Aquiles Gay pasión tech

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entrevista Lidia Samar Pablo Ortiz Díaz

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María José Verón

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Aquiles gay Pasión tech A los 16 fundó el primer club de Ciencias del país. Luego, el Museo Tecnológico. Ingeniero y doctor honoris causa de la Universidad Nacional de Córdoba, a los 84 años su historia es una cadena de búsqueda y hallazgos. Y la construcción del conocimiento tecnológico, un acto de grandeza que ejerce desde la docencia y la divulgación

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Este texto más que una entrevista es el resultado de una charla de amigos. Charla que no podía darse en otro escenario más que en el Museo Ingenium y allí estuvimos junto a Pablo Ortiz Díaz, diseñador industrial, que durante mucho tiempo colaboró con Aquiles Gay en las actividades del Museo. Y así, a las seis de la tarde de un insólito tórrido sábado en pleno mes de agosto, lo encontramos entre sus “cachivaches”, como llama a los casi 3000 objetos que incluye su colección, única en el país. Nacido en 1926, este Ingeniero Mecánico Electricista egresado de la Universidad Nacional de Córdoba recibió en 2008 el mayor título honorífico otorgado por esa institución: Doctor Honoris Causa de la Casa de Trejo. Distinción con la que se han reconocido sus importantes aportes a la educación tecnológica en el país. Apasionado por naturaleza, está siempre encantado de relatar sus experiencias haciéndonos sentir que estamos frente a un “hombre dual”, joven por su envidiable entusiasmo y maduro por su vastísima experiencia. Ya desde pequeño manifestó su interés por el mundo de la ciencia y de la tecnología y a los dieciséis años fundó en Río IV el primer Club de Ciencias de la Argentina. De repente, es él quien pregunta si sabíamos que había estudiado arquitectura y comenta que, lamentablemente, no se había podido recibir. LS: ¿Cuándo comenzó a estudiar la carrera de arquitectura? Yo comencé a estudiar en Uruguay donde viví un año. Iba en el horario tarde–noche a la Universidad de la República en Montevideo, en la calle Artigas, pero a la familia de mi señora no le convencía esto así que terminé el primer año y nos volvimos a Córdoba. Para ellos era un tipo “raro”, que siendo ingeniero estudiara nuevamente y encima había asistido a una manifestación en apoyo de ¡Fidel! Una vez en Córdoba, en 1971, me contacté con Novillo, el Secretario de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo y aunque llegué cuando se habían cerrado las inscripciones me permitieron asistir a primer año, al llamado Taller Básico y luego me lo reconocieron, y pude cursar segundo año y al otro año llegué hasta mitad de año porque me nombraron Decano de la Facultad Regional Córdoba de la Universidad Tecnológica Nacional. De allí me echaron ni bien murió Perón, al mes que asumió Isabelita. También me echaron de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional. Yo estaba dispuesto a seguir cursando arquitectura pero era peli-

groso. Estaba desapareciendo gente. Luego me pusieron preso un año y medio y decidí irme afuera. Tenía 47 años y recién regresé ocho años después. PO: ¿Fue durante esos 8 años que trabajó en UNESCO? Sí, llegué a Ginebra y luego conseguí trabajo en la UNESCO después de un año. Yo en realidad me iba a Suecia, donde había vivido seis años de joven. Me fui en un barco ruso, pintoresco: era genial, hacía Australia, Europa, pasaba por el Canal de Panamá y algunos pueblitos del mundo. Era un barco a todo lujo con turistas australianos pero, como le sobraban lugares, tomaban pasajeros en Uruguay en segunda clase, muy barata, y allí lo tomé yo, pues no se detenía en Buenos Aires. Este barco lo tenían los rusos para entrenar a quienes hacían el servicio militar. Era muy particular pues llevaba nada más que 120 pasajeros y 700 tripulantes; con el pretexto de que era un barco de pasajeros podía entrar a todos lados. Así llegué hasta Londres y de allí pensaba tomar luego el tren a Suecia. Un día, iba por Londres camino al correo –pues desde aquí me enviaban cartas por poste restante–, paso frente a la BBC y veo gente que hablaba español. Era un speaker uruguayo de la radio, que estaba con su hija, quien me invitó a tomar un café. Pero cuando le dije que era refugiado no le gustó mucho, entonces le pregunté dónde podía contactar argentinos y me dio una dirección medio rara. Me costó bastante encontrar el edificio. El lugar estaba en el segundo piso al fondo de un corredor largo donde estaba un hombre que hablaba castellano y que me comentó que solían venir argentinos. Quería que me quedase un rato para hacer declaraciones pero como yo nunca hice declaraciones de ningún tipo, me fui. No me dí cuenta de que me crucé con alguien que llegaba a esa oficina y cuando iba a bajar por la escalera siento que el hombre que me había atendido me llama y me presenta a un argentino que acababa de llegar. Nos vamos a tomar una cerveza y me comenta que venía de París de la casa de Tino Federico, que también había sido decano y era amigo mío. La casualidad, ¿no? Si hubiera bajado más rápido jamás me hubiera encontrado con ese hombre que me dio el teléfono de Tino, a quien llamé y me dijo que vaya a París. Al día siguiente me fui y, por pura casualidad, en lo de Federico había un amigo que se volvía a Suiza esa noche y me aconsejó que no viajara a Suecia, porque no era la Suecia de mi época. Cuando estuve había muy pocos argentinos, era genial. Así fue como finalmente me instalé en Suiza.


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