Al filo de lo Imposible

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Todd Huston - Kay D. Rizzo

DE LO

IM



UNA SOLA PIERNA, CINCUENTA MONTAÑAS Y UNA FE A TODA PRUEBA

Todd Huston - Kay D. Rizzo

ªºOs

Asociación

Casa Editora U ---• Sudamericana

Gral. José de San Martín 4555, 81604CDG Florida Oeste, Buenos Aires, Rep. Argentina.


Al filo de Jo imposible Una sola pierna, cincuenta montañas y una fe a toda prueba Todd Huston, Kay D. Rizzo Título del original: More than Mountains. The Todd Huston Story. One Leg, Fifty Mountains; and Unconquerable Faith, Huston Resources, L.L.C., Tulsa, OK. E.U.A., 1995. Dirección: Pablo M. Claverie Traducción: Félix Cortés A. Diseño: Giannina Osario Ilustración de tapa: Shutterstock IMPRESO EN LA ARGENTINA Printed in Argentina Segunda edición MMXX-l,5M Es propiedad.© Huston Resources (1995). © ACES (2001, 2020). Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723_ ISBN 978-987-798-320-3 Huston, Todd Al filo de lo imposible: Una sola pierna, cincuenta montañas y una fe a toda prueba / Todd Huston; Kay D. Rizzo / Dirigido por Pablo M. Claverie. - 2• ed. - Florida : Aso­ ciación Casa Editora Sudamericana, 2020. 240 p.; 20 x 13 cm. Traducción de: Félix A. Cortés. ISBN978-987-798-320-3 l. Biografías. l. Rizzo. Kay D. II. Claverie, Pablo M .. dir. lll. Cortés, Félix A., trad. IV. Título. CDD920.11

Se terminó de imprimir el 22 de diciembre de 2020 en talleres propios (Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires). Prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación (texto, imágenes y diseño}, su manipulación informática y transmisión ya sea electrónica, mecánica, por fotocopia u otros medios, sin permiso previo del editor. -112035-


TABLA DE CONIENIDO Al pie del Denali .................................................................................... 5 Tragedia en Tenkiller ....................................................................... 11 3. Esperanza y desilusión ................................................................... 21 4. La decisión ............................................................................................ 35 5. Dolor y posibilidades .......................................................................47 6. Sueños de correr ................................................................................. 61 7. Cincuenta picos, ¿a mis expensas? ......................................... 75 8. La cumbre de América del Norte ............................................. 85 9. Mosquitos.jejenes y uñas ............................................................ 97 10. Del peligroso Delaware al calor de Texas ......................... 111 11. Comienzan las montañas de verdad ................................... 123 12. Meseta congelada .......................................................................... 133 13. Rumbo a Alaska ............................................................................. 149 14. A través del Paso Kahiltna ...................................................... 155 15. Muerte en la montaña.................................................................165 16. A 5.700 metros de altura ............................................................ 173 17. ¡En la cumbre! ................................................................................... 183 18. El difícil descenso ......................................................................... 189 19. Alegría a través del dolor... ....................................................... 195 20. Sobre el Rainier............................................................................. 203 21. Prisionero del monte Hood ......................................................213 22. El monte Whitney: Número cuarenta y nueve ............221 23. Más que montañas ....................................................................... 231 Epílogo ....................................................................................................... 239 1.

2.



Capítulo 1

AL PIE DEL OENALI "El hombre no está listo para la aventura a menos que esté

totalmente libre de temor. Porque el temor lo confmay li­ mita su horizonte. Se queda atado por las cuerdas de la duda y la indecisión, y solo le queda un mundo pequeño y angosto para explorar" (William O. Douglas, Of Men and Mountains

[De los hombres y las montañas] [Nueva York: Harper and Brothers Publishers, 1950]). El silencio exterior parecía profundizarse a medida que nos dirigíamos al norte de Anchorage. Dentro del taxi, nues­ tro conductor nos mantenía al tanto con una corriente con­ tinua de comentarios, mientras señalaba los paisajes a lo largo del camino. -Ustedes podrían ver mucho más si no fuera por esta niebla -dijo como pidiendo disculpas-. En un día claro ya podrían ver La Montaña desde ahora. La Montaña. Incluso en esta tierra cruzada en todas di­ recciones por cadenas montañosas, no había ninguna duda a cuál montaña se refería. En esta parte del mundo, ese tono se reserva únicamente para una montaña: el monte McKinley. Situado a unos 235 kilómetros al norte de Anchorage, el Monte McKinley se abre paso por encima de todos los picos vecinos de la cordillera de Alaska a una majestuosa altura de unos 7.000 metros. Tres mil kilómetros más al norte que el Everest -a solo unos 3 grados y medio al sur del círculo po­ lar ártico--, la montaña tiene una perpetua corona de nieve y hielo; y su clima es más caprichoso e inmisericorde que el de cualquier otra. El macizo McKinley, un racimo de más de veintiún picos, todos de más de tres mil metros de altura, tiene la elevación 5


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más grande del mundo por encima de la línea de la vege­ tación y el comienzo de la nieve a 2.soo metros sobre el nivel del mar. William A. McKinley, un graduado de Princeton Uni­ versity que descubrió el oro en el Yukón, le puso su nom­ bre a la montaña en 1896. Los cazadores de caribúes del norte y el oeste llaman a la montaña Denali. Los nativos del este se refieren a ella como Traleika. Ambos nom­ bres indígenas significan "El Grande", nombre apropia­ do e impresionante. Los alpinistas la llaman Denali por respeto. Mientras avanzábamos, la niebla se tragaba parcial­ mente nuestro destino: la pequeña comunidad de Talkeet­ na. Yo me estiraba para tener al menos una vislumbre de la montaña, pero ella también se escondía detrás de la cor­ tina de la niebla. -Me imagino que se van a quedar-dijo nuestro taxista con una suave sonrisa. Yo le miré, un tanto confuso, al responderle: -Por supuesto que nos vamos a quedar. El se encogió de hombros. -El mes pasado traje a un grupo de supuestos escala­ dores hasta aquí. Era un día bello y claro. Ellos le echaron un vistazo a la montaña y dijeron: "¡No! ¡No! ¡De ninguna manera!" Se volvieron al coche y nos dirigimos inmediata­ mente a Anchorage. Con aquellas alentadoras palabras, el chofer nos dejó a los cuatro y a nuestro equipo frente a la barraca de Doug Keating, donde hicimos arreglos para pasar la noche. Allí, los escaladores entraban y salían como hormigas privadas de dirección. Estudié los rostros de todos. Algu­ nos parecían cansados y agotados, molidos después de terminar su gira por las montañas; y otros parecían ansio­ sos e impacientes por comenzar su ascenso. No sé lo que decía mi cara, pero dentro de mí sentía la posibilidad de no salir vivo del Denali. Eché un aprensivo vistazo de 360 6


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grados al pueblecito. ¿Es este el último vestigio de la civili­

zación que veré?

Nubes negras y tormentosas, inquietas y pesadas, se cernían sobre toda la zona, bloqueando cualquier posi­ bilidad de vislumbrar a "El Grande". ¿Qué estoy haciendo aquí? ¡Debo estar loco! ¿Será que Dios de veras quiere que esté yo aquí? O ¿hice todo en mi mente para probarme algo a mí mismo? ¿O a Dios? Detuve a un hombre que vestía el traje típico de los es­ caladores y me presenté. Una breve plática nos llevó a al­ gunas preguntas con respecto a la ascensión. -¿Están todas estas personas esperando para dirigirse al campamento base? -pregunté. Él sonrió. -No todos. Algunos se van de regreso a sus casas. -¿Cree usted que habrá algún inconveniente para tomar un avión hacia el glaciar mañana? El escalador se encogió de hombros, y dijo: -Depende del clima. Los pilotos necesitan un claro en las nubes. Esta montaña fabrica su propio clima. El interior de la barraca no era más impresionante que el exterior. En medio de la ruidosa sala se amontonaban mochilas, equipo de escalar, sacos de comida, bolsas de dormir, basura y escaladores. Mi compañero de ascen­ sión, Adrián, estaba sentado en medio de nuestro carga­ mento. Desde su sitio, separaba las provisiones que ne­ cesitaríamos específicamente para esta ascensión, del montón de cosas que dejaríamos en la barraca hasta que regresáramos. Adrián, nuestro guía, era mucho más que otro escalador. Era el poseedor actual del mejor récord. Había escalado el punto más alto de los cincuenta estados.en solo 101 días. Yo avancé por entre aquel amasijo de cosas, siguiendo a nuestro principal escalador, Mike, mientras nos condu­ cía hacia algunas literas vacías. Dejé caer mi equipo en el piso, luego extendí mi bolsa de dormir en medio de todo, 7


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tratando de dormir algunas horas. Sacudí la cabeza por el ruidoso y abigarrado lugar y por la luz que brillaba exac­ tamente frente a mí. Los escaladores que se alojaban en la cabaña pasaban sobre mí al entrar o salir. ¿Cómo podría dormir un poco en este lugar? -¿Listo para comer? Whit era el cuarto miembro de nuestro grupo. Observé su rostro irónico y sonreí. Vamos, Todd. Será un largo día.

Estás cansado y también hambriento. Y estás bastante an­

sioso, admítelo. Las cosas tendrán un rostro mejor mañana por la mañana. Los cuatro cruzamos como pudimos la calle y nos di­ rigimos a McKinley Deli. Traté de olvidarme de mi ansie­ dad en frente de los demás, pero no pude hacerlo: estaba asustado. -¿Qué les sirvo, jóvenes?-preguntó un cocinero de bar­ ba gruesa e hirsuta que daba vueltas a las salchichas so­ bre una plancha, mientras esperaba para tomar nuestra orden. -Tenemos las mejores hamburguesas del pueblo. Las únicas hamburguesas del pueblo, dirás.

Ordenamos un par de sándwiches y algo de pizza, lue­ go nos dirigimos hacia una de las rústicas mesas de tablas que estaba vacía. Acabábamos de sentarnos cuando una pareja de escaladores entró por las pesadas puertas de madera. Por el agotamiento que se les veía en los rostros quemados por el sol y la forma dolorosa en que se movían, sabíamos que acababan de descender. Con el deseo de sa­ ber lo más que pudiera acerca de la ascensión, me volví hacia el lugar donde estaban sentados y me presenté. -¿Cómo estuvieron las cosas allá arriba-hoy? Uno de los hombres movió la cabeza, al contestar: -Crueles tormentas y fuertes vientos. Estuvimos atrapados en Denali Pass durante tres días. -¿Pero llegaron a la cumbre? -les pregunté. De nuevo movió la cabeza. 8


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-Subieron hasta allá y no llegaron a la cumbre?-dije mirándolos con incredulidad-. ¡Qué desalentador! -De alguna manera la montaña pierde significado ante la importancia de la supervivencia -resopló fuertemente y tomó un sorbo de sidra-. ¡Simplemente me siento feliz de haber podido bajar vivo de esa montaña! Estoy listo para irme a casa ... ¡vivo! Su hogar, explicó, estaba en New Hampshire. Y aquí estaba yo, un escalador relativamente inexperto, escuchando cómo escaladores maduros temían por su vida. ¿Cómo podré hacer alguna vez ese ascenso? Él se despidió para hacer una llamada telefónica. -Mi esposa-dijo- estará muy contenta de saber que estoy camino a casa. Su compañero de aventuras miraba atentamente su tasa de café caliente. -¿Estuvo de veras malo, eh? -le pregunté. -Es una experiencia que nunca olvidaré. Me miró con una expresión inquieta en los ojos, como si midiera sus palabras por mis reacciones. -A siete mil metros de altura hice un escalón en la montaña y vi el guante de un escalador bajo el hielo. Cuando miré más de cerca, me di cuenta que la mano del escalador todavía estaba dentro del guante. Un estremecimiento de miedo me recorrió toda la espina dorsal. -¿Una mano humana? -Por el estilo del guante, sospecho que era un escalador perdido en la montaña a principios de la década de 1970. Más de veinte años de estar enterrado en el hielo -sacudió la cabeza con un temblor-. Yo me consideraba un escalador maduro, pero ahora, me siento increíblemente afortunado de estar aquí abajo, sano y salvo. ¡Dios de misericordia, estoy muerto! Miré hacia el pedazo de pizza que estaba sobre la mesa delante de mí. ¡Mi última cena! Jamás había estado tan asustado en mi vida. 9


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Ni durante ni después del accidente del bote. Ni siquiera antes que me amputaran la pierna. ¡Tenía que estar loco para tratar de escalar el Denali!

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Capítulo 2

IRAGEDIA EN IENKILLER Lago Tenkiller, Oklahoma

_. •Auxilio! ¡Paren! ¡Auxilio!-gritaba yo, tragando agua 1 y ahogándome en el lago-. ¡Alto! Salí a tragar un poco de aire. Enredado en la cuerda de remolcar, golpeaba desesperadamente el agua, mientras el bote se acercaba peligrosamente, más y más hacia mí. Traté de recoger la pierna hacia el pecho, pero una fuerza superior tiraba de ella. ¿Nadie ve lo que está pasando? Miré a todos lados desesperadamente en busca de ayu­ da, pero no había nadie. Dentro del bote, mi familia y los amigos reían y hablaban, sin dar.se cuenta de que la má­ quina avanzaba en reversa, y que el bote se estaba mo­ viendo hacia atrás. Un escalofrío de terror me sacudió. ¡Tengo que salir de aquí! Me zambullí bajo la cuerda de remolque y luché frenéti­ camente en el agua, tratando de nadar perpendicularmen­ te a la trayectoria que traía el bote que se aproximaba. Pe­ ro el bulto de mi pesado salvavidas amarillo me detenía, y las hélices del bote parecían estar sorbiéndome. Parecía que yo nadaba en cámara lenta. Hice fuertes brazadas en el agua, agotando mi fuerza como quien lucha contra una fuerza irresistible en un torbellino. Detrás de mí podía escuchar el gorgoteo de la máquina que se oía cada vez más cerca y más fuerte. Sentí un choque y un golpe, y luego las piernas succionadas desde abajo. Ce­ rré los ojos y luché para escapar del apretón mortal que me atrapaba. Podía sentir las hélices del bote que me atrapa11


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ban las piernas y las hirvientes aguas sacudían mi cuerpo como un perro que hiciera pedazos a una muñeca de trapo. El bote se detuvo. Fue como una pesadilla. Lo que esperaba era despertar y encontrarme en mi cama, sano y salvo. Abrí los ojos. Suaves motitas blancas irrumpieron ante mi vista cuando miré hacia el cielo. -¡Ah! -gemí, sacudiendo brazos y piernas en el creciente círculo de sangre que pintaba de rojo el verde oscuro de las aguas del lago-. ¡Mis piernas! ¡Mis piernas! ¡Mis piernas! -Agárrate, Todd, agárrate! -gritaba mi padre. Detuvo el motor, me tomó por el salvavidas del hombro, y me sacó del agua. Un dolor quemante me invadía todo el cuerpo. Aterrorizado, seguía moviéndome frenéticamente. Chorros de sangre se elevaban hasta dos metros; salían como de una fuente pulsante de la arteria femoral, saturando los lados del bote, a mi padre, a mi amigo Clay Bird, y a todo lo que estaba a su alcance. Jamás en mi vida había visto tanta sangre. M.i padre me movió las piernas para alcanzar más bien un punto de presión para detener la hemorragia. Pedazos de carne de mi muslo izquierdo colgaban como trapos. Tiras de músculo palpitante colgaban detrás de mi pierna derecha. Los tejidos de la piel colgaban en jirones, como tasajo colgado para secarse al sol, exponiendo los huesos y la carne viva. Mientras me movía, sentía manos que me presionaban. Podía oír la voz de mi padre. -Cálmate, Todd. Trata de no moverte. ¡Clay, ayúdame aquí! Clay me miró con la boca abierta, con los ojos desorbitados de terror. Mi padre le gritó. - ¡Clay, no tengas miedo! ¡Necesito tu ayuda! Clay se movió como si hubiera estado en un trance. Brook Baxter, otro amigo, tragó saliva, y luego vomitó por un lado del bote. Cuando mi amiga Emily Shepherd vio lo quEi había ocurrido, tomó a mi hermanito Stevie, de cuatro años, y lo llevó corriendo hasta el otro extremo del bote. Mi cuerpo 12


Tragedia en Tenkiller

se retorcía de dolor, cuando mi padre y Clay me bajaban a la parte inferior del bote. Scott. mi hermano de doce años, me miró, con la boca abierta; y la cara horriblemente pálida. - ¡Scott! - gritó mi padre, mientras tomaba la primera toalla de playa que estuvo a su alcance. - Toma el timón y conduce el bote. Scott movió la cabeza horrorizado. -¡¡No puedo!! ¡¡No sé cómo se hace!! - Tienes que hacerlo, hijo! ¡Yo tengo que detener esta hemorragia, o si no tu hermano morirá! ¿Morir? Moví la cabeza negando frenéticamente. Yo no voy a mor ir! -¡Aguántate, hijo, vamos a llevarte a un médico! ¡Scott. más vale que te apresures! Papá le daba las instrucciones a gritos de cómo arrancar el motor, mientras mi hermano subía obedientemente al asiento que estaba ante el volante. ¡Hey, no es justo, Scott es menor que yo y va a manejar el bote...! Las palabras de mi padre retumbaban en mis oídos. Miré de soslayo al sol poniente. Las partículas de luz me golpearon los ojos como si fueran copos de nieve que se estrellaran contra los faros de un automóvil a alta velocidad. Yo me retorcía en el piso del bote, aturdido por el dolor y la pérdida de tanta sangre. En algún lugar a lo lejos escuché el motor de un bote que comenzaba a toser para luego funcionar a plenitud. Sentí las vibraciones debajo de mí, mientras nos lanzábamos a gran velocidad hacia la playa. - ¿Por qué a mí? -gritaba yo mientras mi padre y Clay me envolvían las piernas con una toalla tras otra, solo para verla casi al instante empapada de sangre-. ¿Por qué a mí? Podía escuchar a mi padre gritándole a Clay para que hiciera presión en los puntos adecuados, mientras un cada vez más ancho charco de sangre me circundaba. Mis años de entrenamiento como Cachorro y luego como Boy Scout penetraron la cortina del dolor. Recordé las instrucciones del manual de los Boy Scout: que cuando uno se encuen13


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traen una situación de emergencia, debe mantener la calma, y estar quieto. -¡Muy bien, que no cunda el pánico! -grité. Apreté los dientes para impedir que siguieran castañeteándome y me mordí el labio inferior. ¡No te descontroles! ¡Quédate tranquilo!

Mi padre usó toallas de playa para tratar de parar la hemorragia, solo para verlas empapadas de sangre casi al ponerlas en las heridas. Aparté los ojos de la pierna izquierda destrozada para fijarlos en la pierna derecha. Ignorando la rótula partida en dos y las otras horribles laceraciones, traté de mover el pie derecho. No pude hacerlo. ¿Por qué no puedo mover el pie? Solo un pensamiento dominaba mi mente: el pie paralizado. No lo puedo mover. No puedo mover el pie. Mi padre me palmeó el hombro. Eso me afligió muchísimo. -No te aflijas, Todd. Vamos a hacer todo lo que podamos para ayudarte. Confía, hijo. Durante un momento me concentré tratando de mover el pie, pero no pude hacerlo. Esto me preocupaba. Durante los quince minutos que duró el viaje hasta el muelle, perdí la noción del tiempo. Pensamientos extraños e inconexos llegaban y se iban con respecto a la escuela, el fútbol, mis amigos. Suaves destellos continuaban danzando ante mis ojos. Cuando el bote atracó en el muelle, fieras ondas de dolor se dispararon por todo mi cuerpo. Con los ojos lacerados por el dolor, contemplé el rostro demacrado de mi padre: -¿Significa esto que no podré jugar fútbol en el otoño? Sin responder a mi pregunta, se puso de pie de un salto, me tomó en sus brazos y gritó a la gente que estaba en el muelle. -Llamen una ambulancia. Mi hijo está gravemente herido. No puedo detener la hemorragia. Miré el charco de sangre que estaba donde yo había estado sentado, mi propia sangre, y con una voz apenas audible, clamé: 14


Tragedia en Tenkiller

- ¡Oh, Dios, ayúdame! Un extraño se abrió paso a través de la multitud de espectadores, mientras decía: - Soy médico. Permítame ayudarle con el muchacho. Y ayudó a mi padre a levantarme del fondo del bote y llevarme hasta el muelle. -¿Puedo ayudarles? Soy enfermera -dijo una mujer que sin esperar respuesta corrió a ponerse al lado del médico. No me hice muchas preguntas acerca de la casualidad de que hubiera un médico y una enfermera en el mismo muelle, en el remoto lago, y en el momento exacto para salvarme la vida, porque nunca imaginé que estuviera en peligro de morir. Solo sabía que sufría horriblemente y que tenía muchísima sed. Sentía la lengua hinchada y reseca. -Tengo sed -dije en un gemido-; necesito un vaso de agua. El médico gritó algunas órdenes mientras trabajaba sobre mi cuerpo. · -Déle un pedazo de hielo para que chupe. Alguien me puso dos pedacitos de hielo en la lengua. Mi amiga Emily me palmeaba el hombre. -Sé valiente, Todd. Asentí con la cabeza mientras una sofocante ola de dolor ahogaba completamente mi consciencia, excepto mi dolor y mi sed. Luché contra la intensa penumbra que amenazaba con envolverme, engulléndose mi estado de conciencia. Luego, desde algún lugar lejano, escuché el aullido de la sirena de una ambulancia. Oh, bueno. Quizá puedan darme alguna aspirina o algo así, pensé. Pero cuando el vehículo de emergencia se detuvo junto al malecón y un tumulto de paramédicos vestidos de blanco salió de él, nadie escuchó el clamor con que yo pedía algún calmante para el dolor. Estaban demasiado ocupados tratando de llevarme al hospital tan rápido como fuera posible. Mientras me subían a la camilla, grité en agonía por el dolor. De repente sentí que alguien me 15


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tomaba la mano. El rostro demacrado de mi padre se inclinó sobre mí y le vi los ojos llenos de preocupación por mí. -Papá - dije tratando de sonreír, pero lo único que pude lograr fue lastimarme-. Papá, ¿qué va a ser de mí? Él sacudió la cabeza y movió los labios, pero no pude entender lo que dijo. - No te muevas, hijo -dijo el médico, mientras los paramédicos vestidos de blanco me subían a la ambulancia. Yo extendí el cuello para tratar de localizar el rostro familiar de mi padre. -Todo saldrá bien, hijo. Yo estaré contigo y el doctor también - mi padre me palmeó la espalda. Miré por encima de mi otro hombro al médico, que hablaba con uno de los paramédicos, pero no pude oír lo que decían. Como jamás había visto el interior de una ambulancia, observé el equipo de emergencia que me rodeaba. Aun con el gran dolor que tenía, mi curiosidad de muchacho de 14 años no podía apagarse. La ambulancia salió a toda velocidad, dejando una nube de polvo y arena en su estela. Pedí medicina, pero nadie podía escucharme a causa del aullido de la sirena y el rugido del motor. El vehículo de emergencia corrió a gran velocidad por la accidentada carretera rural hacia el pequeño poblado de Tahlequah, a unos veinte minutos del lago. Se detuvo con la sirena rugiendo que continuaba más fuerte en el pequeño hospital del pueblo. La cabeza se me movía de un lado a otro mientras los asistentes empujaban la camilla a través de las puertas automáticas hasta la sala de emergencia. Qui-

zás ahora podrán darme algo para quitar el dolor. El médico que me había acompañado dio algunas órdenes a gritos al personal del hospital. En medio de la conmoción de las enfermeras que me envolvían las piernas en vendajes y me picaban los brazos con una aguja para ponerme una inyección intravenosa, traté de que me oyeran. -Me duele mucho. ¿Podrían darme algo para el dolor? 16


Tragedia en Tenkiller

Cuando nadie respondió a mi clamor, supliqué que me dieran agua. Estaba tan sediento. Una enfermera escuchó mi súplica. -No podemos darte agua, pero quizás un hielito te pueda ayudar. Le sonreí con gratitud mientras ella me ponía un pedazo de hielo sobre la lengua. -Sr. Hudson, usted tuvo suerte que un médico estuviera en el lago hoy -dijo el médico que estaba de turno en la sala de emergencia, llamando a mi padre a un lado. Me esforcé por escuchar lo que tenía que decir. -Sin ese cuidado de emergecia... bueno, sencillamente usted fue afortunado, señor. -Gracias, Señor -dijo mi padre con un suspiro. -Pero su hijo todavía no está fuera de peligro. Nuestro pequeño hospital aquí en Tahlequah no está equipado para manejar este tipo de emergencias. Todd necesita atención que está mucho más allá de nuestra capacidad. El hospital más cercano para manejar esos casos traumáticos está en Muskogee. -¿Muskogee? ¿Muskogee? Mis pensamientos hicieron eco a las palabras de mi padre. -Pero su buena suerte todavía sigue acompañándolo, o quizá su hijo tiene alguien por allá arriba que vela por él. Parece que el equipo de cirugía del hospital está en el hospital de Muskogee. Se estaban preparando para hacerle una cirugía a otro paciente cuando llamé y les hablé de Todd. Ellos están esperando. Ya no pude escuchar mucho más de lo que el médico dijo. Los mismos dos paramédicos que me había llevado al hospital levantaron mi camilla y se dirigieron a la salida de la sala de emergencia. Las luces del techo pasaban sobre mi cabeza como si fueran una mancha de luz. Yo me sentía como adormilado. Un frío extraño comenzó a surgir dentro de mi cuerpo, como si me estuviera congelando de adentro 17


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para afuera. Mis dientes comenzaron a castañetear. ¿Cómo puede hacer tanto frío? ¿Es el mes de julio, no? Además de sentir frío, yo deseaba dormir. Quizá si cierro los ojos y duermo un ratito, el dolor se me quitará. Todavía no recibía yo ninguna medicina para el dolor. Estoy demasiado cansado para luchar, pensé. Cerré los ojos mientras ellos empujaban mi camilla rumbo a la ambulancia. Mi padre se subió al vehículo detrás de mí. El me apretó los hombros para darme ánimo. -Aguanta, hijo, aguanta. Te vamos a llevar a Muskogee. Ellos están enviando sangre desde Tulsa para ti, todo saldrá bien; todo va a .... -Tengo mucho frío -balbucí, con los ojos todavía fuertemente cerrados. -¿Qué, Todd? ¿Qué dijiste? Yo repetí para mí mismo: -Tengo frío. Pero sabía que no podría oírme. Apenas podía hablar como un suspiro; estaba muy cansado. Quizá mi padre se imaginó lo que yo trataba de decirle, porque estaba temblando, y de repente, sentí el peso de una cobija más sobre mí. Eso está mejor, pensé. Si tan solo pudiera calentarme un poquito. Mientras la ambulancia se lanzaba a toda velocidad hacia el oeste rumbo a Muskogee, mis pensamientos daban volteretas, como zapatos dentro de una secadora. Espero que esto no eche a perder mis planes de jugar al fútbol este otoño. Espero que no tenga que perder más que unos pocos días de mis vacaciones de verano en el hospital. ¿Verano? ¿Calor? ¿Cómo puedo sentir tanto frío? Es el mes de julio, ¿no? Me lamí los agrietados labios. Tengo tanta sed. Otra oleada de dolor interrumpió mis errabundos pensamientos. Cerré los ojos más fuertemente. Duele demasiado para pensar. Si tan solo pudiera dormirme. Ya me estaba sintiendo muy enojado con los paramédicos que parecían deleitarse en picarme, pincharme y moverme. ¿Por qué no me permiten dormir por un momento, solo un momento...? 18


Tragedia en Tenkiller

Dos horas después del accidente, el vehículo se detuvo en el hospital general de Muskogee. Segundos más tarde, la puerta de atrás de la ambulancia se abrió, y un equipo de personal entrenado sacó mi camilla del vehículo. De pronto me sentí rodeado por una horda de reporteros y de fotógrafos. Mi padre gritó: -¡Nada de fotografías! ¡Nada de fotografías! -mientras les abría paso a los paramédicos hacia la sala de emergencia. Una vez más, gritaba yo de dolor mientras ellos me transferían a una mesa de auscultación, donde una vez más me retorcieron, me voltearon, examinaron y picaron. Yo gritaba o me quejaba por el intenso dolor que cada movimiento me producía en todo el cuerpo. En algún lugar entre la ambulancia y la sala de emergencia perdí de vista a mi padre. De repente me di cuenta que estaba rodeado por ansiosos y corteses extraños, que realizaban su tarea muy concentrados. -Pronto, Todd -me dijo una de las enfermeras-. Los médicos te ayudarán pronto. Pronto ... Pronto ... Me repetía a mí mismo una y otra vez, mientras movía la cabeza constantemente para mitigar el intenso dolor. Después de lo que me pareció una eternidad, me llevaron a un elevador. Observé las luces que relucían en las paredes del elevador que me llevaba al sótano. El elevador se detuvo y las puertas se abrieron. Me llevaron por un largo pasillo hasta otras puertas. Me hicieron pasar por las puertas y me metieron en un cuarto que era de color verde. Instrumentos que sonaban y máquinas pasaron a mi lado. Observé todos los botones, manómetros y apagadores de luz. El "sanitario" del hospital olía horriblemente. Fuertes manos me pusieron sobre la fría mesa de operaciones. La sala se llenó de enfermeras y médicos enmascarados que se movían rápidamente, realizando una variedad de tareas. Cerré los ojos por la deslumbrante luz. 19


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Podía oír dos voces masculinas que deliberaban si amputar o no la pierna de alguien. Deben estar hablando de otro paciente, razoné. Un hombre delgado con bondadosos ojos azules se colocó detrás de mi cabeza, hablándome, diciéndome que contara hacia atrás, comenzando desde un ciento. Me puso una máscara sobre la boca y la nariz. En el último instante, miré de soslayo a un gran reloj que estaba en la pared: 7:00. Tres horas desde que ocurrió el accidente ... Mi dolor se fue disminuyendo. Sentí un dulce y suave alivio; y después no sentí nada más. Desperté en medio de la noche en la unidad de cuidados intensivos. El tubo que tenía en la nariz y que me llevaba oxígeno a los pulmones, quemaba como fuego. Eché un vistazo a las agujas que me habían puesto en el brazo y me encogí. Tenía la boca tan seca, que apenas podía hablar. -Agua .... Desorientado, grité llamando a mi mamá. En vez de la voz de mi madre, escuché la de una persona extraña. -Todo está bien, Todd. Tu mamá está esperando aquí afuerita. Voy a llamarla. ¿Afuera? ¿Afuera de dónde? -¿Dónde estoy? -Estás en el hospital. Te han hecho una operación. ¿Recuerdas? Hice un movimiento con la cabeza asintiendo: -Sí, recuerdo. De repente, el recuerdo del accidente del bote vino violentamente a mi memoria. ¡Mis piernas! Mientras un brazo estaba atrapado en un tablero que sostenía las agujas intravenosas, con la mano libre me toqué los muslos. ¡Ambas estaban allí! Aliviado, me recliné hacia atrás contra las almohadas. Todo está bien. ¡Todavía tengo las piernas!

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Capítulo 3

ESPERANZA YDESILUSION Talkeetna, Alaska

oco a poco, conciliamos el sueño en la barraca. Por encima de la charla y el bullicio de los escaladores, pude oír las palabras de un hombre experimentado en el McKinley. -Lo peor que un escalador puede hacer es obligarse a ir más allá de su capacidad de aguante -dijo el hombre-. Lenta y cómodamente es la clave del éxito. En esta montaña, el éxito significa mantenerse vivo. ¿A quién estoy haciéndole bromas?, me pregunté. ¿Puede un hombre con una sola pierna sobrevivir realmente es-

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calando el monte McKinley? ¿Cuánto tengo que obligarme a mí mismo sin poner en peligro el éxito de la expedición? ¿O quizá sin arriesgar mi propia vida? Pero ya me había estado obligando a mí mismo durante demasiado tiempo, desde aquella noche que había dormido en la sala de cuidados intensivos en el Hospital de Muskogee. En aquellos primeros días después del accidente, el sueño se convirtió en un amigo íntimo. Al yacer tranquilamente en la cama, sentía yo un tirón ocasional en el brazo, o una luz en el rostro. Mi cuarto estrecho y sin ventanas era solo un poquito más grande que la cama. Supongo que se quería que yo descansara, pero cada pocas horas venían las enfermeras para sacarme sangre, tomar mis signos vitales, o cambiar el suero. Llegué a la conclusión de que los hospitales no son lugares para descansar. Recuerdo vagamente haber visto a mis padres en la sala de cuidados intensivos que iban y venían durante los 21


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primeros días. Los médicos que me curaban la pierna me visitaban regularmente. Retazos de conversaciones se abrieron paso a través de la barrera que el dolor y la medicación habían levantado a mi alrededor. -Perdió tres cuartos de su sangre ... -Cuarenta puntos de sutura en la pierna izquierda ... -No hay suficiente piel en la pierna derecha para cubrir las heridas ... -Consideramos seriamente la posibilidad de amputarle la pierna izquierda. -¡Un chico afortunado! -¡Dios debió de haber estado con él! Cuando recuperé totalmente la conciencia, mi madre estaba sentada sobre una silla cerca de mi cama. Su bolsa de mano estaba posada sobre la mesa de metal que estaba al lado de mi cama. Un periódico sobresalía de ella. Tomé el periódico con la mano libre. Allí, en la primera página, estaba un artículo acerca de mí. Reí cuando leí que estaba en condición crítica en el hospital de Muskogee. "Eso es una tontería. No me siento en estado crítico". No me daba cuenta de que mi sensación de bienestar se debía a los medicamentos y no a un bienestar real. - Hijo, tú no sabes cuán cerca estuvimos de perderte-dijo ella reprendiéndome gentilmente-. Cuando me dijeron por teléfono lo que había ocurrido, yo estaba segura ... -su voz se quebró, y se enjugó los ojos con un pañuelo desechable- ... que no llegarías vivo al hospital. -Oh, mamá - no me gustaba ver llorar a mi mamá-. Me pondré bien y saldré de aquí en menos de lo que canta un gallo, ya verás. Ella apartó la vista por un momento de mí, luego me palmeó el brazo. -Nosotros le agradecemos a Dios que todavía te tenemos vivo, hijo. ¿"Gracias a Dios"? Yo siempre he hecho mis oraciones, pero en realidad no había pensado mucho en la oración. 22


Esperanza y desilusión

Solo en mi cuarto, después de la hora de visitas, me quedaba viendo al cielo raso, contando los agujeros en el material, y llorando: "¿Por qué a mí, Señor?" "¿Por qué a mí?" Después de una semana en la unidad de cuidados intensivos, me cambiaron a un cuarto regular. Yo tenía mi propio cuarto en mi casa. Y aquí tenía que aguantar a un corµpañero de cuarto que tosía y se quejaba por las noches, lo cual me imposibilitaba conciliar el sueño. "¿Por qué a mí, Señor? ¿Por qué tenía que ocurrirme esto a mí?" Cuando no estaba pidiéndole a Dios una respuesta, estaba pidiéndole a la enfermera que me aplicara algún calmante para el dolor. Sentía que ya no tenía ningún control sobre mi vida o sobre mi cuerpo. Eran otros los que decidían mi destino. A pesar de mi incomodidad, disfrutaba de la atención que me daban. Recibía cartas y tarjetas de personas completamente extrañas que me decían que estaban orando por mí. Los miembros de la iglesia venían a visitarme. Mis amigos venían en grupos desde Tulsa, trayendo toda clase de regalos. ¡Me sentía como una celebridad! Uno de mis compañeros me trajo una gorra roja de fieltro con una plumita prendida en el listón. Me encantaba el curioso sombrerito y me lo ponía siempre que los asistentes del hospital me sacaban de mi cuarto. Los amigos me ayudaban a sobrellevar el dolor. Mike, mi compañero de cuarto, venía a visitarme cuando podía. El me contaba los últimos chismes acerca de mis otros camaradas, y opinábamos en cuanto a cuál equipo ganaría la serie mundial. Mis amigas, DeAnn, que era porrista, y Emily, que había estado en el bote el día del accidente, me mantenían al día en cuanto a quién andaba enamorado de quién, y quién había terminado con quién. Mis amigos y yo hablábamos de todo, excepto de fútbol. Siempre que yo tocaba el tema, ellos cambiaban inmediatamente de conversación. El fútbol había sido parte de mi vida. Como medio delantero, tenía el récord de tacleador de mi equipo durante 23


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el séptimo y el octavo grados. Yo estaba ansioso de volver a las canchas, especialmente con el nuevo inicio de cursos que se aproximaba. Por supuesto, primero necesitaba tener la capacidad para levantarme de la cama. Diez días después del accidente, mi madre dio a luz a mi hermanita menor en el hospital de Tulsa. La semana posterior al alumbramiento me pareció interminable. Finalmente su médico le dio permiso para viajar hasta Muskogee. El Dr. Miller, dentista amigo de la familia, buscaba un reemplazo y venía a visitarme cuando mis padres no podían hacerlo. Se sentaba conmigo durante horas, mientras yo masticaba el buen chicle que siempre me traía. Una infección de pseudomonas me afectó la pierna. Convirtió en color verde mis vendajes y apestaba a huevo podrido y a vómito. Cada tercer día me llevaban a la sala de operaciones, donde el equipo médico me ponía a dormir para cambiarme los vendajes de las piernas. Un día intentaron cambiar los vendajes sin sedarme primero. Cuando levantaron la primera capa de gasa, un lacerante dolor se disparó por toda mi pierna, peor del que había sentido inmediatamente después del accidente. Grité tan fuerte y durante tanto tiempo, que los otros miembros del equipo médico del hospital vinieron corriendo para saber lo que estaba ocurriendo. Desde ese momento en adelante, los médicos se aseguraron de que yo estuviera bien sedado antes de iniciar el inevitable procedimiento. Después de algunas semanas en el hospital, comencé a comprender que probablemente no estaría en el equipo de fútbol de la escuela. Lo que yo no sabía era que los cirujanos habían dicho a mis padres que el pie izquierdo se me había paralizado y que debido a mis graves heridas, probablemente nunca más caminaría. Las sofocantes temperaturas disminuyeron para el otoño, y el nuevo curso escolar comenzó para mis amigos, pero no para mí. 24


Esperanza y desilusión

Menos de dos meses habían transcurrido desde el accidente, y yo estaba lejos todavía de estar bien. Durante las ocho semanas que había pasado en el hospital. soporté 28 operaciones. Recibía dosis cada vez mayores de Demerol contra el dolor. La parte posterior de mi pierna derecha no era más que una delgada capa de piel que me habían quitado del estómago. En la pierna izquierda había también unos 30 centímetros de puntos. Tanto mi estómago como mi pierna lucían horriblemente quemados. Y cada día me llevaban a la terapia física, donde pasaba mucho tiempo en el hidromasaje, una experiencia terriblemente dolorosa. Mi cuerpo se negaba a acostarse en la cama. Me sentía débil y feo, a pesar de la omnipresente gorra roja que continuaba usando en la cabeza. Mientras estuve en el hospital. continué cuestionando a Dios, orando por una respuesta, del porqué tenía yo que pasar por tanto dolor. Para ejercitar los músculos de los brazos y ayudarme a moverme sobre la cama, tenía una barra horizontal por encima de la cabeza. Después de cada ejercicio, me dejaba caer sobre la almohada, luchando para detener las lágrimas, recordando que mi amigo Clay Bird y yo acostumbrábamos a flexionar los músculos para demostrar nuestra fortaleza. Luego miraba con disgusto a mi enflaquecido cuerpo. ¿Y ahora, esto? Me movía de la cama a una silla de ruedas o a las muletas para caminar con la ayuda de un zapato que tenía una horrible abrazadera de metal que me impedía asentar el pie derecho. El día que salí del hospital. lo hice en muletas, con mi gorra roja puesta y portando la odiada abrazadera. Me encantó la emoción de volver a mi casa en la parte trasera de una camioneta Coach Smiley, a una fiesta en mi honor con banderas, gallardetes y globos. Pero cuando todo terminó, se me hacía más doloroso cada día ver a mi hermano y sus amigos dirigirse a la escuela. Mis padres arreglaron con la escuela para que me mandara un maestro a domicilio. En mi mente de muchacho

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de catorce años, el año escolar se extendió a lo que me pareció una eternidad. Recuerdo el día en que la realidad de mi situación se me hizo clara. Lágrimas de autocompasión me salieron desde lo más profundo del corazón cuando me senté en las duras bancas de madera de la gradería, para ver la línea cerrada de los delanteros del equipo de noveno grado. ¡Yo debería estar allíjugando! Tragué saliva, derramando lágrimas de desaliento. Yo había sido el jugador por quien los demás equipos se preocupaban y a quien cuidaban. Ahora estaba sentado en un extremo del campo, con músculos atrofiados. Ya

no soy una amenaza para nadie. ¡No soy más que un frágil inválido! De alguna manera, a pesar de mi dolor, no podía aceptar la seriedad de mis heridas. El dolor de no estar en el campo con mis camaradas me dolía. Ser incapaz de jugar aquel juego en el cual era tan bueno, me hería profundamente. -Quizás el próximo año -murmuré. ' -Quizá -dijo mi padre, apretándome el hombro para reafirmarme. Mi madre se limpiaba los ojos con su pañuelo. En la casa, yo luchaba con las limitaciones que se me imponían. Cuando me quejaba con mi madre por no poder volver a la escuela, ella me recordaba: -Todd, no te quejes. El mismo hecho de que estés vivo es un milagro. Piénsalo así -y sacudía la cabeza asombrada- . ¿Cuáles eran las probabilidades de que un médico y una enfermera, separados el uno de la otra, estuvieran en el muelle cuando tu padre te sacó del lago? Eso no es casualidad; eso es evidencia del amor de Dios por ti, hijo. ¡Yo agradezco a Dios cada día porque el equipo médico haya estado en el hospital de Muskogee disponible y listo para realizar la necesaria cirugía que te salvó la vida! -Lo sé, pero ... -Nada de peros ... Cuando llegué al lago, la enfermera que había ayudado a cuidarte me dijo que no llegarías vi26


Esperanza y desilusión

vo al hospital de Tahlequah. Tienes mucho por qué estar agradecido a Dios, hijo. Ella chasqueó la lengua llena de admiración, al contarme esto: -¡Perder tres cuartos de tu sangre! Tu padre dice que durante el viaje en la ambulancia rumbo al hospital de Muskogee, los paramédícos temieron que ya no recobraras la conciencia después que entraste en shock. Me volví hacia la pared. Me sentía atrapado, aislado de todos. Sin embargo, sabía que ella tenía razón. Me sentía agradecido de estar vivo, tan agradecido como un muchacho de catorce años que podía observar desde las barreras a sus camaradas atrapar los pases de fútbol y atajar a los mariscales de campo. -Tú sabes que el doctor nos dijo después de tu operación que probablemente nunca más podrías caminar. Sin embargo, ocho semanas después del accidente, te vimos salir caminando del hospital. - Supongo que tienes razón, pero no es .fácil -y volteé para ver a mi madre, que tenía los ojos anegados por las lágrimas. -Si yo pudiera hacer algo, daría cualquier cosa para calmar el dolor. - Lo sé, mamá -suspiré, y dirigí la vista al cielorraso de mi recámara-. Lo sé. -No siempre sabemos la forma en que Dios dirige nuestra vida, pero tú sabes que sí lo hace -y su voz se quebró-. Él está dirigiéndote. Dios tiene un plan para nuestra vida. No siempre sabemos en el momento en qué consiste ese plan, pero si seguimos preguntando cuál es su voluntad, él nos la mostrará. Recuerda, todas las cosas les ayudan a bien a quienes son llamados conforme al propósito de Dios. Aparté de ella los ojos, y flexioné muchas veces los músculos de las quijadas. Si bien mi familia asistía a la iglesia cada semana, yo nunca había pensado mucho en cuanto a la forma en que 27


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Dios quería obrar en mi vida. Y en cuanto a mi vida, no podía ver cómo era posible que esta tragedia fuera parte de su plan. Para mí, la iglesia era el lugar donde me encontraba con mis amigos los fines de semana. Algunas veces un grupo de nosotros.junto con las muchachas, encontraba algún cuarto solo en la parte trasera del templo donde jugar a la botella señaladora o cualquier otro juego propio de losadolescentes, lejos de las miradas de los adultos. Sin embargo, desde el accidente, todo había cambiado en mi vida. Mis amigos mi visitaban con bastante regularidad para verme, y yo apreciaba mucho eso, pero sus visitas no compensaban todo lo que me faltaba. Me sentía muy solitario. Las tareas de la escuela eran fáciles de hacer, y mis calificaciones eran muy buenas. Volví al salón de clases al segundo semestre, y descubrí que estaba bastante atrasado con relación a mis compañeros. Dediqué el resto del año para ponerme al día académica, social y emocionalmente. Cuando mis amigos supieron que yo todavía no podría participar en los deportes escolares, la capitana del equipo de fútbol femenino me hizo una propuesta. - Todd, tú sabes mucho de fútbol. DeAnn se acercó a mí una tarde después de la clase de matemáticas de primer año y me preguntó si me gustaría ser el director técnico de su equipo. -No sé-dije, arrastrando las palabras. Yo no estaba seguro de querer involucrarme con el equipo femenino. ¿Qué pensarían mis camaradas si yo llegara a ser director técnico del equipo femenino? -Sí, amigo, anímate. Te va a ir bien. Sabes mucho acerca del juego -dijo ella, para presionarme. -Lo pensaré-prometí. Durante los siguientes días la muchachas me presionaron y me sobornaron con donas y refrescos. Finalmente acepté. En poco tiempo, consideré que dirigir el equipo de fútb ol femenino era más divertido que jugar el juego con los muchachos. 28


Esperanza y desilusión

La abrazadera de metal que usaba para mantener mi pie en su lugar, rozaba contra la piel, produciéndome escoriación en la pierna. Aunque no podía sentir las llagas debido a los nervios dañados, las infecciones afectarían el resto de mi cuerpo. Perdí muchos días de clases el resto de ese año. Siendo un adolescente típico, tenía una conciencia muy clara en cuanto a la forma en que se veía mi pierna. En la parte posterior del muslo derecho podía ver el enorme vacío del tejido faltante y el bulbo del tendón de la curva a través de la piel roja e inflamada. Yo trataba de ocultar mis costras físicas de mis amigos. Rara vez nadaba en público para no mostrar la pierna atrofiada y las horribles cicatrices. Usaba el sentido del humor para ocultar mis cicatrices mentales. Me gustaba bromear acerca de los bien alimentados peces del lago Tenkiller. Salí con varias chicas. Pero siempre, cuando rompíamos, acusaba a la chica injustamente: -¡No te caigo bien a causa de esta pierna! No podía creer que los rompimientos fueran debidos a las causas normales por las cuales los estudiantes de nivel medio disuelven sus relaciones. Aprendí la forma de convertir mi abrazadera en una ventaja. Cuando jugaba fútbol en el vecindario, me quita1.J a la abrazadera y la usaba corno una honda para derribar n algún corredor que llevaba el balón. En otras ocasiones, ncontraba que mi abrazadera era horrible, engorrosa, y una fuente constante de dolor y vergüenza. Mi segundo año de nivel medio pasó sin ningún incid · nte notable, hasta un día en que un amigo llamado Ken 1 n detuvo en el pasillo de la escuela. - Hey, Todd, ¿sabías que Doug se ríe de ti a tus espaldas? - No, ¿qué dice?-pregunté, entrecerrando los ojos. De todas maneras aquel tipo nunca me había caído bien. - Te dice el lisiado de labio leporino. 29


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-No es más que una excusa para darle salida a un poco de su ira. - ¿Oh, eso dice? Como era un adolescente típico, me sentía inseguro acerca de mi cuerpo. Pero todo se exacerbaba por el hecho de que yo había nacido con labio leporino y paladar hendido, por lo cual me habían hecho cuatro operaciones antes de los tres años. Tenía una clara conciencia de mis deformidades. Y ahora, después del accidente, era más sensible aún. -Sí. ¿Quieres que yo lo arregle en tu nombre? -dijo mi amigo como si no pudiera contener su impaciencia. -Gracias, pero mejor lo haré yo mismo. ¿Dónde está? Ken hizo un gesto señalando hacia los guardarropas del gimnasio. Cuando di vuelta a la esquina y entré al cuarto donde estaban los guardarropas, divisé a mi enemigo mientras sacaba ropas deportivas de su estante. Sin ninguna advertencia lo agarré por detrás, le di vuelta y lo estrellé contra el banco de los guardarropas. -¿Es cierto que me andas llamando "el inválido de los labios leporinos"? -Oye, yo ... este ... -dijo balbuciendo. -No lo niegues -le grité tirándolo del cuello de la camisa y atrayendo mi cara junto a la suya-. Yo te sugeriría que dejaras de ponerme apodos, ahora mismo. ¿Entiendes? Movió la cabeza de arriba abajo en un rápido asentimiento. -Está bien. Ya no lo diré. Lo prometo -dijo con voz temblorosa. -Te lo advierto. -Muy bien. Arreglado. No más apodos. Le di un tirón del cuello para hacer énfasis, y luego lo solté. Él se frotó el cuello y apartó sus ojos de los míos. Me alejé satisfecho. Hasta donde sé, cumplió su palabra. Cuando estaba en tercer año, fui sometido a varias operaciones para que los trasplantes de piel se fijaran en la parte posterior de la pierna operada. Durante algunos me·· 30


Espe ra nza y d

il usió n

ses estuve con un brazo quirúrgicamente cosido 1 parte posterior de la pierna para darle una provisión d ngre del brazo a la piel de esa extremidad. Los médicos trataban de injertar los nervios para reconectar el que me fa ltaba en la pierna derecha con el propósito de venc r la parálisis del pie. Me pareció una verdadera tortura; y al final no funcionó. Así comenzó a formarse un patrón en mi vida: la esperanza de recuperación seguida por la desilusión. Como resultado falté muchos días a clases en el siguiente curso, y perdí mucho peso y músculo, de tal modo que la espina dorsal comenzó a arquearse hacia afuera. Llegó al punto en que no podía sentarme cómodamente en una silla, y además estaba produciéndome ulceraciones en micolumna. Disgustado con lo que estaba ocurriendo a mi otrora robusto cuerpo, decidí que trabajaría levantando pesas. Casi me di por vencido cuando comencé, porque no podía levantar más de veinte kilos. Pero día tras día cont inuaba añadiendo más y más peso, y haciendo más y más planchas, hasta que después de un año de du ro trabajo gané el campeonato de lucha libre de mi escuela. Decidí que lo que no podía hacer con las piernas, lo podría hacer con la parte superior de mi cuerpo. Fortalecí mis músculos hasta que pude ejercer una presión del 200 % de mi peso. Estos deportes me ayudaron a reconstruir mi bast ante ajada estima propia. Quizá no era físicamente indefenso, después de todo. Est aba cerca el fin de mi último año cuando noté una ampolla negra debajo del talón. Para cuando la descubrí, la ampolla se había infectado y se había abierto. La piel que la rodeaba había muerto y la infección se había extendido hasta el hueso. Me las arreglé para asistir a todos los ejercicios de graduación aunque para ello ingerí grandes cantidades de champaña. La infección del pie se agravó durant e el verano y durante mi primer año en la universidad. Siempre que caminaba, el pie me sangraba. Entré en el hospital y salí de él 31


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aquejado por poliomielitis en el hueso del talón. La infección se extendió al resto de mi cuerpo, produciendo fiebres, de modo que rara vez sabía si la temperatura del día era alta o baja. Las fiebres agotaron mis energías y dieron al traste con mi entusiasmo. Nunca sabía si el día siguiente estaría en clases o en una cama del hospital. Mis dolencias continuaron durante mi segundo año de universidad. A los 19 años era miembro de la fraternidad; no tenía dificultades económicas ni de otro tipo, excepto el inconveniente y continuo sobresalto del pie. Intelectualmente sabía que podía hacerla en los estudios. Externamente todo era bueno, al menos tal como el mundo lo define. ¿Entonces, por qué soy tan infeliz? En los límites de mi ocupada vida estudiantil había preguntas, muchas preguntas en cuanto a Dios y mi relación con él. Todos los años en que había asistido a la iglesia con mis padres, nunca la había convertido en mi religión. Y ahora, por alguna inexplicable razón, me sentía compelido a entregarme a Cristo. Comencé a leer la Biblia. Cuando mencioné mi deseo a dos de mis amigos que asistían a la iglesia regularmente, ellos comenzaron a estudiar la Biblia conmigo. Mientras más estudiaba, más claramente sabía que debía hacer una decisión. Pero no podía. Me encantaba mi estilo de vida. Me gustaba ir a fiestas con mis amigos. Me gustaba sentirme libre para hacer lo que quisiera, sin tener que darle cuentas a nadie. No quiero que las cosas cambien, razonaba. Además, he dado demasiado durante estos últimos años. Simplemente estoy llegando a ser libre. Luché con mi decisión durante más de una semana. Durante el fin de semana, fui a mi casa y les conté a mis padres acerca de mis luchas. Mi madre, que estaba estudiando para el ministerio, lloró al decirme: - Me siento muy contenta de que vengas a casa y nos lo digas. Hemos estado orando por ti. 32


Esperanza y desilusión

-Harás la decisión adecuada, hijo -me aseguró mi padre-. Sabemos que lo harás. Cuando iba de camino hacia la universidad, no podía apartar_.sus palabras de mi mente. Encendí la radio a todo volumen, esperando acallar la voz de Dios que luchaba con mi corazón. Pero una vocecita suave y dulce seguía llamándome con insistencia. Sentí un fuerte impulso de llorar, pero lo sofoqué. Golpeando con el puño en el volante del coche, grité: -¡De ninguna manera, Señor! ¡No puedo hacer esa clase de entrega a tu voluntad! De repente, unas luces que venían en sentido contrario me sobresaltaron. Giré rápidamente el volante para evi- . tar un accidente. Me detuve al lado de la carretera. Puse el motor del coche en neutral (punto muerto) y recliné la cabeza sobre el asiento, cerrando los ojos. - ¡No hay ventajas en seguirte, Señor! ¡No hay diversión! Interferirá con todo lo que me gusta, con mis citas con las muchachas, mis fiestas, mis objetivos, mis sueños: ¡todo! Excepto por el monótono canto ritual de un par de grillos, el silencio de la noche caía sobre mí. Observé a través de los vidrios de las ventanas, y una miríada de estrellas resplandecían en el cielo de Oklahoma. Enjugué las lágrimas que me corrían por las mejillas y suspiré 1 rofundamente. - ¿No podemos tomar esto paso a paso? ¿No hacer gran(les decisiones, sino un poquito a la vez? Ninguna voz me respondió en la tinieblas; ninguna 1· spuesta vino a calmar mi dolor. Al siguiente día, después ( 1 clases, tomé mi Biblia y caminé hasta un parque cereal I al plantel. Me senté bajo un árbol, al lado de un arroyo 11·;:inquilo, abrí mi Biblia y comencé a leer el libro de los !i:1lmos. No es que yo corriera derecho hacia el texto exacto que 111 ' dijera lo que tenía que hacer. Yo sabía lo que tenía que 33


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aquejado por poliomielitis en el hueso del talón. La infección se extendió al resto de mi cuerpo, produciendo fiebres, de modo que rara vez sabía si la temperatura del día era alta o baja. Las fiebres agotaron mis energías y dieron al traste con mi entusiasmo. Nunca sabía si el día siguiente estaría en clases o en una cama del hospital. Mis dolencias continuaron durante mi segundo año de universidad. A los 19 años era miembro de la fraternidad; no tenía dificultades económicas ni de otro tipo, excepto el inconveniente y continuo sobresalto del pie. Intelectualmente sabía que podía hacerla en los estudios. Externamente todo era bueno, al menos tal como el mundo lo define. ¿Entonces, por qué soy tan infeliz? En los límites de mi ocupada vida estudiantil había preguntas, muchas preguntas en cuanto a Dios y mi relación con él. Todos los años en que había asistido a la iglesia con mis padres, nunca la había convertido en mi religión. Y ahora, por alguna inexplicable razón, me sentía compelido a entregarme a Cristo. Comencé a leer la Biblia. Cuando mencioné mi deseo a dos de mis amigos que asistían a la iglesia regularmente, ellos comenzaron a estudiar la Biblia conmigo. Mientras más estudiaba, más claramente sabía que debía hacer una decisión. Pero no podía. Me encantaba mi estilo de vida. Me gustaba ir a fiestas con mis amigos. Me gustaba sentirme libre para hacer lo que quisiera, sin tener que darle cuentas a nadie. No quiero que las cosas cambien, razonaba. Además, he dado demasiado durante estos últimos años. Simplemente estoy llegando a ser libre. Luché con mi decisión durante más de una semana. Durante el fin de semana, fui a mi casa y les conté a mis padres acerca de mis luchas. Mi madre, que estaba estudiando para el ministerio, lloró al decirme: -Me siento muy contenta de que vengas a casa y nos lo digas. Hemos estado orando por ti.

