Revista Ikaro 33

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En la lengua de Íkaro

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ola mis disidentes lectores, que con algo de algarabía han esperado perturbación esta nueva entrega de letras coaccionarías.

sin ninguna

Pues en estos tiempos virulentos y bipolares, donde todos somos sumisos ante el moribundo mercado de ideas preconcebidas, hago acto de presencia por la insana costumbre de no sucumbir, como arrebato de idea pueril. ¡Sí! mis amados y odiados seres, estamos ante una coyuntura de la historia «hipócrita», donde los héroes son premiados con estatuas de hielo y primeras planas en un mundo virtual. Hoy estamos ante una distopía consensuada, donde la lucha se levanta con pulgares en el celular. Y tu ser es absorbido por el deseo del consumo salvaje.

...prepárate a La victoria de los mercaderes yace en tu deshumanización, tomar un viaje por ello estas páginas ahora son pactos paganos, actos de de temor o rebelión que no calzan en los esquemas del capital. Por ello somos una especie que se extravía y dispersa en la selva dede inspiración, cemento, deseando formar un clan, un segmento secreto,luego haz el amor donde el hedonismo no dignifique perdigar tu cerebro conterminada la unos selfies. Cada día somos menos los constructores de las artes y la metafísica, cada día más los hambrientos y loslectura apócrifa de este manual caídos. ¡Oh sí! Mis queridos granujas, que se tatúan símbolos y buscanpervertidor...”

la libertad en libros de autoayuda, les digo, que la salvación tan sólo es papel flotando en el sanitario, las alas recogidas de una creciente (de)generación de monigotes y borregos, que demasiado sedientos de líderes van creando guerreros de cartón. Hoy la mentira es tan clara que la vemos como verdad. Tantas ideologías inconexas tratando de encajar, que tenemos una masa reciclada que es incomprensible, hedionda y podrida. Este número impar, multicolor y monocromático, tiene como fin, darte un golpe perverso. Hacerte caer de tu zona de confort, abrir una grieta en tu vida para que entre algo de luz. Apaga el celular o el televisor y acomódate con música de fondo, prepárate a tomar un viaje de temor o de inspiración, luego haz el amor terminada la lectura apócrifa de este manual pervertidor. Olvida el reloj que el tiempo no es corto, tan sólo es que olvidaste como vivir.

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02. Twitter (es caca), ilustración Adrián Montenegro 03. El Último, fotomontaje Adrián Montenegro 04. Historia sin retorno Número 02, comic Juli Soloaga y Paranoid 05. Dios Chancho, ilustración Adrián Montenegro 06. En la lengua de Íkaro. 07. Revoltoso, ilustración Adrián Montenegro 08. Sumario y Créditos 09. Doscientas, relato corto Carolina Reyes Torres 10. La gente crece en mí, relato corto, Belisa Bartra 11. Avanzado en años, relato corto, José Reynold Quintanilla Morán. 12. Canción brutal en O, cuento corto Adrián Montenegro 13. El colchón secreto, cuento corto Francisco Martínez Hoyos 16. Cajas de Cartón, cuento corto por Morosa. 18. Todo cambia, opinión Adrián Montenegro 19. El Bohemio, comic 20. Epílogo. 21. (...), cuento corto, ilustración Juli Soloaga y texto Paranoid . 22. El Trono del ratón, ilustración Adrián Montenegro 23. Los perros son para maricas, fotomontaje Adrián Montenegro

1. Revista Íkaro, edición 33, año 18, Diciembre 2014 Enero 2015. Publicación Independiente de Cultura editada por Adrián Montenegro. Diseño Gráfico por Digital Vox. Este número está dedicado a la memoria de “Chico”, padre de nuestro amigo y colaborador Steven Ramírez. Impreso en---. San José, Costa Rica. Página web www.revistaikaro. com. Email: info@revistaikaro.com. Teléfono: +506.8530-3535.


