Humanitas 63

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R E V I S T A DE A n t r op ol o gí a y C u lt u r a C r i s t i a n a s / N º 6 3 / A ÑO X V I

AÑO XVI Livio Melina Avery Dulles Juan de Dios Vial Correa Angelo Scola Francisco Javier Errázuriz Angelo Amato Stanislaw Grygiel Carl Anderson Samuel Fernández Pedro Morandé Máximo Pacheco Slawomir Oder Stanislaw Dziwisz Paul Poupard Mauro Piacenza Jaime Antúnez Rodrigo Guerra

BEATO JUAN PABLO II

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REGALO DE LA DIVINA MISERICORDIA


HUMANITAS Revista de Antropología y Cultura Cristianas Publicación trimestral de la Pontificia Universidad Católica de Chile La revista HUMANITAS nace de la conveniencia de que la Universidad disponga para el servicio de la comunidad universitaria y de la opinión pública en general, de un órgano de pensamiento y estudio que busque reflejar las preocupaciones y enseñanzas del Magisterio Pontificio (Decreto Rectoría Nº 147/95, visto 2º). DIRECTOR Jaime Antúnez Aldunate COMITE EDITORIAL Hernán Corral Talciani Samuel Fernández Eyzaguirre Gabriel Guarda, O.S.B. René Millar Carvacho Pedro Morandé Court Ricardo Riesco Jaramillo Francisco Rosende Ramírez Juan de Dios Vial Correa Juan de Dios Vial Larraín Arturo Yrarrázaval Covarrubias SECRETARÍA DE REDACCIÓN Marta Irarrázaval Zegers CONSEJO DE CONSULTORES Y COLABORADORES Presidente Honorario: S.E.R. Cardenal Francisco Javier Errázuriz Ossa. Héctor Aguer, Anselmo Álvarez O.S.B., Carl Anderson, Andrés Arteaga, Francisca Alessandri, Antonio Amado, Felipe Bacarreza, Jean-Louis Bruguès O.P., Rocco Buttiglione, Massimo Borghesi, Carlos Francisco Cáceres, Cardenal Carlo Caffarra, Cardenal Antonio Cañizares, Jorge Cauas Lama, Guzmán Carriquiry, William E. Carroll, Alberto Caturelli, Cesare Cavalleri, Fernando Chomalí, Francisco Claro, Ricardo Couyoumdjian, Mario Correa Bascuñán, Francesco D’Agostino, Adriano Dell’Asta, Vittorio di Girolamo, Carmen Domínguez, Carlos José Errázuriz, José María Eyzaguirre, Luis Fernando Figari, Alfredo García Quesada, Juan Ignacio González, Stanislaw Grygiel, Gonzalo Ibáñez Santa-María, Raúl Hasbun, Henri Hude, José Miguel Ibáñez, Raúl Irarrázabal, Jesús Colina, Paul Johnson, Ricardo Krebs, Jean Laffitte, Nikolaus Lobkowicz, Alfonso López Quintás, Alejandro Llano, Raúl Madrid, Javier Martínez Fernández, Carlos Ignacio Massini Correas, Mauro Matthei O.S.B., Cardenal Jorge Medina, Livio Melina, Augusto Merino, Dominic Milroy O.S.B., Antonio Moreno Casamitjana, Fernando Moreno Valencia, Rodrigo Moreno Jeria, José Miguel Oriol, Máximo Pacheco Gómez, Francisco Petrillo O.M.D., Bernardino Piñera, Aquilino Polaino-Lorente, Cardenal Paul Poupard, Javier Prades, Héctor Riesle, Florián Rodero L.C., Alejandro San Francisco, Romano Scalfi, Cardenal Angelo Scola, David L. Schindler, Josef Seifert, Gisela Silva Encina, Robert Spaemann, Paulina Taboada, William Thayer Arteaga, Olga Ulianova, Luis Vargas Saavedra, Miguel Ángel Velasco, Juan Velarde Fuertes, Aníbal Vial, Pilar Vigil, Richard Yeo O.S.B., Diego Yuuki S.J.

Consejo de Consultores y Colaboradores NACIONALES

EXTRANJEROS

Andrés Arteaga: Obispo Auxiliar de Santiago. Profesor de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica. (UC) Francisca Alessandri: Profesora de la Facultad de Periodismo, U.C. Antonio Amado: Profesor de Metafísica de la Universidad de los Andes. Felipe Bacarreza: Obispo de Los Ángeles, Chile Carlos Francisco Cáceres: De la Academia de Ciencias Sociales, Políticas y Morales del Instituto de Chile. Jorge Cauas Lama: De la Academia de Ciencias Sociales, Políticas y Morales del Instituto de Chile. Fernando Chomali: Obispo Auxiliar de Santiago. Miembro de la P. Academia Pro Vita. Francisco Claro: Decano Facultad de Educación, UC. Ricardo Couyoumdjian: Profesor del Instituto de Historia, UC. De la Academia de la Historia del Instituto de Chile. Mario Correa Bascuñán: Secretario General de la Pontificia Universidad Católica. Profesor de la Facultad de Derecho, UC. Carmen Domínguez: Abogado, Directora del Centro UC para la Familia. Vittorio di Girólamo: Profesor de la Universidad Gabriela Mistral. Carlos José Errázuriz: Consultor Congregación para la Doctrina de la Fe. Profesor de la Pontificia Università della Santa Croce. José María Eyzaguirre: Profesor de la Facultad de Derecho, UC. Juan Ignacio González: Obispo de San Bernardo, Chile. Raúl Hasbun: Sacerdote de Schöenstatt. Profesor del Seminario Pontificio Mayor de Santiago. Gonzalo Ibáñez Santa-María: Profesor y ex rector de la Universidad Adolfo Ibáñez. José Miguel Ibáñez Langlois: Teólogo y poeta. Raúl Irarrázabal Covarrubias: Arquitecto. Presidente de la Asociación Chilena de la Orden de Malta. Jesús Colina: Director de Agencia Zenit. Ricardo Krebs: Premio Nacional de Historia 1982. Raúl Madrid: Profesor de la Facultad de Derecho, UC. Mauro Matthei, O.S.B: Sacerdote y monje benedictino. Historiador. Cardenal Jorge Medina: Prefecto emérito de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. Augusto Merino: Cientista político, profesor de la Universidad Adolfo Ibáñez. Antonio Moreno: Arzobispo Emérito de Concepción. Fernando Moreno: Filósofo, director del programa de Ciencia Política de la Universidad Gabriela Mistral. Rodrigo Moreno Jeria: De la Academia Chilena de la Historia. Máximo Pacheco Gómez: Ex ministro de Estado. Embajador de Chile ante la Santa Sede. De la Academia de Ciencias Sociales, Políticas y Morales del Instituto de Chile. Bernardino Piñera: Arzobispo Emérito de La Serena. Héctor Riesle: Ex Embajador de Chile ante la Santa Sede y la UNESCO. Alejandro San Francisco: Profesor del Instituto de Historia, UC. Gisela Silva Encina: Escritora. Paulina Taboada: médico. Miembro de la P. Academia Pro Vita. William Thayer Arteaga: De la Academia de Ciencias Sociales, Políticas y Morales del Instituto de Chile. Olga Uliánova: Doctora en Historia por la Universidad de Lomonosov, Moscú. Investigadora de la Universidad de Santiago. Luis Vargas Saavedra: Profesor de la Facultad de Letras de la UC. Aníbal Vial: Ex rector Universidad Santo Tomás. Pilar Vigil: Médico. Miembro de la P. Academia Pro Vita.

Héctor Aguer: Arzobispo de la Plata, Argentina. Anselmo Álvarez, O.S.B: Abad de Santa Cruz del Valle de los Caídos. Carl Anderson: Caballero Supremo de los Caballeros de Colón. Jean-Louis Bruguès, O.P: Secretario de la Congregación para la Educación Católica. Obispo emérito de Angers, Francia. Massimo Borghesi: Filósofo italiano. Catedrático de la Universidad de Perugia. Rocco Buttiglione: filósofo político italiano. Cardenal Carlo Caffarra: Arzobispo de Bolonia. Cardenal Antonio Cañizares: Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. Guzmán Carriquiry: Secretario de la Comisión Pontificia para América Latina. William E. Carroll: Profesor en la Facultad de Teología de la Universidad de Oxford. Alberto Caturelli: Filósofo argentino. Cesare Cavalleri: Director de Studi Cattolici, Milán. Francesco D’Agostino: Profesor de Filosofía del Derecho en la Universidad Tor Vergata de Roma. Ex Presidente del Comité Nacional de Bioética en Italia. Adriano Dell’Asta: Profesor de la Universidad Católica de Milán. Luis Fernando Figari: Fundador del Sodalicio de Vida Cristiana, Lima. Alfredo García Quesada: Consultor Pontificio Consejo de la Cultura. Profesor de la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima. Stanislaw Grygiel: Filósofo polaco. Titular de la Cátedra Juan Pablo II en la Universidad Lateranense (Roma). Henri Hude: Filósofo francés. Ex rector del Colegio Stanislas, París. Paul Johnson: Historiador inglés. Jean Laffitte: Obispo de Entrevaux. Secretario del Consejo Pontificio para la Familia. Nikolaus Lobkowicz: Director del Instituto de Estudios de Europa del Este y Central de la Universidad de Eichstätt, Alemania. Alfonso López Quintás: Filósofo español. Miembro de Número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Alejandro Llano: Filósofo español, ex-rector de la Universidad de Navarra. Javier Martínez Fernández: Arzobispo de Granada, España. Carlos Ignacio Massini Correas: Catedrático de la Universidad Nacional de Cuyo, Argentina. Livio Melina: Presidente del Pontificio Instituto Juan Pablo II para estudios sobre el Matrimonio y la Familia. Dominic Milroy, O.S.B: Monje de Ampleforth, ex-rector de Ampleforth College, York (G.B) José Miguel Oriol: Presidente de Editorial Encuentro, Madrid. Francesco Petrillo, O.M.D: Superior General de la Orden de la Madre de Dios. Aquilino Polaino-Lorente: Psiquiatra español. Cardenal Paul Poupard: Presidente emérito del Pontificio Consejo de Cultura. Javier Prades: Decano de la Facultad de Teología San Dámaso, Madrid. Miembro de la Comisión Teológica Internacional. Florián Rodero L.C: Profesor de Teología del Ateneo Regina Apostolorum en Roma. Romano Scalfi: Director del Centro Rusia Cristiana, Milán. Cardenal Angelo Scola: Arzobispo de Milán. Josef Seifert: Presidente de la Academia Internacional de Filosofía (Liechtenstein), Granada. David L. Schindler: Director del Instituto Juan Pablo II para estudios sobre Matrimonio y Familia, Washington D.C. Robert Spaemann: Filósofo alemán. Miguel Ángel Velasco: Director de Alfa y Omega, Madrid. Juan Velarde Fuertes: De la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Premio Príncipe de Asturias en Ciencias Sociales (1992). Richard Yeo, O.S.B: Abad Presidente de la Congregación Benedictina de Inglaterra Diego Yuuki, S.J: Ex director del Museo de los 26 Mártires de Japón, Nagasaki.


H U M A N I T A S

H umanitas Nº 63 invierno 2011 – AÑO XVI

AMOR Y RESPONSABILIDAD EN LA ANTROPOLOGÍA DE KAROL WOJTYLA Livio Melina

424

KAROL WOJTYLA Y LA LIBERTAD RELIGIOSA EN EL VATICANO II Cardenal Avery Dulles

440

VISITA DE JUAN PABLO II A LA PONTIFICIA UNIVERSIDAD CATÓLICA DE CHILE Comentario del entonces Rector Juan de Dios Vial Correa Discurso del Santo Padre

456

DIOS SE HA VUELTO FAMILIAR Cardenal Angelo Scola

470

JUAN PABLO II ANTE LA VIDA CONSAGRADA Cardenal Francisco Javier Errázuriz

478

EL “SENSUS FIDEI” Y LAS BEATIFICACIONES Cardenal Angelo Amato

494

Encíclica Fides et ratio INDAGANDO EN EL MISTERIOSO TEXTO DEL SER Stanislaw Grygiel

504

“EL FUTURO DE LA HUMANIDAD SE FRAGUA EN LA FAMILIA” Carl Anderson

526

Encíclica Redemptor hominis EL HOMBRE A LA LUZ DE CRISTO Samuel Fernández

530

CRUZAR EL UMBRAL DE LA ESPERANZA Pedro Morandé

538

Testimonios personales POR QUÉ JUAN PABLO II ES SANTO

546

EL BEATO JUAN PABLO II SUFRIÓ LA PASIÓN TAMBIÉN EN SU CUERPO Máximo Pacheco

566

Entrevista al postulador monseñor Slawomir Oder PROCESO DE BEATIFICACIÓN CANÓNICAMENTE NORMAL

588

Destacamos en NOTAS UN VIAJE QUE CAMBIÓ LA HISTORIA Cardenal Stanislaw Dziwisz

596

EI DIÁLOGO CON LA CULTURA CONTEMPORÁNEA Cardenal Paul Poupard

En portada: Beato Juan Pablo II

606

Sumario Editorial Notas La Palabra del Papa Panorama Libros Sobre los Autores

417 422 596 616 646 682 698


HUMANITAS

dieciséis años sirviendo al encuentro de la fe y la cultura

HUMANITAS (ISSN 07172168) recoge los trabajos de sus colaboradores regulares, nacionales y extranjeros. Asimismo, de otros autores cuya temática resulta afín con los objetivos de esta publicación. Toda reproducción total o parcial de los artículos publicados por HUMANITAS requiere de la correspondiente autorización, a excepción de comentarios o citas que se hagan de los mismos. Diseño y Producción: Publicidad Universitaria UC Impresión: Ograma Impresores Suscripciones y correspondencia: HUMANITAS, Centro de Extensión de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Av. Libertador Bernardo O’Higgins 390, 3er piso, Santiago, Chile. Teléfono (562) 354 6519, Fax (562) 354 3755, E-mail: humanitas@uc.cl Suscripción anual, $28.000; estudiantes, $16.000. Valor por ejemplar, $7.000.



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«El Papa Juan Pablo II apela a la renovación de una razón que ha adquirido un carácter metafísicamente pusilánime: Sapere aude! ¡Aspira por ti misma a poder hacer grandes cosas! Estás destinada a esto. La fe, como nos dice el Papa, no desea hacer callar a la razón, pero quiere liberarla del velo de la catarata que ante los grandes interrogantes de la humanidad se ha extendido ampliamente sobre ella. Una vez más se ve que la fe defiende al hombre en su ser hombre. Josef Pieper

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corrupta, la verdadera filosofía podrá reagruparse en

Persona, Cultura y Sociedad en el Magisterio del Beato Juan Pablo II JUAN PABLO II VISTO POR BENEDICTO XVI Conferencia inaugural (abierta a todo público)

unidad primordial con la teología” y así, al final de la

MONSEÑOR RICARDO EZZATI

historia, “la raíz de todas las cosas y el significado último

Miércoles 17 agosto, 12:45 hrs. Salón de Honor de la Casa Central UC

de la existencia —que significa: el objeto específico del filosofar— sólo será visto y considerado por los que creen”.

JUAN PABLO II IRRUMPE EN LA HISTORIA DE LA MODERNIDAD

Nosotros no estamos, hasta donde es posible saberlo, en

Jaime Antúnez Aldunate Lunes 22 agosto, 19 hrs. Auditorio 6 del Centro de Extensión UC

el final de la historia; pero corremos el riesgo de negar

EL HOMBRE Y LA CULTURA

a la razón su verdadera grandeza. Y el Papa considera justamente tarea de la fe llamar a la razón a tener nuevamente la valentía de la verdad. Sin la razón, la fe va hacia la ruina; sin la fe, la razón corre riesgo de atrofiarse. Esto atañe al hombre, pero para que el hombre se redima se necesita al Redentor, necesitamos a Cristo,

Encíclica Redemptor hominis / Constitución pastoral Gaudium et spes / Discurso UNESCO 1980) Pedro Morandé Lunes 29 agosto, 19 hrs. Auditorio 6 del Centro de Extensión UC

FE Y RAZÓN: DOS ALAS PARA ASCENDER A LA VERDAD (Encíclica Fides et ratio) Antonio Amado Lunes 5 septiembre, 19 hrs. Auditorio 6 del Centro de Extensión UC

VERDAD: ENTIDAD QUE INCOMODA

hombre, que es hombre y Dios, “de manera no confusa e

(Encíclica Veritatis splendor) Monseñor Francisco Javier Stegmeier Lunes 12 septiembre, 19 hrs. Auditorio 6 del Centro de Extensión UC

indivisa”, en una única persona: Redemptor hominis»

LA EUCARISTÍA Y LA VIRGEN MARÍA

JOSEPH CARD. RATZINGER

(Las 14 encíclicas de Juan Pablo IIHumanitas nº 31, julio-septiembre 2003)

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CRUZANDO EL UMBRAL DE LA ESPERANZA

expresó una vez la idea de que “en la época final de la historia, bajo el señorío de la sofística y una seudofilosofía

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(Encíclica Ecclesia de Eucharistia / Encíclica Redemptoris Mater / Carta apostólica Rosarium Virginis Mariae) Monseñor Juan Ignacio González Lunes 26 septiembre, 19 hrs. Auditorio 6 del Centro de Extensión UC


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EXPOSITORES MONSEÑOR RICARDO EZZATI Arzobispo de Santiago. Gran Canciller de la Pontificia Universidad Católica de Chile. JAIME ANTÚNEZ ALDUNATE Director de Revista HUMANITAS. Miembro de Número de la Academia de Ciencias Sociales, Políticas y Morales del Instituto de Chile. PEDRO MORANDÉ COURT Decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Miembro de la Pontificia Academia de Ciencias Sociales y miembro de número de la Academia de Ciencias Sociales, Políticas y Morales del Instituto de Chile. Miembro del Comité Editorial de revista HUMANITAS. ANTONIO AMADO FERNÁNDEZ Profesor de metafísica de la Universidad de los Andes. Miembro del Consejo de Consultores y Colaboradores de revista HUMANITAS. MONSEÑOR FRANCISCO JAVIER STEIGMER Obispo de Villarrica. Ex rector del Seminario Mayor Metropolitano de Concepción. MONSEÑOR JUAN IGNACIO GONZÁLEZ Obispo de San Bernardo. Miembro del Consejo de Consultores y Colaboradores de revista HUMANITAS. MONSEÑOR FERNANDO CHOMALI Arzobispo de Concepción. Miembro de la Pontificia Academia para la Vida. Miembro del Consejo de Consultores y Colaboradores de revista HUMANITAS. JOSEF SEIFERT Presidente de la Academia Internacional de Filosofía Liechtenstein desde 1986. Miembro del Consejo de Consultores y Colaboradores de revista HUMANITAS. IGNACIO SÁNCHEZ Rector de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

LA ESPERANZA EN LA HISTORIA

Fue Decano de la Facultad de Medicina de esta Universidad.

(Carta apostólica Tertio millennio adveniente / Cruzando el umbral de la esperanza) Antonio Amado Lunes 3 octubre, 19 hrs. Auditorio 6 del Centro de Extensión UC

VIDA Y FAMILIA (Encíclica Evangelium vitae / Exhortación apostólica Familiaris consortio / Catequesis: Teología del cuerpo) Monseñor Fernando Chomalí Martes 11 octubre, 19 hrs. Auditorio 6 del Centro de Extensión UC

VERDAD Y DIGNIDAD DE LA PERSONA: FUNDAMENTO DE LA DEMOCRACIA (Encíclica Sollicitudo rei sociales / Encíclica Centesimus annus / Encíclica Laborem excersens) Josef Seifert Lunes 17 octubre, 19 hrs. Auditorio 6 del Centro de Extensión UC LA IGLESIA Y LAS UNIVERSIDADES CATÓLICAS (Constitución apostólica Sapientia Christiana / Constitución apostólica Ex Corde Ecclesiae) Ignacio Sánchez Lunes 24 octubre, 19 hrs. Salón de Honor Facultad de Derecho UC

INFORMACIONES E INSCRIPCIONES REVISTA HUMANITAS Centro de Extensión, Pontificia Universidad Católica. Alameda 390, tercer piso. Teléfono: 354 6519 www.humanitas.cl • humanitas@uc.cl Precio general $ 40.000 Precio estudiantes $ 16.000 (incluye suscripción anual a Revista Humanitas)

Pontificia Universidad Católica de Chile



HUMANITAS Sumario N° 63 (julio-septiembre 2011)

AMOR Y RESPONSABILIDAD EN LA ANTROPOLOGÍA DE JUAN PABLO II, por Livio Melina. El amor no es una aventura entre tantas, sino más bien un desafío que envuelve a un hombre por entero y le determina el destino. ¿Cómo se puede realizar la comunión de personas que promete la fascinación del primer encuentro? ¿Cuánto depende de la libertad humana? En su obra Amor y responsabilidad, Karol Wojtyla hace un análisis cuidadoso del dinamismo del amor, distinguiendo e integrando tres dimensiones: la psicológica, la metafísica y la moral. Su doctrina constituye una renovación y un enriquecimiento en el análisis del amor conyugal. Al nivel de los contenidos propios del bien, sobre los que se basa, la doctrina tradicional de la Iglesia había indicado con tres fines el contenido objetivo del matrimonio: la procreación, la ayuda recíproca y el remedio a la concupiscencia. Una perspectiva personalista como la que desarrolla Wojtyla, queda aquí insatisfecha. Sólo el amor es la actitud adecuada hacia la persona del otro. El amor es la sustancia del matrimonio, que desde dentro lo regula y a cuya luz los fines tradicionales adquieren su significado moral, siendo así como la sexualidad es contemplada en relación a la naturaleza de la persona misma. Humanitas 2011, LXIII, págs. 424 - 439 KAROL WOJTYLA Y LA LIBERTAD RELIGIOSA, por Cardenal Avery Dulles. A partir del Concilio Vaticano II, la libertad religiosa constituyó para Karol Wojtyla un tema central de su programa, tanto con referencia al ecumenismo como al posicionamiento de la Iglesia en el mundo de hoy. Gracias a la contribución de obispos como él, Dignitatis humanae propuso una doctrina positiva de la libertad religiosa basada tanto en la revelación como en la razón. Cuando la Iglesia pide libertad religiosa, no solicita un regalo, un privilegio o un permiso dependiente de situaciones contingentes, estrategias políticas o buena voluntad de las autoridades. Pide más bien el reconocimiento de un derecho humano inalienable. No se trata de un derecho vinculado con la Iglesia como institución; se trata también de un derecho vinculado con todas las personas y todos los pueblos. Humanitas 2011, LXIII, págs. 440 - 455 PALABRAS PRONUNCIADAS POR JUAN PABLO II EN LA PONTIFICIA UNIVERSIDAD CATÓLICA DE CHILE. El 3 de abril de 1987, durante su visita apostólica a Chile, Juan Pablo II visitó en Santiago la casa central de la Pontificia Universidad Católica para hablar a los representantes del mundo de la cultura y a los constructores de la sociedad. Se reproduce en estas páginas el discurso dirigido por el Santo Padre, introducido por una reflexión del entonces rector, Dr. Juan de Dios Vial Correa, en torno al significado que tuvo aquel acto en medio de un ambiente cargado de profunda inquietud frente al futuro, de escepticismo sobre el rol de la universidad y de la tentación de entregar la cultura a las ideologías imperantes. En sus sabias palabras afirmó el Beato: “la Iglesia, movida por su indeclinable vocación de servicio al hombre, dirige su llamada a todos los intelectuales chilenos —comenzando por los propios hijos de la Iglesia— para que lleven a cabo esa labor integradora, propia de la verdadera ciencia, que asiente las bases de un auténtico humanismo. En esta perspectiva, cobra actualidad aquel proceso siempre nuevo que el documento de Puebla llama evangelización de las culturas. Dicha evangelización se dirige al hombre en cuanto tal. Partiendo de la ‘dimensión’ religiosa, tiene en cuenta a todo el hombre y se esfuerza por llegar a él en su totalidad”. Humanitas 2011, LXIII, págs. 456 - 469

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DIOS SE HA VUELTO FAMILIAR, por Cardenal Angelo Scola. Siendo testigo de la época trágica de las grandes ideologías, de los regímenes totalitarios y de su caída, Juan Pablo II tuvo profunda conciencia de la transición de la modernidad a lo que ahora se ha convenido en llamar postmodernidad, etapa marcada por nuevas tensiones y contradicciones. Ellas se reflejan en un mundo crecientemente secularizado en el que domina un desencanto universal. Como consecuencia, la fe cristiana pasa a ser considerada por muchos como mera convicción subjetiva y no racional, a lo más dotada de legitimidad para sobrevivir junto a las otras religiones en nombre de un derecho universal a la diferencia. Por otra parte, los grandes avances tecnocientíficos han terminado por elevar a la ciencia experimental como única a la cual correspondería dar respuestas válidas a las grandes interrogantes humanas. En contraposición a esta realidad, el testimonio, la reflexión y el magisterio de Karol Wojtyla-Juan Pablo II nos recuerdan que el hombre postmoderno necesita retomar el interés por la Persona de Cristo. La afirmación de Cristo, contemporáneo nuestro, presupone una interpretación de su Persona en cuanto Persona salvífica y dar cuenta del interés por su venida al mundo. En la persona histórica de Jesucristo se encuentran realmente unificadas y proyectadas todas las dimensiones antropológicas. La cuestión del interés por es pedagógicamente actual y decisiva para la nueva evangelización. Humanitas 2011, LXIII, págs. 470 - 477

JUAN PABLO II ANTE LA VIDA CONSAGRADA, por Cardenal Francisco Javier Errázuriz. El papado de Juan Pablo II fue tan universal que sería un error atribuirle protagonismo, sea su mensaje al mundo laico o al eclesial. Mirando a las diversas realidades de la Iglesia, el Santo Padre supo volcarse de lleno a cada una de ellas, también a la vida consagrada. A esta última dedicó dos exhortaciones apostólicas —Redemptionis donum (1983) y Vita Consecrata (1996)—, una serie de catequesis en 1994 e incontables alocuciones y homilías, especial atención en cada uno de sus viajes y en sus encuentros con las dos Uniones de Superiores Generales, como asimismo con las comunidades que fueron recibidas en audiencia especial con ocasión del capítulo general que celebraban en Roma. Humanitas 2011, LXIII, págs. 478 - 493

EL “SENSUS FIDEI” Y LAS BEATIFICACIONES, por Cardenal Angelo Amato. El sensus fidei católico está presente de modo particular en los procesos de beatificación y canonización. Los fieles están dotados, por la gracia divina, de una innegable percepción espiritual para descubrir y reconocer en la vida concreta de algunos bautizados el ejercicio heroico de las virtudes cristianas. La beata Teresa de Calcuta o san Pío de Pietrelcina eran admirados, seguidos e imitados, ya en vida, por su santidad. Otro buen ejemplo de este clamor del pueblo de Dios puede verse en el inicio del rápido proceso de beatificación del Papa Juan Pablo II y queda de manifiesto en la proclamada petición “Santo súbito” hecha en la Plaza San Pedro pocas horas después de que el Pontífice había partido a la casa del Padre. Es posible identificar la vox populi, que expresa la veneración hacia personas que han vivido y muerto santamente. Para una comprobación empírica de la fama sanctitatis et signorum del Papa Juan Pablo II, basta también observar la fila interminable de fieles que acuden en peregrinación todos los días a su tumba en San Pedro. Eso confirma que su fama de santidad es una communis opinio. La vox populi va acompañada también de la vox Dei, es decir, de aquellas gracias, favores celestiales y auténticos milagros, obtenidos por intercesión de un siervo de Dios. Por último, está la vox Ecclesiae que, después de examinar y evaluar positivamente tanto la heroicidad de las virtudes como la autenticidad del milagro, ha procedido a la beatificación y abierto las puertas a una futura canonización. La fama de santidad del Papa Wojtyła está presente así en la consideración de los fieles y en el reconocimiento de la acción de Dios. Humanitas 2011, LXIII, págs. 494 - 503

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INDAGANDO EN EL MISTERIOSO TEXTO DEL SER, por Stanislaw Grygiel. El vacío espiritual en el cual hoy se ahoga la sociedad es producto del hecho de que en lo íntimo del hombre se ha quebrado la unidad entre verdad y libertad: la razón ha roto el vínculo con el verum y la voluntad con el bonum de cada ser. Los denominados trascendentales, en los cuales vive la metafísica, ya no defienden la realidad del universo ni del hombre mismo contra las verdades construidas por la razón y contra los intereses considerados válidos por la voluntad en conformidad con las circunstancias. En su encíclica Fides et ratio Juan Pablo II defiende al hombre del vacío espiritual proveniente del olvido de la realidad, le recuerda que ésta existe verdaderamente, que es bien pensada y bien amada, que nos espera fielmente. Quien regresa de este modo a la realidad, podrá comprender desde qué perspectiva es posible enlazar la auténtica filosofía con el pensamiento teológico y la fe. Humanitas 2011, LXIII, págs. 504 - 525

EL FUTURO DE LA HUMANIDAD SE FRAGUA EN LA FAMILIA, por Carl Anderson. Es asombrosa la rapidez con que Juan Pablo II se empeñó en poner las bases de una acción pastoral a favor del matrimonio y de la familia. La piedra angular fue colocada durante el Sínodo de los Obispos de 1980. Luego, en 1981, fueron creados el Pontificio Instituto Juan Pablo II para Estudios sobre el Matrimonio y la Familia y el Pontificio Consejo para la Familia. En ese mismo año, la Exhortación Familiaris consortio proporcionó los fundamentos para la labor pastoral del Instituto y para un proyecto pastoral de trabajo del Consejo. A esto siguieron, en 1983, nuevas iniciativas en lo referente al derecho civil y canónico, con la publicación de la Carta de los Derechos de la Familia y del nuevo Código de Derecho Canónico. En 1993, Juan Pablo II afirmó que la misión de la Iglesia a favor de la familia debía colocarse “en el centro de la nueva evangelización”. Y no sólo lo dijo en repetidas ocasiones, sino que dio a la Iglesia —que ya poseía un material fundamental sobre la centralidad de la familia— los instrumentos para garantizar que esto llegara a ser una realidad. Sería difícil, si no imposible, imaginar la misión pastoral de la Iglesia con las familias, en todo el mundo, a principios del Tercer Milenio, sin la magnífica herencia recibida de Juan Pablo II. Humanitas 2011, LXIII, págs. 526 - 529

EL HOMBRE A LA LUZ DE CRISTO, por Samuel Fernández. La intuición fundamental que iluminó la redacción de la encíclica Redemptor hominis rondaba la mente de Karol Wojtyla desde mucho antes de ser elegido Papa, como él llegó a afirmar. Esa fue la idea central que inspiró la redacción de Gaudium et spes. Lo propio de esta insistencia radica en el giro antropológico que permite comprender al hombre desde Cristo. Esto tiene como fundamento una verdadera valoración de la humanidad del Hijo de Dios encarnado e implica que Jesús de Nazaret no sólo es revelador de Dios en favor de los hombres, sino que «revela el hombre al hombre» (RH 10). De este modo, en Jesús se refleja el rostro de Dios y también el rostro del hombre verdadero. Ambos aspectos son inseparables, porque el verdadero rostro de Dios sólo es accesible al hombre por medio de la Encarnación. Se entiende así la afirmación de que la naturaleza y el destino de la humanidad y del mundo sólo pueden ser definitivamente manifestados a la luz de Cristo, muerto y resucitado: “Jesucristo permanece presente como luz del mundo que ilumina el misterio del hombre”. Humanitas 2011, LXIII, págs. 530 - 537

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CRUZAR EL UMBRAL DE LA ESPERANZA, por Pedro Morandé. La profunda fe en el misterio de la Encarnación que une a Cristo con cada uno de los seres humanos, ofreciéndoles la posibilidad de llegar a ser “hijos en el Hijo”, es el sello más profundo del magisterio de Juan Pablo II. Para él, aquella convicción no era más que la aplicación del Concilio Vaticano II que había inaugurado una nueva época eclesial, especialmente rica en esperanza después del siglo trágico de las guerras mundiales y de los regímenes totalitarios que pisotearon brutalmente la dignidad humana. El advenimiento del nuevo milenio cristiano proponía así un nuevo horizonte a la historia humana, fundado en la esperanza de que en Cristo, la vocación humana se había cumplido en plenitud. Con una extraordinaria coherencia el Beato Juan Pablo II enseñó a comprender el Concilio poniéndolo en el horizonte del Jubileo del año 2000, que él mismo denominó “umbral de esperanza”. Expresión actual de la fuerza redentora que se ofrece a la libertad de cada ser humano y de todos los pueblos de la tierra, con el cumplimiento ya realizado en la plenitud divina y humana de Jesús de Nazaret del designio creador de Dios sobre todos los hombres. Humanitas 2011, LXIII, págs. 538 - 545

EL BEATO JUAN PABLO II SUFRIÓ LA PASIÓN TAMBIÉN EN SU CUERPO, por Máximo Pacheco. Durante los años que ocupó el cargo de Embajador de Chile ante la Santa Sede, el autor tuvo ocasión de estudiar la vida de Su Santidad Juan Pablo II y conocer aspectos inéditos relativos a los sufrimientos que debió sobrellevar el Pontífice tanto por el atentado de que fue víctima, como por el deterioro en la salud que acompañó su existencia terrena. De particular interés e importancia es, en este marco, la relación del Dr. Renato Buzzonetti, médico personal de Juan Pablo II. Estos relatos e informes, incorporados por el embajador Pacheco a sus Memorias, han sido reescritos por él para esta edición, que asume el carácter de homenaje y agradecimiento al Beato Juan Pablo II. Humanitas 2011, LXIII, págs. 566 - 587

UN PROCESO DE BEATIFICACIÓN CANÓNICAMENTE NORMAL, entrevista a Monseñor Slawomir Oder. El postulador de la causa de Juan Pablo II se refiere a la “bellísima aventura” personal que le significó involucrarse en un proceso que, según explica, ha cumplido con todos los requisitos canónicos exigidos, siendo la única dispensa la de no esperar cinco años para su introducción, dado que el milagro necesario para la beatificación se produjo a los pocos meses de fallecer el Papa. Su labor le significó penetrar en un conocimiento profundo de la persona de Wojtyla y acceder a detalles personales de la vida del ahora beato. Ante la búsqueda de anécdotas extraordinarias, destaca la transparencia de la vida de Wojtyla: “Era, efectivamente, tal cual lo hemos conocido en público. Por esto no había un desdoblamiento, sino una perfecta transparencia del personaje”. Impresiona descubrir hasta qué punto la fuente de su actividad, de la profundidad de su pensamiento, fue la relación estrecha con Cristo. “Ha salido a la luz, seguramente, un hombre místico. Un místico porque era un hombre que vivía la presencia de Dios, que se dejaba guiar por el Espíritu Santo; que estaba en diálogo constante con el Señor, que ha organizado su vida alrededor de la pregunta: ‘¿Tú me amas?’. De manera que su vida ha sido la respuesta a esta pregunta esencial del Señor. Creo que este aspecto es el tesoro más grande del proceso”. Humanitas 2011, LXIII, págs. 588 - 595

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NOTAS Un viaje que cambió la historia, entrevista al Cardenal Stanislaw Dziwisz. El Arzobispo de Cracovia e íntimo colaborador de Juan Pablo II durante todo su ministerio pontificio, narra detalles de la primera visita apostólica a Polonia, denominando aquella ocasión como el “viaje que cambió la historia”. El Cardenal asegura que el Santo Padre estaba convencido de que la nación polaca, tan fuertemente arraigada en la fe, merecía su visita: “Hoy sin duda podemos decir que su primera peregrinación a Polonia fue el más importante de todos los viajes papales porque desencadenó un proceso de cambios increíbles a nivel mundial. Todo empezó en aquellos días”, y luego: “Juan Pablo II liberó la energía interior del pueblo. En este sentido, sentó las bases espirituales para el nacimiento de Solidarnosc al año siguiente”. La herencia de Juan Pablo II, entrevista a Rodrigo Guerra. La polifacética personalidad de Juan Pablo II y su diversificada acción pastoral estuvieron animadas por una especial lectura desde la fe del mundo moderno. Sus aportaciones han sido en muy diferentes campos que van desde la teología del cuerpo humano hasta una interpretación muy profunda de la modernidad. En la presente entrevista, el doctor en filosofía por la Academia Internacional de Liechtenstein y miembro de la Academia Pontificia por la Vida, analiza el legado de Juan Pablo II para el pensamiento moderno, destacando su capacidad de diálogo que se transmite igualmente al ministerio de su sucesor: “El Papa Juan Pablo II y el Papa Benedicto XVI nos están educando en otro modo de mirar las cosas: confiando en la gracia y apostando por el encuentro fraterno y el diálogo con todos —aun con los más distantes— como camino para anunciar la Verdad que hemos encontrado”. El diálogo con la cultura contemporánea, por Cardenal Paul Poupard. En su largo e histórico pontificado, Juan Pablo II no cesó de privilegiar el diálogo entre la Iglesia y el mundo de la cultura. Ya en 1979 propone el carácter central que significarán para él los temas relativos a la cultura, la ciencia y el arte, planteándolas como un terreno vital en el cual está en juego el destino de la Iglesia y el mundo. La intervención decisiva es su Discurso pronunciado en París, ante la Asamblea de la Unesco, el 2 de junio de 1980, el cual puede definirse como verdadera Magna Charta del diálogo entre la Iglesia y la cultura. En él Juan Pablo II describe una clara y precisa visión antropológica, de la cual surge, como consecuencia lógica e inmediata, una visión igualmente lúcida del significado y el valor de la cultura tanto en la existencia humana como en la misión misma de la Iglesia. El diálogo con los artistas, por Cardenal Mauro Piacenza. El Papa Juan Pablo II será recordado por su peculiar capacidad de dirigirse a todo tipo de personas, formulando con un lenguaje apropiado la misma y convencida invitación a unirse con Cristo. También al mundo del arte, respecto al cual el documento en el que el Pontífice expresó en forma más sistemática su propio pensamiento es la Carta a los artistas, publicada en la Pascua de Resurrección de 1999. En este breve ensayo se identifican algunos temas recurrentes en Juan Pablo II a propósito del arte sacro, mediante un cotejo entre la carta citada y la homilía pronunciada en la Santa Misa por los artistas el día 20 de mayo de 1985 en Bruselas, dos documentos ubicados respectivamente en los últimos y en los primeros años del pontificado. Utilizando la categoría de la “alianza” habla —en la línea del Concilio Vaticano II y de Pablo VI— reconociendo al arte su autonomía en el ámbito de las realidades terrenales. Sin embargo, la contigüidad de los respectivos campos induce al Pontífice a buscar una convergencia en el descubrimiento de la realidad espiritual. “Un mundo sin arte difícilmente se abriría a la fe” (n. 4). Humanitas 2011, LXIII, págs. 596 - 615

LIBROS “Roca al rojo vivo. La poesía de Karol Wojtyla” reflexión de Antonio Spadaro S.J.; “Juan Pablo II habla a Chile” (Ediciones Universidad San Sebastián, prólogo de Mons. Ricardo Ezzatti); “Juan Pablo II habla al mundo” por Cardenal Angelo Comastri (Ediciones San Pablo); “Mousiké” por Karol Wojtyla (Universidad de la Sabana); “Por qué es Santo” por Slawomir Oder (Ediciones B); “Jean-Paul II et les artistes. De Pie XII à Benoît XVI les Papes esquissent una théologie de l’Art” por Pascal Fagniez (Editions de l’Emmanuel); “El Santo que todos conocimos” por varios autores (Ediciones Palabra). Humanitas 2011, LXIII, págs. 682 - 696

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La Fuerza de un Gigante E

l excepcional conjunto de autores y artículos que comprende esta edición y su inusual grosor en páginas son el resultado cuasi espontáneo del hondo agradecimiento que nace en una communio de personas —que conforman por edad más de una generación— reunidas por dieciséis años en torno a la publicación de HUMANITAS, quienes hacen suyas las recientes palabras proclamadas por Benedicto XVI en la beatificación de Juan Pablo II: “Aquello que el Papa recién elegido pedía a todos —¡No tengáis miedo! ¡Abrid de par en par las puertas a Cristo!— él mismo lo llevó a cabo en primera persona: abrió a Cristo la sociedad, la cultura, los sistemas políticos y económicos, invirtiendo con la fuerza de un gigante, fuerza que le venía de Dios, una tendencia que podía parecer irreversible. […] Con su testimonio de fe, de amor y de valor apostólico, acompañado de una gran humanidad, este hijo ejemplar de la Nación polaca ayudó a los cristianos de todo el mundo a no tener miedo de llamarse cristianos, de pertenecer a la Iglesia, de hablar del Evangelio. En una palabra: ayudó a no tener miedo de la verdad, porque la verdad es garantía de libertad. Más en síntesis todavía: nos devolvió la fuerza de creer en Cristo”.

En efecto, sentimos de consuno con el Santo Padre que algo fundamental aconteció en nuestras vidas a partir de ese octubre de 1978, cuando aquellas primeras palabras —¡No tengáis miedo!—, con una voz que parecía hacer resonar todas las campanas de Roma, fueran lanzadas llamando al testimonio. La sucesión de hechos notables que marcarían de forma indeleble la historia del siglo XX —comenzando por su martirio no consumado el 13 de mayo de 1981, seguido luego por su papel protagónico en el derrumbe del Muro ideológico que separaba a Europa— fue signada, así lo señaló también Benedicto XVI, por la profunda reflexión sobre la confrontación entre el marxismo y el cristianismo y por su permanente mensaje, eco fidedigno del Concilio Vaticano II, de que el hombre es el camino de la Iglesia y Cristo es el camino del hombre. Como dejan en evidencia en estas páginas los testimonios de personas que lo conocieron (Cfr. p.p. 536 - 555), la fuerza del Beato Juan Pablo II para convocar a millones de almas en el mundo entero a levantarse y andar, a despertarse “de una fe cansada”, provenía de un permanente recogimiento y espíritu de oración nacidos del vivir sumergido en la presencia de Jesucristo y de María, a quien todavía muy joven se consagró como esclavo de amor siguiendo la escuela de San Luis María Grignon de Monfort. La estrechísima vinculación de toda la vida de Juan Pablo II con el misterio de la Divina Misericordia inspira el título de este número especial, pues, pensamos, será lo que, al cabo de los siglos, resumirá su paso por la historia de la Iglesia y de los pueblos en el tránsito al tercer milenio, que no en vano acuñó con la enseña “cruzando el umbral de la esperanza”. Mas no se trata sólo de que el Papa Magno haya dedicado su segunda encíclica a la Divina Misericordia; que haya canonizado a Santa Faustina Kowalska, interlocutora del

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EDITORIAL Señor de la Divina Misericordia; que haya instaurado a su solicitud la festividad del segundo domingo de Pascua como la fiesta de la Divina Misericordia, en la cual, para más señal, quiso Dios llamarlo. Hay en realidad todavía más. Si se penetra en su vastísimo magisterio, como lo hacen en esta edición los autores más calificados, se verá que todo él constituye un llamado profético dirigido al hombre moderno —asentado en la autonomía que le otorgan sus capacidades materiales— a Portada de la primera edición de cambiar su mirada y volcarla hacia una HUMANITAS en inglés que circulará perspectiva creatural —“en Él vivimos, nos a partir del próximo mes de octubre. movemos y existimos” (Hch 17,28)— sin la cual no podría escapar a los horrores que vivió en el siglo pasado ni encontrar el camino de su salvación. Habiendo escrito en su último libro que “el límite impuesto al mal es en definitiva la divina misericordia” (Cfr. Memoria e identidad, p.70), puede perfectamente afirmarse, a la luz de los hechos que acompañaron su vida y su pontificado, que él mismo, que “con la fuerza de un gigante revirtió una tendencia que parecía irreversible”, fue un regalo de la Divina Misericordia a la Iglesia y al mundo. Nacida con el estímulo de ese “no tener miedo de la verdad, porque la verdad es garantía de libertad”, justo cuando en 1995 Juan Pablo II proclamaba su encíclica Evangelium vitae, HUMANITAS tuvo la gracia de acompañar los diez últimos años del santo pontífice y de recibir la seguridad de su apoyo y bendición. Fueron los tiempos de la Fides et ratio, del Jubileo del año 2000 con sus muchas iniciativas y trascendentales documentos, hasta su encíclica final Ecclesia de Eucharistia. Tiempos que, bajo el timón de Benedicto XVI, han tenido en estos pasados seis años una continua y luminosa profundización, lo cual estimula y compromete a una tarea, Dios mediante, de largo recorrido. JAIME ANTÚNEZ ALDUNATE Director de Humanitas

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«Para Wojtyla, sería profundamente reductivo y extrinsecista considerar el amor sólo como uno de los fines del matrimonio. El amor es más bien la sustancia del matrimonio, que desde dentro lo regula y a la luz de la cual los fines tradicionales adquieren su significado moral»


Amor y responsabilidad en la antropología de K arol Wojtyla POR LIVIO MELINA

“El amor, el amor vibra en las sienes El amor en la mente se convierte en pensamiento y voluntad: voluntad de Teresa de estar en Andrés, voluntad de Andrés de estar en Teresa. Es extraño pero necesario alejarse un poco del otro. Porque el hombre no puede durar en el otro sin fin y el hombre no basta. ¿Cómo lograrlo, Teresa, cómo quedarse en Andrés para siempre? ¿Cómo lograrlo, Andrés, cómo quedarse para siempre en Teresa? ¿Cómo lograrlo si el hombre no puede durar en el otro, si el hombre no basta?”1

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on estas las palabras del coro al final del primer acto de El taller del orfebre, que Karol Wojtyla escribió al mismo tiempo que la obra Amor y responsabilidad en 1960, como para acompañar, con el lenguaje poético del drama y con el contacto vivo de la experiencia, la reflexión filosófica que estaba desarrollando. El amor no es una aventura entre tantas, sino más bien un desafío que envuelve a un hombre por entero y le determina el destino. ¿Cómo puede el amor durar en el tiempo? ¿Cómo puede realizar la comunión de personas que promete en la fascinación del primer encuentro? Y sobre todo en este desafío ¿cuánto depende de la libertad humana? Estas son las preguntas del drama que subyacen a esa obra filosófica.

El amor en el horizonte de la responsabilidad Amor y responsabilidad: la asociación de estos dos términos en el título del volumen puede sonar antinómica a nuestra sensibilidad y por tanto como una provocación a salir de los esquemas que la hacen imposible. El objetivo de la obra es el de “motivar las normas de ética sexual católica” y, precisamente por esto, referirlas a los “bienes y valores más fundamentales”, entre los cuales destaca el bien de la persona.2 Ahora bien, es “el amor el que constituye el bien propio del mundo de las personas”. El tema específico del ensayo wojtyliano es pues el de “introducir el amor en el amor”, es decir, introducir el

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LA DOCTRINA TRADICIONAL DE LA IGLESIA HABÍA INDICADO EN TRES FINES EL CONTENIDO OBJETIVO DEL MATRIMONIO: LA PROCREACIÓN, LA AYUDA RECÍPROCA Y EL REMEDIO A LA CONCUPISCENCIA. UNA PERSPECTIVA PERSONALISTA COMO LA DE WOJTYLA QUEDA INSATISFECHA AL FUNDAR LA UNIÓN DEL HOMBRE Y DE LA MUJER SÓLO SOBRE ESTAS BASES.

1 K. WOJTYLA, La bottega dell’orefice - Tutte le opere letterarie. Poesie, drammi e scritti sul teatro. (Bompiani, Milano 2001) pp. 795-797. 2 K. WOJTYLA, Amore e responsabilità. Morale sessuale e vita interpersonale. (Marietti, 3° ediz., Milano 1980) p. 10.

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WOJTYLA CONSIDERA INSUFICIENTE LA HERMENÉUTICA ESCOLÁSTICA DEL AMOR. ESTA SE CARACTERIZA POR UNA “ANTROPOLOGÍA DE LAS FACULTADES”, QUE DESCOMPONE EL ACTO HUMANO EN MUCHOS ACTOS PARCIALES ATRIBUIDOS A LAS FACULTADES POR SEPARADO (RAZÓN Y VOLUNTAD) Y DEFINIDOS POR SUS OBJETOS PARCIALES, SIN REFERENCIA A LA SUBJETIVIDAD PERSONAL. ESTE MODELO TEÓRICO, PROPONIENDO UN CONTROL EXTRÍNSECO DE LA RAZÓN SOBRE EL INSTINTO Y LA AFECTIVIDAD, NO LOGRA CAPTAR LA UNIDAD DINÁMICA DEL AMOR Y DESCUIDA SU CONTEXTO INTERPERSONAL.

3 Ibídem, pp.41-42. 4 El fruto extremo de este reduccionismo es la actual “teoría de géneros”. Véase por ejemplo: J. BUTLER, Gender Trouble: Feminism and the Subversion of Identity, Routledge (London 1990) : Para una crítica: P. DONATI, La famiglia come relazione di «gender», en ID., Manuale di sociologia della famiglia, Laterza (Bari 1999) pp. 123-180. 5 Cf. K. WOJTYLA, Amore e responsabilità, cit., p. 97. 6 Al respecto: G. ANGELINI, Eros e agape. Oltre l’alternativa, Glossa (Milano 2006) pp. 23ss, 32ss, 63ss.

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amor, entendido como todo lo que nace entre hombre y mujer a partir del impulso sexual, dentro del horizonte del amor, entendido como responsabilidad ética de la persona hacia la persona. Para alcanzar este objetivo hace falta ante todo superar las hermenéuticas reductivas de la experiencia sexual y del amor, que impiden integrar amor y responsabilidad personal. Repasando la obra de Wojtyla se pueden encontrar tres reducciones principales, que obstaculizan una adecuada comprensión de la experiencia amorosa. Está ante todo la hermenéutica naturalista, que a partir de la objetivación científica de los dinamismos biológicos y fisiológicos del cuerpo reduce la sexualidad a la líbido y con ello al mundo mecánico de la naturaleza, sustrayéndola así de la esfera de la ética.3 La sexualidad pertenecería a una dimensión subpersonal que hay que dominar como todos los aspectos de la naturaleza. En esta perspectiva, el hombre se separa del mundo de las pasividades funcionales de su cuerpo, y si por un lado está completamente determinado a nivel de los instintos, por otro, emerge como espíritu con la pretensión de poder manipular el cuerpo según un proyecto autónomo de su libertad.4 Aparentemente opuesta, se coloca la hermenéutica romántica del amor5, que enfatiza el amor pasión, considerándolo como la esencia misma del amor: un evento irracional que escapa a toda posibilidad de control por parte de la voluntad y de las instituciones. En él, la dimensión sexual está subordinada a la sentimental: el cuerpo queda absorbido por el torbellino de la pasión. La medida del amor pasa a ser la intensidad de los sentimientos que se experimentan. Se goza estéticamente de la experiencia afectiva en el instante en que se da, pero sin que ésta abra a la realidad de una relación con el otro y a la construcción de un camino común en el espacio público y en el tiempo de una historia. Sin embargo, Wojtyla considera insuficiente también la hermenéutica escolástica del amor, que prevalece en el pensamiento católico. Esta se caracteriza por una “antropología de las facultades”, que descompone el acto humano en muchos actos parciales atribuidos a las facultades por separado (razón y voluntad)6 y definidos por sus objetos parciales, sin referencia a la subjetividad personal. Así, este modelo teórico, proponiendo un control extrínseco de la razón sobre los dinamismos del instinto y de la afectividad, no logra captar la unidad dinámica del amor y descuida su contexto interpersonal. Bajo estas interpretaciones reductivas del amor humano, dialécticamente opuestas y en contraste entre sí, hay una carencia común: en ellas no se considera adecuadamente la persona como el sujeto del amor, en su relación con la otra persona. Para Wojtyla no se trata de superponer una nueva teoría más comprensiva a esas teorías insuficientes, sino ante todo de reencontrar la experiencia originaria del


amor para considerar adecuadamente todos sus factores constitutivos. En su obra, aplica por primera vez un método puesto a punto en sus Lubliner Vorlesungen7 (1954-1957): se trata de una original integración de la fenomenología tomada sobre todo de la escuela de Max Scheler, pero valorada críticamente en sus límites constitutivos, con la perspectiva del realismo ontológico de Santo Tomás de Aquino.8 El primer paso consiste en captar los elementos esenciales del fenómeno y las relaciones importantes entre los mismos; el segundo paso consiste en iluminar la esencia del fenómeno, colocándolo en el contexto de la persona humana en su totalidad y de las relaciones interpersonales.9 Así la perspectiva del sujeto, propia de la modernidad, es asumida sin caer en el subjetivismo precisamente porque “todo sujeto es al mismo tiempo ser objetivo, es objetivamente algo o alguno”10, como dice Wojtyla al inicio del volumen. Al mismo tiempo es la perspectiva de la persona, y no simplemente la de la sustancia, la que constituye el culmen de la metafísica y que por ello connota la ontología, especialmente la interpretación del amor. Pero más allá de las referencias filosóficas, el punto de referencia último del autor es la experiencia viva: el libro “no constituye la exposición de una doctrina, sino que representa ante todo el fruto de una continua confrontación entre la doctrina y la vida”, desarrollada en el ejercicio diario de la actividad pastoral.11 He aquí pues el sentido del método adoptado por Wojtyla: la referencia a la experiencia no se agota en el análisis de contenidos para captar su significado, sino en la aceptación de su realidad como algo más grande que nosotros mismos.12 Experiencia del amor, es verdad, pero también experiencia de la responsabilidad. Aunque pueda sorprender, debemos observar que este concepto es más bien reciente en la reflexión ética, dado que fue introducido sólo en las primeras décadas del siglo XX, con Max Weber.13 Para poderlo introducir críticamente, necesitamos aclarar antes tres variables que están implícitas: la relativa al sujeto de la responsabilidad (¿quién responde?); la que se refiere al objeto de lo que se responde (¿de qué se es responsable?); y en fin, la variable de la intersubjetividad (¿ante quién se es responsable?). El análisis de la responsabilidad nos envía al contexto de la experiencia de la praxis moral y, específicamente, a la conexión entre persona y acto. Veremos que en Amor y responsabilidad Wojtyla conduce siempre su análisis sobre el amor en paralelo al análisis de la experiencia moral. Esto es particularmente significativo: para él, el amor no es sólo un evento agradable que sucede a nivel de las emociones, sino una invitación a amar, es decir, a emprender un camino en el que la libertad realice la promesa de cumplimiento que se da como germen en el encuentro amoroso.

7 K. Wojtyla, Lubliner Vorlesungen, Seewald Verlag (Stuttgart 1981). Para acercarse a esta obra: K.L. SCHMITZ, At the Center of the Human Drama. The PhilosophicalAnthropology of Karol Wojtyla / Pope John Paul II (CUA Press, Washington DC 1993) pp. 30-57. 8 Acerca del método de esta obra véase: R. BUTTIGLIONE, Il pensiero di Karol Wojtyla, Jaca Book (Milano 1982) pp. 103-114; J. KUPCZAK, Destined for Liberty. The Human Person in the Philosophy of Karol Wojtyla / Pope John Paul II (CUA Press, Washington DC 2000) pp. 63-81. 9 Wojtyla no separa claramente estos dos momentos en Amor y responsabilidad, aunque esto se note más en la segunda parte. Será hasta la obra teórica de 1969: Persona y acto (trad. italiana: Libreria Editrice Vaticana, Città del Vaticano 1982, pp. 26-37), la que defina con rigor esta metodología. 10 Cf. K. WOJTYLA, Amore e responsabilità, cit., p. 15. 11 Ibídem, p. 9. 12 Cf. J.J. PEREZ-SOBA, La experiencia moral (Facultad de Teología « San Dámaso », Madrid 2002) 13 Esta obra está como fondo en Amor y responsabilidad y en el ensayo fenomenológico del maestro de K. Wojtyla: R. INGARDEN, Sulla responsabilità, trad. it. di A. Setola, Cseo, Bologna, 1982. Los puntos de referencia clásicos para la ética son M. WEBER, Politik als Beruf (1919) (trad. ital.: La scienza come professione. La ��������������������� politica come professione (Einaudi, Torino 2004); H. RICHARD NIEBUHR, The responsible Self. An Essay in Christian Moral Philosophy (Westminster John Knox Press, Louisville Kentucky 1999, 1° edición: 1963); H. JONAS, Il principio responsabilità. Un’etica per la civiltà tecnológica (Einaudi, Torino 1993), (orig. alemàn: 1979); P. RICOEUR, Il concetto di responsabilità, en ID., Il Giusto, SEI, Torino 1998, pp. 31-56; P. RICOEUR, Sé come un altro (Jaca Book, Milano 1993) (orig. francés: 1990). Para una presentación general: A. FUMAGALLI, “Interpersonalità, comunità e responsabilità”, in L. MELINA – D. GRANADA (a cura di), Limiti alla responsabilità? Amore e giustizia, (Lup, Roma 2005) pp. 119-134.

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La experiencia del amor y de la revelación de la persona PARA WOJTYLA, EL AMOR TAMPOCO ES SÓLO UN EVENTO AGRADABLE QUE SUCEDE A NIVEL DE LAS EMOCIONES, SINO UNA INVITACIÓN A AMAR, A EMPRENDER UN CAMINO EN EL QUE LA LIBERTAD REALICE LA PROMESA DE CUMPLIMIENTO QUE SE DA COMO GERMEN EN EL ENCUENTRO AMOROSO. BAJO ESTAS INTERPRETACIONES REDUCTIVAS DEL AMOR HUMANO, DIALÉCTICAMENTE OPUESTAS Y EN CONTRASTE ENTRE SÍ, HAY UNA CARENCIA COMÚN: EN ELLAS NO SE CONSIDERA ADECUADAMENTE LA PERSONA COMO EL SUJETO DEL AMOR, EN SU RELACIÓN CON LA OTRA PERSONA.

14 K. WOJTYLA, Amore e responsabilità, cit., p. 53. 15 Baste mencionar entre otros a J. LACROIX, Personne et amour, Seuil (Paris, 1955) y M. NEDONCELLE, Vers une philosophie de la personne et de l’amour (Aubier-Montaigne, Paris, 1957). Para una panorámica completa y un acercamiento crítico: J.-J. PÉREZ-SOBA, La pregunta por la persona. La respuesta de la interpersonalidad. Estudio de una categoría personalista, (Facultad de Teología «San Dámaso», Madrid 2004). 16 SANTO TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae, I, q. 37, a. 1. A propósito véase: J.-J. PÉREZ-SOBA, “Amor es nombre de persona”. Estudio de la interpersonalidad en el amor en Santo Tomás de Aquino (Pul- Mursia, Roma 2001).

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Asumir la experiencia como punto de partida para el análisis del amor implica para Wojtyla la consideración de algunos elementos constitutivos de la misma. Mostraremos al menos tres fundamentales. Ante todo, el contexto personal e interpersonal en el que se da tal experiencia: más allá de la multiplicidad y complejidad de sus factores, “el amor es siempre una relación recíproca de personas”, un evento de la persona y entre las personas.14 Este es el punto de partida concreto que permite evitar la abstracción y la objetivización del fenómeno amoroso, que tienden fatalmente a identificarlo con sólo una de sus componentes parciales. Y es precisamente en referencia a la persona donde todos los demás factores deben ser asumidos: las pulsiones del cuerpo, las dinámicas psicológicas del afecto y de los sentimientos. De esta manera, pasando ya al segundo elemento, el cuerpo es siempre considerado como cuerpo viviente, que refleja una interioridad personal y una intencionalidad dirigida a la realidad del mundo exterior. Ciertamente, los análisis de las ciencias humanas, de la fisiología en particular, encuentran un espacio y son considerados con mucho cuidado en la obra Amor y responsabilidad. Sin embargo, el autor está siempre atento a evitar que los factores reductivos que connotan el método de estas ciencias prevalezcan sobre la vivencia concreta del amor. Finalmente, la experiencia amorosa implica siempre la libertad personal, que se expresa en la acción. La mediación práctica del actuar es el lugar concreto donde se realiza el amor. Así Wojtyla da espacio —justo al inicio del volumen— a un análisis de los verbos “usar” y “gozar”, como expresión de las acciones en las que la persona es al mismo tiempo “sujeto y objeto de la acción”. Es en la experiencia del amor donde emerge la conexión profunda entre amor y persona, la cual constituye aquel núcleo central de la reflexión de Wojtyla que lo acerca a la corriente filosófica del personalismo francés del siglo pasado.15 “Amor es nombre de persona”16, decía santo Tomás de Aquino, en el contexto de su teología trinitaria, refiriéndose al Espíritu Santo. La afirmación tiene un alcance antropológico: sólo la persona es digna de amor y sólo el amor permite una auténtica relación entre las personas. No es posible comprender el amor si no es a la luz de la perspectiva de la persona y, por otro lado, no es posible comprender a la persona sino a la luz del amor. ¿Qué es lo que manifiesta entonces la experiencia amorosa de la persona? ¿Qué ganamos al asumir la perspectiva personalista a la hora de considerar el amor? En primer lugar, es el amor el que revela a la persona. La reflexión filosófica afirma que el hombre es “alguien” y esto lo distingue de


otros seres del mundo visible, que son siempre y sólo “algo”. Él es un sujeto y no puede ser considerado jamás como un simple objeto. El término persona ha sido escogido para subrayar que el hombre no se deja encerrar en la noción de “individuo de una especie”, como señala Wojtyla. Hay en él algo más, una plenitud y perfección de ser particulares, que no se puede expresar de otro modo que con la palabra “persona”17. Pero es precisamente el amor el que nos hace comprender cómo la persona en su singularidad es irreductible a cualquier otra categoría de pensamiento.18 En el amor, el amado es único e irrepetible, se revela como insustituible por cualquier otro. De hecho, el amor tiene como objeto no las cualidades comunes de la especie ni las cualidades singulares del individuo como tal, que podrían encontrarse muy bien en otras personas y quizás en mayor medida. Al contrario, su objeto es más bien la persona del otro en su singularidad y en su misterio, en el destino de plenitud al que es llamada y al que se sienten atraídos ambos. Por otra parte, sólo cuando el amor se desarrolla hasta tocar a la persona a este nivel, sólo entonces, es para siempre. Por otro lado, la persona está abierta a la relación con otras personas, de sujeto a sujeto. No es un individuo cerrado en su autosuficiencia, sino una libertad abierta al encuentro y a la acogida en la que puede encontrarse de nuevo como sujeto. Es precisamente la intersubjetividad, el reconocimiento del otro en su cualidad de sujeto, lo que permite no reducir la persona a un simple objeto para “usar”. No en vano hay algo más que Wojtyla quiere subrayar. La comunicación en la que consiste el amor no puede quedarse sólo en la intersubjetividad porque la persona no es reducible a su conocimiento. La interpersonalidad debe envolver a la persona en su integridad y por ello en su corporeidad y realizarse en una comunicación en el bien.19 El amor está dirigido a realizar una comunión de personas basada en la orientación común hacia un bien amado por ambos y que se convierte así en bien común, que funda la relación. En segundo lugar, es sólo en el amor donde se realiza la persona. Conservamos todos en el corazón la fuerza profética de las palabras de Juan Pablo II en su primera encíclica: “El hombre no puede vivir sin amor. Permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida queda sin sentido si no le es revelado el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta, no lo hace propio, si no participa de él vivamente”.20 El amor, y en particular el amor sexual, tiene un valor existencial único para la persona: decide sobre el sentido o sobre el sinsentido de la vida. Justamente aquí se inserta la llamada a la libertad y, por tanto, la referencia a la experiencia moral. En efecto, la persona se realiza como persona a través de sus actos. La dimensión moral de la experiencia

LA REFLEXIÓN FILOSÓFICA AFIRMA QUE EL HOMBRE ES “ALGUIEN” Y ESTO LO DISTINGUE DE OTROS SERES DEL MUNDO VISIBLE, QUE SON SÓLO “ALGO”. EL TÉRMINO PERSONA HA SIDO ESCOGIDO PARA SUBRAYAR QUE EL HOMBRE NO SE DEJA ENCERRAR EN LA NOCIÓN DE “INDIVIDUO DE UNA ESPECIE”, COMO SEÑALA WOJTYLA. HAY EN ÉL ALGO MÁS, UNA PLENITUD Y PERFECCIÓN DE SER PARTICULARES. ES PRECISAMENTE EL AMOR EL QUE NOS HACE COMPRENDER CÓMO LA PERSONA EN SU SINGULARIDAD ES IRREDUCTIBLE A CUALQUIER OTRA CATEGORÍA DE PENSAMIENTO. EN EL AMOR, EL AMADO ES ÚNICO E IRREPETIBLE, SE REVELA COMO INSUSTITUIBLE POR CUALQUIER OTRO.

17 WOJTYLA, Amore e responsabilità, cit., p. 15. Cf. R. SPAEMANN, Personen. Versuche über den Unterschied zwischen “etwas” un “jemand” (Klett-Cotta, Stuttgart 1996). 18 A. WIERZBICKI, La persona e la morale. Introduzione, en K. WOJTYLA, Metafisica della persona. Tutte le opere filosofiche e saggi integrativi (a cura di G. Reale e T. Styczen), (Bompiani, Milano 2003) pp. 12191227. Véase al respecto: J. CROSBY, The Selfhood of the Human Person (CUA Press, Washington DC, 1996), pp. 41-81. 19 Cf. K. WOJTYLA, Amore e responsabilità, cit., p. 53-61. 20 JUAN PABLO II, Carta encíclica Redemptor hominis, n. 10.

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LA EXPERIENCIA DEL AMOR ACLARA EL SENTIDO DE LA EXPERIENCIA MORAL DE LA RESPONSABILIDAD. LA PERSONA ES DESPERTADA A SU SUBJETIVIDAD MORAL POR LA PRESENCIA DE LA OTRA PERSONA, QUE LA LLAMA A RESPONDER A ESTE DON PRIMERO Y GRATUITO DE LA PRESENCIA AMANDO Y REALIZANDO ASÍ UNA COMUNIÓN EN EL BIEN. JUSTO POR ESO LA CRÍTICA DE WOJTYLA ES TAN SEVERA HACIA EL UTILITARISMO: ÉSTE NIEGA LA RESPONSABILIDAD PERSONAL EN EL ACTUAR Y REPRESENTA, POR TANTO, UNA REDUCCIÓN DE LA VERDAD DEL AMOR.

21 La lección de Lévinas es aquí particularmente importante, aunque la mirada del otro para él se resuelve en el mandamiento y no es tomada como la presencia de un don originario que invita a un camino y lo hace posible: E. LÉVINAS, Totalité et Infini. Essai sur l’exteriorité, Nijhoff (La Haye 19619, 230. 22 Para una crítica de los límites de Husserl y aclarar los fundamentos ónticos de la responsabilidad, véase R. INGARDEN, Sulla responsabilità, cit. 69-76. 23 Sobre esto: J.J. PÉREZ-SOBA, La experiencia moral, cit., p. 14.

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está constituida precisamente por esto: por el vínculo insuprimible que conecta la persona a su acción por la fuerza de una llamada al bien que busca ser realizado. Es la respuesta libre la que decide la identidad y el sentido de la vida de quien actúa. Aparece así la categoría de la responsabilidad, que permite relacionar la experiencia moral con la del amor: a través del actuar estoy llamado a responder a una presencia llena de promesas, que se me dona en un encuentro. En tal encuentro es la mirada del otro, cargada de intencionalidad hacia mí, la que precede a mi acción y la abre a un sentido, precisamente porque le proyecta hacia un bien que realizar: la comunión de las personas.21 La experiencia del amor aclara el sentido de la experiencia moral de la responsabilidad. La persona es despertada a su subjetividad moral por la presencia de la otra persona, que la llama a responder a este don primero y gratuito de la presencia amando y realizando así una comunión en el bien. Somos responsables pues de nuestros actos y no de sus consecuencias exteriores. La consideración de la experiencia de la responsabilidad muestra cómo es necesario superar la esfera de la conciencia pura y del yo puro y abrazar a la persona con todas sus características.22 Justo por eso la crítica de Wojtyla es tan severa hacia el utilitarismo: éste niega la responsabilidad personal en el actuar y representa, por tanto, una reducción de la verdad del amor. Se ve claramente lo inapropiada que es la pregunta en la que se ha empantanado la ética normativa anglosajona: ¿por qué tengo que ser moral? Esta pregunta nace de la separación del acto de la experiencia concreta, en la cual éste se da como acto de la persona. Si se entiende la moral como una serie de principios previos que aplicar a la acción, entonces se entiende la pregunta, pero es imposible responder a ella. En realidad, sin embargo, la moral es una dimensión constitutiva de la experiencia y ponerse la pregunta sobre por qué ser morales quiere decir estar ya puestos desde el inicio en una posición inmoral frente a la vida, sustrayéndose a la responsabilidad que la experiencia del otro y la llamada al amor implican inevitablemente.23

El dinamismo del amor La experiencia del amor, y en particular la del amor entre un hombre y una mujer, tiene entonces un carácter realista y dinámico: está provocada por la realidad concreta de una presencia y se dirige intencionalmente hacia la otra persona para construir una comunión con ella. En la segunda parte de Amor y responsabilidad, Wojtyla hace un análisis cuidadoso del dinamismo del amor, distinguiendo tres dimensiones: la psicológica, la metafísica y la moral. Nos interesa aquí detenernos sobre todo en la primera, integrando


«Si la esencia del amor es la donación, se entiende por qué, según el autor de Amor y responsabilidad, el amor de un hombre y de una mujer en el ámbito del matrimonio, que es ciertamente sólo un caso particular del amor, represente el lugar donde se refleja con evidencia particular la totalidad de las características del amor. No se puede descuidar la profunda consonancia con las afirmaciones centrales de la primera encíclica del Papa Benedicto XVI Deus caritas est»

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SI SE ENTIENDE LA MORAL COMO UNA SERIE DE PRINCIPIOS PREVIOS QUE APLICAR A LA ACCIÓN, ENTONCES SE ENTIENDE LA PREGUNTA DE POR QUÉ SER MORALES, PERO ES IMPOSIBLE RESPONDER A ELLA. EN REALIDAD, SIN EMBARGO, LA MORAL ES UNA DIMENSIÓN CONSTITUTIVA DE LA EXPERIENCIA Y PONERSE LA PREGUNTA SOBRE POR QUÉ SER MORALES QUIERE DECIR ESTAR YA PUESTOS DESDE EL INICIO EN UNA POSICIÓN INMORAL FRENTE A LA VIDA, SUSTRAYÉNDOSE A LA RESPONSABILIDAD QUE LA EXPERIENCIA DEL OTRO Y LA LLAMADA AL AMOR IMPLICAN INEVITABLEMENTE.

24 Cf. K. WOJTYLA, Amore e responsabilità, cit., p.226, nota 5. 25 Ibídem, pp. 74-75. 26 Ibídem, p. 80.

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en ella algunos elementos de la segunda. A la dimensión moral dedicaremos la última parte de la reflexión sobre el personalismo de Karol Wojtyla. Debemos ante todo observar cómo el análisis del autor integra la aportación de la psicología y la fenomenología modernas, que indican los motivos que empujan a la acción, con el análisis de las pasiones y de la voluntad de origen tomista, que permite descubrir el papel del fin, es decir, del valor ético para la voluntad personal.24 Los momentos parciales en los que el análisis descompone el dinamismo del amor no son tomados separadamente, sino vistos como partes integrantes de un único acto personal de amor. Sólo en la unidad de este acto se comprenden dichos momentos parciales y desde esta perspectiva unitaria reciben su plena inteligibilidad. Al inicio del amor se encuentra la experiencia de la atracción. Ésta comienza por la percepción, es decir, por la reacción de los sentidos a la excitación producida por los objetos. Tal reacción viene siempre acompañada también por la emoción, es decir, por la reacción psicológica a los valores no sólo sexuales, sino también espirituales que el encuentro con la otra persona comporta. La sensualidad como esfera que envuelve la respuesta a la masculinidad o feminidad que connotan el cuerpo de la persona de sexo opuesto, está siempre ligada al reconocimiento de valores personales. El cuerpo, en efecto, es parte integrante y no puede disociarse nunca de la persona. Si se extrapola esta dimensión del contexto interpersonal de la relación, se la caracterizará por una orientación utilitaria y, por tanto, inestable: aquí está el fenómeno del desorden en el deseo que la doctrina católica llama concupiscencia y que implica una reducción intencional del otro a mero objeto de goce. Se usa así el cuerpo del otro sin reconocerle el valor personal. De todos modos, precisamente en la emoción se anticipa una especial experiencia del valor de la persona como tal: se trata de las emociones más intensas y profundas que se relacionan con el encuentro con otro sujeto humano y a la promesa de comunión que dicho encuentro revela.25 En este sentido, la afectividad, que Wojtyla define como la capacidad de reaccionar a la persona tomada en perspectiva de su masculinidad o feminidad pero también apreciada en su complejidad y no sólo por los valores sexuales en sentido estricto, desempeña un papel decisivo. Dicha reacción se expresa en el “deseo de estar siempre juntos”.26 El afecto reviste una importancia decisiva en el dinamismo del amor porque lleva a descubrir los valores del otro de forma concreta, como experiencias vitales referidas a una persona. En este sentido, la afectividad prepara la razón y la voluntad respectivamente a comprender y a escoger la persona en su verdad, más allá de su


utilidad y capacidad de proporcionar placer. Así, permite ya desde el inicio la unificación de los diferentes factores que empujan interiormente hacia el otro, sobre la base del reconocimiento de un primer don agradable: la complacencia por la presencia del amado, advertida como correspondiente a una espera profunda del corazón. Sin embargo queda todavía algo de ambiguo, porque la afectividad puede replegarse sobre sí y complacerse únicamente en lo que el otro provoca en mí, sin ir más allá y sin captar el valor del otro en sí mismo. Este es el nivel verdadero y propio del amor, como acto de la persona que a través de un juicio de la razón capta el valor de la persona en sí y por sí misma y mediante un acto de la voluntad quiere su propio bien. Aquí se da un movimiento de trascendencia en el dinamismo del amor, que permite superar la autorreferencialidad concupiscente del instinto o del afecto y, siguiendo la orientación originaria de éste, comprende a la otra persona como un valor en sí misma que merece ser reconocido y afirmado por sí mismo, en un acto de éxtasis y de dedicación. La atracción propia de la tendencia sexual y la simpatía por el otro, propia del momento afectivo, deben transformarse en amistad, cuyo rasgo específico es la benevolencia: querer el bien del otro. Esta es la fórmula propia del amor y aquí Wojtyla hace suya la afirmación de Santo Tomás con la riqueza del análisis anterior: In hoc precipue consistit amor, quod amans amato bonum velit (“en esto consiste principalmente el amor: en que el amante quiere el bien para el amado”)27. El amor se coloca en la voluntad, “última instancia sin cuya participación ninguna conducta tiene valor ni medida correspondiente a la esencia de la persona”.28 La voluntad no nace del vacío, como hemos visto, sino que se forma asumiendo los dinamismos de las tendencias sexuales y afectivas. Para que se realice este acto de la voluntad, debe fundarse sobre un juicio de la razón que capta el valor único e irreductible de la persona como tal. En la concreción de la relación interpersonal de amor, aparece también el contenido que hace posible la comunicación: el bien cuya verdad fundamenta y determina el acto del amor. Llegamos así a lo que constituye, al mismo tiempo, la esencia del amor y su paradoja: la donación. “Donarse” es algo más que el simple “querer”. Implica un acto supremo de la libertad, que se encuentra de forma específica precisamente en el amor esponsal.29 Ahora bien, ¿cómo una persona, que por naturaleza es dueña de sí misma, inalienable e insustituible (sui juris et alteri incommunicabilis), puede darse a otra en un verdadero don de sí sin, por ello, alienarse? La madurez personal consiste para Wojtyla en la autoposesión y autodominio, mediante los cuales las tendencias de los impulsos y

EL CUERPO ES PARTE INTEGRANTE Y NO PUEDE DISOCIARSE NUNCA DE LA PERSONA. SI SE EXTRAPOLA ESTA DIMENSIÓN DEL CONTEXTO INTERPERSONAL DE LA RELACIÓN, SE LA CARACTERIZARÁ POR UNA ORIENTACIÓN UTILITARIA Y, POR TANTO, INESTABLE: AQUÍ ESTA EL FENÓMENO DEL DESORDEN EN EL DESEO QUE LA DOCTRINA CATÓLICA LLAMA CONCUPISCENCIA Y QUE IMPLICA UNA REDUCCIÓN INTENCIONAL DEL OTRO A MERO OBJETO DE GOCE. SE USA ASÍ EL CUERPO DEL OTRO SIN RECONOCERLE EL VALOR PERSONAL.

27 SANTO TOMÁS DE AQUINO, Contra gentiles, III, c. 90 (Marietti n. 2657). La definición está tomada de Aristóteles, Rethorica, II, c. 4: 1380 b 35-36. 28 K. WOJTYLA, Amore e responsabilità, cit., p. 84. 29 Ibídem, p. 69.

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30 CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Costitución pastoral Gaudium et spes, n. 24. Sobre el concepto de “donación” en Karol Wojtyla, véase: G. REALE, Karol Wojtyla, un pellegrino dell’assoluto (Bompiani, Milano 2005) pp. 103-107; además: P. IDE, Une théologie du don. Les occurrences de Gaudium et spes, n. 24, § 3 chez Jean-Paul II”, en Anthropotes XVII/1 (2001), 149178 (la primera parte del artículo) y Anthropotes XVII/2 (2001), 313-344 (la segunda parte). 31 SANTO TOMÁS DE AQUINO, Summa contra Gentiles, III, c. 111 (Marietti, n. 2858) : «Constat autem ex praemissis (cap. XVII) finem ultimum universi Deum esse, quem sola intellectualis natura consequitur in seipso, eum scilicet cognoscendo et amando, ut ex dictis (capp. XXV sqq.) patet. Sola igitur intellectualis natura est propter se quaesita inuniverso, alia autem omnia propter ipsam». 32 Cf. M. WALDSTEIN, Introduction, en JOHN PAUL II, Man and Woman He Created Them. A Theology of the Body.Translation, Introduction, and Index by Michael Waldstein (Pauline Books & Media, Boston 2006) pp. 23-34, donde se habla de “Wojtyla’s Carmelite personalism”. 33 Cfr. San Juan de la Cruz, Llama viva de amor, en obras completas de San Juan de la Cruz, BAC, Barcelona, 1995. 34 Cf. J. NORIEGA, La prospettiva morale del ‘dono di sé’, en G. GRANDIS – J. MERECKI (a cura di), L’esperienza sorgiva. Persona – Comunione – Società. Studi in onore del Prof. Stanislaw Grygiel, “Sentieri della verità” n. 2 ( Cattedra Wojtyla, Cantagalli, Siena 2007) pp. 53-60.

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de los afectos son ordenadas por el juicio de la razón a permitir la libre autodeterminación del sujeto personal. Y al mismo tiempo, el amor constituye la realización máxima de las potencias intrínsecas de la persona misma. Y el amor culmina en la salida de sí mismo y en el libre don de sí a la otra persona. Se trata de una paradoja, porque sólo mediante este don puede acaecer un “enriquecimiento y un crecimiento de la existencia de la persona”. Aquí está el secreto de la libertad humana, que nace de un amor y está hecha para el amor: la persona, que pertenece esencialmente a sí misma puede ser de otro sólo mediante el don libre de su amor. En la libertad del amor, la persona continúa siendo dueña de sí misma y, al mismo tiempo, se dona totalmente a la otra persona. Cómo no percibir el eco, anticipado, de la gran afirmación antropológica de la Gaudium et spes, que tantas veces Juan Pablo II, como Papa, amó repetir: “el hombre, que sobre la tierra es la única creatura que Dios ha querido por sí misma, no puede encontrarse a sí misma de modo pleno sino a través de un don sincero de sí”.30 Confluyen en este texto conciliar los dos polos del personalismo wojtyliano presentes en su obra Amor y Responsabilidad: la persona como fin y el don de sí. El primer polo tiene su fundamento último en el antropocentrismo teológico cristiano, admirablemente expresado por Santo Tomás de Aquino: “el fin último del universo es Dios, que sólo la creatura intelectual alcanza en sí mismo, conociéndolo y amándolo. Por esto, en todo el universo sólo la creatura intelectual es querida por sí misma, mientras que todas las otras realidades existen en relación a ella”.31 El segundo polo se remonta a la mística de San Juan de la Cruz, como ha sido convincentemente documentado.32 El místico habla claramente de un “don de sí” del alma a Dios que se enraíza en el previo don de Dios al alma y que tiene un carácter nupcial pero con una raíz última en el amor trinitario.33 La originalidad de la perspectiva moral, cuando se habla de don de sí, consiste en verlo en su tensión a una vida buena, es decir, en relación a un actuar excelente, que implica el logro de la vida. El actuar libre, precisamente en cuanto dirigido a otra persona y en el don de sí la llama a una comunión, permite al hombre no sólo “subsistir en sí mismo”, sino también “subsistir en una comunión” vivida en el acto de amor.34 Si la esencia del amor es la donación, se entiende por qué, según el autor de Amor y responsabilidad, el amor de un hombre y de una mujer en el ámbito del matrimonio, que es ciertamente sólo un caso particular del amor, represente el lugar donde se refleja con evidencia particular la totalidad de las características del amor. No se puede descuidar la profunda consonancia con las afirma-


EL AFECTO REVISTE UNA IMPORTANCIA DECISIVA EN EL DINAMISMO DEL AMOR PORQUE LLEVA A DESCUBRIR LOS VALORES DEL OTRO DE FORMA CONCRETA, COMO EXPERIENCIAS VITALES REFERIDAS A UNA PERSONA. EN ESTE SENTIDO, LA AFECTIVIDAD PREPARA LA RAZÓN Y LA VOLUNTAD RESPECTIVAMENTE A COMPRENDER Y A ESCOGER LA PERSONA EN SU VERDAD, MÁS ALLÁ DE SU UTILIDAD Y CAPACIDAD DE PROPORCIONAR PLACER. «Confluyen en este texto conciliar los dos polos del personalismo wojtyliano presentes en su obra Amor y Responsabilidad: la persona como fin y el don de sí. El primer polo tiene su fundamento último en el antropocentrismo teológico cristiano, admirablemente expresado por Santo Tomás de Aquino: “el fin último del universo es Dios, que sólo la creatura intelectual alcanza en sí mismo, conociéndolo y amándolo. Por esto, en todo el universo sólo la creatura intelectual es querida por sí misma, mientras que todas las otras realidades existen en relación a ella”». (Sto. Tomás de Aquino, por Beato Angelico. Fresco del Convento San Marcos, Florencia)

ciones centrales de la primera encíclica del Papa Benedicto XVI Deus caritas est: “En toda esta multiplicidad de significados destaca, como arquetipo por excelencia, el amor entre el hombre y la mujer, en el cual intervienen inseparablemente el cuerpo y alma, y en el que se le abre al ser humano una promesa de felicidad que parece irresistible, en comparación del cual palidecen, a primera vista, todos los demás tipos de amor”.35

35 BENEDICTO XVI, Carta encíclica Deus caritas est, n. 2. Véase al respecto: L. MELINA – C. ANDERSON (ed.), La vía del amor. Reflexiones sobre la encíclica Deus caritas est de Benedicto XVI, Monte Carmelo – Pontificio Instituto Juan Pablo II para estudios sobre el matrimonio y la familia (Burgos 2006).

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La verdad del amor

¿CÓMO UNA PERSONA, QUE POR NATURALEZA ES DUEÑA DE SÍ MISMA, INALIENABLE E INSUSTITUIBLE (SUI JURIS ET ALTERI INCOMMUNICABILIS), PUEDE DARSE A OTRA EN UN VERDADERO DON DE SÍ SIN, POR ELLO, ALIENARSE? LA MADUREZ PERSONAL CONSISTE PARA WOJTYLA EN LA AUTOPOSESIÓN Y AUTODOMINIO, MEDIANTE LOS CUALES LAS TENDENCIAS DE LOS IMPULSOS Y DE LOS AFECTOS SON ORDENADAS POR EL JUICIO DE LA RAZÓN A PERMITIR LA LIBRE AUTODETERMINACIÓN DEL SUJETO PERSONAL.

36 Véanse especialmente los siguientes párrafos: K. WOJTYLA, Amore e responsabilità, cit., pp. 82-85; 97-101. 37 Ibídem, p. 57.Å 38 Ibídem, p. 60-61. 39 Ibídem, pp. 19-21.

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Regresamos ahora, al fin de nuestro recorrido, a una fórmula que ya hemos encontrado, típicamente wojtyliana y que es decisiva para captar el sentido de su personalismo. Me refiero a la expresión “verdad del amor”.36 El momento de la verdad está indicado como necesario para que se superen las ambigüedades de los impulsos espontáneos y de la afectividad y emerja la libertad de amar, es decir, la capacidad de afirmar a la persona por sí misma. De todos modos, parece darse una nueva dificultad. Según la opinión más difundida, como admite el mismo Wojtyla, el amor se relaciona sobre todo con la verdad subjetiva de los sentimientos37, o sea, con la autenticidad, y huye de una verdad establecida desde el exterior, que se constituye de manera puramente intelectual prescindiendo de la vida y que pretende imponer extrínsecamente sus criterios y sus reglas a la experiencia ¿Cómo superar entonces el subjetivismo de un “amor sin verdad”, sin caer en el intelectualismo de una “verdad sin amor”? El camino recorrido en Amor y responsabilidad es el de explorar desde dentro la lógica propia del amor. Dicho camino comienza con la importancia, ofrecida por la experiencia misma del amor, que tiene la necesaria referencia al bien en toda relación auténtica de amor entre las personas. Es auténtico el amor que quiere el bien para la persona amada, es decir, el que se orienta hacia un bien verdadero y real, de manera conforme a la naturaleza de ese bien.38 No sólo “yo te deseo como un bien para mí”, sino “yo deseo tu bien”, “yo deseo lo que de verdad es un bien para ti”. Esto exige un cierto grado de desinterés para afirmar la objetividad de una verdad sobre el bien, que no es constituida por mí mismo, ni por el otro, sino que hace referencia a la realidad objetiva de los bienes personales, tal como el Creador los ha querido. Por otro lado, toda apreciación del bien se realiza en un ámbito comunicativo entre los hombres, mediante un lenguaje que implica una cierta objetividad, fundada sobre el contenido racional del bien. Justamente así, las voluntades de quienes se aman se encuentran unidas en un vínculo nuevo y particular: el reconocer como “bien común” lo que de verdad es bueno para cada uno de ellos.39 He aquí cómo aparece la evidencia, dentro de la dinámica del amor, de la referencia a una verdad sobre el bien, que tiene su fundamento último en Dios Creador y que es condición de posibilidad y de autenticidad del amor mismo en su éxodo efectivo hacia el otro. Y por ello, dedica la cuarta parte de su obra al tema de la “justicia hacia el Creador”, afirmando así que es imprescindible una referencia, al menos implícita, a Dios en toda experiencia de amor. La argumen-


«El segundo polo se remonta a la mística de San Juan de la Cruz. El místico habla claramente de un “don de sí” del alma a Dios que se enraíza en el previo don de Dios al alma y que tiene un carácter nupcial pero con una raíz última en el amor trinitario. El actuar libre, precisamente en cuanto dirigido a otra persona y en el don de sí la llama a una comunión, permite al hombre no sólo “subsistir en sí mismo”, sino también “subsistir en una comunión” vivida en el acto de amor»

tación de Amor y responsabilidad se desarrolla siempre bajo un plano rigurosamente filosófico y no teológico, aunque abierto sobre la teología. Precisamente la referencia a Dios Creador pertenece a una auténtica reflexión racional sobre el amor humano. Dicha referencia le aporta el fundamento que lo sostiene, que define su naturaleza y determina las normas sobre él: un amor originario precede y funda el amor humano que, por ello, tiene necesariamente un carácter analógico y responsable. Al nivel de los contenidos propios del bien, sobre los que se basa el amor conyugal, la doctrina tradicional de la Iglesia había indicado en tres fines el contenido objetivo del matrimonio: la procreación, la ayuda recíproca y el remedio a la concupiscencia. Ciertamente, una perspectiva personalista como la que desarrolla Wojtyla, queda insatisfecha ante cualquier intento de fundar la unión del hombre y de la mujer sólo sobre estas bases. Sólo el amor es la actitud adecuada hacia la persona del otro. Algunas primeras formas de personalismo aplicadas a la moral sexual habían propuesto una revisión de la doctrina de los fines, identificando el amor con la ayuda recíproca y convirtiéndola en la finalidad primaria del matrimonio, reduciendo de esa forma la procreación a un mero fin biológico secundario y eliminando la referencia a la concupiscencia como expresión que vendría de una visión negativa de la sexualidad ya superada.40 En cambio, para Wojtyla, sería profundamente reductivo y extrinsecista considerar el amor sólo como

EL AMOR CONSTITUYE LA REALIZACIÓN MÁXIMA DE LAS POTENCIAS INTRÍNSECAS DE LA PERSONA MISMA. Y EL AMOR CULMINA EN LA SALIDA DE SÍ MISMO Y EN EL LIBRE DON DE SÍ A LA OTRA PERSONA. SE TRATA DE UNA PARADOJA, PORQUE SÓLO MEDIANTE ESTE DON PUEDE ACAECER UN “ENRIQUECIMIENTO Y UN CRECIMIENTO DE LA EXISTENCIA DE LA PERSONA”. (…)

40 Nos referimos, obviamente, sobre todo a H. DOMS, Significato e scopo del matrimonio, Cathedra, Roma 1946. Para una lectura crítica: A. MATTHEEUWS, Union et procréation. Développements de la doctrine des fins du mariage, Cerf, Paris 1989; G. MAZZOCATO, Il dibattito tra Doms e neotomisti sull’indirizzo personalista», en Teologia 31 (2006), 249-275.

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(...) AQUÍ ESTÁ EL SECRETO DE LA LIBERTAD HUMANA, QUE NACE DE UN AMOR Y ESTÁ HECHA PARA EL AMOR: LA PERSONA, QUE PERTENECE ESENCIALMENTE A SÍ MISMA PUEDE SER DE OTRO SÓLO MEDIANTE EL DON LIBRE DE SU AMOR. EN LA LIBERTAD DEL AMOR, LA PERSONA CONTINÚA SIENDO DUEÑA DE SÍ MISMA Y, AL MISMO TIEMPO, SE DONA TOTALMENTE A LA OTRA PERSONA.

41 Véase en particular la importante nota 18 en K. WOJTYLA, Amore e responsabilità, cit., p. 229-230. 42 Cf. R. BUTTIGLIONE, Il pensiero, cit., p. 120-121. 43 K. WOJTYLA, Amore e responsabilità, cit., p. 20. 44 Ibídem, p. 44. 45 Cfr. L. MELINA -J.-J. PÉREZ-SOBA (a cura di), Il bene e la persona nell’agire ( Lup, Roma, 2002). 46 Al tema de la castidad está dedicada toda la tercera parte de Amor y responsabilidad. Para un desarrollo sistemático de una moral sexual en la perspectiva del las virtudes: J. NORIEGA, El destino del eros. Perspectivas de moral sexual (Palabra, Madrid 2004).

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uno de los fines del matrimonio. El amor es más bien la sustancia del matrimonio, que desde dentro lo regula y a la luz de la cual los fines tradicionales adquieren su significado moral. Por otro lado, no es la finalidad biológica como tal la que funda un valor ético que hay que respetar: eso sería naturalismo. Más bien, precisamente a la luz de la experiencia del amor aparece el significado moral de la sexualidad en relación a aquellos bienes, que pertenecen a la naturaleza de la persona misma.41 Así no hace falta ni cambiar la jerarquía ni provocar equívocos en su significado: los fines del matrimonio son las determinaciones concretas de lo que la verdad del amor implica en la esfera sexual para que se realicen los bienes a los que ella tiende.42 La verdad del amor exige el respeto de lo que Wojtyla llama la norma personalista, punto fundamental de todo su pensamiento ético que retoma e integra a partir de la conocida formulación kantiana: “cada vez que en tu conducta una persona es objeto de tu acción, no olvides que no debes tratarla sólo como un medio, como un instrumento, sino ten presente el hecho de que también ella tiene, o debería tener, el propio fin”.43 El meollo del problema moral sexual consiste pues en esto: ¿cómo “gustar del placer sexual sin tratar a la persona como un objeto de goce”?44 La moralidad sexual consistirá pues en una síntesis continua y cada vez más madura de las finalidades naturales de la tendencia sexual y de la norma personalista. O también, usando una fórmula más precisa: en asumir, dentro de la perspectiva naturalista del amor, aquellos bienes para la persona que son constitutivos de su naturaleza.45 La verdad sobre el bien ilumina el camino del amor personal desde dentro y permite ordenar las tendencias del instinto y de los afectos. Esta es la dimensión decisiva de las virtudes morales, mediante las cuales el dinamismo del apetito queda plasmado y orientado hacia el bien de la persona y se convierte así en una energía positiva a favor de una expresión plenamente humana del amor sexual. Mediante las virtudes, particularmente la castidad, se da la integración del sujeto agente, que supera la fragmentación y disgregación de la concupiscencia y percibe la norma personalista como connatural a sí mismo.46 Un papel decisivo en esta transformación del sujeto y en esta interiorización de la verdad personal del amor lo tiene la afectividad, en especial las emociones grandes y profundas que en la experiencia del amor acompañan y preceden el reconocimiento del valor único de la persona que se ama. Así, la verdad sobre el amor no se impone desde el exterior al sujeto y no es extraña a su sensibilidad: al contrario, es su sustancia más íntima y secreta que la razón ilumina y lleva a plenitud y que el ejercicio de la libertad, sostenido por la gracia, contribuye


a imprimir en las orientaciones afectivas, impregnando de ética la vida personal. Tal virtud no es tampoco extrínseca al contexto interpersonal, porque aparece evidente precisamente en la relación entre los que se aman.

Conclusión ¿Cómo lograr que el amor, que vibra en las sienes, dure en el tiempo y que la promesa de comunión entrevista en la fascinación del primer encuentro permanezca y construya un destino común? La pregunta de Andrés y de Teresa, en su pieza teatral Taller del orfebre, ha sido explorada con diligencia y profundidad en las reflexiones de Amor y responsabilidad. Tratándose de una pregunta existencial decisiva, porque del amor depende el destino de toda vida, ha de ser continuamente retomada y profundizada en la búsqueda de caminos cada vez más adecuados de respuesta. Al final de este recorrido podemos decir que el camino personalista indicado por Karol Wojtyla todavía es actual y prometedor para ofrecer a los hombres y a las mujeres de hoy una respuesta convincente. Ante todo, porque presenta la experiencia del amor como el lugar donde se revela el valor único e irrepetible de la persona y su vocación al don de sí. Y también porque mediante un acercamiento concreto a la unidad dinámica de la persona en su actuar nos permite restablecer un nexo positivo entre libertad y verdad, superando las oposiciones unilaterales del subjetivismo, que reduce el amor a la autenticidad subjetiva, y del objetivismo, que desconoce la riqueza personalista. Sólo un amor que llegue a ser un acto responsable de la persona puede durar en el tiempo.

