Leopoldo Siri, escritos finales

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Textos finales leopoldo siri





textos finales Leopoldo Siri ediciones


ediciones

Conosur

Colección Zoografico editores, Madrid http://zoograficoenlinea.blogspot.com zoograficoenlinea@gmail.com

© de los textos Leopoldo Siri © de las ilustraciones y el diseño Hvaldez, Virginia Jiménez

ISBN: 978-00-000-000 Dep Legal: M-00000-2010 JuLio 2010


Donde el prólogo, el editorial, o lo que en este espacio gráfico, puedo decir, que Textos Finales da cierre a algo que en años fue inconcluso. El final no es tal cosa sino el principio de algo que antes no; dar por terminado como inicio para dar como inicio algo que deberá terminarse también. El maldito estado circular de las células en movimiento. El enjambre de ideas, deseos, ilusiones, trabajo, idas y venidas y avenidas, y calles y vías, y así. Este libro se ha logrado gracias a mi amigo Rodrigo Córdoba, quien con su apoyo y esfuerzo físico, mental, monetario, espiritual e intelectual, pudimos concretar una obra que ha de ponerme alegre y por qué no, feliz. Quiero dedicar este trabajo muy especialmente a Dani, Gerard y More. A la memoria de mis amigos, Pocho y Patri.


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textos retazos

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…la razón a voluntad… Pasa el tren y a un costado, Aeroparque. La luna ilumina a las pistas y los hangares. Pequeñas luces azules despuntan los bordes por donde los aviones en tierra. Ajenos también, como este tren, como tantas cosas que divisamos y nada. Nada de esto es real. Ni la avenida Lugones, ni los autos, ni la vía, ni la gente que vuelve de trabajar. Ni esos chicos pobres que juegan con lo que pueden. Ni ese avión que justo por encima pasa. Ni el zumbido de las turbinas. Ni siquiera ese incómodo ruido. Ni siquiera la incomodidad. El tren avanza y yo de espaldas viendo pasar la ciudad universitaria; parasitaria. Tantos jóvenes impregnados de estudiar. Sigue el tren.

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Y unos veleros silenciados ahí quietos, bien quietos. Y un cartel que vende jamón crudo. Y el río allí atrás, y la autopista, y más autos, y el puente, y abajo qué. Canchas de tenis iluminadas y nadie en ellas esta vez. El otro tren del otro lado. Otro puente. Casas de chapa y el repentino túnel nos traga hasta frenar en el andén. Aristóbulo del Valle separa un lado y otro con alambre de púa. Arrancamos otra vez. Un niño y diarios debajo de su brazo. Una vieja camiseta de Boca, gorra azul haciendo juego y el juego de este chico es trabajar de noche. Grita: ¡La Razón a voluntad!


Instrucciones

Cómo ser un idiota 1 – Repita una y otra vez Soy un idiota Soy un idiota Soy un idiota Soy un idiota

Listo ¡Felicitaciones!

(Eso sí, el diploma se lo debemos, pero puede ya caminar solo por las calles y aplicar lo aprendido sin menospreciarse en lo más mínimo.)

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AK - 47

En una guerra no hay códigos, de ninguna clase; de ninguna casta. De nada. Nadie va a estar escatimando tiros. No sea cosa que el niño saque de su espalda una AK-47 y le plante una bala en la frente al soldado raso Mike Monroe Pedorro. O que la señora aquella de túnicas negras y sábanas a tono en la cabeza, agarre sin que nadie note, un pequeño bazooka para la cartera de la dama y el bolsillo del caballero, y le de un tiro al Apache que tantos dólares o más le costó a los desahuciados ciudadanos del país del norte. Y mientras tanto, acá, en el sur, todo es cada vez más sur. Al menos no vivimos en guerra… decía Elvira Massey mientras con su escoba hacía de las hojas de la calle Repetto, un montón de basura que luego quemaría o quién sabe qué; si el viento primero, o la lluvia y así; desorden. Emocional. Sin embargo, otro tipo de guerras son cotidianas aquí y en todas partes del mundo. Más allá de las guerras lingüísticas, se enfrentan a diario más de uno o más de mil. Contra más de uno o contra más de mil. Y todos opinan. Verdad que no busco porque jamás harás de estar... Y el único sentido de todo esto, es la pequeña luz; lucecita de amor. Un bebé que acaba de nacer y otro más en alguna panza redonda con turno natural, sin número en papel. Si tan sólo pudiera vencer el amor… Pero no.