Doscientas Carolina Reyes Torres

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eí que tenían que ser doscientas palabras sino, ya no calzabas, ¿qué se puede hacer con doscientas palabras? Bueno, “Rosa de Aric” fue electa con un mensaje de 3 palabras y una de ellas incompleta. Hay frases que también pueden marcar a un país: “no se mueve una hoja sin que yo lo diga”, dijo una vez el dictador. “Justicia...en la medida de lo posible” dijo después el presidente. Sigo pensando qué se puede expresar en un formato comprimido, me imagino que debe ser de alto impacto, como una muerte súbita. ¿Existirá la micro crítica ficticia? Debería ser una especializada en relatos portátiles, agenciándonos a Vila Matas. Total que aquí ya me quedan menos de ochenta caracteres para seguir hilando mis micro disquisiciones de fantasía. En realidad soy la reina de lo micro, partiendo por mi estatura y terminando con mis relaciones amorosas. Esas son telegráficas. En número y extensión. Casi diría que un hola y un adiós. Los finales siempre son lo más macabro y lo mejor, un dardo directo cortó y preciso que no necesita de doscientas palabras para desarrollarse, simplemente un: “No eres tú, soy yo.”

Carolina A. Reyes Torres (Santiago, 1983) Es profesora de estado en Inglés de la Universidad de Santiago de Chile y Magíster de literatura latinoamericana y chilena por la misma universidad. Colabora en la Revista Lecturas haciendo reseñas literarias y ha publicado el cuento “La Sirena” en la Revista Sangría.

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La gente crece en mí

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í. Ayer, sin ir muy lejos, me comí un bebé que hoy grita en mis entrañas, ya adolescente. Me parece desconsiderado de su parte, pero ¿qué se puede esperar del hormonal ímpetu que precede a la pausa de la edad adulta? La gente crece en mí y, francamente, creo que demasiado rápido. Así que intento ignorar esas voces, el niño que me zampé la semana pasada murió anoche, ya de viejo. En su etapa adulta, lenta y larga, suelo escuchar murmullos, algunas quejas, algunas risas, algunos llantos. En la vejez solo hay silencio, pero estoy seguro de que si aguzara el oído habría más ruido que en la mente adolescente. La gente crece en mí, me deja sus voces, sus gritos, sus ansias, sus uñas, sus heces, sus huesos: ¡sus restos! Luego se disuelven en la nada, pero siempre después de haber crecido.

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Belisa Bartra


Avanzado en años

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Jose Reynold Quintanilla Morán

a gente no entendía por qué ese tipo avanzado en años se quedaba sentado en las banquitas de las ruinas todos los días, excepto que lloviera, con los años se convirtió en símbolo de la pequeña ciudad, uno más para el imaginario popular, la identidad no descansa. La vez que “chico” faltó por más de dos meses a su cita diaria con las palomas y la pacha, la gente se sintió vacía, no tenían para sí un referente de lo que no deben hacer en la vida; perder el tiempo, descansar, vagabundear, ser alcohólico y cochino. Los tatas empezaron a preocuparse por la salud mental de sus hijos, ¿Ahora con quien los iban a asustar? Está claro que con la virgencita sería imposible.

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Canción brutal en O

Por Adrián Montenegro

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aco conoció el fondo tonto de su perverso desenfreno cuando tuvo sexo con Amparo, bicho raro de un puesto de banano. Ella que con poco estudio producto era del estado etílico de un narco llamado Polo y la Consuelo. El cachondo encuentro de Paco y Amparo trajo al mundo a Marco, Rodrigo y Fabio. Marco no muy docto siendo muy niño se introdujo en el universo abrupto de su abuelo Polo. Paco se llevó a Rodrigo favorito por mucho y lo mimo hasta donde pudo. Fabio era gemelo de algún ancestro materno pues hasta los cuatro soltó el pecho. Ya habiendo crecido cada uno siguió su camino. Marco encontró su destino en moto, cuando un muro quebrado se le puso de anverso y ese tropiezo le bautizó como “Muerto”. Tomo y tomo pues un macho accidentado ha gastado su boleto al cielo. Rodrigo se hizo arquitecto, construyo un rancho para Fabio su hermano, quien harto estaba del matriarcado cristiano de Amparo y Consuelo. Polo su abuelo se murió con un agujero en el pecho en año bisiesto. Cada hermano tenía un perro, el sabueso de Rodrigo era Sordo, el de Fabio Terroso y del Marco, conocido como Asesino.