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-Harás la decisión adecuada, hijo - me aseguró mi padre-. Sabemos que lo harás. Cuando iba de camino hacia la universidad, no podía apartar ,;;us palabras de mi mente. Encendí la radio a todo volumen, esperando acallar la voz de Dios que luchaba con mi corazón. Pero una vocecita suave y dulce seguía llamándome con insistencia. Sentí un fuerte impulso de llorar, pero lo sofoqué. Golpeando con el puño en el volante del coche, grité: -¡De ninguna manera, Señor! ¡No puedo hacer esa clase de entrega a tu voluntad! De repente, unas luces que venían en sentido contrario me sobresaltaron. Giré rápidamente el volante para evi- . tar un accidente. Me detuve al lado de la carretera. Puse el motor del coche en neutral (punto muerto) y recliné la cabeza sobre el asiento, cerrando los ojos. - ¡No hay ventajas en seguirte, Señor! ¡No hay diversión! Interferirá con todo lo que me gusta, con mis citas con las muchachas, mis fiestas, mis objetivos, mis sueños: ¡todo! Excepto por el monótono canto ritual de un par de grillos, el silencio de la noche caía sobre mí. Observé a través de los vidrios de las ventanas, y una miríada de estrellas resplandecían en el cielo de Oklahoma. Enjugué las lágrimas que me corrían por las mejillas y suspiré profundamente. - ¿No podemos tomar esto paso a paso? ¿No hacer grandes decisiones, sino un poquito a la vez? Ninguna voz me respondió en la tinieblas; ninguna respuesta vino a calmar mi dolor. Al siguiente día, después de clases, tomé mi Biblia y caminé hasta un parque cercano al plantel. Me senté bajo un árbol, al lado de un arroyo tranquilo, abrí mi Biblia y comencé a leer el libro de los Salmos. No es que yo corriera derecho hacia el texto exacto que me dijera lo que tenía que hacer. Yo sabía lo que tenía que 33


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hacer. Finalmente, luché para colocarme en pie y miré hacia arriba a través de las ramas y hojas de los árboles. Exclamé entonces: -¡Soy tuyo, Señor!

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Capítulo 4

LA DECISION Los Ángeles, Californ ia

U

n compañero de trabajo asomó la cabeza por la puerta de mi oficina una tarde. -Todd, encontramos este anuncio en el periódico sobre algo llamado "El Proyecto de los Cincuenta Picos" en el diario de hoy. Me pasó el anuncio que describía las intenciones de una organización de Chicago de escalar el pico más alto en cada uno de los estados de la nación. Curioso, leí la carta que lo acompañaba. "El equipo se compondrá de tres personas incapacitadas, incluyendo una persona ciega, una persona anciana y una que tenga una pierna amputada. Hemos encontrado los primeros dos miembros del equipo y ahora estamos buscando a alguien que tenga una pierna amputada para que se una con nosotros. Se incluyen los guías, y un equipo de emergencia apropiado. Si usted sabe de alquien que esté interesado, dígale que presente su solicitud antes del 31 de agosto". Algo se movió dentro de mí. ¡Esta es una forma en que puedes volver a una vida más activa al aire libre! Pero ¿escalar m ontañas?Yo no estaba muy seguro. Mostré la carta a un par de amigos míos en la oficina. Algunos pensaron que sería una buena aventura; otros me dijeron que tuviera cuidado por los peligros. Puse la carta en la bolsa de la camisa y traté de concentrarme en el desempeño de mis responsabilidades de esa tarde. Esa noche la pasé muy intranquilo. Los vientos de Santa Ana soplaban fuertes desde el desierto y cruzaban por 35


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mi islita de Newport Beach. Hice a un lado las cobijas y me di vueltas durante toda la noche, anudando las sábanas con mi intranquilidad a medida que nuevos pensamientos me rebotaban de un lado del cerebro al otro. Me preguntaba cómo sería eso de escalar los picos más altos. El Monte Whitney, el Monte Hood, el Monte McKinley... no eran más que nombres. ¿Cómo sería escalarlos? Sabía que eran peligrosos incluso para los escaladores que tenían las dos piernas. ¿Quién piensas que eres, incluso imaginándote una cosa tal? ¿Cómo podría uno con una pierna amputada desafiar aquellas montañas asesinas? ¡Tienes que estar enfermo para pensar que cualquiera puede tener éxito en semejante proeza con un solo piel Mi mente volvió a aquella irrevocable decisión que me calificaba para considerar el desafío. Ya fuera en Tulsa, Kansas City o Salt Lake City, las puertas de los consultorios de los médicos lucían iguales. Cada una significaba lo mismo para mí: esperanza seguida por la desilusión. Y aquí estaba yo otra vez, sentado en la mesa de auscultación, con una pálida bata de enfermo esperando que el médico volviera. Me sobé perezosamente la inflamada pierna y observé los acostumbrados carteles en la pared; uno de ellos ilustraba la estructura de la pierna y el pie humanos. ¿Cuántas veces, en los últimos siete años, me he sentado como en esta ocasión, esperando el resultado de más pruebas, rayos X, o cultivos tomados en este pie dormido? Obligado a abandonar la universidad por causa de la infección, encontré un empleo muy bien pagado en una compañía petrolera y conocí a Clara, la mujercita más fina que podía existir en el mundo. El único obstáculo era que vivía a más de mil kilómetros de distancia, en el Estado de Kentucky. Mientras viajaba por asuntos de la compañía petrolera, asistía a muchas iglesias. Por primera vez estudié la Biblia de verdad. Mi relación con Dios era más fuerte que nunca 36


La decisión

durante este tiempo. Solo el pie continuaba dificultando mi vida. Desde el accidente no había pasado una sola semana sin algún dolor en alguna parte de la pierna. Tenía Ia pierna derecha paralizada por debajo de la rodilla porque la hélice me había cortado el nervio ciático. Por tanto, no podía sentir ningún dolor allí. pero una infección continuaba supurando. Siempre comenzaba dentro del talón con un coágulo de sangre negruzco debajo de la piel, del tamaño de un dólar de plata. Cuando caminaba, la piel se rajaba, y podía dejar círculos de sangre en el piso. en la regadera, en la cama. La herida se negaba a sanar. Luego, siendo que la infección subió por la pierna, atacó los nudos linfáticos. La hinchazón y el dolor se extendieron hasta el muslo y la ingle. El tobillo permanecía perpetuamente hinchado por la úlcera. Constantemente adolorido, encontraba sumamente difícil mantener una actitud positiva en la vida. Y esto se había prolongado durante demasiado tiempo. No podía recordar cómo se sentía uno al estar alegre. Sentado, allí. en el consultorio del médico, esperando de nuevo, recordé que una vez. cuando tenía 16 años salí de casa con mi padre y vagamos por los montes todo el día. Cuando llegamos a la casa, me quité las enlodadas botas, para encontrar que los calcetines estaban rojos de sangre y tierra. Al hacer una inspección más cuidadosa. descubrí un clavo de construcción que había atravesado la bota y las calcetas y se me había incrustado en el pie. Al parecer, había andado todo el día clavado a la bota sin sentir ningún dolor. En esta ocasión. sí que enfermé. Había tenido fiebre alta por la infección del talón por última vez. Había gastado mis años de adolescencia acudiendo a hospitales en un intento por detener la infección. Yo sabía que el pie me estaba matando literalmente, pulgada a pulgada. Me incliné para ver mi inflamado apéndice y suspiré: "Es ahora. o nunca. Señor. Esto no puede durar para siempre". 37


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La puerta se abrió, y el Dr. Roger Emerson entró a la sala de auscultación. Se sentó en la silla del médico y me comunicó así los resultados de los exámenes de laboratorio: -Podemos tomarle piel de su hombro y tratar de transferirla al talón ... Comencé a mover la cabeza antes de que él terminara de hacer su sugerencia: -¡No! De ninguna manera. Ya he permitido que se hiciera algo similar en otras ocasiones, y no ha funcionado. ¿Qué pasaría si simplemente tratamos la infección y no hacemos nada más? -Continuará extendiéndose, Todd, en otros huesos del cuerpo -frunció el entrecejo y movió la cabeza ligeramente-. No hay piel en su talón. El músculo está expuesto. El hueso continuará resquebrajándose, causando más infecciones. Usted ya tiene mucho dolor en la parte superior de la pierna y en la ingle. Y seguramente empeorará.' Yo también fruncí el entrecejo y consideré estas advertencias. Había volado hasta el hospital general de Massachusetts, en Boston, para ver al Dr. Emerson. El era uno de los cirujanos ortopedistas más famosos del país. Mi tío Bill, coronel jubilado del ejército de los Estados Unidos, me había sugerido este centro médico como el último esfuerzo para salvarme la pierna. -Si amputamos la pierna, ¿terminarán las infecciones? -pregunté lentamente. El Dr. Emerson me examinó el pie una vez más antes de contestar: -Sí, pienso que sí. Toda la infección la tiene usted en la parte inferior de la pierna - dijo señalando la inflamación-. Con eso se acabaría la infección. - ¡Excelente! Entonces prosigamos inmediatamente. Mi voz sonó más confiada de lo que yo estaba en realidad. ¿Cómo sería la vida sin una pierna? ¿Cómo me las arreglaría para vivir?

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El Dr. volvió la cabeza para un lado, y me preguntó: -¿Así simplemente? ¿Amputar? ¿Está seguro de que no quiere pensarló un poquito más? Sacudí la cabeza enfáticamente: -Eso lo he estado pensando durante los últimos dos años. -¿Sabe usted que es un proceso irreversible? -Sí, señor. Lo comprendo perfectamente. Y también sé que mi Dios quiere que yo tenga buena salud. Y nunca tendré buena salud mientras siga sufriendo estas infecciones. El médico pareció aliviado. Por primera vez no tuvo que convencer a un paciente de que la amputación es el mejor tratamiento en casos corno el mío. En esta ocasión no habría una larga espera durante la cual el paciente se deterioraría y finalmente se pondría demasiado débil para resistir la operación. -Muy bien, entonces. Podernos programar la operación para mañana si podernos encontrar un cuarto -y borroneó algo en mi expediente-. ¿Por qué no se viste usted mientras mi enfermera hace algunas llamadas telefónicas? Me vestí con ansiosa expectación. Finalmente algo bueno iba a hacerse. No más infecciones ni más fiebres. Yo sabía que mi fuerza volvería. Me apresuré a llegar a la sala de espera, para decírselo a mi tío y a mi padre. -¿Estás seguro de que quieres hacer eso? -preguntó mi padre. -Absolutamente seguro. Por favor oren para que puedan encontrar un cuarto disponible. Antes de mucho apareció el Dr. Emerson. Tenía una expresión grave. -¡Oh, no!-me quejé-, no me diga que tendré que esperar. -No necesariamente-:-dijo el médico haciendo una pausa y luego continuó-. Le conseguí un cuarto, pero me gustaría que lo viera primero antes de que se interne en el hospital. Está en el ala antigua. -¡Excelente! 39


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-Pues bien, vamos y echemos un vistazo antes de que sus esperanzas se eleven demasiado - dijo con precaución-. Recuerde que este es un antiguo hospital. Ha estado aquí durante mucho t iempo. Y el cuarto disponible está en la parte antigua del complejo. El médico me indicó el camino. Yo escuchaba mientras el Dr. Emerson me explicaba el procedimiento quirúrgico y el período de recuperación. Mientras proseguíamos por el laberinto de pasillos, esquivábamos ventiladores y otros tipos de equipo. Las enfermeras y otro personal médico se apresuraban para llegar al lugar a donde se dirigían. El Dr. Emerson se detuvo para comprobar el número que estaba colocado sobre la puerta que llevaba en su tablilla con sujetapapeles. Me miró con el tono de quien dice: -Se lo dije antes, no me culpe -y luego empujó la puerta. Me pidió con un gesto que entrara al cuarto antes que él. Yo entré a la habitación que sería mi recámara durante varias semanas después de la amputación. Muchas capas de pintura blanca cubrían las paredes del cubículo. Las ventanas daban a unas paredes de ladrillos rojos y a una escalera hecha de hierro forjado para escape en caso de incendio. Cubrecamas desteñidas, puestas unas sobre otras, cubrían las dos camas, semejantes a catres. Miré detenidamente todo el cuartito de color pardusco y suspiré. ¿Cómo podré hacerle frente al impacto emocional de la

amputación de una pierna en este cuarto aterrador? - ¿Es este, doctor? -Mucho me temo que sí, Sr. Huston, por el momento - dijo el doctor exhalando un suspiró-. Pero, si está dispuesto a esperar un mes, puedo ponerlo en la Casa Phillips. Le lancé u na rápida mirada interrogadora: -¿Qué es la Casa Phillips? Él se río entre dientes, y me explicó: -La Mansión Phillips habla por sí sola. Permítame mostrársela -y me condujo de regreso por el mismo pasi40


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llo-. Todo es parte del mismo hospital. Gente rica de todo el mundo viene aquí en busca de ayuda médica. Después de una caminata a lo largo de muchos pasillos, me llevó a lo que me pareció una exquisita mansión, más que un hospital. Todo estaba tranquilo. En vez del bullicio de personas y equipo que llenaban desordenadamente los pasillos, una calma permeaba el ambiente. Nuestros pasos resonaban en el piso de mármol gris. El Dr. Emerson sonrió cuando entramos a una gran sala con sillones lujosos y afelpados y una cama de tamaño extragrande de costosos cubrecamas. Todas las paredes estaban cubiertas de papel tapiz. En el lado opuesto de la cama estaba una gran chimenea con una alfombra persa en frente del hogar. Me dirigí a la ventana, aparté el pesado cortinaje, y eché un vistazo a lo que me pareció un parque. El Dr. Emerson se puso detrás de mí. -Ese es el río Charles. ¿Ve aquellos botes? Los equipos de canotaje de Harvard. Sígalos con la vista y verá MIT, Harvard y Cambridge. Me volví lentamente dejando caer el pesado cortinaje a su lugar. -Mejor espero un mes para la operación, señor. -¿Está seguro de que quiere esperar treinta días? Mi tío, que había sido coronel del ejército, le dijo en voz baja a mi padre: -Dile que se quede en el otro cuarto. -No -dije, moviendo la cabeza enfáticamente-. He estado recorriendo hospitales durante más de siete años. Sé cuán importante será mi actitud para mi recuperación. Creo que lo mejor será esperar. El médico estuvo de acuerdo. Más tarde, ese mismo día, mi padre y yo volamos hacia nuestra casa en Tulsa para esperar los treinta días requeridos. Muchas veces, durante esos treinta días, cuestioné la sabiduría de amputarme la pierna. Me recordaba a mí mismo que aquello era irreversible; no habría manera de dar marcha atrás si cam41


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biaba de opinión. Quizá Dios me sanará milagrosamente. Quizá despierte una mañana con un pie completamente nuevo. Quizá la investigación descubra alguna solución alternativa. "Querido Dios - dije en mi oración- , si me salvas la pierna, te prometo que nunca más volveré a pecar. Me convertiré en un predicador. Seré... Haré ..." Negocié con cada ventaja que tenía. Cuando se acercaba el fin del mes, comprendí que tenía que hacer una decisión sobre los hechos, tales como los entendía, no en función de un posible milagro o conforme a mis deseos. Yo sabía que las cosas no podían seguir iguales. Si debía sacrificar una porción de mi cuerpo, con el fin de que el resto pudiera vivir, así lo haría. Elegí una vida y un estilo de vida con preferencia a la pierna. Cuando llegó el momento de volver a Bastan, insistí en que mis padres se quedaran en Tulsa. - Puedo manejar esto solo -les dije con seguridad-. Sé que estoy haciendo lo correcto. Estoy dando una parte de mi cuerpo para preservar el resto. De mala gana accedieron a quedarse en casa. Besé a mi madre, le dije adiós, y le di a mi padre un fuerte abrazo en el aeropuerto de Tulsa. Ellos me aseguraron que sus oraciones me acompañarían. Lo único en que pensaba mientras el avión se dirigía hacia la pista era, finalmente voy a librarme del dolor y las infecciones. Finalmente me sentiré normal otra vez. La noche anterior a la cirugía, entré al hospital y me llevaron a la Mansión Phillips, como habíamos acordado. Me preparé para una difícil noche de insomnio y de pesar de nuevo mi decisión. Después que el último médico salió y me quedé solo, salí de la cama y me dirigí a la ventana. Hice a un lado las pesadas cortinas y miré hacia la tranquila noche de primavera. Fragmentos de luz de la luna creciente cintilaban en la quieta superficie del río Charles. Más allá del parque, las luces de los edificios de departamentos se desparramaban a través de la lluvia pertinaz que azo42


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taba las aceras de las calles de la ciudad. Las siluetas de los olmos y los arces tocaban el índigo del cielo. "Muy bien, Señor, tú me salvaste la vida con un propósito. ¿Me ayudarás ahora? ¿Dónde estás en todo esto?" Yo albergaba todavía el pensamiento que tenía desde los catorce años: que quizá él me salvaría la pierna en el último minuto. Mientras estaba allí, sentado, mirando el panorama de la ciudad, podía ver las luces de Cambridge en la distancia y las luces de Harvard y del MIT un poco más cerca. Me preguntaba si Elías había tenido similares sentimientos mientras esperaba que Dios le hablara al lado de la montaña. ¿Me hablaría Dios mediante un fuego o un terremoto? Miré hacia el claro cielo nocturno y no vi ningún relámpago ni escuché ningún trueno. · Mientras esperaba, sin saber exactamente qué me deparaba el futuro, su poder vino sobre mí, no con un toque de la mano divina para reconstruirme la pierna o una dramática intervención de las leyes de la naturaleza. Me llegó en un suspiro, como lo hizo con Elías. Un gentil flujo del p0der de Dios me llenó de paz y de reconocimiento que él me vería a través de la tormenta que afrontaría en la mañana. Sentí su presencia y su amor. Aunque el exterior seguía igual, en el interior, yo había cambiado. Como un confiado niñito de cinco años, me deslicé bajo las frías sábanas y me dormí inmediatamente. El médico programó mi operación como la última del día para que ningún tejido infeccioso que me quitara pudiera contaminar a ningún otro paciente. El aroma del anestésico flotaba en el aire mientras me llevaban en la camilla hasta la sala de operaciones. Hice arreglos para estar despierto durante la cirugía admitiendo solo anestesia local para amortiguar el dolor. Yo había aguantado tantas operaciones en los últimos años que ya no soportaba la sensación de mareo y las náuseas que seguían a la anestesia general. Por la forma en que me miraban, era evidente 43


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que el equipo de cirugía pensaba que yo era de veras ex­ traño por hacer una petición tal. -Saben -bromeé, mientras las enfermeras me conec­ taban a las máquinas apropiadas-, ustedes deben venir a mi cuarto cuando salgamos de aquí. Pienso ordenar una pizza gigante. Las entregan a domicilio aquí en Boston, ¿no? Cuando el anestesista me puso de lado y me insertó la aguja en la espina dorsal, di un respingo de dolor. El blo­ queo espinal, si bien es un tanto doloroso al principio, amortiguaría el dolor en la parte baja del cuerpo. Tomé una profunda respiración. Si yo hubiera tenido un segun­ do pensamiento, se habría disipado entonces. Un suave entumecimiento me pasó por la cintura y llegó hasta los pies. Observé la botella de suero que estaba a mi lado, lue­ go seguí el goteo por la manguera que conducía a la aguja que me habían insertado en una vena. Una de las enfermeras comprobó el flujo en el sistema. -Usted debe estar loco para hacer esto despierto -me dijo. -No, ciertamente no lo estoy. Sé que estoy donde Dios quiere que esté, haciendo lo que él quiere que haga. Observé que el Dr. Emerson me acercaba un mapa a la pierna para indicar dónde se haría la incisión. Miré a la persona que estaba a mi lado derecho. En vez de un miem­ bro del equipo quirúrgico, imaginé la presencia de un án­ gel gigantesco de pie a mi lado y alumbrando hacia mí. Luego me cubrieron el rostro para que no pudiera ver el proceso real y para que no aspirara ninguno de los gérme­ nes de los tejidos infectados. Aquí se acabó, pensé. ;Ya no se puede dar marcha atrás ahora! Sentí gentiles tirones mientras el médico me jalaba músculos de la pierna y cortaba tendones. De repente, el zumbido de la sierra llenó el cuarto. -¡Esto es una locura! -dijo el anestesista mirándome el rostro-. ¿Te duele algo?

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- No, me siento bien -le aseguré-. Dios está al cuidado de todo. Observé el monitor donde se registraban mis latidos del corazón. Este se aceleraba y luego disminuía su ritmo. Como me molestaba la luz de la lámpara que estaba sobre la mesa, cerré los ojos para descansarlos un poco. Los médicos me cosieron, y los asistentes me prepararon para volver a mi cuarto. Curioso, levanté la pierna un poquito. La sentí un poco más ligera y más corta de lo usual. Cuando la bajé, la sentí como un cañón sobre la cureña. Noté que uno de los que atendían estaba sorprendido. Él hizo una mueca que quería ser una sonrisa, al decir: -Es la IPOP. Yo asentí. Antes de la operación, el médico me había explicado cómo me envolverían el muñón de la pierna en un IPOP, una prótesis postoperatoria inmediata, lo que me permitiría comenzar a dar algunos pasos al otro día. El enorme molde, con la plancha metálica y el pie más bien parecido al de un maniquí, fue diseñado para dar a los amputados una ventaja y un apoyo físico y psicológico. Me relajé y comencé a mirar las luces del techo, mientras me llevaban en la camilla por el larguísimo y brillantemente iluminado corredor. Cuando uno de los que me atendían quiso agarrar la puerta de mi cuarto para abrirla, se abrió de par en par. - ¡Sorpresa! - mi madre salió del cuarto, seguida por mi padre. Él traía una enorme pizza. -¡Mamá! ¡Papá! ¿Qué están haciendo aquí? Yo pensé que habíamos acordado que ustedes no harían el viaje. Mi padre sonrió forzadamente: - Tú estuviste de acuerdo. Nosotros no. Mi mamá me besó en la mejilla: - No creo que hayas pensado que seríamos capaces de dejar que pasaras por todo esto solo, ¿no? Sonreí con los ojos empañados por las lágrimas y dije e mo en un suspiro: 45


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-¡Gracias! A la siguiente mañana, antes que nadie me ordenara nada, decidí salir de la cama y dar los primeros pasos. Te­ nía que estar seguro de poder caminar otra vez; necesita­ ba la seguridad. Me senté y saqué los pies de la cama, poniéndolos en el piso. Me sentí un poquito débil y mareado. Suavemente, agarrándome de la cama con la mano libre, me puse de pie y avancé dos pasos. "¡Ay!", dije, dando un grito de dolor que me recorrió toda la pierna, el dorso, hasta la cabeza, como un disparo. Todo el dolor que había sentido hasta entonces desde el accidente no igualaba a aquel extrema­ damente agudo dolor que sentí al dar aquellos dos pasos. Caí hacia atrás sobre la cama, exclamando: "¡Oh Dios, ¿vol­ veré a caminar alguna vez?"

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Capítulo 5

DOLOR YPOSIBILIDADES Los Ángeles, C al ifornia

1 Proyecto de los Cincuenta Picos era un plan que in-

volucraba a individuos incapacitados a quienes se inE vitaba para escalar los puntos más altos de los cincuenta Estados. Cuando pensé un poquito más en ello, descubrí que había un club llamado High Pointers Club de personas que estaban trabajando en esta lista de escaladores. Solo treinta y una personas habían escalado los cincuenta picos más elevados. De más está decir que todas eran personas completas, con dos piernas. ¿Yo, escalar montañas? ¡No hacía mucho que estaba a punto de darme por vencido y no intentar siquiera caminar! Con el cuerpo en agonía, presioné el botón de emergencia. ¡De prisa, por favor, de prisa! ¡Tienen que darme algo para este dolor! Algo más quemante que el fuego me subía hasta el muslo y la ingle. La puerta se abrió. Una enfermera pelirroja, pequeñita, entró al cuarto. -¿Le puedo ayudar en algo, Sr. Huston? -Tengo un dolor insoportable -alcancé a decir, quitándome una capa de sudor de mis cejas-. Traté de caminar y... Ella movió la cabeza y chasqueó la lengua. - Debería habernos esperado para que le ayudáramos -y corrió hacia mí para ayudarme a meterme de nuevo bajo las sábanas-. Ahora, si usted se queda quieto, iré a ver lo que el doctor ha ordenado para usted. Suspiré y me caí de espaldas contra las almohadas, tapándome los ojos con el brazo libre. 47


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-¡Apúrese, por favor! Aquel patrón se repitió día tras día. Demerol, Percoset, Morfina, Perkoten, Tylenol con Codeína, la marca y el nombre no importaba, mientras me quitaran el dolor. ¡Yo no tenía prácticamente opción para escoger! Era, o la droga, o la agonía. Había escuchado historias de personas que se volvían adictas a las drogas por causa de las prescripciones médicas. Y ocasionalmente me preguntaba: ¿Podría algo así ocurrirme a mí? Yo no quería explorar la posibilidad tan profundamente, pues no podía imaginarme soportando el dolor sin una inyección de drogas que me trajera algo de descanso. Y cualquier preocupación que tuviera la posibilidad de caer en el vicio se desvanecía siempre que una enfermera me pasaba un conito de papel que contenía dos cápsulas. Me las ponía en la boca, tragaba el agua, y esperaba el alivio prometido. Antes de dejar el hospital, hice arreglos para someterme a una segunda operación para reconstruirme los labios por razones estéticas y también para reparar el paladar a fin de aclarar un desorden en la calidad tonal de mi voz. Expliqué mis razones al médico. "Algún día hablaré frente a grandes grupos de personas, y quiero que me entiendan". Jamás me imaginé la forma en que Dios haría que mi profecía se cumpliera. Cuando fui dado de alta del hospital, Bruce, buen amigo y compañero de cuarto en la Universidad de Oklahoma, me invitó.junto con Scott, mi hermano menor, a permanecer en la casa de sus padres en Boston, hasta que yo completara las necesarias visitas que los pacientes dados de alta deben hacer. Scott había llevado mi automóvil hasta Boston. El se quedó conmigo cuando mis padres regresaron a Tulsa, con el propósito de manejar el auto y llevarme hasta nuestra casa cuando el médico me permitiera viajar. Pronto me sentí más fuerte e inquieto. Durante las semanas que duró mi recuperación, Bruce nos habló de las 48


Dolor y posibilidades

buenas cosas que uno puede tener viviendo en Boston. Un sábado de noche los tres asistimos a una fiesta en casa de uno de sus amigos. Yo estaba seguro de cómo reaccionarían las mujeres ante un hombre que solo tiene una pierna. Pero para mi sorpresa no pareció molestarles para nada. Cuando salimos de la fiesta, los tres nos subimos a mi Mazda RX-7, cerramos los vidrios de las ventanas, y subimos el volumen del estéreo. No habíamos recorrido mucho cuando tuvimos que detenernos ante una luz roja. Instantáneamente un Pontiac Bonneville, lleno de muchachos en edad universitaria se pararon al lado de nosotros. -¿Es ese el auto de tu papá? -nos gritó el tipo que venía sentado en el asiento del frente al lado del chofer. Bruce replicó: -¿Es ese el auto de tu mamá? -Te gustaría que yo le diera una tocadita a tu carcacha? - dijo el chofer del otro auto, acelerando su motor amenazadoramente y gruñendo. Bruce le devolvió el insulto: -¿Te gustaría que yo te abollara la cara? Entonces volteé a ver a mi amigo horrorizado. -¿Qué te pasa? ¡Hay cinco tipos en ese automóvil! Bruce me ignoró. Desvió el RX-7 hacia un estacionamiento vacío. El otro auto nos siguió, cerrándonos la salida. Las puertas de ambos autos se abrieron. Ocho hombres saltaron de ellos: cinco del auto de ellos y tres del nuestro. A mí me tomó un poquito más de tiempo salir del RX-7 junto con mis muletas. Apenas había logrado pararme cuando cuatro de aquellos tipos se alinearon frente a Bruce, mi hermano Scott y yo. Scott abría y cerraba sus puños para parecer más fuerte. Yo cerré los puños sobre mis muletas tan fuerte que podría haber dejado una marca indeleble sobre el metal. Mientras tanto, un quinto hombre daba vueltas detrás de nosotros, mientras el chofer del otro auto se dirigía a Bruce. 49


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-¡A mí me toca este tipo! -anunció el chofer, andando en círculos y listo para saltar. ¡Hey, espera un momento, esto se está poniendo bastante mal!, pensé. Eché un vistazo hacia Bruce y lo vi darle un buen derechazo al chofer en la nariz. La sangre brincó en todas direcciones. El grito de dolor del hombre estimuló a los otros a la acción. Dos se lanzaron sobre Scott, y los otros dos se dirigieron amenazadoramente hacia mí. Cuando no vi ni escuché ninguna evidencia de que la caballería galopaba en mi ayuda, levanté mis muletas para comenzar a blandidas amenazadoramente. Saltando sobre mi pierna buena, traté de parecer peligroso. Pulgadas antes de que me alcanzaran, uno de los dos hombres se detuvo abruptamente. -¡No quiero tener ninguna parte en esto!-hizo un ademán de disgusto y se volvió. -Yo tampoco -dijo el otro hombre siguiendo su ejemplo, y lo mismo hizo el resto de los maleantes, excepto el que tenía prendido a mi hermano. Yo me acerqué cojeando a los dos hombres que luchaban en el suelo y tiré del hombre que estaba encima de Scott. Antes de que nadie pudiera reaccionar, levanté mi muleta y la estrellé sobre el capó del auto de los maleantes. -¡Ahora lárguense de aquí y déjennos en paz! -grité, blandiendo mi muleta en el aire como un hombre enloquecido. Ellos no esperaron una segunda invitación. El último tipo brincó hacia adentro y el Pontiac quemó llantas al salir del estacionamiento. Siendo que ninguno de los tres estaba herido, subimos al RX-7 y nos dirigimos hacia la casa. - ¡Eso que hicimos fue una torpeza! - le dije a Bruce en un gruñido. -Oye, ellos fueron los que comenzaron. -Pudiste haberle roto la nariz a ese tipo. - ¡Bueno! Eso también se lo merecían.

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Diez minutos más tarde, se nos acercó una patrulla de la policía y nos ordenó detenernos al lado de la carretera. Después de hacer las preguntas de rutina. uno de los policías preguntó: -¿Saben ustedes karate o qué? - ¡No, señor!-respondió Bruce. Scott y yo movimos también la cabeza inocentemente. -Bien, tenemos que llevar a uno de los tipos esos al hospital para que lo curen. Ustedes le dieron un golpe bien dado. Le rompieron la nariz. -Él lo merecía -gruñó Bruce-. Nosotros lo único que hicimos fue defendernos. El policía alumbró con su lámpara el asiento trasero y vio mi pierna, o la falta de ella, y nos amonestó a no desviarnos de nuestro camino. ¡Y ya no más peleas! Bruce subió los vidrios de las ventanas mientras el policía se dirigía hacia su patrulla. -¿Cómo puedes decir que no sabes karate? -preguntó mi hermano. -¿Querías que le dijera al policía que todos hemos tomado lecciones de karate? ¿Querías que nos demandaran o qué? -¡Hey - les recordé-, se hubieran reído en el tribunal cuando el jurado le echara un vistazo a mi muñón! -Muy bien, ¿qué sigue en la agenda? -preguntó Bruce, mientras sus ojos danzaban con picardía. Miré el reloj y me estremecí. -Pienso que es tiempo de irnos derecho a tu casa. Tu gente ha de estar preocupada por nosotros. -Es cierto. Tienes razón -admitió Bruce-. Vámonos a casa y tomémonos un buen vaso de nieve. Ustedes saben ¡cuán rico es! Sonreí en mi interior. Buen amigo Bruce. Un gran amigo, si puedo sobrellevarlo. El mes de recuperación pasó, y el doctor Emerson me dio de alta. Dijimos adiós a Bruce y a su familia y nos di51


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rigimos a nuestra casa. El húmedo y caliente clima del verano nos siguió mientras pasábamos por Nueva York y Wáshington, D. C. Mientras el RX-7 corría por las carreteras interestata­ les cruzando los estados centrales, observé a mi herma­ no mientras manejaba mi auto. Espero que sepas cuánto te aprecio, hermanito. Yo sería indefenso si estuviera solo y fuera atacado. En la carretera que atraviesa el estado de Kentucky, nos detuvimos a ver a· mi novia, Claire. Medía 1,75, de ca­ bello y de ojos castaños; nos saludó cálidamente. Antes de llegar a la casa, yo estaba ansioso por saber su reacción hacia mí después de la amputación. No debiera haberme preocupado. "Estuve llorando todo el día en que te operaron", dijo. A pesar de la medicina, me sentí muy bien el tiempo que estuve allí. Recuerdo todos los detalles de las horas que pasamos juntos. Mientras más tiempo pasábamos juntos, más crecía mi esperanza de convencerla para asistir a la Universidad de Tulsa ese otoño. Al orar juntos, ambos concordamos en que deseábamos hacer lo que Dios tenía planeado para nosotros. Cuando llegamos a nuestra casa, me inscribí en el se­ mestre de otoño. Continuamos escribiéndonos mutua­ mente y al fin nos comprometimos como novios. Los médicos me prepararon para mi primera pierna ar­ tificial. La pierna era pesada, hecha de fibra de vidrio y madera. Con un pesado pie de caucho atornillado a la pier­ na, rígido e incómodo. Tenía yo que usar un cinto elástico para ayudar a sostener la pierna en su lugar. Para un joven activo de veintiún años era una tortura usar aquella prótesis. Me hizo mucho más consciente de mí mismo. No solo la detestaba yo por la forma en que se veía a través de mi ropa, sino también porque me impedía hacer las cosas que más amaba. 52


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Incómoda y abultada, la prótesis me impedía dar más de cuatro pasos sin sentir dolor. Debido a la incomodidad de la adaptación. el muñón se hinchaba. causando llagas y ampollas. Cuando me la quitaba, el calcetín estaba lleno de sangre. Luego abandonaba por un tiempo la pierna artificial, para que sanara el muñan. Después de todo lo que había sufrido. era difícil de aceptar. ¿Había sufrido todo el dolor de la cirugía solo para

padecer los mismos problemas que había tenido antes? ¿Todo había sido completamente en vano? La prótesis hacía difícil concentrarme en mis clases. La vida se volvió impredecible. No podía hacer ningún plan. Había pensado que la amputación me ayudaría a vivir mi vida como siempre la había imaginado. Excepto porque ya no tenía yo ninguna infección, nada había cambiado para mejorar. Con el propósito de mantenerme activo, iba al gimnaio y ejercitaba mucho la parte superior de mi cuerpo. Pero los dolores y la incomodidad continuaron. Continuo do1.or implicaba continuo uso de drogas. Me hice dependiente de las medicinas. lo cual dificultó más mi recuperación. Tomaba drogas en vez de hacer lo que tenía que hacer. Me agitaba fácilmente y luego caía en un letargo. No solo estaba desperdiciando mi vida, sino que staba destruyendo las relaciones que eran más importantes para mí. Lo peor de todo era que yo sabía que vivir entre un sobresalto y otro no era la voluntad de Dios para mí. El uso de las drogas prescritas se intensificó. Me encanaba la euforia que me producían, así como el alivio del !olor que me daban. Pronto estaba exagerando el dolor co1no una excusa para pedir más calmantes del dolor. Las mañanas eran difíciles. Me sentía cansado y letárEico. Perdí el poco entusiasmo que sentía por asistir a mis dases cuando descubrí que la medicina tenía un efecto 1nás grande cuando se tomaba con el estómago vacío. Al¡i, unas veces tomaba la pastilla un día sí y un día no, para 53


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aumentar su eficacia. Cuando hacía esto, experimentaba síntomas extraños. Me volví nervioso y tembloroso. Luego interpretaba esta incomodidad como una necesidad de calmantes para el dolor. Mis padres observaban y se entristecían porque yo estaba usando drogas. -Hijo -decía mi padre-, ¿no será que estás tomando más medicinas de las que en verdad necesitas? -¡No! ¡Tú no te imaginas el dolor que siento y la cantidad de drogas que debo tomar! -apretaba las mandíbulas en desafiante determinación de justificar mi comportamiento-. Además, no trates de decirme si siento dolor o no. ¡Tú no sabes lo que significa tener una pierna amputada! Después me iba como tromba hacia mi cuarto para curar mi espíritu herido. Yo creía que estaba manejando bien mis necesidades. Dejaba de tomar mis medicinas hasta después del día de clases, y tenía el cuidado de nunca manejar bajo la influencia de la prescripción. Mi nivel de tolerancia para las medicinas creció, obligándome a alternar entre las diferentes prescripciones. Mis hábitos de comer se volvieron más erráticos. De repente me quedaba sin comer durante días enteros para tener el estómago vacío a fin de intensificar los efectos de las medicinas. De vez en cuando admitía que tenía molestias y trataba de detenerme, pero inevitablemente volvía a las drogas dentro de unos pocos días, usándolas más que nunca antes. Noche tras noche, cuando podía dormir, soñaba con un campo de trigo de Kansas, con cielo azul y una hermosa pradera llena de pastizales, mientras yo corría por una senda bien nítida, totalmente libre de mi pierna artificial; ningún dolor, ninguna torpeza, totalmente libre; como nunca más lo sería. Claire y yo continuamos escribiéndonos y visitándonos cuando podíamos. Nunca mencioné las drogas que es54


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taba usando, excepto por aquellos dolores mortales. Nos comprometimos, pero dentro de poco tiempo ambos nos dimos cuenta de que la distancia entre Kentucky y Oklahoma hacía nuestro noviazgo prácticamente imposible de mantener. Sin ira, pero no sin dolor, rompimos nuestro compromiso. Un día de verano de 1984 tomé cuatro tabletas de Demerol. En menos de quince minutos sentí que la frente y la cara se me entumecían. Comencé a escuchar un zumbido en la cabeza. La vista se me nubló. Creo que entraba y salía del estado consciente. Bajé la escalera dando tumbos hacia la sala donde mi padre estaba leyendo el periódico. -Papá -dije sintiendo la lengua seca y como de algodón-: Pienso que he tomado más de lo normal de las medicinas para mi dolor. Creo que debo llamar a la farmacia del hospital para pedir consejo. Mi padre estuvo atento a lo que yo le decía mientras hacía la llamada telefónica y explicaba al farmacéutico lo que yo había hecho. -¿Qué debo hacer? ¿Ir al hospital y hacer que me laven el estómago o algo así? -No, probablemente usted no corre mayor peligro por haber tomado cuatro tabletas. Digo esto con precaución, pues cada persona es diferente. Me advirtió que no abusara de mis medicinas, y prometí que nunca más lo haría otra vez. Cuando subí de nuevo a mi cuarto, caí de bruces en mi cama, hundiendo el rostro en las almohadas. "Oh, querido Dios, casi me quito la vida en esta ocasión, ¿verdad? Tú sabes cuántas veces he prometido abandonar estas cosas. Pero no puedo hacerlo. Tú sabes que no puedo romper este círculo vicioso sin tu ayuda". Las lágrimas me inundaban las mejillas. "Por favor, Padre, si tú me ayudaras, yo diría adiós para siempre a todas estas drogas". Instantáneamente mi mente se aclaró. El zumbido de la cabeza cesó. Todas las señales de somnolencia y la eufo55


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ria, desaparecieron. Me levanté de la cama, recogí los frascos medio vacíos de medicinas, y los puse en el botiquín del baño. No puedo decir que nunca más he deseado las medicinas. Y tampoco puedo decir que mi dolor de la pierna desapareció milagrosamente. Pero puedo decir que día tras día, Dios me dio las fuerzas para resistir. Un mes más tarde, me deshice de todas las otras drogas, incluyendo las aspirinas, el alcohol y la cafeína. Excepto, durante algunas ocasiones como en el caso de un tobillo dislocado o alguna extracción dental prescrita, jamás he vuelto a ellas. Fue poco después de eso que supe de la existencia de una clínica para amputados en Tahoe, California. Mi familia me alentó a asistir allí. Al principio me resistí. No tenía deseos de estar rodeado de gente incapacitada. Yo quería parecer "normal". La idea de gastar una semana con compañeros amputados, todos hablando de sus dolores y tristezas como viejas quejumbrosas en un círculo de costureras, me sonaba aburridor. Aunque un poco de mala gana, estuve de acuerdo. ¡Pero lo cierto es que me encontré con buenas sorpresas! Cerca de cien personas de todas las edades asistieron. A mí se me asignó un compañero de cuarto llamado Steve. El había perdido un brazo en un accidente con una máquina lavadora. Pasamos un tiempo maravilloso tratando de aprender a esquiar. Y yo hice muchos y excelentes amigos. Hacia fines de esa semana, mi actitud acerca de la gente discapacitada había cambiado. Descubrí que era gente como todos los demás. Si bien tenían desventajas debidas a sus heridas, estas personas habían aprendido a amar la vida. Fui elegido, junto con Lori, una hermosa joven de ojos azules, a ser fotografiados en el elevador para los esquiadores, fotografía que se usaría para el material promociona!. Volví a mi casa en California con una nueva actitud. La prótesis de madera continuaba molestándome, pero seguí adelante. Siempre que caminaba aunque fueran unos po56


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cos pasos, sentía un fuerte dolor. Me inscribí en una clase de maestría en la Universidad de Tulsa y terminé mi licenciatura en finanzas. Después de la graduación anduve de aquí para allá por todos los Estados Unidos en busca de trabajo: en California, Texas y Tennessee. Todavía intranquilo, me dirigí a California para estudiar en una escuela de postgrado. Decidí estudiar para convertirme en psicólogo. Allí conocí a J essie, una cautivante mujer joven de Nueva Zelanda, y me enamoré de ella. Después de solo tres meses de noviazgo, surgió el tema del matrimonio. Un viento frío de diciembre nos azotaba mientras estábamos sentados sobre una roca de la playa, observando las olas que rompían. -Todd, hoy me hablaron de la oficina de inmigración por causa de mi visa -me dijo Jessie mientras trazaba círculos imaginarios en la pierna de mi pantalón. -¿Sí? -Mi visa está a punto de expirar. Me enviarán de regreso a Nueva Zelanda. -¡No!-la atraje hacia mí, como si quisiera protegerla de tal posibilidad. Yo amaba a Jessie. De solo pensar que todo un océano se interpusiera entre ella y yo me aterrorizaba. Yo no quería perderla a causa de la distancia, como me había ocurrido con Claire. "Debe haber algo que se pueda hacer. Si ya nos hemos comprometido ..." Mi corazón dio un salto con la idea. ¡Matrimonio! Esa es la respuesta. Una semana antes de Navidad volamos a Tulsa y nos casamos en casa de mis padres. De allí en adelante trabajé más que nunca en mis estudios, y también en mi empleo en el departamento de psiquiatría de un hospital local. Durante la época de exámenes, yo pasaba hasta t reinta y seis horas sin dormir. El segundo semestre vino y se fue con el trabajo ya acostumbrado: clases, amigos y diversión. No habíamos 57


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estado casados más que unos meses cuando Jessie comenzó a volverse regañona por causa de mi pierna amputada. Día tras día barría la poca estima propia que me quedaba. Se quejaba de que yo le impedía ser libre y activa como le gustaba ser. Era como un cuchillo que me partía el corazón cada vez que decía con voz llorosa: "Nunca podemos ir con nuestros amigos cada vez que van a practicar el deporte de la tabla hawaiana o a acampar o a cualquiera otra de las buenas cosas que las parejas jóvenes hacen". Al principio asistíamos a la iglesia juntos. Esto había sido importante para mí durante nuestro noviazgo. Yo creía que ella tenía los mismos objetivos que yo. Pero pronto quedó bien claro que nuestros sueños eran polos opuestos. Después de un año de casados tuvimos una pelea fenomenal. Jessie admitió haber tenido relaciones sexuales fuera del matrimonio. -¿Por qué, Jessie, por qué? -Bueno ... -ella vaciló un poco antes de hundirme el cuchillo en el corazón-. Imagino que se debe a la libertad que tengo con él. Suena torpe, pero él puede correr y llevarme en los brazos, algo que tú jamás serás capaz de hacer. De alguna manera recogimos los pedazos de nuestro matrimonio y nos prometimos el uno al otro luchar para hacer de nuestro matrimonio un éxito. Me gradué con una maestría en Psicología y encontré un empleo como asistente de psiquiatría en el departamento de Psiquiatría Infantil en un hospital local. Si bien no ganaba mucho en aquel empleo, me encantaba trabajar con los niños, ayudándoles a enfrentar sus problemas propios de la vida. Jessie menospreciaba mi nuevo empleo y la cantidad de dinero que generaba. Vivir en el sur de California era costoso. Cada mes teníamos que combinar nuestras dos chequeras para sobrevivir. Cuando pasó su estatus de inmigración temporal, Jessie se volvió cada vez más inquieta. 58


Dolor y posibilidades

-Si renunciaras a tu empleo y buscaras otro cerca de Hollywood, sé que podría encontrar trabajo en la industria del cine. Por eso vine a los Estados Unidos, después de todo. Su petulante boquita comenzaba a temblar, y sus verdes y daros ojos se llenaban de lágrimas. Traté de alcanzarla para abrazarla, pero ella se resistió. Yo suspiré. Anhelaba apoyarla. Había tratado de captar un destello de sus sueños desde el primer día que lo había expresado. Pero yo amaba mi empleo y me gustaba mucho vivir en Balboa Island. Y sobre todo, temía la posibilidad de perder a aquella con quien había decidido pasar todo el resto de mi vida.