CÓMO NO PERCIBIR EL ECO, ANTICIPADO, DE LA GRAN AFIRMACIÓN ANTROPOLÓGICA DE LA GAUDIUM ET SPES, QUE TANTAS VECES JUAN PABLO II, COMO PAPA, AMÓ REPETIR: “EL HOMBRE, QUE SOBRE LA TIERRA ES LA ÚNICA CREATURA QUE DIOS HA QUERIDO POR SÍ MISMA, NO PUEDE ENCONTRARSE A SÍ MISMA DE MODO PLENO SINO A TRAVÉS DE UN DON SINCERO DE SÍ”.

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El Arzobispo de Cracovia, Mons. Karol Wojtyla, toma el tren que lo traslada a Roma para el Concilio.


EN EL CONCILIO VATICANO II

K arol Wojtyla y la Libertad R eligiosa POR AVERY CARD. DULLES, S.J.

E

n opinión de muchos, con la Declaración del Concilio Vaticano II sobre la libertad religiosa, Dignitatis humanae1, la Iglesia Católica aceptaba tardíamente principios que con el tiempo habían llegado a ser evidentes en la mayoría de los países civilizados. Hay quienes insinuaban que la Iglesia estaba saludando a un principio fundamental de las Luces después de oponerse al mismo durante tres siglos. Escribiendo en enero de 1965 (es decir, casi un año antes de DH), John Courtney Murray S.J. afirmaba que el principio de la libertad religiosa estaba “aceptado por la conciencia común de los hombres y las naciones. Por este motivo, la Iglesia se encontraba en la fastidiosa situación de llegar sumamente tarde, con la poderosa artillería de su autoridad, en una guerra que ya se había ganado”2. Semejantes interpretaciones habrían podido justificarse si la Iglesia Católica se hubiese contentado con repetir lo ya reconocido, por ejemplo, en la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948; pero el lector no debe subestimar el carácter esencialmente cristiano y católico de la enseñanza del Concilio. Con el fin de apreciar de mejor manera este aspecto del problema, lo mejor es seguir las declaraciones de Juan Pablo II durante los treinta y cinco últimos años. Desde el comienzo de su episcopado y después del 13 de julio de 1964, el obispo Karol Wojtyla manifestó un vivo interés por la Declaración en gestación. Posteriormente, en calidad de cardenal y luego de papa, continuó acogiendo las realizaciones del Concilio Vaticano II, aplicándolas a situaciones cambiantes e interpretándolas a la luz de sus propias perspectivas filosóficas y teológicas. En su obra La renovación en sus fuentes3, escrita en 1972 con ocasión de un sínodo de su arquidiócesis de Cracovia, el Cardenal Wojtyla dio gran importancia a la libertad religiosa. Retomó este mismo tema en varias de sus encíclicas, tales como Redemptor hominis (RH), Centesimus annus (CA) y Veritatis splendor (VS), así como en muchos de sus discursos y en su libro titulado Cruzando el umbral de la esperanza. El siguiente extracto de su mensaje de 1988 para la Jornada mundial de la paz manifiesta la importancia que atribuía a este tema:

HUMANITAS Nº 63 pp. 440 - 455

LA CONCEPCIÓN POSITIVA DE LA LIBERTAD MUESTRA QUE LOS SERES HUMANOS NO DEBEN SER CONSIDERADOS POR LA SOCIEDAD COMO INSTRUMENTOS, YA QUE LA SOCIEDAD ESTÁ INSTITUIDA PARA BENEFICIARLOS. LA RELIGIÓN PUEDE CONSIDERARSE COMO LA MÁS ALTA REALIZACIÓN DE LA NATURALEZA HUMANA: LA ADHESIÓN LIBRE, PERSONAL Y CONSCIENTE DEL ESPÍRITU HUMANO A DIOS. 1 Esta Declaración, aprobada el 7 de diciembre de 1965, se mencionará en el texto con la abreviatura DH. 2 John Courtney Murray S.J. , This Matter of Religious Freedom, America 112 (1965), p.43. Nuevamente en su comentario sobre DH, Murray señaló que el principio de la libertad religiosa se reconocía desde hacía mucho tiempo en la ley constitucional, y por consiguiente “siendo totalmente honestos, debemos reconocer que la Iglesia está atrasada en cuanto al reconocimiento de la validez de este principio”. Ver Walter M. Abbott, ed., The Documents of Vatican II (New York, America Press, 1966), p. 673. 3 John Paul II, Sources of Renewal (San Francisco, Harper and Row, 1980)/ versión en español La renovación en sus fuentes (Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1982).

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La libertad religiosa es un requisito esencial de la dignidad de cada persona, es la piedra angular del edificio de los derechos humanos, y por este motivo un factor insustituible del bienestar de los individuos y de toda la sociedad, así como de la realización personal de cada uno. Por consiguiente, la libertad de los individuos y las comunidades de profesar y practicar su religión es un elemento esencial en una coexistencia humana pacífica… El derecho civil y social a la libertad religiosa, por cuanto corresponde a la parte más íntima del espíritu, constituye un punto de referencia para otros derechos fundamentales y de alguna manera llega a ser un criterio para los otros derechos 4.

ALGUNOS OBISPOS Y TEÓLOGOS, ABORDANDO LA LIBERTAD RELIGIOSA COMO UN PROBLEMA POLÍTICO, DESEABAN QUE LA DECLARACIÓN ENUNCIASE UNA DEFINICIÓN PURAMENTE NEGATIVA Y JURÍDICA, ES DECIR, INMUNIDAD DE COERCIÓN EXTERNA EN LA PRÁCTICA DE LA RELIGIÓN. (...)

4 John Paul II, « Religious Freedom : Condition of peace » World Peace Day Message, 7 December 1987, Origins 17, nº 28 (24 December 1987) p. 493-94. 5 Los números I a V entre paréntesis en el texto se refieren a lo siguiente: (I) Speech of 25-09-1964 in AS III/2, 83Q-32; (II) Written intervention in AS III/II, 838-39; (III) 5III) Written intervention in AS III/3, 766-67; (IV) Speech of 22-09-1965, in name of the Polish Bishops in AS IV/2, 11-13; (V) Written intervention in AS/IV/2, 292-93. Las abreviaturas AS se refieren al Acta synodalia del Vaticano II (Vatican City, 1970-78).

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En el Concilio Vaticano II, el Obispo Wojtyla hizo no menos de cinco intervenciones sobre la libertad religiosa, dos verbales y tres por escrito5. Gracias a críticas como las suyas, el esquema se revisó de manera significativa. En sus primeras redacciones, se contentaba con esforzarse por defender a la Iglesia Católica contra la acusación de intolerancia, pero en su redacción final el documento hizo bastante más. Presentó los principios básicos de una teología positiva de la libertad religiosa, principios totalmente distintos de los del liberalismo y las Luces. En sus dos últimas intervenciones, el Arzobispo Wojtyla manifestó su satisfacción ante los cambios llevados a cabo hasta ese momento. La concepción de Juan Pablo II sobre la libertad religiosa puede resumirse en diez grandes posiciones, todas ellas abordadas en la Declaración conciliar.

Doctrina teológica Cuando los primeros esbozos de la declaración parecían abordar el tema en una perspectiva parecida a aquella de la Declaración Universal de Derechos Humanos y de la constitución civil de una serie de estados, el Arzobispo Wojtyla, entre otros, insistió: sería indigno del Concilio contentarse con adoptar una posición simple haciendo eco a esos textos. El mundo –dijo— no esperaba del Concilio una lección de filosofía política. Haciendo suyos esos principios constitucionales básicos, el Concilio debía presentar la doctrina de la Iglesia con la revelación divina como fundamento de la misma (IV, II; V, 293). El principio mismo de la libertad religiosa, según Wojtyla, se basa en la revelación; ésta afirma la dignidad del ser humano en cuanto sujeto responsable, creado a imagen y semejanza de Dios y destinado a poseer la vida eterna en unión con Cristo Redentor (V, II). De acuerdo con una antropología auténticamente teológica, las personas humanas, sujetos morales, alcanzan la plenitud de su humanidad actuando por iniciativa propia y bajo su propia responsabilidad (La renovación en sus fuentes, 23), lo cual es superiormente verdadero en el


ámbito religioso, ya que Dios no puede ser auténticamente adorado sino mediante una libre decisión del hombre y en verdad (Jn 4, 23; III, 767). La adhesión a la religión cristiana necesita la fe, una libre aceptación de la palabra de Dios y de su revelación en este mundo (La renovación en sus fuentes, 23). Los primeros esbozos de Dignitatis humanae, en conformidad con una metodología escolástica posterior a las Luces, partían analizando la doctrina como algo susceptible de alcanzarse mediante la razón natural, para luego presentar las profundizaciones provenientes de la revelación cristiana. El Arzobispo Wojtyla exhortó por consiguiente a proceder en dirección opuesta. La enseñanza sobre la libertad religiosa —sostenía él— se basaba de hecho en la revelación. Lo que se pide es que los seres humanos sean liberados del pecado y el error. Si es posible captar en cierta medida el principio de la libertad religiosa a la luz de la razón, tanto mejor (V, 293); pero, para el Obispo Wojtyla, el orden moral cristiano “contiene en sí mismo el orden moral natural y todos los derechos del ser humano, y además los eleva, los anima y los santifica” (III, 767). Hasta fines de 1965, el esquema de declaración permaneció dividido en un primer capítulo titulado “La doctrina de la libertad religiosa deducida de la razón” y un segundo capítulo titulado “La doctrina de la libertad religiosa a la luz de la revelación”. Karol Wojtyla hizo una objeción, señalando que los dos capítulos, de los respectivos puntos de vista de la razón y la revelación, enseñaban la misma doctrina. La revelación, sin embargo, proporciona una comprensión más profunda de la base de la libertad religiosa partiendo de la dignidad del ser humano (IV, 11; V, 293). Para satisfacción de Wojtyla, las palabras “deducida de la razón” al final se eliminaron del título del capítulo. Al presentar la enseñanza del Concilio a su Arquidiócesis de Cracovia, el Cardenal Wojtyla pareció, con todo, satisfecho con la estrategia mediante la cual la declaración sostuvo los derechos a la libertad religiosa, “en primer lugar a partir de principios racionales, para luego proceder en la segunda parte del documento a su prolongación desde el punto de vista teológico, analizando la libertad religiosa a la luz de la revelación”6. Además, en su primera encíclica, Redemptor hominis, Juan Pablo II subrayó el hecho de que en Dignitatis humanae la libertad religiosa se justificaba no sólo en el plano religioso, sino también desde el punto de vista de la ley natural, es decir, de “la postura puramente humana, sobre la base de las premisas dictadas por la misma experiencia del hombre, por su razón y por el sentido de su dignidad” (RH 17). Junto con pensar que en su doctrina los católicos se basarán en primer lugar en la revelación, el Papa tiene conciencia de las ventajas prácticas de presentar en la mayor medida posible esta doctrina con argumentos comprensibles tanto para los creyentes como para los no creyentes.

(...) WOJTYLA ESTUVO ENTRE QUIENES SE OPUSIERON A ESTA DEFINICIÓN POR CONSIDERARLA PARCIAL E INADECUADA. COMO ÉL MISMO EXPRESÓ, ESTA DEFINICIÓN CORRESPONDE A UNA NOCIÓN MÁS BIEN DE TOLERANCIA RELIGIOSA QUE DE LIBERTAD (III, 766). LA DEFINICIÓN PURAMENTE NEGATIVA PODRÍA EXPLOTARSE FÁCILMENTE PARA PROMOVER FORMAS INACEPTABLES DE LIBERALISMO E INDIFERENTISMO.

6 John Paul II, Sources of Renewal (San Francisco, Harper and Row, 1980), p. 409. Cfr. Nota 3.

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LA LIBERTAD ES OTORGADA A LOS SERES HUMANOS PARA QUE «Gracias a la contribución de obispos como Wojtyla, Dignitatis humanae propuso una PUEDAN ALCANZAR doctrina positiva de la libertad religiosa basada tanto en la revelación como en la razón». (Monseñor Karol Wojtyla en fotografía de archivo Concilio Vaticano II) Y ADOPTAR PERSONALMENTE LO QUE ES REALMENTE BUENO Conceptos positivos y negativos PARA ELLOS. DE ACUERDO CON LA DECLARACIÓN, Algunos obispos y teólogos, abordando la libertad religiosa como TODOS LOS HOMBRES un problema político, deseaban que la declaración enunciase una ESTÁN “IMPULSADOS POR definición puramente negativa y jurídica, es decir, inmunidad de SU MISMA NATURALEZA coerción externa en la práctica de la religión. Wojtyla estuvo entre Y ESTÁN OBLIGADOS quienes se opusieron a esta definición, por considerarla parcial e ADEMÁS MORALMENTE A inadecuada. Como él mismo expresó, esta definición corresponBUSCAR LA VERDAD, SOBRE de a una noción más bien de tolerancia religiosa que de libertad TODO LA QUE SE REFIERE (III, 766). La definición puramente negativa podría explotarse A LA RELIGIÓN. ESTÁN fácilmente para promover formas inaceptables de liberalismo e OBLIGADOS, ASIMISMO, indiferentismo (IV, 2). A ACEPTAR LA VERDAD Era imperativo, por consiguiente, trabajar con una concepción posiCONOCIDA Y A DISPONER tiva de la libertad religiosa, arraigada en una comprensión teológica TODA SU VIDA SEGÚN SUS de la dignidad de la persona en sus relaciones con Dios. En esta EXIGENCIAS” (DH 2). perspectiva, la libertad no constituye en sí misma un fin, sino un

medio gracias al cual los hombres y las mujeres realizan su destino en conformidad con su dignidad de personas. La libertad religiosa les da la posibilidad de dedicarse consciente y deliberadamente a la trascendencia (III, 766; La renovación en sus fuentes, p. 23). La concepción positiva de la libertad muestra claramente que los seres humanos no deben ser considerados por la sociedad como instrumentos, ya que la sociedad está instituida para beneficiarlos. La religión puede entonces considerarse como la más alta reali-

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zación de la naturaleza humana: consiste en la adhesión libre, personal y consciente del espíritu humano a Dios. Por cuanto, dada su naturaleza, la religión trasciende todo lo que existe en este mundo, debería ser evidente que ninguna autoridad humana puede interponerse, forzando a la gente en la esfera íntima de su persona que está en relación con Dios (I, 532, La renovación en sus fuentes, p. 22). En los términos de Dignitatis humanae, el gobierno civil “excede su competencia si pretende dirigir o impedir los actos religiosos” (DH 3).

Libertad y verdad La libertad es otorgada a los seres humanos para que puedan alcanzar y adoptar personalmente lo que es realmente bueno para ellos. De acuerdo con la declaración, todos los hombres están “impulsados por su misma naturaleza y están obligados además moralmente a buscar la verdad, sobre todo la que se refiere a la religión. Están obligados, asimismo, a aceptar la verdad conocida y a disponer toda su vida según sus exigencias” (DH 2). Estas enseñanzas son totalmente acordes con lo enseñado por Juan Pablo II. En su primer discurso en el Vaticano II, objetó el esbozo en curso de la declaración por cuanto ésta no destacaba el hecho de que la libertad depende de la verdad. “Pues la libertad por una parte es otorgada con el fin de alcanzar la verdad y (por otra parte) no puede alcanzar su perfección sino mediante la verdad” (I, 531). Y asoció esto con las palabras de Jesús: “La verdad os hará libres” (Jn 8, 32). El mismo tema sigue apareciendo en varias de sus encíclicas. En Redemptor hominis, señala: Estas palabras encierran una exigencia fundamental y al mismo tiempo una advertencia: la exigencia de una relación honesta con respecto a la verdad, como condición de una auténtica libertad; y la advertencia, además, de que se evite cualquier libertad aparente, cualquier libertad superficial y unilateral, cualquier libertad que no profundiza en toda la verdad sobre el hombre y sobre el mundo. (RH 12).

ESTAS ENSEÑANZAS SON TOTALMENTE ACORDES CON LO ENSEÑADO POR JUAN PABLO II. EN SU PRIMER DISCURSO EN EL VATICANO II, OBJETÓ EL ESBOZO EN CURSO DE LA DECLARACIÓN POR CUANTO ÉSTA NO DESTACABA EL HECHO DE QUE LA LIBERTAD DEPENDE DE LA VERDAD. “PUES LA LIBERTAD POR UNA PARTE ES OTORGADA CON EL FIN DE ALCANZAR LA VERDAD Y (POR OTRA PARTE) NO PUEDE ALCANZAR SU PERFECCIÓN SINO MEDIANTE LA VERDAD” (I, 531).

En Veritatis splendor, Juan Pablo II destaca una serie de desviaciones recientes de la teología moral, como la negación del hecho de que la libertad dependa de la verdad. La libertad auténtica –declara él— nunca es libertad con respecto a la verdad, sino siempre “en la verdad” (VS 64). Más adelante, en la misma encíclica, denuncia: “La cultura contemporánea ha perdido en gran parte este vínculo esencial entre Verdad-Bien-Libertad” (VS 84). En Centesimus annus, prosigue con el mismo tema en sus ramificaciones políticas:

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A este propósito, hay que observar que, si no existe una verdad última, la cual guía y orienta la acción política, entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder. Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia (CA, 46).

El análisis de Wojtyla del carácter autodestructivo de la libertad sin referencia a la responsabilidad coincide en gran medida con las reflexiones de autores profundos tales como Mikael Polanyi y Vaclav Havel7.

Libertad y responsabilidad

LA DECLARACIÓN ENUNCIABA: “POR LO TANTO, LA LIBERTAD RELIGIOSA SE DEBE TAMBIÉN ORDENAR A CONTRIBUIR A QUE LOS HOMBRES ACTÚEN CON MAYOR RESPONSABILIDAD EN EL CUMPLIMIENTO DE SUS PROPIOS DEBERES EN LA VIDA SOCIAL” (DH 8). (…)

Evitando los excesos del liberalismo, Dignitatis humanae declara que “en el uso de todas las libertades hay que observar el principio moral de la responsabilidad personal y social” (DH 7). La declaración enunciaba además: “Por lo tanto, la libertad religiosa se debe también ordenar a contribuir a que los hombres actúen con mayor responsabilidad en el cumplimiento de sus propios deberes en la vida social” (DH 8). Estos pasajes respondían al deseo de obispos como Wojtyla de que la declaración destacase que los seres humanos son responsables ante Dios y ante los demás del uso que hacen de su libertad. No basta —recordaba él a los Padres— con decir “Soy libre en esta materia”, a menos que también se diga “Soy responsable”. Esto —señalaba él— es la doctrina de los confesores y los mártires. La responsabilidad es el complemento necesario de la libertad (IV, 12). Comentando Dignitatis humanae para su arquidiócesis, el Cardenal Wojtyla repetía que la libertad y la responsabilidad son mutuamente dependientes. A menos que seamos libres, no podemos ser responsables, y viceversa, no podemos evadir la responsabilidad de lo que hemos emprendido libremente (La renovación en sus fuentes, 292).

Los derechos de la conciencia

En el primer esbozo de Dignitatis humanae, al parecer el derecho a la libertad religiosa se basaba en el derecho de la persona a obrar de acuerdo con su conciencia. En esbozos posteriores, este argumento se debilitó considerablemente. En mi opinión, Wojtyla habría aprobado la siguiente declaración de John Courtney Murray, uno de sus principales redactores: Vale la pena advertir que la declaración no fundamenta el derecho al 7 Michael Polanyi, The Logic of Liberty (Indianapolis, Liberty Fund, 1998 ; Vaclav Havel, Living in Truth (London, Faber and Faber, 1987).

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libre ejercicio religioso sobre la base de “la libertad de conciencia”. Semejante proposición no aparece en parte alguna. Y en ninguna parte la declaración apoya la teoría a menudo evocada por esta proposición,


que –dicho más precisamente- tengo derecho a hacer lo que me dicta mi conciencia simplemente porque ésta me dice que lo haga. Es una teoría peligrosa. Su especial peligro es el subjetivismo, la noción según la cual en definitiva es mi conciencia y no la verdad objetiva quien determina lo que es o no justo, verdadero o falso 8.

De acuerdo con Dignitatis humanae, “la norma suprema de la vida humana es la misma ley divina, eterna, objetiva y universal, por la que Dios ordena, dirige y gobierna el mundo y los caminos de la comunidad humana según el designio de su sabiduría y de su amor” (DH, 3). Adquirimos conocimiento de los imperativos de la ley divina por mediación de la conciencia. Por este motivo, estamos obligados a guiarnos por los juicios de nuestra conciencia aun cuando ésta sea errónea. Wojtyla, comentando esta enseñanza, objeta el hecho de que si bien tenemos el derecho y la obligación de seguir las opciones de una conciencia recta y verdadera, no tenemos semejante derecho tratándose de una conciencia errónea, aun cuando subjetivamente podemos estar obligados a obedecerle. En estricto rigor —dice—, la conciencia no es un medio para conocer la ley divina, sino puramente un medio para aplicar esta ley a acciones concretas (III, 766-67). En Veritatis splendor, Juan Pablo II tiene muchas cosas más que decir sobre la conciencia. Subraya cómo han deformado el concepto de conciencia los pensadores modernos, que han perdido el sentido de lo trascendente. A menudo describen la conciencia como un tribunal supremo de carácter infalible que nos exime de considerar la ley y la verdad, reemplazándolas por criterios puramente subjetivos e individualistas como la sinceridad y la autenticidad (VS 32). La voz de la conciencia nos ordena obedecer la ley de Dios, pero por sí misma no nos dice lo que es esta ley. “Por cuanto manifiesta la presencia de una inteligencia y una voluntad superiores a las cuales estamos sometidos, la conciencia despierta en el hombre una preocupación y una ansiedad en la búsqueda del tipo de acción requerido, aquí y ahora, para hacer el bien y evitar el mal. Muy lejos de hacer caso omiso de la autoridad, la conciencia nos impulsa por el contrario a buscar directivas de la autoridad competente”9.

Límites de la libertad religiosa

Una versión del comienzo de la declaración afirmaba que ninguna autoridad humana estaba dotada de autoridad para impedir a la gente guiarse por una conciencia errónea. El arzobispo Wojtyla observó que era preciso modificar esa afirmación con el fin de precisar que ningún poder humano tenía derecho a ejercer presión sobre los

(...) ESTE PASAJE RESPONDÍA AL DESEO DE OBISPOS COMO WOJTYLA DE QUE LA DECLARACIÓN DESTACASE QUE LOS SERES HUMANOS SON RESPONSABLES ANTE DIOS Y ANTE LOS DEMÁS DEL USO QUE HACEN DE SU LIBERTAD. NO BASTA —RECORDABA ÉL A LOS PADRES— CON DECIR “SOY LIBRE EN ESTA MATERIA”, A MENOS QUE TAMBIÉN SE DIGA “SOY RESPONSABLE”. ESTO —SEÑALABA ÉL— ES LA DOCTRINA DE LOS CONFESORES Y LOS MÁRTIRES.

8 John Courtney Murray S.J., Commentary on Dignitatis humanae in Abbott, ed., Documents of Vatican II, 679 nº 5. 9 Para un tratamiento más completo de estos puntos, ver Avery Dulles, “The Truth about Freedom; A Theme from John Paul II” en J.A. DiNoia, o.p., y Romanus Cessario, o.p., Veritas Splendor and the Renewal of Moral Theology (Chicago, Midwest Theological Forum, 1999), p. 12942, a 135-37.

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EN VERITATIS SPLENDOR, JUAN PABLO II TIENE MUCHAS COSAS MÁS QUE DECIR SOBRE LA CONCIENCIA. SUBRAYA CÓMO HAN DEFORMADO EL CONCEPTO DE CONCIENCIA LOS PENSADORES MODERNOS, QUE HAN PERDIDO EL SENTIDO DE LO TRASCENDENTE. A MENUDO DESCRIBEN LA CONCIENCIA COMO UN TRIBUNAL SUPREMO DE CARÁCTER INFALIBLE QUE NOS EXIME DE CONSIDERAR LA LEY Y LA VERDAD, REEMPLAZÁNDOLAS POR CRITERIOS PURAMENTE SUBJETIVOS E INDIVIDUALISTAS COMO LA SINCERIDAD Y LA AUTENTICIDAD (VS 32).

10 En Religious Liberty and Contraception (Melbourne, John XXIII Fellowship Co-op Ltd, 1988), 99, Brian W. Harrison advierte un revisión similar en DH 7 (el cambio textual de “orden público” por “orden moral objetivo” se debe al influjo de la intervención de Wojtyla).

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seres humanos que sostienen errores, a menos que esas personas se perjudiquen a sí mismas o hagan daño a los demás. Es totalmente evidente que los padres o cualquier otro superior legítimo pueden ejercer cierta presión en personas extraviadas en proporción con el peligro que constituyen con el fin de prevenir el mal que podrían hacer (III, 768). En relación con otro tema, el mismo esbozo afirmaba que algunas personas podrían ver restringido el ejercicio de su libertad religiosa con el fin de salvaguardar el bien común de la sociedad. Para Wojtyla, esa afirmación abría la puerta a interpretaciones discutibles a menos que se excluyesen falsas nociones del bien común. En nuestra cultura utilitaria, el bien común suele confundirse con los intereses de un partido (III, 768). Un esbozo posterior afirmaba que la libertad religiosa podía limitarse “en función de normas jurídicas requeridas por la necesidad del orden público” (V, 292). El Arzobispo Wojtyla señaló que esta afirmación era igualmente insatisfactoria, ya que podía interpretarse que permitía a los legisladores civiles imponer límites a una prerrogativa basada en lo divino. Únicamente la ley divina —indicaba— puede limitar una prerrogativa concedida divinamente. Por consiguiente, proponía modificar el texto en relación con los abusos de la libertad religiosa, los cuales no podrían restringirse mediante la fuerza a menos que fuesen moralmente malos (V, 293; IV, 12-13). Tal vez a raíz de la intervención de Wojtyla, la redacción de los artículos 2 y 3 de DH fue modificada insertándose el calificativo “justo” antes de las palabras “orden público”10.

Ramificaciones sociales

La libertad religiosa tiene ramificaciones sociales. Como se enuncia en Dignitatis humanae, “la misma naturaleza social del hombre exige que éste manifieste externamente los actos internos de religión, que se comunique con otros en materia religiosa, que profese su religión de forma comunitaria”(DH 3). En sus intervenciones durante el Concilio, Wojtyla insistió, considerando la situación de Polonia, en el hecho de que este derecho implicaba la libertad de los individuos y las comunidades de transmitir sus convicciones sinceras dando testimonio de su fe, así como el derecho de los padres de educar a sus hijos de acuerdo con sus convicciones religiosas. Estos derechos no están debidamente protegidos únicamente mediante el principio de tolerancia (I, 532; III, 766). En su primera encíclica, Juan Pablo II protestó contra la negación de la libertad religiosa, tanto a los individuos como a las comunidades, por parte de los regímenes totalitarios de la época (RH, 17).


«A partir del Concilio, para Juan Pablo II la libertad religiosa constituyó un tema central de su programa sobre el ecumenismo y para posicionar a la Iglesia en el mundo de hoy». (Monseñor Karol Wojtyla en fotografía de archivo Concilio Vaticano II)

En su discurso en la Asamblea General de las Naciones Unidas, en 1979, se refirió al artículo 3 de Dignitatis humanae, anteriormente citado. Las expectativas religiosas de las personas —declaró— no están salvaguardadas mientras no se reconozca la libertad a las instituciones religiosas11. En su discurso de 1995, Juan Pablo II llamó la atención sobre otra amenaza para la libertad religiosa, que calificó de “más sutil que la persecución abierta”. “En muchas sociedades democráticas —destacó—, los ciudadanos están sometidos a presiones sociales para restringir sus convicciones religiosas al ámbito privado y evitar que éstas puedan influir en su comportamiento público. ¿No significa eso —preguntó— que, además de excluir la contribución de la religión en su vida institucional, la sociedad promueve una cultura que redefine al hombre como menos de lo que es?”12. Esta pregunta parece especialmente pertinente para Estados Unidos, donde se admite casi como axioma que la religión no debe influir en el orden público.

POR CUANTO MANIFIESTA LA PRESENCIA DE UNA INTELIGENCIA Y UNA VOLUNTAD SUPERIORES A LAS CUALES ESTAMOS SOMETIDOS, LA CONCIENCIA DESPIERTA EN EL HOMBRE UNA PREOCUPACIÓN Y UNA ANSIEDAD EN LA BÚSQUEDA DEL TIPO DE ACCIÓN REQUERIDO, AQUÍ Y AHORA, PARA HACER EL BIEN Y EVITAR EL MAL. MUY LEJOS DE HACER CASO OMISO DE LA AUTORIDAD, LA CONCIENCIA NOS IMPULSA POR EL CONTRARIO A BUSCAR DIRECTIVAS DE LA AUTORIDAD COMPETENTE.

11 John Paul II, «The U.N. Address», Address to the U.N. General Assembly, 2 October 1979, in Origins 9; nº17 (11 October 1979), p. 265. 12 Mensaje de Juan Pablo II del 7 de diciembre de 1995 para la Conferencia sobre Secularismo y Libertad Religiosa auspiciada por la Becker Fund for Religious Freedom y organizado por el Pontificio Ateneo “Regina Apostolorum”. Texto firmado por el Papa en el Osservatore Romano (20/27 diciembre 1995, 4/7).

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UNA VERSIÓN DEL COMIENZO DE LA DECLARACIÓN AFIRMABA QUE NINGUNA AUTORIDAD HUMANA ESTABA DOTADA PARA IMPEDIR GUIARSE POR UNA CONCIENCIA ERRÓNEA. WOJTYLA OBSERVÓ QUE ERA PRECISO MODIFICAR ESA AFIRMACIÓN CON EL FIN DE PRECISAR QUE NINGÚN PODER HUMANO TENÍA DERECHO A EJERCER PRESIÓN SOBRE QUIENES SOSTIENEN ERRORES, A MENOS QUE ESAS PERSONAS SE PERJUDIQUEN A SÍ MISMAS O HAGAN DAÑO A LOS DEMÁS. (...)

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Monseñor Karol Wojtyla en fotografía de archivo Concilio Vaticano II.

Implicaciones ecuménicas La Declaración sobre la libertad religiosa tiene su origen en el Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, donde se concibió con la intención de eliminar un importante obstáculo para las relaciones con comunidades cristianas fuera de la Iglesia. En algunas naciones tradicionalmente católicas, el Estado ha usado su autoridad para impedir a las organizaciones no católicas profesar su fe públicamente y practicar un culto en conformidad con su conciencia. Cuando el documento en elaboración se separó del Decreto sobre el ecumenismo, aumentó su preocupación inicial sobre la intolerancia de las Iglesias establecidas, convirtiéndose en una preocupación por justificar la libertad religiosa, considerándola como un derecho humano contra quienquiera pretendiese restringirla, incluyendo los regímenes ateos. El Arzobispo Wojtyla se opuso al esquema propuesto en la tercera sesión del Concilio por el hecho de que no distinguía suficientemente entre los problemas de las relaciones Iglesia/Estado y los problemas planteados por la acción ecuménica. En el ámbito civil —decía— el problema de la tolerancia es central, pero en el ámbito ecuménico no es suficiente decir que las diversas comunidades religiosas deben tolerarse. Semejante programa podría simplemente endurecer las diferencias existentes. El objetivo de la acción ecuménica es superar los cismas y unir a los cristianos en la verdad. Es preciso comprender claramente que la finalidad del diálogo ecuménico es progresar hacia la aceptación total de la verdad por todos los participantes. Únicamente la verdad liberará al cristianismo de sus múltiples separaciones (I, 531).


Las intervenciones del Arzobispo Wojtyla sobre este tema en el Vaticano II anuncian uno de los temas principales de su pontificado. Se comprometió con el ecumenismo en forma sumamente prioritaria, pero el ecumenismo no consiste para él en una acción diplomática eclesiástica. Para él, Cristo quiere que todos sus discípulos no sólo sean uno, sino uno en la verdad. En un discurso en la Curia romana, el 28 de junio de 1980, declaró: “La unión de los cristianos no debe apuntar a un ‘arreglo’ entre diversas posiciones teológicas, sino únicamente a una agrupación común en la plenitud más amplia y cabal de la verdad cristiana”13. En su encíclica capital sobre el ecumenismo, Ut unum sint (1995), escribió: “La unidad querida por Dios sólo se puede realizar en la adhesión común al contenido íntegro de la fe revelada. En materia de fe, una solución de compromiso está en contradicción con Dios que es la Verdad” (UUS 18). Juan Pablo II niega que el diálogo ecuménico o interreligioso sea equivalente a una proclamación. Un diálogo auténtico —afirma— incluye tanto la proclamación como su exigencia interna. El rechazo de un arreglo está en perfecta conformidad con la enseñanza del Decreto sobre el ecumenismo del Vaticano II, Unitatis redintegratio, que hacía una advertencia contra un enfoque falso basado en la conciliación y destacaba que únicamente la Iglesia Católica había conservado enteramente el depósito de la verdad revelada y todos los caminos de gracia establecidos por Cristo (UR 4 y 11). Del mismo modo, Dignitatis humanae enseña que Dios dio a conocer el camino de la salvación, camino en el cual debemos servirlo y ser salvados por Cristo. “Creemos que esta única y verdadera religión subsiste en la Iglesia Católica y Apostólica” (DH 1). La declaración es explícita en dejar intacta “la doctrina tradicional católica acerca del deber moral de los hombres y de las sociedades para con la verdadera religión y la única Iglesia de Cristo” (ibíd.). Por consiguiente, la libertad religiosa no favorece ni el indiferentismo ni el relativismo. Se examinará más adelante, en la sección sobre la Iglesia y el Estado, la naturaleza de las obligaciones de la sociedad para con la verdadera religión.

(...) ES EVIDENTE QUE LOS PADRES U OTRO SUPERIOR LEGÍTIMO PUEDEN EJERCER CIERTA PRESIÓN EN PERSONAS EXTRAVIADAS EN PROPORCIÓN DEL PELIGRO QUE CONSTITUYEN CON EL FIN DE PREVENIR EL MAL QUE PODRÍAN HACER (III, 768).

La violencia religiosa

En artículos citados con frecuencia por Juan Pablo II en sus escritos más recientes, Dignitatis humanae enseña que no se debía recurrir a la coerción para llevar a la gente a profesar la verdadera religión. En su segundo capítulo, la declaración destacaba que el acto de fe, siendo libre por naturaleza, no podía obtenerse mediante la coacción (DH 9). Llamaba la atención sobre la suavidad y la humildad de Cristo mismo, quien se negaba a imponer el Evangelio por la fuerza (DH 11). Juan Pablo II, por su parte, reconoce que “Dios no desea en absoluto

13 John Paul, « The Pope reviews His Pontificate » Address to the Roman cardinals and members of the Curia, 28 June 1980, nº 17, in Origins 10, nº 11 (28 August 1980), p. 171.

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EN SU DISCURSO DE 1995, JUAN PABLO II LLAMÓ LA ATENCIÓN SOBRE OTRA AMENAZA PARA LA LIBERTAD RELIGIOSA, QUE CALIFICÓ DE “MÁS SUTIL QUE LA PERSECUCIÓN ABIERTA”. “EN MUCHAS SOCIEDADES DEMOCRÁTICAS LOS CIUDADANOS ESTÁN SOMETIDOS A PRESIONES SOCIALES PARA RESTRINGIR SUS CONVICCIONES RELIGIOSAS AL ÁMBITO PRIVADO Y EVITAR QUE ÉSTAS PUEDAN INFLUIR EN SU COMPORTAMIENTO PÚBLICO”. ¿NO SIGNIFICA ESO —PREGUNTÓ— QUE, ADEMÁS DE EXCLUIR LA CONTRIBUCIÓN DE LA RELIGIÓN EN SU VIDA INSTITUCIONAL, LA SOCIEDAD PROMUEVE UNA CULTURA QUE REDEFINE AL HOMBRE COMO MENOS DE LO QUE ES?

14 Juan Pablo II, Cruzando el Umbral de la Esperanza Editorial Plaza & Janes, Barcelons, 1995 15 ������������������������������������� John Paul II, «The depth of the Holocaust’s Horrors», Origins 29 (6 April 2000), p. 679.

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obligarnos a responder a su palabra” y que “el hombre no puede ser obligado a aceptar la verdad”14. Examinando retrospectivamente la historia, la Declaración subrayaba que la Iglesia siempre enseñó que el acto de fe debía proceder de una decisión libre y consciente, pero reconocía que, como la Iglesia “peregrinó a través de las vicisitudes de la historia humana, se ha dado a veces un comportamiento menos conforme con el espíritu evangélico, e incluso contrario a él” (DH 12). El tema de la penitencia por todos los pecados de violencia cometidos en nombre de la religión constituyó un componente capital de la celebración del Gran Jubileo del año 2000. En su Carta apostólica Tertio millennio adveniente, de 1994, recordó: Otro capítulo doloroso sobre el que los hijos de la Iglesia deben volver con ánimo abierto al arrepentimiento está constituido por la aquiescencia manifestada, especialmente en algunos siglos, con métodos de intolerancia e incluso de violencia en el servicio a la verdad… De estos trazos dolorosos del pasado emerge una lección para el futuro, que debe llevar a todo cristiano a tener buena cuenta del principio de oro dictado por el Concilio: «La verdad no se impone sino por la fuerza de la misma verdad, que penetra, con suavidad y firmeza a la vez, en las almas» (TMA 35, citando DH 1).

En el oficio penitencial celebrado en la Basílica de San Pedro el primer domingo de Cuaresma, el 12 de marzo del año 2000, el Papa pidió perdón a Dios por siete categorías de pecados, entre los cuales se encontraban los pecados de violencia cometidos en servicio de la verdad. Luego, el 23 de marzo, hablando ante el monumento conmemorativo del Holocausto en Jerusalén, expresó la profunda tristeza de la Iglesia Católica por las persecuciones llevadas a cabo por cristianos contra los judíos en todas las épocas y lugares15. La Iglesia y el Estado Con Dignitatis humanae, el Vaticano II enseñó que el Estado debía mantener condiciones favorables para la vida religiosa y salvaguardar la libertad religiosa de todos los ciudadanos. Rechazó toda unión de la Iglesia y el Estado que autorizase al Estado a imponer una determinada religión a la población o a impedir a personas de diversas religiones practicar o profesar públicamente su religión. Durante el Concilio algunas voces pidieron dejar de lado la idea de una religión


«“Cuando la Iglesia pide libertad religiosa, no solicita un regalo, un privilegio o un permiso dependiente de situaciones contingentes, estrategias políticas o buena voluntad de las autoridades. Pide más bien el reconocimiento de un derecho humano inalienable… No se trata de un derecho vinculado con la Iglesia como institución; se trata también de un derecho vinculado con todas las personas y todos los pueblos”». (Juan Pablo II se dirige a una muchedumbre de cubanos en La Habana)

establecida; pero el Cardenal Heenan, Arzobispo de Westminster, hizo notar que el tipo de institucionalidad religiosa existente en la Inglaterra de hoy es enteramente compatible con la libertad religiosa. Por consiguiente, el Concilio se contentó con declarar que “si se da a una comunidad religiosa un especial reconocimiento civil en la ordenación jurídica de la sociedad, es necesario que a la vez se reconozca y respete el derecho a la libertad en materia religiosa a todos los ciudadanos y comunidades religiosas” (DH 6). Como se destaca anteriormente, la Declaración afirmó también que deja íntegra la doctrina tradicional católica acerca de los deberes de la sociedad para con la única verdadera Iglesia (DH 1). La preocupación preeminente de la Iglesia —se declaró más abajo— es “que disfrute de tanta libertad de acción cuanta requiera el cuidado de la salvación de los hombres” (DH 13). En un mensaje a los dirigentes políticos, al

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EN EL ÁMBITO CIVIL —DECÍA— EL PROBLEMA DE LA TOLERANCIA ES CENTRAL, PERO EN EL ÁMBITO ECUMÉNICO NO ES SUFICIENTE DECIR QUE LAS DIVERSAS COMUNIDADES RELIGIOSAS DEBEN TOLERARSE. EL OBJETIVO DE LA ACCIÓN ECUMÉNICA ES SUPERAR LOS CISMAS Y UNIR A LOS CRISTIANOS EN LA VERDAD. LA FINALIDAD DEL DIÁLOGO ECUMÉNICO ES PROGRESAR HACIA LA ACEPTACIÓN TOTAL DE LA VERDAD POR TODOS LOS PARTICIPANTES. ÚNICAMENTE LA VERDAD LIBERARÁ AL CRISTIANISMO DE SUS MÚLTIPLES SEPARACIONES (I, 531).

16 Vatican II, « Closing Message to Rulers » in Walter M. Abbott, ed., The Documents of Vatican II (New York, America Press, 1966), p. 730. 17 ������������������������������������ John Paul II, « The Inaugural Homily », Origins 8, nº 20 (2 November 1978), p. 307. 18 Wojtyla, Sources of Renewal, 417, citando Gaudium et Spes 76. Cfr. Nota 3. 19 John Paul II « The United Europe of Tomorrow » Strasbourg, 11 October 1988, in Origins 18 nº 20 (27 October 1988) p. 332. 20 John Paul II, « Remarks to the Nation’s Bishops », in Cuba, 25-011998, Origins 27, nº 33 (5 de febrero de 1998) p. 563.

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final del Concilio, Pablo VI planteó el asunto de la siguiente manera: “¿Qué os pide hoy la Iglesia?”, y dio la respuesta: “Os lo dice en uno de los principales documentos del Concilio: os pide únicamente la libertad, la libertad de creer en la propia fe y predicar sobre ella, la libertad de amar a Dios y servirle, la libertad de vivir y presentar a los hombres Su mensaje de vida. No temáis… permitid a Cristo ejercer su acción purificadora sobre la sociedad”16. Estas palabras anticipan la homilía inaugural de Juan Pablo II, en la cual hizo un llamado a las naciones del mundo a “abrir ampliamente las puertas a Cristo”17. Después de Dignitatis humanae y Pablo VI, el Cardenal Wojtyla, en La renovación en sus fuentes, se abstuvo de solicitar al Estado privilegios especiales para el catolicismo por ser la religión verdadera. Únicamente le pidió a éste asegurar a la Iglesia “una verdadera libertad para predicar su fe, proclamar su doctrina en la sociedad, cumplir su misión sin trabas y publicar juicios morales incluso en relación con el ámbito político”18. En 1988, visitando el Parlamento Europeo en Estrasburgo, Juan Pablo II invocó la distinción hecha por Cristo entre las cosas pertenecientes al César y aquellas que no le pertenecen. “El integralismo”, que desearía excluir de la comunidad civil a quienes no profesen la verdadera fe, va más allá de esos límites. Desde el punto de vista del Papa, la cristiandad medieval occidental no logra distinguir suficientemente entre el ámbito civil y el religioso. Más deplorable aún fue, a comienzos de la época moderna, el principio “Cuius regio eius religio” (“La religión del pueblo es la de su Príncipe”), que condujo a conversiones forzosas, crueles expulsiones y sanguinarios martirios19. En la actualidad, los principales contraventores de la libertad religiosa fueron los regímenes marxistas, pero también causó dificultades el establecimiento exclusivo de religiones no cristianas en diversas naciones de Asia y África. En nombre de los derechos humanos, el Papa protesta contra la opresión religiosa dondequiera exista. En los primeros años de su pontificado, lanzó un llamado moral sumamente eficaz contra los gobiernos marxistas de Europa central y oriental. En su visita a Cuba, en 1998, volvió a hablar del tema de la libertad religiosa con las siguientes palabras: Cuando la Iglesia pide libertad religiosa, no solicita un regalo, un privilegio o un permiso dependiente de situaciones contingentes, estrategias políticas o buena voluntad de las autoridades. Pide más bien el reconocimiento de un derecho humano inalienable… No se trata de un derecho vinculado con la Iglesia como institución; se trata también de un derecho vinculado con todas las personas y todos los pueblos20.


Conclusión

Partiendo de la objeción en el sentido de que el Vaticano II, en su Declaración sobre la libertad religiosa, simplemente reafirmó un principio ya reconocido por la legislación de las naciones más Cardenal Avery Dulles S.J. (1918-2008) civilizadas, he procurado mostrar que si bien la Declaración acepta el concepto jurídico de libertad como inmunidad de toda coerción, no se detiene allí. Gracias a la contribución de obispos como Wojtyla, Dignitatis humanae propuso una doctrina positiva de la libertad religiosa basada tanto en la revelación como en la razón21. De acuerdo con esta doctrina, el derecho a la libertad está arraigado en la dignidad de la persona humana, hecha a imagen de Dios y llamada a participar en la vida divina en Jesucristo. La libertad está dirigida hacia la verdad y constituye un camino para alcanzar una unión personal con Dios. Esta perspectiva teológica, a diferencia de la perspectiva utilitarista o pragmatista, proporciona una sólida base racional para considerar a la libertad religiosa un derecho inviolable. Como toda libertad auténtica, la libertad religiosa es inseparable de todo cuanto es verdadero y bueno. Inevitablemente, impone además una responsabilidad moral. A partir del Concilio, para Juan Pablo II la libertad religiosa constituyó un tema central de su programa sobre el ecumenismo y para posicionar a la Iglesia en el mundo de hoy. En ciertos aspectos como, por ejemplo, su repudio al integralismo22, su llamado al arrepentimiento por los actos de violencia religiosa del pasado y su denuncia de la tendencia actual a restringir la religión al ámbito de la vida privada, llegó más lejos que el Concilio. Así como la Declaración conciliar se construyó a partir del trabajo previo de los papas recientes, también prosigue con intérpretes como Juan Pablo II, que extraen del depósito de las cosas nuevas y antiguas.

LAS INTERVENCIONES DEL ARZOBISPO WOJTYLA SOBRE ESTE TEMA EN EL VATICANO II ANUNCIAN UNA DE LAS MATERIAS PRINCIPALES DE SU PONTIFICADO. SE COMPROMETIÓ CON EL ECUMENISMO EN FORMA SUMAMENTE PRIORITARIA, PERO EL ECUMENISMO NO CONSISTE PARA ÉL EN UNA ACCIÓN DIPLOMÁTICA ECLESIÁSTICA. PARA ÉL, CRISTO QUIERE QUE TODOS SUS DISCÍPULOS NO SÓLO SEAN UNO, SINO UNO EN LA VERDAD.

21 En esta exposición no he procurado evaluar la influencia del Obispo Wojtyla en cuanto individuo. Él estaba en contacto con otros obispos polacos, pero también italianos y franceses. En muchos aspectos, su contribución coincide con las de Carlo Colombo, Giovanni Urbani y Alfred Ancel, portavoces de numerosos obispos italianos y franceses. El resultado de esos esfuerzos acumulados con miras a dar fundamento ontológico a la libertad a partir de la verdad es examinado por Walter Kasper en su Wahreit und Freiheit: Die “Erklärung über die Religionsfreiheit” des II Vatikanischen Konzils (Heidelberg, Carl Winter, Universitatsverlag, 1998), pp. 26-28. 22 N. del E.: la Documentación católica entregó el texto del discurso del 11 de octubre de 1998. He aquí el pasaje al cual se alude: “El integralismo religioso que no hace distinción entre la esfera de la fe y la de la vida civil, que en la actualidad todavía existe bajo otros cielos, parece ser incompatible con el carácter propio de Europa tal como lo formó el mensaje cristiano” (DC 06 11 1998, p. 1045).

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Palabras pronunciadas por Juan Pablo II en

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la Pontificia Universidad Católica de Chile

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uando Juan Pablo II visitó Chile en 1987, quiso hablar a representantes del “mundo de la cultura, y de los “constructores de la sociedad”, y escogió a la Pontificia Universidad Católica de Chile para que fuera sede de ese encuentro. Hoy día, transcurrido casi un cuarto de siglo luego de ese memorable acontecimiento, nuestros espíritus se vuelven a nuestro visitante de entonces, propuesto hoy por la Iglesia como Beato a la veneración y oración del pueblo cristiano. Los que vivimos el ambiente universitario de aquellos días, recordamos bien la carga de suspicacias y recelos, la profunda inquietud frente al futuro, el escepticismo sobre el rol de la universidad, la tentación de entregarles nuestra cultura como presa a las ideologías que se disputaban el poder. Y por eso no podríamos olvidar lo que fue la presencia del Papa. No fueron sólo sus palabras y doctrina. Fue su actitud cordial, confiada y serena la que llegó al corazón de la gente de buena voluntad. Las muchedumbres que lo aclamaban entusiasmadas, sabían que el mensaje que traía este hombre era el de la paz que es el don de Cristo el Señor. El Papa nos habló de la cultura que es el “estilo de vida común que caracteriza a un pueblo y comprende la totalidad de su vida”, y nos recordó que el mundo de la cultura “es parte de la conciencia del pueblo”, allí donde “arraiga lo esencial”, es decir, “la actitud con que un pueblo afirma o niega una vinculación religiosa con Dios”, lo que significaba una “ardua y grave responsabilidad” …para “todo hombre que se precia del título de hombre de la cultura”.

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AL DELINEAR UNA PROPUESTA PARA LA UNIVERSIDAD AL SERVICIO DE LA CULTURA, EL PAPA NOS SACABA DEL AMBIENTE DE CONTROVERSIA ESTÉRIL, Y NOS HACÍA ENFRENTAR LAS COSAS ESENCIALES. EL DISCURSO QUE PRONUNCIÓ EN AQUELLA OCASIÓN NO ES LARGO, Y DEBERÍA SER AUN HOY LEÍDO Y MEDITADO. ERA SINGULARMENTE OPORTUNO PORQUE EL AMBIENTE ESTABA PENETRADO POR UN DECLARADO ESCEPTICISMO SOBRE EL SENTIDO DE UNA UNIVERSIDAD CATÓLICA.

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Acompañan a Juan Pablo II el rector Juan de Dios Vial Correa y el gran Canciller S.E.R. Cardenal Juan Francisco Fresno.

Al delinear una propuesta para la universidad al servicio de la cultura, el Papa nos sacaba del ambiente de controversia estéril, y nos hacía enfrentar las cosas esenciales. El discurso que pronunció en aquella ocasión no es largo, y debería ser aun hoy leído y meditado. Era singularmente oportuno porque el ambiente estaba penetrado por un declarado escepticismo sobre el sentido de una universidad católica. Nos decía el Papa que “la Iglesia, movida por su indeclinable vocación de servicio al hombre, dirige su llamada a todos los intelectuales chilenos —comenzando por los propios hijos de la Iglesia— para que lleven a cabo esa labor integradora, propia de la verdadera ciencia, que asiente las bases de un auténtico humanismo. En esta perspectiva, cobra actualidad aquel proceso siempre nuevo que el documento de Puebla llama evangelización de las culturas. Dicha evangelización se dirige al hombre en cuanto tal. Partiendo de la “dimensión” religiosa, tiene en cuenta a todo el hombre y se esfuerza por llegar a él en su totalidad”. Al escuchar al Papa, cobraba nueva fuerza el vehemente llamado de Pablo VI: “¡Hoy más que nunca, la Iglesia necesita de universidades católicas. Ay de nosotros si un día lo olvidáramos!” La visita del Papa se produjo en un momento muy significativo para la Universidad, porque se aproximaba la celebración del centenario de su fundación. Lo recordaba el Rector en su discurso de bienvenida a Su Santidad: “En pocos meses más se cumplirán cien años desde el día en que un grupo de pastores y de laicos chilenos concibieron el proyecto, audaz para su época, de crear esta universidad, como una obra de Iglesia, al servicio de la verdad para la educación de la juven-

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tud y para el bien integral de todos los hombres. La presencia de Su Santidad viene a alegrar el comienzo de nuestras fiestas jubilares: ella corona la obra de muchos que nos antecedieron, y nos compromete a nosotros, los de hoy, del modo más formal, a ser fieles al sagrado encargo que hemos recibido.” La impresión que nos produjo esta visita fue muy grande. Tal vez valga la pena recordar algunos comentarios que se hicieron en la prensa poco después de la partida de Su Santidad. Lo primero fue que el Papa nos había hablado no sólo con palabras, sino con gestos y actitudes. El primero de estos gestos fue buscar, dentro de un programa apretadísimo, y en medio de multitudes ansiosas de escucharlo, un encuentro con un grupo más reducido que fuera en cierta manera el símbolo del “mundo de la cultura y de los constructores de la sociedad”. Allí nos dijo que esta era una “cita obligada”, y que “la Iglesia necesita de la Cultura, así como la Cultura necesita de la Iglesia”. El segundo gesto fue que ese encuentro se realizara en nuestra Universidad Católica. Fue como poner un énfasis especial en las instituciones de educación católicas. La tercera actitud fue el carácter benévolo, cálido, en verdad cariñoso de la visita. El Papa no podía ignorar nuestros defectos y sin embargo nos brindó una cálida acogida, que fue sentida por todos como un afectuoso y vehemente llamado a mejorar. Es una característica del mensaje evangélico, esta de que toma al otro allí donde se encuentra, y tal como es, y no se detiene en sus defectos, sino que mira más bien a su inmensa capacidad de perfeccionarse. Con sus gestos y palabras, el Papa llamó al “servicio de la cultura, manteniendo la identidad de la fe sin adulteraciones”, y propuso, dentro de la perspectiva de Gaudium et spes, una tarea grandiosa que es la de “promover una cultura de la solidaridad que abarque a la entera comunidad”. Nunca podríamos sentirnos satisfechos de nuestro avance en el “estrecho camino que deberíamos seguir”. Pero la palabra y el ejemplo de Juan Pablo II, su ardiente caridad, y su aceptación de la Cruz, iluminan nuestra memoria de su paso y nos confirman en nuestro propósito de servir a nuestros hermanos. Que Dios nos conceda por la intercesión del Beato Juan Pablo II, la gracia de ser siempre fieles en nuestra tarea universitaria.

JUAN DE DIOS VIAL CORREA Ex rector de la Pontificia Universidad Católica de Chile (1985-2000)

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Discurso del Santo Padre Juan Pablo II a los representantes del mundo de la cultura Pontificia Universidad Católica de Chile Viernes 3 de abril de 1987

Eminentísimos señores cardenales, excelentísimos señores obispos, señores rectores, autoridades académicas y profesores, responsables de la pastoral universitaria, amigos todos de la cultura y de la ciencia, queridos estudiantes, señoras y señores:

1. En mi visita a vuestra noble nación no podía faltar un encuentro

con vosotros, que representáis el mundo de la cultura, de la ciencia y de las artes. En visitas a países de tradición católica, es esta una cita obligada que me llena de gozo y a la cual atribuyo una especialísima importancia. Las incomprensiones y malentendidos que pudo haber en el pasado, con respecto a determinados postulados de la ciencia, han sido felizmente superados, y entre la Iglesia y la cultura existe hoy un diálogo vivo, cordial y fecundo. Permitidme que lo repita también aquí entre los exponentes de la intelectualidad y del mundo universitario chileno. La Iglesia necesita de la cultura, así como la cultura necesita de la Iglesia. Se trata de un intercambio vital y, en cierto modo, misterioso, que conlleva el compartir bienes espirituales y materiales que a ambos enriquecen. Me dirijo también en esta ocasión a los “constructores de la sociedad”, con el deseo de alentarles en sus quehaceres en favor del bien común. Heme aquí pues entre vosotros, para deciros, con mi presencia y mi palabra, lo mucho que la Iglesia os necesita y, recíprocamente, lo mucho que vosotros podéis recibir de ella para dar satisfacción a muchas de las exigencias de vuestra misión y vocación científica y profesional. 2. Frente a los amplios horizontes que os ofrece el mundo creado por Dios,

dentro del cual el hombre, gloria de la creación, desarrolla su actividad transformadora y humanizadora, habéis de asumir con plena conciencia la singular responsabilidad que compartís con los hombres de la cultura y de

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la ciencia del mundo entero. La ciencia y la cultura no tienen fronteras. De modo más concreto y específico, vuestra responsabilidad se proyecta sobre la nación y sobre el pueblo chileno y es una responsabilidad moral que tenéis ante Dios y ante vuestros conciudadanos. Es éste un compromiso primario, que hoy la Iglesia os quiere recordar con afecto y para cuyo desempeño os ofrece su apoyo y colaboración. La cultura de un pueblo —en palabras del documento de Puebla de los Ángeles— es «el modo particular como los hombres cultivan su relación con la naturaleza, entre sí mismo y con Dios (Gaudium et spes, 53) de modo que puedan llegar a «un nivel verdadera y plenamente humano» (Ibíd.)» (Puebla, 386). La cultura es, por tanto, “el estilo de vida común” (Gaudium et spes, 53) que caracteriza a un pueblo y que comprende la totalidad de su vida: “el conjunto de valores que lo animan y de desvalores que lo debilitan... las formas a través de las cuales aquellos valores o desvalores se expresan y configuran, es decir, las costumbres, la lengua, las instituciones y estructuras de convivencia social” (Puebla, 387). En una palabra, la cultura es, pues, la vida de un pueblo. Pero sois vosotros, hombres del mundo de las letras, de las ciencias y de las artes, quienes, además de participar intensamente de esta vida, estáis en condiciones de detectar y analizar los rasgos característicos de la cultura de

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vuestro pueblo. Sois vosotros los que descubrís y, en cierta medida, podéis iluminar la trayectoria del devenir cultural, sugiriendo, a veces, nuevos derroteros. 3. En este sentido el mundo de la cultura es parte de la conciencia del

pueblo; es por ello que vosotros estáis llamados a tomar parte activa en la configuración de dicha conciencia. “El hombre vive una vida verdaderamente humana, gracias a la cultura” (Discurso a la Unesco, n. 6, 2 de junio de 1980). La cultura, por su parte, en la variedad y riqueza de su creatividad, da razón de que el hombre es un ser distinto y superior al mundo que lo rodea. Por esto, “el hombre no puede estar fuera de la cultura” (Ibíd.). Del reconocimiento de su condición como “ser distinto y superior” surgen simultáneamente en el hombre el interrogante antropológico y el ético. Y sobre este fundamento arraiga lo esencial de toda cultura, es decir, “la actitud con que un pueblo afirma o niega una vinculación religiosa con Dios”; lo cual conduce a que “la religión o la irreligión sean inspiradoras de todos los restantes órdenes de la cultura —familiar, económico, político, artístico, etc.— en cuanto los libera hacia un último sentido trascendente o los encierra en su propio sentido inmanente” (Puebla, 389). 4. Ved, pues, la ardua tarea y grave responsabilidad que aguarda a todo

hombre que se precia del título de hombre de cultura. Permitidme en esta circunstancia recordaros algunas de ellas, que me parecen particularmente urgentes. En primer lugar, se hace necesario un proceso de reflexión, que desemboque en una renovada difusión y defensa de los valores fundamentales del hombre en cuanto tal, en su relación con sus semejantes y con el medio físico en que vive. A este respecto, os aliento encarecidamente a que sepáis presentar en su justa imagen una cultura del ser y del actuar. “ El «tener» del hombre no es determinante para la cultura, ni es factor creador de cultura, sino en la medida en que el hombre, por medio de su «tener», puede al mismo tiempo «ser» más plenamente hombre en todas las dimensiones de su existencia, en todo lo que caracteriza su humanidad” (Discurso a la Unesco, n. 7, 2 de junio de 1980). Una cultura del ser no excluye el tener: lo considera como un medio para buscar una verdadera humanización integral, de modo que el «tener» se ponga al servicio del «ser» y del «actuar». En términos concretos, esto significa promover una cultura de la solidaridad que abarque la entera comunidad. Vosotros, como elementos activos en la conciencia de la nación y compartiendo la responsabilidad de su futuro, debéis haceros cargo de las necesidades que toda la comunidad nacional ha de afrontar hoy. Os invito, pues, a todos, hombres de la cultura y “constructores de la sociedad”, a ensanchar y consolidar una corriente de solidaridad que contribuya a asegurar el bien común: el pan, el techo, la

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El entonces rector doctor Vial Correa da la bienvenida al Papa Juan Pablo II

salud, la dignidad, el respeto a todos los habitantes de Chile, prestando oído a las necesidades de los que sufren. Dad cumplida y libre expresión a lo que es justo y verdadero y no os sustraigáis a una participación responsable en la gestión pública y en la defensa y promoción de los derechos del hombre. No se me oculta que también vosotros tenéis que hacer frente cada día a no pocas dificultades. Las particulares circunstancias por las que atraviesa el país han creado, también en vuestras filas, una cierta desorientación e inseguridad. 5. La Iglesia, en esta hora cargada de responsabilidades, os acompaña en

vuestra ineludible misión de buscar la verdad y de servir sin descanso al hombre chileno. Desde su propio ámbito os alienta a profundizar en las raíces de la cultura chilena; a robustecer vuestra función dentro de la comunidad con niveles de competencia científica cada vez más serios y rigurosos, y evitando la tentación de aislamiento respecto de la vida real y de los problemas del pueblo. De este modo, prestaréis una magnífica e insustituible contribución a la toma de conciencia de la identidad cultural por parte de vuestro pueblo. La identidad cultural supone tanto la preservación como la reformulación en el presente de un patrimonio pasado, que pueda así ser proyectado hacia el futuro y asimilado por las nuevas generaciones. De esta manera, se asegura a la vez la identidad y el progreso de un grupo social. En el pueblo, que conserva de manera notable la memoria del pasado y está expuesto en forma directa a las transformaciones del presente, vosotros

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podréis encontrar las raíces de aquellas peculiaridades que hacen de la vuestra una cultura que tiene ciertos rasgos comunes con la de otras naciones del mundo latinoamericano, una cultura chilena, cristiana y católica, una cultura noble y original. 6. Si el caminar solidario con el pueblo es garantía de permanencia de una

memoria fiel a sus raíces y de profundización en lo que pudiera llamarse la identidad cultural de la nación, la opción preferencial por los jóvenes es garantía de futuro. La cultura es una realidad inserta en el devenir histórico y social (Gaudium et spes, 53). La sociedad la recibe, la modifica creativamente y la transmite sin pausa, a través del proceso de la tradición generacional (cf. Puebla, 392). Los jóvenes son, por naturaleza, uno de los vehículos de transmisión y de transformación de la cultura. La presencia de los jóvenes en la universidad contribuye a hacer de ésta un centro ideal para la gestación de las renovaciones culturales que, en el transcurso del tiempo, fomente el desarrollo de la persona humana en todas sus capacidades. De ahí que la Iglesia, desde el campo que le es propio, pretenda renovar y reforzar los vínculos que la ligan a la institución universitaria de vuestro país desde su mismo nacimiento. Lejos de pretender restaurar antiguas formas de mecenazgo hoy día impracticables, la Iglesia, movida por su indeclinable vocación de servicio al hombre, dirige su llamada a todos los intelectuales chilenos — comenzando por los propios hijos de la Iglesia— para que lleven a cabo esa labor integradora, propia de la verdadera ciencia, que asiente las bases de un auténtico humanismo. En esta perspectiva, cobra actualidad aquel proceso siempre nuevo que el documento de Puebla llama “evangelización de las culturas” (Ibíd., 385). 7. Dicha evangelización se dirige al hombre en cuanto tal. Partiendo de la

“dimensión” religiosa, tiene en cuenta a todo el hombre y se esfuerza por llegar a él en su totalidad. Una genuina evangelización de las culturas ha de seguir obligatoriamente esta trayectoria, puesto que, en última instancia, es el hombre el primer artífice y el beneficiario de la cultura. En este quehacer las universidades juegan un papel particularmente importante. Ellas se presentan como instituciones con vocación de servicio al hombre como tal, sin subterfugios ni pretextos. A este respecto, yo diría que corresponde a las Universidades Católicas, y en particular a esta Pontificia Universidad Católica de Chile, una tarea que puede considerarse institucional. Permitidme que, en esta circunstancia, dirija un saludo de aprecio a esta benemérita Universidad, que en esta mañana nos acoge, expresándole mi reconocimiento por la labor realizada y mi aliento a proseguir en la consecución de los objetivos propios de

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una Universidad Católica: calidad y competencia científica y profesional; investigación de la verdad al servicio de todos; formación de las personas en un clima de concepción integral del ser humano, con rigor científico, y con una visión cristiana del hombre, de la vida, de la sociedad, de los valores morales y religiosos (Discurso a los estudiantes de las Universidades católicas de México, 31 de enero de 1979); participación en la misión de la Iglesia en favor de la cultura. En todo este cometido es preciso tener presente que la “Universidad Católica debe ofrecer una aportación específica a la Iglesia y a la sociedad”, y que ella encuentra “su significado último y profundo en Cristo, en su mensaje salvífico, que abarca al hombre en su totalidad, y en las enseñanzas de la Iglesia” (Ibíd.). 8. A esta Universidad, que por ser Pontificia goza de particulares vínculos

con la Sede Apostólica, dirijo un llamado apremiante a un renovado esfuerzo en su trayectoria de servicio al hombre y a la sociedad chilena por amor a Dios, profundizando en aquella visión moral y espiritual de la persona con la que el Concilio Vaticano II, particularmente en la Constitución Gaudium et spes, ha querido dar respuesta no sólo a las esperanzas, sino también a las angustias y a los problemas del hombre moderno. Partiendo de la propia vocación y de su identidad cristiana y católica, la Universidad y todos los miembros que la componen, deben convertirse en testimonio de verdad y justicia, y dar testimonio, juntamente con los demás centros universitarios, de los valores morales ante la nación. Esto comporta para ella —en fecundo diálogo entre el orden revelado y las ciencias “humanas”, en expresión de Santo Tomás de Aquino (Summa Theologiae, I q. 1, a. 1)— fidelidad al Magisterio de la Iglesia; comporta profundización y divulgación de aquellos principios que forman parte del patrimonio irrenunciable de la doctrina católica; comporta adhesión a aquellas enseñanzas que la Iglesia ha venido explicitando en el campo social (cf. Puebla, 475). Por otra parte, queda fuera de toda duda que en su servicio a la cultura han de mantenerse claramente algunos principios: la identidad de la fe sin adulteraciones, la apertura generosa a cuantas fuentes exteriores de conocimiento puedan enriquecerla y el discernimiento crítico de esas fuentes conforme a aquella identidad. Sin la identidad inamovible de la fe cristiana, los préstamos exteriores se convierten en fáciles y transitorios sincretismos que el tiempo disipa. Sin la necesaria apertura a esas otras fuentes ­—tan variadas y ricas en nuestra época—, el pensamiento cristiano se angosta y queda atrás. Y sin el indispensable discernimiento crítico, se producen síntesis aparentes y ruinosas que tanto dañan hoy mismo la conciencia de los fieles. El Papa urge en forma especial a los creyentes a no caer en la tentación de

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recurrir a ideologías ateas, o transidas de materialismo teórico o práctico, o cautivas del principio de la inmanencia o inmanentismo, y, en general, incompatibles con la fe cristiana. Más aún, el solo pensar ideológico, en el sentido actual de esta expresión, ya lleva consigo simplificaciones o reducciones frente a las cuales la conciencia cristiana debe mantenerse en guardia, atenta a la diferencia que media entre la doctrina y la ideología. 9. En las proximidades del tercer milenio, la humanidad se encuentra en el

trance de un proceso de cambio sin precedentes, “que no podrá tener lugar en el sentido de la salvación, más que en virtud de una cultura nueva, de dimensiones planetarias” (Discurso al mundo de la cultura de Florencia, n. 8, 18 de octubre de 1986). A la Iglesia en Latinoamérica, y en particular a la Iglesia que peregrina en Chile y a esta noble nación, en la vigilia de las celebraciones del V centenario del comienzo de la evangelización del continente americano, se le pide su aporte original en la formación de una síntesis renovada que ofrezca respuestas adecuadas a la “nueva época de la historia humana” (Gaudium et spes, 54). Al agradecer vuestra presencia, deseo reiterar mi profunda estima por la labor que desempeñáis en favor de la cultura, y a la vez alentaros en vuestros esfuerzos por hacer de nuestro mundo un lugar más fraterno, humano y acogedor y, por lo mismo, más digno de Dios. Elevo mi plegaria al Altísimo para que os conceda la fuerza necesaria para seguir trabajando al servicio de Chile. A todos los presentes, a vuestras familias y a las instituciones que representáis imparto con afecto mi bendición apostólica.

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DIOS SE HA VUELTO FAMILIAR

La enseñanza de K arol Wojtyla-Juan Pablo II y el hombre postmoderno POR ANGELO CARD. SCOLA

1. La “pretensión” del mundo contemporáneo Siendo testigo de la época trágica de las grandes ideologías, de los regímenes totalitarios y de su caída, Juan Pablo II tuvo profunda conciencia de la transición de la modernidad a lo que ahora se ha convenido en llamar la postmodernidad. Él percibió anticipadamente el ingreso de la humanidad a una etapa de trabajo arduo marcada por nuevas tensiones y contradicciones. a) La fe: ¿una opción entre otras? La primera de estas tensiones se ubica precisamente en la etapa actual de la parábola del proceso de secularización. Si bien la cifra sintética de la modernidad tuvo su culminación expresiva en algunos teóricos de un ateísmo radical y militante, la postmodernidad parece en cambio marcada por una actitud menos adiestrada, pero tal vez bastante más provocativa en relación con la religión. Como afirma Taylor, «hemos pasado de una sociedad en la cual era “prácticamente imposible” no creer en Dios a una en la cual incluso para el creyente más devoto ésta es sólo una posibilidad humana entre otras»1. Esto no implica una desaparición de lo religioso. Por el contrario, precisamente en la etapa contemporánea de secularización avanzada, estamos asistiendo a un “retorno de lo sagrado”, que aun cuando está abriendo nuevas perspectivas, “no carece de ambigüedad”2, como reconocía el mismo Juan Pablo II. La tendencia actual constituye de hecho un testimonio de la permanencia de un desencanto universal en el cual la fe cristiana, considerada por muchos mera convicción subjetiva y no documentable racionalmente, estaría a lo más dotada de legitimidad para sobrevivir junto a las otras expresiones religiosas en nombre de un derecho universal a la diferencia. Mediante una Lectio Magistralis pronunciada por el Cardenal Angelo Scola el 9 de diciembre de 2010 al otorgársele el Doctorado Honoris Causa en la Universidad Católica Juan Pablo II de Lublín.

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SIENDO TESTIGO DE LA ÉPOCA TRÁGICA DE LAS GRANDES IDEOLOGÍAS, DE LOS REGÍMENES TOTALITARIOS Y DE SU CAÍDA, JUAN PABLO II TUVO PROFUNDA CONCIENCIA DE LA TRANSICIÓN DE LA MODERNIDAD A LO QUE AHORA SE HA CONVENIDO EN LLAMAR LA POSTMODERNIDAD.

1 C. TAYLOR, L’età secolare, Feltrinelli Milano 2009, 14. Sobre el significado de la religión en la época moderna según el filósofo y sociólogo canadiense, ver también su obra C. TAYLOR, La modernità della religione, a cura di P. Costa, Meltemi, Roma 2004. Para una presentación de su posición, ver G. BRENA, La modernità della religione, en La Civiltà Cattolica 2004, III, 381-393 y A. RUSSO, Abitare il pluriverso. L’ultima sfida alle religioni, en Rassegna di Teologia 45 (2004) 833-854. 2 JUAN PABLO II, Redemptoris missio 38.

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aplicación incorrecta del principio de igualdad, se llega de hecho a sostener que las religiones son “todas distintas y todas iguales”.

SE DIFUNDE CADA VEZ MÁS, SOBRE TODO EN VIRTUD DE LOS SORPRENDENTES DESCUBRIMIENTOS EN EL ÁMBITO DE LA BIOLOGÍA, LA BIOQUÍMICA Y LAS NEUROCIENCIAS, UNA VULGARIZACIÓN DE CORTE CIENTISTA QUE TIENDE A REMITIR TODAS LAS EXPRESIONES Y FACULTADES DE LO HUMANO A MERAS ACTIVIDADES CEREBRALES.

3 M. JONGEN, Der Mensch ist sein eigenes Experiment, «Feuilleton. Die Zeit», 9 de agosto, 2001, 31. 4 P. SEQUERI, Una svola affettiva per la metafisica, en P. SEQUERI-S. UBBIALI (ed.), op. cit., 85-116; B. SCHELLENBERGER, Von Unsagbaren reden: wie lässt sich heute Gott zu Sprache bringen?, Geist und Leben 79 (2006), 81-88; A. KREINER, Das wahre Antlitz Gottes .- Oder was wir meinen, wenn wir Gott sagen, Herder Freiburg-Basel-Wien, 2006. 5 E. JÜNGEL, Verità metaforica, en P. RICOEUR-E. JÜNGEL, Dire Dio. Per un’ermeneutica del linguaggio religioso (a cura di G. GRAMPA), Queriniana, Brescia , 1978, 169. 6 Ver A. SCOLA, Il mistero nuziale 1. Uomo-donna, Lateran University Press, Roma, 2005.

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b) El hombre contemporáneo: ¿sólo su propio experimento? La objetividad que la cultura actual niega a la fe —y de este modo llegamos a una segunda “pretensión” del mundo contemporáneo—, terminando por reconocer a la ciencia experimental como la única a la cual correspondería no necesariamente dar una definición, pero sí ciertamente una descripción cabal del hombre. Así, se difunde cada vez más, sobre todo en virtud de los sorprendentes descubrimientos en el ámbito de la biología, la bioquímica y las neurociencias, una vulgarización de corte cientista que tiende a remitir todas las expresiones y facultades de lo humano a meras actividades cerebrales. Se afirma que en perspectiva éstas podrían llegar a ser sin más artificiales. En este sentido, ya no sería posible en rigor hablar de un sujeto personal, dotado de una dignidad intrínseca, portador de derechos y obligaciones, sino que el hombre no sería más que “su propio experimento”3.

2. Cristo, centro del cosmos y la historia: ¿figura cabal del hombre postmoderno? Las problemáticas, citadas demasiado sintéticamente, imponen a la fe cristiana un giro crucial. Claramente, aquella que a fines de la época moderna, en un debate sobre la muerte de Dios y el sujeto, era la habitual pregunta “¿Existe Dios?” asume en la postmodernidad otra formulación, tal vez más apremiante: “¿Cómo llamar hoy a Dios4, cómo narrar sobre Él comunicándolo como Dios vivo al hombre real?”. En la óptica cristiana, Dios es Aquel que viene al mundo y por eso se diferencia del mismo sin excluir esto la posibilidad de percibirlo como familiar. Para hablar de Dios, “es preciso aventurar la hipótesis de que es Dios mismo quien habilita al hombre para familiarizarse con Él. La fe cristiana vive también de la experiencia de Dios que se hizo conocer y se volvió familiar5. Es necesario establecer previamente la familiaridad con Dios para que Dios sea conocido. Entonces “Dios se convierte en un descubrimiento, que enseña a ver todo con ojos nuevos”6. La reflexión de Karol Wojtyla, a la luz del magisterio sobre todo trinitario de Juan Pablo II, ofrece una respuesta persuasiva a esta interrogante, mostrando así la fuerza profética de su pensamiento y por consiguiente su actualidad. A. Claves metodológicas Para encontrar a Dios, el hombre postmoderno deberá buscarlo en los caminos a lo largo de los cuales Dios se manifiesta al enigma-hombre (el hombre es un ser que existe, pero no posee en sí mismo el principio de


su propia existencia), persistiendo en volverse familiar para nosotros. La reflexión y la enseñanza de Karol Wojtyla-Juan Pablo II señalan al menos tres claves. 1) La experiencia humana común El primer camino es la experiencia común propiamente tal del hombre. Incluso teniendo en cuenta todas las objeciones provenientes de la complejidad de vida propia del hombre postmoderno, es preciso llegar a esta conclusión con Karol Wojtyla: “Y sin embargo existe algo que puede llamarse experiencia común del hombre”, de cada hombre. Ésta manifiesta ante todo su carácter integral (lo real es inteligible y el hombre puede acogerlo) y elemental (todo hombre concuerda con todos los demás en el vivir los afectos, el trabajo y el reposo), es decir, su indestructible simplicidad. Señala además Wojtyla: “Esta experiencia, en su substancial simplicidad, supera cualquier inconmensurabilidad y cualquier complejidad”7. 2) La persona en relación. Hombre y mujer El segundo camino pasa por la estructura originaria del hombre en sus tres polaridades constitutivas, que identifican la unidad dual del yo. Es el dato antropológico esencial, que ve al hombre uno en la dualidad de almacuerpo, hombre-mujer e individuo-sociedad. Quiero recordar en particular el carácter central, en la indagación y en el magisterio de Karol Wojtyla-Juan Pablo II, del tema del hombre-mujer y del misterio nupcial8. El hombre ­—nos enseñó el Papa sobre la base de todo lo contenido en los relatos de la creación del Génesis— no puede existir solo, sino puramente como unidad de los dos, y por consiguiente en relación con otra persona humana9. Por su constitución, está abierto al otro. Ciertamente, el ser humano no es solamente individuo (identidad), sino también persona (relación/ diferencia) capaz de autotrascenderse. Este elemento antropológico originario recibe una explicación adecuada a la luz de la Revelación. Por una parte, se sitúa de hecho en analogía con el encuentro, en clave nupcial, entre Dios y la humanidad, y por otra, como lo intuyó genialmente Juan Pablo II, trae consigo el sello de la comunión trinitaria10. 3) El dolor salvífico El tercer camino que sostiene el irreprimible deseo humano de Dios, en el descubrimiento de su Ser para nosotros familiar, es la pregunta sobre la fragilidad, y sobre todo acerca del mal, el dolor y el sufrimiento. En muchas declaraciones, y sobre todo en la Carta apostólica Salvifici doloris, Juan Pablo II mostró que la experiencia humana de la fragilidad, el sufrimiento y el mal no puede separarse de la pregunta de la salvación y la redención. La respuesta a esta pregunta puede al menos vislumbrarse en la actitud humana del don total de sí, es decir,

Como afirma Taylor, «hemos pasado de una sociedad en la cual era “prácticamente imposible” no creer en Dios a una en la cual incluso para el creyente más devoto ésta es sólo una posibilidad humana entre otras».

7 K. WOJTYLA, Persona e atto, a cura di G. REALE e T. STYCZEN, Rusconi, Sant’Arcangelo di Romagna, 1999, 45. Ver A. SCOLA, L’esperienza elementare. La vena profonda del magistero di Giovanni Paolo II, Marietti, 1820, Genova-Milano, 2003. 8 Ver A. SCOLA, Il mistero nuziale 1. Uomo-donna, Lateran University Press, Roma, 2005. 9 JUAN PABLO II, Mulieris dignitatem 7. 10 Ibíd. 11 S. WYSZYNSKI, Appunti dalla prigione, 18 gennaio 1954, CSEO biblioteca, Bologna, 1983, 59.

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del ofrecimiento: “el dolor se disuelve en un amor agradecido”11, escribía en los años en prisión el Cardenal Wyszynsky. Si la vida nos es dada, entonces ésta sólo puede realizarse en el don. La contraprueba reside en el hecho de que si no se da la vida, el tiempo se la roba.

LA REFLEXIÓN DE KAROL WOJTYLA, A LA LUZ DEL MAGISTERIO SOBRE TODO TRINITARIO DE JUAN PABLO II, OFRECE UNA RESPUESTA PERSUASIVA A ESTA INTERROGANTE, MOSTRANDO ASÍ LA FUERZA PROFÉTICA DE SU PENSAMIENTO Y POR CONSIGUIENTE SU ACTUALIDAD.

12 A. SCOLA, L’esperienza elementare…, cit., 21-59. 13 JUAN PABLO II, Redemptor hominis 1 14 Ibíd. 8 15 Ibíd. 9

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B. Cristo, contemporáneo nuestro Aun cuando tomaría mucho espacio desarrollarlo12, es posible documentar que las tres claves metodológicas sugeridas proporcionan a Karol Wojtyla-Juan Pablo II una base filosófica suficientemente sólida para resistir las objeciones dirigidas por el pensamiento contemporáneo a la metafísica y la ontología. Esto lo hace un pensador a la altura de los filósofos contemporáneos. Así es posible mostrar con fundamento cómo la propuesta de Dios formulada por Juan Pablo II, sobre todo en las tres encíclicas trinitarias, responde al deseo irreprimible de Dios, incluso cuando es sepultado bajo los escombros del clima nihilista contemporáneo del hombre postmoderno. El camino real elegido por el Papa polaco es el de la contemporaneidad de Jesucristo. a. Redemptor hominis Desde el comienzo de su pontificado, Juan Pablo II formuló vigorosamente una interpretación decisiva del Concilio Vaticano II basada en la icástica afirmación: “Redentor del hombre, Cristo es el centro del cosmos y de la historia”13. Con la encíclica Redemptor hominis, nos propone programáticamente la perspectiva cristocéntrica para hacer posible una comprensión exacta del núcleo constitutivo de la experiencia cristiana, entendida como plenitud de la experiencia común, integral y elemental del hombre. La afirmación inicial es profundizada ulteriormente en los párrafos 6-9, que sostienen no sólo el primado de Cristo redentor, sino el primado de Cristo tout court. Cristo es el Jefe por medio del cual existen todas las cosas. En Él, el hombre es pensado, deseado y creado, y no sólo redimido. “En Él —prosigue la encíclica— se ha revelado de un modo nuevo y más admirable la verdad fundamental sobre la creación”14. El Papa retoma en este punto el pasaje de Gaudium et spes 22 que inspiró toda su vida de hombre y sacerdote: “En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado”, para proseguir afirmando, en síntesis genial, que “la redención del mundo (…) es, en su raíz más profunda, la plenitud de la justicia en un Corazón humano: en el Corazón del Hijo Primogénito, para que pueda hacerse justicia de los corazones de muchos hombres, los cuales, precisamente en el Hijo Primogénito, han sido predestinados desde la eternidad a ser hijos de Dios (ésta es la afirmación decisiva) y llamados a la gracia, llamados al amor”15. Los pasajes culminan


«La propuesta de Dios formulada por Juan Pablo II, sobre todo en las tres encíclicas trinitarias, responde al deseo irreprimible de Dios, incluso cuando es sepultado bajo los escombros del clima nihilista contemporáneo del hombre postmoderno»

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en la afirmación capital: “Esta revelación del amor es definida también como misericordia, y tal revelación del amor y de la misericordia tiene en la historia del hombre una forma y un nombre: se llama Jesucristo”16. Juan Pablo II nos guía de este modo en el paso de Jesús al Padre, a través del camino que Cristo mismo nos mostró para revelarnos la Trinidad: de Jesús al Padre en el Espíritu.

EL RECORRIDO QUE CONDUCE DESDE EL EVENTO JESUCRISTO A LA VIDA ÍNTIMA DE LA TRINIDAD SE COMPLETA EN DOMINUM ET VIVIFICANTEM, LA TERCERA ENCÍCLICA TRINITARIA DE JUAN PABLO II, EN LA CUAL SE DESCRIBE EL DIÁLOGO VITAL QUE EL ESPÍRITU ADMITE ENTRE LA TRINIDAD Y EL HOMBRE.

b. Dives in misericordia Este tema es ulteriormente materia de indagación en la segunda encíclica del tríptico trinitario, Dives in misericordia, que profundizando en el cristocentrismo examina la falsa contraposición entre teocentrismo y antropocentrismo propuesta por “diversas corrientes del pensamiento humano”17. Esto es posible porque Jesús, la misericordia encarnada, revelando a Dios en el impenetrable misterio de Su Ser, muestra también claramente Su amor al hombre. Es en el horizonte del Logos-Amor, como no cesa también hoy de afirmar Benedicto XVI, donde el deseo de Dios encuentra una adecuada respuesta. En este Dios, ciertamente, la razón, entendida en toda su amplitud, la fe y la verdadera religión descubren su nexo profundo y fecundo18. La manifestación de la misericordia del Padre en Cristo explica el sentido preciso del misterio de la creación, permitiendo también aclarar el misterio de la elección de cada hombre19 en Jesucristo. c. Dominum et vivificantem El recorrido que conduce desde el evento Jesucristo a la vida íntima de la Trinidad se completa en Dominum et vivificantem, la tercera encíclica trinitaria de Juan Pablo II, en la cual se describe el diálogo vital que el Espíritu admite entre la Trinidad y el hombre. Esta encíclica muestra el alcance extremo de la pretensión de Jesucristo, descrito como imagen perfecta del Padre y por consiguiente como la figura (forma, Gestalt, silhouette) del hombre, ya que éste a su vez es creado a imagen de Dios. Por la gracia del Espíritu, el hombre descubre “en sí mismo el pertenecer a Cristo”20 y a través de esta pertenencia comprende mejor el sentido de su dignidad.

3. Interés en Cristo, interés en el hombre 16 Ibíd. 17 JUAN PABLO II, Dives in misericordia 1. 18 Ver BENEDICTO XVI, Discorso al Convegno della Chiesa Italiana, 19 de octubre de 2006 19 Ver JUAN PABLO II, Dives in misericordia 4. 20 Ibíd.

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¿De qué manera puede entonces el carácter central histórico y cósmico de Cristo alfa y omega despertar interés en el hombre contemporáneo? ¿Qué ofrece Jesucristo a su razón hiperexigente y a su libertad a menudo insatisfecha? Le ofrece una respuesta satisfactoria al enigma a partir del cual está constituido sin anular su libertad desde el momento que Cristo no pre-decide el drama del


individuo. De acuerdo con la reflexión teológica sobre la singularidad de Jesucristo, propuesta hoy con buenos argumentos por la teología, el Hijo de Dios encarnado, revelándose simultáneamente no sólo como redentor universal, sino también como jefe de la creación, se manifiesta como el Evento que explica el hombre al hombre. En semejante Evento, la libertad infinita del Deus Trinitas se adhiere, a través del Logos-Amor, a la libertad finita del hombre, liberándola. La Cristología no sustituye a la antropología, y esta última puede abrir a la primera todo su indispensable espacio. La afirmación de Cristo, contemporáneo nuestro, como testimonio de la posibilidad de denominar a Dios en la actualidad, presupone una interpretación de su Persona en cuanto Persona salvífica, como se desprende del tríptico trinitario de Juan Pablo II. Semejante interpretación permite dar cuenta del interés por su venida al mundo. En la persona histórica de Jesucristo se encuentran realmente unificadas y proyectadas, en la escatología del mundo nuevo/cielos nuevos, todas las dimensiones antropológicas. Surge de este modo también el interés por el hombre nuevo, sin el cual el interés por Cristo es nominal, y al mismo tiempo se manifiesta como interés por Cristo, sin el cual el interés por el hombre resulta en definitiva vacío. La cuestión del interés por, que retoma el tema de la con-venientia de Tomás, es pedagógicamente bastante actual y por lo tanto decisiva para la nueva evangelización. A mi juicio, sin embargo, ésta es cada vez menos propuesta, por lo cual se corre el riesgo de no ver ni su preciosidad ni el compromiso que exige a la fe. El testimonio, la reflexión y el magisterio de Karol Wojtyla-Juan Pablo II no dejan con todo de recordarnos que sobre todo el hombre postmoderno necesita este interés por su persona.

LA LIBERTAD INFINITA DEL DEUS TRINITAS SE ADHIERE, A TRAVÉS DEL LOGOS-AMOR, A LA LIBERTAD FINITA DEL HOMBRE, LIBERÁNDOLA. LA CRISTOLOGÍA NO SUSTITUYE A LA ANTROPOLOGÍA, Y ESTA ÚLTIMA PUEDE ABRIR A LA PRIMERA TODO SU INDISPENSABLE ESPACIO.

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Juan Pablo II ante la Vida Consagrada POR FRANCISCO JAVIER CARD. ERRÁZURIZ

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ue impresionante el eco que tuvieron las enseñanzas del Concilio Vaticano II, y los impulsos de renovación que suscitó vigorosamente. Con razón el Papa Juan XXIII profetizaba, al concluir la primera etapa de los trabajos, que la aplicación del Concilio sería verdaderamente un nuevo Pentecostés, que haría florecer en la Iglesia su riqueza interior y su extensión hacia todos los campos de la actividad humana. Por eso, para comprender El Papa Juan Pablo II —cuya el magisterio del Papa Juan Pablo II en relación a la Vida Consa- beatificación hemos celebrado grada, no podemos desprenderlo del contexto de su evolución en Roma y en el mundo entero—, con la claridad de un maestro, a partir del Concilio.

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con el ardor de un santo y con el corazón de un pastor, abordaría las esperanzas suscitadas en las comunidades religiosas por el Concilio Vaticano II, proponiéndoles los mejores caminos para vivir el misterio, la comunión y la misión de la Iglesia, y apoyando la fidelidad creadora al carisma fundacional.

En primer lugar, cabe destacar que la proclamación que hizo el Concilio acerca de la vocación universal, es decir, de todos los bautizados, a la santidad y el apostolado, suscitó un reordenamiento casi revolucionario de los estados de vida en la Iglesia, no en lo que se refiere a la doctrina, pero sí en el sentir de los discípulos de Cristo. Puso fin a una idea tan generalizada como errónea: que las vocaciones a la santidad y al apostolado, salvo algunas raras excepciones, no se pueden realizar sin incorporarse a un instituto religioso o a un seminario. La proclamación conciliar produjo un gran impacto. Tanto en la familia que fundan como también en el trabajo, los laicos, que están llamados a la santidad y al apostolado, pueden realizar su vocación. Entonces, ¿qué razón habría para buscar los caminos a la santidad y las obras apostólicas en los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica? ¿No ofrecen acaso numerosos movimientos apostólicos y otras nuevas fundaciones una espiritualidad laical en medio del mundo? Este reordenamiento, que aún hoy sigue renovando el rostro de la Iglesia, seguramente ha sido uno de los factores que han incidido en la disminución del número de jóvenes que golpean a las puertas de aquellos institutos cuya vida y cuya misión casi no se diferencian de la vida y la vocación de laicos célibes que viven coherentemente su consagración bautismal. El Concilio provocó además un dinamismo extraordinario al interior de las comunidades. Para que se renovaran les propuso que su patrimonio espiritual llegase a ser un hontanar vivificante. Para ello, que volvieran a las fuentes

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evangélicas de toda vida cristiana, y a la originaria inspiración de los institutos, es decir, al conocimiento y la observancia del espíritu de los fundadores y a los fines propios, como también a sus sanas tradiciones. Les propuso que participaran de la vida de la Iglesia, y que hicieran suyos y fomentaran con todas sus fuerzas, según su propio carisma, los proyectos y propósitos de la misma. Asimismo, los impulsó a conocer mejor las condiciones de los hombres y de los tiempos, como también las necesidades de la Iglesia. El decreto conciliar Perfectae Caritatis, que contenía este gran programa de renovación de la vida religiosa, propuso una profunda revisión de las constituciones, los directorios, los libros de costumbres y las normas de vida, de oración y de trabajo de las comunidades, en consonancia con las condiciones físicas y psíquicas de los miembros, las necesidades del apostolado, como también con las exigencias de la cultura y con las circunstanLa Confederación estaba cias sociales y económicas. Además este Decreto señaló que inspirando la vida religiosa en era necesario revisar el régimen de los institutos. Todo esto, los países de su competencia, según el documento citado, para acoger las orientaciones del impulsando la renovación y Concilio, suprimiendo todo lo anticuado. Perfectae Caritatis la inculturación de la vida abrió las puertas y fijó las metas a un trabajo de refundación religiosa, pero rompiendo de las comunidades en fidelidad a los propósitos y el espíritu con su tradición, interfiriendo la de quienes las habían fundado. autonomía y el servicio Como era de esperar, suscitó una profunda alegría y mucha de los superiores generales de vida en las comunidades. Redescubrieron con gozo y entusiaslos institutos, y de manera mo el carisma de sus fundadores y fundadoras, y su vocación, a no sólo autónoma sino partir de la riqueza del Evangelio, de ser buena noticia para la también confrontacional sociedad. La renovación originó, entre otras cosas, un notable con la Jerarquía. diálogo interno en seminarios y capítulos generales decisivos para los institutos; una fecunda participación en la vida y el trabajo pastoral de las diócesis; un esfuerzo sincero por vivir la comunión, lejos de todo formalismo; nuevas maneras de orar, más personales y cercanas a la vida; un nuevo estilo de gobierno, la inserción de comunidades en poblaciones de dolorosa pobreza, y una formación inicial y permanente más profunda y amplia. Lo pudimos constatar: también provocó tensiones internas y rupturas con el pasado, abandono de signos de pertenencia y, en diversas comunidades, una profunda inseguridad y desconcierto acerca de la propia manera de vivir la consagración, los votos, la vida de oración y de comunidad, el apoyo a los más pobres en la denuncia de las injusticias y en la lucha junto a los trabajadores por una vida, un trabajo, una educación, una atención sanitaria, una remuneración y una participación dignas. Tampoco fue fácil la opción por las obras más adecuadas para realizar la intuición de los fundadores en circunstancias tan diferentes a las suyas. Ya el Concilio preveía que la búsqueda del carácter y del espíritu genuinos de los institutos los llevaría incluso a abandonar obras. Vale la pena recordar algunas búsquedas que desestabilizaron a numerosas comunidades. Tengamos presente, por ejemplo, la agitación que recorrió a aquellos institutos cuyos fundadores los constituyeron como institutos de

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vida apostólica, y muy pronto fueron convertidos en comunidades contemplativas. Recordemos asimismo la vacilación que provocó la reflexión sobre las obras propias y la adopción de obras y acciones evangelizadoras diferentes, cuando se tomó conciencia de que la fundadora había asumido la tarea de enseñar en los campos y los pueblos, abandonados por el Estado, como la obra de caridad más propia del Instituto, y se constató que esa tarea –si bien lejos del proyecto de una formación cristiana- había sido asumida por el Estado. No olvidemos algunas experiencias extrañas que nacieron por el noble y apresurado afán de inculturar la vida religiosa y las formas de acción apostólica. Por último, es evidente que ciertas formas de la vida de las comunidades y de sus miembros debían abrirle paso en determinados Se aproximaba, por otra parte, institutos a una mayor libertad y responsabilidad personales, la celebración del quinto porque adolecían de formalismo. centenario de la llegada de En virtud del espíritu de comunión que proclamó el Concilio, Cristóbal Colón a América las búsquedas recordadas ocurrieron en un clima nuevo, opy, con ello, de la llegada del timista, hacia la colaboración con los laicos. Fueron pocos los Evangelio. Con ocasión de esa institutos que no los invitaron a compartir la espiritualidad y hora de gracia, el Papa estaba la vida de la comunidad; un número muy reducido, aun la toma impulsando la preparación de decisiones. Así surgieron, con mayor o menor organización, del aniversario, durante nueve nuevos movimientos de laicos, porque asumieron y adaptaron años, para que la celebración a su vida una espiritualidad que hasta entonces había estado fuera una gran acción de reservada a los consagrados del Instituto. Un número imporgracias, no ocultando los tante de miembros en algunos institutos optaron, sin embargo, enormes sufrimientos que no por acompañar sino por asimilar y compartir más de cerca causó la Conquista. Para la la vida social, política y familiar de los laicos, alejándose de directiva latinoamericana de estilos de vida y compromisos propios de quienes habían sido los religiosos, no había nada llamados por Dios a una vida consagrada estando en el mundo que celebrar. pero sin ser del mundo. Como pudo constatarse, numerosas experiencias enriquecieron la vida y el trabajo de muchas comunidades consagradas, su camino a la santidad, y su comunión y colaboración con otras comunidades, constituyéndose en signos proféticos del Reino de Dios en la sociedad. Pero no faltaron las que presumieron ser proféticas, siguiendo caminos confusos, a veces secularizados, realmente incompatibles con su vocación. Recuerdo, entre otras, a algunas comunidades norteamericanas que acabaron con la pobreza, porque se opondría a la vida en el mundo de una persona madura, y también con la obediencia, ya que todas podían solucionar los problemas mediante votaciones. Diluyeron el apostolado comunitario, puesto que cada miembro debía vivir como un profesional, y también la vida comunitaria, ya que el mundo moderno espera que una personalidad soltera, consciente de su misión, viva en su propio departamento. La cultura de la sociedad había logrado configurar el sentir, la vida y el trabajo de estos institutos, y ellos habían dejado de ser un fermento evangélico y profético en la sociedad. Naturalmente, no tenían vocaciones. Algo semejante ocurrió en diversas comunidades de religiosas en Holanda y en otros países.

