Historias desde la cárcel - Fragmentos ilustrados

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Esta es una obra de ficción. Aunque los personajes y las situaciones descritos en este libro estén basados en personas y hechos reales, los nombres y las circunstancias han sido alterados. Título original: Històries des de la presó Texto: Andrés Rabadán Ilustraciones: Javier de la Rosa Núñez

Junio 2013


Historias desde la cárcel Fragmentos ilustrados

“Este conjunto de relatos tiene como única intención aproximaros al mundo surrealista en que vivo. Humildemente, he pretendido acercaros situaciones y personajes que me rodean. Algunos terroríficos, otros para partirse de risa. Cómicos y drámaticos a la vez. Un cúmulo de seres inquietantes e imposibles que conforman esta otra dimensión de la cual vosotros, gracias a dios, estáis libres.” Andrés Rabadán



El Lavandero Es un hombre, naturalmente. No es un hombre de Psiquiatría. Es de lo más lúcido. Trabaja incansablemente en la lavandería de EnfermeríaPsiquiatría. No es un tipo listo. Pero tampoco es ningún tocho. Con los extraños se muestra hostil, pero nunca físicamente agresivo. Puede dejarse golpear fácilmente y no mostrar ninguna reacción que de a entender que lo han ofendido. Si le pegan, se resigna, lo acepta, se defiende como puede (nunca atacando) y, luego, vuelve a su trabajo como si nada hubiera ocurrido. Se limpia la sangre, se refresca los golpes de la cara y mira hacia la lavadora para evitar que se se le pase el programa de centrifugado. Allí, doblando las piezas, habla sólo, imagína lo que le dirá a esa o aquella otra cuando las vea; vive una fantasía en la que él es el rey, el más hombre, donde las mujeres se le lanzan a los pies o caen rendidas ante sus encantos (puede que al principio digan que no, timidamente, o que lloren un poco y entonces él las tenga que zurrar; pero ellas sólo lo hacen para no parecer demasiado fáciles). Si todos esos pensamientos los excitan demasiado, cierra la puerta de la lavandería y se masturba; pero rápido, porque el programa de la lavadora está a punto de acabar, y él no quiere que empiece de nuevo (está estropeada).


Coronel Pincho Moruno Un hombre llegó una tarde de junio al Departamento de Psiquiatría, precedido de un bigote negro y bajo unos cabellos rizados. La vida no lo había castigado tan duramente como a los otros y, a sus cuarenta y dos años, tenía un aspecto por completo juvenil. El Coronel era un hombre muy inteligente, y por tanto no es en absoluto extraño que consiguiera todo lo que a continuación explicaré. Lo primero que se ha de decir es que nadie lo había investido en ese cargo, aparte de él mismo; que se alzó entre la plebe con la que se hallaba, se coronó con toda clase de ceremonias y honores, nombró dos capitanes, unas cuantas normas y concibió un ejército totalmente suyo. Y fiel. El ejército al que me refiero estaba compuesto por los habitantes de la Psiquiatría Penitenciaria de la cárcel de Can Brians. Un mini ejército de unos treinta soldados. El ejército iba tomando forma seriamente, de manera que los soldados se cuadraban ante los capitanes y estos ante el Coronel cada vez con mayo frecuencia y normalidad. Otro detalle muy interesante era la economía, que aguantaba el peso de toda la formación y mantenía las reglas mediante el pago diario de un sueldo a cada soldado: cigarrillos.




El Seti Aquel domingo de no hace mucho, el Seti cantaba una canción titulada, según él, “Niño Jesús”. De cosecha propia: compuesta por él en letra y melodía. La letra no se podía comprender porque el gutural sonido y el tono cavernícola acababan con cualquier articulación antes de que pudiera haberse producido y sólo salía un sonido estridente, como el de un camión al frenar, pero con la diferencia de que subía y bajaba de tono sin ningún concierto y sin pertenecer a ningún acorde conocido hasta hoy día, ni siquiera por las músicas más extravagantes. Y es que él, el Seti, nació sordo y no conoce nuestras melodías ni sabe mucho de nuestra forma de articular para hablar con claridad. Nos lee los labios y entiende, muy por encima, de qué hablamos. No era la primera vez que el Seti nos traía nubes y se cargaba el sol. De hecho, pasaba con cierta frecuencia si estaba un buen rato gritando con fuerza. Al cabo de una hora aproximadamente el cielo se tapaba, las violetas se cerraban y los pájaros desaparecían. Y es que Celdoni, el Seti, se cree hijo de Dios. Dios le habla de cosas que nosotros no podemos saber, y él actúa en consecuencia. Y Dios le habla con una voz potentísima que le estremece el cerebro y todo el cuerpo (eso me contó con gestos muy explicativos).


Andrés Rabadán A la mañana siguiente, cinco minutos después de pisar el patio, intenté fugarme. Un montón de funcionarios me persiguió por los tejados hasta que me atraparon cerca de la puerta de salida, en el lado este. No me golpearon ni nada, sólo me esposaron unas horas a la cama de una habitación vacía. Un funcionario desconocido se quedó sentado delante de mí. Cuando nos quedamos solos empezó a contarme la mejor manera de pescar truchas en los ríos del Pirineo: cómo no había que poner nunca el anzuelo y el tipo de caña más apropiado. Aquel hombre hablaba con pasión, era un enamorado de la pesca que describía nítidamente zonas bellísimas de la alta montaña, estrechos rincones donde las truchas nadaban a cientos, plateadas por los rayos de sol que atravesaban sin dificultad las aguas más transparentes y puras que se pueda imaginar. La postura en que me habían esposado me impedía mirar al narrador, pero en cambio me ayudaba a visualizar mejor los paisajes. Medio auténtica pena cuando me confesó que sus hijos ya no lo acompañaban. Se habían hecho mayores y se interesaban por otras cosas: motos, chicas...Era normal.




Josep Josep es un hombre, un muchacho que ya no se encuentra entre nosotros. Se marchó a la sección abierta de WadRas y es por esa razón que hablaré de él en pasado. Ha desaparecido para siempre de nuestra vida, pero no del mundo; eso, como veremos, le resulta más difícil. No pertenecía al Departamento de Psiquiatría. Sólo trabajaba allí, en el Office. Josep, hijo de los barrios viejos de Barcelona, creció viendo drogas continuamente y, como era natural, heredó esa afición a pasar el tiempo. Empezó fumando porros; luego fumó cocaína, heroína y mezclas misteriosas cuya composición nadie conoce con exactitud; a continuación, pastillas y más tarde cocaína y heroína inyectadas con jeringa americana, que es la que tiene la aguja más fina. A los diecisiete años, después de haberlas combinado todas con alcohol, se había aburrido de todo y ya no sabía que hacer para encontrar nuevas sensaciones. Lo había probado todo, y varias veces se había quedado K.O. por culpa de una sobredosis. ¿Que más podía pedir? era feliz; lo tenía todo: era joven, guapo, fuerte; su novia lo quería con el amor loco de los jóvenes. Hacía lo que le apetecía, ya que nadie mandaba en su casa sobre todo porque, aparte de él, no había nadie más. No esperaba a nadie. Se decía que se encontraba muy a gusto y que ya lo había conocido todo. ¿Todo? no, todo no. Entonces, llevado por una curiosidad, se le ocurrió una gran idea. Se suicidaría aquella tarde para comprobar si existía el más allá.


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Junio 2013




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