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Capítulo 6

SUEÑOS DE CORRER Talkeetna. Alaska

an pronto como salí de la barraca, busqué aunque fuera una vislumbre del Denali. Pero la gran montaña se escondía detrás de la cortina de niebla y nube. Pensé en el día en que había escuchado por primera vez el Proyecto de los 50 picos. Ni siquiera estaba seguro de que alguna vez volvería a caminar, mucho menos escalar una montaña. Había llegado tan lejos ... ¿será que todas mis esperanzas y mis sueños volverían a terminar una vez más en desilusión? El vehículo cargado corría por la carretera costera del Pacífico. -¡Sí, Señor Huston, hágalo otra vez! - gritaban los niños-. ¡Hágalo otra vez! ¡Quítese la pierna otra vez! El chofer del vehículo se sonrió al ver que los niños me rogaban que me quitara la pierna artificial otra vez. Habíamos pasado un día maravilloso en la playa, pero yo había tenido dolor todo el día por causa de las partículas de arena que se las arreglaban para meterse entre la prótesis y mi muñón. Por tanto, cuando hubimos cargado la camioneta para volvernos al Hospital de Adolescentes Psiquiátricos, me aflojé la pierna artificial. Los muchachos dieron verdaderos alaridos de risa cuando les permití tomar mi pierna y colgarla fuera de la ventana del vehículo para que la vieran los vehículos que pasaban. A mí me encantaba trabajar con los niños. Muchas de las recompensas eran instantáneas. Pero a mi esposa no

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le gustaba. Jessie quería que yo dejara mi empleo en el hospital y que nos mudáramos más cerca de Hollywood. -Pero yo estoy haciendo lo que siento que Dios quiere que yo haga -respondí. -¿Dios? -replicó con furia-. No se preocupa por nosotros. Yo quedé asombrado. . -¿Y qué si tienes que responder ante Dios por lo que estás diciendo? -¡Yo no tengo que responder ante nadie! -dijo con una carcajada. Su vehemencia me desarmó. Yo creía que me había casado con una mujer que era espiritual. que creía en Dios como yo. Con la continua presión, me ablandé. Estuve de acuerdo en abandonar mi empleo y mudarnos a Hollywood. Avisé dos semanas antes al dueño de nuestro departamento. Una noche, mientras me preparaba para asistir a la reunión de oración de la iglesia, le pedí a Jessie que fuera conmigo. Ella no había asistido a la iglesia durante algún tiempo, y yo estaba preocupado. Yo notaba que ella parecía agitada y nerviosa, pero no le di mucha importancia, pues con frecuencia estaba intranquila. -¿Estás segura de que no quieres ir conmigo? -le pregunté. Ella movió la cabeza. -No, de veras que no. - Bien, ¿quieres que yo me quede aquí contigo? -Oh, no -contestó rápidamente-. Estaré bien, de verdad. -Muy bien -la besé en la mejilla y salí-. Pasaremos un buen tiempo juntos cuando yo regrese, ¿está bien? -Está bien. Disfruté mucho la reunión y luego me dirigí a mi casa en un estado mental bastante placentero. Cuando estacioné el automóvil enfrente del edificio, pensé qué extraño 62


Sueños de corre r

era que todas las luces del departamento estuvieran apagadas. Subí las escaleras y abrí la puerta del frente. -¿Jessie? ¿Jessie? Quizá está dormida, pensé. Yo esperaba escuchar la televisión encendida y encontrarla arrellanada en el sofá, pero todo estaba en silencio. Caminé de puntillas hacia la sala de estar, colgué mi saco, e inmediatamente sentí que algo andaba mal. El sonido de mis pasos hacía eco en las paredes mientras cruzaba la sala y me dirigía a nuestra recámara. La cama había desaparecido. Encendí la luz y observé el cuarto. Las puertas corredizas del closet bostezaban oscuras y vacías donde había estado su ropa. Las fotos enmarcadas, sus frascos de perfume, faltaban. Los cajones del peinador estaban vacíos y tirados en el piso. Sobre el escritorio, encontré una nota. Se me hizo un nudo en la garganta cuando leí su mensaje. "Querido Todd, lo siento, pero estoy muy confundida. Necesito alejarme por un tiempo para pensar acerca de nosotros y nuestras relaciones. Espero que encuentres motivos en tu corazón para perdonarme". El papel cayó al piso. Me incliné para recogerlo y noté que el cajón de arriba estaba medio abierto. Terminé de abrirlo y noté que nuestra che-q uera no estaba. El rimero de recibos de agua, luz, etc., todavía estaba allí, pero la chequera había desaparecido. Corrí por todo el departamento buscando algún rastro de Jessie. Solo el aroma de su perfu me flotaba en el ambiente para recordármela. Aturdido, me hundí en el sofá. No podía creerlo. Se había ido. Solo había estado conrnigo todo el tiempo necesario para obtener su tarjeta verde, una visa permanente que requería que estuviera casada. Hundí la cabeza entre las manos. "¡Oh, Dios! ¿Qué haré D.hora? ¡Esto es más de lo que puedo soportar!" De repente me sentí claustrofóbico. Tenía que salir. No r adía soportar estar solo en nuestro departamento. Había demasiados recuerdos dolorosos allí. Doquiera volteaba la 63


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vista, miraba a Jessie. Tomé mi suéter y salí rumbo a la noche. ¿A dónde me llevará todo esto? ¿Qué haré ahora? Anduve vagando por la playa. El agua lamía gentilmente los pilotes de madera de los muelles. Las estrellas se destacaban en relieve sobre el cielo iluminado por la luna. Las campanas de los botes anclados en la bahía repicaban ligeramente. Las luces de la ciudad punteaban de luz las faldas de las colinas detrás de mí. Nunca antes me había sentido tan solo durante toda mi vida. Me sentía como una isla desierta, totalmente aislada y vacía. Sintiendo profundamente mi desgracia, clamé: "¡Oh, Dios! ¿Qué debo hacer ahora? Ella quería vivir cerca de Hollywood, así que dejé todo por ella. Ahora no tengo empleo, ni lugar donde vivir, y centenares de dólares en cuentas por servicios que pagar. ¿Qué quieres para mí?" Día tras día me dediqué a buscar trabajo. Noche tras noche descendía a la playa a contemplar el agua, hasta que la pálida luz del amanecer aparecía detrás de las colinas del oriente. Entonces regresaba al departamento, me bañaba, y salía de nuevo en busca de empleo. Una noche, después de un día particularmente desesperante, me senté sobre los pilotes de la bahía escuchando en silencio los sonidos de la noche alrededor de mí. Ya había pasado el punto donde le pedía respuestas a Dios. Como Elías, buscaba una respuesta por mí mismo. Había corrido delante de Dios antes con Jessie. En esta ocasión, fuera lo que fuere que decidiera hacer, esperaría para escuchar la voluntad de Dios. Entonces me vino la idea: trabajar con los que tenían miembros amputados. "¿Gente con miembros amputados, Señor? ¿Cómo puedo ganar dinero trabajando con ese tipo de gente? No se puede ganar dinero dedicándose a eso. ¡Necesito dinero para sobrevivir!" De nuevo escuché el mensaje. - Trabaja con los que tienen miembros amputados. 64

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Sueños de c orre r

No podía yo negar el mensaje: Tenía que someterme. "Tú sabes que doquiera estés yo quiero estar. Hice esa promesa hace mucho tiempo, y la he cumplido. No siempre ha sido fácil, pero la he cumplido". Tomé una profunda respiración, y murmuré: -Está bien, Señor. Si tú provees para mí la oportunidad, haré esa obra. Esa decisión calmó algunas de las tormentas que azotaban mi cerebro. Solo el dolor emocional permanecía. Supliqué a Dios que sanara las cicatrices emocionales. -Si Jessie se fue para el bien de ambos, ayúdame a perdonarla. Una paz refrescante invadió todo mi ser. Me incliné hacia atrás y contemplé las estrellas, las nubes, la luna: la tela de un artista en constante movimiento. Fue como si el cielo se hubiera abierto y yo supiera sin ninguna duda que Dios había creado todo lo que yo necesitaba para que su plan fuera una realidad en mi vida. Pocas semanas más tarde, supe que mi esposa había volado rumbo a Nueva Zelanda y vuelto a Estados Unidos sin comunicármelo. Más o menos por este mismo tiempo encontré trabajo en NovaCare: la compañía más grande de piernas artificiales del mundo. Comencé como director clínico de su Amputee Resource Center, visitando personas a quienes se les había amputado recientemente algún miembro en el hospital. y enseñando a los profesionales de la salud acerca de la psicología de la amputación. Viajé a Wáshington, D. C. , para entrevistarme con la Coalición de Amputados de Estados Unidos, para negociar con los senadores y congresistas, cómo mejorar el cuidado de la salud de los que tenían algún miembro amputado. Con mi situación financiera otra vez en orden, enfoqué de nuevo mi atención en mi matrimonio destruido. Mis amigos me animaron a demandar a Jessie y hacer que la arrestaran por fraude y deportada. Me puse en contacto 65


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con ella y le conté acerca de mi nuevo empleo al servicio de los amputados. -¡No se gana dinero allí! ¡Sé hombre y busca un empleo de verdad! -fue su respuesta. Nuestro tema de discusión se volvió hacia su partida y su status de ciudadanía. -Por supuesto-le dije-, sabes que podría ir a las autoridades y pedir que te deporten. - ¡Si intentas eso, mentiré! -y el frío acero de su voz me heló el corazón-. Si intentas acercarte a mí, diré tal cantidad de mentiras con respecto a ti, que nunca jamás te creerá nadie. Colgué el auricular, desalentado y enfermo del corazón. ¿Cómo podía la mujer que yo amaba volverse tan implacable contra mí? ¿Cuándo se había endurecido su corazón?, me preguntaba mientras ella continuaba sus andanadas contra mí y mi nueva posición. ¿Será que alguna vez me amó de verdad?

Me froté la parte superior de la pierna. Había sido un díá particularmente difícil, y la pierna artificial había abierto viejas ampollas en el muñón de la pierna amputada. Si ella me amó, ¿cuándo se .apartó de Dios y de mí? Ahora que trabajaba tiempo completo otra vez, consideré la posibilidad de obtener una nueva prótesis, una más ligera, que me permitiera una mejor movilidad. Desde la operación cuando tenía 21 años, había usado una pierna artificial de madera. Era pesada e incómoda, lo que hacía muy difícil y doloroso caminar y trabajar. Yo la había roto varias veces, de modo que se parecía a la acera de la calle frente a mi oficina: parchada, pero reparada. Cuando leí las cláusulas de los beneficios de mi empleo, descubrí que los beneficios de seguro de la compañía me pagaría mil dólares por una pierna artificial. Yo necesitaba una con urgencia. Mi vieja prótesis de ocho años de vida se había roto y reparado tantas veces, que no podía asegurar durante cuánto tiempo más serviría. 66


Sueños de correr

Comencé a buscar una nueva. La mejor oferta que pude encontrar me costaría 1.soo dólares más de lo que me daba el seguro. Y yo no tenía esa cantidad. De hecho, no había tenido dinero desde que Jessie prácticamente había limpiado nuestras cuentas de ahorros. No podía financiar la pierna artificial, y tampoco podía darme el lujo de andar sin ella. Así que le llevé mi problema a Dios. -Tú sabes, Padre, que no puedo hacer ese gasto. Y sin embargo, si no tengo esa pierna, no puedo trabajar ni ganarme la vida. Por favor, ayúdame a saber qué hacer. Más o menos por el tiempo en que terminé de llenar toda la papelería que necesitaba para ordenar la prótesis, mi empleador cambió de compañía de seguros, obligándome a comenzar de nuevo todo el proceso de cualificación. También supe que ninguna compañía me pagaría el tipo de pierna que yo necesitaba realmente. Después de meses de negociaciones para saber cuál pierna artificial sería mejor para mí, la nueva compañía de seguros estuvo de acuerdo en pagarme por una pierna de carbón de grafito. Desafortunadamente, esta pierna no era la que mi médico me recomendaba ni la que yo sentía que necesitaba. Seguiría partiéndose por la mitad siempre que yo la sometiera a una tensión física. Con ella, no sería más activo que con la pierna de madera que ya tenía. Por este tiempo un amigo me invitó a asistir a unas reuniones en una convención de negocios en Irvive, Califo rnia. En el curso de las reuniones, las cincuenta personas que asistían se dividieron en grupos de cinco. Nuestro grupo encontró un rincón tranquilo y formó un círculo. ·['res de los miembros de nuestro grupo trabajaban para PacifiCare, la compañía de seguros que daba protección a mi empleador. De hecho, Jeff Folick, presidente de Pacific are, era parte de mi grupo. Nuestro líder repitió de nuevo el propósito del grupo. "Se supone que debemos responder por turno, dos pregun67


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tas: ¿Cómo quiero ser visto por otras personas y por qué quiero que me recuerden?" Los miembros de nuestro grupo se presentaron uno por uno y contestaron las preguntas: -A mí me gustaría ser recordado por ayudar a los niños que han sido objeto de abuso sexual. -A mí me gustaría que se me recordara por promover la paz mundial. -Yo quiero que la gente me recuerde por mis servicios a la comunidad. Cuando llegó mi turno, comencé, diciendo: -Pienso que es maravilloso lo que cada uno dijo en cuanto a las razones por las que le gustaría ser conocido. Pero yo creo que es importante tomar la filosofía y aplicarla en el lugar de trabajo. Por ejemplo ... Y aquí les conté mi historia acerca de mi lucha tratando de obtener la pierna que los médicos recomendaban y no poder comprarla porque la que necesitaba costaba unos pocos dólares más. "La que compré tardaron siete meses para prepararla y se ha roto dos veces durante el breve lapso en que la he tenido. Por supuesto, yo soy solo una de las personas con ese problema. Pero cada uno de ustedes encuentra muchas personas como yo cada día. Si podemos tomar nuestros elevados ideales y usarlos para resolver los problemas o simplificar la vida de aquellas personas que vienen a nosotros, habremos alcanzado nuestro blanco; incluso si no logramos restablecer la paz mundial. Al menos, nuestro rinconcito del mundo puede ser más humano y más interesado en el bien de los demás". Cuando terminé de hablar, el presidente de la compañía de seguros dijo: - Quiero hablar con ust ed acerca de esto. Hacia las 10:30 de la mañana del día siguiente recibí una llamada de su organización. El representante me dijo: -Compre la pierna que usted guste. Comience inmediatamente con las pruebas. Nos haremos cargo del costo. 68


Sueños de correr

Casi no podía creerlo. Pero inmediatamente pude ver la mano de Dios al ponernos a Jeff y a mí en el mismo grupo. La Flex-foot Reflex VSP era exactamente lo que yo había esperado que sería. Di mis primeros pasos. No lastimaba. Estaba hecha de material ligero con amortiguadores de choque transistorizados de modo que el muñón no resentía los golpes como ocurría con las otras prótesis. Yo me podía mover con más libertad y menos dolor. Por primera vez en diecisiete años comencé a esperar que mi invencible sueño se convirtiera en realidad. Quizá sería posible algún día correr a través de un prado, no en Kansas, sino en la isla Balboa. Mi sueño se desvanecía cada vez que pensaba en Jessie. Ahora, yo podía ser lo que ella decía que esperaba de su esposo. No, me decía a mí m ismo. Esta pierna no hará una diferencia para ella. Ella no será verdaderamente feliz hasta que sea feliz con ella misma. Acéptalo, Todd; tu matrimonio ha dejado de existir. Es tiempo de hacerle frente a esa realidad. Es tiempo de que asimiles esa idea. Dios te ha dado una oportunidad de hacer las cosas que realmente quieres hacer. Ocúpate sirviéndole. Y allí estaba yo, a los 31 años de edad, deseando aprender a correr de nuevo. No había yo corrido desde que tenía 14 años. Hablando con amigos míos que también tenían piernas amputadas que corrían regularmente, me hicieron creer que mi blanco era alcanzable. Si ellos lo pueden hacer, yo también puedo. Yo estaba decidido. Amigos que no tenían problemas de amputación y que corrían regularmente, también me animaron. La neblina se hizo a un lado del Océano Pacífico la mañana en que me dirigí hacia la playa, listo y ansioso de iniciar mi primera carrera. Aspiré profundamente, estiré los brazos y los moví rápidamente de un lado a otro. Me sentía exuberante y vivo. No quería forzarme demasiado en mi primera sesión, de modo que decidí correr alrededor de la isla una vez y luego descansar. 69


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Con ese plan, ataqué el sendero, y luego me hice a un lado porque una señora corría a mi lado. Nos dijimos adiós. Yo corrí unos 30 metros, y entonces me desplomé al lado de una cerca. Mi respiración se volvió muy agitada, mientras agarraba aire penosamente. Las gaviotas que volaban sobre mí me escarnecían con sus reclamos. No podía creerlo. Mis piernas se negaban a cooperar una con la otra. Se golpeaban la una a la otra, haciéndome tropezar y tambalear. Me entró el temor de caer de bruces en cualquier momento. Llegué dando tumbos a una banca y me desplomé sobre ella, con la cabeza hundida entre las manos. Oh, Dios, ¿estoy tratando de hacer lo imposible? ¿He recibido la pierna demasiado tarde? ¿Estoy atrapado para siempre e incapacitado para realizar alguna vez mi sueño de volver a correr? El atleta que podía dejar atrás a sus oponentes en las pistas de la escuela secundaria era ahora vergonzosamente incapaz de coordinar sus movimientos. Regresé dando tumbos a mi departamento, desanimado. Todo lo que yo quería era arrastrarme hasta mi cama y hundir la cabeza en las almohadas. Pero como había dicho a muchos de mis amigos que iba a empezar a correr bajo un programa fijo, no podía esconder mi derrota. -¿Abandonar el programa? ¡Tú no eres un desertor! Cuando me quejé de mi debilidad ante la señora que había corrido a mi lado la mañana anterior, ella se rió. -Pues usted sabe que lo mismo les pasa a los corredores que tienen dos piernas. También nos caemos y se nos acaba la respiración cuando comenzamos. Solo en mi cuarto, esa noche, recordé las pruebas por las que ya había pasado: el accidente, las muchas operaciones, la adicción a las drogas, las lentas y dolorosas convalescencias, los regaños de mi esposa, y nuestro subsecuente divorcio. Aquellas fueron verdaderas montañas, Todd, me dije. Aprender a correr de nuevo es cosa de niños en comparación con lo que ya has hecho. 70


Sueños de correr

Sin embargo, la imagen de mí mismo tropezando conmigo mismo, mientras trataba de correr, me perseguía burlescamente. Todos los demonios de la inseguridad gritando en mi cerebro se burlaban de mis sueños. Yo sabía que tenía que correr. Correr sería la forma de vencer una barrera psicológica así como una barrera física. Si alguna vez había de experimentar mi sueño de ser activo, ir de caminata y de campamento, de hacer todas las cosas que me gustaban hacer de niño, tenía que empezar corriendo. Si me detenía ahora, probablemente me la pasaría sentado todos los días de mi vida - siempre soñando, pero nunca haciendo. La siguiente mañana, até con correas mi nueva pierna, apreté las agujetas de los zapatos, y ajusté la banda para contener el sudor sobre mi frente. Eché el pecho hacia adelante y retraje la barbilla. Lo voy a hacer, Señor. Lo voy

a hacer. Cuando la niebla de la mañana se levantaba del océano, comencé a correr, a tropezar, a caminar. Decidí correr los 30 metros de nuevo. No había corrido más que unos pocos metros cuando Eleanor, la señora mayor, pasó corriendo como flecha a mi lado. -Sigue adelante sin desmayar -me gritó por sobre el hombro, mientras desaparecía tras la siguiente curva del sendero. Yo persistí. Durante una semana corrí los 30 metros. A la siguiente semana doblé la distancia, corriendo los primeros 30 metros y caminando los siguientes 30. Pero era una verdadera lucha. Cada mañana, cuando Eleanor me pasaba, me gritaba palabras de aliento. Después de un mes de correr cada mañana, completé el círculo de la isla por primera vez: 4 kilómetros. Totalmente exhausto, con las piernas como hule, me arrastré rengueando hasta mi departamento y llamé a mis padres para compartir con ellos las emociones de mis hazañas. Ellos trataron de comprender, pero no pudieron, la razón de mi entusiasmo. Mis amigos locales comprendían mejor cómo me 71


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sentía yo; pero ni siquiera ellos podían comprender en su totalidad lo que aquellos 4 kilómetros significaban para mí. Yo continué corriendo cada mañana, cada vez más y más lejos. Una mañana, cuando el sol apenas pintaba de colores las crestas de las montañas de la costa, decidí que era tiempo de cumplir mi sueño. Correría la polvorienta brecha a través de un campo lleno de hierba, no en Kansas, sino detrás de la bahía, entre la Isla Balboa y New Port Beach. Me lancé a correr, subiendo y bajando las suaves colinas. Ese día dejé atrás los dolores de mi alma, todos los dolores de mi cuerpo, dejé atrás también mi soledad y mis temores. Fue como si de repente me hubieran libertado de una prisión de máxima seguridad. Ninguna pared era demasiado alta, ningún barrote demasiado fuerte para detenerme ahora. Sabía que Dios y yo, juntos, podíamos hacer cualquier cosa. En solo tres meses superé la distancia que corría desde Isla Balboa hasta Laguna Beach, unos 20 kilómetros subiendo y bajando las colinas, sin detenerme. Mi siguiente blanco fue navegar en roman en el mar. Siendo que conservaba la fortaleza en la parte superior de mi cuerpo, los días que pasé navegando en el mar fueron refrescantes y vigorizadores. Remar fortaleció mi sistema cardiovascular. Después añadí las caminatas y el ciclismo de montaña a mi lista de deportes. Los senderos para correr que había alrededor de Laguna Beach me ayudaron a ejercitarme mucho todos los días muy temprano por la mañana y luego los fines de semana. Mi nueva agilidad me ayudó a recordar los buenos tiempos cuando había ido de campamento como Boy Scout. Por tanto, decidí comenzar a acampar lo antes posible. Pero no estaba seguro de poder cargar sobre mis espaldas todo el equipo necesario mientras me abría paso por el terreno agreste. Mi primera visita a una tienda de artículos para campamento en diecisiete años me produjo casi un shock. Ni 72


Sueños de correr

siquiera podía identificar la mitad de los artículos que se vendían allí. Pero sí reconocí los exorbitantes precios. Suspiré profundamente, y con renuencia, abandoné la tienda. Acampar utilizando aquellos precios era una actividad que podía esperar. Quizá con el tiempo, me dije. Todavía tienes tu ejercicio de remo y también puedes correr gratuitamente.

Más o menos por este tiempo fue cuando llegó la carta con el Proyecto de los Cincuenta Picos. Algo se estremeció dentro de mí. ¡Este es un camino por el que puedes regresar a una vida al aire libre mucho más activa! Pero ¿escalar montañas? Yo no estaba demasiado seguro de poder hacer aquello. Mostré la carta a un par de amigos en la

oficina. Algunos pensaron que sería una gran aventura; pero otros me pusieron en guardia contra los peligros. Todos los cincuenta picos más altos habían sido escalados por 31 personas, pero a ninguna de ellas les faltaba una pierna. Yo sabía que quería ir, pero tenía miedo, miedo de fracasar. Ya había experimentado demasiados fracasos: mi pierna, mi matrimonio ... ¿podría soportar otra derrota? Pero ¿no he aprendido que con Dios podemos vencer casi cualquier desafío? Pero en todo caso, ¿dónde comenzaría yo? ¿Qué necesitaría de equipo y provisiones? ¿Qué tipo de programa de entrenamiento necesitaría yo practicar para ponerme en forma y realizar una ascensión tal? ¿Era este el plan de Dios para mí?

Durante toda aquella larga e intranquila noche, las preguntas revolotearon en mi mente. ¿Es esta la oportunidad que pedí en el muelle la noche que Jessie me dejó? ¿Podría Dios estar planeando trabajar a través de este desafío para glorificar su nombre?

El graznido de las gaviotas en busca de alimentos para el desayuno deben haberse oído sobre la bahía cuando al fi.n quedé profundamente dormido. Yo sabía que era mejor dejar esto -como todo lo demás- en manos de Dios. Mi úl73


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timo pensamiento fue una oración: "Señor, yo no sé si tú quieres que yo haga esto o no. Si quieres, permite que todo salga bien. Si no, me sentiré feliz olvidándome de todo lo relacionado con esto".

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Capítulo 7

CINCUENU PICOS, ll MIS EXPENSAS? Talkeetna, Alaska

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on un buen desayuno caliente en el estómago, me senté en la estación de los guardabosques, con otros escaladores llenos de las mismas esperanzas que yo y observé un vídeo sobre el monte McKinley del Servicio de Parques Nacionales. Cuando se terminó el vídeo vi por la ventana hacia el banco de nubes que nos separaba de la famosa montaña. Todavía no había podido echarle un vistazo a "El Grande". Uno de los guardabosques se encaminó hacia la puerta del frente y se volvió a mirarnos. Finalmente, con un rostro solemne, preguntó: - ¿De veras quieren escalar la montaña? Un mal paso ... -dij o moviendo el dedo índice frente a nuestras caras-. ¡Un paso en falso, y se acabó! Hizo una pausa para dejar que sus palabras penetraran. -Podría ser una caída sobre el hielo. Podrían también caerse por una grieta y rodar por el costado de la monta1í a por debajo de la superficie del hielo. Podrían desapa1· cera 3 metros de su tienda. Y podría ser también una :1valancha. Fragmentos de información corrieron por mi mente. \J na avalancha de nieve puede arrancar bosques enteros, 1I rribar pinos y abetos como si fueran palillos de fósfo75


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ros, arrastrar enormes peñascos ante ella, arrojando toneladas de nieve, rocas, tierra y árboles a los valles. Se han conocido avalanchas que han aplanado grandes edificios en la misma forma en que un tractor aplasta una caja de hamburguesas. John Muir habló de una enorme avalancha que ocurrió en las Sierras altas que barrió un lago entero, llevándose agua y peces con ella. El guardabosque continuó: -Podría ser también un glaciar: encima de eso, un paso en falso ... y un hombre puede desaparecer para siempre ... Hizo una pausa y nos vio intensamente a cada uno de nosotros, como si quisiera grabarse nuestras facciones para futuras identificaciones si surgiera la necesidad. -Los escaladores que regresan han hablado de vientos tan fuertes que pueden barrer a un hombre de sobre la montaña. Y también existen posibilidades de deslumbramiento a causa de la nieve, por lo cual pueden desorientarse y congelarse hasta morir. Ya para este momento mis dientes castañeteaban y mis entrañas retumbaban como uno de esos derrumbes de roca de la montaña. Traté de calmarme, antes de que mi desayuno decidiera volverse atrás. El hombre debe estar exagerando. Se me había dicho que los guardabosques tratan de desanimar a la gente para que no escale las montañas. Se imaginan que, si la gente decide no subir, ellos no tendrán por qué estar aquí tampoco. ¿Cuán malo puede ser subir, después de todo? Aún cuando consideré la posibilidad, sabía que no estábamos escuchando aquí una historia de horror de Stephen King. Las historias que el guardabosque contaba eran verdaderas hasta en el último detalle. Así, ¿qué te impulsa a ponerte a ti mismo en estos peligros? ¿Quién crees que eres? ¿Algún tipo duro que come clavos para el desayuno? Todd, ¿cómo fue que te metiste en camisas de once varas? Llenaré esa solicitud, decidí la siguiente mañana mientras corría. Comprendí que aún considerando un plan tal, 76


Cincuenta picos, ¿a mis expensas?

significaba que debía poner mi cuerpo en condiciones de aptitud como nunca había estado en los 17 años después del accidente. Mi supervivencia podría depender de cuán bien entrenado estuviera. Sentía como si estuviera preparándome para una batalla, una batalla contra mi cuerpo así como contra mi mente. Llené la solicitud durante la comida y la deposité en el buzón del correo. Dediqué el resto del día a tratar de expulsar de la mente mis pensamientos con respecto a la expedición y concentrarme a realizar mis rutinas diarias. Después de todo, me recordé a mí mismo, quizá no seré elegido para ir, quizá la solicitud llegará allá demasiado tarde para calificar, quizá Dios no tiene en mente que yo sea escalador de montañas. En los días que siguieron, en los momentos de pausa en el trabajo, mientras corría por las mañanas o cuando dormía por las noches, pensaba en la ascensión y oraba que se hiciera la voluntad de Dios. Mientras más pensaba en ello, más convencido estaba de que necesitaba consejo. Llamé a mi amigo, Fred Zakolar. Fred vivía en Reno con su esposa Kathy, otra buena amiga de los pasados días de Oklahoma. Les leí la carta por teléfono. "A mí me gustaría hacer esto, pero no estoy seguro si soy capaz. Sencillamente estoy comenzando a aprender lo que puede hacer mi nueva pierna". "Creo que deberías seguir adelante, Todd", me animó. Su confianza en mí significaba mucho, pues yo sabía que nunca me instaría a hacer algo que no pensara que yo era capaz de hacer. "No sé si saldré elegido, pero si me piden que me una al equipo, ¿me ayudarías a salir?" Él contestó inmediatamente. "Por supuesto, Kathy y yo haríamos cualquier cosa para ayudarte, Todd. Tú sabes eso". Cuatro días más tarde, llegó un paquete por correo del Proyecto de los Cincuenta Picos. Observé la dirección del remitente, casi temeroso de abrir el sobre. 77


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-Eso no parece una carta de rechazo -Pat, uno de mis compañeros, examinó el paquete-. Es demasiado grueso. Elevé una rápida oración y abrí el sobre. Una carta cayó al suelo. Me incliné para recogerla, tomé una respiración profunda y comencé a leer. Decía: "Estimado Sr. Huston: "Nos sentimos muy contentos de informarle que usted ha sido seleccionado para unirse a la expedición del Proyecto de los Cincuenta Picos". La carta explicaba las obligaciones financieras y legales, así como otro tipo de información que yo pudiera necesitar. -¡Iré! -grité, dando a Pat un fuerte abrazo-. ¡Voy a ir! ¡Me han pedido que me una a la expedición! Leí toda la carta de nuevo, dejando que las palabras penetraran profundamente en mi alma y en mi cerebro. ¡Esto era de verdad! "¡Dios mío, tengo que hacer muchas cosas para poder prepararme y tener todo listo!" Mi mente se puso inmediatamente a desarrollar el plan que había desarrollado mientras esperaba la carta. Yo estaba lleno de ideas. Sabía que tenía que aprender acerca del montañismo, y también ponerme en forma. -Debo entrar a un gimnasio. Puedo incrementar mi fortaleza y mi aguante ejercitándome en el gimnasio. -Tú sabes-me dijo Pat-, el club al que pertenezco tiene una pared de roca giratoria que se parece mucho a la rueda de un molino. -¡Excelente! ¡Inscríbeme! Durante el resto de la tarde encontré muy difícil concentrarme en el trabajo que se acumulaba sobre mi escritorio. Mi mente siguió vagando sobre el tema de la esperada ascensión y todo lo que tenía que hacer para prepararme e ir. Hice una llamada al director del Proyecto de los Cincuenta Picos. Tenía muchísimas preguntas que hacerle. El tenía una o dos nada más. -¿Conoce a algún montañista serio que pudiera ser uno de nuestros guías? 78


Cincuenta picos, ¿a mis expensas?

Inmediatamente pensé: Fred. Si Fred está en la expedición, estoy seguro de que lo pasaremos muy bien. Fred aceptó formar parte del equipo. Me fue muy difícil explicar la aventura a mi familia . Mi madre se preocupaba mucho por mi seguridad física, y mi padre estaba preocupado por mi bienestar económico. -Acabas de encontrar tu nuevo empleo, hijo. No puedes tener tiempo libre para escalar montañas. La ansiedad que sentían era válida. Desde que recibí la carta y consideré seriamente la posibilidad de hacerlo, el lado lógico de mi cerebro no había pensado prácticamente en ninguna otra cosa. Yo continué pidiendo consejos a amigos y compañeros de trabajo. Después de que Jessie me abandonó, yo me había unido a un grupo de estudios bíblicos de solteros en New Port Beach. Un grupo llamado "Becomers", en la Iglesia Presbiteriana San Andrés de New Port Beach. Esa semana, asistí a la reunión regular del jueves de noche. Por lo exaltado que estaba yo en cuanto a la ascensión, se necesitaba poco menos que un milagro para que yo me concentrara en las lecciones de las noches. Y sin embargo, sabía que necesitaba energía espiritual durante los meses anteriores, mientras me preparaba para la ascensión. Hablé a los miembros del grupo de oración acerca del Proyecto de los Cincuenta Picos. -Habrá un asmático, un joven con esclerosis múltiple, una mujer ciega, otra mujer que tiene setenta años, y yo, que he sufrido una amputación. Debo entrenarme para esto. Así que me gustaría saber si alguno de ustedes se interesaría en caminar conmigo. Una joven rubia llamada Lisa se ofreció como voluntaria. Después de la reunión le dije que se reuniera conmigo en mi casa en Balboa Island, y que nuestra caminata la haríamos juntos por los riscos de Corona del Mar. Pronto nos hicimos amigos. La naturaleza alegre de Lisa y su actitud optimista hizo que la ascensión fuera muy divertida. 79


AL FILO DE LO IMPOSIBLE

Además de nuestras ascensiones regulares, hablábamos durante horas por teléfono, compartiendo lo que ocurría en nuestra vida. Como era miembro del grupo de oración, sabía lo que me había pasado con Jessie. Y yo supe que ella había sido una artista gráfica o diseñadora en pantalla de computadora para Apple Computers. Pero no le gustó la vida en esa compañía y ahora trabajaba como diseñadora textil en la zona de Huntington Beach. Era maravilloso tener alguien con quien compartir el entusiasmo de mi nuevo empleo en NovaCare Orthrotic and Prosthetics. Cuando hice una presentación durante un seminario para obreros acerca del cuidado de la salud en la Jolla, California, Lisa asistió. Después de eso ella me propuso grandes ideas para mejorar mi presentación. Sin embargo, a pesar de que mi vida se deslizaba suavemente en otras áreas, no podía olvidar lo que Jessie me había hecho. Un violento deseo que ardía en mi interior quería que ella pagara, y muy bien, lo que había hecho. Yo tenía la ley de mi parte. Podía hacer que la expulsaran del país. Los oficiales nunca más le darían una visa ni siquiera como visitante en el futuro. Sin embargo, un litigio tal costaría enormes cantidades de tiempo, dinero y energía. ¿Es mi ira lo suficientemente fuerte? Me pregunté a mí mismo. Y si invierto mucho tiempo, energía y dinero para "salirme con la mía", ¿qué dejaré para preparar la

gran ascensión? Comprendí que durante los próximos meses podía decidir usar mi tiempo, mi energía y mi dinero para perseguir a Jessie y lograr que la deportaran, o podría usar ese mismo tiempo, dinero y energía para prepararme para la ascensión. Intentar dedicarme a ambos, haría que los dos fracasaran. Deseaba de todo corazón hacer la ascensión a los cincuenta picos, pero dejar ir tranquilamente a la mujer que había pisoteado mi confianza, mi autoestima, y mi buen nombre, no estaba muy seguro de poder hacerlo. 80


Cincuenta picos, ¿a mis expensas?

Una noche traté de dormir, de olvidar, pero dentro de mí se libraba una guerra. Frustrado, salí de mi casa y caminé por la avenida Coral una vez más, y me senté en el muelle, observando danzar las fosforescentes olas a la luz de la luna y escuchando el tintineo de las campanas de los botes de vela con el viento. ¿Qué haré? Me pregunté a mí mismo, ¿las montañas o la venganza? Una vez más, en la tranquilidad de la brisa del océano, pude oír a mi Dios diciendo: "Todd, deja a Jessie. Ella es mía. Yo arreglaré el problema con ella". ¿Olvidar sencillamente el problema? "Pero, Señor", grité, "¡no es justo! ¡No puedo dejar que se vaya así no más, después de lo que ha hecho!" Mi corazón se rebelaba con el solo pensamiento de dejarla ir así nomás. Pero el mensaje me llegó una vez más. "Déjala. Ella es mía. Yo arreglaré el problema con ella". Una vez más se rebelaba mi mente contra la idea de "dejarla ir". Pero finalmente lo hice. La dejé a ella y lo que merecía en las manos de Dios. Hice mi decisión: las montañas. Una vez que dejé a Jessie y mis pensamientos de venganza en las manos de Dios, me volví de todo corazón a mi preparación para escalar las montañas y tuve más energía de la que creí posible. Llamé a Fred y le pedí que me diera un programa de ejercicios que incluyera correr, andar en bicicleta, canotaje y levantamiento de pesas. Me envió una por fax inmediatamente. Durante los meses que siguieron, se me aceleraba el corazón y a veces me quedaba sin aliento en mis carreras matutinas antes de ir a trabajar, pero perseveré en mis ejercicios. Después de ocho horas de trabajo me ejercitaba en la rutina del gimnasio y en la StairMaster, luego me iba a casa para practicar surf en las olas por las noches. Durante los fines de semana, caminaba por las montañas a través de todo el sur de California y montaba en mi bicicleta de montaña por las colinas que rodean a Laguna Beach. 81


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El otoño cedió su paso al invierno. Recibí una carta donde me decían que el Proyecto de los Cincuenta Picos tendría su primera reunión corno equipo en Pravo, Utah. Volé hacia Reno, a casa de Fred. La noche anterior a nuestro viaje en auto a Utah, vimos la película K-2, que trata acerca de unos escaladores de montañas. Mi boca se mantuvo abierta durante todo el tiempo que duró la película. Al final dije a Fred. -¡No se puede! ¡Eso no es para mí! El se río y me dijo que no fuera yo tan impresionable. Los organizadores de la ascensión nos proporcionaron la información necesaria y dieron mucho énfasis a la necesidad de obtener mayor financiamiento para el proyecto. Posarnos para varias fotos con los otros miembros del equipo, luego nos dirigirnos de nuevo a Reno. -Sabes, Todd -dijo Fred mientras tamborileaba con los dedos sobre el volante-, todo esto me da mala espina. -Sé lo que quieres decir. Me pregunto si escalar los cincuenta picos es motivación suficiente para sacar esto adelante. -Tú sabes -sugirió Fred- que no dañaría a nadie tener un plan alternativo en caso de que todo lo demás fallara. -¿Qué quieres decir? - ¿Te gustaría escalar los cincuenta picos por tu propia cuenta? Pensé en su sugerencia durante unos momentos. -No sé. -Podríamos recolectar el dinero que necesitáramos para los cincuenta picos mientras trabajarnos en un plan de apoyo. -Puessss, esa es una buena idea. Me pregunto si mi compañía quisiera patrocinarrne. Pensé en esa posibilidad todo el tiempo que duró el viaje de regreso a Reno, luego en el vuelo de regreso a California. Cuando hablé con los ejecutivos de la compañía acerca del patrocinio del Proyecto de los Cincuenta Picos, ellos 82


Cincuenta picos. ¿a mis expensas?

votaron donar s.ooo dólares para la causa así como darme el tiempo que necesitaba para hacer la ascensión. Las vacaciones de Navidad llegaron y pasaron, y no se oía nada acerca del Proyecto de los Cincuenta Picos. En enero los llamé. No tenían nada que informar. Esa noche salí a cenar con Lisa. Le dije que algunos de los inversionistas para el Proyecto de los Cincuenta Picos no habían cumplido. -Creo que tendré que hacer algunas difíciles decisiones. ¿Debo continuar con mis sueños o abandonarlos? Creo de todo corazón que Dios me guió en esto y que él tiene grandes planes para mí. -Entonces necesitas hacerlo. Yo te apoyaré durante todo el camino -dijo Lisa mirando a través de la mesa. Luego añadió: -Deberías considerar seriamente la posibilidad de llevar un diario. Si esto es tan grande como tú crees que es, querrás tener un registro exacto de la preparación que vayas haciendo día tras día. Al siguiente día Lisa se apareció en mi casa con un diario de pastas negras de cuero. Pocos días más tarde, hablé de nuevo con el director del Proyecto de los Cincuenta Picos. Las cosas no parecían mejor desde la última vez que había hablado. Colgué el auricular del teléfono y luego miré tranquilamente por la ventana hacia la callejuela que queda detrás de mi departamento. Las filas de casas se formaban como si fuera un coro de muchachas. Me pasé la mano por la nuca y luego por el hombro izquierdo. "¿Qué voy a hacer ahora, Señor? Las cosas no lucen muy bien, ¿verdad?" Sientiéndome frustrado, llamé a Whit Rambach, uno de los guías del proyecto. Le pedí su opinión acerca de la situación. Los pensamientos de Whit eran como un eco de los míos; no parecían muy buenos. -Todd -me dijo-, tú tienes el dinero para hacer la ascensión. Yo estaría encantado de olvidar el grupo y subir contigo. Cuando decidas. déjamelo saber. 83


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-Muy bien. Lo haré. Y gracias. Entré a la cocina, tomé un vaso de agua y lo bebí, luego regresé a la sala, y después de nuevo a la cocina, rumiando mis complicados pensamientos. Sentí que una voz familiar me decía: "Todd, hazlo con tus propios medios". Me detuve: "¿Hacerlo con mis propios medios?" "Todd, hazlo". Eso no era una voz, sino una impresión dentro de mí de que Dios me estaba dando el permiso divino. Una oleada de emoción me invadió; una sensación de totalidad, de realización, aún cuando todavía no comenzaba. Corrí hacia el teléfono y llamé a Fred a su casa en Reno. En detalle, le conté lo último que había sabido acerca del Proyecto de los Cincuenta Picos. -No creo que ellos puedan hacerlo -le dije. -Yo esperaba eso-admitió él. -Permíteme hacerte una pregunta. Si decido hacer la ascensión por mi propia cuenta, aceptarías ... Anticipándose a mi pregunta, Fred me interrumpió y me dijo: -¡Absolutamente! ¡Cualquier cosa que necesites! ¡Simplemente dime cómo puedo ayudarte! Sonreí para mí mismo. Ese es Fred, pensé. El saber que tenía su apoyo me animaba. Hablamos durante unos minutos más acerca de la preparación que tenía que hacer para realizar una ascensión independiente, y entonces nos despedimos. -Te haré una lista del equipo que necesitarás para fines de la semana. - Gracias, amigo. -De nada. Por favor dime si hay algo más en que pueda ayudarte. Finalmente lo sabía con seguridad. ¡Me iba a escalar montañas!

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Capítulo 8

LA CUMBRE DE AMERICA DEL NORIE Talkeetna, Alaska

o que vi en el rostro del guardabosque no me dejó ninguna duda en la mente. El sabía que alguno de los que estábamos en ese cuarto iba a ser herido o quizá moriría en la montaña. Una vez más, un pensamiento familiar se insinuó con poder en mi cerebro. ¿Estaba yo utilizando la ascensión como una distracción del dolor que me había producido el divorcio? ¿O trataba de probarme a mí mismo que podía hacer cualquier cosa que un hombre con dos piernas podía hacer? ¡No! Me recordé a mí mismo. Dios y yo hemos arreglado todo eso. Yo estoy aquí por Dios y el mensaje que quiere enviar a sus hijos! -¿Alguna pregunta? -el guardabosque parecía mirar directamente a mí. - Sí -dijo un alpinista detrás de mí arrastrando las palabras-. ¿Cuándo salimos para el campamento base? Una risita nerviosa pasó por entre todos los novatos. El guardabosques miró al hombre, con un rostro severo, aunque profesional. -De acuerdo con el servicio meteorológico, tendremos que esperar que se despejen las nubes en la montaña para facilitar un aterrizaje y un despegue seguros. -¿Cuánto tiempo debe tomar eso? - preguntó otro.