Crecido Fabio conoció a Lucero la del ojo negro. Marco siendo aficionado fotógrafo atrajo a Refugio a su cuarto oscuro donde le saco foto a cada punto de su cuerpo desnudo. Rodrigo inclinado por su mismo sexo amo al vigoroso de Mario Redondo, compañero de trabajo, rubio y muy blanco. Fabio se casó con Lucero y tuvo a Otto, Socorro y Manolo. Marco se aburrió de Refugio cuando la lanzo en un hoyo, donde salió de un salto como sapo perseguido. Gracias al convulso amatorio de Marco escribió un libro llamado “Vino y cogió conmigo” y por ultimo su hermano Rodrigo viajo por el mundo con Mario, y tardo un año pa’ el casorio. Al cabo de mucho turno Rodrigo se encontró con Fabio en el entierro de Marco, difunto por un desafuero de un esposo furioso, famoso por el apodo del “Oso”. ¿Y Paco?...ese es otro cuento que por largo no lo pongo, pues al rato sueño le va dando y no quiero asustarlo.

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uién no se conforma es porque no quiere. Yo tuve la suerte de salir bien librado, porque entre todos los horrores posibles, desde el primero y principal de la muerte, me tocó un mal muy menor. Con su faceta amable, todo hay que decirlo, porque ahora, desprovisto de la cualidad simétrica de mis pabellones auditivos -total, para lo que hay que oír-, por fin podía comprender los sentimientos del bueno de Vincent después de que Gaugin perdiera la paciencia al escucharle repetir, por vez enésima, “Mi nombre es Gogh, Vincent van Gogh”. Pero no nos apartemos del caso. Lo importante es que en el recuerdo se diluyen los perfiles dramáticos de las cosas, de manera que el grito desgarrador, el escalofrío y la incertidumbre acaban confundiéndose en una atmósfera sonrosada y lánguida. En el espejo de mi memoria, la silueta rotunda de Chantal se mezclaba con el cielo color tierra, hasta hacerme dudar si aquella sensualidad mortífera fue algo más que el delirio de un insomnio de verano.

EL COLCHÓN SECRETO Francisco Martínez Hoyos

Supongo que me pasa lo mismo que a casi cualquier tío: desde pequeño comprar ropa me produce un hastío mortal, por lo que siempre he procurado esquivar esa cita desagradable con excusas poco convincentes. Primero fue mi madre la que tuvo que arrastrarme a aquellas salas de tortura impropias de un espíritu superior, por encima de algo tan terrenal como esos trapitos que nos cubren el cuerpo. Porque el frío, créanlo, existe solo en nuestra mente ya que no es nada, sólo una ausencia, un no ser. Más tarde, tocó a mi novia la poco grata tarea de encadenarme a los grilletes más seguros, los emocionales, para sumergirme en un océano de pantalones. Como si uno veis y otro azul marino no fueran suficientes para mi

