Leer para comprender

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vela, preguntándose cuál sería el lugar seguro para ocultar la llave de la felicidad. Pensó que el hombre terminaría descendiendo a lo más abismal de los océanos y que allí la llave no estaría segura. Tampoco lo estaría en una gruta de los Himalayas, porque antes o después hallaría esas tierras. Ni siquiera estaría bien oculta en los vastos espacios siderales, porque un día el hombre exploraría el universo. «¿Dónde ocultarla?», continuaba preguntándose al amanecer. Y cuando el sol comenzaba a disipar la bruma matutina, al Divino se le ocurrió de súbito el único lugar en el que el hombre no buscaría la llave de la felicidad: dentro del hombre mismo. Creó al ser humano y en su interior colocó la llave de la felicidad. Tomado de 101 Cuentos clásicos de la India, recopilador Ramiro Calleja

Texto para considerar a nivel interpretativo El objetivo es comprobar si la persona que lee un texto sabe o no interpretar lo que realmente dice el texto, y no lo que ella supone que dice.

LOS POBRES Los pobres están en todas partes. Cuando uno viaje por el mundo puede contemplar la miseria humana al pie de hermosas cordilleras de nieve, las multitudes hambrientas que anegan ya las aceras de los más bellos palacios en las ciudades antiguas, los inmensos basureros que se expanden por los valles. Los pobres están en todas partes y no hacen sino multiplicarse de forma ciega. Crecen en las escalinatas de los templos de cualquier clase de dios, se reproducen en el interior de las selvas, duermen a la sombra de los rascacielos. En el silencio de la noche bajo las estrellas se oye el estertor de su orgasmo, que es un grito de guerra. Con la fecundidad ellos esperan apoderarse de la Tierra, y al parecer, esta victoria se halla ya en el horizonte, donde humea la paja de los bidones. La miseria humana constituye un mar que va cubriendo la mayor parte del planeta, aunque por fortuna su oleaje no es siempre borrascoso. En zonas no muy abrigadas, a veces la miseria humana crea suaves bahías, y en ellas se remojan la conciencia de los sociólogos de mesa redonda, los artistas exquisitos y los nuevos filósofos amantes de la verdad y del codillo de cerdo. No hay modo de detener a los pobres. Los sacerdotes los bendicen para calmarlos, los intelectuales los ignoran para que no existan, los políticos alimentan las armas para aniquilarlos, pero ellos avanzan por todos los caminos que conducen a una salvación desesperada. Sus alaridos traspasan la naturaleza y después de

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