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El guardabosque movió la cabeza. -Sobre eso usted sabe tanto como yo. "El Grande" opera con su propio tiempo y horario, no con el de los hombres. Yo llamé a Lisa y le hablé acerca de la decisión de ir por mi propia cuenta. -Creo que puedo hacerlo -le dije- . Pienso que puedo establecer un nuevo récord mundial. Creo que puedo, incluso, romper el récord establecido por personas que no tienen ningún impedimento. -Tú sabes que yo te apoyo. -Necesitaré apoyo aquí-le confesé-. Estaba pensando pedirte que operaras la parte comercial de la ascensión. -Claro -dijo-. ¿qué tengo qué hacer? Yo sabía que con mis amigos tan dispuestos a ayudarme. las oportunidades de triunfar eran mucho mayores. Cuando dije a mis compañeros de trabajo el cambio de planes. escuché de todo. Desde "Te deseamos lo mejor", hasta "Olvida esta locura. Todd. ¡No funcionará!" Sin embargo, dentro de mi corazón sabía que Dios quería que yo hiciera esto. Y si yo trabajaba duro. tendríamos éxito. Whit y yo trabajamos en nuestros planes por teléfono. El vino desde Fresno para ayudarme a finalizar la logística de la ascensión. Para ayudar a financiar el proyecto, me puse en contacto con patrocinadores potenciales: 5.ooo dólares aquí y 3.ooo allá; 100 aquí y 500 allá. Las grandes tiendas de equipo para campamento, North Face y REI. aceptaron darme un descuento sobre todo equipo que compráramos en sus tiendas. Esperando otra donación, expliqué el cambio de planes a mi empleador, pero se negó. Sin embargo, la compañía t rabajó conmigo, rediseñando mi pierna para que soportara el abuso que se haría de ella escalando glaciares y rocas. Los que tienen una pierna amputada no pueden hacer normalmente lo que yo me proponía. Una pierna regular artificial solo le da a usted de 20 a 30% de la energía que su pierna verdadera le da. NovaCare Flex-foot me ayudó 86


La cumbre de América del Norte

a reemplazar el resorte natural en la pierna. Yo también pegué una suela de bota en ella. Así, no tenía yo que usar una bota, ¡lo cual la hacía más ligera! Roy Snelson, el director de Wings Of Calvary, una organización cristiana no lucrativa que provee piernas artificiales a personas pobres del tercer mundo, también contribuyó con la ascensión. Él dijo: -Si Dios quiere que subas, él proveerá. La ascensión comenzó a tomar el control de mi vida. Me despertaba a las 6.oo de la mañana y hacía planes hasta que salía para el trabajo. Desde las 6.oo hasta las 8.oo p.m., me ejercitaba. Después de eso, hacía planes hasta tarde en la noche, muchas veces hasta la 1:00 ó 2:00 de la mañana. Ya estuviera durmiendo o despierto, mi mente estaba acelerada. ¿Qué debería hacer después? ¿Qué no estoy haciendo que debería estar haciendo? ¿Qué debo saber? ¿Cómo voy a poder hacer todo a tiempo? Para hallar paz y calma, ponía todo de nuevo en las manos de Dios; una y otra y otra vez. Tanto en el trabajo como en la preparación para la ascensión, se abrió ante mí todo un mundo completamente nuevo. De repente me encontré hablando con ejecutivos de negocios; siendo entrevistado en los noticiarios y en las estaciones locales. -¿Por qué estás haciendo todo esto? - solían preguntarme. -Sencillamente quiero mostrar que las personas pueden vencer cualquier obstáculo que afronten en la vida -les explicaba-. Es mucho más que solo escalar montañas; es relacionarse con cualquier cosa que la vida le depare a uno. ¡Con fe en Dios, uno puede lograr todo lo que se proponga! Luego explicaba el aspecto comercial de la ascensión, que no era un proyecto alocado, sin planes ni esperanzas de tener éxito. Dios me dio las palabras que necesitaba para convencer a las personas de que aceptaran el riesgo y pusieran su dinero en el proyecto. 87


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Y estaba marchando. ¡En realidad estaba ocurriendo! Esa semana Whit, Lisa y yo formamos nuestra propia expedición de montañismo bajo el nombre de Summit America. Lisa se ocupó de diseñar un plan de mercadeo para Summit America . Lo primero que necesitaba era un logotipo de promoción. Así que ella, Whit y yo, nos sentamos alrededor de la mesa de la cocina, haciendo rayas, tratando de sacar algún logotipo apropiado para nuestra aventura. Después de horas de hacer diseños, fuimos a un restaurante mexicano de la isla y en una de las servilletas, hicimos finalmente el diseño que a todos nos gustó. Lisa se fue directamente a su casa para crearlo en su computadora. Al siguiente día ordenamos 144 camisetas para imprimirlas. Decidimos que Whit y yo las venderíamos por todo el país, mientras escalábamos, a fin de reunir más dinero para el proyecto. Lisa dejó su empleo en la compañía textil y decidió hacerse trabajadora independiente. Esto le daría más tiempo para hacer todas las cosas cotidianas en preparación para la ascensión. Había demasiado que hacer y demasiado poco tiempo para hacerlo. Yo analicé el High Point Guidebook, tratando de decidir dónde comenzar y cómo apresurarnos para poder establecer el nuevo récord. Pocas noches antes de que yo saliera para mi primera ascensión, Lisa y yo caminamos rumbo al muelle. De pie, al final del desembarcadero, oramos juntos. Los dos sabíamos cuán importante era la oración para el éxito de aquella aventura. No solo orábamos por el éxito de la expedición. También orábamos por mi seguridad. Doquiera iba, la gente prometía orar por mí. En lo más íntimo de mi corazón yo temía por mi vida en el Monte McKinley. Cuando le confié esto a Lisa, ella me dio ánimo tranquilamente. -Dios ha estado en esto desde el mismo principio. Yo sé que él te llevará con toda seguridad desde el principio hasta el fin. 88


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Cuando Whit y yo nos preparábamos para salir, un reportero de uno de los periódicos a los que Lisa había contactado, publicó una historia sobre la ascensión. La Orange County Network Televísíon y la estación de radio KNX 107 de Los Angeles hicieron lo mismo. La página del frente de la sección Metro del periódico Orange County Register publicó nuestra historia el día que iniciamos nuestra aventura. Lisa estaba tan emocionada que compró 16 ejemplares del periódico para todos sus familiares y amigos. En nuestro camino hacia el aeropuerto para tomar nuestro vuelo hacia Oklahoma, escuchamos mi voz por la radio, tratando asuntos referentes a la ascensión. Cuando me senté en mi asiento en el avión, recordé los eventos de los últimos dos o tres días. En ese momento me sentía física, psicológica y espiritualmente preparado para las ascensiones. Incluso sentí que hasta tendría la oportunidad en este vuelo de relajarme un poco. Mientras yo tuviera mi vista fija en Dios y sus planes para mí, sabía que tendría éxito. Abordar el avión no había sido más que otro paso de fe en una jornada que había comenzado muchos meses antes. Pero con solo este paso, habíamos avanzado más que la mayoría de las expediciones. En la casa de mis padres en Oklahoma, pusimos un remolque para acampar en la camioneta roja Ford de mi papá, y lo cargamos con todas las provisiones. Con un adiós final, Whit y yo comenzamos posiblemente la aventura de nuestra vida. El reloj oficial para el registro del evento comenzaría a andar en la cumbre del primer pico y terminaría en la cumbre del número cincuenta. Para romper el récord, tendríamos que escalar los cincuenta picos en menos de 101 días. Dirigiéndonos al norte, comenzamos un viaje que nos llevaría a los 48 Estados más bajos; eso significaría manejar unos 34.800 kilómetros. Nuestro primer pico fue el de Nebraska. 89


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El campo abierto y el aire fresco pusieron el marco de un glorioso comienzo: el zacate búfalo ondeando con la brisa a la luz del sol; campos de trigo tierno claramente definidos; cielos de color azul cobalto infinitos, que se desvanecían en el horizonte. El Panorama Point, de Nebraska, aunque no es muy alto, tiene un nombre que le sienta muy bien. En esa sencilla cumbre, comenzamos nuestra carrera. Después viajamos rumbo al norte, hacia Dakota del Sur. donde está el Harney Peak, a 2.427 metros. Fuera de Hot Springs, Dakota del Sur, el cielo se oscureció. Negros nubarrones se arremolinaban en el cielo. Los truenos rugían; fieros relámpagos atravesaban el cielo, iluminando el terreno con una luz fantasmal. Whit observó las tormentosas nubes que se aproximaban: -Parece que no dormiremos al aire libre esta noche. Los relámpagos estallaban demasiado cerca de nuestro vehículo como para tener conformidad. - Probablemente no -dije entre dientes. Durante mis años pasados en el sur de California. había olvidado cómo es una verdadera tormenta de truenos. Luego se vino la lluvia atronadora, verdadero aguacero. Nuestros parabrisas luchaban para mantener despejado el panorama. Nosotros íbamos despacio, siguiendo la línea blanca del centro por un corredor de árboles de pino. Yo bajé mi ventanilla un poco, inhalé el aire impregnado de olor de pino y tierra mojada y dije: -Me encanta. Para el momento en que entramos al sendero del Harney Peak, que se dirigía al Sylvan Lake, la lluvia se había convertido en una lloviznita. Yo observé un arco iris que se formó en el este. Salté del auto y observé los parches azules que se abrían en el cielo por encima del pico. -¿Crees que deberíamos arriesgarnos? Whit tomó su equipo de la parte trasera de la camioneta y dijo: 90


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-Claro, ¿por qué no? Yo sujeté con correas mi bolsa de acampar, tomé mi vara y me dirigí hacia el sendero número nueve, respirando en el aire claro y limpio mientras caminaba. Con el olor de la lluvia que caía pesada a nuestro derredor y el viento que silbaba entre los árboles, ¡me sentía muy bien! Al principio, la senda estaba lodosa, pero el terreno absorbió rápidamente el agua de la lluvia. Whit y yo comenzamos a establecer una rutina de escalamiento. A él le gustaba escalar solo, así que o iba adelante o detrás de mí. Sintiendo que alguien se aproximaba por detrás de mí, me volví confiadamente, creyendo que era Whit, que me alcanzaba. Pero era otro montañista. Nos presentamos mutuamente. El comentó algo con respecto a mi pierna artificial. Yo le conté acerca de mi proyecto de escalar los 50 picos más altos de Estados Unidos. Seguimos hablando mientras caminábamos. Yo le pregunté algo acerca de él y a qué se dedicaba. -¿Ahora mismo? -una sombra pasó sobre sus ojos-. Ahora mismo no estoy haciendo nada. Soy ingeniero. Y hasta hace pocos meses yo trabajaba para una gran compañía química en el este - dijo, mientras apartaba de un puntapié un guijarro del camino- . Pero el estrés me dominó y sufrí un colapso nervioso. Así que guardé todas las cosas en casa de mis padres, y aquí estoy. Habló de todas las caminatas que había hecho y pensaba que tenía que entrar de nuevo al mercado del trabajo. - Aquí en el campo, todos aquellos monstruosos problemas no parecen tan importantes, ¿verdad? Yo me reí. Es asombroso comprobar cuán insignificantes se vuelven los problemas de la vida cotidiana cuando uno está luchando por la supervivencia aquí. Él se rio entre dientes. -Sí, pienso que sí. Caminamos juntos un buen rato, pero pronto lo dejé atrás. 91


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Whit se encontró conmigo en la cumbre del pico. En la base de la roca que servía corno divisadero, leímos una placa en honor del Dr. Valentine T. McGillycuddy, el primer hombre blanco conocido que llegó a la cumbre. Tornarnos algunas fotos del hermoso panorama -rocas que sobresalían del bosque de pinos- desde la roca que estaba en la cumbre. Dos mujeres jóvenes que volvían de la costa oeste, se detuvieron para platicar. -Decidirnos volver hacia un estilo de vida más normal del que estábamos viviendo en el sur de California -explicó una de las jóvenes. Yo estuve de acuerdo. -Entiendo lo que quieres decir. Parece que no importa cuán bien estés o cuánto éxito puedas tener: siempre es posible mejorar. Después Whit y yo volvimos hasta donde habíamos dejado el auto, y nos dirigirnos rumbo al norte hacia Rapid City. De repente, Whit rompió a reír con una carcajada. -Mira eso -dijo, señalando hacia el campo. Allí estaba tirada un estufa de cocina con la puerta del horno abierta de par en par y con un letrero al lado que decía: "Open Range". [Se puede traducir corno "Horno abierto" o "Montaña abierta".] Una vez más, las lluvias torrenciales cayeron. Llegarnos a Bowrnan después de las n :oo p.m . Había sido un largo día en que habíamos recorrido 1.044 kilómetros desde las s:oo de la mañana. Buscarnos un hotel y aquella noche dormirnos allí. Por la mañana escalamos el White Buttre -el pico más elevado de Dakota del Norte-: 1.175 metros. Las lluvias de la noche habían dejado lodoso y resbaloso el sendero. Pero una vez más quedé impresionado por la soledad que se experimentaba en la montaña. Volvimos a la ciudad de Bowrnan, nos bañarnos, comimos al mediodía, luego nos dirigirnos rumbo al sur, hacia el punto más alto de Iowa (sin nombre), de 559 metros. 92


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Cuando nos detuvimos para, comer, llamé para pedir permiso a la dueña de la propiedad. Tomé un momento extra para explicar quién era yo y lo que estábamos haciendo. -¿Así que no hay inconveniente si pasamos por su propiedad? -Por supuesto que no. Ninguno-nos aseguró la dueña. -Volveremos bastante tarde -le advertí. -Está bien. Nos encantan los escaladores. Y les deseamos lo mejor. Le agradecí, colgué el teléfono, y nos dirigimos hacia el sur una vez más. Whit y yo manejábamos por turnos, mientras el otro dormía. A mí me tocó manejar a través de tranquilos poblados y vastos campos de granos. Mientras viajaba, repasaba nuestros progresos. Solo dos días, y ya hemos escalado cinco picos. Es excelente. ¡Y cuando incursionemos los estados del este, lo haremos más rápido aún! Detuve el auto en una granja. En los estados que son planos, como Iowa, los picos más altos son, muchas veces, todo, menos impresionantes. En las tinieblas, subimos la suave pendiente de una loma, entre la granja y el bebedero. Me sentí ridículo cuando me paré en medio de un granero, de noche, para tomarme una fotografía. Pero allí, en el techo del abrevadero, estaba un letrero con licencia del estado de Iowa que decía: HIGH PT. Pensamos en tirar al piso nuestras bolsas de dormir y dormirnos allí mismo, pero decidimos avanzar un poco más hacia el norte y hacia un campamento KOA, en Minnesota. A las 3:00 de la mañana entramos al campamento, localizamos un lugar adecuado, tiramos nuestras bolsas, y dormimos. A las seis de la mañana, después de bañarnos y desayunar, cargamos nuestros bártulos y nos pusimos rumbo al este, hacia Minneapolis. En la carretera del Lago Superior nos dirigimos hacia el norte; allí apreciamos las tranquilas aguas azules a nuestra mano derecha y las ondulantes colinas verdes a la izquierda. 93


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Luchamos contra una verdadera plaga de mosquitos para poder llegar a la cima de Eagle Mountain -771 metros de altura-, la más alta de Minnesota. Los pantanos y lagunas del Boundary Waters Cannoe Area, formada por los escurrimientos de primavera, proveían un perfecto habitat para los mosquitos. ¡Y nosotros proveíamos el desayuno! Tuvimos que caminar sobre tablas puestas sobre el agua, de modo que no había cómo escapar de aquellos bichos. Caminamos lo más rápido que pudimos. El repelente para mosquitos que yo usaba para protegerme resultó ser una amenaza más letal para mí que para los mosquitos. Esa noche, cuando trataba de dormirme, se me hacía difícil respirar, como si estuviera sufriendo un ataque de pánico. A la siguiente mañana desperté nervioso y con la cabeza mareada. Y todavía se me hacía muy difícil respirar. Tenía la garganta inflamada. Y lo mismo me ocurría con las orejas que parecían coliflores. Después de beber algo de agua y darme un baño, quitando así el líquido protector que me había pulverizado en el cuerpo, me sentí mucho mejor. Estábamos sorprendidos de encontrar a un escalador en el camino, que llevaba un hacha para hielo. Whit y yo nunca pudimos comprender por qué llevaba un hacha para hielo cuando no existía ninguna posibilidad de que nevara. El enjambre de zancudos nos circuía constantemente la cabeza, lo cual no nos dejaba hablar durante largos períodos. Nos apresuramos a llegar a la camioneta, deteniéndonos únicamente para tomar algunas fotos para registrar la subida. De allí nos dirigimos rumbo a Duluth. Condujimos a lo largo del Lago Superior rumbo al pico más alto de Míchigan, el Monte Arvon -663 metros de altura- desde donde podíamos trazar las tormentas que se formaban dentro del lago. El Monte Arvon está en la península superior del estado. 94


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Estacionamos la camioneta. y caminamos a lo largo de una explotación forestal en vez de ir por la vereda. Llegamos a la cumbre y tomamos fotografías. aunque no había ninguna vista que fotografiar. pues el follaje de los árboles bloquea cualquier vista a cualquier lado, así como la luz del sol. Interesante nos pareció saber que el Monte Arvon acababa de ser designado como el pico más alto de Míchigan. Otras dos montañas habían ostentado antes el título. Esfuerzos de medición más modernos estaban cambiando las lecciones de geografía en este estado que tiene varios picos de aproximadamente la misma altura. Si otra montaña fuera nombrada en el ínterin como la más alta, tendríamos que volver a Míchigan y escalarla de nuevo. El siguiente pico era el de Wisconsin. el Timms Hill, de 653 metros de altura. Allí subimos a la torre del divisadero y observamos un crepúsculo rojo anaranjado con una joven pareja que había estado caminando tras nosotros. Yo compartí mis desafíos personales con ellos, y ellos hicieron lo mismo conmigo. Estaban terminando sus estudios universitarios y pensaban formar una familia algún día. -No permitan que ningún desafío los haga retroceder -les dije-. Con fe en Dios y en ustedes mismos. pueden vencer cualquier obstáculo. Whit y yo nos levantamos muy temprano la siguiente mañana y nos dirigimos hacia el sur a través de granjas lecheras y verdes pastos hacia la frontera de Wisconsin-Illinois. Cuando pasamos una feria de un condado en el sur de Wisconsin, deseé tener tiempo para detenerme y corretear en medio de los juegos mecánicos, adolescentes que gritaban, buhoneros, y puestos de comida chatarra. Pero teníamos muchos picos que escalar y un récord que romper. Nos detuvimos a dormir en el pueblecito de Scale Mound. Encontramos un parque de béisbol de una 95


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liga pequeña y Whit desenrolló su bolsa de dormir sobre una mesa de pic-nic y yo me dormí sobre la hierba del jardín izquierdo del campo. Me metí en mi bolsa, doblé los brazos bajo la cabeza, y contemplé las miríadas de estrellas que estaban en el firmamento. Si yo tratara de hacer esto en una gran ciudad,

de seguro me asaltarían. ¡Pero aquí, qué excelente lugar para dormir!

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Capítulo 9

MOSOUllOS, JEJENES YUÑAS Talkeetna, Alaska

as historias que había escuchado retumbaban en mi mente cuando dejé la estación de los guardabosques. Debo tener esperanza de que puedo hacerlo. Tengo que dar lo mejor de mí mismo. He llegado demasiado lejos para retroceder ahora. Llamé a Lisa a fin de ponernos de acuerdo sobre los arreglos de última hora para la cobertura de los medios de comunicación. Los medios masivos de comunicación eran mis mejores aliados para que el mensaje llegara donde quería que llegara. Y sabíamos que la máxima cobertura de prensa produciría las recompensas financieras que nuestros patrocinadores esperaban, por lo cual habían invertido su dinero en el proyecto. -Un equipo de la NBC/CNN documentará tu aterrizaje en Kahiltna Glacier -me aseguró. - Bueno, será mejor que ayude con el equipo. Debemos estar listos para el momento en que el clima mejore -dije, haciendo una pausa, renuente a interrumpir la comunicación con mi amiga y socia en los negocios y con el sano y familiar mundo del Sur de California. Lisa sintió mi renuencia. - Cuídate, por favor, ¿oíste? -dijo Lisa al percibir mi - Tú también. Después de todo, más vidas se han perdido en el Freeway de San Diego cada año que en el Monte McKinley-dije en broma. -No en avalanchas de nieve o grietas ocultas, sin embargo- dijo ella con gracia.

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Cuando nos dijimos adiós, me di cuenta de que sus pensamientos eran muy similares a los míos. Quizá para siempre... Esperé que ella colgara y después lo hice yo. Las llamadas telefónicas a Lisa habían sido una parte muy importante de las ascensiones cotidianas. Una de las más excitantes ocurrió esa primera semana. - Todd, no vas a creer esto -dijo ella tan exaltada que yo pensé que había dado un salto por la línea telefónica-. Quiero que tú y Whit pongan sus oídos en el teléfono. ¿Recuerdan que les dije que iba a establecer un expendio de camisetas en la Avenida Coral aquí en la Isla? Pues bien, ayer, después de sentarme aquí durante quince minutos, sin vender nada, oré a Dios: "Señor, por favor, estaré aquí quince minutos más. Si quieres que yo haga esto, ayúdame a vender algunas camisetas durante ese tiempo". Se detuvo un momento para tomar aliento. -Inmediatamente vino una pareja con su hijita de tres años y compraron tres camisetas. Y en el preciso instante en que ponía las camisetas en una bolsa, un señor de más edad pasaba corriendo al lado. Al notar el puesto de venta, se volvió para ver lo que estaba yo vendiendo. ¡No vas a creerlo, Todd! Me podía imaginar sus ojos danzando de emoción. -Le hablé acerca de ti, y de cómo quieres que la gente sepa que por medio de la fe en Dios y con las habilidades que Dios les ha dado, pueden vencer cualquier desafío que tengan que afrontar en la vida. El hombre me preguntó cuánto dinero más se necesitaría para completar la ascensión a los cincuenta picos. Yo le dije que según tu estimación serían unos "doce mil dólares". - ¿Y luego? ¿Qué pasó? -se me hacía difícil esperar lo que ella tardaba tanto en decir. -Y el hombre dijo, llame al 1-800-ABCDEFG mañana y pregunte por mí. Yo le daré un cheque. -¿Qué?-mi voz debe haber recorrido toda la escala desde el bajo hasta el soprano.

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-Yo no podía creerlo. Le pregunté sí era cierto. Y él me aseguró que sí. La pareja que había comprado las tres camisetas había escuchado toda la conversación. El hombre dijo: "¡Felicitaciones! ¡Acaba de hacer una venta de 12 .000 dólares!" Me senté aturdido, con el auricular del teléfono pegado a las orejas. -Por tanto, hoy me puse en contacto con el Sr. Shanahan como él me había dicho. Una hora más tarde ya estaba yo en su oficina. y él me preguntaba muchos detalles acerca de la ascensión. Después que le hube explicado todo. oprimió un botón de su interfón. -Sue -dijo con seguridad a su secretaria-, haga un cheque a Todd Huston por 12.000 dólares. Minutos después. yo tenía el cheque depositado en la cuenta. -Y ¿quién es ese hombre? -le pregunté. El número telefónico sonaba extrañamente familiar. Escuché una risita deleitosa al otro lado de la línea: -Es el gerente general y fundador de Hooked on Phonics. El señor Shanahan vive aquí en Balboa Island. ¿Puedes tú creer esto? Difícilmente podía creerlo, pero cuando colgué el teléfono, tuve un momento especial de gratitud y alabanza a Dios. Él había suplido una vez más lo que yo necesitaba, exactamente cuando lo necesitaba. Unas vacas que miraban curiosas mientras rumiaban nos vieron pasar rumbo al pico más alto de Illinois, Charles Mound: Lfl3 metros. El pico más alto está situado en la frontera entre Wisconsin e Illinois. En los días de los viajes de los pioneros rumbo al oeste. el White Oak Fort, localizado sobre el Charles Mound. protegía la ruta Kellogg, que era por donde corría la antigua diligencia. Entramos por el sendero que conducía al rancho para encontrarnos con el dueño de la propiedad donde se encontraba el pico más alto. Un perro dobló la esquina del granero ladrando. Una señora anciana vestida con ropa de 99


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casa y delantal. abrió la puerta del frente. El perro gruñó y luego se escondió tras las faldas de la señora. Pensé: Si ese perro me muerde la pierna, se llevará una sorpresa. Ella me miró a través de unos ojos casi entrecerrados mientras yo le explicaba nuestro propósito para estar allí. -Todo lo que en realidad necesitamos es su permiso para cruzar su propiedad hasta llegar al pico donde tomaremos unas fotos con el fin de atestiguar que hemos estado allí. Luego nos iremos. -Les costará cinco dólares, por mantenimiento, conservación y otros servicios. -¿Mantenimiento? -no podía imaginar qué tenía que mantener. Pero como no quería perder tiempo discutiendo el asunto, saqué mi cartera y le entregué un billete de cinco dólares. Ella tomó el dinero, lo puso en la bolsa del mandil, y se escurrió dentro de la casa, llevándose al perro con ella. Cuando la puerta se cerró, escuché un definido click, que indicaba que le había puesto seguro doble. Me volví a ver a Whit y le dirigí una sonrisa forzada: -Es claro que a ella no le gustan los escaladores, ¿eh? Él se rascó la cabeza y sonrió: -Imagino que no. Saltamos la puerta de la cerca, navegamos por entre el estiércol de vaca y corrimos por entre un grupo de lápidas mortuorias -tumbas de antiguas carretas perdidas- que venían al pico más alto. Después de tomar las necesarias fotografías, nos apresuramos a volver a nuestro vehículo y nos dirigimos rumbo al sureste, hacia el pico más alto, sin nombre, de Indiana. Está en medio de un campo, marcado con un montón de piedra y un poste con un letrero que dice: "Pico más alto de Indiana: 421 metros". Luego nos dirigimos al Campbell Hill. de Ohio: 489 metros. Nos estacionamos en la High-Point Church y caminamos como un kilómetro hasta el centro del patio de 100


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la Hingh-Point Joint Vocational School. Excepto por un grupito de niños que fastidiaban a uno más chico, todos los demás ya se habían ido. Encontramos la puerta del cerco del patio, subimos la colina hasta donde estaba el poste que marcaba el punto más alto y tomamos nuestras fotografías . De.Campbell Hill nos dirigimos rumbo al monte Marcy, el punto más alto del estado de Nueva York, que mide 1.791 metros. Pasamos la noche cerca de Cleveland, luego viajamos, a través de una esquinita de Pennsylvania, hasta las cataratas del Niágara. A pesar de la prisa que llevábamos, tomamos tiempo para conocer las cataratas. Yo ya las había visto antes, pero Whit estaba asombrado de su tamaño. Leímos acerca de personas que se lanzaban a las cataratas metidos en barriles. ¡Y nosotros que pensábamos que éramos locos! Tocamos ligeramente los pocos kilómetros de la ruta llamada New York Turnpike, nos volvimos al norte de Syracuse hacia Watertown, luego hacia el este por la Ruta 3 a través de las colinas de la Adirondack High Peaks Regían. Recorrimos los últimos kilómetros hacia la zona de acampar del Monte Marcy bajo una ligera llovizna. Nuestro libro guía nos decía que el nombre de la montaña Indian es Taharus, que quiere decir "separador de nubes", y que en 1901 el vice presidente Teddy Roosevelt bajó corriendo de la montaña cuando supo que el presidente McKinley había sido asesinado. Aunque era tarde cuando llegamos, nos detuvimos un poco en el hotel Adirondack Mountain Club. Pregutamos al guardabosque que estaba de servicio acerca de la ascensión y por un lugar donde dormir. -Es una subida difícil - nos advirtió-. Son 25,752 kilómetros completitos hasta la cumbre. Le pregunté acerca del sendero: -¿Cuánto tiempo nos tomará llegar a la cumbre? -Bueno, es difícil de decirlo. Si hacia el mediodía solo 101


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han llegado a la mitad del camino a la montaña, será mejor que den media vuelta y regresen. -Eso no responde a mi pregunta. Si usted se preocupa por mi pierna artificial, debe saber que nos hemos propuesto establecer un nuevo récord para subir los cincuenta picos más altos. Estamos recorriendo los estados del este antes de llegar al monte McKinley. No mencioné que una de las uñas de mis pies estaba negra por una subida anterior. -Oh, bueno, entonces creo que el monte Marcy no será un gran desafío para ustedes. amigos. Sin embargo, tendrán que cuidarse de los osos. -¿Osos? ¿Qué hago si encuentro a uno? ¿Me subo a un árbol? El guardabosque se ria: - Hagan muchísimo ruido. Y ellos huirán. La siguiente mañana me puse al frente de la senda para ascender al Van Hogenburg, y pronto me puse fuera de la vista de Whit y de la camioneta. Charlé con muchos montañistas a quienes encontré. A lo largo de la amplia y bien cuidada senda había cobertizos y áreas de descanso. En todos los campamentos que pasamos, la gente había dejado su comida colgada de los árboles para mantener alejados a los osos. Después de algunos kilómetros, la ruta se hizo más rocosa y empinada. Se dividía en varias direcciones, una ruta para los caminadores y otra para los que llevaban esquíes de campo traviesa. A medida que la ruta se hacía más agreste, comencé a afligirme pensando en que quizá había tomado un sendero equivocado. La siguiente marca del kilometraje me reanimó porque supe que estaba en el camino correcto. Los kilómetros que faltaban para la cumbre no me alentaron nada: 10,s kilómetros. Esta era la distancia más larga que había recorrido en un día, y me preocupaba que mi dedo y mi pie no me ayudaran. Crucé lechos secos de arroyos y algunos torrentes de fuerte corriente. Tenía la esperanza renovada frente a ca102


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da roca que mi prótesis no se rompería. Era difícil subir. La idea de caerme y que tuviera que permanecer tirado en el sendero hasta que alguien viniera a recogerme me atemorizaba. Me detuve a descansar junto a una caída de agua, que se embellecía más con la primavera. Whit me alcanzó y subimos juntos la larga distancia hacia la cumbre, entre la niebla y la lluvia. En un punto, mis preocupaciones se convirtieron en realidad. Brinqué sobre una roca y caí de cara. Instintivamente puse la mano frente a mí para evitar mi caída. Cuando abrí los ojos, una roca puntiaguda estaba a 5 centímetros de mi nariz. Me sentí agradecido de que Whit estuviera conmigo en este punto. Un viento fuerte y frío soplaba sobre la cumbre. Qué bendición que no sea invierno, pensé mientras apretaba las cuerdas del capuchón a mi chamarra de nylon. Grandes nubarrones se formaban sobre nosotros mientras nos colocábamos al lado de grandes peñazcos para posar para nuestras fotografías. Preocupado, eché un vistazo al cielo que se oscurecía cada vez más. - Será mejor que nos apuremos y salgamos de aquí. Yo tenía el muñón adolorido por el largo ascenso. Me detuve para descansar, para bajar un poco la presión y permitir que la sangre circulara en toda esa parte. Esto me causó una sensación ardiente que se sentía como si fueran lijas en una herida abierta. Hablé con otros escaladores que pasaban, masajeando mi desollado muñón durante todo el tiempo. De bajada tuve que detenerme más o menos cada kilómetro para aflojar la pierna artificial para dejar que la sangre circulara de nuevo. Whit me alcanzó en uno de los lagos. Después de comprobar que yo estaba bien, siguió adelante. Yo también seguí, contando cada paso y dividiendo mentalmente los pasos en kilómetros, hasta el campamento. El último kilómetro me pareció como si fueran diez, pero finalmente 103


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llegué al final del sendero y al estacionamiento donde teníamos estacionada la camioneta de mi papá. Exhausto, encontré un teléfono público y llamé a Lisa. Me contestó la máquina contestadora. Cuando dio la señal, dije: -¡Me siento muy adolorido! ¡Esto es lo que se siente después de caminar 25 kilómetros! Un fuerte y cálido aguacero me suavizó la pierna y me restauró el espíritu. Me sentía satisfecho de haber sido capaz de hacer una caminata tan larga. Sin embargo, yo sabía que no era nada comparado con lo que me esperaba en el oeste. El guardabosque nos invitó a comer una carne asada con él esa noche, pero tuvimos que negarnos, porque todavía teníamos un largo viaje hasta el pico más alto de Vermont, el monte Mansfield: 1.472 metros. Después de un celestial descanso en la cama de un compañero escalador y de un buen desayuno, nos dirigimos hacia el monte Mansfield. Tomando apresuradamente nuestras chamarras y cantimploras, subimos el sendero de unos 2 kilómetros hasta la cumbre, matando zancudos y jejenes a cada paso. En el camino tuve una larga conversación con Patty, una enfermera quien, como yo, estaba pasando por un doloroso divorcio. Se había casado con un alcohólico sin saberlo. -Eso me destruyó. Asentí con la cabeza: -Sé como te sientes. Es exactamente como yo me sentí después que Jessie me abandonó. Pero hiciste todo lo que pudiste; no te culpes a ti misma. Si te sirve de algún consuelo, a largo plazo serás una persona mucho mejor. Ella hizo una mueca que parecía una sonrisa: -Lo sé. Sin embargo, lo que se siente ... Descendimos de la montaña juntos. Le deseé lo mejor y me dirigí al monte Wáshington en New Hampshire. Para cuando encontré un teléfono público y llamé, la carretera de cuota que subía a la montaña ya había cerrado por ese 104


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día. Cuando el guardabosques escuchó lo que estábamos haciendo, nos prometió obtener un permiso especial para nosotros. Nos advirtió: -Asegúrense de pasar a la oficina a recogerlo cuando lleguen. Durante muchos kilómetros antes de llegar a la base pudimos ver la impresionante montaña de 2.107 metros de altura. De vez en cuando alguna nube cubría la cima del pico. En el libro guía leí que varios frentes chocan a veces en la cumbre. A causa de eso, los escaladores de todo el mundo consideran peligrosa a esa montaña. Solo en 1994 murieron cinco personas que trataban de escalar el monte Wáshington. Como el día ya estaba muy avanzado, decidimos subir en el auto la estrecha y sinuosa carretera de cuota en vez de caminar hasta la cumbre o de tomar el trencito de engranes. Las reglas para los que quieren subir a la cumbre no obligan a una persona a subir caminando si hay una carretera disponible. Ya en la cumbre, un cielo oscuro y los fuertes vientos que soplaban nos obligaron a tomar rápidamente nuestras fotos . Apenas podíamos ver los edificios en la cumbre. Después de observar la vagoneta del tranvía más viejo del mundo, construido en 1869, anduve vagando por las cabañas, el restaurante y la tienda de regalos. Del monte Wáshington, nos dirigimos a Maine y al monte Katahdin, de 1.765 metros de altura. Subir el sendero de 4 kilómetros que lleva hasta la cumbre del Katahdin sería una jornada completa de un día, como la ascensión al Marcy. El Pico Baxter, sobre la montaña Katahdin es el término más septemtrional de la senda de los Apalaches, que corre de Maine a Georgia. Encontramos un lugar donde estacionarnos a la orilla de un lago y decidimos dormir allí. Tiramos al piso nuestras bolsas de dormir y nos acostamos para pasar la noche. Fue entonces cuando los zancudos nos encontraron. 105


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Zumbando en mis oídos, pasándome por la frente y por las narices, los molestos bichos persistían a pesar de la red antimosquitos que tenía mi equipo. Desesperado, eché mis cosas a la camioneta y me dirigí a unos baños, donde me senté, con la espalda contra la pared; allí dormí lo mejor que pude, mientras Whit dormía en la cabina de la camioneta. A la siguiente mañana recorrimos el sendero de los Apalaches. Enjambres de mosquitos tomaron el lugar que los zancudos habían ocupado la noche anterior. Subimos cerro tras cerro, a veces bastante empinados, a veces menos, hasta que llegamos al claro por encima de la floresta. Subimos enormes peñascos para llegar a una especie de reborde rocoso y finalmente desde allí a una gran meseta, siempre luchando con verdaderos enjambres de insectos. Moscas negras, que son un cruce de mosquito con tábano, nos picaban a través de las mangas largas de la camisa. Sus piquetes sacaban sangre y nos dejaban enormes y dolorosas ronchas en los brazos, piernas y cuellos. Seguimos usando ropa gruesa a pesar de la temperatura de 40 grados que padecíamos en esos momentos. Finalmente llegamos a la cumbre. Whit miró por todos lados, entonces gruñó: - ¡Bien! Llegamos. ¡Tomemos las fotos y larguémonos de aquí! -¡Hagámoslo ya! Yo estaba sudando, sediento, exhausto, y con hilillos de sangre que me corrían por la pierna buena, las orejas, y el cuello. Mientras tanto, continuaba luchando para espantar a mis atacantes. -¡Esto es una tortura! Whit sacó la cámara de su mochila y dijo: -Esta tiene que ser la peor ascensión de toda la expedición. -Estoy completamente de acuerdo. Cuando regresábamos, al descender la montaña, comprendí el secreto para defenderse del enjambre de mas706


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quitos de Maine. Me remojaba en todas las corrientes que encontraba. Una vez que estaba empapado, los moquitas me dejaban tranquilo. Me sentí tan refrescado , que hasta pensé que había encontrado la fuente de la eterna juventud. Cuando llegamos al final del sendero y me subí a la camioneta, me dolía todo el cuerpo; una uña del pie se me estaba volviendo negra; el muñón temblaba y daba fuertes pulsaciones por el dolor; las orejas se me habían hinchado y dilatado al grado que se parecían a las de Jumbo el elefante -gracias a todos los piquetes de zancudos- y estaba tan sediento que temía haberme deshidratado. Fuera del parque nos detuvimos a comprar alguna bebida refrescante en una tienda. Consideré conveniente dirigirme a una cabina telefónica para hacer una llamada, pero no tenía energía suficiente para hacerlo. No podía sentir los dedos de los pies. La bola del pie me dolía. Yel muñón lo sentía como si alguien le hubiera clavado mil agujas. Mientras Whit estaba en la tienda, me quité la prótesis y puse en alto la calefacción del vehículo. Descubrí que el calor me quitaba el dolor más que un baño de agua fría. Whit llegó a la camioneta y abrió la puerta de su lado. Una ráfaga de aire caliente le dio en la cara. Protestó: - ¿Qué? ¿Estás loco? No puedo creer que tengas puesta la calefacción cuando estamos a cuarenta grados de temperatura. - El calor me ayuda. Me ayuda de verdad. Subió a la camioneta, bajó su ventanilla, y cerró las rejillas de la ventilación. - Bien -dijo, limpiándose el sudor de las cejas-, creo que podremos sobrevivir al calor hasta que lleguemos a algún motel. Casi no podía caminar rumbo a la oficina del motel cuando finalmente llegamos a uno. Sin la pierna artificial, me dirigí dando saltos hasta mi cuarto. Una vez dentro del cuarto, llamé a Lisa y a mi madre. Cuando dije a mi madre 107


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cuánto me dolía el pie izquierdo, ella me instó a tomarme radiografías. -Puedes habértelo fracturado-me dijo. Yo me incliné para observar la uña del dedo gordo del pie; estaba a punto de desprenderse. -Por favor, Todd, vé a ver a un médico. Whit me llevó a un hospital en Bangor, donde pregunté por el departamento de Rayos X. La enfermera que estaba de guardia en la sala de emergencia me preguntó cómo le había hecho para lastimarme tan gravemente el pie. -Escalando montañas-le dije. -¿Montañas? -dijo, arqueando las cejas por la sorpresa. -Sí -dije sonriendo como tonto-. Mi amigo y yo estamos tratando de romper el récord de subir las so montañas más altas de Estados Unidos en el menor tiempo posible. Y tendríamos una gran oportunidad de hacerlo, si no me hubiera lastimado tan gravemente el pie. -¿No es un poquito raro que un hombre que tiene la incapacidad que usted tiene escale montañas? -Pues de eso se trata, precisamente. Con la ayuda de Dios y su propia determinación, uno puede hacer cualquier cosa que se proponga. -Por supuesto -añadí-, nadie ha dicho que siempre se sentiría bien. Ella sonrió, moviendo afirmativamente la cabeza mientras yo hablaba. Luego comentó: -Eso es extra~rdinario, Todd. Mucha gente viene a este hospital, abatida y dándose por vencida. Me siento feliz de conocer a alguien que no permite que sus limitaciones le impidan alcanzar sus objetivos. -La placa de Rayos X llegó minutos después. Todo parecía bien, excepto la uña ennegrecida que colgaba de un dedo. Yo sabía que la uña originaría contratiempos. Tardaría mucho en sanar antes que yo tratara de escalar los picos occidentales. -Espero que esto funcione-le dije a Whit. 108


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Tomé un clipe, enderecé el alambre, calenté uno de sus extremos con un encendedor de cigarrillos, y corté la uña del pie. -Eso es masoquismo -dijo Whit estremeciéndose. -No ocurren cosas buenas por causa de mi amputación. Si sacrifiqué una pierna para salvar la vida, perder una uña para salvar el proyecto de escalamiento no es gran cosa.

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Capítulo 10

DEL PELIGROSO OELAIARE Al CALOR DE IEXAS Glaciar Kahiltna

as alas del Cesna rojo se inclinaron sobre el Kahiltna L Glacier mientras nuestro piloto se preparaba para aterrizar en el amplio campo del glaciar en la base del campa172

mento. Las grietas se alineaban alrededor del extremo del área de aterrizaje. Los esquíes del avión rayaron la helada superficie mientras avanzábamos hacia el extremo de la pista. Adrián me palmeó el hombro y señaló su ventana. - Allí está. Asombrado y con los ojos desorbitados, oprimí la nariz contra el vidrio de la ventana, como un niño que observa un accidente desde la seguridad del automóvil de sus padres. La montaña dominaba las inmediaciones, tan gigantesca y maravillosa como siempre me la había imaginado. Una gigantesca nube envolvía la cumbre. Mi corazón se aceleró. ¡Qué lugar tan maravilloso para morir! pensé, mientras cerraba los ojos por unos momentos para afirmar mis pensamientos. ¡Anímate, Todd! ¡Ten fe! ¡Ten fe! Miré mi reloj, le di unos golpecitos, y después lo sacudí de nuevo. s:15 p.m . ¿Podría ser demasiado tarde? Tendríamos que pasar la mayor parte de la tarde esperando que el clima mejorara para poder aterrizar sobre el glaciar. Este era nuestro segundo intento. Debido a la gruesa nube que lo cubría, el piloto se había visto forzado a regresar a 111


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Talkeetna, donde esperamos que la tormenta abriera una ventana antes que regresáramos. Finalmente surgió el panorama que esperábamos, y emprendimos el camino una vez más. Esto es, pensé. Esto es. Y esto era en realidad. Las tiendas de campaña rodeaban las paredes de hielo del glaciar como pequeñas colonias en películas de otro mundo. Los escaladores iban y venían apresuradamente en el campamento base entre el claroscuro del atardecer, haciendo preparativos de último minuto para la gran aventura que emprenderían por la mañana. Un grupo de escaladores de barbas hirsutas, con rostros curtidos por el sol, cansados y agotados, estaba de pie al borde del campo de aterrizaje, esperando abordar el aeroplano y dirigirse a su hogar. Cada vistazo que le echaba a la majestuosa montaña, desencadenaba un gran asombro dentro de mí. Ya habíamos escalado algunos picos impresionantes, pero este era el mayor, el padre de todos. El monte McKinley separaba a los escaladores serios de los paseantes dominicales. El piloto aterrizó y se dirigió hacia un grupo de personas que ·esperaban. Inmediatamente identifiqué al equipo de reporteros de la NBC/CNN que Lisa prometió que estarían esperándome allí. Cuando una hélice empezó a detenerse me ajusté los lentes para el sol, tomé una respiración profunda, y dibujé una confiada sonrisa para la publicidad. Alguien abrió la puerta y yo caminé afectadamente por el sendero de nieve. Afectada y cuidadosamente porque el piloto había contado durante el vuelo la historia de un escalador que había caído a una grieta exactamente al salir del avión y había desaparecido. Un viento helado y tonificante azotó los extremos de mi chamarra. Inhalé el helado viento del ártico. Me sorprendí de hallar que no estaba más frío a los 2.346 metros, pues los informes anteriores indicaban que estaba "helando" en la cumbre. En el campamento base, situado a 5.700 112


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metros de altura, la temperatura era de 40 grados bajo cero y soplaba un viento de 121 kilómetros por hora. Me puse bajo el ala del avión y saludé a la cámara. Un reportero se me acercó, micrófono en mano. Sepulté mí nerviosismo, y entré en lo que desde hacía varías semanas me había convertido: una persona pública. Curiosos observadores contemplaban la escena mientras el reportero hacía las preguntas de rigor, y yo contestaba con las respuestas esperadas. Mi confianza creció cuando me preguntó: -¿Y qué espera lograr con esta ascensión, además, por supuesto, de establecer un nuevo récord? Irguiendo los hombros, contesté con una sonrisa, dirigiéndome hacia la cámara. -Más que cualquier otra cosa, quiero enviar un mensaje a todas las personas para decirles que los desafíos de la vida no tienen por qué impedirles que alcancen sus objetivos y venzan sus obstáculos. Por medio de la determinación personal y la fe de que Dios nos dará el poder, los seres humanos podemos vencer cualquier barrera. Pero mis palabras eran más confiables que mis sentimientos. Estaba frente a frente con la barrera más grande de todo el continente. Después del viaje a la sala de emergencia, descansé todo ese día y la mitad del siguiente. Posteriormente nos dirigimos hacia la casa de mi tío Bill en las afueras de Boston. Este era el mismo tío que había estado conmigo durante la amputación. Una vez se le había pedido que fuera embajador en Noruega. Posteriormente enseñó historia en la Universidad de Emerson. Aun cuando ya andaba en los ochentas, este típico caballero bostoniano tenía una mente muy aguda. En ese tiempo su yerno acababa de llegar de visita desde Inglaterra. Hablamos acerca de incidentes ocurridos durante la ascensión y de su reciente enfermedad. Un mes o dos antes de mi visita, había sufrido un ataque al corazón y embolia, 113


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y había muerto prácticamente en la mesa de operaciones. Si bien yo quería darle palabras de aliento, comprendí que había una línea muy delgada entre hablar demasiado y no decir lo suficiente. Recordé las lecciones que había aprendido en la forma más dura después de mi accidente, cuando jalé accidentalmente puntos de sutura y agujas de suero. Muy temprano por la mañana del domingo siguiente nos pusimos en camino de nuevo. Anticipé ansiosamente las fáciles ascensiones que haríamos en la costa del este y del sur. Tengo suficiente tiempo para sanar. El siguiente pico verdaderamente difícil sería el de Colorado. Nos dirigimos hacia el pico más alto del estado de Rhode Island, Jerimoth Hill, de 272 metros de altura. En la frontera del estado de Rhode Island tomamos la carretera Hartford Pike. Otros escaladores nos habían advertido acerca del Jerimoth Hill y del hombre que vivía en la boca de la polvorienta carretera que conducía al punto más alto. Si bien Jerimoth Hill es propiedad de la Brown University, la polvorienta carretera que conduce al pico más alto corre a lo largo de la propiedad de un señor muy extraño. Por alguna razón, doquiera el hombre divisara a un escalador, gritaba y amenazaba con llamar a la policía. Y hasta corría el rumor que hasta les había disparado a algunos. Localizamos la enorme casa del rancho donde vivía el hombre y estacionamos nuestra camioneta al otro lado de una antena de radio, 2 cuadras más allá del final de la propiedad del hombre. El había estacionado un gran furgón de carga en la entrada de la carretera de grava para evitar que la gente entrara allí. Cuando salimos del vehículo, escuchamos música de órgano que salía de la residencia del hombre. Es domingo de mañana, razoné; es probable que el hombre se esté preparando para ir a la iglesia. Es probable que esté con un espíritu amistoso. Siendo un terapeuta preparado y autonombrado guardián de la reputación de los escaladores de todas partes, tomé la cámara fotográfica, y anuncié: 114


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-Voy a tocar a la puerta y a obtener su permiso. -¿Qué?-Whit me miró asombrado-, no vamos a pasar por su propiedad. ¿Por qué hemos de molestarnos pidiéndole permiso? -Porque es la forma de manifestarle nuestro respeto-. La música salió con más fuerza de la puerta abierta, mientras me acercaba por el camino. Menos confiado en mi capacidad para resolver problemas, Whit miraba al lado del camino. Hice una pausa en el umbral de la puerta y levanté la mano para tocar, cuando pensé: ¡Un momento! ¿qué te hace pensar que el hombre será bondadoso contigo? Muchísimos otros han tratado de ser corteses y respetuosos con este tipo, y ha respondido con amenazas e incluso con balas. ¡Mejor me largo de aquí! Inmediatamente corrí tan rápido como pude bajando por la vereda. -Vamos -le dije en un susurro a Whit mientras pasaba corriendo por su lado-. ¡Vámonos! ¡Vámonos! Whit no necesitó una segunda invitación. Corrimos por toda la carretera, rodeamos el tanque que el hombre estaba usando para bloquear la vereda, y subimos por la carretera de grava. No paramos de correr, hasta que alcanzamos el montón de roca que representaba el lugar más alto. Le pasé la cámara a Whit, y me esforcé para controlar mi respiración. -¡De prisa! ¡Toma las fotos! Me enderecé, dibujé una sonrisa publicitaria, y me congelé. -¡Sácalal -gritó Whit-. ¡Ten! Me pasó la cámara. Cambiamos lugares y repetimos el procedimiento. -¡Fuera! -grité, metiendo la cámara en mi bolsa canguro que llevaba a la cintura-. ¡Vamos! ¡Larguémonos de aquí! Corrimos por el camino hacia abajo y cruzamos el tanque. Mientras cruzaba la carretera, corriendo a toda ve115


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locidad tratando de llegar a nuestro vehículo, el hombre salió de su cochera. Whit y yo corrimos a todo lo que nos daban las piernas, rumbo a nuestra camioneta. Al parecer, todavía no nos había visto, porque corrió para cruzar la carretera y saltó a su van. Fue cuando se dio cuenta que éramos escaladores, porque nuestra camioneta estaba llena de equipo de montañismo. Por la expresión de su rostro, podríamos decir que intentaba cerrarnos el paso para que no hiciéramos la ascensión. Yo dije en voz alta: -Deberíamos quedarnos aquí un momento para que se dé cuenta que llega tarde. Whit también se río: -Sí, dejemos que el tipo piense que todavía no hemos hecho la ascensión. -No, tenemos muchas montañas más que escalar, amigo. Eché a andar el motor, y dije: -Vámonos de aquí. Imaginé a aquel tipo murmurando con respiración agitada mientras iba a la iglesia: "¡Ajá, buena lección les enseñé a los escaladores de hoy! ¡Ojalá aprendan la lección esos confundidos montañistas, que vienen aquí a molestarme!" El acento de Whit imitando a los de Nueva Inglaterra, me hizo reír a carcajadas. Nos dirigimos hacia una caseta de peaje por el turnpike (carretera de paga). Nuestro destino, el pico más alto de Massachusetts, de 1.170 metros de altura, llamado monte Greylock. En esta ocasión, se nos unieron para la ascensión un reportero y un fotógrafo ¡para hablar acerca de la ascensión en el lugar de los hechos! En la cumbre, subimos la torre de granito de 30 metros de altura, un memorial de guerra construido en 1933. Tomamos algunas pocas fotografías de las aldeas del valle que lo rodeaba, luego nos dirigimos a la cafetería y tienda de regalos del hotel Bascomb Lodge. 116


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De allí, bajamos por la frontera entre Massachusetts y Connecticut hacia el monte Frissell, de 797 metros de altura. Parecería extraño detenerse a tres cuartos de la cumbre y ver allí el letrero que decía que era el punto más alto. Lo que pasa es que la montaña es compartida por los dos estados, y la cumbre del pico está del lado de Massachusetts. Pero como ya habíamos escalado el punto más alto de ese estado, no teníamos por qué seguir adelante. - ¡Tres montañas en un día! ¡Vamos muy bien! -le pasé la cámara a Whit-. Vámonos, derechito a nuestra camioneta. Cuando bajábamos, saludé a algunos montañistas ancianos que me reconocieron por las fotos que habían visto en una revista. Una vez más, compartí mi mensaje de vencer los desafíos por la gracia de Dios y nuestra propia determinación. Ellos dijeron que la edad era su desafío. El tiempo que nos llevaba ir de un pico a otro nos hacía pasar por hermosos paisajes. Y ahora era tiempo de relajarnos, antes de volvernos hacia el oeste. Whit y yo pasábamos el tiempo hablando y escuchando la radio. Por lo general, uno manejaba mientras el otro dormía. No teníamos tiempo para perder, si habíamos de romper el récord. Siempre tenía en el fondo de mi mente a los estados del oeste, y al eternamente presente monte McKinley. Ya era tarde cuando llegamos a Wilmington, Delaware. Afrontamos un verdadero peligro en el pico más alto de Delaware. Llegamos a la Ebright Road, sin ninguna dificultad. El punto más alto de Delaware, Ebright Azimuth -de 141 metros de altura- es, literalmente, un "mantoncito" en medio de la calle, como lo definió Whit. Lo que arriesgamos fue la vida en medio del tráfico para tomarnos las fotografías, pues era enorme el tráfico de la ciudad. ¡Fue lo más cerca que estuve de que me atropellara un automóvil! 117