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«En diciembre del año 1990, en medio de un impresionante dinamismo, desconocido en los últimos tiempos, de renovación y también de cuestionamientos de numerosos institutos de vida consagrada y de sus miembros, recibí el llamado del Santo Padre a colaborar con él en la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, como Arzobispo Secretario de este Dicasterio Romano»

Refiriéndose a los problemas que enfrentó la vida consagrada en los años anteriores al Sínodo que se ocupó específicamente de su vida y su misión, el Papa escribió: “En estos años de renovación la vida consagrada ha atravesado, como también otras formas de vida en la Iglesia, un período delicado y duro. Ha sido un tiempo rico de esperanzas, proyectos y propuestas innovadoras encaminadas a reforzar la profesión de los consejos evangélicos. Pero ha sido también un período no exento de tensiones y pruebas, en el que experiencias, incluso siendo generosas, no siempre se han visto coronadas por resultados positivos.” (VC 13) Muy pocos años después de la clausura del Concilio Vaticano II, que le entregó a la Iglesia una gran claridad doctrinal sobre su ser y su misión en el mundo actual, e innumerables impulsos de vida para que desplegara fecundamente su misión en nuestro tiempo en bien de la humanidad, el 16 de octubre de 1978 fue elegido por el Cónclave el Papa Juan Pablo II, cuya beatificación hemos celebrado en Roma y en el mundo entero. Con la claridad de un maestro, con el ardor de un santo y con el corazón de un pastor abordaría las esperanzas suscitadas en las comunidades religiosas por el Concilio Vaticano II, proponiéndoles los mejores caminos para vivir el misterio, la comunión y la misión de la Iglesia, y

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apoyando la fidelidad creadora al carisma fundacional a partir del compromiso con Cristo y con la Iglesia. A veces, también señalando y corrigiendo algunos extravíos, ocasionados por comprensiones erradas de la renovación postconciliar, que impulsaban más bien a cambiar que a renovar, a asimilar formas ajenas a la propia identidad, en lugar de asumirla con fe, valentía y esperanza al servicio del mundo y de los más afligidos. En diciembre del año 1990, en medio de un impresionante dinamismo, desconocido en los últimos tiempos, de renovación y también de cuestionamientos de numerosos institutos de vida consagrada y de sus miembros, recibí el llamado del Santo Padre a colaborar con él en la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, como Arzobispo Secretario de este Dicasterio Romano. El proceso Uno de sus teólogos, de mucha iniciado, orientado e impulsado por el Concilio, de insospechada autoridad, escribía que en magnitud, había concluido su primera etapa, y un gran número el tiempo presente no hay de institutos había elaborado sus nuevas constituciones. Estaba fundadores de comunidades concluyendo la etapa de la aprobación pontificia de las mismas, religiosas. En la actualidad, después de haberlas experimentado en la vida y el apostolado el único fundador sería el del Instituto durante varios años. Cuando me incorporé a la pueblo que rodea a estas Congregación, sus expertos recordaban el buen trabajo de mu- comunidades de inserción chos institutos en sus capítulos generales, las dificultades que y que las evangeliza. Para encontraron en algunos, que con el entusiasmo de los cambios ello, es necesario que los habían perdido una parte de su inspiración fundacional, y las religiosos practiquen el total solicitudes de aprobación de nuevas observancias de algunos desasimiento de su cultura, de institutos de fecunda tradición en la Iglesia, debido a interpreta- su formación, de sus proyectos ciones diversas y encontradas, a veces realmente secularizadas, evangelizadores, aun del propio del carisma fundacional. carisma y del resto del Instituto,

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de tal manera que puedan ser evangelizados por el pueblo, y así se cree esta nueva forma de vida comunitaria homogénea y universal.

Después de haber descrito sucinta y parcialmente la fructífera efervescencia postconciliar en la mayoría de las comunidades de vida religiosa, quisiera referirme a continuación a algunas situaciones difíciles que encontré y que debí enfrentar como colaborador del Santo Padre, en las cuales reconocí con admiración la actitud suya, que debía caracterizar también mi servicio a la Vida Consagrada. Más adelante deseo consignar los grandes impulsos de renovación que él entregó a las comunidades para cumplir con el encargo recibido de Dios en virtud de su ministerio petrino. 1. Fui llamado al servicio de las comunidades religiosas, precisamente por

haber nacido y vivido en nuestro continente, para que ayudara a solucionar determinadas situaciones muy complejas. Entre ellas, la primera, la crisis por la cual atravesaba la CLAR (Confederación Latinoamericana y Caribeña de Religiosos). Esta Confederación reúne a las Conferencias nacionales de superiores y superioras mayores, es decir, de superiores generales y provinciales, de todos los países de América Latina y El Caribe. Por esos años, la Confederación

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estaba inspirando la vida religiosa en los países de su competencia, impulsando la renovación y la inculturación de la vida religiosa, pero rompiendo con su tradición, interfiriendo la autonomía y el servicio de los superiores generales de los institutos, y de manera no sólo autónoma sino también confrontacional con la Jerarquía. Uno de sus consejeros me confidenció: “quisimos prestar un servicio desinteresado, y nos transformamos en un poder que impone, carente de respeto”. Ya a fines de los años 60, el Presidente de la Conferencia de Religiosos de Chile, el recordado P. Egidio Viganó SDB, percibía las imposiciones de la CLAR y proponía temas descartados por ésta, pero esenciales para la vida consagrada, para que fueran objeto de estudio e intercambio en las Asambleas de la Conferencia de Religiosos en Chile. Chile no era el único país que no seguía las orientaciones de la CLAR. A modo de ejemplo de su actitud conflictiva, recuerdo algunos El daño a la acción del Espíritu hechos. La Presidencia de la CLAR de ese entonces había quehabría sido incalculable. rido editar de manera autónoma, es decir, prescindiendo de la Él es el artífice de la unidad Jerarquía, una traducción comentada de la Biblia, pero a última del Pueblo de Dios y el origen hora llegó a un acuerdo con el Presidente del CELAM para que de todos los ministerios y la publicación fuera conjunta. Ya el segundo tomo, sin embargo, carismas auténticos de la iba a ser enviado a la imprenta sin el visto bueno del CELAM, Iglesia, y de su diversidad porque “los religiosos unidos jamás serán vencidos”. Se aproxiconforme al plan de Dios. maba, por otra parte, la celebración del quinto centenario de la Ningún plan humano y ninguna llegada de Cristóbal Colón a América y, con ello, de la llegada ideología pueden suplantarlo. del Evangelio. Con ocasión de esa hora de gracia, el Papa estaba impulsando la preparación del aniversario, durante nueve años, para que la celebración fuera una gran acción de gracias, no ocultando los enormes sufrimientos que causó la Conquista. Para la directiva latinoamericana de los religiosos, no había nada que celebrar. Sólo cabía arrepentirse. Para ello, según consta en una de sus actas, se proponían convocar un gran encuentro de superiores generales y provinciales de Latinoamérica, poco después de la conclusión de la IV Conferencia del Episcopado de Santo Domingo. La razón: entregar líneas pastorales diferentes, que no acentuaran la gratitud por la primera evangelización, sino recogieran en primer lugar el sufrimiento de los pueblos autóctonos, e invitaran a su liberación, porque en este Continente “los religiosos somos más poderosos que los Obispos”. Otro elemento de la confrontación fue el siguiente: la CLAR perseguía una determinada forma de inculturación de la Vida Religiosa. Para ello le abría camino a un modelo unitario, las CRIMPO, es decir, las comunidades religiosas insertas en medios populares, desconociendo y minusvalorando o negando la vigencia de todos los demás carismas que Dios les había dado a las diferentes fundaciones, por ejemplo, el carisma de la educación, de la pastoral hospitalaria, de la catequesis, etc. Uno de sus teólogos, de mucha autoridad, escribía que en el tiempo presente no hay fundadores de comunidades religiosas. En la actualidad, el único fundador sería el pueblo que rodea a estas “comunidades de inserción”, y que las evangeliza. Para ello, es necesario que los religiosos practiquen el total desasimiento de su cultura, de

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su formación, de sus proyectos evangelizadores, aun del propio carisma y del resto del Instituto, de tal manera que puedan ser evangelizados por el pueblo, y así se cree esta nueva forma de vida comunitaria homogénea y universal. El daño a la acción del Espíritu habría sido incalculable. Él es el artífice de la unidad del Pueblo de Dios y el origen de todos los ministerios y carismas auténticos de la Iglesia, y de su diversidad conforme al plan de Dios. Ningún plan humano y ninguna ideología pueden suplantarlo. Él inspira a los Pastores para que disciernan qué carismas provienen de Dios, y para que animen, unan y coordinen las iniciativas evangelizadoras en el Pueblo de Dios. Había que suprimir o reorientar la CLAR, se decía, de manera que dejara de promover un magisterio paralelo y no pidiera sumisión a los religiosos y a sus institutos en América Latina ante determinados objetivos que le quitarían libertad a los carismas dados por el Espíritu a la Iglesia. Ya el año 1990 el Papa había tomado una iniciativa de gran Había que suprimir o reorientar valor. Había enviado a los religiosos de América Latina una la CLAR, se decía, de manera Carta apostólica, Los Caminos del Evangelio. Pero esta carta suya que dejara de promover un no había sido recibida por la CLAR como una orientación y magisterio paralelo y no pidiera una ayuda que provenía de su corazón y su sabiduría de pas- sumisión a los religiosos y a sus tor. Muchos la habían desestimado, suponiendo erradamente institutos en América Latina que la había escrito un gran luchador contra las influencias del ante determinados objetivos marxismo en ciertos grupos de católicos de América Latina, que le quitarían libertad a los y contra desviaciones en la Vida Religiosa, el Cardenal don carismas dados por el Espíritu Alfonso López Trujillo. a la Iglesia. Juan Pablo II, antes de tomar una nueva decisión, quiso escuchar a todos los Nuncios Apostólicos de América Latina y El Caribe. No fueron pocos los que pidieron la supresión de la CLAR. Poco después, en enero del año 1991, convocó a una reunión en Roma a los seis superiores generales y a las seis superioras generales de los institutos religiosos de mayor difusión en el Continente, para escuchar sus pareceres. Recuerdo que el Prepósito general de la Compañía de Jesús, el P. Peter Hans Kolvenbach, viajó desde Asia para asistir a ella. A juicio suyo el problema no tendría solución si no se cambiaba a todas las personalidades que intervenían en el gran conflicto. Juan Pablo II no optó por suprimir este lugar de encuentro y diálogo de los religiosos en América Latina. Tomó diversas medidas para que volviera a su cauce originario, y se pusiera realmente al servicio de la Vida Religiosa en América Latina. Quiso liberar a todas las comunidades carismáticas de la indebida presión que se estaba ejerciendo sobre ellas para que cambiaran su identidad; la que Dios les había dado. Quiso ayudar a la CLAR a retomar la misión de ser un instrumento de comunión, y así a reanudar los lazos de comunión con los obispos, con la Santa Sede y con los mismos institutos. Para ello, intervino las elecciones. La Asamblea que se realizaría en el mes de febrero no podría elegir a los miembros de la nueva Presidencia, pero sí proponer nombres para el nombramiento que esta vez él mismo haría. Nombró un Delegado Pontificio para la Confederación, con derecho a veto sobre los

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acuerdos que tomara la Presidencia, y alentó el diálogo permanente que mantendría la Congregación Romana con la CLAR. Cuando partí a la Asamblea, me dio su bendición y me animó, asegurándome con fe y esperanza: “Reaccionarán bien”. Así fue, después de unos primeros días tormentosos. El vuelco se produjo el día de la peregrinación que hicimos al Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe. Fue una impresionante experiencia de muerte y resurrección, una experiencia realmente pascual la de ese día y la de los años que siguieron. Al regresar a Roma, informé al Santo Padre lo vivido junto al Lago de Guadalupe. Se rió de buena gana al saber que el día más difícil había sido el 22 de febrero, fecha en que la Iglesia celebra la cátedra de san Pedro. 2. Recibí en mis primeras semanas en Roma otro encargo del Santo Padre muy

diferente del anterior. Se refería a la renovación de la regla de vida de una Orden muy querida por él y por toda la Iglesia. Él apreciaba sobremanera los escritos de santa Teresa de Ávila y de san Juan de la Cruz. Los conocía desde el tiempo de sus estudios de teología. Su alma contemplativa, con tanta sed de Dios, subía con ellos al Monte Carmelo. No quería perder para la Iglesia un don tan grande. Por eso siguió atentamente la revisión de las constituciones de los conventos de carmelitas descalzas. Por desgracia, para la renovación de las reglas y de los textos legislativos de las comunidades contemplativas, no se invitó a valiosas representantes de los monasterios a reelaborar sus propias constituciones. Con el deber de escucharlas, el trabajo fue encargado a sacerdotes de las órdenes que compartían la misma espiritualidad. Muchas hermanas carmelitas, que tenían en su mente y en su corazón la manera de expresarse de santa Teresa, no se sintieron interpretadas por el lenguaje postconciliar de esos valiosos varones, sus hermanos carmelitas. Era muy diferente. Además, la indicación que ellos habían recibido de escribir constituciones genéricas, por así decirlo, que dejaran fuera lo que no regía en todos los conventos del mundo, más de setecientos, concluyó con un texto escuálido. Por estos y otros motivos, no fue aprobado por el santo Padre el texto preparado durante los años anteriores por los padres carmelitas y por la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada. Se aprobó otro texto, preparado por unos pocos conventos españoles, liderados por dos prioras: la superiora del convento de Cerro Los Ángeles y la priora de la comunidad de san José de Ávila. Algunos colaboradores del Santo Padre le aseguraron a él que estas últimas constituciones eran fieles a la intención de la Santa Madre y serían adoptadas por todos los monasterios que vivían ejemplarmente la estricta observancia establecida por santa Teresa. Una carta del Secretario de Estado les aseguraba a los otros monasterios que se encontrarían constituciones para su observancia, la que se había apartado de la tradición genuinamente teresiana. Para sorpresa del Santo Padre, 600 conventos no adoptaron las constituciones aprobadas por él el año 1990. Visité varios conventos para conocer las razones de este rechazo. En nada se apartaban de la observancia fidelísima a santa Teresa. La razón no

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era una relajación de la estricta observancia. Sobre todo no querían perder a sus confesores y predicadores carmelitas, admiradores de la reforma teresiana, los cuales habían sido excluidos en las constituciones ya aprobadas. Esos encuentros personales con el Papa revelaban su sabiduría y su santidad. Sorprendido por la información errada que había recibido, y compartiendo el sufrimiento de los conventos que no tenían constituciones aprobadas, me encargó la revisión del otro texto que había sido elaborado, pero no aprobado. Lo hice con la ayuda competente de dos religiosos, hombres de confianza de ambas partes. El Santo Padre aprobó nuestro trabajo, y acompañó la publicación del segundo texto de constituciones con una carta, fechada el 1° de octubre del año 1991, que revela su espíritu amplio, sabio y generoso. Copio tres párrafos de dicha carta: “A lo largo de mi pontificado ya he tenido ocasión de manifestar mi afecto por todas las Carmelitas Descalzas y poner de relieve la importancia de vuestro carisma, tanto en las visitas hechas a algunos monasterios, como en la beatificación de insignes Hermanas vuestras que el Señor me ha concedido elevar al honor de los altares. Entre ellas quiero recordar a las Beatas: María de Jesús Crucificado, Isabel de la Trinidad, las Carmelitas Mártires de Guadalajara —María Pilar, Teresa, María Ángeles—, Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein) y Teresa de Jesús (de los Andes). Con estas beatificaciones he querido presentar a toda la Iglesia el testimonio de la vida contemplativa y poner ante vuestros ojos unos ejemplos de santidad que puedan guiar vuestros pasos en esta hora de la historia.

Juan Pablo II, antes de tomar una nueva decisión, quiso escuchar a todos los Nuncios Apostólicos de América Latina y El Caribe. No fueron pocos los que pidieron la supresión de la CLAR. Poco después, en enero del año 1991, convocó a una reunión en Roma a los seis superiores generales y a las seis superioras generales de los institutos religiosos de mayor difusión en el Continente, para escuchar sus pareceres.

En esta circunstancia me dirijo con afecto a todas las Carmelitas Descalzas, con motivo de la aprobación de un nuevo texto de las Constituciones. Termina así un largo proceso en el que la Santa Sede, consciente de la gran importancia de vuestra vocación específica, tanto para la familia del Carmelo como para toda la Iglesia, ha sometido a un particular discernimiento vuestra legislación, para salvaguardar la herencia espiritual de Santa Teresa.

Ambos textos, aprobados igualmente por la Iglesia, quieren ser una fiel interpretación del carisma teresiano. Este permanece inalterado, así como el estilo de vida propuesto por la Santa Madre en sus Constituciones y otros escritos suyos. Sus diferencias no se refieren, por tanto, ni a la substancia del carisma contemplativo carmelitano-teresiano ni al necesario y constante retorno a su primigenia inspiración; corresponden más bien a diversas modalidades de interpretar la adaptación a las cambiadas condiciones de los tiempos (cf. Perfectae Caritatis, 2), y de formular la legislación de los Institutos religiosos, cuya aprobación es competencia exclusiva de la Santa Sede (Código de Derecho Canónico, cánones. 578 y 587). Se trata, por tanto, de apreciaciones diferentes que nacen de una misma voluntad de fidelidad al Señor, y que la Santa Sede ha querido respetar, así como respeta la libertad que cada monasterio tiene de optar por uno u otro de los textos constitucionales aprobados.”

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Con este espíritu, colmado de respeto, amor paterno y esperanza, alentó el Santo Padre la renovación de los institutos, sin detenerse ante pequeñas diferencias y controversias, pero sí alentando la entrega generosa y la docilidad filial al querer y la conducción de Dios. De la disponibilidad de la Virgen María y de su aceptación del plan divino, manifestado también en la voz del Señor de los tiempos y de la historia, quería aprender quien la amaba entrañablemente y la seguía. Así brillaba la disposición interior que iluminaba sus pensamientos y su vida: Totus tuus. Podría continuar con la enumeración de situaciones difíciles que abordamos como colaboradores del Papa, por encargo suyo y en sintonía con él. Mostrarían el contexto vivo que él consideraba en sus acciones, y nos ayudaría a valorar, en sus intervenciones, la calidad de su amor pastoral. Pero si lo hiciera, también debería mencionar un sinnúmero Por estos y otros motivos, no fue de experiencias admirables, por ejemplo, en los procesos de aprobado por el santo fundación de nuevas comunidades de vida consagrada, que Padre el texto preparado manifestaban la voluntad de Aquel que tiene en sus manos durante los años anteriores por la conducción de la Iglesia. Tratemos, más bien, de describir los padres carmelitas y por la brevemente, pero con mayor amplitud, la relación de Juan Congregación para los Pablo II con la Vida Consagrada.

Institutos de Vida Consagrada. Se aprobó otro texto, preparado por unos pocos conventos españoles, liderados por dos prioras: la superiora del convento de Cerro Los Ángeles y la priora de la comunidad de san José de Ávila.

III

Fue tan universal el ejercicio del ministerio petrino durante el pontificado de Su Santidad Juan Pablo II, que sería erróneo caracterizarlo a él unilateralmente como el Papa del protagonismo de los laicos, o el Papa de los movimientos eclesiales, o el Papa de los jóvenes y de las familias, o el Papa de los santuarios, o el Pastor de los grandes viajes, saliendo al encuentro de los fieles en incontables países. Con igual razón se podría hablar del Papa de la Vida Consagrada. A ella le dedicó dos exhortaciones apostólicas —Redemptionis donum el año 1983, y Vita Consecrata el año 1996—, una serie de catequesis el año 1994, incontables alocuciones y homilías, una especial atención en cada uno de sus viajes y en sus encuentros con las dos Uniones de Superiores Generales, como asimismo con las comunidades que fueron recibidas en audiencia especial con ocasión del capítulo general que celebraban en Roma. Es posible que a ninguno de los otros estados de vida el Papa se haya dirigido específicamente en tantas ocasiones como a la Vida Consagrada. Alguien podría engañarse, caracterizando al Papa Juan Pablo II por sus actividades como una fuente inagotable de encuentros, discursos y homilías, con motivo de diversas circunstancias. Más que eso, era un buen Pastor, que salía a llamar a las ovejas del rebaño de Jesucristo, a las suyas, por su nombre, que les abría puertas, las protegía de malos pastores y de salteadores, las precedía, las inspiraba, les abría camino y las conducía a los mejores

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pastos y al agua fresca y cristalina que mana de ese torrente de agua viva, que es el Espíritu. El Padre santo era, antes que nada, un hombre de Dios, un contemplativo de las Personas de la Sma. Trinidad y de su acción en la Iglesia y en el mundo. Por eso, sobrecogido por la presencia y por la obra de Dios, no se cansaba de invitar a los institutos y a todo el Pueblo de Dios, a considerar a los fundadores, a los carismas que Dios les había confiado y a las mismas comunidades que ellos habían fundado como un verdadero don de Dios para la Iglesia y la humanidad, que nos compromete y nos llena de admiración y gratitud. Traigamos a la memoria algunas afirmaciones suyas en los primeros números de la Exhortación apostólica Vita Consecrata, en las cuales la presenta como un gran don de Dios para la Iglesia: “En realidad, la vida consagrada está en el corazón mismo de la Iglesia como elemento decisivo para su misión, ya que indica la naturaleza íntima de la vocación cristiana y la aspiración de toda la Iglesia Esposa hacia la unión con el único Esposo. En el Sínodo se ha afirmado en varias ocasiones que la vida consagrada no sólo ha desempeñado en el pasado un papel de ayuda y apoyo a la Iglesia, sino que es un don precioso y necesario también para el presente y el futuro del Pueblo de Dios, porque pertenece íntimamente a su vida, a su santidad y a su misión.

Fue tan universal el ejercicio del ministerio petrino durante el pontificado de Su Santidad Juan Pablo II, que sería erróneo caracterizarlo a él unilateralmente como el Papa del protagonismo de los laicos, o el Papa de los movimientos eclesiales, o el Papa de los jóvenes y de las familias, o el Papa de los santuarios, o el Pastor de los grandes viajes, saliendo al encuentro de los fieles en incontables países. Con igual razón se podría hablar del Papa de la Vida Consagrada.

Las dificultades actuales, que no pocos Institutos encuentran en algunas regiones del mundo, no deben inducir a suscitar dudas sobre el hecho de que la profesión de los consejos evangélicos sea parte integrante de la vida de la Iglesia, a la que aporta un precioso impulso hacia una mayor coherencia evangélica. Podrá haber históricamente una ulterior variedad de formas, pero no cambiará la sustancia de una opción que se manifiesta en el radicalismo del don de sí mismo por amor al Señor Jesús y, en Él, a cada miembro de la familia humana. Con esta certeza, que ha animado a innumerables personas a lo largo de los siglos, el pueblo cristiano continúa contando, consciente de que podrá obtener de la aportación de estas almas generosas un apoyo valiosísimo en su camino hacia la patria del cielo.” (VC 3)

“¿Cómo no recordar con gratitud al Espíritu la multitud de formas históricas de vida consagrada, suscitadas por Él y todavía presentes en el ámbito eclesial? Estas aparecen como una planta llena de ramas que hunde sus raíces en el Evangelio y da frutos copiosos en cada época de la Iglesia. ¡Qué extraordinaria riqueza! Yo mismo, al final del Sínodo, he sentido la necesidad de señalar este elemento constante en la historia de la Iglesia: los numerosos fundadores y fundadoras, santos y santas, que han optado por Cristo en la radicalidad evangélica y en el servicio fraterno, especialmente de los pobres y abandonados. Precisamente este servicio evidencia con claridad cómo la vida consagrada manifiesta el carácter unitario del mandamiento del amor, en el vínculo inseparable entre amor a Dios y amor al prójimo.

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UN DOCUMENTO CLAVE: VITA CONSECRATA

La exhortación apostólica postsinodal Vita Consecrata es el documento de Su Santidad Juan Pablo II más importante sobre esta materia. Además tiene el mérito de haber sido elaborada con las valiosísimas aportaciones de los Obispos y los religiosos que participaron en el Sínodo. Como esta Exhortación resume el pensamiento de Juan Pablo II, recordemos y gustemos sus contenidos. Ya los títulos de los diversos acápites dan una visión de conjunto sobre su riqueza doctrinal y espiritual. En los primeros, Juan Pablo II contempla la obra del Espíritu Santo y presenta con admiración la vida consagrada como icono de Cristo Transfigurado. Quienes se adscriben a ella, por iniciativa del Padre, son consagrados por el Espíritu Santo, para alabanza de la Santísima Trinidad, en el seguimiento de Cristo mediante la profesión de los consejos evangélicos, constituyéndose así en un reflejo de la vida trinitaria. Se detiene el Papa a continuación en la dimensión pascual y escatológica de la vida consagrada, y presenta a la Virgen María como modelo de consagración y seguimiento. Luego muestra la originalidad de esta especial consagración en el Pueblo de Dios, compuesto de fieles que fueron consagrados a Cristo en el bautismo. No duda en reconocerle a la vida consagrada, como expresión de la santidad de la Iglesia, una excelencia objetiva, “porque refleja el mismo modo de vivir de Cristo. Precisamente por esto, ella es una manifestación particularmente rica de los bienes evangélicos y una realización más completa del fin de la Iglesia que es la santificación de la humanidad”. (VC 32) Ella tiene la misión de testimoniar el Evangelio de las Bienaventuranzas, y de ser imagen viva de la Iglesia-Esposa. Para ello ha de ser coherente con el llamado recibido, y ser fiel, con fidelidad creativa, al carisma fundacional. Lo logrará, si asume, con una oración viva y constante, el combate espiritual que conduce a la santidad, propio de la vocación a la vida cristiana y a la vida conforme a los consejos evangélicos. El segundo capítulo de la Exhortación apostólica trata de la vida consagrada como un signo de fraternidad. En primer lugar, como signo de comunión en la Iglesia-Comunión, a imagen de la Trinidad, y también de la comunidad de los apóstoles. El Papa subraya la dimensión fraterna en el contexto de un mundo dividido e injusto, y trata de la misión de la autoridad en las comunidades, del papel de las personas ancianas, de la dignidad y la misión de la mujer consagrada, y de los laicos voluntarios y asociados. Como era de esperar, invita a la comunión y al diálogo entre los diversos institutos, con la ayuda de los organismos de comunión y coordinación, y no olvida el valor de la comunión jerárquica, especialmente en la Iglesia particular. Juan

El Sínodo ha recordado esta obra incesante del Espíritu Santo, que a lo largo de los siglos difunde las riquezas de la práctica de los consejos evangélicos a través de múltiples carismas, y que también por esta vía hace presente de modo perenne en la Iglesia y en el mundo, en el tiempo y en el espacio, el misterio de Cristo.” (VC 5) La exhortación apostólica postsinodal Vita Consecrata ha sido valorada como el documento más importante del pontificado de Juan Pablo II. Contiene sus orientaciones y sus esperanzas acerca de la vida consagrada, y la síntesis más completa y alentadora para la aplicación del Concilio, al concluir una primera etapa de la renovación que éste propuso e impulsó vigorosamente (ver recuadro). La fuente del rico magisterio de Juan Pablo II la encontramos en su resolución,

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Pablo II invita a los institutos a mirar con realismo sus dificultades presentes, ya sea debido a las tendencias dominantes de sociedades que rechazan la obediencia, la pobreza y la castidad como opción de vida por el Reino, ya sea a causa de la disminución del número de miembros y consiguientemente de presencias y de obras en determinados ámbitos culturales, mientras que en otros crece su presencia y sus obras en bien de la sociedad. Invita a mirar con esperanza las pruebas presentes, sabiendo que la misión eclesial de la vida consagrada no puede faltar. Señala la necesidad de un nuevo impulso a la pastoral vocacional y al compromiso con la formación inicial y permanente -personal, comunitaria y apostólica-, que responda de manera excelente a las exigencias del tiempo, manteniendo, renovando y profundizando la fidelidad inicial en cada etapa de la consagración de la vida. En el tercer capítulo de su Exhortación apostólica, valora el Santo Padre la misión a la cual se consagran quienes son llamados por Cristo al servicio de Dios y de los hombres, animados de una espiritualidad apostólica, y colaborando con las otras instancias eclesiales, con las cuales se ha de trabajar siempre en comunión y diálogo. El Papa revela el aprecio de la Iglesia por esta vocación al servicio y al amor hasta el extremo, ya que prolonga el amor de Jesucristo en todos los rincones de la tierra, comprometida con el anuncio inculturado del Emmanuel en la primera y en la nueva evangelización, privilegiando el amor a los pobres, el cuidado de los enfermos y la promoción de la justicia. El Papa reconoce y apoya el carácter profético de la vida consagrada, que la lleva a ser fiel a su misión hasta el martirio, como también su imprescindible importancia en el mundo contemporáneo. En ese contexto anima a los consagrados a responder a los desafíos que este mundo plantea a quienes han abrazado los consejos evangélicos para cumplir con la voluntad del Padre, escuchando la Palabra de Dios, y viviendo en comunión con Cristo. Por último manifiesta su esperanza en las aportaciones de la vida consagrada, llamada a ponerse al servicio de la unidad de los cristianos y al diálogo con todos los que buscan a Dios, y a estar presente en los grandes areópagos de la misión, especialmente en el ámbito de la cultura, la educación y las comunicaciones sociales. El texto íntegro de le Exhortatione apostólica Vita Consecrata puede leerse en www.humanitas.cl

como hombre de Dios, de amar con todo el corazón a las personas y a las comunidades a las cuales Dios ama con predilección, y de proclamar la vocación y la misión que tienen en el plan de Dios. A ellas les entregó a manos llenas su amor, su tiempo, su conducción, su misericordia y su sabiduría. Entre estas realidades, como lo manifestó tantas veces, estaban los Institutos de Vida Consagrada, que la Iglesia ama como a uno de sus mayores tesoros. No podía ser de otra manera. Él mismo lo explicó con estas palabras: “La Iglesia no puede renunciar absolutamente a la vida consagrada, porque expresa de manera elocuente su íntima esencia esponsal. En ella encuentra nuevo impulso y fuerza el anuncio del Evangelio a todo el mundo. En efecto, se necesitan personas que presenten el rostro paterno de Dios y el rostro materno de la Iglesia, que se jueguen para que los

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otros tengan vida y esperanza (…) Toda la Iglesia tiene en sus manos este gran don y, agradecida, se dedica a promoverlo con la estima, la oración y la invitación explícita a acogerlo.” (VC 106) El Sucesor de Pedro quiso ponerse generosa y sabiamente al servicio de esta porción del Pueblo de Dios como Vicario del Buen Pastor. Le dedicó a ella su amor, su oración, sus pensamientos y sus enseñanzas, animándola con toda la inspiración que surge del Evangelio. Cuando fue necesario, también continuó la poda de los sarmientos que hace el Dueño de la Viña, liberando a los carismas de cuanto pudiera impedirles ser ese fermento fecundo y original que Dios le dio a la Iglesia y al mundo; liberándolos, para que acogieran el soplo de vida y la invitación a la comunión, al servicio y a la misericordia que procede del Espíritu; como también el torrente de agua viva y vivificante, que proviene del Padre y del Cordero. Para concluir este homenaje al Papa Juan Pablo II, con motivo de su beatificación, recordemos esa hermosa comparación que nos entregó de la vida consagrada con María de Betania y la unción con la cual le manifestó a Cristo, con suma gratuidad, toda su admiración y su amor: “A quien se le concede el don inestimable de seguir más de cerca al Señor Jesús, resulta obvio que Él puede y debe ser amado con corazón indiviso, que se puede entregar a Él

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toda la vida, y no sólo algunos gestos, momentos o ciertas actividades. El ungüento precioso derramado como puro acto de amor, más allá de cualquier consideración «utilitarista», es signo de una sobreabundancia de gratuidad, tal como se manifiesta en una vida gastada en amar y servir al Señor, para dedicarse a su persona y a su Cuerpo místico. De esta vida «derramada» sin escatimar nada se difunde el aroma que llena toda la casa. La casa de Dios, la Iglesia, hoy como ayer, está adornada y embellecida por la presencia de la vida consagrada. Lo que a los ojos de los hombres puede parecer un despilfarro, para la persona seducida en el secreto de su corazón por la belleza y la bondad del Señor es una respuesta obvia de amor, exultante de gratitud por haber sido admitida de manera totalmente particular al conocimiento del Hijo y a la participación en su misión divina en el mundo.” (VC 104) Con mucha frecuencia el Santo Padre rezaba por la Vida Consagrada y la confiaba a la Santísima Virgen. Esa oración suplicante de quien la amaba entrañablemente, era su primera aportación a la renovación que el Concilio esperaba de los consagrados. Recordemos por eso la oración a la Virgen María con que concluyó su Exhortación Apostólica:

“María, figura de la Iglesia, Esposa sin arruga y sin mancha, que imitándote «conserva virginalmente la fe íntegra, la esperanza firme y el amor sincero, sostiene a las personas consagradas en el deseo de llegar a la eterna y única Bienaventuranza. Las encomendamos a ti, Virgen de la Visitación, para que sepan acudir a las necesidades humanas con el fin de socorrerlas, pero sobre todo para que lleven a Jesús. Enséñales a proclamar las maravillas que el Señor hace en el mundo, para que todos los pueblos ensalcen su nombre. Sostenlas en sus obras en favor de los pobres, de los hambrientos, de los que no tienen esperanza, de los últimos y de todos aquellos que buscan a tu Hijo con sincero corazón. A ti, Madre, que deseas la renovación espiritual y apostólica de tus hijos e hijas en la respuesta de amor y de entrega total a Cristo, elevamos confiados nuestra súplica. Tú que has hecho la voluntad del Padre, disponible en la obediencia, intrépida en la pobreza y acogedora en la virginidad fecunda, alcanza de tu divino Hijo, que cuantos han recibido el don de seguirlo en la vida consagrada, sepan testimoniarlo con una existencia transfigurada, caminando gozosamente, junto con todos los otros hermanos y hermanas, hacia la patria celestial y la luz que no tiene ocaso. Te lo pedimos, para que en todos y en todo sea glorificado, bendito y amado el Sumo Señor de todas las cosas, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo.

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EL CASO JUAN PABLO II

El “sensus fidei” y las beatificaciones POR ANGELO CARD. AMATO

«En la fama de santidad del Papa Wojtyła está presente la consideración de los fieles y el reconocimiento de la acción de Dios»

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«En la fama de santidad del Papa Wojtyła está presente la consideración de los fieles y el reconocimiento de la acción de Dios»

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LA FAMA SANCTITATIS NO PROVIENE EN PRIMER LUGAR DE LA JERARQUÍA, SINO DE LOS FIELES. ES EL PUEBLO DE DIOS, EN SUS DISTINTOS COMPONENTES, EL PROTAGONISTA DE LA FAMA SANCTITATIS. EN ESTE CAMPO LA VOX POPULI ES DE FUNDAMENTAL IMPORTANCIA. LA FAMA SANCTITATIS ES UN FENÓMENO HISTÓRICOSOCIOLÓGICO Y ECLESIAL CONCRETO, QUE BROTA ESPONTÁNEAMENTE EN EL PUEBLO DE DIOS.

* Intervención del Cardenal Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos sobre «sensus fidei» y beatificaciones, realizada en Roma en la Universidad de la Santa Cruz, en la víspera de la beatificación de Juan Pablo II. Versión abreviada tomada de L’Osservatore Romano.

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l dinamismo del sensus fidei se aplica y encuentra su legitimación en el ámbito de todo el cuerpo eclesial, incluido el magisterio. Hay una innegable y necesaria ósmosis entre la intuición de la fe por parte de los fieles y su maduración y formación por parte del magisterio. El sensus fidei cristiano y católico no está fuera o por encima de la comunión eclesial; no es la forma fidei del sujeto no magisterial de la Iglesia, ni una re-apropiación «desde abajo» de la fe católica. Más bien, a la esencia de la noción teológica del sensus fidei pertenece el reconocimiento del magisterio autorizado, como don para la comprensión de la verdad y para la comunión en la Iglesia. Si, por una parte, el magisterio de la Iglesia necesita el estímulo, la experiencia y el testimonio del sensus fidei de los fieles, por otra, también el sensus fidelium necesita el ministerio de verdad y de garantía apostólica del magisterio. El sensus fidei une, no divide, aunando en la única conciencia de fe a todos los bautizados, cualquiera que sea su oficio en la Iglesia. En estos últimos siglos, el sensus fidei se ha manifestado de forma concreta, por ejemplo, en la promulgación de los dogmas marianos de la Inmaculada Concepción de la santísima Virgen María, en 1854, y de su gloriosa Asunción, en 1950. La intuición espiritual secular de la Iglesia sobre la verdad de la ausencia de pecado original en María y sobre su glorificación celestial en cuerpo y alma fue confirmada por el magisterio solemne e infalible del Papa. El sensus fidei, además, está presente de modo particular en los procesos de beatificación y canonización. De hecho, los fieles están dotados, por la gracia divina, de una innegable percepción espiritual para descubrir y reconocer en la vida concreta de algunos bautizados el ejercicio heroico de las virtudes cristianas. La beata Teresa de Calcuta o san Pío de Pietrelcina eran admirados, seguidos e imitados, ya en vida, por su santidad. «Vivieron santamente», «Murieron en concepto o en olor de santidad» son expresiones típicas de la conciencia de fe de los bautizados con respecto a algunos testigos eminentes de las virtudes de la fe, la esperanza y la caridad. En los procesos de reconocimiento de la vida santa de los fieles el sensus fidei da origen a la denominada fama sanctitatis (o fama martyrii, para los mártires) y a la fama signorum. No se puede iniciar un proceso si no existe una generalizada, genuina y espontánea fama de santidad. Según el Papa Benedicto XIV (1740-1758), reconocido como el Magister en este campo, la fama sanctitatis es la opinión generalizada entre los fieles sobre la integridad de vida y sobre la práctica de las virtudes cristianas, practicadas de modo continuo y por encima del modo común de actuar de los demás buenos cristianos. A la fama sanctitatis pertenece también la fama signorum, es decir, la convicción

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de obtener gracias y favores celestiales mediante la invocación y la intercesión de un siervo de Dios que murió en concepto de santidad. El Magister añade otras dos precisiones. La primera aclara que se puede hablar de fama sanctitatis cuando la vida y las obras de un siervo de Dios pueden ser propuestas a los demás como ejemplo a imitar. La segunda precisión atañe a la difusión de esta fama. Si sólo existe en una pequeña parte y no en la mayor parte del pueblo de Dios, se debería hablar de rumor más que de fama («non fama, sed rumor»). En cualquier caso, el aspecto más importante del concepto de fama sanctitatis es la excelencia de las virtudes vividas y percibidas como tales por los fieles. Eso significa que el siervo de Dios, viviendo heroicamente —es decir, de modo superior a la bondad común de los demás fieles— suscita asombro, admiración, imitación y estímulo para pedir su intercesión ante Dios Trinidad. No se trata del reconocimiento de la inteligencia de un bautizado en el campo de la teología o de las ciencias humanas, o de su acción caritativa. Tampoco basta decir que se trata de un «buen sacerdote» o de un «buen padre de familia». Es indispensable, en cambio, considerarlo más propiamente como un «sacerdote santo» o un «padre de familia santo». Se trata de percibirlo como imagen de Cristo, como auténtico intérprete de las bienaventuranzas evangélicas. Además, no se debe valorar un acto aislado de caridad, aunque sea significativo, sino una actitud constante —un habitus— de caridad, como expresión de una continua comunión de gracia con Dios Trinidad. La fama de santidad debe ser espontánea y no causada por una propaganda exasperada. Esa espontaneidad es signo de la gracia del Espíritu Santo, que suscita en el corazón de los fieles una admiración particular hacia un siervo de Dios. Al respecto, en el proceso canónico se recogen, sobre todo para las causas recientes, testimonios preferiblemente de visu, que declaran en favor de la fama sanctitatis motivándola con el conocimiento personal y narraciones de hechos, dichos, comportamientos y acciones particularmente elocuentes del siervo de Dios. Por tanto, es necesario recoger los testimonios de quienes scientia propria han constatado el ejercicio heroico de las virtudes por parte de un siervo de Dios. La fama sanctitatis, o la opinión común que los fieles tienen de la santidad de un siervo de Dios, es sólo el primer paso, aunque indispensable, para iniciar un proceso de beatificación. De por sí, la fama sanctitatis sola no dice aún que se trata de santidad efectiva. Para evitar errores, su autenticidad debe ser evaluada y eventualmente reconocida durante un largo y articulado itinerario, tanto en el curso de una investigación diocesana, como en el proceso romano, que prevé la intervención de historiadores, teólogos y pastores de la Iglesia. Como se puede ver, la fama sanctitatis no proviene en primer lugar de

EL SENSUS FIDEI CRISTIANO Y CATÓLICO NO ESTÁ FUERA O POR ENCIMA DE LA COMUNIÓN ECLESIAL; NO ES LA FORMA FIDEI DEL SUJETO NO MAGISTERIAL DE LA IGLESIA, NI UNA RE-APROPIACIÓN «DESDE ABAJO» DE LA FE CATÓLICA. MÁS BIEN, A LA ESENCIA DE LA NOCIÓN TEOLÓGICA DEL SENSUS FIDEI PERTENECE EL RECONOCIMIENTO DEL MAGISTERIO AUTORIZADO, COMO DON PARA LA COMPRENSIÓN DE LA VERDAD Y PARA LA COMUNIÓN EN LA IGLESIA.

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A LO LARGO DE UN PROCESO DE BEATIFICACIÓN HAY ANTE TODO UNA VOX POPULI, QUE EXPRESA LA VENERACIÓN HACIA PERSONAS QUE HAN VIVIDO Y MUERTO SANTAMENTE. A MENUDO ESTA VOX POPULI VA ACOMPAÑADA TAMBIÉN DE LA VOX DEI, ES DECIR, DE AQUELLAS GRACIAS, FAVORES CELESTIALES Y TAMBIÉN AUTÉNTICOS MILAGROS, OBTENIDOS POR INTERCESIÓN DE UN SIERVO DE DIOS. POR ÚLTIMO, ESTÁ LA VOX ECCLESIAE QUE, DESPUÉS DE EXAMINAR Y EVALUAR POSITIVAMENTE TANTO LA HEROICIDAD DE LAS VIRTUDES COMO LA AUTENTICIDAD DEL MILAGRO, PROCEDE A LA BEATIFICACIÓN Y LUEGO A LA CANONIZACIÓN.

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la jerarquía, sino de los fieles. Es el pueblo de Dios, en sus distintos componentes, el protagonista de la fama sanctitatis. En este campo la vox populi es de fundamental importancia. La fama sanctitatis es un fenómeno histórico-sociológico y eclesial concreto, que brota espontáneamente en el pueblo de Dios. Es un dato que no se provoca intencionalmente, sino que surge «fuera» del siervo de Dios; lo causan su vida y sus obras santas. La fama sanctitatis, por ejemplo, se manifiesta en la visita a la tumba del siervo de Dios, en la oración personal y comunitaria —no litúrgica— dirigida a él, en la difusión de sus biografías y de sus escritos. En conclusión, a lo largo de un proceso de beatificación hay ante todo una vox populi, que expresa la veneración hacia personas que han vivido y muerto santamente. A menudo esta vox populi va acompañada también de la vox Dei, es decir, de aquellas gracias, favores celestiales y también auténticos milagros, obtenidos por intercesión de un siervo de Dios. Por último, está la vox Ecclesiae que, después de examinar y evaluar positivamente tanto la heroicidad de las virtudes como la autenticidad del milagro, procede a la beatificación y luego a la canonización. Este concepto teológico lleno de sensus fidei, entendido sea como fama sanctitatis, sea como fama signorum, ha emergido fuertemente en el caso de la preparación del proceso de beatificación de Juan Pablo II. De hecho, por una parte, desde el día de su muerte, el 2 de abril de 2005, el pueblo de Dios inmediatamente gritó la santidad del Papa difunto. Después de las exequias solemnes, cuando el cuerpo del Papa era llevado a las Grutas Vaticanas, en la plaza de San Pedro se elevaron algunas pancartas espontáneas que llevaban escrito «Santo Subito» («Santo inmediatamente»), y que fueron acogidas prontamente y con entusiasmo por la multitud, la cual comenzó a repetir el grito. «Santo Subito» expresaba el sentimiento generalizado entre los fieles de todo el mundo. Los pastores de la Iglesia recogieron inmediatamente con alegría esta invocación espontánea. El 3 de mayo de 2005, el vicario de Roma, el cardenal Camillo Ruini, presentó al cardenal José Saraiva Martins, entonces prefecto de la Congregación para las causas de los santos, la petición de la diócesis de Roma de constituirse en promotora de la causa de beatificación y canonización del Pontífice, añadiendo también la petición de dispensa ex toto del plazo establecido de cinco años desde la muerte para la apertura de la investigación diocesana. El 9 de mayo de 2005, el recién elegido Papa Benedicto XVI acogió benévolamente la petición de dispensa. Algunos días después, el 13 de mayo, durante el encuentro con el clero romano en la basílica de San Juan de Letrán, el propio Pontífice dio la noticia, que fue acogida por la asamblea con un fuerte aplauso.


«Para una comprobación empírica de la fama sanctitatis et signorum del Papa Juan Pablo II, basta observar durante un rato la plaza de San Pedro, en cualquier día del año, para ver la fila interminable de fieles que acuden en peregrinación a su tumba en las Grutas Vaticanas. Eso confirma que su fama de santidad es una communis opinio». (Tumba de Juan Pablo II en la cripta de la Basílica de San Pedro hasta abril de 2011)

Fue el inicio de un itinerario que, situándose en un carril preferencial, es decir, sin el obstáculo de otros procesos, ha tenido un desarrollo rápido, pero realizado con sumo esmero y profesionalidad. La invocación del pueblo de Dios había sido recogida, pero la milenaria prudencia de la Iglesia sugería obedecer meticulosamente las normas promulgadas por el propio Juan Pablo II en 1983, con la constitución apostólica Divinus perfectionis magister. «Santo Subito» sí, pero sobre todo «Santo seguro». Una incauta prisa no debía ir en detrimento de la exactitud del procedimiento. El vicariato de Roma, por tanto, asumió la tarea de certificar la existencia de la fama de santidad, es decir, de la opinión generalizada entre los fieles sobre la pureza y la integridad del siervo de Dios Juan Pablo II y sobre las virtudes que practicó de modo heroico. Además, se demostró que esa fama no se había estimulado artificiosamente, sino que era espontánea, estable, muy generalizada entre personas dignas de fe y se hallaba presente casi en la totalidad del pueblo de Dios. También se certificó la fama de los signos, o sea, la opinión corriente entre los fieles sobre las gracias y los favores recibidos de Dios mediante la intercesión del siervo de Dios. Por lo demás, para una comprobación empírica de la fama sanctitatis et signorum del Papa

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Juan Pablo II, basta observar durante un rato la plaza de San Pedro, en cualquier día del año, para ver la fila interminable de fieles que acuden en peregrinación a su tumba en las Grutas Vaticanas. Eso confirma que su fama de santidad es una communis opinio, es decir, una opinión generalizada entre los fieles sobre la bondad de un siervo de Dios, testigo heroico y ejemplar de la sequela Christi. En la fama de santidad de Juan Pablo II vemos claramente presentes las dos dimensiones que la constituyen: la que procede de abajo, es decir, de la convicción que los fieles tienen de que sus virtudes fueron extraordinarias; y la que proviene de arriba, que consiste en la gracia de Dios y que hace posible el ejercicio heroico de las virtudes

«Este concepto teológico lleno de sensus fidei, entendido sea como fama sanctitatis sea como fama signorum, ha emergido fuertemente en el caso de la preparación del proceso de beatificación de Juan Pablo II. De hecho, por una parte, desde el día de su muerte, el 2 de abril de 2005, el pueblo de Dios inmediatamente gritó la santidad del Papa difunto. Después de las exequias solemnes, cuando el cuerpo del Papa era llevado a las Grutas Vaticanas, en la plaza de San Pedro se elevaron algunas pancartas espontáneas que llevaban escrito «Santo Subito» («Santo inmediatamente»), y que fueron acogidas prontamente y con entusiasmo por la multitud, la cual comenzó a repetir el grito. «Santo Subito» expresaba el sentimiento generalizado entre los fieles de todo el mundo»

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teologales de la fe, la esperanza y la caridad. En efecto, su santidad es fruto tanto de la gracia como del esfuerzo humano en la asidua elección del bien. La amplísima Positio, en varios volúmenes, preparada por la postulación y realizada por la Congregación para las causas de los santos, contiene una biografía crítica y documentada, la exposición de la heroicidad de cada una de las virtudes teologales, la demostración de su fama de santidad y los interrogatorios de los testigos. La fama de santidad y de signos de Juan Pablo II está avalada también por muchísimos testigos oculares, por la veneración de su tumba, por los señalamientos de favores espirituales y materiales recibidos, por las invocaciones y las oraciones dirigidas a él y, finalmente, por auténticos hechos extraordinarios, que constituyen un testimonio y una confirmación «de lo alto» de esa fama. El examen de los testimonios ha sido particularmente delicado y ha merecido un atento discernimiento. Por ejemplo, un elemento de la fama de santidad de un siervo de Dios es su ortodoxia católica, sobre todo en materia de fe y de moral, que debe estar presente en sus palabras, en sus actitudes y en sus escritos. Desde este punto de vista, el magisterio del Papa Juan Pablo II constituye un capítulo de notable importancia para la fe católica, por el tratamiento iluminador que hace de los problemas más relevantes que encuentra el anuncio actual del Evangelio. De hecho, su magisterio representa un patrimonio riquísimo de inculturación del Evangelio en el mundo contemporáneo. Los testigos convocados han motivado el heroísmo de sus virtudes teologales, fe, esperanza y caridad. Esa heroicidad confiere al Pontífice una perfección que supera las fuerzas de la naturaleza humana, significando que las virtudes no son sólo esfuerzo humano, sino don de gracia de Dios y consecuencia de su eficacia en el corazón de quien no pone obstáculos, sino que más bien colabora con ella. El examen de las virtudes, llevado a cabo en varios pasos por teólogos y luego por padres de la Congregación para las causas de los santos, se concluyó el 19 de diciembre de 2009 con la autorización del Santo Padre Benedicto XVI de promulgar el decreto sobre la heroicidad de sus virtudes. Desde ese momento Juan Pablo II fue declarado venerable. Pero el momento culminante de su fama de santidad fue el sello divino del milagro. Para el Papa Juan Pablo II la postulación presentó el caso de la curación de una religiosa francesa, sor Marie Simon Pierre Normand, que nació en Cambrai en 1961. En el año 1981 obtuvo el diploma de puericultora auxiliar. A continuación fue acogida entre las Hermanitas de la Maternidad Católica, donde emitió la profesión de los votos el 6 de agosto de 1985. En 1988, durante el examen para el diploma de «primeros auxilios», sintió que su mano izquierda le temblaba —es zurda—. Atribuyó el hecho a la emoción del momento.

EL 9 DE MAYO DE 2005, EL RECIÉN ELEGIDO PAPA BENEDICTO XVI ACOGIÓ BENÉVOLAMENTE LA PETICIÓN DE DISPENSA. ALGUNOS DÍAS DESPUÉS, EL 13 DE MAYO, DURANTE EL ENCUENTRO CON EL CLERO ROMANO EN LA BASÍLICA DE SAN JUAN DE LETRÁN, EL PROPIO PONTÍFICE DIO LA NOTICIA, QUE FUE ACOGIDA POR LA ASAMBLEA CON UN FUERTE APLAUSO.

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LA INVOCACIÓN DEL PUEBLO DE DIOS HABÍA SIDO RECOGIDA, PERO LA MILENARIA PRUDENCIA DE LA IGLESIA SUGERÍA OBEDECER METICULOSAMENTE LAS NORMAS PROMULGADAS POR EL PROPIO JUAN PABLO II EN 1983, CON LA CONSTITUCIÓN APOSTÓLICA DIVINUS PERFECTIONIS MAGISTER. «SANTO SUBITO» SÍ, PERO SOBRE TODO «SANTO SEGURO». UNA INCAUTA PRISA NO DEBÍA IR EN DETRIMENTO DE LA EXACTITUD DEL PROCEDIMIENTO.

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«El sensus fidei, además, está presente de modo particular en los procesos de beatificación y canonización. De hecho, los fieles están dotados, por la gracia divina, de una innegable percepción espiritual para descubrir y reconocer en la vida concreta de algunos bautizados el ejercicio heroico de las virtudes cristianas. La beata Teresa de Calcuta o san Pío de Pietrelcina eran admirados, seguidos e imitados, ya en vida, por su santidad»

En 1990 comenzó a notar cansancio y adelgazamiento, y durante un año interrumpió los estudios de enfermería. Los reanudó en mayo de 1991, obteniendo el diploma de enfermera en 1992. En su trabajo poco a poco fue sintiendo fuertes molestias y dolores tanto en la mano izquierda como en la pierna, con dificultad para escribir y caminar. El neurólogo que la visitó en agosto de 2001 emitió el diagnóstico de síndrome de parkinson con expresión predominante a la izquierda, es decir, parkinson juvenil. Visitada por especialistas, se le dio un tratamiento anti-parkinson, que produjo una mejora ligera pero temporal de los síntomas. Sin embargo, la enfermedad se agravó inmediatamente, por lo cual la paciente fue visitada por un ilustre neurólogo, que confirmó el diagnóstico de parkinson. La enfermedad seguía agravándose. Finalmente, a primeras horas de la tarde del 2 de junio de 2005, la enferma pidió a la madre general, en visita canónica, que la exonerara del oficio, por imposibilidad física. La madre la exhortó a resistir, esperando en la ayuda del difunto Pontífice. Con ese fin oró e hizo orar. Aquella tarde la religiosa durmió y descansó tranquila hasta el alba. Al despertar, con gran sorpresa suya, no sentía ni dolores ni rigideces. Se sentía curada. Suspendió la terapia farmacológica anti-parkinson y el 7 de junio acudió al neurólogo


que la había seguido durante muchos años. El médico constató la desaparición de todos los síntomas de la enfermedad, confirmando otras dos veces el buen estado de la paciente, el 15 de julio y el 30 de noviembre de 2005. Además, otros especialistas reconocieron que la religiosa no sufría patologías psiquiátricas ni tendencia a fabular o a disimular. La historia clínica de la paciente y numerosos exámenes sucesivos confirmaron la naturaleza física de la sintomatología. Por lo que atañe al aspecto teológico, es decir, a la valoración de los tiempos y de las modalidades de la petición de intercesión al siervo de Dios, se comprobó que las religiosas compañeras de la curada, invitadas por la madre general, ya habían comenzado a invocar la ayuda del Papa «santo» en mayo de 2005, intensificando la oración la tarde del 2 de junio de 2005. Y precisamente la mañana del día siguiente, sor Marie Simon Pierre se sintió del todo curada. Después del meticuloso examen científico de ese hecho y tras constatar que la invocación unívoca al siervo de Dios había precedido a la curación repentina y duradera de la religiosa, el Santo Padre Benedicto XVI autorizó a la Congregación para las causas de los santos a promulgar el decreto sobre el milagro, el 14 de enero de 2011. Así, el generalizado sensus fidei sobre la fama sanctitatis et signorum del Papa Juan Pablo II quedó oficialmente legitimado por el magisterio, tras un esmerado proceso de verificación. Ese mismo día, 14 de enero, se comunicó la fecha de la solemne beatificación, el 1 de mayo de 2011, en la plaza de San Pedro. La innegable y constante presión de los fieles y de los medios de comunicación sobre la rápida conclusión de la causa —contrariamente a lo que se pueda pensar— no ha perturbado el procedimiento. Más aún, ha permitido actuar con mayor atención al examinar los testimonios y los hechos. Así la Iglesia «santa» trata de alcanzar la certeza moral indispensable sobre hechos y personas, que hacen resplandecer su rostro de Esposa de Cristo, el totalmente santo. La beatificación de Juan Pablo II abre la puerta a su canonización, que, como es sabido, exige una ulterior intervención de lo alto. Obviamente, el proceso sobre el milagro para la canonización requerirá tiempo. Pero no se debe considerar tiempo vacío el período que va desde la beatificación hasta la canonización. Se trata, en cambio, de un tiempo pleno, durante el cual se invita a los fieles a conocer mejor la vida santa del beato y a imitar sus virtudes. Es decir, un tiempo propicio para recordar a todos las promesas bautismales y para confirmar la fidelidad a Cristo y a su Evangelio de verdad y de vida, a ejemplo e imitación del Papa Juan Pablo II.

EL MAGISTERIO DEL PAPA JUAN PABLO II CONSTITUYE UN CAPÍTULO DE NOTABLE IMPORTANCIA PARA LA FE CATÓLICA, POR EL TRATAMIENTO ILUMINADOR QUE HACE DE LOS PROBLEMAS MÁS RELEVANTES QUE ENCUENTRA EL ANUNCIO ACTUAL DEL EVANGELIO. DE HECHO, SU MAGISTERIO REPRESENTA UN PATRIMONIO RIQUÍSIMO DE INCULTURACIÓN DEL EVANGELIO EN EL MUNDO CONTEMPORÁNEO.

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Indagando en el misterioso texto del ser —Meditación en torno a la encíclica Fides et ratio de Juan Pablo II— POR STANISLAW GRYGIEL

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l vacío espiritual en el cual hoy se ahoga la sociedad es producto del hecho de que en lo íntimo del hombre se ha quebrado la unidad entre verdad y libertad: la razón ha roto el vínculo con el verum y la voluntad con el bonum de cada ser. Los denominados trascendentales, en los cuales vive la metafísica, ya no defienden la realidad del universo ni del hombre mismo contra las verdades construidas por la razón y contra los intereses considerados válidos por la voluntad en conformidad con las circunstancias. Ante las verdades que se identifican con los intereses de los fuertes, los débiles reaccionan de dos maneras: sometiéndose a esos intereses o, cuando ya no conviene seguir sometiéndose, rebelándose. Todo esclavo está convencido de que es posible liberarse mediante la rebelión. De lo que no se percata es de que en el vacío espiritual la rebelión expresa una reacción ante lo que provoca fastidio y no el conocimiento del verum y el amor al bonum. El ideal del reaccionar es comer ad libitum, comer los frutos del árbol del conocimiento del bien y del mal y luego los del árbol de la vida. Los hombres ya han cometido agravios contra el árbol del conocimiento y ahora anhelan los frutos del árbol de la vida. Entretanto, éste es custodiado por “los querubines y la llama de la espada fulgurante” (Gn 3, 2-5; 22-24); pero la razón calculadora, que somete cada vez más a la sociedad, comienza ya a excluir tanto a “los querubines” como a “la llama de la espada fulgurante”. La sensibilidad del hombre que reacciona ante los estímulos, actualmente en mayor vigor de lo que se piensa, finalmente sólo responde ante el frío y el calor, anulando toda capacidad de elección (liberum arbitrium). En realidad, incluso para poder elegir el frío o el calor, es necesario estar unidos a otra realidad, distinta a estas dos. En el vacío espiritual, el hombre, al estar “separado” de la otra realidad distinta al calor y al frío, no puede sino reaccionar.

HUMANITAS Nº 63 pp. 504 - 525

LA ENCÍCLICA FIDES ET RATIO, DEFENDIENDO AL HOMBRE DEL VACÍO ESPIRITUAL PROVENIENTE DEL OLVIDO DE LA REALIDAD, LE RECUERDA QUE ÉSTA EXISTE VERDADERAMENTE, QUE YA ES BIEN PENSADA Y BIEN AMADA Y QUE NOS ESPERA FIELMENTE.

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EL VACÍO ESPIRITUAL EN EL CUAL HOY SE AHOGA LA SOCIEDAD ES PRODUCTO DEL HECHO DE QUE EN LO ÍNTIMO DEL HOMBRE SE HA QUEBRADO LA UNIDAD ENTRE VERDAD Y LIBERTAD: LA RAZÓN HA ROTO EL VÍNCULO CON EL VERUM Y LA VOLUNTAD CON EL BONUM DE CADA SER.

La sociedad, penetrada por el vacío que despoja a los hombres de la capacidad de elección, es devastada por el totalitarismo de los estímulos, que, como hemos dicho, finalmente se reducen al frío y al calor. El totalitarismo no tiene nombres, disponiendo de muchos adjetivos que lo explican; es una “legión” (ver Mc 5.9: Lc 8, 30). Un día se manifiesta en la vestimenta marxista, otro día en la vestimenta nazista, otro más en forma de consumismo de los acomodados. Sin embargo, éste […] siempre procura sustraer al hombre de sí mismo y llevarlo a un “país lejano”, en el cual, reducido a reaccionar simplemente ante tales o cuales comodidades, “derrocha” su propia identidad heredada (ver Lc 15, 13). La identidad del hombre se revela en la tendencia de su razón a la verdad y de su voluntad al bien. De este modo, tanto la razón como la voluntad están presentes en los seres en la unidad de su ser verum y bonum. Conociendo y amando a los seres de este modo, el hombre existe espiritualmente; se dirige hacia el horizonte, hacia ese Futuro, es decir que siempre ad-viniendo, nunca tiene fin. Por consiguiente, el hombre no pasa, sino llega a ser. Llega a ser él mismo, algo más grande de todo cuanto pueda imaginar o pensar. La existencia espiritual es el terreno de la metafísica, es ahí donde el hombre se siente dominus sui. El hombre, separado de lo verdadero y del bien de los seres, llena el vacío espiritual que lo invade con los ennuntiabilia constituidos por su razón. Los ennuntiabilia —dice Santo Tomás— no conducen al hombre hacia las cosas existentes independientemente de su razón. A éstas lo conduce la fides, la fe. La fe es precisamente fundamentum spiritualis vitae1 y —agregamos— del realismo de esta vida. A través de la fe el hombre entra en diálogo con ese Otro del cual provienen el verum, el bonum y el pulchrum de todo cuanto existe.

El dolor que no tiene consuelo

1 SANTO TOMÁS DE AQUINO, Summa theologiae, III, 73, 3. a d3.

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La encíclica Fides et ratio, defendiendo al hombre del vacío espiritual proveniente del olvido de la realidad, le recuerda que ésta existe verdaderamente, que ya es bien pensada y bien amada y que nos espera fielmente. Quien regresa de este modo a la realidad pensada y amada, respira. Precisamente en esta perspectiva se debe leer el capítulo IV de la encíclica Fides et ratio, dedicado al problema de la interacción entre teología y filosofía. Pienso, sin embargo, que el drama de la relación entre fe y filosofía antecede al problema de la interacción entre filosofía y teología. El drama del encuentro entre fe y filosofía tiene lugar en lo íntimo del hombre, donde, percatándose éste de que debe morir, es herido por un dolor que no puede aliviarse. La muerte de hecho


representa el fin del éxtasis del hombre. En este dolor espiritual, llamado sufrimiento, el hombre se convierte en magna quaestio (San Agustín). Con todo su ser, plantea la interrogante sobre el sentido de la propia vida, es decir, pregunta de dónde proviene, adónde va y el porqué de esta historia que es su vida (cfr. FR, 26). Al SerPregunta sólo responde el Ser-Respuesta. En su intimum, tan pronto como el hombre ha mirado en los ojos de la muerte, se convierte en una pregunta-desafío lanzada a Dios, porque sólo Dios sabe qué hay dentro del hombre, y por tanto sólo Él sabe por qué el hombre debe morir. Ser magna quaestio significa ser conducidos nuevamente por el verum y el bonum del propio ser, que está por desaparecer, a la Verdad y al Bien que en ellos se reflejan. Ser magna quaestio significa existir en el diálogo con el propio ser y con ese Otro que este ser está indicando. Existiendo como pregunta, el hombre vive in auditu; espera la respuesta. Es precisamente en el ser semejante pregunta y semejante espera que se realiza, en el sentido más profundo del término, el pensar. Pensando de este modo, el hombre se libera de todo cuanto lo encierra en su ser de paso. Se libera para ese Ser-Respuesta que él espera hasta la muerte, cuando lo mire y salude también de lejos, como Abrahán y Moisés, muriendo, miraban y saludaban a la Tierra Prometida (ver Hb 11, 13). Pensando de este modo, el hombre llega ser suficientemente fuerte como para poder dar la vida por la Verdad y por el Bien, reflejados para siempre en los seres que están de paso. Sócrates y su discípulo, Platón, llamaron filosofía al pensar y esperar de este modo. Esta amistad con la sabiduría (filosofía), que se revela en la meditatio mortis, de hecho en la preparatio ad mortem, introduce al hombre en el diálogo con el Otro. Este diálogo constituye el intimum de la persona humana, que sólo es íntimo porque ahí está la presencia de ese Otro que es intimior de todo cuanto el hombre podría pensar de sí mismo. En la interacción de la presencia del Otro con la suya, el hombre piensa y ama en el sentido más profundo del término. Filosofa, y filosofando es liberado de la filosofía misma. Para el hombre es necesario filosofar. Con todo, el sentido de su filosofar no es filosófico. La esencia de la filosofía no es filosófica. El hombre permanece en este diálogo con la condición de que no apague el deseo de conocer la Verdad del propio ser y no cese de amarla. La filosofía, entendida como amistad con la Verdad por conocer y con el Bien por amar, filosofía que pasa a través de sus reflejos, es decir, a través del verum y el bonum de los seres, está inscrita en lo íntimo del hombre. Ahí surge la misteriosa convicción, debidamente fundada en la experiencia, de que el hombre, antes de

(…) LOS DENOMINADOS TRASCENDENTALES, EN LOS CUALES VIVE LA METAFÍSICA, YA NO DEFIENDEN LA REALIDAD DEL UNIVERSO NI DEL HOMBRE MISMO CONTRA LAS VERDADES CONSTRUIDAS POR LA RAZÓN Y CONTRA LOS INTERESES CONSIDERADOS VÁLIDOS POR LA VOLUNTAD EN CONFORMIDAD CON LAS CIRCUNSTANCIAS.

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LA FILOSOFÍA, ENTENDIDA COMO AMISTAD CON LA VERDAD POR CONOCER Y CON EL BIEN POR AMAR, FILOSOFÍA QUE PASA A TRAVÉS DE SUS REFLEJOS, ES DECIR, A TRAVÉS DEL VERUM Y EL BONUM DE LOS SERES, ESTÁ INSCRITA EN LO ÍNTIMO DEL HOMBRE. AHÍ SURGE LA MISTERIOSA CONVICCIÓN, DEBIDAMENTE FUNDADA EN LA EXPERIENCIA, DE QUE EL HOMBRE, ANTES DE PODER ELEGIR UNA DETERMINADA ORIENTACIÓN PARA EL PROPIO SER, YA ESTÁ ORIENTADO HACIA LAS REALIDADES QUE LO TRASCIENDEN (...)

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poder elegir una determinada orientación para el propio ser, ya está orientado hacia las realidades que lo trascienden. Aquel que apaga esta convicción apaga también la filosofía. Entonces, vagando en su intimum oscurecido por la falta de diálogo, no llega a ser él mismo, porque, por carecer de esperanza, no es alcanzado por ese Otro hacia cuya Verdad y cuyo Bien está orientado. En otras palabras, la filosofía ocurre en el hombre cuando éste se percata de que es un texto ya escrito, es decir, de que es ya conocido y amado antes de poder conocerse y amarse a sí mismo. Este texto llega a ser visible a la luz invisible que emana de la muerte. Leyéndolo, el hombre se abre al don de la fe y la esperanza, don anunciado por esa misteriosa convicción de ser conocido y amado antes de poder conocerse y amarse a sí mismo. “¡Mira dentro de ti! En lo íntimo de ti mismo hay una fuente que jamás se seca si logras encontrarla”, escribió Marco Aurelio. En el intimum del hombre brota el “agua viva” (cfr. Jn 4, 10) de la fe y la esperanza. El hombre ahí llega, leyendo continuamente el propio ser. Lo lee con el intellectus (de inter, o como quiere Santo Tomás de Aquino, de intus legere) y no con la ratio (de reor, ratum, calcular). El hombre intuye (de intus/eor, entro dentro) que la historia de su ser tiene su fundamento en el Pensamiento “prehistórico”, es decir, en el Pensamiento que, siendo anterior incluso a la concepción del hombre, le deja abierta la posibilidad de existir de alguna manera también después de la muerte. Todo cuanto el hombre puede hacer es poner su confianza en este misterioso camino indicado por la unidad del verum y el bonum, unidad que hace a los seres bellos, pulchri. Lo bello que es forma del Amor —escribió Cyprian Kamil Norwid, poeta polaco del siglo pasado— nos entusiasma para el trabajo, y el trabajo es para resurgir. La filosofía se lleva a cabo en una confianza total del hombre en el ser y en las consecuencias de su ser verum y su ser bonum, las cuales se manifiestan en su unidad existencial llamada pulchrum. Esta unidad llama e implica al hombre enteramente. El intelecto y la voluntad de quienes no ponen su confianza en esta unidad metafísica se debilitan. Una vez “recogidas” sus “cosas”, es decir, habiendo tomado “la parte del patrimonio” que les “corresponde”, parten “hacia un país lejano” (cfr. Lc 15, 12-13), donde, separados de la realidad y encerrados en la inmanencia de sus funciones, experimentan la alienación. El intelecto, al dejar de ver el verum de los seres, se reduce a la ratio, que sólo sabe calcular la cantidad de los mismos. La razón calculadora agrede a los seres, porque no los ve, es decir, no los reconoce. Las opciones de la voluntad aislada del bonum, confundiéndose con el calcular de la razón misma, lanzan al hombre a merced de los deseos y las modas. Confundidas, por cuanto son mutuamente intercambiadas, la razón y la voluntad construyen


un mundo basado en el olvido de la realidad, donde el hombre se transforma en una suma de reacciones a la eficacia experimental de las ecuaciones matemáticas. Es un mundo artificial donde el volitum se convierte en un cognitum y el cognitum se convierte en un volitum, hecho que provoca el caos. En el caos, “todo es lícito” (Dostoievski). En el caos, los seres ya no son defendidos por su pulchrum. Lo bello de hecho intimida, de manera que aquel que lo está mirando comienza a pensar y a elegir. Donde la contemplación no une a los hombres con lo bello de las cosas, el racionalismo veleidoso de los hombres, en los cuales el intimum ya no es encendido por el verum y el bonum y por consiguiente por el Otro, los anima a hacer todo cuanto es factible. En el mundo reducido a los factibles falta la filosofía, el fruto del diálogo entre filosofía y fe. Ahí bulle un gran número de filosofías producidas por los “monologantes” y por consiguiente sumamente alejadas de los seres, empotradas en los sistemas de ennuntiabilia. Evidentemente, en semejante mundo no hay espacio para la fe. Si ésta a veces se necesita, también es producida, vendida y comprada, y luego se usa y se bota a la basura. Entre filosofías y manifestaciones de la fe construidas a partir de ennuntiabilia no hay interacción alguna propia del diálogo. A lo sumo éstas se insertan en el mecanismo político y económico de la sociedad para hacerlo funcionar con mayor eficacia. Para los hombres que, abandonando su intimum, funcionan en este mecanismo sin ser encendidos por el Otro, la encíclica Fides et ratio será como un eje pasador en la cadera…

La sabiduría de Abrahán

Abrahán, que era un gran amigo de la sabiduría, leyendo el verum y el bonum inscrito en las cosas, miraba a lo lejos, en la dirección que éstos le indicaban. Se sentía llamado por el Otro. “Por fe” (Hb 11, 8 y 17), entonces, salió de donde había vivido tranquilamente, decidido a buscar lo que estaba prometido en las cosas escritas. Abrahán eligió el propio “ser llamado”. El Otro descendió hacia él y le reveló su presencia llamándolo: “¡Abrahán, Abrahán!”. Ante la presencia del Otro, Abrahán respondió con su propia presencia: “¡Aquí estoy!”. Ambos estaban dispuestos a dialogar. El diálogo filosófico se desarrolla siempre en la fe. La fe, conduciendo a la verdad de las cosas, libera al hombre de sus propias opiniones. ¡Quizás qué pensaba Abrahán de su único hijo! La presencia del Otro, impresa en el ser de Isaac, llama y obliga a Abrahán a salir de la caverna donde estaba encadenado a la doxa de sus filosofías sobre el tema del hijo. “Toma a tu hijo, a tu único, al que amas, a

(…) AQUEL QUE APAGA ESTA CONVICCIÓN APAGA TAMBIÉN LA FILOSOFÍA. VAGANDO EN SU INTIMUM OSCURECIDO POR LA FALTA DE DIÁLOGO, NO LLEGA A SER ÉL MISMO, PORQUE, POR CARECER DE ESPERANZA, NO ES ALCANZADO POR ESE OTRO HACIA CUYA VERDAD Y CUYO BIEN ESTÁ ORIENTADO.

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LA FILOSOFÍA SE LLEVA A CABO EN UNA CONFIANZA TOTAL DEL HOMBRE EN EL SER Y EN LAS CONSECUENCIAS DE SU SER VERUM Y SU SER BONUM, LAS CUALES SE MANIFIESTAN EN SU UNIDAD EXISTENCIAL LLAMADA PULCHRUM.

2 Summa theologiae, I, 1, 3, ad 2.

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Isaac; vete al país de Moria y ofrécelo allí en holocausto en uno de los montes, el que yo te diga” (Gn 22, 1-2). Sólo en el amor es lícito hablar así al otro. De lo contrario, no se trata sino de una crueldad criminal. Y Abrahán salió de nuevo, en conformidad con su amor a la sabiduría. Salió “por fe”, en la esperanza, poniendo su confianza en el Amor, sin el cual la interacción entre fe y filosofía siempre será algo fallido por estar detenido por las cosas finitas. Aquel que, leyendo el ser, no lo lee hasta el fin; aquel que, deteniéndose antes del horizonte en vez de seguir al verum y el bonum de este ser, se oculta en las ideas que él mismo se ha procurado, puede construir filosofías, pero jamás creará la filosofía. Para poder crearla, es necesario que el hombre se encuentre en el diálogo donde el Amor lo llama a amar heroicamente la verdad. La filosofía es una kenosis mediante la cual el hombre entra en la verdad. La verdad se da a los hombres libres. “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos” (Mt 5, 3). Cuando hablo entonces de la interacción entre fe y filosofía, pienso en esta filosofía kenótica, que se abandona incluso a sí misma, y no en las filosofías que se ocultan en las ideas poseídas. “Vende todo cuanto tienes (…) ¡luego, ven y sígueme!” (Lc 18, 22). Sin embargo, el joven rico no era gran filósofo. No estaba dispuesto a morir porque no estaba abierto a renacer en el Otro. Atemorizado por la kenosis, no se dejó alcanzar por la felicidad propia de la meditatio mortis y de la preparatio ad mortem. Se fue entristecido. La filosofía no es ese encuentro de Dios y el hombre en el cual Dios, comunicando su propio ser, revela al hombre quién él es, y el hombre, procurando comprender la Palabra Divina, crea la teología. Sin duda, la teología es la ciencia de la Palabra revelada por Dios o —como dice Santo Tomás de Aquino— quaedam impressio divinae scientiae.2 La filosofía, en cambio, representa más bien el deseo de encontrar al Otro que es Dios, deseo casi profético. Precisamente en el propio intimum el hombre encuentra a Dios. Dios lo espera. El hombre, volviendo a entrar en sí mismo, descubre que su intimum es intimum porque ahí está Alguien que es aún más íntimo que este íntimo (intimior intimo meo de San Agustín). Esta presencia del Otro hace al hombre ser inasible hasta por sí mismo. Es necesario que el hombre siga entrando cada vez más profundamente en sí mismo. Apenas se detiene en alguna parte de su ser, deja de comprenderse a sí mismo, aun cuando comprenda el funcionamiento de aquello en particular que lo ha retenido por cualquier motivo. Es como si la verdad del ser hombre lo trascendiese o como si él mismo debiese llegar a ser totalmente Otro para poder comprender su propio ser. Entrando en este intimum, los profetas claman al Otro: ¡desciende


«Abrahán, que era un gran amigo de la sabiduría, leyendo el verum y el bonum inscrito en las cosas, miraba a lo lejos, en la dirección que éstos le indicaban. Se sentía llamado por el Otro». (El sacrificio de Abrahán, Marc Chagall, 1931)

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EL INTELECTO Y LA VOLUNTAD DE QUIENES NO PONEN SU CONFIANZA EN ESTA UNIDAD METAFÍSICA SE DEBILITAN. UNA VEZ “RECOGIDAS” SUS “COSAS”, ES DECIR, HABIENDO TOMADO “LA PARTE DEL PATRIMONIO” QUE LES “CORRESPONDE”, PARTEN “HACIA UN PAÍS LEJANO” (CFR. LC 15, 12-13), DONDE, SEPARADOS DE LA REALIDAD Y ENCERRADOS EN LA INMANENCIA DE SUS FUNCIONES, EXPERIMENTAN LA ALIENACIÓN. EL INTELECTO, AL DEJAR DE VER EL VERUM DE LOS SERES, SE REDUCE A LA RATIO, QUE SÓLO SABE CALCULAR LA CANTIDAD DE LOS MISMOS. LA RAZÓN CALCULADORA AGREDE A LOS SERES, PORQUE NO LOS VE, ES DECIR, NO LOS RECONOCE (...)

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con el rocío!, y a los hombres: ¡convertíos!, mientras los filósofos, preguntando qué significa ser inasibles de este modo, esperan la respuesta que los hombres no están en condiciones de dar. En lo íntimo del hombre cultivado filosóficamente y orientado proféticamente se produce el encuentro con Cristo, que sabe “lo que hay en cada hombre” (Jn 2, 25). La “divinohumanidad” de la Palabra encarnada, envolviendo en sí misma al hombre, “se imprime” en su filosofía entendida como amistad con la sabiduría y no como un sistema para explicar las relaciones que constituyen el universo. Con este contacto de la Palabra encarnada, la filosofía nunca deja de ser filosofía. Por el contrario, a la luz que emana de la Persona de Cristo, esta filosofía llega a ser, por así decir, más autoconsciente. Por consiguiente, sus pasos son más seguros. La magna quaestio de Dios, que es su Palabra, otorga un carácter divinamente grande a la magna quaestio que es el hombre. El teólogo, interpretando la magna quaestio de Dios, quaerit intellectum, mientras el filósofo, interpretando al hombre, quaerit fidem. Gracias a la filosofía, la teología logra articular su reflexión sobre la Palabra que desciende al hombre. La filosofía, gracias a la teología, comprende mejor al hombre que asciende hacia la Respuesta. No debemos extrañarnos entonces si las filosofías que han surgido sin la acción de escuchar, alejadas de la filosofía, huyen de la luz desencarcelada por la Palabra. El sol siempre disipa la niebla. El encuentro con Cristo libera al filósofo del mero pensar en Dios y por consiguiente del riesgo de reducirLo a cualquier anhelo que encierra los discursos de la razón que construye los sistemas.

Encuentro personal Dios no encuentra al hombre en los seres tratados como objetos, es decir, como si fueran puramente materia con la cual se puede hacer todo lo que se desee. El hombre que borra el verum y el bonum escritos por Dios en cada ser e imprime ahí sus propios intereses sólo se encontrará a sí mismo. Precisamente por esto, únicamente la filosofía, penetrada por la convicción de que el ser es un texto misterioso, es un diálogo: filosofar consiste en saber leer (intellectus). Las filosofías que sólo consisten en escribir no dialogan, aun cuando se interpretan entre sí. Nunca resultará un verdadero diálogo al agregarse un monólogo a otro. Así, las filosofías “monologantes” no trascienden más allá de sí mismas, permaneciendo por tanto cerradas a la fe, sin la cual el hombre no llega a las cosas reales y por consiguiente no es alcanzado ni por lo que éstas significan ni por lo que indican…


En las relaciones interpersonales no hay mediación de objetos. Sin embargo, éstas requieren algún ser en el cual fundarse; de lo contrario, sólo serían encuentros-fantasma en el escribir los seres juntos y para ser más eficaces al hacerlo. La coproducción filosófica ocurre fuera de las personas, en determinados objetos, donde no son ellas quienes se encuentran, sino sus identidades, alienadas por la posesión de estos objetos. Ciertamente, el encuentro de dos personas tiene lugar en su intimum, pero se revela y se desarrolla en sus cuerpos y en tantas pequeñas cosas, como las flores que una ofrece a otra, por ejemplo. Se revela y se realiza con la condición de que sus cuerpos, sus flores y tantas otras cosas sean quaedam impressio y vestigium de la presencia recíproca de las personas en sí mismas. Entonces sus cuerpos, sus acciones y sus flores existen como textos escritos por unos a otros. Sólo entonces cada uno se siente llamado a leer al otro, lo cual no le permite tratarlo ad libitum. Fascinados por lo bello (pulchrum) del rerum y el bonum confiados a su intelecto y su voluntad, un carácter bello no susceptible de cálculo, ambos se sienten obligados no a poseer al otro sino a… filosofar, es decir, a entrar cada uno en el intimum del otro. Se sienten obligados a ofrecerse cada uno al otro. El intelecto, conociendo el verum del otro, y la voluntad, amando su bonum, lo interiorizan, es decir, introducen al otro en el intimum del hombre. Así, las personas no se encuentran en los objetos ni mediante éstos, sino en el propio agere que sequitur su esse, es decir, en su conocerse y amarse recíprocamente. Este agere llena el intimum de cada una de ellas. Una persona lee a la otra como un texto ya escrito y la ama como un ser ya amado. En su agere dialógico, las personas llegan a ser amigos de la sabiduría reflejada en sus seres. Ponen su confianza cada una en la otra mediante el pulchrum de su ser verdaderos y buenos, con la esperanza de que las consecuencias de este filosofar no las defraudarán. Precisamente en ese encuentro entre las personas, encuentro con mediación de lo bello de la unidad de lo verdadero y lo bueno de sus seres, se lleva a cabo la interacción entre fe y filosofía. Este carácter bello, llamando al intelecto a conocer la verdad y a la voluntad a amar el bien, conduce a los que se han encontrado en este trabajo hacia ese Otro que “omnes intelligunt Deum”3. Entre los hombres, aquel que recibe al mismo tiempo da, lo cual sería imposible si no hubiese ese Otro que solamente da. Es Él quien toma la iniciativa de ponerlos en el diálogo, que a través del verum y el bonum de sus seres los conduce a su fuente. La filosofía de ellos, de la amistad con la sabiduría, toma conciencia de ser amistad con el Don que la teología llama Gracia. sigue en la pág. 516

(...) LAS OPCIONES DE LA VOLUNTAD AISLADA DEL BONUM, CONFUNDIÉNDOSE CON EL CALCULAR DE LA RAZÓN MISMA, LANZAN AL HOMBRE A MERCED DE LOS DESEOS Y LAS MODAS. CONFUNDIDAS, POR CUANTO SON MUTUAMENTE INTERCAMBIADAS, LA RAZÓN Y LA VOLUNTAD CONSTRUYEN UN MUNDO BASADO EN EL OLVIDO DE LA REALIDAD, DONDE EL HOMBRE SE TRANSFORMA EN UNA SUMA DE REACCIONES A LA EFICACIA EXPERIMENTAL DE LAS ECUACIONES MATEMÁTICAS.

3 SANTO TOMÁS DE 3, Summa theologiae, I, 2, 3, c.

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EN LA EUCARISTÍA NO HAY MUERTOS

Como discípulo de Karol Wojtyla, amigo personal suyo y titular de la Cátedra Juan Pablo II de la Pontificia Universidad Lateranense, el Profesor Stanislav Grygiel fue entrevistado por Woldzimierz Redzioch para L’Osservatore Romano en el número especial que éste publicó con ocasión de la beatificación del anterior Pontífice. Reproducimos de ella tres respuestas: —Usted conoció en Cracovia la noticia de la elección de “su” arzobispo a la cátedra de Pedro y siguió los primeros meses del pontificado en Polonia. ¿Qué impacto tuvo la elección de Karol Wojtyla sobre la vida de los católicos polacos? —Debo repetir cosas ya sabidas. La primera reacción de los polacos fue de alegría, pero al alegrarse se dieron cuenta de las nuevas posibilidades que esa noche se habían abierto a su patria, a su Iglesia. Comprendieron que desde entonces en adelante la Iglesia ya no debería realizar su trabajo pastoral en la semiclandestinidad. Los católicos se volvieron más valientes y audaces: un signo elocuente de este cambio fueron las manifestaciones populares por las calles de las ciudades del país, que, sin que nadie hubiera pedido permiso, duraron toda la noche del 16 de octubre de 1978. Recuerdo las discusiones de aquella noche con mis amigos: estábamos convencidos de que las fronteras de Polonia con Occidente se abrirían y que antes o después también políticamente Polonia saldría del bloque comunista. Antes se pensaba que el comunismo iba a durar aún generaciones, al ver cómo los intelectuales y políticos occidentales se dejaban seducir por las palabras y por el dinero de la policía secreta soviética. ¡Cuántas veces precisamente ellos habían intentado convencernos de que debíamos adecuarnos al comunismo! Fue la primera peregrinación del Papa a Polonia en 1979 la que despertó en los polacos la esperanza un poco adormecida a causa de más de cuarenta años de comunismo. En suma, durante sus primeros años de pontificado comenzó a vislumbrarse la aurora de los tiempos nuevos, y no sólo para Polonia. —Quienes tuvieron la suerte de ser huéspedes de Juan Pablo II notaban que en el apartamento del Papa se respiraba el aire de familia. El Pontífice no sólo se rodeaba de secretarios, religiosas y colaboradores, sino también de muchos viejos amigos que frecuentaban el apartamento pontificio a menudo con sus familiares. Su familia era una de las que el Papa acogía. ¿Qué recuerda de esos encuentros? —La sencillez y la bondad del Papa. Los diálogos con él eran intercambios de dones: él nos donaba la presencia de su persona y nosotros, al recibirla, teníamos la sensación de haberle donado la nuestra. Esperaba a los demás, los buscaba. Era para los demás. Y era un hombre fiel. Precisamente gracias a esta fidelidad para con los demás, con su ayuda él aprendió la verdad de la alianza que por amor dos personas establecen para siempre. Con el mismo respeto ofrecía su tiempo a los adultos y a los niños. Una vez durante una cena con él, mi hijo, que tenía entonces ocho años, me daba puntapiés por debajo de la mesa para darme a entender que ya quería volver a casa. El Santo Padre se percató de ello y le preguntó: “¿Qué te pasa?” Y mi hijo, con sinceridad, respondió: “Me estoy aburriendo. Quisiera volver a casa”. Y el Papa dijo: “Tienes razón. Yo te invité a mi casa y no me estoy ocupando de ti. Discúlpame”. Y desde ese momento hasta el fin de la velada se puso a jugar y a bromear con él. Para mí fue una lección sobre lo que significa vivir para los demás y ser su pastor.

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—¿Qué echa de menos de Juan Pablo II? —Nada, salvo de vez en cuando su presencia física. Todo lo que era esencial y propio de su persona sigue presente. Su muerte no destruyó nada. Nuestro diálogo continúa. En el corazón de la Iglesia, es decir, en la Eucaristía, no hay muertos.

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Viene de la pág. 513

Filosofías y Teologías estériles

LA SOCIEDAD SE HA ALEJADO DE LOS SERES QUE SE MANIFIESTAN COMO VERDADEROS Y BUENOS. ÉSTA PROCURA RESOLVER TODOS SUS PROBLEMAS MEDIANTE LA POSESIÓN DE LOS OBJETOS, INCLUIDAS LAS CIENCIAS. HABIENDO DEJADO DE INTERESARSE EN LO VERDADERO Y EL BIEN DEL SER, NO ESTÁ ENTUSIASMADA CON EL TRABAJO A PARTIR DE SU BELLEZA, LO CUAL SIGNIFICA QUE NO LOS CULTIVA, SINO SOLAMENTE HACE DE ELLOS OBJETOS PARA USAR Y DESECHAR.

4 Santo Tomás, llamando a la teología impressio divinae scientiae, agrega: quae est una et simplex omnium (ver nota 2).

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La derrota posmoderna de la cultura es producto de la alegre producción de las filosofías, y por consiguiente de la alegre producción de las teologías. La carencia de filosofía y teología ha deformado la visión que los hombres tienen de sí mismos y del universo4. En esta carencia se expresa la crisis de la pertenencia de los hombres a la verdad y al bien. La sociedad se ha alejado de los seres que se manifiestan como verdaderos y buenos. Ésta procura resolver todos sus problemas mediante la posesión de los objetos, incluidas las ciencias. Habiendo dejado de interesarse en lo verdadero y el bien del ser, no está entusiasmada con el trabajo a partir de su belleza, lo cual significa que no los cultiva, sino solamente hace de ellos objetos para usar y desechar. Semejante sociedad no mira lejos; es pusilánime y perezosa. Los pusilánimes y los perezosos alejan la filosofía y la teología de su vida. Las filosofías y las teologías que no enseñan a los hombres a decir al don de la verdad y del bien: fiat mihi!, son culturalmente estériles. Negándose a ser servidoras de la verdad y el bien, inevitablemente son usadas por las utopías y degeneran en ideologías. Entre utopías e ideologías no hay interacción. Cada cierto tiempo convergen en los intereses de sus propietarios. La interacción es posible únicamente entre los magnánimos. El pensamiento filosófico, siendo dialógico, niega el vacío en el cual, para decirlo con Dostoievski, todo es lícito y en el cual las filosofías y las teologías se hacen ad libitum. “Todo es lícito” únicamente para aquel pensamiento que, sin conmoverse por la verdad del ser humano, no llega a ser respuesta al Amor que ahí se refleja. Semejante pensamiento y semejante voluntad evitan la muerte, no preparan al hombre para ésta. No son filosóficos, porque no son pregunta sobre el sentido de la vida. Quien no se convierte en esta pregunta nunca será dominus sui. Es natural entonces que en la esclavitud no florezcan la filosofía ni la teología. La esclavitud produce sus substitutos, que imitan las ciencias y dependen servilmente de ellas. A causa de la carencia del pensamiento, que es pregunta en espera de respuesta, el intellectus fidei crece deformado; lo deforma la ratio científica cerrada al diálogo; entre los esclavos no hay interacción. El fundamento de la filosofía (verum, bonum y su pulchrum, que constituyen el ser del hombre y del universo) es simbólico. Indica infinitamente más de lo que significa; indica al Otro sin significarLo. Orientado por el propio ser, el hombre desea unirse con la Fuente de la cual surgen los trascendentales que lo llenan y lo forman. Filosofando, él camina magnánimamente hacia el Futuro más lejano, y al mismo tiempo siempre presente en el recorrido del verum, bonum e pulchrum. El griego diría que el filósofo tiende a encontrarse y en-


cajar, sym-ballein, con el Otro, el cual, siendo el Inicio y el Fin, está presente en todo cuanto se extiende entre ellos. Eso significa que el Otro está presente en los seres en cuanto ellos se extienden en su “espacio”. Al negarse la razón a este sym-ballein con la verdad y la voluntad con el bien, sólo pueden dia-ballein, es decir, sólo pueden separarse de la presencia del Otro y de todo cuanto allí se “extiende”. La razón y la voluntad diabólicas, sometidas al vacío en el cual nada hay por conocer y amar, obligan al hombre a tomar en serio no sus productos, sino únicamente su mero funcionar. Cuando San Pablo nos advierte respecto a esta falsa seriedad, defiende nuestra razón y nuestra voluntad: “El tiempo apremia. Por tanto, los que tienen/…/vivan como si no tuviesen/…/Os digo esto para vuestro bien, no para tenderos un lazo, sino para moveros a lo más digno…” (ver 1 Co 7, 29-35). El Papa, recordando que el auditus fidei, entendido como Revelación siempre presente en la Tradición, en la Escritura y en el Magisterio de la Iglesia, siempre es explicado y en cierta medida también formado por el intellectus fidei, defiende no tanto la fe como la razón y la voluntad del hombre. Al defenderlas, defiende no sólo a la teología, que las necesita, sino también a la filosofía misma.

Descenso y ascenso

Es significativo el hecho de que no digamos ratio fidei sino intellectus fidei. En realidad, la fe, al conducir al hombre hacia los seres y no hacia los ennuntiabilia, no le permite calcular el pulchrum, verum, bonum. No le permite tampoco calcular las palabras que dicen lo verdadero, bueno y bello. Él los lee, intellegit. Aquel que en cambio los calcula, retur, en el mejor de los casos capta únicamente la situación lingüística e histórico-cultural del hombre. No sale del texto y no va en la dirección indicada por el mismo. Por este motivo se le escapa ese “además” sin el cual la vida no tiene sentido. El historicismo y el relativismo, inherentes en la razón diabólica, reducen las palabras a las resultantes de las circunstancias y obligan al hombre a inclinarse ante ellas. El hombre, inclinado ante las circunstancias, no logra inclinarse ante la verdad y el bien. En el hombre retenido por sus propios cogitata y volita se derrumba la inteligibilidad de los textos, entendida como acción de significar e indicar. Evidentemente, en el hombre así retenido se derrumban tanto la filosofía como la teología. Es verdad que durante algún tiempo él estará en condiciones de vivir de su herencia, pero la derrocha en el “país lejano” (Lc 15, 13) a esa inteligibilidad de los seres que trasciende la historia y las ciencias. ¿Adónde nos conduce o —mejor dicho— nos vuelve a conducir el camino que comienza en el intimum de nuestro ser? Abrahán e Isaac

LAS FILOSOFÍAS Y LAS TEOLOGÍAS QUE NO ENSEÑAN A LOS HOMBRES A DECIR AL DON DE LA VERDAD Y DEL BIEN: FIAT MIHI!, SON CULTURALMENTE ESTÉRILES. NEGÁNDOSE A SER SERVIDORAS DE LA VERDAD Y EL BIEN, INEVITABLEMENTE SON USADAS POR LAS UTOPÍAS Y DEGENERAN EN IDEOLOGÍAS. ES NATURAL ENTONCES QUE EN LA ESCLAVITUD NO FLOREZCAN LA FILOSOFÍA NI LA TEOLOGÍA. LA ESCLAVITUD PRODUCE SUS SUBSTITUTOS, QUE IMITAN LAS CIENCIAS Y DEPENDEN SERVILMENTE DE ELLAS.