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Adán nada

Adán nada está de contento. Por eso se puso a nadar hasta decidir si los brazos serían fuertes o tan sólo desparramarían agua a los costados, antes de visitar Nautilus o la ciudad perdida de los patos con plomo en la cabeza. De hecho, cruzó tres o cuatros emplumados atónitos de ver sus ojos más grandes que su boca intentando respirar en silencio. Ojos de pupilas pequeñas como el punto de la coma. Casi toda blanca la esfera; circular será su muerte como castigo de los cristales anfibios. Y una y otra vez Adán nada hará al respecto. Ni siquiera hablar de Lucas o Donald, sus más preciados amigos de la infancia; porque allí estaban para molestarlo y burlarse de él por intentarlo una vez más. Y el vasto mar en río verde y putrefacción se hizo lodo sobre su piel ocre. Y lo cubrió. Manto de algas del infierno. Y el excremento sobre su cabeza, haciendo más ruido que el puto “cuac-cuac” del pico y pluma retardado. Y Adán nada, una vez más nada. Prefirió, no se por qué, seguir la marea. Prefirió ir y venir, seguir y volver. Pero jamás eligió pasar a mejor vida. Cobarde.

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Chau pichicho

Salpicaduras, dentaduras, goteo por goteo, por tubitos de ensayo por detrás de tu espalda dicen barbaridades a tono, desmedidas pero congruentes con la silicona mental que genera hablar de vos. Y Lhasa sigue en melancólicos sabores, como chupar mandarinas con exceso de azúcar en sangre ganas de cortarse la médula ósea y ponerla en tablita de madera, picarla finita junto a dos cebollas de verdeo, un tomate cherry (cuya mitad, digámoslo, esta en pésimo estado), un zukini blando de días en la heladera abandonada, y no olvidar, eso sí, dos yemas de dedos, o, en todo caso, dos falanges. El huesito se lo escupe fina y disimuladamente mientras la dama de la melancolía tose y se ruboriza al enterarse de lo asqueroso que puedo ser si me invitan una y otra vez a serlo. Y el can allí debajo, moviendo la cola y masticando los palitos ya blancos. Hasta que repentinamente se atraganta. ...y entra a escena la tía Elvira y grita: “¡no le den pollo, no le den pollo!”, pero es tarde. El can dejó de retorcerse y quedó estatua. Escena siguiente: Entra tío Dalmiro y dice, ¡me ahorro un fangote en taxidermia!! Y ahí sí, todos juntos menos yo, vomitan sobre el mantel blanco de voladitos floreados.

FiN Del mu

nDo

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Retazos

En ruinas, torcida la arteria que llevaba a lo que pudo ser. En adelante y así, por sobre mi y los demás; por sobre la misma esfera, todo creció más que el planeta - que primero agua, luego roca y nuevamente agua -, haciendo de la tierra una inmensa orilla taponada de náufragos. Pura espuma; marrón.

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A Santos

El pájaro canta hasta dormir. Salvo los días de mucho calor, los cuales canta esperando al viento para que calme la gota en el ojo. Y si el viento no ha de venir, el pájaro no hará de cesar su canto; ni a las dos ni a las tres de la mañana. Cuando eso ocurre, jode a los vecinos y a las otras aves. Su mirada turbia le empantana el instinto y el pico se le empasta como a la boca de Santos Biasatti cuando dice boludeces por televisión. Una noche logré ubicarlo y pude bajarlo de un hondazo, justo cuando estaba por dar “la noticia del día”. Pensé, además, para no olvidarme de Cabezas, en apuntarle a la frente. Allí mismo le di. Con un pedazo de teja rota. Luego, los “pro y los contra”. El “si está bien” o el “si está mal”. Las viejas y la opinión pública acorazados bajo la normativa moral y religiosa. Fui acusado de loco y de no se cuántas cosas más. Por suerte, y sin embargo, tres idiotas de “Grinpis” aplaudieron mi acto de conservación de la fauna urbana. Pues el pájaro seguía erguido en su incansable cántico lunar. Así que le tiré primero a uno y después a los otros dos. El santo y los angelitos no esgrimieron palabra alguna. Tan sólo un “¡Uh!” Y ahí sí, con valentía y frenesí más otro lanzamiento certero, transformé al bicho cantor en un plumero. Y la paz se fue conmigo, y con mi espíritu. Amen.

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Con texto

Rellenar con textos, varios, que estén buenos, lo que sea, pero siempre uno detrás, Rellenar la copa con gaseosa light, después una Mini Uzi, dos granadas, la vincha de Rambo, el llavero pata de conejo, los ojos ardiendo en furiosa mirada - con dientes apretados, la birome entre los dedos del pie, el cuaderno allí debajo –, y tras pésimo malabar y esmero por una auténtica concentración, podremos ver el resultado de tanta animosidad para las cuestiones literarias, libertarias, ordinarias por demás; extra. Y pensaba: Si fuera Mussolini, me pegaría un tiro en las bolas. El mundo y la historia levantarían monumentos y homenajes al uniformado y sus testículos en agua y sal. Pero el camino me enseñó a conservar lo mío en su lugar. La idea, la palabra y los huevos bien puestos.