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Después de una noche de sueño en Pennsylvania, tomamos un buen desayuno en un restaurante menonita; luego nos dirigimos hacia el oeste. Pasamos por las granjas Amish donde los granjeros aran sus tierras con arados de mano; mientras sus esposas, vestidas de negro, con bonetes de algodón, colgaban ropas recién lavadas en cordeles en los patios de las casas. Pasamos frente a familias sentadas en coches pintados de negro, que llevaban sus caballos alazanes al pueblo; y niños vestidos de azul y blanco que llevaban cajas con su almuerzo de camino a la escuela. Era como regresar un siglo o más en el tiempo. Subimos manejando a la cumbre del monte Davis, de 1.076 metros de altura; luego caminamos hacia la gran roca, a pocos metros de la torre de observación, para tomar nuestras fotografías, de pie en el punto oficial más alto. A medida que me relajaba, comencé a darme cuenta de cuánto me había estado exigiendo el estrés. Mientras nos dirigíamos hacia Maryland y al siguiente pico más alto, la montaña Backbone, de 1.126 metros de altura, me di cuenta que tenía más confianza y menos temor. Ahora estaba disfrutando de nuestro método. Whit y yo decidirnos tomar rutas diferentes para llegar a la cumbre. Yo llegué a la cumbre varios minutos antes que él. Cuando lo vi venir, me escondí detrás de un gran árbol. Cuando pasó, brinqué ante él y aullé. No tenía la menor idea de que yo ya estaba allí, así que le di un gran susto. Rodamos por el suelo riéndonos. -Ya me las vas a pagar a su debido tiempo, amigo -su voto me hizo reír de buena gana otra vez. -¿En qué vida? -le dije, ahogado por la risa. Descendimos el cerro, rumbo a la camioneta, y nos dirigimos al suroeste, hacia Virginia Occidental. La mayor parte del ascenso al monte Spruce Knob, de 1.630 metros de altura, lo hicimos en la camioneta. Viajamos por Maryland, cruzarnos una porción de Virginia, hacia el Monongahela National Forest y la zona de recrea118


Del peligroso Delaware al calor de Texas

ción del Spruce Knog. Siendo que ya habíamos viajado mucho en auto, ambos deseábamos caminar un poco a lo largo del sendero que lleva a la cumbre. Whit tomó un sendero, y yo tomé otro. Yo caminé a través de un claro lleno de arbustos de arándano, junto a unos fresnos enanos de montaña, hasta una roca que daba a un valle. Sentado en una roca, pensé en los lugares donde habíamos estado y a dónde teníamos todavía que ir. En mi mente planeé el resto de la ruta. Hice una lista de los problemas que debían resolverse antes que volviéramos al oeste para escalar los montes Gannet, Hood, Rainier y McKinley. Primero, necesitaba un guía para escalar el monte McKinley. Mi primera elección fue Adrián, el que llevaba los registros. Luego necesitaríamos apoyo adicional. Mike, militar que era y un montañista experimentado, fue altamente recomendado por otros montañistas. Pero él no podía unirse a nosotros, a menos que obtuviéramos una carta firmada por un senador o congresista, para solicitar un permiso de salida de tres semanas. Sin ese asunto resuelto, tendríamos que pensar en otro. Pero yo no quería hacer eso. Chuck, un ingeniero a quien conocimos mientras escalábamos, se había ofrecido voluntariamente a ponerse en contacto con su amigo el Congresista Lewis, en Wáshington: -Cualquier cosa que yo pueda hacer por ustedes, solo díganmelo. Quizá es tiempo de que Lisa se ponga en contacto con Chuck, pensé. Bueno, de todos modos no puedo hacer mucho desde aquí. Con un ojo puesto en la tormenta que se aproximaba desde el oeste, reemplacé los pensamientos medio tristones que me dominaban con otras preocupaciones más inmediatas. Nuestros siguientes picos más altos pasaron como un documental de Charles Kuralt: El monte Rogers de Virgi119


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nia, de 1.920 metros de altura; Black Mountains de Kentucky, de 1.389 metros; y el Clingrnan Dome de Tennessee, de 2 .226 metros. Nos quedarnos sin gasolina en nuestro camino rumbo al Mount Mitchel, de Carolina del Norte, de 2.240 metros. Luego hacia las Montañas Sasafras de Carolina del Sur, de 1.193 metros; y el Brasstown Bald, de 1.603 metros, en el Surnpter National Forest, de Georgia. El centro de visitantes del Brasstown Bald, incluyendo los baños, ya habían cerrado ese día, para cuando nosotros llegarnos. Habíamos estado viajando sin parar, para completar cuatro montañas en un día. El lugar estaba desierto. Incapaz de esperar hasta que bajáramos de la montaña para usar el baño, me metí al patio de lo que parecía ser una cabaña de troncos abandonada que estaba por allí. En ese momento, una mujer abrió la puerta del frente de la cabaña y salió al patio. Cuando vio lo que yo estaba haciendo, se metió más que de prisa a su casa. Sin quererlo, había elegido el patio de su casa corno instalación sanitaria. Sentí la necesidad de explicarle y toqué la puerta de su casa. Cuando ella me contestó, le expliqué que éramos escaladores que habíamos venido a escalar aquel pico, y que no podíamos encontrar la placa que lo marca. - Yo les mostraré dónde está -dijo ella y nos dirigió hacia un portal cerrado, que conducía hacia una escalera de piedra-. Está allá. Si uno no sabe dónde buscar, nunca lo encontrará. -¿Cómo podremos pararnos allí para tornar nuestras fotografías? -preguntó Whit, examinando la marca. - Creo que conozco una forma -dije estirando la pierna a través de las barras de acero y las toqué con el pie-. ¡Allí está! Torna la fotografía. Hablarnos con la mujer unos momentos más. Nos contó cómo había venido a vivir en Brasstown Bald: - Después que mi esposo murió y mis hijos crecieron, necesitaba encontrar una nueva vida para mí. Hacer tra120


Del p e ligroso Delaware al calor d e Texas

bajo voluntario en diferentes parques nacionales me permite viajar y realizarme. Ella habló del desafío de soportar la muerte de su cónyuge: -Estuvimos casados durante muchos años. Tuve que hacer frente a la depresión diaria el primer año después que murió. Ella comprendió mi mensaje perfectamente. Durante los siguientes días subimos al punto más alto de Mississipi, Woodal Mountain, de 270 metros de altura. El punto más alto de la Florida, sin nombre, el más bajo de todos los picos altos de Norteamérica, mide ll5 metros. Allí me sentí tentado a ponerme ropa para la nieve y tornar así la fotografía, aunque hacía demasiado calor. Me encantó el panorama que se observa desde la cima del punto más alto de Alabarna, el Cheaha Mountain, el lugar donde se llevó a cabo la Guerra de los indios Creek en 1813, pero no me gustó la humedad que había allí. Conocí allí a una familia de afroestadounidenses que se estaba cambiando para un nuevo lugar. Los niños expresaron su temor de que tenían que hacer nuevos amigos y asistir a la escuela. Hablarnos de nuestra fe en Dios y de corno él nos ayuda. Dormirnos en la cumbre de la montaña esa noche. Grandes nubes que se movían rápidamente pasaban sobre nuestra cabeza, dándonos ocasionalmente fugaces vislumbres de la luna. La siguiente mañana, ya de regreso a la camioneta, nos dirigirnos rumbo a la Taurn Sauk Mountain en Missouri, luego de regreso rumbo al sur hacia el Ozark National Forest y la Signal Hill, sobre la cima de la montaña Magazine, de 922 metros de altura. Pasarnos la noche en la casa de Jack Longacher en Mountain Home, Arkansas. Jack, un hombre muy activo y buen conversador, es el presidente de High Pointers Club of Arnerica. También escribe un boletín con noticias de los High Pointers y conserva las estadísticas de las ascensiones. 121


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Después de una comida de la auténtica cocina del sur, frijoles y pan de maíz, compartimos nuestros recortes con él, y él nos mostró recuerdos importantes de toda la historia de ascensiones a los picos más altos. Con un calor de 40 grados nos dirigimos hacia la Driskill Mountain, de 179 metros de altura, en Louisiana. No teníamos aire acondicionado en la camioneta. Ascendimos de noche, para evitar el calor. Llegó un momento en que ya no podíamos soportar más el calor, así que nos acercamos a un lago y chapoteamos un rato, hasta que nos refrescamos. Bien destacado en el otro extremo de Texas estaba el Guadeloupe Mountains National Park, donde Gerónimo, el jefe de los apaches, se enfrentó a la caballería de los Estados Unidos. El sol ya se había puesto cuando llegamos al Guadelopue Peak, de 2.932 metros de altura. -Perfecto -dije-. Caminaremos ahora que está más fresco. Sí, estaba más fresco, solo 30 grados. Dormimos en la cumbre, en el aire fresco, a solo unos metros del borde de un risco de unos so metros de alto. Tuvimos que poner rocas alrededor de nuestras bolsas de dormir, para no rodar hacia el desfiladero mientras dormíamos. Nos despertamos muy temprano y esperamos que el sol saliera. Tan pronto como aclaró el horizonte, empezamos a bajar por la vereda. En pocos minutos la temperatura comenzó a ascender de nuevo. Mientras bajábamos, sentíamos que entrábamos a un horno. Cuando nos pasaron muchos montañistas rumbo a la cumbre, deseé que tuvieran mucha agua para la ascensión. Nosotros teníamos una cita con otro pico más alto, uno especial en esta ocasión, el de mi Estado natal.

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Capítulo 11

COMIENZAN LAS MONTAÑAS DE VERDAD Glacia r Kahiltna

n nuestro camino hacia la estación de los guardabosques para registrarnos, pasamos muchos racimos de E tiendas, esparcidas por todo el campo de nieve. Todas estaban rodeadas de una muralla tallada en la nieve. La nieve es la fuerza que rige la montaña. La nieve puede llegar a ser la amiga o la enemiga de los montañistas. Los escaladores caminan sobre ella, duermen sobre ella, se resbalan por ella, y cocinan con ella. Ellos funden la nieve para evitar la deshidratación. La utilizan para aislarse contra el viento, contra los descensos extremos de la temperatura e inesperadas tormentas en la montaña. Tienen que protegerse contra la ceguera que causa la nieve y contra los rayos del sol que intensifica. Contemplé la nieve que crujía bajo el peso de mis botas, me maravillé de lo blanco y brillante que era todo. ¡Aunque el sol se había ocultado, aún podía leer un libro con la cantidad de luz que había disponible! Mientras Adrián y Whit descargaban nuestro equipo, Mike y yo localizamos a la encargada del parque. Ella se presentó como Annie. Annie era una higienista dent al de Nueva Inglaterra, pero pasaba los veranos trabajando para el servicio de 123


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parques nacionales. Ella nos dirigió hacia un buen lugar para acampar. -¿Has visto qué cantidad de gente hay aquí en el campamento base? -le susurré a Mike-. Yo pensaba que íbamos a las agrestes y desérticas soledades de Alaska. ¿Están todos aquí para escalar el monte McKinley? -Sí -me dijo la guardabosque que me había escuchado-. No se dejen engañar por estas suaves temperaturas -nos advirtió-. La estación de meteorología de Anchorage dice que puede bajar esta noche. Hay un sistema de baja presión que está moviéndose hacia acá. Pero el lunes habrá desaparecido. Un polvo de nieve cayó sobre nosotros cuando estábamos levantando la tienda y estableciendo nuestro campamento. Para cuando el chocolate estuvo caliente, ya podía sentir las bajas temperaturas de la montaña en mis huesos. Quité la cubierta de la taza con las manos entumidas y probé el líquido caliente. Desde que llegarnos al campamento base a 2.346 metros de altura. me había sentido increíblemente sediento. No necesitaba recordarme que. a esta altura, la deshidratación sería mi constante enemigo. Después de la cena, me relacioné con los escaladores que acampaban al lado de nosotros. Nos sentarnos alrededor de su estufa en su tienda. contando incidentes de ascensiones al McKinley. Yo compartí con ellos mi objetivo de romper el récord mundial establecido por Adrián. Cuando me preguntaron cómo me había interesado en el montañismo. les conté acerca del Proyecto de los Cincuenta Picos: -Ellos querían mostrarle a la gente que los desafíos no tienen por qué impedirles que alcancen sus objetivos. Uno de los escaladores silbó a través de los dientes: -Buena suerte. amigo. El terreno de allá arriba es traicionero, incluso para un hombre con dos piernas. Sonreí con expresión indescifrable al decirle: -Eso es lo que he escuchado. 124


Comienzan las montañas de verdad

Una nueva infusión de energía nos invadió mientras conducíamos nuestro vehículo hacia el norte, rumbo a mi estado natal, Oklahoma, y su pico más alto, el monte Black Mesa, de 1.666 metros de altura. La meseta Black Mesa, de 34 hectáreas, una de las mesetas más grandes del mundo, se extiende por Colorado y Nuevo México. Localizada en la parte más occidental de la manga de Oklahoma, y una vez conocida como tierra de nadie, la zona era refugio de bandidos y prófugos de la justicia, a mediados del siglo pasado. Durante nuestra ascensión a Black Mesa al día siguiente, nos encontramos con un grupo de tercero y cuarto grados de la escuela primaria de Felt. Les dirigí unas breves palabras en la cumbre: -No piensen que las personas que sobrellevan incapacidades no pueden hacer nada. Lo único que tienen son desafíos diferentes que vencer. Firmamos autógrafos y posamos para muchas fotografías con los niños en el monumento de granito que señala el punto más alto. El grupo me invitó a caminar con ellos en el descenso. En el camino de regreso, exactamente frente a mí, una de sus maestras se cayó repentinamente. - Deténganse y tengan calma -dije a los niños mientras quitaba cuidadosamente una roca que la maestra tenía sobre la pierna. Whit y los otros maestros la bajaron del empinado cerro, mientras yo guiaba a los niños que venían atrás. -Qué bueno que estemos aquí -dije a Whit, mientras viajábamos rumbo a Kenton para registrar nuestra ascensión a la montaña en el Kenton Mercantile. De allí, llamé a los guardabosques para preguntar por las condiciones de los senderos en los estados del oeste. Me informaron que la nieve se había estado derritiendo rápidamente y los senderos se veían muy bien. Los relámpagos estallaron con grandes truenos desde un pesado banco de nubes que quedaba al oeste de nuestra ruta mientras nos dirigíamos rumbo al monte Sunflo125


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wer, el pico más alto de Kansas, cerca de la frontera con Colorado. De vez en cuando, nos caía una fuerte lluvia y a veces granizo; pero manteníamos un ojo alerta a la presencia de algún posible tornado. La tormenta había aclarado ya cuando subimos manejando nuestro vehículo hasta la cumbre y posamos para las fotografías, al lado del girasol de 2 metros de altura hecho con largos clavos de ferrocarril que marcaba el sitio más alto. Cerca de allí, otra marca impresa a mano decía: "En este sitio no ocurrió nada en 1897". Mientras nos dirigíamos hacia Tangarado, Kansas, me sentí lleno de entusiasmo y estuve tamborileando con los dedos el acompañamiento a una pieza musical de Jazz que tocaban en la radio. Me sentía bien, realmente bien. Ya habíamos subido 38 picos en menos de 30 días. El monte Elbert de Colorado, de 4.837 metros, sería el número 39. Felizmente.estábamos adelantados por varias semanas del récord. Creo que vamos a lograrlo". -¿Eh? ¿Qué?-dijo Whit, mirándome muy sorprendido. -¡Que lo vamos a hacer! ¡Con la ayuda de Dios vamos a romper el récord! Subimos la ruta de unos 4 kilómetros de aproximación al monte Elbert muy temprano por la mañana, porque durante el verano llueve y a veces hay tormentas por las tardes en la montaña. No queríamos quedar atrapados en una de las expuestas crestas del cerro bajo una lluvia congelante o en una tormenta de nieve ... o en una tormenta eléctrica. Hacía poco un escalador había sido alcanzado y muerto por un rayo en el monte Elbert. Sentía la elevación mientras subíamos los últimos cientos de metros. Me faltaba un poco de oxígeno, pero en lo demás, me sentía fuerte. En el viaje de regreso de la montaña de 4.837 metros, encontré rastros de cabras monteses. Yo tenía la esperanza de ver al menos una de lejos mientras estaba en la montaña, pero no sería por ese día. 126


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Aceleré el paso, agitando los brazos mientras caminaba, alabando a Dios. La pierna y al dedo habían sanado lo suficiente como para que no me dolieran a cada paso. Me sentía bien, realmente bien. De regreso al vehículo, estudié el mapa de carreteras, tratando de decidir cuál sería la mejor ruta rumbo al pico más alto de Nuevo México, que era el Wheeler Peak. Esa noche, me sentía como si pudiera vencer al mundo. O al menos al Wheeler Peak. La mayor parte del siguiente día viajamos a lo largo de la sinuosa carrete_ra que conduce hacia el sur, rumbo al área desértica del Wheeler Peak, del Parque Nacional Carson. Detuvimos la camioneta en el estacionamiento exclusivo para los escaladores en el Taos Ski Valley y dormimos allí. La siguiente mañana salté del vehículo y me estiré. Me encontraba listo para atacar el sendero. Caminamos hasta el sendero del Blue Lake, hasta el monumento de roca y mortero de un metro de altura que está en la cima del pico. Tomamos nuestras fotos; luego nos dirigimos hacia abajo por una ruta un poco más corta, pero más abrupta. Llegamos a nuestro vehículo cansados y sedientos. Nos dirigimos hacia Taos, desde donde llamamos a Lisa para tener información más precisa sobre los arreglos que ella estaba haciendo para que hubiera cobertura de los medios masivos de comunicación cuando subiéramos el punto más alto de Arizona. -¡Lo tenemos! -gritó ella emocionadísima-. El congresista Lewis escribió la carta, haciendo arreglos para el permiso militar de Mike. Él puede reunirse contigo en Wyoming! Salté de gozo. Con la ayuda de Mike en el monte McKinley, teníamos muchas posibilidades de romper el récord. De Taos, nos dirigimos hacia Santa Fe, luego hacia el oeste, por la carretera 1-40 que cruza Nuevo México y Arizona hasta Flagstaff. Después de una breve parada para reparaciones, nos dirigimos 17 kilómetros hacia el norte 127


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hasta Flagstaff, rumbo al Humphreys Peak, el principal de los cuatro San Francisco Peaks. Está en el área Kachina Peaks Wilderness del Cocomino National Forest. Como el Denali de Alaska, la montaña de 4 .234 metros es sagrada para los nativos de la tribu American. Habíamos escalado anteriormente el Humphreys una vez como práctica. Esa,fue una de nuestras primeras ascensiones y fue mi primera experiencia con las elevadas altitudes y con la nieve. Rápidamente descubrí que no tenía el equipo adecuado para subir a la zona de nieve. Siendo que no teníamos zapatos para la nieve ni tacos para andar en la nieve. sufrí efectos secundarios tanto en la prótesis como en la pierna buena. Cuando eso ocurrió, pisé la nieve y me hundí profundamente. En aquel viaje yo me había preguntado a cada paso si me hundiría en la nieve una pulgada o hasta la cintura. Gajos de árboles rotos y sepultados bajo la nieve; algunas veces me hicieron perder el equilibrio, dejándome con la cara sobre la nieve. Pedí a Dios que me permitiera subir a la cumbre y bajar de la montaña sin romper mi nueva pierna. Cuando oscureció, nos costó trabajo decidir cuál de los muchos senderos conducían a la cumbre. ¡Maravilloso! Pensé. ¡Lo único que nos falta es que nos perdamos, toda la noche, en esta montaña! Continuamos subiendo mientras un viento huracanado nos abofeteaba y nos congelaba los dedos. En la cumbre, firmamos el libro de registro y comenzamos inmediatamente el descenso. A pesar de mi incomodidad, me sentía bien, realmente bien. Difícilmente podía contener mi entusiasmo. ¡Había escalado mi primera montaña de verdad! Pero el ascenso sería más fácil ahora. El año estaba más avanzado, y hacía más calor. La nieve había desaparecido. A las 5:30, la siguiente mañana, Sara Jane, reportera de un periódico local. me encontró en el campo, en la base de la 128


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montaña. Tomó algunas fotos antes de que yo le preguntara si le gustaría escalar la montaña. -¿Yo? ¡No, gracias! Jamás podría yo escalar el Humphreys. Sonreí: -Bueno, usted sabe, parte de mi propósito al escalar los cincuenta picos más altos es animar a otros para que venzan sus propias limitaciones. Quizá yo pueda ayudarla un poco. Ella movió la cabeza con incredulidad al decir: "No sé si podría". Pero noté un rayo de deseo en los ojos. -¡Vamos!-la instó Whit-. Nosotros la ayudaremos. -Está bien. Lo intentaré-respondió con una inspiración. Mantuvimos un paso constante en la montaña. En cierto lugar, se me deslizó la pierna artificial entre dos rocas, y caí duramente. Pero había llegado a comprender que las caídas son parte de una caminata. Con un poquito de ayuda y muchas palabras de ánimo, Sara Jane logró llegar a la cumbre y bajar de nuevo. En la cumbre, escribimos nuestros nombres en los registros. Con pensamientos positivos, tomamos otro camino de regreso. -¡Lo hice! ¡Lo hice! -gritaba Sara Jane para que todos la oyeran. Y allí nos despedimos. Ella tomó rumbo al sur y nosotros fuimos al norte, hacia Salt Lake City. Los 870 kilómetros de viaje nos llevaron por maravillosos escenarios. Un día, me prometí a mí mismo, volveré y caminaré los senderos de Zion National Park, y subiré a los arcos de arenisca roja de la cumbre del Bryce Canyon. Algún día ... Kirsten, un amigo de Sara Jane, y un reportero del diario local, nos encontraron en las gradas de la escalera de entrada del edificio del capitolio, donde me entrevistaron. Rick Porter, del Proyecto de los Cincuenta Picos, también nos encontró allí. El tenía el deseo de filmar nuestra subida al King' s Peak de Utah. 129


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Pasamos una tarde tranquila visitando la ciudad de Salt Lake City con amigos, luego manejamos rumbo a la casa de Rick y conocimos a su esposa, Natalie, y sus hijos. Llamé a Lisa para comentar la propuesta de Rick, luego hablé con Whit. Estuvimos de acuerdo en pagarle a Rick para que filmara el ascenso. Nos metimos como pudimos en la camioneta y seguimos rumbo al este, a Wyoming, hacia el área High Vintas Wilderness del Wasatch y Ashley National Forest. El libro guía decía que los escaladores por lo general toman entre dos y cinco días para recorrer las agotadoras 50 kilómetros hasta la cumbre del monte Kings Peak. Acampamos en el campamento del Henry Fork Basin, y comenzamos el ascenso. Queríamos avanzar tanto como pudiéramos el primer día. Whit se adelantó, y yo tomé un paso más lento para proteger el muñón del exceso de ejercicio que se requiere en las montañas más difíciles. Llegué a una corriente y me senté sobre una roca para descansar. Repentinamente, una tropa de Boy Scouts emergió de los bosques y comenzó a cruzar la corriente. Uno de los muchachos se volvió y me miró con curiosidad; luego notó mi pierna artificial. -¡Hey, tú eres el tipo con una sola pierna que está escalando todas las montañas! ¡Vi tu fotografía en el periódico anoche! - Así es. Yo soy el tipo -dije sonriendo de mala gana. La publicidad de Lisa estaba dando resultados. La gente nos reconocía casi dondequiera que íbamos. Un segundo Scout se me acercó donde estaba sentado para decirme: - Toda la gente está hablando de ti. -¿De veras? -¡Sí! ¡Eres una especie de héroe! Los otros niños se reunieron alrededor de la roca. Las preguntas menudearon durante la siguiente hora. Un muchacho preguntó: 130


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-¿Fuiste alguna vez Boy Scout? -Claro que fui un aguilucho Scout también. Me encantaba la exploración. Pasábamos horas maravillosas acampando en el desierto. Los dirigentes de nuestro grupo nos enseñaban a caminar con seguridad, como también técnicas de emergencias. Además nos daban lecciones en cuanto a la edificación del carácter y la honestidad. Seguimos bromeando durante un buen tiempo más. Después, continué mi ascensión al Gunsight Pass, de 3.963 metros de altura, un paso de montaña en forma de V, como la mira de un rifle. Allí me encontré con Whit, y nos detuvimos en la cumbre del paso, para esperar a Rick que se juntaría con nosotros. -Siendo que tienes que moverte más despacio, quizá debieras seguir, mientras yo te espero -sugirió Whit- . Tú puedes encontrar algún buen lugar para acampar. - Buena idea. Al pie de una colina, consulté el mapa para descubrir cuál era el sendero correcto. El sendero más corto pasaba derecho a través de glaciares cenagosos y terrenos cubiertos con arbustos. El sendero más largo era más alto y más seco. Elegí la ruta más elevada. En Anderson Pass miré para atrás y vi a Whit y a Rick en el sendero detrás de mí. Descendí para encontrarme con ellos. Cuando llegué donde estaba Whit, no vi a Rick por ninguna parte. -¿Dónde está Rick? Whit me dirigió una sonrisa que más bien parecía: una mueca. -Está a casi un kilómetro más atrás. Dice que está exhausto. Que no podrá avanzar ni un paso más. Miré alrededor de nosotros. Unos arbustos tachonaban la región que era razonablemente plana. Entonces sugerí: -Podríamos acampar aquí esta noche. - Buena idea. Bajaré y ayudaré a Rick a subir hasta aquí. Whit regresó a donde había dejado a Rick y lo trajo al lugar donde habíamos decidido acampar. Comimos nues131


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tra comida deshidratada cuando el sol se puso. Con nuestras bolsas de dormir en el piso y cómodamente acostados, miramos el manto de estrellas que llenaban el claro cielo de la noche. Saqué un libro de astronomía que había comprado en el camino y traté de identificar las constelaciones. Antes de dormirnos, hablamos acerca del ascenso que haríamos al siguiente día. Llegaríamos a la cumbre y regresaríamos inmediatamente por el sendero. Después del desayuno, Rick se puso delante de mí para tomar algunas buenas secuencias de los últimos metros del ascenso a la cumbre de la montaña. El sendero comenzaba muy cómodo, ganando altitud lentamente. Rick saltó hacia adelante, haciendo tomas con la cámara mientras yo brincaba sobre las rocas, ya más allá del límite de los bosques. Cuando uno sube el crestón del King's Peak, las rocas se vuelven peñascos. Me filmó mientras firmaba el libro de registros en la cumbre, y también cuando observaba pensativamente los hermosos valles y los elevados picos que se veían a la distancia. Subí al monumento y leí en voz alta la placa: "En honor a Clarence King (1848-1901), geólogo estadounidense quien ..." Las palabras estaban en la placa que hay en la cumbre del King 's Peak, el pico más alto de Utah. Escuché algo así como un taconeo detrás de mí y me volví, esperando ver a Whit. -Hola, Whit, ¿sabías que ...? -Hola- una mujer rubia, de unos veinte años, con una gran sonrisa, me saludaba a pocos pasos detrás de mí. -Hola- dije, devolviéndole la sonrisa.

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Capítulo 12

MESEIA CONGELADA Glaciar Kah iltna

ientras los curtidos montañistas hacían bromas, mis propios pensamientos se volvieron a la aventura que tendría lugar al día siguiente. Un poco más tarde me metí en mi bolsa para dormir, me acosté de lado, y musité ante la grabadora: "Siempre que pienso en lo que Dios está haciendo por mí me lleno de asombro. ¿Por qué yo? Tanta gente está orando por mí. Me siento abrumado, y sin embargo, asustado". Fijé la vista en el domo semioscuro de la bolsa de dormir que tenía sobre la cabeza y pensé en el propósito que tenía para escalar la montaña. Pensé en todas las personas que escucharían mi historia y se animarían a escalar sus propias "montañas", cualesquiera cosas que fueran esas montañas. Luego recordé las historias de horror acerca de las avalanchas, de rocas que se deslizan, y las grietas. Como un niño que cumple un deseo de cumpleaños, cerré los ojos y oré: "Señor, te necesito más que nunca. Ayúdame a ser fuerte y permanecer cerca de ti". Despertamos con un cielo azul y brillante luz del sol. Después de un desayuno de avena rehidratada, chocolate caliente, los cuatro que formábamos mi equipo nos atamos a las cuerdas y caminamos g kilómetros hasta el glaciar. La luz del sol chispeaba sobre las murallas de hielo y las grietas, creando un caleidoscopio de colores azules y blancos que rodeaba las crestas de las rocas. A cualquier lado que volteáramos veíamos elevadas montañas. Sin embargo, más allá de la belleza del glaciar,

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más allá del ejército de los picos menores, uno podía sentir la presencia de La Montaña, siempre La Montaña. -Es tan alta-dije, mientras volteaba para verla. Elevándose a casi 5 kilómetros sobre nosotros, La Montaña me quitó el aliento. Todos los superlativos que conocía empalidecieron a la sombra del gigante. Me sentí como un liliputiense que iba subiendo en manos de Gulliver en la Tierra de los Gigantes. Era impresionante. Las conversaciones en el glaciar siempre se realizaban en tonos mesurados, como si estuviéramos en una catedral. Siendo un novato ingenuo, yo hablaba con otros montañistas, ansiosos como yo, de comenzar su ascenso. Hablé con los montañistas que ya regresaban, quemados por el sol, casi exhaustos para contestar: -Está escabroso allá arriba -admitió uno mientras pasaba tambaleante frente a mí. "Escabroso allá arriba", pensé en sus palabras cuando nos dirigíamos de vuelta a nuestro campamento. ¿Cuán escabroso es escabroso? Me pregunté a mí mismo. No había parecido tan escabroso el ascenso en Utah. La mujer rubia sonrió de nuevo. -Tú eres el tipo que, según las noticias, quiere batir el récord para subir los cincuenta picos más altos de Estados Unidos, ¿verdad? -Me imagino que sí-le dije, extendiéndola mano-. Me llamo Todd Huston. -Me llamo Bárbara -se inclinó para ver a su perro mitad labrador y mitad indescifrable- y este es Kona. -Hola, Kona- dije y palmeé el lomo del animal; él me recompensó lamiéndome la mano-. ¿Eres guardabosque o algo así? Bárbara se rio: -No, ¿por qué lo preguntas? -Das la impresión de pasar mucho tiempo al aire libre. Estás en buena condición física -comenté. Ella volteó la cabeza hacia un lado y se ria: 134


Meseta congelada

-Paso mucho tiempo al aire libre. Soy guía de montañismo en Telluride. - Lo sospechaba - dije, tronando los dedos- . ¿Qué haces cuando no estás guiando grupos en la montaña? -Bueno -dijo ella, titubeando un poco-, me voy a esquiar un poquito. -¿Por qué tengo la impresión de que hay mucho más de historia que lo que me estás diciendo? -respondí curioso. -Está bien, te lo diré. Soy miembro de United States 1993 Women's Extreme Ski Team. -¿De veras? ¿Y qué estás haciendo aquí en King's Peak? Supe más tarde que también era campeona de "93 Extreme Ski". Ella me saludó con la mano por encima de la cresta de las rocas, mientras decía: -Lo mismo que tú. Escalando montañas. Le presenté a Whit y a Rick. Los cuatro hablamos durante un rato acerca de las montañas que habíamos escalado y las que esperábamos escalar. -De aquí iré a escalar el Gannet Peak de Wyoming-dijo Bárbara, cambiando el peso de su cuerpo de un pie al otro; Kona se echó a sus pies para dormir una siestecita-. He escuchado que es una subida difícil y agotadora. -Nosotros también vamos hacia allá -le dije-. ¿Cuántos son en tu equipo de montañismo? -Voy sola. -Oh -dije yo con una sonrisa-. Podrías llevar a otros montañistas contigo para escalar ese pico. Es más bien una subida técnica: cuerdas, crampones, hachas de hielo, y todo lo demás. Oye ¿por qué no te unes con nosotros? - ¿De veras? ¿Tú y tus socios no se opondrían? Whit abrió los ojos, y dijo: -Por supuesto que no me opongo. Yo sonreí: -No. Seguramente un nuevo rostro será bienvenido. Estoy seguro. 135


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Tomamos la ruta más empinada del lado oeste de Anderson Pass, ya de regreso de la montaña. Rick y Whit se adelantaron para empacar nuestro equipo para la siguiente montaña, mientras Bárbara, Kona y yo tomamos nuestro tiempo, especialmente sobre el área de rocas sueltas. Bárbara me contó que tenía dificultdes en la relación con su novio. -Quizá será porque mi papá murió el año pasado y yo me siento muy vacía sin él. Yo no sé -hizo una pausa-. Tú eres psicoanalista. Dime qué hago. -Parece que estás haciendo psicoanálisis para los dos. -Cómo me gustaría haber pasado más tiempo con él. -Creo que puedo entender un poco lo que dices. Mi esposa me dejó el año pasado. Aparentemente solo se casó conmigo para obtener su tarjeta verde de residencia en los Estados Unidos. -Oh, lo siento. Entonces tú entiendes la soledad. Mucha gente dice que entiende lo que sientes, pero no es cierto. - Es cierto -dije, asintiendo con la cabeza-, solo tratan de ayudar. Algunas veces no saben qué otra cosa decir. - Me imagino. Llegamos a donde se suponía que debíamos encontrar a Whit y Rick en el sendero, pero no estaban por ninguna parte. Encontré una roca al lado de una corriente de agua y me senté. Me dolía la pierna. Esta había sido la caminata más larga desde que subí el monte Marcy en el estado de Nueva York. Bárbara puso su mochila en el piso y me preguntó: -Oye, ¿tienes hambre? -¿Hambre? ¿Estás bromeando? - mi estómago gruñía con furia. - Pues bien, entonces tú descansa la pierna mientras yo preparo la cena. Sacó una estufa de campamento de su bolsa, y se puso a trabajar. Antes de mucho, Kona estaba comiendo su cena, mientras nosotros hablábamos y comíamos la nuestra. 136


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Media hora después del crepúsculo. Whit y Rick llegaron. Ellos habían tomado una ruta diferente, la que resultó ser más larga. Para cuando emprendimos la caminata de nuevo, ya tuvimos que utilizar nuestras lámparas de ésas que se colocan en la frente. Ya de regreso en el estacionamiento, Bárbara y Kona se dirigieron a su camioneta Mazda con camper, mientras que Whit, Ríck y yo echamos nuestras bolsas de dormir al piso. El dolor de la pierna no me quitó el sueño esa noche. Al siguiente día me fui con Bárbara a Jackson Hole y supe muchas otras cosas de ella. Se había iniciado esquiando cuando tenia veintiún años. había salido en la portada de la revista Ski. y también trabajaba como modelo además de ser campeona de esquí. -También hago anuncios comerciales de ski para la tarjeta Visa -dijo. -¿Para revista o para televisión? -Para televisión. Quizás hayas visto el anuncio de Visa donde la rubia salta de un helicóptero, aterriza, y baja esquiando la montaña. -Sí. ¿Eres tú? Ella se encogió de hombros. -Algunos de nosotros haríamos casi cualquier cosa por dinero. Le pedí que me permitiera ver su portafolios y su libro de recortes de publicidad. -Estás de veras interesado ¿verdad? -preguntó con tono de sorpresa-. No estás preguntando solo por ser cortés. -Por supuesto que estoy interesado. Llegamos a Jackson Hole, Wyoming, esa misma tarde. Whit y Rick fueron tras nosotros. Yo había hecho arreglos para encontrarme allí con Mike. -Allí está -señalé hacia el estacionamiento al otro lado de la calle. Bárbara estacionó su camioneta. y yo salté rápidamente. -¡Mike! -grité. saludándolo con la mano. 137


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Fue maravilloso verlo de nuevo. Se lo presenté a Bár­ bara y a Kona. Mike y Bárbara se entendieron inmediata­ mente. Llegaron a ser grandes amigos. -El congresista Lewis vino -dijo- al menos para estar en una parte de la ascensión. Y no podré subir el monte Hood contigo tampoco, ¿eh? Me encogí de hombros: -Creo que no. -¿Qué vas a hacer? No puedes subir esa montaña sin un guía. -No sé, excepto orar al respecto -suspiré profundamente. Había estado pensando en este dilema desde que supe que, aunque el ejército le daba una licencia a Mike, esta se­ ría más corta de lo que habíamos esperado. -Dios conoce nuestra necesidad. Él ha estado conmigo hasta aquí. ¿Por qué tendría que abandonarme ahora? Mike sonrió. No estoy muy seguro de que haya com­ prendido todo, pero ya se había acostumbrado a escuchar­ me hablar constantemente de Dios en una forma perso­ nal. Él observó su reloj: -Si hemos de obtener todas las provisiones que necesi­ taremos mañana, será mejor que vayamos ahora mismo a la tienda de los montañistas. Compramos las provisiones necesarias, luego nos di­ rigimos a una pizzería. Mientras el equipo comía pizza, llamé a Hawai. Lisa había hecho arreglos para que yo me pusiera en contacto con una DJ en una estación de radio donde sería entrevistado el día de la ascensión, en antici­ pación a la ascensión al pico más alto, el Mauna Kea, en la Gran Isla. Después de haber hablado por teléfono, dejamos la ca­ mioneta de Bárbara en la casa de su novio y nos dirigi­ mos hacia el Gannett Peak, de 4.600 metros de altitud, sentado en los límites del Bridger Wildernes y el Fitzpa­ trick Wilderness. Para escalarlo, uno debe caminar 32 ki138


Meseta congelada lómetros hasta la cumbre, y luego la misma distancia de regreso. Levantamos nuestras tiendas en un campo abierto, pa­ ra evitar un ataque de zancudos. Un guardabosque se de­ tuvo junto a nosotros para hacernos este pedido: -Les ruego que por favor observen y traten de encon­ trar a un esquiador que se presume murió en una avalan­ cha hace algunos meses en Dinwittie Pass. Hasta aquí solo hemos encontrado uno de sus esquíes y sus bastones. A la siguiente mañana, antes de amanecer, nos pusi­ mos en camino por el sendero, iluminando el camino con nuestras lámparas. No pasó mucho tiempo antes que el sol revelara la increíble belleza que nos rodeaba. Una gran variedad de flores silvestres salpicaban los campos y los senderos del bosque. A unos g kilómetros en el sendero, me detuve en Photographer's Point para admirar el her­ moso panorama. Allí conocí a una familia de Costa Rica. Mientras los padres veían el panorama, les dije a su hijo de doce años y a su hija de ocho, lo importante que es tener fe en Dios. Cuando terminé, la madre dijo: -¿No te lo había dicho yo? También conocí a un botánico y su compañero de ca­ minata, que era ingeniero. El botánico me habló acerca de las flores endémicas de las Montañas Rocosas: azulejo, lu­ pino, anciano, aster, oreja de elefante, y me informó: -Usted está aquí en el tiempo más apropiado para apre­ ciar las flores. Miré a mi alrededor. Era como caminar en una nube multicolor. Desde la cumbre del Dinwittie Pass, capté mi primera vislumbre del Gannett Peak. ¡Ah, pensé, no parece estar

muy lejos!

Seguimos avanzando y cruzamos unos puentes angos­ tos de nieve sobre algunas grietas; mientras todavía era temprano, la nieve era firme como el acero. Una vez que el 139


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sol la calienta, esa nieve dura como el acero se convierte en gelatina. En la cima del Glaciar Gooseneck Pinnacle, Whit señaló hacia uno de los muchos picos elevados que se extendían delante de nosotros: -Allí está la cumbre. Miré hacia el pico que él señalaba, y luego al que estaba a su izquierda. Ambos picos a mí me parecían iguales. -¿Estás seguro? Mike, detrás de nosotros, dijo: -Sí, ese es, el de la derecha. Sacudí la cabeza: -El de la izquierda me parece más alto a mí. - Bueno -razonó Mike-, lo sabremos cuando estemos más cerca. Mike tomó la delantera mientras bajábamos el glaciar donde tres experimentados escaladores de rocas se encontraron con nosotros. -¿Pueden decirnos cuál de esos dos picos es el Gannett Peak? -les pregunté. -Ese -contestó el mayor de ellos, señalando el pico de la izquierda. En ese momento Mike nos llamó para decirnos: -Es el de la izquierda. Puedo decir que es ese, por el sendero. Tuvimos que reírnos. Acelerando el paso llegamos a un lugar donde la nieve se estaba despegando de la montaña. Pronto sería una grieta. -Llegó la hora de atarnos con las cuerdas-dijo Mike. Yo me até con Bárbara. (Kona tuvo que permanecer en el estacionamiento durante la ascensión. Los perros labradores negros no tienen garfios trepadores en las patas.) Juntos comenzamos a subir la cuenca de nieve, conscientes constantemente de los movimientos de la cámara de vídeo de Rick. El viento nos azotaba violentamente. Yo sudaba a chorros por la ascensión. Cuando me detenía 140


Meseta congelada

comenzaba a congelarme. Después de subir un empinado campo de nieve lleno de hoyos, finalmente alcanzamos la cumbre. Después de un descanso y de una agradable conversación con otros escaladores, comenzamos el descenso. Como siempre ocurría, bajar era más difícil para mí que subir. Mike y yo nos atamos con la cuerda para el viaje por encima del bergstrom. Cuando mi pierna artificial se sumergió, supe que me encontraba en dificultades. Pero no sabía la gravedad del contratiempo hasta que hundí mi bastón de esquí en la nieve donde se me había hundido el pie. Lo empujé hacia abajo y descubrí que era una grieta de unos 17 a 30 metros de hondo. Se me abrió la boca y durante un segundo me quedé mirando el hoyo muy cerca de donde yo estaba. Entonces comprendí la situación y di un salto hacia atrás, doblemente agradecido de que hubiéramos tenido tiempo de atarnos unos a otros con las cuerdas. Desde ese punto en adelante caminamos a lo largo del filo del bergstrom en vez de hacerlo sobre el glaciar mismo. Debajo de nuestros pies podíamos ver el agua que fluía bajo la capa de hielo. Cuando finalmente nos paramos en roca sólida, elevé una oración de gratitud a Dios. Mantuvimos un paso constante durante todo el resto de la ascensión, a pesar de la hinchazón de mi muñón y de las llagas que yo tenía en la pierna buena. Me apresuré a llegar a mi tienda cuando llegamos al campamento, me quité la prótesis, bebí algo de agua, me metí en mi bolsa de dormir y me quedé dormido. Después de una noche de descanso, nos dirigimos al campamento base y a nuestros vehículos. Nos detuvimos en Jackson Hole un día más, para que yo pudiera descansar y hacer algunos asuntos de negocios como también darnos un buen baño caliente y disfrutar de una excelente comida. Dijimos adiós a Bárbara y Kona la siguiente mañana y nos dirigimos hacia el norte rumbo a Montana. En el Cus141


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ter National Forest llegamos al Granite Peak. Si alguna montaña de las 48 más bajas estuvo a punto de impedirnos la subida a los 50 picos fue esta. En Granite Peak, caminamos desde el principio del sendero hasta un lago, luego subimos la ladera de la montaña hacia Froze-to-Death-Plateau. Allí el sendero se hizo más empinado y rocoso, mientras se internaba en las alturas de la montaña. El Servicio Forestal de los Estados Unidos advierte a las personas con respecto a la meseta: "Una tormenta de nieve puede ocurrir en cualquier momento del año". Afortunadamente para nosotros, el clima en el momento era claro y cómodo. Después de la meseta encontramos un campo de rocas apiladas unas sobre otras. Fue difícil saltar de roca en roca, cuidándonos constantemente contra la posibilidad de resbalar y caer. Subimos durante nueve horas ese primer día. Siendo que todavía nos faltaba subir una roca muy grande, sugerí que tomáramos un día libre para que yo pudiera descansar. Mike pasó el día entrenando a Whit y a Rick en las técnicas del montañismo. Aprendieron cómo pasar una cuerda de una roca a otra. A la siguiente mañana, poco antes de las cuatro, comenzamos a caminar rodeando los lados de Tempest Mountain. A continuación subimos la cresta que la conecta con Granite Peak. Nos atamos de nuevo cuando alcanzamos el área de rocas. Después de probar las eslingas o bragas, las usamos como también las correas dejadas por los guías de grupos para escalar las rocas. Ocasionalmente, mientras me balanceaba en una caída, había visto hacia abajo los 335 metros de aire limpio que había debajo de mí. y me felicitaba por no llenarme de pánico. Varias veces, escuchamos una pequeña piedra deslizarse en la distancia. Por supuesto, ninguna roca es pequeña si le da a uno en la cabeza. 142


Meseta congelada

Escalamos las gigantescas paredes de roca hasta la Crux, la parte más difícil del ascenso. A continuación vino el Key Hale, dos rocas perpendiculares a la montaña con otra losa encima. A unos 17 a 33 metros del Key Hale estaba la cima. -¡Ajúa! - grité cuando puse mis botas en la marca que estaba en la cumbre-. ¡Lo logramos! Fui el primero en descender por la roca en el viaje de retorno. Me dejé caer sobre un reborde por unos 7 a 10 metros a la derecha, luego desaté la cuerda y la envié en busca de Whit. Me encantó esta ascensión. Hubo un momento cuando, dependiendo de la fortaleza de la parte superior de mi cuerpo, fui más rápido que los otros montañistas que no tenían incapacidad alguna. De repente, por encima de mí, Whit se resbaló. Instintivamente yo apreté la cuerda. Whit tomó otra saliente y pronto se reunió conmigo. Los demás siguieron sin incidentes. En la Crux descendimos a cuerda doble otros 335 metros hasta una saliente que tenía 45 centímetros de ancho, donde nos anclamos. Desde allí Mike dirigió el descenso de la cresta hasta un puente de nieve. - ¡Ahora, la fotografía! -gritó a mitad del camino. Luego me tomó una foto en la saliente de la cresta. -¡Ay! - el grito tras nosotros fue seguido por un estruendo de rocas que caían. Volteé para ver a Rick cayendo por un lado y comenzando a deslizarse hacia abajo por una loma de unos 300 metros de nieve y hielo. Las rocas y la nieve comenzaron a caer delante de él. De pronto, t an rápido como había comenzado a deslizarse, afirmó el talón en una roca, deteniendo así su caída. -¡No te muevas!-le gritó Mike. Corrió hacia el borde y comenzó a analizar la situación y el peligro. Luego hizo que Rick volviera a la seguridad del reborde. Whit yyo mirábamos con la boca abierta. ¡Ay! 143


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Agradecidos, y con cierto aire de solemnidad, seguimos los mojones que nos condujeron de regreso a la meseta llamada Froze-to-Death-Plateau. El cielo estaba oscuro, y el viento azotaba fieramente alrededor de nosotros cuando comenzamos a cruzarla. Luego la tormenta azotó repentinamente. Los relámpagos estallaban en derredor nuestro. Como estábamos flanqueados por grandes desfiladeros a ambos lados, no teníamos para donde huir o escondernos. Estábamos a merced de los elementos. Yo oraba y caminaba tan rápido como podía. Afortunadamente, la mayor parte de la tormenta azotó el pico de la montaña al norte de nosotros. Disfruté el dramático espectáculo de luz a pesar de mis preocupaciones. Al final de la meseta, divisé a tres escaladores que se dirigían hacia la cumbre. Uno de ellos gritó: -¿Eres tú, Todd? Esforcé la vista tratando de identificar al hombre. -Soy Ron. ¿Me recuerdas? Era el pastor de la Iglesia Adventista del Séptimo Día de Oregón que me había conocido en otra montaña. -Ron. ¿Cómo van las cosas? Me detuve a hablar con él mientras los demás seguían adelante. Cuando supe que Ron planeaba escalar el pico más alto de Idaho pocos días más tarde, acordamos encontrarnos allí. Una vez que llegamos a la base, empacamos todo y nos dirigimos hacia Idaho. Nos detuvimos en Bozeman, Montana, para reunirnos con mi amigo Fred, que estaba allí visitando amigos. Fue maravilloso ver a Fred otra vez. Él siempre había apoyado nuestra aventura. Voni, la amiga que él estaba visitando, también nos apoyaba. -Dios te está usando, Todd. Él te ha dado una increíble oportunidad para influir sobre mucha gente. Él te está colocando en una posición desde la cual puedes hacerlo. 144


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Ella habló con total convicción. Yo había escuchado eso mismo de parte de Lisa y de los miembros de la familia, pero viniendo de una extraña, de una persona que acababa de conocer, me inspiraba más que nunca. Sin que yo explicara nada, ella podía ver cómo iba la ascensión. Se habían presentado muchas situaciones en la ruta en las que mis fuerzas estuvieron a punto de abandonarme, cuando el dolor de las piernas parecía demasiado intenso; hasta llegué a pensar que no sería capaz de continuar, cuando deseé salirme del sendero y decir: "¡Se acabó! ¡No puedo más!" En aquellas ocasiones me repetía una y otra vez a mí mismo: "Tengo que seguir adelante. Estoy haciendo esto por Dios. Tengo que bajar de esta montaña". Cruzamos los estados de Montana y Idaho hasta el Bora Peak, donde nos encontramos con Dan y Mike, dos reporteros que encontraron que esto era un gran excusa para salir de la oficina. Nos presentamos, luego establecimos el campamento. Descubrí a un caballero anciano que había planeado escalar el pico solo y lo invitamos a unirse a nuestro equipo. Ron y sus compañeros no habían llegado aún cuando nos acostamos esa noche. Llegaron antes del amanecer la mañana siguiente, listos para escalar en serio. Desde el inicio del sendero, el monte Bora demostró ser una caminata bastante empinada. Eso era suficientemente malo, pero luego llegamos a una cresta afilada como un cuchillo. Con unos desfiladeros de 400 metros a cada lado, fuimos afortunados de tener mucho donde agarrarnos. El puente de nieve que conducía a la cumbre fue fácil de cruzar, pero un resbalón habría enviado una persona al abismo. Podíamos ver bastones de esquí tirados por allá muy abajo en la ladera, pero no supimos si el infortunado esquiador estaba allí todavía. Durante todo el viaje, fui cuidadoso en hacer solo lo necesario para realizar una buena ascensión. No quería co145

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AL FILO DE LO IMPOSIBLE rrer riesgos solo por divertirme, lo que podría haber con­ ducido a una pérdida de tiempo, exposición innecesaria, o peligro. Mientras Ron y yo caminábamos, hablamos acerca de nuestra fe en Dios y lo que significa permitir que participe activamente en nuestra vida. -Tú sabes, Ron, que quiero escribir un libro de todo es­ te proyecto. Yo sé que Dios va a usar mi experiencia para ayudar a otros. Un libro me ayudará a lograr eso. El pensó por unos momentos. -Tengo algunos contactos cristianos en la industria editorial que podrían ayudarte. Si quieres, yo podría ha­ cer algunas llamadas telefónicas. -¿De veras? Eso sería maravilloso. De nuevo me sentía abrumado por la forma en que Dios obraba su voluntad en mi vida. Un texto del libro de Proverbios vino a mi mente: "Reconócelo en todos tus ca­ minos, y él enderezará tus veredas". Hablando acerca de ideas para el libro, llegamos a la cumbre, registramos nuestra ascensión, luego bajamos la montaña. Al final del camino Ron se despidió de nosotros. -Haré esas llamadas telefónicas ahora mismo. -¡Gracias! La mayor parte de las montañas estaban ahora detrás de nosotros. Aún cuando habíamos disminuido mucho la velocidad del paso últimamente, todavía parecía posible batir el récord. Había tiempo. Tiempo para hacerle frente al McKinley. El récord, el éxito de toda la expedición, dependería de llegar a la cima del McKinley. Durante todo el camino, siempre que había sido entre­ vistado por los medios de comunicación masiva, yo había dicho: "El monte McKinley será un desafío. Es una gran montaña. Pero tenemos que respetar cada ascensión, sea grande o pequeña".

