Humanitas 42

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H U M A N I T A S

Humanitas Nº 42 Otoño 2006 - AÑO XI

Clemens August Von Galen BEATIFICACIÓN DEL «LEÓN DE MÜNSTER»

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2 de abril 2005, 21:37 hrs. LA MUERTE DE JUAN PABLO II Giovanni Marchesi S.J.

246

Entrevista para la TV polaca BENEDICTO XVI RECUERDA A JUAN PABLO II

260

En el magisterio de Juan Pablo II ESTRUCTURA MORAL DE LA LIBERTAD Cardenal Julián Herranz

264

En el magisterio de Juan Pablo II EL EVANGELIO DE LA FAMILIA Y LA VIDA Cardenal Alfonso López Trujillo – Cardenal Carlo Caffarra

277

En el magisterio de Juan Pablo II CONCORDANCIA ENTRE LA CIENCIA Y LA FE Fernando Orrego Vicuña

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El hecho histórico real LA RESURRECCIÓN DE JESÚS

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APROXIMACIONES A HILDEGARDA DE BINGEN Mauro Matthei O.S.B.

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Música LA MÚSICA DE SANTA HILDEGARDA Fernando Martínez

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FIDELIDAD Y AMOR Jorge Peña

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En portada: ‘El hombre cósmico’. Iluminación basada en las revelaciones de Hildegarda von Bingen. Manuscrito del s. XIII conservado en la biblioteca de Lucca.

Sumario Editorial La Palabra del Papa Panorama Libros Sobre los Autores

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En orden a facilitar el contacto con nuestros lectores y eventuales suscriptores, se pueden consultar los contenidos de este y de los anteriores números de HUMANITAS en la «World Wide Web» de Internet. Dicha información se entrega por medio de resúmenes de cada uno de los trabajos publicados. Se informa asimismo, por su título, cuáles han sido los libros, películas y videos comentados.

La dirección es:

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HUMANITAS (ISSN 07172168) recoge los trabajos de sus colaboradores regulares, nacionales y extranjeros. Asimismo, de otros autores cuya temática resulta afín con los objetivos de esta publicación. Toda reproducción total o parcial de los artículos publicados por HUMANITAS requiere de la correspondiente autorización, a excepción de comentarios o citas que se hagan de los mismos. Diseño y Producción: Departamento de Diseño de la Vicerrectoría de Comunicaciones y Asuntos Públicos de la Pontificia Universidad Católica de Chile Impresión: Alvimpress Suscripciones y correspondencia: HUMANITAS, Centro de Extensión de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Av. Libertador Bernardo O’Higgins 390, 3er piso, Santiago, Chile. Teléfono (562) 354 6519, Fax (562) 354 3755, E-mail: humanitas@uc.cl Suscripción anual, $ 24.000; estudiantes, $ 16.000. Valor por ejemplar, $ 7.000.

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E X T E N S I Ó N D OCTORAS

CRISTIANA

H UM A N I TA S

C U R S O S

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DE LA I GLESIA :

Vida, doctrina, espiritualidad

CULTURA

1. El carisma de doctor de la Iglesia Lunes 8 de mayo, 19:00 hrs. 2. Santa Catalina de Siena (1347-1380) Lunes 15 de mayo, 19:00 hrs.

Y

3. Santa Teresa de Jesús (1515-1582) Lunes 22 de mayo, 19:00 hrs.

ANTROPOLOGíA

4. Santa Teresita del Niño Jesús (1873-1897) Lunes 29 de mayo, 19:00 hrs. Expositor: Antonio Amado, profesor de Metafísica

REVISTA

DE

de la Universidad de los Andes. Lugar: Sala 1 del Centro de Extensión de la Pontificia Universidad Católica de Chile, (Alameda 390, segundo piso).

Fecha: Del 8 al 29 de mayo. Hora: 19:00 hrs. Precio general: $20.000 Precio, incluida suscripción a Humanitas: $24.000 Estudiantes: $16.000 Informaciones e inscripciones:

Revista Humanitas. Centro de Extensión UC. Alameda 390, tercer piso. Teléfono: 354 6519. Fax: 635 3755. humanitas@uc.cl www.humanitas.cl

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AVISO BANCO SANTANDER (REPETIR DEL NÚMERO ANTERIOR)

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HUMANITAS Sumario N° 42 (abril-junio 2006)

BEATIFICACIÓN DEL «LEÓN DE MÜNSTER», CONDE CLEMENS AUGUST VON GALEN. Nacido en 1878 en el castillo de Dinklage, Münsterland, vástago de una antigua familia noble, Von Galen descubrió su vocación en Roma y en la abadía de Maria Laach, siendo ordenado sacerdote durante mayo de 1904 en la catedral de Münster, diócesis de la que sería más tarde obispo. En conformidad con su divisa episcopal «Nec laudibus nec timore» («Ni por alabanzas ni por temor»), fue claro ya desde su primera carta pastoral en cuanto a «jamás apartarse siquiera una cuarta» de la enseñanza de la Iglesia. Ejemplo para el siglo XXI y modelo –según los testimonios aquí recogidos– de fortaleza y de rechazo a lo que hoy se llamaría la «corrección política», arriesgó su vida por su conciencia en el apogeo del poder nacionalsocialista, cuando en 1941 hizo en Münster tres famosas prédicas acusando con inesperada claridad el asesinato de enfermos y la expulsión de religiosos. «Siempre me vienen a la mente los ‘canes mudos, incapaces de ladrar’ de los que habla Isaías», advirtió alguna vez el que fuera luego Cardenal von Galen. Humanitas 2006, XLII, págs. 226-245

LA MUERTE DE JUAN PABLO II (2 de abril 2005, 21.37 hrs), por Giovanni Marchesi. Hace un año, acompañado por miles de fieles que llenaban día y noche la Plaza de San Pedro orando junto a él en su agonía, rodeado del afecto y admiración de millones de cristianos y hombres de buena voluntad en el orbe entero, a las 21.37 hrs. del sábado 2 de abril, el Santo Padre Juan Pablo II moría serenamente en el Señor. Era la víspera de la Octava de Pascua o Segundo Domingo de Pascua, día que él mismo había establecido en 1993 como solemnidad litúrgica especialmente dedicada a la Divina Misericordia. Humanitas 2006, XLII, págs. 246-259

BENEDICTO XVI RECUERDA A JUAN PABLO II. Al conmemorarse 27 años del advenimiento a la cátedra de Pedro de Juan Pablo II, la televisión polaca quiso recordar su figura conversando con su sucesor, Benedicto XVI. En un lenguaje de gran intimidad el actual Pontífice recuerda el carisma de su predecesor, el inmenso don que constituyó para la Iglesia y su relación de tantos años con él. «El Papa (Juan Pablo II) me resulta siempre cercano a través de sus textos: le oigo y le veo hablar, y puedo estar en diálogo continuo con el Santo Padre porque con estas palabras habla siempre conmigo (...) recuerdo las conversaciones que tuvimos sobre cada uno de ellos». «Me encomiendo a sus oraciones (...), hay un diálogo permanente y también una cercanía, de una forma nueva, pero de una forma muy profunda», señala Benedicto XVI. Humanitas 2006, XLII, págs. 260-263

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ESTRUCTURA MORAL DE LA LIBERTAD (En el magisterio de Juan Pablo II), por el Cardenal Julián Herranz. La noción de persona humana, la «verdad sobre el hombre», no es una cuestión meramente académica, sino un profundo problema existencial, sin cuya solución –en el ámbito de la razón– no sería posible recuperar el sentido y el valor de la ética y del derecho: es decir, «la estructura moral de la libertad». Juan Pablo II impulsó a tener la valentía de la verdad mediante un serio y clarividente diálogo «circular» que comprometa simultáneamente y sin prejuicios la razón y la fe. Sin esta valentía no podrá haber nunca una verdadera cultura de la libertad: de la libertad natural, que se funda en la misma dignidad de la naturaleza creada del hombre, y de la otra libertad más alta –la libertad de los hijos de Dios, contra la esclavitud del pecado y de la muerte–, que Cristo Redentor nos conquistó en la cruz. Humanitas 2006, XLII, págs. 264-276

EL EVANGELIO DE LA FAMILIA Y DE LA VIDA (En el magisterio de Juan Pablo II), por el Cardenal Alfonso López-Trujillo. Se asiste a la «conspiración» de muchos parlamentos y a las presiones y ambigüedades de toda índole, que llegan a proclamar otros derechos humanos sustitutivos de los que son fundamentales. La familia sería la negación de la libertad, el lugar de la esclavitud para la mujer, su vocación maternal un obstáculo, culturalmente impuesto a su realización; los hijos una carga pesada, la estabilidad y la fidelidad del amor conyugal una quimera, y no un bien fundamental para el hombre y la sociedad. El Papa Juan Pablo II fue el abogado universal de los derechos fundamentales de la familia, en los grandes foros mundiales, ante los jefes de Estado, en los Parlamentos, en el diálogo con los políticos. Fue decidido defensor de los derechos sobre todo de las familias pobres, de los pueblos pobres sometidos a políticas arbitrarias de los poderosos, que sin respetar su soberanía los invaden con presiones y exigencias indebidas, reñidas con su cultura y dignidad. Así resonó su palabra llena de autoridad ante el mito de la sobrepoblación que sirve de recurso para un control natal. Humanitas 2006, XLII, págs. 277-290

CONCORDANCIA ENTRE LA CIENCIA Y LA FE (En el magisterio de Juan Pablo II), por Fernando Orrego Vicuña. Para que en la práctica se eviten los conflictos entre la ciencia y la fe, que históricamente han sido bastantes, es necesario, según Juan Pablo II, que se dé una doble condición: Por una parte debe existir «una hermenéutica rigurosa para la interpretación correcta de la palabra inspirada. Conviene delimitar bien el sentido propio de la Escritura, descartando interpretaciones indebidas que le hacen decir lo que no tiene intención de decir». Y por otra que los científicos no le hagan decir a la naturaleza lo que en verdad ella no dice, sobreponiéndole a los datos reales que la investigación científica genera, presupuestos ideológicos, prejuicios o extrapolaciones inválidas, entrando en campos en los que los científicos suelen no tener mayor versación, como son el filosófico o el teológico, cayendo incluso en la soberbia del cientificismo, «corriente filosófica que no admite como válidas otras formas de conocimiento que no sean las propias de las ciencias positivas en esta perspectiva, los valores quedan relegados a meros productos de la emotividad y la noción de ser es marginada para dar lugar a lo puro y simplemente fáctico». Humanitas 2006, XLII, págs. 291-303

LA RESURRECCIÓN (El hecho: Jesús «resucitó realmente»). La Resurrección de Jesús, aun cuando tuvo lugar en el más profundo misterio, dejó en la historia humana tres «señales»: el sepulcro vacío, las apariciones a los discípulos y la radical transformación de éstos. Reflexionando sobre semejantes «señales», podemos tener la certeza moral –que es la certeza propia de la historia– de que Jesús de Nazaret, el crucificado, resucitó realmente. La Resurrección es por tanto un hecho real, no «mítico» ni «subjetivo», porque Jesús resucitó en la «realidad» de su ser corpóreo y no en la «fe» ni el «deseo» de sus discípulos. Humanitas 2006, XLII, págs. 303-317

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APROXIMACIONES A HILDEGARDA DE BINGEN (1098-1179), por Mauro Matthei, OSB. Ningún riesgo se corre al afirmar que muy pocas mujeres –o digamos mejor, ninguna– en la historia no sólo de Europa sino del mundo entero ha sido objeto de mayor respeto, rodeada de más reverencias, tomada en cuenta por casi todos los notables de su época, que Hildegarda, la abadesa y mística de Bingen en el Rhin. Al mismo tiempo, en las más de trescientas cartas que se conservan hasta hoy, sorprende el tono de autoridad y libertad con que ella responde a los elevados personajes que se dirigen a ella. En una primera aproximación a esta figura histórica es eso lo que más llama la atención: la densa nube de incienso que hay que atravesar para comenzar a vislumbrar algo de aquella mujer, famosísima en su tiempo, olvidada después y resituada en nuestros tiempos en el centro de los más diversos haces de luz. Humanitas 2006, XLII, págs. 318-335

FIDELIDAD Y AMOR, por Jorge Peña, El amor tiene dos fases, que no se excluyen entre sí, sino que se integran mutuamente: el amor como sentimiento espontáneo y como acto electivo y voluntario. Es en esta segunda fase cuando el amor se hace más maduro y reflexivo y proporciona una vivencia más profunda de lo que es amar. ¿Qué obstáculos encontramos en la actualidad que tornan difícil y costosa a fidelidad? Así los enuncia el autor: 1) la idolatría del amor; 2) el exclusivismo de la pareja cerrada sobre sí misma; 3) la dificultad para afrontar el conflicto y el dolor; 4) la esperanza que se conceden mutuamente para cambiar de actitud y mejorar; 5) la capacidad para resistir el hechizo de la aventura y las sugestiones de la tentación; 6) la necesidad y posibilidad del perdón; 7) la situación de precariedad que una ley del divorcio introduce en el concepto mismo de matrimonio, dado que aborta todo esfuerzo de superación y resurgimiento. Humanitas 2006, XLII, págs. 340-353

LIBROS. «La presencia franciscana en Chile». René Millar Carvacho, Horacio Aránguiz Donoso (Editores) Academia Chilena de la Historia; «Una respuesta definitiva al Código Da Vinci», por Ben Whiterington III (Publicaciones Andamio, Barcelona); «La verdad sobre el Código Da Vinci», por José Antonio Ullate (Editorial Libroslibres, Madrid); «Los masones», por César Vidal (Editorial Planeta, Barcelona); «¿Cómo soñaron nuestra Facultad de Medicina?», por Lorenzo Cubillos Osorio (Editado por la Facultad de Medicina de la Pontificia Universidad Católica de Chile); «Estética musical. El poder formativo de la música», por Alfonso López Quintás (Rivera Editores, Valencia); «Una verdadera educación», Escritos sobre educación y psicología del Padre Alberto Hurtado, S. J. Introducción, selección y notas de Violeta Arancibia C. (Ediciones Universidad Católica de Chile, Santiago); «Píldora del día después. Aspectos médicos y biológicos», por Fernando Orrego Vicuña (Universidad de los Andes); «Tolkien, raíces y legado», por Gonzalo Larios (editor) (Universidad del Desarrollo y Centro de Estudios Bicentenario, Santiago); «Juan Pablo II El Magno», por Zenón Cardenal Grocholewski (Universidad Sergio Arboleda, Bogotá); «Lo que Europa debe al Cristianismo», por Dalmacio Negro (Unión Editorial, Madrid). Humanitas 2006, XLII, págs. 402-415

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La Primera Encíclica de Benedicto XVI L

a culminación de la Revelación se contiene en la conocida frase de San Juan: «Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él» (1Jn 4,16). Es la síntesis de la fe cristiana: la verdad acerca de Dios y, en consecuencia, acerca del hombre y la existencia cristiana. El cristiano es el que puede decir: «hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él». Este es el tema que Benedicto XVI ha querido escoger para su primera encíclica, «Deus caritas est» dirigida a la Iglesia que Dios ha encomendado a su cuidado pastoral y pensando en el mundo que ella tiene el deber de iluminar con la palabra de Dios. Es un hecho que hoy reina una gran confusión respecto al amor. Los griegos distinguían muy claramente tres tipos de sentimientos, emparentados pero inconfundibles: el eros, que no nace del pensamiento o de la voluntad, sino que se impone como un flechazo. Los latinos lo tradujeron por cupido, que tiene que ver con el deseo y, en concreto, con ese que surge entre un hombre y una mujer. La filía, que es la unión que surge entre dos personas por la amistad. Y el agape, que es la benevolencia gratuita que busca el bien del otro; como la actitud normal de una madre respecto a su hijo o la compasión frente a alguien que sufre. El Papa hace notar que el pensamiento griego no se interesó mucho por el agape. Lo contrario sucedió en el cristianismo, revolución que ya comienza en el Antiguo Testamento, es decir, desde las primeras manifestaciones del verdadero Dios. La prevalencia del eros en el mundo pagano queda expresada en el verso de Virgilio citado por Benedicto XVI: «Amor omnia vincit». Se refiere el poeta a ese «amor» que pasa por encima de la razón y de la voluntad. Es de tal naturaleza que no tiene sentido resistirlo. La experiencia dionisíaca es la experiencia suprema y, cuando sobreviene, hay que abandonarse a ella. Esta afirmación del paganismo no hay que confundirla con la bien conocida de Juan Pablo II: «el amor es más fuerte», porque el Papa estaba hablando del agape. La frase de Juan Pablo II desmiente a Nietzsche. No es verdad que el cristianismo haya degenerado el eros convirtiéndolo en un vicio. El auténtico cristianismo nunca ha estado contra el sexo. Lo reconoce parte constitutiva del hombre que Dios creó hombre y mujer. Lo que sucede hoy es que el «erotismo» pretende convertir la experiencia erótica en el «amor» sin más. Típica de esta mentalidad es la manera de referirse a la relación sexual como «hacer el amor». El erotismo, como «locura divina», seduce con la ilusión de una experiencia de absoluta libertad, pero encierra un peligro: al perderse el sujeto en el éxtasis de los sentidos pierde también la conciencia del otro como persona. Eso, que es claro en lo que la historia de las religiones conoce como «prostitución sagrada», se advierte también en las formas, hoy muy difundidas, de encuentros sexuales como experiencia episódica sin voluntad de compromiso personal. En los antiguos ritos sagrados lo que se buscaba, en el fondo, era la fertilidad. Eran «ritos de fertilidad». El acto que se llevaba a cabo en ese contexto cultural buscaba la participación en la fuerza misteriosa de la naturaleza que da la vida. Hoy, la mentalidad «erótica» no busca eso, sino el puro placer de los sentidos evitando cualquier posibilidad de que el ejercicio de la sexualidad alcance su fin natural, que es asegurar la constante presencia de la vida en este mundo. Lo que se difunde hoy, en lo que se refiere al amor, reproduce, y más radicalmente, la situación «antigua», propia del paganismo. Su mayor radicalidad resulta de que el pensamiento moderno niega o simplemente

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EDITORIAL no tiene en cuenta a Dios; ni siquiera con esa primera percepción natural que San Pablo consideraba normal entre los paganos (Rom. 1.19-21). De ahí que Benedicto XVI considere de la mayor importancia recordarnos la novedad que se contiene en la revelación bíblica para bien de la comunidad. Esta novedad tiene que ver en primer lugar con la «imagen de Dios». Un Dios único, creador de cuanto existe y, en primer lugar, del hombre. Un Dios que ama su creación, y al hombre con un amor de carácter personal, que puede ser entendido como eros (aquí el Papa destaca el libro del Cantar de los Cantares y las expresiones de profetas como Oseas y Ezequiel acerca de la relación de Dios con su criatura), pero que ya en el Antiguo Testamento «es también totalmente agape». Mas la realidad del amor divino se nos revela en Jesucristo. En la cruz, dice Benedicto XVI, Dios «se pone... contra sí mismo» por amor a nosotros. Dios se niega a sí mismo para alcanzar, por el camino de la cruz, nuestro bien (cf. Filip 2,6); y en la eucaristía nos implica a nosotros «en la dinámica de su entrega». Por eso, ahora, en Cristo, es posible pedir a los esposos que eleven su amor humano a la altura del agape divino (Efes 5,25.28), y el mandamiento ya exigente del Antiguo Testamento: «ama a tu prójimo como a ti mismo», toma una forma «nueva»: «que os améis (agapáte) los unos a los otros como yo os he amado (egápesa)». El verdadero amor puede ser objeto de un mandamiento, porque compromete no sólo los sentidos, sino, ante todo, la inteligencia y la voluntad; que es, por lo demás, la única manera de que el hombre tenga de verdad la experiencia divina, que busca en el amor. La primera Encíclica del Papa Benedicto XVI parte, como se ve, del centro mismo de la revelación cristiana, y apunta a ese mal que afecta al corazón de la historia, el pecado, que pone al hombre en la incapacidad de amar. A partir de aquí, resulta muy iluminadora la segunda parte de la Encíclica «Deus caritas est», sobre «la caridad como tarea de la Iglesia». A Dios gracias, abundan en las diócesis y parroquias los grupos y organizaciones dedicadas a la atención de las diversas necesidades humanas, que muchas veces son muy graves. De los principios desarrollados por Benedicto XVI se deduce que dichas organizaciones humanitarias corresponden a la naturaleza misma de la Iglesia. Ella está en el mundo y no puede ser insensible a los sufrimientos de los hombres. Pero para que dichas actividades asistenciales sean «caridad», deben brotar del encuentro con Dios en Cristo, que suscita el amor y abre al encuentro con el otro. Deben ser la expresión de la fe que actúa por la caridad (cf. Gál 5,6). Con esa condición las organizaciones eclesiales, que deben estar siempre dispuestas a colaborar con entidades de diversa inspiración orientadas a promover la justicia social, se librarán de quedar al servicio de partidos, ideologías o estrategias humanas. Benedicto XVI ha comenzado su pontificado enviando a la Iglesia una encíclica que va al centro mismo de nuestra condición de cristianos: hemos descubierto el amor que nos hace hijos suyos, y el sentido de nuestra misión en el mundo es anunciarle esta Buena Noticia.

+ANTONIO MORENO CASAMITJANA El texto completo de la primera encíclica de S.S.Benedicto XVI, DEUS CARITAS EST, se puede leer en www.humanitas.cl

Arzobispo de la Ssma. Concepción

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CONDE CLEMENS AUGUST VON GALEN

Beatificación del «León de Münster» E

l conde Clemens August von Galen, beatificado por Benedicto XVI en octubre del año pasado, nació el 16 de marzo de 1878 en el castillo de Dinklage, en Oldenburg (Müsterland). Vástago de una antigua familia noble, fue el undécimo de los trece hijos del conde Ferdinand Heribert y Elisabeth von Spee, su esposa, condesa del imperio. A raíz de sus intensas experiencias de la infancia, vividas en la casa paterna, durante toda su vida conservó una tradición de vida en la cual se entrelazan un natural espíritu humanitario y una fe indómita. En una ocasión, escribió así sobre su familia: «Todos ellos recibieron de la casa paterna, conservando durante toda la vida como un precioso legado, una imperturbable y sólida fe católica y el amor a la santa Iglesia; pero también, sin excepciones, una concepción seria de la vida y un excepcional grado de comprensión e interés en las exigencias de la vida pública, en la alegría y el sufrimiento de la Iglesia y en el bien y el mal del pueblo, la región y la Patria». Como él mismo recordó en otro momento, fue decisiva la «santa fe católica» como «comportamiento de fondo y norma jamás puesta en tela de juicio por el modo de pensar y la vida de todos los habitantes del castillo de Dinklage». El conde Clemens August von Galen, que en familia tenía el sobrenombre «Clau», describe así la práctica religiosa de sus padres: «Nuestros padres siempre nos dieron un ejemplo insuperable de sana y práctica devoción. La participación diaria en la Santa Misa y la oración comunitaria de la noche en la capilla constituían una norma para todos los habitantes de la casa. Todos los domingos nuestros padres participaban con los hijos más grandes en la Santa Misa y la prédica en la iglesia parroquial. Además, normalmente la capilla era frecuentada asiduamente. Nuestros padres comenzaban habitualmente rezando el rosario juntos en la capilla, en la tarde, después de un paseo (...). Ambos dedicaban diariamente media hora a hacer una contemplación (...). El papá era escrupuloso, casi preocupado, en la preparación para la santa confesión. No se contentaba con la

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En conformidad con su divisa episcopal «Nec laudibus nec timore» (Ni por alabanzas ni por temor), Clemens August von Galen fue claro ya desde su primera carta pastoral en cuanto a «jamás apartarse siquiera una cuarta» de la enseñanza de la Iglesia. «Siempre me vienen a la mente los ‘canes mudos, incapaces de ladrar’ de los que habla Isaías», advirtió también alguna vez el que fuera luego Cardenal von Galen.

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En una ocasión escribió así sobre su familia: «Todos ellos recibieron de la casa paterna, conservando durante toda la vida como un precioso legado, una imperturbable y sólida fe católica y el amor a la santa Iglesia; pero también, sin excepciones, una concepción seria de la vida y un excepcional grado de comprensión e interés en las exigencias de la vida pública, en la alegría y el sufrimiento de la Iglesia y en el bien y el mal del pueblo, la región y la Patria». (Los hermanos Von Galen, 1883. A la izquierda Clemens August)

oración comunitaria de la noche, y más tarde, antes de ir a dormir, hacía un esmerado examen de conciencia sobre el trabajo diario realizado, arrodillado frente al escritorio, en su habitación. Luego hacía anotaciones en hojas de papel, que le servían de apoyo para la confesión del sábado siguiente y después se rompían». Todos los muchachos Galen tuvieron en el castillo de Dinklage «una maravillosa y alegre juventud en la casa paterna». Se disfrutó «sin perturbaciones de la alegría de la vida en el campo». Con todo, Von Galen recordó, en la crónica familiar, que la educación paterna, «en comparación con la de algunas otras familias, era ciertamente rígida. Siempre se exigió obediencia y orden, puntualidad y esmero en el trabajo. Rara vez, en todo caso, fuimos castigados. Una reprimenda severa del papá a todos nos hacía mucho efecto y la temíamos más que el bastón tan empleado en otras casas». Elisabeth, su madre, fue la iniciadora de la educación religiosa. Daba lecciones de catecismo a sus hijos y los introdujo en la fe de tal manera que a Von Galen, según sus propias palabras, hasta terminar los estudios teológicos en la universidad, le pareció «difícilmente haber adquirido más conocimientos y comprensión de la verdad de la fe». En los primeros años escolares, el conde Von Galen fue instruido por un preceptor. Entre 1890 y 1894, por deseo de sus padres,

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(El conde Von Galen, a la derecha, paseando en carroza con los niños)

fue alumno del colegio jesuita «Stella Matutina», en Feldkirch, Austria, junto con su hermano menor Franz (de sobrenombre «Strick»), con el cual se mantuvo en contacto estrecho durante toda la vida. Durante ese período tampoco se interrumpe jamás el estrecho contacto familiar, manteniéndose mediante un intercambio epistolar permanente. Por cuanto en esa época todavía estaba vigente en las escuelas privadas la ley sobre los jesuitas, de la época de la «Kulturkampf», los hermanos Galen no podían someterse a un examen de madurez reconocido en Alemania, de manera que en el otoño de 1894 pasaron a estudiar en el gimnasio Antonianum de Vectha, donde dos años después obtuvieron el título de bachillerato. Clemens August von Galen, sin percatarse aún de su vocación sacerdotal, en mayo de 1897, por deseo de su padre, comenzó a estudiar filosofía en Friburgo (Suiza). Clemens August adquiere claridad definitiva sobre su llamado durante una estadía en Roma, en la primavera de 1898, y durante los ejercicios espirituales en Maria Laach. A consecuencia de lo anterior, desde el otoño de 1898 Von Galen estudió teología en Innsbruck, Austria, donde en ningún caso fue contado entre los estudiantes excelentes y solía cansarse al estudiar. Durante mucho tiempo pensó entrar a la orden de los jesuitas. Después de terminados los estudios teológicos, en la Pascua de

A RAÍZ DE SUS INTENSAS EXPERIENCIAS DE LA INFANCIA, VIVIDAS EN LA CASA PATERNA, DURANTE TODA SU VIDA CONSERVÓ UNA TRADICIÓN DE VIDA EN LA CUAL SE ENTRELAZAN UN NATURAL ESPÍRITU HUMANITARIO Y UNA FE INDÓMITA.

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Ceremonia al asumir como párroco en San Lamberto (1929)

1903, el candidato al sacerdocio pasó al seminario de Münster, y el 28 de mayo de 1904 fue ordenado sacerdote por el obispo Hermann Dingelstad en la catedral de Münster. Aun cuando provenía de la nobleza de Westfalia y era sobrino de Maximilian Gereon von Galen, en ese momento obispo auxiliar, y sobrino segundo del ilustre obispo de Maguncia, Wilhelm Emmanuel von Ketteler, al parecer no estaba destinado a una carrera religiosa extraordinaria, y fue capellán y cura párroco, como muchos otros sacerdotes. Sin embargo, el hecho de ser parte de la nobleza tuvo gran incidencia para él. Durante toda la vida, Von Galen estuvo orgulloso del título de nobleza, que para él tenía «un valor eterno»; pero además veía en esto una tarea en relación con la Iglesia y la comunidad. En la crónica familiar redactada por él en 1925, escribió que un Von Galen «no tenía derecho a enterrar ninguno de los talentos recibidos» y debía trabajar «con cada uno de ellos en el lugar donde Dios lo había puesto (...), desinteresado, valeroso y fiel, por el honor de Dios y el bienestar del prójimo». Después de la ordenación sacerdotal, Clemens August von Galen fue asignado en primer lugar, durante dos años, como vicario cooperador de Münster y capellán de su tío, el obispo auxiliar Maximilian Gereon von Galen. Ahí pudo, según sus palabras, «observar de cerca su inquieta diligencia, su casi meticulosa escrupulosidad en el servicio divino, pero también los éxitos de su modo de obrar, el amor y la veneración que se granjeó en toda

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la diócesis junto al clero y el pueblo». El breve período con el tío tuvo grandes efectos. Para Clemens August von Galen, él fue «un indescriptible buen amigo paternal, que siempre será para mí un ejemplo inolvidable por su piadosa vida, especialmente por la humildad para mí vergonzosa con la cual a menudo pedía un consejo a quien era tan joven e inexperto». En 1906, el obispo de Münster envió a Clemens August a Berlín, capital del imperio. Allí fue inicialmente capellán de la iglesia parroquial de San Matías, cuyos sacerdotes siempre provenían de la diócesis de Münster, debido a una norma de Mattias Aulicke, el fundador. En 1911, lo pusieron a cargo de las almas de la iglesia de San Clemente María Hoffbauer, en ese momento en construcción, con alrededor de tres mil miembros. Ocho años después, en 1919, regresó como párroco de San Matías, en el barrio de Schöneberg, en Berlín, donde permaneció hasta 1929. En Berlín, la participación en la vida eclesiástica era mucho menor en comparación con Oldenburg y Münster, lo cual significó para Clemens August una extraordinaria ampliación de las perspectivas. En primer lugar, se enfrentó con la diáspora católica. En el ámbito de sus actividades en la gran parroquia ciudadana de San Matías, con las visitas a las habitaciones bajo tierra y las casas posteriores, tomó contacto con el problema del desempleo, el desarraigo y la radicalización política. En calidad de presidente de la Gesellenvereine1 berlinesa, se le presentaron considerables tareas de organización, y entre otras cosas se comprometió con todas sus fuerzas a favor de los trabajadores y artesanos jóvenes mediante la construcción de una casa para aprendices, para la cual puso a disposición su parte de la herencia paterna. Su interés sociopolítico y sus relaciones familiares lo impulsaron muchas veces a adoptar posiciones ante polémicas exigencias políticas. Con todo, en la prédica era bastante débil. Después de alrededor de 23 años en la gran ciudad de Berlín, por deseo del obispo Poggenburg, Clemens August regresó a Münster, en febrero de 1929, como párroco de la iglesia parroquial de San Lamberto. Von Galen se vio en ese momento llegando a la última estación de su actividad sacerdotal cuando escribió a su hermano: «Esto es un poco demasiado: 51 años. Nosotros, viejos decrépitos, estamos destinados a desaparecer bastante pronto y podemos confiar a otros la «creación de una nueva época»; pero todavía queremos contribuir un poco y estoy realmente feliz de llegar dentro de poco a la última parada previsible antes de la gran estación final, para prepararme mejor, esperemos al «¡se baja!».

El párroco Von Galen en 1920.

CLEMENS AUGUST VON GALEN FUE CONSAGRADO OBISPO POR EL CARDENAL DE COLONIA, JOSEPH SCHULTE, EL 28 DE OCTUBRE DE 1933 EN LA CATEDRAL DE MÜNSTER. EN CONFORMIDAD CON SU DIVISA EPISCOPAL «NEC LAUDIBUS NEC TIMORE» («NI POR ALABANZAS NI POR TEMOR»), VON GALEN FUE CLARO YA EN SU PRIMERA CARTA PASTORAL EN CUANTO A «JAMÁS APARTARSE NI SIQUIERA UNA CUARTA» DE LA ENSEÑANZA DE LA IGLESIA.

1 Asociación católica para la asistencia y adiestramiento de aprendices y artesanos.

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Por encargo del obispo, procuró con interés, desde la infancia y comprometido políticamente junto con su hermano Franz, dar cuenta de la nobleza católica de Westfalia, que se había desviado hacia la agrupación nacional bajo las líneas del Zentrum2. Marcados por sus orígenes familiares, en esa época los dos hermanos se encontraban en la tradición del Zentrum. Así, el padre ya estaba en la Dieta regional de Oldenburg, y entre 1873 y 1903 fue diputado del Zentrumpartei en el Reichstag. Del mismo modo, también el hermano Friedrich, fallecido en 1918, tenía un mandato en el Reichstag desde 1903 hasta su muerte.

VON GALEN LUCHÓ CON AHÍNCO POR EL MANTENIMIENTO DE LAS ESCUELAS CATÓLICAS Y CONTRA LA TOTALIDAD DE LA PRETENSIÓN EDUCATIVA DE LOS NACIONALSOCIALISTAS. DEBIÓ RECONOCER MUY PRONTO LA ARBITRARIEDAD DEL ESTADO NACIONALSOCIALISTA. SUS PROTESTAS CONTRA LA «DESCONFESIONALIZACIÓN DE LA VIDA PUBLICA» Y EL AUMENTO GRADUAL DE LA «KIRCHENKAMPF» NO PARECEN CORONADAS POR EL ÉXITO, AL IGUAL QUE EN LAS DEMÁS DIÓCESIS CATÓLICAS.

2 Partido político católico 1861-1933. El nombre deriva de los asientos ubicados en el centro del Parlamento alemán. 3 Partido Nacional Socialista Alemán.

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Hacia la plenitud del sacerdocio Von Galen no seguiría siendo por largo tiempo párroco de San Lamberto. Ya en 1930 fue recomendado por su obispo diocesano como candidato a la sede episcopal vacante de Aquisgrán y el Vaticano lo inscribió también en la lista de los candidatos. Cuando murió el obispo Johannes Poggenburg en enero de 1933, Von Galen, de 55 años, era junto con otros dos candidatos, uno de los favoritos del capítulo catedral de Münster. Otros cuatro obispos también visualizaban al conde Galen como un candidato idóneo para el cargo de obispo de Münster. Con todo, en el Vaticano se decidió en principio otra cosa, nombrándose al obispo auxiliar de Tréveris, Antonius Mönch, al predicador de la catedral de Münster, Adolf Donders, y a Heinrich Heufers, ocupado en Berlín, pero originario de la diócesis de Münster. Únicamente cuando Heufers, elegido por el capítulo catedral, no aceptó por motivos de salud, y Donders, que finalmente habría sido elegido por votación, renunció, Roma decidió nombrar a Von Galen como posible candidato. Después de eso, el capítulo catedral eligió por votación unánime obispo de Münster a su candidato propuesto desde el comienzo. Después de retirarse las dudas del NSDAP3, probablemente a causa de la suscripción en ese momento del Concordato con el Imperio, el Papa Pío XI lo nombró obispo de Münster el 5 de septiembre de 1933. Clemens August von Galen fue consagrado obispo por el Cardenal de Colonia, Joseph Schulte, el 28 de octubre de 1933 en la catedral de Münster. En conformidad con su divisa episcopal «Nec laudibus nec timore» («Ni por alabanzas ni por temor»), Von Galen fue claro ya en su primera carta pastoral en cuanto a «jamás apartarse ni siquiera una cuarta» de la enseñanza de la Iglesia. Von Galen no mostró en momento alguno simpatía por el nacionalsocialismo. Consciente de la responsabilidad en el período de la


subversión política, adoptó ya en la primavera de 1934 por primera vez una posición crítica contra las afirmaciones de la ideología nacionalsocialista: «Ataca los fundamentos de la religión y toda la cultura, quien disgrega y destruye la fe en Dios en la humanidad. Ataca los fundamentos de la religión y toda la cultura, quien destruye la ley moral en el hombre. Con todo, hacen esto quienes declaran que la moralidad tan sólo es válida en cuanto promueve la raza para un pueblo. Evidentemente, de este modo se sitúa la raza por encima de la moralidad y la sangre por encima de la ley (...). Ellos transforman los sacramentos en usos de una religión nacional, hablando del misterio del sacramento de la sangre (...). Los nuevos paganos aspiran a una iglesia nacional, que no se apoya en el fundamento de la fe colectiva en la Revelación, sino en la enseñanza de la sangre y la raza. Por este motivo, en calidad de obispo alemán, levanto mi voz de advertencia y os digo: Mantengámonos firmes en la fe de la Iglesia una, santa, católica y apostólica, como vuestros padres la conocieron y permanecieron fieles a ella. Estad armados contra las insidias del Enemigo originario (...)». El obispo aludió aquí al escrito de Rosenberg, Mito del siglo XX, contra el cual hizo publicar también estudios críticos. En los años siguientes, Von Galen luchó con ahínco por el mantenimiento de las escuelas católicas y contra la totalidad de la pretensión educativa de los nacionalsocialistas. Debió reconocer muy pronto la arbitrariedad del estado nacionalsocialista. Sus protestas contra la «desconfesionalización de la vida publica» y el aumento gradual de la «Kirchenkampf»4 no parecen coronadas por el éxito, al igual que en las demás diócesis católicas. Sin embargo, él tuvo el estímulo del apoyo y la lealtad de su diócesis. El 6 de septiembre de 1936, el «Viktorstracht» de Xanten, en el cual participaron más de 25 mil personas, dio ocasión al Obispo de hablar sobre los límites de la obediencia a la autoridad humana: «¡Es preferible morir que pecar! Y si la autoridad de la Iglesia y el Estado, de la comunidad y la familia, abusando de su posición, nos pide actuar contra la ley de Dios y contra la conciencia formada de acuerdo con la ley de Dios, queremos sacrificar el cuerpo y la vida, pero mantener nuestra conciencia pura». El obispo Galen formó parte muy pronto de los obispos alemanes que apoyaron y favorecieron una protesta pública de toda la Iglesia contra el nacionalsocialismo. En muchas cartas, él mismo invitó al entonces Papa a «una protesta pública». A comienzos de 1937, poco tiempo después de que en la zona de Oldenburg, en Münsterland, se había encendido una violenta disputa entre la Iglesia y el Estado, porque el gobernador del distrito promulgó el retiro de los crucifijos de las oficinas públicas, revocado, con

«¡ES PREFERIBLE MORIR QUE PECAR! Y SI LA AUTORIDAD DE LA IGLESIA Y EL ESTADO, DE LA COMUNIDAD Y LA FAMILIA, ABUSANDO DE SU POSICIÓN, NOS PIDE ACTUAR CONTRA LA LEY DE DIOS Y CONTRA LA CONCIENCIA FORMADA DE ACUERDO CON LA LEY DE DIOS, QUEREMOS SACRIFICAR EL CUERPO Y LA VIDA, PERO MANTENER NUESTRA CONCIENCIA PURA».

4 Conflicto entre el Estado y la Iglesia que nace de la represión de la Iglesia por parte del nacionalsocialismo.

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EL OBISPO GALEN FORMÓ PARTE MUY PRONTO DE LOS OBISPOS ALEMANES QUE APOYARON Y FAVORECIERON UNA PROTESTA PÚBLICA DE TODA LA IGLESIA CONTRA EL NACIONALSOCIALISMO. EN MUCHAS CARTAS, ÉL MISMO INVITÓ AL ENTONCES PAPA A «UNA PROTESTA PÚBLICA».

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todo, a causa de la amplia protesta de la población católica, Von Galen fue llamado a Roma por el Papa Pío XI. Junto con los cardenales Bertram, Faulhaber y Schulte, así como el obispo Preysing de Berlín, colaboró ahí en la adopción de una posición papal, muy atenta a la situación de la iglesia en Alemania, la encíclica Mit brennender Sorge, que en marzo de 1937 se publicó en la versión hasta ahora única en idioma alemán y fue objeto de gran atención en el interior y el exterior. Con el comienzo de la Segunda Guerra Mundial –para el obispo Von Galen consecuencia lógica del Tratado de Versalles de 1918-, el régimen nacionalsocialista reforzó su presión sobre la Iglesia, cuya situación de emergencia parecía intensificarse de manera insoluble. Algunas manifestaciones del patriota siguen siendo hasta hoy discutibles, sobre todo su adhesión a la guerra de Hitler contra «la bolchevique y sin Dios Unión Soviética». Falta la pregunta sobre una autorización moral del servicio militar para una autoridad nacionalsocialista que desde hacía mucho tiempo había dado pruebas de carecer de escrúpulos, de no estar «al servicio de Dios por el bien» (Epístola a los Romanos, 13). La guerra se convirtió, según el obispo Von Galen, en el tribunal penal de Dios, una expiación de todos los pecados, y por tanto el servicio militar era un período de suspensión condicional de la pena del cristiano. Su concepto ideal de una condición militar caballeresca impregnada de la tradición familiar, que en la prédica del 4 de julio de 1943, en Telgte, expuso en oposición al odio nacionalsocialista y a los llamados a la represalia, no quiso adaptarse a la guerra de destrucción de Hitler. Únicamente la experiencia de la Segunda Guerra Mundial lo hizo preguntar, el 8 de julio de 1945, «si semejantes guerras son todavía medios nacionales sostenibles para las decisiones sobre las controversias entre los pueblos». Galen aprendió, ciertamente de niño en su casa paterna, a no divulgar «una palabra de crítica hacia las disposiciones de la autoridad católica», pero cada vez le resultaba más difícil callar en público. Veía que ya no tenían sentido los métodos empleados por el Cardenal Adolf Bertrams de Breslau, presidente de la Conferencia Episcopal, para oponerse a las violaciones al Derecho y a los crímenes del nacionalsocialismo con peticiones a la autoridad y protestas escritas, réplicas y protestas jurídicas. El 26 de mayo de 1941, Von Galen escribió al obispo Berning de Osnabrück: «Si el Cardenal Bertram y del mismo modo muchos otros obispos, superiores a mí en ancianidad, experiencia y virtud, permanecen tranquilos con todo esto y se contentan con protestas de papel y sin efecto del presidente de la Conferencia Episcopal de Fulda,


Serie de fotografías que muestran el desarrollo de la personalidad de Clemens August von Galen.

desconocidas para el público, entonces sería arrogante, y para los demás reverendísimos señores una ofensa al honor, tal vez además tonto y equivocado, que yo me adelantase mediante una ‘fuga en el público’ y se provocasen quizás también contra la Iglesia disposiciones más brutales; pero ya no puedo tranquilizar mi conciencia con semejantes argumentaciones ex auctoritate. Siempre me vienen a la mente los ‘canes mudos, incapaces de ladrar’, de los cuales habla Isaías». Al igual que en lo solicitado en el ámbito de su discurso para el Viktorstracht de Xanten en 1936, arriesgó su vida por su conciencia en el apogeo de la ostentación del poder nacionalsocialista, cuando entre el 13 de julio y el 3 de agosto de 1941 hizo sus tres prédicas, que llegaron a ser famosas, en Münster, y con inesperada claridad hizo acusaciones contra el asesinato de enfermos y la expulsión de religiosos. Por ejemplo, el 3 de agosto de 1941 dijo: «Desde hace algunos meses escuchamos decir que por orden de Berlín, en los manicomios y hospitales para enfermos mentales se llevan de allí por fuerza a quienes ya están desde hace mucho tiempo enfermos y parecen tal

GALEN APRENDIÓ, CIERTAMENTE DE NIÑO EN SU CASA PATERNA, A NO DIVULGAR «UNA PALABRA DE CRÍTICA HACIA LAS DISPOSICIONES DE LA AUTORIDAD CATÓLICA», PERO CADA VEZ LE RESULTABA MÁS DIFÍCIL CALLAR EN PÚBLICO.

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EXTRACTOS DE LAS PRÉDICAS DEL OBISPO CLEMENS AUGUST, CONDE VON GALEN En la iglesia de San Lamberto, en Münster (13 de julio de 1941).

«Toda la ciudad de Münster sigue impresionada por la espantosa devastación que nos han causado esta semana los enemigos extranjeros y quienes se oponen a la guerra. Luego, ayer, al final de esta semana, ayer 12 de julio, la Gestapo confiscó las sedes de la Compañía de Jesús, de la orden de los jesuitas, en nuestra ciudad (...), expulsó a los habitantes de sus propiedades, obligó a los Padres y Hermanos a dejar ayer de inmediato no sólo sus casas, no sólo nuestra ciudad, sino también la provincia de Westfalia y la provincia renana. Y el mismo destino penoso tuvieron también las religiosas Misioneras de la Inmaculada Concepción, en Wilkinghege, en la Steinfurter Strasse. También se confiscó su casa, siendo expulsadas las religiosas de Westaflia, y deben dejar Münster a las 6 de esta tarde. Las casas religiosas y las propiedades, junto con el inventario, se expropian a favor del administrador político del distrito de Westfalia Norte (...). Todo ciudadano alemán se encuentra totalmente indefenso e inerme ante la superioridad física de la Gestapo. ¡Totalmente inerme e indefenso! Esto lo han experimentado muchos compatriotas alemanes en el curso de los últimos años (...). Ninguno de nosotros está seguro, aun cuando esté convencido de ser el ciudadano más fiel y consciente, aun cuando esté convencido de ser totalmente inocente, de que algún día no lo despojen de su casa, no lo priven de su libertad ni lo encierren en los sótanos o campos de concentración de la Gestapo (...). Es conocido por todos vosotros el nombre de un protestante que durante la Primera Guerra Mundial puso su vida a disposición de Alemania como oficial alemán y comandante de submarino, luego fue pastor protestante, también en Münster, y desde hace muchos años ha sido privado de su libertad, y nosotros tenemos la mayor consideración por la valentía del seguidor de este noble hombre alemán. Con este ejemplo veis, cristianos míos, que no es un problema confesional católico lo que hoy discuto públicamente ante vosotros, sino un problema cristiano, de carácter general humano, nacional y religioso. «¡La justicia es el fundamento de los Estados!». Lo lamentamos y observamos con gran preocupación cómo se pasa por alto este fundamento; cómo la justicia, la virtud natural y cristiana, indispensable para la estabilidad ordenada de toda comunidad humana, no es defendida por todos de manera claramente reconocible y honrada. No sólo en aras del derecho de la Iglesia, no sólo en aras del derecho de la personalidad humana, sino también por amor a nuestro pueblo y la patria, suplicamos, exigimos: ¡Justicia! ¿Quién no teme por la estabilidad de una casa cuando ve amenazados los cimientos? (...) Es por eso que alzo mi voz en nombre del recto pueblo alemán, en nombre de la majestad de la justicia y por el interés de la paz y la integridad del frente interno; es por eso que solicito en voz alta como alemán, como ciudadano honorable, como representante de la religión cristiana, como obispo católico: «¡Pretendemos justicia!». Si este clamor no se escucha, si el dominio de la reina justicia no se restablece, nuestro pueblo alemán y nuestra patria, a pesar del heroísmo de nuestros soldados y sus gloriosos triunfos, se hundirán a causa de la putrefacción interior!».