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Casi perfecto

Falta poco - aseguró el genio en la cajita de cartón y pelos -, cada vez menos, si se va la niebla… Paciencia – le contestó Rodríguez – ya se de qué se trata. Sé de qué estamos hablando. El genio, o Judeas Salom, lo miró y mantuvo silencio el resto del camino. Aunque antes de callar, prometió hablar en tierra firme. La montaña habló veinte años y juró nada decir de ellos. Judeas se apagó antes de encontrarse en latitud. Rodríguez mintió tanto que el pájaro del estero cortó su lengua de un picotazo. Meses después murió en su infección deprimente y olorosa. Carroña y sol. Nada más figurativo. La isla en la laguna en el pantano tras la sombra del diablo entre las hojas. Respirando profundo en ellas, sintiendo el agradable olor de la naturaleza. El perfume de las flores lo ponen de buen humor. Y el sol brillando sobre él, que devuelve a la tierra su mejor sonrisa. Casi perfecto.

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Pacheco rumbo a

Paseo por el prado, ¡Qué lindo es el prado! Escombros en el prado. Muchas piedras y calor. Un río ahogado con zanjones podridos; un cuerpo se cayo. Alguien disparó. Alguien lo dejó. Muchas moscas en el prado. En el río. En el cuerpo. En la sangre. ¡Cuánta sangre hay de este lado! ¡Cuánto rojo hay en el prado! (1998)

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Silueta

Luces, fuertes luces. De las que ciegan. Tipo alógena, o alienígena. Mismo como si la nave bajara por sobre mi cabeza torcida, con el cogote achicharrándose detrás. Haciendo de las pupilas menos que un ínfimo punto visual. Desarmado, anclado a la amnesia como algo establecido. Como el vegetal vivo que dejó de crecer porque ya no bebe, ni agua ni cielo. Como un tallo arrancado y sin raíz, (puede uno encontrar sabia adentro). Pero sin una pizca de sombra ni tiempo que atestigüe el acontecer. Allí mismo. Detenido en el factor esencial de vida. En vano hablaron de muerte, pues fue aquel el peor castigo.

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¡Los cuerpos saltan! Están muertos pero saltan. Aún están calientes. ¡Los cuerpos bailan! Están sangrando y no cantan. Aún están pendientes de un entierro positivo. Aún están ardiendo, a la espera de un mejor final. 1996

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Tycspycysss

Tirarme desde la luna, Y el peso esta vez haciendo peso, con gravedad y esos asuntos, Con el cuerpo plomada al fondo del mundo mar, Sin tanza, sin hilo, sin anzuelo, sin carnada Pues yo soy el cebo de la nada Y así en eterna caída, Cual tonto mártir, pero con Martini, y sombrillita y limón, Y estrellarme así Sin sangre, Sin sal, Sin novedades. (2009)

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60

El párpado presionaba hacia abajo. La idea, mitad dormida, mitad jugando a despertarse. Como abriendo una pesada cortina de seis escoples y sin reductor. La acción facial en pos de la tensa calma camino a casa. Cuanto antes. Las curvas y la carretera tratando de atender la línea sagrada en mano y contramano y olvidar así el carril que siempre allá; tan lento avanza el transporte público… Submarino amarillo sin Ringo al volante. La ventana abierta, el viento, y basta de mascar chicle.

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Enel D

¡Qué tanto barullo, che! ¡Qué tanto griterío al pedo! Dos cotorras sonrientes y de piernas flacas anclaron un ruidoso devenir, como hienas ciudadanas, adaptadas al cemento y alquitrán. Bajo la tierra, la cueva arqueada aqueja una temperatura de mil grados, por lo menos. Apesta y transpira uno hasta la raya del mismísimo culo. Y las aves de tetas aún riéndose de qué. ¿Falta mucho para Bulnes? – me pregunté con cara de turista inglés. En silencio criollo, con simples gestos, me respondí: “de qué carajo sirve preguntar”, y miré el cartel con el recorrido de estaciones. Estaba en Plaza Italia. Una chica a mi izquierda que vestía jeans y camisa, también hacía foco en el cartel sobre las puertas. ¿Pero falta mucho? – volví a preguntar, con cierto temor a la respuesta, pero con tremendo deseo de saberla para poder bajarme a tiempo. O por lo menos justo antes que la maldita canción de amor empezara a sonar.