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A CAUSA DE LA CARENCIA DEL PENSAMIENTO, QUE ES PREGUNTA EN ESPERA DE RESPUESTA, EL INTELLECTUS FIDEI CRECE DEFORMADO; LO DEFORMA LA RATIO CIENTÍFICA CERRADA AL DIÁLOGO; ENTRE LOS ESCLAVOS NO HAY INTERACCIÓN.

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fundamentan su diálogo en la presencia recíproca de cada uno ante el otro, presencia que los esclavos no conocen. En realidad, ellos permanecieron a los pies del monte en el país de Moria. “¡Padre mío!”, dice Isaac. Abrahán responde: “¡Aquí estoy, hijo mío!”. Confiados, es decir, presentes cada uno ante el otro, plantean las interrogantes esenciales porque ya no le tiene miedo cada uno al otro. “Aquí está el fuego y la leña, pero ¿dónde está el cordero para el holocausto?”. Abrahán le dice la verdad, pero no una de ésas que se ven porque están construidas por nosotros. Abrahán indica al hijo esa verdad en la cual él cree y ambos todavía deben buscar: “¡Dios mismo proveerá el cordero para el holocausto, hijo mío!” (Gn 22, 7-8). Abrahán e Isaac, llamados a buscar la verdad, la perciben “como en un espejo” (1 Co 13, 12). Sin embargo, ésta llega a ser cada vez más clara y distinta a sus opiniones, sobre todo las de Abrahán. Llega a serlo precisamente gracias a la interacción entre filosofía y fe, interacción que tiene lugar en su diálogo. Yo llamaría a esta interacción perceptio veritatis tendens in ipsam, percepción de la verdad que todavía debe tender hacia la verdad percibida. Con estas palabras definió Santo Tomás de Aquino el dogma. Dialogando de este modo, Abrahán e Isaac ascienden en el monte. Dios, en cambio, desciende… El descenso es propio de Dios; el ascenso, en cambio, del hombre. El monte en el cual el Otro revela su Rostro paterno se llama Gólgota. Él lo revela en su Palabra. Siendo Rostro de Dios, la Palabra del Gólgota contiene los presupuestos para toda la teología: dogmática, moral, fundamental (FR 66, 67). Ciertamente, la teología se fundamenta a partir de la Revelación, pero siempre debe corresponder a la magna quaestio que es el hombre. Por este motivo, para expresarse, el don de la fe necesita el intelecto y la voluntad del hombre, así como su intelecto y su voluntad necesitan la fe para no vagar en vano ni detenerse en lugar alguno del universo y del hombre, aun cuando éste fuese angélicamente bello (FR n°67). Ambos, el filósofo y el teólogo, perciben, cada uno a su manera, la verdad, y ambos tienden a ésta. El teólogo, con todo, tiende a ésta descendiendo con la Palabra al filósofo, mientras el filósofo va en la misma dirección, ascendiendo. La interacción, a veces dramática, entre la filosofía de uno y la teología del otro, se realiza también en su intimum. La interacción de ambos depende de su transparencia. La filosofía y la teología, mediante las cuales no es posible ver el ser del universo y del hombre, nos detienen en sus “enuntiabilia”, señal de que en su interacción falta la fe. Por consiguiente, falta también la realidad misma, sin la cual la filosofía muere.


«Precisamente en el propio intimum el hombre encuentra a Dios. Dios lo espera. El hombre, volviendo a entrar en sí mismo, descubre que su intimum es intimum porque ahí está Alguien que es aún más íntimo que este íntimo (intimior intimo meo de San Agustín)». (San Agustín por Tintoretto. Detalle de óleo en Museo Civici, Vincenza)

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LA RAZÓN Y LA VOLUNTAD DIABÓLICAS, SOMETIDAS AL VACÍO EN EL CUAL NADA HAY POR CONOCER Y AMAR, OBLIGAN AL HOMBRE A TOMAR EN SERIO NO SUS PRODUCTOS, SINO ÚNICAMENTE SU MERO FUNCIONAR.

5 SANTO TOMÁS DE AQUINO, De Caelo, 1, 22.

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La crisis de la cultura tiene su origen precisamente en la opacidad de las filosofías no hechas in auditu y en la opacidad de las teologías no hechas in intellectu. La falta de auditus ofusca la filosofía y la falta de intellectus ofusca la teología. Las filosofías y las teologías opacas confluyen en el vacío. El Papa defiende la filosofía cuando subraya “el carácter universal del contenido de la fe” (FR n°69). Confiada a todos, la fe trasciende las situaciones históricas y culturales. Con ella, la filosofía se eleva más allá del universo y la historia; de hecho se trasciende a sí misma. Precisamente por este motivo el pensamiento filosófico es capaz de discernir “no lo que piensan los hombres, sino cuál es la verdad objetiva”5 (FR n° 69). El Papa defiende la filosofía, llamando a los filósofos a purificarla. Llamándolos a crear la filosofía, los llama ad heroismum. Aquel que purifica el río, de alguna manera conduce nuevamente sus aguas a la pureza propia del manantial, de donde éstas surgen. El manantial es la fuente del ser de las aguas y de su pureza-perfección. Las aguas del río se vuelven perfectas, recuperando la pureza “perdida”. El filósofo purifica la filosofía, volviendo a los principios del ser y el actuar, y por consiguiente a los principios del conocer y el amar. El intelecto es purificado cuando es conducido nuevamente a la verdad y la voluntad, al ser conducido nuevamente al bien. Éstos constituyen la fuente de la filosofía. El filósofo lucha durante toda la vida por “decir” bien el ser, esto es, por anunciarlo en forma adecuada a sus principios y a su Fuente. Él lucha como Jacob luchó toda la noche con el Ángel de Dios para obtener la bendición para su propio ser. Todo ser desea ser bien “dicho”. Cuando es mal “dicho”, se disuelve en el “todo es lícito”. Jacob y el filósofo se convierten. Convirtiéndose, viven de manera distinta en comparación con los demás hombres. Caminan de acuerdo con otra lógica. Según los demás, ambos cojean. Quien se dirige hacia la fuente siempre camina contra la corriente del río. Juan Pablo II llama a los filósofos a ir contra la corriente para purificar el intelecto y la voluntad del hombre; de lo contrario, las culturas no llegarán a ser la cultura, no tendrán la fuerza necesaria para poder apuntar hacia los valores que las trascienden y las hacen ser cultura. Con estos valores, el hombre construye la casa (ethos) en la cual se siente dominus sui. Eso significa que donde no hay interacción entre fe y filosofía, entre filosofía y teología, el hombre va errante como un sin techo cualquiera. La Palabra que revela el Rostro paterno de Dios en el monte Gólgota lleva nuevamente a las culturas a su unidad. Las purifica de la doxa de los esclavos de la caverna (Platón), revelando la dignidad del hombre que lo eleva más allá de todo precio. Las culturas que no se purifican


de este modo se corrompen y se transforman en sistemas políticos. Corruptas, corrompen sus lenguas, volviéndolas formales y por tanto comprensibles sólo para los iniciados en los susodichos sistemas. Las culturas reducidas a mera política funcionan como si fuesen criterio de la filosofía, la fe y la teología; deciden sobre lo verdadero y lo falso, sobre el bien y el mal, sobre la vida y la muerte. Los teólogos ya no hablan como hablaban los Apóstoles en Jerusalén en el día de Pentecostés; eran galileos y sin embargo los comprendieron partos, medos, elamitas, cretenses, árabes y tantos otros (cfr. Hch 2, 7-11). No por azar la Palabra encarnada comenzó a llegar a los hombres “en todo el mundo” a través del modo griego de agere. Es un hecho elegido por Dios que la primera “inculturación” de la fe fuese la griega. Realizando por tanto el mandamiento: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación” (Mc 16, 15), no podemos fingir que no lo vemos. Todas las sucesivas “inculturaciones” estuvieron y estarán profundamente marcadas por el modo griego de mirar la realidad, aun cuando corresponde a las culturas mismas pedir a Cristo el Don. “Si conocieras el Don de Dios y quién es el que te dice: “Dame de beber”, tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua viva” (Jn 4, 10). Cristo dirigió estas palabras a una persona que vivía en una cultura distinta a la Suya. Las culturas que no entran en el intimum del hombre, donde se convierten en la cultura, nunca pedirán “agua viva”. Es el intimum del hombre el que tiene sed del Don. Toda cultura está formada por el filosofar entendido como desear y amar la sabiduría que no es filosófica. En toda cultura, entonces, entre la filosofía que la forma y la teología que le muestra el cumplimiento, se lleva a cabo la interacción que la Encíclica llama “circularidad” (FR n° 73). La teología parte de la Palabra de Dios revelada en la historia. Ayudada por el intellectus “en la sucesión de generaciones”, la teología obtiene una inteligencia cada vez más profunda de la Verdad de Dios. La luz invisible de esta Verdad a su vez manifiesta la verdad del hombre y del universo en todo su esplendor. En esta circularidad, se profundizan tanto la magna quaestio —y por tanto la filosofía— como la inteligencia teológica de la fe. Para poder entrar en interacción con la teología, la filosofía debe volver la espalda a los sistemas, ya que en éstos la verdad se reduce a ser verdad del sistema, abierta únicamente al sistema del cual forma parte. La verdad reflejada en los seres (verum) representa la estrella guía para pensar en ellos. Por este motivo, la amistad con la sabiduría, la filosofía, nunca será una adaequatio perfecta intellectus et voluntatis cum re. Tampoco lo será el intellectus fidei. Los grandes teólogos son también grandes pensadores cuando no son ajenos a la filosofía; también los grandes filósofos son grandes

EL HOMBRE, INCLINADO ANTE LAS CIRCUNSTANCIAS, NO LOGRA INCLINARSE ANTE LA VERDAD Y EL BIEN. EN EL HOMBRE RETENIDO POR SUS PROPIOS COGITATA Y VOLITA SE DERRUMBA LA INTELIGIBILIDAD DE LOS TEXTOS, ENTENDIDA COMO ACCIÓN DE SIGNIFICAR E INDICAR.EVIDENTEMENTE, EN EL HOMBRE ASÍ RETENIDO SE DERRUMBAN TANTO LA FILOSOFÍA COMO LA TEOLOGÍA.

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JUAN PABLO II LLAMA A LOS FILÓSOFOS A IR CONTRA LA CORRIENTE PARA PURIFICAR EL INTELECTO Y LA VOLUNTAD DEL HOMBRE; DE LO CONTRARIO, LAS CULTURAS NO LLEGARÁN A SER LA CULTURA, NO TENDRÁN LA FUERZA NECESARIA PARA PODER APUNTAR HACIA LOS VALORES QUE LAS TRASCIENDEN Y LAS HACEN SER CULTURA.

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pensadores cuando no se cierran a la teología. En su relación con las palabras que son los seres, el filósofo desea llegar a la Palabra, en la cual ellos, “llamados” bien, encontrarían su cumplimiento. El teólogo mira ya a los seres a través de la Palabra, deseando conducirlos nuevamente a Ella. Los grandes teólogos y los grandes filósofos se encuentran donde el deseo y la fe toman contacto. Juan Pablo II cita a algunos de ellos: San Gregorio Nacianceno, San Agustín, Santo Tomás de Aquino, John Henry Newman, Antonio Rosmini, Jacques Maritain, Étienne Gilson, Edith Stein, Vladimir Soloviev, Pavel A. Florenskij, Petr J. Daadaev, Vladimir N. Losskij. Estos nombres no quieren decir que debamos repetir su camino. Muy lejos de imponernos algún camino en particular, aun cuando fuese el más bello, el Papa sólo quiere decirnos que el diálogo con estos pensadores ayuda a mirar con todo nuestro ser la Verdad y el Bien, hacia los cuales nuestro ser ya está orientado.

La luz de la razón

Leemos en la encíclica Fides et ratio (n° 75, 76, 77) que la filosofía puede realizarse en tres estados. 1. Han existido y existen filósofos que no habiendo encontrado a Cristo hacen filosofía de modo independiente de la Revelación histórica y la fe cristiana. Su aspiración a la autonomía —dice el Papa— es “legítima” en el ámbito de los límites impuestos por el carácter finito del hombre, que él mismo reconoce. Más aún, ésta “se sostiene y refuerza”, porque “el empeño filosófico (…) como búsqueda de la verdad en el ámbito natural permanece al menos implícitamente abierto a lo sobrenatural” (FR n°75). La gracia —repite el Papa— no destruye la naturaleza, sino que la perfecciona (FR n°75). La perfecciona con la condición de que su autonomía natural se realice de acuerdo con los criterios que no violan ni el intelecto ni la voluntad del hombre, apartándolos de la verdad y el bien. La teología podrá “apoyarse en conceptos y argumentos” desarrollados únicamente por la filosofía llevada a cabo en el intelecto y la voluntad no secularizados, es decir, no cerrados en el tiempo de la corrupción. La teología necesita la filosofía del devenir y no la del pasar. Por autonomía de la filosofía no se entiende “la reivindicación de una autosuficiencia del pensamiento” (FR n°75), reivindicación sobre la cual hacen propaganda muchos filósofos procurando construir la llamada filosofía separada. Éstos, decidiendo a priori dónde no se debe buscar la verdad, deciden en la práctica lo que ésta es o debería ser. La verdad y el bien se oponen a la violencia, pero lo hacen sin violar a sus adversarios. Se retiran en silencio, pero el silencio es precisamente la palabra más fuerte de la lengua. Ante el silencio de


«Todas las sucesivas “inculturaciones” estuvieron y estarán profundamente marcadas por el modo griego de mirar la realidad, aun cuando corresponde a las culturas mismas pedir a Cristo el Don»

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A LA FILOSOFÍA QUE PRESCINDE DE LA ENCARNACIÓN SE LE ESCAPA EL “CENTRO” DEL UNIVERSO Y LA HISTORIA, “CENTRO” QUE ES EL SENTIDO DE AMBOS (VER ENCÍCLICA REDEMPTOR HOMINIS, N°1). AL ASCENDER, LA PALABRA ENCARNADA NO CESA DE SORPRENDER A LOS FILÓSOFOS. DE HECHO ALGUNOS LA ABANDONAN, AUN CUANDO CONTINÚEN VISTIÉNDOSE CON SU TÚNICA (VALORES CRISTIANOS), PERO ESTA VEZ DESPEDAZÁNDOLA. LOS DIÁLOGOS ENTRE FILOSOFÍA Y FE Y ENTRE FILOSOFÍA Y TEOLOGÍA SIGUEN DESARROLLÁNDOSE DRAMÁTICAMENTE EN LOS AREÓPAGOS DEL MUNDO.

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la verdad y el bien, las llamadas filosofías separadas son débiles. Son débiles los pensamientos en los cuales no resuena el silencio. El vacío, ciertamente, siempre es débil. 2. Han existido y existen filósofos cuyo intelecto tiende a la verdad y cuya voluntad tiende al bien en la fe en Cristo. Su ser magna quaestio asciende junto a la Magna quaestio de Cristo que se manifiesta en el monte de los Olivos, en el Gólgota e incluso en el jardín donde fue sepultado su cuerpo. En su vida terrenal, Cristo siempre asciende. “No me toques (Nolli me tangere), que todavía no he subido al Padre” (Jn 20, 17), le dijo a María de Magdala después de la Resurrección. El diálogo con Cristo que asciende purifica y profundiza el pensamiento del filósofo. Lo ayuda a no dejarse retener por persona ni cosa alguna. La filosofía verdaderamente cristiana está muy lejos de ser filosofía oficial de la Iglesia. Las filosofías oficiales ya no son la filosofía. Su fuerza no proviene de la verdad, sino de alguna función de policía. Es cristiana la filosofía metafísicamente abierta al Don de la fe e inspirada por el mismo, que se fortalece antropológicamente a la luz de la Palabra encarnada. Entonces y sólo entonces, la filosofía, planteando de modo más profundo las interrogantes sobre el ser, está en condiciones de preguntar a propósito del mal que lo mortifica, del hombre y de Dios mismo, de la libertad de Dios y de la liberación del hombre. A la filosofía que prescinde de la Encarnación se le escapa el “centro” del universo y la historia, “centro” que es el sentido de ambos (ver encíclica Redemptor hominis, n°1). Al ascender, la Palabra encarnada no cesa de sorprender a los filósofos. De hecho algunos La abandonan, aun cuando continúen vistiéndose con su túnica (valores cristianos), pero esta vez despedazándola. Los diálogos entre filosofía y fe y entre filosofía y teología siguen desarrollándose dramáticamente en los Areópagos del mundo. 3. En este drama, la teología hace su propia parte. Llama a la filosofía en su auxilio para explicar el contenido de la Palabra históricamente revelada y para argumentar en su favor, porque también ella debe “verificar” la inteligibilidad y la verdad universal de sus aserciones (FR n°77). De este modo procedían los Padres de la Iglesia y los teólogos medievales. Los teólogos que se alejan de la filosofía y procuran desarrollar sus teorías fuera de ella suelen hacer filosofías que no son sino reacciones a las tendencias y modas vigentes. Pocas cosas son tan ridículas como el trabajo pastoral adherido a las teologías convertidas en ancillae de las filosofías, que se parecen a las telarañas arrancadas por los vientos de moda. La teología, al pedir ayuda a la filosofía, no anula la autonomía del pensamiento filosófico. Por el contrario, le da importancia. La Palabra misma de Dios, que es absolutamente Otro, exige que el filó-


sofo, procediendo “de acuerdo con sus propias reglas” y basándose “en sus propios principios” (FR n°79), esté abierto a la verdad de tal manera que nunca pierda “su capacidad de interrogarse e interrogar” (FR n°79). La Palabra de Dios necesita la magna quaestio del hombre. Donde ésta falta, la Palabra de Dios cae en el vacío. Perder la capacidad de interrogarse e interrogar equivaldría a una absolutización de la razón y por esto mismo a su humillación, por cuanto la razón absolutizada ya no interroga. Ésta construye únicamente cuasi-preguntas y cuasi-respuestas. Nada la asombra, lo cual es señal de que su agere (conocer y amar) se ha reducido al facere objetos que funcionan como verdad y bien. En el mundo constituido de verdades producidas por la razón humillada no hay espacio para la fe, si bien lo hay para las teologías (¡no para la teología!). Sin embargo, éstas representan humillaciones de la teología misma: la razón que no sabe preguntar, no sabe pensar. Ésta produce únicamente en conformidad con las situaciones. La teología —afirma el Papa— no necesita un sistema filosófico, sino un modo adecuado de filosofar. Uno de los ejemplos más bellos del modo adecuado de filosofar es Santo Tomás de Aquino. Él sabía magistralmente “defender la radical novedad aportada por la Revelación sin menospreciar nunca el camino propio de la razón” (FR n°78). Termino esta reflexión con las palabras de San Agustín. De ellas emana una luz que permite captar la esencia de la interacción entre filosofía y fe y entre filosofía y teología, y al mismo tiempo ayuda a vislumbrar las causas del vacío espiritual en el cual la sociedad posmoderna se está sofocando: “El hecho mismo de creer no es otra cosa que pensar asintiendo /…/ Todo aquel que cree, piensa, y creyendo piensa y pensando cree /…/ La fe, si no es pensada, nada es”6; “Si se quita el asentimiento, se quita la fe, porque sin asentimiento nada se cree”7.

6 SAN AGUSTÍN, De praedestinatione sanctorum, 2, 5. 7 SAN AGUSTÍN, De fide, spe et caritate, 7.

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“El futuro de la humanidad se fragua en la familia” Familiaris consortio, nº 86

POR CARL ANDERSON

E

LA CARTA DE LOS DERECHOS Pablo II para Estudios sobre DE LA FAMILIA ESTABLECE LOS n la Gaudium et spes está el Matrimonio y la Familia y CRITERIOS PARA POLÍTICAS claro que el Concilio Vatiel Pontificio Consejo para la CONSECUENTES CON LA cano II se proponía realizar Familia. En ese mismo año, COMPRENSIÓN DE LA FAMILIA una renovación, no sólo la Exhortación Familiaris COMO LA CÉLULA NATURAL marginal, del ministerio consortio proporcionó los DE LA SOCIEDAD. LA CARTA pastoral para las familias fundamentos para la labor INSISTE EN QUE LA FAMILIA, “AL cristianas, sino substancial y pastoral del Instituto y para SER UNA SOCIEDAD NATURAL, radical, como única respuesun proyecto pastoral de EXISTE ANTES QUE EL ESTADO O ta apropiada a los retos sin trabajo del Consejo. A esto CUALQUIER OTRA COMUNIDAD Y precedentes que la sociedad siguieron, en 1983, nuevas POSEE LOS DERECHOS INHERENTES contemporánea lanza a la fainiciativas en lo referente al QUE SON INALIENABLES”. POCA milia. La Gaudium et spes (nn. derecho civil y canónico, con ATENCIÓN HAN PRESTADO A LA 47-52) estableció unos funla publicación de la Carta de CARTA LOS JURISTAS CATÓLICOS, damentos que abrían nuevas los Derechos de la Familia y PERO SOBRE TODO A LA y decisivas posibilidades del nuevo Código de Derecho “ANTOLOGÍA” QUE ELLA ENCIERRA. para presentar una teología Canónico. pastoral arraigada en una El Código de Derecho Canónico visión más convincente de la revisado constituye un adepersona humana. Durante los primeros años lanto fundamental y, según muchos, esencial, de pontificado del Papa Juan Pablo II, esta so- para la misión pastoral de la Iglesia, pues licitud pastoral fue expresada en sumo grado. rechaza toda interpretación estrechamente En cierto modo, esa antropología cristiana del legalista de la institución del matrimonio: “La matrimonio y de la familia ha llegado a ser la alianza matrimonial, por la que el varón y la clave de interpretación de toda la misión pas- mujer constituyen entre sí un consorcio de toda toral de la Iglesia en nuestro tiempo. la vida, ordenado por su misma índole natural Es asombrosa la rapidez con que Juan Pablo II al bien de los cónyuges y a la generación y eduse empeñó en poner las bases de una acción cación de la prole, fue elevada por Cristo Señor pastoral a favor del matrimonio y de la fami- a la dignidad de sacramento entre bautizados” lia. La piedra angular fue colocada durante (CIC, n. 1055). el Sínodo de los Obispos de 1980. Luego, en De modo semejante, la Carta de los Derechos de la 1981, fueron creados el Pontificio Instituto Juan Familia dio la posibilidad a la Santa Sede, y a la

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Iglesia en general, de participar con mayor efi- “comunidad de personas”, queda todavía por cacia en las decisiones oficiales. Los documen- descubrir en gran parte. Eso mismo se puede tos internacionales sobre los derechos humanos decir de las implicaciones de dicho documento habían reconocido desde hacía tiempo que la para la pastoral de las mujeres, su papel en la familia era una célula fundamental de la socie- Iglesia y la consideración de la idea de un nuevo dad. La Carta de los Derechos de la Familia no sólo modelo de feminismo cristiano. reconoce esta verdad básica, sino que establece Así, en 1983, el Papa Juan Pablo II ya había también los criterios para políticas consecuen- organizado un Sínodo de los Obispos sobre tes con esa comprensión de la familia como la la Familia; promulgado una exhortación célula natural de la sociedad. La Carta insiste apostólica que reunía los resultados de ese en que la familia, “al ser una encuentro y proponía un sociedad natural, existe antes plan pastoral completo para EN 1983, EL PAPA JUAN PABLO que el Estado o cualquier la evangelización de la vida II YA HABÍA ORGANIZADO UN otra comunidad y posee los familiar; establecido un SÍNODO DE LOS OBISPOS SOBRE derechos inherentes que son nuevo enfoque del matrimoLA FAMILIA; PROMULGADO UNA inalienables”. Poca atención nio en el derecho canónico; EXHORTACIÓN APOSTÓLICA QUE han prestado a la Carta los redactado una Carta de los REUNÍA LOS RESULTADOS DE juristas católicos, pero sobre derechos de la familia para ESE ENCUENTRO Y PROPONÍA todo a la “antología” que ella que influyera en las políticas UN PLAN PASTORAL COMPLETO encierra. públicas nacionales e inPARA LA EVANGELIZACIÓN DE LA Además, durante todo ese ternacionales, y explorado, VIDA FAMILIAR; ESTABLECIDO tiempo, la Iglesia experimena través de las audiencias UN NUEVO ENFOQUE DEL tó uno de los adelantos más de los miércoles, una nueMATRIMONIO EN EL DERECHO extraordinarios del magisteva antropología teológica. CANÓNICO; REDACTADO UNA rio pontificio con ocasión de Además, había creado dos CARTA DE LOS DERECHOS DE las audiencias generales de iniciativas pastorales insLA FAMILIA PARA QUE INFLUYERA los miércoles, desde septiemtitucionales de importanEN LAS POLÍTICAS PÚBLICAS bre de 1979, hasta noviembre cia mundial: el Pontificio NACIONALES E INTERNACIONALES, de 1984, con la presentación, Consejo para la Familia y Y EXPLORADO, A TRAVÉS DE por parte de Juan Pablo II, de el Pontificio Instituto Juan LAS AUDIENCIAS DE LOS la “teología del cuerpo”. Las Pablo II para Estudios sobre MIÉRCOLES, UNA NUEVA implicaciones de esta “cael Matrimonio y la Familia. ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA. (…) tequesis del cuerpo” tienen En los primeros cinco años que ser aún descubiertas, de de su pontificado, Juan Pamodo adecuado, en el contexto de las distin- blo II había presentado un plan pastoral comtas culturas en el mundo entero. Los nuevos pleto para fortalecer la misión de la Iglesia de conceptos acerca de la relación entre hombre evangelizar la vida familiar. Durante todo ese y mujer, como el significado “nupcial” del tiempo de cambios extraordinarios, quizás lo cuerpo, y la “soledad”, la “unidad” y la “desnu- más increíble era que esas iniciativas se tomadez” original, proporcionan una fuente rica e ban al mismo tiempo que el Santo Padre seguía inexplorada para la teología pastoral. Aún más, los famosos acontecimientos que llevarían a el adelanto en ideas como la igualdad del hom- la creación del Movimiento Solidaridad en bre y la mujer en el matrimonio, en la Mulieris Polonia y que iban a eliminar probablemente la dignitatem, que amplía nuestro concepto de la Guerra Fría y llevar a la liberación de la Europa

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Oriental y de la Unión Soviética, así como al fortalecimiento del movimiento democrático en América Latina, todo esto mientras se estaba recuperando de un atentado casi fatal. Muchas de esas iniciativas iban a tener como consecuencia, con el tiempo, otras muy importantes. Por ejemplo, el Instituto Juan Pablo II lanzaría, en 1988, un adelanto sin precedentes en el mundo para la formación teológica, al abrir una sección universitaria en lengua inglesa, en Estados Unidos, que podría llevar a establecer algo semejante en América Latina, Asia, África y Europa. En 1994, el Pontificio

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Consejo daría una respuesta a los trabajos del Año Internacional de la Familia proclamado por las Naciones Unidas, organizando el Primer Encuentro Mundial del Santo Padre con las Familias, en Roma. Esta iniciativa se ha respetado cada tres años: Río de Janeiro (1997); Roma, (2000); Manila (2003); Valencia (2006); y México (2009). Especialmente durante el Año Internacional de la Familia, la misión de la Iglesia con relación a la familia constituyó una preocupación especial de Juan Pablo II. Por ejemplo, en 1994, en su carta del Jueves Santo a los sacerdotes,


(…) HABÍA CREADO DOS INICIATIVAS PASTORALES INSTITUCIONALES DE IMPORTANCIA MUNDIAL: EL PONTIFICIO CONSEJO PARA LA FAMILIA Y EL PONTIFICIO INSTITUTO JUAN PABLO II PARA ESTUDIOS SOBRE EL MATRIMONIO Y LA FAMILIA. EN LOS PRIMEROS CINCO AÑOS DE SU PONTIFICADO, JUAN PABLO II HABÍA PRESENTADO UN PLAN PASTORAL COMPLETO PARA FORTALECER LA MISIÓN DE LA IGLESIA DE EVANGELIZAR LA VIDA FAMILIAR.

«Sería difícil, si no imposible, imaginar la misión pastoral de la Iglesia con las familias, en todo el mundo, a principios del Tercer Milenio, sin la magnífica herencia recibida de Juan Pablo II»

declaró que “la pastoral de la familia… es, en cierto modo, la quintaesencia de la actividad sacerdotal en todos los niveles”. En 1995, la Congregación para la Educación Católica publicó las Directrices sobre la formación de los seminaristas con relación a los problemas referentes al matrimonio y la familia. Las Directrices contemplan diez sectores en los que se deberían perfeccionar “cualitativamente” los programas de formación intelectual de los seminaristas, con el objeto de promover la pastoral que ellos desarrollan con las parejas de casados y las familias. En el n. 25 de las

Directrices se afirma que actualmente existe un corpus doctrinal y pastoral, constituido por los documentos del magisterio pontificio Humanae vitae, Veritatis splendor, Familiaris consortio, Christifideles laici, Mulieris dignitatem y la Carta de las Familias, así como Persona humana y Donum vitae. Podríamos incluir muchos otros en la lista, incluso Evangelium vitae. En 1993, Juan Pablo II afirmó que la misión de la Iglesia a favor de la familia debía colocarse “en el centro de la nueva evangelización”. Y no sólo lo dijo en repetidas ocasiones, sino que dio a la Iglesia los instrumentos para garantizar que llegara a ser una realidad. La Iglesia ya poseía un material fundamental sobre la centralidad de la familia. Sin embargo, hasta el pontificado de Juan Pablo II, esa misión se apoyaba, en primer lugar, en las encíclicas Casti connubii y Humanae vitae. La integración de semejante corpus doctrinal en la pastoral y a nivel académico lazó un nuevo reto a muchas instituciones de la Iglesia, y seguirá haciéndolo en los decenios venideros. En todo caso, sería difícil, si no imposible, imaginar la misión pastoral de la Iglesia con las familias, en todo el mundo, a principios del Tercer Milenio, sin la magnífica herencia recibida de Juan Pablo II.

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«La revelación de la plenitud del hombre en Cristo, que es el Hijo de Dios, permite comprender que Dios no es adversario del hombre; que la auténtica misión de la Iglesia humaniza al hombre; que la divinización del hombre no implica su deshumanización, sino, al contrario, la plena humanidad sólo es accesible en la plena comunión con Dios. “El hombre que quiere comprenderse hasta el fondo a sí mismo, debe acercarse a Cristo” (RH 10)»

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SEGÚN LA ENCÍCLICA REDEMPTOR HOMINIS

El hombre a la luz de Cristo POR SAMUEL FERNÁNDEZ EYZAGUIRRE

La Redemptor hominis, una encíclica programática El carácter programático de su primera encíclica, Redemptor hominis, fue expresado por el propio Papa Juan Pablo II, en el Angelus del domingo 11 de agosto de 1978. El texto es muy significativo y sirve de clave de lectura de la encíclica: «He tratado de expresar en la encíclica Redemptor hominis lo que ha animado y anima continuamente mis pensamientos y mi corazón desde el comienzo del pontificado que, por inescrutable designio de la Providencia, tuve que asumir el 16 de octubre del año pasado». Pero, posiblemente en una improvisación, va más allá cuando declara a continuación: «La Encíclica contiene los pensamientos que entonces, al comienzo de este nuevo camino, apremiaban con fuerza especial a mi alma, y que sin duda, ya anteriormente venían madurando en mí, durante los años de mi servicio sacerdotal y después episcopal. Creo que, si Cristo me ha llamado así, con tales pensamientos y con tales sentimientos, es porque ha querido que estas llamadas de la mente y del corazón, estas expresiones de fe, esperanza y caridad, encontrasen resonancia en mi nuevo ministerio universal, desde su comienzo». Es decir, el Papa afirma que las ideas centrales de la encíclica Redemptor hominis ya estaban presentes en su corazón durante su ministerio sacerdotal y luego episcopal, y reconoce que esas ideas centrales estaban llamadas a adquirir una proyección universal. Luego, en el mismo Angelus, pronuncia unas sencillas palabras que develan el corazón de la encíclica y la idea central de su pontificado: «Por lo tanto, como veo y siento la relación entre el misterio de la redención en Cristo Jesús y la dignidad del hombre, así querría unir mucho la misión de la Iglesia con el servicio al hombre, en éste, su impenetrable misterio. Veo en esto la tarea central de mi nuevo servicio eclesial». Las palabras son muy significativas: afirman que el programa central de su pontificado consiste en unir la misión de la Iglesia con el servicio al hombre, precisamente por la relación que existe entre Cristo y el hombre. Con razón el Cardenal Angelo Scola, en artículo publicado años atrás en Humanitas, ha llamado a esta encíclica «El programa de un Pontificado»1.

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LA INTUICIÓN FUNDAMENTAL DE LA REDEMPTOR HOMINIS RONDABA LA MENTE DE KAROL WOJTYLA DESDE MUCHO ANTES DE SER ELEGIDO PAPA. ESTA INTUICIÓN CENTRAL ILUMINÓ LA REDACCIÓN DE GAUDIUM ET SPES 22. ELLA CONSISTE EN UN GIRO QUE PERMITE COMPRENDER AL HOMBRE DESDE CRISTO. EL FUNDAMENTO ES UNA VERDADERA VALORACIÓN DE LA HUMANIDAD DEL HIJO DE DIOS ENCARNADO. EN JESÚS SE REFLEJA EL ROSTRO DE DIOS Y TAMBIÉN EL ROSTRO DEL HOMBRE VERDADERO. AMBOS ASPECTOS SON INSEPARABLES, PORQUE EL ROSTRO DE DIOS SÓLO ES ACCESIBLE AL HOMBRE POR MEDIO DE LA ENCARNACIÓN.

1 Cf. A. Scola, «Redemptor hominis. El programa de un Pontificado», Humanitas 31 (julio-septiembre 2003).

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Pero, ¿cuál es esa particular relación entre Cristo y el hombre sobre la cual Juan Pablo II centró su ministerio como obispo de Roma? Ciertamente, para responder esta pregunta no vamos a remontarnos a la formación de Karol Wojtyla, lo que llevaría demasiado lejos, pero sí daremos una mirada a un momento de particular fecundidad teológica en la vida del Cardenal Wojtyla: su activa participación en la redacción de uno de los textos claves del Concilio Vaticano II, es decir, el número 22 de la constitución Gaudium et spes.

Participación de Karol Wojtyla en la redacción de la Gaudium et spes 22

LA ENCARNACIÓN NO SÓLO ES EL MOMENTO EN QUE DIOS SE HACE HOMBRE, SINO TAMBIÉN LA CULMINACIÓN DEL ASCENSO DEL HOMBRE, EN LA CUAL LA HUMANIDAD ALCANZA, FINALMENTE, LA DIMENSIÓN DEFINITIVA QUE DIOS QUISO DARLE DESDE EL PRINCIPIO. EN EL PLAN DIVINO ORIGINAL, EL HOMBRE ESTABA DESTINADO A UNIRSE A DIOS DE MODO PLENO, Y ESTA PLENITUD ES ALCANZADA EN JESÚS DE NAZARET.

2 Cf. G. Alberigo, Historia del Concilio Vaticano II (Salamanca 2007) 475486; D. Fernández, Cristocentrismo de Juan Pablo II (Salamanca 2003) 41-46. 3 Y. Congar, «Mon Journal du Concile», en Ut Unum sint, 575 (1994) 180181.

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Un testigo tan cualificado del Concilio Vaticano II, como Henri De Lubac, llegó a afirmar, en sus recuerdos del Concilio, Entretien autour de Vatican II, «Probablemente se debe a Wojtyla más que a ningún otro el que el famoso esquema XIII, tras tantos avatares, saliera por fin a flote, cuando muchos desesperaban ya de conseguirlo». El Cardenal De Lubac se refiere aquí a la activa y decisiva participación del arzobispo de Cracovia en la redacción de la Gaudium et spes, cuyo antecedente es el llamado esquema XIII. Estos laudatorios juicios a propósito de la decisiva participación de Monseñor Karol Wojtyla en la redacción de la Constitución conciliar son repetidos por Y. Congar y Ch. Möller. En efecto, en octubre de 1964 Wojtyla había tenido una importante intervención en el aula conciliar, en que había presentado un texto alternativo al que se discutía2. Por ello, al mes siguiente, fue llamado a participar en la subcomisión central que debía redactar el nuevo texto. Durante febrero de 1965 se realizaron las reuniones en Ariccia, muy cerca de Roma, junto al lago albano. Mons. Wojtyla presidió el grupo que tenía a cargo el capítulo 4 de la primera parte de la constitución. Yves Congar, en su diario, recuerda esos días de trabajo: «En la reunión de la tarde, que se dedicaba a la discusión del capítulo segundo, el obispo Wojtyla hizo unos comentarios destacables [...]. Wojtyla causó una impresión considerable. Su personalidad se impone. En su persona se halla presente alguna clase de animación, un poder magnético, una fortaleza profética, llena de paz, y a la que resulta imposible resistirse»3. El mismo Papa Juan Pablo, en noviembre de 1995, al celebrarse 30 años de la proclamación de la Constitución Gaudium et spes, se refirió explícitamente a su propia participación en la redacción del documento: «En realidad, debo confesar que tengo un particular aprecio por la Gaudium et spes, no sólo por las temáticas que desarrolla, sino también por la participación directa que se me concedió tener en su elaboración. En efecto, como joven obispo de Cracovia, fui miembro de la subcomisión encargada de estudiar


los signos de los tiempos y, desde noviembre de 1964, fui llamado a formar parte de la subcomisión central, encargada de la redacción del texto». Luego, insiste en que su participación directa en la redacción de la Gaudium et spes ha tenido una honda incidencia en la orientación de su magisterio pontificio, en particular en la encíclica que nos ocupa: «Justamente, el íntimo conocimiento de la génesis de la Gaudium et spes me ha permitido apreciar a fondo el valor profético y asumir ampliamente sus contenidos en mi magisterio, desde la primera Encíclica, la Redemptor hominis». De este modo, el Papa declara la centralidad de la Gaudium et spes en su magisterio desde el inicio, en referencia a su primera encíclica, la Redemptor hominis. Pero la continuación del texto revela un dato muy significativo para comprender cuál es el punto central que Juan Pablo II retoma de la Gaudium et spes: «En la Redemptor hominis, recogiendo la herencia de la Constitución conciliar [Gaudium et spes], quise confirmar que la naturaleza y el destino de la humanidad y del mundo no pueden ser definitivamente revelados si no a la luz de Cristo crucificado y resucitado». Para el Papa, entonces, la herencia central de la Gaudium et spes reside en la afirmación de que la naturaleza y el destino de la humanidad y del mundo sólo pueden ser definitivamente manifestados a la luz de Cristo, muerto y resucitado. «Jesucristo —insiste— permanece presente como luz del mundo que ilumina el misterio del hombre». Estas afirmaciones reflejan de modo evidente el texto de Gaudium et spes 22: «En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Porque Adán, el primer hombre, era figura del que había de venir, es decir, Cristo nuestro Señor, Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación». Y además, en un escrito del 8 de octubre de 1964, es decir, antes de la redacción de la Gaudium et spes, se encuentra una frase que, de algún modo, ya contiene las líneas esenciales del número 22: «El hombre, en cualquier ámbito de su vida, puede contar con los auxilios del Creador, obrando de acuerdo a su voluntad, en cuanto [el hombre] se nos manifiesta de modo claro y trasparente, en especial, por medio del Hijo encarnado»4. Una frase como ésta muestra hasta qué punto Karol Wojtyla participó activamente en la redacción del texto que nos ocupa o, al menos, estaba en plena sintonía con este texto central del Concilio. Finalmente, en el mismo discurso, Juan Pablo II afirma que la Gaudium et spes es «ápice» del itinerario del Concilio. De este modo, combinando ambas afirmaciones, se podría decir que, según el Papa Juan Pablo, el corazón del Concilio se centra en el misterio del hombre iluminado por el misterio del Hijo de Dios encarnado. De hecho,

EL HIJO DE DIOS, ENTONCES, NO SE VOLVIÓ UN HOMBRE CON CIERTAS EXCEPCIONES, COMO SI NOSOTROS FUÉRAMOS PLENAMENTE HUMANOS Y CRISTO FUERA HOMBRE CON CIERTAS SALVEDADES, SINO QUE SE HIZO PLENAMENTE HOMBRE; MÁS AÚN, EN ÉL LA HUMANIDAD ALCANZA SU PLENA ESTATURA, SU REAL DIMENSIÓN. Y ASÍ, LA VERDADERA HUMANIDAD NO SE ENCUENTRA EN ADÁN SINO EN CRISTO, EL ADÁN DEFINITIVO. LA ÚNICA EXCEPCIÓN QUE SE DA EN CRISTO, SEGÚN LA ESCRITURA, ES EL PECADO (HEB 4,15), PERO PRECISAMENTE A LA LUZ DE CRISTO, QUE REVELA LA VERDADERA HUMANIDAD, SE NOS MUESTRA QUE EL PECADO NO FORMA PARTE DE LA NATURALEZA HUMANA: NO ES PARTE DE LA ESENCIA DEL HOMBRE.

4 Acta synodalia, III,IV, 788.

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HUMANIDAD Y PECADO NO SE IDENTIFICAN. AL CONTRARIO, EL PECADO DEFORMA Y DESHUMANIZA AL HOMBRE. POR ESO, EL SANTO ES MÁS HUMANO QUE EL PECADOR. EL CAMINO DE LA SANTIDAD, COMO CONFIGURACIÓN CON CRISTO, ES ENTONCES UN CAMINO DE HUMANIZACIÓN, Y NO DE RECHAZO A LO HUMANO. LO AUTÉNTICAMENTE HUMANO NO ES UN OBSTÁCULO PARA UNIRSE A CRISTO, SINO EL ÚNICO CONTEXTO EN QUE ESTA UNIDAD PUEDE REALIZARSE. ASÍ, EL HOMBRE ES CAMINO DE LA IGLESIA (CF. RH 13).

«Yves Congar, en su diario, recuerda esos días de trabajo: “En la reunión de la tarde, que se dedicaba a la discusión del capítulo segundo, el obispo Wojtyla hizo unos comentarios destacables (...). Wojtyla causó una impresión considerable. Su personalidad se impone. En su persona se halla presente alguna clase de animación, un poder magnético, una fortaleza profética, llena de paz, y a la que resulta imposible resistirse”»

según los estudiosos, es uno de los párrafos conciliares más citados en su magisterio pontificio, un magisterio que ha querido estar al servicio de la puesta en práctica del Concilio.

Cristo, el hombre verdadero Queda claro, entonces, que la intuición fundamental de la Redemptor hominis rondaba la mente de Karol Wojtyla desde mucho antes de ser elegido Papa, y que esta intuición central iluminó la redacción de Gaudium et spes 22. Lo propio de esta insistencia radica en el giro que permite comprender al hombre desde Cristo. Esto tiene como

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fundamento una verdadera valoración de la humanidad del Hijo de Dios encarnado. Este giro antropológico implica que Jesús de Nazaret no sólo es revelador de Dios en favor de los hombres, sino que «revela el hombre al hombre» (cf. RH 10). De este modo, en Jesús se refleja el rostro de Dios y también el rostro del hombre verdadero. Ambos aspectos son inseparables, porque el verdadero rostro de Dios sólo es accesible al hombre por medio de la encarnación. La milenaria preocupación por defender la realidad de la encarnación, contra las múltiples formas de docetismo, apolinarismo y monofisismo que diluyen la integridad de la humanidad de Cristo, muestra aquí su fecundidad salvífica: la salvación no se verifica si el Hijo de Dios no ha asumido verdaderamente, y hasta el fondo, nuestra propia existencia humana. Jesucristo no es un personaje divino que recorre el mundo con apariencia de hombre, sino que es el Hijo de Dios que realmente ha tomado íntegramente nuestra propia humanidad. La Redemptor hominis presenta la encarnación como el final de un largo camino que comienza con la creación, se desarrolla en el Antiguo Testamento y concluye con la glorificación del Hijo de Dios hecho hombre: «A través de la Encarnación, Dios ha dado a la vida humana la dimensión que quería dar al hombre desde sus comienzos» (RH 1). En este sentido, la encarnación no sólo es el momento en que Dios se hace hombre, sino también la culminación del ascenso del hombre, en la cual la humanidad alcanza, finalmente, la dimensión definitiva que Dios quiso darle desde el principio. En el plan divino original, el hombre estaba destinado a unirse a Dios de modo pleno, y esta plenitud es alcanzada en Jesús de Nazaret. De este modo, Jesús es el hombre pleno y, por lo tanto, el modelo y la meta de todo hombre. Por lo anterior, la encarnación no sólo es revelación del rostro de Dios, sino también manifestación y realización del hombre pleno. La humanidad, es decir, la familia humana, alcanza su plenitud en Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios e Hijo de María, «de la misma naturaleza que el Padre, según su divinidad, y de la misma naturaleza que la Madre, según su humanidad», según una hermosa fórmula del obispo Flaviano, que preparaba la definición de Calcedonia. El Hijo de Dios, entonces, no se volvió un hombre con ciertas excepciones, como si nosotros fuéramos plenamente humanos y Cristo fuera hombre con ciertas salvedades, sino que se hizo plenamente hombre; más aún, en él la humanidad alcanza su plena estatura, su real dimensión. Y así, la verdadera humanidad no se encuentra en Adán sino en Cristo, el Adán definitivo. La única excepción que se da en Cristo, según la Escritura, es el pecado (Heb 4,15), pero precisamente a la luz de Cristo, que revela la verdadera humanidad, se nos muestra que el pecado no forma parte de la naturaleza humana: no es parte

AFIRMAR LA VERDAD DE LA ENCARNACIÓN, EN TODA SU RADICALIDAD, EQUIVALE A DECLARAR QUE LA NATURALEZA HUMANA, CON TODO SU CARÁCTER LIMITADO E HISTÓRICO, ES CAPAX DEI, ES DECIR, CAPAZ DE DIOS. POR ELLO, JESÚS DE NAZARET «REVELA EL HOMBRE AL PROPIO HOMBRE», PORQUE NUESTRA PROPIA HUMANIDAD —QUE ES LA MISMA DE JESÚS— SE MUESTRA CAPAZ DE CONTENER EN SÍ LA AUTOCOMUNICACIÓN DEFINITIVA DE DIOS.

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AFIRMAR QUE DIOS, EN CUANTO HOMBRE, SE HA VUELTO SUJETO DE NUESTRA PROPIA HISTORIA, EQUIVALE A DECIR QUE LO CULTURALMENTE CONDICIONADO (LA HUMANIDAD HISTÓRICA DEL HIJO DE DIOS) ES CAPAZ DE PORTAR Y EXPRESAR LO ETERNO (LA DIVINIDAD DEL HIJO DE DIOS), PUES AMBAS REALIDADES COINCIDEN EN UN ÚNICO SUJETO, ES DECIR, EN UNA ÚNICA PERSONA.

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de la esencia del hombre. Humanidad y pecado no se identifican. Al contrario, el pecado deforma y deshumaniza al hombre. Por eso, el santo es más humano que el pecador. El camino de la santidad, como configuración con Cristo, es entonces un camino de humanización, y no de rechazo a lo humano. Lo auténticamente humano no es un obstáculo para unirse a Cristo, sino el único contexto en que esta unidad puede realizarse. Así, el hombre es camino de la Iglesia (cf. RH 13). Afirmar la verdad de la encarnación, en toda su radicalidad, equivale a declarar que la naturaleza humana, con todo su carácter limitado e histórico, es capax Dei, es decir, capaz de Dios. Por ello, Jesús de Nazaret «revela el hombre al propio hombre», porque nuestra propia humanidad —que es la misma de Jesús— se muestra capaz de contener en sí la autocomunicación definitiva de Dios. El lenguaje de los hombres se muestra capaz de expresar la autoentrega definitiva de Dios, pues en Jesús de Nazaret, en cuanto hombre, Dios se ha vuelto accesible a los hombres: «El que me ve a mí, ve al Padre» (Jn 14,9, cf. RH 7). Entonces, la experiencia humana, siempre culturalmente situada, es capaz de portar en sí misma lo auténticamente divino. Si en Jesús está presente «la plenitud de la divinidad», entonces la existencia concreta del hombre, de cada hombre y mujer, tiene al menos la capacidad de acoger a Dios mismo en su vida. La encarnación tiene también consecuencias en nuestro modo de comprender la realidad histórica en la cual vivimos: «Dios ha entrado en la historia de la humanidad y en cuanto hombre se ha convertido en sujeto suyo» (RH 1). Afirmar que Dios, en cuanto hombre, se ha vuelto sujeto de nuestra propia historia, equivale a decir que lo culturalmente condicionado (la humanidad histórica del Hijo de Dios) es capaz de portar y expresar lo eterno (la divinidad del Hijo de Dios), pues ambas realidades coinciden en un único sujeto, es decir, en una única persona. Estas reflexiones acerca de la relación entre Cristo y la humanidad, entre Cristo y cada hombre, tienen significativas consecuencias para la misión de la Iglesia. Por una parte, la misión eclesial puede aspirar a la universalidad, porque Cristo es comprendido como la plenitud de todo hombre. La convicción que anima a la Iglesia, a la luz de la Redemptor hominis, es que todo hombre y cada hombre está llamado a alcanzar su plenitud en Cristo y, por lo tanto, «mostrarle a Cristo al mundo significa ayudar a todo hombre para que se encuentre consigo mismo» (RH 11). De acuerdo con esta visión, Cristo no es una opción entre varias, sino la realización de todo hombre. Por otra parte, se comprende que el encuentro con Cristo no censura nada auténticamente humano; el hombre no debe optar entre ser plenamente humano o plenamente cristiano, porque la plenitud del


hombre, de todo hombre y de toda mujer, se encuentra en Jesucristo. De este modo, la revelación de la plenitud del hombre en Cristo, que es el Hijo de Dios, permite comprender que Dios no es adversario del hombre; que la auténtica misión de la Iglesia humaniza al hombre; que la divinización del hombre no implica su deshumanización, sino, al contrario, la plena humanidad sólo es accesible en la plena comunión con Dios. “El hombre que quiere comprenderse hasta el fondo a sí mismo, debe acercarse a Cristo” (RH 10). Ahora se comprenden mejor las palabras, tal vez improvisadas, del Papa Juan Pablo II en el ángelus que anunciaba el sentido de la Redemptor hominis: «Por lo tanto, como veo y siento la relación entre el misterio de la redención en Cristo Jesús y la dignidad del hombre, así querría unir mucho la misión de la Iglesia con el servicio al hombre, en éste, su impenetrable misterio. Veo en esto la tarea central de mi nuevo servicio eclesial». La relación entre Cristo y el hombre implica que la misión de la Iglesia es un servicio al hombre. La verdadera evangelización no busca, entonces, hacer más numerosa y poderosa a la Iglesia, sino servir al hombre. Por ello, Juan Pablo II afirmó en el Angelus que anunciaba su primera encíclica: «Querría unir mucho la misión de la Iglesia con el servicio al hombre». La encarnación, así comprendida, revela a Dios y revela al hombre. El hecho de la encarnación muestra que nuestro Dios es un Dios capaz de unirse al hombre hasta identificarse personalmente con él: en la encarnación el Hijo de Dios, que es Dios verdadero de Dios verdadero, se une al hombre hasta coincidir en un único sujeto. Y el hecho de la encarnación muestra una cualidad propia de la humanidad, que no había sido antes actualizada: la capacidad de la naturaleza humana de unirse en un solo sujeto con Dios. En la encarnación, entonces, se revela que Dios es capaz de hacerse hombre y que el hombre es susceptible de ser asumido plenamente por Dios.

CRISTO NO ES UNA OPCIÓN ENTRE VARIAS, SINO LA REALIZACIÓN DE TODO HOMBRE. SE COMPRENDE QUE EL ENCUENTRO CON CRISTO NO CENSURA NADA AUTÉNTICAMENTE HUMANO; EL HOMBRE NO DEBE OPTAR ENTRE SER PLENAMENTE HUMANO O PLENAMENTE CRISTIANO, PORQUE LA PLENITUD DEL HOMBRE, DE TODO HOMBRE Y DE TODA MUJER, SE ENCUENTRA EN JESUCRISTO.

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«Con una extraordinaria coherencia en su enseñanza y en los gestos que nacían de ella, Juan Pablo II nos enseñó a comprender el Concilio Vaticano II poniéndolo en el horizonte del Jubileo del año 2000, que él mismo quiso denominarlo como un “umbral de esperanza” por la actualidad de la fuerza de la redención que se ofrece a la libertad de cada ser humano»


Cruzar el umbral de la esperanza POR PEDRO MORANDÉ COURT

C

omo escribió en su testamento y recordó Benedicto XVI en la homilía de la misa por su beatificación, Juan Pablo II definió la época de su gobierno pastoral de la Iglesia como el gran adviento del tercer milenio cristiano, cuyo centro sería el Jubileo del año 2000, y que él consideraría como un “umbral de esperanza”, puesto que nos haría recordar y renovar de manera particular, como señaló en su primera encíclica Redemptor hominis: “la conciencia de la verdad-clave de la fe, expresada por San Juan al principio de su evangelio: «Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros»”.1 Su profunda fe en el misterio de la Encarnación que une, en cierto sentido, a Cristo con cada uno de los seres humanos, ofreciéndoles la posibilidad de llegar a ser “hijos en el Hijo”, es el sello más profundo de todo su magisterio. Para él, no se trataba más que de la aplicación del Concilio Vaticano II y de sus constituciones, las que habían inaugurado una nueva época eclesial, especialmente rica en esperanza después del siglo trágico de las guerras mundiales y de los regímenes totalitarios que pisotearon brutalmente la dignidad de la persona humana. El advenimiento del nuevo milenio cristiano proponía así un nuevo horizonte a la historia humana, fundado en la esperanza de que en Cristo, la vocación humana se había cumplido en plenitud. Esta perspectiva sobre la historia fue la consecuencia de la antropología cristológica y trinitaria que alimentaba su visión del hombre y de la realidad social. Por ello, repitió tantas veces con la Gaudium et spes, que “el misterio del hombre sólo se esclarece a la luz del misterio del Verbo encarnado”.2 Enseñó que el cristianismo es esencialmente un acontecimiento: en el hombre Jesús de Nazaret se manifestó la plenitud de la vida divina, y por su resurrección de entre los muertos y la acción de su Espíritu continúa presente hasta el fin de los tiempos. Al manifestarse en este hombre la plenitud de la divinidad, se reveló también en él la plenitud de la humanidad, es decir, la vocación para la que Dios creó al hombre desde el principio. Su antropología surge, en consecuencia, de la contemplación de este acontecimiento que, por gracia divina y no por mérito humano, continúa haciéndose visible en la comunión de la Iglesia. Como ha recordado el Papa Benedicto XVI, lo que más impresionaba de Juan Pablo II era la fuerza de su fe viva que exhortaba a todos los hombres a “abrir de par en par las puertas a Cristo”. Todo cristiano sabe que la fe es una virtud teologal, que no procede del hombre sino

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EN JUAN PABLO II [LA FE] DESTACABA POR SU FUERZA, SU FIRMEZA, SU PROFUNDIDAD Y SU FIDELIDAD. HUMANAMENTE HABLANDO, TAL VEZ SE DEBA AL PROFUNDO ABANDONO QUE EXPERIMENTÓ EN SU VIDA, POR UNA ORFANDAD TEMPRANA, POR UN SEMINARIO CLANDESTINO, POR EL CONSTANTE ATROPELLO DEL NAZISMO A LA DIGNIDAD HUMANA, POR SU ARRIESGADA SOLIDARIDAD CON SUS AMIGOS JUDÍOS PERSEGUIDOS, POR UNA CONSTANTE PRESIÓN DEL RÉGIMEN COMUNISTA A FAVOR DEL ATEÍSMO.

1 Juan Pablo II, Redemptor hominis n.1 2 Concilio Vaticano II, Constitución pastoral Gaudium et spes, n.22

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CON LA MISMA MIRADA DEFENDIÓ APASIONADAMENTE LA VIDA HUMANA DE LOS NO NACIDOS Y LA VIDA DE LOS ENFERMOS Y ANCIANOS HASTA SU FIN NATURAL, EL VALOR DEL TRABAJO HUMANO PORQUE EL SUJETO QUE LO REALIZA ES UNA PERSONA, LA DIGNIDAD DE TODA CULTURA PORQUE PERTENECE AL SER DEL HOMBRE.

3 Juan Pablo II, Tertio millennio adveniente n.9. 4 Col 1,15

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de Dios, y que la regala de manera distinta y con diversos grados de profundidad a las personas que la solicitan. En Juan Pablo II destacaba por su fuerza, su firmeza, su profundidad y su fidelidad. Humanamente hablando, tal vez se deba al profundo abandono que experimentó en su vida, por una orfandad temprana, por un seminario clandestino, por el constante atropello del nazismo a la dignidad humana, por su arriesgada solidaridad con sus amigos judíos perseguidos, por una constante presión del régimen comunista a favor del ateísmo. Fiel hijo de la nación polaca, encontró el apoyo necesario para el desarrollo de su vocación en su cultura, que siempre reservó a la Iglesia el lugar más destacado. Pero tan significativa como esta historia de dolor y abandono que exigía una fe fuerte y la confianza en su pueblo, es su consagración a María (“Totus tuus ego sum”), puesto que en ella se contempla de manera inmediata la “teodramática” de la libertad divina infinita que sale al encuentro de la libertad humana finita para solicitarle que acepte el don de sí, su misericordia, haciendo posible que Dios habite entre los hombres. Veía así la presencia del misterio divino y la dignidad de la vocación humana en todas las personas que encontraba. La profundidad de su mirada traspasaba las personas y las cosas, las volvía transparentes, es decir, les comunicaba el resplandor de la fe que lo consumía. Por ello, tenía una mirada serena, paternal, llena de paz, pero con la profundidad de un horizonte infinito. En lenguaje teológico podría caracterizarse esta forma de mirar desde la profundidad de la fe como una mirada escatológica, es decir, como aquella que tiene la capacidad de anticipar al presente, al aquí y ahora de la finitud humana, la plenitud del tiempo, el sentido último de todo. Personalmente, me estremece la inteligencia hasta sus fundamentos, leer incansablemente el que considero como el más penetrante texto de su magisterio: “Cuando san Pablo habla del nacimiento del Hijo de Dios lo sitúa en «la plenitud de los tiempos» (cf. Gal 4, 4). En realidad el tiempo se ha cumplido por el hecho mismo de que Dios, con la Encarnación, se ha introducido en la historia del hombre. La eternidad ha entrado en el tiempo: ¿Qué «cumplimiento» es mayor que éste? ¿Qué otro «cumplimiento» sería posible?”.3 La fe de Juan Pablo II tenía la peculiaridad de ser la conciencia viva de este cumplimiento de la plenitud del tiempo en la historia de cada ser humano, si como María, se disponía a abrir su corazón y su libertad a la aceptación del don de Dios. La verdad de la redención la expresaba entonces como la realización en Cristo del cumplimiento de la vocación humana. “¿Qué otro cumplimiento sería posible?”. Sin embargo, el conocimiento de este misterio que la fe hace posible no despoja a esta certeza de su propio misterio. La palabra misterio significa también “sacramento”, imagen visible de la realidad invisible. San Pablo había hablado de Cristo como imagen de Dios invisible4 y Juan Pablo II aplica esta misma categoría a la


comprensión del misterio del ser humano redimido. Por ello, afirmará en la catequesis sobre el cuerpo humano que el cuerpo es el sacramento de la persona y en su discurso ante la Unesco que “hay que considerar íntegramente, y hasta sus últimas consecuencias, al hombre como valor particular y autónomo, como sujeto portador de la trascendencia de la persona. Hay que afirmar al hombre por él mismo, y no por ningún otro motivo o razón: ¡únicamente por él mismo!”.5 Con la misma mirada defendió apasionadamente la vida humana de los no nacidos y la vida de los enfermos y ancianos hasta su fin natural,6 el valor del trabajo humano porque el sujeto que lo realiza es una persona,7 la dignidad de toda cultura porque pertenece al ser del hombre.8 Todos estos hermosos textos sobre la dignidad humana del hombre redimido enmudecen, sin embargo, ante lo que enseñó a la Iglesia y al mundo con su propia forma de esperar la muerte, sin ocultar su debilidad y su dolor, su impotencia de no poder ya hablar y sin renunciar a la misión pastoral que le había sido encomendada con el ministerio pontificio y que él la entendió hasta el fin, precisamente, como el cumplimiento de su persona. Me llamó la atención que cuando el Papa Benedicto proclamó la beatitud de este hombre, no lo haya hecho refiriéndose a Karol Wojtyla, sino a Juan Pablo II, Papa. Quisiera poder interpretar este gesto como un reconocimiento del cumplimiento de la vocación de este hombre hasta el último instante de su vida, como Papa. Desde la visión sacramental de la vida humana que surge de su antropología cristológica, destaca con particular fuerza la experiencia de comunión entre los seres humanos a imagen de la comunión trinitaria. La Iglesia es sacramento de comunión9 porque lo es la persona misma, llamada a la comunión con Dios y con los demás seres humanos en la verdad y en la caridad.10 La primera experiencia comunional del ser humano es la familia fundada en el matrimonio. Juan Pablo II dedicó muchas brillantes páginas de su magisterio a este tema, a partir de la enseñanza del propio Jesucristo que, consultado por los fariseos acerca del matrimonio y del repudio del cónyuge, los remite al mismo acto creador de Dios, “al principio”.11 Tal remisión a la experiencia originaria la interpretó Juan Pablo II como una indicación no sólo relativa a la institución del matrimonio, sino a la comprensión de la naturaleza humana misma, a la constitutiva diferencia entre varón y mujer que, precisamente en virtud de esa diferencia, están llamados a complementarse recíprocamente, a devenir “una sola carne”, una communio personarum. Ciertamente es éste uno de los rasgos más originales del pensamiento antropológico de Juan Pablo II y que responde a algunos de los aspectos más confusos de nuestra época, que oscila entre un hedonismo despersonalizado y un espiritualismo desencarnado. Dado el destino comunional de la existencia humana, Juan Pablo II nunca separó la dimensión antropológica de la dimensión social de la vida, como si bastase

DESDE LA VISIÓN SACRAMENTAL DE LA VIDA HUMANA QUE SURGE DE SU ANTROPOLOGÍA CRISTOLÓGICA, DESTACA CON PARTICULAR FUERZA LA EXPERIENCIA DE COMUNIÓN ENTRE LOS SERES HUMANOS A IMAGEN DE LA COMUNIÓN TRINITARIA. LA IGLESIA ES SACRAMENTO DE COMUNIÓN PORQUE LO ES LA PERSONA MISMA, LLAMADA A LA COMUNIÓN CON DIOS Y CON LOS DEMÁS SERES HUMANOS EN LA VERDAD Y EN LA CARIDAD.

5 Juan Pablo II, Discurso ante la Unesco, París, 2 de junio de 1980, n.10 (el destacado es mío). 6 Cf. Juan Pablo II, Evangelium vitae. 7 Cf. Juan Pablo II, Laborem exercens. 8 Cf. el mencionado discurso ante la Unesco. 9 Cf. Concilio Vaticano II, Constitución Lumen gentium, n.1. 10 Cf. Concilio Vaticano II, Constitución Gaudium et spes n.24 11 Mt. 19, 3 ss..

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LA SOLIDARIDAD ES EXPRESIÓN DEL COMÚN DESTINO HUMANO, MÁS ALLÁ DE CUALQUIER FRONTERA DE ESPACIO Y TIEMPO, PORQUE EXPRESA EL CUMPLIMIENTO DE LA VIDA HUMANA EN LA VERDAD Y EN LA CARIDAD. ESTE CUMPLIMIENTO ES, EN ÚLTIMO TÉRMINO, LA OBRA DEL ESPÍRITU DE CRISTO QUE CONVENCE AL CORAZÓN HUMANO DE QUE “EL AMOR ES MÁS FUERTE”, COMO DEJÓ GRABADO EN EL INCONSCIENTE DE LOS CHILENOS, Y CONQUISTA LA LIBERTAD INTERIOR DE QUIENES LO SIGUEN CON DOCILIDAD

12 Juan Pablo II, Discurso ante la Asamblea de la ONU, Nueva York, 5 de octubre de 1995, n.8. 13 La expresión la usó en sus encíclicas Laborem exercens (n.14), Sollicitudo rei socialis (n.15) y Centesimus annus (n.13).

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remitir la primera al ámbito privado y la segunda a la esfera pública. Por el contrario, fue un defensor de la vida humana en todos los ámbitos y en relación al conjunto de todos sus factores. Esta es la razón por la que habló incansablemente de la solidaridad entre las personas y entre los pueblos, haciendo ver que ella es una fuerza poderosa en el movimiento de la historia, capaz de vencer ideologías y falsos utopismos sustentados en el capricho y en la violencia. La solidaridad es expresión del común destino humano, más allá de cualquier frontera de espacio y tiempo, porque expresa el cumplimiento de la vida humana en la verdad y en la caridad. Este cumplimiento es, en último término, la obra del Espíritu de Cristo que convence al corazón humano de que “el amor es más fuerte”, como dejó grabado en el inconsciente de los chilenos, y conquista la libertad interior de quienes lo siguen con docilidad. La misma originalidad que se percibe en el magisterio sobre el matrimonio y la familia se encuentra también en su magisterio sobre la cultura. De modo análogo a la familia, la cultura sólo se puede entender desde su raíz antropológica. Nadie escoge dónde nacer, qué padres tener, qué lengua hablar, qué época histórica vivir. Al mismo tiempo, ningún ser humano, cuando viene a la existencia, llega a un mundo despoblado, por hacer o inventar, sino a un mundo humanamente habitado, con sentido, que se ha apropiado de la sabiduría de las generaciones que le han precedido y que se esforzará en transmitir a las generaciones futuras lo que su experiencia e inteligencia haya considerado lo más estimable y valioso. Como enseñó en numerosas ocasiones, la cultura pertenece al ser del hombre antes que a su tener y, por ello, es condición de posibilidad y, simultáneamente, máxima expresión de su libertad. Mediante ella “un pueblo expresa y promueve lo que llamaría su originaria «soberanía» espiritual”, señalará ante la ONU.12 Esta clave antropológica aplicada a la cultura lo llevó a acuñar también otra expresión muy original y propia de su magisterio: el concepto de “subjetividad de la sociedad”.13 Aunque no está extensamente desarrollada, me parece evidente su intencionalidad y sentido. La cultura dentro de una sociedad representa aquel espacio interior construido por el protagonismo de la acción humana, que descubre la dignidad moral de los actos humanos cuando ellos contribuyen a la realización de la vocación humana, así como su indignidad cuando prescinden de considerar los actos humanos como realizados por un sujeto con vocación de persona. Esta idea se encuentra, entonces, en continuidad con el concepto de subsidiariedad que plantea que las diferentes comunidades naturales e intermedias con las que se va formando el tejido social deben ser respetadas en su libertad de iniciativa y protagonismo. Tal principio es inmediatamente comprensible en el plano individual: nadie debería sustituir a otro en el ejercicio de su libertad, puesto que cuando lo hace, lo despoja de su condición de sujeto y lo reduce a un


objeto. Pero al pasar del plano individual al social muchas veces se olvida, reduciendo el fenómeno humano al juego ciego de fuerzas productivas materiales en el ámbito del mercado, de la innovación tecnológica o de la planificación centralizada de la actividad social. La sociedad actual se organiza cada vez más de manera funcional y especializada, lo que quiere decir que no toma en cuenta la totalidad de la persona, sino que selecciona sólo aquellos aspectos de su conducta relevantes para la función específica de que se trate. Por ello, Juan Pablo II reclama la “subjetividad de la sociedad”. “Según la doctrina social de la Iglesia, la socialidad del hombre no se agota en el Estado, sino que se realiza en diversos grupos intermedios, comenzando por la familia y siguiendo por los grupos económicos, sociales, políticos y culturales, los cuales, como provienen de la misma naturaleza humana, tienen su propia autonomía, sin salirse del ámbito del bien común. Es a esto a lo que he llamado «subjetividad de la sociedad»”.14 Pero la causa última del abandono de la subjetividad la sitúa en el ateísmo. “Precisamente en la respuesta a la llamada de Dios, implícita en el ser de las cosas, es donde el hombre se hace consciente de su trascendente dignidad. Todo hombre ha de dar esta respuesta, en la que consiste el culmen de su humanidad y que ningún mecanismo social o sujeto colectivo puede sustituir. La negación de Dios priva de su fundamento a la persona y, consiguientemente, la induce a organizar el orden social prescindiendo de la dignidad y responsabilidad de la persona”.15

«Los miembros de la Pontificia Academia de Ciencias Sociales, que él fundó en 1994, y que estábamos en la Plaza de San Pedro para su beatificación, experimentamos un profundo sentido de agradecimiento por la apertura intelectual de este Pontífice a la comprensión científica de la realidad por medio de todas las disciplinas existentes, como también por la invitación que hizo en su maravillosa encíclica Fides et ratio, de transitar constantemente del fenómeno al fundamento, de la mano de la metafísica y de la revelación»

14 Juan Pablo II, Centesimus annus n.13. 15 En el mismo lugar.

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ESTE MISMO FUNDAMENTO ES EL QUE APLICÓ TAMBIÉN AL TRABAJO HUMANO. EN LA VISIÓN BÍBLICA DE JUAN PABLO II, ANTES QUE LA FATIGA Y EL SUDOR DE LA FRENTE ESTÁ EL MANDATO DIVINO DE “DOMINAR” LA TIERRA Y DE HACERLO EN CUANTO “IMAGEN Y SEMEJANZA” DEL CREADOR. POR ELLO, EL TRABAJO ES TAMBIÉN UN SIGNO ELOCUENTE DE LA DIGNIDAD PROPIA Y ESPECÍFICA DEL SUJETO HUMANO, QUE SE EXTIENDE A TODOS LOS DOMINIOS DE SU ACTIVIDAD.

16 Cf. Juan Pablo II, Evangelium vitae nn. 27, 56.

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Desde la formación fenomenológica del Papa Wojtyla, la subjetividad se describe como la autoconciencia de quien actúa humanamente, asumiendo la responsabilidad por sus propios actos, en el contexto de una experiencia de encuentro e interrelación con otros seres humanos. Es esta experiencia de la responsabilidad sobre los actos asumidos en primera persona la que pone de manifiesto la moralidad consustancial del vivir humano y de su libertad. El punto de referencia de la moralidad es el sujeto que descubre su vocación al amor, a la communio personarum, como la esencia de su propia dignidad, y que al actuar conforme a ella construye su propia subjetividad. Tratándose de una experiencia humana elemental que sólo se puede vivir vocacionalmente, en primera persona, no se puede afirmar la dignidad humana sin la defensa irrestricta y total de la vida humana misma. Es la idea fuerza que desarrollará en su encíclica Evangelium vitae. El Dios de Jesucristo es el Dios de la vida, la cual es el regalo más precioso que ha dejado al cuidado del hombre, puesto que su destino es la comunión de amor con Dios. Nadie tiene, pues, derecho a quitarla. Por ello se opuso al aborto, a la eutanasia, a la guerra, especialmente a la denominada “guerra preventiva” en Irak, y aunque no condenó la pena de muerte como tal, la consideró, sin embargo, extemporánea, puesto que las condiciones actuales de seguridad de los penales eran suficientes como para garantizar la tranquilidad de la vida social.16 Lo que siempre buscó fue poner la vida humana y su intrínseca vocación al amor como criterio de juicio y discernimiento frente a las costumbres, a las acciones y relaciones sociales, y a las situaciones de hecho que debían ser superadas. Este mismo fundamento es el que aplicó también al trabajo humano. En la visión bíblica de Juan Pablo II, antes que la fatiga y el sudor de la frente está el mandato divino de “dominar” la tierra y de hacerlo en cuanto “imagen y semejanza” del creador. Por ello, el trabajo es también un signo elocuente de la dignidad propia y específica del sujeto humano, que se extiende a todos los dominios de su actividad con la que sale al encuentro de las necesidades materiales de sí mismo, de su familia, de sus conciudadanos y de todos los que participan de la compleja red de intercambio de los productos del trabajo. Pero como sale al encuentro también de su vocación, del cumplimiento y realización de su propia persona, el trabajo lo asimila a una forma de oración, de solicitud a Dios para que se cumpla en la vida humana su designio creador. No siempre se recuerda que, en su visita a Chile, habló del trabajo en el contexto del evangelio sobre la resurrección de Lázaro, poniendo el énfasis en que el trabajo no es para la muerte, sino para la resurrección, para la vida de las personas.


Quisiera destacar del legado intelectual y humano de Juan Pablo II, finalmente, la íntima unión que tiene la razón y la fe en su visión de la realidad. Ya se mencionó la fuerza y profundidad de la fe de este hombre. Pero habría que reconocer inmediatamente la sutileza y finura intelectual de su pensamiento para la comprensión de los grandes dilemas que presenta el mundo moderno al entendimiento del ser y del pensar. Son tantos los encuentros en que participó en los cuales dio testimonio de su apertura al diálogo con el pensamiento contemporáneo. Los miembros de la Pontificia Academia de Ciencias Sociales, que él fundó en 1994, y que estábamos en la Plaza de San Pedro para su beatificación, experimentamos un profundo sentido de agradecimiento por la apertura intelectual de este Pontífice a la comprensión científica de la realidad por medio de todas las disciplinas existentes, como también por la invitación que hizo en su maravillosa encíclica Fides et ratio, de transitar constantemente del fenómeno al fundamento, de la mano de la metafísica y de la revelación. Desde la certeza de la fe, que no es otra cosa que la contemplación del Misterio presente, la razón no se ve forzada a afirmaciones arbitrarias, sino más bien se ve estimulada a dejarse asombrar por la realidad y a preguntarse constantemente por el conjunto de los factores que están en juego. ¿Qué es lo que une a la razón y la fe en la contemplación de la verdad? El hecho de que la verdad que anuncia el cristianismo no es una doctrina, un conjunto de enunciados, sino un acontecimiento,17 la vida, muerte y resurrección de una persona, el misterio de esta persona que, en la Iglesia, se hace contemporánea a los hombres de todos los tiempos. Con una inusual profundidad, desarrolló tanto la dimensión metafísica como moral que la razón humana puede asumir de cara a este acontecimiento. En ello arriesga la razón humana su propia libertad. Que el infinito entre en el tiempo y asuma la condición finita humana es, naturalmente, algo que sobrepasa la razón y requiere de la fe, es decir, del hecho de que el Misterio mismo quiera revelarse. Sin embargo, el deseo humano de saber y la revelación de la sabiduría se llaman recíprocamente. Con una extraordinaria coherencia en su enseñanza y en los gestos que nacían de ella, Juan Pablo II nos enseñó a comprender el Concilio Vaticano II poniéndolo en el horizonte del Jubileo del año 2000, que él mismo quiso denominarlo como un “umbral de esperanza” por la actualidad de la fuerza de la redención que se ofrece a la libertad de cada ser humano y de todos los pueblos de la tierra como el cumplimiento ya realizado en la plenitud divina y humana de Jesús de Nazaret del designio creador de Dios sobre todos los hombres.

COMO SALE AL ENCUENTRO TAMBIÉN DE SU VOCACIÓN, DEL CUMPLIMIENTO Y REALIZACIÓN DE SU PROPIA PERSONA, EL TRABAJO LO ASIMILA A UNA FORMA DE ORACIÓN, DE SOLICITUD A DIOS PARA QUE SE CUMPLA EN LA VIDA HUMANA SU DESIGNIO CREADOR. NO SIEMPRE SE RECUERDA QUE, EN SU VISITA A CHILE, HABLÓ DEL TRABAJO EN EL CONTEXTO DEL EVANGELIO SOBRE LA RESURRECCIÓN DE LÁZARO, PONIENDO EL ÉNFASIS EN QUE EL TRABAJO NO ES PARA LA MUERTE, SINO PARA LA RESURRECCIÓN, PARA LA VIDA DE LAS PERSONAS.

17 Cf. Scola Angelo, Libertad humana y verdad a partir de la encíclica Fides et ratio, Revista HUMANITAS Nª15, Santiago 1999, Separata.

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¿Qué rasgos de la santidad de Juan Pablo II destacar?

La santidad del Beato Juan Pablo II, el Papa Magno, se transparentó iluminando al mundo a través de un pontificado profundamente heroico y comprometido con los grandes desafíos de su tiempo. Su muerte el 2 de abril de 2005, fue acompañada por una multitud que junto a la ventana iluminada en la Plaza de San Pedro oraba despidiéndose de su pastor, a quien consideraban ya un santo. Las mismas multitudes levantaron en alto, no bien partió Juan Pablo II al encuentro con el Padre, el mensaje “Santo subito”, como una petición o una exigencia, reconociendo la patente unión con Cristo que vivificaba al Pontífice, en un clamor que parecía brotar de las entrañas de la Iglesia manifestándose en los corazones de los fieles. La santidad se extiende vívida como una creciente onda que toca el corazón de los hombres. Quienes tuvieron la oportunidad de relacionarse de alguna manera con Juan Pablo II pueden dar evidencia de una experiencia sobrenatural reflejada en pequeños detalles o en grandes acontecimientos. HUMANITAS ha querido recoger los testimonios de algunas personalidades del mundo católico, recopilados en la forma de una respuesta a la pregunta que se les ha formulado: ¿Qué aspecto de la santidad de Juan Pablo II quisiera usted destacar?

Cardenal Raymundo Damasceno Assis Arzobispo de Aparecida – Presidente del CELAM (2007 - 2011) Tuve la gracia de encontrarme con el Papa Juan Pablo II varias veces, ya sea en audiencias privadas como en otras circunstancias. Puedo dar testimonio, personalmente, del profundo amor de este Papa a la Eucaristía, a la Virgen María y de su intensa vida de oración. Alguna vez me fue dado el privilegio de concelebrar con Su Santidad y de acompañarlo en la visita al Santísimo Sacramento, en su capilla particular. El silencio, el recogimiento y la piedad que envolvían toda la persona del Sumo Pontífice en aquella hora de oración me impresionaron profundamente. Aquel encuentro, en la capilla, con Cristo en la Eucaristía y con la Virgen de Chestokova, a través del cuadro colocado al lado del sagrario, me parecía ser lo más importante y decisivo para él en su agenda diaria. A cada instante me acudía la impresión de que el Papa encontraba en el sagrario y junto a la Madre de Dios la fuerza para cumplir, particularmente

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cuando estaba ya visiblemente enfermo, la ardua misión de confirmar en la Fe y apacentar al rebaño de Cristo. El profundo silencio de ese ambiente sagrado era quebrado, a veces, con algunos balbuceos en forma de oración que salían de sus labios. En medio de tantos recuerdos de Juan Pablo II permanece en mí su imagen en actitud de recogimiento, contemplación y oración ante el sagrario y la Virgen de Chestokova.

Cardenal Angelo Scola Patriarca de Venecia (2002 - 2011) – Arzobispo de Milán La primera vez que subí al altar con él, en 1979, me impresionó su manera de celebrar. Juan Pablo II era un papa “místico”, que vivía una relación de extraordinaria inmediatez con Dios. No es sorprendente que las personas hayan invocado para él, desde el día de su muerte, la santidad. Bastaba verlo rezar. Cuando uno iba a almorzar con él, se pasaba por la capilla para recitar el Angelus. Todos pensábamos que era cuestión de treinta segundos. Sin embargo, a veces era tan largo que uno ya no lograba permanecer arrodillado en el piso. El Papa se sumergía realmente en la oración, y para él dejaban de existir el tiempo y el espacio. Eso se veía también en el movimiento de sus labios. En su oración, percibí —o mejor dicho, vi— un diálogo profundo y sin interrupción con Dios. Como un aliento, el Santo Padre emitía sonidos parecidos al borbollar de un torrente que jamás se detiene. Una cosa impresionante. Entre las numerosas características del Papa Juan Pablo II, dos de ellas me parecen sobresalir. En primer lugar, fue un hombre hasta el fondo; un hombre, porque Cristo era el centro afectivo de su persona: con su modo de vivir y su modo de morir, mostró la conveniencia suprema del seguimiento de Cristo. En segundo lugar, era un hombre de la libertad. La humanidad percibió que Juan Pablo II, por su experiencia personal y su fuerza doctrinal, por su enseñanza y su pasión por lo humano, es un testimonio que moviliza la libertad, la “hace salir” amorosamente, la acompaña. ¿Quién de nosotros no necesita esto? La primera vez que tuve un encuentro con el futuro Papa Juan Pablo II fue en el ámbito de la redacción internacional de la revista “Communio”. Era Cardenal de Cracovia y quería iniciar una edición polaca de “Communio”. Lo preparó todo, constituyendo incluso una adecuada redacción, pero luego el régimen se lo impidió. Entonces Balthasar decidió incluir a Karol Wojtyla en la redacción alemana de la revista, y en ese contexto tuve la oportunidad de tener cierto contacto con él, más bien fugaz. Nuestra relación adquirió mayor profundidad después de su nombramiento como Papa, a partir de febrero de 1979, cuando participé por primera vez en su Misa personal en la mañana y me invitó al primer almuerzo. Recuerdo bien esa conversación porque comunicó de manera fascinante su visión de la Iglesia. Nos atestaba con preguntas: como todo hombre creativo, era sumamente curioso, deseaba comprender, conocer. La colaboración se intensificó a comienzos de los años 80, cuando fui llamado a participar en la tarea de constituir el Instituto Juan Pablo II para estudios

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sobre el matrimonio y la familia, y dejé mi enseñanza en Friburgo, Suiza. Posteriormente, al ser nombrado consultor de la Congregación para la Doctrina de la Fe, tuve más ocasiones de encontrarme y colaborar con él. Creo que hoy día, en este tiempo todavía próximo a su beatificación, la mejor manera de transmitir el recuerdo de Juan Pablo II consiste en tomar en serio el camino que todos los días él pidió al Señor: el camino del testimonio. ¿Por qué era convincente Jesús? Porque estaba comprometido personalmente con lo que decía. Wojtyla, seguidor de Cristo, estaba comprometido con toda su persona en lo que proponía. Esto es lo que significa el beato Wojtyla para la Iglesia. Así debemos procurar ser nosotros, con nuestras humildes fuerzas, con nuestros defectos: semejante testimonio nos induce a documentar nuestra fe, a mostrar en qué medida estamos comprometidos con lo que profesamos. No quiero olvidar, en todo caso, la relevancia de los contenidos de su magisterio, cuya profundización requerirá décadas: pienso en la enseñanza sobre la teología del cuerpo y sobre la relación hombre-mujer, en el extraordinario tríptico de las encíclicas trinitarias, en el desarrollo del tema eucarístico, en las investigaciones sociales vinculadas con el tema de la solidaridad y la subsidiaridad, en la preeminencia del sujeto del trabajo sobre el capital… Y he citado únicamente algunos aspectos: es un enorme patrimonio y se requerirán décadas para su profundización. Su legado es por tanto realmente muy imponente, pero Benedicto XVI, su sucesor, ha mostrado en estos seis años de pontificado una fuerza extraordinaria para darle continuidad. Está prosiguiendo de modo original en la renovación de la Iglesia, en favor de toda la familia humana. Creo precisamente que el Espíritu Santo elige y prepara con esmero a sus hombres.

Monseñor Jean-Louis Bruguès Secretario de la Congregación para la Educación Católica Respecto de Juan Pablo II se impuso en mí una fuerte impresión. Provenía de mi familia espiritual —la orden dominicana— y ya se había aplicado a su fundador, Santo Domingo. Los textos de la época, hablando de su obra y su personalidad, lo proponían para la veneración de los fieles como un “atleta de la fe”. Juan Pablo II fue ese atleta de la fe que necesitaba nuestra época. El atleta evoca la fuerza y la resistencia físicas. Ciertamente, se requerían ambas para asumir una tarea de gobierno tan pesada, pero también para ir a visitar en su propio lugar, en cada uno de los continentes, a todas las comunidades cristianas, a los hombres de buena voluntad que aceptaban recibirlo y dialogar con él. ¡Más de un millón de kilómetros! Ese anciano deportivo necesitaba además fuerza de carácter y resistencia para soportar la larga agonía de la cual pudimos ser testigos compasivos. El Papa proponía una lección de varias dimensiones. Su cuerpo, a menudo reducido al silencio, nos decía que el decaimiento

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físico no existía para la fe cristiana. Las pérdidas de medios y las desventajas infligidas por la edad y la enfermedad sólo indican que nuestro cuerpo, al cual se ha prometido la gloria, se prepara para llevar a cabo el gran paso, la Pascua hacia la plenitud de la vida eterna. No pierde él ni siquiera una onza de su dignidad. En medio de una sociedad urgida por enviar al retiro, el pastor ilustró hasta el final la fidelidad a una misión que venía de mucho más lejos que de su persona o incluso del cuerpo electoral que lo eligiera veintisiete años antes. El atleta de la fe sabía que la fe no era un grito, ni siquiera un sentimiento, sino una adhesión lúcida a una visión completa y orgánica del hombre y la sociedad, del mundo y Dios, una doctrina, en una palabra. Esta doctrina, él la expuso en numerosos escritos, que aparecieron al ritmo de uno cada año y medio. Los lectores tenían a veces dificultades para seguirlo. El atleta se hizo doctor. Juan Pablo II abordó los temas más diversos, desde la mujer y la familia hasta la eucaristía y el Espíritu Santo, pasando por el sufrimiento, el trabajo humano y el sentido del perdón. En cierto sentido, todo se encontraba en germen en su primera encíclica, Redemptor hominis, la más representativa de su estilo. Me parece, sin embargo, que la década de los años 90 marcó la plenitud de su genio. Tres textos quedarán como los más notables. Veritatis splendor, cuyo título era un guiño de ojos a Platón, publicado en 1993, analiza las relaciones entre la verdad, la libertad y la ley moral, por cuanto estos tres conceptos ocupan el centro de las problemáticas filosóficas de nuestro tiempo. El segundo documento, la encíclica Evangelium vitae, de 1995, utilizaba una distinción, que por fortuna comienza a estar en boga entre los hombres políticos, entre la cultura de la muerte y la cultura de la vida. Mientras la cultura de la muerte, marcada por el aborto, el suicidio y la eutanasia, conduce a la sociedad a la violencia y el nihilismo, el Papa hablaba en favor de la vida, el amor a la vida, la vida en todas sus formas, y en primer lugar la más eminente, la vida humana. La tercera encíclica sigue interrogando hoy todavía a los intelectuales, puesto que proponía entre la fe y la razón filosófica cruces beneficiosos para ambas: “La fe y la razón son como las dos alas que permiten al espíritu humano elevarse hacia la contemplación de la verdad” (Fides et ratio, 1998). Dejemos a los aficionados a los clichés el encargo de saber si este hombre era conservador, reformador o progresista, como si esas categorías fuesen de alguna manera pertinentes para calificar un temperamento sin igual. Dejemos además a los especialistas en el “prêt-à-penser” el encargo de preguntarse cómo ese pontífice podía defender, con el ardor que sabemos, los derechos del hombre y predicar al mismo tiempo una moral considerada anticuada y retrógrada, como si esta moral de la exigencia y el don de sí mismo no constituyese en realidad el primer fundamento de esos mismos derechos. Para nosotros, conservemos en la memoria estas sencillas palabras pronunciadas por Cristo en cada una de sus apariciones después de su resurrección, y que fueron las del llamado al valor lanzado incansablemente por Juan Pablo II: “¡No tengan miedo!”.

¡No tengan miedo de vivir! ¡No tengan miedo de vivir como cristianos!

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Cardenal Jorge Medina Estévez Prefecto emérito de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. Obispo emérito de Valparaíso En todo proceso de beatificación hay una etapa necesaria que es el reconocimiento, por parte de la autoridad de la Iglesia, de que el candidato practicó las virtudes cristianas en grado heroico. Hay que tener presente que el “organismo” sobrenatural no puede parcializarse, sino que, como toda expresión vital, constituye una unidad en la que los diferentes aspectos son solidarios e interdependientes entre sí. Sería inconcebible una fe heroica, que no se proyectara en una caridad ardiente, o una fortaleza intrépida que no corriera parejas con una profunda humildad. Y así sucesivamente. Es cierto que algunos santos se han caracterizado por el ejercicio admirable de alguna virtud, pero eso no significa que no hubieran practicado las demás. El Papa Juan Pablo II fue un fruto maduro de la gracia de Dios que lo llevó a ser un auténtico testigo del Señor Jesús. Su vida constituye un modelo de caridad pastoral y su incansable labor apostólica fue un comentario viviente de la frase programática de San Pablo: “con sumo gusto gastaré y me desgastaré yo mismo por vosotros”. Su entrega al servicio de la responsabilidad de ser sucesor del Apóstol San Pedro fue expresión de altísima pobreza, de renuncia a lo propio cuando estaba de por medio el bien espiritual del pueblo de Dios. Pero aquí deseo subrayar especialmente su humildad. Muchas veces lo vi orar, tanto en las solemnes celebraciones públicas, como en los momentos en que, sumergido en Dios, se preparaba para celebrar la Santa Misa en su capilla privada. Ni un gesto de distracción, ni una mirada curiosa. Era como si estuviera empapado por la presencia de Dios y él, anonadado, de rodillas mientras su salud se lo permitió, humillado como el más pequeño de los fieles, ante la majestad de Aquel que dijo a Moisés: “¡Yo soy el que soy!”. Cuando San Benito recomendaba a sus monjes “la reverencia en la oración”, lo hacía en estrecha relación con su enseñanza sobre la humildad. En una oportunidad, trabajando con él en su escritorio, el Papa Juan Pablo II dio una muestra de fastidio. Inmediatamente recuperó su serenidad y, dándose un golpecito en la frente, dijo con pena “¡Y pensar que me confesé esta mañana!”. Se reconocía imperfecto y necesitado de la misericordia de Dios, y ese profundo sentimiento lo condujo a recalcar el misterio de la Misericordia divina, comprensible solamente para quienes tienen un corazón verdaderamente humilde. El paso de los años y la enfermedad trajeron, en forma inexorable y progresiva, el deterioro de la salud del Papa. Su bello rostro se hizo rígido e inexpresivo, su cuerpo perdió movilidad y de sus labios entreabiertos se escurría penosamente la saliva, signo doloroso de la decrepitud. Era la hora de la verdad y el Papa Juan Pablo no la quiso ocultar: sabía que la humildad es la verdad, y la asumió. No la quiso esquivar y todo el mundo pudo ver como el Vicario de Cristo pagaba tributo a la hermana muerte que se acercaba, lo pagó serenamente y, creo, alegremente. Amó la verdad, porque fue verdaderamente libre, y porque fue libre es auténticamente un bienaventurado.

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Cardenal Lluís Martínez Sistach Arzobispo de Barcelona El Beato Juan Pablo II vivió intensamente su ministerio de pastor imitando siempre a Jesús Buen Pastor. Los cristianos y el mundo hemos conocido el ejercicio de su pastoreo de toda la Iglesia universal los largos años que ocupó la sede de Pedro. Siempre ejerció su ministerio con generosidad, entrega y fidelidad, como una expresión de su amor a Dios, a la Iglesia y a la humanidad. Basta pensar en sus muchísimos y largos viajes apostólicos. Fue un auténtico hombre de Dios. Los jóvenes saben detectar si un pastor es o no un hombre de Dios. Y lo han tenido como tal. Puede decirse que el Papa Juan Pablo II fue el Papa de los jóvenes. Ellos vieron en él un hombre que era coherente en su mensaje, que los quería y que les llevaba a Jesús. El clamor, ya en el momento de su muerte, de “Santo subito” ha sido una realidad. Su santidad puede ser imitada por todos porque consiste en la perfección del amor mediante el cumplimiento esmerado de las propias responsabilidades. Otra característica de la santidad de Juan Pablo II ha sido poner de relieve que la santidad es un don para la Iglesia y para el mundo. El servicio que el Papa realizó a lo largo de su vida y especialmente de su pontificado ha sido ímprobo. Pensemos solamente en su rica y larga colección de encíclicas, en su sólido magisterio, en su presencia en las Iglesias de tantos países del mundo para anunciar a Jesucristo y su Buena Nueva. Y su servicio al mundo como sucesor de Pedro ha sido histórico, en su trabajo constante por la paz, el desarrollo de los pueblos, la dignidad de la persona humana y el cambio que experimentó el continente europeo y el mundo en general con la caída del telón de acero. Asimismo, la santidad de Juan Pablo II contribuyó a su liderazgo en el mundo. El líder sobresale respecto de los demás. La fe inquebrantable del Papa polaco, su valentía y coraje, expresión de su amor, hicieron de él un líder reconocido por tantísimas personalidades y por tantísimos hombres y mujeres, sin olvidar los muchísimos jóvenes que le tenían como tal y le seguían. Y fue un líder en un mundo que necesitaba líderes y no los había.

Monseñor Emilio Carlos Berlie Belaunzarán Arzobispo de Yucatán - México Yo destaco su silencio profundo que recuerda el silencio de Jesús ante las acusaciones del Sanedrín, las burlas de las gentes, los ultrajes de los soldados romanos, ante la vergüenza por su desnudez en la colina del Gólgota, etc. La Divina Providencia lo forjó en el ‘silencio’ (impuesto por el régimen político de su país), y lo fue preparando para que, en su momento, la hondura e intensidad de su ‘silencio’ se convirtiera en experiencia ejemplar de adoración ante el Santísimo. Por ejemplo, resultaba siempre aleccionador mirarlo en actitud contemplativa, en un silencio que lo mantenía inmóvil, después de comulgar en la Santa Misa que celebraba cotidianamente en su capilla (o en cualquier otro lugar).

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Y cuando su enorme capacidad de orador consumado se vio mermada por la enfermedad que lo fue consumiendo, su ‘silencio’ no se hacía herida que sangraba cada vez que intentaba comunicarse, sino destello luminoso del que se desprendía la enseñanza de un Santo. Por ejemplo, en su visita de cortesía a Su Beatitud Cristódulos, Arzobispo de Atenas y Primado de Grecia el 4 de mayo del año 2001, Su Santidad Juan Pablo II estuvo frente a uno de sus más acérrimos adversarios y escuchó —en fraternal silencio— todo el discurso lleno de reclamos del hermano en la fe. Al concluir, con la mirada recia, Su Beatitud se sentó para escuchar. Juan Pablo II, visiblemente afectado en su salud, en sus manos temblorosas recibió el texto de su mensaje. Después de unos segundos de estar mirando aquellos papeles, Karol Wojtyla los devolvió a su secretario y, con paso decidido, aunque lento, se dirigió a su interlocutor, quien al verlo frente a él, no le quedó más remedio que ponerse de pie. Entonces, soltando el bastón, el Papa Juan Pablo II le estrechó en fuerte abrazo mientras le musitaba al oído: ¡Perdón! ¡Perdón! Ese fue todo su discurso. ¡El discurso de un Papa Santo!