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Meseta congelada Esa noche, después de cenar, el temor y la ansiedad me dominaron mientras conversábamos acerca del siguiente paso de nuestro viaje: Spokane. Y de allí, al McKinley. Era como si todo lo que habíamos hecho hasta aquí fuera co­ mo una preparación para hacerle frente a "El Grande".

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Capítulo 13

RUMBO AALASKA l tranquilo viaje a través de los bosques de Idaho hizo muy poco para calmar mis ansiedades. Muy por el contrario, las montañas intensificaban mis temores. En algún lugar, en el fondo de mi mente podía escuchar una estación de radio de Spokane donde un entrevistador discutía con un airado radioescucha acerca de los efectos positivos y negativos del plan de salud del Presidente Clinton. Normalmente yo estaría expresando mis opiniones personales sobre el tema, pero esta vez no lograba captar mi atención. Whit me miró desde el asiento del conductor, con los ojos brillantes de emoción. Golpeó el dorso de una mano sobre el volante. -¿Te imaginas? ¡Nos dirigmos hacia "El Grande"! ¡El monte McKinley! Yo asentí -Sí, ¡"El Grande"! Todo lo que había escuchado acerca de la montaña asesina reforzaba mis temores. Libros, folletos, artículos de revistas, y experimentados escaladores, todos me advertían en cuanto al asalto al McKinley: las grietas, el glaciar, las paredes de hielo, violentas tempestades, temperaturas congelantes, ceguera por causa de la nieve. Recosté la cabeza en el asiento y cerré los ojos. Una visión pasó frente a mí. Una visión en la que me vi caminando sobre el hielo. Repentinamente escuché un fuerte ¡crack!, y luego desaparecí en una grieta, helado y para siempre. La misma escena había estado en mi mente durante las últimas semanas. Aprisionado en las redes de mi propias dudas y agobiantes temores, continué rumiando las potenciales tra-

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gedias que el Monte McKinley me deparaba mientras devorábamos el camino. El temor de morir en el McKinley se negó a abandonarme. Recordé las preguntas que los israelitas habían hecho cuando se encontraron atrapados por el ejército egipcio: "Señor, ¿nos trajiste a este desierto para matarnos?" Pero no, Dios no opera de esa manera. Es un Dios de amor, no de temor. Él me ha traído hasta aquí. Él irá conmigo hasta el fmal. Pero ¿qué si él quiere que yo regrese? ¿Qué si he estado malinterpretando su voluntad hasta aquí? Conquistar el McKinley significaba más para mí que el desafío y la victoria. Era un obstáculo en el camino de mi decisión de compartir el mensaje que Dios me había dado para compartir con otros. Todd ... , perezosamente me di masajes en el muñón para disipar el dolor residual de la última ascensión. Sé razonable. Ya has probado un poquito de nieve, algunos vientos, un poquito de las grandes alturas, y lo hiciste bien. Te irá bien en el monte McKinley. No tengas temor.

Sin embargo, mientras la camioneta Ford roja de mi padre devoraba kilómetros tras kilómetros, mi consternación se intensificó. Para Whit, alcanzar la cumbre del McKinley era alcanzar sencillamente la cumbre de otra montaña; pero para mí, era la razón de todo el proyecto de los ciencuenta picos más altos. Si yo podía, con el poder y la fortaleza de Dios, conquistar la monstruosa montaña, cuya inmensidad solo podía imaginar, podría conquistar cualquier otro desafío que la vida me deparara. Y si una persona con una sola pierna podía escalar las enormes paredes de hielo y llegar victorioso a la cima del territorio estadounidense, también otros millares de personas que escucharan mi historia podrían tener esperanza y triunfar sobre los enemigos más difíciles e imposibles de vencer en la vida. Un nudo se me formó en la garganta. Tragué saliva. "Está bien, Señor. Seremos Tú y yo, desde el principio hasta el final". 150


Rumbo a Alaska

Me recosté hacia atrás cuando las señales indicaban las salidas para Spokane. El sol ya se había ocultado detrás de las montañas cuando Whit entró al estacionamiento de la casa de su amigo. Habíamos hecho arreglos de dejar allí la camioneta cuando nos dirigiéramos al aeropuerto. Mientras Whit conversaba con sus amigos, llamé a Lisa, luego tomé un baño caliente y me acosté para una larga noche de sueño. Agotado por la ascensión y el largo camino que habíamos recorrido, pronto me dormí profundamente. La siguiente tarde llamé a Lisa de nuevo. Hablamos acerca de la ascensión al McKinley y la forma en que podríamos obtener la mejor cobertura de los medios de publicidad. -Necesitas que se grabe en vídeo tu ascensión al McKinley, Todd. Las estaciones de TV a quienes he contactado lo piden. Y más tarde, cuando salgas a diversos lugares a dar conferencias, lo necesitarás. Mientras ella hablaba, podía imaginarla trabajando en el escritorio que se había convert ido en la base de operaciones para Summit America. -Lo sé. Prometo ver qué se puede hacer. En nuestro segundo día en Spokane, Whit descargó nuestro equipo de la camioneta. Después de amontonar chamarras en una pila, cuerdas y zapatos para la nieve en otra, y colgar nuestras bolsas de dormir en el pórtico de la casa, el césped de sus amigos parecía como si estuviéramos listos para una venta de garaje de fin de semana. Y si bien empacamos nuestro equipo, también lavamos mucha ropa. Llamé a Adrián Crane, el guía para la ascensión al McKinley. Su acento británico y su gracioso ingenio se escucharon a través de la línea del teléfono. - De mi parte, todo está listo. Adrián, el que poseía el récord, había estado originalmente conectado con el Proyecto de los Cincuenta Picos. 151


AL FILO DE LO IMPOSIBLE

Había sido contratado para guiar al grupo en la ascensión al monte McKinley. Pero cuando el proyecto se disolvió, le pedí que guiara el equipo Summit America. Hablamos acerca de las provisiones que deberíamos comprar en Anchorage. -¿Por qué no, en vez de reunirme contigo en el pico más bajo número cuarenta y ocho, salgo mejor en un vuelo más temprano y compro las provisiones, para ahorrar un poco de tiempo? -Buena idea. Nos vemos mañana por la noche. Colgué el auricular y taché el último punto en mi lista. La siguiente mañana abordamos el avión para Seattle. Ansioso por estar en camino, Whit se me adelantó en el abordaje de la nave. Una mezcla de excitación y temor se revolvían en mi interior cuando localicé mi asiento y me preparé para el despegue. Manténte enfocado, Todd. Yo me sonreí a mí mismo. Recuerda por qué estás haciendo esto. Sí, tú tienes que hacer la ascensión, pero está bien que lo disfrutes mientras estás allí. Disfrutarlo era un nuevo pensamiento. Había trabajado tanto y tan arduamente preparando este momento, que había tenido poco tiempo para disfrutar. Reflexioné en la extraña idea todo el resto del viaje. Cambiamos aviones en Seattle. Aunque ya era de noche cuando aterrizamos en Anchorage, la persistente luz del sol nos hacía creer que era más temprano. En el aeropuerto nos encontramos con Adrián y Mike. La experiencia y condición de experto de Mike era una bendición enviada del cielo para el proyecto. De allí, rentamos un taxi, una Station Wagon Subaru de Denali Overland Transportation, fuimos a la casa de un amigo de Adrián para cenar, y luego nos dirigimos a la tienda REI. Mike parecía el proverbial niño en una tienda de dulces mientras comprábamos las carpas necesarias para la nieve, cuerdas adicionales, zapatos para la nieve, bolsas para dormir, equipo de campamento, y baterías ex152


Rumbo a Alaska

tras, para la ascensión al McKinley. También rentamos las botas de plástico y las polainas necesarias para subir a la nieve. Observé el creciente montón del equipo. -¿Es todo? -preguntó el dependiente. Yo tragué saliva y asentí con la cabeza. El dependiente ni siquiera parpadeó cuando calculó el costo e hizo la nota: -Son 3.115 dólares, señor Huston, después de aplicarle un 20% de descuento, por supuesto. Aunque yo sabía que nuestra seguridad dependía del uso del equipo correcto, un poco renuente saqué la chequera de mi chamarra. Oh, ahora no hay modo de echarse atrás, ¿está bien, Señor? Cuando cargábamos nuestro equipo en el vehículo, noté el contraste físico entre los tres miembros del equipo, a los cuales les confiaba mi vida y una pierna buena. Whit, activo, alto y musculoso, siempre podía llamar la atención de una mujer hermosa. El pequeño y nervudo inglés de la fácil sonrisa, también tenía la fortaleza y la experiencia para hacer aquella ascensión. Los ojos de Adrián desmentían los serios matices de su espíritu competitivo bajo su actitud retraída. Habiendo crecido escalando en el difícil clima de Escocia, tenía un increíble sexto sentido para las montañas. Mike demostraba una seriedad y determinación que hablaban de experiencia y confianza. Su entrenamiento militar lo hacía experto en la planeación. Su excelente musculatura hablaba de sus largos años en el montañismo. Le llamábamos Popeye. Cuando Whit echó el último paquete en el vehículo, se enderezó y miró a su alrededor. -Hey, ¡tengo hambre! ¿Cuándo comeremos? Whit tenía hambre de nuevo. Yo me reí. Todo es normal. Todo está en armonía con el género humano. Después de comer algo rápidamente, nos dirigimos hacia Talkeetna. Esa noche que pasamos en la barraca, escuché a otros escaladores que hablaban de horripilantes incidentes en 153


AL FILO DE LO IMPOSIBLE la montaña, sus errores, lo que les gustaría hacer en for­ ma diferente, lo que nunca más harían. Escuché historias de escaladores que jamás volverían a subir una montaña. -Una pareja, un militar y su amiga, aprendieron de la manera más dura hace unos días -dijo uno de los monta­ ñistas-. Ellos caminaron hasta la cumbre desde el campa­ mento base hasta los 4.700 metros. De regreso, en Denali Pass, el tipo resbaló y cayó. En un intento para detener su caída, se agarró de la mujer y la arrastró con él. Escuché atentamente cuando él continuó: -Los dos rodaron más de 170 metros por la ladera y no tuvieron fuerzas para subir. Fue allí donde otros escalado­ res los encontraron. Cuando el equipo de rescate llegó a la escena, la mujer estaba muerta, no por la caída sino por la exposición. Su novio sobrevivió, pero perdió algunos de­ dos del pie y de la mano, así como partes del pie. -Ocurre en muchas montañas. De hecho, este año en el Monte Wáshington -explicó uno de los montañistas-, un tipo muy imprudente, se exigió a sí mismo y a su com­ pañero más allá de sus fuerzas. Ocurrió un accidente, y él vive, mientras que su amigo murió. Me estremecí con esas imágenes de la muerte proyec­ tadas en mi mente. Recordé todas las veces que mi madre me previno, diciendo: "Aprende de los errores de otras per­ sonas". ¡Cuán apropiado es su consejo ahora! ¿Estaba yo listo en realidad para ascender el McKinley? Mañana lo sabría... una cosa o la otra.

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Capítulo 14

A IRAVES OH PASO KAHIUNA L

a vida en el Glaciar Kahiltna era tranquila y amigable. -¡Hola! -gritó alguien desde el otro lado del campa­ mento opuesto al nuestro-. ¿Cómo van las cosas? Nos volvimos y les hicimos señales a los montañistas para que se unieran con nosotros. Los recién llegados, dos hombres que ya andaban en los cincuenta años de vida, se presentaron como el equipo de expedición Peter Pan y nos preguntaron: -¿Recuerdan al personaje de los cuentos de hadas que se negó a crecer? Chuck y yo estamos siguiendo su ejemplo. Todos nos reímos. Pronto supe que Peter era un médi­ co especialista en cuidados intensivos y Chuck, ingeniero. Bueno, pensé, me hace sentir un poco mejor tener a un médico en la montaña, por si nos pasa algo. Luego recordé los cuentos que había escuchado referentes al encuentro de un pobre tipo atrapado bajo capas y capas de hielo du­ rante 20 años o más. Quizá tener a un médico no importa

demasiado.

Hablamos con entusiasmo acerca de la buena fortuna de encontrarnos. Sonreí, porque sabía que esta reunión en los agrestes campos de Alaska no era un accidente o una casualidad. Yo sabía que nuestra buena fortuna venía di­ rectamente de la mano de Dios. El viejo Denali es salvaje, impredecible y tramposo. Pa­ redes de roca se yerguen directamente al cielo a cientos 755


AL FILO DE LO IMPOSIBLE de metros. Los glaciares muestran sus picos nevados y el estruendo de las avalanchas (aludes) retumban por sus valles. Yo tenía mucho tiempo ese día para soñar con el Mc­ Kinley. Dedicamos todo el día a transportar nuestro equi­ po al campamento que está a 2.100 metros de altitud. Más allá de las heridas y las llagas, el calor y el frío, el que tiene una pierna artificial necesita un 30% más de energía para caminar que el que tiene dos piernas. Ade­ más, una ampolla infectada puede impedir el éxito de to­ da la expedición. Así que observé a aquellos tipos atarse y comenzar a subir el Ski Hill rumbo al Kahiltna Pass, hacia el campa­ mento de los 3.300 metros. Subiendo a la cima de una roca pelada, inhalé la increíble belleza que me rodeaba. -Oh, Dios -oré-, incluso en esta remota región del mun­ do me haces sentir que estás conmigo. Gracias, Padre, por usarme en tu gran plan. Hice una pausa por un momento en la quietud, luego continué: -No tengo la menor duda de que tú me diste la capaci­ dad para vencer los desafíos que necesito afrontar... ¡Lo­ tería! ¡Eso es! ¡Ese es el mensaje que debo compartir! ¿No? Reí en voz alta. Había tenido dificultad para poner en palabras la parte que se refiere a creer en nuestras propias habilidades, pero ahora estaba claro. "Mi misión puede resu­ mirse así: Si tengo fe en Dios y creo en las habilidades que él me ha dado, puedo vencer cualquier desafío. ¡Sí, eso es!" Un viento helado me obligó a refugiarme dentro de la carpa, donde pasé el resto del día leyendo y durmiendo. El equipo retornó del campamento base ya tarde. La siguiente mañana, mientras cargábamos nuestras mochilas, puse a un lado cualquier pensamiento negativo y me entregué a las emociones del ascenso. Nos atamos: primero Mike, nuestro guía, luego Whit, yo y Adrián. Era importante colocar a los dos montañistas experimenta156


A través del Paso Kahiltna

dos en cada extremo. Nos dirigimos a la parte principal del glaciar y de allí al norte, rumbo al ceñudo gigante. Seguimos las huellas en la nieve. Miré para atrás, con la esperanza de captar la última vislumbre del campamento, pero ya se lo había tragado la niebla. Solo divisé un mono­ cromático mar de grises. Subimos el Ski Hill. Parecía que seguía sin solución de continuidad por toda la eternidad. Y para siempre signifi­ ca algo diferente cuando cada respiración es una lucha y cada paso un ejercicio doloroso. En el campamento de los 3_300 metros, nos detuvimos para pasar la noche. Mientras Whit reparaba las paredes de nieve alrededor de nuestro campamento, Adrián y yo alisábamos el área con palas, hasta que tuvimos un piso suave y nivelado donde parar nuestras tiendas. Mientras tanto, Mike cavaba un lugar protegido para nuestra estufa. Antes de mucho tenía una tetera llena de nieve fundida para hacer chocolate. El siguiente paso en la erección del campamento fue cavar una letrina. En todas mis lecturas con que me pre­ paraba para la ascensión, nunca pensé en esta construc­ ción sumamente necesaria. Consiste en un área para sentarse con agujero en el medio y una bolsa de plástico desechable dentro del hoyo. Para deshacerse de la bolsa usada, el equipo debe amarrarla, caminar hasta el borde de una profunda grieta y tirar la bolsa allí. Por lo general, la bolsa desaparece, para no ser vista nunca más; pero si no, uno debe retirarla y tratar de tirar­ la de nuevo. En una excursión, Mike necesitaba caminar más ade­ lante hasta el glaciar para tirar la bolsa lejos de la vista, mientras esperábamos, atados, para guiarlo si tenía alguna dificultad. En su viaje de regreso a terreno seguro, escucha­ mos un fuerte ¡pop! El terreno debajo de nosotros se movió varios centímetros. Temeroso de que el hielo debajo de sus pies estuviera cediendo y a punto de lanzarlo a plomo a una grieta, Mike brincó rápidamente a terreno seguro. 157


AL FILO DE LO IMPOSIBLE

Estas grietas son tan asombrosamente bellas -hielo de un azul oscuro verdoso ribeteado de nieve de un blanco prístino doblando y torciendo una pendiente- que sentíamos vergüenza de co'ntaminarlas. Especialmente con plástico hecho por el hombre que dentro de mil años todavía estará allí. Sin embargo, realísticamente, no hay otras opciones en una tierra de hielo y nieve. Al siguiente día me quedé atrás en el campamento de los 3.300 metros, mientras el resto del equipo subía al campamento de los 3.700 metros. Aun cuando yo no tuviera las piernas heridas o demasiado cansadas, debía tener sumo cuid 9do para mantener el muñón fuerte y evitar una fractura. No teniendo nada mejor que hacer, cavé una cueva en la nieve lo suficientemente grande para caminar adentro y almacenar nuestro equipo. Estaba yo añadiendo los toques finales a mi creación cuando Rocky llegó tranquilamente a nuestro campamento. Dedicamos algunas horas a platicar. Rocky, esquiador de Aspen, Colorado, y también graduado de Princeton, me dijo la forma en que él y Kelly, su compañera de ascensión, habían fumado mariguana mientras escalaban la montaña. Se descubrió la cara que traía cubierta, con pelo largo e hirsuto. - Sí, fue un viaje de veras. -¿No tenían temor de caerse en una grieta o en una avalancha? -Todo estaba frío. Además, podemos manejar muy bien la hierba. -Espero que sí -dije- ; deben velar por su propio bien. - Así que ¿cuándo piensan llegar a la cumbre? -El primero de junio. Él movió la cabeza asintiendo. -Eso está frío. Hey, amigo, tengo un par de onzas de mariguana. ¿Quieres algo? -No-dije, moviendo mi cabeza- . Yo no consumo esa cosa. 158


A través del Paso Kahiltna

Él estudió la ligera coyuntura entre su dedo grande y el índice. -¿Tú crees que esta altura podría ser realmente dañina para mí? He estado fumando la hierba desde que salí hasta aquí. Yo me encogí de hombros. -En tu lugar, yo la dejaría. - Gracias, cuate, creo que la dejaré. Luego dijo adiós con la mano. Respiré profundamente, llenando los pulmones con el aire frío y fresco de la montaña. No puedo imaginarme fumando droga en el ascenso a una montaña. Además del peligro muy real, simplemente me parecía erróneo. El aire libre en esta montaña tiene que ver con la salud y el aire fresco, y uno se siente en la naturaleza y con Dios. Cuando el equipo volvió al campamento esa tarde, yo tenía una marmita de agua caliente hirviendo en la estufa. Rocky y Kelly se unieron con nosotros alrededor de nuestra estufa de campamento. Hablamos hasta tarde en la noche acerca de la ruta que seguiríamos el día siguiente, y Mike contó historias acerca de su días en Vietnam. La siguiente mañana Rocky se detuvo en nuestra tienda mientras nos preparábamos para subir al campamento de los 3.700 metros. -Hey, ¿les gustaría algo de estas provisiones que nos han sobrado? ¿Nos gustaría? Nuestros ojos se abrieron -nuestras glándulas salivales se activaron de repente. Rocky y Kelly eran parte de un muy bien respetado grupo de montañistas, en el que los guías cocinan la comida para los escaladores. Nos atamos y emprendimos el camino. La caminata nos tomó una hora y media de tiempo. Una vez allá, el equipo consideró la posibilidad de continuar hasta el campamento de los 4.700 metros antes de detenernos. Los tres estaban impacientes por llegar a la cumbre. 159


AL FILO DE LO IMPOSIBLE

-Creo que deberíamos seguir adelante -dijo Whit-. Es demasiado temprano para establecer el campamento. Adrián golpeaba el bastón de sus esquíes contra un montículo de nieve. -Sí, yo estoy de acuerdo-dijo. -Yo no sé-dije mirando al banco de oscuras nubes que se estaba formando hacia el oeste de nosotros-. El guarda­ bosque del parque nos recomendó que los escaladores no subieran más de 300 metros al día. -Esa es una buena pauta para seguir, no una regla in­ flexible-dijo Mike. Su mirada .benigna velaba sus verdaderos sentimien­ tos sobre el terna. Moví la cabeza y opiné: -No me siento cómodo con la idea de continuar. Siento que Dios me está diciendo que debo tornar mi tiempo, y no apresurarme a llegar a la cumbre. No podía menos que escuchar los suspiros generaliza­ dos de mis compañeros de equipo. Puesto que no era un escalador profesional corno Mike o Adrián, tenía que ha­ cer caso a mis instintos. Ellos no habían trabajado nun­ ca con una persona incapacitada, así que yo tenía que ser cuidadoso. -Mejor tornaré un día extra para hacer la ascensión que arriesgar la seguridad de alguien. Además, el guar­ dabosque nos dijo que las tormentas pueden estallar en cualquier momento. Whit y Adrián me instaron a reconsiderar. Mike, irrita­ do, hizo sonar sus guantes contra su pantalón y se alejó. Si bien sabía que mi decisión irritaba a los demás, también sabía que tenía que escuchar a la Voz interna a la que ha­ bía llegado a conocer y a confiar, a pesar de la tensión cre­ ciente entre mí y el resto del equipo. No sé quién vio primero a los escaladores que bajaban de la montaña. Los hombros caídos, encorvados para opo­ nerse al viento, andaban corno robots dirigiéndose hacia 160


A través del Paso Kahiltna

el campamento; cada paso les costaba un gran esfuerzo. Mientras ellos se acercaban, reconocí la barba de Vern Te­ jas, un famoso guía y montañista. De repente me di cuenta que este equipo era el que yo casi había contratado hacía apenas un mes. Después de orar al respecto, no me sentí cómodo y decidí ir con nues­ tro equipo. -¡Hola! -dijo Adrián saludándolos-. ¿Qué ocurrió? De veras que ustedes se ven bastante vapuleados. -Lo estamos -dijo uno de los escaladores, con el rostro completamente inexpresivo, y los ojos ensombrecidos por la fatiga-. Quedamos atrapados por la nieve en el campa­ mento de los 5.730 metros, durante nueve días. Horrible clima: 40 grados bajo cero, fuertes vientos; ¡espantoso! -¿Llegaron a la cumbre? -preguntó Mike. Otro escalador de apariencia bastante ruda, sin sombra de energía, tiró su bolsa sobre la nieve y contestó: -No, no pudimos. Apenas se compuso un poco clima, nos lanzamos con todo para regresar -su voz demostra­ ba intenso desaliento; comenzó a establecer su campa­ mento cerca de nosotros-. No sé lo que pasó con el otro grupo que subió primero que nosotros. Jamás los volvi­ mos a ver. -¿Otro equipo?-dijo Whit, uniéndose a la conversación. -Sí, los dos coreanos. Uno es empleado del servicio de parques, y el otro es aprendiz. Ellos subieron el mismo día, pero por el lado oeste de la ruta principal. Mike tomó un trago de su taza y dijo: -Probablemente quedaron sepultados en la nieve has­ ta que pase la tormenta. El escalador frunció el entrecejo: -Ellos no estaban equipados para las bajas temperaturas. Viendo la triste expresión de mi rostro, Adrián añadió: -Creo que están bien. Me acerqué despistadamente a Vern Tejas: 161


AL FILO DE LO IMPOSIBLE

-Señor, ¿es usted, por casualidad, Vern Tejas? ¿El primer hombre que pasó solo el invierno en el Denali? El hombre me miró directa pero respetuosamente. Una sonrisa se extendió por su rostro cansado y arrugado: -Es usted muy observador. Él miró hacia abajo a mi pierna artificial: -Y usted es el joven escalador que se ha propuesto batir el récord de los cincuenta picos. Siéntese. Hablemos. Le extendí la mano y le dije: -Es un honor conocerlo, señor. He leído acerca de usted en todos las revistas de montañismo. Usted es una leyenda. El montañista estudió mi rostro por un momento, antes de decirme: -Y usted se está volviendo rápidamente una leyenda también. No puedo decirle cuánto lo admiro. Aceptar el desafío de todo un McKinley con una sola pierna. Usted tendrá toda una historia que contarles a sus nietos algún día. Sonreí con placer: -Creo que todo el que intenta vencer un desafío difícil en su vida tiene una historia que contar. Como lo que usted hizo hoy, sobreviviendo contra el peligro y descendiendo con seguridad a pesar de la tormenta. Ese fue probablemente un desafío más grande que llegar a la cumbre en un día brillante y soleado. -Es probable que tenga razón. Me sentí contento cuando uno de los miembros de su equipo de montañismo ofreció tomarnos una fotografía juntos. Yo sabía que quería recordar mi encuentro con uno de los grandes montañistas. -Vi un vídeo de usted en "Good Morning America", hace pocos días. Él sonrió: -Supongo que lo estaré viendo a usted allí en algunas pocas semanas. Me encogí de hombros: 162


A través del Paso Kahiltna

-Es posible. Hablamos durante algún tiempo de la ascensión de la cual estaba regresando y que yo estaba a punto de emprender. Hubiera querido tener el valor de decirle cuánto temor tenía. Siento que de alguna manera él habría comprendido. -Nadie está llegando a la cumbre en este momento -dijo-. Las ventanas en la tormenta no son demasiado grandes como para hacerlo posible. Tenga cuidado cuando esté escalando "El Grande". Él no perdona. Un mal cálculo y todo se acabó. Luego, como si fuera una reflexión posterior, añadió: -Tome su tiempo. Me quedé mirando la nieve que se derretía en la llama zigzaguente de la estufa de campamento. No subió. El equipo no subió. Y yo pude haber estado con ellos. Si yo hubiera estado con ellos, todo el Proyecto de los Cincuenta Picos más elevados se habría arruinado. Jamás podría escalar la montaña por segunda vez y todavía completar los cincuenta picos para batir el récord. Yo había orado pidiendo sabiduría en aquel tiempo, y ahora, Dios parecía indicarme de nuevo que él me estaba dirigiendo.

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Capítulo 15

MUERIE EN LA MONIAÑA urante seis horas caminamos a través de gigantescas D grietas y de huellas de avalanchas recientes. La estrecha senda nos presionaba de ambos lados. Rodeamos Windy Comer, despacito y echamos un vistazo a la grieta color esmeralda. Me maravilló la belleza natural de la montaña. Por primera vez desde que había comenzado la ascensión, comencé a sentir la fortaleza de "El Grande". Mientras continuaba subiendo, mi respiración se volvía cada vez más difícil. Además, estaba sudando a pesar de que hacía un frío cortante. Y yo bebía más agua de lo normal. De todos modos, comencé a preocuparme por la posible deshidratación. El campamento, que estaba a 4.700 metros de altura, parecía una ciudad, con gente y carpas por todos lados. Cualquier aislamiento que hubiera sentido antes, cedió el paso a las antenas de radio, las carpas, el olor a comida que se cocinaba, las risas, y el ir y venir del helicóptero. Sin duda hay seguridad cuando somos muchos, pensé. La paz me llenó el alma, y suspiré aliviado. Pero los retorcijones de mi estómago no cesaban fácilmente. Cuando establecimos el campamento para pernoctar, mi estómago ya rugía. Apenas podía poner un pie detrás de otro. Le dije a Whit: -Me siento de veras cansado. Creo que tengo mal de montaña. El se rio y luego siguió adelante mientras decía: -Todo lo tienes en la cabeza. -No lo creo. Nuestra tasa de ascenso hoy fue alta. Me siento mal, de veras. 165


AL FI LO DE LO IMPOSIBLE

Mike escuchó lo que dije, pero me animó: -Todd, estarás bien. No habrá inconvenientes. Te lo aseguro. Adrián añadió sus comentarios: - No hay nada por qué preocuparte. He estado subiendo y bajando montañas docenas de veces y jamás contraje el mal de montaña. Además, todo lo tienes en la cabeza -dijo, golpeándose la frente. -Explícale eso a mis intestinos. Miré a mis socios en la ascensión con disgusto y frustración. Al menos podrían haber mostrado simpatía, pensé. ¡Después de todo, yo estoy pagando por esta expedición! -Voy a ir a la estación de guardabosques. Ellos tienen a un médico de guardia. La corta caminata hasta la Estación de guardabosques me pareció interminable. Mientras más cerca estaba, peor me sentía. Mis pensamientos iban constantemente hacia nuestro empeño de subir a la cumbre. Sí tengo un caso grave de AMS, el médico me enviará hacia abajo. Todo el proyecto se habrá perdido. Toda la planeación, todos los preparativos. ¡Todo perdido! Entré tambaleante a la tienda del guardabosques y le pregunté: - ¿Cómo sabe uno si tiene mal de montaña? El hombre me miró críticamente por un momento: -Venga a la tienda del médico. Hay una sencilla prueba que podemos administrarle la cual medirá la cantidad de oxígeno que usted tiene en la sangre. Lo seguí a la tienda del médico, donde se guardaban las medicinas y el equipo médico. -Doc. aquí tiene un posible caso de AMS -dijo desde afuera. El médico de emergencia que era de Boulder, Colorado, me indicó que me acercara a unas herramientas de metal blancas. - ¿Así que es usted el que se siente mal, eh? Asentí con la cabeza, describiéndole todos mis síntomas. 766


Muerte en la montaña

-¿Ha estado por encima de los 3.300 metros de altura antes? -Solo en un Jet en vuelo. -Por lo menos todavía tiene sentido del humor. Es un buen síntoma -respondió sonriendo. Me puso una especie de abrazadera en un dedo. Un cable me conectaba a un aparato que resplandecía con números digitales rojos. -Setenta y tres. Usted tiene 73% de la cantidad requerida de oxígeno en la sangre. Tiene un caso muy leve de mal de montaña. El corazón se me fue a los pies. ¿Sería esto el fin de nuestro ascenso a "El Grande"? Él continuó: - La buena noticia es que es tan leve, que no necesitamos tomar medidas drásticas. Tengo algunas píldoras para usted que incrementarán su ritmo respiratorio, lo que, a su vez, le llevará más oxígeno a la sangre. A causa de efectos colaterales como por ejemplo hormigueo en los dedos y micción frecuente, le aconsejo tomar solo la mitad de una tableta y beba bastante líquido. Le daré suficiente para que dure hasta que termine su ascensión. Agradecí al médico y regresé a mi campamento. En el camino comencé a temer que los síntomas empeoraran mientras más alto subiéramos en la montaña. Además, experimenté una maliciosa satisfacción cuando les dije a mis compañeros de equipo que mis síntomas eran reales y no estaban solo en mi cabeza. Después de beber una taza de sopa caliente, me metí a mi bolsa de dormir, corrí el toldo sobre la cabeza y dormí toda la noche. A veces, a algunas personas les cuesta dormir a tales alturas; pero a mí no. Dormí mejor que los demás esa noche. A la siguiente mañana me sentía más fuerte. Mis síntomas habían desaparecido. Pasamos los siguientes dos días en el campamento, acostumbrándonos al cambio de altitud, antes de subir la montaña. 167


AL FILO DE LO IMPOSI BLE

Era notablemente más frío de lo que había sentido en altitudes menores. Elegimos un lugar para acampar y nos entregamos a nuestras t areas personales. Después que Adrián y yo limpiamos nuestro lugar y erigimos nuestras tiendas, anticipamos ansiosamente nuestra recompensa: una taza de sidra de manzana caliente. Mientras acariciábamos las tazas calientes con manos entumecidas, conocimos a otros acampantes. A las 8:oo nos reunimos alrededor de nuestro radio portátil para escuchar a la guardabosques Annie dar los pronósticos del tiempo para los siguientes dos días: -Hay en este momento un sistema de baja presión en la montaña. Parece que durará todo el día. Posiblemente, un sistema de alta presión viene detrás. Si bien sabíamos que los pronósticos de los guardabosques eran extremadamente conservadores, para evitar que la gente tomara riesgos innecesarios, nos quejamos contra el mal tiempo. ¡Otro día de mal tiempo en la cumbre! Descansamos en el campamento durante dos días. En el tercero, el equipo hizo una subida a 5 .600 metros, donde escondieron nuestras provisiones en la nieve. Mientras los tres estaban fuera, visité la tienda del guardabosques e hice amistad con Jim. Nos sentamos en su tienda, bebiendo chocolate caliente y hablando acerca de la montaña y sus muchos "estados de ánimo". -No puedes ser demasiado cuidadoso en el viejo Denali -me advirtió Jim-. Hace un par de años, un amigo mío, un montañista de Polonia, subió solo a la cumbre. Una tormenta lo atacó cuando comenzaba a bajar. No pudo bajar más de 70 metros cuando se vio forzado a detenerse y cavar un hoyo en la nieve. Siendo que él intentaba hacer la cumbre en un día, no había llevado su estufa o su equipo de dormir que necesitaría para pasar la noche a campo abierto en la montaña. No importa cuántas veces los guardabosques o los montañistas veteranos contaran sus historias, yo las es168


Muerte en la montaña

cuchaba con arrobada atención. Si podía aprender los secretos de la montaña, probablemente evitaría contratiempos antes de atacarla. Jim continuó: -Nadie más supo nada de él desde que salió del campamento. Al tercer día, el clima cambió y yo envié inmediatamente un equipo de rescate aéreo. El piloto del avión lo vio saliendo de su cueva de nieve: vivo. Avisaron por radio a la base para que un helicóptero lo recogiera. - Él perdió ambas piernas debajo de las rodillas por congelamiento -Jim se aclaró la garganta-. Él vive en Anchorage. Si te conociera serías un aliciente para él. -Dame su nombre y su número de teléfono. Me encantaría hablar con él. Cuando el equipo volvió al campamento, Whit se sentía bastante mal. La parte más empinada del sendero había sido una subida verdaderamente difícil. Consideramos la posibilidad de esperar otro día hasta que Whit se sintiera mejor. -No-insistió él-. Estaré bién por la mañana. Despertamos muy temprano la mañana siguiente por el rugir del helicóptero que sobrevolaba. Saqué la cabeza de la tienda para ver lo que ocurría, pero las nubes bajas obstruían mi visión del helicóptero. Pregunté a uno de los montañistas con quienes había hablado la noche anterior: -¿Qué ocurre allí? Él hizo una pausa, con los ojos llenos de angustia: -Los dos coreanos. El equipo de rescate los encontró. -¿Y? -yo lo sabía sin tener que preguntar. pero tenía que preguntar de todos modos. Él sacudió la cabeza y se mordió los labios: -Algo grave. Sumamente grave. Grave. Sumamente grave. Grave. Sumamente grave. Me temblaron las manos mientras salía de mi bolsa de dormir y sacaba la ropa que usaría ese día del fondo de ella. 169


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Me puse la pierna artificial y metí el otro pie en mi bota de plástico, que se había congelado durante la noche. En caso de que usted no lo sepa, ponerse una bota congelada es como poner el pie dentro de una bolsa de hielo y caminar con ella hasta que los cubos se derritan. Mi pierna artificial no estaba mejor. Cerca de mí, Whit se quejó y se hundió más en su bolsa de dormir. Adrián, al otro lado de Whit, se sentó para preguntar: -¿Qué pasa? -Encontraron a los escaladores coreanos ... Se me cortó la voz en la garganta. Aunque nunca había conocido a los hombres, éramos hermanos, hermanos que afrontábamos los mismos peligros y posiblemente la misma suerte. El helicóptero vino para recoger los restos de los montañistas. Salí de mi tienda y me acerqué al silencioso grupo de escaladores que observaba al equipo de rescate cargar al helicóptero las dos bolsas negras con los cuerpos. Me estremecí cuando el helicóptero se levantó y una bolsa con un cadáver se apoyaba sobre la pierna del piloto para ir allí durante todo el vuelo. -Imagínense volar desde aquí hasta Anchorage con un cuerpo muerto descansando en tu regazo - musité yo. Uno de los montañistas veteranos pateó la nieve con su bota, mientras decía: -A veces, cuando no pueden bajar para rescatar los cuerpos, los guardabosques tienen que almacenarlos en la nieve en espera de que el helicóptero pueda aterrizar. -¿Qué les ocurrió? - pregunté al hombre que estaba más cerca de mí. - Hasta donde los guardabosques pueden saber, la tormenta los azotó, y los dos montañistas no tenían el equipo necesario. Por tanto, en vez de hacer una cueva y esperar que pasara la tormenta, decidieron bajar en medio de ella. Uno se cayó a una grieta. Lo hallaron colgado de su cuer170


Muerte en la montaña

da, cabeza abajo. El otro estaba sentado sobre una roca, sosteniendo su radio cerca de la cabeza. Ambos murieron congelados. Rocky se acercó a mí para decirme cuando regresaba a mi tienda: -Oye, ¡qué tragedia! Asentí con la cabeza, pero no pude contestar. No podía dejar de pensar en las familias de los dos hombres y en la pena que pronto experimentarían. Los rostros de mi papá y mi mamá surgieron casi delante de mis ojos. Yo sabía que ellos esperaban ansiosamente noticias de mi éxito en la ascensión a "El Grande". Todas las dudas que yo había tenido antes de comenzar la ascensión volvieron. trayendo con ellas un séquito de nuevas consideraciones. Antes de mucho, sin embargo, las palabras de mis amigos, Fred y Kathy, resonaron en mis oídos: - Tú estarás bien, Todd. Fred me alentó cuando le hablé acerca del McKinley: - La subida está bastante empinada, pero tú puedes hacerla. Kathy secundó esos pensamientos: -Lo harás y saldrás bien, Todd. Simplemente vé y diviértete en esa montaña. Pensé en todo el ánimo y aliento que Lisa me había dado cuando la había llamado desde el campamento base a los 2.300 metros de altura. ¡Qué amigos! ¡Cuán afortunado soy! Ahogué una fuerte oleada de emociones y volví mi gratitud hacia mi mejor Amigo, que había estado conmigo desde el principio. Recité sus palabras de ánimo en voz alta mientras me vestía para la ascensión: "He aquí yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo". "Hasta el fin del mundo". Miré hacia la dirección del North Peak y sonreí para mí mismo. "Tengo que admitir, Padre, que el monte McKinley puede de veras ser llamado "el fin del mundo".

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Capítulo 16

A5.100 MUROS DE ALTURA na atmósfera sombría cubrió nuestro campamento esa noche. Seguí viendo aquellos cadáveres envueltos en bolsas negras mientras me preparaba para dormir. Podría haber sido yo. Todavía podría ser -quizá mañana. · Whit, especialmente, quedó más callado de lo normal después que el helicóptero se fue. Cuando nos acostamos, él dijo: - Al ver aquellos cuerpos metidos en las bolsas negras hoy, comprendí cuán peligroso es en realidad allá arriba. Yo lo miré con sorpresa. -Tienes razón -le dije-. Yo me sentía más nervioso que nunca. A la mañana siguiente, después de un buen desayuno, nos atamos en este orden: Mike al frente, yo, Whit y Adrián al final. Hice algunos ajustes al arnés para que se me acomodara mejor a la cintura. El trineo cargado con nuestro equipo y alimentos se deslizaba detrás de Adrián. Con gran esfuerzo, comenzamos a subir la montaña. Las nubes bajas se habían elevado, y por primera vez, vimos el otro lado de la montaña. Fila tras fila de montañas y valles se extendían hacia el este, todas cubiertas de nieve y resplandecientes con la luz del sol. Muy arriba, delante de nosotros, la gente que escalaba Head Wall, parecía una fila de hormigas acarreando comida de regreso a su colina. Sin embargo, cualquier liviandad que pudiera albergar la mente desapareció cuando pasamos por el lugar donde se habían descubierto los cuerpos de los dos coreanos.

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Mi confianza creció cuando pasamos la Head Wall. Usamos los ascensores de cuerdas instalados por el servicio de guías para subir el cerro. Nos estábamos moviendo a un paso rápido, pero Mike quería ir más rápido aún. El había establecido el objetivo de alcanzar el campamento de los 5.700 metros de altura antes de terminar el día. Rodeados por la majestad de la montaña, nos sentíamos insignificantes y frágiles, más allá de lo que las palabras pueden expresar, cuando llegamos a la base del West Buttress. Para mí, la montaña representaba un poder y una fuerza demasiado asombrosos y grandes para los seres humanos, una experiencia espiritual demasiado intrincada para describirla. Decidí que el dominio de los picos requiere más que un corazón y unos pulmones fuertes. Para mover las piernas y el cuerpo más allá del nivel de la fatiga, se requiere una decisión personal. una determinación, una positiva fuerza o espíritu interior. Cuando comencé la difícil ascensión a ese empinado risco, comprendí que no era la emoción de escalar los picos más altos o el flirteo con el peligro lo que me motivaba. Era el deseo de desafiar el muro que la sociedad, o quizá yo mismo, había construido alrededor de mí. Aquí, en las montañas, estaba aprendiendo a descubrirme a mí mismo: los límites de mi aguante, el poder que reside en mi ser más interior, y el espíritu que puede impulsarme más allá de esas limitaciones. Durante varios días yo había observado a la distancia, mientras los escaladores subían y bajaban la Head Wall. Cuando me acerqué, me pareció incluso más impresionante, especialmente con su enorme grieta en la base... en caso que uno resbale y se caiga. Pasito a pasito, pulgada a pulgada, iba moviéndome, el lento golpe de las hachas de hielo que aseguraban mi paso o que soportaban mi peso hasta el siguiente nivel. Enfilamos por el lomo del risco de roca y viento de nieve en nuestro camino rumbo al campamento de los 5.700 metros. Traté de 174


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mantenerme enfocado para estar siempre en guardia contra cualquier mal paso que pudiera conducir a la derrota y la destrucción ... algo que no era fácil de hacer, considerando las quijadas de la grieta que estaba abajo. La falta de oxígeno y la presión constante del muñón me quitaban la fuerza. Estaba exhausto. Mi voz interior me advertía que debía detenerme y descansar: "Todd, no deberías subir hasta los 5 .700 metros. Debes aclimatarte. No estás listo para eso". Recordé las advertencias de Veme y Jim: "Tómalo con calma". De modo que, después de subir otros 330 metros, decidí escuchar sus advertencias. - Tengo que tomarme un respiro -grité. Pude ver, por la expresión de frustración de mis compañeros de equipo, que consideraban mi agotamiento como algo inconveniente. Como el viento procedente de otro glaciar azotaba con furia nuestro lado de la montaña, busqué una roca donde pudiera descansar. Sentía la lengua como si me la hubiera frotado con un algodón. Tomé un trago de agua de mi cantimplora, saboreando el alivio que la frescura del líquido le daba a mi garganta. Acabábamos de pasar el nivel de los 5.300 metros de un risco por unos 30 metros. "No sigas adelante hoy", me decía la voz interior una y otra vez. Todo en mí clamaba: "¡Alto!" Miré a mi alrededor buscando un lugar donde levantar nuestro campamento. Yo sabía, sin que nadie me lo dijera, que el lugar estaba demasiado expuesto a los elementos para levantar un campamento seguro allí. -Adrián -le dije en confianza-, siento que no puedo ir más adelante. No es que esté reventado, sino siento que debo tomarlo con más calma. Debo conservar mi pierna para subir la cumbre. - Mira, Todd, necesito volver. No puedo tomar mucho más tiempo de mi trabajo en esta ascensión. - Lo sé, pero sencillamente siento que es importante que no nos movamos demasiado rápido -dije, tratando de 175


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explicar lo mejor posible mi razonamiento-. Piensa en esto. Hay dos ventajas de establecer nuestro campamento aquí. Si se desata una tormenta, estaremos mucho más seguros aquí. Todo lo que tendríamos que hacer sería atar las cuerdas y bajar tan rápido como pudiéramos al nivel de los 4.700 metros, donde están los guardabosques que pueden ayudarnos. Pero si subimos los otros 335 metros, Whit y yo nos debilitaríamos más a causa de nuestro mal de altura. Entonces podría ser que no pudiéramos volver a la seguridad de los 4.700 metros. -¿Y el segundo? -El segundo es que si la tormenta no se materializa, estaríamos frescos y listos para el último empujón a la cumbre. Él transmitió mi mensaje a Whit y a Mike. Mike se detuvo de mala gana, se apoyó en su hacha para el hielo, y dio un profundo suspiro de exasperación. -En ese caso sería mejor -dijo- que bajáramos al nivel de los 5 .300 metros. Dimos vuelta, y comenzamos a bajar. Mientras establecíamos el campamento, la Expedición Peter Pan nos pasó en su camino a la cumbre. No pude dejar de notar el fastidio en las miradas de mis compañeros de equipo cuando los vieron pasar y desaparecer por el sendero. Esa noche nos sentamos en la enorme tienda y escuchamos la radio. El servicio de meteorología informaba que una tormenta báltica se acercaba. Las tormentas bálticas pueden durar cuatro o cinco días. Recordé haber escuchado que 13 escaladores habían muerto en una tormenta así el año pasado. Yo sabía que si el clima empeoraba mientras estuviéramos acampados a los 5.700 metros, tendríamos falta de alimentos, pero al acampar a los 5.300 metros, podríamos bajar la Head Wall y buscar comida de nuestro depósito si fuera necesario. Ese día despertamos muy bien. Excepto por el constante silbido del viento, estábamos atrapados en un mundo incoloro, silencioso y surrealista de un blanco vacío. 176


A 5.700 metros de altura

No teníamos a dónde ir y nada que hacer, sino permanecer en nuestras tiendas, envueltos en nuestras bolsas de dormir. Las horas pasaban lentamente. Ocasionalmente, algunos escaladores pasaban dando tumbos, bajando del nivel de los 5.700 metros. Sus comentarios eran iguales en cada caso: -¡Está horrible allá arriba! ¡Está muchísimo más frío! ¡El viento podría volarlo a uno de la montaña! Estaban temerosos de no tener suficiente comida para esperar hasta que la tormenta amainara. Los miembros de la Expedición Peter Pan descendieron al campamento con alguien de otro equipo que se había dañado severamente la cadera. Tuvieron que bajar al enfermo al campamento de los 4.700 metros, donde podía ser evacuado de la montaña por aire. Mientras bebía mi taza de sidra caliente, me sentí entristecido por la evidencia de desaliento y derrota que veía en los rostros de los hombres. Para mí, ellos eran verdaderos héroes al decidir rescatar a otro escalador en vez de continuar para subir a la cumbre. Antes que salieran rumbo al campamento de los 4 .700 metros, uno de los miembros de la Expedición Peter Pan nos dio una cantidad adicional de comida. Otro grupo que volvía hizo lo mismo, para no cargar en vano ese peso adicional o para no abandonarlo en la montaña. Para nosotros, cada pedacito adicional de comida era una ayuda. Y ahorraba dinero para futuras ascensiones. Un amigo que había escalado los 49 picos más altos también se regresó diciendo: -McKinley no es mi montaña. Me voy a mi casa, aunque me faltaba solo un pico para decir que había escalado los cincuenta picos más altos de los cincuenta estados. Mientras regresábamos pesadamente a nuestro campamento, pensé acerca de la tormenta y las esperanzas que se habían esfumado a causa de ella. ¡Si no llegamos a 177