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Puntadas

Estaba aborreciendo las deshoras cuando el tren se detuvo repentinamente a mitad del recorrido. Dudaba entonces, si odiar al cuerpo o al tiempo. Y esa energía plana, casi vacía en sí misma, empezó a desvanecerse con los rayos del sol de las once. Y la fiebre en ebullición, como queriendo aniquilar las mil ideas que después de todo, jamás harían de salir. Y las gotas desaparecieron, y así también el horizonte. De a poco el trayecto dejó de ser visible. La cueva celestial se lo comía todo. Y el tren en marcha nuevamente; dejó de ser creíble para mí y para los demás, que tan muertos estábamos que para qué explicarlo con palabras. Si todo fue explosión. El sentido haciendo agua, inundando los pulmones y el resto, como presas de una taxidermia funesta. El aviso que fue y vuelve a ser circular. Sin eje. Sin superficie real. Y allí nosotros, convertidos en piedras, y las algas roñosas de río sin mar ahorcándonos hasta la asfixia crepuscular. Y todo así de nuevo. La rueda que juega con los pobres comarcas rendidos. Y otra vez. Y otra vez. Y así, o aún peor. Aunque no tanto, porque ya no recuerdo.

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dEpolis

Los vi empujar y cachetear a un pibe que permanecía quieto frente a ellos, mirándolos con ojos de sentencia. Pensé entonces en escribir algo al respecto. Pensé que podría bajar en palabras parte de la conversación que tuve con esos tipos de porra e ingratitud. Pensé en muchas cosas. Pero para qué hablar mal de estos hijos de mil puta…

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Adentro

Decididamente, el hombre de mameluco azul no era de cranear mucho el asunto. Se llamaba Pablo Silva y se dedicaba a mirar gorriones y palomas sin preguntarse nada al respecto. Resulta que la plaza estaba repleta de gorriones, de palomas y de Pablos Silva. Amontonados entre los bancos, los árboles, las plumas, el excremento, las migas de pan, el maíz o algo similar. Y el aleteo y los ojos de Pablo, desesperado por saber cómo encontrar alguna remota salida. De todos modos, la situación era clara, el hombre no podría escapar jamás.

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En la morada

Satanás se pensó a sí mismo como tal y poco se dio cuenta que todos cuenta dieron de semejante y estrepitosa declaración de melancolía... En la morada del infierno lo recibí con apresurado desdén y le dije: “Bienvenido el sueño que jamás tendrás; arde con nosotros y venera el dolor que enseña a amar... porque aquí también amamos...” Lucifer se arrodilló y juró eternamente mentirnos al darnos a los supremos y a los hombres, esperanza. (2007)

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Legs N

El poder diabólico de sus piernas hermosas, prolongadas hasta el amanecer. Bella su piel; bello el tacto cuando los ojos no enteramente perdidos aún, lo permitían. Me distraía al moverse y al estar quieta; estática, paralizada la memoria a partir del ojo visor. Electrizado. Electrizante y el shock absurdo al permitir que la vida se me vaya en un chasquido de dedos; que ni siquiera la tocaron. Las piernas se movían inquietas y yo siguiendo el rumbo de la serpiente escurridiza entre las sábanas. Por momentos parecía mutar en tentáculos, que iban y venían en coreográfico baile break-dance. Fue en ese mismo instante en el que quise alcanzarlas, besarlas, treparlas. Momento al margen de la caída en sangre tras el golpe. Detrás. Sobre la nuca. Con el porta lámparas, o no se. Porque aún en el suelo, casi desvanecido, la idiotez en curso por el satánico brillo de la carne y el apocalipsis. No logré sobrevivir para contarlo. Pues este relato está sólo en tu mente.

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Napoleón un poroto

Opio solidario; se hizo entrega a todos los participantes de la fiestita en la comuna. La papa de la paz, cosa que la guerra en cada uno quede ahí, en cada uno. Y papa para todos. Mucho mejor resultado que la virgen maría – que no era tan así según dicen; las malas lenguas. Y con tu espíritu. Y cientos de miles de millones de partículas y humanos, de jolgorio. De juerga. Severos y auto convencidos. Y sordos. Cuestión de poner el gancho así nomás. O directamente la X. Pero paz y papa por igual. Para mí. Y así, muy de a poco, para el resto del mundo y después qué.

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Alma, la señal

Decirlo así, sin decirlo, sin servirle a nadie la palabra que espera escuchar. El primer golpe fue el más fuerte y doble al fin. Romper así lo esencial; reteniendo en la mente lo que suponía un fácil ascenso el escalar aquel mármol en forma de costillas, secas, que bailaban y se retorcían con mi caminar y al son de una extraña música escondida, como quebrándose el ruido de la serenidad. Aquel destello al corazón que tanto miente, demencial o más aún, o aún peor. Grabador en mano, sentado en la morada del infierno, esperando la orden para iniciar un juego de agua vencida, no más vencida que la de quienes olvidaron derramarla al suelo y la nada. Verdugos monjes precipitan el alma al destierro; castigo por el iniciativo y deslumbrado caos... La señora abrió las puertas y pude así entrar a la eternidad. ¿Cuál es tu pregunta? – dijo mientras se transformaba en sombras. ¿Quienes somos? ¿quiénes verdaderamente somos? – cuestioné con impaciencia. Somos hijos de Zeus, y Zeus es la desintegración del sentido matemático. De repente, una música de arpas celestiales envolvió el lugar llevándose al tiempo consigo. ¿Quiénes somos? – volví a preguntar. Somos luz, pero sólo la oscuridad podrá ser, - contestó antes de desaparecer. Los segundos se rehicieron en tiempo y pude ver, una vez más, mi propia imagen esperando el abrir de las puertas... Decidí salir de allí, y de todas partes.