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fondo de armario. Ya saben: ¡Esto es Espartaaa! - Pero esos son de verano, Alfonso-, me repetía mi costilla. Entremos en “Trapos y trapitos”, la boutique más fashion del Paseo de Gracia, porque mi chica se había empeñado en que comprara una chaqueta -me da yuyu decir parca, cosas de griegos-, a ver si por fin me deshacía de “Azulita”, la que me acompañaba fielmente desde los últimos días en el Instituto, de eso hacía 25 años. María me reconvino como si yo fuera una criatura, suposición en la que no le faltaba razón si hemos de ir con la verdad por delante. - ¿No te da vergüenza? Está llena de agujeros... Con un gesto de mi mano derecha, equivalente a un “despacio, muchacha, despacio”, traté de contener la andanada. - ¿Agujeros? ¡Canales de ventilación!Tantos libros de autoayuda por fin habían dado resultado. Ya veía la botella medio llena. Ya estaba en la autopista del éxito. No tuve que esforzarme mucho para advertir que mi costumbre, que diría Unamuno -y viva la pedantería, etc-, me creía un caso irrecuperable. Lo dijeron sus prístinos ojos verdes antes de que sus labios pronunciaran la palabra fatídica. - Paso... Dispensado de la ardua responsabilidad de elegir cubridor, hice como que miraba los jerseys multicolores, mirar sin ver, por supuesto, hasta que reparé en una maniquí inusual. No era la típica imitación en plástico de un Ángel de Victoria’s Secret, aunque su belleza desafiante exigía igualmente postración. Lejos de la perfección anoréxica, la suya era una hermosura naif, muy de... cine mudo años veinte. Vintage, que dirían mis amigos Borja Mari y Pocholo, o sea. Sí una modelo ha de lucir curvas peligrosas, el óvalo perfecto de su rostro le daba un aspecto de diva fría y misteriosa muy a propósito para

incitar a los hombres a cometer locuras, fuera en la ruleta del Casino o con el florete, bajo el aire frío del amanecer. Sobre esta apoteosis de la geometría, sus cabellos crespos, trazados por un Stradivari del tiralíneas, aportaban una frontera cálida al ultramar ululante de sus ojos de perdición. Redondeaban el conjunto unos senos pequeños y orgullosos que en su altivez parecían chotearse de la invasión de ubres descomunales en las revistas mal llamadas masculinas. Si aquella muñeca tuviera la facultad de hablar, me dije, seguro que acariciaría el aire con una voz ronca y susurrante. O tal vez yo había visto demasiadas películas. De pronto, reparé en su hombro izquierdo, provocativamente desnudo. Sobre su piel gris mate industrial aparecía un tatuaje con una sola palabra, de pedestre fonética: Mongochungo. Aunque no fumo, mi memoria retrocedió a las inmensidades de cierto cañón del viejo oeste, uno de esos desiertos que parece al margen de la Historia, escenario de las emocionantes aventuras del... comandante Gordon. Pero no adelantemos acontecimientos. Fuí a comunicar mi descubrimiento a mi novia, que en esos momentos se debatía ente una blusa rojo pasión y otra naranja como las naranjas de Valencia. La dependienta, al verme llegar, alto y bien plantado, le dirigió una sonrisa cómplice. - María, cuando estuve en Okhlahoma, diez años antes de conocerte... - Ayyyy, qué pena tan grande.... Era su manera de decir que no sabía de dónde sacaba tanta paciencia con mis desvaríos. No utilizó un tono ofensivo, ni mucho menos, sino el desenfado travieso de quién no pierde la sonrisa haga frío o calor. Protesté. - Qué sí, María. Que es verdad. Que estuve en Oklahoma cuando hacía mi tesis doctoral sobre el séptimo de caballería, aunque dedicaba más tiempo a los club nocturnos, donde me atiborraba de marihuana y ligaba con mulatas despampanantes, que a la fría soledad de los

