Lo que queda de una Esquina Redonda

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Lo que queda de una Esquina Redonda


Un por qué Lo que queda de una Esquina Redonda supone una recopilación de los pocos textos y relatos que desde octubre de 2004 hasta junio de 2008 formaron parte del blog Esquina Redonda. Hace tiempo que dejé de actualizarlo y no tenía apenas lectores, así que el resultado más lógico era hacerlo desaparecer. Queda, como recuerdo y homenaje, esta recopilación de posts que espero que disfruten y compartan con todo aquel al que le puedan interesar.


¿Y si todo estuviera en nuestra mano? Publicado el 26 de octubre de 2004

Cuentan que cierto escritor presentaba en rueda de prensa su nuevo libro hace ya algunos años cuando alguien le preguntó: -¿Qué hay que hacer para escribir un Best-seller? Oculto tras su gran talento, el literato respondió ante las risas y el asombro de todos: -Es algo muy fácil, no hay que hacer nada especial... Finalizado el acto, el periodista que había formulado aquella pregunta se acercó al escritor y le puso a prueba sugiriéndole que era incapaz de escribir un

Best-seller en un mes. Una cena era el premio para aquel que tuviera razón. 28 días después, Umberto Eco le remitió al redactor una copia de la novela 'El nombre de la rosa', uno de los libros más vendidos de los últimos tiempos. Y el periodista tuvo que invitarle a cenar en un lujoso restaurante de Madrid. Es esta una buena reflexión para comenzar esta aventura. Nada es imposible. Todo puede costar más o menos, pero nunca hay que retirarse antes de intentarlo. Espero que disfruten.


Sin título Publicado el 26 de octubre de 2004

Ir y volver no es tan complicado. En realidad es algo que hacemos sin darnos cuenta conforme la vida avanza. Ir es descubrir y volver es arrepentirse. Ninguna opción es mejor que la anterior, es sólo un equilibrio que nos ayuda a seguir vivos. A saber que estamos ahí, esperando el próximo movimiento que nos lleve a un nuevo lugar. Quizá un día lleguemos a la orilla, pero nunca olvidaremos lo que pasamos por alta mar. Lo único que nos quedará claro es que las piedras siempre van a estar por debajo de nosotros y eso significa que no nos podrán parar por muy grandes que sean. ¡Estamos por encima de ellas!


Ausencia Publicado el 29 de octubre de 2004

Cuando las palabras se van por un tiempo, la vida apenas tiene sentido. Al final siempre vuelven; porque callar una palabra es como frenar el avance de una nube, algo imposible. Pero todo ese periodo que queda atrapado entre medio no resulta agradable. Resulta difícil caminar con el silencio como único compañero y la soledad aburre cuando llega su segundo día de existencia. No porque sea aburrida sino porque carece de palabra. Y el ser humano la tiene, pero sin nadie a su lado debe tragársela hasta que cada vez se va haciendo más amarga y no queda más remedio que escupirla... Es duro vivir sin hablar; sin decir nada. Sobre todo si eres una simple pantalla en la que todos los días aparece reflejado lo mismo. Nada puedo hacer que no sea esperar hasta que vuelvan a escribir sobre mí. A la espera de que llegue ese momento, les diré a unos y ceros que pueden tomarse un respiro. Al menos así podré descansar yo también...


Out-fusión Publicado el 9 de febrero de 2005

Cuatro personas. No creo que resulte tan complicado. Coca cola, cerveza, capuchino y cerveza. Sin embargo, un joven larguirucho y con cara de imbécil me saca del error, mientras sorprende con su estupidez: –El té, ¿para quién? Y la respuesta me golpea el alma. Isabel nunca supo decidir con firmeza y eso siempre juntó nuestras miradas para que descubriera en ella el rostro de una desconocida. Cuando sentenció que quería casarse conmigo me enamoró por completo, pero todo ha cambiado. Ahora odio a las personas que nunca se definen; ésas que acaban bebiendo té cuando habían pedido un capuchino.

(Escrito hace dos meses con motivo de un concurso. Nunca más se supo...)