En la iglesia De Nuestra Señora –Überwasserkirche–, en Münster (20 de julio de 1941)

El lunes 14 de julio fui personalmente a ver al jefe del gobierno provincial y le rogué proteger la libertad y la propiedad de alemanes inocentes. Me explicó que la Gestapo es un organismo totalmente autónomo e independiente del gobierno, en cuyas medidas no puede intervenir; pero me prometió exponer sin tardanza mis quejas y ruegos al presidente regional y administrador político del distrito, Dr. Meyer. ¡De nada sirvió! El mismo lunes 14 de julio envié un telegrama a la Cancillería del Führer en Berlín (...). Presenté telegráficamen-

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te análogos ruegos al gobernador del Reich para Prusia, al mariscal del Reich, Hermann Göring, al Ministro del Interior, al Ministro de asuntos religiosos y por último también al comando superior del ejército (...). ¡Fue inútil! La acción prosiguió y ahora ya se ha llevado a cabo lo que desde hace ya mucho tiempo había previsto y predije el domingo pasado: ¡estamos ante las ruinas de la comunidad nacional, que en estos días ha sido destrozada sin consideraciones! (...) ¡Ciertamente, nosotros los cristianos no hacemos revolución alguna! Seguiremos cumpliendo fielmente nuestro deber, en la obediencia a Dios, por amor a nuestro pueblo alemán y nuestra patria. Nuestros soldados combatirán y morirán por Alemania, pero no por esos hombres que con sus crueles acciones contra nuestros religiosos, contra sus hermanos y hermanos, hieren nuestros corazones y causan ignominia para el nombre alemán ante Dios y los hombres. Seguimos combatiendo valerosamente contra el enemigo externo. Contra el enemigo interno que nos atormenta y golpea, no podemos combatir con armas. Sólo nos queda un método de lucha: una resistencia fuerte, tenaz, dura (...) ¡Llegar a ser firmes y resistir! En este momento no somos el martillo, sino el yunque. Otros, en su mayoría extraños y renegados, nos martillan, y empleando la violencia quieren plasmar nuevamente a nuestro pueblo, a nosotros mismos y a nuestra juventud y apartarnos del comportamiento recto hacia Dios. ¡Somos yunque y no martillo! ¡Pero mirad finalmente al herrero! Preguntad al herrero y dejad que él os diga: lo que es forjado sobre el yunque obtiene su forma no sólo del martillo, sino también del yunque. El yunque no puede ni necesita repetir los golpes, ¡sólo debe ser sólido, sólo duro! Si es suficientemente tenaz, sólido, duro, entonces el yunque dura más que el martillo, por cuanto también al golpear con fuerza el martillo, el yunque está presente, en tranquila solidez, y servirá todavía mucho tiempo para formar lo que nuevamente será forjado. Lo que ahora se forja son los encarcelados injustamente, los expulsados sin culpa, los exiliados. Dios los auxiliará para que no pierdan la forma y el comportamiento de firmeza cristiana cuando el martillo de la persecución seguramente golpeará y los herirá injustamente. (...) Lo que en esta época se forja entre el martillo y el yunque es nuestra juventud, que es adolescente, incompleta, todavía educable, tierna. No podemos evitar los golpes de martillo de la incredulidad, la hostilidad con el cristianismo, los falsos maestros y costumbres (...). Somos el yunque, no el martillo. Vosotros podéis evitar para vuestros hijos, metal noble en bruto, que aún no es duro ni está preparado, los golpes de martillo de la hostilidad con la fe, de la hostilidad con la Iglesia. Pero también el yunque participa en la forma. Permitid que vuestra casa paterna, permitid que vuestro amor de padres y vuestra fidelidad, permitid que vuestra vida ejemplar cristiana sean el yunque fuerte, duro, sólido, inquebrantable, que recibe la violencia de los golpes enemigos, que fortalece la fuerza aún débil de los jóvenes y la refuerza en la santa voluntad de no dejarse desviar del camino hacia Dios».

En la iglesia de San Lamberto, en Münster (3 de agosto de 1941).

«Como me he enterado de manera atendible, ahora también en los manicomios y hospitales de la provincia de Westfalia se hacen listas de enfermos llamados «ciudadanos improductivos», que deben llevarse de esos lugares para quitarles la vida al poco tiempo. En el curso de esta semana partió el primer traslado del manicomio de Marienthal, cerca de Münster. ¡Hombres y mujeres alemanes! Todavía está vigente el artículo 211 del Código Penal del Reich, que dice: «Quien da muerte premeditadamente a una persona, si ha llevado a cabo el homicidio con premeditación, es castigado a causa del asesinato con la pena de muerte». (...) Me han asegurado (...) que en el Ministerio del

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Interior y en la oficina del Director de los médicos del Reich, Dr. Conti, de hecho no se oculta que efectivamente en Alemania ya se ha dado muerte premeditadamente a un gran número de enfermos mentales y que en el futuro deberá darse muerte (...). Cuando me enteré del propósito de trasladar a los enfermos del Marienthal para matarlos, el 28 de julio presenté una denuncia en representación de la república ante el tribunal provincial de Münster y al jefe de la policía de Münster (...). De nada sirvió (...). Así, con esto debemos suponer que tarde o temprano se dará muerte a los enfermos pobres e indefensos. ¿Por qué? (...) Porque después de juzgarlo alguna oficina o hacer un peritaje alguna comisión, se han convertido en «vidas sin valor», ¡por cuanto de acuerdo con estos peritajes están en la categoría de «ciudadanos improductivos!». Así se juzga: ya no pueden producir bienes; son como una máquina vieja que ya no funciona; son como un caballo viejo con una cojera incurable; son como una vaca que ya no da leche. ¿Qué se hace con semejante máquina vieja? Se elimina. ¿Qué se hace con un caballo cojo, con semejante cabeza de ganado improductiva? No, no quiero terminar la comparación por tremendos que sean su fundamento y su poder iluminador (...) ¡No, aquí se trata de personas, de nuestros semejantes, de nuestros hermanos y hermanas! Personas pobres, personas enfermas, personas improductivas si se quiere. ¿Pero por esto han perdido el derecho a la vida? ¿Tú y yo solamente tenemos derecho a vivir hasta un determinado momento, mientras seamos productivos, mientras seamos reconocidos como productivos por los demás? Si se establece y aplica el principio de acuerdo con el cual está permitido matar a los semejantes «improductivos», ¡ay entonces de todos nosotros cuando lleguemos a viejos y decrépitos! Si está permitido matar a los semejantes «improductivos», ¡ay entonces de todos los inválidos que en el proceso productivo sacrificaron y perdieron su fuerza, sus huesos sanos! Si está permitido eliminar mediante la fuerza a los semejantes improductivos, ¡ay entonces de nuestros soldados que vuelven a su casa como heridos de guerra, lisiados o inválidos! Si luego se reconoce que los individuos tienen derecho a matar a sus semejantes «improductivos», y por el momento esto afecta únicamente a los pobres e indefensos enfermos mentales, entonces está permitido como máxima con todas las personas improductivas, incluidos los enfermos incurables y los inválidos a causa del trabajo y la guerra, ¡entonces está permitido el asesinato de todos nosotros cuando llegamos a viejos y decrépitos! (...) Entonces ninguno de nosotros está seguro en cuanto a su propia vida; ¡cualquier comisión puede incluirlo en la lista de «improductivos», que según su criterio han llegado a ser «vidas sin valor»! Y ninguna policía lo protegerá y ningún tribunal puede castigar su asesinato (...) ¿Quién puede entonces tener confianza en el médico? ¡Tal vez él declara improductivo al enfermo y recibe la orden de matarlo! ¡No es concebible el grado de barbarie en las costumbres y la desconfianza general que habrá dentro de las familias si esta espantosa enseñanza es tolerada, aceptada y seguida!. Ay de los hombres, ay de nuestro pueblo alemán si el sagrado mandamiento «No matar», anunciado por el Señor entre truenos y relámpagos en el Sinaí, escrito por Dios, nuestro Creador desde el principio en la conciencia de los hombres, no sólo es transgredido, sino que además esta transgresión es de hecho tolerada y ejercida impunemente».

vez incurables (...). Señala el artículo 139 del Código Penal: «Quien tiene noticia digna de consideración (...) del propósito (...) de un crimen contra la vida (...) y omite hacer una denuncia tempestiva a la autoridad o al amenazado será (...) castigado». Cuando me enteré del propósito de sacar a los enfermos del Marienthal para darles muerte, el 28 de julio presenté una denuncia al ministerio público, en el tribunal provincial de Münster, al jefe de la policía

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El obispo Von Galen en Dülmen, 1938.

ARRIESGÓ SU VIDA POR SU CONCIENCIA EN EL APOGEO DE LA OSTENTACIÓN DEL PODER NACIONALSOCIALISTA, CUANDO ENTRE EL 13 DE JULIO Y EL 3 DE AGOSTO DE 1941 HIZO SUS TRES PRÉDICAS, QUE LLEGARON A SER FAMOSAS, EN MÜNSTER, Y CON INESPERADA CLARIDAD HIZO ACUSACIONES CONTRA EL ASESINATO DE ENFERMOS Y LA EXPULSIÓN DE RELIGIOSOS.

de Münster (...). No me ha llegado noticia alguna sobre el procedimiento del ministerio público o la policía (...). Si luego se reconoce que los individuos tienen derecho a matar a sus semejantes «no productivos» (...), entonces esto está permitido como máxima con todas las personas improductivas, incluidos los enfermos incurables y los inválidos a causa del trabajo y la guerra; entonces está permitido el asesinato de todos nosotros cuando llegamos a ser viejos y débiles y por lo tanto improductivos (...). No es concebible el grado de barbarie en las costumbres y la desconfianza general que habrá dentro de las familias si esta espantosa enseñanza es tolerada, aceptada y seguida». La protesta del Obispo contra el homicidio en las llamadas «vidas sin valor» tiene cierto éxito y no es el último, porque con las prédicas de Galen una cantidad mayor del público se vuelve perspicaz. Galen no llamó, con todo, a la resistencia abierta, si bien esperó de los creyentes una resistencia cristiana, íntima contra la pretensión totalitaria del nacionalsocialismo. En su prédica del 20 de julio de 1941 exhortó: «¡Llegar a ser firmes, resistir! En este momento no somos el martillo, sino el yunque. Otros, en su mayoría extraños y renegados, nos martillan, y empleando la violencia quieren plasmar nuevamente a nuestro pueblo, a nosotros mismos y a

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EL CONDE CLEMENS AUGUST VON GALEN VISTO HOY BENEDICTO XVI: «UN MODELO DE VALENTÍA CRISTIANA» El domingo 9 de octubre, después de la ceremonia de beatificación del siervo de Dios Clemens August von Galen, el Santo Padre Benedicto XVI a la hora del Ángelus dijo a los fieles y peregrinos presentes en la Plaza de San Pedro lo siguiente:

«Son conocidas las tres famosas predicaciones que pronunció aquel intrépido pastor en 1941. El Papa Pío XII le creó cardenal en febrero de 1946 y, un mes después murió, rodeado de la veneración de los fieles, que reconocieron en él un modelo de valentía cristiana. Este es precisamente el mensaje siempre actual del beato Von Galen: la fe no puede reducirse a un sentimiento privado, que quizá convenga ocultar cuando resulta incómoda, sino que implica la coherencia y el testimonio en el ámbito público a favor del hombre, de la justicia y de la verdad. Expreso mi profunda felicitación a la comunidad diocesana de Münster y a la Iglesia en Alemania, invocando sobre todos, por intercesión del nuevo beato, abundantes gracias del Señor». Derecho a la vida

«Con el Cardenal Von Galen se rinde honor a un hombre que en el período del nacionalsocialismo alzó la voz contra el asesinato de los discapacitados en los manicomios y hospitales alemanes. Sus prédicas contra la práctica homicida, especialmente aquella del 3 de agosto de 1941 en San Lamberto, nos pueden aún conmover hoy día: «¿Tú y yo sólo tenemos derecho de vivir mientras seamos productivos, mientras los demás nos reconozcan como tales?». Sabemos en la actualidad que la eutanasia aplicada a los

nuestra juventud y apartarnos del comportamiento recto hacia Dios. ¡Somos yunque y no martillo! ¡Pero mirad finalmente al herrero! Preguntad al herrero y dejad que él os diga: lo que es forjado sobre el yunque obtiene su forma no sólo del martillo, sino también del yunque. El yunque no puede ni necesita repetir los golpes, ¡sólo debe ser sólido, sólo duro! Si es suficientemente tenaz, sólido, duro, entonces el yunque dura más que el martillo, por cuanto también al golpear con fuerza el martillo, el yunque está presente, en tranquila solidez, y servirá todavía mucho tiempo para formar lo que nuevamente será forjado».

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discapacitados fue tanto personal como estructuralmente precursora del Holocausto. También en ese aspecto el «León de Münster» habló de manera casi profética: «No es concebible el grado de barbarie en las costumbres y la desconfianza general que habrá dentro de las familias si esta espantosa enseñanza es tolerada, aceptada y seguida. Ay de los hombres, ay de nuestro pueblo alemán si además de transgredirse el santo mandamiento ‘No matar’ (...), la violación del mismo es tolerada y ejercida impunemente». El obispo Clemens August se libró de ser detenido únicamente gracias a la lealtad y fidelidad de la población de Münsterland y Westfalia con su obispo. El término del proceso de beatificación del obispo Clemens August no sólo es un gran día para la Iglesia de Münster, sino también para todos nosotros, que sabemos cuál es nuestra deuda con los valientes que opusieron resistencia al criminal sistema nacionalsocialista». Hans Köhler, Presidente de la República Federal de Alemania Fidelidad a la fe y a la Iglesia

«No es posible conciliar muy fácilmente y en todo a Clemens August von Galen con nuestra época. Era un crítico áspero de la Constitución de Weimar y de la coalición del Zentrum con la socialdemocracia. Consideraba el desarrollo político del comienzo de la posguerra en general como una desgracia, en el sentido de una secularización cada vez mayor de la vida pública. Hoy ha llegado a parecernos extraña también su lealtad al Estado, por cuanto no tuvo contacto alguno con la resistencia alemana. Sin embargo, en eso era un ejemplo: amaba por encima de todo la fidelidad a la fe y a la Iglesia. En esto, por nada se deja influir. Es también un ejemplo hasta el día de hoy por su rigurosa mentalidad jurídica, que es uno de los fundamentos de su valerosa conducta en contra de la pretensión totalitaria y las violaciones del derecho del nacionalismo. Fue una increíble valentía de su parte presentarse públicamente, en 1941, es decir, en el apogeo de los triunfos militares de Hitler, en tres prédicas sucesivas contra la supresión de los monasterios, el alejamiento de los religiosos y el asesinato de los enfermos mentales. El «León de Münster» sabía que, después de la «solución final» planificada por Hitler, le amenazaba el martirio. Esta victoria de una conciencia valerosa y su intervención, sobre todo mediante el derecho, a favor de la vida de todos los seres humanos lo convierten en un extraordinario Obispo apuntando hacia el futuro, y como Beato en un ejemplo para todos los cristianos». Cardenal Karl Lehmann, Obispo de Maguncia y Presidente de la Conferencia Episcopal Alemana

Goebbels, el ministro de la propaganda, calificó las palabras de Von Galen de «discurso insolente y provocativo», que es una «puñalada en la espalda del frente de combate», y culpó al obispo de servir de impulso al enemigo. Después de las prédicas del obispo de Münster, los nacionalsocialistas renunciaron cada vez en mayor medida a recurrir a la eutanasia; pero al mismo tiempo proyectaron su rendición de cuentas, como la llamaban, con Clemens August von Galen y la postergaban hasta la «victoria final» porque sabían con cuánta fidelidad los católicos de Münster estaban de parte de su obispo.

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Imagen realista del hombre

«Creo que el Cardenal puede ser un buen ejemplo para el siglo XXI. Vivimos en una época llena de innumerables ofertas sobre el sentido de la vida, aparentemente abordadas como equivalentes. Esto debería ser señal de tolerancia. A menudo me perturba la sospecha de que mucho de lo que se divulga como tolerancia es más bien la adecuada manifestación de una carencia de convicción personal o simplemente de la indiferencia. Con el aumento de las ofertas sobre el sentido de la vida, se sitúan también cada vez más en el «todo cuanto se desee» la imagen del hombre, los valores y la ética. Creo que el conde Von Galen, con su perfil, sus convicciones y su valentía para entregar una orientación también dirigida contra ideas populistas y el poder dictatorial, puede ser un buen ejemplo en nuestra época. Su imagen realista del hombre nos puede proteger ante una fe en la factibilidad humana o en una omnipotencia humano-técnica». Andreas Hagemann, sacerdote Defensa de la vida humana

«La tutela de la dignidad del hombre y la defensa de la vida humana son parte de las candentes interrogantes de nuestro tiempo, sobre todo en relación con el desarrollo de la tecnología genética. Son llamados los investigadores de ciencias naturales, técnicos, éticos y teólogos, pero también políticos, en resumidas cuentas toda la sociedad. El Cardenal Clemens August von Galen llama la atención sobre aquello que está en juego y qué acción se ofrece para la defensa de la vida humana. Hace no mucho tiempo, la libertad de la Iglesia era sometida a grandes restricciones en muchos países comunistas. Observaciones recientes muestran que la persecución de los cristianos aumenta nuevamente. El obispo Von Galen puede alentar la defensa de la libertad de la Iglesia y los cristianos. Modelo y patrón tienen un gran significado». Cardenal Georg Sterzinsky, Arzobispo de Berlín Un verdadero patriota

«Apruebo y acojo con satisfacción del corazón la beatificación del Cardenal, conde Von Galen. En una época en que los derechos humanos eran atropellados y la vida tenía poco valor, él era un faro que señaló a muchos la dirección (...). Después de la guerra, Von Galen fue impávido. Como un verdadero patriota, amaba a su patria a pesar de los crímenes cometidos por los nazis. Se opuso decididamente a la tesis de la culpa colectiva de todos los alemanes. Aceptó el hecho de poner con esto en juego la amistad con los aliados.

Las prédicas de Von Galen fueron copiadas por la población, en parte a mano, y difundidas arriesgando la vida en miles de ejemplares. Éstas abrieron a Alemania y además abrieron los ojos de mucha gente al verdadero rostro del nacionalsocialismo y fueron una señal importante para todos aquellos que querían oponerse a la tiranía de los poderosos. El «León de Münster» (como fue llamado más tarde) se convirtió en todo el mundo en el símbolo de la otra Alemania. El obispo Von Galen estaba por este motivo dispuesto a arriesgar su vida y además había establecido las disposiciones adecuadas en

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No se debe pasar por alto el valor del significado histórico-eclesiástico y político-social del Obispo de Münster, conde Von Galen. Era un representante de nuestra patria, que defendió la causa de los derechos, la libertad y la dignidad del hombre. Era un precursor de un mejor futuro de Alemania y sigue siendo un ejemplo». Helmut Kohl, ex Canciller de la República de Alemania

El eco de sus prédicas

«El Cardenal Clemens August, conde Von Galen, se adelantó por decisión absolutamente personal a su Iglesia al llamar públicamente por su nombre la indecible sinrazón del nacionalsocialismo. Para él, no se trataba puramente de proteger las instituciones católicas, sino muy centralmente ‘los derechos humanos generales otorgados por Dios’. El eco de sus prédicas se propagó más allá de sus iglesias. La claridad y la valentía de su conciencia llegó a ser un ejemplo para los cristianos más allá de su propia vida. Todo eso es sin tiempo». Richard von Weizsäcker, ex Presidente de la República de Alemania

«Ni por alabanzas ni por temor»

«Del Obispo Clemens August, Cardenal Von Galen, siempre me ha impresionado la divisa episcopal que eligió: Nec laudibus, nec timore. Independientemente de la alabanza y el reproche, tanto desde el exterior como desde el interior de la Iglesia, él quería salvaguardar su servicio episcopal. Esta independencia interna lo hizo ser inmune al conformismo a bajo precio. La llamada political correctness fue para él un criterio muy subordinado y en ningún caso una medida para su pensamiento, palabra y acción. Esta actitud fundamental fue manifestación, por una parte, de que la virtud cardinal de la fortaleza fue en él de gran incidencia, fuerza y desarrollo, y por otra de la franqueza evangélica (parthesia). Esto no excluyó vínculos decisivos, situándose por el contrario en un profundo y firme anclaje en la tradición de fe y enseñanza de la Iglesia, a partir de la infancia, así como en un vínculo sincero e incondicional con el Papa como representante del magisterio de Pedro. Precisamente por este motivo él contaba entonces también con un fuerte apoyo de la población católica». Anton Schlembach, Obispo de Spira

caso de ser arrestado. Entretanto, sufrían quienes no estaban, como los obispos, bajo las luces del proscenio: los sacerdotes y laicos que difundían las prédicas del obispo fueron difamados y llevados ante los tribunales o perdieron su puesto de trabajo. Por cuanto la «fuga en el público» del obispo Galen no tuvo como consecuencia el cambio de dirección del obispado por él esperado, cada pastor se encontraba luego solo en su preocupación principal por los diocesanos. Él experimentó directamente, en octubre de 1943, las destrucciones de guerra más graves de la ciudad de Münster, la catedral y su casa.

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DESPUÉS DE LAS PRÉDICAS DEL OBISPO DE MÜNSTER, LOS NACIONALSOCIALISTAS RENUNCIARON CADA VEZ EN MAYOR MEDIDA A RECURRIR A LA EUTANASIA; PERO AL MISMO TIEMPO PROYECTARON SU RENDICIÓN DE CUENTAS, COMO LA LLAMABAN, CON CLEMENS AUGUST VON GALEN Y LA POSTERGABAN HASTA LA «VICTORIA FINAL» PORQUE SABÍAN CON CUÁNTA FIDELIDAD LOS CATÓLICOS DE MÜNSTER ESTABAN DE PARTE DE SU OBISPO.

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Estas experiencias lo sacudieron profundamente. El obispo pasó el final de la guerra en Sendenhorst. Sin admitir disputa en el rechazo al neopaganismo de Rosenberg, el obispo Galen rechazó como no cristiana la acentuación puesta por aquél en la raza y defendió el Antiguo Testamento. También sin admitir disputa, el obispo Galen habló en sus tres famosas prédicas de 1941 del derecho de todos los hombres a la vida y la protección de parte de un Estado de derecho. También se sabe que después de la noche del pogrom de 1938, el obispo Galen ofreció ayuda mediante un mensajero a la familia del detenido rabino Steinthal y que una delegación dirigida por el rabino renunció a la intervención pública del Obispo anteriormente solicitada y por él aceptada de inmediato, porque se temía una intensificación de la persecución. El obispo Galen sufrió más tarde por esto: se dijo que no protestó de inmediato contra este «crimen sacrílego». Después del final de la guerra, en 1945, enfrentó claramente a los aliados contra los abusos de la potencia de ocupación y el reproche de la culpa colectiva alemana. El Papa Pío XII, que al igual que Von Galen rechazó la tesis de la culpa colectiva alemana, nombró Cardenal al Obispo de Münster por su valerosa intervención, sobre todo contra los métodos de la eutanasia, bajo la dominación del nacionalsocialismo. El Papa quería honrar a través de él a «la otra Alemania». A su regreso de Roma como Cardenal, el 16 de marzo de 1946, ante 50 mil personas en la plaza de la catedral, el Obispo Von Galen dijo: «El buen Dios me dio un puesto que me obligó a llamar negro a lo negro y blanco a lo blanco, como se dice en el rito de la consagración episcopal. Me dio un puesto que me hizo ser guía y responsable de centenares y miles de personas que, como yo, consideraban difícil que la verdad de Dios y el derecho, así como la dignidad y los derechos humanos, se dejaran de lado, se atropellaran y se tiraran al suelo. Cuando proseguimos y permanecemos fieles a nuestras batallas, entonces llegará el día en que todo cuanto ahora se suprime, condenándose a la voluntad a callar, irrumpirá nuevamente, en que la verdad y el derecho serán nuevamente honrados y en que podremos nuevamente trabajar como cristianos por la construcción de una Alemania cristiana (...). Mi derecho y mi tarea consistían en hablar de eso y he hablado por vosotros, por las numerosas personas que aquí están reunidas, por las numerosas personas de nuestra amada patria alemana, y Dios ha bendecido esto. Y vuestro amor y fidelidad, queridos diocesanos, han mantenido alejado también de mí lo que tal vez habría sido mi destino, pero quizás mi más bella ganancia, que yo hubiese recibido la corona del suplicio. Vuestra fidelidad lo ha impedido. El hecho de estar vosotros detrás de mí y


La ciudad de Münster recibió a Clemens August von Galen en 1946, festivamente, cuando recién fue hecho Cardenal.

que los poderosos de entonces sabían que el pueblo y el Obispo de la diócesis de Münster eran una unidad inquebrantable y si golpeaban al Obispo toda la población se habría sentido golpeada, es esto lo que me protegió exteriormente, pero también lo que me reforzó interiormente y me ha dado la firme esperanza». Seis días después, el 22 de marzo de 1946, el Cardenal murió debido a una perforación del apéndice detectada demasiado tarde. Participaron innumerables personas en el duelo. La población desfiló en colas casi interminables en los días siguientes, hasta el entierro, ante los restos mortales del Obispo de Münster en la iglesia de San Mauricio. No sólo estuvo de luto la «Münster católica». Cartas de condolencia de cristianos evangélicos, judíos sobrevivientes y también no creyentes dan testimonio de que ahí no había muerto inesperadamente un obispo alemán cualquiera de 68 años, sino un ser grande de su tiempo. Encontró su última residencia en la catedral de Münster, que en ese momento todavía estaba en ruinas. El procedimiento de beatificación comenzó en 1956 y terminó con el Papa Juan Pablo II en el año 2004.

«EL BUEN DIOS ME DIO UN PUESTO QUE ME OBLIGÓ A LLAMAR NEGRO A LO NEGRO Y BLANCO A LO BLANCO, COMO SE DICE EN EL RITO DE LA CONSAGRACIÓN EPISCOPAL», AFIRMABA VON GALEN.

NORBERT KEYBOLDT

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2 DE ABRIL 2005, 21.37 HRS

La muerte de Juan Pablo II POR GIOVANNI MARCHESI S.J.

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EL PAPA PROCURÓ PRONUNCIAR LA FÓRMULA DE LA BENDICIÓN, PERO LOS MICRÓFONOS DE LA RADIO Y LA TELEVISIÓN SÓLO CAPTARON UN TENUE RUMOR DE FONDO. SE PERCIBIÓ CON CLARIDAD ÚNICAMENTE EL GESTO DE BENDICIÓN CON LA MANO DERECHA, MIENTRAS EL ROSTRO DEL PONTÍFICE SE CONTRAÍA EN EL ESPASMO DEL SUFRIMIENTO.

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uando eras joven, tú ceñías e ibas a donde querías; pero cuando envejezcas, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará a donde no quieras« (Jn 21, 18). Éstas son las últimas palabras de Jesús al apóstol Pedro referidas por el Evangelio de Juan, pronunciadas a orillas del lago Tiberíades en su última aparición a los discípulos. Asumimos las palabras del Señor resucitado como icono de la vida y la muerte de Juan Pablo II, al cual Dios llamó a reunirse con Él precisamente en la octava de Pascua del 2005, es decir, en el contexto más gozoso y luminoso del año litúrgico de la Iglesia.

«Pueda yo cumplir hasta el final la misión que me asignó el Resucitado» Cuando era joven y en lo sucesivo mientras lo sostuvo el vigor físico, Juan Pablo II viajó mucho por las comarcas de Roma, los caminos de Italia y sobre todo a lo largo de la superficie del globo terráqueo en más de cien peregrinajes más allá de los confines de Italia. Los viajes internacionales, durante casi veinte años de pontificado, fueron a menudo largos, llenos de encuentros y eventos, hasta el punto de ser agobiadores, sobre todo para los periodistas y las personas de las comitivas del Papa. En los últimos años, esos viajes fueron más escasos y breves, pero no por ello menos fatigosos, dados los problemas de salud cada vez mayores del Pontífice. A partir del mal de Parkinson, enfermedad que afectó a Juan Pablo II a comienzos de los años 90 y a la cual probablemente él mismo no atribuyó demasiada importancia, se encontró gradualmente cada vez más «ligado» al uso del bastón, en primer lugar, para apoyarse al caminar, y luego, en los últimos tres años de vida, a la silla de ruedas. Después de ser definido durante años, siendo Papa, como «el Atleta de Dios», el «globetrotter (trotamundos) del Señor» y el «Gran Comunicador», fue sometido a prueba poco a poco en los tres elementos expresivos que más contribuyeron a darlo a conocer al mundo: la presencia física, el gesto con capacidad de movimientos sumamente simbólicos y la palabra modulada por una voz cálida y clara, medio privilegiado de comunicación que utilizó en los principales idiomas de Europa oriental y occidental.

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Juan Pablo II, a un a単o de su muerte


AUN CUANDO SE LLEVÓ A CABO EN EL SILENCIO O LA AUSENCIA DE LA PALABRA, EL SANTO PADRE TAL VEZ ALCANZÓ LA CIMA DE SU COMUNICACIÓN DIRECTA HABLANDO AL CORAZÓN DE TODOS LOS CREYENTES, DE TODOS LOS HOMBRES DE BUENA VOLUNTAD.

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Como muchos eslavos, Juan Pablo II tenía el don de poder hablar en muchas lenguas y aprender otras con facilidad. El momento más sublime y dramático de la voluntad de Juan Pablo II de comunicarse con el mundo exterior mediante la palabra se vivió en transmisión directa por televisión (Mondovisione) el Domingo de Pascua del año pasado (27 de marzo): a las 12 horas, no obstante venir saliendo de la décima recuperación en el Policlínico «Agostino Gemelli» de Roma, tras la sexta intervención quirúrgica, con una traqueotomía, apareció en la ventana de su oficina privada, para impartir la bendición Urbi et Orbi. El Papa procuró pronunciar la fórmula de la bendición, pero los micrófonos de la radio y la televisión sólo captaron un tenue rumor de fondo. Se percibió con claridad únicamente el gesto de bendición con la mano derecha, mientras el rostro del Pontífice se contraía en el espasmo del sufrimiento y las manos indicaban su voluntad, más bien su determinación de ser escuchado por los fieles, presentes por decenas de miles en la plaza San Pedro y por millones en el mundo a través de los medios de comunicación radiotelevisiva. Con todo, precisamente en ese momento y con ese gesto, aun cuando se llevó a cabo en el silencio o la ausencia de la palabra, el Santo Padre tal vez alcanzó la cima de su comunicación directa hablando al corazón de todos los creyentes, de todos los hombres de buena voluntad. Las condiciones de salud del Santo Padre entraron en una fase crítica a partir de la noche del 30 de marzo. Tampoco ese día, al final de la mañana, hora de la acostumbrada audiencia general del miércoles, quiso faltar a su encuentro semanal con los fieles: siempre en la ventana de su oficina, en el tercer piso del Palacio Apostólico, que mira a la plaza San Pedro, se asomó por algunos instantes. Fue la última aparición en público. El jueves 31 de marzo, cuando los médicos de cabecera, bajo la dirección del doctor Renato Buzzonetti, médico personal del Papa, aludieron a la oportunidad de una nueva recuperación en el «Gemelli» para someterlo al sistema de alimentación artificial llamado PEG (Percutaneous endoscopic gastronomy), consistente en introducir un pequeño tubo para la nutrición directamente en el estómago, evitando así uno por vía nasal, sumamente fastidioso, Juan Pablo II habría preguntado: «¿Pero es realmente necesario». «No», le respondieron, considerando que en casa podía contar con toda la asistencia que necesitaba. El Santo Padre decidió permanecer en casa, en el lugar de su trabajo y en el centro de su misión eclesiástica y universal. Con clara conciencia quiso prepararse para la muerte, encontrándose cerca de la tumba del apóstol Pedro, de quien fue el 264º sucesor en la Cátedra de Obispo de Roma. Como cristiano, que reconoce en el Señor de la vida al Vencedor del dolor y la muerte, rechazó la obs-


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tinación terapéutica, a la cual probablemente habría sido sometido en una nueva recuperación en el hospital. Y éste constituye un ejemplo ciertamente no marginal para la Iglesia y el mundo de un Pontífice para el cual la defensa de la vida, desde la concepción hasta la muerte, la defensa de la dignidad del enfermo y el moribundo, constituyó uno de los fundamentos de su largo Magisterio. Juan Pablo II, «el Papa venido de lejos», como él mismo se definió al comienzo del pontificado, consideró sumamente elevada la dignidad y la misión apostólica propia de ser Obispo de Roma, y como tal quiso sufrir y morir en su casa, en espera del encuentro definitivo con su Señor, dives in misericoria («rico en misericordia»). El Santo Padre murió serenamente en el Señor a las 21:37 horas del sábado 2 de abril de 2005, coincidiendo con la Octava de Pascua o Segundo Domingo de Pascua, día que él mismo, el 18 de abril de 1993, al beatificar en la plaza San Pedro a sor Faustina Kowalska (1905-38), estableció que fuese una solemnidad litúrgica especialmente dedicada a la Divina Misericordia, día enriquecido por peculiares indulgencias concedidas a los fieles. Al revisar esa coincidencia que acompaña el «final» de la existencia terrenal de este indómito «soldado de Cristo», vuelven a la mente las palabras por él pronunciadas (y no fue la única vez) con ocasión de su octava y última visita a Polonia, su patria, y séptima visita a su Cracovia: era pleno verano del año 2002 (16-19 de agosto); dos semanas antes había presidido la Jornada Mundial de la Juventud en Toronto (Canadá) y dirigido también a Ciudad de Guatemala y Ciudad de México para dos ceremonias distintas de canonización; renunciando a las habituales vacaciones de verano en la montaña, a pesar de sus 82 años de vida y la salud ya comprometida, quiso llevar a cabo su fatigoso peregrinaje en Polonia, que en ese momento fue definido por un órgano de prensa como un «viaje sin retorno». Después de canonizar en Cracovia a sor Faustina, apóstol de la Divina Misericordia, y elevar un himno a la misericordia de Dios, el Santo Padre, comentando las palabras de la antigua antífona mariana Salve, Reina, Madre de Misericordia en el pequeño santuario de Kalwaria, rezó así: «Madre Santísima, Nuestra Señora de Kalwaria, consigue para mí las fuerzas del cuerpo y el espíritu para que así pueda cumplir hasta el final la misión que me asignó el Resucitado. A Ti entrego todos los frutos de la vida y mi ministerio. (...) En Ti confío y a Ti una vez más declaro: Totus tuus, Maria! Totus tuus. Amén». El Pontífice fue escuchado en su oración: a pesar de la debilidad del cuerpo, se mantuvo fuerte y vigilante en el espíritu, pudiendo conducir hasta el final su misión; a la luz del Resucitado sus ojos se apagaron, renovando en el lecho de muerte su Amén a la voluntad de Dios.

EL SANTO PADRE DECIDIÓ PERMANECER EN CASA, EN EL LUGAR DE SU TRABAJO Y EN EL CENTRO DE SU MISIÓN ECLESIÁSTICA Y UNIVERSAL. CON CLARA CONCIENCIA QUISO PREPARARSE PARA LA MUERTE, ENCONTRÁNDOSE CERCA DE LA TUMBA DEL APÓSTOL PEDRO, DE QUIEN FUE EL 264º SUCESOR EN LA CÁTEDRA DE OBISPO DE ROMA.

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La semana de pasión del Pontífice

LA «SEMANA DE PASIÓN» DE JUAN PABLO II COINCIDIÓ CON LA SEMANA SANTA Y PROSIGUIÓ, PASADO EL DOMINGO DE RESURRECCIÓN, DURANTE TODA LA OCTAVA DE PASCUA, HASTA LA VIGILIA DEL DOMINGO LLAMADO IN ALBIS DEPONENDIS

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Con la muerte de Juan Pablo II resulta más apropiada que nunca la oración atribuida a San Ambrosio de Milán, que muchos de los lectores ciertamente conocen por haberla adoptado con ocasión de la partida del escenario de este mundo de una persona especialmente querida: «Señor, no lloro porque me lo has quitado, sino te agradezco porque me lo has dado». El Pontífice, al cual ya durante su vida algunos designaron con el título de Magnus (Grande), fue de hecho un gran don de Dios para la Iglesia y el mundo, comenzando por los ancianos y los enfermos, que lo sintieron especialmente cercano a su dolor, intensamente partícipe y solidario con su condición de sufrimiento. También en la enfermedad y hasta el último aliento, aun cuando tenía conciencia de provocar ciertas críticas en quienes tomaron por «ostentación» el hecho de mostrarse él en la debilidad de la propia carne, el Papa vivió su propia existencia como misión, dando testimonio de mil maneras que tanto la edad avanzada como la enfermedad pueden vivirse como don de Dios por toda criatura humana. Reconstruyamos, con todo, ordenadamente los últimos días de la enfermedad del Pontífice. Tal vez él mismo, cuando después de la décima recuperación abandonó bendiciendo el Policlínico «Gemelli» en automóvil, no imaginó que la renuncia al hospital era el preludio, en breve tiempo, de todas las renuncias de la vida terrenal. La «semana de pasión» de Juan Pablo II coincidió con la Semana Santa y prosiguió, pasado el Domingo de Resurrección, durante toda la octava de Pascua, hasta la vigilia del Domingo llamado in Albis deponendis, cuando él dejara los últimos vestigios de su condición terrena para entrar, como imploramos y esperamos, en la alegría del Señor resucitado. Ese Jueves Santo (24 de marzo) puede considerarse el comienzo de la prolongada «semana de pasión» del Papa, que llegó a ser claramente crítica una semana después (jueves 31 de marzo) y culminó finalmente en la muerte del sábado en la noche después de unas horas de agonía. El Jueves Santo, iniciación del Triduo Pascual, no pudo presidir, como siempre lo hiciera en los 26 años de pontificado, las celebraciones solemnes de la Misa del Crisma (de mañana) y la Misa vespertina llamada in Coena Domini. Esa misma ausencia del Papa tuvo lugar necesariamente en los dos días sucesivos del Triduo Pascual: Viernes Santo (Celebración de la Pasión del Señor y Vía Crucis en el Coliseo), Sábado Santo (Vigilia Pascual). Se puede intuir fácilmente que al Pontífice le costó mucho tener que renunciar a estos importantes eventos litúrgicos a los cuales nunca dejó de asistir; pero fue sobre todo en el desarrollo del piadoso ejercicio del Vía Crucis, conducido por el Cardenal Camillo Ruini, que el Santo Padre fue el gran ausente «presente» en la imagen televisiva: durante el rito


Juan Pablo II, a un año de su muerte

«Fue sobre todo en el desarrollo del piadoso ejercicio del Vía Crucis, conducido por el Cardenal Camillo Ruini, que el Santo Padre fue el gran ausente «presente» en la imagen televisiva: durante el rito apareció repetidas veces en las pantallas de televisión, de espaldas mientras seguía el desarrollo de las 14 estaciones del camino de la cruz del Señor sentado ante el altar de su capilla privada; en la XIV estación él mismo sostenía en alto el Crucifijo, al cual dirigía de vez en cuando su propio rostro sufriente.»

apareció repetidas veces en las pantallas de televisión, de espaldas mientras seguía el desarrollo de las 14 estaciones del camino de la cruz del Señor sentado ante el altar de su capilla privada; en la XIV estación él mismo sostenía en alto el Crucifijo, al cual dirigía de vez en cuando su propio rostro sufriente. De alguna manera el Pontífice procuró que no estuviera del todo ausente su presencia en estos significativos ritos de la Semana Santa: en cada una de las cuatro celebraciones recordadas envió un Mensaje –si bien breve– suyo: «Me uno idealmente con todos vosotros que estáis reunidos en la Basílica Vaticana para la celebración de la solemne santa Misa del Crisma. (...) Desde mi departamento, a través de la televisión, estoy espiritualmente con vosotros, queridísimos. Con vosotros (sacerdotes) doy gracias a Dios por el don y el misterio de nuestro sacerdocio; junto con vosotros y toda la familia de los creyentes, rezo por que no falten en la iglesia numerosos y santos sacerdotes» (Mensaje a los participantes de la celebración de la Misa del Crisma, presidida por el Cardenal Giovanni Battista Re, prefecto de la Congregación para los Obispos). Expresaba una cercanía espiritual análoga en las breves líneas de su Mensaje a los presbíteros y fieles que participaron en la misa in Coena Domini celebrada en la tarde de ese mismo día (Jueves Santo) y presidida por el Cardenal Alfonso López Trujillo, presidente del Pontificio Consejo para la Familia. Saludando «con gran afecto»

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«Y ésto constituye un ejemplo ciertamente no marginal para la Iglesia y el mundo de un Pontífice para el cual la defensa de la vida, desde la concepción hasta la muerte, la defensa de la dignidad del enfermo y el moribundo, constituyó uno de los fundamentos de su largo Magisterio».

a todos los presentes, incluida la totalidad del Cuerpo Diplomático, el Pontífice recordó y destacó que precisamente a la Eucaristía quiso «dedicar el año que estamos viviendo: éste encuentra en la presente celebración un momento sumamente significativo». La participación del Santo Padre en la Pasión del Señor fue aún más manifiesta, llegando de hecho a ser una «confesión» pública, con ocasión del Vía Crucis conducido por el Cardenal Camillo Ruini, transmitido en Mondovisione, con las meditaciones escritas por el Cardenal Joseph Ratzinger: «Estoy espiritualmente con vosotros en el Coliseo, un lugar que evoca en mí tantos recuerdos y emociones, para llevar a cabo el significativo rito del Vía Crucis, durante el cual ‘adoramos y bendecimos el misterio de la cruz del Hijo de Dios, porque precisamente de esa muerte surgió una nueva esperanza para la humanidad’». Citando luego el pasaje autobiográfico de San Pablo («Completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo para bien de su cuerpo, que es la Iglesia», Col 1, 24), el Papa afirmaba: «Ofrezco también mis sufrimientos, para que se cumpla el designio de Dios y su palabra circule entre la gente. Estoy a la vez junto a todos aquellos que en este momento son sometidos a prueba por el sufrimiento. Rezo por cada uno de ellos. En este día conmemorativo de Cristo crucificado, miro y adoro con vosotros la Cruz y repito las palabras de la liturgia: O Cruz, ave spes unica! «Te saludo, oh, Cruz, única esperanza, danos paciencia y valor y consigue la paz para el mundo». También en la noche del Sábado Santo, durante la Vigilia Pascual, presidida por el Cardenal Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el Pontífice se hizo presente con un Mensaje escrito: «Es verdaderamente extraordinaria esta Noche, en la cual la

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luz resplandeciente de Cristo resucitado vence en forma definitiva el poder de las tinieblas del mal y la muerte y vuelve a encender en los corazones de los creyentes la esperanza y la alegría. (...) Roguemos al Señor Jesús para que el mundo vea y reconozca que gracias a su pasión, muerte y resurrección, se reconstruye lo que estaba destruido, se renueva lo que estaba envejecido y todo vuelve, más hermoso que antes, a su integridad originaria». Con todo, el momento más conmovedor fue registrado el Domingo de Pascua, al final de la misa celebrada por el Cardenal Angelo Sodano, Secretario de Estado, en la plaza San Pedro, llena, con alrededor de 70 mil fieles: a las 12 horas, terminada la lectura del Mensaje papal leído por el celebrante, Juan Pablo II apareció en la ventana de su oficina privada; un gran aplauso conmovido de la multitud saludó su aparición; el micrófono colocado en el pupitre permitía prever que el Sumo Pontífice pronunciaría la fórmula de la bendición Urbi et Orbi; después de responder con gestos de las manos al saludo de los fieles, bendijo con la mano derecha, pero sólo un débil flatus vocis acompañó el gesto de la bendición. Precisamente ese gesto de bendición, hecho prácticamente sin palabras, fue muy elocuente y llegó al corazón de los fieles presentes en la plaza y de todos aquellos que pudieron seguir el rito en las imágenes televisivas: el Santo Padre habló, en realidad, con el idioma del sufrimiento y el amor, expresión de validez universal. Al mismo tiempo, el hecho de no querer ocultar la propia enfermedad y debilidad física, sino más bien manifestarse en público durante diez minutos precisamente en la fiesta de la Pascua del Señor, fue una señal evidente de que la «pasión» del Papa proseguía también en el día de la resurrección de Cristo. Al día siguiente, Lunes de Pascua, la ventana de la oficina del Pontífice permaneció cerrada durante el Regina Coeli. Él habría deseado saludar al menos con un gesto de la mano a los numerosos fieles presentes en la plaza San Pedro, que lo aclamaban a voz en cuello; pero debió renunciar a eso por oponerse firmemente los médicos. El último mensaje, de apenas seis líneas, lo envió Juan Pablo II el miércoles en la mañana (30 de marzo) a los fieles reunidos en la plaza San Pedro para la habitual audiencia de mitad de semana. Sorpresivamente, poco después de las 11 horas, el Pontífice «que no desiste» (Avvenire, 31 de marzo) quiso bendecir a los fieles: fueron largos minutos de gran emoción, en que se puso inútilmente el micrófono en el pupitre, ya que si bien el Papa hizo un esfuerzo, no logró pronunciar la fórmula de la bendición y como en el día de Pascua sólo pudo hacer el gesto de bendición. Al final de la mañana del mismo miércoles, Joaquín Navarro-Valls, director de la Sala de Prensa del Vaticano, entregaba a los periodistas la siguiente declaración: «El Santo Padre continúa en su lenta y progresiva convalecencia. El Papa pasa muchas horas del

ESE GESTO DE BENDICIÓN, HECHO PRÁCTICAMENTE SIN PALABRAS, FUE MUY ELOCUENTE Y LLEGÓ AL CORAZÓN DE LOS FIELES PRESENTES EN LA PLAZA Y DE TODOS AQUELLOS QUE PUDIERON SEGUIR EL RITO EN LAS IMÁGENES TELEVISIVAS: EL SANTO PADRE HABLÓ, EN REALIDAD, CON EL IDIOMA DEL SUFRIMIENTO Y EL AMOR, EXPRESIÓN DE VALIDEZ UNIVERSAL.