Monseñor Bernardino Piñera Carvallo Arzobispo Emérito de La Serena Voy a contar tres anécdotas que viví con el Papa Juan Pablo II durante su visita a Chile. Cada una de ellas nos permite asomarnos a su santidad. Veníamos, en auto descubierto, de Peñuelas, en Coquimbo, al Aeropuerto, en La Serena. Como Obispo del lugar yo lo acompañaba. Me fijé que, al saludar a la gente que lo aclamaba a su paso, a uno y otro lado del camino, él partía desde muy atrás y seguía hasta muy adelante de la fila de los que lo aclamaban. Y luego se volvía hacia el otro lado y partía de nuevo desde muy atrás y siguiendo hasta muy adelante, los saludaba a ellos también. Le pregunté por qué él partía desde tan atrás y seguía hasta tan adelante. Él me contestó: “La gente quiere ver al Papa, pero no se contenta con eso; quiere que el Papa también los vea. Quiere que se crucen las miradas, la de ellos y la del Papa. Y como el auto va muy rápido, cuando me doy vuelta para saludar a los de un lado, hay mucha gente que ya me vio pasar pero a quienes yo no saludé, no vi. Por eso parto con mi saludo desde muy atrás”. Una lección de delicadeza, a pesar del agotamiento de una jornada interminable. Íbamos llegando al aeropuerto. Un conjunto folklórico de profesores se atravesó en el camino para cantarle y bailarle al Papa. El secretario del Papa que venía adelante, con el chofer, lo hizo seguir de largo. Y como el Papa le preguntaba por qué no los dejaba actuar, le contestó que llevaban 15 minutos de atraso y que ya estaban las autoridades esperando en el Aeropuerto de Antofagasta, la próxima escala. El Santo Padre no dijo nada. A los tres minutos estábamos en el aeropuerto. Entonces dijo: “Que vengan esos que quieren cantar y bailar como un saludo para el Papa, ¡que vengan!”.

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Vinieron, cantaron y bailaron un pie de cueca. El Papa les agradeció y los bendijo. Otra lección de delicadeza. Que nadie quede frustrado por no haber sido atendido. El tercer episodio fue en Santiago. Una joven, contraria al régimen militar de aquel entonces, había sido quemada en la cara con una sustancia corrosiva y se atribuía el hecho a una patrulla militar. La joven, apoyada por su partido político, quería entrevistarse con el Papa y contarle lo sucedido y lograr así que el Papa condenara a los que la habían dejado desfigurada. No se pudo conceder este pedido. Pero se le dijo a la joven que se colocara al paso de la comitiva, cuando el Papa visitara el Hogar de Cristo y yo me encargaría de decirle al Papa que la joven, de quien ya se le había hablado, estaba allí para que le diera una bendición especial. Al verla, el Santo Padre se detuvo. Se acercó a ella. La abrazó, como a una hija muy querida. Puso su mejilla en contacto con la mejilla quemada de la joven, con gran ternura y le dijo: “Tú y yo vamos a rezar para que lo que te ocurrió a ti no le ocurra nunca más a nadie. Tú y yo vamos a rezar para que haya paz y amor entre todos”. Cuando vi a la joven, momentos después, me dijo, con lágrimas en los ojos y muy conmovida, sin poder creer lo que le había ocurrido: “Padre, me besó, puso su mejilla contra mi mejilla quemada y me dijo cosas tan lindas”. Y lloraba de emoción y de ternura. El Santo Padre sabía que las palabras hacen bien pero que los gestos hacen más bien todavía. Y sobre todo, como lo dijo poco después ante la muchedumbre reunida en el Parque O’Higgins”, en medio de los gritos de protesta y de los gases lacrimógenos: “¡El amor es más fuerte!”. Tres episodios, a primera vista insignificantes, pero que transparentan la caridad de un pastor y la delicadeza, la finura de esa caridad.

Cardenal Antonio Cañizares Llovera Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. Arzobispo emérito de Toledo El Papa Benedicto XVI proclamó ¡ya beato!, bienaventurado con la gloria del cielo, a su predecesor, el Papa Juan Pablo II, muerto tan solo hace seis años (habría que remontarse muy atrás para encontrarse otro Papa que proclama beato a su predecesor). En varios momentos vimos al Papa emocionado. No era para menos; todos sentíamos una emoción especial, un gozo y una alegría tan grandes que no son explicables sino desde la fe. Entre los dos Papas, el Beato Juan Pablo II y Benedicto XVI, además de la sucesión cronológica en la Sede de Pedro, hay algo más: hay dos almas gemelas, unidas por la misma pasión por Dios y por el hombre, unidas por la misma comunión con el Señor, trabadas en el mismo amor y en la misma verdad, ambas poseedoras de la misma y única riqueza: Jesucristo.

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Hay que entender, además, que tanto el pontificado de Juan Pablo II, como ahora el de Benedicto XVI, se mueven en la misma senda por la que Dios nos dice que hay que caminar si queremos responder a sus llamadas y atender a las necesidades con las que los hombres y la Iglesia se encuentran. Habría que decir que no se entiende el pontificado de Juan Pablo II sin el Cardenal J. Ratzinger, hoy Benedicto XVI; y no se entiende el de Benedicto XVI sin el camino recorrido por su santo predecesor, el Papa Juan Pablo II. El Papa Juan Pablo II, siervo y servidor fiel, vivió, sufrió y murió en Cristo y con Cristo. Siempre fue así en él: con Cristo, inseparable de Cristo. Este es su real secreto, esta es la razón de su vida. Su vida fue una vida en Cristo, como le corresponde sencillamente al cristiano, a todo fiel cristiano. La vida, la obra y el mensaje del Papa “venido de lejos”, pero siempre cercano, fue cumplimiento y encarnación viva de lo que vemos en el apóstol Pablo: Todo lo tuvo por pérdida ante el sublime conocimiento de Cristo Jesús, por quien sacrificó todas las cosas, y las estimó como basura con tal de ganar a Cristo y encontrarse con Él, apoyado no en sí mismo sino en la justicia de Dios, que se funda en la fe, para conocerle a Él y la fuerza de su resurrección y la participación en sus padecimientos, configurándose con sus padecimientos y su muerte para alcanzar la resurrección de los muertos (Cf Fil, 3, 6-11). Jesucristo fue su gran pasión, su gran amor: «Pedro, ¿me amas, me quieres, me quieres más que éstos? Señor, Tú sabes que te quiero» (Cf In 21, 15-17). Así fue Juan Pablo II: un enamorado de Jesucristo, uno para quien Cristo mismo ha sido su vida; ha sido todo en su vida. Por ello, Cristo, en su Iglesia, le encomendó apacentar a su rebaño, a las ovejas suyas, a las que están ya y a las que no están aún en su redil. Así, tuvimos la gran dicha del inmenso regalo de Dios a su Iglesia, a su pueblo y a todos los pueblo de un pastor conforme a su corazón. Porque vivió y murió así, porque hoy y para siempre, su vida es Cristo, por eso ha sido proclamado Beato. Y por eso esta proclamación, en Roma y en todo el mundo, ha hecho brotar y vivir una alegría y una esperanza grandes. Por ello mismo, y a la luz de esto, hay que ver y leer su vida, considerar su obra y reconocer ahí los retos a los que la Iglesia respondía entonces y debe responder ahora. Unido a Cristo, identificado con Él, lo que Juan Pablo II hizo, dijo y mostró, es un testimonio vivo de Jesucristo. No nos ofreció una interpretación más de Jesucristo, no fue un ideólogo ni un maestro de moral, ni un líder social, político o religioso, ni constituyó un poder mediático. Fue sencillamente un testigo. Se encontró con Jesucristo, Hijo de Dios vivo, el Mesías que tenía que venir y al que los hombres esperan, Dios-con-elhombre-y-para-el-hombre, le siguió como únicamente se le puede seguir —­cargando con la cruz desde su infancia hasta el final de sus días, como «varón de dolores»— y mostró con su vida, gestos y palabras, con su persona y sus mensajes qué es lo que sucede cuando uno se abre y acepta a Jesucristo, cuando uno se encuentra con Él, que está a la puerta y llama. Cuánta fuerza cobran ahora aquellas palabras del propio Juan Pablo II: «Me gustaría encontrarme a solas con cada uno de vosotros, y conversar: oír y responder. No siendo esto posible, como amigo y como ‘más viejo’, como quien hizo la confrontación de sí mismo con la voluntad de Dios y cree en su amor de Padre, quiero dejar a todos mi testimonio: el testimonio de lo que yo considero lo más importante para los hombres, mis

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hermanos. Y es este: solo en Dios encuentran fundamento sólido los valores humanos, y solo en Jesucristo, Dios y hombre, se vislumbra una respuesta al problema que cada persona constituye para sí misma. Él es el Camino, la Verdad y la Vida para todos los hombres» (Juan Pablo II). Gracias por su testimonio tan elocuente y gozoso del Dios vivo, y su vida santa, por su defensa de la fe, por su esperanza firme, por su caridad pastoral y aliento apostólico, por su empeño en la unidad de los cristianos y su ir al encuentro de las otras religiones, por su impulso y esfuerzo incansable a una nueva evangelización, por su valentía y libertad en la predicación de la Verdad, que es Cristo, por su proclamación como ningún otro del valor evangélico de la familia y de la vida, por tantas cosas, y, no podemos olvidarlo, por su amor a la santísima Virgen Maria, de la que fue por completo.

Richard Yeo, OSB Abad Presidente de la Congregación Benedictina Inglesa Tengo una memoria vívida de la misa con la cual Juan Pablo II inauguró su ministerio como Supremo Pontífice en octubre de 1978. En esta homilía, él nos invitó a no tener miedo y a recibir a Cristo en nuestras vidas. Fue en la Plaza de San Pedro, y aquellas palabras, y la intensidad con que fueron pronunciadas, fueron conmovedoras de oír. Otro recuerdo se remonta a un día de 1993, cuando Juan Pablo II había sido Papa ya por quince años y su salud estaba causando preocupación. Un amigo me propuso su propia visión al respecto según la cual él estaba realizando en el presente su más importante contribución a la enseñanza de la Iglesia. Desde entonces en adelante, pensaba mi amigo, su contribución más significativa a la vida de la Iglesia no sería su doctrina, sino el testimonio de su vida y de su salud física deteriorada. Ninguno de nosotros sabía que el Papa Juan Pablo viviría y enseñaría por otros doce años; pero esa observación casual permaneció conmigo, especialmente durante la última ocasión en la que asistí a una audiencia realizada en Castel Gandolfo en septiembre de 2004, aproximadamente seis meses antes de su muerte. Verlo en su debilidad física producía una impresión no menos intensa que la que yo había experimentado cuando lo oí predicar en octubre de 1978. Hay una inmensa multitud de hombres y mujeres que destacan como ejemplos de santidad. ¿Por qué la Iglesia declara a algunos de ellos santos y no a otros? Hay muchas razones: una vida para inspirarnos; un ejemplo a seguir; una forma especial de santidad. No es probable que muchos de nosotros ejercitemos el tipo de responsabilidades que Juan Pablo II ejerció como Papa, pero muchos de nosotros seremos llamados a la vocación del sufrimiento provocado por la enfermedad o la ancianidad. El ejemplo de fidelidad duradera y la fortaleza mostrado por el Papa Juan Pablo II en sus años de sufrimiento es seguramente uno de sus dones más preciosos.

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Monseñor Jean Laffitte Secretario del Pontificio Consejo para la Familia. Obispo de Entrevaux La santidad es el reflejo en la criatura humana de la gracia divina que manifiesta su fecundidad. No existe una gracia sin naturaleza para acogerla, precisamente porque la gracia es un don dado a los hombres que no la pueden recibir fuera de su naturaleza corporal y espiritual. Cada santo tiene una singular y original semejanza con la persona de Cristo. Cuando pensamos en el Beato Juan Pablo II, se encuentran varias imágenes. Una de las más impactantes se refiere al sufrimiento que vivió, aceptó y asumió con todas sus implicaciones. Benedicto XVI en la homilía que pronunció con ocasión de la beatificación del Papa Juan Pablo II, ha subrayado varias veces este aspecto de la participación del difunto pastor en la Pasión del Señor. Me gustaría insistir sobre ello, porque retengo que es este el aspecto más profundo de la Santidad de Juan Pablo II, porque parece contrastar con el Papa lleno de vitalidad y de fuerza que hemos podido admirar durante tantos años de su apostolado. En otras palabras, aquel que era santo como misionero y evangelizador se ha hecho progresivamente y siempre más imagen de Cristo sufriente.

Monseñor Felipe Bacarreza Rodríguez Obispo de Santa María de Los Ángeles - Chile El Papa Juan Pablo II fue entronizado el 22 de octubre de 1978 y gobernó la Iglesia hasta el día de su muerte el 2 de abril de 2005, casi 27 años. A la luz de los hechos que acompañaron su Pontificado y de todas las circunstancias de su vida, no se puede dejar de reconocer una clara intervención de Dios. La primera circunstancia extraordinaria es que su predecesor, el Papa Juan Pablo I, duró en el Pontificado solamente 33 días. Fue una breve luz que brilló; pero Dios tenía dispuesto que fuera otro quien gobernara a su Iglesia en este tiempo. Para encontrar otra circunstancia semejante hay que remontarse, casi cuatro siglos atrás, al Pontificado del Papa León XI, que duró solamente del 1 al 27 de abril de 1605. Otra circunstancia extraordinaria es que el Cardenal de Cracovia interrumpió una serie de Papas italianos que duraba más de cuatro siglos y medio. El último Papa no italiano que gobernó la Iglesia fue el Papa Adriano VI, de Utrecht, cuyo Pontificado duró poco más de un año, del 31 de agosto del 1522 al 14 de septiembre del 1523. La elección de Juan Pablo II superó todas la predicciones y, entre las personas congregadas en San Pedro para escuchar el famoso anuncio: «Habemus Papam: Carolum Wojtyla», nadie pudo captar de quién se trataba. Es absolutamente extraordinario que pudiera subir al solio de Pedro una persona que desde joven hubiera quedado huérfano de padre y madre, que hubiera perdido su único hermano y careciera de parientes. Más aún, un joven que en un período de su vida hubiera

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trabajado como obrero en una fábrica de solventes: la Solvay. Ni el más perspicaz de los hombres, al encontrar a este joven obrero saliendo de su trabajo, habría podido imaginar que él habría de ser el futuro Papa. Eso lo sabía sólo Dios que va preparando los destinos de las personas, de los pueblos y del mundo. Así dirige Dios la historia. Total consternación produjo en el mundo el horrible atentado de que fuera víctima Juan Pablo II en la Plaza San Pedro el 13 de mayo de 1981. Era humanamente imposible que saliera con vida después de recibir los impactos de las balas a tan breve distancia. En efecto, el joven turco que atentó contra su vida, cuando fue capturado, preguntó completamente extrañado: «¿Cómo? ¿No lo maté?». La bala que atravesó al Papa de un lado a otro, pasó por el único punto donde no destruyó ningún órgano vital. Aseguran los médicos que habría bastado que la bala se desviara un milímetro en cualquier dirección para que el desenlace fuera fatal. Un hecho semejante no tenía precedentes en la historia de muchos siglos. La Iglesia quedó sumida en el desconcierto y pudo experimentar por algunos momentos lo que ocurrió a los discípulos de Cristo, cuando Él anunció: «Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas». El Santo Padre ha afirmado con total certeza que el haber conservado la vida se debió a la Virgen de Fátima, cuya fiesta se celebraba ese mismo día. Es claro que Dios le tenía reservada una misión particular que cumplir. Si su Pontificado hubiera concluido allí, después de dos años y medio, la historia del mundo habría tenido un curso diverso. Ningún Papa como él viajó tanto, dando al mundo un testimonio insuperable de espíritu misionero y de gran celo apostólico. Salvo poquísimas excepciones, visitó todos los países del planeta, siempre anunciando a Cristo, el Redentor del hombre, y llevando un mensaje de paz y de salvación. Ningún Papa, y me atrevo a decir que ningún hombre en la historia de la humanidad hasta ahora, ha congregado más gente ni ha sido visto y escuchado por más personas. Dondequiera que fue reunió las más grandes multitudes. Nuestro país tuvo experiencia del efecto benéfico de esas visitas. Es imposible resumir en breves palabras las líneas principales de su Pontificado. Desde sus primeras palabras, al asumir el Pontificado, reveló Juan Pablo II una absoluta certeza de que Cristo es el único salvador del hombre. «¡Abrid las puertas a Cristo!» es su primer mensaje al mundo, y su primera encíclica, que es programática, lleva el título: «El Redentor del hombre». Pero esta fe no es vacía, debe penetrar las estructuras del hombre y hacerlas más humanas y más adecuadas a la excelsa dignidad de la persona humana. Es así que en sus discursos y en sus diversas encíclicas sociales lo vimos oponerse a todos los sistemas y estructuras opresores del hombre. La primera de sus encíclicas sociales lleva el título: «Laborem exercens» (Ejerciendo el trabajo). Habría que destacar también su notable empeño ecuménico. No podría pasarse por alto su inmenso amor a la Madre de Dios. No hay ocasión en que no la haya invocado, tanto que su lema episcopal es una declaración de su abandono a ella: «Totus tuus» (Todo tuyo soy). Personalmente tuve el don de Dios de vivir once años del pontificado de Juan Pablo II en Roma y nueve de ellos al servicio de la Santa Sede, es decir, colaborando con su ministerio de Pastor Universal. En este servicio debía compenetrarme completamente de su misma mente. Pude verlo y oírlo innumerables veces. Debo confesar que nunca dejó de impresionarme su profundo amor a Cristo y su filial amor a la Virgen María. Esto es lo que el mundo veía en él. Esto es lo que el mundo vio en él hasta el último momento de su vida.

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Sólo quien no quiera ver y se obstine en una postura preconcebida puede dejar de reconocer todos estos signos que Dios nos ha dado para garantizar la misión y el magisterio de Juan Pablo II. Pocos santos, o tal vez ninguno, puede ostentar tantos testigos de sus virtudes heroicas. El milagro que abrió el paso a su beatificación es una ulterior intervención de Dios que ahora quiere darlo a la Iglesia como modelo e intercesor. La Iglesia ha reconocido todos esos signos beatificando a Juan Pablo II el 1 de mayo de este año, a sólo seis años de su muerte, otra circunstancia sin precedentes en la historia de la Iglesia de los últimos siglos.

Monseñor Antonio Moreno Casamitjana Arzobispo Emérito de la Santísima Concepción - Chile Al concluir su largo pontificado, Juan Pablo II había dejado una impresión tan clara de “santidad”, que el pueblo cristiano lo aclamó “santo” desde el momento mismo de su muerte. Se me pide destacar un elemento, una expresión, de esa santidad cuyo reconocimiento oficial ha comenzado con su rápida beatificación. Destacaría en él esa virtud que es la primera de las tres virtudes teologales: la Fe. Juan Pablo II creyó en Dios y en su Hijo Jesucristo. Creyó como el mismo Cristo dijo que había que creer: dejándolo todo y negándose a sí mismo, para seguirlo sin vacilaciones ni temores (Mt 16,24; 19,27; Mc 10,28). Todos conservamos el recuerdo de Karol Wojtyla recién elegido Papa. Un hombre en plena posesión de sus notables cualidades humanas. Nos atrajo por su figura, su sonrisa, su voz, su simpatía, su seguridad, su valor (“¡No tengáis miedo!”). En Chile se ganó el corazón de todos: daba ánimo, inspiraba confianza, escuchaba y también sabía hacer callar (Estadio Nacional, Parque O’Higgins…). Pienso que los discípulos de Jesús y las multitudes lo seguían por un atractivo de ese orden. Adivinaban en Él una perfección humana, un equilibrio interior (su “paz”), un interés por toda clase de personas, que reflejaba un amor sincero y a la vez fuerte. Pero Jesús les advirtió que para seguirlo había que “dejarlo todo” hasta “negarse a sí mismo”. Yo diría que Dios quiso llevar a Juan Pablo II por ese camino: el de la fe que “persevera hasta el fin” (Mt 10,22; 24, 13). El atentado iba a tener, como consecuencia, la pérdida gradual de esas cualidades humanas tan visibles como atractivas, y Juan Pablo II fue recorriendo la parte más empinada del camino de la santidad. La fe fue mostrando su verdadero rostro, su verdadera fuerza, ante el mundo entero. Karol Wojtyla había sido elegido por Dios para hacernos comprender a todos los que lo admiramos, que la santidad brilla, en toda su verdad, en la perseverancia hasta el fin en el seguimiento de Jesús; y que, “hasta el fin”, significa hasta la entrega de uno mismo. Cuando la enfermedad de Juan Pablo II avanzó, se elevaron voces que sugerían la conveniencia de una renuncia. Él no lo hizo. Seguramente después de meditarlo largamente

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ante el Señor. La oración era el alimento de su fe. Seguramente comprendió que ser apóstol significa ser un enviado de Cristo para guiar a los hombres hacia Él, y que —lo mismo que en el caso de Juan Bautista, el precursor— el anunciador de Cristo debe ir “disminuyendo” (Jn 3, 30) para que Él aparezca como verdadera cabeza de la Iglesia, de cuya eficacia salvífica su representante es un testimonio y un instrumento. En ese camino, Juan Pablo II fue sostenido por la Virgen María, “la que creyó” (Lc 1,45). (En una foto cuyo origen desconozco, pero que me fue regalada como auténtica, Juan Pablo II aparece, en el momento del atentado, desplomándose pero sostenido por el abrazo de María). La fe en Cristo estaba en él, natural e indisolublemente, unida a la fe en María y al amor filial a ella. “Totus Tuus”. Era todo de María porque quería ser todo de Cristo (Jn 19, 25-27).

Monseñor Juan Ignacio González Errázuriz Obispo de San Bernardo - Chile Cortas estas palabras para una vida tan larga, rica y santa. ¿Qué fue aquello que hizo calar tan hondo en nuestro mundo la persona Juan Pablo II? Para mí, su asombroso y sobrenatural equilibrio interior, que le permitía estar inmerso en las cosas de este mundo sin dejar de estar completamente metido en Dios. Es evidente que ello es un don de Dios, al que el Papa respondió con heroica generosidad. Quien lo trataba o incluso lo observaba, descubría el paso amable de Dios entre los hombres. No sólo en los tiempos últimos, cuando ya mayor daba más devoción su dolorida figura, sino desde el principio y antes, cuando aún vivía en su tierra polaca. No sólo asistió y aportó al Concilio Vaticano II, sino que lo vivió, no dejándose llevar por la separación entre la fe y la vida diaria, que aquella magna asamblea llamó “uno de los más graves errores de nuestra época”. El nuevo Beato quiso mostrar al mundo la maravilla de la fe católica y en plena adhesión a las enseñanzas de la Iglesia y del Concilio, repropuso prácticamente todos los temas esenciales de la teología y la pastoral. Nos demoraremos muchos años en asimilar su Magisterio y particularmente algunos de sus grandes documentos. Tanto viajar, puede haber producido una afirmación un tanto crítica en los que no lo entendían. Es que comprendió bien que en un tiempo de grandísima confusión y crisis, él, como Pastor Supremo, debía confirmarnos en la fe y lo hizo. Para mí, como Obispo y pastor de una pequeña grey, el Papa Juan Pablo fue un ejemplo de cómo hemos de vivir y desvivirnos por servir a la Iglesia, y en los tiempo de mayor cansancio o agobio recurro a su persona y lo invoco, teniendo el recuerdo de la última ocasión que personalmente lo salude, a pocos meses de su marcha al cielo. Casi sin hablar, con su mirada penetrante y paterna, llevado por otros, era como un libro abierto. Fui a su funeral y reverente recé por largo tiempo ante su cuerpo pidiendo por la Iglesia y por la fidelidad de todos a la vocación cristiana que él con tanta fuerza nos recordó. Por todo esto y tantas cosas más, hemos pedido a la Santa Sede que nos permita darle culto en nuestra diócesis, que él mismo erigió.

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Monseñor Héctor Aguer Arzobispo de La Plata - Argentina La personalidad espiritual de ese gran hombre de fe que fue Karol Wojtyła inspiró el propósito pastoral de su ministerio petrino: hacer de la fe una experiencia de vida, o dicho de otro modo, orientar a los fieles y a las comunidades eclesiales y animarlos a lograr una asimilación subjetiva de la fe. Pensemos en la subjetividad de las personas –pero también en la subjetividad de las sociedades. Para Juan Pablo II, tal como él mismo lo ha enseñado repetidamente, la fe no arraiga del todo en un pueblo si no se hace cultura. En el comienzo de su pontificado arreciaba fieramente la crisis posconciliar: crisis de fe, de verdad, de identidad católica, con sus consecuencias necesarias de decadencia de la vitalidad de la Iglesia, de apostasía inmanente y esterilidad pastoral. En la enseñanza del Papa polaco cobró nuevo brillo la expresión del contenido fundante del anuncio cristiano: Cristo, Redentor del hombre que ilumina el destino de la humanidad, el amor misericordioso del Padre ofrecido a un mundo necesitado de perdón y reconciliación, la presencia y la acción del Espíritu Santo en la vida de la Iglesia y en la historia de los hombres. En las décadas de 1980 y 1990 se lleva adelante una obra de recuperación doctrinal y de corrección de numerosos errores teológicos en materia dogmática y moral, sobre todo mediante las intervenciones de la Congregación para la Doctrina de la Fe, presidida por el entonces Cardenal Ratzinger, estrecho colaborador del pontífice. La publicación del Catecismo de la Iglesia Católica proporcionó a los pastores de la Iglesia un texto de referencia seguro y auténtico para la enseñanza de la doctrina y a los fieles un instrumento para conocer mejor las riquezas insondables de la revelación divina. Un componente neurálgico de la crisis era la erosión de la identidad sacerdotal, ámbito en el cual se manifestaba crudamente la mundanización de la Iglesia y la pérdida del sentido de lo sagrado; las cartas que todos los años Juan Pablo II dirigía a los sacerdotes con ocasión del Jueves Santo, así como muchos discursos y otros documentos solemnes sobre el tema constituyeron un cuerpo de teología y espiritualidad del ministerio sacerdotal del valor insustituible para la formación permanente del clero. Algo semejante podemos reconocer respecto de la formación y compromiso apostólico de los fieles laicos, los aportes originalísimos sobre la teología del amor conyugal, la defensa de la santidad del matrimonio y la familia, la afirmación del derecho a la vida desde la concepción hasta la muerte natural, la luminosa enseñanza sobre la objetividad y trascendencia de los valores morales. Otro aspecto capital de la obra del nuevo beato ha sido la proyección del anuncio evangélico –del misterio de Dios Trino y de Cristo Redentor- y de la necesaria acción de los cristianos en el plexo de la vida social y política de los pueblos. Su aporte a la actualización de la doctrina social de la Iglesia nos ha ofrecido una visión completa del trabajo y de su valor humano y cristiano, una ilustración de la problemática del desarrollo incorporando las realidades económicas y sociales más recientes, la interpretación bien ponderada de la caída de los regímenes comunistas, sus causas y consecuencias, una crítica de la falsa alternativa vigente en las sociedades occidentales que abandonaron su referencia a las raíces cristianas. Siguiendo la huella abierta por los papas del siglo XX, Juan Pablo II iluminó con la luz del Evangelio las más diversas realidades humanas y los avances de

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la ciencia y la cultura; lo hizo con sus numerosos discursos y mensajes, pero sobre todo con ocasión de sus viajes apostólicos. La presencia de la Iglesia en los acontecimientos del mundo quedaba así personalizada en el pontífice, cercano a todos, que se comunicaba directamente con el pueblo cristiano y concitaba asimismo el respeto y la admiración de los no católicos. Su palabra transmitía verdades liberadoras para orientar al hombre de hoy hacia Cristo Redentor en quien se encuentra la garantía y el reaseguro de la auténtica humanidad. Esa palabra convencida, vibrante, llegaba al corazón, especialmente cuando se dirigía a los jóvenes, que se identificaban espontáneamente con él. Hay que reconocer que el mundo secularizado experimentó una cierta fascinación por este gran pontífice, pero que su actitud fue ambivalente en lo que hace a la aceptación del mensaje que el Papa proclamaba. Se recibía con beneplácito la enseñanza referida a la justicia social, a la libertad política, a la paz mundial y sus condiciones de realización, pero se rechazaba el fundamento ético de esos valores y sobre todo la afirmación coherente de un humanismo pleno, referido al orden natural de la creación y a la ley de Dios. Esta afirmación ponía en evidencia el descarrío de la cultura moderna que exalta al hombre y su libertad pero lo mutila y degrada porque le escamotea la verdad, la verdad sobre lo propio hombre y la verdad sobre Dios. En su encíclica Dives in misericordia escribió Juan Pablo II: Cuanto más se centre en el hombre la misión desarrollada por la Iglesia; cuanto más sea, por decirlo así, antropocéntrica, tanto más debe corroborarse y realizarse teocéntricamente, esto es, orientarse al Padre en Cristo Jesús. Mientras las diversas corrientes del pasado y del presente del pensamiento humano han sido y siguen siendo propensas a dividir, e incluso a contraponer el teocentrismo y el antropocentrismo, la Iglesia en cambio, siguiendo a Cristo, trata de unirlos en la historia del hombre de manera orgánica y profunda. En estas palabras se concentra una clave de su pensamiento y de su inspiración pastoral. Estas convicciones en él se hicieron vida, acción y plegaria: abrazaba con amor y ponía en el Corazón del Señor las necesidades del mundo entero, especialmente el sufrimiento de los pobres y de los crucificados por el dolor.

Monseñor José Antonio Eguren Anselmi, S.C.V. Arzobispo Metropolitano de Piura - Perú La beatificación del amado Papa Juan Pablo II, ha sido un gran don para la Iglesia y para el mundo entero. El Papa Wojtyla fue un santo y heroico Pastor. Su profunda fe que el Señor Jesús es el Redentor de Hombre y que sólo Él manifiesta plenamente el hombre al propio hombre, descubriéndole la sublimidad de su vocación, lo llevó con incansable espíritu misionero a viajar por el mundo entero. Perseverante testigo de la esperanza en el futuro, bajo su cayado la Iglesia cruzó con decisión el umbral del tercer milenio, dejándonos una Iglesia más valiente, más libre, más joven que mira con serenidad al pasado y no tiene miedo al futuro.

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Constantemente nos recordó que la santidad, es el alto grado de la vida cristiana ordinaria y que ella constituye la primera de nuestras urgencias pastorales. Fue amigo y maestro espiritual de los jóvenes, a quienes anunció con amor de predilección que sólo Cristo es el único capaz de colmar las aspiraciones más profundas del corazón humano. Fiel Custodio de la Fe, nos ayudó en estos tiempos de relativismo imperante a tener una fe clara según el Credo de la Iglesia. Buscó incansablemente la renovación espiritual de la Iglesia, de ahí la celebración del Año de la Redención (1983), del Año Mariano (1987-1988), del Gran Jubileo del Año 2000, del Año del Rosario (2002-2003) y del Año de la Eucaristía (2004-2005). Fue valiente defensor de la dignidad de la persona humana, de manera especial de los pobres, y entre ellos de los concebidos no nacidos. Fue el gran promotor de la familia, de la libertad religiosa y de la paz. ¿Cómo entender en Juan Pablo II esta inagotable capacidad de darse a sí mismo sin reservas por su misión y por nosotros; primero joven y lleno de fuerzas, y después profundamente marcado por la enfermedad y el sufrimiento? La respuesta nos la dio Benedicto XVI en su homilía durante la Misa de sus Exequias: “El amor de Cristo fue la fuerza dominante en nuestro amado Santo Padre; quien lo ha visto rezar, quien lo ha oído predicar, lo sabe. Y así, gracias a su profundo enraizamiento en Cristo pudo llevar un peso, que supera las fuerzas puramente humanas: ser pastor del rebaño de Cristo, de su Iglesia universal”. Ese amor a Cristo lo aprendió en la escuela de Santa María, de ahí su profundo y tierno amor filial por Ella de quien se proclamó “Totus tuus”.

Monseñor Luis Sánchez Armijos Obispo de Machala - Ecuador Era notorio el espíritu de la alegría y de optimismo que tenía el Papa Juan Pablo II. Se reía con gusto, jugaba y bromeaba con “buen humor”, especialmente con los jóvenes. Era el sentido pascual que transparentaba en todo. Exhortaba a vivir con santa alegría. Comentando el Salmo 91, dijo: “hagas lo que hagas, hazlo con alegría. Entonces haces el bien y lo haces bien”. Refiriéndose a los días de la vejez de los justos dijo: “cuando lleguen estos días, el espíritu del que ora seguirá siendo vivaz, alegre y operante”. Se trata de una alegría profunda, enraizada en la fe y en la oración. La alegría de Juan Pablo II era expresión de santidad, en coherencia con su enseñanza: “cada vez que nos reunimos en la Eucaristía somos fortalecidos en la santidad y renovados en la alegría, pues la alegría y la santidad son el resultado inevitable de estar más cerca de Dios”. En esta perspectiva se debe abordar el comprender el saludo del ángel a la Virgen María en la Anunciación: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”. Antes de rezar el Angelus en la plaza de San Pedro, el 14 de diciembre de 2003, citó este

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texto “Estén siempre alegres en el Señor… El Señor está cerca” (Fil 4,4-5). Luego se expresó así: “con estas palabras del apóstol Pablo, la Liturgia nos invita a la alegría… El Adviento es tiempo de alegría, pues permite revivir la espera del acontecimiento más alegre de la historia: el nacimiento del Hijo de Dios de la Virgen María”. Juan Pablo II testimoniaba también su sentido pascual en la firme esperanza de un mundo mejor y, sobre todo, de ser recibido con alborozo en el paraíso. En este sentido dijo: “déjenme ir a la Casa del Padre”. Fue la última expresión que pronunció el Papa en esta vida. Tenía la convicción de sentirse llamado a la pascua del Señor, de realizar el paso a la verdadera vida, donde existe la alegría de estar para siempre junto a Dios.

Héctor Riesle Contreras Ex embajador de Chile ante la Santa Sede Dos momentos me impresionaron especialmente y en ambos resplandecen las mismas virtudes.: la magnanimidad y la fortaleza, ciertamente movidas por la caridad. Uno fue la homilía de inicio del Pontificado; el otro, que nos toca de cerca, su decisión de enviar en diciembre de 1978, cuando la guerra aparecía inminente, la Misión de Paz a Argentina y Chile que logró evitarla. En la homilía de inicio de su pontificado el beato puso el acento, con una fuerza impresionante para quienes ahí estábamos, en su “No tengáis miedo, abrid las puertas a Cristo”. Tal texto, en su concreto contexto, implicaba no sólo un llamado a los católicos a acoger a Cristo y a dejarse transformar por Él, sino un desafío monumental al secularismo relativista de Occidente y al totalitarismo materialista marxista en Oriente. Tal llamado y tal sostenido propósito terminó derrumbando los “socialismos reales” e inició proféticamente un combate por la verdad, la identidad y la cultura cristianas en el que hoy estamos plenamente inmersos. Hoy parece evidente que era necesario que lo hiciera. Pero entonces era otra cosa. La Unión Soviética, superpotencia de primer plano, dominaba una vasta galaxia de Estados satélites no sólo en Europa, sino en Asia, África y Cuba, a los que hay que agregar sus numerosos “clientes” y sus acciones de todo tipo, bien coordinadas desde el centro. Había desánimo en Occidente y en la misma Santa Sede había quienes, importantes, pensaban que la victoria sería comunista y había que encontrar terrenos de acuerdo para salvar lo salvable. Él levantó y sostuvo, incluso herido, la bandera hasta la caída del Leviatán. Para obtener la Misión de Paz hubo resistencias. Muchos opinaban en contra, pues había riesgos, era dudoso su éxito y también implicaba oponerse al dicho Leviatán. Su caridad moviendo su fortaleza y su magnanimidad lo hicieron tomar una decisión que cambió la Historia, y no sólo la de nuestros países.

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Francesco Petrillo, OMD Superior General de la Orden de la Madre de Dios En los últimos días de su vida un amigo del Papa Juan Pablo II le escuchó decir: “Quisiera ser recordado como el papa de la Familia y de la Vida”. La dimensión profética de la santidad de Juan Pablo II, a mi parecer, encuentra en estas dos dimensiones su originalidad y actualidad que hacen de ella un verdadero don de Dios para nuestro tiempo. Hoy más que nunca aparece evidente que el desafío radical a la comprensión del hombre en el proyecto creador de Dios, tiene su epicentro en el mismo valor de la vida y en su florecer y desarrollo en el contexto de una comunión familiar. La pregunta por el hombre y la pregunta por Dios, sólo podrán ponerse si no se pierde el horizonte de la inviolable sacralidad de la vida desde su concepción hasta su muerte natural y la estructural relacionalidad de la persona humana en una comunidad de amor como es la familia. La santidad de Juan Pablo II brilla con mayor evidencia cuando se le considera como lúcida acción y apasionada consagración de todas sus fuerzas para desenmascarar el más grave atentado al núcleo trascendente de la vocación humana que la historia haya conocido. El compromiso de Juan Pablo II en defensa de la vida que siempre consideró como la piedra angular de su Pontificado y la afirmación que “cada familia lleva una luz y que cada familia es una luz que debe iluminar el camino de la Iglesia y el futuro del mundo” (discurso de conclusión del año de la Familia, 8 de octubre de 1994), son dimensiones para nada académicas o moralísticas de su Magisterio, sino profunda encarnación de una manera de ser santo en el hoy de la Iglesia y de profecía ante el olvido más peligroso para la felicidad verdadera del hombre. Juan Pablo II intuyó que sobre esta fundamental dimensión, hoy se abre una de las muestras más evidentes del “mysterium iniquitatis” que desemboca en lo que el Papa Benedicto XVI ha denunciado como “dictadura del relativismo”. La existencia de Juan Pablo II, quien ya antes de su elección se puso de parte de la vida y de la familia y que después eligió como el centro de su Pontificado con el Sínodo de 1980, la Exhortación Apostólica Familiaris Consortio, la carta a las familias, la institución del Pontificio Consejo para la Familia, el Pontificio Instituto para los estudios sobre Matrimonio y Familia que lleva su nombre, la convocatoria para las Jornadas Mundiales de la Familia y la encíclica Evangelium vitae, son hitos fundamentales para la nueva evangelización a la que él nos ha lanzado y que debemos agradecer.

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Fernando Moreno Valencia Filósofo. Director del programa de Ciencia Política de la Universidad Gabriela Mistral 1. Clamor de los fieles; del Pueblo de Dios, en la Plaza San Pedro (Roma), al anuncio de

su muerte: Subito Santo ( Sensus Fidelium).

2. La “Cruz”; en su itinerario polaco, bajo el “yugo” de criminales nazis, y luego de

criminales comunistas.

3. Su sacrificio y ofrenda (de santificación) en su propio trabajo como obrero en Polonia.

Su encíclica Laborem Exercens es también su testimonio.

4. La manifiesta energía y asistencia de la Gracia de Dios desde su inicial labor Pastoral

hasta su muerte; pasando por la persecución criminal “inicial” (nazi y comunista), hasta el atentado contra su vida (Ali Agca), por encargo comunista. A este respecto (especial pero no exclusivamente), no se puede desconocer la asistencia de la Santísima Virgen María.

5. Juan Pablo II visitó luego y perdonó a su instrumental verdugo (Ali Agca). 6. Su impresionante peregrinaje, en obediencia a la exhortación del mismo Jesús, de ir y

predicar el Evangelio, bautizar a todo el mundo.

7. Defensa de la vida humana desde su concepción; desde el cigoto, que es ya la persona. 8. Denuncia de la cultura de la muerte invocando el Evangelio de la Vida. Esto está en

Juan Pablo II ligado a la exigencia a la necesidad de “hacer llegar el Evangelio de la Vida al corazón de cada hombre y mujer e introducirlo en lo más recóndito de toda sociedad” (Evangelium vitae, 80).

9.

Juan Pablo II denunció un “ambiente cultural que no ve en el sufrimiento ningún significado o valor; es más, lo considera el mal por excelencia, que se debe eliminar a toda costa. Esto, sigue diciendo el Papa, acontece especialmente cuando no se tiene una visión religiosa que ayude a comprender positivamente el misterio del dolor” (Evangelium vitae, 14). El amor a Dios y a los hombres fue su fin y su principio.

10. Al final de su vida (y ante su muerte inminente) “Déjenme ir a la Casa del Padre”. Sin

duda, lo que está aquí en cuestión concierne al juicio de San Agustín: “Nos has hecho Señor para Ti; e inquieto está nuestro corazón hasta no descansar en Ti”.

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El beato Juan Pablo II sufrió la Pasión también en su cuerpo POR MÁXIMO PACHECO GÓMEZ

Durante los años que ocupó el cargo de Embajador de Chile ante la Santa Sede (2001-2007), don Máximo Pacheco Gómez —miembro del Consejo de Consultores y Colaboradores de HUMANITAS— tuvo ocasión de estudiar la vida de Su Santidad Juan Pablo II y conocer aspectos inéditos relativos a los sufrimientos que debió sobrellevar el Pontífice tanto por el atentado de que fue víctima, como por causa del deterioro en la salud que acompañó su existencia terrena. De particular interés e importancia es, en este marco, la relación del Dr. Renato Buzzonetti, médico personal de Juan Pablo II. Estos relatos e informes, incorporados por el embajador Pacheco a sus Memorias, han sido reescritos por él para esta edición que asume el carácter de homenaje y agradecimiento al Beato Juan Pablo II.

HISTORIAL MÉDICO DE KAROL WOJTYLA El historial médico del Beato Juan Pablo II tiene una larga cronología, que se remonta a sus años en Polonia. El 29 de febrero de 1944 fue atropellado en Cracovia por un camión alemán que se dio a la fuga dejándolo herido gravemente en la cabeza. En esa ocasión, el joven seminarista permaneció seis horas inconsciente en la calle, hasta que una misteriosa mujer lo recogió y lo llevó al hospital en estado de coma. El Papa siempre creyó que esa dama era la Virgen María. Ya siendo Papa, el 13 de mayo de 1981, fue víctima del conocido atentado en la Plaza de San Pedro. Requirió de una intervención quirúrgica que duró cinco horas y veinte minutos, en el Hospital Agostino Gemelli de Roma. Recibió una transfusión de tres litros de sangre y le fueron extirpados cincuenta y cinco centímetros de intestino.

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El 21 de junio ingresó en el Hospital con pulmonía. Dos días después se confirmó que tenía una infección por citomegalovirus, derivada de la intervención anterior. El 5 de agosto fue operado de nuevo y suprimieron la colostomía practicada en junio. Diez años más tarde, el 12 de julio de 1992, le extirparon un tumor, un tramo de intestino de treinta centímetros y la vesícula. El 11 de noviembre de 1993 se fracturó un hombro a causa de una caída durante una audiencia. El 29 de abril de 1994 resbaló en el baño y se rompió la cabeza del fémur de la pierna derecha. Se le implantó una prótesis en la cadera que lo obligó a caminar apoyado en un bastón durante largo tiempo.

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El 25 de diciembre de 1995 debió retirarse a sus aposentos cuando estaba impartiendo la bendición Urbi et Orbi, como consecuencia de una gripe con fiebre alta. El 6 de mayo de 1996 los médicos le prescribieron una semana de reposo por fiebre y trastornos estomacales. El 8 de octubre 1996 volvió al quirófano para que le extirparan el apéndice, en una operación con anestesia general. El 5 de febrero de 1997, una enfermedad viral lo obligó a anular la audiencia con el Presidente español José María Aznar. El 5 de noviembre de 1997 una afonía le impidió celebrar una misa por los Cardenales y Obispos difuntos. El 11 de enero de 1998 sufrió un desvanecimiento mientras celebraba una misa. No se desplomó porque lo sujetó su maestro de ceremonias Monseñor Piero Marini. El 14 de diciembre de 1998, la revista Newsweek informó que el Papa sufría de la enfermedad de Parkinson. El 18 de enero de 1998 se suspendieron todos los actos oficiales, por estar aquejado de gripe. El 12 de enero de 1999 sufrió una caída en la Nunciatura de Varsovia y debieron colocarle unos puntos de sutura en la frente. Además una gripe con estado febril lo obligó a guardar cama. El 13 de abril de 2001, por primera vez en veintitrés años de Pontificado, el Vía Crucis del Viernes Santo lo presidió arrodillado. El 23 de febrero de 2002, el Papa no pudo intervenir en la Audiencia Pública de los días miércoles por una afección a la rodilla, consecuencia de su artrosis. El 24 de marzo de 2002 no ofició la Misa del Domingo de Ramos, por primera vez en su Pontificado, debido a intensos dolores en su rodilla. Ese día el Papa apareció cansado en su sillón colocado en la escalinata de la Basílica de San Pedro y leyó el Evangelio sentado, con voz vacilante. El Cardenal italiano Camillo Ruini ofició la Misa. El 28 de marzo de 2002 el Papa no ofició la Misa del Jueves Santo y en su reemplazo lo hizo el Cardenal Angelo Sodano. El 29 de marzo de 2002, día Viernes Santo, el Vía Crucis lo presidió desde un balcón, en vez de seguirlo a pie como lo había hecho en años anteriores, con excepción de 2001.

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La enfermedad de Parkinson Es un hecho reconocido por el Vaticano que Su Santidad sufría de un síndrome parkinsoniano. En efecto, en una entrevista al semanario italiano Oggi, en el año 2000, el doctor Gianfranco Fineschi, miembro del equipo médico de Juan Pablo II, reconoció esta enfermedad y señaló. “Los medicamentos que él toma para curarse del mal afectan su musculatura, la gesticulación facial y hacen que camine más lento”. El Parkinson, como se sabe, es una enfermedad del sistema nervioso, que afecta a la zona del cerebro encargada del control y coordinación del movimiento del tono muscular y de la postura. La mayor parte de los síntomas afectan la actividad psíquica, pero no lesionan la actividad intelectual. Los medicamentos que se conocen hasta el momento permiten aliviar la mayor parte de los síntomas, aunque no eliminen la causa. Tratada debidamente, no acorta las perspectivas de vida.

Sus últimos años A pesar de lo anterior, el Santo Padre llevaba una vida de gran esfuerzo. Se levantaba todos los días a las seis de la mañana, rezaba una hora en su capilla y posteriormente celebraba misa con sus invitados. Luego del desayuno hacía una hora más de oración. A continuación trabajaba en su escritorio. Seguían las audiencias, el almuerzo y un breve descanso. Posteriormente rezaba durante otras tres horas y luego trabajaba en su escritorio. Comía y se acostaba alrededor de las diez de la noche. Trabajaba incluso los sábados y domingos. Durante el año pronunciaba más de ochocientos discursos y encabezaba más de mil audiencias en el Vaticano o en el extranjero. El 29 de marzo de 2002, el Pontificado de Juan Pablo II se convirtió en el sexto en duración en la historia de la Iglesia, incluido el de San Pedro. Juan Pablo II era el Romano Pontífice número doscientos sesenta y cuatro. Como la enfermedad de Parkinson que lo afectaba era lenta, pero irreversible, los síntomas que empezaron a percibirse fueron: primero, el temblor de su brazo izquierdo; después, su falta de movilidad que hacia el final atacó su rostro y apenas podía sonreír y también afectó sus cuerdas vocales. El principal problema del Papa, en el final de su vida, fue su falta de movilidad. Para desplazarse de un lugar a otro del Vaticano debía ser transportado en una plataforma rodante. Además, se dice que para todas sus actividades cotidianas contaba con la ayuda de su secretario personal, Monseñor Stanislaw Dziwisz. Éste lo ayudaba a vestirse y a moverse dentro de sus habitaciones. Siempre existió el convencimiento de que al frente de la Iglesia Católica estaba el Papa, quien no delegó ninguna facultad porque su dolencia no había lesionado su actividad intelectual, la cual siguió siendo lúcida y enérgica en la conducción de la línea fundamental de su política. Los avatares clínicos

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no lograron reducir la fortaleza con que este Sumo Pontífice octogenario dirigía la Iglesia, realizaba sus actividades y organizaba sus viajes apostólicos al extranjero. En relación con su posible dimisión, en la Audiencia General del 17 de mayo de 1995, Juan Pablo II expresó: “renuevo a Cristo el ofrecimiento de mi disposición para servir a la Iglesia todo el tiempo que ella quiera, abandonándome completamente a su Santa Voluntad. Dejo a Ella la decisión sobre cómo y cuándo querrá liberarme de este servicio”. En el plano normativo, cabe señalar que no había respuesta a la hipótesis de una incapacidad para el ejercicio del cargo. Así, solamente se contempla en el canon 332, párrafo segundo, la posibilidad de renuncia voluntaria del propio Pontífice, en los términos que siguen: “Si el Romano Pontífice renunciase a su oficio, se requiere para la validez, que la renuncia sea libre y se manifieste formalmente, pero no que sea aceptada por nadie”. Esta norma existió sólo a partir de 1983, pero el Papa ya manifestó que no pensaba dimitir y que seguiría hasta que “Dios lo quiera”.*

HABLA EL MÉDICO PERSONAL DE JUAN PABLO II En sus años en el Vaticano don Máximo Pacheco trató al destacado profesor Dr. Renato Buzzonetti, médico personal del Papa. Gracias a su solicitud con el interés del Embajador en conocer acabadamente de la vida de Juan Pablo II, le hizo partícipe del presente informe que no sólo da una acuciosa cuenta de los momentos que siguieron al atentado del 13 de mayo de 1981, sino de cómo se inició y desarrolló la relación entre este ilustre médico y su venerado paciente. He aquí su relación: “A las 17.19 hrs. del miércoles 13 de mayo de 1981 en la Plaza de San Pedro estallaron dos tiros de arma de fuego que hieren a Juan Pablo II. Él, de pie en un jeep blanco, estaba recorriendo la mitad derecha de la plaza, donde se encontraba reunida una considerable multitud de fieles para la acostumbrada Audiencia General de los miércoles. En el lugar se encontraban en servicio seis médicos con los respectivos equipos y dos ambulancias. El doctor Alessandro Sabato, médico especialista en reanimación encargado de la escolta sanitaria del Santo Padre, se lanzó detrás del automóvil, pero éste se alejó velozmente de la plaza y atravesó el Arco de las Campanas. Recorrió la “Vía de la Fondamenta”, que rodea el externo del ábside de la Basílica vaticana, bajó por el Grottone y, atravesando el patio del Belvedere, alcanzó la Dirección de los Servicios Sanitarios del SCV (Stato Cittá del Vaticano). * Hasta ahora han sido doce los Papas que no han cumplido todo su período. Entre los que han abdicado se encuentran los siguientes: San Clemente (97); San Ponziano (235); San Celestino V (1294); Gregorio XII (1415). Por su lado, los que han sido depuestos, sea por persecuciones, órdenes imperiales o indignidad, son: San Silverio (537), San Marino I (655); Romano (897); Juan XII (964); León VIII (965); Benedicto V (966) y Benedicto IX (1048). ** Los destaques de esta segunda parte corresponden a la relación médica del doctor Renato Buzzonetti.

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«Renuevo a Cristo el ofrecimiento de mi disposición para servir a la Iglesia todo el tiempo que ella quiera, abandonándome completamente a su Santa Voluntad. Dejo a Ella la decisión sobre cómo y cuándo querrá liberarme de este servicio». (Juan Pablo II, audiencia del 17 de mayo de 1995)

“Allí, informado telefónicamente por el médico encargado del puesto ubicado frente al portón de bronce, yo, Renato Buzzonetti, médico personal de Su Santidad, me encontraba listo para atender al Santo Padre junto a otro personal sanitario. Por una serie de afortunadas o providenciales coincidencias me había retrasado en llegar a la plaza. “El Papa fue colocado en la entrada del edificio. Estaba consciente, obedecía a los mandos elementales, movía las piernas, tenía las pulsaciones arteriales latentes. Se notaba una pequeña mancha roja sobre la faja que le ajustaba el hábito blanco. El Santo Padre fue, por lo tanto, acostado en la camilla de una de las dos ambulancias que arribaron. A las 17.29 horas la ambulancia partió y, atravesando el portón de Santa Anna, se dirigió al Policlínico Gemelli, por disposición mía convalidada por el secretario. Durante el recorrido, la sirena de la ambulancia se bloqueó y el chofer usó desesperadamente la bocina. “Durante el viaje el hábito del Santo Padre iba levantado, se observaba los pantalones impregnados de sangre, se notaba la fractura de las falanges, del segundo dedo de la mano izquierda y la herida de refilón del codo derecho.

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«En la ambulancia, el Santo Padre se quejó con suaves gemidos e invocó sin interrupción en polaco “Jesús, María, madre mía» (Doctor Renato Buzzonetti)

Durante el transporte la presión arterial se redujo sin alcanzar niveles críticos. “En la ambulancia, el Santo Padre se quejó con suaves gemidos e invocó sin interrupción en polaco “Jesús, María, madre mía”. “A las 17.36 hrs. la ambulancia llegó al policlínico. El paciente fue transportado al décimo piso, en la habitación que, desde 1979, está siempre dispuesta para cada emergencia clínica del Santo Padre. Aquí le fueron prestados los primeros auxilios y fue visitado por el cirujano de guardia, profesor Alfredo Wiel-Marin. La piel estaba sudada y fría, la presión arterial había bajado sucesivamente, la conciencia estaba obnubilada. “El Papa fue inmediatamente llevado a la sala operatoria: fueron forzadas dos puertas para abreviar los tiempos del trayecto. “A las 17.50 hrs. se encontraba en su camilla operatoria de la sala D del bloque operatorio cincuenta del noveno piso, y se había iniciado la administración de anestesia total. “Bajo mi consejo, Monseñor Stanislao Dziwisz impartió al Santo Padre la Unción de los Enfermos y la Absolución. “Es interesante destacar que la sala operatoria ya estaba activa ante la inminencia de una operación normal, es decir no de urgencia, y el personal se encontraba en gran parte preparado. “La anestesia, iniciada por el profesor Francesco Beccia, es realizada y dirigida por el profesor Corrado Manni, Director del Instituto de Anestesia y Reanima-

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ción de la Universidad Católica del Sacro Cuore, quien llegó mientras tanto. Las fases preliminares de la intervención fueron efectuadas por el profesor Giovanni Salgarello, ayudante de la Clínica Quirúrgica. La cirugía fue en su totalidad, ejecutada y llevada personalmente a feliz término por el profesor Francesco Crucitti, titular de la Cátedra de Semiótica Quirúrgica y Sustituto del profesor Gian Caria Castiglioni, Director del Instituto de Clínica Quirúrgica, en aquellas horas ausente de Roma. “El profesor Crucitti se encontraba en una clínica de Roma. Informado por una monja de lo acaecido, fue en ayuda al Gemelli, pidiéndole a un motociclista de la policía urbana abrirle paso. En efecto, aquel día estaba de guardia el equipo de la Clínica Quirúrgica y el profesor Crucitti, justamente sintió el deber de asumir la dirección de la operación. “Después de las 19 hrs. llegó desde Milán el profesor Castiglioni, quien procedió a efectuar una parte de la intervención quirúrgica. La asistencia cardio-circulatoria fue asegurada por el profesor Ugo Manzoli, Director del Instituto de Cardiología de la Universidad Católica. En el curso de la operación fue necesario realizar la transfusión de 3.150 ml. de sangre, cuyas primeras unidades llegaron desde el Hospital pediátrico Bambino Gesú, donde, desde 1979, había en custodia una existencia prudencial reservada para el Papa.

En las primeras horas del día el Papa recuperó completamente la conciencia y, ya en las primeras palabras, dijo: “Dolor… sed”, y luego: “¡Como a Bachelet!”, el vicepresidente del Consejo General del Poder Judicial y ex presidente de la Acción Católica Italiana asesinado por las Brigadas Rojas. El mismo recuerdo volverá más veces a sus labios en los días sucesivos.

“La cirugía resultó necesaria por las lesiones viscerales múltiples provocadas por una herida de arma de fuego con trayectoria abdomino-sacral. Las lesiones se verificaron en contra del intestino tenue, de la sigma, de los mesenterios del retroperitoneo con una masiva hemorragia endoabdominal. Fueron encontradas además, una herida lacero-contusa del antebrazo derecho y una herida que le traspasó el segundo dedo de la mano izquierda con fractura de la segunda y tercera falange. Finalmente, se procedió a la colostomía excluyente temporánea.

“Fue providencial que los proyectiles homicidas no alcanzaran la aorta abdominal y la médula espinal. “A las 23.25 hrs. culminó la operación. A las 0.05 hrs. del jueves 14 de mayo, el Santo Padre entró en el Centro de Reanimación Bianca Rosa Fanfani, donde reinaba orden y silencio. En la noche, el Santo Padre fue controlado por personal del reparto, por el secretario, por la hermana Tobiana Sobotka, la superiora de la comunidad religiosa de la Casa, y por mí. En las primeras horas del día el Papa recuperó completamente la conciencia y, ya en las primeras palabras, dijo: “Dolor… sed”, y luego: “Como a Bachelet”, el vicepresidente del Consejo General del Poder Judicial y ex presidente de la Acción Católica Italiana asesinado por las Brigadas Rojas. El mismo recuerdo volverá más veces a sus labios en los días sucesivos.

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2 DE ABRIL DE 2005: LOS ÚLTIMOS MOMENTOS DEL PAPA KAROL WOJTYLA

“EL LLANTO OPRIMÍA LA GARGANTA PERO SEGUIMOS CANTANDO” Por Konrad Krajewski

Estábamos de rodillas en torno al lecho de Juan Pablo II. El Papa yacía en la penumbra. La luz discreta de la lámpara iluminaba la pared, pero él era bien visible. Cuando llegó el momento del que, pocos instantes después, todo el mundo iba a tener noticia, de improviso el arzobispo Dziwisz se levantó. Encendió la luz de la habitación, interrumpiendo así el silencio de la muerte de Juan Pablo II. Con voz conmovida, pero sorprendentemente firme, con el típico acento montañés, alargando una de las sílabas, comenzó a cantar: “Te Deum, laudamus; Te Dominum, confitemur”. Parecía un trueno procedente del cielo. Todos mirábamos admirados a don Estanislao. Pero la luz encendida y el canto de las palabras que seguían —“Oh eterno Padre, toda la tierra de adora…”— daban certeza a cada uno de nosotros”. Bueno —pensábamos—, nos encontramos en una realidad totalmente diversa. Juan Pablo II ha muerto: quiere decir que vive para siempre. Aunque el corazón sollozaba y el llanto oprimía la garganta, seguimos cantando. A cada palabra nuestra voz se volvía más segura y más fuerte. El canto proclamaba: “Vencedor de la muerte, has abierto a los creyentes el reino de los cielos”. Así, con el himno del “Te Deum”, glorificamos a Dios, bien visible y reconocible en la persona del Papa. En cierto sentido, esta es también la experiencia de todos los que se encontraron con él durante su pontificado. Quienes entraban en contacto con Juan Pablo II, se encontraban con Jesús, a quien el Papa representaba con todo su ser. Con la palabra, el silencio, los gestos, el modo de rezar, el modo de proceder en el espacio litúrgico, el recogimiento en la sacristía: con todo su modo de ser. Se notaba inmediatamente: era una persona llena de Dios. Y para el mundo había llegado a ser signo visible de una realidad invisible, también a través de su cuerpo desgarrado por el sufrimiento de los últimos años. L’Osservatore Romano 3.IV.11

“Al alba el Papa le dijo al Secretario “ayer no hemos recitado Completas” y luego escuchó la plegaria de la noche diferida. “Todo el personal médico, los enfermeros y auxiliares estuvieron a la cabecera del Santo Padre, en particular las jóvenes enfermeras pasaron horas enteras de la noche de pie, junto a la cama del enfermo. “El 14 de mayo es oficializado el Colegio Médico al cual se confió el cuidado del Papa y que está compuesto de la siguiente manera: Profesor Castiglioni, Crucitti, Manni, Manzoli, Breda (médico clínico) y doctor Buzzonetti. “En la tarde del jueves 14 el Santo Padre, hospitalizado en su cama, concelebra la Santa Misa. “El domingo 17 de mayo viste la estola y celebra misa: se levantan las persianas del box y está presente el personal de servicio. Luego de la misa, el Papa graba el saludo del Regina Coeli que será emitido por la Radio Vaticana.

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“A las 00.10 hrs. del lunes 18 de mayo, día de su sesenta y un cumpleaños, me congratulo con el Santo Padre y más tarde le ofrezco una rosa roja en nombre de mi esposa y de mis hijos. En ese mismo día, el enfermo es trasladado al décimo piso del policlínico en una habitación equipada para su internación. Ésta se encontraba predispuesta desde 1979 por acuerdos reservados con el Rector de la Universidad, profesor Giuseppe Lazzati. “Al momento de la despedida, el Santo Padre saluda a todo el personal del centro de reanimación y, entre otras cosas, dice: “El médico y el sacerdote tocan la dimensión escatológica del hombre y ayudan al hombre a cruzar la frontera misteriosa de la muerte”. “El martes 19 de mayo en la tarde, tuvo lugar la consulta médica propuesta por la Secretaría de Estado y por los Cardenales polacos, con la participación de clínicos de nivel internacional tales como el profesor J. Loygue, de la Facultad Médica San Antonio de París; el profesor H. Bunte, de la Universidad de Munster; el profesor E. Welch de Bastan, el profesor K.M. Cahill, de Nueva York; el profesor G. Turowski, de la Academia Al momento de la despedida, de Medicina Copernicus de Cracovia, y el profesor F. Vilardell, el Santo Padre saluda a todo del Hospital San Pablo y Santa Cruz de Barcelona. Los aseso- el personal del centro de res son recibidos por el Santo Padre y quedan turbados por el reanimación y, entre otras gentil saludo que el enfermo reserva a cada uno de ellos en el cosas, dice: “El médico y el sacerdote tocan la dimensión respectivo idioma. “La consulta se termina con la satisfacción explícita por el resultado de la intervención y por las prevenciones terapéuticas adoptadas. “El 23 de mayo el Colegio Médico levanta el pronóstico reservado.

escatológica del hombre y ayudan al hombre a cruzar la frontera misteriosa de la muerte”.

“En la noche del 3 de junio, a las 19.10 hrs., el Santo Padre, pálido y emocionado, regresa al Vaticano luego de veintiún días de internación. Pero bien pronto manifiesta nuevamente una reacción febril, que había ya aparecido en los últimos días de internación en el Gemelli. Para llegar a una definición diagnóstica, se realiza, entre otras cosas, una ecografía del abdomen en la gran sala de la biblioteca del departamento. El Papa tenía fiebre alta, el ambiente familiar estaba cargado de preocupación y oscuros temores; los médicos se interrogan alarmados. Pero el examen debe ser interrumpido por las interferencias electrónicas de las antenas de la Radio Vaticana. Solamente la intervención personal del Sustituto de la Secretaría de Estado, logra convencer a los directivos de la radio, que temen un gesto de sabotaje de las Brigadas Rojas, y las transmisiones son brevemente suspendidas con el anuncio de un desperfecto técnico inexistente. El examen fue completado, pero dio un resultado ambiguo. “Para encontrar la exacta naturaleza del síndrome febril, el 20 de junio, el Santo Padre vuelve al Gemelli. Allí, sobre la base de los resultados de los exámenes de laboratorio, se le diagnosticó una infección por “citomegalovirus”. “En esa circunstancia fueron llamados a formar parte del Colegio de médicos tratantes el profesor Luigi Ortona, Director del Instituto de Enfermedades

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Infecciosas de la Universidad Católica, el profesor Giancarlo Fegiz, Ordinario de la Clínica Quirúrgica, y el profesor Giuseppe Giunchi, Clínico Médico de la Universidad la Sapienza de Roma. “El atentado, la difícil operación quirúrgica, las complicaciones debidas a la enfermedad infecciosa aparecida y la larga hospitalización marcan una experiencia indeleble en el corazón y en la psicología del Papa, el cual, superadas las fases críticas, arde de deseos de retomar su puesto de trabajo por lo menos —dice— en la segunda década de agosto, cuando la Curia termina las vacaciones. “Con esta preocupación, la noche del 21 de julio, en el Gemelli, el Papa interviene en la reunión del Colegio Médico. Se encuentra en óptima forma y, aún declarándose no competente en cuestiones médicas, confirma el derecho del enfermo —su derecho— de ser sujeto y no objeto pasivo en la cuestionada enfermedad. Acepta la cuota de riesgo que ello implica y accede que, de ninguna manera saldrá del Policlínico sino hasta después de la segunda Con pocas y rápidas palabras operación. Finalmente, ruega no aplazar esta última etapa para en un italiano aún incierto, no postergar aún más los muchos compromisos programados, me propuso ser su médico incluyendo las visitas Ad Limina.

personal y de inmediato me hizo una eficaz y precisa síntesis de su historia sanitaria. Comenzó entonces para mí una aventura profesional y espiritual que duró casi 27 años.

“En efecto, el 5 de agosto, el profesor Crucitti efectúa la prevista operación de cierre de la colostomía de protección.

“Alcanzada la curación clínica, el 14 de agosto, vigilia de la solemnidad de la Asunción, a las 10.10 hrs., Juan Pablo II regresa al Vaticano al término de una dramática sucesión de cosas, que había conocido fases alternas de arriesgadas complicaciones y de pausas serenas, de tensiones mal disimuladas y de silenciosa y trabajadora dedicación. Seguirá una larga convalecencia en la residencia veraniega de Castel Gandolfo. “En la mañana del miércoles 7 de octubre de ese año, el Papa vuelve a la Plaza San Pedro en el jeep blanco para la Audiencia General. “Un paso atrás. La noche del 29 de diciembre de 1978, mientras estaba en el Hospital San Camillo, en esa época el más grande hospital público de Roma, con sorpresa fui llamado al apartamento privado en el tercer piso del Palacio Apostólico Vaticano, el habitado por el Papa. En efecto, desde hace casi trece años pertenecía también al cuerpo sanitario de S.C.V. compuesto por médicos que prestan servicio part time, pero no sospechaba que, sin previo aviso, sería conducido a la presencia de Juan Pablo II. “Éste, con pocas y rápidas palabras en un italiano aún incierto, me propuso ser su médico personal y de inmediato me hizo una eficaz y precisa síntesis de su historia sanitaria. Comenzó entonces para mí una aventura profesional y espiritual que duró casi 27 años. “En ese lejano día, yo no podía imaginar que, pasados casi dos años, habría estado directamente implicado en el trágico evento del atentado, que condujo

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al Papa a las puertas de la muerte y, en forma tan atroz, hirió el corazón de la Iglesia y la conciencia del mundo entero. “Al inicio de enero de 1979, el Papa se había sometido pacientemente a un acucioso check-up en previsión del primer gran viaje a México. Luego siguieron controles clínicos periódicos con un cumplimiento casi semestral. “Los años que siguieron no estuvieron caracterizados por problemas médicos de relevancia. Las condiciones de salud del Santo Padre fueron buenas y le permitieron enfrentar los nuevos ritmos de vida y las gigantescas responsabilidades con tenaz y a veces obstinado empeño, aun cuando el cansancio y el estrés psíquico se hacían sentir. Desde 1979 confesaba que la Audiencia General del miércoles era muy fatigosa. “Pero con el pasar de los lustros comenzaron a aparecer algunas molestias, más bien comunes en las personas no tan jóvenes. Eran ya lejanas las épocas en las cuales el joven sacerdote, luego Obispo y Cardenal, podía estar Las condiciones de salud del días de vacaciones en un campamento de jóvenes, dedicarse al Santo Padre fueron buenas y le excursionismo, a la natación, al esquí, a la canoa. El Papa pagaba permitieron enfrentar los nuevos el pasado de una edad civil que no coincidía con la biológica, ritmos de vida y las gigantescas siendo esta última agotada por los años juveniles muy difíciles, responsabilidades con tenaz por fatigas, necesidades y sacrificios no comunes, por un agotay a veces obstinado empeño, dor ministerio primero en Polonia y luego en el Solio Pontificio.

aun cuando el cansancio y el estrés psíquico se hacían sentir. Desde 1979 confesaba que la Audiencia General del miércoles era muy fatigosa.

“El año 1992 estuvo marcado por otra operación, radical y curativa, practicada en el Hospital Gemelli por el profesor F. Crucitti. Fue el 15 de julio, a raíz de una neoplastia de sigma: se trataba de un adenoma túbulo-velloso con un único pequeño foco de displasia severa. La internación fue directamente anunciada por el Papa desde la ventana de su apartamento en el curso del encuentro con los fieles por el Ángelus dominical.

“Se trató de una dolencia más bien silenciosa, con poca sintomatología, a la cual el paciente no le dio importancia. Tanto, que la calló por varios meses. Apenas el Papa me confió sus dolencias, de inmediato le prescribí, también por escrito, todos los oportunos controles, comunicando las más probables hipótesis de diagnóstico. Pero los exámenes decisivos pudieron ser realizados sólo al inicio del mes de julio, según un calendario fijado personalmente por el Santo Padre. “También en esta ocasión la convalecencia fue larga, pero enfrentada con gran disponibilidad. El Santo Padre tenía como meta la visita a Santo Domingo con motivo del Quinto Centenario de la Evangelización de las Américas. “Fueron ciento cuatro los viajes internacionales de Juan Pablo II, el último a Lourdes el 14 y 15 de agosto de 2004; y ciento cuarenta y seis los viajes en Italia, el último a Loreto, el 5 de septiembre de 2004. Ambos fueron celebrados en el nombre de Santa María. Pero los viajes del año 2004 fueron particularmente fatigosos para el Papa, ya obligado a andar en silla de ruedas, condicionado

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por una voz suave y entrecortada, con el rostro endurecido por una máscara de sufrimiento y con la mirada vuelta ya hacia la lejanía. “También, con anterioridad, no pocos viajes fueron marcados por problemas de salud leves o menos leves. Ellos fueron enfrentados por el Papa con firme voluntad y resueltos con medidas médicas, a veces osadas, en la convicción de que el cuidado de la salud de un Papa, en algunas circunstancias, obliga a tomar opciones distintas, más cautelosas. “Por eso, el policlínico Gemelli merecía, una vez más, el título de Vaticano III, asignado por el Papa durante una precedente internación. “Al finalizar la mañana del 11 de noviembre de 1993, al término de una audiencia en el Aula de la Bendición, el Santo Padre, bajando una tarima, caía pesadamente al suelo. El profesor Gianfranco Fineschi, Director del Instituto de Clínica Ortopédica de la Universidad Católica, proveía a la reducción incruenta de la luxación traumática anterior del hombro derecho, Siempre mostró una actitud de con coexistente fractura parcial de la glenoide y a la sucesiva profunda serenidad interior, que inmovilidad con vendaje.

—no obstante algún momento de humana y visible contrariedad e intolerancia— lo llevaba a aceptar de las manos de Dios la enfermedad, el dolor físico, la forzada inactividad.

“A mí, su médico, me era permitido considerar que en el accidente había jugado también una cierta inseguridad del equilibrio en el ámbito del síndrome neurológico de naturaleza extrapiramidal, y cuyos primeros signos habían sido observados desde los últimos meses del año 1991.

“El morbo del Parkinson había aparecido con un temblor en su postura y con el reposo de algunos dedos de la mano izquierda. Lentamente había progresado hasta caracterizarse con todos los datos que invalidaban y sobre el cual, no obstante la específica terapia farmacológica y de rehabilitación, no había dado resultados muy brillantes. En el curso de los años, numerosas consultas médicas siempre convalidaron el diagnóstico y la estrategia terapéutica. “Una caída más grave se verificó en la tarde del 28 de abril de 1994. El Papa resbaló en su departamento, provocándose una fractura transcervical acaecida en el interno del fémur derecho con dislocación. Para convencer al Papa de la gravedad de lo sucedido, además de la visita de un especialista ortopédico en plena noche, se efectuó un examen radiográfico en el mismo departamento pontificio: al día siguiente el Santo Padre tenía que partir a Sicilia, para una visita pastoral. “El implante de la prótesis de la extremidad fue realizada por el profesor Fineschi en el Gemelli, la hospitalización fue más bien larga y seguida por un fastidioso período de reeducación motriz. El Papa comenzó a usar bastón, que no fue abandonado casi nunca más. En los años sucesivos, siguió usando la plataforma móvil: era un enfermo cada vez menos dueño de sus movimientos y de su equilibrio. “En la mañana de la Navidad de 1995, los canales televisivos de todo el mundo transmitían la imagen del Papa visiblemente sufriente, que leía el mensaje

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natalicio desde la ventana de su estudio y no desde de Logia de la Bendición, como de costumbre. El Santo Padre interrumpía inesperadamente la lectura de los saludos navideños en diferentes idiomas, a causa de un incontrolable hipo, y agregaba: “Disculpen, tengo que interrumpir”. Inmediatamente impartió la bendición y se alejó de la ventana frente al atónito asombro de los muchos miles de fieles reunidos en la Plaza. “A las 10.00 hrs. no había bajado a la Basílica para la celebración de la tercera Misa de Navidad, y la Sala de Prensa de la Santa Sede había comunicado que se trataba de una “leve indisposición febril” del Santo Padre. En realidad se trataba de una patología intestinal, nueva para el Santo Padre, acompañada de fiebre, que se habría configurado mejor con recurrentes episodios imprevistos. “A la luz de la clínica y de la negatividad de una rectocoloscopía como control de rutina efectuada al inicio del mes de diciembre, establecí el diagnóstico de apendicitis aguda. El cuadro en los meses sucesivos fue confirmado también con una TAC, realizada el 14 de agosto de 1996 en Cuando fue necesario, el el Hospital Regina Apostolorum de Albano Laziale en ocasión Papa fue el primero en de una reincidencia. comprender lúcidamente las “Lamentablemente, los numerosos compromisos del Papa y un comprensible rechazo con respecto a una nueva operación, obligaron a reenvíos continuos, también en virtud de la eficacia de la terapia médica.

exigencias más apremiantes y decidir con rapidez en el modo más justo. Y si en alguna ocasión hubo retraso u omisión, se trató de elecciones hechas con convicción.

“La repetición de estos malestares generó un real desconcierto en la opinión pública y el 14 de septiembre fue necesario emitir un largo comunicado explicativo, escrito y firmado por mí y aprobado por el Santo Padre, luego de una consulta médica realizada dos días antes.

“El l8 de octubre, Juan Pablo II volvía por sexta vez a una sala operatoria del Gemelli, donde el profesor Crucitti cumplía una muy larga operación. Se confirmaba el diagnóstico de “recurrentes episodios filogísticos del apéndice”. “Para complicar y agravar las dificultades de la vida pública y privada del Santo Padre, en los años 2002 y 2003 se manifestaron recurrentes e intensos dolores cargados en correspondencia de la extremidad inferior derecha, debido a una grave osteoartrosis de la rodilla derecha del IV-V grado de Albach, en el cuadro de una patología degenerativa poliarticular. Se iniciaron las más idóneas y modernas terapias, mientras que la solución quirúrgica con la colocación de una prótesis fue netamente descartada por el Papa. “¿Cuál fue la relación del Santo Padre con su médico? He aquí un recuerdo personal: “Durante la última estada veraniega en Valle d’Aosta en julio de 2004, en Prat Sec, en los alrededores de Courmayeur, sobre un prado verde y bajo el sol canicular, por enésima vez le repetí al Secretario Monseñor Dziwisz mi pro-

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pósito de renunciar luego de veintiséis años de servicio que podían inducir a una razonable rotación. Él me dijo que no debía y no podía, porque esta era la voluntad del Santo Padre —que en verdad otras veces me lo había expresado personalmente— y aún más, me confiaba que todos los días el Papa en la Misa recordaba a su médico. Era un chantaje, frente al cual debía rendirme. “Por otra parte, conocía bien la afectuosa benevolencia del Santo Padre hacia mi persona. Con los años ésta se había manifestado, aun sobriamente, en muchas formas, hasta su iniciativa de bautizar a mi primera nieta, que el Papa llamaba con el diminutivo polaco de Olenka. “En el curso de nuestra relación no profesional, en la que fueron afrontadas tanto las molestias banales y transitorias, como las serias patologías agudas y crónicas que condicionaron su existencia y su misión pastoral y apostólica, Juan Pablo II mantuvo siempre conmigo un diálogo sereno y concreto, El rápido pasar de los en el cual pedía pocas pero detalladas explicaciones sin ceder a años volvió cada vez más la curiosidad, aunque comprensible, de los minuciosos detalles complicadas las varias y de las seguras previsiones.

patologías que ponían a dura prueba la salud del Santo Padre. La asistencia médica multidisciplinaria se volvió aún más obligatoria, y la guardia sanitaria, que seguía discretamente al Papa cada vez que salía de su apartamento privado, estaba en constante tensión y alarma.

“Era una persona muy atenta a los síntomas que advertía, los que describía con gran exactitud con el evidente y único fin de iluminar al médico y acelerar la curación para retornar a su trabajo. “Siempre mostró una actitud de profunda serenidad interior, que —no obstante algún momento de humana y visible contrariedad e intolerancia— lo llevaba a aceptar de las manos de Dios la enfermedad, el dolor físico, la forzada inactividad.

“Por lo tanto, la relación entre médico y paciente, por un lado marcada por una indudable confianza y, por el otro, de respetuosa y prudente sinceridad, conoció pocas horas realmente difíciles: es decir, las de las graves decisiones, que interesaban a la salud del Santo Padre y su servicio apostólico. Pero cuando fue necesario, el Papa fue el primero en comprender lúcidamente las exigencias más apremiantes y decidir con rapidez en el modo más justo. Y si en alguna ocasión hubo retraso u omisión, se trató de elecciones hechas con convicción. “El respeto profesional y la discreción también hoy circunscriben la narración de mi experiencia y de mis recuerdos. “En verdad, muchos médicos, italianos y no italianos, además de mí, han tenido modo de brindar su labor con relación a Juan Pablo II. Fueron médicos de notable valor y experiencia, de gran prestigio científico, algunos de altísimo nivel internacional, de religión católica, protestante y hebrea, provenientes de Italia, España, Suiza, Alemania, Francia, Reino Unido, Estados Unidos y Polonia. Todos se acercaron al Papa con gran devoción y han ofrecido su colaboración con delicada simplicidad y preciosa competencia. Y todos los consultores, hecha excepción de algún colega italiano, con su riguroso silencio han testimoniado un envidiable estilo de señorial y de profesional reserva.

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«El Papa pagaba el pasado de una edad civil que no coincidía con la biológica, siendo esta última agotada por los años juveniles muy difíciles, por fatigas, necesidades y sacrificios no comunes, por un agotador ministerio primero en Polonia y luego en el Solio Pontificio»

“El rápido pasar de los años volvió cada vez más complicadas las varias patologías que ponían a dura prueba la salud del Santo Padre. La asistencia médica multidisciplinaria se volvió aún más obligatoria, y la guardia sanitaria, que seguía discretamente al Papa cada vez que salía de su apartamento privado, estaba en constante tensión y alarma. “El Ángelus del domingo 30 de enero de 2005 fue recitado por el Santo Padre con voz ronca, emitida con gran esfuerzo y sin ocultar el sufrimiento. “El 31 de enero, la Sala de Prensa de la Santa Sede comunicó que las audiencias previstas para aquel día habían sido suspendidas a causa de un síndrome gripal. Luego se suspendió la Audiencia General del miércoles 2 de febrero de 2005. A decir verdad, la sintomatología era modesta y no hacía presagiar una evolución tan rápida y grave de peligrosas complicaciones. Sin embargo, se abría el capítulo más doloroso de los complejos acontecimientos clínicos que habían marcado el Pontificado de Juan Pablo II. “Las precarias y frágiles condiciones de salud del Santo Padre pronto se complicaron con una laringotraqueítis aguda y con crisis de laringoespasmo, que reducían peligrosamente el espacio respiratorio. La noche del 1 de febrero las condiciones del enfermo se precipitaron en muy pocas horas y se instauró un arriesgado cuadro asfíctico; a las 22.50 hrs., se volvió urgente e inevitable la internación —en ambulancia equipada como centro de reanimación— al Gemelli. El Santo Padre fue internado en la habitación reservada para él, en el décimo piso.

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“La evolución fue positiva y el sábado 5 de febrero el Santo Padre podía serenamente seguir por televisión, desde su habitación, la ceremonia realizada en el aula Paulo VI para la fiesta de la Virgen de la Confianza, patrona del Seminario Romano Mayor. La respiración se había vuelto suficientemente regular y las condiciones generales estaban repuntando. “La permanencia en el hospital fue prolongada con el fin de lograr la estabilización del cuadro clínico. Diariamente el Papa concelebraba la Santa Misa en su habitación. El miércoles 9 de febrero, primer día de cuaresma, el Papa concelebraba la Eucaristía y bendecía las cenizas, que le eran impuestas por el Secretario. “Completados los controles diagnósticos —incluso la TAC total-body, que permitía excluir otras patologías— el 10 de febrero, el Santo Padre, en auto, regresaba al Vaticano alrededor de las 19.40 hrs. Antes de dejar el hospital, entregó a los médicos una copia de su libro Memoria e identidad recién impreso con firma autógrafa, y entregó además dos bellísimas e inusuales La sintomatología era modesta cartas de elogio y agradecimiento al profesor Lorenzo Ornaghi, y no hacía presagiar una Magnífico Rector de la Universidad Católica, y a mí, también en evolución tan rápida y grave de mi calidad de Director de Sanidad e Higiene del Estado de la peligrosas complicaciones. Sin Ciudad del Vaticano.

embargo, se abría el capítulo más doloroso de los complejos acontecimientos clínicos que habían marcado el Pontificado de Juan Pablo II.

“En los días sucesivos se verificó una recaída de la conocida patología respiratoria con fases alternas, controladas con rigor por el personal médico vaticano, que lo cuidaba permanentemente. El cuadro clínico se caracterizaba por la renovación de nuevos episodios de insuficiencia respiratoria aguda, causados por una ya existente y bien documentada estonosis funcional de la laringe. Particularmente penosas para el enfermo eran las crisis de cornaje, respiración ruidosa y chillona, que caracterizaba las fases aspiratorias. “Conviene recordar que en los meses de febrero y marzo, durante la permanencia en el Vaticano, fueron ejecutadas cinco video-fibrolaringoscopias en la cama del enfermo por el doctor Angelo Camaioni, primario otorrinolaringólogo del Hospital San Giovanni de Roma y especialista de la Dirección de Sanidad e Higiene del Estado de la Ciudad del Vaticano. “Una nueva crisis, cercana a la asfixia, se verificó en la noche del 23 de febrero: fueron horas dramáticas, durante las cuales el Cardenal Marian Jaworski, Arzobispo de Leopoli de los Latinos, impartió la Unción de los Enfermos a su viejo amigo. La situación, aunque adecuadamente enfrentada en el curso de la noche, aconsejaba una nueva internación en el Gemelli, que sucedió a las 11:50 hrs. del jueves 24 de febrero. “Se hacía ya indispensable y urgente una traqueotomía electiva de protección y la colocación permanente de la relativa cánula. La operación habría hecho más segura la respiración, pero probablemente habría empeorado la fonación.

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“Con el profesor Rodolfo Proietti, director del Departamento de Aceptación y Emergencia del Policlínico Gemelli, expliqué al Santo Padre las meditadas motivaciones de la intervención, en el entendido de garantizar una respiración suficiente y de evitarle las crisis de sofocación de la cual había ya tenido una penosa experiencia. El enfermo dio su consentimiento, no sin antes haber consultado, con conmovedora simplicidad, si era posible estirar las vacaciones de verano. “En horas de la noche del mismo día, el breve acto operatorio fue ejecutado por el profesor Gaetano Paludetti y por el doctor Angelo Camaioli. El profesor Proietti proveyó la anestesia general. “Conmigo se encontraba presente el profesor Enrico de Campora, Ordinario de la Clínica Otorrinolaringoiátrica de la Universidad de Florencia y Consultor de la Dirección de Sanidad e Higiene del Estado de la Ciudad del Vaticano. “Luego de la intervención, terminados los efectos de la anestesia, regresado a su habitación, el Papa pedía una hoja para escribir de su puño, con letra incierta y en idioma polaco, estas palabras: “Qué me Luego de la intervención, terminados los efectos de han hecho! Ma… totus tuus!”. “Era una expresión de estupor y de desconcierto por la nueva condición existencial. Cuya precipitación constataba brutalmente. De inmediato sublimó su desconcierto por el acto de entregarse a María. “El proceso postoperatorio se desarrolló sin complicaciones y se inició de inmediato la rehabilitación de la respiración y de la fonación.

la anestesia, regresado a su habitación, el Papa pedía una hoja para escribir de su puño, con letra incierta y en idioma polaco, estas palabras: “Qué me han hecho! Ma… totus tuus!”.

“En los dos períodos de internación, no abandonó los altos deberes de su ministerio, escuchando lecturas, firmando documentos, dictando textos y recibiendo colaboradores. “De esto, el Papa Benedicto XVI es un autorizado testigo, quien como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, en una entrevista a la televisión polaca transmitida el 17 de octubre de 2005, evoca así una visita efectuada a Juan Pablo II al Gemelli en torno al 5 ó 6 de febrero: “El Papa sufría visiblemente, pero estaba plenamente lúcido y muy presente. Yo había ido sólo para un encuentro de trabajo, porque necesitaba de alguna decisión suya. El Santo Padre —si bien sufriendo— seguía con gran atención lo que yo decía. Me comunicó en pocas palabras sus decisiones, me dio su bendición, me saludó en alemán, concediéndome toda su confianza y su amistad”. “El 6 de marzo, el Santo Padre vistiendo la casulla rosada, celebró la misa del IV Domingo de Cuaresma, en la pequeña capilla contigua a su habitación y logró pronunciar la fórmula de la bendición final con voz suave e insegura, pero con discreta dicción.

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“El domingo 13 de marzo el Papa regresaba al Vaticano alrededor de las 18.40 hrs. Apenas llegado a su departamento, se dirigió a la capilla para unirse al canto de las Lamentaciones, que en lengua polaca conmemoran la Pasión del Señor. “Desde el mes de febrero en el apartamento papal había un eficiente servicio de guardia médica del Vaticano. También en los años precedentes, en ocasiones de fases críticas de las condiciones de salud del Papa y luego de varias operaciones, mis colaboradores y yo nos habíamos alternado, día y noche, en una cercana vigilancia.

De esto, el Papa Benedicto XVI es un autorizado testigo, quien como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, en una entrevista a la televisión polaca transmitida el 17 de octubre de 2005, evoca así una visita efectuada a Juan Pablo II al Gemelli en torno al 5 ó 6 de febrero: “El Papa sufría visiblemente, pero estaba plenamente lúcido y muy presente. Yo había ido sólo para un encuentro de trabajo, porque necesitaba de alguna decisión suya. El Santo Padre —si bien sufriendo— seguía con gran atención lo que yo decía. Me comunicó en pocas palabras sus decisiones, me dio su bendición, me saludó en alemán, concediéndome toda su confianza y su amistad”.

“Pero las difíciles condiciones de salud del Papa hicieron urgente la activación de una estructura más compleja. Ella era constantemente controlada por un equipo vaticano multidisciplinario, compuesto por diez médicos de reanimación, por especialistas de cardiología, infecciosos, otorrinolaringología, medicina interna, radiología y patología clínica, ayudados por cuatro enfermeros profesionales, bajo mi dirección. Según las peculiares y seculares tradiciones de los Arquiatras pontificios y del servicio sanitario Vaticano, el personal médico pertenecía a algunos prestigiosos hospitales públicos y a dos facultades universitarias de la ciudad de Roma. Todos con corazón de humilde cireneo ayudaban al anciano Pontífice, nuestro Papa, a llevar su cruz hasta el final. “En los días sucesivos continuó una lenta recuperación de las condiciones generales, vuelta difícil por la deglución muy dificultosa, por la fonación demasiado penosa, por el déficit nutritivo y por la notable astenia. “El domingo 20 y el miércoles 23 de marzo, el Santo Padre cumplió una aparición por la ventana de su estudio, muda, limitándose a la bendición con un simple gesto de la mano derecha. “En la Semana Santa, concelebró los ritos del Triduo Pascual en su capilla y se unió al Vía Crucis en el Coliseo mediante una larga y difícil filmación televisiva.

“El 27 de marzo, domingo de Pascua, el Papa se entretuvo por alrededor de trece minutos frente a la ventana abierta sobre la plaza abarrotada de fieles en espera del mensaje pascual. Tenía en la mano las hojas del texto, que, en el atrio de la Basílica, era leído por el Cardenal Angelo Sodano con voz emocionada. “Con admirable buena voluntad antes había tratado de leer el texto y parecía como que pudiera tener éxito. Pero en vano el Papa trató de pronunciar las palabras litúrgicas; con un gemido susurró: “No tengo voz” y, en silencio, con la mano derecha trazó una larga señal de la cruz sobre la ciudad y sobre el mundo; fue su última bendición Urbi et Orbi. Fueron aquellos últimos días de vida de Juan Pablo II, que la Providencia hacía coincidir con el misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor de la Gloria.

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“El lunes del Ángel el Santo Padre no se presentó a la ventana de su estudio. “Miércoles 30 de marzo, el Santo Padre nuevamente se asomaba y, sin hablar, bendecía a la multitud consternada, que lo esperaba en la Plaza de San Pedro. Fue su última estación pública del Vía Crucis. “El mismo día se comunicó que había sido iniciada la nutrición enteral mediante la colocación permanente de una sonda nasogástrica, porque por la vía oral se había vuelto impracticable. “Jueves 31 de marzo, poco después de las 11.00 hrs., el Santo Padre, que se había dirigido a la capilla para la celebración de la misa, sufrió un estremecimiento flagelante, al que le siguió una fuerte elevación térmica hasta 39, 6º. Aparecía un muy grave shock séptico con colapso Al terminar la tarde, la misa cardiocirculatorio, debido a una presente infección de las era celebrada a los pies vías urinarias.

de la cama del Papa. Éste concelebraba con los ojos entrecerrados pero, al momento de la consagración, elevaba débilmente, por dos veces, el brazo derecho, es decir, sobre el pan y sobre el vino. Esbozaba, además, el gesto de golpearse el pecho durante el rezo del Agnus Dei.

“De inmediato fueron tomadas todas las apropiadas medidas terapéuticas y de asistencia cardiorrespiratoria. “A continuación de una explícita pregunta de Monseñor Dziwisz, el Papa expresó claramente la decisión de permanecer en su habitación, donde se le tenía asegurada una ininterrumpida y calificada asistencia especializada.

“Al terminar la tarde, la misa era celebrada a los pies de la cama del Papa. Éste concelebraba con los ojos entrecerrados pero, al momento de la consagración, elevaba débilmente, por dos veces, el brazo derecho, es decir, sobre el pan y sobre el vino. Esbozaba, además, el gesto de golpearse el pecho durante el rezo del Agnus Dei. “El Cardenal Mariam Jaworski le administraba la Unción de los Enfermos. A las 19.17 hrs. el Papa tomaba la Santa Comunión. “Al finalizar la misa, después de los secretarios, las hermanas de la casa besaron la mano del Papa, quien las llamó por su nombre y agregó: “Por última vez”. También los médicos y los enfermeros se acercaron emocionados. Yo, apretándole fuerte la mano, le dije: “Su Santidad, le queremos mucho y estamos cerca con todo el corazón”. “Sucesivamente el Santo Padre pidió celebrar “la hora eucarística” de meditación y plegaria, finalizada con el canto de las hermanas. “El viernes 1º de abril, a las 06.00 hrs. de la mañana, el Papa consciente y sereno, vistiendo la estola y la cruz pectoral, concelebraba la misa. “Alrededor de las 07.15 hrs. con gran recogimiento seguía la meditación de las catorce Estaciones del Vía Crucis y hacía la señal de la cruz en cada Estación.

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“Sucesivamente se asociaba el rezo de la Tercera Hora del Oficio Divino y escuchaba la lectura de las estrofas de la Sagrada Escritura, hecha por el padre Tadeusz Styczen, su discípulo. “Las condiciones clínicas se habían vuelto ya de extrema gravedad, y se caracterizaban por el tan alarmante compromiso de los parámetros hematólogos y metabólicos en el contexto de una agravada insuficiencia cardiocirculatoria, respiratoria y renal. “El enfermo, que con gran dificultad podía susurrar solamente pocas sílabas, con intensa y silenciosa participación se asociaba a la continua plegaria de aquellos que lo asistían. “En la mañana del sábado 2 de abril, a las 07.30 hrs., la misa era celebrada en presencia del Santo Padre, que comenzaba a presentar un inicial aunque discontinuo compromiso del estado de conciencia. “Al final de la mañana se registraba un brusco aumento de la temperatura. Hacia las 15.30 hrs., con voz muy débil y palabras masculladas en lengua polaca, el Santo Padre pedía “dejarlo ir donde el Señor”. Los médicos se daban cuenta de que el fin era inminente y que cada nueva y agresiva medida terapéutica habría sido inútil. “Poco antes de las 19.00 hrs. el Santo Padre entraba en coma. El monitor documentaba el progresivo desgaste de las funciones vitales. “Según una tradición polaca, una pequeña vela encendida iluminaba la penumbra de la habitación, donde el Papa se iba apagando.

«Don Stanislaw encendió la luz de la habitación, interrumpiendo así el silencio de la muerte de Juan Pablo II. Con voz conmovida, comenzó a cantar: Te Deum, laudamus; Te Dominum, confitemur» (Konrad Krajewski)

“A las 20.00 hrs. se iniciaba la celebración de la misa de la Fiesta de la Divina Misericordia, a los pies de la cama del Santo Padre en agonía. “El rito era presidido por monseñor Stanislaw Dziwisz con la participación de monseñor Mieczyslaw Mokrzycki y de monseñor Stanislaw Rylko. Las hermanas de la casa, algunos sacerdotes y amigos, los médicos y los enfermeros rodeaban el altar. “Cantos religiosos polacos acompañaban la celebración de la misa y se unían a aquellos de los jóvenes y de la multitud de los fieles, recogidos en plegaria en la Plaza de San Pedro. A las 21.37 hrs. el Santo Padre expiró. “Frente a su cuerpo ya inanimado los presentes entonaban el Te Deum. El himno de alabanza y de agradecimiento se fundía con la plegaria unánime que desde el pueblo cristiano llegado a la Plaza subía hacia la ventana de la habitación del Papa de pronto iluminada”.

