"Anáfora. Creación y crítica" Nº 5 (Muestra)

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[5] JULIO 2015

cr铆tica creaci贸n



Miguel d'Ors campo de fútbol rural Aquí cada domingo los muchachos trabajadores de esta zona juegan toscos partidos. Gritos, pitidos, balonazos sobre la tierra dura, las órdenes inútiles de los entrenadores y los coches que esperan a lo largo de las cunetas próximas rompen por unas horas los hábitos del monte. Pero vuelve de nuevo el turno del silencio y la naturaleza. El público ya solo son robles y eucaliptos; en la esquina del córner se alzan como pequeños campanarios silvestres las digitales, sus racimos púrpura, y en la banda, en que va desvaneciéndose la línea de la cal, unas urracas vestidas de etiqueta saltan y picotean. Mientras, los jugadores, que han vuelto una vez más a sus talleres, sus fábricas, sus bares (alguno dolorido o cojeando, pero con su punto de orgullo), alimentan sus sueños con la felicidad retrospectiva de los goles marcados,

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las jugadas fallidas por qué poco, los errores del árbitro (que trabaja allí al lado), con las operaciones aritméticas sobre la tabla clasificatoria y la ilusión de dar la sorpresa el domingo. Cuando vuelvan al campo y hagan enmudecer una vez más el canto de los grillos. Noche del 17 al 18-i-2015

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Vicente Cristóbal lisi Lisímaca es mi gata, que responde en familia por Lisi. Raza persa. Su pelo blanco y gris tiene dispersa nube marrón por no se sabe dónde. Si la busco, me huye y se me esconde, y juega astutamente a ser perversa, pero si la rechazo, viceversa, no hay modo de evitar que ella me ronde. Se la ve claramente femenina en esto de buscar y de ocultarse, y también en su toque de adivina: si me intuye mohíno, viene a echarse cerca de mí, y así muy sibilinamente niega el porqué de amohinarse.

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Javier Almuzara oh, suene de contino Animaron dos pájaros la tarde, encaramados sobre sendas copas, brindando una polémica briosa por el dominio musical del aire entre coloraturas descaradas y floreos insólitos. El viento se hizo notar dejando que sus dedos le diesen vida al arpa de las ramas. En la hierba se alzó el bajo continuo de los gárrulos grillos, que se unieron al concurso de voces e instrumentos con su horror esquemático al vacío. El pentagrama del tendido eléctrico vibró por unas cuantas notas negras que al graznar desgranaban luto y quejas, la áspera melodía de los cuervos. Silbaba un caminante solitario sobre la algarabía sincopada de los perros. El día se marchaba al ritmo del reloj, y el sol, pautado, le puso calderón a aquella escena con un acorde cárdeno, redondo, que siguió resonando dándole otro tono a la noche en su alta transparencia. Y cantaron las sombras a su modo. Hasta la piedra, para quien la entiende, deja oír el silencio de lo inerte,

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que retumba, tan vivo, en lo más hondo. No podría afirmar sinceramente que esa armonía elemental y cósmica naciera de una ínfima discordia, pero la incluye, ni que alguna mente superior la idease como tal. Solo sé que estas notas al concierto también son parte de él, y el movimiento no termina en la música verbal.

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Marcos Tramón día Después de una noche de cielo y estrellas limpias, he captado la luz del amanecer con ojos irrisorios de sangre. Lo que la luz promete será morir mañana. Hoy es un día pleno de sol. La gente que camina por la calle al paso del secreto —la dicha o la desgracia—. Los amigos, como un agua de siempre, y como sed de siempre, las mujeres. Los niños por el parque, igual que inquietas ruedas. A la ida, a la vuelta, la gente que se apiña en bares y autobuses. Los edificios en esta tarde ya lejana, como la vida, mitad de sol, mitad de sombra. Y la cabeza gacha, y el sol, una derrota. Una ciudad que recorrer entera, con un sinfín de luz como telón de fondo.

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Mónica Laneri de noche en mi retina Sí. Puedo ver a una rata corriendo por las calles de mi ciudad, cuando cree que la cubren las sombras solo porque el sol se tragó a sí mismo. Sí. Puedo ver a las ramas de un árbol menearse como quien resbala por un tubo aceitado, tubo de bailarina. Puedo ver la libido de un árbol, y es de noche (la noche permite licencias lujuriosas) Sí. Puedo ver a un hombre arrancando una cartera y huyendo en moto.

