ya llevábamos varias horas de estar bebiendo Me quede en silencio y no quise ver ni siquiera cuando empecé a oír esos sentados en un pequeño cuarto. Siempre era ella la que nos preguntaba algo, gritos que conocía tan bien. No quise ver ni siquiera cuando ella le grito que cualquier cosa, sobre nuestra madre, sobre alguna de nuestras novias. Una la dejará, que la estaba ahogando. No volteé ni siquiera cuando escuché los pequeña pregunta que terminaba por cambiarlo todo: de repente ya le estaba golpes, cuando escuché los vidrios que se rompían, los huesos que se tritucontando lo mucho que me había dolido que mis padres se hubieran separaraban, la sangre que corría. do, lo mucho que me dolía que mi padre no me atendiera, que se hubiera ido a vivir con su otra familia. Lo mucho que me dolía que mi madre viera en mí el Esa noche fue larga y me quede solo, en el mismo lugar en donde la había conocido reflejo de él y me reclamara su soledad como sí fuera culpa mía.

javier moro hernández

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tripulación Malva Flores. Es autora, entre otros, de los siguientes libros: Viaje de Vuelta. Estampas de una revista (FCE, 2011), Luz de la materia (Era, 2010), Passage of the Tree (Literal Publishing, 2006), Malparaíso (Eldorado, 2003), Casa nómada (Joaquín Mortiz, 1999), Ladera de las cosas vivas (CNCA, 1997), Pasión de caza (Gob. del Estado de Jalisco, 1993). En 2006 obtuvo el Premio Nacional de Ensayo “José Revueltas” con el libro El ocaso de los poetas intelectuales (UV, 2010), en 1999 recibió el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes y en 1991 el Premio Nacional de Poesía Joven “Elías Nandino”. Su poesía ha sido traducida al inglés, portugués, japonés y holandés. Es miembro del Consejo Editorial de la revista Literal: Latin American Voices y forma parte del Sistema Nacional de Creadores. Su trabajo ha sido incluido en numerosas antologías nacionales e internacionales, y ha publicado en revistas y suplementos culturales como Vuelta, La Gaceta del FCE, Leviatahn Quarterly (Inglaterra), Poesía y Poética, De Gids (Holanda), Paréntesis, entre otros. Marco Antonio Campos (México, D. F., 1949). Es poeta, narrador, ensayista y traductor. Ha publicado los libros de poesía Muertos y disfraces (1974), Una seña en la sepultura (1978), Monólogos (1985), La ceniza en la frente (1979), Los adioses del forastero (1996) y Viernes en Jerusalén (2005). Ha traducido libros de Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud, André Gide, Antonin Artaud, Roger Munier, Emile Nelligan,

Gaston Miron, Gatien Lapointe, Umberto Saba, Vincenzo Cardarelli, Giuseppe Ungaretti, Salvatore Quasimodo, Georg Trakl, Reiner Kunze, Carlos Drummond de Andrade. Ha obtenido los premios mexicanos Xavier Villaurrutia (1992) y Nezahualcóyotl (2005), y en España el Premio Casa de América (2005) por su libro Viernes en Jerusalén. En 2004 se le distinguió con la Medalla Presidencial Centenario de Pablo Neruda otorgada por el gobierno de Chile.

Alberto Chimal (Toluca, México, 1970). Profesor de literatura y escritura creativa, es también una autoridad en el tema de la literatura en internet y la escritura digital (por el que mantiene, entre otros, un sitio literario muy popular, Las Historias, y una presencia constante en línea). Entre otros reconocimientos, su libro de cuentos Éstos son los días (2004) mereció en México el Premio Bellas Artes de Cuento San Luis Potosí, el más importante concedido en su país a un autor de narrativa breve. Ha publicado también la novela Los esclavos, la colección de ensayos La cámara de maravillas, la obra de teatro El secreto de Gorco y más de una docena de libros de cuentos. Eduardo Sabugal Torres (Puebla, Puebla 1977) Es escritor de poesía, cuento y ensayo. Maestro en Lengua y Literatura Hispanoamericana, por la UDLA Puebla. En 2010 publicó su primer libro de cuentos Involuciones en la serie narrativa en la colección la letra digital, de la Secretaria de Cul-

tura del Estado de Puebla. Su segundo libro de cuentos Liquidaciones se publicó en este año 2012 en la editorial Tierra Adentro. Ha sido ganador de la Beca Estatal FOESCAP dentro del área de literatura en el género de cuento. En el 2009 en la categoría de Creadores mayores de 30 años, y de la Beca Estatal FONCA 2003 para Jóvenes Creadores en el área de literatura. Actualmente es catedrático universitario. Productor y conductor del programa de radio “Perifonía” (revista radiofónica especializada en cine) y colaborador de la revista Crítica, editada por la BUAP, así como del blog de cine de la revista Letras Libres.

Javier Moro Hernández (Ciudad de México, 1976). Ha sido incluido en las antologías Palabras Malditas (Edit. Efímera, Cuento), Cupido Internauta (Edit. Generación Espontanea, Poesía) 40 Barcos de Guerra (Edit. Verso Destierro, Poesía), Somos Poetas y qué? ((H)onda Ediciones, Poesía) y en las Antologías del Recital de Poesía Chilango-Andaluz 2008, 2009, 2010 (Poesía). Es promotor cultural, poeta y periodista cultural. Participa en el programa de radio por Internet Tripulación Nocturna (ww.radioefimera.com) y es miembro de la PLACA (Plataforma de Artistas Chilango-Andaluces). Textos suyos han aparecido en revistas como Tierra Adentro, Parteaguas, Dónde Ir y en periódicos como La Jornada de Aguascalientes, El Imparcial de Oaxaca y El Financiero. Además es colaborador habitual de la revista por Internet

www.palabrasmalditas.net Alejandra Eme Vázquez (México, D.F., 1980) Otros lanzan cohetes, ella escribe. Su poemario más reciente, Esto pasaba lejos, fue publicado por el FECA en 2011. Su blog: cuadernosmenard.blogspot.mx En Twitter: @alejandraemeve Agustín Fest. Vive en Cholula con su esposa y dos perros. Escribe ficción en su bitácora: http://arbol217.com/ desde hace diez años, donde presenta novelas inéditas, cuentos, opiniones, artículos, entre otras cosas. Ha publicado en digital: El diario de Simón Dor, Ernesto Medel vs las Vampiras de Polanco, Fotocuentos, entre otros. Ganador del concurso nacional de cuento corto José Agustín, 2012. Sofía Ramírez (Aguascalientes). Estudió letras hispánicas en la Universidad Autónoma de Aguascalientes y una maestría en literatura mexicana. Actualmente es la directora de Casa Terán. Es autora de La sonrisa de un condenado a muerte y La casa callada. Su libro más reciente: La edad vulnerable, Ramón López Velarde en Aguascalientes. Rodolfo JM. Escritor. Ha publicado el Veneno para las hadas (1994) y Poesía incompleta (1998). Ganó el premio Julio Torri 2008 por su libro de cuentos Todo esto sucede bajo el agua, editado por Tierra Adentro. Es autor de las antologías Negras intenciones ( Jus) y El abismo (SM).


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