Oct. 07

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Morsa y Mamut Mors a no le lo aplas t d peso uele. N a aunqu i ea s c iq o mo t le gu al. C uiera sie ĂŠl sta. o nte n M apla starl amut po trariame el a nte, gust drĂ­a arĂ­a, , pero a ella pues podr no le Ă­a m atarl a.

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Mamut la bes Le dice qu a. e la quiere y p ega el alarido que hasta en la china o m ás lejos.

mueve los Ella le contesta y . ría bigotes de aleg es vanidoso y Él a. Ella es hermos . tá gustosa con él sabe que ella es Ellos se quieren.

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Remedios

Según el historiador, Felipe Prisma, la verdadera historia de Remedios de Escalada jamás fue contada sino hasta ahora mismo, momento en que estas palabras acontecen.

Sin embargo, no se trata de una historia en sí, sino de dos historias que transcurrieron alrededor de algo que no puede definirse ni como mito, ni como leyenda, ni como siquiera vestigio de alguna existencia real; porque nada está asegurado según F. Prisma. Los remedios de escalada, - según la versión de los libros encontrados en el cajón de los recuerdos en la Casita de Tucumán (1827) -, eran aquellos medicamentos recomendados para ascender con menor dificultad el monte Compadrito o Guaraguazú. Estos brevajes eran algo tóxicos y ponían a la gente de un tinte feliz, aunque no por mucho tiempo ya que, como bien dice Prisma, los escaladores perecían antes de llegar a la cima del monte. La gran ladera permanecía virgen debido a las raíces culturales de esta cuestión, en la que todo viajante o visitante, tomaba el remedio de escalada antes de subir. A medida que avanzaban, sus pasos se aletargaban hasta desvanecer las fuerzas en las piernas, luego en el cuerpo y finalmente la caída súbita apenas unos pocos metros comenzado el trayecto. La otra versión que corre, según Felipe Prisma, tiene que ver con una bella Remedios, ya entrada en años, trabajadora de la más antigua profesión y proveniente del barrio de Escalada. Autora de los versos jamás publicados, pero sí encontrados en otro cajón de los recuerdos de la calle Canning al doscientos. Fue aquel lugar un depósito de fiambres y embutidos ya fuera de uso pero con los aromas que aún conserva, alegóricos de la pobreza de aquellos años. Asegura Prisma que en 1968, año previo al Cordobazo, Remedios, ya harta de la enseñanza media como docente de biología, decidió entregarse al trabajo fácil y buen dinero 40


de Escalada

a cambio, escondiendo las penas del dolor de tanta “matraca” (término utilizado por Prisma referido al acto sexual) en versos olvidados porque la letra, aún difusa, jamás se logró descifrar. Así, Remedios de Escalada, fue sólo recordada por importantes políticos de nuestra historia y Nación; como el General Juan Domingo Perón, acérrimo cliente junto a otros grandes de la política de la vieja escuela. Más información en La historia con Felipe Prisma, editorial Corneta - C.R. 1987


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textos cuentos

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Cero

No pudo detenerse a pensar si fue por error o qué, pero en cuestión de días (…porque el tiempo se hizo blanca luz y se hizo sonoro como el viento), llegó al centro del universo. Primero, cavó profundo en su tierra natal, hasta perforar las napas; ahogarse en las rocas y el mar, y continuar así hasta el otro lado del planeta. Luego, empezó a volar rodeado de oscuridad, tentado por observar lo negro en su inmensidad. Y estrellas, y satélites, y esferas estáticas. Fue entonces que no pudo avanzar más. El infinito a su alrededor lo obligó a dejar de mirar. Cerró sus ojos y se encerró en sí mismo. Cual bicho bolita espacial. El gran útero del cosmos le dio cobijo; lo empezó a alimentar hasta volverlo más pequeño, tanto o más. Sin bordes, sin cuerpo. La semilla hecha polvo, y el polvo en mil partículas quietas. Y nada más.