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«Uno de los elementos de fascinación de Juan Pablo II es que no se avergonzaba de hablar de su patria, de su propia historia, de usar su propia lengua, de identificarse también con la religiosidad popular de Polonia, de hablar de sus compatriotas. Sin embargo, ese hombre que sentía tan fuertemente la pertenencia a su propia nación, supo también ser un don para los demás, y Juan Pablo II es un don para la humanidad Y no sólo lloró Polonia (se alegró primero y lloró después), basta pensar en México, pero no solo... ¡el mundo entero! Él ha sido verdaderamente un don para la humanidad» (Abrazo con el Cardenal Wyszynski, primado de Polonia)

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HABLA EL POSTULADOR MONS. SLAWOMIR ODER

El proceso de beatificación de Juan Pablo II ha sido canónicamente normal

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l proceso de canonización de Karol Wojtyla ha cumplido con todos los requisitos canónicos que se exigen en cualquier proceso de este tipo. La única dispensa que hubo fue la de no esperar cinco años para su introducción. La clave está en que el milagro necesario para la beatificación se produjo casi en seguida, a los pocos meses de fallecer el papa. Así lo explica monseñor Slawomir Oder, postulador de la causa de beatificación de Juan Pablo II, en una larga conversación con ZENIT de la cual rescatamos algunas preguntas. –Todos dan por hecho que Juan Pablo II sea un santo, y por tanto parece todo un poco ‘descontado’... “santo súbito” etc... así el proceso de canonización parecía casi un paseo. Sin embargo, el Papa ha dicho: no, no santo súbito; sigamos el proceso normal. A pesar de esto, la gente está un poco confusa, porque también se ha dicho que hay una vía preferente y que los tiempos se han apresurado. ¿Se ha tratado, por tanto, de un proceso normal? –Absolutamente, sí. La única dispensa que se obtuvo para este proceso es la dispensa de los cinco años de espera para la apertura del mismo. Pero el proceso mismo se ha desarrollado, absolutamente, cumpliendo las normas canónicas. Con todos los criterios que han existido para otros procesos canónicos. Por esto no ha habido una verdadera dispensa, una vía preferente, en este sentido. Sin embargo, lo que podemos decir es que la praxis de la Congregación es la de llevar adelante las causas que más allá de la heroicidad de las virtudes, tiene

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ya el milagro, que son dos procesos distintos. Normalmente en la Congregación, el proceso se desarrolla de la siguiente manera: se realiza la investigación diocesana, se tramita la documentación a la Congregación para las causas de los Santos, donde se prepara la positio, para ser luego sometida a la discusión de los teólogos y de los cardenales. Y la positio espera porque es necesario un milagro. La positio fue llevada hacia adelante e inmediatamente sometida a la discusión de los teólogos y los cardenales porque el milagro que debía acreditar la causa sucedió muy rápido, y el proceso sobre el milagro fue depositado en la Congregación para las Causas de los Santos, el día antes del proceso sobre las virtudes y esto, de alguna manera, ha facilitado la posibilidad de seguir hacia delante. –¿Cuánto tiempo pasó desde la muerte de Juan Pablo II hasta la presentación del milagro? –El milagro, reconocido como tal, sucedió en julio del mismo año. –¿Y cuánto tiempo pasó hasta ser reconocido? –Nosotros concluimos el proceso en el 2007, y el del milagro fue presentado un día antes de la clausura de la investigación diocesana sobre las virtudes. Así que hablamos de junio de 2007. –¿Se presentaron otros milagros? –Ha habido muchas gracias y otros presuntos milagros. De estos, algunos han sido investigados, porque es la práctica habitual. Antes de

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«Mirando esta familia se ve como el Señor ha trabajado desde siempre. Juan Pablo II decía que su padre fue su primer maestro de espiritualidad, la primera guía en la vida espiritual, el primer seminario que hizo. Seguramente tenía la imagen de este padre, de este militar, soldado, que se arrodillaba y rezaba por la noche ante el icono de la Virgen. Son cosas que quedan en el corazón de un joven. Un hombre que acompañó a su hijo de la mano en peregrinación a Czestochowa.»

realizar un estudio sobre el milagro, se hace un estudio previo que, de algún modo, garantiza el mismo proceso. En algunos casos hemos investigado y las premisas eran buenas. No se han continuado sólo porque ya estaba en curso el proceso sobre el milagro elegido. –¿Alguna cosa que le ha llamado la atención y que no conociese? –Lo que me ha impresionado, aparte de ser el aspecto más importante, es descubrir que la fuente, el origen de esta actividad extraordinaria, de esta generosidad en el actuar, de la profundidad de su pensamiento, es la relación con Cristo. Ha salido a la luz, seguramente, un hombre místico. Un místico porque era un

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hombre que vivía la presencia de Dios, que se dejaba guiar por el Espíritu Santo; que estaba en diálogo constante con el Señor, que ha organizado su vida alrededor de la pregunta: “¿Tú me amas?”. De manera que su vida ha sido la respuesta a esta pregunta esencial del Señor. Por esto, creo que este aspecto es el tesoro más grande del proceso. –A causa de esta condición mística se encontraba un poco solo respecto a los demás, porque era un comunicador... –El encuentro con el Señor es siempre un camino en solitario. Está claro que estamos sostenidos por la Iglesia, por los hermanos en la fe, pero después cada uno de nosotros


debe recorrer este camino solo. Su relación era personal e individual, muy profunda. Las personas que lo asistieron cuentan a menudo que tenían la clara percepción de encontrarse frente a un momento, por decir de alguna manera, de raptus místico, en el cual él se encontraba en un diálogo tan profundo con el Señor que la única cosa que se podía hacer era darse la vuelta y dejarlo vivir ese momento.

bvriano. Y al final de su Pontificado se realizaron muchísimos pasos para unir a la Iglesia y resolver estos problemas... –Sí, seguramente fue un Papa que aportó, providencialmente, energía a su ministerio petrino, era un Papa joven. Era también un Papa acostumbrado a vivir una situación de enfrentamiento con la hostilidad: la Iglesia en Polonia enfrentada al comunismo. Un Papa de gran preparación intelectual y cultural, científica, un Pontífice de gran sensibilidad incluso ESTABLECIÓ SU PONTIFICADO estética, atento a muchos EN UNA CLAVE MUY valores. HUMANISTA, EN EL SENTIDO Supo darle frescura a la IgleEVANGÉLICO. SU PRIMERA sia, haciendo siempre refeENCÍCLICA, REDEMPTOR rencia a la frescura que dio HOMINIS, DA UNA PERSPECTIVA el Concilio Vaticano II. Es el JUSTA DE CÓMO COMPRENDER Papa que actualizó, que llevó LA CENTRALIDAD DEL adelante el pensamiento del HOMBRE, QUE SIN EMBARGO Vaticano II. Y en este sentido TIENE A CRISTO MISMO EN EL dio muchos pasos, llevó a CENTRO DE SU EXISTENCIA; cabo muchas actividades que UN HUMANISMO CRISTIANO, pudieron reafirmar un poco POR TANTO la barca de la Iglesia.

–¿En ese diálogo había algo que supusiese una cruz para Juan Pablo II? Hablaba mucho del sufrimiento y de la solidaridad. ¿Había cosas que lo preocupaban desde este punto de vista? –Un hombre con una sensibilidad tan grande como la suya no podía quedarse indiferente ante los sufrimientos del mundo. Y nosotros lo hemos constatado; estaba muy atento a cualquier cosa que sucediese en el mundo. No tenía miedo de alzar la voz y decir las cosas que no correspondían al modo de pensar común. Por ejemplo, su apasionado llamamiento a la paz en la vigilia del conflicto del Golfo, cuando dijo: “Yo pertenezco a la generación que conoce la guerra”. Fueron palabras muy fuertes. Con seguridad, un pensamiento que no se adaptaba a lo “políticamente correcto”... Seguramente siempre ha tenido en el corazón como una gran preocupación, el silencioso genocidio que ocurre con el aborto. La pregunta sobre la riqueza de la vida humana desde la concepción, seguramente sí ha sido un dolor constante en su vida... –Cuando Juan Pablo II asumió el Pontificado, en la Iglesia había una serie de problemas que parecían casi sin solución: por un lado estaba la teología de la liberación, por el otro el cisma lefe-

–Hay dos momentos en que he visto casi enfadarse al Santo Padre: en una entrevista para defender a la familia y contra la mafia en Sicilia. ¿Fue porque estaba en juego la vida en ambos casos? –Seguramente, por la vida, pero también porque es la verdad sobre el hombre. Era un Papa que estableció su pontificado en una clave muy humanista, en el sentido evangélico. Su primera encíclica, Redemptor hominis, da una perspectiva justa de cómo comprender la centralidad del hombre, que sin embargo tiene a Cristo mismo en el centro de su existencia; un humanismo cristiano, por tanto. Su preocupación por la vida humana en todas sus dimensiones partía del concepto cristiano que tenía sobre la vida, por la que el Salvador había dado la suya.

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–Hay una santidad y una paternidad. Él habló de como instrumento jurídico para resolver esta paternidad. Me he preguntado siempre si un estas situaciones. día se dará la beatificación del padre de Wojtyla, porque es una figura paterna extraordinaria que –Aquí viene otra cuestión dolorosa... salió a la luz verdaderamente marcó a su hijo. todo el caso del padre Maciel, de los Legionarios –Absolutamente. Mirando esta familia se ve de Cristo. Él lo supo. Y salió a la luz al final de su como el Señor ha trabajado desde siempre. pontificado... Juan Pablo II decía continuamente que este –Hemos realizado todas las investigaciones fue su primer maestro de espiritualidad, la que, naturalmente, estaban dirigidas a proprimera guía en la vida esfundizar en este caso tan piritual, el primer seminario doloroso para la Iglesia, que que hizo. Seguramente tenía efectivamente explotó, práctiTENÍA UNA VISIÓN CRISTIANA la imagen de este padre, de camente, después de la muerte DE LA HISTORIA, TEOLÓGICA, este militar, soldado, que de Juan Pablo II. Se debe, sin DONDE NO TODO ES se arrodillaba y rezaba por embargo, recordar que las SUSCEPTIBLE SOLAMENTE la noche ante el icono de la investigaciones se realizaron DE UN MERO CÁLCULO Virgen. Son cosas que quedan durante su pontificado. Y, por ECONÓMICO O POLÍTICO, en el corazón de un joven. Un tanto, de estas investigaciones DONDE EL ELEMENTO DE LA hombre que acompañó a su que se habían desarrollado a HUMANIDAD, LA COMPASIÓN, hijo de la mano en peregrinabase de la documentación, se LA COMPRENSIÓN, EL ción a Czestochowa. Lo inició puede excluir cualquier parARREPENTIMIENTO, EL a la oración. Pero también ticipación personal del Santo PERDÓN, LA ACOGIDA, LA estaba la figura de su hermaPadre en este asunto, en el SOLIDARIDAD, EL AMOR no, este hermano, Edmund, sentido en que, efectivamente, SE CONVIERTEN EN LOS también él fue una persona lo que sabía en el momento de ELEMENTOS FUNDAMENTALES poco común. Se dedicó comsu muerte no era más de lo que PARA HACER UNA VERDADERA pletamente al servicio de la sabía todo el mundo. POLÍTICA DE DIOS. caridad, pagando después en primera persona. –Fue un poco “escandaloso”, en el sentido en que en un mundo en que todos tie–¿Cómo vivió hacia el final del pontificado? Por- nen miedo de la vejez, de no ser eficientes, el Papa que al principio no se sabía mucho de los proble- Juan Pablo II llevó hasta el fin su enfermedad, sin mas de los sacerdotes pedófilos, de los abusos... Si esconderla en ningún momento. Y ver después la para un cristiano esto es muy grave, ¡cómo debe multitud de personas que hicieron cola en la Vía de ser para un Papa! la Conciliación para verlo... ¿Cuál fue el aspecto que –Sólo hace falta recordar su reacción cuando más le impresionó de Juan Pablo II? salió a la luz el problema, convocó a todos los –Su incapacidad de hablar, cuando se quedó obispos americanos a Roma para afrontar la mudo, cuando no podía decir nada más, pero situación. Cuando se puso en su conocimien- sencillamente perseveraba, permanecía, exto estas situaciones dolorosas, se involucró presaba su cercanía, su amor, su “aquí estoy” y estaba determinado a dar una respuesta delante del Señor, sin esconderse, y en ese adecuada. momento, verdaderamente, ha ofrecido los Fue él quien promulgó las nuevas reglas que ejercicios espirituales más grandes, sin decir tenían que ver con este tipo de crímenes, nada, simplemente como testigo. Y ha sido

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El postulador, Mons. Slawomir Oder, saluda al Papa Benedicto XVI durante la ceremonia de beatificación el 1º de mayo

una forma muy serena de llevar adelante esta realidad que forma parte de la experiencia humana. Podemos considerarla una perspectiva de la vida cristiana; también el sufrimiento y la muerte forman parte de la vida, naturalmente, como un viaje. Con este testimonio, con su “no avergonzarse”, ha devuelto la esperanza a muchos, y sobre todo la dignidad a las personas

que a menudo son marginadas, escondidas y encerradas, casi como una vergüenza porque son portadores de enfermedades, de vejez. Vivimos en una civilización que quiere, de alguna manera, exorcizar la muerte, como en los Estados Unidos, donde hay toda una industria para embellecer la muerte, tanto que casi no parece muerte. Él fue adelante con

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estos signos de sufrimiento, de la muerte que se estaba acercando, dando a entender que se trata de una etapa de la vida. –Se ha hablado de esta herencia espiritual del Papa que es la misericordia. Pero ¿se define poco qué es la misericordia y cómo la entendía él? –Y sin embargo, son tantas sus intervenciones que hablan precisamente de este aspecto de la Misericordia, de la magnanimidad, de la capacidad de imitar la grandeza del amor de Dios que se inclina ante el hombre débil y frágil. Él mismo decía que el perdón —y esto lo decía en la carta que pensaba publicar, la carta abierta a Ali Ağca después del atentado, y que después no se publicó— es el fundamento de todo verdadero progreso de la sociedad humana. La misericordia, esencialmente, significa la

comprensión por la debilidad, la capacidad del perdón. Significa también el compromiso de no tomar en vano la gracia que el Señor da, sino producir con la propia vida los frutos dignos de quien ha sido agraciado y revestido de la misericordia de Dios. –¿Él veía, por tanto, en el perdón también un instrumento político o el motor de la historia? –Absolutamente sí, porque tenía una visión cristiana de la historia, teológica, donde no todo es susceptible solamente de un mero cálculo económico o político, donde el elemento de la humanidad, la compasión, la comprensión, el arrepentimiento, el perdón, la acogida, la solidaridad, el amor se convierten en los elementos fundamentales para hacer una verdadera política de Dios.

Visita del Cardenal Karol Wojtyla a la Universidad de Lublín, 24 de agosto de 1972.

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–Polonia se sintió huérfana cuando falleció. Ahora a Polonia, y que ha sido muy edificante para mí, que viene devuelto como beato, ¿habrá algún impacto es el momento de elección de Benedicto XVI, los en la Iglesia polaca? fieles polacos de la Plaza de San Pedro —que –Seguramente, respecto a Polonia, no hay habían venido en gran número a los funerales nada que decir, ha sido un hito en nuestra y que después se quedaron, ya que durante historia y es un momento fortísimo, im- estos años, para nosotros los polacos Roma se portantísimo, pero Juan Pablo II no es un había convertido, como para Juan Pablo II, en fenómeno polaco. Y lo extraordinario, que una segunda patria— gritaron “viva el Papa” me ha impactado muchísimo, es que uno de en italiano y en polaco. Y esto verdaderamente los elementos de fascinación de Juan Pablo me ha hecho entender cómo había madurado II es que no se avergonzaba de hablar de su y crecido la fe de esta gente, de esta Iglesia, al patria, de su propia historia, lado de este Papa que supo de usar su propia lengua, de vivir su propio ministerio con ÉL MISMO DIJO QUE EL DON identificarse también con la una personalidad tan fuerte, ES UN MISTERIO, QUE EL religiosidad popular de Potan carismática y al mismo SACERDOTE NO DEBE BUSCAR lonia, de hablar de sus comtiempo supo dar el valor justo ESTAR SIEMPRE A LA MODA patriotas. Y sin embargo, ese a su ministerio con Pedro, PORQUE YA ESTÁ SIEMPRE hombre que sentía tan fuerVicario de Cristo. Ahora que A LA MODA, Y SIEMPRE temente la pertenencia a su él no está, está la Iglesia, está ACTUALIZADO PORQUE LO QUE propia nación, supo también Pedro, hay un Papa nuevo, un REPRESENTA UN SACERDOTE ser un don para los demás, y Papa alemán. ES A CRISTO, Y CRISTO ES Juan Pablo II es un don para SIEMPRE EL MISMO. POR ESTO la humanidad Y no sólo lloró –¿Hubo quién miró con recelo la LA NOVEDAD QUE LLEVA UN Polonia (se alegró primero y decisión de Juan Pablo II de insSACERDOTE ES CRISTO. lloró después), basta pensar tituir la Jornada Mundial de la en México, pero no solo... ¡el Juventud, por las situaciones de mundo entero! Él ha sido verdaderamente promiscuidad que se podían crear entre los jóvenes? un don para la humanidad. Su grandeza es, –No había recelo ni de parte del Papa ni de precisamente, esta. Aún permaneciendo en parte de los jóvenes que pensaban todavía su propia identidad, supo dar un aire univer- de forma anticuada. Él pensaba en un modo sal. Y quizás porque es tan auténtico en su muy moderno. Era un sacerdote que sentía. amor por su patria, supo dar también preci- Él mismo dijo que el don es un misterio, que samente un fuerte incentivo para que cada el sacerdote no debe buscar estar siempre a uno pueda reconocer su propia identidad, la moda porque ya está siempre a la moda, y su propia historia, sus propias raíces, y de siempre actualizado porque lo que representa alguna forma, llevar dentro de la realidad de un sacerdote es a Cristo, y Cristo es siempre la humanidad, de la Iglesia, esta riqueza para el mismo. Por esto la novedad que lleva un crear una cualidad nueva, un sentirse todos sacerdote es Cristo. Y él supo convocar a Hijos de Dios o sentirse todos hermanos. estos jóvenes basándose en la novedad que El segundo aspecto que se refiere propiamente es Cristo.

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NOTAS PRIMERA VISITA APOSTÓLICA A POLONIA:

UN VIAJE QUE CAMBIÓ LA HISTORIA

El cardenal Stanislaw Dziwisz, arzobispo de

Cracovia, recuerda detalles de aquel 10 de junio de 1979, día en el que Juan Pablo II culminó su viaje por Polonia y comenzó todo un proceso de cambio para Europa del Este. Lo ha hecho en una entrevista a la agencia católica polaca Kai, otorgada a los periodistas Marcin Przeciszewski y Tomasz Królak, en

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la que muestra el inmenso esfuerzo que hizo en aquellos días Karol Wojtyla: a su regreso a Roma, de hecho, durmió 14 horas seguidas. –¿Cuándo empezó a pensar Juan Pablo II en una posible visita a su patria? –Ya como cardenal Karol Wojtyla daba gran importancia al noveno centenario de la muerte de

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san Estanislao y desde hacía tiempo preparaba condición: la visita del Papa no debía coincidir las celebraciones. Había entregado las invita- con el aniversario de san Estanislao en mayo. El ciones a todos los cardenales que participaban Santo Padre respondió: está bien, quiere decir en el cónclave de agosto de 1978 y enseguida que llegaré al mes siguiente, en junio. invitó a Cracovia también a Juan Pablo I. Por esto, desde el primer momento de su elección –¿Y en cuanto al itinerario de la visita, hubo difia la sede de Pedro, fue para él obvio hacer todo cultades? lo posible para venir a Polonia a celebrar el –Se estableció que el Papa no podría ir más aniversario. Sentía el estar en Cracovia como allá del Vístula, a las regiones de Polonia orienun deber moral, aunque se tal. Y fue excluida también daba cuenta de que no sería Silesia. Fundamentalmente, fácil de realizar. las autoridades querían que PARA JUAN PABLO II la visita fuera lo más breve AMÉRICA LATINA ERA MUY –¿Pensaba que las autoridades posible y muy limitada en los IMPORTANTE EN RELACIÓN comunistas polacas no habrían desplazamientos. A LA TEOLOGÍA DE LA aceptado fácilmente semejante LIBERACIÓN, AL INTENTO trago? –Al final se superaron las dificulDE PERCIBIR LA DOCTRINA –Cuando conocieron esta petades. ¿Juan Pablo II pensaba en SOCIAL DE LA IGLESIA EN LA tición los gobernantes polacos las posibles repercusiones de su ÓPTICA DE LA IDEOLOGÍA reaccionaron negativamente. viaje? ¿Se daba cuenta de que haMARXISTA. Y DECÍA: SI PUEDO Pero mientras tanto Juan bría sido tan determinante para IR A MÉXICO, UN PAÍS QUE Pablo II había recibido la el curso de los acontecimientos TIENE LA CONSTITUCIÓN invitación de visitar México. en Polonia? MÁS ANTICLERICAL DEL Lo acogió con gusto. Para –Nadie lo podía prever. Él MUNDO, ENTONCES INCLUSO él América Latina era muy estaba convencido de que la EL GOBIERNO POLACO NO importante en relación a la nación polaca, tan fuertemenME PODRÁ DECIR QUE NO. teología de la liberación, al te arraigada en la fe, merecía RECORDABA BIEN QUE LAS intento de percibir la doctrina la visita del Papa. Hoy sin AUTORIDADES COMUNISTAS social de la Iglesia en la óptica duda podemos decir que su NO HABÍAN PERMITIDO LA de la ideología marxista. Y primera peregrinación a PoVISITA DE PABLO VI. INTUÍA decía: si puedo ir a México, un lonia fue el más importante SIN EMBARGO QUE A ÉL NO SE país que tiene la constitución de todos los viajes papales LO PODRÍAN IMPEDIR. más anticlerical del mundo, porque desencadenó un proentonces incluso el gobierno ceso de cambios increíbles a polaco no me podrá decir que no. Recordaba nivel mundial. Todo empezó en aquellos días. bien que las autoridades comunistas no habían permitido la visita de Pablo VI. Intuía sin –¿Cómo se preparó el Papa para este viaje? embargo que a él no se lo podrían impedir. –Escribió solo todos los textos de los discursos y de las homilías. El papel de la sección –¿Cuándo empezaron las negociaciones? polaca de la Secretaría de Estado fue sólo el de –Bastante pronto. La negociación fue dirigida controlar las citas. No usaba ningún apunte, por el secretario de la Conferencia Episcopal le bastaba la memoria. Estaba perfectamente polaca, monseñor Bronislaw Dabrowski. Al organizado y escribía muy rápidamente: un final, Varsovia dio el vía libre pero con una largo discurso no le llevaba más de una hora y

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media de preparación. Para un discurso breve bastaba una hora. Y leía muchísimo. Lograba hacer varias cosas al mismo tiempo.

humanos. Estaba a favor de los derechos de la persona y de la intocable dignidad del hombre. El discurso de Gniezno marcó el inicio de la caída del telón de acero que entonces dividía a Europa. ¡La caída del Muro empezó allí, no en Berlín!

–El tema principal de la peregrinación fue la efusión del Espíritu Santo. Fue citado en casi todos los discursos del Papa. ¿Fue una decisión consultada con los colaboradores? –Pero, ¿no había preocupación incluso en el Va–Juan Pablo II era un visioticano por el hecho de que Juan nario, como muchos artistas. Pablo II estuviera llegando demaJUAN PABLO II SIEMPRE Sabía lo que decir y lo que la siado lejos? RECHAZÓ LA DOCTRINA DEL nación esperaba que dijera. –Una declaración tan fuerte “COMPROMISO HISTÓRICO” Sabía presentar estos temas a favor de estos derechos en SEGÚN EL CUAL OCCIDENTE E a la luz de la fe y de la enseefecto asustó a algunos, entre INCLUSO LA IGLESIA HABRÍAN ñanza de la Iglesia. Además, los cuales hubo incluso homDEBIDO CONSIDERAR AL el período coincidía con Penbres de Iglesia. MARXISMO COMO UN tecostés. ELEMENTO DECISIVO DEL –¿No le disgusta que hoy todos DESARROLLO DE LA HISTORIA. –¿Pero Juan Pablo II se daba hablen del Muro de Berlín y no ESTABA CONVENCIDO DE QUE cuenta de que el discurso prode Gniezno o de Solidarnosc? EL FUTURO NO PERTENECÍA NI nunciado en Gniezno —donde –Hay que hablar de hechos AL MARXISMO NI A LA LUCHA afirmaba que la misión del Papa históricos. La caída del Muro DE CLASES. EN ESTE SENTIDO, eslavo era la de hacer redescuera la consecuencia del proceCAMBIÓ DECISIVAMENTE LA brir a Europa la unidad entre so iniciado en 1979 en Polonia, POLÍTICA VATICANA. Occidente y Oriente— ponía en y repito: el desmantelamiento discusión la Ostpolitik vaticana del telón de acero empezó el 3 que de hecho aceptaba la situación existente? de junio de 1979 en Gniezno. –Juan Pablo II siempre rechazó la doctrina del «compromiso histórico» según el cual –En Cracovia, en el curso de aquel primer viaje, Occidente e incluso la Iglesia habrían debido el Papa se asomó a la ventana del arzobispado considerar al marxismo como un elemento hablando con los jóvenes, un diálogo que luego se decisivo del desarrollo de la historia. Estaba repetiría en cada visita suya a Polonia. ¿Fue algo convencido de que el futuro no pertenecía ni programado? al marxismo ni a la lucha de clases. En este –No, fue una iniciativa absolutamente esponsentido, cambió decisivamente la política tánea. Miles de personas esperaban bajo la vaticana. El cambio de perspectiva hizo re- ventana y llamaban al Papa. Había que dejarse flexionar a muchos ambientes y preguntarse ver de algún modo. El Santo Padre tomó la si realmente el marxismo era tan fuerte. decisión solo, contra alguno de su entorno que Con la misma determinación, Juan Pablo II lo desaconsejaba por motivos de seguridad. se opuso a los intentos de incluir el análisis marxista en la doctrina social de la Iglesia en –En su opinión, ¿cuál es el sentido más profundo el ámbito de la teología de la liberación. Para de su primera peregrinación a Polonia? él, el desarrollo de la humanidad pasaba por –Tras esta visita, Polonia no fue ya la misma. La la posibilidad de elegir y por los derechos gente enderezó la espalda, ya no tenía miedo.

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«Nadie lo podía prever. Juan Pablo II estaba convencido de que la nación polaca, tan fuertemente arraigada en la fe, merecía la visita del Papa. Hoy sin duda podemos decir que su primera peregrinación a Polonia fue el más importante de todos los viajes papales porque desencadenó un proceso de cambios increíbles a nivel mundial. Todo empezó en aquellos días.»

–¿Solidarnosc nació como fruto natural de esta liberación? –Juan Pablo II liberó la energía interior del pueblo. En este sentido, sentó las bases espirituales para el nacimiento de Solidarnosc al año siguiente. –A su vuelta al Vaticano, ¿Juan Pablo II hizo algún comentario sobre la visita? –No decía nada porque había perdido la voz. A su vuelta estaba muy cansado, durmió catorce horas seguidas. –Hablemos de la ley marcial, introducida por el general Jaruzelski en diciembre de 1981. ¿Cuál fue la reacción del Papa? –Juan Pablo II raramente mostraba su preocupación. Pero alzó la voz fuerte en la basílica de San Pedro, en presencia de la delegación polaca presidida por el presidente Jablonski. Esto

sucedió en octubre de 1982, con motivo de la canonización del padre Kolbe. El Papa dijo: «La nación no se merece lo que le habéis hecho». –¿Pero Juan Pablo II había tomado en consideración la posibilidad de una invasión soviética de Polonia? –Nadie la tomaba en consideración seriamente, dado que los soviéticos estaban ya empeñados en Afganistán. Sabíamos que la Unión Soviética no se lo podía permitir. Sobre esto teníamos noticias precisas directamente de la Casa Blanca, las habíamos recibido de Zbigniew Brzezinski [entonces consejero de seguridad nacional, ndr] y del mismo presidente Reagan, quien llamó personalmente al Papa. –¿Cuál era la relación de Juan Pablo II con el general Jaruzelski? Él sigue diciendo que la ley marcial fue el mal menor respecto a la invasión soviética. –El Papa nunca aceptó semejante interpreta-

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LA AVALANCHA DE 1989

“La avalancha de 1989, que se prolongó hasta 1991, nos dejó como hipnotizados; sin embargo, si queremos comprender lo que ocurrió debemos ir a la primera piedra que se desprendió, y que determinó progresivamente el derrumbe. Esta primera piedra se soltó en Polonia. Fue un movimiento de obreros que, a partir de la reflexión sobre su condición humana, encontraban espontáneamente la doctrina social de la Iglesia y formulaban en el lenguaje de ésta sus reivindicaciones, para restar legitimidad a un régimen político que se presentaba como la expresión teórica de la conciencia práctica del Movimiento Obrero (…) En otras palabras, se afirmó la ruptura definitiva entre teoría y praxis en el interior del marxismo, que fue cuestionado justamente por las personas cuya conciencia quería constituir en forma refleja: los obreros. “A partir de esta premisa, se evidenció la crisis irremediable del marxismo, que enfrentó primero a la oligarquía polaca y luego también a la rusa, con la alternativa siguiente: dictadura militar o reformas. La dictadura militar fracasó en Polonia. En la Unión Soviética se intentó la vía de las reformas, pero ésta resultó impracticable, y el resultado fue el derrumbe del régimen. “Es difícil negar que existe en este proceso una casualidad ideal, y que al principio está el gran testimonio de la Iglesia polaca, guiada por el Cardenal Stephan Wysynski, testimonio que se extiende y asume una dimensión mundial con el pontificado de Juan Pablo II”. ROCCO BUTTIGLIONE “El pensamiento de Karol Wojtyla”. Editorial Encuentro, Madrid.

ción. Respetaba la inteligencia y la cultura de Jaruzelski, pero no estaba de acuerdo con él en nada. El general miraba exclusivamente al Este. Al contrario de Edward Gierek, quien despidiendo al Papa al final de su viaje dijo: «Aquí en Varsovia soplan vientos del Este y del Oeste. Santo Padre, usted mantenga los del Oeste». –¿Ha sentido alguna vez la presencia del diablo? –Sí, la he sentido. En el modo más fuerte cuando el diablo fue expulsado de una mujer joven. Estaba presente, sé lo que quiere decir. Es terrible advertir la presencia de una fuerza tan grande e incontrolable. He visto cómo la maltrataba físicamente, he oído la voz con la

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que él le gritaba. Sucedió después de la audiencia general. Juan Pablo II recitó los exorcismos, pero nada. Entonces dijo que al día siguiente celebraría la misa por las intenciones de la joven. Y tras esta misa ella de repente se sintió otra persona, todo había desaparecido. Primero no lo creía, pensaba que se trataba de una enfermedad psíquica. Por el contrario, Satanás existe. –¿Y cómo reconocer su presencia en el mundo? –Satanás existe, aunque la ideología dominante considere que todo son cuentos. Hoy el demonio trabaja para que los hombres crean que él no existe. Es un método cuanto menos pérfido.


ENTREVISTA AL FILÓSOFO RODRIGO GUERRA

LA HERENCIA DE JUAN PABLO II

La polifacética personalidad de Juan Pablo II

y su diversificada acción pastoral estuvieron animadas por una especial lectura desde la fe del mundo moderno. Sus aportaciones han sido en muy diferentes campos que van desde la teología del cuerpo humano hasta una interpretación muy profunda de la modernidad.

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Para acercarnos a la novedad de la mirada que ofreció el Papa polaco, Zenit-El Observador entrevista a Rodrigo Guerra, doctor en filosofía por la Academia Internacional de Liechtenstein, Director del Centro de Investigación Social Avanzada (www.cisav.org), miembro de la Academia Pontificia por la Vida, y uno de los expertos más autorizados en el pensamiento de Juan Pablo II.

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Entre otros libros de su autoría destaca “Volver a la persona. El método filosófico de Karol Wojtyla” (Caparrós, Madrid 2002).

–¿Podría mencionar un ejemplo que considere importante de Juan Pablo II en lo que se refiere al “depósito de la fe”, alguna genialidad suya en este sentido? –¿Existe una teoría sobre la crisis de la modernidad –Existen ejemplos muy bellos en la teología del en el pensamiento de Karol Wojtyla-Juan Pablo II? cuerpo y del amor humano. Por la brevedad –Como filósofo, Karol Wojtyla desarrolló un propia de una entrevista señalo uno que me pensamiento que implícitamente demanda una ha conmovido siempre de manera profunda: peculiar comprensión de la modernidad. Esta Juan Pablo II enseña que si bien es cierto que la comprensión no es esencialmente antimoderna imagen y semejanza del ser humano con Dios como la de algunos que ven en Ockham, en se basa en su naturaleza intelectual tal y como Descartes o en Maquiavelo enseña Tomás de Aquino en la el origen de los principales Suma Teológica, hoy podemos errores intelectuales y sociacomprender mejor este hecho LOS FILÓSOFOS TOMISTAS les de nuestro tiempo, sino releyendo el Génesis. QUE EN ALGÚN MOMENTO LO que exige apreciar de modo En él encontramos que el caCRITICARON ÁCIDAMENTE diferenciado diversas corrienrácter comunional del varón y TRAS LA PUBLICACIÓN DE SU tes y tendencias al interior del la mujer forma parte de la imaLIBRO “PERSONA Y ACCIÓN” mundo moderno. go Dei. El ser humano existe en —LIBRO EN EL QUE SE El propio pensamiento de unidad dual, en “unidualidad INCORPORAN IMPORTANTES Wojtyla recoge positivamente relacional” como gustaba deINTUICIONES PROCEDENTES algunas de las más importancir Juan Pablo II. El varón está DE LA FENOMENOLOGÍA tes intuiciones agustinianas, estructuralmente ordenado a Y DEL PERSONALISMO— una lectura del tomismo desla mujer y la mujer al varón. SIEMPRE ENCONTRARON EN de la primacía metafísica del En esta mutua referencialidad ÉL UNA ACTITUD PARA ELLOS “bonum”, muchas intuiciones hay una analogía con el exisDESCONCERTANTE: WOJTYLA de Pascal y Kierkegaard, una tir de Dios en las relaciones SOSTENÍA, DE LA MANO reinterpretación del pensade la Trinidad. La imagen y DE SANTO TOMÁS, QUE miento ético de Kant y podesemejanza con Dios entonces “LA VERDAD, DÍGALA QUIEN rosos argumentos basados en adquiere un fundamento diaLA DIGA, PROCEDE DEL Scheler, en Hildebrand y en lógico que permitirá —entre ESPÍRITU SANTO”. Stein. Como Sucesor de Pedro, otras cosas— renovar la comsu enseñanza asume lo anteprensión sobre la sexualidad rior bajo una perspectiva teológica. Esto ayudó humana y superar muchos malos entendidos a Juan Pablo II a explicitar verdades incoadas laxistas y rigoristas en este terreno. en el depósito de la fe de una manera sumamente original y pertinente a nuestro tiempo. –¿Qué relevancia práctica puede tener la interpretaSi se me permite una simplificación un poco ción de la modernidad realizada por Juan Pablo II? abrupta, en mi opinión su interpretación de –El enfoque teórico de Juan Pablo II tiene una la modernidad es más afín a las obras de sus traducción en su gesto pastoral. Wojtyla nunca amigos Augusto del Noce y Rocco Buttiglione privilegió la descalificación, la cerrazón al diálogo que a aquella que se encuentra, por ejemplo, o el uso de la fuerza como método para relacioen las obras típicas del pensamiento contra- narse con quienes no pensaban como él. Siempre revolucionario europeo o latinoamericano. buscó descubrir la verdad en todo y en todos.

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«Esta es la base para que en Centesimus annus afirme que: “Cuando los hombres se creen en posesión del secreto de una organización social perfecta que hace imposible el mal, piensan también que pueden usar todos los medios, incluso la violencia o la mentira, para realizarla. La política se convierte entonces en una religión secular, que cree ilusoriamente que puede construir el paraíso en este mundo.”»

Los filósofos tomistas que en algún momento lo criticaron ácidamente tras la publicación de su libro “Persona y acción” —libro en el que se incorporan importantes intuiciones procedentes de la fenomenología y del personalismo— siempre encontraron en él una actitud para ellos desconcertante: Wojtyla sostenía, de la mano de Santo Tomás, que “la verdad, dígala quien la diga, procede del Espíritu Santo”. Ya como Sucesor de Pedro, Juan Pablo II logró promover el diálogo y el encuentro con diversos actores sociales y religiosos apreciando siempre en primera instancia la parte de verdad que portaban. Pienso, por ejemplo, en la declaración conjunta entre las comunidades luteranas y la Iglesia católica sobre la doctrina de la justificación, que en buena medida se debe a un renovado gesto de simpatía hacia los hermanos separados o en

su capacidad de encontrar puntos de convergencia con los líderes políticos e intelectuales de los países comunistas y capitalistas. Esta actitud no estuvo exenta de incomprensiones, pero a mediano y largo plazo ha probado su verdad y su eficacia. –¿Al interior de la Iglesia Juan Pablo II logró promover estas convicciones? –Evitando caer en la fácil tentación de las polarizaciones y construyendo siempre la comunión. A Juan Pablo II no le gustaba categorizar la realidad intraeclesial en términos de “derecha” e “izquierda”, “conservadores” y “progresistas”. Esas categorías responden al predominio de la ideología sobre la fe. Una mirada de fe sobre las diversas realidades eclesiales no esconde sus diferencias pero parte de la certeza de que existe una

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realidad mayor que nos vincula a todos y nos convoca a vivir como hermanos: la Persona viva de Jesucristo. Cuando la ideología se impone, la descalificación, la desconfianza y la violencia emergen lastimando la comunión y reduciendo la experiencia cristiana a un cierto moralismo aparentemente legítimo pero profundamente antievangélico.

que puede construir el paraíso en este mundo.”

–A la luz de lo anterior, ¿qué lección deja Juan Pablo II a los fieles laicos dedicados a la actividad política? –Que la comunión es método de acción política. Cuando un católico se acostumbra a ser reaccionario ofrece resistencia pero no construye cultura y bien común duradero. En Sollicitudo rei socialis, Juan Pablo II hizo como –Benedicto XVI, de cuando en cuando, utiliza la un manifiesto para trabajar propositivamente expresión “moralismo” para señalar la reducción del por el desarrollo y por la cosa pública a partir cristianismo a meros valores. ¿Existe continuidad de la solidaridad, a partir del amor que se hace entre Juan Pablo II y nuestro acmétodo. Esto es lo que edifica tual Pontífice en estos terrenos? la “subjetividad social”, es EL CONCEPTO “MORALISMO” –En efecto, el concepto “modecir, que la sociedad no sea EN JOSEPH RATZINGERralismo” en Joseph Ratzingermero objeto del poder sino BENEDICTO XVI SE REFIERE Benedicto XVI se refiere a la sujeto solidario de su propio A LA REDUCCIÓN ÉTICA DEL reducción ética del cristiadestino. CRISTIANISMO. SIN EMBARGO, nismo. Sin embargo, también Aún falta mucho por asimilar TAMBIÉN SIGNIFICA LA significa la tentación activista estas novedades “metodolóTENTACIÓN ACTIVISTA Y y pelagiana de creer que la gicas” de la Doctrina social PELAGIANA DE CREER QUE fe o el Reino pueden idende la Iglesia contemporánea. LA FE O EL REINO PUEDEN tificarse con un cierto tipo No basta conocer los “princiIDENTIFICARSE CON UN de acción u organización. pios” sino que es necesario CIERTO TIPO DE ACCIÓN U La crítica de nuestro actual dejar educarse —también en ORGANIZACIÓN. (…) Papa al moralismo proviene, política— por el testimonio en mi opinión, de tres fuende los santos y por la vida del tes: su familiaridad con la Sagrada Escritura; propio Jesús. La política no es un paréntesis su conocimiento experto del pensamiento en donde no se pueda vivir la novedad del agustiniano —y la controversia pelagiana—; evangelio hasta el extremo. y su acercamiento al personalismo teológico a través de figuras como Romano Guardini. –Juan Pablo II buscó armonizar la fe y la razón: Estas fuentes le ayudan a redescubrir la irreduc- ¿qué importancia tiene este esfuerzo?, ¿es acaso un tibilidad de la Persona de Jesucristo a cualquier llamado principalmente dirigido a los intelectuales teoría o acción estratégica, por sana que sea. Juan y académicos? Pablo II tenía las mismas convicciones a este –La razón sin la fe deviene en racionalismo respecto. Por ejemplo, esta es la base para que autosuficiente. La fe sin un uso riguroso de la en Centesimus annus afirme que: “Cuando los razón se transforma en fideísmo prepotente. hombres se creen en posesión del secreto de una Por supuesto, leer la encíclica Fides et ratio es organización social perfecta que hace imposible importante para los intelectuales y académiel mal, piensan también que pueden usar todos cos. Sin embargo, el mensaje de Juan Pablo II los medios, incluso la violencia o la mentira, para en este tema es para todos. Hoy no podemos realizarla. La política se convierte entonces en promover auténticamente la sacralidad de la una «religión secular», que cree ilusoriamente vida humana, la belleza de la sexualidad vin-

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culada al amor, la importancia de la familia o la necesidad de fundamentar los derechos humanos sin establecer una nueva alianza entre razón y fe.

cional”, es decir, invitó a una profunda reforma de la ONU que le permitiera elevarse de “la fría condición de institución de tipo administrativo” a la de ser un “centro moral” que permita constituir una verdadera “familia de naciones”.

–¿Qué novedades aporta Karol Wojtyla-Juan Pablo II al tratar el tema de los derechos humanos? –¿La fidelidad a los Papas incluye también seguirlos –Juan Pablo II pensaba que era posible una fun- en su estilo particular de abordar los problemas? damentación iuspersonalista de los derechos –Existe una legítima pluralidad y diversidad humanos. Como filósofo insistió en el carácter de opiniones en la Iglesia. Sin embargo, la normativo de la razón práctica y puso las bases fidelidad al Papa no puede ser meramente para hacer una crítica a algunos aspectos del formal, es decir, abstractamente considerada eudemonismo moral. Como sin referencia a su persona, a Pontífice escribió una potensu enseñanza y a sus gestos (…) LA CRÍTICA DE NUESTRO te defensa de la ley natural, pastorales. La fidelidad tamACTUAL PAPA AL MORALISMO entendida como gramática de poco puede ser puramente PROVIENE, EN MI OPINIÓN, la acción. En Veritatis splendor “intelectual”. Es necesario DE TRES FUENTES: SU colocó la norma personalista seguir a Juan Pablo II y a BeFAMILIARIDAD CON LA de la acción en el corazón de la nedicto XVI como maestros SAGRADA ESCRITURA; SU argumentación: hay que amar de la fe en cuanto al conteCONOCIMIENTO EXPERTO y respetar a la persona como nido y en cuanto al método DEL PENSAMIENTO fin y nunca usarla como un que siempre está construido AGUSTINIANO —Y LA simple medio. Juan Pablo II era sobre la lógica de la EncarCONTROVERSIA PELAGIANA—; muy consciente de los riesgos nación. Hoy existen críticas Y SU ACERCAMIENTO AL que existen en las declaracioexplícitas o encubiertas en PERSONALISMO TEOLÓGICO nes y tratados internacionales contra del Papa y del Concilio A TRAVÉS DE FIGURAS COMO de derechos humanos. Vaticano II que encierran en ROMANO GUARDINI. Sin embargo, siempre reconoel fondo un problema cristoció los aspectos positivos de lógico: pareciera que Cristo los mismos y defendió no sólo los derechos in- es incapaz, que la Encarnación es insuficiente, dividuales sino que puso especial énfasis en los que la comunión sólo se realiza con “los puderechos económicos y sociales así como en los ros”. Esta manera de concebir las cosas no es derechos de los pueblos, de las culturas y de las correcta y repropone de modo inconsciente poblaciones autóctonas. Promovió la pastoral de viejos errores sectarios. El Papa Juan Pablo II los derechos humanos como columna vertebral y el Papa Benedicto XVI nos están educando de la pastoral social. Animó a los movimientos en otro modo de mirar las cosas: confiando de defensa de los derechos humanos. en la gracia y apostando por el encuentro Y en el año 2004, faltando poco para su muerte, fraterno y el diálogo con todos —aún con los Juan Pablo II convocó a atreverse a imaginar más distantes— como camino para anunciar un “grado superior de ordenamiento interna- la Verdad que hemos encontrado. JAIME SEPTIÉN

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EL DIÁLOGO CON LA CULTURA CONTEMPORÁNEA Por Paul Card. Poupard

En su largo e histórico pontificado, Juan Pablo

Este Discurso constituye la continuación natuII no cesó de privilegiar el diálogo entre la ral de aquellos pronunciados ante la Asamblea Iglesia y el mundo de la cultura, a saber, de las General de las Naciones Unidas (2 de octubre culturas de nuestro tiempo. Ya en el Colegio de 1979) y la Asamblea de la FAO (12 de noCardenalicio reunido en la Asamblea Plenaria viembre de 1979). Apoyándose en toda la tradel 9 de noviembre de 1979, propone el carácter dición de la Iglesia así como en su experiencia central de este tema: “No ha pasado, en resu- personal en materia de enseñanza teológica y midas cuentas, inadvertido filosófica, Juan Pablo II descripara vosotros el interés que be una clara y precisa visión JUAN PABLO II DESCRIBE UNA personalmente —y con ayuda antropológica, de la cual surCLARA Y PRECISA VISIÓN de mis colaboradores direcge, como consecuencia lógica ANTROPOLÓGICA, DE LA CUAL tos— tengo la intención de e inmediata, una visión igualSURGE, COMO CONSECUENCIA dedicar a los problemas de la mente lúcida del significado y LÓGICA E INMEDIATA, UNA cultura, la ciencia y el arte… el valor de la cultura tanto en VISIÓN IGUALMENTE LÚCIDA Hacia este objetivo apuntan la existencia humana como en DEL SIGNIFICADO Y EL VALOR las solicitudes y las perspecla misión misma de la Iglesia. DE LA CULTURA TANTO EN tivas… para el desarrollo de El Discurso está además elaLA EXISTENCIA HUMANA este terreno vital, en el cual borado a la luz de la primera COMO EN LA MISIÓN MISMA DE está en juego el destino de la Encíclica, Redemptor hominis, LA IGLESIA. Iglesia y el mundo en este últidel 4 de marzo de 1979, punto mo período de nuestro siglo”. de referencia fundamental, Con todo, la intervención decisiva, que impri- constituyendo una profundización de la vermió un giro al diálogo entre la Iglesia y la cul- tiente filosófico-cultural y social. tura, es ciertamente su Discurso pronunciado En su premisa, Juan Pablo II presenta ante en París, ante la Asamblea de la Unesco, el 2 de todo el criterio decisivo de interpretación de la junio de 1980, el cual puede muy bien definirse realidad y discernimiento de la historia: “Los como verdadera Magna Charta del diálogo entre problemas de la cultura, de la ciencia y de la la Iglesia y la cultura. El día anterior —y tengo educación no se presentan (…) desligados de los todavía vivas en la memoria las imágenes— otros problemas de la existencia humana, como visitó el Institut Catholique, en el cual era yo son los de la paz o el hambre. Los problemas entonces Rector, recordando a los presentes de la cultura están condicionados por las otras la significativa y programática expresión de dimensiones de la existencia humana, de la San Agustín: “¡Que la fe piense!”. El Discurso misma manera que ellos, a su vez, las condiciopronunciado en la Asamblea de la Unesco es nan” (n. 3). La cultura, por lo tanto, no es una de capital importancia. realidad fija en sí misma, un ámbito elitista,

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reservado únicamente a un pequeño número se diferencia de todo lo demás que existe en el de adeptos a los trabajos. Por el contrario, como mundo visible. La cultura es un modo especíafirma enseguida, es un elemento esencial de fico del ‘existir’ y del ‘ser’ del hombre” (n. 6). la existencia humana, dimensión que incide La unidad de la cultura humana no significa, concretamente en todos los ámbitos de la vida sin embargo, aplastamiento o anulación de cotidiana en cualquier parte del mundo. Se ma- las diferencias; es más bien precisamente en nifiesta así también la fundamental dimensión la unidad fundamental de la cultura donde cultural de ese fenómeno que se desarrollará “hunde sus raíces la pluralidad de culturas en los años siguientes y que definimos como en cuyo seno vive el hombre” (ibídem). Estas globalización. Para Juan Pablo II, el elemento afirmaciones son profundizadas ulteriormente, central del cual es preciso partir para articular manifestando, con expresiones que han sido y una reflexión en profundidad sobre la cultura permanecido famosas, el vínculo vital que exises necesariamente el hombre. Retomando lo te entre el hombre y la cultura: “El hombre, que proclamado en la ONU, y en el mundo visible es el único con un tono de preocupación, sujeto óntico de la cultura, es “LOS PROBLEMAS DE LA que refleja el especial clima también su único objeto y su CULTURA, DE LA CIENCIA histórico de los primeros años término. La cultura es aquello Y DE LA EDUCACIÓN NO SE 80, Juan Pablo II afirma: “Hay, a través de lo cual el hombre, PRESENTAN (…) DESLIGADOS sin embargo, una dimensión en cuanto hombre, se hace más DE LOS OTROS PROBLEMAS fundamental, que es capaz de hombre, ‘es’ más, accede más DE LA EXISTENCIA HUMANA, remover desde sus cimientos al ‘ser’” (n. 7). COMO SON LOS DE LA PAZ O los sistemas que estructuran Surge inevitablemente una EL HAMBRE. LOS PROBLEMAS el conjunto de la humanidad interrogante en el lector: ¿pero DE LA CULTURA ESTÁN y de liberar a la existencia hude qué hombre se habla aquí, CONDICIONADOS POR mana, individual y colectiva, cómo es posible definirlo y LAS OTRAS DIMENSIONES DE de las amenazas que pesan caracterizarlo? Respondiendo LA EXISTENCIA HUMANA, sobre ella. Esta dimensión vivamente que el hombre se DE LA MISMA MANERA fundamental es el hombre, el expresa en y por la cultura QUE ELLOS, A SU VEZ, LAS hombre integralmente consiy es objeto de ella, se afirma, CONDICIONAN” (N. 3). derado, el hombre que vive contra las tentativas de reducal mismo tiempo en la esfera cionismo antropológico de de los valores materiales y en la de los espiri- matriz materialista, que “el hombre es único, tuales” (n. 4). completo e indivisible… sujeto y artífice de la Pasando por tanto a profundizar en el signi- cultura”, y por lo tanto no puede ser consideficado de la cultura, el Pontífice asume como rado únicamente como “resultante de todas las leitmotiv conductor de su reflexión la afirmación condiciones concretas de su existencia” (n. 8). de Santo Tomás, “Genus humanum arte et ratione El hombre, y no las relaciones de producción, vivit”. Comentándola, Juan Pablo II declara: “La como pretendía la teoría marxista, está en el significación esencial de la cultura consiste en origen de la cultura, ya que él “es siempre el el hecho de ser una característica de la vida hecho primero: el hombre es el hecho primorhumana como tal. El hombre vive una vida dial y fundamental de la cultura. Y esto lo es el verdaderamente humana gracias a la cultura. hombre siempre en su totalidad: en el conjunto La vida humana es cultura en el sentido de integral de su subjetividad espiritual y mateque el hombre, a través de ella, se distingue y rial… el hombre integral, el hombre todo entero

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en toda la verdad “primera y esencial de su subjetividad tarea de la cultuespiritual y corpora… que consiste, ral” (ibídem). Esta vien efecto, en que sión antropológica, el hombre llegue que asigna un valor a ser cada vez más “particular y autóhombre, que pueda nomo” al hombre, ‘ser’ más y no sólo por cuanto vale por que pueda ‘tener’ él mismo y es amamás” (n. 11). Para do precisamente por que eso ocurra –se ser tal y no por otros subraya- es necesamotivos, surge del rio otorgar el jusencuentro entre el to valor a la obra Evangelio de Cristo desplegada por la Juan Pablo II junto al Cardenal Paul Poupard y al filósofo y el hombre en su alemán Robert Spaeman familia, “núcleo humanidad misma. fundamentalmen“El conjunto de las afirmaciones que se refie- te creador de la cultura” (n. 12). Juan Pablo II ren al hombre pertenece a la alude luego a un riesgo, que sustancia misma del mensaje al cabo de 25 años parece haLA UNIDAD DE LA CULTURA de Cristo y de la misión de la berse concretado ampliamenHUMANA NO SIGNIFICA Iglesia” (n. 10). El vínculo funte en muchas instituciones APLASTAMIENTO O damental del Evangelio con el educacionales: el paso de la ANULACIÓN DE LAS hombre es por consiguiente educación a la mera instrucDIFERENCIAS; ES MÁS BIEN “creador de la cultura en su ción. “¿No ha tenido lugar un PRECISAMENTE EN LA fundamento mismo”. Juan desplazamiento unilateral UNIDAD FUNDAMENTAL DE Pablo II diseña por lo tanto un hacia la instrucción en el senLA CULTURA DONDE “HUNDE precioso cuadro de las relaciotido estricto del término? Esto SUS RAÍCES LA PLURALIDAD nes entre el hombre, la cultura lleva consigo una verdadera DE CULTURAS EN CUYO SENO y la fe cristiana, ofreciendo así alienación de la educación: VIVE EL HOMBRE”. referencias claras y definidas en lugar de obrar en favor de sobre “el proyecto hombre” lo que el hombre debe ‘ser’, que la Iglesia quiere promover y, si es necesa- la educación actúa únicamente en favor de rio, también defender en nombre de una doble lo que el hombre puede crecer en el aspecto fidelidad: con el Evangelio de Cristo y con el del ‘tener’, de la ‘posesión’” (n. 13). Como hombre mismo, creado por Dios “a imagen y consecuencia, el hombre llega de este modo a semejanza suya”. ser mucho más fácilmente objeto de diversas En la segunda parte del Discurso, el Pontífice manipulaciones posibles: “las manipulaciones revisa algunos ámbitos en los cuales esa vi- ideológicas o políticas… las que tienen lugar a sión del hombre y la cultura es promovida y través del monopolio o del control, por parte llevada a efecto con la participación de todos de las fuerzas económicas o de los poderes aquellos que están vivamente interesados en el políticos, de los medios de comunicación sodestino de la humanidad y el bien del hombre. cial; la manipulación que consiste en presentar Se refiere ante todo al campo de la educación, la vida como manipulación específica de sí

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mismo” (ibídem). La cultura constituye además tecnología, sobre todo en sectores como el la identidad, la esencia de una nación, de un de las armas nucleares o de la manipulación pueblo, y como tal hay que protegerla de toda genética, que no conduce a conquistas vermanipulación y de influencias o presiones de daderamente humanas, sino a situaciones modelos exteriores a la misma. Juan Pablo II, negativas, de destrucción y muerte: “Debe apoyándose explícitamente en su experiencia preocuparnos todo lo que está en contradicpersonal, refuerza de este modo el “derecho de ción con los principios del desinterés y de la la nación”, el derecho a preservar y valorizar objetividad, todo lo que haría de la ciencia el propio específico patrimonio cultural como un instrumento para conseguir objetivos que elemento fundamental de la propia identidad nada tienen que ver con ella. … El futuro del y la propia soberanía. hombre y del mundo está amenazado, radiPor último se enfrentan dos aspectos proble- calmente amenazado… porque los resultados máticos, dos núcleos de la de las investigaciones y de los cultura contemporánea: los descubrimientos han sido y LA CULTURA CONSTITUYE medios de comunicación y continúan siendo explotados ADEMÁS LA IDENTIDAD, LA la investigación científica. para fines que nada tienen ESENCIA DE UNA NACIÓN, DE En cuanto al primero, Juan que ver con las exigencias de UN PUEBLO, Y COMO TAL HAY Pablo II afirma claramente la ciencia, e incluso para fines QUE PROTEGERLA que los medios de comunicade destrucción y de muerte” DE TODA MANIPULACIÓN Y ción masiva “no pueden ser (nn. 20-21). Ante este escenaDE INFLUENCIAS O PRESIONES medios de dominación sobre rio tan problemático, el PonDE MODELOS EXTERIORES los otros, tanto por parte de tífice pide una valerosa moA LA MISMA los agentes del poder polívilización de las conciencias, tico como de las agencias y retomando un fragmento financieras que imponen su programa y su de la encíclica Redemptor hominis, afirma: “Es modelo” (n. 16). En vez de estar sometidos necesario convencerse de la prioridad de la “al criterio del interés, de lo sensacional o ética sobre la técnica, de la primacía de la del éxito inmediato”, deben ante todo “tener persona sobre las cosas, de la superioridad en cuenta el bien del hombre, su dignidad”, del espíritu sobre la materia” (n. 22). respetando la cultura de la nación y la res- El Discurso termina por consiguiente con una ponsabilidad de las familias en el ámbito de palabra, más bien con un “grito” que sube la educación. En relación con el problema de desde el fondo del alma: “¡Sí! ¡El futuro del la investigación científica, Juan Pablo II se hombre depende de la cultura! ¡Sí! ¡La paz del detiene a considerar sus aspectos éticos y las mundo depende de la primacía del Espíritu! consecuencias sociales. Él tiene muy presente ¡Sí! ¡El porvenir pacífico de la humanidad la utilización distorsionada de la ciencia y la depende del amor!” (n. 23).

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UN LLAMADO A LA ALIANZA CON EL ARTE Y LOS ARTISTAS Por Mauro Card. Piacenza

El Papa Juan Pablo II, de venerable memoria,

últimos y en los primeros años del pontificado. será ciertamente recordado también por su El leitmotiv de la homilía proviene de algunos peculiar capacidad de dirigirse a todo tipo pasajes de Hch 17, 22-31, el discurso de San de personas, formulando con un lenguaje Pablo ante el Areópago, donde el apóstol de las gentes se dirigió a los apropiado la misma y convengriegos en el centro mismo cida invitación a unirse con EL TRASFONDO EN EL CUAL SE de Atenas, ciudad símbolo Cristo. Aún no se ha llevado SITÚA LA ALOCUCIÓN PAPAL de su civilización, establea cabo un estudio amplio de ES LA “RUPTURA (DISCIDIUM) ciendo por primera vez una su magisterio dirigido a los ENTRE EVANGELIO Y confrontación del Evangelio artistas. En todo caso, éste CULTURA”, DE LA CUAL con la cultura, la religión y deberá necesariamente refeHABLABA PABLO VI EN la filosofía griegas. Se trata rirse al documento en el cual EVANGELII NUNTIANDI, QUE de un tema –la confrontación el venerado Pontífice expresó TAMBIÉN SE PRODUCE EN EL entre la fe y las culturas- de en forma más sistemática su DIVORCIO ENTRE LA IGLESIA Y especial predilección para propio pensamiento al resLOS ARTISTAS Juan Pablo II, que lo abordó pecto, la Carta a los artistas, en diversas oportunidades publicada el 4 de abril de 1999, en el día de Pascua de Resurrección, en hasta la Encíclica Fides et ratio3, en que trata el la vigilia del Gran Jubileo del año 2000, que delicado problema de la relación entre la Iglesia tanto interés despertó entre los destinatarios y la cultura moderna, marcada por dolorosas directos1. En este breve ensayo, que en el separaciones, entre todas las cuales destaca en caso nuestro debe entenderse más que nunca primer lugar la separación entre la fe y la razón. en su significado etimológico, se procurará El trasfondo en el cual se sitúa la alocución identificar algunos temas recurrentes en Juan papal es la “ruptura (discidium) entre EvangePablo II a propósito del arte sacro, mediante lio y cultura”, de la cual hablaba Pablo VI en un cotejo entre la carta citada y la homilía Evangelii nuntiandi4, que también se produce pronunciada en la Santa Misa por los artistas en el divorcio entre la Iglesia y los artistas, y el día 20 de mayo de 1985 en Bruselas2, dos la tentativa de superar este divorcio, que ya el documentos ubicados respectivamente en los Concilio Vaticano II, con el célebre “llamado

1 Lettera del Papa Giovanni Paolo II agli Artisti, Libreria Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano, 1990. Se señala, entre otras publicaciones: Cento artisti rispondono al Papa. Commento in opere e parole alla “Lettera del Papa Giovanni Paolo II agli artisti”, C. Chenis, cat. de la exposición (San Gabriele, Terano, Museo Saturós de Arte Sacro Contemporáneo, 5 de enero al 21 de abril de 2001), San Gabriele, 2000. 2 http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/homilies/1985/documents/ht_jp-ii_hom_19850520_artisti_it.hml. La homilía fue pronunciada en el curso del 26º viaje papal fuera de Italia, del 11 al 21 de mayo de 1985, en que el Santo Padre visitó los Países Bajos, Luxemburgo y Bélgica. 3 Juan Pablo II, Carta Encíclica Fides et ratio, 14 de septiembre de 1998, en “Acta Apostolicae Sedis” 91, 1999, pp. 5-88 (nn. 45-48). 4 Pablo VI, Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, 8 de diciembre de 1975, en “Acta Apostolicae Sedis” 58, 1976, pp. 5-76 (n. 20).

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final”5, y el Papa Montini, con el famoso discur- historia, a la luz del Espíritu y ... de mirar más so a los artistas en la Capilla Sixtina6, comenza- allá de la historia” (n. 2). Con su propio canto, ron a auspiciar. En la homilía, Juan Pablo II cita el arte es un lenguaje adecuado para “evocar, tres veces (nn. 8, 10 y 12) el mensaje del Concilio mediante la belleza de las formas sensibles, para recordar que la Iglesia desea una renovada el misterio de aquello que es inefable (ibíd.). “alianza” con los artistas, por cuanto su aporte Tanto la fe como el arte, ciertamente con en la búsqueda de Dios es peculiar y necesario. diferencias y peculiaridades, constituyen un El hecho de que este horizonte es característi- modo de conocimiento más profundo de la co del pensamiento de Juan Pablo II lo revela realidad y de lo que va más allá de la superficlaramente la Carta, que no sólo se refiere a la cie de las cosas. Es esto lo que expresaría más exigencia de este diálogo, sino también dedica adelante en la Carta: “En contacto con las obras varios párrafos a ilustrar de qué manera en el de arte, la humanidad de todos los tiempos —también la de hoy— espera pasado esa alianza obtuvo ser iluminada sobre el propio resultados extraordinarios en TANTO LA FE COMO EL rumbo y el propio destino”8. cada ámbito artístico, desde ARTE, CIERTAMENTE En semejante visión está implílas artes figurativas hasta CON DIFERENCIAS cita una importante referencia la música y la literatura 7. Y PECULIARIDADES, teológica —que adquirirá caEn cuanto a la estructura de CONSTITUYEN UN MODO rácter explícito en la Carta— al la homilía, ésta se apoya en DE CONOCIMIENTO MÁS misterio de la Encarnación del las tres virtudes teologales, PROFUNDO DE LA Verbo Divino. Si efectivamente en un orden distinto al que REALIDAD Y DE LO QUE VA lo creado con su perfección tiese suele adoptar: fe, caridad MÁS ALLÁ DE LA SUPERFICIE ne en sí mismo la capacidad de y esperanza. De esto se desDE LAS COSAS. revelar a su Creador (cfr. prende un sugerente paralelo Rm 1, 20), gracias a la Encarentre dichas virtudes y el nación, el arte ha asumido la arte. Podría parecer por tanto un discurso dirigido a los artistas creyentes, capacidad de representar el esplendor de la pero en la visión de Juan Pablo II, que es por lo gloria divina que se manifiesta en el rostro del demás la misma de San Pablo en el Areópago, Verbo encarnado9. “La Iglesia tiene necesidad el discurso de fe está dotado de tal manera de del arte. En efecto, debe hacer perceptible, más racionalidad y objetividad que también puede aún, fascinante en lo posible, el mundo del ser comprendido por quienes profesan como no espíritu, de lo invisible, de Dios”10. creyentes o agnósticos. Más aún, las virtudes Vinculada con la anterior, está la segunda anateologales y el arte presentan en el fondo más logía: entre arte y caridad (nn. 5-8). También el analogías que todo cuanto se manifiesta en amor constituye ciertamente una forma de conocimiento, esta vez del hombre, permitiendo forma inmediata. La primera analogía se desprende de la con- el encuentro entre dos personas al nivel más frontación entre el arte y la fe (nn. 2-4). Esta profundo del espíritu. Ahora, también el arte última es “una manera de mirar la vida, la opera en este nivel de la comunicación más pro5 Concilio Ecuménico Vaticano II, Messaggio agli Artisti (8 de diciembre de 1965), en “Acta Apostolicae Sedis”, 58, 1966, p. 13. 6 Pablo VI, Discorso agli artisti, 7 de mayo de 1964, en “Acta Apostolicae Sedis” 56, 1964, pp. 438-444. 7 Lettera agli artisti, nn. 10-11 y 6-9. 8 Ibíd., n. 14. 9 Concilio de Nicea II (787), en Conciliorum Oecumenicorum Decreta, G. Alberigio y otros, Edizioni Dehoniane, Bolonia2, 1991, pp. 131-137. 10 Lettera agli artisti, n. 12.

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SI EFECTIVAMENTE LO CREADO CON SU PERFECCIÓN TIENE EN SÍ MISMO LA CAPACIDAD DE REVELAR A SU CREADOR (CFR. RM 1, 20), GRACIAS A LA ENCARNACIÓN, EL ARTE HA ASUMIDO LA CAPACIDAD DE REPRESENTAR EL ESPLENDOR DE LA GLORIA DIVINA QUE SE MANIFIESTA EN EL ROSTRO DEL VERBO ENCARNADO

funda entre las personas, siendo ésta universal: “A través de las épocas y las diversas culturas, el arte auténtico se dirige a todos los hombres. Los reúne tal como lo hace el amor” (n. 7). Observando debidamente, se ve que también en este caso la afirmación supone una importante cuestión teórica: la consideración de lo “bello” en el ámbito de los trascendentales del ser o predicado de Dios cual armonía de lo “uno”, lo “bueno” y lo “verdadero”. El trasfondo cultural es el descrito por Von Balthasar en la introducción a su obra monumental de “estética teológica”: “Si… lo bello se entiende como un trascendental, entonces su definición debe formularse a partir de Dios y lo que en primer lugar pertenece a Dios, su revelación en la historia y su encarnación… debe considerarse como lo bello supremo y arquetipo del mundo”11. Si por consiguiente lo “bello” originario es la “gloria” de Dios, es decir, su manifestación última en lo creado y en la historia, también lo “bello” expresado por el arte tiene no sólo un

«La Carta no sólo se refiere a la exigencia de este diálogo entre Iglesia y artistas, sino también dedica varios párrafos a ilustrar de qué manera en el pasado esa alianza obtuvo resultados extraordinarios en cada ámbito artístico, desde las artes figurativas hasta la música y la literatura» (Detallde la Piedad, por Miguel Ángel. Basílica de San Pedro)

valor estético, sino ético, llegando a ser para el artista una verdadera vocación “traducir lo bello, lo verdadero, el amor, lo más profundo que se encuentra en la naturaleza, que es la obra de Dios, y en el corazón del hombre marcado por un destino trascendente” (n. 8). La célebre formulación de Ireneo, “La gloria de Dios es el hombre viviente y la visión de Dios es la vida del hombre”12, adquiere aquí toda su verdad. En este punto se detendrá el Sumo Pontífice en

11 H. U. von Balthasar, Gloria. Una estetica teologica. I. La percezione della forma, Jaca Book, Milán, 1975, p. 58. 12 “Gloria enim Dei vivens homo, vita autem hominis visio Dei”: Ireneo de Lyon, Adversus haereses. IV, 20, 7.

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la Carta, delineando a partir de semejantes pre- el cual vivimos14. Tal vez es posible entender supuestos un perfil moral y espiritual propia- también en este sentido la famosa afirmación mente tal del artista, responsable en su ámbito de Dostoievski de que corresponderá a la bedel bien común de la humanidad: “Existe, pues, lleza salvar al mundo15. Dirá en la Carta: “¡Que una ética, o más bien una ‘espiritualidad’ del la belleza que transmitáis a las generaciones servicio artístico, que a su manera contribuye del mañana provoque asombro en ellas!… De a la vida y al renacimiento de un pueblo”13 esto… podrá surgir aquel entusiasmo… (del Todo eso entra nuevamente en la virtud de cual) tienen necesidad los hombres de hoy y la caridad. Ahora bien, un ámbito particular- de mañana para afrontar y superar los desafíos mente actual para ejercer la caridad consiste cruciales que se avistan en el horizonte”16. en infundir esperanza. Es así como se trata, Juan Pablo II no pretende dirigirse a los artispor tanto, sobre la tercera virtud (nn. 9-11). “A tas con devotas exhortaciones, sino más bien menudo, en la actualidad, un velo de tristeza indicar la dignidad de su persona y su arte oscurece nuestra cultura. El dentro del designio de Dios. corazón humano parece a Utilizando la categoría de la “UN MUNDO SIN ARTE veces incapaz de tener es“alianza” (n. 12), que retomará DIFÍCILMENTE SE ABRIRÍA A peranza” (n. 9). El arte con sucesivamente en la Carta17, LA FE” (N. 4), “UN MUNDO SIN frecuencia ha sido intérprete habla con los artistas —en la ARTE CORRE EL RIESGO DE del sentido trágico de la vida; línea del Concilio Vaticano II SER UN MUNDO CERRADO AL pero la cultura contemporáy de Pablo VI— de modo paAMOR”, SON AFIRMACIONES nea ha agregado la desesperaritario, reconociendo al arte MUY IMPORTANTES, QUE ción a causa de la incapacidad su autonomía en el ámbito de SITÚAN A LA IGLESIA AL de dar un sentido al dolor las realidades terrenales. Sin LADO DE LOS ARTISTAS y a la muerte. Ahora bien, embargo, la contigüidad de los AL SERVICIO DEL HOMBRE el artista, según el Papa, no respectivos campos induce al CONTEMPORÁNEO PARA LA puede ni debe ignorar las Pontífice a buscar una converEVANGELIZACIÓN. amenazas que pesan sobre la gencia en el descubrimiento humanidad, “pero las vive en de la realidad espiritual. “Un la perspectiva de la redención mundo sin arte difícilmente llevada a cabo por Cristo” (n. 11). se abriría a la fe” (n. 4), “Un mundo sin arte La esperanza es la virtud tal vez más actual, de corre el riesgo de ser un mundo cerrado al la cual se habla poco, si bien el Pontífice cita a amor”, son afirmaciones muy importantes, algunos literatos —Bernanos, Graham Greene que sitúan a la Iglesia al lado de los artistas y sobre todo Péguy— que han profundizado al servicio del hombre contemporáneo para la sobre su carácter, refiriéndose al mundo en evangelización.

13 Lettera agli artisti, n. 4. 14 El tema de la esperanza, si bien es tratado vagamente en las novelas de G. Bernanos y G. Greene, en el tercer autor constituye el tema de una obra completa: Ch. Péguy, Il portico del mistero della seconda virtù (1911), en Id., I misteri, Jaca Book, Milán2, 1984, pp. 155-282. 15 F. Dostoievski, L’idiota, P. III, cap. V (Milán, 1998, p. 645). 16 Lettera agli artisti, n. 16. 17 Ibid., nn. 6 (Alianza fecunda entre Evangelio y arte), 12 (La Iglesia tiene necesidad del arte) y 13 (El arte, ¿tiene necesidad de la Iglesia?).

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La Palabra del Papa ÉL PERMANECÍA SIEMPRE COMO UNA «ROCA»,

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COMO CRISTO QUERÍA Homilía que S.S. Benedicto XVI pronunció durante la ceremonia de beatificación de Juan Pablo II.

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ueridos hermanos y hermanas:

Hace seis años nos encontrábamos en esta Plaza para celebrar los funerales del Papa Juan Pablo II. El dolor por su pérdida era profundo, pero más grande todavía era el sentido de una inmensa gracia que envolvía a Roma y al mundo entero, gracia que era fruto de toda la vida de mi amado Predecesor y, especialmente, de su testimonio en el sufrimiento. Ya en aquel día percibíamos el perfume de su santidad, y el Pueblo de Dios manifestó de muchas maneras su veneración hacia él. Por eso, he querido que, respetando debidamente la normativa de la Iglesia, la causa de su beatificación procediera con razonable rapidez. Y he aquí que el día esperado ha llegado; ha llegado pronto, porque así lo ha querido el Señor: Juan Pablo II es beato. (...) Éste es el segundo domingo de Pascua, que el beato Juan Pablo II dedicó a la Divina Misericordia. Por eso se eligió este día para la celebración de hoy, porque mi Predecesor, gracias a un designio providencial, entregó el espíritu a Dios precisamente en la tarde de la vigilia de esta fiesta. Además, hoy es el

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primer día del mes de mayo, el mes de María; y es también la memoria de san José obrero. Estos elementos contribuyen a enriquecer nuestra oración, nos ayudan a nosotros que todavía peregrinamos en el tiempo y el espacio. En cambio, qué diferente es la fiesta en el Cielo entre los ángeles y santos. Y, sin embargo, hay un solo Dios, y un Cristo Señor que, como un puente une la tierra y el cielo, y nosotros nos sentimos en este momento más cerca que nunca, como participando de la Liturgia celestial. «Dichosos los que crean sin haber visto» (Jn 20, 29). En el evangelio de hoy, Jesús pronuncia esta bienaventuranza: la bienaventuranza de la fe. Nos concierne de un modo particular, porque estamos reunidos precisamente para celebrar una beatificación, y más aún porque hoy un Papa ha sido proclamado Beato, un Sucesor de Pedro, llamado a confirmar en la fe a los hermanos. Juan Pablo II es beato por su fe, fuerte y generosa, apostólica. E inmediatamente recordamos otra bienaventuranza: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo» (Mt 16, 17). ¿Qué

«Dichosos los que crean sin haber visto» (Jn 20, 29). En el evangelio de hoy, Jesús pronuncia esta bienaventuranza de la fe. Nos concierne de un modo particular (…) porque hoy un Papa ha sido proclamado Beato, un Sucesor de Pedro, llamado a confirmar en la fe a los hermanos. Juan Pablo II es beato por su fe, fuerte y generosa, apostólica.

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Una visión (…) que quedó sintetizada en el escudo episcopal y posteriormente papal de Karol Wojtyła: una cruz de oro, una «eme» abajo, a la derecha, y el lema: «Totus tuus», que corresponde a la célebre expresión de san Luis María Grignion de Monfort, en la que Karol Wojtyła encontró un principio fundamental para su vida: «Totus tuus ego sum et omnia mea tua sunt. (…) Soy todo tuyo y todo cuanto tengo es tuyo. Tú eres mi todo, oh María; préstame tu corazón». es lo que el Padre celestial reveló a Simón? Que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios vivo. Por esta fe Simón se convierte en «Pedro», la roca sobre la que Jesús edifica su Iglesia. La bienaventuranza eterna de Juan Pablo II, que la Iglesia tiene el gozo de proclamar hoy, está incluida en estas palabras de Cristo: «Dichoso, tú, Simón» y «Dichosos los que crean sin haber visto». Ésta es la bienaventuranza de la fe, que también Juan Pablo II recibió de Dios Padre, como un don para la edificación de la Iglesia de Cristo. Pero nuestro pensamiento se dirige a otra bienaventuranza, que en el evangelio precede a todas las demás. Es la de la Virgen María, la Madre del Redentor. A ella, que acababa de concebir a Jesús en su seno, santa Isabel le dice: «Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá» (Lc 1, 45). La bienaventuranza de la fe tiene su modelo en María, y todos nos alegramos de que la beatificación de Juan


Pablo II tenga lugar en el primer día del mes mariano, bajo la mirada maternal de Aquella que, con su fe, sostuvo la fe de los Apóstoles, y sostiene continuamente la fe de sus sucesores, especialmente de los que han sido llamados a ocupar la cátedra de Pedro. María no aparece en las narraciones de la resurrección de Cristo, pero su presencia está como oculta en todas partes: ella es la Madre a la que Jesús confió cada uno de los discípulos y toda la comunidad. De modo particular, notamos que la presencia efectiva y materna de María ha sido registrada por san Juan y san Lucas en los contextos que preceden a los del evangelio de hoy y de la primera lectura: en la narración de la muerte de Jesús, donde María aparece al pie de la cruz (cf. Jn 19, 25); y al comienzo de los Hechos de los Apóstoles, que la presentan en medio de los discípulos reunidos en oración en el cenáculo (cf. Hch. 1, 14). También la segunda lectura de hoy nos habla de la fe, y es precisamente san Pedro quien escribe, lleno de entusiasmo espiritual, indicando a los nuevos bautizados las razones de su esperanza y su alegría. Me complace observar que en este pasaje, al comienzo de su Primera carta, Pedro no se expresa en un modo exhortativo, sino indicativo; escribe, en efecto: «Por ello os alegráis», y añade: «No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis, y creéis en él; y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando así la meta de vuestra fe: vuestra propia salvación» (1 P 1, 6.8-9). Todo está en indicativo porque hay una nueva realidad, generada por la resurrección de Cristo, una realidad accesible a la fe. «Es el Señor quien lo ha hecho —dice el Salmo (118, 23)— ha sido un milagro patente», patente a los ojos de la fe. Queridos hermanos y hermanas, hoy resplandece ante nuestros ojos, bajo la plena luz espiritual de Cristo resucitado, la figura amada y venerada de Juan Pablo II. Hoy, su

nombre se añade a la multitud de santos y beatos que él proclamó durante sus casi 27 años de pontificado, recordando con fuerza la vocación universal a la medida alta de la vida cristiana, a la santidad, como afirma la Constitución conciliar sobre la Iglesia Lumen gentium. Todos los miembros del Pueblo de Dios —Obispos, sacerdotes, diáconos, fieles laicos, religiosos, religiosas— estamos en camino hacia la patria celestial, donde nos ha precedido la Virgen María, asociada de modo singular y perfecto al misterio de Cristo y de la Iglesia. Karol Wojtyła, primero como Obispo Auxiliar y después como Arzobispo de Cracovia, participó en el Concilio Vaticano II y sabía que dedicar a María el último capítulo del Documento sobre la Iglesia significaba poner a la Madre del Redentor como imagen y modelo de santidad para todos los cristianos y para la Iglesia entera. Esta visión teológica es la que el beato Juan Pablo II descubrió de joven y que después conservó y profundizó durante toda su vida. Una visión que se resume en el icono bíblico de Cristo en la cruz, y a sus pies María, su madre. Un icono que se encuen-

«¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!». Aquello que el Papa recién elegido pedía a todos, él mismo lo llevó a cabo en primera persona: abrió a Cristo la sociedad, la cultura, los sistemas políticos y económicos, invirtiendo con la fuerza de un gigante, fuerza que le venía de Dios, una tendencia que podía parecer irreversible.

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tra en el evangelio de Juan (19, 25-27) y que quedó sintetizado en el escudo episcopal y posteriormente papal de Karol Wojtyła: una cruz de oro, una «eme» abajo, a la derecha, y el lema: «Totus tuus», que corresponde a la célebre expresión de san Luis María Grignion de Monfort, en la que Karol Wojtyła encontró un principio fundamental para su vida: «Totus tuus ego sum et omnia mea tua sunt. Accipio Te in mea omnia. Praebe mihi cor tuum, Maria -Soy todo tuyo y todo cuanto tengo es tuyo. Tú eres mi todo, oh María; préstame tu corazón». (Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen, n. 266). El nuevo Beato escribió en su testamento: «Cuando, en el día 16 de octubre de 1978, el cónclave de los cardenales escogió a Juan Pablo II, el primado de Polonia, cardenal Ste-

Karol Wojtyla subió al Solio de Pedro llevando consigo la profunda reflexión sobre la confrontación entre el marxismo y el cristianismo, centrada en el hombre. Su mensaje fue éste: el hombre es el camino de la Iglesia, y Cristo es el camino del hombre. Con este mensaje, que es la gran herencia del Concilio Vaticano II y de su «timonel», el Siervo de Dios el Papa Pablo VI, Juan Pablo II condujo al Pueblo de Dios a atravesar el umbral del Tercer Milenio, que gracias precisamente a Cristo él pudo llamar «umbral de la esperanza».

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fan Wyszyński, me dijo: «La tarea del nuevo Papa consistirá en introducir a la Iglesia en el tercer milenio»». Y añadía: «Deseo expresar una vez más gratitud al Espíritu Santo por el gran don del Concilio Vaticano II, con respecto al cual, junto con la Iglesia entera, y en especial con todo el Episcopado, me siento en deuda. Estoy convencido de que durante mucho tiempo aún las nuevas generaciones podrán recurrir a las riquezas que este Concilio del siglo XX nos ha regalado. Como obispo que participó en el acontecimiento conciliar desde el primer día hasta el último, deseo confiar este gran patrimonio a todos los que están y estarán llamados a aplicarlo. Por mi parte, doy las gracias al eterno Pastor, que me ha permitido estar al servicio de esta grandísima causa a lo largo de todos los años de mi pontificado». ¿Y cuál es esta «causa»? Es la misma que Juan Pablo II anunció en su primera Misa solemne en la Plaza de San Pedro, con las memorables palabras: «¡No temáis! !Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!». Aquello que el Papa recién elegido pedía a todos, él mismo lo llevó a cabo en primera persona: abrió a Cristo la sociedad, la cultura, los sistemas políticos y económicos, invirtiendo con la fuerza de un gigante, fuerza que le venía de Dios, una tendencia que podía parecer irreversible. Con su testimonio de fe, de amor y de valor apostólico, acompañado de una gran humanidad, este hijo ejemplar de la Nación polaca ayudó a los cristianos de todo el mundo a no tener miedo de llamarse cristianos, de pertenecer a la Iglesia, de hablar del Evangelio. En una palabra: ayudó a no tener miedo de la verdad, porque la verdad es garantía de libertad. Más en síntesis todavía: nos devolvió la fuerza de creer en Cristo, porque Cristo es Redemptor hominis, Redentor del hombre: el tema de su primera Encíclica e hilo conductor de todas las demás. Karol Wojtyła subió al Solio de Pedro lle-


vando consigo la profunda reflexión sobre la confrontación entre el marxismo y el cristianismo, centrada en el hombre. Su mensaje fue éste: el hombre es el camino de la Iglesia, y Cristo es el camino del hombre. Con este mensaje, que es la gran herencia del Concilio Vaticano II y de su «timonel», el Siervo de Dios el Papa Pablo VI, Juan Pablo II condujo al Pueblo de Dios a atravesar el umbral del Tercer Milenio, que gracias precisamente a Cristo él pudo llamar «umbral de la esperanza». Sí, él, a través del largo camino de preparación para el Gran Jubileo, dio al Cristianismo una renovada orientación hacia el futuro, el futuro de Dios, trascendente respecto a la historia, pero que incide también en la historia. Aquella carga de esperanza que en cierta manera se le dio al marxismo y a la ideología del progreso, él

Durante 23 años pude estar cerca de él y venerar cada vez más su persona. Su profundidad espiritual y la riqueza de sus intuiciones sostenían mi servicio. El ejemplo de su oración siempre me ha impresionado y edificado: él se sumergía en el encuentro con Dios, aun en medio de las múltiples ocupaciones de su ministerio. Y después, su testimonio en el sufrimiento: el Señor lo fue despojando lentamente de todo, sin embargo él permanecía siempre como una «roca», como Cristo quería.

la reivindicó legítimamente para el Cristianismo, restituyéndole la fisonomía auténtica de la esperanza, de vivir en la historia con un espíritu de «adviento», con una existencia personal y comunitaria orientada a Cristo, plenitud del hombre y cumplimiento de su anhelo de justicia y de paz. Quisiera finalmente dar gracias también a Dios por la experiencia personal que me concedió, de colaborar durante mucho tiempo con el beato Papa Juan Pablo II. Ya antes había tenido ocasión de conocerlo y de estimarlo, pero desde 1982, cuando me llamó a Roma como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, durante 23 años pude estar cerca de él y venerar cada vez más su persona. Su profundidad espiritual y la riqueza de sus intuiciones sostenían mi servicio. El ejemplo de su oración siempre me ha impresionado y edificado: él se sumergía en el encuentro con Dios, aun en medio de las múltiples ocupaciones de su ministerio. Y después, su testimonio en el sufrimiento: el Señor lo fue despojando lentamente de todo, sin embargo él permanecía siempre como una «roca», como Cristo quería. Su profunda humildad, arraigada en la íntima unión con Cristo, le permitió seguir guiando a la Iglesia y dar al mundo un mensaje aún más elocuente, precisamente cuando sus fuerzas físicas iban disminuyendo. Así, él realizó de modo extraordinario la vocación de cada sacerdote y obispo: ser uno con aquel Jesús al que cotidianamente recibe y ofrece en la Eucaristía. En el texto de la homilía: ¡Dichoso tú, amado Papa Juan Pablo, porque has creído! Te rogamos que continúes sosteniendo desde el Cielo la fe del Pueblo de Dios. [E improvisando, Benedicto XVI añadió:] Tantas veces nos has bendecido desde esta plaza. Santo Padre, hoy te pedimos, bendícenos. Amén. (Vaticano, 1-V-2011)

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Imagen correspondiente al solemne inicio del ministerio de pastor universal de la Iglesia.

NUNCA QUISO SALVAR SU PROPIA VIDA Homilía que pronunció el entonces cardenal Joseph Ratzinger, decano del Colegio Cardenalicio, durante la misa de exequias por S.S. Juan Pablo II.

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«

ígueme», dice el Señor resucitado a Pedro, como última palabra a este discípulo elegido para apacentar a sus ovejas. «Sígueme», esta palabra lapidaria de Cristo puede considerarse como la clave para comprender el mensaje que deja la vida de nuestro difunto y amado Papa Juan Pablo II, cuyos restos depositamos hoy en la tierra como semilla de inmortalidad, con el corazón lleno de tristeza pero también de gozosa esperanza y de profunda gratitud Con estos sentimientos y este espíritu, hermanos y hermanas en Cristo, nos encontramos en la plaza de San Pedro, en las calles adyacentes

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y en otros diferentes lugares de la ciudad de Roma, poblada en estos días por una inmensa multitud silenciosa y orante. Saludo a todos cordialmente. En nombre del Colegio de los cardenales saludo con deferencia a los jefes de Estado, de gobierno y a las delegaciones de los diferentes países. Saludo a las autoridades y a los representantes de las Iglesias y comunidades cristianas, al igual que a los de las diferentes religiones. Saludo a los arzobispos, a los obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles, llegados de todos los continentes; de forma especial a los jóvenes a los que Juan Pablo II definía


Realmente ha ido a todos los lugares sin descanso para llevar fruto, un fruto que permanece. «Levantaos, vamos», es el título de su penúltimo libro. «Levantaos, vamos». Con esas palabras nos ha despertado de una fe cansada, del sueño de los discípulos de ayer y hoy. «Levantaos, vamos», nos dice hoy también a nosotros. como el futuro y la esperanza de la Iglesia. Mi saludo alcanza también a todos los que en cualquier lugar del mundo están unidos a nosotros a través de la radio y la televisión, en esta participación conjunta en el solemne rito de despedida del querido pontífice. «Sígueme». Cuando era joven estudiante, Karol Wojtyla era un apasionado de la literatura, del teatro, de la poesía. Mientras trabajaba en una fábrica química, rodeado y amenazado por el terror nazi, escuchó la voz del Señor: ¡Sígueme! En este contexto tan particular comenzó a leer libros de filosofía y de teología, entró después en el seminario clandestino creado por el cardenal Sapieha y después de la guerra pudo completar sus estudios en la Facultad de Teología de la Universidad Jagellónica de Cracovia. Muchas veces en sus cartas a los sacerdotes y en sus libros autobiográficos nos habló de su sacerdocio, en el que fue ordenado el 1 de noviembre de 1946. En esos textos interpreta su sacerdocio a partir de tres frases del Señor. Ante todo ésta: «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca» (Juan 15, 16). La segunda palabra es: «El buen pastor da su vida por las ovejas» (Juan 10, 11). Y por último: «Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; per-

maneced en mi amor» (Juan 15, 9). En estas tres frases podemos ver el alma entera de nuestro Santo Padre. Realmente ha ido a todos los lugares sin descanso para llevar fruto, un fruto que permanece. «Levantaos, vamos», es el título de su penúltimo libro. «Levantaos, vamos». Con esas palabras nos ha despertado de una fe cansada, del sueño de los discípulos de ayer y hoy. «Levantaos, vamos», nos dice hoy también a nosotros. El Santo Padre fue además sacerdote hasta el final porque ofreció su vida a Dios por sus ovejas y por toda la familia humana, en una entrega cotidiana al servicio de la Iglesia y sobre todo en las duras pruebas de los últimos meses. Así se ha convertido en una sola cosa con Cristo, el buen pastor que ama sus ovejas. Y finalmente «permaneced en mi amor»: el Papa, que buscó el encuentro con todos, que tuvo una capacidad de perdón y de apertura de corazón para todos, nos dice hoy también con estas palabras del Señor: «Permaneciendo en el amor de Cristo, aprendemos, en la escuela de Cristo, el arte del verdadero amor». «Sígueme». En julio de 1958 comienza para el joven sacerdote Karol Wojtyla una nueva etapa en el camino con el Señor y tras el Señor. Karol fue, como era habitual, con un grupo de jóvenes apasionados de canoa a los lagos Masuri para pasar unos días de vacaciones juntos. Pero

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De esa forma experimentó que todo lo que había puesto en manos del Señor se lo devolvía de una nueva manera: el amor a la palabra, a la poesía, a las letras fue una parte esencial de su misión pastoral y dio nueva frescura, actualidad nueva, atracción nueva al anuncio del Evangelio, precisamente cuando éste es signo de contradicción. llevaba consigo una carta que le invitaba a presentarse ante el primado de Polonia, el cardenal Wyszynski, y podía adivinar el motivo del encuentro: su nombramiento como obispo auxiliar de Cracovia. Dejar la docencia universitaria, dejar esta comunión estimulante con los jóvenes, dejar la gran liza intelectual para conocer e interpretar el misterio de la criatura humana, para hacer presente en el mundo de hoy la interpretación cristiana de nuestro ser, todo aquello debía parecerle como un perderse a sí mismo, perder aquello que constituía la identidad humana de ese joven sacerdote. “Sígueme”. Karol Wojtyla aceptó, escuchando en la llamada de la Iglesia la voz de Cristo. De este modo, se dio cuenta de que es verdadera la palabra del Señor: «Quien intente guardar su vida, la perderá; y quien la pierda, la conservará» (Lucas 17, 33). Nuestro Papa, todos lo sabemos, nunca quiso salvar su propia vida, guardársela; se entregó sin reservas, hasta el último momento, por Cristo y por nosotros. De esa forma experimentó que todo lo que había puesto en manos del Señor se lo devolvía de una nueva manera: el amor a la palabra, a la poesía, a las letras fue una parte esencial de su misión pastoral y dio nueva frescura, actualidad nueva, atracción nueva al anuncio del Evangelio, precisamente cuando éste es signo de contradicción.

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«Sígueme». En octubre de 1978 el cardenal Wojtyla escucha de nuevo la voz del Señor. Se renueva el diálogo con Pedro narrado en el Evangelio de esta ceremonia: «Simón de Juan, ¿me quieres?... Apacienta mis ovejas». A la pregunta del Señor: Karol ¿me quieres?, el arzobispo de Cracovia respondió desde lo profundo de su corazón: « Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero». El amor de Cristo fue la fuerza dominante en nuestro querido Santo Padre; quien lo ha visto rezar, quien lo ha oído predicar, lo sabe. Y así, gracias a su profundo arraigamiento en Cristo pudo llevar un peso, que supera las fuerzas puramente humanas: ser pastor del rebaño de Cristo, de su Iglesia universal. Éste no es el momento de hablar de los diferentes aspectos de un pontificado tan rico. Quisiera leer solamente dos pasajes de la liturgia de hoy, en los que aparecen elementos centrales de su anuncio. En la primera lectura dice San Pedro --y el Papa nos dice con San Pedro--: «Verdaderamente comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en cualquier nación el que le teme y practica la justicia le es grato. Él ha enviado su Palabra a los hijos de Israel, anunciándoles la Buena Nueva de la paz por medio de Jesucristo que es el Señor de todos» (Hechos 10, 34-36). Y en la segunda lectura, San Pablo --con San Pablo nuestro Papa difunto-- nos exhorta intensamente: «Por tanto, hermanos míos queridos y

El amor de Cristo fue la fuerza dominante en nuestro querido Santo Padre; quien lo ha visto rezar, quien lo ha oído predicar, lo sabe. Y así, gracias a su profundo arraigamiento en Cristo pudo llevar un peso, que supera las fuerzas puramente humanas: ser pastor del rebaño de Cristo, de su Iglesia universal.


añorados, mi gozo y mi corona, manteneos así firmes en el Señor» (Filipenses 4, 1). ¡Sígueme! Junto al mandato de apacentar su rebaño, Cristo anunció a Pedro su martirio. Con esta palabra conclusiva, que resume el diálogo sobre el amor y sobre el mandato de pastor universal, el Señor recuerda otro diálogo, que tuvo lugar en la Última Cena. Esa vez, Jesús dijo: «Adonde yo voy, vosotros no podéis venir». Pedro dijo: «Señor, ¿a dónde vas?». Le respondió Jesús: «Adonde yo voy no puedes seguirme ahora; me seguirás más tarde.» (Juan 13, 33.36). Jesús va de la Cena a la Cruz y a la Resurrección y entra en el misterio pascual; Pedro, sin embargo, todavía no le puede seguir. Ahora, tras la Resurrección, llegó este momento, este «más tarde». Apacentando el rebaño de Cristo, Pedro entra en el misterio pascual, se dirige hacia la Cruz y la Resurrección. El Señor lo dice con estas palabras, «cuando eras joven…, e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras» (Juan 21, 18). En el primer período de su pontificado el Santo Padre, todavía joven y repleto de fuerzas, bajo la guía de Cristo fue hasta los confines del mundo. Pero después compartió cada vez más los sufrimientos de Cristo, comprendió cada vez mejor la verdad de las palabras: «Otro te ceñirá...». Y precisamente en esta comunión con el Señor que sufre anunció el Evangelio infatigablemente y con renovada intensidad el misterio del amor hasta el fin. Él nos ha interpretado el misterio pascual como misterio de la divina misericordia. Escribe en su último libro: El límite impuesto al mal «es en definitiva la divina misericordia» («Memoria e identidad», página 70). Y reflexionando sobre el atentado dice: «Cristo, sufriendo por todos nosotros, ha conferido un nuevo sentido al sufrimiento; lo ha introducido en una nueva dimensión, en un nuevo orden: el del amor... Es el sufrimiento que quema y consume el mal con la llama del amor y obtiene también del pecado

El Santo Padre encontró el reflejo más puro de la misericordia de Dios en la Madre de Dios. El, que había perdido a su madre cuando era muy joven, amó todavía más a la Madre de Dios. Escuchó las palabras del Señor crucificado como si estuvieran dirigidas a él personalmente: «¡Aquí tienes a tu madre!». un multiforme florecimiento de bien» (página 199). Alentado por esta visión, el Papa ha sufrido y amado en comunión con Cristo, y por eso, el mensaje de su sufrimiento y de su silencio ha sido tan elocuente y fecundo. Divina Misericordia: El Santo Padre encontró el reflejo más puro de la misericordia de Dios en la Madre de Dios. El, que había perdido a su madre cuando era muy joven, amó todavía más a la Madre de Dios. Escuchó las palabras del Señor crucificado como si estuvieran dirigidas a él personalmente: «¡Aquí tienes a tu madre!». E hizo como el discípulo predilecto: la acogió en lo íntimo de su ser («eis ta idia»: Juan 19,27) - Totus tuus. Y de la madre aprendió a conformarse con Cristo. Ninguno de nosotros podrá olvidar que en el último domingo de Pascua de su vida, el Santo Padre, marcado por el sufrimiento, se asomó una vez más a la ventana del Palacio Apostólico Vaticano e impartió la bendición «Urbi et Orbi» por última vez. Podemos estar seguros de que nuestro amado Papa está ahora en la ventana de la casa del Padre, nos ve y nos bendice. Sí, bendíganos, Santo Padre. Confiamos tu querida alma a la Madre de Dios, tu Madre, que te ha guiado cada día y te guiará ahora a la gloria eterna de su Hijo, Jesucristo Señor nuestro. Amén. (Vaticano 8-III-2005)

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ยกABRID DE PAR EN PAR LAS PUERTAS A CRISTO!