Desdibujando la oscuridad Publicado el 17 de febrero de 2005

Sueño con una vida, una mano, un cabello. Imagino tus dedos como fuente de sensaciones, o incluso de deseos... Siento, un cuerpo fuera del mío, una mente que invade mi cabeza; una nueva forma de pensar y de actuar. Mi vida sin mí pero sin ti, la dualidad que todo aleja, que todo olvida... Dos miradas en la noche que se sueñan distantes, pero que a todas horas pueden rozarse.

Negro azabache que ilumina mis pisadas y una mano que me sostenga cuando caiga. Sueños... Una voz en mitad de la noche, un pensamiento que se apaga. Una ilusión que con nocturnidad desaparece y que durante el día resulta olvidada. Apaga la luz y vuelve a mi cama. Las noches son frías y extrañas en tu ausencia. Solo sueños, que nunca terminan de cumplirse; que se escapan de mis dedos a diario... Y duele


Ella Publicado el 4 de julio de 2005

En mi ventana siempre aparecía la misma gente. Con pasos diferentes y sentidos comunes que se perdían al doblar la esquina. Miradas perdidas en carteles de conciertos y puestas de sol en los muros. Todos iguales dentro de su inmensa diferencia. Incapaces de descubrir su parecido genético y mental, sin querer decir: “Yo también pertenezco a la masa, como tú”. Por suerte, ella era diferente. Con un andar ensimismado y unas uñas que se pulían en todas las paredes. Tenía un brillo especial en la mirada; ése que

distingue a los genios de los mediocres. Ése que me cautivó por completo. Pasaba cada tarde bajo mi particular mirador a las siete y cinco con una puntualidad antagonista con su caminar lento y pausado. El viento, cuando se dejaba sentir de cuando en cuando a este lado de la ciudad, agitaba su media melena pelirroja con dulzura y encanto. Justo la hacía coincidir con los últimos rayos del sol que la convertían en un alboroto de miel y oro. A ella le gustaba sentir esa brisa, le hacía sentir que la vida tiene cosas maravillosas, supongo.


¿Qué más puede esperar un pobre anciano sordo que lleva quince años abandonado en una residencia donde sólo ve a gente acabada como él? Sólo puede esperar a que el corazón deje de latir mientras sus ojos intentan convencerle de que merece la pena haber vivido. Hoy la observé por última vez. Y lloré al intuir que no llegaría un mañana con ella bajo mi ventana. El corazón es incapaz de soportar una vida que se apaga sin intención, obligada por la insoportable exigencia del paso del tiempo. Yo siempre estuve seguro de eso. El que ella apareciera cada día para decirme con su mirada triste ‘espérame mañana’ me convirtió en un luchador que se adueñó de una ventana blanca. Un rincón del que todos comprendieron que jamás podrían tomar posesión hasta el día que me fuera. Y el caminar de aquella dama alargó ese momento al menos cinco años. Me lo dijo el médico cuando le revelé mi secreto, cuando le susurré al oído que mi única aspiración en esta vida era esperar a contemplar un día más a la mujer más bella que contemplé nunca.

Quizá también me eche de menos; esta tarde se fijo en mí.


Alma en vela Publicado el 20 de octubre de 2005

Se fue sin decir adiós, como lo hacen los visitantes ingratos. Amaba sin ni siquiera abrir los ojos y besaba oliendo a colonia. Poseía la palabra precisa en el instante correcto y nunca erraba. Perfecta ella, torpe de mí. La descubrí una noche de otoño, cigarrillo en mano, mientras buscaba una vía de escape a madrugadas sin sentido. Mucho tiempo después me abrazó haciéndome sentir el tipo más desdichado del planeta. Tener o no tener que dijo aquel. Lo hizo sólo una vez en cuerpo presente pero miles en duermevela. Allí fue donde intenté conocerla y logré algún avance, pero nada como la realidad para descubrir que el pensamiento siempre se queda corto.

Busqué por calles, ciudades y países, pero nadie supo de ella nunca más. Quizá por eso el encantamiento fue desapareciendo hasta convertirse en un vago recuerdo. Seiscientas treinta y dos noches después la sigo buscando en cada mirada. No me interesa para nada, tan sólo confío en que algún día pueda recuperar mi alma. Y poder así entregarla de nuevo. O mejor aún, guardarla en un baúl escondido bajo las entrañas de un gran árbol donde nadie pueda encontrarla. Y volver a decir aquello: "De nuevo en la brecha amigos míos".