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Horacio odas, i, 11 No te preguntes, Leucónoe, —¿cómo saberlo?— el fin que los dioses nos tienen reservado ni consultes los augurios. Mejor será aceptar lo que llegue, ya nos conceda Júpiter muchos inviernos o este, que al Tirreno mar bate contra las pertinaces rocas, sea el último. Compréndelo, bebe el vino y refrena tus esperanzas a unos breves pasos. Mientras hablamos, el tiempo huye cruel. Aprovecha el instante y no confíes en el que haya de venir. (Versión de Emilio Martínez Mata)

Tu ne quaesieris, scire nefas, quem mihi, quem tibi / finem di dederint, Leuconoe, nec Babylonios / temptaris, numeros. ut melius quidquid erit pati! / seu pluris hiemes seu tribuit Iuppiter ultimam, / quae nunc oppositis debilitat pumicibus mare / Tyrrhenum, sapias, uina liques et spatio breui / spem longam reseces. dum loquimur, fugerit inuida / aetas: carpe diem, quam minimum credula postero.

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John Clare Tres POEMAS versión y nota de Antonio Rivero Taravillo John Clare (1793-1864) fue un poeta inglés de la naturaleza (el más grande, según Tom Paulin), testigo de un mundo rural que cambiaba para sumirse en la Revolución Industrial y la limitación de los campos abiertos. Escribía con peculiar ortografía y formas dialectales; luego venía su editor (tuvo Clare un fugaz éxito) y normalizaba su escritura. Aquí se presenta sin embargo como estaba en los manuscritos, sin signos de puntuación. Clare enloqueció y llegó a creerse lord Byron. Murió recluido en un manicomio las últimas décadas de su vida.

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Laura Freixas Del diario de 1995-1996 1995

29 de septiembre.— El otro día entrevisté a Trapiello y Martínez

Sarrión, y cómo no, al cuarto de hora de conversación salieron a relucir las ventas de esos escritores («literatura de diseño» les llama Martínez Sarrión) que escriben, según M. S., para «chachas y señoras de clase media». No deja de sorprenderme la inmaculada inocencia del machismo en este país. Aquí uno va y dice que la mala literatura se vende tanto porque quienes compran libros son señoras y nadie pestañea. Y con la reacción alérgica que produce por estos pagos el mero concepto de politically correct (qué poco autocríticos son, por Dios), no parece que las cosas vayan a cambiar. Eso sí, los mismos que dicen eso no se atreverían a decir que se publica tanta mala literatura porque la consumen los andaluces, o los negros. Vamos, eso espero. Vaya fama de feminista rabiosa, amargada y lesbiana se ganaría cualquier mujer que dijera cosas equivalentes sobre los hombres… Lo más peligroso y en eso hay que ir con cuidado y ojo avizor, es que estas cosas nos contagien a nosotras mismas. Noto por ejemplo que cuando leo a ciertas autoras, una parte de mí las desprecia por lo «femenino» en el sentido peyorativo de la palabra, es decir, haciendo la ecuación «estupidez, cotilleo, superficialidad, etc. = feminidad». Cuidado no me pase cuando escribo, el temer que tal cosa parezca cursi, tal otra solo para mujercitas, etc. Mantener siempre una actitud vigilante, a saber: ser receptiva a todo lo que pueda ser femenino o masculino (es decir, registrarlo, distinguirlo, no negarlo), pero guardándome muy mucho de admirar/menospreciar en consecuencia. Es decir, admirar o rechazar sí, pero deliberadamente, libremente.

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20 de octubre. — De veras me pregunto cómo pueden trabajar y