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la cumbre, toda la Summit America Expedition habrá fracasado! Y no podemos estar aquí toda la vida esperando que pase la tormenta. Los opresivos sentimientos que había tenido desde que vi los cuerpos de los coreanos evacuados de la montaña por aire, llenaban mi mente, hasta que mis pensamientos parecían desarticulados e irreales. Solo en la tienda, caí sobre mis rodillas. Si tengo que regresar ahora, sin llegar a la cumbre... "Oh, Dios, ¿todo ha sido en vano? No puedo creer que hayamos llegado hasta aquí para regresamos ahora. Por favor, danos lo que necesitamos para llegar a la cumbre. No te pido que hagas el trabajo por mí, sencillamente, que me des la oportunidad de hacerlo". Esa noche la temperatura descendió más aún. Para aligerar nuestros paquetes, habíamos decidido dejar la tienda de Mike en nuestro depósito en el campamento base de los 4.700 metros, así que los cuatro nos amontonamos en la tienda para tres hombres, Whit, Adrián y yo dorminos cabeza con pie, mientras que Mike se acostó atravesado a los pies de todos al fondo de la tienda. Acalambrado por el hacinamiento, tuve que estar inmóvil durante varias horas en mi bolsa de dormir, incapaz de acomodarme bien o de quitarme de la cabeza los torturadores pensamientos del día. Despertamos con un cielo azul sin nubes y la nieve lucía pr.ístina: un día perfecto para subir. -Será una breve ascensión hoy -me aseguró Adrián, mientras yo ajustaba los garfios de trepar a mis botas de plástico. Después de atarnos con las cuerdas, nos dirigmos hacia el risco. Usamos nuestras hachas para el hielo para detenernos y las cuerdas del servicio de guías estaban disponibles por doquier. Me detuve en un punto para agarrar aliento. Adrián y Whit se acercaron. Mike esperaba más arriba. Habíamos encontrado algunos otros escaladores a lo largo del camino, pero la montaña era nuestra para que la disfrutáramos. 178


A 5.700 metros de altura

Observé la caída perpendicular desde el risco hasta el valle abajo. Aprecié el hecho de estar atado a otras tres personas que podrían detener mi caída. -¿Ya casi llegamos? - pregunté, después de tomar un largo trago de agua de mi cantimplora. - Oh, sí, ya no está lejos ahora - me aseguraron. - ¡Qué bueno! -puse mi cantimplora en mi mochila, y me puse en movimiento una vez más. Cada vez que me detenía para descansar, me daban la misma respuesta: - Ya no está lejos. Ya casi llegamos. Después de la tercera o la cuarta vez, finalmente dejé de creerles. ¡Qué contento me siento!, me dije a mí mismo mientras me levantaba de otra caída. ¡No les permití que me indujeran con palabras a hacer esto días atrás después que ya habíamos escalado tanto! Horas más tarde, llegamos al campamento base de los 5 .700 metros. Me dolía muchísimo la cabeza por causa de la altura, como para tomar pastillas para el dolor, pero no podía hacerlo hasta terminar de parar el campamento. Naté con sorpresa que era un campamento fantasma. Las paredes de nieve rodeaban espacios vacíos en vez de rodear racimos de tiendas. Todos, excepto un equipo de montañismo, habían descendido el día anterior a nuestra llegada, después de que la tormenta había amainado. ¡Si tan solo hubieran imaginado cuán maravilloso día tendrían hoy para escalar/ Mientras Whit, Adrián y yo armábamos nuestro campamento, Mike trataba febrilmente de encender la estufa. La falta de oxígeno y los fuertes vientos no permitían que encendiera. Sin una estufa para derretir la nieve que nos proveería agua para beber y cocinar, tendríamos graves transtornos. Traté de ocultar mi ansiedad durante la media hora en que él trabajó. Imagino que los demás sentían lo mismo que yo, porque los cuatro dimos un suspiro de alivio cuando final179


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mente se encendió. La taza de chocolate caliente que disfruté minutos más tarde, sabía mejor que cualquier otra cosa que yo pudiera recordar haber ingerido antes. El cansancio y la tensión nos hizo perder los estribos más de lo normal. Eso, añadido a los desacuerdos en cuanto a las estrategias para la ascensión, elevó la tensión entre nosotros. Más tarde, en la tienda, nuestro hacinado cuartel, parecía estar peor que la noche anterior. Nadie tenía ánimo para contar historias. Mientras yo contemplaba el domo de la tienda, observando que se congelaba con nuestra respiración, mis pensamientos volvieron a mis temores originales. ¿Será mañana mi último día? ¿Llegaremos a la cumbre? Cerré los ojos y me hundí en mi bolsa de dormir. Whit, cerca de mí. roncaba. Adrián musitaba algo ininteligible. Mike me tocaba ligeramente el pie cuando se movía. Los tres dormían. Solo yo estaba completamente despierto. Saqué la grabadora que había sido mi fiel compañera. "Mañana será", murmuré ante el micrófono, para no perturbar a los demás. Por encima de mí, el domo de la tienda ondulaba y temblaba a causa del ululante viento subártico. "Parece que son el preludio de una tormenta. Pero al menos el cielo ha estado claro y azul. Es un perfecto día para llegar a la cumbre". Apagué mi grabadora, y la puse en mi mochila. Un ligero polvo de nieve descendía sobre mis hombros y encima de mi cabeza como caspa que cayera sobre un traje negro de lana. Durante la noche la condensación de nuestra respiración se congeló sobre el domo de nilón de nuestra tienda, y se convertía en nieve cuando lo movían. Yo lo ignoré y me acurruqué en mi bolsa de dormir. Cuando la mañana llegó finalmente, ingerimos nuestro desayuno y nos preparamos para la ascensión del día. La conversación se redujo al mínimo. A pesar de la tensión, yo estaba animado. ¡Este era el gran día! Me incliné hacia atrás, miré hacia el cielo y exclamé: 180


A 5. 700 metros de altura

-¡Perfecto! -mi estómago se agitó anticipadamente. A las 8:30 ya estábamos en la ruta. Mike estableció un paso rápido a través de un extenso campo de nieve. Adrián y Whit seguían. Estresado a causa de las agrias discusiones, yo seguía tras ellos, cayéndome y levantándome, cada vez más atrasado. Mi entusiasmo desapareció como la niebla. Parecía no poder concentrarme en la ascensión. Notando cuán lejos de mí iban ellos, traté de igualarles el paso, pero no pude. Habíamos cruzado unos 180 metros del campo cuando tropecé y clavé mi hacha en la nieve. - Hey, ¿se acuerdan de mí? -grité-. ¿Recuerdan las razones por las cuales estamos escalando esta montaña? Los tres hombres voltearon, se encogieron de hombros, y regresaron hasta el lugar donde yo estaba. -Miren, no podemos seguir escalando así. Estamos disgustados unos con otros. Es necesario que operemos como un equipo. Me afirmé apoyado sobre el mango de mi hacha de hielo, y les expliqué: -Ustedes han impuesto un paso demasiado rápido, compañeros. Yo no puedo seguirlos. -Pues bien -dijo Mike, torciendo los labios-, si sientes que no puedes hacerlo, los otros tres podemos hacerlo sin ti. Si Whit completa cada uno de los cincuenta picos, todavía podrás decir que la Summit America Expedition, ha establecido un nuevo récord. -No-dije moviendo la cabeza con vehemencia-. No sería lo mismo si solo Whit sube los cincuenta picos. El objeto de la ascensión es que una persona incapacitada escale los cincuenta picos. ¿No se dan cuenta? Los miré a los ojos en busca de alguna señal de que me hubieran entendido: -El mensaje que estoy tratando de enviarles es que ningún desafío es imposible de vencer si tenemos determinación y la ayuda de Dios. 18 l


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Adrián apretó la boca hasta que sus labios parecieron una fina raya: -Yo no sé ... -Solo funciona si un escalador como yo, que tiene una pierna amputada llega a la cumbre, no un escalador normal. ¿No lo ven? Esta es más que otra ascensión común o simplemente batir otro récord. ¡Y el trabajo de ustedes tres es ver que ese objetivo se alcance! Podría decir por sus rostros de piedra que mi mensaje no había llegado al blanco. Hice una respiración profunda y dije con firmeza y claridad: -¡Continuaremos a este paso, o regreso en este mismo momento! Yo había considerado los riesgos y decidí que tenía muy pocas opciones. Me expresé así: -¡Lo digo en serio! ¡O ustedes adaptan su paso al mío y trabajamos como equipo, o se acabó!

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Capítulo 17

iEN LA CUMBRE! ranscurrieron varios momentos de silencio. Leí las expresiones de los rostros de Whit, Adrián y Mike, y sentí que estaban luchando. Sabían que si yo decidía regresarme, uno de ellos tendría que regresar conmigo, y quedarían solo dos para completar la ascensión; un necio y peligroso viaje considerando las tormentas que estaban azotando el área. Si nos regresábamos, no habría otra oportunidad para llegar a la cumbre. Adrián dijo tajantemente: -Muy bien, seguiremos avanzando. En cualquier momento que quieras detenerte o regresarte, lo haremos. -Excelente. Entonces el factor que motive al equipo debe ser que los cuatro lleguemos a la cumbre - dije, mirándolos en busca de respuestas. - ¡Excelente! ¡Continuemos! -murmuraron Mike y Whit. Durante toda la ascensión al Denali Pass, Mike estableció un ritmo fácil de seguir. Descansamos en la cumbre, luego continuamos por una loma extremadamente congelada. Mientras cruzábamos el área llamada Futbol Field, presumimos que seríamos el único equipo que subiría en el mes de junio. Pero tuvimos que resignarnos cuando otro equipo nos pasó a medio campo. Al otro lado, me detuve, miré y pregunté: - ¿Es eso Pig Hill? Mike contestó: -Sí, Pig Hill. Pig Hill, con su empinada loma y filo de rasuradora, sería una cumbre asesina a cualquier altitud. Pero ¿a 6.300

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metros? Parecía imposible. Puedo hacer esto, me dije a mí mismo, tengo que hacerlo. En el camino de subida por la ladera oriental de Pig Hill, un doloroso adormecimiento me subió por los músculos de la espalda. La pierna me dolía intensamente, y del muñón sufría lo mismo. Empujé el dolor a la parte más profunda de mi mente y me concentré en poner un pie después de otro. Mi cuerpo clamaba por alivio, pero no había dónde detenerse, no había dónde descansar. Apoyándome en mi hacha para el hielo, pensé: Dios quiere que yo haga esto; el mensaje debe darse. Si yo no lo hago, nadie sabrá jamás. Antes de mucho, desarrollé una fórmula: Toma tres respiraciones, da un paso, deténte y descansa. Toma tres respiraciones, da un paso, detente y descansa. Una y otra vez repetí este patrón. Tantos pasos ... pasos... respiración ... alto ... y descanso. La falta de oxígeno cobró un alto precio a mi cuerpo. La fatiga extrema se hundió profundamente dentro de mí como gelatina congelándose en un molde. Inhalé una gran bocanada de aire. Sentía la pierna buena como macarrón cocido y el muñón como fideos. No quería ir tan despacio. Mi mente planeaba subir por la pendiente como un niño que escala juegos mecánicos; pero mi cuerpo se burlaba de la idea. Llevado más allá de lo que jamás me había imaginado durante los meses de mi entrenamiento, la perversa pared amenazaba con despedazarme. Obligué a mis piernas a convertirse en objetos impersonales, desligadas del resto de mí. Tirando del hacha de hielo fuera de los bancos de nieve, la hincaba en otro punto más alto de la pared, y daba otro paso. Mi corazón golpeaba contra mi pecho. Y yo hincaba el hacha contra la montaña otra vez. ¡No me ganarás! la desafiaba yo. ¡No me destruirás! Di otro angustioso paso. A cada paso, apretaba las mandíbulas y repetía: Tengo que llegar a la cumbre. 184


¡En la cumbre!

Luché contra todos los pensamientos de derrota y muerte en mi mente con la promesa que había aprendido desde niño. "Dios es nuestro amparo y fortaleza". Traté de ver sobrepasada la pared en frente de mí. Las palabras de un compañero escalador resonaron en mi mente. "Pig Hill es de verdad dura, demanda todo lo que tienes, una batalla puramente psicológica de llevarte hasta allá. Una vez que llegas a la cumbre, miras adelante y continúas. Después ves posible cualquier otra ascensión a la cumbre". Ganar la batalla era una expresión demasiado cerebral sentado alrededor de la estufa del campamento bebiendo chocolate caliente. Ahora sabía de verdad lo que era el verdadero frío, el verdadero dolor. -No te desalientes. El último esfuerzo es engañador. En realidad no es más que una breve caminata, aun cuando parezca sumamente lejos. Procura pasar Pig Hill, y entonces el resto será fácil. El resto es fácil. El resto es fácil. Procura pasar Pig Hill. El resto es fácil. Apretando las mandíbulas, mantuve los ojos fijos en el sendero, y mi mente en la tarea de dar el siguiente paso. Paso tras paso, tras paso, me encaminé hacia la cumbre de aquella pared. Con cada paso durante los últimos 80 metros, una granada de dolor había explotado en mis piernas. Luego me hundí en un hoyo y caí. Duele respirar el aire helado; me quemaba las narices como los tubos que me habían quemado después de mi accidente del bote. Respirar por la boca hacía que se sintiera como llena de algodón. Se me congelaba la nariz en la máscara de mi cara. ¡No me rendiré! ¡No me rendiré! Luché para ponerme sobre mis pies y me apoyé con ambas manos en una nieve que me llegaba hasta las rodillas. ¡Tengo que hacerlo! ¡Tengo que hacerlo no importa lo que cueste! ¡Si no lo hago, el mensaje que Dios me dio nunca se escuchará! Con cada paso, un nuevo espasmo de dolor me explotaba en el pie. Y un dolor como fuego me calcinaba el mu185


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ñón. Mis pulmones amenazaban con explotar con cada respiración. El ritmo de mi corazón, se escuchaba como tambor en mis sienes al ritmo de mi dolor. En el momento en que no podía dar un paso más, Whit señaló hacia adelante y anunció: -Allí está la cumbre. Allí está. Miré asombrado lo que estaba allí cerca. La cumbre parecía indomable. -¿Todavía tenemos que subir todo eso? -pregunté. Fue entonces cuando recordé las palabras del escalador: "No es más que una caminata sencilla y fácil". Y lo fue. Ya fuera porque el ascenso se hizo más gradual, o porque la adrenalina comenzó a circular por todo mi cuerpo, mantuve un paso lento, pero continuo, a lo largo del risco a los 6.600 metros. Un mundo de luz del sol, cielo azul, y chispeante nieve blanca, se extendía ante mí. Mientras caminaba, identifiqué las diferentes cadenas de montañas, desde la zona plana de Alaska hasta la cordillera, el monte McKinley y el tazón. Atrás estaba el pico del norte, 283 metros más bajo que el pico del sur, hacia el cual nos habíamos dirigido. Separado por el Glaciar Harper, los dos picos se elevan a más de 5.600 metros. Al occidente de nosotros, un banco de nubes abultado, se movía sobre el horizonte. Si bien parecían amistosas, sabía que al transcurrir solo treinta minutos podíamos estar atrapados en una situación de vida o muerte. A esa altura, no había misericordia. Sin embargo, me aferraba a la convicción de que la tormenta no nos alcanzaría. El exquisito escenario me infundía una nueva energía para seguir andando. Paso tras paso, la tensión crecía dentro de mí cuando veía que la cumbre estaba más cerca. Mi pierna artificial resbaló fuera del sendero. Luché por ponerme en pie y continué subiendo. Más arriba, Mike se volvió y levantó los brazos en señal de triunfo. Había alcanzado la cumbre. Yo aceleré mi paso. 186


¡En la cumbre!

-¡Aquí está! -gritó Mike. Yo me lancé a caminar los últimos metros de la montaña. Mis ojos captaron la imagen de las banderas dejadas por las expediciones previas. anunciando el punto más elevado de Norteamérica. -¡Hurra! ¡Gracias a Dios! -fue mi grito que llenó cada grieta y cañón del Denali National Park. Embriagado por la altitud y la victoria, hice una profunda respiración. El cortante aire frío penetró mis pulmones y luego salió de nuevo. ¡Lo había hecho! Había alcanzado mi objetivo: ¡Había conquistado los picos más altos y las más difíciles de las montañas! Si llegara a vivir 125 años. nunca olvidaría el momento en que alcancé la Cumbre del Sur. Embriagado de emoción, posé para las fotografías. ¡William Todd Huston! ¡Lo hiciste! Por la gracia de Dios, había vencido al enemigo. Una oleada de emoción me invadió, y se me llenaron los ojos de lágrimas. Tragué saliva y miré más allá de Mike. Incluso después de haber inhalado varias veces. todavía no podía yo controlar todas mis emociones y sentimientos. ¡Yo estaba de pie en la cima del monte McKinley, sobre la cumbre más alta de todo el territorio estadounidense!

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Capítulo 18

El DIFICIL DESCENSO asta donde la vista podía ver, el sol teñía la nieve con una progresión de azules, grises y blancos. Como no quería olvidar la experiencia, traté de imprimir en mi mente la increíble escena de centenares de kilómetros cuadrados que se extendían a mis pies, de montañas y conos nevados que dominaban el horizonte. En ese momento Mike se acercó a mí: -Esto hace que todo el esfuerzo valga la pena, ¿no? Busqué en mi cerebro el gesto o la palabra adecuados para expresarme. Y no pude encontrar nada que se aproximara al sentimiento de felicidad que me tenía aturdido. Este elevado lugar representaba tantos objetivos y ambiciones, que apenas podía pensar en forma coordinada. Sentía que compartir la profundidad de mis emociones en ese momento sería algo así como una invasión de mi privacidad. Mi momento de introspección se disipó cuando el resto del equipo se nos unió. Adrián me dio un puñetazo en la espalda: . -Lo hiciste. La montaña más difícil está vencida. Tienes una gran oportunidad de romper mi récord. El tenía razón. Mis oportunidades de éxito con los picos que faltaban eran mucho mejores ahora que tenía la experiencia de escalar el monte McKinley: la montaña más alta, no solo de Alaska, no solo de los Estados Unidos, sino de toda la América del Narte. Entusiasmados por nuestra victoria, los cuatro danzamos y gritamos en la nieve como un equipo universitario de fútbol después de meter un gol en la portería enemiga en el juego de regreso a casa.

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Quizá no era más que la excitación, pero repentinamente descubrí que no tenía frío en lo absoluto. -Yo esperaba que estuviera mucho más frío aquí arriba -le dije a Mike. El miró el termómetro de su bolsa: -No está demasiado malo. Solo diez grados. -¿Arriba o bajo cero? -pregunté. -Bajo cero. -Tienes razón, Todd. Siento que está más caliente que eso -dijo Whit, pasándose el reverso del guante por la nariz; encontró que las secreciones de la nariz se le habían congelado en la cara-. Creo que está bastante frío, después de todo. Comencé a temblar por el sudor que había producido durante la ascensión, sudor que ahora estaba enfriando mi cuerpo. Quizá un lugar hermoso, pero no amigable para el hombre o para la bestia, pensé. -Haríamos mejor en no detenernos demasiado tiempo aquí -dijo Mike, hundiendo su hacha en la nieve a sus pies-. Tomemos algunas fotografías más, y descendamos antes de que la próxima tormenta nos ataque. Nos tomamos varias fotografías unos a otros, sosteniendo las banderas de la victoria en nuestras manos, así como de la cumbre y del espectacular panorama que nos rodeaba. Cada dirección hacia donde mirara me producía una nueva corriente de emociones. Si tan solo pudiera durar este momento. No quería que este momento se borrara nunca de mi memoria. Quince minutos después de nuestra llegada, la frígida temperatura comenzó a filtrarse a través de nuestra bien probada vestimenta ártica, convenciéndonos de que éramos visitantes, no residentes. Era tiempo de iniciar el largo camino de descenso hacia la civilización. Eché un último vistazo de 360 grados al mundo de la cumbre del Monte McKinley. Se me empañaron los ojos para igualar mi sonrisa que se extendía de oreja a oreja. 190


El difícil descenso

Momentáneamente mudo, miré el congelado mundo, que se extendía en mudo esplendor debajo de mí. Por un momento, nada más ocurrió. Respiré profundamente, luego dejé que el aire saliera lentamente, mientras la soledad de la montaña me envolvía. El gemido de una ligera brisa suavizó mis sentidos, arrullándome en una exquisita sensación de contentamiento y paz. Era como si todo el mundo estuviera en suspenso por causa de nosotros. Todos los meses de duro trabajo - para mí, para Lisa, para Whit- habían valido la pena. Tanta gente había estado orando por mí. ¡Gracias, Señor, por contestar todas aquellas oraciones! Pero toda aquella excitación que experimentaba por haber conquistado el pico más alto de Norteamérica, no significaría nada si no regresaba vivo a la civilización. Y en realidad, aquí, solo estaba a medio camino. Todavía tenía que descender la montaña. Y con mis energías drenadas y las piernas en mal estado, no sería fácil. El viaje de regreso sería mucho más corto; solo dos días, comparados con los doce días que nos había tomado el ascenso. Yo no me daba cuenta de lo grave de mi agotamiento, hasta que di mi primer paso hacia abajo. Si antes creía que mis piernas eran como macarrones cocidos, ahora tenía una definición completamente nueva de dolor y puré. Mi muñón gritaba de dolor a cada paso. Los músculos de mi otra pierna respondían en perfecta sincronización. Apretando los dientes, enfoqué mi atención en la tarea de dar un paso después de otro, uno a la vez. Completamos la primera parte del descenso rápidamente y con relativa facilidad . Luego comenzamos a bajar la infame Pig Hill (Colina del Cerdo). Unos pocos pasos, entonces, ¡¡zaz!! Mi pierna artificial se hundió en la nieve. Antes de que yo pudiera recuperar el equilibrio, el sendero se descalabró otra vez, lanzándome fuera, hacia la pared. 191


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Hice aparatosos movimientos para asir la cuerda que estaba atada a mi cinto de escalador. ¿Qué si la cuerda no me hubiera sostenido? Podía sentir mi cuerpo caído agarrar velocidad. ¡Nieve-cielo-nieve-cielo! Es lo que veía mientras caía cada vez más rápido. -¡Cuidado! -oía gritar a mis compañeros de equipo. Todo se acabó, pensé, en un momento de indiferencia, ¿así es como se siente... ? De repente la cuerda se tensó con brusquedad. Yo patiné para detenerme y, por un momento, me quedé viendo la cascada de nieve suelta que caía al valle. Recuperando mis sentidos, clavé el hacha de hielo en la nieve, y me elevé como pude para volver al sendero. Demasiado cansado para exaltarme, descansé por un momento, con la respiración entrecortada, por el agonizante esfuerzo repentino que había hecho. El dolor penetró mis piernas cuando intenté ponerme en pie. Con mucho esfuerzo levanté mi pierna artificial y di un paso, luego otro. Un paso después de otro, uno después de otro. De repente, me hundí en la nieve otra vez. Y otra vez caí fuera del sendero. Me di vuelta y luché para ponerme de pie una vez más, solo para caer de nuevo. Mi mochila colgaba pesadamente sobre mis hombros. Un paralizante dolor recorrió todos mis músculos de arriba abajo. El pequeño dolor en los ojos se incrementó a niveles industriales. Ansiaba detenerme, tomar un respiro. La luz del día había ablandado la nieve del sendero, de modo que casi a cada paso mi pierna artificial se hundía a través de la costra, echando mi cuerpo fuera del sendero, hacia la ladera de la montaña. Después de cada caída, luchaba para ponerme de pie, enfocando mi atención en el sendero que había frente a mí. Anhelaba orar pidiendo fortaleza, pero el dolor de mi cuerpo había alterado mi pensamiento. Sabía que no podía detenerme ... menos ahora. No con el reconocimiento de que había llegado a la cumbre, de que había vencido mis dudas, que había librado una gue192


El difícil descenso

rra contra mí mismo: una guerra contra los clamores de protesta de mi cuerpo, que exigía rendición incondicional. Sonreí a través de mi dolor. El doloroso paso continuó. Los músculos de mi pierna buena me dolían como los infectados nervios de un absceso dental. El punto de contacto entre mi muñón y la pierna artificial me molestaba con un dolor tan intenso que temía dar cada paso. Solo un paso más, me dije a mí mismo. Pero cuando lo di, m i pierna artificial se hundió de nuevo, haciéndome caer de bruces sobre la nieve. Mojado de sudor y en agonía, me volteé y me quité la nieve de los ojos desorbitados por el esfuerzo. Miré hacia el cielo azul zafiro que estaba frente a mí, como derrotado. No quiero levantarme nunca más, pensé. No puedo, Señor. No puedo avanzar ni un centímetro más. A través de mis ojos empañados, vi los interminables picos coronados de nieve de las montañas. Fue allí cuando otro texto que había memorizado desde niño llegó, como una brisa refrescante, a mi mente: "Clama a mí en el día de la angustia, y yo te libraré". ¿Libraré? ¿De la montaña? ¿En qué? ¿En un helicóptero extraterrestre? ¿Como el carro de E/fas? Eso es lo que se necesitaría, Señor. Por encima de mí podía escuchar las voces de Adrián y de Mike. -Todd, ¿estás bien? ¿Te fracturaste algo? ¿Qué te pasa? Pero una voz más fuerte, más insistente, disipaba las preocupaciones de ellos. ''.Alzaré mis ojos a los montes ... mi socorro viene de Jehová, que h izo los cielos y la tierra. No dará tu pie al resbaladero". ¿Resbaladero? ¿Resbaladero, Señor? ¡Eso es lo que he estado haciendo desde que estoy subiendo esta montaña: resbalando, cayendo, levantándome, solo para volver a resbalar y caer de nuevo! "No dará tu pie al resbaladero". El mensaje era claro y distinto. Desde lo más profundo de mi mente, lleno de desesperación, clamé: ¡Oh, Dios, ayúdame, ayúdame ahora! 193



Capítulo 19

ALEGRIA AIRAVES DEL DOLOR me dije a mí mismo. y U otro Cuando me puse de pie, decidí dar un paso más, y algo cambió dentro de mí. Llámenle un nuevo n paso más, paso más...

Debo levantarme dar

aliento, una actitud de ajuste, o como quieran. Era como si mi mente se hubiera divorciado de mi cuerpo y así del dolor que lo estaba demoliendo. Todos los pensamientos de darme por vencido se disiparon. Todos los pensamientos de fracaso se desvanecieron. Todavía sentía yo mucho dolor, y dolor abrumador, pero era como si una fuente exterior de energía me impulsara lentamente, firmemente por el sendero hacia abajo. Resbalarme, deslizarme sobre mis asentaderas, hundirme en la nieve, mis garfios de trepar cubiertos de nieve: todo siguió igual. Quien había cambiado era yo. Cuando llegamos a Denali Pass, Mike iba poniendo como postes de nieve para que actuaran como anclas que controlaran nuestro descenso. Este era el punto donde el soldado y su amiga habían caído después de haber llegado a la cumbre. Nosotros bajamos cuidadosamente la ladera. Nadie tenía espíritu para arriesgarse. Cuando ya nos acercábamos al campamento base de los 5.700 metros, Adrián se detuvo para caminar conmigo, mientras Mike y Whit se adelantaban, para instalar el campamento y encender la estufa para tener agua caliente con qué hacer chocolate. 195


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Cuando di tambaleante los últimos pasos dentro del campamento, estaba completamente exhausto. Tiré mi equipo al piso, exhalé un gigantesco gemido y me hundí en mi bolsa de dormir. Durante la siguiente hora, me quejé cada cinco o seis segundos, por el dolor punzante que me recorría todo el cuerpo con cada latido del corazón. No podía recordar momento alguno de mi vida en que hubiera sentido tanto dolor. Tomé dos tabletas Advil para el dolor y me acurruqué dentro de mi bolsa de dormir. Un último pensamiento consciente seguía molestándome mientras iba cayendo en el abismo del sueño. ¿Cómo podría descender el resto de la montaña al día siguiente? Caí profundamente dormido, solo para ser despertado por el ruido de un avión que sobrevolaba el campamento y nuestra tienda a las 3:00 de la mañana. Más tarde, supe que el escalador de un grupo de otra ruta hacia la cumbre había desarrollado edema cerebral, hinchazón y entumecimiento a c.a usa de la altura. Una vez más me sentí bendecido y protegido. La siguiente mañana, cuando salí arrastrándome de mi bolsa de dormir y de la tienda, me sentía bien, realmente bien. Extendí los brazos y no sentía ningún dolor. Torcí mi cuerpo de lado a lado ... ningún dolor. No sentía ningún dolor en los músculos de la espalda. Flexioné mi pierna buena, y ningún dolor. Me di masajes en el muñón, y todavía no sentía ningún dolor. Estaba listo para continuar. Nos atamos con las cuerdas, nos ajustamos los garfios de trepar, y nos encaminamos hacia nuestro primer objetivo del día, el campamento de los 4 .700 metros. Fue una bajada difícil. Teníamos muchos obstáculos que vencer al ir bajando de la empinada pared, pero pronto me ajusté al ritmo. No podía caminar de costado junto a la pared como los otros, porque mis tacos de trepar no podrían quedar pegados a mi pie artificial. Resolví el problema descendiendo la montaña de espaldas, con la esperanza 196


Alegría a través del dolor

renovada a cada paso de no caer en una de las grietas ocultas. Bajamos lentamente a través del campo de nieve y por la zona de avalanchas. Rodeamos cuidadosamente las grietas abiertas y finalmente arribamos, sanos y salvos, al campamento base de los 4.700 metros. Alcé las manos al aire y lancé un hurra al estilo Oklahoma. ¡Qué tremendo sentimiento me producía estar de regreso en la civilización! Mientras Whit y los demás levantaban un campamento, yo me quité el equipo, me coloqué bien la chamarra, y me dirigí hacia la tienda del guardabosques. -¡Hey, Jim! -grité desde afuera de la t ienda. -¡Pásale! No necesitaba una segunda invitación. Entré a la tienda gritando: ¡Lo hicimos! ¡Subimos a la cumbre! Jim saltó de la mesa ante la que estaba sentado comiendo con tres invitados. -¡Excelente! -gritó abrazándome con fuertes palmadas en la espalda. Yo rebosaba de alegría por todas partes, al continuar: -Es increíblemente bello allá arriba, Jim-. No podía creer cuán limitado era mi vocabulario cuando trataba de describir la experiencia. -Te lo dije. No hay nada parecido a eso. Jamás volverás a ser el mismo desde ahora. - Tenías razón. Oye, ¿puedo hacer una llamada desde aquí? -Por supuesto. Ponte cómodo -dijo, ofreciéndome una silla y volviendo a su comida con sus invitados. Llamé a Lisa desde mi teléfono celular. Apenas podía controlar mi emoción cuando escuché su respuesta a la llamada, desde Balboa Island, en California. -¿Lisa? ¡Lo hicimos! ¡Subimos la cumbre! -¿Quééééé? Yo podía imaginarla de pie junto al lavabo de trastos en la cocina, sosteniendo un vaso de agua mineral. 197


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-¡Te lo digo! ¡Lo hicimos! Estamos de regreso en el campamento de los 4.700 metros. ¡Lo hicimos! ¿Te imaginas? -dije, conteniendo una nueva oleada de emociones que me embargaban el corazón. -¡Felicitaciones! Jamás dudé ni por un momento de que lo harías! Pero oye, eso fue rápido. Yo no esperaba escuchar nada de ti hasta dentro de una semana. ¿Y me estás llamando directamente desde la montaña? ¡Estás loco! -dijo riéndose. -Dios nos dio el poder y la fuerza para hacerlo - a mí me encantaba repetir las palabras lo hicimos-. ¿Podrías llamar a todos, a mis padres, a Fred y Kathy, y a todos los que tú sabes? -Claro, estaré encantada de hacerlo. ¡Yo sabía que podías hacerlo! -repetía constantemente. ¡Mi buena amiga Lisa! Traté de describir la ascensión: la belleza, el frío, la cumbre ... pero, ¿cómo podría uno hacer entender aquellas maravillas a una persona que no ha estado allí? Después que Lisa y yo nos despedimos, Jim me invitó a comer con ellos: -Sé que tienes hambre de comer comida de verdad en este momento. Yo vacilé: -¿Estás seguro de que tienes suficiente? -¿Estás bromeando? Tenemos de sobra. Acércate. Acerca tu silla y cuéntanos acerca de tu ascensión. La atmósfera cálida y acogedora que había en la tienda, además del aroma tentador del espagueti con queso, se mezclaban con mi resolución de regresar a mi campamento. ¡Comida de verdad! No podía resistirla. Los cinco hablamos por más de tres horas. Compartí con ellos mis objetivos y mis desafíos con el grupo. Uno de los guardabosques invitados habló de los desafíos que estaba afrontando. Las mujeres hablaron de su búsqueda de identidad y lo que planeaban hacer con su vida. En 198


Alegría a través del dolor

un punto, recordé a mis compañeros de equipo allá en el campamento. Cuando mencioné mi preocupación, Jim me aseguró: - Serán bienvenidos si se unen con nosotros. Todavía tengo mucha comida. Pero para cuando volví a la tienda, ya habían comido su comida seca y congelada y estaban durmiendo. Me metí en mi bolsa y cerré los ojos, esperando que las oleadas de gentil sueño cayeran sobre mí. Pero no pude borrar los recuerdos de los días anteriores en la montaña. Recordé lo que Jim había dicho con respecto a que yo nunca sería el mismo desde ese momento. ¡Tenía razón!. Me sonreí conmigo mismo mientras pensaba en mis amigos y los miembros de mi familia quienes me habían alentado. Luego el rostro de mi ex esposa surgió ante mi mente. Mi corazón se sobresaltó. Un pesado nudo de dolor se me formó en la garganta. " Oh, Dios", dije, mientras tomaba aire. Tan pronto como la oración salió de mis labios, un pensamiento nuevo y fresco la remplazó. Jessie ganó un país, pero tú ganaste el mundo. Las entrevistas que yo había hecho, y todos los compromisos para hablar que esperaban cuando terminara, relampaguearon en mi mente. Realmente he ganado el mundo. ¿Quién sabe cuán lejos puede llevar Dios esta aventura? La mañana llegó demasiado pronto. Nuestro objetivo era caminar hacia el campamento base Glaciar Kahiltna. Al principio, fue una caminata lenta. Los dos trineos cargados con todo nuestro equipo, siguieron bajando por la ruta. Tuvimos que detenernos varias veces para enderezar los trineos y levantarlos para ponerlos de nuevo sobre el sendero. Hicimos todo esto mientras nos manteníamos atados con cuerdas como siempre. El sol se levantó en el cielo, haciéndose cada vez más ardiente a medida que descendíamos de la montaña. La nieve que se fundía en los glaciares creaba gigantescos montones de nieve donde antes había sido un terreno pla199


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no. Tuvimos que bordear los lugares donde los escaladores habían hecho agujeros para descubrir grietas ocultas a lo largo de todo el sendero. Podíamos ver lugares donde los montañistas habían caído en las grietas y cómo habían sido rescatados. -Miren, esto se está haciendo eterno -anunció Mike-. Vamos a cortar la cuerda. Todd y yo iremos adelante en una cuerda, mientras los ustedes dos usan la otra para maniobrar los trineos hacia abajo de la montaña. -Buena idea-Adrián sacó su cuchillo de su vaina-. Una vez que hayamos pasado esta sección y recogido nuestro depósito de provisiones a los 3.670 metros, los trineos se deslizarán mejor, y nosotros podremos alcanzarlos en poco tiempo. Mike y yo bajamos Motorcycle Hill con mucho trabajo. Nos estábamos moviendo más rápido, cubriendo más terreno. Tan pronto como fue seguro hacerlo, me detuve para quitarme los garfios de trepar. Mi pierna buena se estaba llagando por rozar continuamente contra la punta de mi bota de plástico. Sin la tracción, sin embargo, me deslicé por el resto de la pendiente. El pie me dolía muchísimo. Gritaba yo a cada paso. Así continué sin detenerme. Tenía que detenerme a intervalos regulares para permitir que la sangre circulara en mi pie. Aprecio mucho la paciencia y la bondad que Mike manifestó en estas dilaciones. Whit y Adrián se encontraron con nosotros a los 3.330 metros. -Seguiremos avanzando -sugirió Adrián-y pararemos el campamento a los 2.660 metros. Lo único que pude hacer fue asentir con la cabeza. Mi dolor del pie hacía que hablar fuera demasiada molestia. Cuando ellos siguieron avanzando, yo tropecé y caí al piso. Mike me ayudó a ponerme en pie. - Todd -me dijo- siento todo lo que ocurrió allá arriba en la montaña. 200


Alegría a través del dolor

-Oye, amigo, tú has hecho todo lo que se tiene que hacer hoy. Aprecio la forma en que tú has estado a mi lado. No podría haberlo hecho sin ti. Cuando bajábamos Ski Hill, encontramos a Brian Okinek, un famoso escalador. El y el equipo que estaba guiando aplaudieron y me hicieron porras cuando llegué al campamento de los 2.600 metros. Allí tiramos nuestras bolsas de dormir sobre la nieve y dormimos durante cuatro horas. A las 3:00 de la mañana, nos dirigimos a la ladera y caminamos el resto del camino hacia el Glaciar Kahiltna cuando la nieve era más dura y por lo tanto más fácil caminar sobre ella. Cuando llegamos al campamento base en el Glaciar Kahiltna. me dirigí inmediatamente a la tienda de la guardabosque. - ¡Annie! -grité desde la puerta del frente- ¡Lo hicimos! ¡Llegamos a la cumbre! - ¡Hey! -dijo la mujer de cabellos negros de la gigante sonrisa y saltó de su escritorio donde estaba trabajando con los controles de radio para darme un enorme abrazo-. ¡Felicitaciones! Jim me lo dijo esta mañana. Hablamos durante algunos minutos acerca de la ascensión. Entonces. preguntó: - Me imagino que necesitarás un taxi, ¿no? -sus ojos chispeaban de felicidad. - Sí. Esta mañana, si es posible. Whit y Adrián estarán aquí en cualquier momento. Annie se sentó frente a la radio de onda corta y llamó al servicio de taxi aéreo del Aeropuerto Internacional de Talkeetna: -Cuatro más para transportar, Jeff. - ¡De acuerdo! Le dije adiós a Annie y me dirigí hacia la puerta. No había caminado sino unos cuantos pasos, cuando un extraño me detuvo. - Hey, ¿no eres tú el tipo que vi en la televisión? 201


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Otros se le unieron: -¡Felicitaciones! -¡Inspirador! -¡Buen trabajo! Cada pocos pasos, posaba para fotografías con personas a quienes nunca antes había visto, gente de todo el mundo. Me hablaban en lenguas que yo no entendía. Sin embargo, su felicidad por mi victoria trascendía nuestras barreras lingüísticas. Whit y Adrián llegaron al campamento base, una hora y media detrás de nosotros. Siendo que el cielo estaba limpio, no había retraso de vuelos. Solo un fuerte viento azotaba el amplio glaciar. Mike y yo abordamos el primer avión; Whit y Adrián, el segundo. Comenzamos a carretear por la pista, mientras las alas del avión se sacudían con el viento. -Vamos, nene -decía el piloto, como para engatuzar al avión-. No me hagas esto a mí, nene. Agárrate por mí. ¡Tú puedes hacerlo! Miré nerviosamente al piloto, luego a Mike. ¿Había venido hasta aquí, solo para estrellarme en el hielo del glaciar? ¿Sería el recuerdo de nuestra victoria no más que una nota al pie de un grabado en la columna de obituarios del periódico de Anchorage?

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Capítulo 20

SOBRE EL RAINIER 1 avión se deslizó y rebotó de lado a lado, luego se enderezó y se elevó en el aire. Di un suspiro de alivio. ¡Finalmente estábamos en camino a Talkeetna y a la civilización! El campamento del Glaciar Kahiltna se hizo cada vez más pequeño mientras más nos elevábamos. Forcé el cuello para captar el último destello de la montaña que había llegado a amar, con todo y sus peligros. El McKinley me había dado tanto. Cerré los ojos y traté de imaginar cuál de las pequeñas conveniencias de la sociedad había echado más de menos. Muchas cosás entraron en mi mente: tener la oportunidad de cepillarme los dientes, de afeitarme. Pero un inconveniente se destacaba sobre todos los demás: no bañarme. Después de 15 días en la montaña, sin nada más que un "baño de saliva", ¡anhelaba un baño caliente! La única limpieza que me había hecho era frotarme con bolas de nieve. Una vez que tuvimos nuestro equipo atado dentro de un gran paquete, listo para el servicio de taxi, que nos llevaría a Anchorage al día siguiente, nos metimos en las regaderas. ¡Apestábamos! Era comprensible, pero esto no lo hacía menos placentero. Durante todo el tiempo que pasamos en la montaña era necesario mantener el calor. Eso significaba que debíamos mantenernos vestidos, aunque sudáramos, y nos ensuciáramos la piel. Y por supuesto, no había manera alguna de lavar ropa mientras estábamos en la montaña. De vez en cuando, podíamos quitarnos los térmicos, si había demasiado calor, luego ponérnoslos de nuevo cuando la tempe-

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ratura descendía. Cada vez que nos metíamos en nuestras bolsas de dormir, el punzante mal olor del cuerpo nos recordaba que necesitábamos bañarnos. Ahora las bolsas de dormir, la ropa de ascenso, los térmicos ... todo estaba empacado y guardado en bolsas hasta que pudiéramos lavarlos en Spokane. Finalmente, en las benditas regaderas calientes de la barraca, cerré los ojos, y dejé que el agua pulsara contra mi rostro y contra mi pecho. Pasé varios minutos restregándome para erradicar las capas de mugre y sudor de la piel. Luego vino el cabello. Tres veces me puse champú, y entonces mi pelo rechinó de limpio entre mis dedos. Mientras me afeitaba la barba de quince días, me sentí como uno de los profetas bíblicos que terminaban un ayuno religioso. Examiné el producto terminado en el espejo, y me reí en serio. ¡Sin la barba, me parecía a un mapache! Estaba bronceado alrededor de los ojos, y blanco donde había estado la barba. Decidí conservar el cabello largo, para mantener la imagen de hombre de montaña que debía tener. Con un par dejeans limpios y una camiseta de la Summit America, estaba listo para encontrarme con el mundo. Bueno, casi listo. Apenas podía caminar. El arco del pie me dolía terriblemente. El resto estaba como dormido. Las uñas del dedo gordo, y del dedo que le seguía estaban ampolladas y ennegrecidas. Me puse un par de calcetines gruesos. No podía tolerar un par de zapatos ni en mi imaginación. Me dirigí a un teléfono y llamé a mis padres para darles las buenas nuevas. Luego llamé a Fred. Su amor y dedicación hacia mí como su amigo habían sido' de mucho ánimo en todo el largo camino. Fue Fred quien me animó primero: -En cualquier cosa que necesites, te apoyaré en este asunto -había dicho desde el mismo principio. 204


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Cuando escuché su voz, casi sufrí un shock. -¡Lo hicimos, Fred! ¡Lo hicimos! Inmediatamente contestó: -¡Nunca dudé que podías hacerlo! Hablamos durante algún tiempo acerca de la ascensión, y acerca de los picos que me faltaban después del McKinley. Le prometí mantenerlo informado de nuestro progreso con las siguientes ascensiones. Cuando colgué, me dirigí a la tienda para buscar algo de comer. Me resultaba difícil escoger pues, después de comer comida rehidratada durante quince días. todo parecía bueno. Ese mismo día asistimos a los funerales de los dos coreanos que habían muerto en la montaña. Padres, esposas. hijos y amigos de los dos hombres, apoyados por varios escaladores, se reunieron mientras el pastor de la Iglesia Presbiteriana de Anchorage pronunció unas pocas palabras frente a los féretros abiertos. Uno de los guardabosques se conmovió mientras leía un poema para su amigo, el instructor coreano que había muerto en el accidente. Miré a los apenados rostros, y pensé en los dos hombres -jóvenes, vigorosos, saludables- cuya vida había terminado tan abruptamente. Fuera de ser más experimentados que yo en la ascensión de montañas, no eran muy diferentes de mí. Una vez más, agradecí a Dios por haberme ayudado a regresar con seguridad. Cuando los dolientes salieron, di algunas vueltas en el pequeño cementerio, leyendo los nombres de famosos escaladores que habían muerto en la montaña. En muchos casos, sus cuerpos todavía permanecían en la montaña. en alguna grieta sin fondo o algún aislado glaciar. Por buena fortuna, el montañista polaco, de quien Jim el guardabosque del campamento base de los 4 ,700 metros me había hablado, estaba en el pueblo. Hicimos arreglos para comer juntos. Frente a un buen plato de sopa vegetal. 205


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la cara roja y redonda de Christoff se animó cuando me habló de su prueba en "El Grande": - Tres días me atacó la tormenta. Pensé que moriría. Como efectivamente ocurrió ... -dijo, mirando hacia sus piernas, luego otra vez hacia mí-. Efectivamente, perdí ambas piernas por debajo de la rodilla. Habló de tal manera que no pude menos que admirar su espíritu. Pronto nos hicimos amigos. Le conté acerca de mi vida y propósito de batir el récord de escalar los cincuenta picos. Hablamos sobre el impacto emocional que nuestras amputaciones habían tenido en cada uno de nosotros y cómo habíamos hecho frente a tales pérdidas. -Así que, Christoff, a dónde irás cuando salgas de aquí? -Si todo va bien, me propongo volver a escalar el próximo año. Su rostro resplandecía de gozosa anticipación. -Oye, eso es grande, amigo. Y mirándole, sinceramente creía que lo haría. Durante la comida, un reportero vino a entrevistarme acerca de la ascensión. Miré a Christoff durante la entrevista, y noté huellas de tristeza en su rostro, porque no era él quien estaba siendo entrevistado por haber hecho el ascenso. Hicimos arreglos para reunirnos de nuevo en Anchorage, para una genuina comida polaca en su hogar. Al día siguiente nos dirigimos hacia Anchorage, donde le dijimos adiós a Adrián. Luego con Christoff y sus amigos compartimos una comida polaca de repollos estofados y papas. Más tarde disfrutamos una deliciosa comida japonesa en el hogar de los amigos de Mike. Nos estábamos reponiendo de todas aquellas comidas rehidratadas que habíamos consumido en la montaña. Cuando finalmente regresamos a Spokane y descargamos nuestro equipo, se hizo bien claro desde el principio que el primer asunto que teníamos que tratar era el lavado de toda nuestra ropa. En algunos casos fueron nece206


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sarias, al menos, tres lavadas para que el olor del cuerpo se esfumara de nuestra ropa interior de polipropileno, de nuestros pantalones y de nuestras camisas. Cuando olí aquella ropa, no pude entender si todavía apestaban o si el mal olor se había quedado impregnado en mi mente. Todavía rengueando a causa de mis dedos heridos, me maravillaba cada día de estar caminando en la cocina, de que estaba en una casa de verdad, andando en un firme fundamento . Durante los siguientes dos días luché con el pensamiento de detenerme. Todavía había varias montañas a las cuales debía subir, algunas de ellas, difíciles, y no estaba seguro de querer continuar. Y ya no estaba seguro de poder batir el récord. No tienes por qué seguir adelante, me decía a mí mismo. Puedes detenerte ahora mismo. ¿Para qué ponerte en peligro otra vez? McKinley es un logro suficientemente grande. ¿No puedes estar satisfecho con él? Solo en mi cuarto, oraba: "¿Qué quieres que yo haga, Señor? Sé que me amas. Sé que me protegerás, pero dime, ¿debo desertar ahora?" Tan orgulloso corno estaba por haber escalado el monte McKinley, todavía anhelaba batir el récord. Había estado diciendo a todo el mundo que nuestro objetivo era establecer un nuevo récord y probar que se podía vencer cualquier obstáculo. El plan maestro de Summit America era que el ascenso se llevara a cabo en tres etapas: los picos fáciles primero; luego, el McKinley; y al final, las montañas difíciles del oeste. El siguiente obstáculo era el punto más alto del Estado de Wáshington, el monte Rainier. Cuando llamé a Lisa esa noche, ella me preguntó por mi programa de ascensos planeado, para que pudiera coordinar la cobertura de los medios de comunicación. 207


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-Un representante de Hooked on Phonics quiere estar en el ascenso del Mauna Kea, en Hawai. La mera mención del Mauna Kea, el último pico que debía escalar, me produjo mariposas en el estómago. Yo había estado soñando en ese día durante tanto tiempo. ¡Una vez que hayamos escalado el monte Rainier, estaremos libres para volver a casa! En Spokane, nos detuvimos en una tienda REI para gastar otros 1.200 dólares en equipo, incluyendo botas plásticas necesarias para ascender a la nieve y al hielo. En nuestro viaje de Spokane hacia el campamento base, la mañana siguiente, dimos la vuelta a una curva, y allí estaba el que inspira asombro: el monte Rainier. Destellos de luz iluminaban la nieve dándole un color blanco vibrante, contrastando con el intenso color azul del cielo y el verde de las hayas gigantes. De 4 .830 metros de altura, la exquisita belleza de la montaña me dejó sin aliento. Una vez más las palabras del salmista vinieron a mi mente: "Alzaré mis ojos a los montes; ¿de dónde vendrá mi socorro? Mi socorro viene de Jehová que hizo los cielos y la tierra". Una vez había escuchado que por ayuda el autor quería decir fortaleza, una vitalidad espiritual que viene por la fe en Dios y en los propósitos de uno para la vida. Cuán apropiado, pensé. Necesito toda la fortaleza que pueda obtener para aceptar el desafío de esta increíble montaña. El monte Rainier, o monte Tacoma, como lo llaman los nativos estadounidenses locales, está clasificado como un volcán durmiente. Dormido, no extinto. Las tormentas que soplan del océano Pacífico y las violentas ráfagas que se producen en la montaña misma, hacen que la ascensión sea azarosa en cualquier época del año. El doctor George Draper, famoso psicólogo, dijo una vez: "El hombre muestra lo peor de sí mismo cuando se opone al hombre. Y muestra lo mejor de sí mismo cuando se opone a la naturaleza". Al mirar la rugosa majestad de la monta208


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ña, supe que el monte Rainier, exigiría lo mejor que había en mí. Una vez que llegamos al hotel que está al principio del sendero, pregunté a todos los que encontré, si podían recomendarme un equipo al cual pudiera unirme o algún montañista solitario que pudiera unirse con nosotros. Lisa había hecho arreglos para la cobertura de los medios, de modo que mientras buscaba un montañista, di un par de entrevistas a periodistas en el hotel, y conocí a los guardabosques. Cuando no pude hallar a nadie que pudiera: subir con nosotros, mi estrés se multiplicó. Pasamos la noche en el hotel Lee Whitaker. (Lee Whitaker fue una leyenda en el mundo del montañismo y su hermano fue el primer estadounidense que subió al Everest.) Cuando bajé de la camioneta para registrarme la siguiente mañana, oré: "Por favor, Señor, envíamos otro escalador. Quiero que esta ascensión sea segura". Ni Whit ni yo teníamos suficiente experiencia en rescate de grietas, ni siquiera después del monte McKinley. Iniciamos nuestra ascensión al monte Rainier desde Paradise Inn. Encontramos a numerosos escaladores que subían en el Skyline Trail. Muchos de ellos eran escaladores casuales de un día, que no se proponían pasar más allá del Muir Snowfields. Varias horas más tarde, llegamos al Muir Camp a los 3 .300 metros de altura. Whit tiró su equipo sobre una litera para dormir. Yo elegí una cercana a la suya, enrollé mi bolsa de dormir y saqué mi grabadora para registrar los acontecimientos del día. Apenas acababa de estirarme para descansar cuando un extraño entró precipitadamente por la puerta de la barraca, diciendo: -Entiendo que hay dos tipos que andan buscando un socio para escalar. Me puse alerta: - Somos nosotros. Me llamo Todd Huston -dije, extendiendo la mano para saludarlo. -Hola, soy Jim. ¿Les importa si me uno a ustedes? 209


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-Definitivamente, no. Luego, al pensar otra vez, me puse cauto: -¿Ha hecho usted muchas ascensiones? El tipo se encogió de hombros, al responder: -Algunas. He escalado en los Himalayas y en los Alpes. -Eso es suficiente para mí - dije sonriendo y luego le estreché la mano de nuevo-. Bienvenido al equipo. Dejamos el hotel alrededor de medianoche, detrás de otro equipo de escaladores. Al dejar que tomaran la delantera, ellos abrirían el sendero a través de la nieve en favor nuestro, ahorrándonos tiempo y preocupaciones de tomar una ruta equivocada. La luna estaba llena, así que podíamos escalar sin lámparas. Después de cruzar el Cowlite Glacier y las rocas sueltas de la Catedral de las Rocas, subimos al Ingraham Glacier, un campo de nieve y helados filos en ambos lados de grandes grietas. Al pie de una masiva pared de hielo, nos detuvimos para descansar. -Este es el lugar - nos advirtió el montañista- , donde el pedazo de un glaciar se rompió, cayó por la pendiente y mató a un numeroso grupo de escaladores de escuela secundaria. Miré la pared de hielo roto. Era como una ameRaza lista para caer sobre nosotros en cualquier momento. Pasamos el glaciar hasta la base de Disappointment Cleaver. Luego siguió el empinado sendero de grava suelta. Con nuestras hachas para el hielo y los garfios de trepar; tratamos de abrirnos paso en la oscuridad para seguir una senda abierta en las resquebrajaduras de la roca. Un sendero largo y empinado conducía al cráter de la cumbre. Finalmente cruzamos el cráter lleno de nieve a la verdadera cumbre: Columbia Point. Un viento de más de 96 kilómetros por hora azotaba a nuestro derredor, obligándonos a ponernos un rompevientos extra para mantenernos abrigados. Localizamos 210


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el afloramiento de las tres rocas que marcaban la cumbre oficial, y registramos nuestro ascenso. Después de tomar las inevitables fotografías, localicé el monte Adams al sur de nosotros; lo que había quedado del monte Santa Helena; y el monte Hood de Oregón, nuestro próximo destino. En nuestro camino de bajada de la montaña, me encontré con escaladores que habían escuchado acerca de mí en la radio, en los periódicos o en la televisión. El arduo trabajo de Lisa estaba dando buenos resultados. Llegamos a un puente de nieve y decidimos, para estar seguros, que cruzaríamos atados a una roca. Probamos cada paso con nuestras hachas de hielo, buscando puntos blandos, que pudieran ser grietas ocultas. Miré hacia adentro de varias grietas de color verde-azul tratando de ver el fondo. Cuando llegamos a una ladera suave, no muy empinada, caí sentado. ¡Deslicémonos, pensé, como niños en un tobogán!, y me deslicé hasta el campo de nieve que estaba al fondo. Hacia el fin del descenso me encontré con un joven aparentemente desprovisto de motivación para aprender. Aparentaba indiferencia en el estudio para obtener buenas calificaciones o participar en las actividades de la escuela. Mientras caminábamos, le hablé acerca de la aventura del ascenso a las montañas y lo que había llegado a significar para mí. Compartí con él mi fe erÍ Dios y cómo Dios había hecho posible mi éxito. Le dije: -Yo sé que no puedes verlo ahora, pero la escuela es importante. Si alguna vez quieres tener un empleo bien pagado o llegar a hacer algo en la vida, debes obtener una buena educación. Siguiéndome hasta dentro del hot el, hizo muchas pre- · guntas acerca de mi vida y del porqué estaba haciendo aquello. Me sentí muy bien de saber que había alcanzado su corazón, al menos en alguna forma muy sencilla y humilde. 211


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Fui en busca de un teléfono público para llamar a Lisa. Yo sentía que el monte Hood iba a ser más que la aventura que yo había imaginado. A pesar de mi incertidumbre, le dije a Lisa: - El resto va a ser como un paseo. Rainier era el último gran obstáculo. -¿Cómo vas en la búsqueda de un guía para el monte Hood? -No he tenido suerte hasta este momento. He llamado a todos los servicios de guías en las páginas amarillas de Portland, y nadie subirá la montaña esta semana. Me pasé las manos sobre los ojos al decirme a mí mismo: "Estamos tan cerca de batir el récord. Hood es el pico número cuarenta y siete. Tiene que haber alguien". Yo sabía que escalar el Hood sin un tercer miembro del equipo sería una necedad. Como en el monte Rainier, Whit y yo carecíamos de la experiencia necesaria en técnicas de rescate. Llamé a las oficinas de una empresa de guías que me habían recomendado y hablé con el dueño. Le hablé acerca de mi propósito para batir el récord actual de los cincuenta picos, luego revisé con él las rutas que deseábamos seguir. Su respuesta hizo que el corazón se me fuera a los pies. -Si subes esa montaña, camarada, haces un viaje hacia la muerte.

