Descartes

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(res extensa)

máquinas todos los organismos. Incluso el cuerpo humano es un autómata. No hay alma sensitiva en los animales. Aunque parezcan sentir, no hay que fiarse de las apariencias sino atenerse al dictamen de la razón. Leonardo y Galileo habían recurrido al modelo mecánico para estudiar el movimiento animal, entendiendo los huesos como palancas. Pero sólo Descartes defiende este reduccionismo ontológico mecanicista.

Pero acaso las cosas no sean tal y como las percibimos por medio de los sentidos. Dios aparece como la garantía de que a mis ideas corresponde un mundo, una realidad extramental, pero sólo eso.

Partiendo de su idealismo inicial, pues, Descartes recupera el realismo de nuestras ideas o la objetividad del conocimiento, no como una evidencia inmediata sino como una inferencia deductiva que se apoya en la garantía de la veracidad divina. Así, a la ―realidad objetiva o representativa― de las ideas corresponde como causa una realidad exterior a la mente. Las ideas adventicias, aunque sólo las de cualidades primarias, efectivamente representan el mundo externo. Por eso su posición suele calificarse de realismo representativo -frente a inmediato- o representacionismo, que implica un dualismo entre la realidad mental o las ideas y la física o los cuerpos. La realidad exterior a la conciencia, inicialmente puesta en duda, queda al fin demostrada y la oposición entre verdad y certeza queda reconducida deductivamente a su presupuesta identidad.

Descartes distingue entre: 1. Las ideas que se corresponden con las cualidades primarias (cuantificables o matematizables): magnitud, figura, situación, movimiento, duración y número. 2. Las ideas que se corresponden con las cualidades secundarias (cualitativas, no cuantificables): color, sonido, olor, etc. Las primeras son objetivas: Al ser matematizables se nos muestran clara y distintamente y por lo tanto Dios garantiza que pertenecen a las cosas. Las segundas son subjetivas: Al ser conocidas a través de los sentidos no poseemos de ellas certeza alguna y por lo tanto no podemos asegurar que les pertenezcan, sino que las pone el sujeto. Abandona el realismo ingenuo aristotélico pero mantiene un realismo de las cualidades primarias. Descartes afirma, pues, la existencia del mundo extramental de los cuerpos definiéndolo como res extensa. Con ello, la física mecanicista queda metafísicamente fundamentada: el mecanicismo se convierte en una ontología; la materia queda reducida a extensión. La física cartesiana se precipita a deducir concepciones que presenta como una ontología geométricamente demostrada. Su definición de la materia como extensión excluye tanto el vacío como los átomos. El vacío es imposible: es la ―nada―. En su lugar hay éter o materia sutil como continuo entre los cuerpos. Luego tampoco hay los átomos que lo requieren como separación entre ellos. Por otra parte, la razón matemática, convertida en criterio ontológico, no halla obstáculo a una división infinita como la excluida por la idea de átomo. Además, la indivisibilidad implicaría una restricción al poder divino. El matematicismo cartesiano tampoco reconoce el peso o la gravedad ni una posible acción a distancia en la naturaleza. Al no ser reducibles a extensión, parecerían inadmisibles ―cualidades ocultas― a la razón. El movimiento se explica como conservación de un originario impulso divino, transmitido por choque o contacto a través de torbellinos en el éter que suponen un constante y universal desplazamiento los cuerpos. En biología, la definición esencial de la materia como extensión convierte en 13


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