ser madres las mujeres que ni tienen un trabajo flexible o en casa, como yo, ni a una abuela que viva en la casa de al lado, a cuya puerta puedan llamar un lunes a las siete de la mañana con un paquete en brazos y anunciar: «¡Hola! Mira, aquí te dejo a la niña tiene rinofaringitis, fiebre, inapetencia, diarrea y conjuntivitis» (que es el caso de Wendy hoy, por ejemplo), «yo me voy de viaje de negocios toda la semana, ¡chao!…». Pero yo he decidido ser clara, coherente. Quiero poder dedicar la mañana a llevar a mi hija al pediatra, limpiarle la nariz, tomarle la temperatura, abrazarla, cambiarle el pañal, jugar con ella, prepararle un arroz de enfermo, ponerle gotas en los ojos y todo lo que haga falta sin sentirme ni culpable porque no estoy ganando dinero, ni rebajada en mi dignidad de mujer universitaria. Está claro que en algún momento —la década de los treinta—, una mujer de mi generación tiene que empezar a elegir, a tomar decisiones, respecto a su condición de mujer. Dicho sea sin ningún victimismo, pues si tenemos que elegir, es precisamente porque tenemos unas posibilidades que los hombres no tienen. Incluso la de no tener hijos y llevar la misma vida que los hombres (con matices, de acuerdo). Es mentira que los hombres no tienen que elegir porque lo pueden tener todo, el trabajo y los hijos. Tienen los hijos, pero no con la misma intensidad que nosotras (y no hablo del embarazo y el parto solamente). Visto así, tal vez es justo que nosotras no obtengamos, a nuestra vez, del trabajo tanto como obtienen ellos… (Interés suplementario del diario: sirve de banco de pruebas, uno ensaya cosas sabiendo que puede volverse atrás, que eso no es definitivo.)

22 de diciembre. — Estoy leyendo el diario de Rosa Chacel. Me lo

tomé como deberes, porque si pretendo ser especialista en el diario íntimo, tengo que haberlo leído, y sin embargo, lo estoy devorando, cosa que con los diarios es raro que pase —recuerdo que me pasó con el de Anaïs Nin, pero pocos ejemplos más; bueno, y el Retrato del

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L e ct u r a s Además del llanto Enrique Zumalabe Ramblado La Isla de Siltolá, Sevilla, 2014 La plaquette Acercamiento y un puñado de poemas dispersos en antologías y revistas de difícil localización suponían hasta ahora el único bagaje literario de Enrique Zumalabe (Huelva, 1977). Por ello, sorprende aún más la dicción serena pero firme que exhibe en éste su primer libro. Además del llanto constituye, pues, una discreta celebración del propio hecho de existir («Celebro que estoy vivo. Solo quiero / dejar constancia de este suceso incontestable / Y me despido pronto. No pretendo / que nadie invoque insulto, herida, llanto»), acompañada a su vez por una exploración de los mínimos hitos que conforman la sustancia y el misterio de los días, otorgándoles su sentido último. Así sucede, por ejemplo, con el gol que, a última hora, cambia el rumbo de un partido («Nadie esperaba entonces aquel salto / aquel abrazo en el que nos fundimos / aquella extraña euforia que quedó / grabada en la memoria / de un niño como todos / que no siempre recuerdo»); con el recuerdo de las ciudades vividas —Badajoz, Stuttgart —; con la súbita explosión del deseo sexual («Al separar tus piernas, descubriste / un círculo en el tiempo, una palabra / un eco del placer o la supervivencia / que moja como un río cada cosa / a la que te abandonas»). Pero el debut poético de Zumalabe

también traza el retrato impreciso e indirecto del yo lírico («Biografías imprecisas» se titula, de hecho, la primera de las cuatro secciones que componen el libro), siempre visto a través de las sucesivas huellas que los demás han ido dejando en su existencia. Abundan, en este sentido, los homenajes agridulces a los miembros de la familia —la cordial energía del padre, la memoria extraviada de los abuelos, la «luz sin tregua» de la hermana, desaparecida antes de tiempo—; a diversas figuras tutelares —el tabernero de quien asimiló la pasión por el fútbol—; o a los viejos compañeros del colegio, contemplados desde la distancia de una foto en blanco y negro. Sin embargo, ninguno de estos «tributos líricos» alcanza la misma hondura e intensidad con las que el autor evoca a su madre: «Y qué puedo decir de ti, si tú…/ Si tú me diste el don inmenso de la vida». Estamos, en resumen, ante un libro marcado por la gratitud y la sincera emoción de quien se sabe inmerso en una infinita cadena humana, lo cual contribuye, en parte, a atenuar la lenta deriva cotidiana («Habita en mi mirada un verbo roto / una nomenclatura de la ausencia / A través de mi aliento, se derrama / un dios venido a menos»), el poso amargo del desamor, y sobre todo, la certeza repentina de que, al fin y al cabo, «aquel jardín perdido de la infancia / se aleja irremediable / ya nunca volverá / envejecemos». Carlos Iglesias Díez