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día en un sillón, celebra la Santa Misa en su capilla privada y está en contacto de trabajo con sus colaboradores, siguiendo directamente las actividades de la Santa Sede y la vida de la Iglesia». Luego agregaba: «Para mejorar el aporte de calorías y favorecer una recuperación válida de las fuerzas, se inició la nutrición entérica mediante la colocación de una pequeña sonda nasogástrica. Las audiencias públicas siguen suspendidas». Precisamente en esta circunstancia se propuso al Santo Padre la oportunidad de una nueva recuperación hospitalizada, lo cual el Papa prefirió no aceptar. En la tarde del jueves 31 de marzo, su estado se agravó repentinamente.

El último Amén

EL HECHO DE NO QUERER OCULTAR LA PROPIA ENFERMEDAD Y DEBILIDAD FÍSICA, SINO MÁS BIEN MANIFESTARSE EN PÚBLICO DURANTE DIEZ MINUTOS PRECISAMENTE EN LA FIESTA DE LA PASCUA DEL SEÑOR, FUE UNA SEÑAL EVIDENTE DE QUE LA «PASIÓN» DEL PAPA PROSEGUÍA TAMBIÉN EN EL DÍA DE LA RESURRECCIÓN DE CRISTO.

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En la tarde del mismo día 31 de marzo comenzó el triduum mortis del Papa, al cabo de exactamente una semana del celebrado por la Iglesia en conmemoración de la pasión y muerte del Señor. Fue causa del empeoramiento de su estado de salud «una afección sumamente febril provocada por una infección en las vías urinarias», curada con una adecuada terapia de antibióticos. En el comunicado del día después (1° de abril), hecho a las 6:30 horas, se podían conocer mayores detalles tanto sobre el día anterior como sobre las primeras horas del día que comenzaba. Afirmando que poco antes de las 6:00 horas el Santo Padre había concelebrado la santa misa, el director de la Sala de Prensa del Vaticano informaba que las condiciones de salud del Pontífice eran «muy graves», después de «un shock séptico con colapso cardiovascular» del día anterior. Aun cuando fue curado con adecuadas medidas terapéuticas y asistencia cardiorrespiratoria, al final de la tarde del mismo día se lograba «una temporal estabilización del cuadro clínico, que no obstante evolucionaba negativamente en las horas siguientes». A las 19:15 horas, el Papa recibió el santo viático. Los dos comunicados sucesivos de prensa del viernes 1° de abril describían casi hora por hora la evolución de la situación, que empeoraba gradual e inexorablemente. En el comunicado de las 12:30 horas se informaba que a las 7:15 horas, recordando que era día viernes, en el cual le gustaba hacer el Vía Crucis, el Papa pidió que le leyeran las 14 estaciones, las cuales siguió con atención haciendo la señal de la cruz en cada una. Luego pidió que le leyeran la Hora Tercia de la Liturgia de las Horas. En la mañana recibió a algunos de sus colaboradores: el Cardenal Sodano, Secretario de Estado; Monseñor Leonardo Sandri, el subrogante; luego los cardenales Ruini, Szoka y Ratzinger, y finalmente Monseñor Giovanni Lajolo y Monseñor Paolo Sardi. La situación parecía estacionaria aun cuando las condiciones eran de «considerable gravedad» por cuanto los parámetros biológicos estaban alterados y la presión


Se ha conocido en todo el mundo la noticia de la iniciación inmediata del proceso de beatificación y canonización de Juan Pablo II gracias a una decisión excepcional del Papa Benedicto XVI, su sucesor, que eximió dicho proceso de la espera reglamentaria de cinco años a partir de la muerte. El anuncio oficial fue comunicado por el mismo Benedicto XVI el día 13 de mayo del 2005, fiesta de la Virgen de Fátima, durante el encuentro del Obispo de Roma con todos los sacerdotes de la diócesis. La iniciación del proceso y su primera tarea corresponde al «postulador de la causa», el sacerdote polaco Slawomir Oder, quien presenta al tribunal eclesiástico todos los escritos de Karol Wojtyla y la lista de posibles testigos. El primero en enterarse de la decisión de Benedicto XVI fue el Cardenal Ruini, vicario del Papa en la diócesis de Roma y Presidente de la Conferencia Episcopal italiana, en el curso de una audiencia con el Papa el día 28 de abril. Se trata de una decisión deseada apasionadamente por una multitud de fieles, mas a pesar de todo inesperada. Vittorio Messori, en un artículo publicado inmediatamente después de la muerte de Juan Pablo II, pudo sin embargo escribir lo siguiente: «No somos profetas, sino simplemente realistas al prever que entre las primeras diligencias del nuevo Papa hay una a la cual se dedicará –estamos seguros– con solicitud y alegría, cual es instruir la práctica para la iniciación del proceso de beatificación de Karol Wojtyla, sacerdote polaco y Papa con el nombre Juan Pablo II» (Corriere della sera, 2 de abril de 2005). El hecho de leer estas palabras –ahora que efectivamente el Papa Benedicto XVI ha autorizado, derogando las leyes vigentes, la apertura inmediata del proceso de beatificación de su antecesor– nos sorprende e induce a preguntarnos en qué se basaba la gran seguridad en lo previsto por ese autorizado y sumamente bien informado periodista. Tal vez la respuesta se encuentra en la frase que viene inmediatamente a continuación de aquella que he citado: «Por lo demás, ya lo vemos en este momento: en las iglesias no se reza tanto «por él», sino «a él». Es sólo el comienzo, como veréis, de una devoción que aumentará cada vez más y acompañará al futuro de multitudes en todo el mundo» (Id.). Aquí está el punto: la devoción popular por el Papa Juan Pablo II ha sido un fenómeno extraordinario. No se recuerda algo parecido en los tiempos modernos, ni siquiera después de la muerte de Juan XXIII, llamado de inmediato el «Papa bueno». Juan Pablo II es aclamado como «santo» con un consenso extraordinario, sobre todo por su aspecto universal (es decir, «católico»), en cuanto es representado por masas tanto de jóvenes como de fieles ancianos, de polacos como estadounidenses, de españoles y latinoamericanos como italianos. Ciertamente, los primeros carteles con las palabras «Santo subito!» («¡Santo ahora!») que se vieron en la plaza San Pedro ese viernes 8 de abril, durante los funerales de Juan Pablo II, eran enarbolados por jóvenes, siendo verdad también que en Italia algunas revistas, como Famiglia cristiana, fueron portavoces del fenómeno, regocijándose luego, al anunciarse la iniciación del proceso, como si se tratara de una de esas victorias «políticas» que se estiman obtenidas después de una campaña de prensa; pero el valor eclesiástico de esta devoción popular consiste en el hecho de que en toda la Iglesia Católica fue posible comprobar desde el comienzo la existencia de una difundida y clamorosa «fama de santidad». Y es precisamente esta fama lo que cuenta para los responsables de los procesos canónicos de beatificación y canonización, los cuales, de acuerdo con la práctica de siglos, consideran también las llamadas «cartas postulatorias», o sea, mensajes que llegan a la Santa Sede de personalidades del mundo eclesiástico y laico y contienen precisamente la solicitud de apertura del proceso de canonización.

Juan Pablo II, a un año de su muerte

«¡SANTO AHORA!»

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¿QUÉ SE HA HECHO HASTA EL MOMENTO? 28 de abril de 2005: El cardenal Camillo Ruini es recibido en audiencia por Benedicto XVI y le expone las «peculiares circunstancias» del caso de Juan Pablo II. 9 de mayo: Benedicto XVI firma el documento dispensando de los cinco años de espera, con lo que la Causa de beatificación puede comenzar de forma inmediata. 13 de mayo: Se da a conocer la dispensa de los cinco años de espera. 18 de mayo: El cardenal Camillo Ruini firma el edicto de la Causa de beatificación y canonización y pide testimonios a favor y en contra, así como cualquier escrito inédito de Juan Pablo II. 28 de junio: Apertura del Proceso diocesano en Roma por parte de Camillo Ruini, en la víspera de la festividad de San Pedro y San Pablo. 29 de julio: Slawomir Oder celebra una Misa ante la tumba de Juan Pablo II, por las intenciones de quienes han contactado con la Causa de beatificación. 4 de noviembre: Primera sesión del Tribunal rogatorio en la diócesis de Cracovia, para recoger los testimo-

nios locales sobre la vida y virtudes de Karol Wojtyla antes de ser Papa. 31 de enero de 2006: Se hace público el milagro seleccionado para ser presentado para avalar la beatificación.

Para más información, o aportar su testimonio: www.vicariatusurbis.org/beatificazione

La canonización como «hecho dogmático» Aquí es preciso pasar de las apariencias externas (en las cuales ponen énfasis los mass media) a la sustancia teológica del hecho. También aquí es preciso pasar, como enseñó precisamente Juan Pablo II en su encíclica Fides et ratio «del fenómeno al fundamento». El fundamento de la importancia y la eficacia práctica de la fama de santidad de los procesos canónicos de beatificación y canonización reside en el valor sobrenatural que adquieren dichos procesos cuando llegan a su fin. De hecho, la proclamación que hace la Iglesia de un cristiano como santo –asegurando que está en la gloria celestial y puede ser venerado en la tierra también litúrgicamente– constituye un pronunciamiento dogmático propiamente tal (técnicamente se trata de un «hecho dogmático»), o sea, de un acto que compromete la infalibilidad de la Iglesia jerárquica y exige el asentimiento de fe del pueblo cristiano. Ahora bien, es preciso advertir que en el proceso de beatificación y canonización se manifiesta de manera admirable la unidad de la Iglesia, que por obra del Espíritu Santo hace posible no sólo el logro de la santidad por parte de todos sus miembros, sino también hace posible la cooperación de todos los fieles –Jerarquía y laicos– en el conocimiento de las realidades de la fe, entre las cuales se encuentra el hecho de la santidad. En realidad, la infalibilidad de la Jerarquía –en la proclamación de los santos así como en todo cuanto es materia de fe– está estrechamente

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vinculada con la infalibilidad del pueblo de Dios en conjunto, como Cuerpo místico de Cristo. Releamos lo que enseña al respecto el Concilio Ecuménico Vaticano II: «La comunidad católica de los fieles, consagrada por la unción del Espíritu Santo (ver 1 Jn 2, 20-27) no puede fallar en su creencia. El pueblo de Dios goza de esta infalibilidad cuando conjuntamente, incluyendo la jerarquía y los laicos, manifiesta su asentimiento universal en materia doctrinal y moral. Con ese sentido de la fe que el Espíritu Santo mueve y sostiene, el pueblo de Dios, bajo la dirección del sacro magisterio, al que sigue fidelísimamente, recibe no ya la palabra de los hombres, sino la verdadera palabra de Dios (ver 1 Tes 2, 13), se adhiere indefectiblemente «a la fe dada de una vez para siempre a los santos» (ver Jud 3), penetra profundamente en la misma con rectitud de juicio y la aplica más íntegramente en la vida» (Lumen gentium, n°12)

ORACIÓN PARA IMPLORAR A DIOS GRACIAS POR INTERCESIÓN DEL SIERVO DE DIOS JUAN PABLO II Oh, Trinidad santa, te damos gracias por haber dado a la Iglesia al Papa Juan Pablo II y por haber hecho resplandecer en él la ternura de tu paternidad, la gloria de la cruz de Cristo y el esplendor del Espíritu de amor. Él, confiando totalmente en tu infinita misericordia y en la intercesión materna de María, nos dio una imagen viva de Jesús buen Pastor y nos indicó la santidad como alto grado de la vida cristiana ordinaria, como camino para alcanzar la comunión eterna contigo.

El Espíritu Santo en el intelecto humano El contexto propio de esta enseñanza eclesiológica es la presencia del Espíritu Santo en la vida de la Iglesia, y en particular en la vida de la fe de todos los cristianos. Se trata de una verdad dogmática importante, que Juan Pablo II quiso ilustrar ulteriormente –apoyándose precisamente en el Concilio– en su encíclica Dominum et vivificantem. Más recientemente, el Papa Benedicto XVI recordó: «En Jesús Dios se dio enteramente a nosotros, es decir, nos los dio todo. Además de esto, o junto a esto, no puede existir revelación alguna en condiciones Concédenos, de comunicar en mayor medida o completar de alguna manera la por su intercesión, Revelación de Cristo. En Él, en el Hijo, todo nos ha sido dicho, todo nos según tu voluntad, ha sido dado. Con todo, nuestra capacidad de comprender es limitada, las gracias que imploramos, por lo cual la misión del Espíritu consiste en introducir a la Iglesia en con la esperanza forma siempre nueva, de generación en generación, en la grandeza del de que pronto sea incluido en el número de los santos. misterio de Cristo. Nada distinto ni nuevo pone el Espíritu junto a Cristo. No hay revelación neumática alguna junto a la de Cristo –como creen Amén. algunos–, no hay segundo nivel de Revelación alguno. No: «tomará de lo mío», dice Cristo en el Evangelio (Jn 16, 14). Y así como Cristo sólo dice lo que siente y recibe del Padre, del mismo modo el Espíritu Santo es intérprete de Cristo. «Tomará de lo mío». No nos conduce a otros lugares, alejados de Cristo, sino que nos conduce siempre dentro de la luz de Cristo. Por este motivo, la Revelación cristiana es al mismo tiempo siempre antigua y siempre nueva. Por este motivo, todo nos es siempre y ya dado» (Homilía del 7 de mayo de 2005. Basílica Lateranense con ocasión de tomar posesión de la Cátedra). ANTONIO LIVI * Párrafo seleccionado del ensayo publicado por el autor en la revista Studi Cattolici, n º 533/34, con el título de «Llamado a la santidad y santidad aclamada – La beatificación de Juan Pablo II.»

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En la tarde del viernes 1° de abril y hasta entrada la noche, la plaza San Pedro se llenaba con una multitud de fieles (alrededor de 70 mil personas), sobre todo jóvenes, orando. A ellos, que siempre fueron sujetos privilegiados de su afecto y cuidados pastorales, parecían dirigidas las palabras pronunciadas en diversas ocasiones y reconstruidas en la frase: «Os he buscado. Ahora habéis venido a mí. Y os agradezco».

EN LA TARDE DEL MISMO DÍA 31 DE MARZO COMENZÓ EL TRIDUUM MORTIS DEL PAPA, AL CABO DE EXACTAMENTE UNA SEMANA DEL CELEBRADO POR LA IGLESIA EN CONMEMORACIÓN DE LA PASIÓN Y MUERTE DEL SEÑOR.

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arterial era inestable; pero el Santo Padre seguía estando lúcido y «muy sereno». Con el comunicado de la tarde, leído a las 18:30 horas, se tomaba conocimiento de que las condiciones generales cardiorrespiratorias del Papa se habían agravado aún más: se registraba una hipotensión arterial cada vez mayor, mientras la respiración se volvía superficial; los parámetros biológicos estaban considerablemente comprometidos; ya se había constituido un cuadro clínico de insuficiencia cardiovascular y renal. Entretanto, el Santo Padre continuaba siguiendo la oración de quienes lo atendían. En la tarde del viernes 1° de abril y hasta entrada la noche, la plaza San Pedro se llenaba con una multitud de fieles (alrededor de 70 mil personas), sobre todo jóvenes, orando. A ellos, que siempre fueron sujetos privilegiados de su afecto y cuidados pastorales, parecían dirigidas las palabras pronunciadas en diversas ocasiones y reconstruidas en la frase: «Os he buscado. Ahora habéis venido a mí. Y os agradezco». Al amanecer del sábado 2 de abril, las condiciones generales del Pontífice entran en una fase que ya anuncia el final: en las primeras horas del que será su último día terrenal se advierte el comienzo de un compromiso del estado de conciencia. A las 7:30 horas se celebró la misa en presencia del Papa, el cual respondía correctamente las oraciones litúrgicas. Terminada la misa recibe una vez más la unción de los enfermos. Al final de la mañana se manifiesta una fiebre más bien alta, baja la presión arterial y el ritmo cardíaco disminuye sensiblemente. En la mañana y todavía en la tarde del sábado 2 de abril, muchos colaboradores del Papa, entre ellos varios cardenales,


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se dirigen a la habitación del Pontífice para un último saludo y una oración; pero Juan Pablo II ya parece estar cada vez más ajeno a la luz de este mundo. Vuelve una vez más los ojos hacia la ventana que da a la plaza San Pedro, llena ya de fieles orando. La noche ya había descendido sobre Roma. A las 21:37 horas, después de susurrar Amén en voz baja, el gran corazón del Santo Padre deja de latir. En la hora de la muerte se encontraban presentes en torno al lecho del Papa varios compatriotas suyos: además de Monseñor Stanislao Dziwisz, secretario privado, y el doctor Buzzonetti con el equipo médico, estaban las religiosas polacas, el Cardenal Jaworski, el arzobispo Rilko, Monseñor Mokrzycki y el amigo personal del Pontífice, Styczen. Al ser informados sobre el fallecimiento, acudieron luego el Cardenal Sodano, Secretario de Estado; el Subrogante Monseñor Sandri, el Cardenal Ratzinger, Decano del Colegio Cardenalicio, y el Cardenal Francis Stafford, Penitenciario Mayor. Este último entonó las oraciones de costumbre: «Parte, alma cristiana, de este mundo». El doctor Buzzonetti redactó el certificado médico de defunción. Luego entró el Camarlengo, Cardenal Eduardo Martínez Somalo, para llevar a cabo los actos de costumbre al morir el Romano Pontífice: él debió constatar el fallecimiento del Papa (vere Papa mortuus est). En un instante, la noticia da la vuelta al mundo. Monseñor Leonardo Sandri hace el anuncio a los fieles reunidos en la plaza San Pedro. Estalla un aplauso y luego se produce en la plaza un gran silencio. Toda la multitud se arrodilla para luego participar en un segundo rosario, recitado ya por el Santo Padre. El Cardenal Sodano, que también ha descendido a la plaza, recita el De profundis. Al día siguiente, segundo domingo de Pascua, el mismo Cardenal Sodano presidió en la plaza San Pedro la misa por el Santo Padre, mientras Monseñor Sandri leía el discurso que el mismo Juan Pablo II preparó para el Regina Coeli de ese domingo. En esa celebración, con la presencia de una multitud de alrededor de 100 mil personas, participaron el Cuerpo Diplomático completo, gran parte del Gobierno italiano, encabezado por el Presidente Silvio Berlusconi, y prácticamente los representantes principales de todas las facciones políticas italianas de la mayoría y la oposición. Muchos de ellos, empezando por el Presidente de la República Carlo Azeglio Ciampi y su esposa, pudieron rendir homenaje a los restos mortales del Pontífice, expuestos en la Sala Clementina, revestida de los ornamentos pontificios, desde el final de la mañana del domingo 3 de abril hasta el comienzo de la tarde del 4 de abril, en que se trasladaron a la Basílica Vaticana para la oración y homenaje de los fieles. En la mañana del lunes 4 de abril tuvo lugar la primera Congregación General de los cardenales presentes en Roma o que ya habían llegado a la Urbe. Ésta determinó que los funerales solemnes del Papa Juan Pablo II tendrían lugar el viernes 8 de abril a las 10 horas.

JUAN PABLO II YA PARECE ESTAR CADA VEZ MÁS AJENO A LA LUZ DE ESTE MUNDO. VUELVE UNA VEZ MÁS LOS OJOS HACIA LA VENTANA QUE DA A LA PLAZA SAN PEDRO, LLENA YA DE FIELES ORANDO. LA NOCHE YA HABÍA DESCENDIDO SOBRE ROMA. A LAS 21:37 HORAS, DESPUÉS DE SUSURRAR AMÉN EN VOZ BAJA, EL GRAN CORAZÓN DEL SANTO PADRE DEJA DE LATIR.

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Benedicto XVI recuerda a Juan Pablo II Con ocasión del 27 aniversario de la elección de Karol Wojtyla como Vicario de Cristo y sucesor de Pedro, la televisión pública polaca emitió una entrevista al actual Pontífice, Benedicto XVI, que habla de su predecesor Juan Pablo II. Fue realizada por el responsable de los programas católicos, el padre Andrzej Majewski.

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racias de todo corazón, Santo Padre, por habernos concedido esta breve entrevista, con ocasión de la Jornada del Papa que se celebra en Polonia. El 16 de octubre de 1978, el cardenal Karol Wojtyla se convirtió en Papa y desde aquel día en Juan Pablo II, durante más de 26 años, como Sucesor de San Pedro, y como usted ha dicho, ha guiado a la Iglesia junto con los obispos y los cardenales. Entre los cardenales estaba también Su Santidad, persona singularmente apreciada y estimada por su predecesor; persona de la que el pontífice Juan Pablo II escribió en el libro «¡Levantaos! !Vamos!» –y aquí cito– «Doy gracias a Dios por la presencia y la ayuda del cardenal Ratzinger. Es un amigo seguro», ha escrito Juan Pablo II. Santo Padre, ¿cómo comenzó esta amistad y cuándo conoció Su Santidad al cardenal Karol Wojtyla? —Personalmente le conocí sólo en los dos pre-cónclaves y cónclaves de 1978. Naturalmente había oído hablar del cardenal Wojtyla, al principio sobre todo en el contexto de la correspondencia entre los obispos polacos y alemanes, en 1965. Los cardenales alemanes me informaron del enorme mérito y la contribución del arzobispo de Cracovia, que era el alma de esta correspondencia realmente histórica. Había oído también hablar a mis amigos universitarios sobre su filosofía y su gran figura como pensador. Pero, como he dicho, el primer encuentro personal tuvo lugar en el cónclave de 1978. Desde el comienzo sentí

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una gran simpatía por él y, gracias a Dios, el cardenal de aquel tiempo me otorgó desde el principio su amistad, inmerecida por mi parte. Estoy agradecido por la confianza que me dio, sin mérito mío alguno. Sobre todo, viéndole rezar, comprendí, no sólo pude ver, que era un hombre de Dios. Ésta era la impresión fundamental: un hombre que vive con Dios, más aún, en Dios. Además me impresionó la cordialidad, sin prejuicios, con la que se encontró conmigo. En estos encuentros del pre-cónclave de los cardenales tomó la palabra en diversas ocasiones y ahí tuve también la posibilidad de percibir su estatura de pensador. Sin grandes palabras surgió una amistad, desde el corazón y, nada más producirse su elección, el Papa me llamó en diversas ocasiones a Roma para charlar y al final me nombró prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. —Por tanto, ¿no fue una sorpresa el nombramiento, ni su convocación a Roma? —Para mí era un poco difícil, porque desde el comienzo de mi episcopado en Munich, con la solemne consagración como obispo en la catedral de Munich, era para mí una obligación, casi un matrimonio con esta diócesis y habían subrayado que desde hacía varios decenios yo era el primer obispo originario de la diócesis. Me sentía, por tanto, muy obligado y ligado con esta diócesis. Además existían problemas difíciles que todavía no habían sido resueltos y HUMANITAS Nº 42 pp. 260 - 263


Juan Pablo II, a un año de su muerte no quería dejar a la diócesis con ellos. De todo esto hablé con el Santo Padre con gran apertura, y con esa confianza que tenía el Santo Padre, que era muy paterno conmigo. Me dio tiempo para reflexionar y él mismo también lo quería pensar. Al final me convenció, porque ésa era la voluntad de Dios. Así pude aceptar esa llamada y esa gran responsabilidad, nada fácil, que de por sí superaba mis capacidades. Pero con la confianza en la paterna benevolencia del Papa y con la guía del Espíritu Santo, pude decir que sí. —Esta experiencia duró más de 20 años... —Sí, llegué en febrero de 1982 y ha durado hasta la muerte del Papa en el 2005. —¿Cuáles son, según usted, Santo Padre, los puntos más significativos del pontificado de Juan Pablo II?

—Yo diría que podemos tener dos puntos de vista: uno «ad extra» –hacia el mundo– y uno «ad intra» –hacia la Iglesia–. Respecto al mundo, me parece que el Santo Padre, con sus discursos, su persona, su presencia, su capacidad de convencer, creó una nueva sensibilidad hacia los valores morales, hacia la importancia de la religión en el mundo. Esto hizo que se crease una nueva apertura, una nueva sensibilidad para los problemas de la religión, para la necesidad de la dimensión religiosa del hombre y, sobre todo, ha crecido –de forma inimaginable– la importancia del obispo de Roma. Todos los cristianos han reconocido –no obstante las diferencias y no obstante su falta de reconocimiento del sucesor de Pedro– que él es el portavoz de la cristiandad. Nadie más que él, a nivel mundial, puede hablar en nombre de la cristiandad y dar voz y fuerza, en la actualidad del mundo, a la realidad cristiana. Pero también

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por valores difíciles sólo podía conseguirlo una personalidad con ese carisma; sólo él podía movilizar a la juventud del mundo por la causa de Dios y por el amor de Cristo, como él lo hizo. En la Iglesia ha creado –creo– un nuevo amor por la Eucaristía. Estamos todavía en el Año de la Eucaristía, querido por él con tanto amor; ha dado un nuevo sentido a la grandeza de la Misericordia Divina; y también ha profundizado mucho en el amor a la Virgen y nos ha guiado así hacia una interiorización de la fe y, al mismo tiempo, hacia una mayor eficacia. Es necesario mencionar naturalmente, como todos sabemos, lo esencial que ha sido también su contribución para los grandes cambios del mundo en el año ‘89, por la caída del así llamado socialismo real.

«Juan Pablo II me resulta siempre cercano a través de sus textos: le oigo y le veo hablar, y puedo estar en diálogo continuo con el Santo Padre porque con estas palabras habla siempre conmigo, conozco también el origen de muchos textos, recuerdo los diálogos que tuvimos sobre cada uno de ellos».

para los no cristianos y para las otras religiones, él fue el portavoz de los grandes valores de la humanidad. También hay que mencionar que consiguió crear un clima de diálogo entre las grandes religiones y un sentido de responsabilidad común que todos tenemos con el mundo, aclarando que las violencias y las religiones son incompatibles y que juntos hemos de buscar el camino para la paz, en una responsabilidad común ante la humanidad. Traslademos la atención ahora hacia la situación de la Iglesia. Debo decir, ante todo, que supo entusiasmar a la juventud con Cristo. Esto es nuevo si pensamos en la juventud del ‘68 y de los años setenta. Que la juventud se haya entusiasmado por Cristo y por la Iglesia y también

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—A lo largo de sus encuentros personales y de los coloquios con Juan Pablo II, ¿cuál fue el que más le impactó? ¿Podría contarnos sus últimos encuentros con Juan Pablo II? —Sí. Los dos últimos encuentros los tuve, el primero, en el Policlínico Gemelli, en torno al 5-6 de febrero; y el segundo, el día anterior a su muerte, en su habitación. En el primer encuentro, el Papa sufría visiblemente, pero estaba totalmente lúcido y muy presente. Yo había ido sólo para un encuentro de trabajo, porque necesitaba alguna decisión suya. El Santo Padre, aunque sufriendo, seguía con gran atención cuanto le decía. Me comunicó en pocas palabras sus decisiones, me dio su bendición, me saludó en alemán, concediéndome toda su confianza y amistad. Para mí fue muy conmovedor ver, por una parte, cómo su sufrimiento estaba unido al Señor sufriente, cómo llevaba su sufrimiento con el Señor y por el Señor; y, por otra parte, ver cómo resplandecía su serenidad interior y su completa lucidez. El segundo encuentro fue el día antes de que muriera: estaba, obviamente, más dolorido, se notaba, rodeado de médicos y amigos. Estaba todavía muy lúcido y me dio su bendición. Ya


—Usted, Santo Padre, en sus discursos evoca a menudo la figura de Juan Pablo II, y de Juan Pablo II dice que era un gran Papa, un llorado y venerado predecesor. Siempre recordamos las palabras que usted pronunció en la Misa del 20 de abril pasado, palabras dedicadas justamente a Juan Pablo II. Ha sido usted, Santo Padre, quien dijo –y aquí cito– «parece como si él me tuviera agarrado fuerte de la mano, veo sus ojos sonrientes y escucho sus palabras, que en aquel momento me dirige a mí de forma particular: «¡no tengas miedo!»». Santo Padre, una pregunta muy personal ¿sigue sintiendo usted la presencia de Juan Pablo II? Y si es así, ¿de qué manera? —Ciertamente. Comienzo respondiendo a la primera parte de su pregunta. En un principio, hablando de la herencia del Papa, había olvidado hablar de tantos documentos que nos ha dejado –catorce encíclicas, muchas cartas pastorales y tantos otros– y todo esto representa un patrimonio riquísimo que todavía no ha sido suficientemente asimilado en la Iglesia. Considero que tengo la misión esencial y personal de no producir tantos documentos nuevos, sino más bien la de conseguir que aquellos documentos sean asimilados, porque son un tesoro riquísimo, son la auténtica interpretación del Vaticano II. Sabemos que el Papa era el hombre del Concilio, que había asimilado interiormente el espíritu y la letra del Concilio y con estos textos nos hace comprender qué es lo que realmente quería y no quería el Concilio. Nos ayuda a ser verdaderamente Iglesia de nuestro tiempo y del tiempo venidero.

Paso a la segunda parte de su pregunta. El Papa me resulta siempre cercano a través de sus textos, le oigo y le veo hablar, y puedo estar en diálogo continuo con el Santo Padre porque con estas palabras habla siempre conmigo, conozco también el origen de muchos textos, recuerdo los diálogos que tuvimos sobre cada uno de ellos. Puedo continuar el diálogo con el Santo Padre. Naturalmente esta cercanía a través de las palabras es una cercanía no sólo con los textos, sino con la persona, más allá de los textos escucho al mismo Papa. Quien se va con el Señor no se aleja: cada vez siento más que un hombre que se va con el Señor se acerca todavía más y siento que con el Señor está junto a mí, pues yo estoy cerca del Señor, estoy cerca del Papa y él ahora me ayuda a estar junto al Señor y trato de entrar en su atmósfera de oración, de amor al Señor, de amor a la Virgen y me encomiendo a sus oraciones. Hay así un diálogo permanente y también una cercanía, de una forma nueva, pero de una forma muy profunda.

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no podía hablar mucho. Para mí, su paciencia en el sufrimiento ha sido una gran enseñanza, sobre todo el llegar a ver y sentir cómo estaba en las manos de Dios y cómo se abandonaba a su voluntad. A pesar de los dolores visibles, estaba sereno, porque estaba en las manos del Amor Divino.

—Santo Padre, le esperamos en Polonia. Mucha gente pregunta, ¿cuándo vendrá el Papa a Polonia? —Sí, tengo la intención de ir a Polonia, si Dios quiere, si el tiempo me lo permite. He hablado con monseñor Dziwisz respecto a la fecha, y me dicen que el mes de junio sería el período más apropiado. Naturalmente todo está por organizar con las instancias competentes. En este sentido es una palabra provisional, pero parece que posiblemente el próximo junio pueda ir a Polonia, si el Señor me lo permite. —Santo Padre, en nombre de todos los telespectadores, le agradezco de corazón esta entrevista. Gracias, Padre Santo. —Gracias a usted.

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EN EL MAGISTERIO DE JUAN PABLO II

Estructura moral de la libertad POR JULIÁN CARD. HERRANZ

Estamos en uno de los períodos más complejos y decisivos «¿ de la historia humana? ¿Se trata de un tiempo que marca un fin o «LA DINÁMICA DE LA CIENCIA –DIJO– PUEDE PONER EN PELIGRO LA BASE HUMANÍSTICA DE LA DEMOCRACIA Y EL RESPETO AL CARÁCTER SAGRADO DE LA VIDA HUMANA» Y AÑADIÓ, HACIÉNDOSE ECO DE REPETIDAS ENSEÑANZAS DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA, QUE NO SE DEBEN SEPARAR «DEMOCRACIA» Y «VALORES», PORQUE DE LO CONTRARIO «LA ANARQUÍA POLÍTICA GLOBAL PODRÍA CONFRONTARSE CON LA ANARQUÍA INTELECTUAL GLOBAL».

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un comienzo?» Estas dos preguntas las planteó Juan Pablo II. Son palabras que nos recuerdan la actitud con que san Agustín afrontó la caída del Imperio romano por obra de los bárbaros: ¿estamos al final o al inicio de una nueva época de la humanidad? Con esas dos preguntas el Papa Juan Pablo introdujo, el 17 de agosto de 1998, en el palacio pontificio de Castelgandolfo, el coloquio internacional organizado por el Instituto de ciencias humanas de Viena sobre el tema: «Al final del milenio: tiempo y modernidad» (cf. L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 21 de agosto de 1998, p. 2). Un coloquio que parece haber encontrado eco en las páginas de su último y reciente libro: «Memoria e Identidad». Las respuestas que dieron los estudiosos presentes en ese coloquio a las preguntas de Juan Pablo II fueron muy articuladas, pero todas se orientaban sustancialmente en sentido afirmativo. Quisiera referir, en síntesis, sólo una muy actual: la del politólogo americano Zbigniew Brzezinski. Se mostró muy preocupado, entre otras cosas, por la «escasa capacidad de control sobre el progreso científico» que la humanidad está mostrando tener, por ejemplo en el vasto campo de las manipulaciones genéticas (fecundación humana artificial sin límites, clonación, etc.), que son inaceptables desde una perspectiva verdaderamente humanista. «La dinámica de la ciencia –dijo– puede poner en peligro la base humanística de la democracia y el respeto al carácter sagrado de la vida humana» y añadió, haciéndose eco de repetidas enseñanzas de la doctrina social de la Iglesia, que no se deben separar «democracia» y «valores», porque de lo contrario «la anarquía política global podría confrontarse con la anarquía intelectual global». De cualquier modo, la respuesta más clara y concisa a las preguntas planteadas por el Papa con ocasión de aquel coloquio la dio, pocas semanas después, el mismo Juan Pablo II en el discurso que dirigió a un grupo de obispos de Estados Unidos que realizaban la visita ad limina: «Estamos llegando al fin de un siglo que comenzó con confianza en las posibilidades de un progreso casi ilimitado de la

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Juan Pablo II, a un año de su muerte «Con razón –incluso desde el punto de vista de la filosofía del derecho– dijo Juan Pablo II en la ONU que esta ‘referencia a la verdad sobre el hombre’, sobre la que debe apoyarse la ley, ‘lejos de ser una limitación o amenaza a la libertad’, constituye en realidad ‘la garantía del futuro de la libertad‘».

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DE ACUERDO CON EL MAGISTERIO CONSTANTE Y TENAZ DE JUAN PABLO II, LA ÚNICA ESPERANZA FUNDADA DE UN FUTURO MEJOR –MÁS JUSTO Y PACÍFICO PARA LA HUMANIDAD– RESIDE EN EL REDESCUBRIMIENTO MORAL Y EN LA TUTELA JURÍDICA DEL ÍNTIMO E INSEPARABLE VÍNCULO QUE EXISTE ENTRE ESTOS DOS TÉRMINOS: «LIBERTAD» Y «VERDAD».

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humanidad, pero que ahora termina con un miedo generalizado y en medio de la confusión moral. Si queremos una primavera del espíritu humano, debemos redescubrir los fundamentos de la esperanza» (cf. Discurso a la 50a Asamblea general de la ONU, nn. 16-18, 5 de octubre de 1995). Pero, ¿cuál ha sido la causa principal de esta situación de «miedo generalizado y confusión moral»?, y ¿dónde es preciso redescubrir, en este inicio del tercer milenio, «los fundamentos de la esperanza»? De acuerdo con el magisterio constante y tenaz de Juan Pablo II, la única esperanza fundada de un futuro mejor –más justo y pacífico para la humanidad– reside en el redescubrimiento moral y en la tutela jurídica del íntimo e inseparable vínculo que existe entre estos dos términos: «libertad» y «verdad». En efecto, el Papa Juan Pablo II, en la encíclica Evangelium vitae, hablando del concepto de «libertad» y de sus elementos constitutivos esenciales, escribe: «la libertad reniega de sí misma, se autodestruye (...) cuando no reconoce ni respeta su vínculo constitutivo con la verdad. Cada vez que la libertad, queriendo emanciparse de cualquier tradición y autoridad, se cierra a las evidencias primarias de una verdad objetiva y común, fundamento de la vida personal y social, la persona acaba por asumir como única e indiscutible referencia para sus propias decisiones no ya la verdad sobre el bien o el mal, sino sólo su opinión subjetiva y mudable o, incluso, su interés egoísta y su capricho» (n. 19).

El mal de dos utopías ideológicas Ciertamente, se puede decir –y Juan Pablo II lo trata ampliamente en los dos primeros capítulos de su libro «Memoria e Identidad»– que todo el magisterio social de la Iglesia en el siglo pasado , y también ahora, está impulsado sobre todo por la necesidad de defender las conciencias de los cristianos y la humanidad entera contra el mal intrínseco de dos grandes utopías ideológicas, que se convirtieron también en sistemas políticos a escala mundial: la utopía totalitaria de la justicia sin libertad y la utopía libertaria de la libertad sin verdad. En efecto, en 1993, hablando al mundo de la cultura en la universidad de Vilna, Juan Pablo II ya había dicho: «Totalitarismos de signo opuesto y democracias enfermas han revolucionado la historia de nuestro siglo». La primera utopía, la de la justicia sin libertad –y con ella los sistemas políticos totalitarios que de varias formas la habían encarnado– está ya en camino de decadencia y extinción, al menos en Europa y en América, pero no sin haber dejado tras de sí un inmenso mal, un cúmulo de ruinas espirituales y sociales.


SE PUEDE DECIR QUE TODO EL MAGISTERIO SOCIAL DE LA IGLESIA EN EL SIGLO PASADO, Y TAMBIÉN AHORA, ESTÁ IMPULSADO SOBRE TODO POR LA NECESIDAD DE DEFENDER LAS CONCIENCIAS DE LOS CRISTIANOS Y LA HUMANIDAD ENTERA CONTRA EL MAL INTRÍNSECO DE DOS GRANDES UTOPÍAS IDEOLÓGICAS, QUE SE CONVIRTIERON TAMBIÉN EN SISTEMAS POLÍTICOS A ESCALA MUNDIAL: LA UTOPÍA TOTALITARIA DE LA JUSTICIA SIN LIBERTAD Y LA UTOPÍA LIBERTARIA DE LA LIBERTAD SIN VERDAD.

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En cambio, la segunda utopía, la de la libertad sin verdad, por desgracia, está en fase de creciente expansión en el mundo democrático. Desarrollada en el hábitat filosófico del relativismo agnóstico, encontró su gran instrumento legislativo –y, por tanto, social y político– en el positivismo jurídico estricto. En efecto, para este sistema –que de forma explícita o implícita niega los postulados de la ética natural– no es la verdad objetiva la que asegura la racionalidad jurídica y la legalidad moral de las leyes o de las sentencias, sino sólo la verdad relativa o convencional, fruto pragmático del compromiso estadístico o político. Por eso, durante el Encuentro mundial de profesores universitarios, en el año 2000, advirtió: «Es urgente que trabajemos para salvaguardar plenamente el verdadero sentido de la democracia, auténtica conquista de la cultura. En efecto, sobre este tema se perfilan tendencias preocupantes, cuando se reduce la democracia a un hecho puramente de procedimiento, o cuando se piensa que la voluntad expresada por la mayoría basta simplemente para determinar la aceptabilidad moral de una ley. En realidad, «el valor de la democracia se mantiene o cae con los valores que encarna y promueve». (…)En la base de estos valores no pueden estar provisionales y volubles «mayorías» de opinión, sino sólo el reconocimiento de una ley moral objetiva» (9 IX. 2000) No por casualidad el máximo exponente del positivismo jurídico, Hans Kelsen, comentando la pregunta evangélica de Pilato a Jesús: «¿Qué es la verdad?» (Jn 18, 38), escribía que en realidad esta pregunta del pragmático hombre político contenía en sí misma la respuesta: la verdad es inalcanzable; por eso, Pilato, sin esperar la respuesta de Jesús, se dirige a la muchedumbre y pregunta: «¿Queréis que libere al rey de los judíos?». Al actuar así –concluye Kelsen–, Pilato se comporta como un perfecto demócrata, es decir, deja el problema de establecer qué es la verdad y la justicia a la opinión de la mayoría, a pesar de que él estaba convencido de la completa inocencia del Nazareno. Meditando en el mismo dramático proceso de Jesús, Juan Pablo II escribió: «Así pues, la condena de Dios por parte del hombre no se basa en la verdad, sino en la prepotencia, en una engañosa conjura. ¿No es exactamente esta la verdad de la historia del hombre, la verdad de nuestro siglo? En nuestros días, semejante condena ha sido repetida en numerosos tribunales en el ámbito de regímenes de opresión totalitaria. Pero ¿no se repite igualmente en los parlamentos democráticos cuando, por ejemplo, mediante una ley emitida regularmente, se condena a muerte al hombre aún no nacido?» Esta afirmación, a la que alude su último libro «Memoria e Identidad», ya se encontraba en la obra anterior: «Cruzando el umbral de la esperanza». En efecto, es preciso constatar, con Juan Pablo II, que en la segunda mitad del siglo XX el agnosticismo religioso y el relativismo moral y

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«No por casualidad el máximo exponente del positivismo jurídico, Hans Kelsen, comentando la pregunta evangélica de Pilato a Jesús: «¿Qué es la verdad?» (Jn 18,38), escribía que en realidad esta pregunta del pragmático hombre político contenía en sí misma la respuesta: la verdad es inalcanzable. Al actuar así –concluye Kelsen–, Pilato se comporta como un perfecto demócrata, es decir, deja el problema de establecer qué es la verdad y la justicia a la opinión de la mayoría, a pesar de que él estaba convencido de la completa inocencia del Nazareno.» (‘Jesús ante Pilato’, por Jerónimo Bosch)

LA PRIMERA UTOPÍA, LA DE LA JUSTICIA SIN LIBERTAD –Y CON ELLA LOS SISTEMAS POLÍTICOS TOTALITARIOS QUE DE VARIAS FORMAS LA HABÍAN ENCARNADO– ESTÁ YA EN CAMINO DE DECADENCIA Y EXTINCIÓN, AL MENOS EN EUROPA Y EN AMÉRICA, PERO NO SIN HABER DEJADO TRAS DE SÍ UN INMENSO MAL, UN CÚMULO DE RUINAS ESPIRITUALES Y SOCIALES.

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jurídico, frutos amargos del inmanentismo filosófico, han configurado un tipo de sociedad democrática «enferma», en su mayoría materialista y permisiva, alejada no sólo de las verdades trascendentes sobre el destino eterno del hombre, sino también de las exigencias elementales de la moral natural. Basta pensar en la depreciación del matrimonio (al cual se tiende a equiparar las «uniones de hecho», incluso de homosexuales), en la fácil disolución del vínculo matrimonial (el así llamado «divorcio exprés») y, por consiguiente, en el debilitamiento de la estabilidad familiar, en el permisivismo legal o de hecho ante la difusión de la violencia y de la pornografía, de la droga, del aborto, de la eutanasia, de las «aberrantes manipulaciones genéticas», a las que ya aludía Brzezinski en el citado coloquio de Castelgandolfo. Con razón, resumía el Papa esta situación hace siete años con la frase lapidaria que he referido antes: «Estamos llegando al fin de un siglo que (...) ahora termina con un miedo generalizado y en medio de la confusión moral».