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Vencedores imbéciles

Estaban los tres los hombres cargados de maldad, Rito, Juan Calvo y José del Mar. Si hurgamos en el pasado de cada uno de ellos, encontraremos más de una razón para justificar sus actos; pero no es cuestión, porque sus necesitadas libertades no deberían de atentar contra la de los demás y así... Rito era un mal llevado, ni siquiera podía tener más de cinco minutos de conversación con sus colegas sin empezar a discutir o a generar algún tipo de riña... lo que sí, siempre acababa teniendo razón en sus argumentaciones. Juan Calvo, el más callado de los tres, sólo pensaba en irse lejos. Salir de todo ese mundo que habitaba, que lo tenía allí encerrado, entre fechorías de baja alcurnia y delitos inofensivos contra quienes ni siquiera comprendían lo que un delito significa. Es decir, víctimas ancianas que ya limitaban más con la desmemoria que con el porvenir, y niños famélicos cuyos panes y galletas que alguno les dio en ofrenda por lavar culpas, eran robados para ser botados al cesto que algún otro famélico haría de agarrar. José del Mar jamás había salido del barrio más que para visitar correccionales u hospitales públicos, en esos casos en que los cortes o las balas no tenían que ver con una cuestión de fe, sino con delincuentes actos. Sin embargo, jamás perdía la esperanza de dar el gran golpe que lo llevaría a comprar su casa, su auto, su vida. Durante tres meses planearon cómo atracar los caudales que serían retirados del banco central de la ciudad, vaya uno a saber de qué región de qué provincia. El día 27, finalmente ocurrió el hecho. El camión volcó tras las detonaciones que ejercieron poder debajo del chasis. Los conductores murieron en el acto. Nadie alrededor se detuvo a ayudar a los heridos ni a detener a los ladrones quienes toscamente trataban de abrir las puertas laterales de acero. José del Mar, en un ataque de ira a causa de las increpancias 46


de Rito hacia él por tardar más de lo acordado, lo agarró de la solapa y lo arrojó de cabeza a la compuerta trasera del camión. Rito tenía razón, José tardaba demasiado, pero éste, sin admitirlo, no pensó en ello, solo se hartó y arremetió contra su compañero, dejándolo prácticamente muerto por un golpe en la mitad del cráneo que lo noqueó al instante. Tres horas después, después de todo, igualmente murió. Juan Calvo, nervioso por lo ocurrido, salió corriendo sin decir palabra. Apenas dobló la esquina, un ciclista que manejaba distraído y sin manos al volante, se lo llevó por delante. Hizo que cayera de manera tonta pero tácita en los segundos de muerte que así fueron. Al pegar la nuca contra el asfalto, ni tiempo a jadear le dio el respiro que ya lo abandonaba. Según se supo después, el ciclista se llamaba Lucas Dempsey, pero a nadie le importó jamás ese dato. Finalmente, José del Mar logró abrir la puerta del camión y llevarse consigo el total de los caudales. Pero, según cuentan los profanadores de la verdad, en su casa no tan secreta, lo esperaban con palos y piedras, unos cuantos viejos y niños indigentes que poco tiempo llevaban de planificar lo que ellos llamaban “la revolución de los pobres”, acto el cual se cometió con resultados también negativos. Aunque eso ya sería un capitulo aparte, el cual nunca, creo, haré de describir.

Fin

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Una que sepamos todos

- ¡Tocate una que sepamos todos! -, le gritaron al ruso en mitad del fogón improvisado en un costado de la calle, a dos cuadras de la Avenida Avellaneda, altura Sarmiento. - Está bien, - dijo el ruso, y arrancó con sus estrafalarias notas de seis cuerdas acompañadas por gemidos guturales que muy poco se parecían a su idioma madre.

Por lo visto, esa no la sabía nadie. Éramos alrededor de treinta personas. El dueño de la guitarra estaba preso y la idea consistía en hacer una feria en la calle para juntar fondos y poder sacarlo. Pobre Marito, por pegarle a Visconti, sigue tras las rejas. Ya pasaron como tres semanas y nadie, salvo yo, lo fue a visitar. El ruso seguía gritando, estaba metido en su nebulosa musical. Traté de hacerle señas para que se diera cuenta que era mejor que frenara con esa canción y pasara a otra, o a ninguna más. Pero fue inútil, estaba poseído por la Perestroika. - ¡¡Ruso pelotudo, callate!! - le gritaban los más viejos, mientras intentaban bailar la falta de compás del europeo. Sus movimientos eran torpes pero no volcaban una sola gota de vino, - el que gentilmente compraron en colaboración para sumar fondos en la colecta. La colaboración llevaba ya como cinco vasos por cada viejo, y la cosa no estaba para generar disturbios. Pero eso mismo ocurrió. El hermano de Visconti, que no se por qué estaba presente, se caía de la borrachera. Justo antes de llegar al piso con su cabeza pesándole el doble, arrojó la tapa de la rueda de un Ford Taunus en forma de disco vertiginoso. Y así fue. Vertiginoso. Tanto el girar y la velocidad, como la caída misma del victimario y, segundos luego, del ruso y la guitarra. Justo en la mitad de la frente. El ruso quedó seco. La guitarra cayó de tal forma que se le rompió el diapasón. Se había armado un revuelo. La gente aplaudía y gritaba como loca sin tener la delicada visión de lo que estaba pasando. 48