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Ya no es tarde Benjamín Prado Visor, Madrid, 2014 Ocho años después de la publicación de Marea humana, Benjamín Prado (1961) nos entrega este pequeño cancionero amoroso transido de lecturas y de viajes. Veinticinco poemas estructurados en tres partes (más otros dos de apertura y cierre) conforman este libro, en que el poeta vuelve sobre sus temas de siempre haciendo uso de su tan particular como inconfundible sistema figurativo (aquilatado especialmente a partir de Iceberg): en cuanto a los temas, están la literatura como objeto de la literatura (sendos poemas son protagonizados por Pessoa, Juan Ramón, Borges o Ángel González; otro más se escribe «en la tumba de W. H. Auden»; otro, «Libro de familia», biografía la vida del poeta mediante sus lecturas), el poder emancipador de la palabra (clave de arco de Marea humana.; aquí en «Poesía social», etc.), el amor (ya erótico, «Nunca es tarde»; ya filial, «Vivo retrato»), o el asombro ante la belleza del mundo (donde encajan lo mismo los poemas dedicados a ciudades que construcciones enumerativas como la de «Opción B»); en cuanto a las peculiaridades expresivas de Prado, abunda este libro en su afilado talento para troquelar imágenes fulgurantes, que sus poemas ensamblan muy eficazmente, y en una gustosa tendencia a desempolvar infrecuentes usos retóricos, como el palíndromo o el anagrama. Aunque en muy raros momentos la densidad paradójica de su lenguaje pueda no

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alcanzar a embridar un discurso en que alcancen a desafinar un par de notas hiperglucémicas (el peaje de la autenticidad), y aunque la colorida construcción yuxtapositiva de tantos poemas sea susceptible de automatizarse y de sembrar la duda de la intercambiabilidad en discurso y decurso (el peaje de la imaginación), el conjunto destaca por su forma destilada y su inconfundible timbre, por conseguir encontrar el mejor orden a las palabras mejores, por su mezcla precisa de creatividad, verdad y tiempo. Rodrigo Olay

Motivos personales José Luis Morante La Isla de Siltolá, Sevilla, 2015 Literatura en pequeñas dosis encontrará el lector en Motivos personales, el segundo libro de aforismos del poeta y crítico literario José Luis Morante. Con este volumen, la editorial La Isla de Siltolá inicia una colección dedicada exclusivamente a publicar aforismos, género que ahora se ha puesto muy de moda y que casi todos los autores empiezan a cultivar. Tal vez porque son idóneos para citarlos en las redes sociales y para memorizarlos. Pero sobre todo porque se suele decir que lo breve seduce y nos recuerda a la felicidad (que suele durar poco). José Luis Morante nos descubre en este libro no solo sus ideas más brillantes, sino también algo de su poética. Nos revela lo que él entiende por literatura; sus


Poesía [1] Miguel d'Ors | Campo de fútbol rural [3] Vicente Cristóbal | Lisi [4] Javier Almuzara | Oh, suene de contino [6] Marcos Tramón | Día [7] Mónica Laneri | De noche en mi retina [9] Aida Masip | Escucharé las caracolas de mar… [10] María García Díaz | Hombro [11] Raquel F. Menéndez | Valdediós, 1937

Traducción [12] Horacio | Odas, I, 11 | Versión de Emilio Martínez Mata [13] John Clare | Tres poemas | Versión y nota de Antonio Rivero Taravillo

Prosa [20] Francisco Rodríguez Adrados | Los viajes que hice y los que no hice [25] Laura Freixas | Del diario de 1995-1996 [30] Miguel Floriano | Doce chiribitas [32] Saúl Borel | Un chimpancé escribe esto en un hexágono de la Biblioteca de Babel

Lecturas [41] Además del llanto (Enrique Zumalabe Ramblado) [42] Ya no es tarde (Benjamín Prado) [42] Motivos personales (José Luis Morante) [43] La herida en la lengua (Chantal Maillard) [44] Lied de lluvia para una piel ausente (Raquel Vázquez) [45] Títeres de duermevela (Pelayo Fueyo)

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[47] Fedro (José Antonio Moreno Jurado) [47] Las propiedades del aire (Enrique Baltanás) [48] Vida secreta (Javier Rodríguez Marcos)


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