Juan Pablo II, a un año de su muerte

Redescubrir la esperanza Pero no es propio del genio profético de Juan Pablo II, como no lo es del Magisterio de la Iglesia, limitarse a denunciar el mal que existe, sin ofrecer al mismo tiempo los remedios adecuados. Juan Pablo II es consciente de que es mensajero del poder salvador de Cristo. Por eso, remitiendo a los contenidos de su histórico discurso a la Asamblea general de las Naciones Unidas en 1995, añade: «Si queremos una primavera del espíritu humano, debemos redescubrir los fundamentos de la esperanza». Y es precisamente en ese discurso a la ONU donde Juan Pablo II, hablando a la asamblea más interétnica e interreligiosa del mundo, ofrece el único remedio posible contra la utopía libertaria que amenaza con hacer que la convivencia humana degenere en una sociedad salvaje. En efecto, después de afirmar que «la libertad es la medida de la dignidad y de la grandeza del hombre» añade inmediatamente que la «cuestión fundamental» que se debe afrontar «es la del uso responsable de la libertad» y, con este fin, es preciso que la atención de todos –filósofos, juristas, políticos, sociólogos,...– se centre en la cuestión concreta «de la estructura moral de la libertad, que es la arquitectura interior de la cultura de la libertad». En otras palabras, no puede haber una auténtica cultura democrática sino respetando la «estructura moral de la libertad». Pero, ¿dónde pueden encontrar todos los hombres (de cualquier nacionalidad y tradición cultural) el elemento fundamental de esta estructura moral y de esta cultura universal de la libertad? Juan Pablo II, en ese mismo discurso, aclara inmediatamente las posibles dudas e incertidumbres de su auditorio tan variado con las siguientes frases lapidarias, que constituyen un desafío para la inteligencia –para la recta ratio– de todo hombre honrado: «La libertad posee una ‘lógica’ interna que la cualifica y la ennoblece: está ordenada a la verdad y se realiza en la búsqueda y en el cumplimiento de la verdad. Separada de la verdad de la persona humana, la libertad decae en la vida individual en libertinaje: y en la vida política, en la arbitrariedad de los más fuertes y en la arrogancia del poder. Por eso, lejos de ser una limitación o amenaza a la libertad, la referencia a la verdad sobre el hombre, verdad que puede ser conocida universalmente gracias a la ley moral inscrita en el corazón de cada uno, es en realidad la garantía del futuro de la libertad». Así pues, Juan Pablo II identifica el elemento fundamental de la «estructura moral de la libertad» en la «verdad» y, más concretamente, en la gran «verdad sobre el hombre», que puede ser conocida universalmente. En efecto, precisamente de esta concreta «verdad sobre el hombre» brotan los contenidos de todas las demás verdades –dignidad de la persona, sus derechos fundamentales inalienables, naturaleza

LA SEGUNDA UTOPÍA, LA DE LA LIBERTAD SIN VERDAD, POR DESGRACIA, ESTÁ EN FASE DE CRECIENTE EXPANSIÓN EN EL MUNDO DEMOCRÁTICO. DESARROLLADA EN EL HÁBITAT FILOSÓFICO DEL RELATIVISMO AGNÓSTICO, ENCONTRÓ SU GRAN INSTRUMENTO LEGISLATIVO –Y, POR TANTO, SOCIAL Y POLÍTICO– EN EL POSITIVISMO JURÍDICO ESTRICTO.

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«LA LIBERTAD POSEE UNA «LÓGICA» INTERNA QUE LA CUALIFICA Y LA ENNOBLECE: ESTÁ ORDENADA A LA VERDAD Y SE REALIZA EN LA BÚSQUEDA Y EN EL CUMPLIMIENTO DE LA VERDAD. SEPARADA DE LA VERDAD DE LA PERSONA HUMANA, LA LIBERTAD DECAE EN LA VIDA INDIVIDUAL EN LIBERTINAJE: Y EN LA VIDA POLÍTICA, EN LA ARBITRARIEDAD DE LOS MÁS FUERTES Y EN LA ARROGANCIA DEL PODER.(…)

1 Cf. Juan Pablo II: Discurso al congreso mundial organizado por el Consejo pontificio Justicia y paz en el 50° aniversario de la Declaración universal de derechos humanos, «La cultura de los derechos humanos», n. 2: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 17 de julio de 1998, p. 2. 2 Desde diversas perspectivas y con diferentes matices coinciden en esta idea de fondo, entre otros: J. Maritain, L’homme et l’Etat, París 1953, p. 69 ss; A. Del Noce, I caractteri generali del pensiero politico contemporaneo, Milán 1972; V. Possenti, Le società liberali al bivio. Lineamenti di filosofia della società, Milán 1991, pp. 281-314; J. Hervada, «Derecho natural, democracia y cultura» en Persona y derecho, 6, 1979, p. 200 ss; S. Cotta, «Diritto naturale: ideale o vigente?, en Iustitia 1989, 2, p. 119 ss; J. Fornés, «Pluralismo y fundamentación ontológica del Derecho» en Persona y Derecho, 9, 1982, p. 109 ss; J. Finnis, «Liberalism and Natural Law Theory», en Mercer Law Review, 45, 1994, pp. 687-701.

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del matrimonio, de la familia, de la sociedad...–, las cuales verdades objetivas determinan a su vez los espacios y los límites de desarrollo de la auténtica libertad. Así, estructurada con esta «lógica» interna, la libertad se actúa de modo racional –inteligente– y moralmente firme, es decir, con exclusión de la licencia en el ámbito personal y del arbitrio en el ámbito social y político. Es precisamente la falta de esta «estructura moral», de esta auténtica «cultura» de la libertad y de los derechos humanos lo que está dando lugar a la decadencia cultural y de civilización, producida por la «utopía libertaria» difundida en algunas naciones1 Reafirmando esta «cultura» la humanidad puede recuperar las razones fundadas de su esperanza, y las democracias «enfermas» se pueden curar de los males sociales que las afligen. Se trata de salvar la libertad para recuperar la esperanza.

La libertad «desnaturalizada» Con razón, algunos filósofos como Maritain, Del Noce o Possenti, y juristas como Cotta, Hervada o Finnis (e incluso recientemente pensadores liberales como, por ejemplo, Galli della Logia, en diálogo con el cardenal Ratzinger), aunque la lista podría ampliarse, han destacado que los clásicos anteriores a la difusión dogmática de la ideología libertaria interpretaron siempre la democracia como un ordenamiento social de libertad que tiene márgenes naturales2. No se trata de límites exteriores, impuestos autoritariamente desde fuera (tendencia totalitaria) o impuestos a través de un simple acuerdo, o pacto, que puede ser conocido universalmente (tendencia liberalradical). Sino de márgenes que tienen un fundamento intrínseco: la ley moral natural. En este sentido, ha dicho Juan Pablo II: «La ley natural, en cuanto regula las relaciones interhumanas, se califica como «derecho natural» y, como tal, exige el respeto integral de la dignidad de cada persona en la búsqueda del bien común. Una concepción auténtica del derecho natural, entendido como tutela de la eminente e inalienable dignidad de todo ser humano, es garantía de igualdad y da contenido verdadero a los «derechos del hombre», que constituyen el fundamento de las Declaraciones internacionales. En efecto, los derechos del hombre deben referirse a lo que el hombre es por naturaleza y en virtud de su dignidad, y no a las expresiones de opciones subjetivas propias de los que gozan del poder de participar en la vida social o de los que obtienen el consenso de la mayoría» (Discurso a los participantes en la asamblea general de la Academia pontificia para la vida, 27 II.02) Por desgracia, la ideología libertaria, con su consiguiente relativismo moral, al quitar a la democracia su fundamento de principios y valores


Juan Pablo II, a un año de su muerte

objetivos, ha difuminado peligrosamente los límites de la racionalidad y de la legitimidad de la norma. Eso ha debilitado profundamente el ordenamiento jurídico democrático ante la tentación de una libertad desnaturalizada, es decir, de una libertad sin los límites realmente liberadores de la verdad objetiva sobre la dignidad del hombre y sobre los derechos inalienables de la persona humana (o sea, derechos verdaderos, inseparables de la naturaleza del hombre). Frente a la evidencia social de esta crisis del derecho y de la legalidad, los dogmáticos del positivismo jurídico estricto y de la así llamada ética laica (es decir, la que, suprimidas de los contenidos éticos las relaciones del hombre con Dios y del hombre consigo mismo, ha reducido la moral únicamente a las relaciones inter-subjetivas) buscan afanosamente criterios válidos para salir de la crisis, criterios que puedan proporcionar fundamentos sólidos para las decisiones jurídicas, para los programas políticos y para sus proyectos sociales. Pero tales criterios no llegan más allá de los ofrecidos por conceptos como la opinión de la mayoría, el orden de los valores democráticamente reconocido o el que se suele llamar la verdad convencional. La razón es obvia: la filosofía radical-liberal o libertaria, en la que se inspiran, hace imposible la afirmación de una verdad objetiva sobre el hombre, es decir, de una verdad incondicional: que sea independiente del número, que consista en las convicciones más que en las convenciones, que no se deje reducir sólo a las opiniones personales o al mero orden de valores reconocidos de hecho en una sociedad, en una palabra, que sea una verdad natural, no artificial; objetiva, no subjetiva; que, como demuestra la historia misma de la cultura, se presenta a la razón antes de que sea iluminada por la Revelación cristiana; en definitiva, de una verdad que precede y que va más allá del concepto mismo de democracia y que no puede ser negada por ésta (cf. J. Herranz, «L’agonia del Diritto agnostico», en Studi Cattolici, abril de 1994, pp. 166-171). «Los elementos constitutivos de la verdad objetiva sobre el hombre –dijo Juan Pablo II– y su dignidad están arraigados profundamente en la recta ratio, en la ética y en el derecho natural: son valores anteriores a todo ordenamiento jurídico positivo y que la legislación, en el Estado de derecho, debe tutelar siempre, protegiéndolos del arbitrio de cualquier persona y de la arrogancia de los poderosos» (Discurso a los participantes en dos congresos internacionales sobre el derecho y la familia, 24 V. 96)

(…) POR ESO, LEJOS DE SER UNA LIMITACIÓN O AMENAZA A LA LIBERTAD, LA REFERENCIA A LA VERDAD SOBRE EL HOMBRE, VERDAD QUE PUEDE SER CONOCIDA UNIVERSALMENTE GRACIAS A LA LEY MORAL INSCRITA EN EL CORAZÓN DE CADA UNO, ES EN REALIDAD LA GARANTÍA DEL FUTURO DE LA LIBERTAD».

Persona y ley Ya se sabe que la ética laica y el positivismo jurídico estricto (es decir, el que rechaza los postulados de la ley «escrita en el corazón de cada

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«DESPUÉS DE LA CAÍDA DE LOS SISTEMAS TOTALITARIOS, LAS SOCIEDADES SE SINTIERON LIBRES, PERO CASI SIMULTÁNEAMENTE SURGIÓ UN PROBLEMA DE FONDO: EL DEL USO DE LA LIBERTAD. EL PELIGRO DE LA SITUACIÓN ACTUAL CONSISTE EN QUE EN EL USO DE LA LIBERTAD, SE PRETENDE PRESCINDIR DE LA DIMENSIÓN ÉTICA, DE LA CONSIDERACIÓN DEL BIEN Y EL MAL MORAL.(…)

3 Aristóteles, en el famoso pasaje de la Etica a Nicómaco, escribió: «En el derecho político –es decir, en el derecho vigente en una sociedad perfecta o polis- una parte es natural y la otra legal. Es natural lo que, en todas partes, posee la misma fuerza y no depende de las opiniones diversas de los hombres; es legal todo lo que, en teoría, puede ser indiferentemente de un modo o de su contrario, pero que deja de ser indiferente en el momento en que la ley lo resuelve» (libro V. c. 7, 1134b). 4 Se lee, por ejemplo, en las Instituciones de Cayo: «Todos los pueblos que se gobiernan con leyes y costumbres recurren en parte a su derecho particular y, en parte, al derecho común de todos los hombres; el derecho que todo pueblo estableció para sí mismo es propio de la ciudad y se llama derecho civil, es decir, derecho propio de la ciudad; en cambio, el que la razón natural establece para todos los hombres, es observado por todos los pueblos y se denomina derecho de gentes, como derecho para uso de todos los pueblos. Por tanto, así el pueblo romano usa en parte su derecho y en parte el común a todos los hombres» (I, 1).

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uno», ya intuida y razonada por la filosofía griega3 y por el derecho romano4 al margen del Decálogo y antes de la Revelación cristiana) propugnan una separación dogmática entre «moral privada» y «ética pública». La moral privada se fundaría en los principios filosóficos particulares o en las convicciones religiosas de cada individuo y, por eso, debería ser circunscrita al ámbito y al juicio de la conciencia personal de cada ciudadano; en cambio, la ética pública sería la que es determinada únicamente por el consenso mayoritario de la comunidad, es decir, por la verdad convencional a la que acabamos de aludir. Por eso, la ética pública sería la única fuente de los valores capaces de ofrecer democráticamente una estructura moral a las leyes y, consiguientemente, al ejercicio legítimo de la libertad. Sin embargo, parece que esta separación absoluta, admitida en muchos sistemas democráticos, en el fondo se apoya en un concepto muy pobre del derecho y de la ley –cuya racionalidad objetiva y cuya función pedagógica de hecho son ignoradas, pero también en un concepto igualmente pobre tanto de la libertad como de la persona humana; de la libertad, porque no puede entenderse razonablemente –en sentido moral– como una absoluta y siempre legítima posibilidad de opción, incluso del mal; de la persona, porque no se puede negar al hombre –sin ofender su dignidad– la capacidad de llegar mediante la razón al conocimiento de la verdad: por sí solo o ayudado precisamente por la función pedagógica de la ley. En su libro «Memoria e Identidad», Juan Pablo II, desarrollando lo que había escrito en el número 101 de la encíclica Veritatis splendor, refiriéndose al «peligro de la alianza entre democracia y relativismo ético», escribe: «Después de la caída de los sistemas totalitarios, las sociedades se sintieron libres, pero casi simultáneamente surgió un problema de fondo: el del uso de la libertad. (...) El peligro de la situación actual consiste en que en el uso de la libertad, se pretende prescindir de la dimensión ética, de la consideración del bien y el mal moral. Ciertos modos de entender la libertad, que hoy tienen gran eco en la opinión pública, distraen la atención del hombre sobre la responsabilidad ética. Hoy se hace hincapié únicamente en la libertad. Se dice que lo importante es ser libre; serlo del todo, sin frenos ni ataduras, obrando según los propios juicios, que, en realidad, son frecuentemente simples caprichos. Ciertamente, una tal forma de liberalismo merece el calificativo de simplista. Pero, en cualquier caso, su influjo es potencialmente devastador» («Memoria e Identidad», Madrid, 2005). No creo que a estas consideraciones se las pueda tachar, desde el punto de vista metodológico, de una especie de «fundamentalismo», de mezcla conceptual entre moral cristiana y ley civil. En efecto, es verdad que el derecho se ocupa del orden social; es decir, atañe al conjunto de


leyes y costumbres legítimas que ordenan la comunidad civil, la convivencia social. Pero si el hecho más destacado y positivo del progreso de la ciencia del derecho en las sociedades democráticas, especialmente en el siglo XX, fue precisamente el de poner en el centro de la realidad jurídica a su verdadero protagonista, el hombre, fundamento y fin de la sociedad, es obvio que el derecho de una sana democracia debe tener en cuenta –y esta es una exigencia moral ineludible– cuál es la «verdad sobre el hombre»; es decir, debe reconocer y tutelar el conjunto de exigencias –personales y sociales– que brotan de la estructura ontológica de la persona humana, en cuanto ser dotado de una naturaleza, dignidad y finalidad particulares. Con razón –incluso desde el punto de vista de la filosofía del derecho– dijo Juan Pablo II en el citado discurso a la ONU que esta «referencia a la verdad sobre el hombre», sobre la que debe apoyarse la ley, «lejos de ser una limitación o amenaza a la libertad», constituye en realidad «la garantía del futuro de la libertad». En efecto, teniendo en cuenta el carácter central de la persona en el derecho (piénsese, por ejemplo, en la Declaración universal de derechos humanos) y también teniendo en cuenta que la persona humana es lo que es –no lo que una u otra mayoría de opiniones piensa que es–, se deduce que la ley realmente justa no puede apoyarse en una verdad convencional u opinable, sino que necesariamente debe tener en cuenta cuál es la verdad ontológica de la persona humana: la naturaleza de su ser, no sólo animal e instintivo, sino también inteligente, libre y con una dimensión trascendente y religiosa del espíritu que la ley no puede ignorar o mortificar5. De lo contrario, el derecho –aunque se lo quisiera llamar democrático y basado en una ética pública– sería antinatural, esencialmente inmoral,

Juan Pablo II, a un año de su muerte

«Estas palabras parecen un eco de la conocida sentencia de Antonio Rosmini: ‘La persona es la ley’ y reflejan la urgencia y la tenacidad con que Juan Pablo II pide fundar la estructura moral de la libertad (y, por consiguiente, de la ley) en la «verdad del hombre».

(…) CIERTOS MODOS DE ENTENDER LA LIBERTAD, QUE HOY TIENEN GRAN ECO EN LA OPINIÓN PÚBLICA, DISTRAEN LA ATENCIÓN DEL HOMBRE SOBRE LA RESPONSABILIDAD ÉTICA. HOY SE HACE HINCAPIÉ ÚNICAMENTE EN LA LIBERTAD. SE DICE QUE LO IMPORTANTE ES SER LIBRE; SERLO DEL TODO, SIN FRENOS NI ATADURAS, OBRANDO SEGÚN LOS PROPIOS JUICIOS, QUE, EN REALIDAD, SON FRECUENTEMENTE SIMPLES CAPRICHOS. CIERTAMENTE, UNA TAL FORMA DE LIBERALISMO MERECE EL CALIFICATIVO DE SIMPLISTA. PERO, EN CUALQUIER CASO, SU INFLUJO ES POTENCIALMENTE DEVASTADOR» («MEMORIA E IDENTIDAD», MADRID, 2005).

5 «La persona humana, con su razón, es capaz de reconocer tanto esta dignidad profunda y objetiva de su ser como las exigencias éticas que derivan de ella. En otras palabras, el hombre puede leer en sí el valor y las exigencias morales de su dignidad. Y esta lectura constituye un descubrimiento siempre perfectible, según las coordenadas de la «historicidad» típicas del conocimiento humano» (Discurso a los participantes en la Asamblea general de la Academia pontificia para la vida, 27 de febrero de 2002, n. 3: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 8 de marzo de 2002, p. 9).

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instrumento del fundamentalismo laicista, es decir, de un ordenamiento social totalitario, muy lejano del recto concepto de laicidad del Estado. Aquí no hay espacio para el relativismo ético, como no hay espacio para defender la legitimidad de un derecho positivo divorciado de la moral, es decir, de la misma «verdad sobre el hombre» que determina los contenidos y los límites de su libertad.

La verdad sobre el hombre

ALUDIENDO, COMO EJEMPLO, A LAS PRESIONES POLÍTICAS PARA QUE ALGUNOS PARLAMENTOS RECONOZCAN LAS UNIONES HOMOSEXUALES COMO UNA FORMA ALTERNATIVA DE FAMILIA, DICE JUAN PABLO II: «SE PUEDE, MÁS AÚN, SE DEBE PLANTEAR LA CUESTIÓN SOBRE LA PRESENCIA EN ESTE CASO DE OTRA IDEOLOGÍA DEL MAL, TAL VEZ MÁS INSIDIOSA Y CELADA, QUE INTENTA INSTRUMENTALIZAR INCLUSO LOS DERECHOS DEL HOMBRE CONTRA EL HOMBRE Y CONTRA LA FAMILIA. ¿POR QUÉ OCURRE ESTO? ¿CUÁL ES LA RAÍZ DE ESTAS IDEOLOGÍAS POSTILUSTRADAS? (…)

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En las Actas de un simposio sobre el tema «Secularización y laicidad en la experiencia democrática moderna» se lee esta incisiva afirmación, fruto evidente de una dolorosa experiencia: «La dignidad de la persona no se salva con declaraciones solemnes que tanto se reiteran en períodos de crisis, de desconfianza hacia el futuro, entre la desesperación y la utopía. El hombre únicamente recupera la seguridad y la confianza cuando vuelve a tener conciencia de que su dignidad es intocable, no porque así lo haya decidido un Parlamento o una Asamblea, sino porque así lo determina su propio ser personal» (J. Vidal Gallardo, Actas del Simposio «Secularidad y laicidad en la experiencia democrática moderna», San Sebastián 1996, p. 109). Aludiendo, como ejemplo, a las presiones políticas para que algunos Parlamentos reconozcan las uniones homosexuales como una forma alternativa de familia, dice Juan Pablo II: «Se puede, más aún, se debe plantear la cuestión sobre la presencia en este caso de otra ideología del mal, tal vez más insidiosa y celada, que intenta instrumentalizar incluso los derechos del hombre contra el hombre y contra la familia. ¿Por qué ocurre esto? ¿Cuál es la raíz de estas ideologías post-ilustradas? La respuesta, en realidad, es sencilla: simplemente porque se rechazó a Dios como Creador y, por ende, como fundamento para determinar lo que es bueno y lo que es malo. Se rehusó la noción de lo que, de la manera más profunda, nos constituye en seres humanos, es decir, el concepto de naturaleza humana como «dato real», poniendo en su lugar un «producto del pensamiento», libremente formado y que cambia libremente según las circunstancias» («Memoria e Identidad», p. 25). Estas palabras parecen un eco de la conocida sentencia de Antonio Rosmini: «La persona es la ley» y reflejan la urgencia y la tenacidad con que Juan Pablo II pide fundar la estructura moral de la libertad (y, por consiguiente, de la ley) en la «verdad del hombre». En efecto, no cabe duda de que en la actual encrucijada de la historia ha cobrado una importancia y una urgencia particulares la necesidad de dejar bien claro cuál es la realidad de la persona humana, radicalmente diversa de todos los demás seres existentes. Porque esta cuestión, rigurosamente filosófica, tiene consecuencias muy graves y decisivas para el futuro de la humanidad: tanto en el campo de la ciencia, y


(…) LA RESPUESTA, EN REALIDAD, ES SENCILLA: SIMPLEMENTE PORQUE SE RECHAZÓ A DIOS COMO CREADOR Y, POR ENDE, COMO FUNDAMENTO PARA DETERMINAR LO QUE ES BUENO Y LO QUE ES MALO. SE REHUSÓ LA NOCIÓN DE LO QUE, DE LA MANERA MÁS PROFUNDA, NOS CONSTITUYE EN SERES HUMANOS, ES DECIR, EL CONCEPTO DE NATURALEZA HUMANA COMO «DATO REAL», PONIENDO EN SU LUGAR UN «PRODUCTO DEL PENSAMIENTO», LIBREMENTE FORMADO Y QUE CAMBIA LIBREMENTE SEGÚN LAS CIRCUNSTANCIAS» («MEMORIA E IDENTIDAD», P. 25).

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especialmente de la biología y de la genética, como en el del derecho, la sociología y la política. Para los creyentes, la «verdad sobre el hombre» no es una cuestión problemática, sino una verdad plenamente adquirida, revelada. «¿Cuál es, por tanto, el ser que debe venir a la existencia rodeado de tal consideración?», preguntaba san Juan Crisóstomo, al considerar la grandeza de este ser singular creado por Dios «a su imagen» (Gn 1, 27) y, por ello, inteligente y libre, consciente y responsable; redimido del pecado y de la muerte por el sacrificio del mismo Dios hecho hombre; elevado a la condición de hijo adoptivo de Dios y llamado a compartir, con el conocimiento y el amor, la vida de su Creador. Y respondía el mismo san Juan Crisóstomo: «Es el hombre, grande y maravillosa figura viva, más valioso a los ojos de Dios que toda la creación; es el hombre; para él existen el cielo y la tierra, el mar y la creación entera» (Sermones in Genesim, 2,1: PG 54, 587 d-588 a). Por ello, Juan Pablo II en su primera encíclica, Redemptor hominis, escribió: «Cristo Redentor (...) revela plenamente el hombre al mismo hombre. Tal es –si se puede expresar así– la dimensión humana del misterio de la Redención. En esta dimensión el hombre vuelve a encontrar la grandeza, la dignidad y el valor propios de su humanidad (...) El hombre que quiere comprenderse hasta el fondo a sí mismo –no solamente según criterios y medidas del propio ser inmediatos, parciales, a veces superficiales e incluso aparentes–, debe, con su inquietud, incertidumbre e incluso con su debilidad y pecaminosidad, con su vida y con su muerte, acercarse a Cristo. (...) En realidad, ese profundo estupor respecto al valor y a la dignidad del hombre se llama Evangelio, es decir, buena nueva» (n. 10). Pero, ¿cuál es la «verdad del hombre» para los no creyentes, para las inteligencias no iluminadas aún por la fe? Como he dicho hace poco, la respuesta a esta apremiante pregunta –por parte de la filosofía de las ciencias biológicas– conlleva graves y decisivas consecuencias para el futuro no sólo de la libertad y de la democracia, sino también de la humanidad entera. Por eso, precisamente acerca de esta cuestión primaria resulta más urgente –como Juan Pablo II deseaba en su encíclica Fides et ratio– el diálogo sereno y constructivo entre la filosofía y la Revelación, entre Atenas y Jerusalén, entre la razón y la fe. «La Revelación –dijo el Papa– propone claramente algunas verdades que, aun no siendo por naturaleza inaccesibles a la razón, tal vez no hubieran sido nunca descubiertas por ella, si se la hubiera dejado sola» (Fides et ratio, 76). Por eso, a propósito de la expresión «circularidad entre fe y filosofía» que aparece en la encíclica (cf. ib., 73), el cardenal Ratzinger comentó que se entiende en el sentido de que la teología parte de la palabra de Dios, «pero, dado que esta palabra es verdad, la colocará siempre en relación con la búsqueda humana de la verdad,

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ESTE ES EL DESAFÍO QUE PLANTEA TENAZMENTE EL MAGISTERIO PROFÉTICO DE JUAN PABLO II: LA ESPERANZA FUNDADA DE UN FUTURO DE BIEN –MÁS JUSTO Y PACÍFICO– PARA LA HUMANIDAD RESIDE EN EL REDESCUBRIMIENTO ÉTICO Y EN LA DEFENSA JURÍDICA DEL ÍNTIMO VÍNCULO QUE EXISTE ENTRE ESTOS DOS TÉRMINOS INSEPARABLES: «LIBERTAD» Y «VERDAD». ÉL MISMO HA DICHO: «UNA CULTURA SIN VERDAD NO ES UNA GARANTÍA, SINO MÁS BIEN UN PELIGRO PARA LA LIBERTAD.»

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con el compromiso de la razón por la verdad»; a su vez, también la filosofía «del mismo modo que debe estar a la escucha de los descubrimientos empíricos, que se realizan en las diversas ciencias, así debería también tomar en consideración la sagrada tradición de las religiones y sobre todo el mensaje de la Biblia» (Conferencia sobre la encíclica «Fides et ratio», 17 XI. 98). En este horizonte de la «circularidad entre fe y filosofía», de su diálogo, es decir, en la búsqueda humana de la verdad, se sitúa ciertamente la cuestión primaria de la «verdad sobre el hombre», sobre la persona humana. Lo recordó expresamente Juan Pablo II: «Incluso la concepción de la persona como ser espiritual es una originalidad peculiar de la fe. El anuncio cristiano de la dignidad, de la igualdad y de la libertad de los hombres ha influido ciertamente en la reflexión filosófica que los modernos han llevado a cabo» (Fides et ratio, 76). Pensando en la necesidad de desarrollar aún más esta reflexión filosófica –metafísica– en diálogo constructivo con el mensaje bíblico sobre la dignidad del ser persona, pero también estando atentos a los descubrimientos aportados por las ciencias biológicas y genéticas sobre el origen y el desarrollo del ser humano, me parece que se plantea en primer lugar un desafío: superar precisamente los prejuicios. Sin este requisito metodológico primario, el diálogo «circular» y constructivo entre fe y filosofía, entre biología y metafísica, no sería posible. Sin embargo, debe ser posible. Porque –conviene repetirlo– la noción de persona humana, la «verdad sobre el hombre» no es una cuestión meramente académica, sino un profundo problema existencial, sin cuya solución –en el ámbito de la razón– no sería posible recuperar el sentido y el valor de la ética y del derecho: es decir, «la estructura moral de la libertad». Este es el desafío que plantea tenazmente el magisterio profético de Juan Pablo II: la esperanza fundada de un futuro de bien –más justo y pacífico– para la humanidad reside en el redescubrimiento ético y en la defensa jurídica del íntimo vínculo que existe entre estos dos términos inseparables: «libertad» y «verdad». Él mismo ha dicho: «Una cultura sin verdad no es una garantía, sino más bien un peligro para la libertad» (Discurso a los participantes en el encuentro mundial de profesores universitarios, 15 IX. 2000). Juan Pablo II nos impulsa a tener la valentía de la verdad mediante un serio y clarividente diálogo «circular» que comprometa simultáneamente y sin prejuicios la razón y la fe. Sin esta valentía no podrá haber nunca una verdadera cultura de la libertad: de la libertad natural, que se funda en la misma dignidad de la naturaleza creada del hombre, y de la otra libertad más alta –la libertad de los hijos de Dios, contra la esclavitud del pecado y de la muerte–, que Cristo Redentor nos conquistó en la cruz.


El Evangelio de la Familia y de la Vida POR ALFONSO CARD. LÓPEZ TRUJILLO

L

a proclamación entusiasta del Evangelio de la familia y de la vida, como «estupenda noticia» y la profundización en la identidad y misión de la Iglesia doméstica, santuario de la vida, como verdad que humaniza plenamente a los esposos, a los hijos y a la humanidad, ocupó un puesto privilegiado en el corazón de Juan Pablo II. Como Maestro de la fe, su Magisterio aseguró y garantizó la identidad y la dinámica evangelizadora de la familia, única institución en el designio creacional de Dios, capaz de formar integralmente al hombre. Consagró sus energías no sólo para anunciar, sino para liberar la verdad, rescatándola de la tormenta de una crisis en una sociedad enferma, que deshumaniza. Como expresa San Pablo, la verdad es aprisionada y sofocada por la impiedad y la mentira (cfr. Rm 1, 18.25). Un avanzado proceso de secularismo, que ha pretendido desterrar Juan Pablo II consagró a Dios de la sociedad, vacía al hombre y lo precipita a su degrada- sus energías no sólo ción, arrancando los valores centrales de la familia y de la vida. Es para anunciar, sino la enfermedad del espíritu privado de la verdad que le roba su hu- para liberar la verdad, manidad, como ya intuía Romano Guardini. El anuncio de la ver- rescatándola de la dad y su liberación, se tornan vigorosa defensa de la familia y de la tormenta de una crisis en una sociedad enferma, vida, hoy tan amenazadas. Fue el centro unificador de su enseñanza la verdad del hombre, su que deshumaniza. misterio que sólo se manifiesta en plenitud a la luz del misterio del Como expresa San Pablo, Verbo Encarnado (cfr. GS 22). Por «Aquel que ha penetrado, de mo- la verdad es aprisionada do único e irrepetible, en el misterio del hombre y ha entrado en su y sofocada por la corazón» (RH 8). El Papa Juan Pablo II clamó para que la humani- impiedad y la mentira dad se abra a Cristo que manifiesta al hombre plenamente su mis- (cfr. Rm 1, 18.25). terio. «El hombre no puede escaparse a los ojos de Dios. Buscando esconderse de él, se esconde a sí mismo» (Martin Buber, Il cammino dell’uomo, Ed. Qiqajon, Bose 1990). Con su experiencia de Pastor en Cracovia, con un bagaje académico que le permitió un diálogo con las culturas fiel a la verdad del hombre y abierto a la esperanza, no sólo con la abundancia y profundidad de sus escritos, sino también con su testimonio y solicitud pastoral, imprimió un dinamismo renovado a la Iglesia en este campo vital y decisivo para el porvenir.

Juan Pablo II, a un año de su muerte

EN EL MAGISTERIO DE JUAN PABLO II

I. El servicio a la familia y a la vida en la Iglesia a.- La familia, corazón de la evangelización En una definida perspectiva evangelizadora, porque el anuncio del Evangelio es el respirar de la comunidad cristiana, sus esfuerzos fueron puestos en convergencia

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con la identidad de la familia según el designio de Dios. La Buena Nueva suscita admiración y es acogida en su originalidad con entusiasmo. El entonces Cardenal Wojtyla fue el Relator generalis del Sínodo sobre la Evangelización que se plasmó en la Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, de Pablo VI, que tan decidida y singular influencia de renovación ha tenido. La comunidad de los creyentes se vio notablemente enriquecida doctrinal y pastoralmente con la enseñanza de Juan Pablo II. Sobre todo con ese tríptico, centro de referencia indispensable, constituido por: 1) la Exhortación Apostólica Familiaris consortio, fruto del Sínodo sobre la Familia de 1980, el primero de su Pontificado; 2) la Carta a las Familias, Gratissimam sane, con ocasión del Año Internacional de la Familia, en que retoma, profundizándolos, temas centrales para la identidad de la familia y su misión, y 3) la Encíclica Evangelium vitae, el más vigoroso anuncio y defensa del evangelio de la vida. Sería necesario emplear mucho espacio para referirse a tantos otros significativos escritos como la Mulieris dignitatem –en que subraya la misión irreemplazable de la mujer como esposa, madre, hermana, y el beneficio que aporta a la sociedad en su progresiva inserción, sin discriminación–; la Carta a los niños –en que aboga en un diálogo lleno de ternura por la dignidad del niño, tantas veces conculcada–; etc.; las «Catequesis del amor humano», recogidas con el título de «Varón y Mujer los creó». Ocupan varios volúmenes las homilías, particularmente de los viajes pastorales, así como los mensajes y discursos, que constituyen una rica mina de enseñanzas. Ha sido un período de aportes densos y múltiples que han dado un dinámico impulso doctrinal y pastoral. Mención especial merecen los mensajes y las homilías en los Encuentros Mundiales con las familias, del Año de la Familia en Roma (1994), en Río de Janeiro (1997), en el Jubileo de la Familia (2000) y el mensaje televisivo de Manila (2003). Estos Encuentros Mundiales convocados por el Papa fueron hechos de Iglesia en que las familias experimentaron la cercanía amorosa del Sucesor de Pedro y constituyeron una oportunidad singular de asumir compromisos con especial ardor y de ahondar en la riqueza doctrinal, para dar con renovado vigor «razón de nuestra esperanza» (cfr. 1P 3, 15). Juan Pablo II convocó por fin el V Encuentro Mundial para el 2006 en Valencia, España. El Magisterio del Papa que recordamos hizo presente que la Iglesia doméstica es evangelizada; transformada al calor del Evangelio, ofrece al mundo la verdad recibida. Ella misma se torna modelo, estilo de vida. Los rasgos distintos de fide-

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Juan Pablo II, a un año de su muerte lidad y defensa de la vida son fuertemente reafirmados. «Se casan como todos y engendran hijos, pero no abandonan a los nacidos. Tienen la mesa en común, pero no el lecho» (Carta a Diogneto, V.7; Funk 1, 318). Sirve así de modo original y especial a la comunidad de los creyentes en la viva transmisión de la fe, sobre todo en la participación litúrgica y la oración. En la plegaria familiar son transmitidos los rudimentos de la fe y se abre el corazón a la paternidad de Dios. Algunos aspectos de la enseñanza de Juan Pablo II pueden, entre otros, ser registrados como una constante que ha vigorizado de singular manera la reflexión teológica y el compromiso pastoral. Ante los graves y crecientes desafíos presentes, lejos de suscitar desconcierto y una actitud resignada o pesimista, con el ardor de su enseñanza, la Iglesia ha mantenido fresco el entusiasmo responsable fundado en las formidables energías que el Señor derrama sobre las familias.

La Iglesia doméstica, transformada al calor del Evangelio, ofrece al mundo la verdad recibida. Ella misma se torna modelo, estilo de vida. Los rasgos distintos de fidelidad y defensa de la vida son fuertemente reafirmados. «Se casan como todos y engendran hijos, pero no abandonan a los nacidos. Tienen la mesa en común, pero no el lecho» (Carta a Diogneto, V.7; Funk 1, 318).

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La plena vigencia de la familia, fundada sobre el matrimonio, y la fidelidad de la gran mayoría, como vivo testimonio, son la mejor respuesta a quienes aseguraban la extinción de esta institución natural que, vuelta añicos por nuevos proyectos culturales y políticos, sería sustituida por otros modelos y alternativas que alteran el tejido sano de la comunión conyugal. Hay signos esperanzadores que suscitan una renovada confianza en el futuro. b.- Una enseñanza de espesor antropológico iluminante Es la verdad del hombre la que se quiere poner en tela de juicio, su «misterio», su vocación. Es lo «humanum» lo que se encuentra en peligro. ¿El hombre ha de asistir impotente al drama de su deshumanización, vaciado de los valores que lo realizan como imagen de Dios? ¿Debe rendirse ante una cultura que, mientras parece exaltarlo, le roba su dignidad humana y lo trata como un instrumento y un objeto? Asistimos a la «conspiración» de tantos parlamentos y a las presiones y ambigüedades de toda índole, que llegan a proclamar otros derechos humanos sustitutivos de los que son fundamentales. La familia sería la La familia sería la negación de la libertad, el lugar de la esclavitud negación de la libertad, para la mujer, su vocación maternal un obstáculo, culturalmente el lugar de la esclavitud impuesto a su realización; los hijos una carga pesada, la estabilipara la mujer, su dad y la fidelidad del amor conyugal una quimera, y no un bien vocación maternal un fundamental para el hombre y la sociedad. Se le niega su espesor obstáculo, culturalmente social, su capacidad de hacer felices a los esposos y a los hijos, impuesto a su haciéndolos verdaderamente humanos. realización; los hijos Se viola la sacralidad e inviolabilidad de la vida humana que couna carga pesada, la rrobora el artículo tercero de la Declaración universal de los derechos estabilidad y la fidelidad humanos, pero, con el recurso a incontables y crueles excepciones, del amor conyugal una se somete a la ejecución capital al ser más inocente, el «nascituro». quimera, y no un bien Es una masacre mundial que pone de manifiesto a qué degradación fundamental para el conduce la cultura de la muerte. hombre y la sociedad. El embrión es reducido a objeto, a cosa, a material manipulable, víctima de toda clase de experimentos que atentan contra su incolumidad, como en las técnicas de fecundación asistida y con el grave riesgo para la humanidad de la clonación reproductiva y terapéutica. Se repite el mito de la Medusa: todo lo que cae bajo su mirada se convierte en cosa. La enseñanza del Papa levanta los espíritus, para buscar y encontrar la verdad que redime y libera. En la Gratissimam sane hace resonar el Papa su voz de alarma, al expresar: «En semejante perspectiva antropológica (...) el hombre deja de vivir como persona y sujeto. No obstante las intenciones y declaraciones contrarias, se convierte exclusivamente en objeto». Y más adelante advierte: «El racionalismo moderno no soporta el misterio. No acepta el misterio del hombre, varón y mujer, ni quiere reconocer que la verdad plena sobre el hombre ha sido revelada en Jesucristo. Concretamente, no tolera el ‘gran misterio’, anunciado en la carta a los Efesios, y lo combate de modo radical» (Grat. san. 19).

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Juan Pablo II, a un año de su muerte

Frente a los intentos de desmontar la estructura familiar pieza por pieza, la enseñanza de Juan Pablo II ha sido una barrera moral de autoridad reconocida, incluso por quienes no comparten nuestra fe. El Santo Padre ha tomado un texto clave del Concilio Vaticano II, al cual muchas veces hace referencia (cfr. Grat. san. 14): «Como afirma el Concilio, el hombre ‘es la única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma’» (ibid. 9; GS 24).

Dios ‘ama’ al hombre como un ser semejante a Él, como persona. «Persona significat quod est perfectissimum in tota natura» (Sto. Tomás de Aquino, STh I, q. 29, a. 3). La Encíclica Veritatis splendor enseña: «Es a la luz de la dignidad de la persona –una dignidad que debe ser afirmada por sí misma– como la razón capta el valor moral específico de ciertos bienes, hacia los cuales la persona humana está naturalmente inclinada. Y como la persona humana no puede estar reducida a una libertad de auto-designio, sino que supone una estructura espiritual y corporal, el requerimiento moral y primordial de amar y respetar a la persona, como un fin y nunca como un mero medio, también implica, por su na- La enseñanza del Papa turaleza, respeto por ciertos bienes fundamentales» (VS, 48). Este levanta los espíritus, hombre, todo hombre, es creado por Dios «por sí mismo» (Grat. para buscar y encontrar san. 9). «Aperta manu clave amoris, creaturae prodierunt» (Sto. Tomás la verdad que redime y de Aquino, Liber II Sent. dist. 2 prol.). «El nuevo ser está destinado libera. En la Gratissimam a expresar plenamente su humanidad, a ‘encontrarse plenamente’ sane hace resonar el como persona» (Grat. san. 9). «En efecto, la familia es –más que Papa su voz de alarma, al cualquier otra realidad social– el ambiente en que el hombre puede expresar: «En semejante vivir ‘por sí mismo’» (ibid. 11). Esto es fundamental para mostrar perspectiva antropológica cómo el hombre «imagen» no puede ser tomado y usado como ob- (...) el hombre deja de vivir jeto, como instrumento, como «producto», desde el momento de la como persona y sujeto. No concepción hasta la muerte natural, grave tentación de una cultura obstante las intenciones científico-tecnológica que se quiere reservar su dominio como un y declaraciones absoluto: «El utilitarismo es una civilización basada en producir y contrarias, se convierte disfrutar; una civilización de las ‘cosas’ y no de las ‘personas’; una exclusivamente en objeto». civilización en la que las personas se usan como si fueran cosas (...). La mujer puede llegar a ser un objeto para el hombre, los hijos un obstáculo para los padres, la familia una institución que dificulta la libertad de sus miembros (...). Es evidente que en semejante situación cultural, la familia no puede dejar de sentirse amenazada, porque está acechada en sus mismos fundamentos» (ibid. 13). Si «la familia ha sido considerada siempre como la expresión primera y fundamental de la naturaleza social del hombre (...), la más pequeña y primordial comunidad humana» (ibid. 7), «singular comunión de personas» (ibid. 10) en la sociedad, de un «nosotros», «la familia, comunidad de personas, es por consiguiente la primera ‘sociedad’ humana» (ibid. 7). Esto debe traducirse, a la luz del primado de la persona. El hombre debe ser «el principio, el sujeto y el fin de todas las instituciones sociales» (GS 25) y el orden social por tanto y su progreso deben siempre dejar prevalecer

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el bien de las personas, porque el orden de las cosas debe estar subordinado al orden de las personas (cfr. GS 26). Esto ha de traducirse en realidad enfrentando los programas de ingeniería social que manipulan a las personas como piezas de ajedrez, en el utilitarismo a que se ha hecho mención, y en una concepción individualista que niega a la familia su dignidad de sujeto social. Ella integra a sus miembros padres e hijos, no tomados separadamente, en un individualismo tal que no responde al conjunto de relaciones personales, que es la familia. En ella tienen significativa y «justa aplicación los derechos de las personas que la componen» (Grat. san. 17). Ha recomendado vivamente el Papa la Carta de los Derechos de la Familia, valioso instrumento de diálogo, plenamente vigente, que partiendo de los principios morales afirmados, consolida la existencia de la institución familiar en el orden social y jurídico de la «gran» sociedad (cfr. Grat. san. 17). Un aspecto digno de tener en cuenta es la defensa del Papa Juan Pablo II de la «soberanía» de la familia. «La familia, como comunidad de amor y de vida, es una realidad social sólidamente arraigada y, a su manera, una sociedad En el don sincero de soberana, aunque condicionada en varios aspectos» (ibid.) y «al sí se fundan pues las participar del patrimonio cultural de la nación, contribuye a la conocidas notas de soberanía específica que deriva de la propia cultura y lengua» (ibid.). fidelidad, exclusividad, La intervención del Estado con relación a la familia debe enmarpermanencia hasta la carse, en aquello en lo que no es autosuficiente, en el principio de muerte y apertura a la subsidiariedad, en el respeto de los derechos de la familia. vida, que la Humanae En el texto clave que el Papa comenta según el cual el hombre vitae iluminaba con vigor es la única criatura sobre la tierra amada por Dios, por sí misma, profético (cfr. HV 9) y que prosigue profundizando en lo que el Concilio dice a continuación, Juan Pablo II ahondara a saber que el hombre

notablemente desde la lógica de la entrega.

«no puede encontrarse plenamente a sí mismo sino en la entrega sincera de sí mismo» (GS 24).

A esto consagra no solamente el número 11 de la Gratissimam sane, sino preciosas consideraciones en distintos lugares. Este don sincero de sí, que realiza al hombre en plenitud, hace que «en este entregarse recíproco se manifieste el carácter esponsal del amor» (Grat. san. 11). Obliga más fuertemente que cualquier bien comprado e imprime «la lógica de la entrega sincera» (ibid.) que entra en la vida del hombre y de la mujer. La conclusión del Papa es contundente: «Sin aquélla, el matrimonio sería vacío» (ibid.). En la promesa de los esposos –«Prometo serte fiel... todos los días de mi vida»– se enfatiza una fidelidad plena, una entrega de la persona que por su naturaleza es «duradera e irrevocable» (ibid.), abierta a la vida. En el don sincero de sí se fundan pues las conocidas notas de fidelidad, exclusividad, permanencia hasta la muerte y apertura a la vida, que la Humanae vitae iluminaba con vigor profético (cfr. HV 9) y que Juan Pablo II ahondara notablemente desde la lógica de la entrega. «La fecundidad es el fruto y el signo del amor

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Juan Pablo II, a un año de su muerte El Papa Juan Pablo II puso especial atención a que la familia no se encierre en sí misma, sino que se abra plenamente a la sociedad con la cual «posee vínculos vitales y orgánicos», porque es su principio y fundamento, y como recuerda Familiaris consortio citando al Concilio Vaticano II, su «célula primera y vital» (cfr. FC 42; AA 11). conyugal, el testimonio vivo de la entrega plena y recíproca de los esposos» (FC 28). Un amor condicionado, ad tempus, que se cierra a la vida nueva por temor, desconfianza o hedonismo, es una traición a la sinceridad y totalidad de la entrega. «El anticoncepcionismo impone un lenguaje objetivamente contradictorio, es decir, el de no darse al otro totalmente: se produce, no sólo el rechazo positivo de la apertura a la vida, sino también una falsificación de la verdad interior del amor conyugal, llamado a entregarse en plenitud personal» (FC 32). Es la lógica del bien que por su naturaleza es «difusivo», en un amor exigente, que en el misterio de Cristo que se entrega hasta el fin encuentra la fuente de la cual emanan admirables energías. Por la presencia del Resucitado en la Iglesia doméstica, ella que se encuentra al centro de este gran combate entre el bien y el mal, recibe el mandato de «liberar las fuerzas del bien, cuya fuente se encuentra en Cristo, redentor del hombre» (Grat. san. 23).