En minutos aparecieron dos patrulleros de la bonaerense, cuyos cuatro policías ni siquiera bajaron del auto. Pusieron las luces al mango y aturdieron con bocinazos. Nunca entendí bien eso que pasó; días después del incendio, nadie supo explicarlo. El ruso seguía en el piso. Abandoné el puesto de choripanes y fui a asistirlo. La gente a su alrededor le gritaban improperios de todo tipo. - ¡Ruso maricón, tocá el himno nacional! ¡Apátrida! - le gritó Magdalena, ya muy borracha de tanto colaborar también con la causa. Y ahí nomás entró a cantar el himno, al cual se sumaron todos los presentes. Los más jóvenes, totalmente desorbitados, empezaron a agregar ramas y bolsas de basura al fogón, lo que terminó siendo una inmensa llamarada de la cual nadie, pero absolutamente nadie, logró advertir su peligrosidad. Mis amigos jamás concurrieron a la feria por lo que estaba más solo que nunca. No sabía que hacer, si reavivar al ruso (que ahora sí puteaba a Magdalena y a su alrededor, mitad desmayado, mitad eufórico), o pedir ayuda a alguien. Dejé al ruso y fui directo a los patrulleros. En una de esas los amigos de la ley hacían algo… Apenas me acerqué a una de las ventanillas, ambos autos arrancaron y salieron arando. Mientras se iban, tocaban bocina como locos y zigzaguearon hasta desaparecer. La fogata ya era un incendio. La gente seguía cantando el himno. Los bomberos jamás aparecieron. Y así quedó todo. Quemado. El almacén de los turcos, la panadería Fernandez... Por suerte nadie sufrió ningún daño pero la feria fue un desastre. Más aún si tengo que ultimar como detalle, que la latita con el dinero también desapareció. Por suerte, al día siguiente, recibí el alegre llamado de Marito. Lo habían dejado libre. Lo primero que me preguntó fue por su preciada guitarra. 49


Querida vecina

Esa noche morí desnudo. Sí, desnudo. “Mear afuera del tarro”, por así decirlo, no era costumbre; y eso que a mi mujer la amaba con toda mi alma. El error estuvo en que me dejé engañar por la nueva vecina, y por mí mismo, - que creo, fue peor. Lo que suponía ser una cena barrial de bienvenida, terminó siendo una lucha de sexos sobre un colchón sucio en plena mudanza. Debo admitir que me sedujo, pero no era realmente lo que buscaba. Ella sabía que era casado, pero yo bien sabía que mi esposa estaba de viaje. La historia culminó cuando después de casi violarme, la tentadora vecina me convidó con un te al mejor estilo inglés, con dos cucharadas de azúcar y una de cianuro.

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El amor y el muro El hombre estaba enfrentado con una pared sintiéndose cada vez más pequeño. Dicen todos, que detrás de esta, escondía a su verdadero amor, y que sólo podía verla los martes a la medianoche. Si embargo, el hombre no podía ocultar su dolor. Bien sabía que él no era correspondido por ella en su profundo amor. Fue así como día tras día agregó ladrillos al muro para poder, de alguna forma, impedir su encuentro y aceptar la situación. El último martes de enero, la pared estaba ya tan alta que no pudo pasar del otro lado. Nunca más la volvió a ver. El hombre murió de tristeza, a un costado del muro.

(de Cuentos para Perla, 1997) 51


Debajo del inconfundible color de la suela alquitrán,

Debajo del inconfundible color de la suela alquitrán,

yacía perezosa la langosta

yacía perezosa la langosta

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hermafrodita.

hermafrodita.


La langosta langosta La

Pronto haría de llegar la plaga y así podría volver a su vida normal.

Pronto haría de llegar la plaga y así podría volver a su vida normal.

La bota vieja y rota fue un hogar extraño.

Sin embargo, el pequeño saltamontes pasó el invierno sin mayores problemas ni remordimientos.

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En ese entonces, solamente cab铆a la paciencia o la distancia eterna - el viajecito sin retorno.

Astuta, prefiri贸 esperar, tantos meses o m谩s,

as; repletas, con el deseo de unirse a las trop ca贸ticas y ruidosas.

Muy a pesar de lo que en este relato, el amigo Kuan Chan Kein no tuvo chance en su destino.