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Capítulo 21

PRISIONERO DEL MONJE HOOD diferencia del monte McKinley, el peligro del monte Hood no era el frío, sino el calor. Una inesperada honda de calor había fundido la nieve de la cumbre, exponiendo el suelo y las rocas. Durante la parte más fría del día el hielo podía retener las rocas pegadas a la montaña, pero cuando la caprichosa onda cálida aumentaba la temperatura, el hielo se fundía y las rocas podían soltarse y caer por la ladera de la montaña. Llamé a Lisa de nuevo y le comuniqué mi fracaso: -Me dicen que es demasiado peligroso. -Seguiré haciendo la lucha -me aseguró ella-. Estoy segura de que una vez que llegue a Portland, podremos encontrar un guía experimentado en algún lugar que esté dispuesto a escalar la montaña. Lisa se quedaría con su hermano mientras nosotros escaláramos el monte Hood. Esta sería la última vez que nos veríamos antes de volar a Hawaii. -Hey-dimo Whit con una cariñosa palmada. -¿Listo para subir? Asentí, deseé a Lisa un vuelo seguro y seguí a Whit rumbo a la camioneta. -¿Encontraron un guía? - Todavía no -le repuse, y ocupé el lugar del pasajero. Me dolía el pie, me dolía el muñan, me dolía la espalda. Lo último que recuerdo es que estábamos viajando tres horas hacia el sur, rumbo a Portland, para hacer frente a otro inconveniente. Whit me preguntó cuando comenzó a entrar a la carretera:

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-¿Qué haremos si no puedes encontrar un guía? Incliné la cabeza sobre el respaldo del asiento, cerré los ojos, y le dije que no sabía. Ambos habíamos escuchado acerca de incidentes en el monte Hood la semana anterior. Un equipo de cinco escaladores cayeron. Dos murieron, y otros dos quedaron severamente heridos. -Todos los servicios de guías recomiendan que nos mantengamos alejados de la montaña -le recordé. -Es fácil para ellos decirlo -murmuró Whit-. Ellos no tienen un récord que batir. -Entiendo las razones que tienen. Ellos deben considerar sus primas de seguros y también su reputación de seguridad -respondí extremadamente débil. El agotamiento a causa del estrés de la ascensión y por nuestra situación me arrulló en un descanso semi inconsciente. Cuando llegamos a los alrededores de Portland, nos fuimos directamente a un motel. Whit se dirigió por el pasillo hasta su habitación y, cuando ya estaba a punto de entrar en su puerta, saludó con la mano y dijo: -Nos vemos la próxima semana. Una vez dentro de mi cuarto, torné un baño e hice una llamada a mi familia. Pensé en Lisa, que estaba volando hacia el aeropuerto internacional de Portland y su hermano estaba esperándola allí. Y. mientras más pensaba en ella, más convencido quedaba de que yo debería haber ido a esperarla al aeropuerto. Debería ir a esperar su vuelo. Yo aprecié mucho que ella me esperara cuando volé a mi casa. Y sería una agradable sorpresa para ella.

Me tiré a mi cama, quedé mirando el cielo raso, bostecé, y dije: Estoy demasiado cansado. Cerré los ojos. De repente, se abrieron. Me senté y me pasé las manos por el desarreglado cabello. "Esto no va a funcionar. Tengo que afrontarlo. Deseo más ir al aeropuerto que dormir". Me puse la camiseta, los shorts y los zapatos, como también la pierna artificial; me pasé el peine por el cabello y me dirigí hacia la puerta. 214


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Su hermano me reconoció por los recortes de periódicos que ella le había enviado por correo. Hablamos un buen rato antes que el avión llegara. Me acerqué ansiosamente hasta la zona acordonada, hasta que pude verla salir por la puerta. -¡Todd! ¡No esperaba verte aquí! - dijo a gritos, echándome los brazos al cuello. Yo le di un fuerte abrazo. Tantas cosas habían ocurrido desde la última vez que nos habíamos visto. Conversamos acerca de guías en nuestro camino hacia el estacionamiento. Ella tenía estas buenas noticias: - Encontré un servicio de guías que te llevará hasta lo alto de la montaña. De repente me sentí mucho mejor. Al día siguiente ella y Whit fueron a dar una vuelta por Portland, mientras yo hablaba con el servicio de guías. Ocho horas antes de la salida rumbo a la montaña, recibí un mensaje de ellos. -¡No - grité-; no pueden detenernos ahora! Pero ellos lo hicieron. Yo no tenía otra alternativa, sino continuar mi búsqueda. Llamé a otro servicio de guías. Ni siquiera querían escuchar de mis planes. Después llamé a un hombre que Whit había conocido en el monte Rainier, quien había acordado subir con nosotros. También se negó: -Lo siento. No puedo hacerlo. - Pero tú dijiste ... -Eso fue antes de que yo escuchara los últimos informes de las condiciones de la montaña. Hay rocas del tamaño de refrigeradores que ruedan por las laderas! Cerré los ojos, y me sobé la parte de atrás del cuello. Todo eso ya lo había escuchado antes. -El puente de nieve ha desaparecido -continuó-. Tendríamos menos del so % de probababilidades de volver vivos. Me zumbaba la cabeza por los nudos de tensión que tenía en el cuello. 215


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-¿Qué si hacemos una ruta alternativa? -Estarías en mayores dificultades aún. ¿Por qué no vienes en una o dos semanas? -No puedo hacer eso-le dije-. Además, es solo el mes de julio. Mientras más esperamos, más se fundirá la nieve y peor se pondrá la montaña. Colgué el auricular. Quizá tienen razón. Quizá yo sería un necio si subiera esa montaña ahora. Quizá debiera cancelar todo el resto de la expedición. Desalentado, llamé a Fred en Reno. Si alguien puede decirme qué hacer, él puede, pensé. Fred había escalado el monte Elbrus en Rusia. El Kilimanjaro en Africa, y el Aconcagua en Sudámerica. El teléfono sonó tres veces antes de que oyera la voz de Kathy. "Fred y yo no podemos contestar el teléfono ahora, pero si deja su mensaje después de la señal..." -¡¡Auch!! -dije con un gemido-. ¿Dónde estás, corazón? Y le dejé un mensaje para contarle mi triste situación. Fred llamó al día siguiente: -Todd, creo que se puede escalar la montaña. Has llegado demasiado lejos para tirar la toalla ahora. Si me envías el pasaje de avión ahora, yo te llevaré hasta lo alto del monte Hood. A la siguiente mañana, a las 9:30 encontré a Fred en el aeropuerto de Portland. El tiró su bolsa dentro de la camioneta. -Vamos a escalar una montaña -dijo. Lo llevé al hotel, donde hablamos con Whit y Lisa acerca de la ascensión. -¿Y qué si es peligroso? -preguntó Lisa. Fred se encogió de hombros. -Si hay un problema, hallaremos la forma de resolverlo. No lo escalaremos, si no es seguro. Lo prometo. -Bien -suspiré con alivio-. Ninguna montaña merece que muramos por ella. Estoy dispuesto a correr riesgos razonables, pero no quiero cometer errores estúpidos. 216


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Pensé en las posibilidades del fracaso. Puedo decir a la gente que de veras luché con mi mejor esfuerzo. Sin embargo, en mi corazón, yo sabía que el impacto no sería ni aproximado que el que tendría si batiéramos el récord. Muy bien, Señor, aquí vamos. Como de costumbre, estamos en tus manos. Todos nos acomodamos en la camioneta y nos dirigirnos hacia el este, a través del Morrison Bridge. El monte Hood flotaba al otro lado de la ciudad corno una montaña de fantasía, inaccesible y distante. Comimos en Tirnberline Lodge y hablarnos con los guardabosques para cerciorarnos de los peligros. El suave crugido de la nieve bajo mi bota de plástico se convirtió en un ritmo cómodo mientras seguía a Fred hacia la base de la montaña. Las temperaturas más cálidas de la tarde nos permitían caminar en la parte más baja de la montaña mientras usábamos shorts de caminata y camisas con mangas cortas. Más tarde, añadiríamos las capas de ropa pesada según la altitud más elevada lo demandaba. Continuamos caminando hacia donde el camino se convirtió en un sendero. Lisa corrió detrás de nosotros. Luego se puso tras nosotros, tornando fotos de Whit, de Fred y de mí, mientras subíamos. Cuando el sendero se hizo más abrupto, le dijimos adiós, y ella regresó al hotel, mientras Whit, Fred y yo continuábamos subiendo la montaña. -¡Vamos! -dijo Fred-. Lo haremos. Probé mi peso cuidadosamente sobre la nieve al lado de la senda. La encontré buena y sólida. Whit pateó un montón de nieve con la punta de su bota, y coincidió conmigo: -Se siente bien. Satisfecho, Fred se volvió y se dirigió hacia la empinada ladera. Abriéndome paso hacia la colina más allá de la zona de esquiar, mi bota y el pie de mi pierna artificial seguían hundiéndose en el blando suelo y resbalándose medio paso hacia atrás cada vez que avanzaba un paso hacia 217


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adelante. Fred ajustó su paso al mío. Una milla o algo así más allá del segundo hotel, nos detuvimos para observar la puesta del sol por el oeste. La temperatura del aire descendió repentinamente, obligándonos a ponernos nuestra ropa gruesa. Desde nuestra posición en la montaña, podíamos ver la ciudad de Portland mientras los colores se desvanecían sobre las colinas hacia el oeste de la ciudad. Una tras otra, observamos las luces parpadear hasta que parecieron astillas de diamantes esparcidas a lo largo de una sábana de terciopelo azul oscuro. Fred sugirió: -Si llegamos allá lo más pronto posible, yo subiré delante de ustedes y estableceré un campamento, luego exploraré la montaña para saber lo que está ocurriendo. Él repitió nuestro plan de juego: -Acamparemos en Hogsback Ridge, directamente debajo de la cumbre. Dormiremos desde la medianoche hasta las cuatro de la mañana, que es la hora más fría de la noche, luego subiremos a la cumbre y volveremos inmediatamente para escapar de las rocas tan rápidan¡}ente como sea posible. El aire frío de la noche me clavaba sus garras en las mejillas y daba vigor a mis pasos mientras caminábamos a través de los riscos sembrados de rocas. Usando nuestras hachas para el hielo pero no nuestros tacos para andar sobre hielo, cruzamos un campo de nieve y hielo. Si te resbalas aquí, Todd, me dije a mí mismo, vas a tener un largo paseo rumbo al pie de esta montaña. Llegamos a la base de la traicionera ladera de hielo sólido, la última porción de hielo antes de llegar a la cresta de Hogsback Ridge. La única luz que teníamos era la de nuestras lámparas. Fred señaló hacia arriba: -Allí está. Lleguemos hasta allá. Yo apenas acababa de llegar a la cima del risco sobre el cual estaba parado. Mirando hacia arriba, hacia las pu278


Prisionero del monte Hood

lidas paredes del risco, luego hacia abajo desde donde ya había yo escalado, saqué los tacos para andar sobre hielo de mi mochila. -Se ve un poquito congelado - me dije en voz alta-. Me pondré esto primero. - No es para tanto - dijo Fred medio burlón-; pero póntelos. Yo sigo guiando hacia arriba. Pero resbaló y cayó. Luego, luchando para ponerse de pie, giró, como un auto liviano acelerando en una colina congelada. Cuando logró ponerse en pie, se deslizó hacia la pared, y dijo: - Creo que también me pondré los tacos para andar sobre hielo ahora. Whit y yo nos reímos. Paso tras paso, subimos la ladera hacia la cima del risco de 70 metros de alto. Las burlas y la conversación cesaron. Dar cada paso requería profunda concentración. Un paso en falso, y una persona podía rodar hacia las nudosas protuberancias que se formaron en la montaña durante un capítulo más violento de su vida. Enormes rocas del tamaño de un piano que habían caído del acantilado y rodado mil metros o más, punteaban el helado campo que estaba abajo. Cerca de la parte superior del Klickatat Glacier, podíamos ver fumarolas de azufre que salían de las grietas, como vapor que surgiera de una máquina gigantesca de vapor sepultada profundamente dentro de la montaña. La leyenda dice que las tribus nativas estadounidenses nunca subían más allá de los glaciares del monte Hood, porque creían que las crestas de la montañ a eran el reino de los espíritus, lugar tabú para los seres humanos. Si comenzáramos a deslizarnos desde esta parte de la montaña podríamos caer en lagunas de agua: nieve derretida por el calor que sale desde las profundidades de la montaña. Nos abrimos paso hasta lo alto de la cresta del monte, de no más de 75 centímetros de ancho. Empinadas laderas caían en declive a ambos lados. Seguimos cami219


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nando hasta que hallamos un punto un poco más ancho, de un metro y medio y allí establecimos un campamento. Nos quitamos las mochilas y las anclamos a la montaña. Con nuestras hachas para el hielo, cada uno cavó en el hielo un lugar personal para acampar, del tamaño suficiente para desenrollar una bolsa para dormir. A continuación, amontonamos nieve junto al borde del precipicio que estaba al lado de nuestras bolsas. Eso porque teníamos la esperanza de que evitaría que nos rodáramos por la ladera de la montaña en nuestro sueño. Una vez satisfechos con nuestras plazas fuertes, enterramos nuestras hachas para el hielo dentro de la nieve y atamos nuestras bolsas de dormir a ellas. Con suerte, mi hacha evitaría que mi bolsa de dormir se deslizara por la pendiente de 70 o 100 metros hasta una profunda hondonada donde el hielo de las rocas se había derretido. Si una persona se deslizara, jamás podrían recuperar su cuerpo.

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Capítulo 22

EL MONJE IHllNEY: NUMERO CUARENU YNUEVE fff -dijo Whit, estirándose y restregándose la nariz-. ¿Qué apesta? -Las ftJrnarolas de azufre -contestó Fred riéndose. Comimos puñados de cereal, mezcla especial para estos casos, bebimos limonada caliente, luego nos dormimos observando las bocanadas de humo que salían del costado de la montaña. A las 4 :00 a.m. temblé por la temperatura sub-ártica que hacía, mientras empacábamos los artículos esenciales para la ascensión en nuestras mochilas para subir a la cumbre. Un fuerte frío había entrado mientras dormíamos, trayendo temperaturas más bajas aún de lo que habíamos esperado, gracias a Dios. Me puse el casco, me acomodé el arnés de ascensión, me até a la cuerda de todos, y comenzamos a subir el risco. Vi hacia atrás, por el risco donde ya habíamos pasado y divisé a otros escaladores detrás de nosotros. Ellos nos vieron también y se detuvieron para evitar el riesgo de ser arrastrados por alguna roca que nosotros hiciéramos rodar por la pendiente. Llegamos a una grieta o series de grietas, en el extremo superior de un glaciar, donde este se está separando de la montaña. La vista nos detuvo en nuestra marcha. Una delgada lengua de nieve se extendía a través de un precipicio. Este era el puente de nieve que los guías y los guardabosques habían dicho que ya no existía. Whit y yo

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nos abrazamos mientras Fred probaba el puente para ver cuán fuerte era. -Está bien -dijo, mientras pasaba al otro lado de la abierta grieta. Una vez que hubo llegado al otro lado y asegurado su hacha para el hielo en la montaña, me hizo señal de que yo cruzara. Contuve el aliento y crucé el puente de nieve y hielo, seguro de que en cualquier momento se rompería y que me quedaría colgando como una araña de una cuerda, 300 o más metros por encima de la eternidad. Recuperé la respiración normal al otro lado. Y Whit pasó con seguridad detrás de mí. Nuestro siguiente desafío fue ver la caída de una roca asesina. Normalmente la nieve cubre estas rocas, pero debido a la temperatura rriás caliente, subimos a través de lo que sería algo así como una compuerta de rocas sueltas, tierra y hielo. Mis tacos para andar sobre nieve se·negaron a hundirse en la extraña superficie. Cada paso aflojaba más rocas, enviándolas a rodar por la ladera de la montaña. Fred pasó adelante y se detuvo a esperarme para que yo cruzara. Luego me siguió Whit. La ladera se hizo cada vez más empinada, hasta que finalmente nos arrastrábamos literalmente sobre las grandes rocas. De repente, con el pie rompí una roca de la montaña, enviándola hecha pedazos hasta el valle que estaba abajo. Hundí mis tacos para andar sobre nieve en un peñasco cercano. "Por favor, Señor, dame un buen lugar donde asentar los pies", supliqué en silencio. Pasamos el punto crítico de la montaña, arrastrándonos por encima de una hondonada de nieve, hielo, rocas sueltas y lodo. Con las manos y la ropa cubiertas de lodo, me t repé al risco a tiempo para ver la salida del sol sobre los picos de las montañas al este. -¡Allí está, chicos! -gritó Fred, lanzándose hacia adelante-. ¡Aquí estamos, muchachos! 222


El monte Whitney: Número cuarenta y nueve

Whit y yo nos lanzamos a correr hacia la cumbre, tras hacer la V de la victoria, y firmar el registro. -¡Fotos! ¡Tiempo para fotos! -dijo Fred al poner su cámara sobre una roca y acondicionar el disparador automático. Luego corrió hasta donde estábamos Whit y yo y esperó. La cámara disparó. -¡Una más! - gritó-. Luego repitió lo mismo con las cámaras de Whit y la mía. Aún cuando necesitábamos bajar rápidamente de la cumbre, me detuve un momento. Recorrí con la vista el horizonte. Yo estaba parado en el lomo de un monstruo inquieto que humeaba. Hacia el este, podía ver la sucesión de monta.ñ as que se iban disminuyendo hasta convertirse en matorrales. Hacia el sur, el monte Jefferson, llamado así por Lewis y Clark en honor del presidente que financió la exploración que hicieron, y las Tres Hermanas, centinelas al oeste de Bend. Me volví hacia el norte y seguí mirando, el Columbia George y el famoso río que desafió a los pionerós. Hacia el oeste, podía ver las luces de la ciudad de Portland, parpadeando para despertar a otro día. -Todd -sentí la mano de Fred posarse sobre mi hombro-, me siento muy contento de que me hayas pedido que hiciera esta ascensión contigo. Sonreí: -Yo.también. Tú no sabes cuán importante has sido para toda la expedición, al ayudarnos a subir una montaña que nadie más se atrevía a escalar. -Sí -dijo interrumpiéndome-, pero tú eres el que ha recorrido la distancia. Esta ascensión es tuya. ¿Lo recuerdas? Estuvimos uno al lado del otro silenciosos por un momento, observando el amanecer hasta los valles allá abajo: dos amigos de toda la vida, compartiendo un momento de triunfo. Fred tomó su bolsa: -Amigos: es necesario que descendamos. 223


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De mala gana apreté las correas de mi casco y me preparé para bajar. Era el mismo sentimiento después de cada difícil ascenso: tanto trabajo, y tan poco tiempo para disfrutar el logro. A mí me hubiera gustado permanecer más tiempo sobre la montaña, para estudiar el terreno siempre cambiante. Me pregunté cómo sería dormir bajo el palio de estrellas u observar la salida de la luna desde la perspectiva de la cumbre. La montaña parecía permanente, inconmovible. De nuevo, sentí la presencia de un Poder invisible. Una vez que iniciamos el descenso, recordé mis preocupaciones por el descenso. La ruta sería más peligrosa, puesto que el sol ya había salido. Nos miramos los unos a los otros cuidadosamente, cuando comenzamos a descender por el sendero, dejando solo cuatro pisadas borrosas detrás y nuestras firmas en el registro para probar que habíamos estado allí. Nos atamos con la cuerda y tomamos una ruta diferente para bajar la montaña. Si bien estaba muy resbaloso, el descenso mismo fue mucho más fácil. Cuando llegamos a las rocas, me detuve para quitarme los tacos para andar sobre hielo. Whit se quedó conmigo un momento mientras Fred se adelantó para comenzar a empacar el equipo. El tenía que tomar un avión en Portland. -Todd, ¿podrías estar abajo para las nueve? -me preguntó Fred. -Haré lo mejor que pueda para lograrlo. Fred me saludó con la mano y corrió montaña abajo. Minutos más tarde, Whit y yo ya estábamos también en el sendero. Cuando llegamos a la zona de esquiar, me dejé caer sobre la espalda y me deslicé pendiente abajo, mientras Whit corría. Encontré un área segura, pasé a otros esquiadores y barreras de nieve. Después de pasar el hotel más pequeño, me deslicé un poquito y luego corrí. 224


El monte Whitney: Número cuarenta y nu v

Puse la cabeza contra el viento y agarré velocidad. De repente, sin previo aviso, mi pierna artificial voló debajo de mí. lanzándome tendido sobre la nieve. De alguna manera, no me lastimó. De hecho, disfruté el lance. El seguro que mantenía mi pierna en su lugar había saltado, así que busqué en mi mochila hasta que hallé otro, y luego seguí corriendo montaña abajo como si nada. Llegué a Timberline Lodge solo veinte minutos después de Fred. Y Whit llegó inmediatamente. Después de echar nuestro equipo a la camioneta, nos metimos en la cabina y Whit aceleró rumbo al Aeropuerto Internacional de Portland. Después de una salvaje carrera, quemando llantas en algunas curvas, Whit llevó la camioneta hasta la puerta de salida cinco minutos antes del despegue. Fred saltó de la camioneta y tomó su equipo. -Déjalo - le dijimos-. Te lo llevaremos a Reno mañana. Fred asintió con la cabeza y corrió rumbo a la terminal. Lisa y yo seguimos tras él para estar seguros y esperarlo en caso de que perdiera el vuelo. Cuando llegué a la puerta le pregunté a la que atendía el vuelo si Fred lo había alcanzado. -La puerta ya estaba cerrada. Tuvimos que abrirla solo para él -respondió ella. Dejamos a Lisa en la casa de su hermano. Ella volaría de regreso a California para finaliza r los planes para Hawaii mientras nosotros tomábamos la carretera I-5 rumbo a Nevada. Celebramos ruidosamente cuando cruzamos el límite entre Oregón y California, aunque estábamos todavía a 830 kilómetros de casa. Habíamos experimentado el mismo gozo cuando cruzamos la zona del Tiempo del Pacífico. Habíamos cruzado las diferentes zonas horarias veinte veces durante nuestro viaje. Nos quedamos con Fred y Kathy esa noche y el siguiente día, tomamos el rumbo del sur, hacia el pico más alto de Nevada, el Boundary Peak, de 4.380 metros de altura. 225


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Situado en una desolada carretera cerca de la frontera entre Nevada y California, el pico del desierto se corn;ideraba un ascenso agotador. Para mí, la parte más cansadora de la ascensión se debía a no tener suficiente agua para beber en la senda de 12,s kilómetros hasta la cumbre. Mirando hacia el horizonte rumbo al oeste, Whit y yo tratamos de adivinar cuál pico montañoso era el monte Whitney, nuestro pico número cuarenta y nueve. Nos relajamos un poco en la cumbre, disfrutando el maravilloso escenario que se dominaba desde allí. Yo bajé por el mismo sendero que había subido, pero Whit eligió uno que había visto desde la cumbre. Mientras caminaba a través de un amplio valle, escuché un relincho. Me volteé rápidamente y vi una manada de caballos salvajes. Cerca de ellos, un potrilla estaba junto a las patas de su madre. De repente, la yegua me vio y se puso sobre sus patas traseras, en actitud defensiva. -Diga, señora-dije, echándome lentamente para atrás-. ¡Está bien, no pasa nada! Vi un arbusto a un lado del sendero y me escondí detrás, luego di una vuelta para evitar esa zona ):.,a manada . también se movió cuidadosamente en la otra dirección, evitándonos mutuamente. Whit estaba durmiendo en el asiento trasero de la camioneta cuando finalmente llegué abajo. Después de apagar mi sed con lo que pareció un galón de agua, tiré mi equipo a la camioneta, subí a bordo y nos dirigimos rumbo al desierto John Muir de California y de allí al monte Whitney. Whit había hecho arreglos para encontrarse con David Long, un amigo suyo, en el pueblo de Lone Pine. David quería subir la última montaña en el área continental de Estados Unidos con nosotros. Como se necesita un permiso para pasar la noche en el monte Whitney, y los permisos se extienden en la oficina del guardabosque por sorteo cada mañana, nosotros llegamos temprano por la noche. Lo peor que podía imaginarme que me ocurriera sería que 226


El monte Whitney: Número cuarenta y nueve

los guardabosques ya hubieran dado los permisos antes de que llegáramos. La siguiente mañana, mientras yo llamaba a Lisa para arreglar los detalles de última hora antes de que ella volara a Hawaii, Whit fue a la estación de guardabosques y obtuvo los permisos necesarios para acampar. Para cuando dieron las once de la mañana, ya estábamos en camino. Habíamos proyectado que el viaje duraría ocho horas y media: cuatro horas hasta el campamento, media hora de descanso, y luego cuatro horas de allí a la cumbre. Whit y su amigo se adelantaron desde el Whitney Portal. donde dejamos la camioneta. Con los músculos endurecidos por un verano dedicado a escalar y buena disposición para cumplir la última ascensión, antes de Hawaii, me moví con velocidad y agilidad de subida por el sendero. Siempre que pasaba a otros escaladores, me detenía y hablaba con ellos un momento; luego me apresuraba para continuar con la ascensión. Me sentía como un motor bien afinado mientras caminaba cruzando arroyos y bordeando lagos con facilidad. Cuán diferente me parecía est a ascensión de las primeras que había hecho. En el Out Post Camp encontré a una recién graduada de la escuela secundaria y su madre que iban a escalar la montaña. Después de escuchar mi historia, la muchacha admitió sus temores al ingresar en la universidad en el otoño, y su desafío personal de escalar. Otra joven mujer con quien conversé brevemente cerca de Trail Crest habló acerca de su compromiso y su próximo matrimonio. Le deseé lo mejor. Yo sabía que el desafío del monte Whitney eran las pendientes en vaivén: noventa y siete de ellas, que rodean la ladera de la montaña. (Whit las contó.) Yo había estado temiendo encontrarme con ellas desde el momento en que otros montañistas me hablaron de su existencia. Mientras luchaba para escalarlas, me sorprendió encontrar que las subidas en zigzags no eran tan negativas como yo las 227


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había imaginado, sino más bien, positivas, que hacían la ascensión más fácil. Paredes de escarpadas rocas bordeaban el bien marcado sendero. A la distancia, se levantaban alrededor de mí algunos pináculos, fieles centinelas de la ruta. Era fácil ver cómo Clarence King, miembro del Whitney Survey Team, pudo hacer dos intentos de ser el primero en escalar la montaña, y ambas veces subió a un pico equivocado. Sin la bien marcada senda, sería difícil decir cuál pináculo escalar. El señor King le dio el nombre de su jefe: Josiah D. Whitney, jefe de la State Geological Survey en 1860-1874, a la montaña. Alcancé a Whit y su amigo en el Trail Camp. Nos detuvimos a extraer agua del lago con nuestros purificadores, antes de continuar. A mitad de los 4.381 metros que tenía la montaña, yo no sentía ningún malestar por la falta de oxígeno. Sin embargo, podía ver señales de fatiga en los movimientos y en el rostro del amigo de Whit. Preocupado, le pasé la mitad de una tableta de la medicina que el médico de Alaska me había dado para el mal de montaña. -Tenla a la mano en caso de que nos separemos por alguna razón -le aconsejé-; ayuda mucho. Continuamos nuestra ascensión a la cumbre. El sol estaba descendiendo cuando alcanzamos el risco que conecta los pináculos y la barranca con el pico más alto. Desde el risco podía ver claramente el pueblo de Lone Pine y todas las desoladas llanuras del este de Nevada. Un helicóptero aterrizó en la cumbre de la montaña, luego despegó de nuevo. Yo me preguntaba por qué. Desde la ascensión al McKinley yo asociaba los helicópteros con las emergencias. Caminando varios metros más adelante, divisé la cabañita de roca construida y mantenida por el Smithsonian Institute en la cumbre, para ayudar a los que escalan el monte Whitney. 228


El monte Whitney: Número cuarenta y nueve

- ¡Sí! - eché a correr a pesar del hecho de que había estado caminando desde hacía ocho horas. La adrenalina inundó mi cuerpo mientras corría los últimos metros hasta la cumbre. La altura no me afectó para nada esta vez. Elevé las manos al aire: -¡¡Sí!! ¡¡Lo hicimos!! Un brillo anaranjado llenó el cielo, completando la increíble onda de felicidad que me inundaba. Otro desafío vencido, otra victoria ganada. Descartando algún imprevisto accidente, yo sabía que pronto estaríamos en casa. Después de registrar nuestros nombres y tomar las inevitables fotografías, los tres nos dirigimos hacia la cabaña para dormir. Pregunté a un joven que estaba por allí cerca en cuanto al helicóptero. -Algunos tipos se pusieron muy mal por la altura y tuvieron que ser evacuados por aire para llevarlos al hospital. Después que Whit hizo la comida, saqué mi teléfono celular de mi mochila y marqué el número de Fred en Reno. -Hola, Kathy. Habla, Todd. ¿Está Fred allí? Varios segundos pasaron antes de que oyera la voz de mi amigo. -Hola, Fred. ¡Te llamo desde la cumbre del monte Whitney! ¡Lo hicimos! El sábado próximo volaremos desde el aeropuerto internacional de los Angeles hacia Hawaii. ¿Puedes creerlo? A continuación llamé al locutor que había estado siguiendo mi expedición para decirle: -Le veré el próximo domingo cuando batamos el récord.

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Capítulo 23

MÁS OUE MONTAÑAS as palmeras nos saludaban ondeando con la suave brisa del Pacífico, mientras las olas azules azotaban dulcemente las perlinas arenas blancas, donde niños bronceados por el sol chapoteaban en la playa. -¡Qué lejos estaba todo esto de las mortales grietas del monte McKinley, de los piquetes de los tábanos negros de Katahdin, de mi abrumadora sed en el Wheeler Peak de Nuevo México! Me puse mi camiseta Hooked on Phonics y corrí hacia el espejo para peinarme el recién cortado cabello. Alguien tocó a la puerta. -Ven Todd. Mi hermano menor Steve, estudiante de la Universidad Brown, había volado a Hawaii con mi madre para estar en mi última ascensión. -Lisa nos dijo que te lleváramos a la montaña a tiempo. -Ya voy, ya voy. Una extraña lasitud me invadió al considerar que hacía frente a mi última montaña. Durante más de un año había estado pensando en esta expedición. Había enfocado, todo momento en que estuve despierto, a mi blanco de batir el récord de los cincuenta picos más altos. Durante varios meses había entrenado mi cuerpo y mi mente para los rigores de la ascensión. Durante semanas había vivido para cada nueva montaña. Y durante muchos días no había pensado en ninguna otra cosa sino en esta mañana. Y ahora estoy aquí y parece que se necesita un cartucho de dinamita para que yo me levante de aquí y siga adelante. No había ningún escape de algo que amenazara la vida, ni un rescate donde se desafiara la existencia, ningún dra-

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ma emocionante; solo un breve paseo a la montaña, seguido por una más breve caminata rumbo a la cumbre. Si la vida real mimetizara el tiempo de rnás audiencia de la televisión, mi historia terminaría con la pérdida de Whit en algún vestisquero en el monte McKinley y yo rescatándolo segundos antes de exhalar el último suspiro. Más bien, estaba yo preocupado por decidir qué tipo de calcetas me pondría para lucir ante las cámaras. Me ajusté la gorra sobre mi cabello emblanquecido por el sol y me dirigí hacia el mundo que me esperaba. Escalar el monte Mauna Kea, la montaña más alta de Hawai, de 4.598 metros de altura, habría sido anticlimático después de la ascensión al monte McKinley o al Rainier, excepto por la celebración que Lisa había planeado. Ella ya había salido para el Hale Pohaku Visitor 's Center para terminar de arreglar los últimos detalles de la cobertura de los medios de comunicación para recoger el último instante de mi llegada. En el auto encontré a Lori, la representante de Hooked on Phonics. Ella transportaría a mi madre y a Whit a la montaña mientras mi hermano y yo iríamos en el asiento trasero de la camioneta de un amigo. Bajamos por el bulevar bordeado de palmeras, pasamos los hoteles y tiendas de lujo que los acompañan, a través de zonas residenciales similares a muchas de las que hay en mi ciudad en el sur de California, y pasamos las puertas de seguridad de casas más grandes y palaciegas. Después vinieron los pedregales de lava, luego los campos verdes de caña de azúcar y piñales. Mi hermano y yo recordábamos todas las aventuras que habíamos vivido en nuestros días de Boy Scouts y reíamos de buena gana. Todo parecía haber ocurrido hacía poco tiempo. El chofer de nuestra camioneta hizo sonar la bocina cuando dimos vuelta a la última curva antes de llegar al Visitar' s Center. Lori, que manejaba el auto de232


Más que montañas

trás de nosotros, hizo lo mismo. Las banderas ondeaban en los escalones del centro. -¡Felicitaciones, Todd Huston! ¡De Hooked on Phonics! -¡Felicitaciones, Summit America por batir el récord! - 19 de junio al 7 de agosto. Los postes del alumbrado de la calle est aban adornados con grandes letreros que decían: -¡Excelente marca, Todd! ¡Lo hiciste! Los técnicos de las cámaras de televisión y los reporteros de noticias se arremolinaron cuando mi hermano y yo bajamos de la camioneta. Las cámaras relampaguearon mientras hermosas mujeres me colgaban guirnaldas de flores en el cuello y me besaban en las mejillas.Ofrecí una entrevista por televisión en los escalones del centro de visitantes. -Sufrir una amputación es como ver morir a un ser amado - expliqué-. Uno pasa por las mismas etapas del dolor y la tristeza ... todas las esperanzas y sueños son sacudidos. Luego uno aprende a aceptarlo y comprende que no es más que otro escollo en la vida que se tiene que vencer. -Me veo como el representante de 43 millones de estadounidenses que en algún momento, en cualquier día dado, luchan contra una enfermedad grave, una incapacidad, o cualquier otro desafío relacionado con la salud. -Continué incluyendo los desafíos que no pueden verse por rayos X, desafíos como el divorcio, la muerte de un ser querido, el sobrepeso, o vencer la adicción a las drogas o a la bebida. Seguí sonriendo mientras los periodistas se volvían hacia las cámaras para cerrar la entrevista. -Todd Huston, de 33 años, de California, está de pie en nuestro Mauna Kea, como conclusión de un viaje de sesenta y siete días que lo llevó a la cumbre de los picos más altos de los cincuenta estados de los Estados Unidos de Norteamérica. Solo treinta y dos personas han completado esta hazaña, pero Huston, el número treinta y dos, lo hizo en menos tiempo. Y con menos piernas. (Él olvidó 233


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mencionar que Whit había subido también los cincuenta picos conmigo.) Alguien gritó: -¡Corten! El reportero me agradeció por la entrevista. Luego nos dirigimos al interior del Visitor's Center y escuchamos una presentación acerca de la montaña. El guardabosques explicó que el Mauna Kea es el lugar número uno en el mundo para observar las estrellas: -Muchos países han colocado observatorios en la cima de la montaña. El complejo de observatorios se llama el Onizuka Center for Internacional Astronomy, en honor del Teniente Coronel de la Fuerza Aérea Ellison S. Onizuka, quien perdió la vida en el infortunado vuelo del Challenger. Al final de la presentación, subimos a los vehículos que nos esperaban para el viaje hacia la cumbre. El verdor del follaje fue disminuyendo a medida que subíamos por la carretera de la montaña. Cuando terminó el pavimento, estacionamos los vehículos y comenzamos a subir la empinada carretera de grava en medio del zumbido de las cámaras de vídeo. Whit, Steve, Lori y el equipo de videograbación subieron conmigo. Antes de mucho, el equipo de vídeo, especialmente, comenzó a jadear y a cansarse por la altura y la falta de oxígeno. Al llegar al estacionamiento que estaba más cerca de la cumbre, encontré a Lisa y a mi madre, esperando al lado del auto. Ellas habían subido en auto hasta la misma cima. -¡Hey, ustedes dos! ¡Eso no es justo! -grité. Mi mamá se rio: - ¡Esta es la única manera de llegar! Lisa salió del auto. Ella y mi madre se unieron a la procesión de montañistas que subían la montaña conmigo. Miré hacia Lisa y noté que había lágrimas que fluían de sus ojos. 234


Más que montañas

Miré a mi reloj . ¡Era casi mediodía! Allá delante podía ver los edificios del observatorio en la cumbre. Las videocámaras seguían grabando mientras yo caminaba por una breve hondonada, luego por la ladera hacia la cumbre. Esto es. pensé mientras subía los escalones del monumento que marca oficialmente el fin del proyecto Summit America. Se acabó. Lo hicimos. Yo atraje a Lisa y le di un fuerte abrazo. -Esto no hubiera sido posible -dije. conteniendo las lágrimas- si no hubiera sido por ti. Luego miré hacia el cielo. Ni tampoco sin ti, Señor. -¡Fotos! -gritó uno de los fotógrafos . Hice un gesto a Whit y a Lisa para que se unieran a mí. Mientras posábamos para las cámaras. levanté las manos y grité: ¡Gracias. Señor! Los fotógrafos me filmaron mientras hablaba por teléfono con la estación de radio local DJ. -¿Por qué desafió la nieve y el hielo. las vertiginosas alturas y la increíble fatiga para batir ese récord? -me preguntó el locutor de la radio. -Es algo que tiene que ver mucho más que con montañas o con escalar montañas -contesté-. Lo hice para inspirar y alentar a la gente. Todos tenemos desafíos. Sea que el obstáculo fuere físico -como el cáncer o una amputación, o emocional. o la pérdida de un ser amado a través del divorcio o la muerte- el desafío puede ser vencido por medio del trabajo duro y por la confianza en la dirección de Dios. Yo había dado esa respuesta muchas, muchísimas veces. desde el día que emprendí el Proyecto de los Cincuenta Picos. Pero nunca habían significado tanto como ahora que estaba yo parado en la cima del Mauna Kea. -Diga a nuestros oyentes algo acerca de sus patrocinadores. Hooked on Phonics. Entonces relaté la historia de Lisa y su puesto de venta de camisetas. 235


AL FILO DE LO IMPOSIBLE

-Ese fue un milagro, la forma en que todas las cosas se organizaron. -Y ahora, ¿cuál es el próximo desafío para Todd Huston? Repuse sonriendo: -Quiero llevar el mensaje de que si tenemos fe en Dios y creemos en nosotros mismos, podemos vencer cualquier obstáculo que afrontemos en la vida. Mi nuevo lema es: "Dé un paso por fe, y podrá hacer cualquier cosa". El frenesí de los medios de comunicación continuó por varios minutos. Cuando todo comenzó a calmarse, hice una pausa para disfrutar de la maravillosa vista que se contemplaba desde la cumbre del Mauna Kea y las nubes que se extendían a mis pies. ¿Cómo podré volver a una rutina normal de nueve de la mañaná a cinco de la tarde después de haber visto la vida desde esta perspectiva? Recordé detalles de la conferencia del guardabosque en el centro de visitantes en el cual citó el famoso discurso Mountaintop del Reverendo Martin Luther King. "He estado en la cima de la montaña, y he visto el otro lado". El otro lado del Mauna Kea es tan árido que los astronautas estadounidenses practicaron la conducción de sus vehículos lunares en su ladera como picada de viruela. Finalmente, llegó el momento de partir, de bajar de la montaña. Ya no podía yo soportar ni un instante más. Ya había escalado mis montañas y visto el otro lado. Y ahora, ya no era el hombre ingenuo y no probado que había cruzado el continente pocos meses antes en una camioneta Ford de color rojo. Yo había soportado tormentas, luchado contra ventiscas, soportado increíbles dolores, y afrontado muchos temores por la fe en Dios. Sentía que era más fuerte, y espero que también, más sabio. Tenía yo un nuevo aprecio por la vastedad de mi país y su variada belleza. Pero lo más importante, había descubierto la belleza de la gente. La guardabosque Annie sobre el monte McKinley; Bárbara y su labradora negra, Kona; los Sterlers de Iowa; el ingeniero químico con que236


Más que montañas maduras; la joven mujer que anhelaba escapar de los con­ fines de la vida de su pueblecito; la familia que conocí en Cheaha Mountain -gente honesta, amigable y asombro­ sa-, cada uno escalando sus propias montañas y barreras personales. Y lo mejor de todo, había alcanzado una relación más profunda con Dios. Una y otra vez, cuando parecía que la expedición estaba condenada, él había suavizado el cami­ no. Una y otra vez, cuando me dolía el cuerpo tan grave­ mente y yo pensaba que jamás daría otro paso, él me infun­ dió fuerzas para continuar. Una y otra vez, él estuvo allí. Y ahora sé que siempre estará conmigo.

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EPILOGO Y

o quería repetir mi mensaje una vez más: que median­ te la fe en Dios y por la creencia en las capacidades que él nos ha dado, podemos vencer cualquier desafío que la vida nos presente. Todos tenemos desafíos. Algunos son físicos, como la amputación de una pierna, afecciones del corazón, o una cadera reemplazada. Otros no pueden verse ni siquiera por rayos X. La muerte de un ser amado, un divorcio o se­ paración, o el combate a la adicción a las drogas o al alco­ hol; situaciones todas que pueden erigir barreras que pa­ recen infranqueables. Pero no lo son. El dolor es, muchas veces, difícil de soportar, pero la perseverancia puede hacer la diferencia entre el éxito y el fracaso. Si estamos dispuestos a continuar a través del do­ lor aparentemente interminable, encontraremos que no es más que un capítulo breve de la historia de la existencia. Las lecciones aprendidas y el gozo que crece por sobrevi­ vir continuará por toda la eternidad. De modo que no importa lo que usted esté afrontando, sea fuerte y valiente. Usted no está solo. Dios y sus ayudan­ tes humanos están allí con usted. Fe es aquello que espera­ mos, pero que raramente vemos. Tenga fe en que Dios está allí para ayudarle a vencer cualquier obstáculo que afronte. ¡Nos vemos en la cumbre!

Todd Huston Todd está planeando continuar su aventura escalando las montañas más altas de cada país del mundo. Con el pro­ pósito de compartir el mensaje de promesa y esperanza q u 239


AL FILO DE LO IMPOSIBLE

él demostró en la Summit America Expedition, actualmen­ te cruza los cielos del mundo, ahora por aire. Como parte de este nuevo ministerio, está trabajando para llevar prótesis a los países del tercer mundo y áreas

remotas.

En las escuelas anima a los estudiantes a no desertar, a vencer los desafíos de obtener una educación. Cuando habla en bibliotecas y organizaciones cívicas, da énfasis a la importancia de la integridad y de ser buenos ciudadanos. En los hospitales, visita a los pacientes y a profesionales de la salud para recordarles que deben trabajar juntos co­ mo un equipo. Los hombres de negocios, son alentados a ponerse ob­ jetivos y a luchar creativamente por alcanzarlos mientras suplen las necesidades de sus clientes, sus empleados y sus comunida'des.

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21. Prisionero del monte Hood

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ue montañas

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