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«En Cristo, que sale al encuentro de los esposos, la verdad de la familia «puede llegar a ser verdaderamente la gran ’revelación’, el primer descubrimiento del otro: el descubrimiento recíproco de los esposos y, después, de cada hijo o hija que nace de ellos». (Grat. San. 20)

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Juan Pablo II, a un año de su muerte

c.- A la luz del misterio de Cristo Todo está referido a Cristo, «Aquel que ha penetrado, de modo único e irrepetible, en el misterio del hombre y ha entrado en su corazón» (RH 8). Por eso «los esposos tienen en Cristo un punto de referencia para su amor esponsal» (Grat. san. 19). Uno de los textos del Concilio más estudiados por el Papa Juan Pablo II (GS 22), es también hilo conductor de la Redemptor hominis: «El hombre que quiere comprenderse hasta el fondo a sí mismo (...) debe, con su inquietud, incertidumbre e incluso con su debilidad y pecaminosidad, con su vida y con su muerte, acercarse a Cristo. Debe, por decirlo así, entrar en Él con todo su ser, debe ‘apropiarse’ y asimilar toda la realidad de la Encarnación y de la Redención para encontrarse a sí mismo» (RH 10). Por eso la familia debe vivir su vocación en un clima de oración, de diálogo con el Señor que siempre manifiesta su amor y lleva a una mejor comprensión de su naturaleza y misión. En Cristo, que sale al encuentro de los esposos, la verdad de la familia «puede llegar a ser verdaderamente la gran ‘revelación’, el primer descubrimiento del otro: el descubrimiento recíproco de los esposos y, después, de cada hijo o hija que nace de ellos» (Grat. san. 20). El gran misterio de la Carta a los Efesios (cfr. 5, 32), se torna también un valor de gran importancia eclesial. Juan Pablo II fue un «No se puede, pues, comprender a la Iglesia como cuerpo místico decidido defensor de los de Cristo, como signo de la alianza del hombre con Dios en Cristo, derechos sobre todo de como sacramento universal de salvación, sin hacer referencia al las familias pobres, de los ‘gran misterio’, unido a la creación del hombre varón y mujer, y a pueblos pobres sometidos su vocación para el amor conyugal» (Grat. san. 19). Esta conside- a políticas arbitrarias ración ha enriquecido los Sínodos continentales, particularmente de los poderosos que sin respetar su soberanía los el de África.

II. Aspectos pastorales

invaden con presiones y exigencias indebidas, reñidas con su cultura y dignidad. (...)

Dice el Papa Juan Pablo II a los Obispos: «El primer responsable de la pastoral familiar en la diócesis es el obispo. Como Padre y Pastor debe prestar particular solicitud a este sector, sin duda prioritario, de la pastoral. A él debe dedicar interés, atención, tiempo, personas, recursos; y sobre todo apoyo personal a las familias y a cuantos, en las diversas estructuras diocesanas, le ayudan en la pastoral de la familia» (FC 73). Esto que como Pastor recomienda, primero lo ha hecho realidad en su ministerio. Se refiere a un sector sin duda prioritario de la pastoral. La evangelización y el futuro de la humanidad pasan por la familia (cfr. FC 86), lo mismo que el porvenir de la Iglesia que el Señor acompaña hasta el fin de los tiempos. No la abandonará sino que derramará sobre ella la abundancia de sus gracias. Deber principal de los maestros de la fe es el de repartir el pan de la verdad. Para ello recomienda a los sacerdotes que su enseñanza y sus consejos estén siempre en consonancia con el Magisterio auténtico de la Iglesia, cuidando con todo em-

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MATRIMONIO Y FAMILIA EN JUAN PABLO II

DIAGNÓSTICO Y TERAPIA DE LA SITUACIÓN ACTUAL

El Magisterio de Juan Pablo II hizo permanentemente un diagnóstico de las condiciones actuales del matrimonio y la familia con el fin de señalar las terapias eficaces al respecto. Los resultados de cada diagnóstico dependen de los instrumentos que puedan utilizar quienes lo lleven a cabo. Juan Pablo II no emplea la instrumentación sociológica ni –mucho menos– la económica. Él elaboró la antropología adecuada a la luz conjunta de la fe y la razón, y éste fue el instrumento que utilizó para el diagnóstico de la situación actual. Este diagnóstico es desarrollado especialmente en la Carta Gratissimum sane, enviada a todas las familias del mundo con ocasión del Año Internacional de la Familia. Me limito a lo concerniente a la cultura y sociedad del llamado primer mundo, cuya influencia cultural es por lo demás todavía muy fuerte en todo el planeta. Me parece que el «malestar mortal» que afecta al matrimonio y la familia, tal como es diagnosticado en conjunto por Juan Pablo II, puede calificarse de grave colapso de la subjetividad humana. Esta expresión es mía, obviamente, pero la considero adecuada. Por cuanto la subjetividad humana se concreta mediante el ejercicio de la razón y la libertad, el diagnóstico de Juan Pablo II se sitúa en un doble nivel. En primer lugar, él alude a una crisis del concepto de verdad como una de las causas principales de la crisis de la institución matrimonial y familiar. La señal de esta grave crisis del concepto de verdad es que los

términos que indican las piedras con las cuales se construye el edificio del matrimonio y la familia se han vuelto equívocos: una misma palabra a menudo tiene significados diferentes y hasta contrarios. Expresiones como «don de sí mismo», «paternidad-maternidad» y «amor» han tenido este destino:

han llegado a ser equívocas debido a una profunda desconfianza en la capacidad de conocer la esencia de estas realidades espirituales o con frecuencia también debido al hecho de negarse la existencia de semejante esencia. En cierto sentido, éste es el colapso más grave de la subjetividad, el colapso de la razón, que niega de raíz la posibilidad misma de constituir un auténtico vínculo conyugal: éste no llega a ser impracticable, sino impensable, asignando a la persona humana un destino de autodestrucción. De hecho, «sin esta trascendencia –sin superación y en cierto sentido sin crecimiento de uno mismo hacia la verdad y el bien deseado y elegido a la luz de la verdad–, la persona, el sujeto persona, en cierto sentido no es uno mismo», escribía Karol Wojtyla en 1976 (ver Metafisica della persona, ed. Bompiani, Milán, 203, p. 1352). En nuestros días, el colapso de la razón ha producido una

total incertidumbre también en el ordenamiento jurídico, donde «matrimonio» y «familia» son formas totalmente vacías, que pueden recibir cualquier contenido. El colapso de la subjetividad se ha extendido también al ejercicio de la libertad: así como la señal del colapso de la razón es según Juan Pablo II la «crisis del concepto de verdad», la señal del colapso de la libertad es según Juan Pablo II el individualismo, cuya esencia consiste en la búsqueda del propio bien prescindiendo del bien del otro. En su Magisterio, Juan Pablo II retoma lo que ya había elaborado mediante un concepto clave de su antropología, el concepto de participación: toda persona está originariamente vinculada con todas las personas.

El individualismo introduce en la constitución y la vivencia de la comunidad conyugal y familiar una lógica que simplemente contradice la lógica del don, por cuanto el individualismo establece una relación de uso del otro. ¿Qué terapia propone Juan Pablo II? Diría que consiste en el replanteamiento del Evangelio del Matrimonio, momento esencial de esa nueva evangelización que constituyó el tema central de su servicio papal. No es el replanteamiento

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Juan Pablo II, a un año de su muerte

Juan Pablo II entregó a quien fuera el primer presidente del Instituto Juan Pablo II para estudios sobre Matrimonio y Familia, la cátedra de San Petronio nombrándolo arzobispo de Bolonia. Benedicto XVI le acaba de elevar a la condición de Cardenal de la Santa Iglesia.

puro y simple de las normas morales que sanan el matrimonio y la familia, sino la posibilidad –ofrecida por la evangelización– para el hombre y la mujer de un encuentro con Cristo. Con todo, Juan Pablo II indicó también las modalidades fundamentales con las cuales debe hacerse este ofrecimiento al hombre de hoy. Él señaló continuamente la necesidad de mostrar la «importancia antropológica» del anuncio cristiano. Cristo sabe qué hay en el corazón del hombre. Un anuncio del Evangelio que no sea significativo para el hombre que lo escucha es ciertamente ineficaz. Él señaló continuamente la prioridad y la urgencia de la opción educativa y por consiguiente el especial esmero que debe tener la Iglesia con las generaciones jóvenes. Es una educación entendida como introducción de los jóvenes a la verdad y la belleza de un encuentro con Cristo, que les revele toda la riqueza de su condición humana. Él señaló continuamente las necesidades de una evangelización del matrimonio que sepa dirigirse a todo el hombre, no sólo a su cabeza ni sólo a su corazón. Juan Pablo II transmitió el Evangelio con todo su ser y mediante una comunicación no sólo magisterial propiamente tal, sino también poética, filosófica y teológica. Tuve ocasión de hablar de todos estos temas con el Santo Padre Juan Pablo II, sobre todo durante los primeros años de la fundación del Pontificio Instituto de Estudios sobre el Matrimonio y la Familia. Y varias veces me pregunté qué lo movía en último término a poner el matrimonio y la familia en el centro de su ministerio pastoral. Pensé que era una mirada al hombre como a través de dos ventanas: la ventana de la libertad del hombre, en la cual éste decide por sí mismo y para siempre, y la ventana del acto redentor de Cristo, en la cual Dios reveló cuánta estimación tiene por el hombre. Y el hombre y la mujer que se casan son manifestación privilegiada del riesgo propio del oficio del vivir humano. CARLO CAFFARRA Cardenal Arzobispo de Bolonia * Párrafos finales del texto publicado en la revista Familia et Vita (nº 2, 2005), del Pontificio Consejo para la Familia, como homenaje a S.S. Juan Pablo II.

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«No os dejéis invadir por el contagioso cáncer del divorcio que destroza la familia, esteriliza el amor y destruye la acción educativa de los padres cristianos...» proclamó Juan Pablo II a las familias chilenas en el encuentro de Rodelillo, Valparaíso, en 1987.

(...) Así resonó su palabra llena de autoridad ante el mito de la sobrepoblación que sirve de recurso para un control natal irrespetuoso e inhumano, con políticas que son instrumento de nuevas ideologías contra los más débiles.

peño la unidad de sus juicios, para evitar a los fieles ansiedades de conciencia (cfr. FC 73). Especial importancia concede el Papa a la preparación de los Agentes de Pastoral ante unos desafíos tan complejos y exigentes, en instituciones adecuadas académica y pastoralmente para tal cometido. Hoy las Conferencias Episcopales reconocen e impulsan la dimensión prioritaria de la pastoral familiar y sus estructuras cuentan con Comisiones Episcopales para la familia y la vida. Siguiendo las pautas renovadoras del Sínodo de la familia, erigió, con honda intuición, el Pontificio Consejo para la Familia, el Pontificio Instituto para Estudios sobre el Matrimonio y la Familia que lleva su nombre, en la Universidad Lateranense, y posteriormente la Academia Pontificia para la Vida.

III. Cometidos sociales y políticos El Papa Juan Pablo II puso especial atención a que la familia no se encierre en sí misma, sino que se abra plenamente a la sociedad con la cual «posee vínculos vitales y orgánicos», porque es su principio y fundamento, y como recuerda Familiaris consortio citando al Concilio Vaticano II, su «célula primera y vital» (cfr. FC 42; AA 11). El Sínodo de la familia recordó que «la familia constituye el lugar natural y el instrumento más eficaz de humanización y de personalización de la sociedad: colabora de manera original y profunda en la construcción del mundo, haciendo posible una vida propiamente humana...» (FC 43).

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Juan Pablo II, a un año de su muerte Pone en guardia contra una sociedad cada vez más masificada y des- Es impresionante la personalizada, que se vuelve inhumana y deshumanizante (cfr. FC 43). insistencia de Juan Pablo La familia es una forma insustituible de expresión social y ofrece una II para que se entienda contribución original. Por eso el bien de la familia constituye un bien cómo la sistemática y indispensable e irrenunciable. Las familias deben esforzarse para que programada hostilidad «las leyes y las instituciones del Estado no sólo no ofendan, sino que contra la familia y la vida sostengan y defiendan positivamente los derechos y los deberes de la destruye el tejido social familia» (FC 44). Numerosas familias sufren el desconocimiento de y cercena las esperanzas estos derechos por parte de instituciones y leyes (cfr. FC 46). de los pueblos que no Juan Pablo II fue el abogado universal de los derechos fundamentales pueden prometerse así de la familia, en los grandes foros mundiales, ante los jefes de Estado, un porvenir digno del en los Parlamentos, en el diálogo con los políticos. Fue un decidido hombre. defensor de los derechos sobre todo de las familias pobres, de los pueblos pobres sometidos a políticas arbitrarias de los poderosos que sin respetar su soberanía los invaden con presiones y exigencias indebidas, reñidas con su cultura y dignidad. Así resonó su palabra llena de autoridad ante el mito de la sobrepoblación que sirve de recurso para un control natal irrespetuoso e inhumano, con políticas que son instrumento de nuevas ideologías contra los más débiles. Rebatió la concepción neo-malthusiana que excluye del banquete de la vida a los menos favorecidos y privilegia el dominio y la opulencia de los prepotentes. Asumió plenamente el desafío del Discurso de Pablo VI a la Asamblea General de las Naciones Unidas (4/10/1965): «Vuestra tarea es hacer de modo que abunde el pan en la mesa de la humanidad y no auspiciar un control artificial de los nacimientos, que sería irracional, con miras a disminuir el número de convidados al banquete de la vida».

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El Papa Juan Pablo II interpeló a los jefes de Estado ante los falsos estilos de vida que se pretendía imponer en la conferencia de El Cairo, e invitó a los legisladores a que no den curso a leyes inicuas, sino a un cuerpo de leyes que apoyen y permitan el cumplimiento de la misión de la familia. Denuncia el Papa los riesgos de una cultura de la muerte que ha llegado hasta el colmo, en una extendida confusión conceptual, propia de una sociedad enferma, de convertir el delito en derecho (cfr. EV 11). Frente a los problemas enormes y dramáticos de la justicia en el mundo, de la libertad y de la paz, la familia cristiana «constituye una energía interior que origina, difunde y desarrolla la justicia, la reconciliación, la fraternidad y la paz entre los hombres» (FC 48). Apeló a un nuevo orden internacional, ante las dimensiones mundiales que caracterizan los problemas sociales. La familia consciente de su papel social y político, que constituye un bien para la humanidad, está llamada a ser corazón de la civilización del amor. Fue este el tema del primer Encuentro Mundial con las familias, en Roma, 1994. Es impresionante la insistencia de Juan Pablo II para que se entienda cómo la sistemática y programada hostilidad contra la familia y la vida La democracia no destruye el tejido social y cercena las esperanzas de los pueblos debe convertirse que no pueden prometerse así un porvenir digno del hombre. en una dictadura Ante los fenómenos de progresivo deterioro de la familia, por lede las mayorías en gislaciones inicuas, la enseñanza de Juan Pablo II se levanta como los parlamentos, de una conciencia crítica, forjada en el Evangelio que a la vez invita espaldas al verdadero a propugnar por todo lo que realmente humaniza al hombre. Es bien de la sociedad. Es ésta una grave responsabilidad de los políticos. una forma de «verdad La democracia no debe convertirse en una dictadura de las mayorías política» que se impone en los parlamentos, de espaldas al verdadero bien de la sociedad. arbitrariamente. Es una forma de «verdad política» que se impone arbitrariamente. Recomienda el Papa el respeto al espíritu de la ley. «Esto significa que las leyes, sean cuales fueren los campos en que interviene o se ve obligado a intervenir el legislador, tienen que respetar y promover siempre a las personas humanas en sus diversas exigencias espirituales y materiales, individuales, familiares y sociales. Por tanto, una ley que no respete el derecho a la vida del ser humano –desde la concepción a la muerte natural, sea cual fuere la condición en que se encuentra, sano o enfermo, todavía en estado embrionario, anciano o en estadio terminal– no es una ley conforme al designio divino» (Juan Pablo II, Discurso durante el Jubileo de Gobernantes, Parlamentarios y Políticos, 4/11/2000). En la Carta a Diogneto leemos: «lo que es el alma en el cuerpo, esto son los cristianos en el mundo» (VI.1, Funk 322). El Evangelio de la familia ha de resonar en el mundo y debe suscitar «aquel asombro originario que, en la mañana de la creación, movió a Adán a exclamar ante Eva: ‘Es hueso de mis huesos y carne de mi carne’ (Gn 2, 23)» (Grat. san. 19). Es la realidad del matrimonio, patrimonio de la humanidad, que el Señor elevó a la altísima dignidad de sacramento, en la abundancia de su amor. Al Evangelio que reanima y humaniza el mundo, Juan Pablo II consagró lo mejor de sus preciosas energías.

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Concordancia entre la Ciencia y la Fe POR FERNANDO ORREGO VICUÑA

A

l estudiar el pensamiento de Juan Pablo II sobre las ciencias naturales, lo primero que llama la atención es la extensión y multiplicidad de las ocasiones en que se refirió a ellas, y los diversos contextos en los cuales señaló su rol, los que iré señalando, aunque ello necesariamente sea de manera incompleta.

Actitud hacia la ciencia En el pensamiento de Juan Pablo II, la valoración de la ciencia, a la que llama «un bien digno de gran estima, pues es conocimiento y, por tanto, perfección del hombre en su inteligencia»1 y, más aún, este conocimiento «es un modo de participar en la ciencia de creador»,2 se enraíza en una concepción de la realidad según la cual «el universo tiene una explicación» y que «constituye... un orden complejo en el que los diferentes elementos están armoniosamente relacionados entre sí»,3 es decir, la ciencia se encuentra frente a un cosmos, a un universo ordenado racionalmente. Y es esta confianza en la razón impresa en la naturaleza, que se manifiesta en las leyes, las que, según Albert Einstein, «revelan una inteligencia de tal superioridad que, comparada con ella, todo el pensamiento y la acción sistemática de los seres humanos son sólo una reflexión enteramente insignificante».4 Ello está en la base de la actividad científica, ya que «cuando un científico... se pone a la búsqueda de la explicación lógica y verificable de un fenómeno determinado, confía desde el principio que encontrará una respuesta, y no se detiene ante los fracasos».5 La visión de Juan Pablo II de este orden racional de la naturaleza lo hace remontarse hasta los textos sapienciales del Antiguo Testamento, en los cuales «el autor sagrado habla de Dios, que se da a conocer también por medio de la naturaleza» y que el hombre «con su inteligencia... está en condiciones» de conocer la estructura del mundo y la actividad de los elementos..., los ciclos del año y la posición de las estrellas, la naturaleza de los animales y los instintos de las fieras» (Sabiduría 7, 17, 19-20), más aun, «el autor afirma que, precisamente razonando sobre la naturaleza, se puede llegar hasta el Creador: «de la grandeza y hermosura de las criaturas se llega, por analogía, a contemplar a su

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ESTA IMPOSIBILIDAD DE LA CONTRADICCIÓN CIENCIA – FE, QUE RECORRE TODO EL PENSAMIENTO SAPIENCIAL JUDEO-CRISTIANO, ES TRATADA MUCHAS VECES POR JUAN PABLO II, COMO CUANDO DICE: «EL MISMO Y AUTÉNTICO DIOS, QUE FUNDAMENTA Y GARANTIZA QUE SEA INTELIGIBLE Y RACIONAL EL ORDEN NATURAL DE LAS COSAS SOBRE LAS QUE APOYAN LOS CIENTÍFICOS CONFIADOS, ES EL MISMO QUE SE REVELA COMO PADRE DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO»

Juan Pablo II, a un año de su muerte

EN EL MAGISTERIO DE JUAN PABLO II

1 Mensaje a la Pontificia Academia de las Ciencias, 10-XI-1979. 2 Mensaje del 30-III-1979. 3 Mensaje del 22-XII-1980. 4 A. Einstein, en Mein Weltbild. 5 Fides et ratio, n.29.

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En su notable catequesis sobre la Creación, en 1986, Juan Pablo II expresó: «Este texto (el Génesis) tiene un alcance sobre todo religioso y teológico. No se pueden buscar en él elementos significativos desde el punto de vista de las ciencias naturales. Las investigaciones sobre el origen y desarrollo de cada una de las especies in natura no encuentran en esta descripción norma alguna vinculante, ni aportaciones positivas de interés sustancial. Más aún, no contrasta con la verdad acerca de la creación del mundo visible –tal como se presenta en el libro del Génesis–, en línea de principio, la teoría de la evolución natural, siempre que se la entienda de modo que no excluya la causalidad divina». (Biblia de Souvigny. Miniatura sobre los días de la Creación).

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No Contradicción Ciencia – Fe Es sobre esta doble idea, la de la naturaleza como un libro, en que aparece una primera revelación del Creador, y en el cual podemos conocer, por analogía, los atributos y perfecciones de Dios, como afirmó San Pablo con gran fuerza en su carta a los cristianos de Roma (Rom 1, 20): «En efecto, las cosas invisibles de Dios, aun su eterno poder y su divinidad, se han hecho visibles después de la creación del mundo por el conocimiento que de ellas nos dan sus criaturas». Texto fundamental que Juan Pablo II comenta diciendo que «se reconoce a la razón del hombre una capacidad que parece superar casi sus mismos límites naturales: no sólo no está limitada al conocimiento sensorial, desde el momento que puede reflexionar críticamente sobre ello, sino que argumentando sobre los datos de los sentidos puede incluso alcanzar la causa que da lugar a toda la realidad sensible».7 Luego, a este libro primigenio se agrega un segundo libro, el de la Revelación explícita de Dios. Este origen común de los dos libros es lo que hace imposible la existencia de contradicciones entre la verdad revelada, el contenido de la fe, y la verdad científica, ya que «la verdad no puede contradecir a la verdad».8 Esta imposibilidad de la contradicción ciencia – fe, que recorre todo el pensamiento sapiencial judeo-cristiano, es tratada muchas veces por Juan Pablo II, como cuando dice: «El mismo y auténtico Dios, que fundamenta y garantiza que sea inteligible y racional el orden natural de las cosas sobre las que apoyan los científicos confiados, es el mismo que se revela como Padre de nuestro Señor Jesucristo»,9 texto junto al cual hace referencia al pensamiento de Galileo, quien declaró explícitamente que las dos verdades, la de la fe y la de la ciencia, no pueden contradecirse jamás. «La Escritura Santa y la naturaleza, al provenir ambas del Verbo Divino, la primera en cuanto dictada por el Espíritu Santo, y la segunda en cuanto ejecutora fidelísima de las órdenes de Dios» ( Carta de Galileo al P. Benedetto Castelli, del 21-XII-1613)», párrafo junto al cual cita también el notable texto de la Constitución Gaudium et spes, n° 36, del Concilio Vaticano II, que dice: «La investigación metódica en todos los campos del saber, si está realizada de forma auténticamente científica y conforme a las normas morales, nunca será realmente contraria a

ES JUSTAMENTE ESTA «EXPANSIÓN A LA SABIDURÍA» LA ÚNICA CAPAZ DE ALEJARNOS DE LLEGAR A SER ESE «NECIO» QUE «SE ENGAÑA PENSANDO QUE CONOCE MUCHAS COSAS, PERO EN REALIDAD NO ES CAPAZ DE FIJAR LA MIRADA SOBRE LAS ESENCIALES... Y CUANDO LLEGA A AFIRMAR: «DIOS NO EXISTE»( CF. SALMO 14(13),1), MUESTRA CON CLARIDAD DEFINITIVA LO DEFICIENTE DE SU CONOCIMIENTO Y LO LEJOS QUE ESTÁ DE LA VERDAD PLENA SOBRE LAS COSAS, SOBRE SU ORIGEN Y SU DESTINO».

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autor» (Sab., 13, 5). Se reconoce así un primer paso de la Revelación Divina, constituido por el maravilloso «libro de la naturaleza», con cuya lectura, mediante los instrumentos propios de la razón humana, se puede llegar al conocimiento del Creador. Si el hombre con su inteligencia no llega a reconocer a Dios como creador de todo, no se debe tanto a la falta de un medio adecuado, cuanto sobre todo al impedimento puesto por su voluntad libre y su pecado».6

6 Fides et ratio, n. 19. 7 Fides et ratio, n. 22. 8 Constitución Dei Filius, Concilio Vaticano I (Denziger n. 1.797). 9 Fides et ratio, n. 34.

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EL MENSAJE DE JUAN PABLO II A LA PONTIFICIA ACADEMIA DE LAS CIENCIAS, EL 22-X1996, EN EL QUE EXPRESÓ QUE «NUEVOS CONOCIMIENTOS LLEVAN A PENSAR QUE LA TEORÍA DE LA EVOLUCIÓN ES MÁS QUE UNA HIPÓTESIS», PRODUJO UNA CONSIDERABLE INQUIETUD Y PERPLEJIDAD ENTRE MUCHOS FIELES CATÓLICOS. ELLO SE DEBIÓ, AL EXTENSO DESCONOCIMIENTO DE LAS ENSEÑANZAS DEL MAGISTERIO DE LA IGLESIA SOBRE ESTE TEMA, Y TAMBIÉN, A QUE MUCHOS NO LEYERON EL TEXTO COMPLETO DEL REFERIDO MENSAJE, EN EL CUAL JUAN PABLO II REAFIRMÓ TODOS LOS ASPECTOS YA PRESENTES EN EL MAGISTERIO, DESDE SAN AGUSTÍN.

10 Discurso a la Pontificia Academia de las Ciencias, 22-10-1961. 11 Fides et ratio, n. 88. 12 De Genesi ad litteram, 2, 9, 29 : pl 34, 27 Oss. 13 Fides et ratio, n. 88. 14 Concilio Vaticano II, Constitución Gaudium et spes, n. 36

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la fe, porque las realidades profanas y las de la fe tienen origen en el mismo Dios». Para que en la práctica se eviten los conflictos entre la ciencia y la fe, que históricamente han sido bastantes, es necesario, según Juan Pablo II, que se dé una doble condición: Por una parte debe existir «una hermenéutica rigurosa para la interpretación correcta de la palabra inspirada. Conviene delimitar bien el sentido propio de la Escritura, descartando interpretaciones indebidas que le hacen decir lo que no tiene intención de decir».10 Y por otra que los científicos no le hagan decir a la naturaleza lo que en verdad ella no dice, sobreponiéndole a los datos reales que la investigación científica genera, presupuestos ideológicos, prejuicios o extrapolaciones inválidas entrando en campos en los que los científicos suelen no tener mayor versación, como son el filosófico o el teológico, cayendo incluso en la soberbia del cientificismo, «corriente filosófica que no admite como válidas otras formas de conocimiento que no sean las propias de las ciencias positivas,... en esta perspectiva, los valores quedan relegados a meros productos de la emotividad y la noción de ser es marginada para dar lugar a lo puro y simplemente fáctico».11 Con esta distinción entre estos dos órdenes complementarios del conocimiento, Juan Pablo II se sitúa en una larga tradición del Magisterio, una de cuyas cumbres está en el tratamiento que San Agustín hace de la interpretación de la Sagrada Escritura en Sobre el Génesis a la Letra, donde, entre muchas expresiones acertadas, dice: «No leemos en el Evangelio que el Señor haya dicho: ‘Os envío al Paráclito (Espíritu Santo) que os enseñará el curso del sol y de la luna’. Cristo quería hacer cristianos, no matemáticos».12 Junto a estas condiciones necesarias para la coexistencia armónica entre ciencia y fe, Juan Pablo II menciona, en relación con San Alberto Magno y Santo Tomás, la autonomía de las ciencias, ya que ellos «fueron los primeros que reconocieron la necesaria autonomía que la filosofía y las ciencias necesitan para dedicarse eficazmente a sus respectivos campos de investigación. Sin embargo... la legítima distinción entre los dos saberes se transformó progresivamente en una nefasta separación».13 Con ello Juan Pablo II hace suyo lo afirmado por el Vaticano II: «Si por autonomía de la realidad terrena se quiere decir que las cosas creadas y la sociedad misma gozan de propias leyes y valores, que el hombre ha de descubrir, emplear y ordenar poco a poco, es absolutamente legítima esta existencia de autonomía. No es sólo que la reclamen imperiosamente los hombres de nuestro tiempo. Es que además responde a la voluntad del Creador. Pues, por la propia naturaleza de la creación, todas las cosas están dotadas de consistencia, verdad y bondad propias y de un propio orden regulado, que el hombre debe respetar con el reconocimiento de la metodología particular de cada ciencia o arte».14


Uno de los pasajes más significativos de la relación de Juan Pablo II con los científicos es cuando les dice «que con sus investigaciones nos ofrecen un progresivo conocimiento del universo en su conjunto y de la variedad increíblemente rica de sus elementos, animados e inanimados, con sus complejas estructuras atómicas y moleculares. El camino realizado por ellos ha alcanzado, especialmente en este siglo, metas que siguen asombrándonos. Al expresar mi admiración y mi aliento hacia estos valiosos pioneros de la investigación científica, a los cuales la humanidad debe tanto de su desarrollo actual, siento el deber de exhortarlos a continuar en sus esfuerzos permaneciendo siempre en el horizonte sapiencial en el cual los logros científicos y tecnológicos están acompañados por los valores filosóficos y éticos, que son una manifestación característica e imprescindible de la persona humana. El científico es muy consciente de que «la búsqueda de la verdad, incluso cuando atañe a una realidad limitada del mundo o del hombre, no termina nunca, remite siempre a algo que está por encima del objeto inmediato de los estudios, a los interrogantes que abren al acceso al Misterio».15 Este trozo tiene una importante concordancia con el encendido elogio de la ciencia y de los científicos que hace, en su nº 283, el Catecismo de la Iglesia Católica, también una obra del magisterio de Juan Pablo II. Y junto con este reconocimiento, también el Papa invita a los científicos a una gran apertura de espíritu: «Vuestra especialización os impone ciertamente reglas y limitaciones indispensables en la investigación, pero, más allá de las fronteras epistemológicas, dejad que la inclinación de vuestro espíritu os lleve hasta lo universal y lo absoluto... vuestra ciencia debe expandirse en sabiduría... estad disponibles para la búsqueda de todo lo verdadero, convencidos de que las realidades del espíritu forman parte de lo real y la verdad integral»,16 según la cual podrá captar el fin del universo «que no consiste solamente en revelar la verdad que le es inmanente, sino manifestar la verdad primera, que ha dado al mundo su origen y su forma».17 Es justamente esta «expansión a la sabiduría» la única capaz de alejarnos de llegar a ser ese «necio» que «se engaña pensando que conoce muchas cosas, pero en realidad no es capaz de fijar la mirada sobre las esenciales... y cuando llega a afirmar: «Dios no existe»( Cf. Salmo 14(13),1), muestra con claridad definitiva lo deficiente de su conocimiento y lo lejos que está de la verdad plena sobre las cosas, sobre su origen y su destino».18 Esta preocupación por los científicos se reflejó también en relación con Galileo, quien, en palabras del Papa, «tuvo mucho que sufrir –no podemos ocultarlo– a manos de hombres e instituciones de la Iglesia»,19 cuando, a poco del comienzo de su pontificado dio a conocer

PUNTO ESENCIAL QUE CITA JUAN PABLO II EN SU MENSAJE: «EL CUERPO HUMANO TIENE SU ORIGEN EN UNA MATERIA VIVA QUE EXISTE ANTES QUE ÉL, PERO EL ALMA ESPIRITUAL ES CREADA INMEDIATAMENTE POR DIOS».. «EN CONSECUENCIA, LAS TEORÍAS DE LA EVOLUCIÓN QUE, EN FUNCIÓN DE LAS FILOSOFÍAS EN LAS QUE SE INSPIRAN, CONSIDERAN QUE EL ESPÍRITU SURGE DE LAS FUERZAS DE LA MATERIA VIVA O QUE SE TRATA DE UN SIMPLE EPIFENÓMENO DE ESTA MATERIA, SON INCOMPATIBLES CON LA VERDAD SOBRE EL HOMBRE».

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Palabras a los Científicos

15 Fides et ratio, n. 106. 16 Discurso a un grupo de científicos, 8-V-1983, n. 9. 17 Mensaje a la Pontificia Academia de las Ciencias, 28-IX-1979. 18 Fides et ratio, n. 32. 19 De Genesi ad litteram, 2, 9, 20.

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su deseo de que debían los «teólogos, científicos e historiadores... profundizar su examen del caso Galileo y reconocer lealmente sus errores, de cualquier lado que ellos provengan».20 A raíz de ello, una comisión de ocho especialistas presidida por el cardenal Poupard, produjo la obra «Galileo Galilei. Hacia una resolución de 350 años de debate. 1633-1983», donde se presenta el cuadro histórico más acabado sobre el tema, en el cual se entrecruzan, paradójicamente, los errores teológicos de los jueces de Galileo, con los científicos de éste, quien, a su vez, tenía una recta doctrina teológica, la que fue incorporada, en 1893, a la Encíclica «Providentissimus Deus» de León XIII. Con esta obra se puede decir que se refuerza un proceso rehabilitador que ya se había definido en 1757.

La Teoría de la Evolución JUNTO CON RECORDAR EL TEXTO CLÁSICO DE TERTULIANO –«ES YA UN HOMBRE AQUEL QUE LO SERÁ»– SEÑALA COMO CONDENABLES LOS EXPERIMENTOS CON EMBRIONES HUMANOS O SU UTILIZACIÓN COMO ABASTECEDORES DE ÓRGANOS O TEJIDOS A TRANSPLANTAR, O LA REDUCCIÓN DE EMBRIONES», ES DECIR, LA ELIMINACIÓN DE LOS EMBRIONES SUPERNUMERARIOS GENERADOS POR LA FECUNDACIÓN IN VITRO. (...)

20 Humani generis: AAS 42 (1950), p. 575 21 De Genesi ad litteram, 2, 9, 20. 22 Discurso a la Pontificia Academia de las Ciencias, 22-X-1961. 23 Humani generis: AAS 42 (1950), p. 575. 24 Discurso a la Pontificia Academia de las Ciencias, 22-X-1961.

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En relación con las ciencias, el mensaje de Juan Pablo II a la Pontificia Academia de las Ciencias, el 22-X-1996, en el que expresó que «nuevos conocimientos llevan a pensar que la teoría de la evolución es más que una hipótesis», produjo una considerable inquietud y perplejidad entre muchos fieles católicos. Ello se debió, en primer lugar, al extenso desconocimiento de las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia sobre este tema, y también a que muchos no leyeron el texto completo del referido mensaje, en el cual Juan Pablo II reafirmó todos los aspectos ya presentes en el Magisterio, desde San Agustín, cuando expresaba: «Pero el Espíritu de Dios, que hablaba por medio de ellos (los autores sagrados), no quiso enseñar a los hombres estas cosas (la figura del cielo) que no reportaban utilidad alguna para la vida futura»,21 lo que el Papa en su mensaje recalca una vez más con su ya mencionado: «Conviene deleitar bien el sentido propio de la Escritura, descartando interpretaciones indebidas que le hacen decir lo que no tiene intención de decir»,22 hasta la señera Encíclica Humani generis de Pío XII, de la cual Juan Pablo II cita como punto esencial: «El cuerpo humano tiene su origen en una materia viva que existe antes que él, pero el alma espiritual es creada inmediatamente por Dios».23 «En consecuencia, las teorías de la evolución que, en función de las filosofías en las que se inspiran, consideran que el espíritu surge de las fuerzas de la materia viva o que se trata de un simple epifenómeno de esta materia, son incompatibles con la verdad sobre el hombre».24 Incluso el mismo Juan Pablo II se había ya referido en numerosas ocasiones a la evolución, a la que llamó «tema esencial». Entre otras, en su notable catequesis sobre la Creación, en 1986, donde expresó: «Este texto (el Génesis) tiene un alcance sobre todo religioso y teológico. No se pueden buscar en él elementos significativos desde el punto de vista de las ciencias naturales. Las investigaciones sobre el origen y desarrollo de cada una


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«Galileo declaró explícitamente que las dos verdades, la de la fe y la de la sabiduría no pueden contradecirse jamás: `La Escritura Santa y la naturaleza, al provenir ambas del Verbo Divino, la primera en cuanto dictada por el Espíritu Santo, y la segunda en cuanto ejecutora fidelísima de las órdenes de Dios’ » (Carta de Galileo al P. Benedetto Castelli, del 21-XII-1613).

de las especies ‘in natura’ no encuentran en esta descripción norma alguna ‘vinculante’, ni aportaciones positivas de interés sustancial. Más aún, no contrasta con la verdad acerca de la creación del mundo visible –tal como se presenta en el libro del Génesis–, en línea de principio, la teoría de la evolución natural, siempre que se la entienda de modo que no excluya la causalidad divina». Igualmente, en el Catecismo de la Iglesia Católica de 1992, en el n° 283 leemos: «La cuestión sobre los orígenes del mundo y del hombre es objeto de numerosas investigaciones científicas que han enriquecido magníficamente nuestros conocimientos sobre la edad y las dimensiones del cosmos, el devenir de las formas vivientes, la aparición del hombre. Estos conocimientos nos invitan a admirar más la grandeza del creador, a darle las gracias por todas sus obras y por la inteligencia y la sabiduría que da a los sabios e investigadores». Pienso que estos textos muestran la coherencia del pensamiento de Juan Pablo II con un Magisterio multisecular de extraordinaria riqueza y, a la vez su apertura a los datos ciertos de la ciencia. En todo caso, aparece hoy claro que no existe ningún conflicto ciencia-fe en este campo.

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Defensa de la vida

(…) PARTICULARMENTE PENETRANTE ES EL ANÁLISIS QUE JUAN PABLO II HACE DE LA RELACIÓN ENTRE ANTICONCEPCIÓN Y ABORTO, PRÁCTICAS QUE, AUNQUE «DESDE EL PUNTO DE VISTA MORAL, SON MALES ESPECÍFICAMENTE DISTINTOS», ESTÁN RELACIONADOS POR «LOS CONTRAVALORES INHERENTES A LA MENTALIDAD ANTICONCEPTIVA»; ASÍ, LA VIDA QUE PODRÍA BROTAR DEL ENCUENTRO SEXUAL SE CONVIERTE EN ENEMIGO A EVITAR ABSOLUTAMENTE, Y EL ABORTO ES LA ÚNICA RESPUESTA POSIBLE FRENTE A UNA ANTICONCEPCIÓN FRUSTRADA». (…)

25 Evangelium vitae, n. 3,4,12. 26 Evangelium vitae, n. 3,4,12.

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Una de las constantes del magisterio de Juan Pablo II fue su defensa de la dignidad de la persona humana en los múltiples aspectos en que ella se ve amenazada, especialmente en su derecho a la vida. Ya que, en palabras del Papa, existe una «impresionante multiplicación y agudización de las amenazas a la vida de las personas y de los pueblos, especialmente cuando ésta es débil e indefensa», citando como ejemplos los homicidios, los genocidios, el aborto, la eutanasia y el mismo suicidio voluntario, y cómo este «alarmante panorama, en vez de disminuir, se va más bien agrandando. Con las nuevas perspectivas abiertas por el progreso científico y tecnológico surgen nuevas formas de agresión contra la dignidad del ser humano, a la vez que se va delineando y consolidando una nueva situación cultural, que confiere a los atentados contra la vida un aspecto inédito y... aún más inicuo», en la cual «a la conciencia misma, casi oscurecida por condicionamientos tan grandes, le cuesta cada vez más percibir la distinción entre el bien y el mal».25 Así, «la vida que exigiría más acogida, amor y cuidado es temida por inútil, o considerada como un peso insoportable», y «quien, con su enfermedad, con su minusvalidez o con su simple presencia pone en discusión el bienestar y el estilo de vida de los más aventajados, tiende a ser visto como un enemigo del que hay que defenderse o a quien eliminar. Se desencadena así una especie de «conjura contra la vida».26 Dentro de esta «conjura» sobresale el aborto, al cual ya el Vaticano II había calificado como «crimen nefando», esto es, como algo «indigno, torpe, de que no se puede hablar sin repugnancia u horror» (Real Academia de la Lengua), y al cual Juan Pablo II se opuso con enorme energía. Así, en su extraordinaria Encíclica Evangelium vitae, leemos: «Algunos intentan justificar el aborto sosteniendo que el futuro de la concepción, al menos hasta un cierto número de días, no puede ser todavía una vida humana personal. En realidad «desde el momento en que el óvulo es fecundado, se inaugura una nueva vida que no es la del padre ni la de la madre, sino la de un nuevo ser humano que se desarrolla por sí mismo. Jamás llegará a ser un ser humano si no lo ha sido desde entonces. A esta evidencia de siempre... la genética moderna otorga una preciosa confirmación. Muestra que desde el primer instante se encuentra fijado lo que será ese ser viviente: una persona, un individuo con sus características ya bien determinadas. Con la fecundación inicia la aventura de una vida humana, cuyas principales capacidades requieren de un tiempo para desarrollarse y poder actuar». Aunque la presencia de un alma espiritual no puede deducirse de la observación de ningún dato experimental, las mismas conclusiones de la ciencia sobre un embrión humano ofrecen «una indicación preciosa para discernir racionalmente una presencia personal


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de este primer surgir de la vida humana: ¿cómo un individuo humano podría no ser persona humana?» Por lo demás, está en juego algo tan importante que, desde el punto de vista de la obligación moral, bastaría la sola probabilidad de encontrarse ante una persona para justificar la más rotunda prohibición de cualquier intervención destinada a eliminar un embrión humano. Precisamente por esto, más allá de los debates científicos y de las mismas afirmaciones filosóficas en las que el Magisterio no se ha comprometido expresamente, la Iglesia siempre ha enseñado y sigue enseñando, que al fruto de la generación humana, desde el primer momento de su existencia, se ha de garantizar el respeto incondicional que moralmente se le debe al ser humano en su totalidad y unidad corporal y espiritual: «El ser humano debe ser respetado y tratado como persona desde el instante de su concepción y por eso, a partir de ese mismo momento, se le deben reconocer los derechos de la persona, principalmente el derecho inviolable de todo ser humano a la vida». Texto en el cual refuerza especialmente la instrucción Donum vitae, de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Además, junto con recordar el texto clásico de Tertuliano –«es ya un hombre aquel que lo será»– señala como condenables los experimentos con embriones humanos o su utilización como abastecedores de órganos o tejidos a transplantar, o la reducción de embriones», es decir, la eliminación de los embriones supernumerarios generados por la fecundación in vitro. Particularmente penetrante es el análisis que Juan Pablo II hace de la relación entre anticoncepción y aborto, prácticas que, aunque «desde el punto de vista moral, son males específicamente distintos», están relacionados por «los contravalores inherentes a la mentalidad anticonceptiva»; así, la vida que podría brotar del encuentro sexual se convierte en enemigo a evitar absolutamente, y el aborto es la única respuesta posible frente a una anticoncepción frustrada». Por ello «la cultura abortista está particularmente desarrollada justo en los ambientes que rechazan la enseñanza de la Iglesia sobre la anticoncepción». Esta estrecha relación es la que llevó a que calificase a ambas prácticas como «frutos de una misma planta».27 Esta gravísima acumulación de atentados contra la vida, que Juan Pablo II considera como constitutivas de una «cultura de la muerte», llevó al Papa a preguntarse acerca de las causas de este inédito fenómeno, llegando, al menos, a cuatro raíces: Una, se refiere al «eclipse del sentido de Dios y del Hombre, característico del contexto social y cultural dominado por el secularismo... y quien se deja contagiar por esta atmósfera, entra fácilmente en el torbellino de un terrible círculo vicioso: perdiendo el sentido de Dios, se tiende a perder también el sentido del hombre, de su dignidad y de su vida». Junto con ello se considera al hombre «como uno de tantos seres vivientes, como un

(…) «LA CULTURA ABORTISTA ESTÁ PARTICULARMENTE DESARROLLADA JUSTO EN LOS AMBIENTES QUE RECHAZAN LA ENSEÑANZA DE LA IGLESIA SOBRE LA ANTICONCEPCIÓN». ESTA ESTRECHA RELACIÓN ES LA QUE LLEVÓ A QUE CALIFICASE A AMBAS PRÁCTICAS COMO «FRUTOS DE UNA MISMA PLANTA».

27 Evangelium vitae, n. 13.

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«El notable texto de la Constitución Gaudium et spes, n° 36, del Concilio Vaticano II, dice: ‘La investigación metódica en todos los campos del saber, si está realizada de forma auténticamente científica y conforme a las normas morales, nunca será realmente contraria a la fe, porque las realidades profanas y las de la fe tienen origen en el mismo Dios’».