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Justo cuando clamaban por ella para unírseles, sus patitas traseras se enredaron con los cordones de la vieja bota. Justo cuando clamaban por ella para unírseles, sus patitas traseras se enredaron con los cordones de la vieja bota.

La plaga desoyó su grito y la langosta agotó su latido; no logró maldecir su suerte.

No hay moraleja. No hay moraleja. 55


eugroM

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Morgue

El hombre de seguridad dormía escondido tras la columna del hall principal. El sereno, inútil, buscaba tres monedas de un peso que se le habían caído en el pastizal de atrás del edificio, donde solía hacer pis y, alguna que otra vez, caca. Los enfermeros del último turno se marcharon dos horas antes de su habitual jornal. La antigua morgue sería trasladada al otro lado de la ciudad. En su lugar, el municipio haría una plaza pública, o privada, según las rejas y las prohibiciones. Fue entonces, cuando cuatro de los cinco cuerpos con piolín en sus pulgares no vieron mejor ocasión para ponerse a copular. NN, con tres balazos en el tórax, montaba frenéticamente a una anciana cuyas venas aún conservaban rastros de cianuro. La vieja no sonreía pero abría la boca y gemía de placer. Dos extranjeros, claramente orientales, se tocaban mientras dejaban caer al piso sus desprendidas carnes, negras y sin sudor. Y el cuerpo del viejo Armando, el conocido panadero solitario, no podía ni observar ni huir; pues su alma se la llevó el diablo, quien congeló para siempre su corazón.

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Puño y letra

Carolina, desesperada, no lograba emitir una sola palabra que pudiera entender. Balbuceaba las consonantes, se quedaba afónica y, sin aire ni respiro, intentaba deletrear algo. Agrandaba sus ojos; desorbitantes. La boca se le torcía; la abría y la cerraba como si fuera una foca. Realmente no podía descifrar lo que quería decirme. Al darse cuenta que me era inútil ayudarla, se puso más nerviosa aún y empezó a levantar y bajar los brazos. No se la veía nada bien. Le insistí en que se calmara un poco, pero no hubo caso. Fue entonces que decidí acercarme para abrazarla y contenerla. En ese preciso momento, me dio un cachetazo con su palma izquierda. Para darle velo a mi fortuna, sacó un uppercut justo en mi quijada, y me dejó knok out por varios segundos. Algunos dientes se lastimaron, pero nada más grave que eso. Una vez en el piso, Carolina se dio cuenta de lo que hizo y me ayudó a levantarme repitiendo una y otra vez “¡Disculpame, disculpame!” - ¿Qué te pasó? ¿Me podés decir qué te pasa?, - le pregunté atontado mientras me reacomodaba el mentón adormecido y con dolor. - E… no… bueno, en realidad… No, no importa… ya pasó… E… me tengo que ir… Y se fue.

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Destino

Un hombre calvo, de unos cincuenta años, se encuentra en la entrada del Parque Crake. Allí lo espera desde hace algunos minutos, su contacto principal, quien lo guiará hacia el centro del universo.

El hombre calvo, llamado Julio, no posee idea alguna de por qué él. Al mismo tiempo, sabe lo que su destino indica: hará historia; como sabe así también que hará de morir. Julio le da la mano a quien lo aguardaba y antes de que palabra alguna sea emitida, un fuerte aleteo de palomas logra distraer sus miradas por un instante. En ese lapso, ínfimo, Julio piensa asustado. Sus ojos se encuentran nuevamente con los de su contacto y este le ordena que lo siga. Julio no se mueve de donde está parado. Está inmóvil esperando que su contacto advierta el hecho. - “De todos modos morirá”-, le dice a Julio, sin siquiera girar y mirarlo. Julio retrocede un paso, otro, da media vuelta y corre lo más fuerte que puede. Su tobillo esguinzado esta vez no le causa dolor. El miedo lo hace más veloz, hasta que logra llegar a su casa y estar a salvo. Tres años después, lo fueron a buscar.

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textos retazos …la razón a voluntad… Instrucciones AK - 47 Adán nada Chau pichicho Retazos A Santos Con texto Casi perfecto Pacheco rumbo a Silueta S/T Tycspycysss 60 Enel D Puntadas dEpolis Adentro En la morada Legs Napoleón un poroto Alma, la señal Morsa y Mamut Remedios de Escalada

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Cero Vencedores imbĂŠciles Una que sepamos todos Querida vecina El amor y el muro La langosta Morgue PuĂąo y letra Destino

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...y entra a escena la tía Elvira y grita: “¡no le den pollo, no le den pollo!”, pero es tarde el can dejó de retorcerse y quedó estatua. Escena siguiente: Entra tío Dalmiro y dice, ¡me ahorro un fangote en taxidermia!! Y ahí sí, todos juntos menos yo, vomitan sobre el mantel blanco de voladitos floreados.


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