En casa de la muerte Publicado el 26 de abril de 2007

Llueve y el día se dibuja raro. Es mediodía, caras serias y ropas oscuras me rodean en un lugar que no resulta el más apetecible para volver a toparse con rostros conocidos aunque olvidados por algún tiempo. Funeral. El paso definitivo del aquí al allá. Digo allá porque siempre quise creer que existe algo más que una vida agitada. Lo imagino como un lugar tranquilo, con hermosas fuentes de agua y un cielo azul celeste perpetuo. Supongo que será así, aunque no podré contárselo jamás como comprenderán. Es el gran secreto del vida, el lugar al que van a parar todas las buenas personas (y las no tan buenas, seamos realistas) cuando todavía tenían cosas por hacer cuando tenían los pies en el suelo.

Llueve y el día se dibuja raro. Es mediodía, caras serias y ropas oscuras me rodean en un lugar que no resulta el más apetecible para volver a toparse con rostros conocidos aunque olvidados por algún tiempo. Funeral. El paso definitivo del aquí al allá. Digo allá porque siempre quise creer que existe algo más que una vida agitada. Lo imagino como un lugar tranquilo, con hermosas fuentes de agua y un cielo azul celeste perpetuo. Supongo que será así, aunque no podré contárselo jamás como comprenderán. Es el gran secreto del vida, el lugar al que van a parar todas las buenas personas (y las no tan buenas, seamos realistas) cuando todavía tenían cosas por hacer cuando tenían los pies en el suelo. Se me ocurren estas cosas en un cementerio, lugar de cualidades mágicas y silenciosas. Sin que nadie comente nada, sin que nadie haga mención, los fuertes se vuelven demasiado vulnerables; los desaliñados, correctos; y, mientras, la vida pasa como si en aquel lugar nada tuviera importancia. En un cementerio nada importa. Comprensible por otra parte, el motivo de visita quita las ganas de todo. Por eso no me gustan los cementerios.


Clasificado, principio y fin Publicado el 22 de abril de 2008

A continuación les dejo el relato que me han publicado en el libro "Soy canalla", editado por la Asociación de la Prensa de Aragón. Espero que les guste. Cuando sonó el timbre me temblaban las piernas. Abrí la puerta con una sensación a medio camino entre la frustración y la euforia para encontrarme al otro lado un gesto serio y casi dos metros de altura. Tras los sobrios saludos de rigor, le invité a sentarse en la mesa que estaba en el mismo recibidor y sobre la que había dos vasos usados y las llaves de mi coche. Ambos nos sentamos y nos miramos fijamente. Después, el individuo se despojó de una gabardina grisácea y algo mugrienta para apoyarla en

una tercera silla sobre la que ya descansaba un arrugado abrigo de tiros largos. Extraje de debajo del faldón de la mesa camilla una carpeta repleta de recortes de periódico, cintas de música y una decena de cintas de vídeo. Entonces, todo estaba listo. El hombre, cuyo nombre nunca supe, comenzó a examinar toda aquella retahíla de asuntos varios con mucho interés. Para facilitarle la tarea, había colocado un ladrón en el enchufe situado junto a la puerta de entrada para que pudiera hacer uso de un radiocasete, un vídeo y una televisión a su antojo. Yo mientras, esperaba. Un cuarto de hora después, el ascensor se detuvo en mi rellano y unos tacones femeninos se deslizaron hasta mi puerta. Todo sucedió muy rápido. Unas llaves cayeron al suelo, fueron rescatadas para abrir la puerta y mi mujer, el perfecto desconocido y yo nos quedamos mirando. Con cara de asombro ellos; yo reflejaba una gran decepción. - Quedamos en que nada de terceras personas, –me inquirió mi invitado mientras recuperaba con gesto


fugaz su gabardina–. Has perdido. El tipo desapareció en menos de cinco segundos llevándose las llaves de mi coche. Alicia no sabía a dónde mirar. - ¿Quién era ese hombre? ¿Dónde va con las llaves de nuestro coche? ¿Qué significa todo este montaje de cacharros en la entrada? ¿Y por qué has dejado que dejara su abrigo sobre mi prenda nueva? Ya sabes que lo odio... Comprendí que estaba dolida. Y no porque alguien hubiera arrugado su reciente adquisición para el inminente invierno, ni mucho menos porque hubiera colado en casa a un completo desconocido. Estaba dolida porque nunca estuvo al corriente del asunto, eso la mataba. Pero no supo que me estaba haciendo el hombre más infeliz del mundo. - Alicia, cariño... Ahora sí que tenemos un problema, –le expliqué-. Siéntate y respira hondo porque es una historia algo larga de contar.