ESTA GRAVÍSIMA ACUMULACIÓN DE ATENTADOS CONTRA LA VIDA, QUE JUAN PABLO II CONSIDERA COMO CONSTITUTIVAS DE UNA «CULTURA DE LA MUERTE», LLEVÓ AL PAPA A PREGUNTARSE ACERCA DE LAS CAUSAS DE ESTE INÉDITO FENÓMENO, LLEGANDO, AL MENOS, A CUATRO RAÍCES (…)

28 Evangelium vitae, n. 21,22. 29 Evangelium vitae, n. 12. 30 Evangelium vitae, n. 57. 31 Evangelium vitae, n. 16.

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organismo que a lo sumo ha alcanzado un estadio de perfección muy elevado. Encerrado en el restringido horizonte de su materialidad, se reduce de este modo a una cosa».28 También menciona la existencia de «fuertes corrientes culturales, económicas y políticas, portadoras de una concepción de la sociedad basada en la eficiencia».28 Es justamente este eficientismo perverso, desbocado más allá de los límites morales, el que lleva a considerar a los minusválidos, a los ancianos, a los enfermos terminales o a los niños aún no nacidos que no han sido «programados», o que sufren de enfermedades congénitas, como inútiles o como cargas insoportables o, aun, como enemigos que hay que eliminar, ya que «ponen en discusión el bienestar y el estilo de vida de los más aventajados».30 En este contexto causal menciona también al «fenómeno demográfico», en el cual «en los países ricos se registra una preocupante caída de los nacimientos; los países pobres, por el contrario, presentan en general una elevada tasa de aumento de la población, difícilmente soportable en un contexto de menor desarrollo económico y social». Ante esto los países ricos «temen que los pueblos más prolíficos y más pobres representen una amenaza para su bienestar y tranquilidad, «lo que los lleva, antes que querer afrontar y resolver los graves problemas de los pobres», respetando la dignidad de las personas y de las familias, y el derecho inviolable de todo hombre a la vida, a preferir promover e imponer por cualquier medio una masiva planificación de los nacimientos», condicionando, incluso, las ayudas económicas «a la aceptación de una política antinatalista».31


¿Un Papa «verde»? Juan Pablo II expresó en múltiples ocasiones su preocupación por el medio ambiente y la defensa de éste, lo que ha llevado a algunos a afirmar, con aprecio, que Juan Pablo II fue un Papa «verde». Tal preocupación, que sin duda fue real, tuvo una serie de matices que le confieren una posición equilibrada, interesante de conocer. Por una parte considera a la «cuestión ecológica como ‘preocupante’ y estrictamente vinculada con el consumismo. Así, el hombre impulsado por el deseo de tener y gozar, más que de ser y de crecer, consume de manera excesiva y desordenada los recursos de la tierra y su misma vida. En la raíz de la insensata destrucción del ambiente natural hay un error antropológico, por desgracia muy difundido en nuestro tiempo. El hombre, que descubre su capacidad de transformar y en cierto sentido, de «crear» el mundo con el propio trabajo, olvida que éste se desarrolla siempre sobre la base de la primera y originaria donación de las cosas por parte de Dios. Cree que puede disponer arbitrariamente de la tierra, sometiéndola sin reservas a su voluntad como si ella no tuviese una fisonomía propia y un destino anterior dados por Dios, y que el hombre puede desarrollar ciertamente, pero que no debe traicionar. En vez de desempeñar su papel de colaborador de Dios en la obra de la creación, el hombre suplanta a Dios y con ello provoca la rebelión de la naturaleza, más bien tiranizada que gobernada por él.33 Junto con ello, hace también mención a que «una vez excluida la referencia de Dios, no sorprende que el sentido de todas las cosas resulte profundamente deforma-

(...) UNA SE REFIERE AL «ECLIPSE DEL SENTIDO DE DIOS Y DEL HOMBRE, CARACTERÍSTICO DEL CONTEXTO SOCIAL Y CULTURAL DOMINADO POR EL SECULARISMO... Y QUIEN SE DEJA CONTAGIAR POR ESTA ATMÓSFERA, ENTRA FÁCILMENTE EN EL TORBELLINO DE UN TERRIBLE CÍRCULO VICIOSO: PERDIENDO EL SENTIDO DE DIOS, SE TIENDE A PERDER TAMBIÉN EL SENTIDO DEL HOMBRE, DE SU DIGNIDAD Y DE SU VIDA». (…)

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Mirando este penoso panorama, considera: «Nada ni nadie puede autorizar la muerte de un ser humano inocente, sea feto o embrión, niño o adulto, anciano, enfermo incurable o agonizante. Nadie además puede pedir este gesto homicida para sí mismo o para otros a su responsabilidad ni puede consentirlo explícita o implícitamente. Ninguna autoridad puede imponerlo ni permitirlo». Y afirma: «Por tanto, con la autoridad conferida por Cristo a Pedro y a sus Sucesores, en comunión con los Obispos de la Iglesia Católica, confirmo que la eliminación directa y voluntaria de un ser humano inocente es siempre gravemente inmoral. Esta doctrina, fundamentada en aquella ley no escrita que cada hombre, a la luz de la razón, encuentra en el propio corazón (cf. Rm 2, 14- 15), es corroborada por la Sagrada Escritura, transmitida por la Tradición de la Iglesia y enseñada por el Magisterio ordinario y universal».32 Estos párrafos, tan reales como impresionantes, muestran sin género alguno de duda cuál es la Doctrina Católica inamovible sobre la anticoncepción, la eutanasia y el aborto.

32 Evangelium vitae, n. 57. 33 Centesimus annus, n. 37.

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(...) JUNTO CON ELLO SE CONSIDERA AL HOMBRE «COMO UNO DE TANTOS SERES VIVIENTES, COMO UN ORGANISMO QUE A LO SUMO HA ALCANZADO UN ESTADIO DE PERFECCIÓN MUY ELEVADO. ENCERRADO EN EL RESTRINGIDO HORIZONTE DE SU MATERIALIDAD, SE REDUCE DE ESTE MODO A UNA COSA».

34 Evangelium vitae, n. 40. 35 Evangelium vitae, n. 42. 36 Evangelium vitae, n. 22. 37 Centesimus annus, n. 38,39. 38 Centesimus annus, n. 38,39.

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do, y la misma naturaleza, que ya no es «mater», quede reducida a «material» disponible a todos las manipulaciones».34 Tema a cuyas raíces en la Sagrada Escritura hace referencia: El hombre, llamado a cultivar y custodiar el jardín del mundo (cfr. Gn 2, 15), tiene una responsabilidad específica sobre el ambiente de vida, o sea, sobre la creación que Dios puso al servicio de su dignidad personal, de su vida: respecto no sólo al presente, sino también a las generaciones futuras. Es la cuestión ecológica –desde la preservación del «hábitat» natural de las diversas especies animales y formas de vida, hasta la «ecología humana» propiamente dicha– que encuentra en la Biblia una luminosa y fuerte indicación ética para una solución respetuosa del gran bien de la vida, de toda vida. En realidad, «el dominio confiado al hombre por el creador no es un poder absoluto, ni se puede hablar de libertad de ‘usar y abusar’, o de disponer de las cosas como mejor parezca. La limitación impuesta por el mismo Creador, desde el principio, y expresada simbólicamente con la prohibición de ‘comer del fruto del árbol’ (cfr. 2, 16- 17), muestra claramente que, ante la naturaleza visible, estamos sometidos a las leyes no solo biológicas sino también morales, cuya transgresión no queda impune».35 Por otra parte, y en oposición a esta libertad sin ley, existe también una ley sin libertad, «como sucede, por ejemplo, en ideologías que contestan la legitimidad de cualquier intervención sobre la naturaleza, como en nombre de una ‘divinización’ suya, que una vez más desconoce su dependencia del designio del Creador».36 Juan Pablo II hace también presente en su magisterio el nuevo concepto de la «ecología humana», de gran potencialidad futura: «Además de la destrucción irracional del ambiente natural hay que recordar aquí la más grave aún del ambiente humano, al que, sin embargo, se está lejos de prestar la necesaria atención. Mientras nos preocupamos justamente, aunque mucho menos de lo necesario, de preservar los hábitat naturales de las diversas especies animales amenazadas de extinción, porque nos damos cuenta de que cada una de ellas aporta su propia contribución al equilibrio general de la tierra, nos esforzamos muy poco por salvaguardar las condiciones morales de una auténtica ecología humana. No sólo la tierra ha sido dada por Dios al hombre, el cual debe usarla respetando la intención originaria de que es un bien, según la cual le ha sido dada; incluso el hombre es para sí mismo un don de Dios y, por tanto, debe respetar la estructura natural y moral de la que ha sido dotado. Hay que mencionar en este contexto los graves problemas de la moderna urbanización, la necesidad de un urbanismo preocupado por la vida de las personas, así como la debida atención a una ecología social del trabajo»,37 siendo la familia ‘la primera estructura fundamental de esta ecología humana»38 del trabajo.


Juan Pablo II recibe el título de Doctor Honoris Causa por la Universidad de Varsovia de manos del Rector Mons. Roman Bartnicki. 15 de diciembre de 2001.

Visión del futuro Por un lado, piensa Juan Pablo II que la Iglesia constituye una poderosa ayuda para la ciencia, como cuando decía: «En tiempos pasados los defensores de la ciencia moderna lucharon contra la Iglesia con el consiguiente lema: razón, libertad y progreso. Hoy, ante la crisis del sentido de la ciencia... es la Iglesia la que entra en batalla: por la razón y la ciencia, a quien ésta ha de considerar con capacidad para la libertad; por la libertad de la ciencia, mediante la cual la ciencia misma adquiere su dignidad como bien humano y personal; por el progreso al servicio de la humanidad, la cual tiene necesidad de la ciencia para asegurar su vida y su dignidad».39 Hemos visto el gran valor que Juan Pablo II y un largo Magisterio de la Iglesia reconocen en la ciencia. Como una suerte de culminación de todo ello, cabría concluir citando la esperanza de este extraordinario Pontífice –el que hace puentes– de que «la unión renovada del pensamiento científico con la fuerza de la fe impulse un nuevo humanismo sobre el que pueda fundamentarse el desarrollo del tercer milenio».40

Juan Pablo II, a un año de su muerte

EN REALIDAD, «EL DOMINIO CONFIADO AL HOMBRE POR EL CREADOR NO ES UN PODER ABSOLUTO, NI SE PUEDE HABLAR DE LIBERTAD DE ‘USAR Y ABUSAR’, O DE DISPONER DE LAS COSAS COMO MEJOR PAREZCA. LA LIMITACIÓN IMPUESTA POR EL MISMO CREADOR, DESDE EL PRINCIPIO, Y EXPRESADA SIMBÓLICAMENTE CON LA PROHIBICIÓN DE ‘COMER DEL FRUTO DEL ÁRBOL’ (CFR. GN 2, 16- 17), MUESTRA CLARAMENTE QUE, ANTE LA NATURALEZA VISIBLE, ESTAMOS SOMETIDOS A LAS LEYES NO SOLO BIOLÓGICAS SINO TAMBIÉN MORALES, CUYA TRANSGRESIÓN NO QUEDA IMPUNE».

39 Discurso en la Catedral de Colonia, 15-XI-1980. 40 Discurso en la Catedral de Colonia, 15-XI-1980.

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JESÚS «RESUCITÓ REALMENTE» J

esús murió en la cruz alrededor de las tres de la tarde del viernes 14 de Nisán, vigilia de la Pascua del año 30 (7 de abril). Narra el Evangelio de Juan: «Como era el día de la Preparación de la Pascua, los judíos no querían que los cuerpos se quedaran en la cruz durante el sábado, pues aquel sábado era un día muy solemne. Pidieron a Pilato que hiciera quebrar las piernas a los crucificados y retiraran los cuerpos. Fueron, pues, los soldados y quebraron las piernas de los dos que habían sido crucificados con Jesús. Pero al llegar a Jesús vieron que ya estaba muerto, y no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le abrió el costado con la lanza, y al instante saltó sangre y agua» (Jn 19, 31-34). Debería haberse retirado el cadáver de Jesús de la cruz y luego echarse a la fosa común; pero José de Arimatea, un personaje respetable, miembro del Sanedrín y discípulo de Jesús ocultamente, se presentó a Pilato y le pidió «Jesús Nazareno, autorización para enterrarlo. Pilato se la concedió después de el crucificado, ha informarse y enterarse por el centurión asombrado de que Jesús resucitado». Esta ya había muerto. Junto con Nicodemo, también discípulo de Jesús, pequeña frase contiene José bajó el cadáver de la cruz, lo envolvió en lienzos, después de el anuncio del hecho más untarlo con aceites aromáticos, y lo depositó en un sepulcro nuevo, increíble de la historia cavado en una roca, en un huerto junto al lugar de la crucifixión. humana: la resurrección Todo se hizo con gran prisa, ya que al anochecer comenzaba el día de Jesús de Nazaret, su de Pascua, en el cual estaba prohibido ocuparse de los cadáveres. triunfo sobre la muerte, Se cerró la entrada del sepulcro con una gran piedra. en virtud del cual Jesús Algunas mujeres, que siguieron a Jesús hasta el Calvario sin hoy está «vivo». (...) poder hacer nada por él, se fijaron debidamente en el lugar del sepulcro, ya que tenían la intención de regresar pasado el sábado para rendir al cadáver de Jesús los honores que no fueron posibles en el momento de la sepultura debido al escaso tiempo disponible. Y de hecho pasado el sábado regresaron muy temprano en la mañana al lugar donde se encontraba el sepulcro de Jesús, pero lo encontraron vacío. ¿Qué había ocurrido? La piedra que cerraba la entrada había sido removida y el cadáver de Jesús había desaparecido; pero los lienzos que lo envolvían y el sudario, es decir, el paño que le cubría la cabeza, estaban en su lugar. ¿Y entonces? En el interior del sepulcro, un misterioso joven dijo a las mujeres asustadas por lo ocurrido: «Si ustedes buscan a Jesús Nazareno, el crucificado, no está aquí, ha resucitado» (Mc 16, 6). *** «Jesús Nazareno, el crucificado, ha resucitado». Esta pequeña frase contiene el anuncio del hecho más increíble de la historia humana: la resurrección de Jesús * Extracto del artículo LA RISSURREZIONE DI GESU – I. Il fatto: Gesù «e veramente risorto», publicado en Civiltà Católica n° 3466 y debidamente autorizado.

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«A una muerte ‘real’, corresponde una Resurrección ‘real’. En otras palabras, Jesús murió ‘realmente‘ y resucitó ‘realmente’. Es ésta, en su forma más simple y primitiva, la fe cristiana profesada desde los primerísimos inicios del cristianismo, como se desprende del primer escrito cristiano que nos ha llegado, la Primera Epístola escrita por San Pablo (años 50-51) a los cristianos de Tesalónica: ‘¿No creemos que Jesús murió y resucitó?’ (1 Tes 4, 14)» (Detalle del ‘Noli me tangere’, fresco de Giotto en la capilla Scrovegni, Padua)

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de Nazaret, su triunfo sobre la muerte, en virtud del cual Jesús hoy está «vivo». Es un hecho increíble, porque si de algo estamos absolutamente seguros es que de la muerte no se vuelve a la vida, salvo mediante un milagro –hecho absolutamente excepcional– de Dios. Y sin embargo, por increíble que sea, el hecho de la resurrección se afirma a propósito de Jesús, y precisamente en eso se apoya el cristianismo desde hace veinte siglos, hasta el punto que si Cristo no ha resucitado, se derrumba enteramente la fe cristiana. Debemos preguntarnos entonces qué fundamento tiene el hecho de la Resurrección de la muerte de Jesús de Nazaret. ¿Hay argumentos serios –y cuáles– para afirmar, como lo hace la fe cristiana, que Jesús resucitó realmente?

(…) Es un hecho increíble, porque si de algo estamos absolutamente seguros es que de la muerte no se vuelve a la vida, salvo mediante un milagro –hecho absolutamente excepcional– de Dios. Y sin embargo, por increíble que sea, el hecho de la resurrección se afirma a propósito de Jesús, y precisamente en eso se apoya el cristianismo desde hace veinte siglos, hasta el punto que si Cristo no ha resucitado, se derrumba enteramente la fe cristiana.

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El único testimonio histórico que tenemos de la Resurrección de Cristo lo entrega el Nuevo Testamento (NT): todos los libros del NT se refieren a la Resurrección, y no como uno entre tantos hechos sobre Jesús, sino como el hecho central y constitutivo de la fe cristiana, como el corazón de la experiencia cristiana, y por ese motivo con entusiasmo y profunda alegría. Algunos textos son más recientes y elaborados, pero otros son bastante antiguos y primitivos. El testimonio más antiguo que tenemos de la Resurrección se encuentra en la Primera Epístola de San Pablo a los Corintios (1 Co 15, 1-11) 1. Esta Epístola, según la gran mayoría de los exegetas, fue escrita por San Pablo entre los años 55 y 57 d. C. En ella habla de los problemas de la comunidad cristiana de Corinto, una ciudad de Grecia a la cual llegó en los años 50-51 y donde construyó esa comunidad con gran esfuerzo. La resurrección de los creyentes constituye un problema bastante vivo. Así, San Pablo dice: «¿Cómo dicen algunos ahí que no hay resurrección de los muertos?» (1 Co 15, 12). Algunos corintios «iluminados» y «espiritualistas» creen haber llegado ya a la salvación «espiritual» y no necesitar una resurrección «corpórea»: para ellos la salvación cristiana es una realidad espiritual y actual, y por tanto no tiene sentido una resurrección corpórea y futura como culminación de la salvación. Para combatir estas ideas, San Pablo recuerda la Buena Nueva que les ha «anunciado» desde el comienzo de su apostolado y ellos han «recibido», mediante la cual «perseveran»: el Evangelio del cual –habiéndolo aceptado con fe– reciben la salvación, con la condición de mantenerlo puro, en la «forma» en que se les anunció, sin nada que suprimirle ni agregarle. 1

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«Os traigo a la memoria, hermanos, el Evangelio que os he predicado, que habéis recibido, en el que os mantenéis firmes, y por el cual sois salvos, si lo retenéis tal cual yo os lo anuncié, a no ser que hayáis creído en vano. Pues a la verdad os he transmitido, en primer lugar, lo que yo mismo he recibido, que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras, que fue sepultado, que resucitó al tercer día, según las Escrituras, y que apareció a Cefas, luego a los Doce. Después se apareció una vez más a los quinientos hermanos, de los cuales muchos viven todavía, y algunos murieron; luego se apareció a Santiago, luego a todos los Apóstoles; y después de todos, como a un aborto, se me apareció también a mí. Porque yo soy el menor de los Apóstoles, que no soy digno de ser llamado Apóstol, pues perseguí a la Iglesia de Dios. Mas por la gracia de Dios soy lo que soy, y la gracia que me confirió no ha sido estéril, antes he trabajado más que todos ellos, pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo. Pues, tanto yo como ellos, esto predicamos y esto habéis creído» (1 Co 15, 1-11).


«Jesús, con la Resurrección entró en una condición de vida absolutamente única: entró en la plenitud de la vida divina, y su cuerpo es sumamente real, es el cuerpo de Jesús de Nazaret que experimentó la crucifixión, pero es un cuerpo de gloria, un cuerpo espiritual, sustraído a las condiciones terrenales de espacio y tiempo, de sufrimiento y muerte, de tal». (Detalle del ‘Noli me tangere’, fresco de Giotto en la capilla Scrovegni, Padua)

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¿Qué «anunció» Pablo? No anunció ideas propias, personales, sino «transmitió» lo «recibido» por él mismo de la comunidad cristiana primitiva: lo que dijo a los corintios y todo cuanto le refirieron los «ministros de la Palabra» con los cuales estuvo en contacto tanto en su estadía en Antioquía (hacia los años 40-42) como hacia el año 35, en la época de su conversión, fecha por tanto Los dos «pilares» sumamente cercana a los hechos, ya que Jesús muy probablede esta secuencia mente fue crucificado el 7 de abril del año 30. Los escritos de son la muerte y la Pablo fueron pues compuestos en una fecha distante sólo pocos Resurrección. Cada años (5-10) de la muerte de Jesús y en que su recuerdo todavía uno de ellos tiene estaba sumamente vivo. una confirmación: la Ahora, ¿qué «recibió» San Pablo de la comunidad cristiana muerte es confirmación primitiva? Un brevísimo compendio de la fe cristiana, consisde la sepultura; la tente en cuatro puntos: 1) Cristo murió por nuestros pecados Resurrección es según las Escrituras; 2) Cristo fue sepultado; 3) Cristo resucitó confirmada por las al tercer día según las Escrituras; 4) Cristo se apareció a Cefás apariciones, que son (= Pedro) y luego a los Doce. Destacamos aquí únicamente la como «el sello puesto secuencia de los hechos referidos: Cristo murió – fue sepultado a la Resurrección». – resucitó – se apareció a Cefás y a los Doce. Los dos «pilares» A una muerte «real», de esta secuencia son la muerte y la Resurrección. Cada uno de corresponde una ellos tiene una confirmación: la muerte es confirmación de la Resurrección «real». En sepultura; la Resurrección es confirmada por las apariciones, otras palabras, Jesús que son como «el sello puesto a la Resurrección» (H. Schlier, La murió «realmente» y Risurrezione di Gesù, Brescia, Morcelliana, 1994, 31). A una muerte resucitó «realmente». Es «real», corresponde una Resurrección «real». En otras palabras, ésta, en su forma más Jesús murió «realmente» y resucitó «realmente». Es ésta, en su simple y primitiva, la forma más simple y primitiva, la fe cristiana profesada desde fe cristiana profesada los primerísimos inicios del cristianismo, como se desprende del desde los primerísimos primer escrito cristiano que nos ha llegado, la Primera Epístola inicios del cristianismo, escrita por San Pablo (años 50-51) a los cristianos de Tesalónica: como se desprende del «¿No creemos que Jesús murió y resucitó?» (1 Tes 4, 14).

primer escrito cristiano que nos ha llegado, la Primera Epístola escrita por San Pablo (años 50-51) a los cristianos de Tesalónica: «¿No creemos que Jesús murió y resucitó?» (1 Tes 4, 14).

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Examinemos ahora cada uno de los cuatro puntos en los cuales llegó el «credo» cristiano primitivo a San Pablo. El primero es: «Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras». San Pablo une dos afirmaciones que requieren explicación. Dice en primer lugar que Cristo murió «por nuestros pecados». Ésta es una afirmación de fe, que subraya el valor salvador de la muerte de Jesús en cuanto precisamente en virtud de la muerte que Cristo sufrió «por nosotros», es decir, en favor nuestro, obtenemos el perdón de Dios y la reconciliación con Él. Con todo, esta afirmación de fe se apoya en la Sagrada Escritura, es «según las Escrituras», tanto en un sentido estrecho, en cuanto Jesús llevó a cabo la profecía de Isaías del «Servidor de Yavé», sobre el cual «el Señor descargó (...) la culpa de todos nosotros», pero por

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cuyas «llagas hemos sido sanados» (Is 53, 5-6), como en un sentido más amplio, en cuanto la totalidad de la Escritura, por su carácter profético, anuncia que en Cristo muerto y resucitado se lleva a cabo el designio de salvación concebido por Dios para todos los hombres. En particular, la afirmación «murió por nuestros pecados» se apoya en una palabra de Jesús: «El Hijo del Hombre (...) ha venido (...) para (...) dar su vida como rescate por una muchedumbre» (Mc 10, 45). Jesús afirma aquí de manera explícita el valor de liberación del pecado que tiene su muerte. «Por una muchedumbre» no significa aquí que Jesús no haya muerto por todos, sino define efectivamente la totalidad de los hombres. Esta palabra, que ya la expresión «Hijo del Hombre», recurrente únicamente en boca de Jesús, no permite considerar como creación de la fe de la Iglesia primitiva, supera en gran medida profecías anteriores en cuanto contiene la explicación del significado y el fin de su muerte. Para el judaísmo era ajena no sólo la idea de la muerte del Mesías, El segundo punto del sino también el pensamiento según el cual el pueblo necesitase «credo» cristiano ser liberado del pecado: únicamente los méritos de Abraham primitivo es: Jesús habrían servido como rescate para todos sus descendientes y «fue sepultado». Esta sólo para ellos. Para los paganos, no existía posibilidad alguna expresión indica el de expiación, pero representaban el precio del rescate de Israel, carácter definitivo de porque en el día del juicio serían echados a la Gehenna en su la muerte de Jesús. lugar. Así, Jesús, al afirmar que da su vida por toda la huma- No fue la suya una nidad, afirmó algo que debía parecer inaudito y absurdo a los muerte aparente de la judíos de su época (ver J. Schmid, Il Vangelo di Marco, Brescia, cual podría haberse recobrado. Además de Morcelliana, 1955, 260 s.). ***

recibir de un soldado un lanzazo que le atravesó el corazón, fue bajado de la cruz, y después de ser envuelto en lienzos y cubierto su cuerpo con el sudario, fue depositado en un sepulcro.

El segundo punto del «credo» cristiano primitivo es: Jesús «fue sepultado». Esta expresión indica el carácter definitivo de la muerte de Jesús. No fue la suya una muerte aparente de la cual podría haberse recobrado. Además de recibir de un soldado un lanzazo que le atravesó el corazón, fue bajado de la cruz, y después de ser envuelto en lienzos y cubierto su cuerpo con el sudario, fue depositado en un sepulcro: un sepulcro «nuevo», porque de lo contrario el cadáver de un ajusticiado habría contaminado los de otros difuntos. La sepultura del cadáver expresa el carácter definitivo de la muerte, en el sentido de que con ella se pierde también el único vínculo –el cadáver– que une al difunto con el mundo de los vivos. Con la sepultura el hombre ya no está, ni siquiera en esa «cosa» fría e inanimada que ya no es su «cuerpo», pero que sin embargo lo evoca y lo representa. Ha muerto verdadera y definitivamente. Esta afirmación de San Pablo –Jesús fue sepultado– es históricamente cierta. De hecho es afirmada por los cuatro Evangelios con abundancia de detalles bastante precisos y discrepantes sólo en algunos puntos de escasa importancia.

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*** El tercer punto del «credo» cristiano primitivo –«Cristo resucitó al tercer día según las Escrituras»– merece un examen más a fondo. Este punto plantea tres problemas: 1) ¿el verbo eghêghertai (pretérito perfecto pasivo de egheirô, resucitar) debe entenderse en sentido pasivo («fue resucitado») o en sentido intransitivo («resucitó»)? 2) ¿Las palabras «al tercer día» indican la fecha de la Resurrección o tienen un significado no «histórico», sino «metahistórico» y por tanto «teológico»? 3) ¿El inciso «según las Escrituras» se refiere al «tercer día» o a la palabra «resucitó»? En cuanto al primer problema, las dos traducciones del verbo eghêghertai son igualmente aceptables desde el punto de vista gramatical; pero desde el punto de vista teológico tienen distinto sentido. Así, traducir «Cristo fue resucitado» significa atribuir la resurrección de Jesús a una acción de Dios; traducir «Cristo resucitó» significa atribuir la Resurrección al poder de Jesús. En realidad, en el NT, el verbo eghêghertai se usa en ambos sentidos; con todo, en la gran mayoría de los textos, la Resurrección de Jesús se atribuye a la acción del Padre. Así, Traducir «Cristo fue Pedro dice a los jefes del pueblo hebreo después de la curación resucitado» significa del paralítico en la Puerta Bella del Templo: «Este hombre que atribuir la resurrección está aquí sano delante de ustedes ha sido sanado por el Nombre de Jesús a una acción de de Jesucristo el Nazareno, a quien ustedes crucificaron, pero a Dios; traducir «Cristo quien Dios ha resucitado (o Theos êgheiren) de entre los muertos» resucitó» significa (He 4, 10; ver 1 Tes 1, 10; Rom 4, 24; He 2, 32; 13, 37). atribuir la Resurrección Así como hay fechas para la muerte, la sepultura y las apariciones, al poder de Jesús. En también hay una fecha para la resurrección, es decir, al insistir en realidad, en el NT, el el «tercer día», la Iglesia primitiva parece querer afirmar que la verbo eghêghertai se Resurrección es un hecho que realmente ocurrió, hasta el punto usa en ambos sentidos; que es posible determinar la fecha: Jesús de Nazaret, al cual los con todo, en la gran judíos dieron muerte colgándolo en una cruz, fue resucitado por mayoría de los textos, la Dios al tercer día. Resurrección de Jesús se En todo caso, es el mismo Jesús quien en los Evangelios alude atribuye a la acción del repetidamente al tercer día como plazo para su resurrección Padre. (ver Mt 16, 21; 17, 23; 20, 19; Lc 9, 22; 13, 32; 18, 33; 20, 19; Mc 9, 30; 10, 34). En todo caso, lo más importante del tercer punto del credo –«Resucitó al tercer día según las Escrituras»– consiste en precisar el sentido del término «resurrección». Éste significa el despertar del sueño de la muerte y el retorno a la vida. Por este motivo, al afirmarse que Jesús resucitó, se quiere decir que, después de haber muerto realmente, su cuerpo que permaneció en el sepulcro fue revivificado por la acción omnipotente de Dios: en virtud de semejante acción absolutamente única de Dios, Jesús venció la muerte y volvió a la vida. ¿Pero de qué vida se trata? No de la vida precedente a su muerte y por tanto su vida de antes. Jesús no resucitó como Lázaro, al cual hizo volver a la vida, ni como el hijo de la viuda de Naín y la hijita del dirigente de la sinagoga. Estas personas fueron en efecto resucitadas, es decir, traídas nuevamente a su vida de antes.

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Jesús, en cambio, con la Resurrección entró en una condición de vida absolutamente única: entró en la plenitud de la vida divina, y su cuerpo es sumamente real, es el cuerpo de Jesús de Nazaret que experimentó la crucifixión, pero es un «cuerpo de gloria», un cuerpo «espiritual», sustraído a las condiciones terrenales de espacio y tiempo, de sufrimiento y muerte, de tal manera que Jesús no puede morir nuevamente y la muerte ya no tiene poder sobre él. Es ahora «el que vive» (Ap 1, 18). En otras palabras, con la Resurrección Jesús entró definitivamente con toda su humanidad –cuerpo y alma– en la plenitud de la vida de Dios, es decir, en una condición de vida que está más allá de toda experiencia humana y no podemos describir sino valiéndonos de imágenes y conceptos que son puramente un reflejo sumamente débil de la realidad. *** Aquí se plantea el problema capital: la Iglesia primitiva afirmó Decir que la –y la Iglesia de hoy sigue afirmándolo– que Jesús resucitó de la Resurrección de Jesús muerte en el sentido ahora explicado. ¿Pero en qué elementos se es un hecho histórico no basó para hacer esa afirmación? ¿Se basó en un acto de fe o en verificado directamente hechos históricos, experiencias históricamente documentables? no significa que no sea En otras palabras, ¿es la Resurrección de Jesús un hecho histórico? un hecho «objetivo» Precisamos que la historicidad de la cual hablamos no se refiere y «real». En realidad, al «modo» de la Resurrección, que para nosotros permanece Jesús murió realmente, siendo absolutamente misterioso e inalcanzable, sino al «hecho», pero no podemos al acontecimiento histórico en sí mismo. Precisamos además que alcanzar el hecho real al hablar de «hecho» histórico, queremos decir que Jesús resucitó de la Resurrección objetivamente, en la realidad, y no sólo en la conciencia de quienes directamente en sí creyeron en su Resurrección; que algo objetivo y real sucedió en mismo mediante los la persona de Jesús, por lo cual de la condición de muerto en la métodos propios de la cruz y depositado en el sepulcro pasó a la Condición de Viviente investigación histórica. la Resurrección se y Señor de la historia, «exaltado a la diestra del Padre»... Para responder a la pregunta, debemos distinguir entre lo que sitúa por encima de es histórico y directamente verificado y lo que siendo también las categorías de la histórico, no es directamente verificado. Es histórico y directa- historia humana: es mente verificado aquello que se puede situar en el ámbito de la «metahistórica»» y experiencia y la verificabilidad humana, aquello que es posible «transhistórica». alcanzar y conocer en sí mismo mediante los métodos propios de la investigación histórica. En cambio, es histórico, aun cuando no sea directamente verificado, lo que sin ser alcanzable en sí mismo directamente, lo es sin embargo sólo indirectamente, mediante la reflexión en hechos que ocurrieron históricamente y están vinculados con aquello. Ahora, la Resurrección de Jesús es un hecho histórico, aun cuando no es directamente verificado. Esto se debe al hecho de que no es puramente un acontecimiento de este mundo, porque Jesús no volvió a la vida de antes; su Resurrección es un acontecimiento «escatológico», definitivo, porque es la entrada a la vida eterna y definitiva de Dios. Por consiguiente, no puede situarse simplemente en el mismo nivel de todos los otros hechos históricos verificados di-

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rectamente, que precisamente por eso son pasajeros. Decir que la Resurrección de Jesús es un hecho histórico no verificado directamente no significa que no sea un hecho «objetivo» y «real». En realidad, Jesús murió realmente, pero no podemos alcanzar el hecho real de la Resurrección directamente en sí mismo mediante los métodos propios de la investigación histórica. En este sentido, la Resurrección se sitúa por encima de las categorías de la historia humana: es «metahistórica»» y «transhistórica». Debemos por tanto afirmar que la Resurrección es un hecho histórico aun cuando no es directamente verificado. Así, al reflexionar sobre los hechos históricos del sepulcro encontrado vacío, las apariciones de Jesús a sus discípulos y el cambio ocurrido en éstos en relación con lo que fueron durante la vida de Jesús y sobre todo durante y después de su pasión y muerte, del nacimiento y de la expansión de la Iglesia primitiva, podemos tener certeza moral sobre el hecho histórico de la Resurrección, es decir, ésta dejó en nuestra historia «huellas», «señales», y al reflexionar sobre éstas podemos tener la certeza moral, y por tanto histórica, de que Jesús resucitó realmente. La certeza histórica o Evidentemente, la certeza histórica o moral no es la certeza de la moral no es la certeza fe: ésta es de otro orden y tiene su origen y justificación en el tesde la fe: ésta es de otro timonio que Dios mismo da al creyente, atrayéndolo con su gracia orden y tiene su origen interior a llevar a cabo el acto de fe en Cristo resucitado. Precisay justificación en el mente por esto es absoluta la certeza del creyente. Sin embargo, la testimonio que Dios certeza moral que se obtiene a partir de la reflexión sobre las «semismo da al creyente, ñales» de la Resurrección constituye la justificación de la fe en el atrayéndolo con su gracia plano racional, con lo cual la adhesión a la fe en la Resurrección no interior a llevar a cabo será absurda ni infundada, sino razonable, racionalmente válida. el acto de fe en Cristo Es preciso, en todo caso, destacar una cosa de suma importancia: resucitado. Precisamente para poder percibir las «señales» de la Resurrección, se requiere por esto es absoluta la una mente y un corazón «purificados»: una mente purificada de certeza del creyente. prejuicios contra lo sobrenatural y abierta al misterio y un corazón purificado de las pasiones y el pecado. Aquel que de hecho fuese materialista y positivista a causa de sus prejuicios; aquel que ya estuviese convencido de que es imposible una intervención de Dios en la historia –un milagro, por ejemplo–; aquel que por otra parte estuviese de tal manera inmerso en el mal y dominado por el pecado hasta el punto de estar cerrado a Dios, se vería sumamente obstaculizado en la percepción de las «señales» de la Resurrección. No hay puramente una ceguera física; también existe la ceguera espiritual. *** Examinar las «señales» y las «huellas» de la Resurrección significa examinar las narraciones que nos han dejado los Evangelios sobre la Resurrección de Jesús. Es preciso advertir de inmediato que provienen de diversas fuentes, por lo cual, si bien convergen en las grandes líneas, divergen en muchos puntos en particular, de manera que no es posible armonizarlas en todos los detalles. No hay que dejarse

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impresionar negativamente por este hecho hasta pensar que debido a sus divergencias los relatos evangélicos de la Resurrección no son creíbles históricamente. La verdad es más bien lo contrario: en lo histórico, la convergencia en las cosas esenciales y la divergencia en los detalles es señal de historicidad, mientras un relato debidamente armonizado en todos sus detalles provoca ciertas sospechas de manipulación. La primera «huella» de la Resurrección es el descubrimiento del sepulcro vacío: en Marcos 16, 1-8, se habla de tres mujeres que se dirigieron al sepulcro de Jesús muy temprano en la mañana y lo encontraron vacío. Descubren lo mismo María Magdalena en Juan 20, 1-2 y Pedro en Lucas 24, 12. Se trata, por consiguiente, de un dato tradicional perteneciente a un estrato antiguo de las tradiciones pascuales. Con todo, la historicidad del encuentro de la tumba vacía no puede negarse por los siguientes motivos: 1) en cuanto a la narración de la sepultura de Jesús, su tumba era conocida y de acuerdo con la costumbre de esa época, las mujeres visitaban la tumba de un difunto, de manera que no se puede negar que La «señal» histórica más algunas mujeres hayan ido al sepulcro de Jesús, que conocían importante, más clara y más evidente dejada muy bien; 2) el descubrimiento del sepulcro vacío por las mujeres no puede en la historia por la atribuirse a un «hallazgo» apologético de la Iglesia primitiva Resurrección de Jesús con el fin de tener un testimonio de la Resurrección de Jesús, ya está constituida por sus que en esa época las mujeres no se consideraban testigos dignos «apariciones». Si bien de consideración, por lo cual su testimonio habría sido inútil; efectivamente nadie 3) los enemigos de Jesús no negaron el hecho de que su tumba vio resucitar a Jesús, estuviese vacía, pero lo justificaron sosteniendo que sus discí- sus discípulos lo vieron resucitado. En realidad, pulos habían venido de noche y sustrajeron el cadáver. El encuentro de la tumba vacía es por tanto un hecho histórico Jesús se apareció muchas debidamente fundado: no hay motivos serios para negarlo. veces a sus discípulos, en ¿Pero qué significado tiene? No es una prueba histórica de la diversas circunstancias y Resurrección de Jesús, porque también se podría pensar, aun distintos lugares. cuando sea equivocadamente, que la desaparición del cadáver de Jesús se debió a otras causas; pero es una «huella», una «señal», que a pesar de ser ambigua en sí misma, «orienta» hacia la Resurrección. Esta señal indica de hecho que algo misterioso le ocurrió a Jesús, cuyo cadáver desapareció sin dejar huella alguna fuera de los lienzos y el sudario en que estaba envuelto. ¿Qué sucedió? El sepulcro vacío no lo dice, pero induce a pensar que Dios resucitó a Jesús de la muerte, trayéndolo nuevamente a la vida no sólo en el espíritu, sino también en el cuerpo; induce asimismo a pensar que el Resucitado es aquel que Pilato hizo crucificar y por tanto Jesús resucitado es el mismo Jesús que murió en la cruz: una vez resucitado, posee el mismo cuerpo, aun cuando se trata de un cuerpo «espiritual», revestido de la «gloria» de Dios e investido del «poder divinizador» del Espíritu Santo. Así, la tumba vacía nos pone en el camino de la Resurrección, es como una «señal del tránsito» que indica un camino.

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«Aquel que de hecho fuese materialista y positivista a causa de sus prejuicios; aquel que ya estuviese convencidi de que es imposible una intervención de Dios en la historia —un milagro, por ejemplo—; aquel que por otra parte estuviese de tal manera inmerso es el mal y dominado por el pecado hasta el punto de estar cerrado a Dios, se verá sumamente obstaculizado en la percepción de las señales de la Resurrección. No hay puramente una ceguera física; también existe la ceguera espiritual».

*** Con todo, la «señal» histórica más importante, más clara y más evidente dejada en la historia por la Resurrección de Jesús está constituida por sus «apariciones». Si bien efectivamente nadie vio resucitar a Jesús, sus discípulos lo vieron resucitado. En realidad, Jesús se apareció muchas veces a sus discípulos, en diversas circunstancias y distintos lugares. De las apariciones de Jesús habla ante todo San Pablo en el texto antes citado de la Primera Epístola a los Corintios (cap. 15), trasmitiéndoles lo que ha sabido de la primera comunidad cristiana de Jerusalén: que Jesús resucitado se apareció a Cefás y luego a los Doce. Luego se apareció a más de 500 hermanos (= cristianos) en una sola oportunidad: la mayor parte de ellos vive aún, mientras algunos han muerto. Luego se apareció a Santiago, el «hermano de Jesús». Luego, a todos los apóstoles.

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Finalmente se apareció a él, Pablo. Al citar una cantidad tan grande de testigos, todos autorizados, ya sea por el lugar que ocupaban en la Iglesia (por este motivo no habla de las apariciones de Jesús a las mujeres, ya que en el ambiente hebraico el testimonio de ellas no tenía mucho valor), ya sea porque algunos de ellos, encontrándose aún vivos, pueden dar testimonio personalmente, su intención es mostrar que la fe de la Iglesia en la Resurrección de Cristo se funda sobre bases sólidas. Es importante el hecho de que para hablar de estas apariciones de Jesús San Pablo emplee el verbo ôpothê (aoristo pasivo de horaô), que no debe traducirse como «fue visto» (sentido pasivo), sino como «apareció» (sentido intermedio), «se hizo ver», «se dejó ver», porque se construye con el dativo («a Cefás», «a los Doce», «a los 500», «a Santiago»). Al emplear ese verbo «apareció», San Pablo quiere decir que no ocurrió a Cefás, Santiago y los otros «ver» a Jesús resucitado, sino que Jesús se

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«apareció» a ellos: no se trató por tanto de una «visión» subjetiva de los discípulos, sino de una «aparición» objetiva, real de Jesús que se impuso a ellos. En otras palabras, Cefás y los otros y el mismo Pablo no vieron una creación de su fantasía, sino el cuerpo real, si bien espiritualizado, de Jesús. El segundo testimonio de las apariciones de Jesús se encuentra en los Evangelios, los cuales narran que Jesús se hizo ver muchas veces por sus discípulos. Hay muchas diferencias entre los relatos, pero todos convienen en el hecho de que Jesús se hizo ver por sus discípulos, habló y hasta comió con ellos para convencerlos de la realidad de su Resurrección.2 A pesar de las diferencias de los relatos sobre las apariciones, en todos se pueden advertir dos elementos esenciales y permanentes. Ante todo, la iniciativa es siempre y únicamente de Jesús. Sus apariciones no ocurren luego de una espera espasmódica de los discípulos: de hecho se les aparece en las formas más imprevistas y cuando menos lo esperan. No son ellos quienes van a su encuentro, sino siempre él únicamente quien va al encuentro de ellos. Esto destaca el carácter no La «señal» histórica subjetivo, sino real de la apariciones. Ciertamente, son los discípulos más importante, más quienes ven a Jesús, pero eso ocurre porque él «se hace ver». De clara y más evidente hecho, así como se muestra cuando los discípulos no lo esperan, del dejada en la historia mismo modo desaparece súbitamente. Pensemos en los discípulos por la Resurrección de de Emaús: «Y mientras [Jesús] estaba en la mesa con ellos, tomó el Jesús está constituida pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. En ese momento por sus «apariciones». se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero él desapareció» (Lc Si bien efectivamente 24, 30-31). Y sin embargo ellos querrían seguir departiendo con él. nadie vio resucitar a Esta libertad de iniciativa de parte de Jesús muestra en qué medida Jesús, sus discípulos es inaceptable la tesis de quienes atribuyen las apariciones de Jesús lo vieron resucitado. al deseo intenso de los discípulos de verlo: en realidad, él apareEn realidad, Jesús se ce cuando ellos no piensan en él y desaparece cuando quisieran apareció muchas veces seguir viéndolo. a sus discípulos, en Un segundo elemento permanente de las apariciones de Jesús es el diversas circunstancias y reconocimiento. En Aquel que se muestra a ellos en distintas formas, distintos lugares. los discípulos reconocen al Jesús que estuvo con ellos y fue crucificado, pero no de inmediato y espontáneamente, sino lentamente y con mucha dificultad, tanto que el mismo Jesús debe reprocharles su lentitud para creer que se trata de él y convencerlos de que no es un fantasma, una alucinación, mostrando las manos y los pies perforados por clavos y el costado traspasado por la lanza y pidiéndoles comer. Así, están de tal manera desconcertados con las apariciones de Jesús que aún ante las pruebas más evidentes de que es precisamente él, siguen dudando y les cuesta creer: sienten que se encuentran ante un misterio, porque el Jesús que experimentan es ciertamente el Jesús con el cual vivieron durante más de dos años, pero también es distinto y algo más. Es un «más» y un «distinto» que no logran captar plenamente, pero en lo cual vislumbran, aun cuando les cuesta, la 2

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He aquí un relato sumamente «realista»: «Mientras estaban hablando de todo esto, Jesús se presentó en medio de ellos y les dijo: «Paz a ustedes». Quedaron atónitos y asustados [los discípulos], pensando que veían algún espíritu, pero él les dijo: «¿Por qué se desconciertan? ¿Cómo se les ocurre pensar eso? Miren mis manos y mis pies: soy yo. Tóquenme y fíjense bien que un espíritu no tiene carne ni huesos, como ustedes ven que yo tengo». Y dicho esto les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de creerlo por su gran alegría y seguían maravillados, les dijo: «¿Tienen aquí algo que comer?». Ellos, entonces, le ofrecieron un pedazo de pescado asado; lo tomó y lo comió delante ellos» (Lc 24, 36-43).


presencia de Dios. Así, ellos expresan lo que sienten con las palabras del discípulo Tomás: «Mi Señor y mi Dios» (Jn 20, 28) o con las del «discípulo al que Jesús amaba»: «Es el Señor» (Jn 21, 7). *** La tercera «señal» dejada por la Resurrección de Jesús en la historia es la radical transformación que se produjo en sus discípulos inmediatamente después de la Resurrección. Durante la vida de Jesús parecen mezquinos e interesados; durante la pasión temen compartir el destino de Jesús y lo abandonan, huyendo. Pedro lo sigue hasta el palacio de Caifás y niega tres veces conocerlo. Ninguno de ellos está presente en el Calvario, fuera del «discípulo al que Jesús amaba». Durante los días después de la muerte de Jesús, permanecen encerrados en una casa «por miedo a los judíos» (Jn 20, 19), hasta el punto de que los Doce no están presentes al bajarse a Jesús de la cruz y sepultarlo, sino José de Arimatea y Nicodemo, dos discípulos de Jesús, pero no conocidos como tales. Inmediatamente después de la Resurrección se produce en los discípulos de Jesús un cambio inexplicable. Ante todo, a diferencia de todo su pasado, aceptan la idea, para ellos absolutamente inconcebible y hasta absurda, de un Mesías crucificado; luego aceptan la idea, que para los hebreos en su rigidez monoteísta era una blasfemia, de que Jesús Ese Jesús que vieron es el «Señor», enaltecido a la diestra de Dios, y el Juez de los vivos crucificado, lo vieron y los muertos; y además se dedican a predicar sobre Jesús como resucitado, y este hecho aquel que los judíos crucificaron, pero Dios resucitó de la muerte y transformó su existencia constituyó en Señor y Salvador de los hombres, dándole poder total y les infundió el valor en el cielo y la tierra, y lo hacen con máxima valentía, enfrentando para anunciar a Cristo a los jefes del pueblo de Israel, experimentando torturas y siendo resucitado al mundo encarcelados, y teniendo la osadía de salir de Palestina para llevar entero y convertirse en garantes y «testigos» de a todo el mundo el Evangelio de Jesús. ¿Cómo se explica este cambio de los discípulos de Jesús, que llevó su Resurrección. al nacimiento de la Iglesia y a la rápida difusión del cristianismo en todo el mundo entonces conocido? La única explicación posible reside en que ellos tuvieron la experiencia perturbadora y transformadora de la Resurrección de Jesús. Ese Jesús que vieron crucificado, lo vieron resucitado, y este hecho transformó su existencia y les infundió el valor para anunciar a Cristo resucitado al mundo entero y convertirse en garantes y «testigos» de su Resurrección. *** En conclusión, la Resurrección de Jesús, aun cuando tuvo lugar en el más profundo misterio, dejó en la historia humana tres «señales»: el sepulcro vacío, las apariciones a los discípulos y la radical transformación de éstos. Reflexionando sobre semejantes «señales», podemos tener la certeza moral –que es la certeza propia de la historia – de que Jesús de Nazaret, el crucificado, resucitó realmente. La Resurrección es por tanto un hecho real, no «mítico» ni «subjetivo», porque Jesús resucitó en la «realidad» de su ser corpóreo y no en la «fe» ni el «deseo» de sus discípulos.

