estudio sobre alternativas de atención integral a la niñez menor de 4 años (1a fase)

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La psicología del desarrollo ha verificado que hasta los 6-8 años los niños aprenden principalmente a través de la manipulación de objetos, explorando el mundo que los rodea y experimentando o ensayando soluciones por si mismo, siempre que estén en un entorno seguro y estimulante. En esta etapa los niños aprenden haciendo, observando, escuchando. A partir de los 6 años la forma de aprender de los niños tiene un vuelco hacia la manipulación de ideas y el desarrollo de conceptos. El aprendizaje en la primera etapa es esencial para la segunda. En los niños la continuidad de experiencias es importante. Los avances de la neurociencia indican que el desarrollo de la estructura del cerebro está determinada biológicamente en la fase prenatal, y que el fundamento para el desarrollo posterior depende de la interacción del niño a temprana edad con su entorno. El período más rápido de desarrollo del cerebro (de las conexiones de células en el cerebro) y crítico para desarrollos futuros es en los primeros 2 años de vida. Es en este período que se abren las oportunidades para lograr funciones intelectuales, emocionales, físicas, inmunológicas y sociales significativas más adelante. A su vez, experiencias de los niños entre los 2 y 5 años crean los fundamentos para aprendizajes posteriores (Mustard 1998; Carnegie Corporation, 1994).

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Los primeros años de vida no solo son una etapa esencial sino que es una de las etapas de desarrollo más rápido del ser humano que si no se aprovecha bien y oportunamente se pierde casi irreversiblemente. Estudios sobre el desarrollo cerebral revelan que, desde el período prenatal hasta aproximadamente los seis años, existen etapas o “tiempos primordiales” en los cuales cierto tipo de aprendizajes específicos pueden realizarse de forma óptima, con resultados que son irrepetibles en cualquier otro momento de la vida. Se trata de diferentes necesidades que niños y niñas requieren satisfacer en las etapas de su crecimiento para realizar en forma plena su potencial. Lo que se abre es una ventana de oportunidad y su aprovechamiento efectivo depende del modo en que el niño interactúe con su medio ambiente familiar y social. Ese período crítico es más intensivo en los 3 primeros años de vida, cuando las distintas dimensiones del desarrollo de la persona están inextricablemente relacionadas entre sí, de modo que el efecto sobre una dimensión impacta también sobre las otras. De esta forma, la atención integral de la infancia supone la entrega de un ambiente apropiado para el desarrollo del niño en todas sus dimensiones: salud (higiene, nutrientes, alimentación, actividad física adecuados a la edad); afectos y apoyo; comunicación y desarrollo del lenguaje (socialización); educación entendida adecuada estimulación, formación de hábitos, disciplina, curiosidad y responsabilidad; protección y seguridad.

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Bedregal y Pardo (2004) plantean que el desarrollo infantil es reflejo y consecuencia de un proceso continuo de interacción del niño con el medio ambiente. No hay una trayectoria de desarrollo predeterminada biológicamente sino que ésta depende del tipo de relaciones que el niño establece con su entorno familiar y social. Son tres las unidades sociales básicas con las cuales el niño interactúa y que condicionan su desarrollo: la familia, la comunidad y el Estado, como lo sintetiza el esquema a continuación.

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