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archivos. Mi chica puso a la altura de sus oídos el dedo índice e inició una rotación de inequívoco contenido irónico. - Claro, claro... - ¿Te estás riendo de mí? Me miró dándome a entender que no dijera chorradas. - Noooo.... ¡Contigo! Pronunció la aclaración con una dulzura condescendiente, la que utilizaba cada vez que se apiadaba de su friqui grandote. - Animalico...-, dijo mientras frotaba mi exuberante caballera, nacida de mi aversión a los barberos. Insistí. Si el Principito de Saint-Exupèry no desistía de un empeño, yo aún menos. - Creo que tengo una pista sobre Mongochungo. - ¡Ya me extrañaba a mí que no saliera hoy Mongochungo. Otro de tus monotemas, como los Beatles, los Simpson y la lírica provenzal. - Es que esa maniquí tiene precisamente esa palabra tatuada en su hombro. Puso cara de ya estas dramatizando otra vez, pero se le torció el gesto cuando reparó en la muñeca. Más exactamente cuando reparó en su vestido, copia exacta del que Sofía Vergara había lucido en los premios de la televisión americana. Era de color azul y nada, ni siquiera una manada de gatos pulgosos, por más que odiara a los felinos con toda su alma, le inspiraba un asco tan atroz. Precisamente por esa fobia de mi chica, nuestra relación había empezado con mal pie, hacía dos años, en una fiesta de disfraces que organizaba la embajada británica, a la que me presenté disfrazado de “muchacho azul”, de Gainsborough. Nada más verme, se puso a tararear, irresistiblemente zumbona: - we are the world, we are the friquis... Para convencerla de que no era... un bicho raro, le expliqué pormenorizadamente toda la retratística británica del XVIII, de Reynolds en adelante. Ella tomaba un Martini, yo un agua con gas. Éramos incompatibles. Estábamos hechos el uno para el otro.

- Ya que estamos con pintura inglesa... Cuando quedemos un día, te llevaré a ver la exposición de Turner en el Prado. Lo dije con aplomo y convicción. Ella, con una mirada, me dio a entender que podía esperar sentado. Se lo volví a recordar después de hacerle el amor por tropocienta vez en una buhardilla, nuestra chabola, mientras se escuchaba de fondo el chisporroteo de la lluvia. - ¡Es que no te vas a olvidar nunca!Mi respuesta fue en el mejor estilo de la vieja Laconia. - No-. Quise taparle los labios con un beso, pero en ese momento sonó el teléfono fijo que había instalado junto a Internet, para rechifla de mi novia. - Qué lastimica, otra vez inyectado a la máquina. Y ponía ojos de zombi, imitándome. Aunque me daba una pereza enorme salir del dormitorio y alejarme, en pleno invierno, de la seguridad del radiador, fui al comedor a contestar. Hacía frío, pero no fue por eso por lo que me quedé helado. Al otro lado de la línea, una sensual voz femenina pronunció una sola palabra: - Mongochungo... Era Chantal. Aunque no podía verla, supe que vestía de azul. Ella era la única persona –el único espectro, más bien- al tanto de que había encontrado algo más que pruebas de la existencia del tesoro oculto del comandante Gordon, el que le arrebató a los indios motelote antes de exterminarlos en la masacre de Mongochungo. Entre los legajos polvorientos del Archivo Histórico del Estado, había encontrado el tesoro mismo. Aunque yo nunca lo reconociera, María tenía razón cuando se refería a mi costumbre de gastar poco en los bares: -Todo para el colchón, todo para el colchón… ¡Qué no te vas a quedar aquí de muestra por los siglos de los siglos! No sospechaba que el auténtico colchón era oro de los motelote. Chantal sabía que estaba en mis manos. Y quería su parte.

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CAJAS DE CARTÓN Por Morosa

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Anoche jugué con mi sobrina de cinco años.