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Aproximaciones a Hildegarda de Bingen (1098-1179) POR MAURO MATTHEI, OSB

Hildegarda, la «mater veneranda»

NO SE LA COMPRENDE BIEN SI NO SE LA RECONOCE PRIMORDIALMENTE COMO SANTA ABADESA BENEDICTINA, COMO LA MÍSTICA MÁS INSPIRADA EN CUANTO AL DOGMA DE LA CREACIÓN, COMO MUJER DE ORACIÓN, AL MISMO TIEMPO QUE DE ACCIÓN EXTERIOR EN EL ÁMBITO DE LA IGLESIA DE SU TIEMPO.

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Ningún riesgo se corre al afirmar que muy pocas mujeres –o digamos mejor, ninguna– en la historia no sólo de Europa sino del mundo entero ha sido objeto de mayor respeto, rodeada de más reverencias, tomada en cuenta por casi todos los notables de su época, que Hildegarda, la abadesa y mística de Bingen en el Rhin. Al mismo tiempo, en las más de trescientas cartas que se conservan hasta hoy, sorprende el tono de autoridad y libertad con que ella responde a los elevados personajes que se dirigen a ella. En una primera aproximación a esta figura histórica es eso lo que más llama la atención: la densa nube de incienso que hay que atravesar para comenzar a vislumbrar algo de aquella mujer, famosísima en su tiempo, olvidada después y resituada en nuestros tiempos en el centro de los más diversos haces de luz. La bibliografía moderna que se ocupa de ella alcanza hasta la actualidad más de 3.000 volúmenes. Paradójicamente, y a causa, por cierto, de la ignorancia acerca de los contenidos teológicos de su obra, se la ha transformado también hoy en máxima autoridad del esoterismo, en heroína del New Age, en ejemplo luminoso para los movimientos feministas, en libro de consulta del régimen de vida alternativo, en diccionario viviente de la medicina natural, en estrella solitaria femenina entre los compositores de música, en no superada conocedora de los peces del Rhin y cuántas cosas más. Pero todo ello no se comprende si no se la reconoce primordialmente como santa abadesa benedictina, como la mística más inspirada en cuanto al dogma de la creación, como mujer de oración, al mismo tiempo que de acción exterior en el ámbito de la Iglesia de su tiempo. El Papa Eugenio III (1145-1153), con ocasión de su visita a Alemania en los años 1147 y 1148, respondió en los siguientes términos a la petición que le había hecho la santa para autorizar su monasterio en el Monte de San Ruperto, frente a Bingen: «Eugenio, siervo de los siervos de Dios, a Hildegarda, hija amada en el Señor, prepósita

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Rueda de la Vida. Santa Hildegarda, escribe Gorceix, se hace parte del patrimonio cultural germรกnico al mismo nivel que Eckhart y Durero.

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PARADÓJICAMENTE, Y A CAUSA, POR CIERTO, DE LA IGNORANCIA ACERCA DE LOS CONTENIDOS TEOLÓGICOS DE SU OBRA, SE LA HA TRANSFORMADO TAMBIÉN HOY EN MÁXIMA AUTORIDAD DEL ESOTERISMO, EN HEROÍNA DEL NEW AGE, EN EJEMPLO LUMINOSO PARA LOS MOVIMIENTOS FEMINISTAS.

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en el Monte de San Ruperto, salud y bendición apostólica. Nos admiramos, oh hija, y nos admiramos sobremanera porque Dios ha manifestado a nuestros tiempos nuevos milagros, al colmarte con su espíritu de tal manera que se dice de ti que contemplas, comprendes y declaras muchas cosas secretas». No solamente le fue autorizado y bendecido el monasterio como ella había pedido, sino que en el sínodo de Tréveris del año 1147, el pontífice, que por medio de San Bernardo, presente en aquella reunión, había tomado conocimiento del Scivias de la abadesa, «tomando los escritos de la bienaventurada Hildegardis en sus manos y haciendo el oficio de lector, le leyó de ellos públicamente a todo el clero presente», como nos refiere la Vida de la santa. Por medio de esta doble e ilustre recomendación de los dos grandes cistercienses San Bernardo y el papa Eugenio III, ella, como dice, «fue puesta sobre el candelabro de la Iglesia». El sucesor de Eugenio, el Papa Anastasio IV (1153-1154) se encomienda a las oraciones de la abadesa y le dice «Nos alegramos en el Señor y nos felicitamos, porque el nombre de Cristo de día en día es glorificado en ti». El Papa Adriano (1154-59, hasta ahora el único Papa inglés) termina su carta a ella diciéndole «Deseamos escuchar de ti palabras de consejo, porque se dice de ti que estás imbuida del espíritu milagroso de Dios, de lo cual nos alegramos mucho y damos gloria a la divina gracia que actúa en ti». El arzobispo Cristián de Maguncia le dice que, ocupado en sus múltiples quehaceres, le escribe sólo brevemente, pero con el corazón dilatado y todo el empeño de su mente, anhelando su piadoso afecto, «y porque sabemos que estás inspirada por el Espíritu divino, deseamos recibir de ti algunas palabras de exhortación». Hilino, arzobispo de Tréveris, que la trata de Mater veneranda et sincerissima charitate amplectenda –‘Madre digna de veneración y de ser abrazada con caridad muy sincera’– le suplica: «No nos prives de algunas gotas de aquel cáliz celestial con que tú te embriagas y no escondas bajo el celemín aquella luz que Dios encendió en ti para utilidad de los prójimos. Acudo al puerto de tu consuelo y a tus entrañas maternales, para que tengas a bien escribirme a mí, pecador». También el obispo de Jerusalén, cuya sede en aquellos años aún se hallaba en manos cristianas, le refiere que por parte de muchas personas que han venido de lejos y que han doblado sus rodillas en el sepulcro del Señor ha escuchado multoties –muchas veces– de la «fuerza divina que reside en ella y que por medio de ella obra a favor de otros». Humildemente se encomienda a sus oraciones y a las de las hermanas que habitan con ella. Notable es también la reacción de ciertos sacerdotes cuyo tenor de vida Hildegarda había fustigado en una de sus prédicas y que le


escriben lo siguiente: «No dejes de poner por escrito y enviarnos en tu maternal bondad lo que, adoctrinada por el Espíritu Santo, nos predicaste sobre la negligencia de nosotros los sacerdotes cuando celebramos el santo sacrificio, a fin de que tus advertencias no se desvanezcan en nuestra memoria, sino que siempre permanezcan ante nuestros ojos». El emperador Conrado III (1138-1152), identificándose ante ella como «rey de los romanos», le pidió oraciones por él y su hijo enfermo. El encuentro personal y epistolar entre la abadesa y otro grande de este mundo, el emperador Federico I Barbarroja (1152-1190) merece párrafo aparte. Aquel monarca belicoso y adversario del Papa, no sólo se había encomendado a sus oraciones, sino que había «rogado que ella viniera a su presencia» y la entrevista había tenido lugar en el palacio imperial de Ingelheim, cerca de Maguncia., muy al principio de su reinado (1154). En la carta que el monarca le escribiera a la santa después de aquel encuentro le confiesa que «todo lo que ella le había predicho» se había cumplido (jam in manibus tenemus) y le ruega que ella y sus religiosas no cesen de orar por él a Dios omnipotente, a fin de que, implicado como se halla de continuo en asuntos terrenos, no pierda la gracia divina. Por lo demás le asegura que atenderá con justicia todos los asuntos que ella le sometiera. Teniendo en cuenta todo lo que efectivamente sucedió en los 38 años de su reinado, en que se mostró acérrimo enemigo del Papa Alejandro III (1159-1181), levantando contra él sucesivamente tres antipapas, para finalmente morir ahogado en Oriente, en camino hacia la tercera cruzada, el «Responsum Hildegardis» que trae la Patrología latina en su tomo 197, revela toda la clarividencia política y el peso de la autoridad de Hildegarda. Ella contesta a Federico «en nombre del sumo juez» y le recuerda que, aunque tenga un nombre glorioso («Valde gloriosum est nomen tuum!»), tendrá que comparecer ante «el Rey superior». «En mística visión te veo vivir en muchas turbulencias y contrariedades ante los ojos de los vivos y encima de eso tu dominio sobre los asuntos terrenos, es sólo por un tiempo. Ten cuidado, pues, que el rey supremo no te arroje al suelo por la ceguera de tus ojos, que no ven con rectitud y por el modo cómo ejerces el mando. Procura que vivas de tal modo tu vida que la gracia de Dios no te llegue a faltar». Hildegarda, muy bien informada de todo lo que sucedía en la cristiandad, llegó a saber antes de su muerte cómo Federico Barbarroja, después de haber alentado durante 18 años un agitadísimo cisma contra el Papa legítimo Alejandro III, había tenido que reconciliarse con él en un dramático momento ante el atrio de la catedral

EL ENCUENTRO PERSONAL Y EPISTOLAR ENTRE LA ABADESA Y OTRO GRANDE DE ESTE MUNDO, EL EMPERADOR FEDERICO I BARBARROJA (1152-1190) MERECE PÁRRAFO APARTE. AQUEL MONARCA BELICOSO Y ADVERSARIO DEL PAPA, NO SÓLO SE HABÍA ENCOMENDADO A SUS ORACIONES, SINO QUE HABÍA «ROGADO QUE ELLA VINIERA A SU PRESENCIA» Y LA ENTREVISTA HABÍA TENIDO LUGAR EN EL PALACIO IMPERIAL DE INGELHEIM, CERCA DE MAGUNCIA, MUY AL PRINCIPIO DE SU REINADO (1154).

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ELOGIO DE JUAN PABLO II Juan Pablo II, con ocasión de celebrarse los ochocientos años de la muerte de Hildegarda (1979), escribió al cardenal Hermann Volk, obispo de Maguncia, diciendo entre otros conceptos:

Enriquecida con peculiares dones sobrenaturales desde su tierna edad, Santa Hildegarda profundizó en los secretos de la teología, medicina, música y otras artes, y escribió abundantemente sobre ellas, poniendo de manifiesto la unión entre la redención y el hombre. Amó exclusivamente a la Iglesia: ardiendo en este amor, no dudó en salir de los claustros del monasterio, para encontrarse, como intrépida defensora de la verdad y de la paz, con prelados, autoridades civiles y con el mismo emperador, e incluso habló a multitudes de hombres. Ella, que aunque siempre débil de salud, pero muy vigorosa en fuerzas espirituales y verdaderamente «mujer fuerte», fue llamada en otro tiempo ‘profetisa de Alemania’, en la conmemoración de este aniversario parece hablar perentoriamente a los fieles cristianos de su estirpe y a los demás. La vida y la obra de esta Santa esclarecida enseña que la unión con Dios y el cumplimiento de la voluntad divina son los dones que se deben buscar con mayor cuidado, sobre todo por aquellos que han elegido una vida más exigente en el estado religioso: es conveniente dirigirles las palabras de Santa Hildegarda: ‘Mirad y recorred el camino recto’ (Carta 140; PL 197, 0371). Los fieles cristianos deben sentirse impulsados a poner en práctica, en esta época, el mensaje del Evangelio. Además, esta maestra, llena de Dios, enseña que el mundo sólo puede ser comprendido y regido rectamente si se lo considera como criatura del Padre amoroso y providente que está en los cielos. Finalmente, el cuidado que ella mostró como sierva infatigable del Salvador para con las almas y cuerpos de sus coetáneos, impulsará a los hombres actuales de buena voluntad a ayudar en la medida de sus fuerzas a los hermanos y hermanas que se encuentren necesitados». (Juan Pablo II, «Carta al Cardenal Hermann Volk, Obispo de Maguncia: 800 aniversario de la muerte de Santa Hildegarda de Bingen». En: L’Osservatore Romano, 1979).

de San Marcos en Venecia (julio de 1177). El año de la muerte de Hildegarda, 1179, Alejandro III convocaría el tercer concilio ecuménico de Letrán, que intentaría reafirmar en una síntesis final las principales ideas directrices de la reforma gregoriana del siglo XI y de la herencia de San Bernardo, preparando así el apogeo de la cristiandad medieval en el siglo XIII. 1 Hildegarde de Bingen, Le livre des oeuvres divines, présenté et traduit par Bernard Gorceix, ed.Albin Michel, Paris 1982 y 1989. 2 Azucena Adelina Fraboschi, Hildegarda de Bingen. La extraordinaria vida de una mujer extraordinaria, Universidad Católica Argentina, Buenos Aires 2004.

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«Una gran figura, una gran obra, en un gran siglo» Con estas expresiones circunscribe Bernard Gorceix en su presentación a la edición francesa al Libro de las obras divinas1 el «fenómeno hildegardiano». Azucena Adelina Fraboschi en su notable libro sobre la santa 2 habla de «la extraordinaria vida de una mujer extraordinaria». La célebre medievalista francesa Régine Pernoud


ve en Hildegarda «la conciencia inspirada del siglo XII»3. Todos están de acuerdo en que en Hildegarda se está enfrente, más que de una persona, de un «acontecimiento». Recensionando brevemente su vida, habría que recordar que Hildegarda había nacido en 1098 como décima y última hija del matrimonio de Hildeberto y Mectildis, pertenecientes a la nobleza local. A la edad de ocho años (1106) fue ofrecida como «diezmo» por sus padres al monasterio benedictino de Disibodenberg y confiada allí al cuidado y a la educación de la reclusa Jutta von Spanheim, que vivía junto al monasterio de los monjes. La magistra la formó en la oración, la humildad y la pureza, mientras que el monje Vollmar la introducía en la Sagrada Escritura, especialmente los salmos, la lectio divina, el canto y la música. A la muerte de Jutta en el año 1136, la pequeña comunidad de monjas que se había formado en torno a ellas, unánimemente eligió a Hildegarda como su abadesa. Ya en aquellos años ella había empezado a poner por escrito sus Visiones, que intituló Scivias («Conoce los caminos»). Ella misma confesaría más tarde que aquellas «visiones» no consistían en algo perceptible por ojos u oídos, ni iban acompañadas de éxtasis, sino que era algo visto «con el ojo interior». En lenguaje actual podríamos decir que era una manera «ocular» de dar forma al fruto de sus inspiradas meditaciones, una manera de «ver» lo que movía su oración personal. Este carisma era para ella motivo de gozo y de pesadumbre a la vez. De gozo, por el contenido de lo que veía y de pesadumbre, por el trabajo de traducir su experiencia espiritual en palabras y, más aun, en palabras de la lengua latina, que ella no dominaba bien. Fue en el cuadragésimo tercer año de su vida y quinto de su cargo abacial (1141) que entre muchos sufrimientos corporales y «dudas» y con la ayuda del monje Vollmar y de una joven monja de nombre Ricarda, comenzó a poner por escrito sus visiones. Al tener noticia en 1146 de la llegada a Alemania de San Bernardo y del Papa Eugenio III, se animó a escribir al santo cisterciense para que le diera una luz definitiva sobre lo que le estaba sucediendo. La carta de Hildegarda y la respuesta de San Bernardo, aunque conocidas, no pueden ser omitidas, ya que nos permiten entrever algo del espíritu que unía a las dos figuras más sobresalientes del siglo XII:

HILDEGARDA, MUY BIEN INFORMADA DE TODO LO QUE SUCEDÍA EN LA CRISTIANDAD, LLEGÓ A SABER ANTES DE SU MUERTE CÓMO FEDERICO BARBARROJA, DESPUÉS DE HABER ALENTADO DURANTE 18 AÑOS UN AGITADÍSIMO CISMA CONTRA EL PAPA LEGÍTIMO ALEJANDRO III, HABÍA TENIDO QUE RECONCILIARSE CON ÉL EN UN DRAMÁTICO MOMENTO ANTE EL ATRIO DE LA CATEDRAL DE SAN MARCOS EN VENECIA (JULIO DE 1177).(…)

«Venerable Padre Bernardo, maravilloso te ves en tan grandes honores, por la gracia de Dios. Por ese Dios te suplico, Padre, que me escuches, ya que te pregunto. Estoy muy afligida por esta visión que se me ha abierto como un misterio en el Espíritu. Nunca la he visto con los ojos exteriores de la

3 Régine Pernoud, Hildegarde de Bingen. Conscience inspiré du XII siécle. Editions du Rocher. Paris 1994.

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carne. Yo, la miserable y aún más miserable en mi condición de mujer, he visto desde mi niñez grandes y maravillosas cosas, que mi lengua no podría pronunciar si el Espíritu Divino no me enseñara a creer. Oh, Padre benigno, que eres tan seguro, respóndeme en tu bondad, a mí tu sierva indigna, que no ha vivido en seguridad a partir de su niñez, ni una sola hora. En tu amor de padre y tu sabiduría, explora tu alma sobre lo que el Espíritu Santo te enseña y haz a tu sierva el regalo del consuelo que mana de tu corazón. Creo conocer el sentido de la interpretación del salterio, de los evangelios y de los demás libros de la Escritura que me es dado por esta contemplación. Como una llama devoradora esta contemplación toca mi corazón y mi alma y me enseña las profundidades de la interpretación. Pero no me enseña las Escrituras en lengua alemana, que no conozco. Sólo sé leer como una mujer simple, pero no sé analizar las frases. Así, pues, respóndeme: ¿Qué opinas de todo esto? Yo no

YA EN AQUELLOS AÑOS ELLA HABÍA EMPEZADO A PONER POR ESCRITO SUS «VISIONES», QUE INTITULÓ «SCIVIAS» («CONOCE LOS CAMINOS»). ELLA MISMA CONFESARÍA MÁS TARDE QUE AQUELLAS «VISIONES» NO CONSISTÍAN EN ALGO PERCEPTIBLE POR OJOS U OÍDOS, NI IBAN ACOMPAÑADAS DE ÉXTASIS, SINO QUE ERA ALGO VISTO «CON EL OJO INTERIOR». (…)

he recibido ninguna enseñanza de escuela, sólo muy dentro de mi corazón he sido instruida. Por eso hablo como dudando. Pero al oír hablar de tu sabiduría y de tu amor quedo consolada… Por el amor de Dios, deseo, Padre, que me consueles aún más, pues entonces tendré seguridad. Hace más de dos años te vi en mi contemplación como un hombre que mira de frente el sol y no siente temor, antes bien, es audaz. Y yo he llorado, comparándome contigo, porque me siento dubitativa y vacilante. Padre bondadoso y benignísimo, estoy puesta en tu alma para que me reveles por medio de tu palabra si quieres que yo hable de lo que veo o si prefieres que mantenga silencio. Sufro grandes penalidades en mi alma, porque no sé si puedo y hasta qué punto debo hablar de lo que he visto o escuchado. Muchas veces la enfermedad me arroja al lecho, de modo que no puedo ni sentarme. Pero ahora me levanto y corro hacia ti y te digo: a ti nadie te abate, sino que siempre levantas el árbol de la Iglesia y eres victorioso en tu alma. Y te levantas no tan sólo a ti mismo, sino que levantas al mundo entero para su salvación. Tú eres el águila que mira el sol de frente. Que la fuerza paternal que anima tu corazón haga que no permanezcas indiferente ante las palabras de esta mujer Hildegardis. Adiós, Padre, adiós y que sigas siendo un valiente luchador en el Señor. Amén».

La respuesta de San Bernardo a una misiva tan cálida no podía ser menos espiritual: «Por Hildegardis, amada hija en Cristo, ora el hermano Bernardo, llamado abad de Claivaux, si es que la oración de un pecador alcanza alguna cosa.

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Ya que piensas de mi exigua persona en forma muy superior a lo que me dice mi propia conciencia, creo que esto se debe únicamente a tu humildad. No olvidaré de responder el mensaje de tu caridad, aunque la cantidad de los asuntos por resolver me obliga a hacerlo en forma más breve de lo que yo habría deseado. Me gozo por la gracia de Dios que obra en ti. Y en lo que a mí se refiere, te exhorto y te conjuro a

(…) EN LENGUAJE ACTUAL PODRÍAMOS DECIR QUE ERA UNA MANERA «OCULAR» DE DAR FORMA AL FRUTO DE SUS INSPIRADAS MEDITACIONES, UNA MANERA DE «VER» LO QUE MOVÍA SU ORACIÓN PERSONAL. ESTE CARISMA ERA PARA ELLA MOTIVO DE GOZO Y DE PESADUMBRE. A LA VEZ. DE GOZO, POR EL CONTENIDO DE LO QUE VEÍA, Y DE PESADUMBRE, POR EL TRABAJO DE TRADUCIR SU EXPERIENCIA ESPIRITUAL EN PALABRAS Y, MÁS AUN, EN PALABRAS DE LA LENGUA LATINA, QUE ELLA NO DOMINABA BIEN.

que la estimes como una gracia y le correspondas con toda la amorosa energía de la humildad y de la entrega. Sabes bien que ‘Dios resiste a los soberbios y concede a los humildes su gracia’ (Stgo. 4,6). Por lo demás, ¿qué más debo enseñarte y amonestarte, si ya hay en ti una instrucción interior y una unción que te enseña todo? Te ruego y te pido que te acuerdes de mí ante el Señor y de todos los que nos están unidos en Dios».

Esta carta y la aprobación de Eugenio III a su proyectado monasterio de Rupertsberg fueron el punto de inflexión de toda la vida de Hildegarda: si hasta entonces su vida había sido oculta y desconocida, a partir de 1147 no sólo terminó lo que faltaba del

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La Ciudad como símbolo de la comunidad humana y La obra de Cristo en el mundo (pág. derecha). Más allá de las claves que entregan sus visiones, su lenguaje de estilo profético-bíblico tiene un valor de advertencia que se compagina con la importante obra epistolar y musical de la abadesa. Santa Hildegarda fue una gran figura que realizó una gran obra en el contexto de un gran siglo, marcado por la presencia de San Bernardo, Pedro el Venerable y Abelardo.

Scivias, sino que se proyectará en nuevas obras de variada índole, fundará sucesivamente dos monasterios y emprenderá cuatro largos viajes de predicación. Lo primero era salir de la tutela de los monjes de Disibodenberg, junto a los cuales había vivido la comunidad femenina desde sus orígenes y trasladarse a San Ruperto, frente a Bingen. Tal paso, nada fácil, ya que tanto los monjes como algunas de las monjas manifestaban su escepticismo y aun su resistencia frente a la medida, se concretó en el año 1150. En esta fundación y la construcción de iglesia y monasterio, como más tarde en 1165 en

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FUE EN EL CUADRAGÉSIMO TERCER AÑO DE SU VIDA Y QUINTO DE SU CARGO ABACIAL (1141) QUE ENTRE MUCHOS SUFRIMIENTOS CORPORALES Y «DUDAS» Y CON LA AYUDA DEL MONJE VOLLMAR Y DE UNA JOVEN MONJA DE NOMBRE RICARDA, COMENZÓ A PONER POR ESCRITO SUS VISIONES. AL TENER NOTICIA EN 1146 DE LA LLEGADA A ALEMANIA DE SAN BERNARDO Y DEL PAPA EUGENIO III, SE ANIMÓ A ESCRIBIR AL SANTO CISTERCIENSE PARA QUE LE DIERA UNA LUZ DEFINITIVA SOBRE LO QUE LE ESTABA SUCEDIENDO.

la de Eibingen, en la orilla derecha del Rhin, Hildegarda, la que se tildaba de «pobre mujer» e «insegura», reveló una veta desconocida de organizadora y mujer de empresa. El monje Guiberto de Gembloux, que visitaría a las monjas en 1177, declara: «los monasterios han crecido en el espíritu de San Benito y en sus edificios, pues se componen de hermosas construcciones; todos los talleres tienen cañerías de agua y las salas en que trabajan las monjas copiando manuscritos tienen mucha luz. Las hermanas se señalan por su espíritu de oración y su diligencia en todo».

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Cosas vistas en el cielo y la tierra, obras escritas, caminos recorridos

4 Hildegard de Bingen, Sinfonía de la armonía de las Revelaciones celestiales, Editorial Trotta, Madrid 2003. 5 Hildegarda de Bingen, Scivias. Conoce los caminos, traducción de Antonio Castro Zafra y Mónica Castro, Editorial Trotta, Madrid 1999. 6 Victoria Cirlot, Vida y visiones de Hildegard von Bingen, Siruela, Madrid 1997 7 María Eugenia Góngora, «Una pluma en las manos de Dios: una imagen en tres cartas de Hildegard de Bingen», en Cyber Humanitatis (Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile) 2001. 8 Mauro Matthei OSB, «Genealogía espiritual y descendencia de Hildegardis de Bingen», en Cuadernos monásticos 36 (2001)159 9 Cándida María Cymbalista OSB, «Hildegarda», en Cuadernos monásticos 39 (2004), 469 10 Coloquio «Mujeres de la Edad Media. A novecientos años del nacimiento de Hildegard von Bingen»,Universidad de Chile 1998 y 2003 y «Conociendo a Hildegarda, la abadesa de Bingen y su tiempo»,Universidad Católica Santa María de los Buenos Aires, 2005.

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El llamado «tríptico visionario» o «trilogía visionaria», que constituye el núcleo central de los escritos de Hildegarda, lo conforman el Scivias o «Sé los caminos a la luz vivificante», escrito entre 1141 y 1150; el Liber vitae meritorum o Libro de las retribuciones de cada cual por su vida, elaborado entre 1158 y 1163, y el «Liber divinorum operum» o Liber de operatione Dei (Libro de las obras divinas), redactado entre 1163 y 1173. El Scivias se compone de tres libros, abocados sucesivamente al Creador y la creación, al Mesías y a la Iglesia y a la historia de la salvación. El Liber vitae meritorum trata de los vicios y virtudes, y finalmente el Liber divinorum operum, la obra más madura y espléndida de la mística, medita la relación entre el microcosmos –el mundo de la creación, en especial del hombre– y el macrocosmos –el Universo como proyección de Dios– en el contexto de la historia de la salvación. Contrastan con estas obras visionarias dos libros en que prevalece la observación y la experiencia: la Physica o Liber simplicis medicinae, es decir, «Libro de la medicina simple», centrado en el mundo animal, vegetal y mineral y Causae et Curae o Liber compositae medicinae sobre las causas y los remedios de las enfermedades. Una tercera vertiente de la sensibilidad hildegardiana la constituyen sus obras musicales reunidas en el tomo de Symphonia armoniae celestium revelationum, es decir, «Sinfonía de la armonía de las revelaciones celestiales»4, investigada en Chile por María Isabel Flisfisch, María Eugenia Góngora, Italo Fuentes, Beatriz Meli y María José Ortúzar y publicada en una excelente edición. A estas obras musicales se agrega una especie de Oratorio o auto sacramental cantado, titulado Ordo virtutum, estrenado en nuestro país por el conjunto «Calenda Maia». La correspondencia de Hildegarda, por último, es copiosa, ya que abarca más de trescientas cartas, que revelan el contacto que la abadesa mantenía con los más conspicuos personajes de su siglo. Todas estas obras constituyen un universo que apenas se ha comenzado a recorrer. En el mundo hispanoparlante se cuenta hasta ahora sólo con la edición arriba mencionada de las obras musicales, con la del Scivias5 y la Vita Sanctae Hildegardis6. María Eugenia Góngora ha estudiado tres cartas de la santa7. En un trabajo anterior he tratado de proporcionar un panorama general de la vida y obra de Hildegarda; 8 lo mismo ha hecho la abadesa Cándida María Cymbalista9: Se han celebrado al menos tres simposios sobre el tema, tanto en Santiago de Chile como en Buenos Aires10. Insólito, especialmente en la Edad Media, es el hecho de que la abadesa emprendiera varios y extensos viajes de predicación, solicitada por obispos, abades y sacerdotes. Ello manifiesta la autoridad moral


de que gozaba la santa en todos los ámbitos. Los viajes de mayor envergadura fueron cuatro: Primer viaje (1158-1159): por el río Main (Mena), con visitas en Maguncia, la abadía de Kitzingen, la ciudad de Bamberga. Segundo viaje (1160): por el río Mosela hasta Lorena. En Pentecostés de ese año predicó al clero reunido en el monasterio San Matías de Tréveris. En Metz predicó al clero, invitada por el duque Mateo, tío de la emperatriz. Tercer viaje (entre 1161 y 1163): por el Rhin hasta Colonia, donde predicó en el monasterio de monjas benedictinas de Santa María in Capitolio. El motivo principal de sus sermones era el surgimiento de la herejía de los cátaros, contra los cuales aconseja las mismas medidas que sesenta años más tarde practicará Sto. Domingo de Guzmán y su Orden de Predicadores: el estudio y la prédica de la Palabra de Dios y una vida austera y ejemplar, ambas cosas al parecer ausentes en el clero de la época. Cuarto viaje (1170-1171): por Suabia y solamente por asuntos de reformas de monasterios. La abadesa estuvo primero en Maulbronn, monasterio cisterciense edificado en aquellos años y conservado íntegro hasta la actualidad. Después visitó las grandes abadías benedictinas de Hirsau y Zwiefalten, con las cuales tenía también trato epistolar. Los viajes los realizaba en barco y a caballo, lo cual, dada su frágil salud, era muy fatigoso para ella y las monjas que la acompañaban. Se le conocen al menos tres períodos en que estuvo enferma casi hasta la muerte, con recuperaciones lentas de muchos meses: 1155, 1158 y 1168. Ella agradecía estos sufrimientos como dones que Dios le enviaba para que ella «no se inflara». Débil como se sentía, era, sin embargo firmísima y perseverante cuando se trataba de las cosas de Dios y de su Iglesia.

«SUFRO GRANDES PENALIDADES EN MI ALMA, PORQUE NO SÉ SI PUEDO Y HASTA QUÉ PUNTO DEBO HABLAR DE LO QUE HE VISTO O ESCUCHADO. MUCHAS VECES LA ENFERMEDAD ME ARROJA AL LECHO, DE MODO QUE NO PUEDO NI SENTARME».

¿Cómo entender las visiones de Hildegarda de Bingen? Nuestra época tiende a un juicio negativo en lo que se refiere a leyendas piadosas, hagiografías exuberantes de milagros y también a las visiones y revelaciones particulares. Indudablemente es sano y conveniente aplicar la criba crítica a todo discurso que se nos presenta y la credulidad, que por lo demás no se considera una virtud, se diferencia en más de un punto de la fe. Parece irreversible que en cuanto a las leyendas no nos impresionen ya los detalles de la trama y más bien se busque desentrañar el «mensaje» y que en cuanto a las hagiografías preferimos las que son verídicas y verosímiles desde el punto de vista histórico y psicológico. Pero en lo que atañe a las visiones y revelaciones de los santos conviene no echarlas en un mismo saco con fenómenos meramente psíquicos.

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Origen de la Creación. Iluminación del ‘Libro de las obras divinas’, pertenecientes al tríptico visionario de la abadesa de Bingen.

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En primer lugar, habría que recordar que en las Sagradas Escrituras de ambos Testamentos no escasean las visiones, revelaciones y sueños proféticos. Si, por ejemplo, consideramos las grandes visiones del profeta Ezequiel, veremos que a pesar de su fuerza poética y riqueza de imágenes, se trata de cosas muy reales y comprobables, pero que por su carácter sobrenatural no pueden ser accesibles sino por medio del lenguaje poético y metafórico. Lo mismo se podrá decir de las parábolas de Jesús. Evidentemente las visiones de Santa Hildegarda no podrán considerarse en el mismo plano que las de San Pablo en los Hechos de los Apóstoles. ¿En qué estriban las diferencias? En este punto ayuda muchísimo lo que aclara el en aquel entonces cardenal Ratzinger en su Comentario teológico al tercer secreto de Fátima, publicado el 26 de junio de 2000. «La doctrina de la Iglesia –dice el cardenal– distingue entre la ‘revelación pública’ y las ‘revelaciones privadas’. Entre estas dos realidades hay una diferencia, no sólo de grado, sino de esencia. El término ‘revelación pública’ designa la acción salvadora de Dios destinada a la humanidad, que ha encontrado su expresión literaria en las dos partes de la Biblia: el Antiguo y el Nuevo Testamento». Esta revelación es única y definitiva, nada nuevo o diferente le puede ser añadido. Sin embargo, todo el contenido de ella deberá ser comprendido y explicitado gradualmente a través de los siglos y en este contexto es posible entender correctamente el concepto de «revelación privada», que se refiere a todas las visiones y revelaciones que tienen lugar una vez terminado el Nuevo Testamento. Dice el Catecismo de la Iglesia Católica en su N°67 que «la función de tales fenómenos no es la de ‘completar’ la Revelación definitiva de Cristo, sino la de ayudar a vivirla más plenamente en una cierta época de la historia». Muchas de estas revelaciones (como por ejemplo, las de Guadalupe, Lourdes y Fátima , las de Santa Juliana de Lieja sobre el culto eucarístico, las de Santa Gertrudis, las de Santa Margarita María de Alacoque sobre el Sagrado Corazón de Jesús y, evidentemente, las de Santa Hildegarda) han sido reconocidas por la Iglesia. ¿Qué alcance tiene tal reconocimiento? Tres constataciones: que la revelación en cuestión no contiene nada que vaya contra la fe y las buenas costumbres; que es lícito hacerla pública y que los fieles están autorizados a darle en forma prudente su adhesión. «Un mensaje así –concluye Ratzinger–, puede ser una ayuda válida para comprender y vivir mejor el Evangelio en el momento presente, por eso no se debe descartar. Es una ayuda que se ofrece, pero no es obligatorio hacer uso de la misma». Las visiones de Santa Hildegarda deben ser definidas, en consecuencia, como dones sobrenaturales de revelaciones privadas. Pero hay más aún: estos dones sobrenaturales se insertan en una naturaleza humana, asumiendo sus dones naturales. En el caso de Hildegarda

LA CARTA DE SAN BERNARDO Y LA APROBACIÓN DE EUGENIO III A SU PROYECTADO MONASTERIO DE RUPERTSBERG FUERON EL PUNTO DE INFLEXIÓN DE TODA LA VIDA DE HILDEGARDA: SI HASTA ENTONCES SU VIDA HABÍA SIDO OCULTA Y DESCONOCIDA, A PARTIR DE 1147 NO SÓLO TERMINÓ LO QUE FALTABA DEL «SCIVIAS», SINO QUE SE PROYECTARÁ EN NUEVAS OBRAS DE VARIADA ÍNDOLE, FUNDARÁ SUCESIVAMENTE DOS MONASTERIOS Y EMPRENDERÁ CUATRO LARGOS VIAJES DE PREDICACIÓN.

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EN ESTA FUNDACIÓN Y LA CONSTRUCCIÓN DE IGLESIA Y MONASTERIO, COMO MÁS TARDE EN 1165 EN LA DE EIBINGEN, EN LA ORILLA DERECHA DEL RHIN, HILDEGARDA, LA QUE SE TILDABA DE «POBRE MUJER» E «INSEGURA», REVELÓ UNA VETA DESCONOCIDA DE ORGANIZADORA Y MUJER DE EMPRESA. (...)

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se trata de una naturaleza altamente agraciada. Entre estas gracias hay que señalar en primer lugar su agudo sentido de observación y de investigación, que destaca ante todo en sus obras de medicina; su sentido musical y su capacidad de organización. Como en otros genios de la humanidad se reconoce en ella una hiperestesia en su modo de «ver» las cosas y los acontecimientos. Relata su Vita que, muy pequeña aún, al entrar a un establo y ver una vaca preñada, había «visto» y descrito en detalle el ternero aún no nacido y que después del parto todos habían podido comprobar la exactitud de aquella descripción. Esta mirada que podríamos llamar «radiográfica» se descubre durante toda la vida de la santa. Habría que destacar que en las visiones de la mística renana no hay nada extravagante o extraño. En todo momento ella se ajusta a la ortodoxia y a temas conocidos para la fe cristiana. Tampoco son inspiración de un momento. En la redacción de cada uno de sus tres libros místicos trabajó hasta el agotamiento entre cinco y diez años. La exploración de este tesoro espiritual está recién en sus comienzos, son meras «aproximaciones», ante todo en el ámbito hispanoparlante, en que faltan las traducciones.

La última prueba En violento contraste con la permanente deferencia que el mundo oficial le tributó a Hildegarda en su vida, estuvo un episodio amargo y terrible que le sobrevino poco tiempo antes de su muerte. La trama de esta última tragedia puede ser resumida en pocas palabras: Cierto caballero, que había sido excomulgado por causas que no se conocen, había encontrado refugio en el monasterio de las monjas y, después de pedir y alcanzar el perdón y la absolución de sus culpas, había muerto y por orden de la abadesa había sido sepultado en el cementerio del monasterio. El cabildo eclesiástico de Maguncia se había enterado en forma incompleta del suceso –pues al parecer nada sabía de la absolución que había recibido el difunto– y ordenó a la abadesa que el cadáver fuese desenterrado y echado al estercolero. Hildegarda, profundamente conmovida, recurrió a la oración y después hizo saber a los canónigos que no haría lo ordenado, ya que una persona que había recibido el perdón de Cristo no podía ser tratada en esa forma. En previsión de posibles actos de violencia de parte de los canónigos, la abadesa, que ya tenía más de ochenta años, se dirigió al cementerio, trazó con su báculo una cruz sobre la tumba del caballero y después se preocupó de que se disimulase el lugar preciso del entierro. En seguida redactó una defensa escrita de la causa del difunto y fue a entregarla personalmente a Maguncia. En aquellos años el arzobispo Cristián de Maguncia se encontraba


en Italia, ocupado en múltiples asuntos relacionados con Federico Barbarroja y el Papa. La responsabilidad de que a pesar de todo fuese decretado el entredicho (interdictum) contra la comunidad de Rupertsberg recae sobre el obstinado coro de los canónigos. La medida era de extrema gravedad, ya que al prohibirse el culto divino y el toque de las campanas en el monasterio se afectaba el nervio vital de una comunidad benedictina. Las monjas sólo podían recitar en privado el oficio divino, omitiendo el canto y la música y la celebración de la Eucaristía quedaba prohibida. Hildegarda y sus monjas prefirieron sufrir durante meses esta terrible privación, antes que permitir que el perdón de Cristo fuese tratado en forma irrisoria. Ocurrieron varios percances que prolongaron aquella agonía: al estar el arzobispo Cristián ausente de su sede, Hildegarda obtuvo del arzobispo Felipe de Colonia un requerimiento de éste a los canónigos de Maguncia para que suspendiesen la interdicción. Picado en su amor propio, el arzobispo Cristián renovó desde Italia el castigo. Tras una carta directa de Hildegarda, el irritado prelado accedió por fin a levantar el entredicho e incluso pidió perdón a la santa por las molestias que había tenido que sufrir la comunidad. Esto sucedía en marzo del año 1179 y ya el 17 de septiembre del mismo año Hildegarda, a los 82 años de edad, entraría a la visión eterna, que con tanta intensidad como fuerza poética ella había pregustado en sus experiencias místicas. Ante los canónigos la Abadesa había demostrado una entereza sin igual. Los argumentos que presentó por escrito a las autoridades eclesiásticas eran fundamentalmente dos y muy desiguales: 1) El perdón de Jesucristo es definitivo y no puede ser invalidado. 2) Prohibir el canto y la música en la liturgia es un pecado grave, más aun es obra del diablo. Este último argumento lo desarrolla con toda una justificación del canto y la música en la liturgia:

EL MOTIVO PRINCIPAL DE SUS SERMONES ERA EL SURGIMIENTO DE LA HEREJÍA DE LOS CÁTAROS, CONTRA LOS CUALES ACONSEJA LAS MISMAS MEDIDAS QUE SESENTA AÑOS MÁS TARDE PRACTICARÁ STO. DOMINGO DE GUZMÁN Y SU ORDEN DE PREDICADORES: EL ESTUDIO Y LA PRÉDICA DE LA PALABRA DE DIOS Y UNA VIDA AUSTERA Y EJEMPLAR, AMBAS COSAS AL PARECER AUSENTES EN EL CLERO DE LA ÉPOCA.

En el primer hombre, como salido directamente de la mano de Dios, «residía el sonido de toda armonía y la dulzura de todo el arte musical». Después de su caída el hombre reanudó el cultivo de la música para no olvidar en su destierro su condición de plenitud anterior y con ese fin los santos profetas, enseñados por el Espíritu Santo, compusieron salmos y cánticos y crearon diversos instrumentos musicales Pero el diablo, «al oír que el hombre había empezado a cantar por inspiración de Dios y que por esto sería atraído al recuerdo de la suavidad de los cánticos de la patria celestial… se dedicó a discurrir y buscar la manera de perturbar o impedir sin cesar la proclamación, la belleza y la dulzura de la alabanza divina y de los himnos espirituales, no sólo en el corazón del hombre –mediante insinuaciones perversas, pensamientos impuros o distracciones– sino también en el corazón de la Iglesia y dondequiera que puede hacerlo –mediante discordias, escándalos e injustas opresiones. Por eso vosotros

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y todos los prelados debéis tener muchísimo cuidado y antes de cerrar con una sentencia la boca de una asamblea religiosa que canta a Dios sus alabanzas y de prohibirle, sea la administración, sea la recepción de los sacramentos, discutid primero con gran diligencia las causas por las que consideráis que debéis hacerlo. Velad para que lleguéis a esto movidos por el celo de la justicia de Dios y no por la indignación o por cualquier otra emoción injusta o bien por el deseo de venganza; y cuidad siempre que Satanás, que arrancó al hombre de la armonía celestial y de las delicias del Paraíso, no os engañe en vuestros juicios».

Modesto ensayo de un florilegio hildegardiano Nada mejor para dar término a estas «aproximaciones» a Hildegarda que reproducir algunos de sus pensamientos: SE LE CONOCEN AL MENOS TRES PERÍODOS EN QUE ESTUVO ENFERMA CASI HASTA LA MUERTE, CON RECUPERACIONES LENTAS DE MUCHOS MESES: 1155, 1158 Y 1168. ELLA AGRADECÍA ESTOS SUFRIMIENTOS COMO DONES QUE DIOS LE ENVIABA PARA QUE ELLA «NO SE INFLARA». DÉBIL COMO SE SENTÍA, ERA, SIN EMBARGO FIRMÍSIMA Y PERSEVERANTE CUANDO SE TRATABA DE LAS COSAS DE DIOS Y DE SU IGLESIA.

Yo soy –dice Dios– la ígnea y más alta fuerza que engendra. Toda centella de vida ha sido encendida por mí. Yo, que soy el fuego de la vida, prendo fuego por sobre la hermosura de los campos, yo alumbro encima de las aguas, yo ardo en el sol y resplandezco en la luz de la luna y de las estrellas y suscito con el soplo de los aires todo ser que tenga vida. Mi aliento es vivificancia en todo lo verde y floreciente. Las aguas fluyen como si tuvieran vida por sí mismas, el sol vive como si su luz fuera propia de él y la luna se enciende cada vez de nuevo en la brasa del sol, los astros parecen vivir al contagiar al mundo con su vivo resplandor. Yo engendro, escondido en todo ser, todo lo que existe arde por mí. Soy por doquier la fuerza llameante y escondida por la cual todo el universo arde y da luz. Todo vive en su ser interior, ninguna muerte se halla en él, porque yo soy la vida. Pero la obra de todas las obras de Dios es el hombre. ¡Qué magnífica es la sabiduría en el corazón de Dios, que desde la eternidad ha visto cada una de sus criaturas! Dios, al fijar su mirada en el rostro del hombre a quien había creado, reconoció toda su creación en esta figura de hombre. ¡Qué maravilloso es tu aliento con que despertaste al hombre a la vida! Los cielos, por cierto, reflejan a Dios; pero el hombre es el espejo de todos los milagros divinos. Cuando Dios fijó su mirada en el rostro del hombre encontró en él toda su complacencia. Con mi boca –dijo Dios– quiero besar mi obra más propia y acariciar aquella figura que del barro formé. Con amor jamás pronunciado te rodearon mis brazos y mi espíritu ardiente hizo de ti un cuerpo. ¡Vean todos y contemplen a ese hombre! El cielo y la tierra y el todo del mun-

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do creado están contenidos en él. Y así el universo reposa contenido en él. El hombre creado por Dios es como un llamado, como un grito, como una voz: Oh que plañidera y al mismo tiempo magnífica resuena esa voz, porque Dios elevó aquellas vasijas de barro con todos sus milagros hasta las estrellas. Todo lo terrenal se ha tornado lenguaje de amor cuando la Palabra se hizo carne por amor. La Encarnación de Dios en su Palabra es la gran comunicación de su amor. En este amor también el hombre posee la túnica de su amor. Así el amor está en medio y dentro de ti. Se encuentra tanto en el ser del hombre como en el obrar de Dios. El amor es siempre el centro y se propaga como una llama. El amor es el centro. El que ha comprendido bien el amor no podrá errar ni hacia arriba, ni hacia abajo, ni hacia los lados, porque el amor está en el centro. El centro del mundo es el corazón. Alégrate, porque el Señor te tiene de tal modo en sus manos que no requieres apoyarte en tu propia seguridad. Sé valiente y fuerte en este mundo náufrago y en los duros combates contra la injusticia y así lucirás como estrecha en la bienaventuranza eterna. No reconozco en mí seguridad alguna ni poder de nada. Pero extiendo mis manos hacia Dios y sé que él me tiene como una pluma que sin el peso de ninguna fuerza, es llevada por el viento. Mira la luz que has entrevisto un poco y álzate pronto para la obra santa, pues no sabes cuándo ha sido determinado tu fin.»

