Estrada, fanzines de viaje nº1 # Hotel de carretera

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nยบ 1 # Hotel de carretera

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Fanzine Estrada nº1 # Hotel de carretera Lo bueno es que no oyen las sirenas. Del bar llega música y por eso nadie oye las sirenas. Los hombres de negro son pacientes. Esperan la oscuridad, la brasa detenida del último cigarro. El silencio de los grillos al filo del amanecer. Entonces entran en silencio, miran hacia donde estoy y esta vez, por primera vez, no sé decir un cuarto con una mirada culpable a las tablillas de madera y latón donde alguien grabó los números de las habitaciones. No sé a quién buscan. Nunca pregunto por qué. Hay dos tipos tocando en el bar desde hace rato. Han reunido a su alrededor a un hombre con pinta de ir a morir pronto, a dos de las tres chicas solitarias que han recalado aquí este fin de semana. Cada vez son más hermosas, más fuertes. El monstruo del que huyen se parece al corazón. Llega el ruido de la tele del cuarto justo encima de mi puesto. Alguien ha metido un puto animal sin que me diera cuenta. Sigo oliendo como nunca la sangre justo antes de ser fresca. Los hombres de negro oyen la música, alguien ha abierto la ventana del bar y las notas se escapan en la noche. Suave es la noche y nuestras luces brillan sobre la carretera. Son huéspedes extraños pero yo no sé cuál de ellos morderá el polvo esta noche. Todos quieren lo mismo. Puede que mañana alguno de ellos sea titular en el periódico del condado. Sigue sonando la música y pienso que sería una lástima perder a los músicos. A las chicas solitarias, a los hombres con la muerte asomando como barba de tres días. Tal vez hoy no abra la puerta. Tal vez les deje permanecer aquí. Yo también soy parte de estos muros. Acaricio despacio el rifle bajo el mostrador. Tal vez. Resistir. Me llamo Hatalía Traveler y trabajo en la recepción de un hotel de carretera. Alba González Sanz




Hotel de carretera El tiempo pasa despacio en mi habitación de este hotel de carretera y no pretendo hacer nada para llenar las horas de tedio. No voy a ningún sitio, nadie me espera, nadie sabe a que hora voy a llegar, nadie se preocupará por mi. Y esa sensación de desapego, lejos de producirme tristeza, me da la fuerza necesaria para empezar de nuevo. Partiré al amanecer por una carretera cualquiera, secundaria, como secundarios se volverán mis problemas al atravesarla.

Antònia G. Tinturé


Paula Suรกrez


Antonio Seijas


Gonzalo Golpe


Remanente La autoestopista suicida pide otro botellín de cerveza y vuelve a su habitación. Quién sabe cuánto lleva en ese cuarto. Cuántas veces ha cruzado el pasillo, ha mirado de reojo el paisaje en la ventana. Se ha trasladado a otros sitios para decidir no estar en ninguna parte. La autoestopista suicida ostenta un cargo sin ejercerlo. Que se mueva y respire es una contradicción. Que se quede en su cuarto, sin estar en carretera, es otra. Sus rasgos, que tenga el pelo sucio o no, que la ropa le quede grande o que le moleste el olor a tabaco, no importan. Un día ella y unas ganas locas de habitaron un poemario. Estaban ahí como están los elementos necesarios para contar. Una metáfora, que ahora tiene sed y está sola. Ni siquiera una metáfora importante o central. La ornamentación del texto se queda en los márgenes. Personaje anécdota, referencia de universo. Asomada a la ventana piensa que estaría bien ir a alguna parte. Que lleva demasiado tiempo en una zona de paso. Su cuerpo apareció un día a condición de partir pronto. Subir a un coche. Que alguien que no conoce –y en verdad no conoce a nadie- la lleve al final de la historia. Se pregunta si no habrá más como ella. Más ruido en habitaciones de ninguna parte. Más formas, cascarillas que guardan nada. Cuerpos que iban a ser y quedaron hechos tipografía sola. Apoya la barbilla sobre la boca de la botella. Mira por la ventana. Ni un coche.

Sofía Castañón



Alejandro NafrĂ­a


Nº 17 Te proteges, te acurrucas, decido salir a buscarte y desapareces... Acrílico sobre papel 32 x 25 cm 2013

Helena Toraño



La noche anterior al seísmo Al traspasar la puerta de la 320 me di de bruces con el rumor confuso de otro instante a medida que giraba en un remolino de recuerdos. Detuve la caída dejando que la brisa del Estrecho entrara para poner algo de orden. Afuera, las palmeras iluminadas por las luces de la piscina se azotaban estrepitosamente. Todo aparentaba cierto descuido. En los solares donde vimos aparcar las caravanas, hoy se elevan edificios oscuros. Sobre las fachadas se proyectan lejanos enigmas. Una mujer estupenda desliza su mirada sobre el trozo de costa que yo no alcanzo desde la terraza que delata mi posición. Advierto cierto frenesí alcohólico en sus gestos. Respiro hondo el aire, mezcla de océano y tierra caliente, encendiendo después un Marlboro con la firme decisión de que será el último. Los perros en la distancia aúllan nerviosos bajo el reflejo espectral de la luna. Recuerdo el lugar por donde el camino desciende a la playa; allí donde unos años antes me partí el tobillo jugando en la pendiente. Alguien vino para llevarme de regreso a casa. Mientras me deleito con una llamada que conecte mi terraza con la terraza iluminada que delata su posición, trato de despejar mil kilómetros de soledad. Pero la imagen de una carretera atestada de liebres muertas se instala en mi cabeza, mecida por resonancias que llegan desde el otro lado de la puerta. Motores que acarrean prisas sobre el asfalto destruyen la noche. En unas horas estaría en Africa, como tantas veces, sin que nadie pudiera sospecharlo. Javier F. Granda


Adolfo P. Suรกrez





Marcos Torrecilla


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Yo quiero ser La s贸nica del reptil


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