Daba gusto sentir el clima de un niño en la casa. Nuestra atención en su persona nos cambió la cara de todos los días. Aprendimos su rutina, y también nosotros quisimos jugar un poco después de la merienda, o hacer sopas de letras por la mañana, o quedarnos asomados por la ventana y charlar con los gatos de la calle. Hasta los muebles parecían más distendidos, las camas sentían caricias de los juguetes descansando, la heladera se ponía coqueta llena de dibujitos y la alacena sonreía como una abuela guardando frascos de colores que chillan. El living era nuestro mundo mientras jugábamos con una pelota roja casi más grande que ella misma. Le gustaba abrazarse con todo el cuerpo y que yo las levante juntas. De repente soltaba su risa musical y recorría todos los rincones de la casa, recordando a quienes la escuchaban que ellos también han reído así. Faltaba poco para la cena. Luego de abrigarme me encontraba camino al mercado. Una vez allí, veo una fila de cajas de cartón en un carrito. Me hace detener y correrme para dejarla En el suelo, un niño jugando, de espaldas al carrito. Su madre, parada junto a él, le dice que se corra, que deje pasar al señor, y sonríe mirando hacia las cajas; de donde asoma un hombre con expresión de cansancio, que primero mira al niño, luego a la madre. El niño tardó un momento en correrse, menos que eso el señor en pasar, con un inmutable gesto de fatiga y espera. Distinto del hombre sereno y satisfecho, pero sin llegar al enojo. Al pasar junto a mí le noto la misma expresión, y ya no pude devolverle una sonrisa sincera a la madre, mucho menos al muchacho. No entendía lo que había pasado, y me llevé la duda a la verdulería. Si hubiera sido un gesto de enfado, lo habría entendido. Tarde en la noche y apurado por terminar el trabajo, es fácil perder el tacto queriendo volver a casa. Pero no había enfado, tampoco alegría, ni molestia, ni preocupación. Era un gesto estático, de mirada firme pero ausente, inexpresiva y profunda. Camino a casa veo al señor del mercado, con un carro más grande, el suyo, tras de sí. En menos de un segundo encuentro su mirada, que no encuentra la mía, que no encuentra nada. Pasa por mis ojos igualmente ausente y profunda. Sentado en la parte de atrás del carro va un niño, mirando la calle y moviendo una soga atada a un cañito de metal. Los ojos de aquél hombre me resultaron tan intensos que los seguía viendo a través del carro inmenso, cada vez más grande. Los veía escrutando la noche que los envuelve. Los veía adentro mío. Los veía en todas partes. Lo perdí de vista, abrí la puerta y entré a casa. Y me costó volver a sentirme un niño esa noche. Todavía me cuesta.

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Todo cambia

Adrián Montenegro

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ue maravillosa partícula del universo somos, siempre peculiar, siempre cambiante. Un organismo compuesto de carbono capaz de crear tantas transformaciones y que en un cerrar de ojos puede dejar su huella en cosas maravillosas o precipitar grandes pesadillas.