No me quedó otra que reconocer que cuando le dije que había encontrado trabajo lo hice en un clasificado que simplemente decía: “Si te atreves, te recompensaré”. No recuerdo qué extraña razón me llevó a acudir a la dirección indicada, pero lo cierto es que no pasó ni media hora hasta que aparecí allí. Nadie me recibió cara a cara, lo cual me hizo desconfiar y suponer que la suma a ganar sería generosa. Una voz seca me dijo: - Coge el sobre que hay bajo el felpudo y sigue las instrucciones. Antes de irte, rellena con tus datos la ficha que hay y deposítala en el buzón de este piso. Pon bien claro el número que hay en tu sobre. Te haré una visita dentro de un mes. Dudé sobre si obedecer o salir corriendo, pero decidí coger el sobre. - Nunca dejas de sorprenderme... –me recriminó Alicia-. Como siempre intuí, Alicia reaccionó con una inquieta serenidad mientras trataba de atar los cabos


de una hilarante idea. Idea que, por otra parte, nunca me pareció descabellada. Cogiendo aquel sobre acepté lo que seguramente sería una excelente oportunidad de ganar dinero. Me guiaba la desesperación. Las instrucciones eran claras, estaba obligado a hacer lo que fuera por llamar la atención de la prensa. Atención cifrada en cuatrocientas noventa y seis apariciones en cualquier medio, la suma del valor de los treinta y un días que tiene mayo. A cambio, y sin posibilidad de negociar, yo ponía en juego mi coche. Por último, ‘no hay marcha atrás ni otros actores, –versaba la escueta nota-. Si te atreves te recompensaré’.

- No entiendo cómo no te planteaste renunciar, es algo imposible. ¿No pensaste en huir, escapar por un tiempo? –preguntó inocente Alicia-. - ¡Qué claridad de ideas la tuya! Recuerdas que dejé un papel con todos mis datos en su buzón. Estoy seguro de que un tipo así es capaz de encontrarte en cualquier parte, aunque te escondas en un agujero bajo la tierra. - ¿Pero no te diste cuenta de que era una misión imposible? - No. De hecho lo conseguí... - Eso quiere decir que yo... - Sí. Estaba a puntito de ganar y acabé perdiendo mi coche.


Por un momento su mirada rebuscó en la habitación una distracción con la que dejar correr los segundos. Poco después, me preguntó cómo lo había logrado. Efectivamente yo no tenía mucha idea acerca del funcionamiento de los medios de comunicación, pero debía lograrlo si quería recuperarme económicamente. Así, me dediqué a llamar a programas radiofónicos, escribí cartas al director para periódicos y revistas, dejé multitud de comentarios en los diarios digitales, esperé a las puertas de las redacciones para poder participar en las encuestas callejeras, fui público de hasta treinta programas televisivos, participé en un concurso de preguntas y respuestas en un canal nacional, perseguí a fotógrafos para colarme

en el fondo de sus instantáneas y terminé mi labor, tres días antes del plazo, del mismo modo que empezó, con un clasificado en el que puse en venta mi apartamento a un precio muy asequible para llamar la atención. - Ya decía yo que últimamente llamaba mucha gente. Pensé que se equivocaban. - Lógico... - Sí, pero luego pensé que al final te habías decidido a vivir conmigo. - ¿En serio?, -pregunté antes de echarme a reír-. - Sí, por eso estoy aquí. Quería empezar a recoger. Acepté una de las ofertas...


Tarde de jueves Publicado el 27 de junio de 2008

- ¿Y si diéramos la vuelta al mundo? - preguntó. - Quizá mañana, quizá...

Queda prohibida la reproducción total o parcial de todos los textos aquí recogidos sin la autorización expresa del autor. Copyright: Juan Pablo Montaner. Enero de 2012


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