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Aparte de la homilía con la que S.S. Juan Pablo II inauguró su pontificado. El texto completo se puede leer en www.humanitas.cl (Biblioteca Electrónica – Autores - Juan Pablo II).

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¡ ermanos y hermanas! ¡No tengáis miedo de acoger a Cristo y de aceptar su potestad! ¡Ayudad al Papa y a todos los que quieren servir a Cristo y, con la potestad de Cristo, servir al hombre y a la humanidad entera! ¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo! Abrid a su potestad salvadora los confines de los Estados, los sistemas económicos y los políticos, los extensos campos de la cultura, de la civilización y del desarrollo. ¡No tengáis miedo! Cristo conoce «lo que hay dentro del hombre». ¡Sólo Él lo conoce! Con frecuencia el hombre actual no sabe lo que lleva dentro, en lo profundo de su ánimo, de su corazón. Muchas veces se siente inseguro sobre el sentido de su vida en este mundo. Se siente invadido por la duda que se transforma en desesperación. Permitid, pues —os lo ruego, os lo imploro con humildad y con confianza—, permitid que Cristo hable al hombre. ¡Sólo Él tiene pala­bras de vida, sí, de vida eterna! (Vaticano, 22-X-1978)

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ASÍ HABLÓ JUAN PABLO II POR PRIMERA VEZ EN AMÉRICA LATINA Fue para hacerse presente en la III Conferencia del Episcopado Latinoamericano que S.S. Juan Pablo II visitó por primera vez nuestro continente, todavía al comienzo de su pontificado. En el Seminario Palafoxiano de Puebla de los Ángeles, México, pronunciaba así, el 28 de enero de 1979, el discurso inaugural de esa Conferencia. A la luz de lo que ya se avizoraba como el programa de su pontificado y que saldría a luz en su primera encíclica «Redemptor hominis», trazó las líneas de su pastoral para América Latina. Este memorable documento quedó conocido para la historia como el Discurso de Puebla. Publicamos uno de sus pasajes e invitamos a nuestros lectores a leerlo en www.humanitas.cl (Biblioteca Electrónica – Autores - Juan Pablo II).

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a verdad que debemos al hombre es, ante todo, una verdad sobre él mismo. Como testigos de Jesucristo somos heraldos, portavoces, siervos de esta verdad que no podemos reducir a los principios de un sistema filosófico o a pura actividad política; que no podemos olvidar ni traicionar. Quizás una de las más vistosas debilidades de la civilización actual esté en una inadecuada visión del hombre. La nuestra es, sin duda, la época en que más se ha escrito y hablado sobre el hombre, la época de los humanismos y del antropocentrismo. Sin embargo,

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paradójicamente, es también la época de las más hondas angustias del hombre respecto de su identidad y destino, del rebajamiento del hombre a niveles antes insospechados, época de valores humanos conculcados como jamás lo fueron antes. ¿Cómo se explica esa paradoja? Podemos decir que es la paradoja inexorable del humanismo ateo. Es el drama del hombre amputado de una dimensión esencial de su ser —el absoluto— y puesto así frente a la peor reducción del mismo ser. La Constitución Pastoral «Gaudium et spes» toca el fondo del


problema cuando dice: «El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo Encarnado» [GS 22]. La Iglesia posee, gracias al Evangelio, la verdad sobre el hombre. Esta se encuentra en una antropología que la Iglesia no cesa de profundizar y de comunicar. La afirmación primordial de esta antropología es la del hombre como imagen de Dios, irreductible a una simple parcela de la naturaleza, o a un elemento anónimo de la ciudad humana [Cfr. GS 12 y 14]. En este sentido, escribía san Ireneo: «La gloria del hombre es Dios, pero el receptáculo de toda acción de Dios, de su sabiduría, de su poder, es el hombre» [San Ireneo, «Tratado contra las herejías», libro III, 20, 2-3]. A este fundamento insustituible de la concepción cristiana del hombre, me he referido en particular en mi Mensaje de Navidad: «Navidad es la fiesta del hombre... El hombre, objeto de cálculo, considerado bajo la categoría de la cantidad... y al mismo tiempo, uno, único e irrepetible... alguien eternamente ideado y eternamente elegido: alguien llamado y denominado por su nombre» [Juan Pablo II, «Mensaje de Navidad», 25-12-1978]. Frente a otros tantos humanismos,

frecuentemente cerrados en una visión del hombre estrictamente económica, biológica o síquica, la Iglesia tiene el derecho y el deber de proclamar la verdad sobre el hombre, que ella recibió de su Maestro Jesucristo. Ojalá ninguna coacción externa le impida hacerlo. Pero, sobre todo, ojalá no deje ella de hacerlo por temores o dudas, por haberse dejado contaminar por otros humanismos, por falta de confianza en su mensaje original. Cuando, pues, un Pastor de la Iglesia anuncia con claridad y sin ambigüedades la verdad sobre el hombre, revelada por Aquel mismo que «conocía lo que en el hombre había» [Jn. 2, 25], debe animarlo la seguridad de estar prestando el mejor servicio al ser humano. Esta verdad completa sobre el ser humano constituye el fundamento de la enseñanza social de la Iglesia, así como es la base de la verdadera liberación. A la luz de esta verdad no es el hombre un ser sometido a los procesos económicos o políticos, sino que esos procesos están ordenados al hombre y sometidos a él. De este encuentro de Pastores saldrá, sin duda, fortificada esta verdad sobre el hombre que enseña la Iglesia. (Puebla de los Ángeles, México, 28-I-1979)

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BEATIFICACIร N DE JUAN PABLO II PLAZA DE SAN PEDRO, 1ยบ DE MAYO 2011

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Relicario con sangre de Juan Pablo II, venerado en la ceremonia de su beatificaci贸n

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PANORAMA LAS IMÁGENES Y LOS GESTOS DE KAROL WOJTYLA

Han pasado velozmente los años desde la muerte de Juan Pablo II. Ahora, en los análisis que continuamente se proponen sobre su extenso Magisterio, las crónicas han sido sustituidas por los estudios, los reportajes por libros de historia, de teología y de pensamiento. El interés por su figura histórica y por su personalidad humana ha ido en aumento con el paso del tiempo. La gran fuerza comunicativa de Juan Pablo II era, en realidad, el valor de su mensaje, la verdad toda entera donada a los pueblos del mundo. Como ya he tenido oportunidad de decir otras veces, nos hallamos en su caso ante una comunicación que encierra en sí toda la potencia propia del Cristianismo, toda su atemporalidad temporal, toda su modernidad indeclinable. El Pontificado de Juan Pablo II, en ese sentido, ha sido indudablemente el primero dominado por la centralidad absoluta del fenómeno comunicativo, transformado inevitablemente en mundial y globalizado. Si bien Juan Pablo II no fue el primero en darse cuenta de la importancia de este hecho, sí fue, por cierto, el primer Papa de la historia en transferir, sin perder nada de su significado originario, toda la carga explosiva y provocativa del mensaje cristiano en el mundo de los medios de comunicación. Podría decirse que Juan Pablo II entendió el valor de los media mucho antes que los mismos se hubiesen transformado en el arma comunicativa más poderosa de nuestra época, y que se hubiesen percatado de él. El, en realidad, aprendió esto de los Apóstoles, y en particular, de san Pablo, trayendo a nuestro mundo la misma oleada de novedad y ruptura con lo habitual que los Apóstoles habían llevado a las comunidades del Asia Menor en el siglo I. La opinión pública mundial quedaba atónita frente a él, casi espantada por la irreverencia y la espontaneidad de sus gestos, así como la comunidad de Éfeso había quedado estupefacta ante san Pablo. En efecto, si es verdad, como decía santo Tomás de Aquino, que el Misterio de la Encarnación es ante todo un signo, he aquí la posibilidad de un cristiano de hacer de su propia vida, sobre todo en la dimensión apostólica, una imagen igualmente grande, un hecho comunicativo igualmente grande. Juan Pablo II, con sus gestos y sus imágenes, lo hizo. Personificó la verdad del hombre-Papa, expresándola en gestos claros, en presentaciones comprensibles, en imágenes indelebles, que más que revelar al hombreWojtyla, manifestaban de forma plástica el contenido de la fe y de su aplicación en el momento de la historia. Como cuando abrazó los pies del Crucifijo el día del Perdón durante el Gran Jubileo del 2000. “Creo en el valor de los signos” había dicho una vez Juan Pablo II. Porque los signos pueden transmitir mejor” lo inefable, porque los signos hacen elocuente aquello que las palabras solas no logran expresar. Esta capacidad comunicativa tan aguda, por otra parte, era un instinto en él, una predisposición casi natural de apertura a los demás, de la que se había dado cuenta bien pronto permaneciéndole luego fiel hasta el final. Juan Pablo II no ha sido, sin embargo, un técnico de la comunicación. Ha sido más bien la riqueza de aquello que decía y su autenticidad y sinceridad que lo hacían comunicativo. Mucho antes de ser papa, ya poseía esa capacidad instantánea de volcar la vida en signos visibles, expresándola en su totalidad, en toda su singularidad, en toda su universalidad dramática. Es este el sentido, por ejemplo, de la profundidad de la entrega —casi abrazo— con Ali Agca en la cárcel después del atentado. Finalmente, los gestos y las imágenes se ennoblecen y cobran sentido según la calidad de la verdad que uno transmite. Es como una prenda, cambia la persona, se adapta a quien la viste, permaneciendo, sin embargo, siempre igual, siempre igualmente fecunda, dotada su tela siempre de la misma calidad.

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BEATO JUAN PABLO II Juan Pablo II poseía, en definitiva, la conciencia plena del misterioso valor poético de la palabra, de la habilidad incomparable de los signos lingüísticos, de los gestos, de las situaciones. Con su lenguaje sencillo y profundo le era posible no solamente hablar de objetos, sino expresar el sentido de la realidad, el misterio final, inefable y universal, de la verdad humana. No podemos dejar de recordar la severidad de su grito a la mafia en Sicilia después de las matanzas de 1992. Se trataba de un caso excepcional, pero muy significativo. Este testimonio existencial, por otra parte, ha sido siempre, desde los orígenes, el significado último de la misión pastoral de la Iglesia. Un Pontífice no está llamado, de hecho, a perderse entre imágenes, ni tampoco a disponer de ellas mediante técnicas de especialista. Cuando un Papa es guiado interiormente por la verdad —mejor dicho por el misterio— que lleva consigo, es ésta la que le permite penetrar todos los espacios de la comunicación, haciendo resplandecer ante el mundo una luz nueva, introduciendo en la historia la verdad original que él representa, insertando en este tiempo la perenne eternidad de su mensaje. Algunos estudiosos americanos han advertido esta actitud singular de la gestualidad de Juan Pablo II, reconociendo que “él dominaba la televisión simplemente ignorándola”. Finalmente, la televisión no sólo no ignoró al Papa, sino que le brindó la posibilidad de cambiar la naturaleza de las mismas comunicaciones, abriendo nuevos horizontes. Los signos, como decía san Agustín, son “cosas reales y visibles, que no significan sino otras más profundas e invisibles”, y también la Iglesia hoy, gracias a Juan Pablo II, ha aprendido a no tener miedo de utilizarlos, aun cuando en apariencia sean poco relevantes. JOAQUIN NAVARRO VALLS

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TESTIMONIO DE LA RELIGIOSA CURADA DE PARKINSON

MARIE SIMON-PIERRE, EL MILAGRO DE JUAN PABLO II Testimonio de Sor Marie Simon-Pierre (su nombre de bautismo es Marie-Pierre), religiosa de la Congregación de las Hermanitas de las Maternidades Católicas, nacida en 1961 en Rumilly-en-Cambrésis, curada de Parkinson por razones científicamente inexplicables según una comisión de científicos. Este fenómeno fue reconocido como un milagro atribuido a la intercesión de Juan Pablo II en el proceso que ha concluido con su beatificación, que tuvo lugar el 1 de mayo pasado.

“En junio de 2001, me diagnosticaron la enfermedad de Parkison. La enfermedad había afectado a toda la parte izquierda del cuerpo, creándome graves dificultades, pues soy zurda. Después de tres años, a la fase inicial de la enfermedad, lenta pero progresiva, siguió un agravamiento de los síntomas: acentuación de los temblores, rigidez, dolores, insomnio... Desde el 2 de abril de 2005 empecé a empeorar de semana en semana, desmejoraba de día en día, no era capaz de escribir (repito que soy zurda) y si lo intentaba, lo que escribía era ininteligible. Podía conducir sólo en recorridos breves, porque la pierna izquierda se bloqueaba a veces y la rigidez habría impedido el conducir. Para llevar a cabo mi trabajo, en un hospital, empleaba además más tiempo del normal. Estaba agotada. Después de saber el diagnóstico, me resultaba difícil ver a Juan Pablo II en la televisión. Me sentía, sin embargo, muy cercana a él en la oración y sabía que él podía entender lo que yo vivía. Admiraba también su fuerza y su valor, que me estimulaban para no rendirme y para amar este sufrimiento, porque sin amor no tenía sentido todo esto. Puedo decir que era una lucha diaria, pero mi único deseo era vivirla con fe y en la adhesión amorosa a la voluntad del Padre. En Pascua (2005) deseaba ver a nuestro Santo Padre en la televisión porque sabía, en mi interior, que sería la última vez. Me preparé durante toda la mañana a aquel “encuentro” sabiendo que sería muy difícil para mí, pues me haría ver cómo me encontraría yo de ahí a algún año. Me resultaba aún más duro siendo relativamente joven... Un servicio inesperado, sin embargo, me impidió verlo. En la tarde del 2 de abril, nos reunimos toda la comunidad para participar en la vigilia de oración en la plaza de San Pedro, retransmitida en directo por la televisión francesa de la diócesis de París (KTO)... todas juntas escuchamos el anuncio del fallecimiento de Juan Pablo II; en ese momento, se me cayó el mundo encima, había perdido al amigo que me entendía y que me daba la fuerza para seguir adelante. En los días siguientes, tenía la sensación de un vacío enorme, pero también la certeza de su presencia viva. El 13 de mayo, festividad de Nuestra Señora de Fátima, el Papa Benedicto XVI anunciaba la dispensa especial para iniciar la Causa de Beatificación de Juan Pablo II. A partir del día siguiente, las hermanas de todas las comunidades francesas y africanas empiezan a pedir mi curación por intercesión de Juan Pablo II. Rezan incesantemente hasta que les llega la noticia de la curación. En ese período estaba de vacaciones. El 26 de mayo, terminado el tiempo de descanso, vuelvo totalmente agotada por la enfermedad. “Si crees, verás la gloria de Dios”: esta frase del Evangelio de san Juan me acompañaba desde el 14 de mayo. El 1 de junio ya no podía más, luchaba por mantenerme de pie y caminar. El 2, por la tarde, fui a buscar a mi superiora para pedirle si podía dejar el trabajo. Ella me animó a resistir aún un poco más hasta mi vuelta de Lourdes, en agosto, y añadió: “Juan Pablo II no ha dicho aún su última palabra” (Juan Pablo II estaba seguramente allí, en aquel encuentro que transcurrió sereno y en paz). Después, la madre superiora me dio una pluma y me dijo que escribiera: “Juan Pablo II”. Eran las 5 de la tarde. Con esfuerzo escribí: “Juan Pablo II”. Nos quedamos en silencio ante la letra ilegible... después, la jornada continuó como de costumbre. Al terminar la oración de la tarde, a las 9 de la noche, pasé por mi despacho antes de ir a mi habitación. Sentía el deseo de coger la pluma y escribir, algo así como si alguien en mi interior me dijese: “Coge la pluma y escribe “... eran las 9.30-9.45 de la noche. Con gran sorpresa vi que la letra era claramente legible: sin comprender nada, me acosté. Habían pasado exactamente dos meses desde la partida de Juan Pablo II a la Casa del Padre... Me desperté a las 4.30

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sorprendida de haber podido dormir y de un salto me levanté de la cama: mi cuerpo ya no estaba insensible, rígido, e interiormente no era la misma. Después, sentí una llamada interior y el fuerte impulso de ir a rezar ante el Santísimo Sacramento. Bajé al oratorio y recé ante el Santísimo. Experimenté una profunda paz y una sensación de bienestar; una experiencia demasiado grande, un misterio difícil de explicar con palabras. Después, ante el Santísimo Sacramento, medité sobre los misterios de luz de Juan Pablo II. A las 6 de la mañana, salí para reunirme con las hermanas en la capilla para un rato de oración, al que siguió la celebración eucarística. Tenía que recorrer cerca de 50 metros y en aquel mismo momento me di cuenta de que, mientras caminaba, mi brazo izquierdo se movía, no permanecía inmóvil junto al cuerpo. Sentía también una ligereza y agilidad física que no sentía desde hacía tiempo. Durante la celebración eucarística estaba llena de alegría y de paz; era el 3 de junio, fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. Al salir de la Santa Misa, estaba segura de mi curación... mi mano no temblaba más. Fui otra vez a escribir y a mediodía dejé de tomar las medicinas. El 7 de junio, como estaba previsto, fui al neurólogo, mi médico desde hacía cuatro años. También él quedó sorprendido al constatar la desaparición de todos los síntomas de la enfermedad, a pesar de haber interrumpido el tratamiento desde hacía cinco días. El día después, la superiora general confió a todas nuestras comunidades la acción de gracias y toda la congregación comenzó una novena en acción de gracias a Juan Pablo II. Han pasado ya diez meses desde que interrumpí todo tipo de tratamiento. He vuelto a trabajar normalmente, no tengo dificultad para escribir y conduzco también en recorridos largos. Me parece como si hubiese renacido: una vida nueva, porque nada es igual que antes. Hoy puedo decir que un amigo ha dejado nuestra tierra, pero está ahora mucho más cerca de mi corazón. Ha hecho crecer en mí el deseo de la adoración al Santísimo Sacramento y el amor a la Eucaristía, que ocupan un puesto prioritario en mi vida cotidiana. Lo que el Señor me ha concedido por intercesión de Juan Pablo II es un gran misterio difícil de explicar con palabras, algo muy grande y profundo... pero nada hay imposible para Dios. Sí, si crees, verás la gloria de Dios”.

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LA IGLESIA DE JUAN PABLO II Un conocido escritor francés, que representó al gobierno del Elíseo cuando el 22 de octubre de 1978 tuvo lugar la ceremonia de investidura de Juan Pablo II en la Plaza de San Pedro, así describió el acontecimiento que entonces debió vivir: “La muchedumbre, apretada dentro de las tenazas de la Plaza San Pedro, en una ola multicolor que llegaba casi hasta el Tíber, esperaba a un Papa y de pronto vio surgir un pescador de hombres, similar en todo a los llamados por Cristo en las orillas del Tiberíades. El recién llegado no parecía venir de Polonia, sino de Galilea, con una red bajo el hombro y el Evangelio debajo del brazo, como si el tiempo se hubiese anulado entre él y la tumba de Pedro presente bajo la basílica. El hombre de hábito blanco que estaba delante de nosotros tenía la estatura de los apóstoles, y sus primeras palabras -”¡No tengáis miedo!”-, lanzadas con una voz que parecía hacer resonar todas las campanas de Roma, nos llamaban al testimonio. Parecían pronunciadas a la entrada del Coliseo, en un día de persecución, por un Papa de las catacumbas invitando a los fieles a seguirlo bajo el diente del león”. En estos tiempos en que tanto se habla a uno y otro propósito de la Iglesia podemos bien preguntarnos: ¿quién era la Iglesia para ese obispo proveniente de la Europa del Este que apareció entonces bajo el umbral de San Pedro, cuyo nombre completamente desconocido, Karol Wojtyla, abría signos de interrogación en el mundo entero? Lo sugiere ya la citada descripción: alguien que entendía en profundidad que la Iglesia se configura esencialmente por Jesús y la comunidad de sus apóstoles, más todos los que quieran vivir con ellos, no en un sentido arqueológico ciertamente, sino real y actual. Un pastor cuyo motu “Totus tuus” indica que vivía la Iglesia antes que como quien manda y da, como quien obedece y recibe, entendiéndola primeramente como siendo la Iglesia de María, el Cuerpo místico de Cristo, que se conforma en el sacerdocio común de todos los bautizados en cuanto “pueblo de reyes”, la Esposa que perdurará más allá del tiempo.

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Esta visión esencialmente mística no impidió, como fue del todo evidente, que a la vez viviese la Iglesia como una realidad totalmente encarnada en la historia, siendo que su entrañable amor a la patria polaca y a su Iglesia local de Cracovia –con todo el impacto histórico que allí y desde allí tendría su nombramiento- ni por un instante llegó a empañar el amor superior por la Iglesia universal gobernada por Pedro en todo el mundo, sino que, al contrario, potenció. En íntima consonancia con lo anterior, fue la expresión viva de una Iglesia entendida radicalmente por la primacía de la caridad. No hace falta preguntarse –pues basta recordar su figura y sus gestos cuando recién nombrado o cuando ya anciano- cuánto habrá recordado a diario Juan Pablo II la pregunta de Jesús a Pedro: “¿Me amas más que estos?” Demostró hasta lo imposible que la Iglesia o es servicio a la caridad o de lo contrario la invade el deterioro. Su profético gesto del perdón en el jubileo del año 2000 se vincula estrechamente a esto. La Iglesia, más santa que pecadora —porque su luz, su alimento y sus medios son santos—, muchas veces ha sido desfigurada y afligida por el enfriamiento de nuestra caridad. Su incansable preocupación por poner esa santidad de la Iglesia en el candil quedó demostrada en los 1.341 beatos y 482 santos por él elevados a los altares como modelos universales de perfección. Quizá cinco rasgos puedan sustancialmente resumir el testimonio eclesial del Papa Juan Pablo II. Primero, la reciedumbre: la muerte a sí mismo que supone el bautismo para el cristiano la certificó cruentamente el 13 de mayo de 1981 (sufrió el martirio y salió ileso), pero la vivió incruentamente siempre, hasta su último aliento. Segundo, la primacía de Dios y de la vida eterna con la consiguiente esperanza de la resurrección, sin lo cual no hay cristianismo que valga y la Iglesia no se diferencia de una ONG. Tercero, en un mundo donde el pueblo de Dios se pierde en la masa, la visibilidad de la Iglesia, a través de un sinnúmero de viajes apostólicos, de la proclamación de la Palabra que ilumina, descubre y cauteriza a todos, y de asambleas eucarísticas —acto donde los cristianos se ven como cristianos y donde el mundo los ve como tales— celebradas ante millones de personas en los cinco continentes. Cuarto, la unidad de la doctrina, convidando permanentemente a quienes hacen gala de querer vivir “en la frontera de la fe” a vivir en el corazón de la Iglesia y en la verdad del mensaje cristiano: fue desde allí que dialogó con todo el mundo, en Asís con las demás religiones y en la ONU con los poderes de la tierra. Quinto, su inconmovible sentido escatológico, que le hizo proclamar desde el primer día “¡No tengáis miedo!”, pues pase lo que pase, aquí estaremos aguardando siempre, con María y toda la Iglesia, la venida de Jesucristo. JAIME ANTÚNEZ ALDUNATE

Artículo publicado originalmente por El Mercurio. (30.IV.11)

Cardenal Angelo Amato “Un acontecimiento extraordinario y universal”

El cardenal Amato, prefecto de la Congregación para las causas de los santos, habla de la beatificación de Juan Pablo II, en esta entrevista de L’Osservatore Romano. Reproducimos parte de la misma. ¿Por qué la beatificación de Juan Pablo II se puede definir un acontecimiento extraordinario? Es un acontecimiento extraordinario que interesa y conmueve no

sólo a la Iglesia, sino al mundo entero. Se trata de la glorificación de un Papa que, con su figura, llenó la segunda mitad del siglo pasado y el comienzo de este milenio. ¿Cuál es el hilo conductor que, a su juicio, recorre y caracteriza el pontificado de Karol Wojtyła? Es el impulso, el entusiasmo espiritual de testimoniar la presencia de Dios en la historia de la humanidad y de dar a conocer a Jesucristo a todo el mundo. Piénsese en la encíclica Redemptoris missio, todavía hoy actualísima, con la valiente proclamación de

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Cristo salvador universal. Los numerosísimos viajes apostólicos del Papa Wojtyła no eran más que verdaderas misiones ad gentes para anunciar a Cristo y su Evangelio de verdad y de bondad a todas las gentes, incluso a aquellas que aún no lo conocen. ¿Se puede destacar un «centro» en su magisterio pontificio? El centro es Jesucristo, Señor del universo y de la historia. En torno a esta sólida realidad cristocéntrica giran luego todos los demás elementos de su magisterio pontificio. Ante todo, su devoción mariana, que brota de este gran entusiasmo por Cristo. No por casualidad, en la encíclica Redemptoris mater, se presenta a la Virgen como fiel y eficaz mediadora y cooperadora del Hijo, en favor de la humanidad. También alrededor de Cristo, como ramas en el tronco, se injertan las demás realidades de la fe cristiana, como la doctrina trinitaria, la teología moral, la catequesis, la espirtualidad, la escatología, el derecho y la liturgia.

TESTAMENTO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II Puede leer el Testamento del Beato Juan Pablo II del 6 de marzo de 1979 (y añadiduras sucesivas) en revista HUMANITAS nº 38 (abril-junio 2005) y en www.humanitas.cl (Beatificación de Juan Pablo II)

Piloto del helicóptero de Wojtyla Juan Pablo II era “el pasajero ideal”

Juan Pablo II era “el pasajero ideal”. “Durante los vuelos nunca manifestó preocupaciones concretas o miedos”. Así cuenta el coronel Antonio Berardo, piloto de helicóptero del Papa Wojtyla, recuerda a Zenit, quien durante veinte años llevó por los cielos al Pontífice, viajando por toda Italia. “Recuerdo que una vez fuimos al aeropuerto de Orio al Serio —cuenta el comandante— y había un temporal fortísimo. El Papa estaba sentado tranquila y serenamente, nosotros realizamos nuestras operaciones y todo fue bien. También cuando había turbulencias, que con el helicóptero sucede frecuentemente, nunca hemos visto al Papa tenso o preocupado. Era el pasajero ideal, tranquilo”. –¿Qué hacía Juan Pablo II durante el vuelo? –Durante el viaje, el Papa normalmente leía, o miraba atentamente y con curiosidad por la ventana, sobre todo cuando volábamos por zonas montañosas y admiraba los paisajes nevados.

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–¿Al Papa le gustaba hacer excursiones fuera del programa? –Sí, es verdad, durante los enlaces, sobre todo el del miércoles del Vaticano a Castelgandolfo, le gustaba hacer salidas no programadas. Entre nuestro equipo y el Papa había un entendimiento perfecto. No hacía falta que lo pidiese: bastaba un gesto con la mano para hacerse entender: “demos una vueltecita”. Preguntábamos al secretario Dziwisz a dónde quería que lo llevásemos y cuánto nos podíamos alejar. Al Papa le encantaba ir a la nieve y en verano hacíamos excursiones por las montañas, llegando incluso al Gran Sasso. Una vez lo llevamos al mar, a las islas Pontinas. Después de preguntarle varias veces, aquella vez nos dijo: “está bien, hoy vamos a Ponza”. Observó las ensenadas y el paisaje. Parecía muy divertido. – ¿Cómo era viajar con el Papa? En el fondo era su piloto... – La primera vez que tuve la ocasión de volar con el Papa, me sentí muy emocionado. Sabía que llevaba a un personaje de enorme importancia. Y por tanto, estaba tenso. Después, pasando el tiempo, se convirtió, poco a poco, en algo más tranquilo y rutinario. Se convirtió en algo automático, casi familiar. La tensión y la emoción pasaron rápido. – ¿Cómo era la relación del Papa con el equipo? – De vez en cuando Juan Pablo II nos decía alguna frase. Pero lo que más nos gustaba de él eran sus gestos, el saludo militar que nos hacía cuando nos veía, la sonrisa, una palmada en la espalda, el abrazo. Una vez me abrazó porque salvé una situación en el último minuto. Era un Papa muy desenvuelto. En un par de ocasiones vino a la cabina, miró todos los aparatos, observó, se puso los auriculares y después volvió a su sitio. –¿Cómo es el sitio del Papa en su helicóptero? –El sillón donde se sienta el Papa es muy deseado. Es un sillón cómodo que se encuentra ante una gran ventana que permite ver el paisaje, casi como un balcón sobre el mundo. Después hay una pequeña mesa delante, a menudo adornada con flores. En resumen, muchos me piden hacerse una foto en ese sillón. –¿Nos puede contar alguna anécdota, alguna curiosidad? –Se convirtió en algo tan rutinario para nosotros llevar al Papa que a veces olvidábamos de quién se trataba. Un miércoles, recuerdo que había un eclipse solar. Nos habíamos preparado para hacerle observar el eclipse al Papa. Nos detuvimos sobre la plataforma del helipuerto de Castelgandolfo. No estábamos equipados para el eclipse; sin embargo, la prefectura había llevado al Papa un vidrio de soldador. Juan


Pablo II estaba junto a nosotros, y nos lo dejó. En un momento dado, uno de la tripulación lo tuvo tanto tiempo que le dijo al Papa, como si fuese un amigo suyo: “un momento, que miro un poco más”. Una característica de Juan Pablo II era que con él siempre hacía buen tiempo, incluso cuando estaba previsto todo lo contrario, o cuando íbamos directamente hacia las tormentas. Cuando hicimos 10.000 horas de vuelo, por ejemplo, organizamos un pequeño ágape en Castelgandolfo con el Papa. Pero llovía terriblemente, caía una cantidad de agua alucinante. No sabíamos qué hacer. Sin embargo apenas llegamos al helipuerto, dejó de llover. Un milagro. El Papa llevaba consigo el “buen tiempo”. Seminario clandestino Habla el último compañero de Juan Pablo II

Cardenal Adam Stefan Sapieha, quién ordenó sacerdote al joven Karol Wojtyla el 1º de noviembre de 1946.

«E ra en agosto de 1944: cuando en Varsovia estalló la insurrección contra los nazis, el cardenal Sapieha decidió reunir a los estudiantes en el episcopio. Esa fue la primera vez que vi a Karol Wojtyla». Monseñor Kazimierz Suder, nacido en 1922, lee con voz tranquila los recuerdos anotados con escritura minuciosa en las hojas blancas apoyadas ante él. A la otra parte de la mesa, como estudiantes a la espera de un examen, los periodistas llegados a Cracovia para recoger el testimonio del último superviviente de los ocho jóvenes que componían el seminario teológico clandestino organizado, cuando ya estaba la guerra en curso, por el indómito arzobispo de Cracovia, Adam Sapieha, el último Obispo-príncipe de la ciudad. «Durante la ocupación nazi —explicó monseñor Suder—, cuando un seminarista expresaba al cardenal la intención de hacerse sacerdote, él indicaba a cada uno que estudiase en casa, a escondidas. Ninguno de nosotros conocía a los demás».

Era una medida que se había hecho necesaria después de que los nazis hubieran encontrado a cinco jóvenes seminaristas que pernoctaban en el seminario cerrado por su imposición: les habían arrestado y fusilado, mientras que los demás habían sido deportados a Auschwitz. Por esto Sapieha había decidido hacer entrar al seminario en la más total clandestinidad. A espaldas del anciano sacerdote, un retrato de Karol Wojtyla en actitud pensativa, con el mentón apoyado en una mano, parece participar en la reevocación de los terribles momentos de hace setenta años. Desde las ventanas de la pequeña habitación, la vista se extiende hasta la centralísima basílica Mariacka, donde en los años cincuenta Wojtyla llevó a cabo el oficio de padre espiritual. «Tengo bien impresa en la memoria la imagen de Karol en ese día de agosto —explicó monseñor Suder—: tenía una camisa blanca sobre los pantalones de tejido espeso y en los pies zuecos de madera. En la cabeza era evidente una cicatriz: en seguida supe que había sido embestido por un camión». «Un buen compañero», recordó. «No tenía problemas de comunicación» ¡y de esto se habría dado cuenta sucesivamente todo el mundo! ; era «modesto en el hablar en cuanto que prefería escuchar, daba su parecer sobre las cuestiones pero no lo imponía, intentaba comprender al otro, no mentía nunca». El joven Wojtyla prestaba apuntes (cada página de sus cuadernos estaba sellada con las iniciales de Jesús y María) y ayudaba de buen grado a los amigos en el estudio, pero no en los exámenes; a un compañero que le había pedido respuestas durante una prueba, le dio esta respuesta: «Concéntrate un momento, pide ayuda al Espíritu Santo y después intenta dar solo tus respuestas». «Tenía la mirada serena —afirmó monseñor Suder— y sentido del humorismo, le gustaba escuchar chistes». Fiel a la disciplina del seminario, estaba muy atento en las clases y era capaz de sintetizar, los profesores estaban muy contentos con él. «Tras el fracaso de la insurrección de Varsovia, al obispado llegaron los sacerdotes que habían tenido que huir de la ciudad, por lo que nosotros los seminaristas tuvimos que ceder nuestras habitaciones y dormimos todos juntos en la sala de las audiencias del cardenal, donde tenían lugar también las clases», prosiguió monseñor Suder. Este período de vida estrechamente común, que se prolongó hasta la llegada a la ciudad de los rusos, en enero de 1945, acercó mucho a los jóvenes: «Supe que había nacido en Wadowice, que había llegado a Cracovia junto con el padre tras la muerte de los suyos, y que después en 1941 cuando también murió su padre, había concluido que el objetivo de su vida era el sacerdocio». Otra característica del joven Wojtyla que permaneció viva en la memoria de sus compañeros de estudio era «la sensibilidad hacia el sufrimiento humano. Regalaba a los pobres todo lo que recibía pero con mucha discreción, para no ostentar su generosidad». «Sobre todo —recordó Suder— tenía el don de saber rezar». Rezaba

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casi siempre de rodillas, con el rosario en la mano, al cuello el escapulario carmelita. «No separaba el estudio de la teología de la oración, para él era todo una unidad. Después de la oración de la noche, se quedaba en la capilla con el manual de teología o el cuaderno de apuntes: el estudio ligado a la oración y viceversa, era una característica suya». Suder vuelve con la mente a esos años lejanos, a la capilla de la calle Franciszkańska donde a menudo por la noche los jóvenes habían visto al cardenal Sapieha, fiero opositor de los nazis y catalizador de la resistencia polaca, extendido en el suelo con los brazos en forma de cruz, vuelve a pensar en su antiguo compañero de estudios cuya efigie sonríe hoy desde la logia de la Basílica de San Pedro y admite con humildad: «Nunca conseguí llegar a su concentración en la oración». Wojtyla fue ordenado sacerdote el 1 de noviembre de 1946; el día después celebró su primera Misa en la capilla de san Leonardo de la catedral de Wawel, y el 10 de noviembre en la parroquia de Wadowice. «En la misma semana —recordó Suder— Karol partió hacia Roma para el doctorado, sólo después de dos años de estudio en el seminario». La gran aventura del hombre que contribuiría a cambiar la historia de su país y del mundo había comenzado. Cuba Acción de gracias al primer papa que visitó la isla

El cardenal arzobispo de La Habana, Jaime Ortega, invitó a los fieles a participar en la Santa Misa que, con motivo de la beatificación de Juan Pablo II, presidió el nuncio apostólico Angelo Becciu, en la catedral de La Habana, el domingo 1° de mayo pasado. Funcionarios del gobierno de Raúl Castro asistieron a la misa, poco antes de que la televisión estatal retransmitiera en diferido la ceremonia emitida desde la televisión vaticana. El secretario del Consejo de Estado, Homero Acosta, el vicecanciller Dagoberto Rodríguez y Carlos Samper, de la Oficina de Asuntos Religiosos del Partido Comunista de Cuba asistieron a la celebración litúrgica. Ante medio millar de fieles, que llenaron la catedral, el nuncio apostólico Angelo Becciu aseguró que Juan Pablo II fue «un amigo de Cuba, sabemos con qué interés y amor sentía la vida de este país». El papa Wojtyla, el único pontífice que ha visitado la Isla caribeña en toda su historia, marcó un hito en su viaje apostólico a Cuba, del 21 al 25 de enero de 1998, al estrechar la mano a Fidel Castro y reconvenir públicamente al ministro y sacerdote poeta Ernesto Cardenal, por ejercer un cargo político sin permiso vaticano. Imágenes que dieron la vuelta al mundo, marcando un antes y un después en las relaciones del país comunista con el resto del mundo. La visita logró distender las tensiones de medio siglo entre el

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gobierno comunista de Fidel Castro y la Iglesia local, así como estrechar relaciones entre la Santa Sede y La Habana. La frase más repetida, pronunciada aquí por Juan Pablo II, calificado oficialmente como «mensajero de la verdad y la esperanza», fue que «Cuba se abra al mundo y el mundo se abra a Cuba». Una frase que derribó años de aislamiento y abrió la puerta a un progresivo deshielo del último bastión de la guerra fría. En un reciente libro, el secretario de Estado de la Santa Sede, cardenal Tarcisio Bertone, afirma que Juan Pablo II «estimaba que había sido una visita muy positiva, sobre todo por el entusiasmo del pueblo, que vivió momentos de libertad gracias a ella». El Papa «me confesó que probablemente ningún jefe de Estado se había preparado tan a fondo para su visita» como Fidel Castro, quien «había leído las encíclicas y los principales discursos e incluso algunas poesías», afirmó Bertone. Monseñor Becciu agradeció al gobierno cubano que hubiera querido enviar una delegación oficial a la celebración, manifestando de esta manera «su complacencia por el evento y por las buenas relaciones con la Santa Sede». Una cadena estatal retransmitió íntegramente la ceremonia del Vaticano en forma diferida a partir de las 20.30 hora local. Los católicos de toda la Isla celebraron por todo lo alto la beatificación de Juan Pablo II mientras que en todas las iglesias de La Habana repicaron campanas por disposición del cardenal arzobispo Jaime Ortega, que fue creado cardenal por Juan Pablo II el 26 de noviembre de 1994. Los medios cubanos e internacionales recuerdan en estos días la trascendencia para las relaciones internacionales que tuvo la visita de Juan Pablo II a Cuba, y también entre la Iglesia y el Estado cubano, cuyas relaciones llegaron a su más bajo nivel en los años 60. Actualmente, el diálogo iniciado a raíz de la excarcelación de centenares de presos de conciencia y su salida del país, acompañados por sus familiares, marca el mejor momento en las relaciones Iglesia-Estado en Cuba. En Fátima, Portugal Magnificat de acción de gracias por el Papa polaco

El Santuario de Fátima será el lugar por excelencia en el que Portugal recordará a Juan Pablo II —tres veces peregrino ante la Virgen, en 1982, en 1991 y en 2000— en el contexto de la beatificación del Papa polaco. La Conferencia Episcopal Portuguesa (CEP) exhortó a sus connacionales a participar en una celebración de acción de gracias el 13 de mayo con ocasión de la peregrinación internacional del aniversario en el Santuario de Fátima. Para el portavoz de la CEP, padre Manuel Morujão, ese día cons-


rió una dimensión eclesial y universal, que pasaba por la persona del Papa, el obispo vestido de blanco”. “La publicación de la tercera parte del Secreto de Fátima ayudó a comprender mucho de lo que ha sucedido en la Iglesia en el siglo XX, y ha garantizado una vez más la conexión entre la profecía y los designios de Dios para nuestro tiempo”. “La Iglesia y el mundo tienen muchas razones para dar gracias a Dios por el don de Juan Pablo II, un hombre fiel a su fe y totalmente dedicado a la humanidad”, señala el padre Antunes. “Fátima tiene muchas razones para cantar el Magnificat de acción de gracias por el hecho de que la Virgen lo haya acogido como hijo predilecto y nos lo haya dado como hermano”. Obispos polacos Juan Pablo II, el amigo de Dios

“El Papa Juan Pablo II guió a la Iglesia universal y nos fortaleció

tituye “un gran motivo para hacer fiesta por la beatificación de nuestro Papa”. La oficina de prensa del Santuario publicaba un texto, en la edición del 13 de marzo de Voz da Fátima, en el que el Rector del Santuario, padre Virgílio Antunes, recordaba la acción y el testimonio de fe del papa Karol Wojtyła. El sacerdote subrayó que, leyendo las biografías de Juan Pablo II resultantes del proceso de beatificación, “descubrimos a un hombre caracterizado, por encima de todo, por la profundidad de su espiritualidad cristiana, basada en una fe inamovible y en una continua actitud de oración”. “Nunca un Papa había sido tan conocido y tan amado”, escribe el rector, que recuerda también que “en el ámbito eclesial, en la relación con las demás Iglesias y las demás religiones, en el mundo social y político, en la cultura, todo el mundo acabó por valorar aspectos distintos de esta figura polifacética, con una grandeza moral capaz de entrar en los mundos más distintos”. Sobre la devoción a la Virgen, el padre Antunes afirma que “era una de las características más profundas de su modo de ser cristiano, a la manera de María, a la que se entregó en la totalidad de su ser, como expresó en el lema ‘totus tuus’”. Con este Papa, declaró el sacerdote, “el Mensaje de Fátima adqui-

en la fe durante más de 26 años. Tenemos a un amigo de Dios en el cielo”, afirman los obispos de Polonia, en una carta previa a la beatificación del Siervo de Dios Juan Pablo II. Los obispos subrayan la santidad de Juan Pablo II. “El don de la vida y del ministerio del Papa enriqueció la vida de la Iglesia contemporánea y del mundo. Desde el inicio de su pontificado, el Santo Padre puso en el centro la persona de Cristo, el Redentor del género humano”. El papa, escriben los obispos polacos, hizo un llamamiento a abrir a Cristo “las fronteras nacionales, los regímenes económicos y políticos, grandes campos de la cultura, de la civilización y del desarrollo (22 X 1978)”. La carta de la Conferencia Episcopal Polaca subraya que “Juan Pablo II defendió la dignidad del hombre creado a imagen y semejanza de Dios. Era un defensor de la vida en cada fase de su desarrollo”. “En sus encíclicas sociales pidió que los responsables de la vida social guiasen siempre a la sociedad y la política por los principios de la justicia y la solidaridad. Pidió tomar en consideración el caso particular de los pobres y marginados”, prosigue la carta. Los obispos polacos recordaban a los fieles que Juan Pablo II era el testigo de la misericordia. “El Siervo de Dios Juan Pablo II, siendo un testigo directo de los regímenes inhumanos totalitarios del siglo XX, predicó la verdad de la misericordia divina”. “Esta verdad acompaña a nuestra generación y es una respuesta ante nuestros miedos y las amenazas, nos da aliento y esperanza”, añaden los prelados. Según los obispos, la preparación para la beatificación de Juan Pablo II “no puede quedarse solo en cuestiones de la vida personal y familiar”.

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“Compartimos la preocupación por la calidad y el estilo de vida político de nuestro país. En la vida política se manifiestan divisiones escandalosas entre personas de distintas partes. Hay hostilidad y enemistad. La libertad y la democracia de hoy no es la que soñábamos en los años oscuros del comunismo”, añaden.

“Como pastores de la Iglesia sabemos que invitar a los demás a cambiar el corazón requiere dar ejemplo. Así, imitando a Juan Pablo II, que a menudo tuvo el valor de pedir perdón por los pecados cometidos por los hijos de la Iglesia, queremos confesar que a menudo hemos combatido demasiado poco el mal, que se opone a la concordia y de la unidad”, concluyen.

1° de mayo 2011 La beatificación más concurrida de la historia

Más de un millón de peregrinos --datos de las fuerzas de seguridad italiana-- participaron el 1° de mayo en la beatificación más concurrida de la historia. Un gran aplauso se extendió desde la plaza de San Pedro, pasando por la Vía de la Conciliación y las calles adyacentes, hasta llegar al Circo Máximo (donde miles de personas siguieron la celebración a través de grandes pantallas) cuando Benedicto XVI leyó la fórmula de beatificación. «Concedemos que el venerable siervo de Dios Juan Pablo II, papa, de ahora en adelante sea llamado Beato y que se pueda celebrar su fiesta en los lugares y según las reglas establecidas por el derecho, cada año el 22 de octubre», dijo en latín.

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La sonrisa de Karol Wojtyla fue descubierta en ese momento en un gran tapiz, inmortalizada en la copia de una foto de 1995, en el centro de la fachada de la Basílica de San Pedro. Las lágrimas de los peregrinos, muchísimos polacos, se hicieron irresistibles. La religiosa francesa Marie Simon-Pierre, cuya curación inexplicable de Parkinson ha permitido concluir el proceso de beatificación, acompañada por la religiosa polaca que asistía a Juan Pablo II, sor Tobiana, presentaron la reliquia, una ampolla con sangre de Karol Wojtyla. En la plaza de san Pedro, en algunas áreas, se podían ver por el suelo las mantas con las que las personas se habían abrigado durante la fría noche. Las fuerzas de seguridad decidieron abrir los


ingresos antes de lo previsto, a las 2 de la mañana, por razones de seguridad. En esa misma plaza estaban representantes de los grandes del mundo. Sesenta y dos delegaciones guiadas por jefes de Estado y de Gobierno, así como por familias reales, además de los otros países que han sido oficialmente representados. Italia estaba representada tanto por su presidente, Giorgio Napolitano, y su primer ministro, Silvio Berlusconi; Polonia por su presidente, Bronislaw Komorowski, y la Comisión Europea por Jose Manuel Durao Barroso. En la plaza se encontraba el ministro Yossi Peled, salvado en Bélgica del Holocausto por una familia católica, en representación del Estado de Israel. Antes de la celebración declaró que «El acontecimiento es particularmente significativo. Este hombre nacido en un período en el que

se respiraba un clima de antisemitismo públicamente aprobado, se opuso y desafió a quienes habrían querido herir al espíritu de la raza humana». México estuvo representado por el presidente Felipe Calderón, y Honduras por su jefe de Estado, Porfirio Lobo. Las cinco casas reales estaban presentes cerca del Papa: España (con don Felipe y doña Letizia), Bélgica, Luxemburgo, Liechtenstein y Reino Unido). Estados Unidos estuvo representado por el representante de Barack Obama ante el Vaticano, el embajador Miguel Díaz; y Cuba por Caridad Diego Bello, jefa de la Oficina de Atención a los Asuntos Religiosos del Comité Central del Partido. Francia se hizo presente con su primer ministro, François Fillon. Los periodistas que cubrieron el evento fueron 2.300 y 1.300 canales de televisión.

LA VIDA DE KAROL WOJTYLA EN CIFRAS Los datos contenidos en el libro litúrgico del rito de beatificación Humillime a Sanctitate Vestra petit ut Venerabilem Servum Dei Ioannem Paulum II, papam, numero Beatorum adscribere benignissime digneris. Con esta fórmula latina (traducida en español: “Pido humildemente a Su Santidad la incorporación al número de los Beatos, al Venerable Siervo de Dios Juan Pablo II, Papa”) el cardenal Agustín Vallini, vicario del Papa en la diócesis de Roma, inició el domingo 1° de mayo por la mañana, el rito de la beatificación de Karol Wojtyla. El cardenal lee, entonces, como está prescrito para este rito, algunos datos biográficos esenciales del Siervo de Dios, contenidos en el libro de la liturgia. Se hacen presentes los números del pontificado: Juan Pablo II realizó 146 visitas en Italia, visitó 317 de las actuales 332 parroquias de Roma. Los viajes al extranjero fueron 104. Escribió 14 encíclicas, 15 Exhortaciones Apostólicas, 11 Constituciones Apostólicas y 45 Cartas Apostólicas, además de 5 libros. Celebró 9 Consistorios en los que nombró 231 cardenales, más uno “in pectore”, nunca revelado. En 26 años, 5 meses y 17 días de pontificado presidió 6 reuniones plenarias del Colegio Cardenalicio. Convocó 15 asambleas generales del Sínodo de los Obispos.

Y a propósito de beatificaciones... Wojtyla celebró 147 ritos de beatificación, en los que proclamó 1.338 beatos y 51 canonizaciones para un total de 482 santos. “Ningún Papa -se lee en el libro- se reunió con tantas personas como Juan Pablo II”. Las audiencias generales del miércoles fueron 1.160; en las que participaron 17 millones y 600 mil fieles. Sólo en el Año Jubilar de 2000, vio a 8 millones de peregrinos. Fueron 38 las visitas oficiales de personalidades gubernamentales de todo el mundo, mientras que concedió 738 audiencias y encuentros privados con jefes de Estado y 246 con primeros ministros. “Proponiendo al pueblo de Dios momentos de especial intensidad espiritual -siguen diciendo las notas biográficas- convocó el Año de la Redención, el Año Mariano y el Año de la Eucaristía además del Gran Jubileo de 2000”. No se puede olvidar tampoco que “acercó

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a las nuevas generaciones convocando las celebraciones de la Jornada Mundial de la Juventud”. Además promulgó el nuevo Código de derecho canónico para las Iglesias Latinas y el de las Iglesias orientales y el Catecismo de la Iglesia Católica. Una vida, la de Juan Pablo II, marcada por las tragedias de la historia: la ocupación nazi de Polonia que lo obligó a frecuentar el seminario clandestino de Cracovia y el régimen comunista al que se opuso en nombre de la dignidad del hombre y de la libertad religiosa. También los dramas personales: la muerte de su madre en 1929, la de su único hermano en 1932 y de su padre en 1941, que lo dejaron solo en el mundo a los 21 años de edad.

Ordenado sacerdote en 1946, fue ordenado obispo auxiliar de Cracovia en 1958, arzobispo de la misma diócesis en 1964 y cardenal en 1967. Participó en el Concilio Vaticano II (19621965) haciendo una aportación importante en la elaboración de la constitución Gaudium et spes. Fue elegido Papa el 16 de octubre de 1978. El 13 de mayo de 1981 sufrió en la Plaza San Pedro “un grave atentado” del que lo salvó “la mano materna de la Madre de Dios” y “después de una larga convalecencia perdonó a su agresor”. “Consciente de haber recibido una nueva vida -añade el libro- intensificó sus esfuerzos pastorales con heroica generosidad”.

DECRETO DE BEATIFICACIÓN DE JUAN PABLO II Fue el pasado 14 de enero que la Congregación vaticana de las Causas de los Santos hizo público el Decreto de beatificación del Papa Juan Pablo II, la cual tuvo lugar el Domingo II de Pascua, fiesta de la Divina Misericordia. Ofrecemos parte de este Decreto. El texto íntegro puede leerse en www.humanitas.cl (beatificación Juan Pablo II) . 8. Un aspecto esencial del nuevo Beato: Dios es el fundamento de todos nuestros esfuerzos Éste es de nuevo un aspecto esencial, si se quiere entender más profundamente la personalidad del nuevo Beato para la Iglesia, Karol Wojtyla - Juan Pablo II. El fundamento de todos los esfuerzos de nuestra vida está en Dios. Estamos rodeados por el amor divino, por los resultados de la Redención y la Salvación. Pero hay que ayudar a que se arraigue profundamente en Dios mismo, debemos hacer todo lo posible para que se creen actitudes personales y sociales arraigadas en la realidad de Dios. Esto requiere paciencia, tiempo y la capacidad de verlo todo a través de los ojos de Dios. La última y breve peregrinación del Papa Juan Pablo II a Polonia, más concretamente a su patria chica, a Cracovia, Wadowice y al Camino de la Cruz (de Kalwaria Zebrzydowska), mostró una determinación, pero también una agudeza espiritual «en el proceso de maduración en el tiempo» para que toda la Humanidad, especialmente la comunidad eclesial y cristiana, pudiese comprender mejor algunos de los aspectos fundamentales de la fe. Desde el comienzo de su pontificado, en 1978, Juan Pablo II hablaba a menudo en sus homilías de la misericordia de Dios. Ésta se convirtió en el tema de su segunda encíclica, Dives in misericordia, en 1980. Era consciente de que la cultura moderna y su lenguaje no tienen un lugar para la misericordia, tratándola como algo extraño, sino que tratan de inscribirlo todo en las categorías de la justicia y la ley. Pero esto no es suficiente, porque no es en absoluto la realidad de Dios.

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9. Confiar el mundo a la Divina Misericordia Más tarde, el Papa tomó algunas medidas para finalizar el proceso de beatificación de sor Faustina Kowalska, y la canonización (2000). Toda la comunidad eclesial fue llevada a sentir la cercanía de esa persona tan íntimamente vinculada con el mensaje de la Misericordia, lo que facilitó el desarrollo de este tema para Juan Pablo II, mostrando la realidad de la Divina Misericordia en los muchos contextos alrededor del mundo, en los diversos continentes de la Humanidad hoy. Por último, en agosto de 2002, en Lagiewniki, donde sor Faustina vivió y murió, Juan Pablo II confió el mundo a la Divina Misericordia, a la confianza ilimitada en Dios, el Misericordioso,


a Aquel que ha sido no sólo una fuente de inspiración, sino también de la fuerza de su servicio como sucesor de Pedro: «Es el Espíritu Santo, Consolador y Espíritu de verdad, quien nos conduce por los caminos de la Misericordia divina. Él, convenciendo al mundo en lo referente al pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio (Jn 16, 8), al mismo tiempo revela la plenitud de la salvación en Cristo. Este convencer en lo referente al pecado tiene lugar en una doble relación con la cruz de Cristo. Por una parte, el Espíritu Santo nos permite reconocer, mediante la cruz de Cristo, el pecado, todo pecado, en toda la dimensión del mal, que encierra y esconde en sí. Por otra, el Espíritu Santo nos permite ver, siempre mediante la cruz de Cristo, el pecado a la luz del mysterium pietatis, es decir, del amor misericordioso e indulgente de Dios (cf. Dominum et vivificantem, 32). Y así, el convencer en lo referente al pecado, se transforma al mismo tiempo en un convencer de que el pecado puede ser perdonado y el hombre puede corresponder de nuevo a la dignidad de hijo predilecto de Dios. En efecto, la cruz es la inclinación más profunda de la Divinidad hacia el hombre (...). La cruz es como un toque del amor eterno sobre las heridas más dolorosas de la existencia terrena del hombre (Dives in misericordia, 8). La piedra angular de este santuario, tomada del monte Calvario, en cierto modo de la base de la cruz en la

que Jesucristo venció el pecado y la muerte, recordará siempre esta verdad. (…) ¡Cuánta necesidad de la misericordia de Dios tiene el mundo de hoy! En todos los continentes, desde lo más profundo del sufrimiento humano, parece elevarse la invocación de la misericordia. Donde reinan el odio y la sed de venganza, donde la guerra causa el dolor y la muerte de los inocentes, se necesita la gracia de la misericordia para calmar las mentes y los corazones, y hacer que brote la paz. Donde no se respeta la vida y la dignidad del hombre, se necesita el amor misericordioso de Dios, a cuya luz se manifiesta el inexpresable valor de todo ser humano. Se necesita la misericordia para hacer que toda injusticia en el mundo termine en el resplandor de la verdad. Por eso hoy, en este santuario, quiero consagrar solemnemente el mundo a la Misericordia divina. Lo hago con el deseo ardiente de que el mensaje del amor misericordioso de Dios, proclamado aquí a través de santa Faustina, llegue a todos los habitantes de la tierra y llene su corazón de esperanza. Que este mensaje se difunda desde este lugar a toda nuestra amada patria y al mundo. Ojala se cumpla la firme promesa del Señor Jesús: de aquí debe salir la chispa que preparará al mundo para su última venida» (Homilía en Lagiewniki, 17 de agosto de 2002). Así, los últimos meses en la vida del Papa Juan Pablo II, marcados por el sufrimiento, llevaron su pontificado a su cumplimiento.

En la Basílica de San Pedro Juan Pablo II reposa en la capilla de san Sebastián

Los restos mortales del beato Juan Pablo II descansan bajo el altar de la capilla de san Sebastián, en la Basílica de San Pedro. Desde el 2 de mayo, por tanto, los fieles podrán venerar al papa beato en la capilla de la Basílica, y no en las Grutas Vaticanas, como anteriormente. El féretro con los restos del nuevo beato fue trasladado, tras el cierre de la basílica, desde el altar de la Confesión, donde habían sido venerados por cientos de miles de fieles desde el 1° de mayo, tras la ceremonia de la beatificación. Después, comenzó una procesión presidida por el cardenal Angelo Comastri, arcipreste de la Basílica, y formada por el Colegio de Penitenciarios, por el Capítulo de la Basílica, y por nueve cardenales y varios obispos y arzobispos. Entre ellos estaban los cardenales Sodano, Decano del Colegio; Bertone, secretario de Estado; Amato, Coppa, Lajolo, Re, Sandri, Macharski y Dziwisz; los arzobispos Filoni, Mamberti y Mokrzycki; el postulador, monseñor Oder, y sor Tobiana, junto con otras monjas del apartamento pontificio en vida de Juan Pablo II. Tras una primera parada de oración ante el altar de la Confesión, la procesión, cantando las letanías de los santos pontí-

fices, llegó al altar de la Capilla, donde permanecía el féretro, ya colocado pero aún visible. Después de las letanías, y la invocación repetida tres veces Beate Ioanne Paule, se recitó la oración del nuevo beato, y se procedió a incensar el féretro, tras lo cual los trabajadores de la Fábrica de San Pedro colocaron una gran lápida de mármol blanco, con las palabras Beatus Ioannes Paulus PP. II. Según informa el comunicado vaticano, varios de los presentes realizaron el gesto de devoción de besar la lápida, mientras que la asamblea “se disolvía con gozosa conmoción”.

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OREMOS A JUAN PABLO II Novena al Beato Juan Pablo II (Para comenzar cada día): En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén. Veni Sancte Spiritus, veni per Mariam Ven, Santo Espíritu, Ven a nosotros a través de María. Reflexión para el primer día El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente. (Juan Pablo II, Redemptor hominis, 10) Reflexión para el segundo día Sí, queridos amigos, ¡Cristo nos ama y nos ama siempre! Nos ama incluso cuando lo decepcionamos, cuando no correspondemos a lo que espera de nosotros. Él no nos cierra nunca los brazos de su misericordia. ¿Cómo no estar agradecidos a este Dios que nos ha redimido llegando incluso a la locura de la Cruz? (Juan Pablo II, Homilía, 20 de agosto de 2000) Reflexión para el tercer día Jesús, sobre todo con su estilo de vida y con sus acciones, ha demostrado cómo en el mundo en que vivimos está presente el amor, el amor operante, el amor que se dirige al hombre y abraza todo lo que forma su humanidad. Este amor se hace notar particularmente en el contacto con el sufrimiento, la injusticia, la pobreza… (Juan Pablo II, Dives in misericordia, 2) Reflexión para el cuarto día Si la experiencia cotidiana nos muestra la existencia como un pasaje hacia la muerte, el misterio pascual nos abre la perspectiva de una vida nueva más allá de la muerte. Por ello, la Iglesia, que profesa en su Credo la muerte y la resurrección de Jesús, tiene todas las razones para pronunciar también estas palabras: «Creo en la resurrección de la carne y en la vida eterna». (Juan Pablo II , Discurso, 23 de agosto de 1997)

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Reflexión para el quinto día Este es el milagro de la Iglesia, que constituye la juventud de Dios para el mundo: un pueblo nuevo, en el que, por la acción misteriosa del Espíritu, los valores siempre nuevos de la pobreza evangélica, la fraternidad, la paz, la misericordia, el servicio desinteresado a los últimos, el amor a la verdad, prevalecen cada día sobre las antiguas lógicas mundanas, anunciando y anticipando el futuro de Dios. (Juan Pablo II, Regina Coeli, 26 de mayo de 1996) Reflexión para el sexto día La Verdad es Jesucristo. ¡Amad la Verdad! ¡Vivid en la Verdad! Llevad la Verdad al mundo. ¡Sed testigos de la Verdad! Jesús es la Verdad que salva; es la Verdad completa a la que nos guiará el Espíritu de la Verdad (Juan Pablo II, Discurso, 19 de agosto de 1989) Reflexión para el séptimo día Sed felices junto con María, que creyó en el cumplimento de las palabras que le dijo el Señor. ¡Sed felices! Ojalá que el signo de la mujer vestida de sol camine con vosotros, con cada una y cada uno, a lo largo de todos los senderos de la vida. Ojalá que os conduzca al cumplimiento en Dios de vuestra adopción como hijos en Cristo. ¡El Señor ha hecho verdaderamente maravillas en vosotros! (Juan Pablo II , Homilía, 15 de agosto de 1991)

Reflexión para el octavo día Quisiera encontrarme con cada uno de vosotros, que estáis dispersos en toda la tierra, para bendeciros, en el nombre del Señor Jesús, que pasó «haciendo el bien y curando» a los enfermos (Hch 10, 38). Quisiera poder estar junto a vosotros para consolar vuestras penas, sostener vuestro ánimo y alimentar vuestra esperanza, a fin de que cada uno sepa hacer de sí mismo un don de amor a Cristo para el bien de la Iglesia y del mundo. (Juan Pablo II, Mensaje para la II Jornada del Enfermo, 1) Reflexión para el noveno día Guarda con amor, oh Virgen María, a los pobres, a los que sufren, a los jóvenes, esperanza del mañana. Sé maternalmente cercana a todas las personas, las familias y las naciones. Socorre al pueblo cristiano en su lucha contra el mal. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María! (Juan Pablo II, Homilía, 16 de julio 1988) Oración para todos los días ¡Bendito seas, Padre bueno, Señor del tiempo y de la historia! Nosotros te damos gracias porque en tu bondad nos has donado al beato Juan Pablo II como un pastor bueno, guía valiente, heraldo apasionado del Evangelio. Por su intercesión, concédenos la gracia que ahora te pedimos y haznos fuertes en la lucha contra el mal. Acoge nuestra súplica en el nombre de Jesús, tu Hijo y nuestro Señor. Amén.

Himno de la Beatificación Traducción al español del himno oficial de la beatificación, originalmente en italiano

Estribillo: ¡Abrid, las puertas a Cristo, no tengáis miedo! Abrid de par en par Vuestro corazón a Dios.

Testigo de la fe que anunciaste con la vida, firme y fuerte en la prueba confirmaste a tus hermanos. Estr.

El el dolor revelaste el poder de la Cruz. Guía siempre a tus hermanos en el camino del amor. Estr.

Testigo de esperanza para quien espera la salvación, peregrino por amor en los caminos del mundo. Estr.

Enseñaste a cada hombre la belleza de la vida indicando a la familia como signo del amor. Estr.

En la Madre del Señor nos indicaste una guía, en su intercesión el poder de la gracia. Estr.

Verdadero padre para los jóvenes a quienes envista al mundo, centinelas de la mañana, signo vivo de esperanza. Estr.

Portador de la paz y heraldo de justicia, te hiciste entre las gentes nuncio de misericordia. Estr.

Padre de misericordia, Hijo nuestro Redentor, Santo Espíritu de Amor, a ti, Trinidad, la gloria. Amén. Estr.

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OREMUS

Texto de la Oración Colecta para la Misa del Beato Juan Pablo II (22 de octubre)

Para la misa en honor del nuevo beato se utilizará la oración colecta propia que publicamos a continuación en latín y español. Las otras oraciones, el prefacio, las antífonas y lecturas bíblicas se toman del Común de los pastores, para un Papa. La primera lectura se toma de Isaías (52, 7-10); el salmo responsorial es el 96/95 (1-2a. 2b-3. 7-8a. 10); el aleluya se toma de Juan (10, 14); y el evangelio de Juan (21, 15-17). Del Común de pastores: para un papa. —ORACIÓN COLECTA—

De Communi pastorum: pro papa. —COLLECTA—

Oh Dios, rico en misericordia, que has querido que el beato Juan Pablo II, papa, guiara toda tu Iglesia, te pedimos que, instruidos por sus enseñanzas, nos concedas abrir confiadamente nuestros corazones a la gracia salvadora de Cristo, único redentor del hombre. Él, que vive y reina.

Deus, dives in misericórdia, qui beátum Ioánnem Paulum, papam, univérsae Ecclésiae tuae praeésse voluísti, praesta, quaésumus, ut, eius institútis edócti, corda nostra salutíferae grátiae Christi, uníus redemptóris hóminis, fidénter aperiámus. Qui tecum.

Oración para implorar favores por intercesión del Beato Juan Pablo II Oh Trinidad Santa, Te damos gracias por haber concedido a la Iglesia al Papa Juan Pablo II y porque en él has reflejado la ternura de Tu paternidad, la gloria de la cruz de Cristo y el esplendor del Espíritu de amor. Él, confiando totalmente en tu infinita misericordia y en la maternal intercesión de María, nos ha mostrado una imagen viva de Jesús Buen Pastor, indicándonos la santidad, alto grado de la vida cristiana ordinaria, como camino para alcanzar la comunión eterna Contigo. Concédenos, por su intercesión, y si es Tu voluntad, el favor que imploramos, con la esperanza de que sea pronto incluido en el número de tus santos. Amén.

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AC T I V IDA DES DE

HUM A NITA S

IDEAPAIS Reflexión sobre cultura, política y democracia

IdeaPaís, centro de formación pública fundado por profesionales jóvenes, ex alumnos de la UC, y que comenzó a operar en marzo de 2010, invitó al director de revista HUMANITAS, Jaime Antúnez, a dar una charla sobre cultura, política y democracia El profesor Antúnez relacionó estas tres realidades mostrando cómo a lo largo del tiempo su vinculación se robustece o debilita —hasta poder ser una amenaza para la sociedad— en directa dependencia del factor cultura-espíritu. IdeaPaís busca promover una visión auténtica e integral del desarrollo, proporcionando conocimientos y destrezas que permitan despertar una vocación de cambio cultural en jóvenes universitarios. Información en www.ideapais.cl

Curso de Extensión, II semestre 2011 Persona, Cultura y Sociedad en el Magisterio del Beato Juan Pablo II

En vista de la reciente beatificación de Juan Pablo II, revista HUMANITAS en conjunto con la Pastoral de la Universidad Católica presentará durante el segundo semestre el curso Cruzando el umbral de la esperanza. Persona, Cultura y Sociedad en el Magisterio del Beato Juan Pablo II. Este curso, que ya se había realizado durante tres años consecutivos en vísperas del jubileo (1998, 1999, 2000), será replicado con nuevos conferencistas que tratarán parte importante del magisterio pontificio, a través de encíclicas y documentos publicados durante los 27 años de su pontificado. La conferencia inaugural, abierta a todo público, estará a cargo de Monseñor Ricardo Ezzati, arzobispo de Santiago, con el tema Juan Pablo II visto por Benedicto XVI y se realizará en el Salón de Honor de la Casa Central de esta Universidad el 17 de agosto a las 12:30 hrs. Las conferencias siguientes serán; Juan Pablo II irrumpe en la historia de la modernidad, por Jaime Antúnez Aldunate, director de revista HUMANITAS; El hombre y la cultura, por Pedro Morandé, decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la PUC; Fe y razón: dos alas para ascender a la verdad, por Antonio Amado, profesor de Metafisica de la Universidad de los Andes; Verdad: entidad que incomoda, por Monseñor Francisco Javier Stegmeier, obispo de Villarrica; La Eucaristía y la Virgen María, por Monseñor Juan Ignacio González, obispo de San Bernardo; La esperanza en la

historia, por Antonio Amado; Vida y familia, por Monseñor Fernando Chomali, arzobispo de Concepción; Verdad y dignidad de la persona: fundamento de la democracia, por Josef Seifert, presidente de la Academia Internacional de Filosofía Liechtenstein, y para el cierre del curso el rector de la Universidad Católica de Chile tratará el tema La Iglesia y las Universidades católicas. El curso se realizará los días lunes desde el 22 de agosto al 24 de octubre a las 19 hrs., en el Centro de Extensión de esta Universidad. Para informaciones e inscripciones: Revista Humanitas, Alameda 390, tercer piso. Teléfono: 686 6519 www.humanitas.cl humanitas@uc.cl

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Fundación OASIS ¿Hacia dónde va Medio Oriente?

HUMANITAS en encuentro con el Papa en Venecia Benedicto XVI en Santa María della Salute

Por segunda vez en dos años Humanitas participó en el Comité

Científico de Oasis que tuvo lugar entre el 20 y el 22 de junio en la isla de San Servolo. Como los lectores de HUMANITAS están informados, la Fundación Oasis y la revista del mismo nombre- fue fundada por el Patriarcado de Venecia para desarrollar una relación de colaboración y acercamiento con las culturas de Oriente medio. El tema abordado este año tuvo por título “¿Hacia dónde va Medio Oriente? La nueva laicidad y el imprevisto norafricano”. El Cardenal Angelo Scola, que presidió el encuentro, lo abrió con la ponencia que tituló Un progetto stabile di vita buona. L’imprevisto nord-africano e la nuova laicitá. Como se recordará, el Cardenal Scola publicó hace dos años un libro titulado “Nueva laicidad”, ampliamente comentado (Cf. Humanitas 50, p. 437). En la apertura del encuentro expusieron, además del Cardenal Patriarca, los profesores Oliver Roy (Instituto Europeo de Florencia), la profesora Mailika Zeghal (Harvard y Chicago) y el profesor Nikolaus Lobkowitz (Eichstätt). En la sesión de análisis que dio cierre al congreso, Jaime Antúnez, director de esta revista, se refirió a los factores de sintonía entre Oasis y HUMANITAS que pueden dar lugar a formas de colaboración más estrechas que las que hasta ahora existen. La lectura completa de la ponencia introductoria del Cardenal Scola puede leerse en el banner OASIS que aparece en la portada del sitio www.humanitas.cl.

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En el marco de la visita realizada por Benedicto XVI a Venecia

y Aquilea el 7 y 8 de mayo pasado, el Santo Padre asistió a un encuentro con el mundo de la cultura, del arte y de la economía que tuvo lugar en la Basílica de Santa María della Salute, donde reflexionó a partir de tres realidades que marcaban el lugar y el momento: el agua, la salud y la serenidad (ver discurso en www. humanitas.cl sección Palabra del Papa). El acto, organizado por el Studium Generale Marcianum, contó con la presencia de representantes de la economía y de la cultura, autoridades de la región, docentes universitarios, profesores y estudiantes del Marcianum. Asistieron también al encuentro el profesor Jaime Antúnez Aldunate, director de revista HUMANITAS, y Dom Gabriel Guarda O.S.B., miembro del Comité Editorial de esta revista.


BENEDICTO XVI ADVIERTE ANTE LOS PELIGROS DE LA SOCIEDAD “LÍQUIDA”

Al concluir su visita a Venecia en la tarde del domingo 8 de mayo, Benedicto XVI advirtió ante los peligros que presenta la actual sociedad “líquida”, sin estabilidad en las relaciones humanas y relativista, y propuso como alternativa el modelo de sociedad “de la vida y de la belleza”. El encuentro con el mundo de la cultura y de la economía, última gran cita de su viaje de dos días a Aquilea y a la “Ciudad del agua”, le dio la oportunidad para presentar su radiografía de la cultura “liquida”. La sociedad europea, dijo el papa, está sumergida en “una cultura ‘líquida’”, término con el que se refiere a “su ‘fluidez’, a su poca estabilidad o quizá a su ausencia de estabilidad, a la mutabilidad, a la inconsistencia que a veces parece caracterizarla”. A este modelo de sociedad “líquida”, el obispo de Roma contrapuso en la estupenda Basílica de Santa María de la Salud el modelo de sociedad “de la vida y de la belleza”. “Ciertamente es una opción, pero en la historia es necesario escoger —aseguró el pontífice—: el hombre es libre para interpretar, para dar un sentido a la realidad, y precisamente en esta libertad reside su gran dignidad”, afirmó. “En el ámbito de una ciudad, sea la que sea, también las elecciones de carácter administrativo, cultural y económico dependen, en el fondo, de esta orientación fundamental, que podemos llamar ‘política’, en la acepción más noble y elevada del término”. “Se trata de escoger entre una ciudad ‘líquida’, patria de una cultura que parece ser cada vez más la cultura de lo relativo y de lo efímero, y una ciudad que renueva constantemente su belleza, recurriendo a los manantiales benéficos del arte, del saber, de las relaciones entre los hombres y los pueblos”, afirmó. El encuentro con el mundo de la cultura y de la economía fue la última gran cita de estos dos días en los que el Papa visitó también la ciudad de Aquilea, sede del antiguo patriarcado que constituía la diócesis eclesiástica y metropolitana más grande de todo el medioevo europeo, que llegó a extenderse por la actual Eslovenia, Croacia, Austria y Alemania.

Palio Arzobispal Mons. Ricardo Ezzati y Mons. Fernando Chomali

En la Solemnidad de San Pedro y San Pablo y en el aniversario de los 60 años de sacerdocio de Benedicto XVI, el Pontífice entregó el palio arzobispal a monseñor Ricardo Ezzati, Arzobispo de Santiago, y a monseñor Fernando Chomali, Arzobispo de Concepción. El palio es una especie de estola circular, tejida en lana virgen, esquilada de unos corderillos que el Papa bendice el día de Santa Inés de cada año (21 enero). El palio simboliza, por un lado, la unión de los arzobispos con el obispo de Roma; por otro lado, representa al cordero que el buen pastor ponía sobre sus hombros, y que tanto los salmos (22, 1-6) como el evangelio de Juan (10, 1-18), han descrito como actitud del Buen Pastor por excelencia que es Dios. En esta oportunidad, durante la misa que presidió el Papa recibieron el palio 40 arzobispos, de los cuales 16 son latinoamericanos: 7 de Brasil, 4 de Colombia, 2 de Chile, 1 de Ecuador, 1 de Guatemala y 1 de Argentina.

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ESCRIBEN LOS OBISPOS “ … Considero la revista HUMANITAS como una de las fuentes más útiles en mi biblioteca de revistas, informando mis deliberaciones sobre los grandes rasgos del noble combate caritativo”. Daniel E. Flores, STD Obispo Auxiliar de Detroit, Michigan EE.UU. Obispo designado de Brownsville, Texas, EE.UU.

“…Con mucha gratitud he recibido la Revista HUMANITAS que aprecio y valoro por su contenido”. Juan Francisco Sarasti J. Arzobispo de Cali

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“ … Aprecio mucho (…) la excelente calidad gráfica de la revista y el alto valor de su contenido intelectual”. José G. Martín Rábago Arzobispo de León, México

“ … Na oportunidade, apresento votos de êxito para os todos os trabalhos e projetos dessa Universidade, contando sempre com as bêncaos de Deus e a protecao da Virgem Santíssima”. Raymundo Card. Damasceno Assis Arcebispo de Aparecida, SP, Brasil

“ … HUMANITAS realmente presenta en forma actualizada y dinámica el pensamiento cristiano y ayuda, sin duda, a estar al tanto del accionar en el hoy del Reino (…) Es un gran aporte a la Iglesia y a la humanidad. Le quedo muy agradecido por el gesto de solidaridad con esta Iglesia”. Jesús Pérez Rodríguez, O.F.M. Arzobispo de Sucre, Bolivia

“ … Tenga la seguridad de mis oraciones por los frutos de esta importante iniciativa en bien de la Evangelización de la Cultura, así como por sus benefactores”. José Antonio Eguren Anselmi, S.C.V. Arzobispo Metropolitano de Piura, Perú

“ … Por medio de la presente le exteriorizo mi más sincero agradecimiento por hacerme llegar la Revista HUMANITAS, obra ejemplar en la que se muestra la Cultura Cristiana de la Pontificia Universidad Católica de Chile; al mismo tiempo felicito a todos quienes hicieron posible que esta inigualable obra llegue a su exitoso término”. Luis Antonio Sánchez, SDB Obispo de la Diócesis de Tulcán, Ecuador

“…La tarea realizada por HUMANITAS es un horizonte abierto para que todos los que buscamos llegar con el Evangelio a nuestros pueblos, nos movamos dentro de los espacios de la cultura y con claridad, de modo que podamos dar razón de nuestra esperanza”. Fabio Luescún Mutis Obispo Castrense de Colombia

“ … Me alegro mucho y le felicito por la obra que vienen realizando a favor del bienestar de los cristianos a través de esta revista”. Rubén Salazar Gómez Arzobispo de Barranquilla, Colombia

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Cardenal Angelo Scola Nuevo arzobispo de Milán

de la Universidad de Friburgo, profesor de antropología teológica del Instituto Juan Pablo II para los Estudios sobre el matrimonio y la familia en la Universidad Pontificia Lateranense. El Papa Juan Pablo II lo nombró obispo de Grossetto en 1991, después se convirtió en rector de la universidad Lateranense y presidente del Instituto Juan Pablo II y fue nombrado patriarca de Venecia en 2002. Juan Pablo II lo creó cardenal en 2003. Fue presidente de la conferencia episcopal de la región de Triveneto y miembro del proyecto cultural de la conferencia episcopal. Es miembro de varios dicasterios romanos: para el culto divino y la disciplina de los sacramentos, para el clero, de la cultura, para la nueva evangelización y para la familia. También es miembro del Consejo de Consultores y Colaboradores de Revista HUMANITAS desde sus inicios.

Benedicto XVI nombró al hasta ahora patriarca de Venecia, el

Paray-Le-Monial, France Madre Teresa de Calcuta habló a los sacerdotes

cardenal Angelo Scola, arzobispo de Milán. Sustituye en el cargo al cardenal Dionigi Tettamanzi, que había presentado su renuncia al Papa por motivos de edad. El cardenal Scola, de 69 años, estará al frente de esta diócesis italiana, de unos cinco millones de católicos, una de las más grandes del mundo. Al recibir el nombramiento el nuevo arzobispo dirigió unas palabras a su diócesis de Venecia y a “la Iglesia de san Ambrosio” y al cardenal Tettamanzi. Admitió que dejar Venecia después de una década no está exento de “sacrificio”, pero añadió que vuelve también a su “Iglesia madre”, donde nació, viniendo “a la vida y a la fe”. Destacó su obediencia al Papa y a Cristo, afirmando que “comunicar la belleza, la verdad y la bondad de Jesús resucitado es el único objetivo de la existencia de la Iglesia y del ministerio de sus pastores” y que “la razón de ser de la Iglesia, pueblo de Dios en marcha, es la de hacer resplandecer en su rostro a Jesucristo, luz de las naciones”. Se confió a la oración de todos, especialmente de las familias de todo el mundo que se encontrarán en Milán en 2012. Y se comprometió a ejercer su ministerio “favoreciendo la unidad multiforme” y siendo consciente de “la importancia de la Iglesia ambrosiana para los desarrollos del ecumenismo y del diálogo interreligioso”. El cardenal Angelo Scola, próximo a Comunión y Liberación, nació en la diócesis de Milán en 1941. Realizó sus estudios de Filosofía en la universidad católica del Sagrado Corazón de Milán y los de Teología en el seminario de Saronno y en la ciudad suiza de Friburgo. Fue ordenado sacerdote en 1970 para la diócesis de Teramo. Ha sido director del Instituto de Estudios para la Transición (ISTRA), de Milán, miembro del comité directivo de la edición italiana de la revista Communio, asistente de la cátedra de Teología fundamental

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Durante la visita realizada por la M. Teresa de Calcuta en 1986 a un grupo de sacerdotes en el Santuario de Paray-LeMonial, Francia, esta querida beata, tan cercana al beato Juan Pablo II, les recordó la importancia de su sacerdocio. Reproducimos con la autorización de Mother Teresa Center sus palabras que pueden también leerse en http://www. motherteresa.org/Creative_Presentation/Parelemonial/ fr_P.html

“Pidamos a Nuestra Señora que nos dé un corazón tan hermoso, tan puro, tan inmaculado, tan pleno de amor y de humildad, para que amemos a Jesús como Ella lo amó. “Hace algunos años, el Presidente de Yemen me pidió que le diera hermanas. Este lugar había estado sin sacerdotes y


monjas por 600 años: ningún tabernáculo ahí, ninguna iglesia, ninguna parroquia. Completamente musulmán. Le dije al Presidente: Estoy lista para darle las hermanas si usted permite que un sacerdote venga con nosotras, porque sin Jesús no vamos. Y entonces el Presidente decidió: sí. Y yo no había antes entendido la grandeza del sacerdote tal como lo vi en Yemen. En cuanto vino el sacerdote hubo tabernáculo, hubo altar, hubo Jesús; durante todos esos años no había altar, no había tabernáculo, no había Jesús. Y ahora tenemos tres casas allí y tenemos tres tabernáculos, y la gente que acude a trabajar ahí está usando nuestro lugar como centro de oración. “Esta es la grandeza del sacerdote. Durante el Sínodo le pedí al Santo Padre: Danos sacerdotes santos y nosotras las hermanas y nuestras familias seremos santos; porque sin sacerdotes no tenemos a Jesús, sin sacerdotes no tenemos absolución, sin sacerdotes no podemos recibir la Santa Comunión, de modo que la grandeza del sacerdote es algo maravilloso. “Tuve la misma experiencia en Etiopía, porque en algunos lugares los misioneros habían sido expulsados y las iglesias, cerradas. Le pregunté al Gobierno: “¿Qué sucede con la gente pobre? Estoy lista para darle hermanas.” Entonces dijeron que “sí, usted puede ir.” Entonces yo dije: “Pero usted sabe que no puedo ir sin sacerdotes.” Y así llegaron los sacerdotes y la iglesia fue abierta otra vez. Vean la grandeza y la necesidad de santidad, de que el sacerdote esté presente para dar a Jesús a nuestra gente; necesitamos al sacerdote para que nos enseñe cómo rezar, cómo vivir una vida de santidad y dar solamente a Jesús a la gente. En nuestra congregación ahora tenemos hermanas, hermanos y sacerdotes. “Y he visto que en Nueva York, tenemos una casa para quienes no tienen casa, donde cerca de doscientas personas de la calle acuden a comer, y va un sacerdote a hablarles un poco, y tenemos un tabernáculo con una pequeña capilla para ellos y mucha, mucha de esta gente de la calle que no había estado tan cerca de un sacerdote, han hecho confesiones de veinte, treinta, cuarenta años. Y lo veo de nuevo ahora en esa casa de SIDA , con estos enfermos de SIDA, hay un sacerdote que los visita —de nuestros sacerdotes que los visita— y esta gente que ha estado en la cárcel, que ahora esta amarga, y tan angustiada —pero nueve de ellos han muerto en nuestras manos en una muy hermosa muerte. ¿Quién les enseñó a morir hermosamente? El sacerdote, el sacerdote. Cuán puro vuestro corazón debe ser para poder decir: “Este es mi cuerpo,” cuán pura debe ser vuestra mano para levantarla y absolver, pues vamos a confesarnos, pecadores llenos de pecados, y salimos de la confesión, pecadores sin pecado. “Cuán grande es ser escogido por Cristo para sanar a Su gente.

Yo rezo mucho por los sacerdotes, porque siento que —estamos en setenta y cinco países y puedo ver en todas partes el hambre de la gente por Dios y en muchos de esos lugares no hay sacerdotes— por tanto rezamos mucho para que podamos recibir sacerdotes realmente santos, porque la gente está hambrienta de Dios. Y también estoy muy agradecida a los sacerdotes porque han hecho mucho por nuestra congregación, entrenando a las hermanas a vivir la vida de la verdadera religiosa; y cada primer viernes, en víspera del primer viernes, nos preparamos de una manera especial y rezamos especialmente por los sacerdotes; tenemos adoración en la noche, y rezamos especialmente por los sacerdotes. Recen ustedes por nosotras —Dios nos ha bendecido con muchas, muchas, muchas vocaciones— para que no vayamos a echar a perder la obra de Dios, que podamos crecer y ser humildes como María y santos como Jesús”. In Memoriam Verónica Chaparro Poblete Pedimos una oración por el descanso del alma de la Sra. Verónica Chaparro Poblete a cuyo talento y dedicación mucho debe la hermosura de las páginas de Humanitas.

“CREO” Iconos de Gerardo Zenteno en UC

Para buscar una instancia de reflexión y oración, se presenta hasta el 13 de agosto, en la Galería del Centro de Extensión de la Pontificia Universidad Católica de Chile, una exposición de Iconos, obras de Gerardo Zenteno. Estructurada a partir de la oración Credo, el iconógrafo entrega a través de la palabra reflejada en textos escogidos de la Sagrada Escritura, y de imágenes representadas por santos

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¿TODO EL MUNDO TIENE DERECHO A SABER TODO ACERCA DE TODO?

Diversos acontecimientos recientes me invitan a hacer una reflexión sobre un tema complejo que pone en juego conceptos como “transparencia”, “privacidad”, “reserva”, “discreción” y “secreto”. Dichos conceptos entrelazan relaciones nada simples de definir entre “derechos” y “deberes” que articulan la convivencia tanto en el plano personal como a nivel social. ¿Todo el mundo tiene derecho a saber todo acerca de todo? Me parece que la respuesta negativa es obvia. Y entonces, ¿cuál es el origen de que existan ámbitos “reservados”? En ciertos casos ese origen está en la naturaleza misma del ser humano, en su dignidad y en su autonomía. Verse en la necesidad de hacer públicos determinados aspectos de nuestra vida y de nuestra actividad, sería establecer una dependencia esclavizante y un desconocimiento de la libertad de cada cual. Hay otros casos en que la “reserva” o incluso el “secreto” son exigidos por la legítima autoridad, precisamente para salvaguardar el bien común. Podrían ponerse como ejemplos el ámbito de los secretos militares, la conducción de ciertas negociaciones entre Estados, los servicios secretos, etc. En la vida de la Iglesia, hay ciertos asuntos que están protegidos por el “secreto pontificio”, como una forma legítima de proteger la libertad de quienes deben tomar algunas decisiones muy importantes, o de garantizar el respeto debido a quienes proporcionan determinadas informaciones. La reserva puede tener también su origen en una relación contractual, como es el caso en que una persona confía a otra una información bajo la condición de que no la revelará a terceros. Este caso es vecino al del llamado “secreto profesional”, que cubre aquello acerca de lo cual una persona se entera porque alguien se lo confía en virtud de su competencia profesional. El caso máximo del secreto profesional es el secreto que protege aquello de lo cual un sacerdote se entera, en materia de pecados, a través del sacramento de la confesión. Pero hay muchas materias en que la “reserva” es exigida por la naturaleza misma de las cosas, por el respeto a la dignidad de las personas y a su legítima privacidad. La gestión de los propios intereses económicos, mientras no contradigan lo dispuesto por leyes legítimas o amaguen las exigencias del bien común es un campo en que la privacidad deber ser respetada, pues de lo contrario prevalecería un ambiente de desconfianza que terminaría por ahogar la convivencia social. Las mentalidades totalitarias son renuentes a reconocer el derecho a la privacidad, pues tener a su disposición una información total sobre los ciudadanos es la clave para controlar su vida hasta en los más mínimos detalles, lo que conduce a avasallar la libertad de las personas y a afianzar cualquier tipo de tiranía. En la vida moderna y considerando el desarrollo de los medios de comunicación y de la industria de la información, el ejercicio de la actividad periodística constituye un condicionamiento importante para los ámbitos de la “reserva”. Es obvio que la información acerca de los asuntos que atañen al bien común constituye un aporte importante para la erradicación de la corrupción en sus variadas formas. Publicar los abusos, las malversaciones o las maniobras incorrectas o corruptas, es una contribución al saneamiento de la actividad política y financiera del Estado y esa contribución es expresión de la libertad de expresión y de información. Sin embargo es preciso reconocer que en ocasiones una información desmedida, sesgada, parcial o tendenciosa puede alentar el apetito enfermizo o de conocer hasta en sus ínfimos detalles determinados hechos, de suyo reprobables o ilegítimos. El sensacionalismo es una deformación del legítimo derecho a informar y a ser informado. Naturalmente es extremadamente difícil establecer reglas fijas o cuasi matemáticas en la materia, y la mejor salvaguardia será siempre la

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correcta formación moral del comunicador. Si hay una norma que debería tener universal aceptación, ella sería la de no hacer a otro lo que no nos gustaría que otro nos hiciera y, al revés, de tratar a los demás como nos agrada que los demás nos traten. Hay que tener presente que no son raros los casos, históricamente hablando, en que se ha abusado del secreto para cubrir actuaciones ilegítimas o para amparar intereses personales o de grupos, sojuzgando a personas o encubriendo acciones reñidas con el bien común. Mientras la “reserva” y la “privacidad” son expresiones de derechos de las personas y de respeto a su dignidad, el “secretismo” —es decir el secreto empleado para proteger intereses espurios— es una expresión de egoísmo personal o colectivo, e instrumento de dominación y de desprecio de la legítima libertad de las personas. Será útil, aquí, decir algo acerca de la “discreción”. Esta palabra, de origen latino, deriva del verbo “discernir” que significa separar. Hacer un discernimiento es analizar una realidad para separar los elementos válidos de aquellos que no lo son: es “discreta” una persona que es capaz de hacer discernimiento y de analizar con objetividad. En el caso de la información, se trata de hacer un juicio razonado y razonable acerca de qué información contribuye al bien común, y en qué medida contribuye a él, y de evaluar las ventajas y desventajas, siempre con miras al bien común, de dar una información objetivamente veraz y proporcionada. Se ha de presuponer que una información veraz y objetiva es una contribución valiosa al bien común. Sería desventajoso lo que contribuye al sensacionalismo, estimulando curiosidades que pudieran ser enfermizas. La palabra de Jesús de que “la verdad nos hace libres”, será siempre válida pero sin olvidar que el mismo Jesús optó en alguna ocasión por actuar con reserva, como cuando lo hizo secretamente en uno de sus viajes a Jerusalén (Jn. 7, 10). Y sin olvidar la actitud reservada de San José, cuando se enteró de la gravidez de la Virgen María (Mt 1, 19-24) JORGE CARD. MEDINA ESTÉVEZ

iconos, las grandes verdades de la fe que, en una oración común, unen tanto a la iglesia Católica como a la Ortodoxa. Gerardo Zenteno, de vasta trayectoria artística, presenta las grandes verdades de la fe, reveladas por Dios a los hombres, desde la creación hasta la fe en Cristo crucificado y resucitado, presente entre nosotros hasta su venida gloriosa. Los iconos, santas imágenes, están pintadas de acuerdo a antiquísimas normas, hoy completamente vigentes, heredando la tradición iconográfica de los santos, los mártires y de los apóstoles mismos (recordemos que San Lucas es el primer iconógrafo ). Sus formas y colores no dependen simplemente de la imaginación y del gusto iconográfico, sino que han ido pasando de generación en generación en obediencia a la enseñanza de la Iglesia. La primera ocupación del iconógrafo no es darse a conocer, sino proclamar el Reino de Dios, el Evangelio, a través de líneas y colores.

Croacia La crisis de la conciencia, crisis de Occidente

Benedicto XVI explicó en su primer día de visita apostólica en Croacia, a inicios de junio pasado, que la actual crisis de la conciencia, provocada por la reducción de la búsqueda de la verdad a algo subjetivo y relativo, constituye la actual crisis de Occidente y de la misma democracia. “La calidad de la vida social y civil, la calidad de la democracia, dependen en buena parte de este punto ‘crítico’ que es la conciencia, de cómo es comprendida y de cuánto se invierte en su formación”, afirmó. Sus palabras resonaron en el lugar más representativo de la cultura de ese país, el neobarroco Teatro Nacional Croata, durante el encuentro que el pontífice mantuvo con exponentes de la sociedad

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civil, del mundo político, académico, cultural y empresarial, con el cuerpo diplomático y con los líderes religiosos. “Si la conciencia, según el pensamiento moderno más en boga, se reduce al ámbito de lo subjetivo, al que se relegan la religión y la moral, la crisis de Occidente no tiene remedio y Europa está destinada a la involución”, advirtió el Santo Padre, en un encuentro que estuvo salpicado por interpretaciones musicales sinfónicas. “En cambio, si la conciencia vuelve a descubrirse como lugar de escucha de la verdad y del bien, lugar de la responsabilidad ante Dios y los hermanos en humanidad, que es la fuerza contra cualquier dictadura, entonces hay esperanza de futuro”, siguió diciendo. La conciencia, añadió, es también “clave para el desarrollo cultural y la construcción del bien común”. Por este motivo, indicó, “en la formación de las conciencias, la Iglesia ofrece a la sociedad su contribución más singular y valiosa”, motivo por el cual la Sagrada Escritura es el “gran código” de la cultura europea. Así puede entenderse que la comunidad está fundada “en el don, no en el interés económico o en la ideología, sino en el amor”, que es “la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad”. “Esta lógica de la gratuidad, aprendida en la infancia y la adolescencia, se vive después en otros ámbitos, en el juego y el deporte, en las relaciones interpersonales, en el arte, en el servicio voluntario a los pobres y los que sufren”, reconoció. Esta visión de la realidad “se puede manifestar en los ámbitos más complejos de la política y la economía, trabajando por una polis que sea acogedora y hospitalaria y al mismo tiempo no vacía, no falsamente neutra, sino rica de contenidos humanos, con una fuerte dimensión ética”, concluyó el Papa.

Hungría y Francia Constituciones a favor de la vida y el matrimonio escandalizan a la Unión Europea

Hungría aprobó una nueva Constitución que prohíbe el matrimonio homosexual y protege la vida humana desde la concepción, un hecho que no tiene precedentes y que ha conmocionado a la Unión Europea y provocado una violenta reacción de parte de los grupos a favor del aborto y activistas homosexuales en todo el mundo. La nueva Constitución, que fue aprobada el 25 de abril de 2011, protege el derecho a la vida desde del momento de la concepción. No sólo esto, defiende el matrimonio, prohíbe la eugenesia y se refiere abiertamente, en su Preámbulo, al Cristianismo. Como tal, no solamente rechaza el comunismo ateo, también desafía la versión del humanismo secular de la Europa Occidental. “Hemos participado en un momento histórico”, declaró el portavoz parlamentario Laszlo Kover a la agencia de noticias Associated Press. “La nueva Constitución se basa en nuestro pasado y tradiciones, pero busca y contiene respuestas a problemas actuales mientras que mira al futuro”. Por otra parte en Francia, la Asamblea Nacional de ese país rechazó el 20 de junio pasado una propuesta de ley planteada por el Partido Socialista para aprobar el matrimonio homosexual. La iniciativa obtuvo 222 votos a favor y 293 en contra. Los parlamentarios contrarios a su aprobación han definido al matrimonio como “una institución” encargada de “la protección del más débil, empezando por la mujer”. Una de las voces contrarias al documento, el diputado de la UMP Michel Diefenbacher, ha aclarado que la formación está “contra la homofobia”, pero que no por ello quieren cambiar “la imagen y la función del matrimonio”.

“Renovar la esperanza” Congreso sobre el Corazón de Jesús

Durante los días 6 a 11 de octubre se celebrará en Paray-le-Monial un nuevo Congreso sobre el Corazón de Jesús en el que todo el mundo es invitado a la cuna de esta devoción para reflexionar sobre el amor de Dios y promover una civilización del amor en sus familias y sociedades. El padre William Petrie, superior provincial de la Provincia del Este de la Congregación de los Sagrados Corazones de Jesús y María de Estados Unidos y uno de los organizadores y ponentes

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del congreso, explicaba a la agencia Zenit que el congreso tiene como objetivo renovar la esperanza en el conocimiento del amor incondicional de Dios por la humanidad en todo el mundo a través de la promoción de la amistad personal con Jesucristo, focalizado en las familias, y en la misión a nivel mundial de llevar este mensaje a todo el mundo mediante la renovación del movimiento de entronización del Corazón de Jesús en los hogares iniciado por el padre Mateo Crawley.