Pero cuanto adolece cuando todo cambia, ese olvidado y presuntuoso reloj que no se detiene. Que callado marca los segundos que tarda nuestro mundo en darle a la vuelta al Sol, mientras pensamos que estamos demasiado quietos, demasiado callados y serviles. Cómo la canción que interpreta Mercedes Soza, el cambio nos lastima, nos araña el coraje. Que practica la naturaleza y que simple parece todo cuando escuchas el viento atravesar un árbol y las nubes crear mil formas si repetir ninguna. Fractales blancos que se diluyen en el azul cielo, que nos indican las estaciones en el clima y la temperatura. Pero un día los padres se marcharan, al filo de la vida, déjanos legados de memorias que transmitimos. Y tú al igual que ellos, te confinaras en una zona de confort esperando que nunca se acabe, pues te da cierta dicha, aunque no alegría. Los amigos se transforman en seres míticos de un pasado aventurero, donde todo era futuro, energía pura y rebeldía, que de pronto cambiamos por el horario de oficina, por la fila en el cajero automático, por el falso placer en cualquier cosa que uses como droga. Y nuestro espíritu se miró tan confundido que prefirió ocultarse en lo más profundo de nuestro ser, dejándonos este cascarón que se levanta desmotivado cada día. Los abrazos y la conversación hoy mueren con mensajes en el celular. Los besos por “selfies” y chicas ostentosas de presunción. Ahora estamos más comunicados y más lejanos, estamos llenos de individualidad. Nos desgastamos en el sueño de otro, mientras ese otro intercambia nuestras vidas por monedas, billetes y aparatos, pero muchas de esas suntuosidades no las necesitamos. Todo cambia, algunos tiranos caen y otros renacen. No hay héroes que roben y den a los pobres, ahora son pobres matando a pobres. Todo cambia, donde sólo hay ciegos jugando a ser bomberos tratando de apagar sus propios incendios. Cuando muchos no tienen alimento y pocos se sacian en gula. Cuando piensas que necesitas más religión que educación. Cuando piensas que la vanidad es más importante que el amor. Hay veces que te entiendo, ¡qué bello seria perderse en un caparazón! , olvidar que existes vos. Que nada cambiara sería perfecto, que todo fuera reiniciado con un claro olvido. Que cambiaran los políticos por sabios, militares por médicos y científicos, religiosos por maestros, delincuentes asesinos por artistas creadores, suicidadas por agricultores. Sueñas que hay días en que despiertas escribiendo un poema sin la preocupación de ganar dinero a toda costa, tan sólo para comer y medio vivir. Que puedes tomar un libro sin el desvelo del aparato celular, de la noticia del día. Que puedes componer una canción al ritmo de tu latir sin el desasosiego del odio o la envidia. Y es que lejos de todo, somos una simple y bella partícula subatómica en el universo. Si nos diéramos cuenta de que solo somos polvo en el cosmos, dejaríamos de ser manipulables, enterraríamos el miedo. Más aunque todo cambie yo me empeño en ser terco y aferrarme a lo que me queda que no puede ser cambiado y en este punto nada me extravía…

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Epílogo

E

sperando que tan grata o ingrata verborrea proletaria te haya engatusado en los inicios del 2015, llegamos a la culminación de una inútil obra más.

Pues digo inútil ya que para los tiempos modernos, algo que supere los 140 caracteres es algo indigno de sentarse a determinar. Más sencillo admirar las nalgas de tontas sin talento o perderse en frases famosas de personas que no conocemos. Que la humanidad perdida de los fanáticos asesinos desaparezca junto a los posesos de Dios, Alá o de cualquier amigo imaginario que tengan los grupos destructores o extremistas. Ya que hay tantos imbéciles creyendo que tienen la verdad, que nos da miedo que nos manden a la mierda en el fuego cruzado.

Recuerda que tener miedo a morir no debemos, pero si tener miedo a vivir como pendejos”

Diría que con cariño perpetuo y antagónico, que dejen de ser tan pelotudos, que todos ya estamos demasiado psicóticos y esquizofrénicos. Pues no tienen atados al celular, al poder mediático de la red social, a la cultura pop basura que nos envía el mercado, a la literatura light y a la carcoma de la sumisión y la pasividad. Por ello hermanos míos, que la sabia esencia del Señor Átomo a la que todos pertenecemos nos ilumine con su gracia y rompa el veneno de la ignorancia, que nos dan las noticias y los periódicos comerciales, que hoy se venden al poder de la mentira del dinero.

Recuerda que tener miedo a morir no debemos, pero si tener miedo a vivir como pendejos.

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(...) Esboza una sonrisa a mitad de camino y abre paso a un hilo de baba que aterriza en las sábanas blancas. Algún balbuceo pero María se distrae de su escrutinio y algunas lágrimas se pierden en sus ojos. Julio la mira y ve otra cosa. Un balón rojo de su infancia, su antigua mascota corriendo tras él, y de repente el auto que fuera a acabar con el perrito. Sacude la cabeza para hacer que se vaya, y descubre una ballena enorme en la habitación. Veía haces lumínicos viajando desde los confines del Universo directo hacia la Tierra, convirtiéndose en fuegos artificiales del otro lado de la ventana. La ballena resulta buena y Julio la abraza desde la cama, y ya no le parece tan inmensa, y vuelve a sonreír.

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