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Enrique Mario Martínez

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—INDUSTRIA— EL DISEÑO COMO HERRAMIENTA EN EL CAMINO DE LA INDEPENDENCIA

Ni los diseñadores ni el Estado fueron capaces todavía de capitalizar al diseño como herramienta esencial del desarrollo. El diseño tiene un potencial de dimensiones impensadas: hoy es un factor de poder para el centro y de independencia para la periferia. En países dependientes, el modelo del diseño como forma de distinción para las elites no puede seguir vigente. Por el contrario, se impone como el eslabón que requiere de la máxima atención que puedan asumir las políticas públicas. Enrique Mario Martínez Ingeniero químico especializado en desarrollo e innovación tecnológica y científica. Fue presidente del Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI) entre 1986 y 1988 y entre 2002 y 2011. Ha sido decano de la Facultad de Ingeniería de la UBA, secretario de la Pequeña y Mediana Empresa de la Nación y diputado nacional. Sus ideas contribuyen a fortalecer la articulación entre la industria, las políticas públicas y el desarrollo económico.

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Toda sociedad tiene en su inconsciente colectivo la aspiración de vivir en un entorno sereno, imaginando cada uno una vida con menos complicaciones para sus hijos que las que tiene o tuvo la propia, a la vez que sin culpas esconder u olvidar por haber conseguido ese estado deseado a expensas de otros compatriotas. Lleva tiempo —muchos no lo logran nunca— asumir que esa construcción concreta no es posible concretarla en términos individuales. Los vínculos se van entrelazando de manera sucesiva hasta que los eslabones adicionales se pierden en la distancia, se hacen invisibles y en buena medida incontrolables. Percibir eso no conduce de por sí a la solución, porque, por el contrario, es habitual que la magnitud de la tarea se nos aparezca de tal imposible dimensión que el reflejo sea el inmovilismo. La resignación a que el contexto nos determine por completo, a achicar la mira y bajarla hasta nuestro ombligo, no es una claudicación, termina siendo simplemente una respuesta racional. Aquellos que pensemos que ese estado de cosas es insostenible —no solo porque aspiramos a algo mejor, sino porque el nivel de conflictos sociales que invaden el capitalismo global no puede ser más que creciente— debemos tener en cuenta ese marco, y tal vez nuestras metas primarias pueden sintetizarse en dos conceptos: a) Traer el horizonte a la vista. Para esto se necesita mejorar el grado de independencia de la economía global migrando hacia relaciones con el mundo que se puedan manejar con mayor independencia de la que está vigente en el mundo periférico. b) Aumentar la interdependencia al interior de nuestras fronteras. Esto implica simplemente asumir un nos-salvamostodos-o-no-se-salva-nadie menos fundamentalista, y tal vez más realista que otras consignas de transformaciones radicales del Estado y de las relaciones económicas más elementales. Plantearse tales objetivos —bien básicos— ya de por sí representa un desafío en países donde ante cualquier discusión sobre el futuro, aparece la competencia sobre formas de atraer capitales extranjeros a la vez que —de modo casi suicida— se reivindica el derecho de cada compatriota a llevarse parte de su patrimonio al otro extremo del planeta o donde le plazca.


02 Un argumento clave en la polémica sobre nuestra posible mayor independencia no transita solo por lo económico, por la disponibilidad de los capitales necesarios. El statu quo se refuerza sumando la faceta tecnológica. Aún empinados políticos progresistas suelen desconfiar de nuestra capacidad de hacer un auto moderno, una computadora o cualquier bien que necesite procesos complejos para llegar a su forma final. Los apabullantes bienes de capital de la industria moderna ayudan a pensar así, pero también lo hace la incapacidad de buena parte de la dirigencia para desagregar etapas productivas, para estudiar las cadenas de valor y encontrar sus eslabones clave, para incorporar todos los instrumentos que las corrientes de la sociología económica hoy ponen a nuestra disposición. Por esta mirada sesgada se han cometido errores importantes en el último medio siglo que restaron posibilidades de trabajo por miles y miles en el país. La integración local de la industria automotriz se redujo al tercio de lo que supo ser; fabricábamos motos íntegramente nacionales, y al presente ni un solo modelo cumple con esa condición; la expansión de la industria electrónica de bienes de consumo, que acompañó a la revolución tecnológica, terminó siendo un dramático ejemplo de la resignación al depender de otras voluntades, como se mencionó más arriba. Décadas de pasividad no se revierten con mera voluntad. En todo este tiempo, la industria de bienes de capital argentinos ha sido muy golpeada por equivocadas políticas sucesivas que creyeron que se consigue inversión abaratando las maquinarias, políticas que aún hoy están vigentes. Es inevitable tener en cuenta esto si se recorre un camino de reversión. Pero la contracara de esa situación de deterioro son las posibilidades que se abren por la generalización de instrumentos de diseño y de producción de prototipos. La informática ha terminado siendo un poderoso instrumento de diseminación de conocimiento aplicado que permite ya hace mucho — cada día más— crear objetos, escenarios, entornos productivos, y cuyo límite depende solo de la formación combinada con la imaginación de los operadores. De manera casi obvia, el instrumento de diseño virtual ingresó al sistema productivo a través de formas y colores

que no modificaron procesos productivos. Un pulóver o un zapato originales en su aspecto, pero que no llevan a modificar la forma en que se manufacturan, pudieron ser diseñados hace mucho tiempo. Usando la creatividad argentina en este plano, se instaló merecidamente al país en la moda mundial. Más tarde, sin embargo, ni los diseñadores ni —en especial— las políticas públicas fueron capaces de discernir la importancia creciente que el diseño industrial tomaría como factor de independencia y desarrollo. A la fecha, los autos, los celulares, hasta las zapatillas más exitosas, son fruto de un trabajo en el que el diseño controla la cadena de valor ulterior, que en la mayoría de los casos es implementada por empresas que no son propiedad del diseñador, pero que quedan condicionadas por ese eslabón inicial. Diseñar es factor de poder para el centro del mundo y factor de independencia para la periferia, pero con una condición no menor: las formas y colores que eran válidos para aquellos pulóveres o zapatos debe entenderse que ya no son suficientes. A ellas debe sumarse la conceptualización factible y eficiente de los procesos productivos que permitan luego lograr bienes de calidad repetitiva, de costo accesible. Diseñar hoy es definir el qué con el agregado del cómo. Está al alcance de los argentinos. Con una convicción: no es una forma de diferenciación o de sutilezas estéticas para algunas elites. Es una herramienta clave, de dimensión impensada para muchos, para lograr la independencia nacional y aumentar la interdependencia interna. Si creemos que esos dos componentes hacen a nuestra vida presente y futura, debemos poner mucha mayor atención y respeto por este componente de toda cadena de valor que lleva a un bien de lo que nos rodea cotidianamente.

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