Monseñor Fernando Chomali Nuevo Arzobispo de Concepción

El 28 de mayo asumió como nuevo arzobispo de Concepción, monseñor Fernando Chomali Garib, que hasta ese momento se desempeñaba como obispo auxiliar de Santiago.

Monseñor Fernando Chomali Garib nació el 10 de marzo de 1957 en Santiago de Chile. Tras titularse como Ingeniero Civil en 1981 en la Pontificia Universidad Católica de Chile, ingresó al Seminario Pontificio Mayor de Santiago en 1984 y fue ordenado sacerdote por el arzobispo de Santiago, cardenal Carlos Oviedo Cavada, el 6 de abril de 1991. Obtuvo su Licenciatura en Teología Moral de la Academia Alfonsiana, de la Pontificia Universidad Lateranense de Roma en 1993, y posteriormente, en 1994, el grado de doctor en Sagrada Teología, de la Pontificia Universidad Gregoriana, de Roma. En 1998 le fue otorgado el grado de Master en Bioética por el Instituto Juan Pablo II, de la Pontificia Universidad Lateranense.. El 6 de abril de 2006 el Papa Benedicto XVI lo nombró obispo auxiliar de Santiago. Es miembro del Consejo de Colaboradores y Consultores de revista HUMANITAS.

COMITÉ PERMANENTE DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE CHILE

DECLARACIÓN SOBRE EL MATRIMONIO HOMOSEXUAL TODO SER HUMANO TIENE DERECHO A SER PERSONA

El presidente de la Conferencia Episcopal de Chile, Mons. Ricardo Ezzati, hizo pública una declaración, el 6 de junio pasado, en nombre de todos los obispos de Chile, sobre el proyecto de ley contra la discriminación que actualmente se encuentra en discusión en el Congreso Nacional. El documento del Comité Permanente de la CECh, realizado por acuerdo de la Asamblea Plenaria, que tiene como título “Todo ser humano tiene derecho a ser persona”, comienza destacando que “una ley que establezca medidas contra la discriminación cuenta con todo nuestro apoyo. Todos fuimos creados con igual dignidad, a imagen y semejanza de Dios. Buscamos por lo tanto una sociedad más justa, humana y fraterna, en la cual nadie sufra la exclusión, la burla, el desprecio ni menos el castigo, simplemente por ser diferente”. Sin embargo, “consideramos que el actual proyecto de ley requiere ser perfeccionado, de manera que la igualdad en dignidad de toda persona, que es el fundamento de la convivencia, no sea invocada erradamente contra derechos inherentes a la naturaleza humana. (…) En virtud de leyes de formulación imprecisa, el justo rechazo a la discriminación ha sido esgrimido eficazmente en algunos países para, entre otros propósitos, afectar la esencia del matrimonio como unión entre un varón y una mujer, abierta a la generación de hijos conforme a su naturaleza”. De esta manera, los pastores proponen, respetuosamente, “que la ley no utilice términos ambiguos, que son susceptibles de interpretaciones arbitrarias, por ser ajenos a nuestro ordenamiento jurídico, tales como las palabras ‘género’ y ‘orientación sexual’. La ley debe expresar lo que pretende con términos claros e inequívocos. “Todo auténtico derecho humano respeta la naturaleza del ser humano y de las comunidades primarias que éste conforma, como es el matrimonio y la familia. La naturaleza humana contiene una verdad y genera una fuerza contra la que nadie, ni siquiera las leyes, pueden erigirse. Cuidémosla. La experiencia universal lo demuestra, acumulando inmensos sufrimientos y nocivos extravíos en virtud de leyes que han favorecido acciones contrarias a ella”, concluyen los obispos del Comité Permanente. Puede leer el texto completo de la declaración en www.humanitas.cl

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CARDENAL STEPINAC

EL PAPA LIBERA LA FIGURA DEL BEATO DE LOS PREJUICIOS IDEOLÓGICOS

En su último encuentro en Zagreb, en junio pasado, Benedicto XVI sintetizó el mensaje que ha traído en el testimonio dejado por un mártir, el beato cardenal Alojzije Stepinac (1898-1960), voz alzada contra el fascismo y el comunismo. “Por su firme conciencia cristiana, supo resistir a todo totalitarismo, haciéndose defensor de los judíos, los ortodoxos y todos los perseguidos en el tiempo de la dictadura nazi y fascista, y después, en el período del comunismo, ‘abogado’ de sus fieles, especialmente de tantos sacerdotes perseguidos y asesinados”, afirmó el Papa. La visita del Santo Padre al país ha servido para aclarar el papel histórico de ese arzobispo de Zagreb entre 1937 y 1960, a quien el régimen comunista encarceló, fallecido a causa de la enfermedad contraída en la cárcel. Durante décadas se ha propagado la acusación por la que fue encarcelado al llegar al poder los comunistas al final de la Segunda Guerra Mundial: colaboración con el régimen Ustacha de Ante Pavelic, títere de Hitler y líder del Estado Independiente de Croacia durante la Segunda Guerra Mundial. La propaganda comunista sobre Stepinac, creado cardenal por el papa Pío XII en 1952 (motivo por el que Yugoslavia rompió relaciones diplomáticas con la Santa Sede), dejó sentir su influencia en la polémica mediática que surgió en 1998, cuando Juan Pablo II lo beatificó, declarándolo mártir. Estas influencias ideológicas todavía se pueden constatar en algunas de las biografías de Stepinac publicadas, según idiomas, por Wikipedia. Mientras que la versión española presenta al cardenal como colaborador del Eje nazi, en croata aparece como la voz que se alzó en su país contra las leyes nazis y la persecución de los judíos. En inglés, la enciclopedia colaborativa subraya su obra a favor de los judíos y los perseguidos del nazismo, aunque le presenta como colaborador del régimen Ustacha; algo en lo que difiere la edición en francés, mostrando cómo apoyó al Estado Independiente Croata, pero condenó con fuerza los atropellos de su régimen. Superación de las ideologías Pasada la guerra fría, así como las sangrientas tensiones ideológicas de la guerra croata de independencia de la antigua Yugoslavia (1991-1995), la visita de Benedicto XVI ha contribuido a liberar su figura de cualquier manipulación política. Dedicó a su figura el último discurso pronunciado en Zagreb, antes de dirigirse al aeropuerto para la ceremonia de despedida, con motivo de la celebración de las Vísperas con obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y seminaristas en la Catedral de Zagreb, donde se encuentra la tumba de Stepinac. “Los méritos de este inolvidable obispo derivan esencialmente de su fe —aseguró el Papa—: él tuvo en su vida la mirada fija siempre en Jesús, y siempre se configuró con Él, hasta el punto de convertirse en una viva imagen de Cristo, también en sus padecimientos”. El obispo de Roma lo definió como “abogado de Dios en esta tierra, pues defendió tenazmente la verdad y el derecho del hombre a vivir con Dios”. Los artículos publicados en Croacia y en el exterior con motivo de esta visita del Papa muestran en estos días cómo la propaganda ideológica de la guerra fría comienza a fragilizarse, y se abre una nueva etapa en la que el principal interés comienza a ser la verdad histórica. A este objetivo debe contribuir el proceso de canonización de Stepinac, actualmente en curso. Monseñor Juraj Batelja, postulador de su causa de canonización, invita a leer los discursos o cartas del purpurado para descubrir en Stepinac a una de las voces que se elevaron con más fuerza a favor de la dignidad humana y contra el racismo en la Europa dominada por el nazismo. JESÚS COLINA

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La Civiltà Cattolica Padre Giuseppe Da Rosa S.J.

El Padre Giuseppe De Rosa (1921- 2011), antiguo redactor de La Civiltà Cattolica, falleció el 21 de marzo pasado. Nacido en una familia de Gorgoglione, entró a los quince años en el noviciado de la Compañía de Jesús de Vico Equense. Después de sus estudios y de su primera experiencia pastoral trabajó por 52 años en la La Civiltà Cattolica, para la cual llegó a escribir cerca de 16 mil páginas, manifestando siempre plena fidelidad al Magisterio y contribuyendo a la renovación de la revista. A su compromiso periodístico unió una profunda vida espiritual y un intenso esfuerzo apostólico. También HUMANITAS se benefició de algunos de sus trabajos. Pedimos una oración por su alma. Juan de Palafox y Mendoza Beatificación del obispo “defensor de los indios”

Benedicto XVI se unió espiritualmente desde la capital croata, el 5 de junio pasado, a la beatificación en El Burgo de Osma (España) del obispo de Puebla (México) Juan de Palafox y Mendoza (1602-1659), “defensor de los indios” y virrey en México, en tiempos de Felipe IV.

El pontífice calificó a Juan de Palafox como “luminosa figura de obispo del siglo XVII en México y España”, “un hombre de vasta cultura y profunda espiritualidad, gran reformador, pastor incansable y defensor de los indios”. “El Señor conceda numerosos y santos pastores a su Iglesia como el beato Juan”, deseó el Santo Padre. La ceremonia de beatificación fue presidida por el cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, en representación del obispo de Roma. Participaron unas tres mil personas, además de doscientos sacerdotes, una treintena de obispos (entre ellos, el arzobispo mexicano de Puebla de los Ángeles), tres cardenales españoles y uno mexicano, así como el nuncio apostólico en España. Palafox nació en 1600 en la localidad navarra de Fitero y murió en El Burgo de Osma en 1653. Trece años después se abrió su proceso de beatificación. El 26 de febrero de 2009 el Vaticano reconoció como milagrosa la curación de un sacerdote —Lucas Fernández de Pinedo, enfermo de tuberculosis— por la intercesión de Juan de Palafox, y el 8 de febrero de 2010, el Papa aprobó esta beatificación. Juan de Palafox y Mendoza, nombrado obispo de Puebla de los Ángeles en 1642, desempeñó durante unos meses los cargos de virrey y arzobispo de México. Desempeñó asimismo el cargo de consejero del Consejo Real de Indias entre 1633 y 1653. Al regresar a España, fue obispo de Osma. Al inicio de la beatificación, el obispo de Osma-Soria, monseñor Melgar, glosó la biografía de Palafox, destacando su “generosidad” con los pobres y la huella imborrable que dejó en la diócesis. En su homilía, el cardenal Amato recordó el extraordinario espectáculo de santidad que ha ofrecido la Iglesia española en su larga historia y resaltó que Palafox sobre todo fue un santo, cuyo celo pastoral consistía esencialmente, citando sus mismas palabras, “en extirpar el mal y plantar lo que es santo y bueno”. Además identificó a Palafox como uno de los personajes más singulares de la santidad “porque en su vida experimentó la gloria de las cargas más elevadas y la humillación de la desgracia y el aislamiento, que acogió con fe heroica y con auténtico espíritu cristiano”. Nada más tener lugar la beatificación, se produjo la firma del hermanamiento entre las ciudades de El Burgo de Osma y Puebla de los Ángeles. El 22 de junio las reliquias del nuevo beato llegaron a México y serán veneradas en la catedral metropolitana de la capital, en San Miguel del Milagro, en Tlaxcala y en la catedral de Puebla.

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MATRIMONIO Y UNIONES DE HECHO

L a polémica sobre las uniones de hecho ha servido para aclarar que las personalidades y grupos que abogan por los derechos homosexuales no persiguen un simple reconocimiento jurídico de sus intereses patrimoniales, por medio de una unión civil, al modo de lo propuesto por el senador Allamand con el nombre de Acuerdo de Vida en Común. La iracundia suscitada contra el frustrado proyecto de Chadwick y Longueira, que intentaba incluir en la Constitución que el matrimonio es una unión entre hombre y mujer, terminó por demostrar que el propósito final de estos grupos es alcanzar la legitimidad simbólica que presta el estatuto de la unión conyugal. Esto debiera llevar a meditar a aquellos que, tanto en el gobierno como en la oposición, piensan que una forma de resguardar la heterosexualidad del matrimonio es mediante el reconocimiento legal de las uniones de hecho. El efecto de una legislación de este tipo no será ese, sino el contrario: acelerar la presión para demandar como siguiente paso el acceso al matrimonio y, por ende, a la adopción. Frente al retiro del proyecto de los senadores Chadwick y Longueira, hay que advertir que en estricto rigor no era necesario. Actualmente, nuestra Constitución contempla el matrimonio como base de la familia, es decir, como una unión capaz de descendencia mediante la procreación, y ello exige, no por discriminación sino por la naturaleza misma de las cosas, que se contraiga entre un varón y una mujer. La reforma propiciada puede ser útil para enfatizar o aclarar este punto, pero no porque añada algo que no esté contenido actualmente en el texto constitucional. La Constitución establece que la familia es el núcleo fundamental de la sociedad y consta de los antecedentes históricos que la norma hace referencia a la familia fundada en el matrimonio, entendido éste al modo de lo establecido por Andrés Bello en el Código Civil: un contrato solemne por el cual un hombre y una mujer se unen para vivir juntos, procrear y auxiliarse mutuamente. Adicionalmente, debe tenerse en cuenta que la Constitución ordena proteger los derechos contemplados no sólo en su texto, sino en los tratados internacionales de derechos humanos vigentes en Chile, con lo cual estos tratados son recepcionados en un ámbito de jerarquía análoga a la Carta Fundamental. Entre ellos, uno de los más importantes, la Convención Americana de Derechos Humanos o Pacto de San José de Costa Rica, después de señalar que la familia es el elemento natural y fundamental de la sociedad, dispone: “Se reconoce el derecho del hombre y la mujer a contraer matrimonio y a fundar una familia” (art. 17). Se trata por tanto de un derecho que sólo puede ejercerse con una persona del sexo opuesto. Se advierte que la heterosexualidad del matrimonio es una exigencia que forma parte de la actual normativa constitucional chilena, sin que se necesite de una reforma constitucional para introducirla. Esta realidad deberá ser tenida en cuenta por el Tribunal Constitucional, que en enero de este año, con motivo de un recurso de protección interpuesto por parejas homosexuales que intentaron infructuosamente contraer matrimonio, fue consultado por la Corte de Apelaciones de Santiago sobre la constitucionalidad de la ley civil que exige que el matrimonio se celebre entre un hombre y una mujer. Igualmente, Gobierno y Congreso debieran considerarla para excluir, como solución a las convivencias de hecho, el otorgamiento a las parejas homosexuales de un régimen legal análogo al matrimonio. HERNÁN CORRAL TALCIANI

Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio (8.VI.11)

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ENCUESTAS

Encuesta es una averiguación de lo que un segmento de la alguno de los profetas, esperó a que tan sólo uno, Pedro, inspirado población opina o desea respecto de personas o hechos determinados. Por su naturaleza tiene un valor fotográfico, descriptivo. Allí reside su utilidad y también su debilidad. Para personas con responsabilidad de liderazgo, una encuesta pone en cuestión la continuidad de sus tareas programáticas, las cuales tienen un carácter cinematográfico, secuencial y normativo. Jesucristo, reconocido como el principal líder del género humano en atención al número, vastedad, fidelidad y heroicidad de sus seguidores, manejó 3 encuestas y no hizo caso de ninguna. De su parábola de las vírgenes que esperan la llegada del novio, 5 de las cuales eran necias y 5 prudentes; y de su experiencia de haber sanado 10 leprosos, de los cuales sólo 1 volvió a darle las gracias, pudo haber extraído la conclusión de que el 50 por ciento de la gente es tonta, y el 90 por ciento mal agradecida. Igual insistió en ofrecer su enseñanza a doctos e incultos, discípulos y multitudes, buscando su adhesión más por la belleza intrínseca de la verdad que por el interés y efecto emocional de los milagros. Tampoco dejó de acoger, favorecer y perdonar a todos, sin discriminar por la retribución o agradecimiento de los beneficiarios. Y cuando por una encuesta se enteró de que la mayoría de la gente consideraba que El era sólo una reedición mejorada de Elías, de Juan Bautista o de

por Dios y no por los criterios humanos, lo reconociera como el Cristo, Hijo de Dios vivo. Y entonces, sobre él, fundó su Iglesia. El único criterio de decisión y acción era, para Jesús, la voluntad del Padre celestial: si el Padre lo quiere, si al Padre le gusta, si está dentro de la hora y del día que el Padre ha fijado, entonces se hace, sin importar las consecuencias o el pensar de la mayoría. Esa misma voz y voluntad del Padre resuena en el íntimo sagrario de todo hombre, su conciencia moral, ordenando hacer el bien y prohibiendo hacer o consentir el mal. A ella, y sólo a ella, obedece el líder. Es conductor, va delante de los demás y no en febril y servil seguimiento de las opiniones y deseos de mayorías siempre volubles, manipulables, desinformadas. Esa necesidad obsesiva de sentir la aprobación mayoritaria suele ser síndrome de inmadurez intelectual y emocional. También refleja y potencia servidumbre: “Those are slaves who dare not be in the right with two or three”: Martin Luther King, jr., inspiró su liderazgo en estos versos inspirados. Quien rehúsa actuar según la verdad cuando sólo dos o tres están de su lado, no es líder, es esclavo. Pablo, líder descollante del cristianismo, confirma: “si todavía buscara agradar a los hombres, ya no sería siervo de Cristo” (Gálatas 1, 10). RAÚL HASBUN

Cristiada Director del filme espera que película inspire defensa de libertad religiosa

El cineasta Dean Wright espera que su película Cristiada inspire la defensa de la libertad religiosa a través del testimonio de los hombres que dieron su vida por mantener su fe durante la persecución anticristiana que sacudió a México en la década de 1920. En una entrevista concedida a ACI Prensa, Wright —ganador del Oscar por su trabajo con los efectos especiales de El Señor de los Anillos— compartió detalles del filme que estrenará a fin de año y que presenta las historias de “cinco personas ordinarias que optaron por levantarse por (proteger) sus derechos”. “Cuando se encontraron envueltos en esta guerra civil, decidieron lo que harían y qué tan lejos querían llegar por mantener su libertad”, indicó el director y destacó el gran apoyo y

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entusiasmo de la población católica mexicana por la película que presenta uno de los períodos más difíciles para la Iglesia en el siglo pasado. El cineasta conoció la historia de la Guerra Cristera a través de su amistad con el productor mexicano Pablo José Barroso, quien le envió el guión del que es el primer filme en su carrera de director. Wright recordó que en 1926, el Presidente de México, Plutarco Elías Calles ­— interpretado por el panameño Rubén Blades—, impulsó leyes anticlericales que según recuerda Wright eran discriminatorias y constituyeron un ataque frontal contra la Iglesia Católica. “No hubo negociación y la gente se quedó en el medio”, afirmó y señaló que la gente protestó y marchó en las calles, lo que fue visto como amenaza para el régimen de Calles, que “respondió con violencia con un ataque contra una iglesia de Guadalajara. Decenas, si es que no cientos, fueron asesinados”. Los opositores a Calles se organizaron en armadas de “cristeros”, “soldados de Cristo” que se unieron para defender su libertad de religión. Tomaron el grito de “Viva Cristo Rey”, recordó. Wright asegura que decidió hacer la película inspirado por esta “gente increíble”. “Era gente común que debe enfrentar decisiones monumentales que no sólo los afectan como personas

y familias, sino a toda la comunidad y la nación”. Cristiada narra la historia de varios personajes complejos. Eduardo Verástegui interpreta al mártir laico Anacleto González Flores, un brillante abogado católico ejecutado en 1927 y beatificado por el Papa Benedicto XVI en 2005. El actor Andy García interpreta a Enrique Gorostieta Velarde, un general muy respetado y exitoso que lidera a los grupos de cristeros. Gorostieta era señalado como ateo y tenía reparos con la Iglesia pero asume el reto de restablecer el derecho a la libertad religiosa para todos y en el curso de la historia “lo vemos redescubrir no sólo el significado de su vida, sino el significado de su fe”. El actor Santiago Cabrera encarna al Padre José Reyes Vega, un sacerdote “nada santo” que toma las armas contra el gobierno anticlerical y comete serios errores. Peter O’Toole interpreta al Padre Christopher, un sacerdote que a diferencia del Padre José está comprometido con la paz. Eva Longoria encarna a Tulita, esposa del general Gorostieta. El reparto también incluye a Catalina Sandino y Oscar Isaac como el legendario cristero conocido como “el Catorce”. El tráiler oficial de Cristiada puede ser visto en http://www. youtube.com/watch?v=6pu4gst3FmI

A solicitud de los usuarios del sitio web de revista HUMANITAS, se encuentran a disposición en versión digital gratuitamente y completos, tres número dedicados al Beato Juan Pablo II.

Haga click en www.humanitas.cl

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El Beato Juan Pablo II recibe de manos del director de Humanitas un ejemplar del Nº31 (julio – septiembre 2003) íntegramente dedicado al jubileo de su pontificado.

GUZMÁN CARRIQUIRY

NUEVO SECRETARIO DE LA COMISIÓN PONTIFICIA PARA AMÉRICA LATINA

Benedicto XVI ha nombrado al doctor Guzmán Carriquiry Lecour, laico uruguayo, como nuevo secretario de la Comisión Pontificia para América Latina, según informó en mayo pasado la Oficina de Información de la Santa Sede. Se trata de un nombramiento inédito, pues la Comisión había tenido sucesivamente como vicepresidentes a tres arzobispos, mientras que ahora el Papa confía la responsabilidad de ser el más directo colaborador del cardenal Marc Ouellet, presidente de la Comisión, en cuanto prefecto de la Congregación para los Obispos, a un laico, casado, con cuatro hijos y ocho nietos. Creada en el año 1958, y reestructurada por Juan Pablo II el 18 de junio de 1988, la Comisión Pontificia para América Latina tiene por misión «estudiar de modo unitario los problemas doctrinales y pastorales que conciernen la vida y el desarrollo de la Iglesia en América Latina», colaborando así con las diversas estructuras del gobierno central y universal de la Iglesia católica y promoviendo los vínculos entre la Santa Sede y los diversos organismos supranacionales y nacionales especialmente interesados. Hoy día son ya cuarenta años que Carriquiry trabaja en el Vaticano, al servicio de la Santa Sede, en el Consejo Pontificio para los Laicos. Ha participado en las tres últimas Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano celebradas en Puebla (1979), Santo Domingo (1992) y Aparecida (2007). La importancia del cargo confiado al doctor Carriquiry se mide bien al considerar que el 40 % de los bautizados católicos viven en Latinoamérica. Guzmán Carriquiry es miembro del Consejo de Colaboradores y Consultores de revista HUMANITAS desde sus inicios. Son numerosas sus publicaciones sobre asuntos culturales, eclesiales e internacionales, así como sobre los más diversos temas latinoamericanos.

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EE.UU. sobre el legado de Juan Pablo II En vista a la beatificación del Papa Juan Pablo II, los obispos de Estados Unidos crearon una página web para honrar la memoria del Pontífice. La web, creada por la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos, incluye un video con momentos clave de las visitas del Papa al país. También aparecen detalles biográficos y escritos del Pontífice, así como ensayos de su legado sobre las relaciones entre Oriente y Occidente, sobre los medios de comunicación, sobre el uso ético de la tecnología y sobre la misión social de la Iglesia. www.usccb.org/popejohnpaulii

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“L’Osservatore Romano” lanza su nuevo sitio web Con motivo del comienzo del séptimo año del pontificado de Benedicto XVI, celebrado el 19 de abril pasado, L’Osservatore Romano inauguró su nuevo sitio web. Apoyado eficazmente por el Servicio Internet Vaticano y por la sociedad informática Everett, el periódico de la Santa Sede será así accesible en sus diversas ediciones (además del diario, las semanales en italiano, inglés, alemán, francés, español, portugués y la mensual en polaco)”. Para las ediciones semanales y mensual “será posible activar en seguida suscripciones electrónicas”, mientras que “el acceso al diario en la red durante la tarde (hora de Roma), es decir, inmediatamente después de la publicación y antes de que llegue a los quioscos será gratuito hasta el próximo 31 de agosto (las suscripciones se activarán el 1 de septiembre)”. Los textos estarán disponibles en italiano y progresivamente en otros idiomas, partiendo del inglés. El primer número de L’Osservatore Romano salió en Roma el 1 de julio de 1861, pocos meses después de la proclamación del Reino de Italia (17 de marzo del mismo año). La publicación retomaba el nombre de una publicación privada anterior, publicada del 5 de septiembre de 1849 al 2 de septiembre de 1852, dirigida por el abad Francesco Battelli y financiada por un grupo católico legitimista francés. Los primeros números se componían de cuatro páginas. A finales de 1861, se eliminó el subtítulo “diario político-moral”, y aparecieron bajo la cabecera los lemas “unicuique suum” y “non praevalebunt”, aún presentes. En los inicios, L’Osservatore Romano no tenía una sede propia, y los primeros redactores trabajaban en la tipografía en la que se imprimía el diario. Desde 1862 la redacción se colocó en el palacio Petri en la plaza de los

Cruciferios, donde en seguida se implantaría la tipografía propiamente. El primer número se imprimió el 31 de marzo, fecha en la que a la cabecera se añadió la frase Giornale quotidiano [periódico diario, n.d.t.]. Durante el pontificado de León XIII, que adquirió la propiedad del diario y que desde 1885 hizo de él el órgano de información de la Santa Sede. www.osservatoreromano.va

Enciclopedia católica formato wiki Gracias al arduo trabajo que durante los últimos tres años han realizado un grupo de traductores, investigadores y expertos bajo la dirección de José Gálvez Kruger, ACI Prensa presenta una renovada y enriquecida Enciclopedia Católica (EC) en formato wiki. Con el lema «El mejor recurso para fortalecer tu fe», la Enciclopedia Católica que la agencia católica promueve desde 2000, presenta ahora un especial sobre los padres de la Iglesia, la vida de los papas desde Benedicto XV hasta Benedicto XVI y el Concilio Vaticano II. Otros de los temas que se pueden encontrar en EC son la sucesión apostólica, la escatología, la liturgia --con el fin de informar sobre este tema y desterrar abusos litúrgicosla apologética, y dentro de poco un especial sobre la Iglesia ortodoxa del que por el momento se presenta un avance. También cuenta con las obras del teólogo jesuita francés Bertrand de Margerie SJ, autor de «Introducción a la Historia de la Exégesis: los Padres Griegos y Orientales» los Padres de la Iglesia comentan el Credo», «El Corazón de María es el corazón de la Iglesia», «El Abandono a Dios» entre otros escritos, traducidos al castellano por el director de la EC, José Gálvez Kruger. El nuevo formato de la EC «wiki cerrado» quiere decir que en adelante sólo los editores inscritos podrán modificar, ampliar y/o editar los miles de entradas disponibles, que luego deberán ser aprobadas por el director. http://ec.aciprensa.com/wiki


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LIBROS Roca al rojo vivo LA POESÍA DE KAROL WOJTYLA

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eer la poesía de Karol 1978. Sin embargo, para él, EN MARZO DE 1958, CUATRO Wojtyla significa cubrir una poesía y vocación se alimentan MESES ANTES DE SER distancia que abarca al ser en siempre de un vínculo oculto, NOMBRADO ARZOBISPO su totalidad, a nivel estético y si bien vivo: “mi sacerdocio es DE CRACOVIA, WOJTYLA emocional, hasta llegar a toun sacramento y una vocación, HABÍA PUBLICADO EL POEMA car las fibras más íntimas del mientras escribir poesía es una PERFILES DEL CIRENEO. LA significado de la experiencia función del talento; pero es ese OBRA ESTÁ CENTRADA EN humana. He procurado demismo talento que determina la LA FIGURA DE SIMÓN EL mostrarlo en mi ensayo. En la vocación”, escribió en 1971. CIRENEO, VISTO COMO UNA melodía de la tierra – La poesía El interés de Wojtyla por la PODEROSA IMAGEN DEL de Karol Wojtyla (Jaca Book poesía surge en su primera HOMBRE CONTEMPORÁNEO. 2006). Wojtyla está asociado juventud. Su maduración se la EN REALIDAD, ÉL DESCRIBE por fecha de nacimiento con debe a M. Kotlarczyk, profesor 14 PERFILES DE “CIRENEOS” poetas conocidos por el púde lengua polaca en la escuela CONTEMPORÁNEOS: blico italiano como Czeslaw secundaria de Wadowice, con EL MELANCÓLICO, EL Milosz, Wislawa Szymborska quien más tarde dieran vida ESQUIZOIDE, LOS CIEGOS, y Tadeusz Rozewicz: poetas al Teatro Rapsódico. En sus EL ACTOR, LA MUCHACHA nacidos al inicio de los años poesías juveniles, los temas DECEPCIONADA EN SU AMOR, veinte, y que tuvieron que de la Patria, la resistencia, la LOS NIÑOS, DOS OPERARIOS, afrontar primero la invasión historia polaca se entrelazan UN INTELECTUAL, UN alemana y más tarde la ocucon inspiraciones más íntimas, EMOTIVO, UN VOLITIVO. pación soviética. Wojtyla, algunas marcadas por un sin embargo, a diferencia profundo y romántico sentide los otros, vivió su poesía miento por la naturaleza, gecasi en silencio, consagrado más a su elección nerando paz y armonía, en contraposición a los sacerdotal y después a las crecientes respon- oscuros nubarrones de guerra en el horizonte. sabilidades pastorales. Publicó sus obras con El joven Wojtyla vive en un mundo de fuerzas reticencia y bajo pseudónimo, que permaneció emotivamente envolventes. Su punto central en secreto hasta su elección al pontificado en deviene en el plano de la fe, donde encuentran

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HUMANITAS Nº 63 pp. 682 - 696


“Mi rostro, quemado por el desierto de sus almas... ¿Por qué no me quitáis vuestra cruz, como yo os la he quitado?” KAROL WOJTYLA, OBRA POÉTICA

composición y sentido. La poesía llega a ser ofertorio ardiente. El alma del artista -brasa ardiente, / roca al rojo vivo / necesita de las Palabras antes de ceñidas en estrecho lazo / impulsarlas al ritmo del Amor absoluto / - creando un poema ardiente / abrazar los corazones. / Lanzarlas así a los trovadores / que anuncien a todos los pueblos / la Verdad y la Libertad de las palabras y las visiones / Los versos, si bien intensos, a menudo son inmaduros. El mismo Wojtyla lo admite escribiéndole al maestro Kotlarczyk. No obstante, reconoce también una “llama que ha

sido encendida en mí”, y que él percibe como probable fruto de la “acción de la Gracia” a la cual “es necesario saber responder con humildad”. Continúa luego, “en esta dimensión, la lucha por la Poesía será la lucha por la Humildad”. En 1942, Wojtyla le anticipa al amigo y maestro Kotlarczyk que al año siguiente solicitaría al cardenal Sapieha iniciar su camino hacia la ordenación sacerdotal. En 1946, año de su ordenación, publica su primera obra de la madurez, Canción sobre el Dios oculto, escrita durante los años del seminario clandestino. Leyendo su producción

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desde 1946 al “Tríptico Romano”, podríamos eléctrica corriente / de río penetrante que corta escoger algunas posturas vitales y constantes. hasta las piedras, / y entenderás conmigo que toda La primera apunta a la mirada del poeta. Escri- la grandeza / del trabajo bien hecho es grandeza del be en el Canto: Tenéis que deteneros y mirar hacia hombre. La relación entre el hombre y la matelo profundo, hasta que no sepáis separar el alma del ria es sublime y arriesgada: ese hombre llevóse fondo. Allí ningún verdor podrá llenar la mirada. la estructura del mundo. Hasta la materia, las No importa que los ojos del poeta se esfuercen piedras lo saben porque conocen la violencia por tornarse más agudos: veo menos cuanto más que por ráfagas hiende su sencillez eterna. esfuerzo mi vista. El esfuerzo se inclina siempre Todas las fuerzas, aun las más indomables, hacia un umbral que solo se alcanza por medio pueden llegar a ser energía abrasadora para de una mirada abierta, maravillada, intensa, la profunda realización del hombre. capaz de tocar el fondo e involucrar el alma Un tercer tema fundamental nos habla de la incondicionalmente: nada relación con Cristo. En marzo podrá saciarla completamende 1958, cuatro meses antes WOJTYLA CREA UNA te. Es la mirada de estupor de ser nombrado arzobispo FENOMENOLOGÍA POÉTICA DEL que se convierte en el sentido de Cracovia, había publicado HOMBRE CONTEMPORÁNEO EN total de eternidad. El sentido el poema Perfiles del Cireneo. PEQUEÑOS PERO DENSÍSIMOS de la contemplación está en La obra está centrada en la CUADROS. CADA PERFIL ES EL dejarse sumergir en el mistefigura de Simón el Cireneo, DE UN CIRENEO QUE CARGA rio que se contempla. Wojtyla visto como una poderosa A SUS ESPALDAS SU PROPIO sostiene que el mayor sufriimagen del hombre contemYUGO Y ESCRIBE: SU PERFIL SE miento le viene al hombre de su poráneo. En realidad, él desDIBUJA SIEMPRE AL LADO DEL falta de “visión” (como leemos cribe 14 perfiles de “cireneos” OTRO HOMBRE. en Pensamiento – Extraño contemporáneos: el melancóespacio, de 1952) porque es lico, el esquizoide, los ciegos, incapaz de ver aquello que el actor, la muchacha decepmás importa y por eso debe luchar a fin de cionada en su amor, los niños, dos operarios, abrirse camino entre signos, quizás a tientas, un intelectual, un emotivo, un volitivo… […] en la oscuridad. No comprende así el sentido Wojtyla crea una fenomenología poética del del todo, de sí mismo, del mundo, de la vida. hombre contemporáneo en pequeños pero Un segundo tema se refiere a la obra del densísimos cuadros. Cada perfil es el de un hombre en la historia y en la vida, conside- cireneo que carga a sus espaldas su propio rada en toda su complejidad. El poema La yugo y escribe: su perfil se dibuja siempre al cantera de piedra compuesto en 1957 nos ofrece lado del otro Hombre. Más tarde, en 1978, en un ejemplo. Wojtyla conocía bien el trabajo La redención busca tu forma para entrar en la pesado. Para evitar ser deportado, entre 1939 inquietud de cada hombre, que fue publicado y 1944 trabajó como operario primero en las bajo seudónimo cuando el poeta ya había canteras, y después en la industria química sido elegido Pontífice, la figura de la VeróniSolvay, cerca de Cracovia. La experiencia ca toma el lugar del Cireneo: Y ahora espero marcó al joven Wojtyla, que más tarde revivirá el consuelo de tus manos / llenas de humildes en estos versos aquel trabajo como una dura empresas, / espero tus manos, que tiernamente realidad, pero también como rica metáfora / sostienen el sencillo velo. Aquí el rostro de en contrapunto entre la grandeza del trabajo Cristo se transforma en el rostro de cada y la dignidad humana. Escucha bien, escucha hombre de quien la Verónica es hermana: su

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velo atrae hacia sí toda la inquietud del mundo. El hombre es forma inquieta que ninguna mirada es capaz de escudriñar a fondo, pero el rostro de Cristo, grabado en el velo de la Verónica, traspasa a aquel que lo contempla, dando paz a su inquietud. El cuarto tema está asociado a la dimensión cósmica de la relación entre Dios, el hombre y el mundo entero. El mundo está repleto de energías ocultas, con audacia yo las estoy nombrando. De obispo, mientras administraba la confirmación, se siente ser un despensero. Toco fuerzas con que debe alimentarse el hombre. También el rostro de los fieles que reciben el sacramento, cuánta gente absorta, parecen ser potenciales de energía. En los rostros, marcados por el juego de las arrugas, sobre todo en los ojos un campo eléctrico vibra / También aquí la electricidad es un hecho – y es, a la vez, un símbolo. Es verdadero símbolo del pensamiento, del espíritu, de las fuerzas que existen en el hombre y sobre el cual actúa la presión de lo invisible, aprisionada atmósfera. En El Tríptico Romano, la última composición poética de Wojtyla, los temas precedentes se extienden entre los extremos del Principio y el Fin. El poeta se halla en el ingreso de la Capilla Sixtina, y la visión es la del Juicio: El Principio se confunde con el Fin. En la visión de Miguel Ángel, en la que se basa la medita-

ción poética, se ve el curso de las generaciones (Llegan desnudos al mundo y desnudos volverán a la tierra de la cual fueron sacados) hasta el Fin, la cumbre de la transparencia […] / La transparencia de los hechos - / La transparencia de las conciencias – Cada hombre es llamado a recuperar de nuevo esta visión. En su comentario al Tríptico escribió acertadamente el entonces cardenal Ratzinger: “El camino que conduce a la fuente es un camino para convertirse en videntes: para aprender de Dios a ver. Así aparecen el principio y el fin”. Dejándose conquistar por esta policromía sixtina, Wojtyla recuerda sus dos cónclaves e imagina el momento de su muerte. Las estructuras metafóricas de la poesía de Wojtyla en realidad no son “livianas”. Allí se entrelazan preguntas inquietantes y respuestas de gran intensidad espiritual. Por su sensibilidad, forman parte del grupo de la así llamada “poesía metafísica” (de Dante a John Donne, a T.S. Eliot), caracterizada por una imaginación metafórica según la cual la verdad abstracta se representa en forma de imágenes sensibles. Esta es, precisamente, una de las características de la poesía wojtyliana: partir de un objeto, un hecho, una persona y aprovechar la trama infinita de relaciones con el misterio de la existencia humana, con la estructura secreta del mundo. ANTONIO SPADARO, S.J.

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JUAN PABLO II HABLA A CHILE Con la autorización de sus editores, reproducimos el prólogo de Mons. Ricardo Ezzati Andrello, arzobispo de Santiago, al libro publicado por la Universidad San Sebastián en homenaje a Juan Pablo II, en el que se compilan todos los discursos pronunciados en diferentes ciudades de Chile durante su memorable visita apostólica en abril de 1986.

El 1º de mayo de este año 2011, Benedicto XVI anunció al mundo católico que el Siervo de Dios Juan Pablo II ha alcanzado el “alto grado” de la vida cristiana, es decir, la santidad. Por eso, su beatificación se alza como un signo de esperanza para la Iglesia que peregrina por los complejos caminos del hombre y de la mujer contemporáneos y se presenta como profecía de que es posible un seguimiento discipular del Maestro, hasta participar de su misma santidad. A seis años de su muerte, Juan Pablo II es presentado al mundo como un discípulo fiel de Jesús, como modelo de vida cristiana y como intercesor para toda la Iglesia. Chile ha ocupado un lugar singular en el ministerio petrino de Juan Pablo II. Desde el día del inicio solemne de su pontificado, el nombre y la situación de nuestra patria llegó a sus oídos y a su corazón de padre universal. Portavoz de la angustiosa situación que se vivía con la vecina y hermana República de Argentina, fue el Cardenal Arzobispo de Santiago, don Raúl Silva Henríquez que, en el momento de prestar su obediencia y respeto al Sucesor de Pedro, pidió su intervención a fin de evitar un conflicto fratricida entre países hermanos. Con inmensa gratitud, recordamos cómo él fue tejiendo caminos de entendimiento y de paz. El año 1987, como mensajero de la vida y peregrino de la paz, Juan Pablo II llegó a Chile trayéndonos un mensaje de vida y de esperanza. En los días pasados en nuestro país, en cada encuentro sostenido con miles de personas de toda clase y condición, su voz se ha alzado como un anuncio profético de la vida abundante que Cristo Resucitado ofrecía a todos los chilenos, deseosos de superar los conflictivos momentos que vivían, para hacer de la patria un país de hermanos. Su grito y el gesto impresionante que lo acompañó, ante los ojos atónitos de los ochenta mil jóvenes que lo seguían, indicaba la imagen de Cristo, me parece la síntesis más feliz de su mensaje a Chile: “Mírenlo a Él”. También hoy, para todos, mirar a Jesús es garantía de vida y camino de auténtica solidaridad. La Universidad San Sebastián nos ofrece un precioso regalo: la edición íntegra de los discursos pronunciados por el Papa Juan Pablo II en su histórica visita a Chile, es un homenaje con ocasión de su beatificación y, al mismo tiempo, para nosotros, una fuente donde beber agua cristalina, y donde encontrar motivaciones auténticas para caminar hacia un futuro mejor para nuestra patria. La Universidad cumple, también de esta manera, su vocación de servicio. Para ella, nuestra gratitud. * Ediciones Universidad San Sebastián, Santiago de Chile, 2011, 271 págs.

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Juan Pablo II. En el corazón del mundo Angelo Card. Comastri Editorial San Pablo Bogotá, 2011 81 págs.

«¿Pero qué quiere? ¿Una efusión de sangre? ¿O quiere derrumbar al gobierno?». Es la queja del Secretario de Estado, Agostino Casaroli, con algunos Cardenales en Roma, mientras el Papa Wojtyla visitaba por primera vez Polonia en junio de 1979, convocando espontáneamente al pueblo polaco, y especialmente a los jóvenes, mucho más allá de cualquier protocolo diplomático. Recoge esta anécdota desde otra fuente [cfr. G. Svidercoschi, Un Papa che non muore, Milano 2009] el Cardenal Angelo Comastri en su último libro dedicado a Juan Pablo II, que lleva muy acertadamente el título «En el corazón del mundo». El autor parte recordándonos las palabras del inicio del pontificado porque nos revelan la clave del mismo: ¡Juan Pablo II estuvo en el corazón del mundo porque estaba en el Corazón de Cristo! El mismo, en la encíclica Redemptor hominis, confidenció a todos el tenor de sus pensamientos y sentimientos al momento de aceptar ser el sucesor de San Pedro: «A Cristo Redentor he elevado mis sentimientos y mi pensamiento el día 16 de octubre del año pasado, cuando después de la elección canónica, me fue hecha la pregunta: “¿Aceptas?”. Respondí entonces: “En obediencia de fe a Cristo, mi Señor, confiando en la Madre de Cristo y de la Iglesia, no obstante las graves dificultades, acepto”. Quiero hacer conocer públicamente esta mi respuesta a todos sin excepción, para poner así de manifiesto que con esa verdad primordial y fundamental de la Encarnación, ya recordada, está vinculado el ministerio, que con la aceptación de la elección a Obispo de Roma y Sucesor del Apóstol Pedro, se ha

convertido en mi deber específico en su misma Cátedra» (RH 2). Y cómo no recordar la homilía de inauguración del pontificado. Empezó diciendo: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Y concluyó: «¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo! Abrid a su potestad salvadora los confines de los Estados, los sistemas económicos y los políticos, los extensos campos de la cultura, de la civilización y del desarrollo. ¡No tengáis miedo! Cristo conoce «lo que hay dentro del hombre». ¡Sólo Él lo conoce!». Juan Pablo II sabía qué era asumir su ministerio en un siglo de ateísmo de masas: pero tiene la certeza de que justamente en este siglo emerge una gran necesidad de Dios. Estaba seguro que «El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre» (GS 22). Tenía todavía vivo en la memoria el recuerdo de aquel soldado ruso que, a pesar de haber estado inmerso en la propaganda antirreligiosa, había llegado en 1945 al seminario de Cracovia diciendo: «Yo sabía que Dios existe y ahora quiero aprender algo de Él». Y por esto estaba cierto de que si se dejara a Cristo hablar al corazón del hombre, todo hombre tiene la posibilidad de reconocer que “solo Él sabe” lo que hay en su corazón. «Este hombre es el primer camino que la Iglesia debe recorrer en el cumplimiento de su misión» (RH 14). Y este fue el camino que él recorrió. Estuvo así en el corazón del mundo desde el corazón del misterio de la Encarnación: por ende su estar en el corazón del mundo primariamente se manifestó dirigiéndose al corazón de todo hombre, hablándole, no apenas de Cristo, sino in persona Christi. Por eso recorrió tantos kilómetros como para dar la vuelta veintinueve veces al mundo, justamente para hablar al corazón de todo hombre; por eso fue peregrino hasta en tierra islámica, y habría querido peregrinar también a Rusia y a China. Mas, con gran dolor suyo, no se pudo. Como el corazón tiene que responder libre y personalmente, por eso en el gran jubileo del año 2000 preguntó a los jóvenes: “¿A quién buscáis? “ Uno de ellos dejó en su tumba este mensaje: «… Nos dijiste: “¿A Quién buscáis?”. Con pocas palabras nos invitaste a aclarar nuestras dudas y nuestras incertidumbres». Sin embargo el corazón del mundo también implica las circunstancias del momento presente. Con los primeros dos viajes desplazó el baricentro de la Iglesia hacia Oriente y hacia el Sur del mundo. La anécdota con la que empezamos esta reseña es bien indicativa de este desplazamiento: con ese viaje Juan Pablo II como que trizó la cortina de hierro: los acontecimientos de los años siguientes lo pusieron de manifiesto.

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Igualmente el primer viaje a México, en enero de 1979, especialmente en el discurso del 29 de enero en Oaxaca, escrito de nuevo durante la noche, después de un estremecedor encuentro con los indios y los campesinos, concluía: «Por parte vuestra, responsables de los pueblos, clases poderosas que tenéis a veces improductivas las tierras que esconden el pan que a tantas familias falta, la conciencia humana, la conciencia de los pueblos, el grito del desvalido, y sobre todo la voz de Dios, la voz de la Iglesia os repiten conmigo: no es justo, no es humano, no es cristiano continuar con ciertas situaciones claramente injustas». Manifestaba así su especial atención al Sur del mundo. En el corazón del mundo también significa en el corazón de la fragilidad humana. Por eso la palabra perdón atravesó su pontificado: desde el inicio, con el gesto con que perdonó a Ali Agca; hasta el final, cuando en el gran jubileo del año 2000, pidió perdón por todos los pecados cometidos a lo largo de la historia de la Iglesia, del pueblo cristiano. De verdad en el corazón del mundo, en el corazón de nuestra fragilidad de hombres que sólo Cristo puede sanar. Finalmente, podemos convenir con el Cardenal Comastri que, justamente por estar en el corazón de Cristo, Juan Pablo II pudo estar en el corazón del mundo mucho más todavía con el calvario de su enfermedad y con su muerte, atrayendo más profundamente a todos hacia Cristo. El autor, que pudo ver desde muy cerca todo esto, describe con esta oración de Santa Teresa de Lisieux, lo que vio vivir al Papa: «Pido a Jesús de atraerme en el fuego de su amor… siento que cuanto más le diré ‘Atráeme’ tanto más las almas que se acercarán a mí correrán ellas también rápidamente al aroma del perfume de su amado». El acontecimiento de su funeral y de su Beatificación dan fe de esto. ¡Sí, en el corazón del mundo, porque en el Corazón de Cristo! Antonio Giacona Adquirir vía Internet en http://www.sanpablo.com.co/

Mousiké Karol Wojtyla Traducción y estudio crítico de Bogdan Piotrowski Universidad de la Sabana Bogotá, 2008 148 págs

Difícil pronunciarse sobre la obra poética de un Papa. Máxime tratándose de Juan Pablo II. El horizonte de expectativas del lector no sólo es muy alto, sino que está cargado —casi diría condicionado— por su figura, su vida y sus obras. Con todo, su amor por el arte y los artistas anima a superar este pudor. Mousiké son en verdad dos poemas; que aunque comparten título y elementos comunes, son distintos. El primero fue escrito en 1938 y el segundo al año siguiente, pocos meses después de la invasión alemana a Polonia. Entonces Karol Wojtyla era un joven estudiante, aunque los poemas dejan entrever una profunda visión del hombre, la creación y Dios mismo. Si bien el griego Mousiké designa al conjunto de las artes que, en Grecia, estaban bajo la protección de las musas, aquí refiere al género central —que es además tema, tópico y motivo— de los poemas: la música. Más bien: la Música; así, con mayúsculas. –¡Oh Música! ¡Melodía! ¡Música! ¡Tú, todopoderosa! ¡Armonía de la naturaleza! –Abrumas con peso de arpa vibrante, con tus cuerdas me raptas a otra parte, por encima de la tierra, al son del laúd suena el canto de mi alma.

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Como se advierte, no se trata de una creación humana. Pero tampoco se queda en la sola “armonía de la naturaleza”. La música que aquí se canta es la de Dios, que empapa toda la creación con sus acordes, ritmos y melodías: ¡Oh Señor! ¡Tú eres la más Alta Armonía! Tu música es la hija sempiterna –y desde las alturas de Tus esferas envías a la tierra la melodía de la felicidad.

El primer poema se inicia con la imagen de un pastor y su flauta. La evocación pagana es evidente pero el poeta, con generosa suavidad, nos va conduciendo al centro de lo que quiere ser su canto. Así, de pronto parece que estamos en la música de las esferas celestes, pero todavía hay un más allá... Un más adentro y más arriba... La música que vemos —valga la metáfora— es entonces la gracia, el Espíritu que todo lo vivifica, sin concesiones metafóricas ni lugares comunes. En la tierra del poema acecha otra melodía, sin embargo, “que asesina a la gente”. Es –no podría ser otra cosa dado lo dicho– la Desesperación. Una desafinación (un “rugido”, “no melodía”) que se precipita a la tierra como un buitre y es “maldita”. Es el mal, el “hálito maldito”. Sin embargo: Sosegadamente, en alguna parte, se despliega la melodía

El segundo poema, más largo que el anterior (casi el doble), también comienza con una imagen pagana: “Hacía calor. Los efebos semidesnudos / colaban el bronce fundido en los moldes de la forja”. Sin embargo, está precedida por una cita de la Escritura: “Y dijo Esteban: / He aquí que veo los cielos abiertos...”. De factura e imágenes más complejas, las primeras estrofas muestran un mundo desolado, a la tierra en feroz desolación: todo se hunde, se quema, se ensombrece. La tierra yace agobiada, incendiándose... Y es que “ha caído de bruces en el surco” y solo se oye el sonido de los herreros que “cuelan el bronce en los moldes”. Hay tempestades, días insulsos que se siguen, mediciones que no alcanzan a construir. La tierra gime por un sentido, por una explicación. Tras hondas y graves descripciones de lo que se ve y oye, el hablante lírico parece querer rebelarse: No me asustará la carcajada del espantajo de paja. Estoy tendido en el surco. Me levantaré cuando den la orden. No me ensordecerá el eco de los truenos. Me levantará. Debo construir la CIUDAD.

Invocará a la Música, al peso refulgente del arpa. Sin embargo, profundamente comprenderá que la lucha, pese a todo su espanto, no es solo aquí, sino que “continúa en el más allá”. Más aún: no es solo desde aquí, sino cósmica; duradera, hasta el fin de los tiempos... Dios debe quitar “la maldición que pesa sobre la escultura”, debe insuflar la Melodía salvadora. Pues el hablante lírico, haciéndose uno con todos los hombres, dice:

por las cuestas de las montañas. En una iglesita de campo, cada día,

Quiero escucharte toda. Beberte hasta el fondo.

canta el coro.

Desde los fundamentos de la tierra hacia la cima del cielo,

La música de los hombres (sus preces e imploraciones) sube a confundirse con la música angélica, con el reflejo de la música de Dios —y que es Dios—, contrarrestando así el rugido del mal. “Es la nube santa, la nube de la alianza”, cada vez más vasta y pura, cada vez más total, para hinchar la tierra de un mismo Espíritu:

para apretarte al lado de todos los pinos,

para conocerte en cada sendero, verte en todos los arcos iris... Quiero escucharte. Desde la cúpula hasta la raíz, todo el árbol quiero recorrer con amor como un gorgojo. (caí, estoy de bruces contra el surco.)

¡Oh, de nuevo existes, unión santa!

¡Quiero verte, Dios,

¡Música! ¡Melodía! ¡Música!

cara a cara!

¡Lleva arriba, por los senderos del Amor, estos aires de los valles, Música!

El primer poema es un canto a la esperanza, a la armonía de la creación, al poder y la vitalidad del Espíritu.

El poema prosigue en una especie de recuento de la historia del hombre, de la historia de su mejoramiento y salvación. De su “perfectibilidad”, como bien anota Bogdan Piotrowski en su enjundioso y preclaro estudio introductorio (en comparación

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con el cual, esta reseña es apenas una mueca...). Advirtamos que este segundo poema se subtitula “sinfonía”, por lo que la variedad de sus componentes y la diversidad de imágenes obedecen a una cuestión estructural: todo es polifonía aquí. Pero es una polifonía con rasgos comunes: potencia, claridad, volumen y profundidad. Y en la que todo podría resumirse así: la Música salvará al hombre y, por ende, al mundo. Si además se tiene en cuenta el contexto de su composición –y todo lo que ocurrió después–, sus versos finales resultan incluso proféticos: Voy a golpear el pecho con el corazón. ¡Escucha, Polonia! (Señor, soy el siervo de tus siervos –dice Esteban. Señor, soy la campana de bronce, mece mi corazón. Que suene la campana, que suene sobre el destino del hombre. Que lo mezan Tus manos.) Israel lapidó al profeta. La campana se volvió más sólida. Aprendió la música en sí. Amanecía.

Me parece que Mousiké es un libro sorprendente. Por lo mismo, inabarcable en algunas pocas líneas. Sin embargo, alegra constatar cómo ya tan joven Juan Pablo II comprendía que el arte es otra forma de conocimiento. Aquí, con Piotrowski, queda en evidencia su búsqueda de la mayor de las verdades; pues, en efecto, “la poesía de Karol Wojtyla es la poesía de la fe”. Y entonces solo tenía dieciocho años... Braulio Fernández Biggs Por qué es Santo. El verdadero Juan Pablo II por el postulador de la causa de su beatificación Slawomir Oder con Saverio Gaeta Ediciones B Barcelona, 2010 186 págs.

El último poema que escribió Juan Pablo II relata el esfuerzo por subir un arroyo contra corriente, para llegar al manantial, al momento en que Dios creó al hombre. Es como una imagen

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de su vida, tan clara y coherente desde niño, siempre orientada hacia el mismo fin. Existen muchos y muy buenos libros sobre Juan Pablo II, algunos con el encanto de lo autobiográfico en que Karol Wojtyla recuerda parte de su vida; sin embargo este libro, “Por qué es santo”, tiene un interés especial. Está escrito por el sacerdote Slawomir Oder con la colaboración del periodista italiano Saverio Gaeta. El polaco Oder fu el postulador de la causa de beatificación de Juan Pablo II. Él vio, desde sus inicios, como las declaraciones de 114 personas iban llenando miles de páginas en Roma y en Cracovia, sobre la vida del Pontífice. A estas se unieron multitud de cartas, relatando anécdotas no conocidas o favores recibidos por su intercesión. La positio —presentación del personaje— se hizo en cuatro volúmenes. Quizás Oder recordó otro instante bien diverso en que Karol Wojtyla también acumuló testimonios sobre su persona. Fue en 1978, al ser elegido Papa. La policía secreta polaca hizo llegar al ministerio del Interior 18 cajas de documentos con su rótulo. Lo venían observando desde que era seminarista clandestino. Pero el libro no sólo es síntesis de los testimonios, lo que habría sido algo pesado. Recoge también declaraciones fuera del proceso, recuerdos y observaciones de los autores. Oder revela que en cierto momento de su vida el pontífice lo invitó a comer en el Vaticano sin otros invitados. Nunca supo para qué. Piensa que quizás tuvo un presentimiento… y quiso conocer a quien lo iba a representar en el debate sobre su santidad. Golpeado por el sufrimiento en su niñez y adolescencia, el libro subraya la importancia del padre en su formación. Él le enseñó la piedad profunda, pero también la seriedad, responsabilidad y patriotismo de un antiguo militar. De su madre heredó una sensibilidad que derivó en su afición por el teatro y la poesía y en la vertiente mariana de su fe. Cuentan que cuando el niño estaba a punto de nacer, su madre le pidió a la comadrona que


abriera la ventana para que el recién venido al mundo pudiera oír los cantos marianos de la parroquia vecina. “Futuro santo” se leía en un cartel que pegaron en la puerta de su cuarto de trabajo los amigos de su juventud. La broma la recordó el Cardenal Deskur, su compañero de toda una vida el día de su beatificación. De su vocación sacerdotal el mismo Papa decía que tenía algo misterioso. “¿Cómo se pueden explicar los caminos de Dios? Y en cambio sé que en un momento de mi vida percibí claramente que Cristo me decía lo que había dicho ya a miles de personas, antes que a mí: “Ven y sígueme”. Decidirse por el sacerdocio le significó una ruptura, no con su familia ciertamente, porque se había quedado solo en el mundo, pero sí con su fuerte inclinación y aptitud para el teatro, un arte en el que ya estaba bien encaminado. Un amigo suyo le escribía que incluso podía identificar el “momento” en que la vocación sacerdotal primó sobre las tablas. “Fue cuando recitabas el monólogo del rey Boleslaw, el valiente…” “Nada tiene mayor importancia para mí —decía— ni me causa mayor alegría que celebrar la Santa Misa a diario y servir al pueblo en la Iglesia. Y eso es así desde el mismo día de mi ordenación como sacerdote. Nada lo ha podido cambiar en ningún momento, ni siquiera el hecho de ser ahora Papa”. Quienes lo veían celebrar Misa en su capilla se impresionaban, pero el Papa explicaba: “Yo no me conmuevo durante la Misa. Hago que suceda. Me conmuevo antes y después”. Fue el Obispo más joven de Polonia, a los 38 años. Después, Arzobispo y Cardenal. Hay miles de anécdotas de esos años, que forman como una leyenda dorada, también con episodios insólitos. El libro recoge varios. Su lema “Totus tuus” era el resumen de una oración que le había enseñado su mentor, el sastre Ian Tyranovski: “Yo soy todo tuyo, Jesús, y todo cuanto es mío te pertenece, mi amable Jesús, por medio de María, tu santa Madre.” Fue un hombre de gran influencia en su patria durante esos años y participó en el Concilio Vaticano II. El teólogo Congar, después Cardenal, escribía: “Wojtyla causa grandísima impresión. Su personalidad se impone. De ella emana una atracción, cierta fuerza profética, tan extremadamente serena como indiscutible”. Y el Cardenal Wyszynsky: “es un místico, un poeta, un pastor, un filósofo, un santo… pero un administrador terrible”. El día de su elección como Papa, el noticiero polaco de televisión se atrasó por primera vez en su historia y finalmente apareció el locutor, explicando la noticia en forma confusa. La gente salía a las calles para tocar el timbre en las casas vecinas y abrazarse entre desconocidos. Tocaban a vuelo todas las campanas del país. El libro procura recoger el ambiente que se fue formando, desde el famoso discurso “No tengáis miedo”. Se

analiza su influencia en el derrumbe del comunismo europeo, él que precisamente había sufrido porque en los documentos del Concilio no quedó recogido nada sobre el comunismo. De su trayectoria como Papa, sus escritos, viajes y sufrimientos de los últimos años, se ha escrito mucho. Oder y Gaeta muestran nuevos ángulos. Incluso refieren como el Papa contó que había recibido una carta de Pinochet en que este le confiaba su decisión de llamar a plebiscito y dejar el poder. Tuvo una gran libertad de pensamiento y acción. Sus colaboradores romanos le informaron preocupados que un periodista clandestinamente lo había fotografiado en la piscina de Castelgandolfo. “¿Ah sí? ¿Y en qué periódico debían publicarse las fotos?”. El último capítulo —“el místico”— procura mostrar a Karol Wojtyla, como un hombre, en continua ascensión hacia Dios, con una vida interior muy rica que se desplegaba en su creativo y abnegado oficio de Pastor. Elena Vial Adquirir vía Internet en http://www.edicionesb.cl/

Jean-Paul II et les artistes. De Pie XII à Benoît XVI les Papes esquissent una théologie de l’Art Pascal Fagniez Editions de l’Emmanuel París, 2007 263 págs.

Con Juan Pablo II, sube a la cátedra de Pedro no sólo un filósofo y un teólogo, sino también un artista, poeta y dramaturgo que experimentó y promovió la sintonía con la via veritatis y la via pulchritudinis. Entre las diversas intervenciones del Papa Wojtyla sobre el valor del arte para la Iglesia, hay que recordar la Carta Apostólica Duodecimum Saeculum escrita en 1997 con ocasión Sigue en la pág. 694

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KAROL WOJTYLA: POETA Y APÓSTOL DE LA CULTURA —EN EL RECUERDO DEL CARDENAL POUPARD Y DE MARIA GRAZIA BEVERINI DEL SANTO—

Original meditación sobre el destino del hombre, el «Tríptico Romano» es uno de los textos poéticos más importantes de Karol Wojtyla. Mientras a ello se refiere la Dttsa. Beverini Del Santo, el cardenal Paul Poupard, presidente emérito del Consejo Pontificio para Cultura, que fue estrecho colaborador de Wojtyla durante años, habla primeramente de la pasión cultural del pontífice polaco. El pontificado de Wojtyla estuvo «caracterizado desde el primer momento por una convicción profunda, largamente madurada, de que la cultura no era otra cosa más que un modo específico de ser hombre», explica el cardenal. «Es el camino esencial para su progresiva humanización. Y la promoción de la cultura, y del diálogo entre esta y la Iglesia, se convierte en un tema importante en su magisterio». Lo afirmó el mismo Wojtyla en la carta de fundación del Consejo Pontificio para la Cultura, en la que escribió: «Existe efectivamente una dimensión fundamental, capaz de consolidar o de remover desde sus cimientos los sistemas que estructuran el conjunto de la humanidad, y de liberar la existencia humana, individual y colectiva, de las amenazas que gravitan sobre ella. Esta dimensión fundamental es el hombre, en su integridad. Ahora bien, el hombre vive una vida plenamente humana gracias a la cultura». El joven cardenal polaco hizo de la persona el centro de su reflexión intelectual y en la primera encíclica, «Redemptoris Mater», afirmó: «El hombre es el camino de la Iglesia». «De esta atención al hombre y a su existencia concreta -explica el purpurado- surge la convicción de que el centro de la cultura es el hombre», de manera que «se puede medir la altura moral de una cultura, y de sus acciones, de la imagen que el hombre da de ella». Juan Pablo II coloca al hombre y la cultura en el centro de sus reflexiones y de sus intervenciones. Propone la centralidad de este tema ya en la primera reunión del Colegio de Cardenales que, por sorpresa, reunió en Vaticano el 9 de noviembre de 1979. «Una bella novedad -recuerda Poupard- que él explicó desenvuelto y sonriente: ‘Mejor reunirnos ahora todos juntos sin esperar la muerte del Papa’». Y así dijo: «Señores cardenales, no se les habrá escapado el interés que personalmente y con la ayuda de mis colaboradores pretendo dedicar a los problemas de la cultura, de la ciencia y del arte, campos vitales sobre los que se juega el destino de la Iglesia y del mundo en esta visión final de nuestro siglo». Dirigiéndose después a los intelectuales europeos, que se reunieron en Roma el 15 de diciembre de 1983, Wojtyla afirma sus profundas convicciones sobre la cultura: «Ustedes saben, ilustres Señores, como el problema de la cultura en sí mismo, aún más la relación entre la cultura y la fe, ha sido uno de los que, como estudioso, como cristiano, como sacerdote, como obispo y hoy como Papa, he meditado largamente a la luz de mis distintas experiencias (...) Si Cristo, mediante la Redención, realizó la obra de salvación de cada hombre y de todo hombre, también ha redimido la cultura humana». Para el Pontífice «venido de lejos» el respeto profundo de la Iglesia por toda cultura es la consecuencia necesaria del profundo respeto que el mismo Cristo tiene por cada persona concreta, por las condiciones de su existencia, por su estilo y modo de vida. «Obviamente más allá de la dimensión antropológica -aclara el cardenal- la preocupación del Papa es que la cultura tiene una naturaleza esencialmente salvífica. Para Wojtyla está viva la conciencia de que el Evangelio es un creador de cultura. ‘Una fe que no se convierte en cultura es una fe que no ha sido plenamente acogida, ni totalmente pensada, ni vivida fielmente’. Tres afirmaciones desafiantes que resumen el pensamiento de Juan Pablo II».

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Y la cultura, explica el cardenal Poupard, «se convierte en un terreno adecuado de encuentro entre los creyentes y los que no los son». Hoy, en particular, si bien «se trata más de reconocer las actitudes de indiferencia de las del ateísmo militante». En 1993, cuando con el Motu proprio «Inde a Pontificatus» se unieron en un solo dicasterio el Consejo Pontificio de la Cultura con el del Diálogo con los no creyentes, Juan Pablo II escribió: «He tratado de promover el encuentro con los no creyentes sobre el privilegiado terreno de la cultura, dimensión fundamental del espíritu que pone a los hombres relacionándose entre ellos y los une en los que más propio tienen, la común humanidad». Y humanidad es lo que el pontífice ha vertido en sus obras poéticas, como en el «Tríptico Romano», escrito durante una estancia estival en Castelgandolfo, en la que se mostró la triple dimensión de Wojtyla en cuanto a poeta, filósofo y teólogo. La primera estancia, titulada «Torrente», se centra en el encanto de la naturaleza. La segunda, «Meditación sobre el Génesis, Desde el umbral de la Capilla Sixtina», nace de la admiración por las imágenes sobre la creación de Miguel Ángel. La tercera, finalmente «Colinas en el país de Moria», describe el camino de Abraham, el símbolo de la fe en Dios. «La palabra vive antes de ser pronunciada», Maria Grazia Beverini Del Santo recuerda una expresión del mismo Wojtyla tomada del volumen autobiográfico «Don y misterio» (Libreria Editrice Vaticana) para explicar la importancia de la poesía en su vida. En otros términos, esta es la tesis, dentro de cada uno hay un mundo que debe ser descifrado: «La palabra da a la experiencia espiritual la posibilidad de ser comunicada». «Era un poeta —continúa Beverini Del Santo— aunque si la figura gigantesca del hombre no podía poner en primera fila la grandeza del poeta, que también lo fue». Consciente de amar la poesía ya en los tiempos del Liceo y, sobre todo, consciente de tener «la capacidad de escribirla», el joven Karol madura en aquellos años dos vocaciones juntas: «una empieza, la otra la sigue, se retrasa, después alcanza a la primera». Son la vocación literaria y la sacerdotal. Nacido en el año 1920, año del famoso milagro en el Vístula, cuando los polacos consiguieron librarse del Ejército Rojo, Wojtyla «creció en los años del nazismo, al que seguirá el comunismo y precisamente en el abismo del mal se dedicará a lecturas de naturaleza épica. Reconoció en la literatura y en la poesía —explica la presidenta de la Fundación Il Fiore— la capacidad de reaccionar al dominio nazi, que estaba realizando una labor de embrutecimiento con el objetivo de privar al pueblo de su identidad. Esta es la razón por la que amaba la literatura, por la que Karol se refugió en ella con tanta pasión». «Es verdad que muchos pontífices antes que él, fueron grandes humanistas en la historia -comenta Baverini Del Santo -. Muchos han escrito, proyectado, protegido a artistas pero él es distinto. Inició su camino de búsqueda del hombre, lo inició como poeta y dramaturgo, después como filósofo y teólogo. Para él la cultura no fue accesoria o secundaria sino inherente al hombre. Como un complejo intelectual consiguió reunir la tradición y la modernidad y meditar sobre lo que los poetas consideran en sí mismos como componentes necesarios e indispensables, es decir, la capacidad de asombro que a lo largo de nuestra vida se empaña y que consideramos como algo natural en los niños, que son capaces de llegar intuitiva e inmediatamente al corazón de las cosas». En el mismo «Torrente», primera estancia del «Tríptico Romano», el Papa se detiene en el encanto de la naturaleza y fundamentalmente en el estupor que siente el hombre ante la belleza del torrente que discurre. Después, nace la necesidad de descubrir el origen de tanto estupor. La maravilla del resto concluye Baverini Del Santo es el impulso primordial del conocimiento hacia el descubrimiento. «Nuestra mente se dirige intencionadamente hacia el objeto que se encuentra fuera de ella —son palabras de Wojtyla— y así, adquiere numerosos conocimientos objetivos, pero al mismo tiempo el hombre como descubridor de tantos misterios de la naturaleza permanece como ‘un ser desconocido’». ZENIT

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del duodécimo centenario del II Concilio de Nicea dedicado a la controversia sobre las imágenes. El creyente de hoy, como el de ayer, escribe el Papa, debe ser ayudado en la oración y en la vida espiritual con la visión de obras de arte que intentan expresar el misterio sin ocultarlo. Llevando en el corazón, al igual que sus predecesores, el diálogo entre la Iglesia y el mundo del arte, Juan Pablo II relanza esta alianza con un documento del todo original, único en su género, la Carta a los Artistas, que firma en una significativa fecha, la Pascua de Resurrección de 1999, en la Vigilia del Gran Jubileo del 2000. La carta propone una visión teológica, basada en el misterio de la Trinidad, ámbito en el cual el Papa define al artista como “imagen de Dios Creador”, motivando el fortalecimiento del arte cristiano a partir del misterio del Verbo Encarnado y animando a los artistas a acoger “el don de aquella inspiración creativa” que proviene del Espíritu. Al recorrido teológico se añaden el antropológico y moral, en el que el Papa reflexiona sobre la vocación del artista, sobre su misión y su responsabilidad social y eclesial. El punto neurálgico de la Carta lo constituye un pasaje en el cual, retomando el magisterio de Pablo VI y del Concilio, Juan Pablo II propone un renovado diálogo, que parte de una afirmación: “La Iglesia tiene necesidad del arte”, a la que sigue una pregunta: “¿Tiene el arte necesidad de la Iglesia?”. La comunidad cristiana sigue nutriendo “un gran aprecio por el valor del arte como tal”. Éste, de hecho, cuando es auténtico, tiene una íntima afinidad con el mundo de la Fe (… propiamente el arte constituye [en este caso] una suerte de puente lanzado hacia la experiencia religiosa). Sobre este eje el autor, quien es sacerdote de la Diócesis de Cahors en el sureste de Francia y miembro de la Comunidad del Emmanuel, desarrolla un amplio y sustancioso arco informativo y de reflexión que se inicia con tres de los antecesores del Papa Wojtyla y que alcanza al actual Pontífice Benedicto XVI, quien siempre ha mostrado gran predilección por el tema de la belleza y por la relación de la Iglesia con las artes (en particular con la música), y que solemnizó en un Encuentro con los artistas en la Capilla Sixtina en noviembre del año 2008. Gracias a este libro se tiene un acceso ordenado y pensado a documentos de alto contenido intelectual que alimentan la reflexión espiritual, a la vez que elevan al lector a la admiración de obras de arte que le conducen a adorar y a dar gracias a Aquel que hizo del hombre la obra prima de la Creación y un ícono con los colores de la Eternidad. Hay que señalar además que esta valiosa investigación está desarrollada en un lenguaje literario que resulta fácil y grato. E.Z.E Adquirir vía Internet en http://www.emmanuel.info/editions-de-l-emmanuel

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El Santo que todos conocimos Prólogo del Cardenal Antonio María Rouco Varela Ediciones Palabra Madrid, 2011 127 págs

Todos los fieles que crecieron bajo el amparo del pontificado del beato Juan Pablo II El Magno, y en general para cualquiera que posea alguna experiencia ligada a su figura, podrá dar testimonio de lo que el difunto Papa provocaba en aquellos que tenían algún contacto con él. Quizá esa particularidad sea nominada por el común de la gente como una remoción en el corazón al verlo pasar ante ellos o al oír sus encendidas exhortaciones, una fuerza especial que se extendió como una onda amplificada al llegar la hora de su partida al Cielo. Entonces el mundo expresó aquel influjo sobrenatural proyectado por el Papa Wojtyla en los diversos momentos de su vida terrena en un clamor que rogaba por que la Iglesia procediera a su pronta proclamación como Santo. El libro aquí presentado resulta un verdadero presente, una recopilación de valiosos testimonios y anécdotas relacionados a Juan Pablo II, quien, como bien dice en el prólogo el Cardenal Antonio María Rouco Varela: “fue (…) en la acción evangelizadora de la Iglesia como un huracán que dinamizó los horizontes apostólicos y pastorales de todos”. Acompañado de una rica selección de fotografías, este libro indaga en diversos aspectos en los que se expresó su personal santidad y el valor de su labor apostólica incansable. Es así como se puede encontrar entrevistas a sus más cercanos colaboradores, detalles del proceso de beatificación, narraciones de los favores concedidos por el Santo Padre aún en vida, su biografía, un anecdotario, una cronología de su papado, un recuento de sus principales viajes, el resumen de su pensamiento en diez palabras, cifras


que revelan la inmensidad de su legado apostólico, entre otros. Estos temas son tratados con un lenguaje accesible y un formato pedagógico, como si se tratara de pequeños artículos de una revista que se reúnen en forma de apartados, cada uno de sustancioso contenido, que producirá gran goce a quien acceda a la lectura del texto y la contemplación de las cuidadas imágenes. Una idea es intensamente recalcada en el libro. Su título, “El santo que todos conocimos”, parece apelar a la transparencia, varias veces atribuida a Juan Pablo II como una de las virtudes más características de su personalidad, a lo largo de las entrevistas a personajes que trabajaron directamente con él, como el entonces Cardenal Ratzinger, o su secretario personal por más de cuarenta años, el Cardenal Estanislao Dziwisz, o el postulador de la causa, P. Slawomir Oder. Juan Pablo II podía sorprender y en una diversidad de ámbitos, pero el acceso a su vida íntima y la pregunta por detalles desconocidos para el público suele acabar en una respuesta similar. En el interior, y en cualquiera de sus aspectos como persona y como Vicario de Cristo, Juan Pablo II era el mismo y su carisma brotaba de una sola fuente: el Papa Magno era sencillamente un hombre de profunda oración y unión con Dios. Dice el P. Oder: “Después de seguir el proceso, se descubre que Juan Pablo II era un hombre totalmente transparente. Lo que la gente conocía de él, eso es lo que era”. Por su parte el Cardenal Ratzinger lo describió en la homilía del primer aniversario de su muerte: “Entre sus cualidades humanas y sobrenaturales tenía también al de una excepcional sensibilidad espiritual y mística. Bastaba observarlo cuando oraba: se sumergía literalmente en Dios y parecía que en aquellos momentos todo lo demás le resultaba ajeno. (…) El Papa Juan Pablo II mostró repetidamente que ya desde antes, durante su vida, y especialmente en el desempeño de su función como Sumo Pontífice se encontraba inmerso de algún modo en esa dimensión espiritual. En efecto, su pontificado, en su

conjunto y en muchos momentos específicos, se presenta como un signo y testimonio de la resurrección de Cristo”. Y ante la pregunta de qué aspecto de la vida de Juan Pablo II le parece más digno de ser imitado, el Cardenal Dziwisz responde: “Su oración. Pero también su autenticidad y su transparencia. Era característico de él dar carácter extraordinario a los gestos ordinarios. Por ejemplo, cuando pasaba por el corredor de la curia de Cracovia, se paraba ante el crucifijo, para besarlo y honrar de esta manera a su Maestro. Me acuerdo de que durante una de sus visitas, en Sandormierz, se dio cuenta de que había un pedazo de pan en el suelo; se arrodilló, lo besó y lo puso sobre el césped para que lo comieran los pájaros”. En resumen se trata de una obra colmada de detalles e historias entrañables. Inolvidables algunas, como la de la niña judía recién liberada del campo de concentración de Hassak en 1945. Echada en una estación de tren se disponía a morir de hambre y de frío, cuando se encontró con Wojtyla. La niña fue alimentada, confortada, animada y finalmente cargada en brazos en medio de una nevazón por aquel joven que vestía el traje talar, pero aún no era consagrado sacerdote. Fue así como se salvó y llegó a su destino. Más historias como ésta están recopiladas aquí, como la de la hija de un barrendero que pidió al Papa en un acto público que la casara con su novio electricista, recibiendo el consentimiento inmediato a la petición y meses después el sacramento de manos del Sumo Pontífice. Y quizá, una de las más hermosas, la de la milagrosa curación de un ciego durante la pronunciación de las palabras “Lumen Christi” en la Vigilia Pascual, por la intercesión de las oraciones del aún vivo Juan Pablo II. Un verdadero gozo. Bernardita M. Cubillos Adquirir vía Internet en http://www.edicionespalabra.es/

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LIBROS RELATIVOS A JUAN PABLO II COMENTADOS EN HUMANITAS • Queridísimos Jóvenes, Juan Pablo II, Plaza & Janés, Barcelona, 1995. Comentado en Humanitas 2 • Don y Misterio, Juan Pablo II, Librería Editrice Vaticana, Roma, 1996. Comentado en Humanitas 5 • Biografía de Juan Pablo II, George Weigel, Ediciones Plaza & Janés, Barcelona 1999. Comentado en Humanitas 19 • El Taller del orfebre. Meditación sobre el sacramento del matrimonio expresada a veces en forma de drama, Karol Wojtyla, BAC, Madrid, 1980. Comentado en Humanitas 20 • Juan Pablo II y los grandes de la Tierra, Tommaso Stenico, Edibesa, Madrid 2001. Comentado en Humanitas 29. • Tríptico Romano. Poemas, Juan Pablo II, Universidad Católica San Antonio, Murcia, 2003. Comentado en Humanitas 31 • El Papa de la Luz. Juan Pablo II, Magdalena Ossandón, Imprenta Salesianos, Santiago, 2003. Comentado en Humanitas 33. • Fe y Cultura. Antología de textos del Magisterio Pontificio de León XIII a Juan Pablo II, Pontificio Consejo de Cultura, Librería Editrice Vaticana, Roma, 2003. Comentado en Humanitas 34 • Juan Pablo II. 25 años de Pontificado, André Hubert, Ediciones Universitarias, Universidad Católica del Norte, Antofagasta 2003. Comentado en Humanitas 34 • ¡Levantaos, vamos!, Juan Pablo II, Plaza & Janés, Barcelona, 2003. Comentado en Humanitas 35 • Historia de Karol, Gian Fanco Svidercoschi, Ediciones Internacionales Universitarias, Madrid, 2001. Comentado en Humanitas 35 • Memoria e Identidad, Juan Pablo II, Ediciones Planeta, Madrid, 2005. Comentado en Humanitas 38 • Juan Pablo II. El Magno, Cardenal Zenón Grocholewski, Universidad Sergio Arboleda, Bogotá, 2005. Comentado en Humanitas 42 • El Papa de Fátima. Vita di Karol Wojtyla, Renzo Allegri, Mondadori, 2006. Comentado en Humanitas 43 • Dejadme ir a la casa del Padre, Stanislaw Dziwisz, Czeslaw Drazek, Renato Buzzonetti, Angelo Comastri, Editorial San Pablo, Madrid, 2006. Comentado en Humanitas 45 • Amor y Responsabilidad, Karol Wojtyla, Ediciones Palabra, Madrid, 2009. Comentado en Humanitas 57

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Sobre los Autores LIVIO MELINA. Presidente del Pontificio Instituto Juan Pablo II para estudios sobre Matrimonio y Familia. Director de la revista Anthropotes, Universidad Lateranense. Miembro del Consejo de Consultores y Colaboradores de revista HUMANITAS. CARDENAL AVERY DULLES. Teólogo norteamericano perteneciente a la Compañía de Jesús. Falleció el 12 de diciembre de 2008. Trabajó como Profesor principal de la Universidad Fordham, Nueva York, y fue miembro de la Comisión Teológica Internacional, dependiente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, entre 1991 y 1997. Juan Pablo II lo hizo Cardenal, sin ser obispo, el 21 de febrero de 2001. JUAN DE DIOS VIAL CORREA. Médico cirujano. Presidente emérito del Pontificio Consejo para la Vida. Ex Rector de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Miembro de Número de la Academia de Ciencias del Instituto de Chile. Miembro del Comité Editorial de revista HUMANITAS. CARDENAL ANGELO SCOLA. Patriarca de Venecia del 2002 al 2011 y actualmente Arzobispo de Milán. Ex Rector de la Pontificia Universidad Lateranense. Miembro del Consejo de Consultores y Colaboradores de revista HUMANITAS. CARDENAL FRANCISCO JAVIER ERRÁZURIZ OSSA. Arzobispo emérito de Santiago. Presidente honorario del Consejo de Consultores y Colaboradores de HUMANITAS. CARDENAL ANGELO AMATO. Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos. STANISLAW GRYGIEL. Titular de la Cátedra Juan Pablo II de la Pontificia Universidad Lateranense, Roma. Miembro del Consejo de Consultores y Colaboradores de revista HUMANITAS. CARL A. ANDERSON. Caballero Supremo de los Caballeros de Colón. Miembro del Consejo de Consultores y Colaboradores de revista HUMANITAS. JAIME ANTÚNEZ ALDUNATE. Director de revista HUMANITAS. Miembro de Número de la Academia de Ciencias Sociales, Políticas y Morales del Instituto de Chile. SAMUEL FERNÁNDEZ. Sacerdote diocesano. Ex decano de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica de Chile y actual director de postgrado en la misma. Miembro del Comité Editorial de revista HUMANITAS.

PEDRO MORANDÉ. Decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Miembro de la Pontificia Academia de Ciencias Sociales y miembro de número de la Academia de Ciencias Sociales, Políticas y Morales del Instituto de Chile. Miembro del Comité Editorial de revista HUMANITAS. MÁXIMO PACHECO. Ex embajador de Chile ante la Santa Sede. Ex ministro de Estado y ex senador. Miembro del Consejo de Consultores y Colaboradores de revista HUMANITAS. SLAWOMIR ODER. Sacerdote, pos­tulador de la causa de beatificación de Juan Pablo II. CARDENAL STANISLAW DZIWISZ. Actual Arzobispo de Cracovia. Fue secretario personal de Juan Pablo II durante casi 40 años. CARDENAL PAUL POUPARD. Presidente emérito del Pontificio Consejo de Cultura y del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso. Miembro del Consejo de Consultores y Colaboradores de revista HUMANITAS. CARDENAL MAURO PIACENZA. Prefecto de la Congregación para el Clero. RODRIGO GUERRA. Doctor por la Academia Internacional de Filosofía de Liechtenstein. Miembro de la Academia Pontificia por la Vida. AUTORES EN PANORAMA Y LIBROS CARDENAL JORGE MEDINA. Prefecto Emérito de la Congregación para el Culto Divino. JOAQUÍN NAVARRO VALLS. Ex director de la Sala Stampa, Vaticano. JESÚS COLINA. Director de Agencia Zenit. HERNÁN CORRAL. Profesor Facultad Derecho Universidad de los Andes. RAÚL HASBUN. Profesor del Seminario Pontificio Mayor de Santiago. ANTONIO SPADARO. Profesor de la Pontificia Universidad Gregoriana. BRAULIO FERNÁNDEZ. Profesor de la Universidad de los Andes. ANTONIO GIACONA. Profesor Facultad Teología UC. ELENA VIAL. Periodista. BERNARDITA CUBILLOS. Colaboradora habitual de revista HUMANITAS.

COMITÉ EDITORIAL DE HUMANITAS

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Jaime Antúnez. Director de Revista HUMANITAS. Doctor en Filosofía. Miembro de número de la Academia de Ciencias Sociales, Políticas y Morales del Instituto de Chile. Hernán Corral. Doctor en Derecho. Ex decano y profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad de los Andes. Samuel Fernández. Doctor en Teología. Ex decano y profesor de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Director del Centro de Estudios Padre Alberto Hurtado. Gabriel Guarda O.S.B. Abad emérito del Monasterio Benedictino de la Santísima Trinidad de Las Condes. Premio Nacional de Historia 1984. Miembro de número de la Academia de la Historia, del Instituto de Chile. René Millar. Doctor en Historia. Ex decano de la Facultad de Historia, Geografía y Ciencia Política de la P.U.C. y profesor titular del Instituto de Historia. Miembro de número de la Academia de la Historia, del Instituto de Chile. Pedro Morandé. Doctor en Sociología. Decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la P.U.C. Miembro de de la Pontificia Academia de Ciencias Sociales y miembro de número de la Academia de Ciencias Sociales, Políticas y Morales del Instituto de Chile. Ricardo Riesco. Doctor en Geografía. Rector de la Universidad San Sebastián. Francisco Rosende. Decano de la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas de la Universidad Católica de Chile. Master of Arts en Economía, Chicago. Juan de Dios Vial Correa. Ex Rector de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Ex Presidente de la Pontificia Academia para la Vida. Miembro de Número de la Academia de Ciencias del Instituto de Chile. Juan de Dios Vial Larraín. Ex Rector de la Universidad de Chile. Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales 1997. Miembro de Número de la Academia de Ciencias Sociales, Políticas y Morales del Instituto de Chile. Arturo Yrarrázaval. Doctor en Derecho. Ex Decano de la Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Católica de Chile.


HUMANITAS Revista de Antropología y Cultura Cristianas Publicación trimestral de la Pontificia Universidad Católica de Chile La revista HUMANITAS nace de la conveniencia de que la Universidad disponga para el servicio de la comunidad universitaria y de la opinión pública en general, de un órgano de pensamiento y estudio que busque reflejar las preocupaciones y enseñanzas del Magisterio Pontificio (Decreto Rectoría Nº 147/95, visto 2º). DIRECTOR Jaime Antúnez Aldunate COMITE EDITORIAL Hernán Corral Talciani Samuel Fernández Eyzaguirre Gabriel Guarda, O.S.B. René Millar Carvacho Pedro Morandé Court Ricardo Riesco Jaramillo Francisco Rosende Ramírez Juan de Dios Vial Correa Juan de Dios Vial Larraín Arturo Yrarrázaval Covarrubias SECRETARÍA DE REDACCIÓN Marta Irarrázaval Zegers CONSEJO DE CONSULTORES Y COLABORADORES Presidente Honorario: S.E.R. Cardenal Francisco Javier Errázuriz Ossa. Héctor Aguer, Anselmo Álvarez O.S.B., Carl Anderson, Andrés Arteaga, Francisca Alessandri, Antonio Amado, Felipe Bacarreza, Jean-Louis Bruguès O.P., Rocco Buttiglione, Massimo Borghesi, Carlos Francisco Cáceres, Cardenal Carlo Caffarra, Cardenal Antonio Cañizares, Jorge Cauas Lama, Guzmán Carriquiry, William E. Carroll, Alberto Caturelli, Cesare Cavalleri, Fernando Chomalí, Francisco Claro, Ricardo Couyoumdjian, Mario Correa Bascuñán, Francesco D’Agostino, Adriano Dell’Asta, Vittorio di Girolamo, Carmen Domínguez, Carlos José Errázuriz, José María Eyzaguirre, Luis Fernando Figari, Alfredo García Quesada, Juan Ignacio González, Stanislaw Grygiel, Gonzalo Ibáñez Santa-María, Raúl Hasbun, Henri Hude, José Miguel Ibáñez, Raúl Irarrázabal, Jesús Colina, Paul Johnson, Ricardo Krebs, Jean Laffitte, Nikolaus Lobkowicz, Alfonso López Quintás, Alejandro Llano, Raúl Madrid, Javier Martínez Fernández, Carlos Ignacio Massini Correas, Mauro Matthei O.S.B., Cardenal Jorge Medina, Livio Melina, Augusto Merino, Dominic Milroy O.S.B., Antonio Moreno Casamitjana, Fernando Moreno Valencia, Rodrigo Moreno Jeria, José Miguel Oriol, Máximo Pacheco Gómez, Francisco Petrillo O.M.D., Bernardino Piñera, Aquilino Polaino-Lorente, Cardenal Paul Poupard, Javier Prades, Héctor Riesle, Florián Rodero L.C., Alejandro San Francisco, Romano Scalfi, Cardenal Angelo Scola, David L. Schindler, Josef Seifert, Gisela Silva Encina, Robert Spaemann, Paulina Taboada, William Thayer Arteaga, Olga Ulianova, Luis Vargas Saavedra, Miguel Ángel Velasco, Juan Velarde Fuertes, Aníbal Vial, Pilar Vigil, Richard Yeo O.S.B., Diego Yuuki S.J.

Consejo de Consultores y Colaboradores NACIONALES

EXTRANJEROS

Andrés Arteaga: Obispo Auxiliar de Santiago. Profesor de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica. (UC) Francisca Alessandri: Profesora de la Facultad de Periodismo, U.C. Antonio Amado: Profesor de Metafísica de la Universidad de los Andes. Felipe Bacarreza: Obispo de Los Ángeles, Chile Carlos Francisco Cáceres: De la Academia de Ciencias Sociales, Políticas y Morales del Instituto de Chile. Jorge Cauas Lama: De la Academia de Ciencias Sociales, Políticas y Morales del Instituto de Chile. Fernando Chomali: Obispo Auxiliar de Santiago. Miembro de la P. Academia Pro Vita. Francisco Claro: Decano Facultad de Educación, UC. Ricardo Couyoumdjian: Profesor del Instituto de Historia, UC. De la Academia de la Historia del Instituto de Chile. Mario Correa Bascuñán: Secretario General de la Pontificia Universidad Católica. Profesor de la Facultad de Derecho, UC. Carmen Domínguez: Abogado, Directora del Centro UC para la Familia. Vittorio di Girólamo: Profesor de la Universidad Gabriela Mistral. Carlos José Errázuriz: Consultor Congregación para la Doctrina de la Fe. Profesor de la Pontificia Università della Santa Croce. José María Eyzaguirre: Profesor de la Facultad de Derecho, UC. Juan Ignacio González: Obispo de San Bernardo, Chile. Raúl Hasbun: Sacerdote de Schöenstatt. Profesor del Seminario Pontificio Mayor de Santiago. Gonzalo Ibáñez Santa-María: Profesor y ex rector de la Universidad Adolfo Ibáñez. José Miguel Ibáñez Langlois: Teólogo y poeta. Raúl Irarrázabal Covarrubias: Arquitecto. Presidente de la Asociación Chilena de la Orden de Malta. Jesús Colina: Director de Agencia Zenit. Ricardo Krebs: Premio Nacional de Historia 1982. Raúl Madrid: Profesor de la Facultad de Derecho, UC. Mauro Matthei, O.S.B: Sacerdote y monje benedictino. Historiador. Cardenal Jorge Medina: Prefecto emérito de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. Augusto Merino: Cientista político, profesor de la Universidad Adolfo Ibáñez. Antonio Moreno: Arzobispo Emérito de Concepción. Fernando Moreno: Filósofo, director del programa de Ciencia Política de la Universidad Gabriela Mistral. Rodrigo Moreno Jeria: De la Academia Chilena de la Historia. Máximo Pacheco Gómez: Ex ministro de Estado. Embajador de Chile ante la Santa Sede. De la Academia de Ciencias Sociales, Políticas y Morales del Instituto de Chile. Bernardino Piñera: Arzobispo Emérito de La Serena. Héctor Riesle: Ex Embajador de Chile ante la Santa Sede y la UNESCO. Alejandro San Francisco: Profesor del Instituto de Historia, UC. Gisela Silva Encina: Escritora. Paulina Taboada: médico. Miembro de la P. Academia Pro Vita. William Thayer Arteaga: De la Academia de Ciencias Sociales, Políticas y Morales del Instituto de Chile. Olga Uliánova: Doctora en Historia por la Universidad de Lomonosov, Moscú. Investigadora de la Universidad de Santiago. Luis Vargas Saavedra: Profesor de la Facultad de Letras de la UC. Aníbal Vial: Ex rector Universidad Santo Tomás. Pilar Vigil: Médico. Miembro de la P. Academia Pro Vita.

Héctor Aguer: Arzobispo de la Plata, Argentina. Anselmo Álvarez, O.S.B: Abad de Santa Cruz del Valle de los Caídos. Carl Anderson: Caballero Supremo de los Caballeros de Colón. Jean-Louis Bruguès, O.P: Secretario de la Congregación para la Educación Católica. Obispo emérito de Angers, Francia. Massimo Borghesi: Filósofo italiano. Catedrático de la Universidad de Perugia. Rocco Buttiglione: filósofo político italiano. Cardenal Carlo Caffarra: Arzobispo de Bolonia. Cardenal Antonio Cañizares: Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. Guzmán Carriquiry: Secretario de la Comisión Pontificia para América Latina. William E. Carroll: Profesor en la Facultad de Teología de la Universidad de Oxford. Alberto Caturelli: Filósofo argentino. Cesare Cavalleri: Director de Studi Cattolici, Milán. Francesco D’Agostino: Profesor de Filosofía del Derecho en la Universidad Tor Vergata de Roma. Ex Presidente del Comité Nacional de Bioética en Italia. Adriano Dell’Asta: Profesor de la Universidad Católica de Milán. Luis Fernando Figari: Fundador del Sodalicio de Vida Cristiana, Lima. Alfredo García Quesada: Consultor Pontificio Consejo de la Cultura. Profesor de la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima. Stanislaw Grygiel: Filósofo polaco. Titular de la Cátedra Juan Pablo II en la Universidad Lateranense (Roma). Henri Hude: Filósofo francés. Ex rector del Colegio Stanislas, París. Paul Johnson: Historiador inglés. Jean Laffitte: Obispo de Entrevaux. Secretario del Consejo Pontificio para la Familia. Nikolaus Lobkowicz: Director del Instituto de Estudios de Europa del Este y Central de la Universidad de Eichstätt, Alemania. Alfonso López Quintás: Filósofo español. Miembro de Número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Alejandro Llano: Filósofo español, ex-rector de la Universidad de Navarra. Javier Martínez Fernández: Arzobispo de Granada, España. Carlos Ignacio Massini Correas: Catedrático de la Universidad Nacional de Cuyo, Argentina. Livio Melina: Presidente del Pontificio Instituto Juan Pablo II para estudios sobre el Matrimonio y la Familia. Dominic Milroy, O.S.B: Monje de Ampleforth, ex-rector de Ampleforth College, York (G.B) José Miguel Oriol: Presidente de Editorial Encuentro, Madrid. Francesco Petrillo, O.M.D: Superior General de la Orden de la Madre de Dios. Aquilino Polaino-Lorente: Psiquiatra español. Cardenal Paul Poupard: Presidente emérito del Pontificio Consejo de Cultura. Javier Prades: Decano de la Facultad de Teología San Dámaso, Madrid. Miembro de la Comisión Teológica Internacional. Florián Rodero L.C: Profesor de Teología del Ateneo Regina Apostolorum en Roma. Romano Scalfi: Director del Centro Rusia Cristiana, Milán. Cardenal Angelo Scola: Arzobispo de Milán. Josef Seifert: Presidente de la Academia Internacional de Filosofía (Liechtenstein), Granada. David L. Schindler: Director del Instituto Juan Pablo II para estudios sobre Matrimonio y Familia, Washington D.C. Robert Spaemann: Filósofo alemán. Miguel Ángel Velasco: Director de Alfa y Omega, Madrid. Juan Velarde Fuertes: De la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Premio Príncipe de Asturias en Ciencias Sociales (1992). Richard Yeo, O.S.B: Abad Presidente de la Congregación Benedictina de Inglaterra Diego Yuuki, S.J: Ex director del Museo de los 26 Mártires de Japón, Nagasaki.


R E V I S T A DE A n t r op ol o gí a y C u lt u r a C r i s t i a n a s / N º 6 3 / A ÑO X V I

AÑO XVI Livio Melina Avery Dulles Juan de Dios Vial Correa Angelo Scola Francisco Javier Errázuriz Angelo Amato Stanislaw Grygiel Carl Anderson Samuel Fernández Pedro Morandé Máximo Pacheco Slawomir Oder Stanislaw Dziwisz Paul Poupard Mauro Piacenza Jaime Antúnez Rodrigo Guerra

BEATO JUAN PABLO II

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REGALO DE LA DIVINA MISERICORDIA


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