Reconocimiento de la Iglesia Durante el siglo XVI el reconocimiento que se otorga a la abadesa de Bingen es todavía diverso. Como recuerda Azucena Adelina, «el carácter profético de sus escritos, sus denuncias ante la corrupción del clero de su tiempo, sus cartas de admonición dirigidas a los pontífices –en especial la carta dirigida al Papa Anastasio IV–, son utilizados por diversos teólogos y autores protestantes», incluso contra el papado, así el caso de Andreas Osiander. No obstante, ya en 1584 su nombre aparece en el Martyrologium Romanum del cardenal Cesare Baronio, promulgado por el Papa Gregorio XIII. A partir de entonces su culto se hace público y se extiende en su patria, donde se le consagran algunas iglesias. El calendario benedictino, su propia familia religiosa, recién en 1916 inscribe la festividad de Santa Hildegarda como «memoria», lo cual permaneció así después de la revisión realizada en 1961. El 21 de febrero de 1940, en un paso importante hacia la plenitud del reconocimiento de esta mujer «que amó exclusivamente a la Iglesia» –como dirá más tarde de ella Juan Pablo II (ver recuadro)– la Sagrada Congregación del Culto Divino aprobó lo realizado y estableció la celebración de su festividad con oficio propio.

ESTO SUCEDÍA EN MARZO DEL AÑO 1179 Y YA EL 17 DE SEPTIEMBRE DEL MISMO AÑO HILDEGARDA, A LOS 82 AÑOS DE EDAD, ENTRARÍA A LA VISIÓN ETERNA, QUE CON TANTA INTENSIDAD COMO FUERZA POÉTICA ELLA HABÍA PREGUSTADO EN SUS EXPERIENCIAS MÍSTICAS.

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MÚSICA La música de Santa Hildegarda POR FERNANDO MARTÍNEZ GUZMÁN

La producción musical de Hildegarda von Bingen se inicia al parecer entre 1140-1150. Como señala el director Marcel Pérès, su música «está pensada para añadir un grado más alto de contemplación a la liturgia». Su melodía, pese a ser siempre monódica, no está extraída del canto llano (con el que presenta semejanzas en la forma y en el principio que la melodía debe estar al servicio del texto) y se destaca por mostrar una concepción muy personal. La línea melódica se sucede dentro de ámbitos muy amplios para la época, pudiendo alcanzar incluso las dos octavas (mientras el canto llano se mueve en torno a una octava). A la hora de interpretar la música de Von Bingen, la tendencia es realizar una declamación lenta y solemne, para que el oyente pueda captar cada palabra del texto y así construir en su mente la imagen sugerida por éste para su contemplación sonora e incluso visual. La otra novedad de Von Bingen radica en su claro distanciamiento de la música de la época, tanto del canto gregoriano (aunque ciertos autores la consideran una variante del gregoriano tardío) como de la música cisterciense, cuyas reglas habían sido establecidas 30 años atrás. Por otra parte, dado que buena parte de las obras de Von Bingen pertenece al oficio de las horas, son menos «canónicas» que las de la celebración de la Misa, y a la vez más innovadoras en contenido, como se puede apreciar con las piezas que honran a santos, mártires o apóstoles. Por lo general, las composiciones están construidas en base a «fórmulas» melódicas, es decir, fragmentos o patrones que se repiten en diversas ocasiones, bajo diferentes condiciones y modos, ya sea en alguna de sus numerosas variaciones, combinadas y enriquecidas. En esto radica la característica más peculiar e innovadora de

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Von Bingen: el uso y empleo de estas «fórmulas», que representan «estructuras» melódicas que se van sucediendo para las diversas situaciones. En cuanto al género de las composiciones de Von Bingen, las «antífonas» son las más numerosas. Por su parte, los «responsorios» son probablemente sus piezas más complejas, donde se pueden detectar giros musicales muy elaborados (éstos se interpretaban en las estaciones o paradas de una procesión ante las reliquias de un santo), estructurados en verso y con repeticiones. Por el contrario, sus «himnos» y las «secuencias», que siguen un cierto paralelismo poético y melódico, son las composiciones menos elaboradas de la autora. La producción de Hildegarda alcanza 159 composiciones, todas de carácter monódico y esencialmente litúrgico. Su obra principal es «Symphonia armonie celestium revelationum», obra que comprende 77 poemas o cantos espirituales, destinados a su comunidad de Rupertsberg: 44 antífonas, 17 responsorios en prosa; ocho himnos, 1 Kyrie (excepción a la regla dado que la mayor parte de los textos de Hildegarda están tomados de su obra literaria) y siete secuencias para la misa. «Symphonia» conforma un ciclo litúrgico, donde muchas de sus piezas están adscritas a determinadas festividades religiosas: secuencias dedicadas a la Virgen María, al Espíritu Santo, a san Eucario y san Maximino. La mayor parte de las fiestas están cubiertas con dos composiciones (antífona-responsorio), o con más, como sucede con las festividades de algunos santos locales: san Ruperto cuenta con tres antífonas y una secuencia, san Disibodo, con dos antífonas, dos responsorios y una secuencia; santa Úrsula, con dos responsorios, himno y secuencia.

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Iluminación del libro de ‘Scivias’.

Drama de la virtudes Pero Hildegarda es asimismo autora de la letra y música de una excepcional representación teatral sacra, también denominada «misterio» o «drama moral sacro», conocida como el «Drama de las virtudes» -Ordo virtutum, una de las composiciones morales más antiguas y de los pocos dramas medievales latinos de los que se conoce el nombre de su autor. Finalizado antes de 1151, está escrito en verso libre. Sus movimientos y ritmos son autónomos. La obra consta de un total de 82 melodías, cuidadosamente anotadas. Su gran mérito es el excelente delineamiento moral o «dramatización» de sus personajes, con una poesía brillante y muy rica en imágenes. Otra virtud es el lenguaje extremadamente místico utilizado, con un vocabulario casi apocalíptico basado en los escritos visionarios. Ambas características serían únicas para la época. Destinada a la edificación moral de las monjas, la composición teatral plantea la lucha que se entabla entre dieciséis Virtudes y un villano (representado por el Diablo: Diabolus), y por la heroína de la obra: el Alma (Anima). Una doble lectura conduce a identificar a las Virtudes con las religiosas de la familia benedictina, al Diablo con el mal o pecado, y al Alma con la vida interior en Cristo.

A juicio de los estudiosos, el vocabulario empleado por Hildegarda es uno de los más sorprendentes e inesperados de la lírica medieval (por sus efectos extraños y violentos, aunque sutiles y sugerentes) y nos encamina indefectiblemente a los textos utilizados en determinadas pasajes del Antiguo Testamento, como el Cantar de los Cantares, el Libro del profeta Isaías o el Apocalipsis. Tras el inicio del «Drama de las Virtudes» con las palabras: «Incipit Ordo Virtutum», de donde la obra toma su nombre, la acción se inicia con un coro de patriarcas y profetas que evoca la construcción de la Jerusalén celestial, mientras aflora el canto: «Qui sunt his, qui ut nubes volant?», con texto tomado de Isaías 60,8 («¿Quiénes son éstos que como nubes vuelan?»). La originalidad, lirismo y densidad poética de Von Bingen convierten a esta obra en un drama medieval de excepción. Existen dudas e incluso polémica entre autores, referente a si esta obra habría sido en su origen destinada a la lectura y no a la escena (E. Simon) o, por el contrario, si fue desde un comienzo representada (P. Dronke). Simon sostiene que pese a que el «Ordo virtutum» pudiera ser el primer drama moral, en esa época el teatro era considerado «terreno de hombres». Por este motivo, sostiene que no es correcta la afirmación del grupo musical «Sequentia» (especialistas

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«SABIENDO QUE EL ALMA ES SINFÓNICA...» Hildegarda expone así su concepción de la música como medio para recuperar el paraíso perdido y, en él la voz de la alabanza a Dios:

[...] Para que, en lugar de acordarse de su desierto, los hombres se acordasen de aquella dulzura y alabanza divinas que antes de su caída alegraban a Adán juntamente con los ángeles en el Señor, y para atraerlos hacia ellas, los santos profetas –enseñados por el mismo Espíritu que habían recibido- no sólo compusieron los salmos y cánticos que cantaban para encender la devoción de sus oyentes, sino que también crearon instrumentos musicales de distintas clases con los que producían sonidos varios. Y lo hicieron para que, tanto por el aspecto exterior y las particularidades de esos instrumentos como por el sentido de las palabras que recitaban acompañándose de ellos, sus oyentes –como se ha dicho-, advertidos y bien dispuestos por los elementos exteriores, se instruyeran sobre su realidad interior. A estos santos profetas los imitaron los estudiosos y los sabios, e inventaron con su arte cierta clase de instrumentos para poder cantar de acuerdo al deseo del alma. Adaptaron lo que cantaban a las articulaciones de los dedos flexionados, recordando que Adán fue formado por el dedo de Dios –que es el Espíritu Santo-, y que en la voz de Adán, antes de su caída, residía el sentido de toda armonía y la dulzura de todo el arte musical. [...] Pero el que lo había engañado –el diablo-, al oír que el hombre había comenzado a cantar por inspiración de Dios y que por esto sería atraído al recuerdo de la suavidad de los cánticos de la patria celestial, y viendo que sus astutas maquinaciones fracasarían, se asustó de tal modo que se atormentó con gran sufrimiento, y con los múltiples ardiles de su astucia siempre, ininterrumpidamente, se dedicó a discurrir y buscar la manera de perturbar o impedir sin cesar la proclamación, la belleza y la dulzura de la alabanza divina y de los himnos espirituales, no sólo en el corazón del hombre –mediante insinuaciones perversas, pensamientos impuros o distracciones-, sino también en el corazón de la Iglesia y dondequiera que puede hacerlo –mediante discordias, escándalos o injustas opresiones-. Pensad que, así como el cuerpo de Jesucristo nació de la pura integridad de la Virgen María por [obra de] el Espíritu Santo, así también el cántico de alabanza según la armonía celestial está arraigado en la Iglesia por el Espíritu Santo. El cuerpo es el vestido del alma, que tiene una voz viva, y por eso conviene que el cuerpo unido al alma cante sus alabanzas a Dios con esa voz. [...] Y puesto que al escuchar algún canto el hombre a menudo suspira y gime porque recuerda la naturaleza de la armonía celestial, el profeta, considerando sutilmente la profunda naturaleza del espíritu y sabiendo que el alma es sinfónica, nos exhorta en el salmo a que proclamemos al Señor con la cítara y le cantemos con el salterio de diez cuerdas (Salmo 32, 2 y 91, 4), queriendo relacionar la cítara, que suena en un tomo más bajo, con la disciplina del cuerpo; el salterio, que reproduce el sonido en un tomo más agudo, con el esfuerzo del espíritu; las diez cuerdas, con el cumplimiento de la Ley.

(Carta 23, a los prelados de Maguncia, años 1178-9, p. 63-65. En: Hildegarde Bingensis, Epistolarium, p. 61-66).

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en Von Bingen), cuando declaran que Hildegarda junto a las monjas de Bingen «habrían puesto en escena –el Ordo virtutum– en el claustro del monasterio». En cambio, Dronke afirma que la obra estuvo desde su comienzo planificada para el público, sugiriendo que pudo haberse «estrenado» con motivo de la solemne consagración de La abadía de Rupertsberg, el 1° de mayo de 1152, ceremonia a la que asistieron diversos canónigos de la catedral de Maguncia

presididos por su arzobispo. En definitiva, lo único que se puede asegurar es que la prueba que intenta Dronke es circunstancial y no directa, pese a que existen múltiples coincidencias e indicios en su favor. En primer lugar, el texto conserva algunas acotaciones, como felix, gravata, penitens, strepitus, que parecieran estar concebidas más para intérpretes —cantores y actores— que para simples lectores. En segundo lugar, existen veinte personajes en el drama, el mismo número de religiosas que acompañó a Hildegarda a fundar a Rupertsberg. En tercer lugar, el único papel masculino, Diabolus, bien pudo haber sido representado por Volmar, el único varón que estaba presente en el entorno. Finalmente, la vestimenta de los personajes podría haber sido cercana al de las Virtudes, que aparece detallado en las ilustraciones del «Scivias». Sin haber realizado estudios literarios o artísticos especializados, Hildegarda escribía himnos y poemas litúrgicos, los que musicalizaba e ilustraba con miniaturas que pintaba en sus manuscritos. Estas miniaturas constituyen una especie de catequesis audiovisual, rica en simbología y que intentan representar el significado teológico de sus visiones. El hombre medieval pensaba en la música como un medio para elevar el espíritu. Para Hildegarda, la música estaba supeditada a la misión espiritual que Dios le había encomendado y era un medio para evangelizar y comunicar la obra del Creador. El cosmos y el mundo representan para ella la manifestación sonora de la gloria de Dios.

GRABACIONES DISPONIBLES DE HILDEGARDA VON BINGEN

La música de Hildegarda von Bingen es innovadora para su tiempo. Mientras el canto gregoriano se desarrolla en una octava, sus composiciones abarcan dos octavas. La melodía se escribe en función del texto, que contiene una profunda espiritualidad. Cuando el texto habla del espíritu o de la grandeza de Dios, la melodía se eleva, y cuando habla de la finitud humana o del pecado, la melodía desciende a notas más graves. Se recomiendan los siguientes registros: • Hildegard von Bingen – In Portrait. El Sello BBC/Opus Arte editó este interesante y atractivo DVD, que incluye las obras, Ordo virtutum y Vox Animae, con la participación de Patricia Routledge. Disponible en el mercado chileno. • Ordo virtutum, interpretado por ‘Sequentia’. El exquisito sentido musical de los intérpretes otorga a este registro un nivel de excelencia. Deutsche Harmonia Mundi DHM GD 77051. 1982. 2CD. • Laudes de Sainte Ursule, interpretado por el ‘Ensemble Organum’, dirigido por Marcel Pérez. Reproduce la música destinada al oficio de Laudes de la festividad de Santa Ursula. Como es norma de este grupo, la reconstrucción pretende ser lo más fidedigna a las fuentes recreando muy bien el ambiente de la ceremonia. El resultado de Marcel Pérez es sorprendente, no por ello exento de algunas críticas. En cualquier caso, este trabajo constituye un logro. Harmonia Mundi HM C 901626.1996. 1CD. • Hortus deliciarum, interpretado por ‘Discantus’ con la participación de Brigitte Lesne. La gran calidad del grupo otorga a este registro un nivel de excelencia. Sello Opus 111. Serie «naïve», OP 30390. Un CD.

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Fidelidad y amor POR JORGE PEÑA VIAL

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a fidelidad hace posible una vivencia plena y profunda de lo que es amar. El sentimiento eufórico y positivo del enamoramiento, frecuentemente inficionado en sus inicios de egoísmo y búsqueda de sí, debe dar paso a una decisión reflexiva y consciente de procurar voluntariamente el bien de la persona amada cultivando activamente ese amor. Para ellos son insuficientes bellas e idílicas intenciones si no van acompañadas de actos de servicio fundamentados en la generosidad. Sólo así el amor puede superar la prueba del tiempo, acrecentarse y llegar a una plenitud mucho más densa, real y profunda que la que se anticipó –imaginativamente y por encima del El amor tiene dos fases, tiempo– durante el enamoramiento. que no se excluyen Estamos sin cesar sumergidos en un mundo de accidentes que limitan entre sí, sino que se nuestro ser y obstaculizan nuestros proyectos. Gracias al elemento integran mutuamente: el refractario de la realidad, la obra de arte que resulta de la propia vida amor como sentimiento llega a ser muchas veces más bella y madura de la que con ilusión, espontáneo y como acto aunque ingenuamente, se anticipó en los comienzos. Todo ello en el electivo y voluntario. entendido de que se es fiel a ese acto de libertad radical que de alguna Es en esta segunda fase manera ha orientado nuestro futuro temporal. Si la persona quiere cuando el amor se hace romper esa pauta básica y fundamental, se verá en la necesidad de más maduro y reflexivo reescribir la narrativa de su propia vida. y nos proporciona una Supuesta esta fidelidad a un proyecto de vida marcado por algún acto vivencia más profunda de de libertad radical, no se describe adecuadamente un acto libre si no lo que es amar. se tienen en cuenta las dificultades provenientes de las adversidades y toda la constelación de azares y circunstancias que parecen conspirar contra lo que se ha decidido. Por momentos pareciera que existe un poder por encima de nosotros, rico en amor y en humor, que se divirtiese viendo que las metas que nos proponemos, nuestros proyectos o nuestros propósitos, son utilizados para fines que nos superan, nos sobrepasan, nos colman o nos dislocan. Pareciera que a veces apunta a la purificación del proyecto, a que se despoje de elementos accesorios con los que inicialmente se encuentra asociado; otras veces a liberarnos definitivamente de una ilusión, de una visión romántica e ingenua de la realidad. Los actos de libertad radical se proyectan y se adoptan por encima del tiempo, ignorando las vicisitudes a las que ese proyecto de vida se verá sometido en el tiempo real y concreto. Si en el momento en que un hombre y una mujer se unen en un juramento de amor perpetuo y recíproco, un genio maligno hiciese desfilar ante sus ojos las pruebas que ese amor deberá afrontar en la historia ¡qué estremecimientos, dudas y perplejidades se producirían en sus almas! Una providente ignorancia permite que audazmente se comprometan y embarquen. * Este artículo profundiza la reflexión desarrollada por el autor en Humanitas nº 29 y recoge apartes de su conferencia en el Congreso Internacional «La familia hoy y siempre», organizada por la Fundación Hacer Familia.

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HUMANITAS Nº 42 pp. 340 -353


«Amar a la persona del otro es querer el bien de la persona amada, sin olvidar que, precisamente por la comunicabilidad propia del bien, el bien de la persona amada es intrínsecamente bien del amante. el amor nace como sentimiento, que, caracterizado por el entusiasmo y la ilusión, lleva a la autodonación y la entrega mutua, y cuya realización efectiva a lo largo del tiempo supone que ese sentimiento sea asumido por la voluntad libre.» (Escultura de Marta Colvin)

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Sólo un amor verdadero permitirá vencer esas pruebas, y a su vez, sólo se alcanzará la plena medida del amor a través de una purificación larga y severa. Jean Guitton decía que «el verdadero acto de libertad, cuando reflexionamos sobre él, se nos aparece como un acto por el que al mismo tiempo escogemos y consentimos»1. Escogemos nuestro cónyuge, nuestro proyecto, nuestra vocación, nuestra profesión, nuestras amistades, escogemos incluso nuestros deseos. Pero sabemos que muchos deseos se verán frustrados, que esas amistades se verán enturbiadas, que los proyectos se verán modificados. Primero, una libertad de elección, por la que escogemos tal vía, proyecto o propósito. En este sentido, anticipo, dibujo mi futuro animado por la ilusión y la esperanza. Pero a medida que ese proyecto se adentra en su realización, su itinerario narrativo se modifica en varios puntos, casi fatalmente se degrada. Entonces, a través de esos pedazos del espejo de mi ser, aparece, venida de las profundidades, una libertad más elástica y menos obstinada que la primera, menos Desde el momento en que expectante, aunque más serenamente esperanzada, más madura en yo acepto un compromiso todo caso y más inventiva, sobre todo más abandonada al movimiento sé, de antemano, de la historia, y, por tanto, más real. Esa libertad más profunda es la que la persona y las que con las propias miserias, errores y fracasos restaura ese proyecto circunstancias implicadas primitivo –no inaugura uno nuevo–, lo libera de las ingenuidades y en él cambiarán. Y ello, en ensueños y lo hace más maduro y real. Esta segunda libertad es de una medida que me resulta recreación, de consentimiento, hecha de los fragmentos de la obra del todo imprevisible. Sin nacida de nuestra libertad ingenua y original. embargo dar fe a alguien Siempre estará presente la posibilidad y el peligro de denominar amor equivale a situar todos a algo que no es más que su imitación fraudulenta. Con agudeza los cambios futuros en lo denunciaba Nietzsche: «En realidad, os sacrificáis en apariencia, la línea de esa promesa, más la realidad es que os transformáis en dioses, y como tales os considerar esa promesa embriagáis de vosotros mismos». Puede que al sacrificarnos y al amar como el cauce en cuyo en realidad estemos embriagados de nosotros mismos. Cuando dos seno discurre el río y seres, después de muchos años de vivir juntos, llegan al extremo de todos los posibles cambios aborrecerse mutuamente y basta el verse para lanzarse platos por la y avatares de un futuro cabeza, es casi seguro que cada uno se ha amado a sí mismo en el incierto. otro. En frase de Thibon: «Su ‘amor’ en fase de efervescencia, no es más que la coincidencia de dos egoísmos, y más tarde, cuando a la embriaguez suceda la costumbre, se convertirá en un compromiso gris y vacío entre esos mismos egoísmos»2. Como veíamos en el anterior artículo (Humanitas, enero, 2003), el amor tiene dos fases, que no se excluyen entre sí, sino que se integran mutuamente: el amor como sentimiento espontáneo y como acto electivo y voluntario. Es en esta segunda fase cuando el amor se hace más maduro y reflexivo y nos proporciona una vivencia más profunda de lo que es amar. La dirección de este movimiento, si bien comporta siempre una búsqueda del bien para mí, consiste esencialmente en la búsqueda del bien para el otro, es decir en un don amoroso de sí, al que clásicamente se le ha llamado amor de benevolencia. Amar a la persona del otro es querer el bien de la persona amada, sin olvidar que, precisamente por la comunicabilidad propia del bien, el bien de la 1 Guitton, Jean, Histoire et destinée, ed. Desclée De Brouver, París, 1970; trad. al cast. de Javier de Fuentes Malvar, ed. Rialp, Madrid, 1977, p. 217.

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persona amada es intrínsecamente bien del amante. El amor nace como sentimiento, que, caracterizado por el entusiasmo y la ilusión, lleva a la autodonación y la entrega mutua, y cuya realización efectiva a lo largo del tiempo supone que ese sentimiento sea asumido por la voluntad libre. La realización efectiva, a lo largo del tiempo, del proyecto del enamoramiento, supone la fidelidad, pues propio de la fidelidad es cumplir con lo que se promete. En la dinámica amorosa se da un desplazamiento desde la unión inicial puramente efectiva, tan ardorosa como pragmática, a una unión fundada en el compromiso de la voluntad, que si bien es más atemperada tiene un contenido real mucho mayor. El sentimiento nos despierta y nos hace ver el valor, pero nunca es la respuesta adecuada a ese valor y, mucho menos, para su realización en el tiempo. Como lo ha explicado Pedro Juan Villadrich en reciente entrevista, «después de la etapa del enamoramiento se pasa la etapa del ‘quiero quererte’. No solamente de sentirlo, sino de implicarme voluntariamente a que ese sentimiento que hay entre los dos se conserve, se mejore, se restaure en sus heridas y, por lo tanto, entramos en la fase en que puedo decirte ‘quiero quererte’»3. Se trata de orientar todo Es cierto que el matrimonio es el efecto del amor, pero es más cierto cambio en el sentido de una renovación de aún que el amor es el fruto del matrimonio. Rilke en carta a Kappus sostenía que se renuncia a las convenciones la fidelidad. De querer sociales del amor para encontrar otras convenciones mucho más voluntariamente cada artificiales. «Llamamos convención –con Guitton4– a la idea de limitar vez más. Porque si no, las relaciones sexuales al matrimonio, la conservación de la virgini- de hecho, querré cada dad antes del matrimonio, la condena del adulterio. Este conjunto vez menos. No hay nada de leyes y de usos es lo que preserva a muchos seres la esencia del que se dé en el tiempo amor. Sin duda hay momentos en que estas convenciones parecen que no requiera de vanas o equivocadas, y muchos, al retomar su libertad han podido cuidado, ajuste. Siempre pensar con sinceridad que salvarían la parte inalienable de su ser. es necesario ir a más. Sabemos bien que la novela y el cine en Occidente están fundados en Ninguna de las cosas la descripción de los conflictos donde se oponen la ley y la libertad. humanas, ni las casas, ni Pero la vida de toda la sociedad exige el sacrificio de algunos en las telas, ni los placeres se pro del bien común. Las «convenciones» occidentales han permitido conservan en el abandono. a innumerables seres tener la experiencia de un amor verdadero, mientras que, si hubieran sido librados a ellos mismos, se hubieran agotado en sus quimeras. Hay tantas ilusiones posibles en el amor, es tan ambiguo, tan inestable, tan próximo a la neurosis, tan refractario a todos los consejos de la prudencia, tan inclinado a pervertirse o disociarse, tan extraño a su fin normal, tan pronto para tornarse bestial, absurdo o demoníaco, que la sociedad debe intervenir para protegerlo contra sí mismo. Es lo que justifica la moral sexual, la institución social del matrimonio y de la monogamia, así como las costumbres que las rodean. Lejos de ser impedimentos al amor, este conjunto de tabúes, de prohibiciones, de modos, de costumbres, de leyes humanas y divinas, de sentimientos más o menos afectados, componen el humus o el germen del amor; todo esto permite a gran número de personas conocer, a pesar de sus ilusiones y de su mediocridad, ese estado improbable y verdadero a la vez». 2 Ibidem, p. 196. 3 Entrevista Maite Armendáriz a Pedro Juan Viladrich «La historia de un amor» en Artes y Letras de El Mercurio, cuerpo E, 4-VIII-2002, p. 13.

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Desde el momento en que yo acepto un compromiso sé, de antemano, que la persona y las circunstancias implicadas en él cambiarán. Y ello, en una medida que me resulta del todo imprevisible. Sin embargo dar fe a alguien equivale a situar todos los cambios futuros en la línea de esa promesa, considerar esa promesa como el cauce en cuyo seno discurre el río y todos los posibles cambios y avatares de un futuro ¿Qué obstáculos incierto. Como han mostrado Gabriel Marcel y Maurice Nédoncelle, encontramos en la la fidelidad no es jamás fidelidad a sí mismo5. El compromiso supone actualidad que tornan un intercambio vivo, una relación, reciprocidad. La fidelidad, con difícil y costosa la belleza lo ha dicho Thibon, es «la eclosión perpetua de lo nuevo en fidelidad? Los enuncio: el seno de lo idéntico, un renacimiento continuo. En efecto, la ver1) la idolatría del amor, dadera fidelidad consiste en hacer renacer indefinidamente lo que 2) el exclusivismo ha nacido una vez, estos pobres gérmenes de eternidad depositados de la pareja cerrada por Dios en el tiempo, que la infidelidad rechaza y la falsa fidelidad sobre sí misma, 3) la momifica»6. Se trata de orientar todo cambio en el sentido de una dificultad para afrontar renovación de la fidelidad. De querer voluntariamente cada vez el conflicto y el dolor, más. Porque si no, de hecho, querré cada vez menos. No hay nada 4) la esperanza que se que se dé en el tiempo que no requiera de cuidado, ajuste. Siempre conceden mutuamente es necesario ir a más. Ninguna de las cosas humanas, ni las casas, ni para cambiar de las telas, ni los placeres se conservan en el abandono. Los techos se actitud y mejorar, 5) la hunden, los amores se deshacen. A cada instante se requiere volver a capacidad para resistir clavar una teja, apretar una junta, desvanecer una falsa interpretación. el hechizo de la aventura El movimiento es esencial a la vida y, por consiguiente, a esta forma y las sugestiones de superior de vida que es la fidelidad. Esta no consiste en negarlo sino la tentación, 6) la en dominarlo. El hombre, situado por su naturaleza y su vocación necesidad y posibilidad en la confluencia del devenir y de lo eterno, corre constantemente del perdón y 7) la el peligro de traicionar a uno de ellos en provecho del otro, lo que situación de precariedad equivale a traicionar a la vez al uno y al otro. Los cambios dependen que una ley del divorcio ante todo de nosotros, y si hablamos de ideales que mueren, corresintroduce en el concepto pondió únicamente a nosotros el mantenerlos con vida. Las personas mismo de matrimonio, no cambian involuntariamente y por efecto de una especie de mecádado que aborta todo nica fatal. Se trata de cultivar lo que Gabriel Marcel llamó «fidelidad esfuerzo de superación y creadora», la que es capaz de inventar y renovar cada día su amor. Es resurgimiento. fecunda, ingeniosa y creativa, porque es capaz de actualizarse diaria y libremente y sabe luchar contra los sentimientos inconsistentes, la incoherencia en nuestras acciones, la dispersión interior y la esclerosis de los hábitos7. La fidelidad es el único modo de triunfar eficazmente sobre el tiempo y «esta fidelidad eficaz puede y debe ser una fidelidad creadora»8. 4 Guitton, Jean, Ensayo sobre el amor humano, trad, de María Elena Santillán, ed. Sudamericana, Buenos Aires, 2° ed., 1968, p. 212. 5 «Lo que entreveo –decía Marcel el año 35– es que a pesar de las apariencias, la Fidelidad no es jamás Fidelidad a sí mismo» (Marcel, Gabriel, Etre et Avoir, ed. Montaigne, París, 1935, p. 64). Y más adelante agregaba: «Sostener que, a pesar de las apariencias, la Fidelidad no es jamás más que una modalidad del orgullo y del amor propio, es privar de su carácter distintivo a las más altas experiencias que los hombres han creído vivir» (Ibidem, p. 75). 6 Thibon, G., La crisis moderna del amor, trad. D de Montserrat Cervera, ed. Fontecilla, Barcelona, 2° ed., 1966, p. 28. 7 «La Fidelidad es la Presencia activamente perpetuada; es la renovación del beneficio de la Presencia, de su virtud, que consiste en ser una incitación misteriosa a creer (...) Creadora, cuando es auténtica, está en el fondo de todo, porque posee el misterioso poder de renovar no sólo a aquel que la practica, sino también a su objeto, por indigno que haya podido ser su origen» (Marcel, G., Position et aproches concretes du Mystereontologique, ed. Vrin, París, 1949, p. 78-79 ; trad. cast. de José Luis Cañas, ed. Encuentro, Madrid, 1987).

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«Debemos cultivar la esperanza de que tanto nosotros como nuestro cónyuge podemos cambiar y mejorar. El matrimonio es una diaria experiencia y exigencia de superación y de cambio, a través y como fruto del conflicto. Este imperativo de mejorar está facilitado cuando el matrimonio se ve en la perspectiva de un común proyecto de santificación». (Obra de Matschinsky Denninghoff)

¿Qué obstáculos encontramos en la actualidad que tornan difícil y costosa la fidelidad? Señalaré algunos y pasaré luego a comentarlos brevemente. Los enuncio: 1) la idolatría del amor, 2) el exclusivismo de la pareja cerrada sobre sí misma, 3) la dificultad para afrontar el conflicto y el dolor, 4) la esperanza que se conceden mutuamente para cambiar de actitud y mejorar, 5) la capacidad para resistir el hechizo de la aventura y las sugestiones de la tentación, 6) la necesidad y posibilidad del perdón y 7) la situación de precariedad que una ley del divorcio introduce en el concepto mismo de matrimonio, dado que aborta todo esfuerzo de superación y resurgimiento. Como ha puesto de manifiesto C.S. Lewis en su magnífico ensayo Los cuatro amores, se traiciona la verdadera naturaleza del amor cuando se le diviniza: bajo el peso de la idolatría se demoniza. Uno de los slogans recurrentes del irrealismo romántico en el que estamos inmersos es la proclamación de los derechos absolutos de la

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nueva religión del amor. Así, el amor se convierte en su propia ley y en su propio fin: como Dios, vive de sí mismo. La pareja constituye un mundo cerrado donde los dioses, iguales el uno al otro, se adoran recíprocamente. Comentaba Thibon: «Es fácil gritar a una mujer: te adoro. Pues basta para adorarla un cerebro turbado por los vapores de una pasión anárquica, y la palabra no compromete a nada. Es más difícil decirle: te amo. Pues el amor implica la apertura y la donación de sí mismo»9. El amor nunca está tan cerca de la profanación que cuando pretende ponerse en lugar de lo sagrado; al igual que el que hace de la libertad un ídolo ya se inclina hacia la esclavitud, y el que adora el amor está dando ya primeros pasos para la decepción y la inconstancia. Este enclaustramiento idólatra de la pareja en sí misma conduce a considerar a los hijos –y es nuestro segundo punto– como un accidente enojoso, una especie de expiación de la voluptuosidad de cuyo pago ahora las técnicas anticonceptivas permiten legítimamente liberarnos. Si la pareja se ha divinizado y únicamente ambiciona un pequeño bienestar y seguridad para dos, el hijo inevitablemente será visto como un intruso y un aguafiestas, pues viene a romper el cerco donde quiere aislarse este doble egoísmo. El hijo que es el amor de los esposos hecho sustancia, persona, es evitado, postergado y diferido. Esa pareja aislada y encerrada está condenada a morir de asfixia. El fruto natural del amor rompe el exclusivismo de la pareja, sustituye la adoración «Como ha puesto de manifiesto recíproca que encadena por un fin común que libera. Los peores C.S. Lewis en su magnífico ensayo Los cuatro amores, se del cine y la literatura contemporánea viven, se unen, sufren y se traiciona la verdadera naturaleza separan como si el hijo no fuera la consecuencia natural y común del amor cuando se le diviniza: del amor. Leyendo esto, ha dicho alguien con ironía, se piensa en bajo el peso de la idolatría se demoniza. Uno de los slogans unos trabajos botánicos en los cuales se describieran extensamente recurrentes del irrealismo los árboles sin hablar nunca de los frutos. romántico en el que estamos Cormac Burke en Felicidad y entrega en el matrimonio, un libro seninmersos es la proclamación de los derechos absolutos de la cillo, profundo y lleno de sabiduría, señala que a los padres nada nueva religión del amor. Así, el les es más común y nada les une tanto como el hijo: «Los esposos amor se convierte en su propia unidos continúan amándose uno a otro en su hijo; encuentran en ley y en su propio fin: como Dios, vive de sí mismo. La pareja él no sólo a sí mismos, sino su unión, la unidad que ellos se apliconstituye un mundo cerrado 10 donde los dioses, iguales el uno al can a realizar en toda su vida» . En el plan de Dios, los hijos no otro, se adoran recíprocamente». sólo son el fruto sino también la protección del amor mutuo entre los esposos y el baluarte de su felicidad matrimonial. Cuando sobrevengan las dificultades, un motivo que contribuye decisivamente para que el marido y la mujer sean fieles a los compromisos que han contraído serán los hijos. «Por el bien de nuestros hijos tenemos que aprender a convivir. Por lo tanto, lucharé con todas mis fuerzas para seguir amando a mi marido o mujer. Y, con la gracia de Dios, lo lograré». Todo el sacrificio que los hijos suelen exigir de sus padres, es un factor principalísimo para desarrollar y unir a los padres. Está bien 8 Marcel, G., Du refusa l’invocation, ed. Gallimard, París, 1940, p. 199. 9 Thibon, G., La crisis moderna del amor, ob., cit., p. 67.

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que los esposos se sacrifiquen el uno por el otro, pero es mejor aún el que juntos se sacrifiquen por sus hijos. Quienes calculadamente deciden aplazar el tener hijos durante unos cuantos años, se encontrarán en una situación precaria cuando el romance se mitigue o empiece a desaparecer ante las dificultades y carezcan del apoyo de los hijos. Tanto para aprender a amar y ser leal como para mejorar personalmente y convertirme en una persona menos egocéntrica, necesito de motivos poderosos. Este motivo son los hijos. Se debe partir del supuesto –éste es el tercer punto– de que la vida conyugal está jalonada, por esencia, de múltiples ocasiones de desencuentros, tensiones y frustraciones. La firme convicción de que el matrimonio es para siempre y su exigencia de indisolubilidad, proporciona el marco y el escenario en los cuales los conflictos, y su correspondiente dolor, podrán cumplir su función de educar y hacer madurar el amor. Esto nos conduce al cuarto aspecto. Debemos cultivar la esperanza de que tanto nosotros como nuestro cónyuge podemos cambiar y mejorar. El matrimonio es Las nuevas parejas se una diaria experiencia y exigencia de superación y de cambio, a caracterizaran por un través y como fruto del conflicto. Este imperativo de mejorar está amplio y profundo grado facilitado cuando el matrimonio se ve en la perspectiva de un de independencia y autonomía vital. Cada común proyecto de santificación. La capacidad para resistir el hechizo de la aventura y las suges- cual vive su vida y tiones de la tentación del adulterio, es nuestro quinto punto. Uno encuentra en el otro un de los atractivos alicientes para cometerlo es su idealización. En complemento libremente su génesis suele presentarse como un acercamiento inocente, un escogido para la relación encuentro humano grato y útil, o como una aventura sin tras- sexual u otros ámbitos de cendencia ni viso alguno de continuidad. Tanto la novela como colaboración. La actitud el cine (desde Anna Karenina hasta La hoguera de las vanidades ante los hijos sigue la de Tom Wolfe) han mostrado cómo la realidad del adulterio es misma lógica: éstos son trágicamente contraria a lo que su figura promete y atrae. Obliga bienvenidos en la medida a arrastrar una doble vida, marcada por la clandestinidad, las en que se integren en el respuestas ambiguas y la permanente angustia de que algo salga proyecto de vida feliz mal y todo se sepa. Esto último ocurre casi siempre, e invaria- de sus padres y si no blemente el estallido se produce de la peor manera imaginable. obstaculizan su necesaria Al respecto es aleccionador tanto conocer la narración bíblica de calidad de vida. (…) David y Betsabé como escuchar el grito desgarrado y arrepentido de ese rey santo: «Crea en mí, oh Dios, un corazón puro, y renuévame por dentro con espíritu firme». Admirable confesión de que a su corazón había que crearlo de nuevo, porque estaba muerto en su impureza. Y saludable plegaria en demanda de renovación espiritual: fortaleza divina para permanecer en la fidelidad11. La gran filósofa judía Hannah Arendt reconoce y detecta la desoladora contingencia de las acciones humanas: la irreversibilidad de la acción pasada se redime o salva mediante el perdón; el remedio de la impredictibilidad, de la inseguridad futura, de mantener nuestra identidad subjetiva, se encuentra en la facultad de hacer y 10 Burke, Cormac, Felicidad y entrega en el matrimonio, trad. al cast. de Francisco Javier Fernández Aguado, ed. Rialp, Madrid, 1990, p. 28. 11 Cfr.: Columna: «Triángulo Fatal» de Raúl Hasbun, diario El Mercurio, cuerpo D, I-IV-2001, p. 26. Es digno de destacarse la defensa de la indisolubilidad y de la fidelidad matrimonial desplegada domingo a domingo por el pbro. Hasbun (Cfr. «Cuatro perlas», 18-XI-2001; «Para

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«La gran filósofa judía Hannah Arendt reconoce y detecta la desoladora contingencia de las acciones humanas: la irreversibilidad de la acción pasada se redime o salva mediante el perdón; el remedio de la impredictibilidad, de la inseguridad futura, de mantener nuestra identidad subjetiva, se encuentra en la facultad de hacer y mantener promesas. El perdón y la promesa nos capacitan para enfrentar la irremediable fragilidad y contingencia de la acción humana. El que promete busca asegurar su identidad subjetiva a través del tiempo».

(…) La familia empieza a ser comprendida en términos de opciones individuales más que como instituciones con fundamento ontológico. No extraña entonces que quienes promueven este tipo de matrimonio propugnen la ley de divorcio. Seguirían sosteniendo que la estabilidad matrimonial es un bien, pero éste se encuentra condicionado por tal número de avatares y dificultades que es demasiado frágil y vulnerable.

mantener promesas. El perdón y la promesa nos capacitan para enfrentar la irremediable fragilidad y contingencia de la acción humana. El que promete busca asegurar su identidad subjetiva a través del tiempo. «En último término –afirma Nédoncelle– ser fiel es prometer»12. Alejandro Llano añade perspicacia psicológica a su acostumbrada lucidez cuando escribe: «La fidelidad es incremento persistente de una libertad que –al insistir en su propia radicación– se expande hacia empeños que estén a la altura de la dignidad humana. Por el contrario, una libertad infiel se astilla en comienzos equívocos, pierde la memoria de sí misma, se reduce a su propia ensoñación. La libertad como inmediata espontaneidad es una sucesión de proyectos inconexos y truncados: pierde la unidad global de la vida, su capacidad de ser narrada con sentido, que constituye un bien especial de la persona»13. El infiel a toda costa intenta borrar su pasado: fue un error, una ilusión, un engaño, caminé por caminos falsos e irreales; «sólo ahora me doy cuenta» se dice a sí mismo. El que es fiel, en cambio, quiere ser leal a su pasado y a su propia historia. La fidelidad es la libertad mantenida y acrecentada. Es el necesario incremento del amor. Cuando se ama de verdad, lo que se ha hecho nunca basta, siempre parece poco. De continuo se buscan caminos nuevos para hacer más fecunda la entrega, para hacer más cabal el servicio. En ese cotidiano escenario de conflicto que suele ser la convivencia familiar, vale este principio lleno de sabiduría: «perdona todo, a todos, todas las noches». No dejes

empezar el debate», 30-XII-2001). 12 Nédoncelle, Maurice, De la fidelité, ed. Aubier, París, 1953, p. 50. Pero ¿qué es lo prometido? En primera instancia uno se promete a sí mismo: se empeña en alcanzar el más alto valor del yo personal. «La promesa radical que el sujeto se hace es la de ser libre», es decir, «responder a la obligación primordial del yo de escapar a toda esclavitud, a toda alineación» (Ibidem). No se puede llegar a ser lo que uno es, sin una renovación incesante, y si no se inventa a través de las más cambiantes circunstancias el «ser uno mismo». La fidelidad no es s´lo creadora sino también liberadora de la esclavitud de los caprichos instantáneos. Añade Nédoncelle: «El hecho de mantener el pasado, es en realidad el medio para ser uno mismo»(Ibid., p. 53).

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que el sol se ponga sobre tu ira, amonestan las Sagradas Escrituras. Si al enemigo se le perdona, y se reza por él y se le desea bendición, ¿cuánto más la caridad urge a bendecir, rezar y personar siempre, a favor de quien ha prometido compartir su intimidad, patrimonio, vida y destino con nosotros y para siempre? Perpetuarse en el rencor y en el distanciamiento lleva a autoinfligirse mayor violencia que el suave esfuerzo requerido para perseverar en el yugo del amor. El perdón es un volver a confiar, a otorgar crédito, es una apuesta a favor del cambio, de la esperanza de que las personas pueden cambiar. La conversión es posible y se facilita allí donde se cuenta con la benévola comprensión y esperanza que están implícitas en todo perdón. Si tú me perdonas, yo aliento el La incondicionalidad propósito de comenzar de nuevo, de hacer las cosas esta vez me- propia del amor es jor, de no dejar pasar esta oportunidad para reencender el amor incompatible con primero. Para que un matrimonio persevere, se necesita honrar restricciones temporales los deberes de justicia. Pero la justicia no es posible sin el perdón. que supondrían no Y esta alusión a la justicia nos lleva al último punto. Cuando en amar a la persona, sino la sociedad impera una concepción afectiva-sentimental de la sólo a determinadas felicidad y del amor, cerrado a horizontes más profundos y vale- circunstancias o deros, se vuelven incomprensibles la institución del matrimonio características suyas. Es y sus exigencias de indisolubilidad. El axioma fundamental del cierto que en ocasiones que se parte es considerar que el matrimonio tiene sentido sólo en puede haber algo de cuanto hay amor, entendido de modo reductivo, como sentimiento ilusión sentimental, espontáneo. El matrimonio debe permanecer mientras dura la pero cuando se da el felicidad que proporciona, y como su apreciación es forzosamente matrimonio existe una subjetiva, esa fórmula equivale a decir que el matrimonio dura asunción mínima de mientras marido y mujer así lo quieran. La así llamada relación la voluntad respecto a de pareja, desconectada de fines naturales y logros objetivos, se ese «para siempre» que enfoca como una integración existencial que depara bienestar pasa a constituirse en psicosomático y cuyo éxito depende más de factores emocionales proyecto vital a realizar que morales. Una relación estable sería fruto de una afortunada en el tiempo. Al casarse conjunción de personas en la que cada uno encuentra en el otro se ejercita la libertad aquello que necesita para realizarse. Dirá Hernán Corral: «Este de modo tan profundo es el nuevo modelo de familia que pretende sustituir a la familia que se compromete la matrimonial: la unión de «dos iguales» (pares) entre los cuales no totalidad de la vida; igual hay más que afectividad e intercambio sexual, sin ninguna refe- radicalidad de la libertad rencia necesaria a un compromiso ni a la fundación de un hogar se requiere para ser fiel. apto para recibir a los hijos»14. Las nuevas parejas se caracterizarán por un amplio y profundo grado de independencia y autonomía vital. Cada cual vive su vida y encuentra en el otro un complemento libremente escogido para la relación sexual u otros ámbitos de colaboración. La actitud ante los hijos sigue la misma lógica: éstos son bienvenidos en la medida en que se integren en el proyecto de vida feliz de sus padres y si no obstaculizan su necesaria calidad de vida. La familia empieza a ser comprendida en términos de opciones individuales más que como instituciones con fundamento ontológico. No extraña entonces de que quie13 Llano, Alejandro, «La libertad radical» en Josemaría Escrivá de Balaguer y la Universidad, ed. Eunsa, Pamplona, 1993, p. 270.

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nes promueven este tipo de matrimonio propugnen la ley de divorcio. Seguirían sosteniendo que la estabilidad matrimonial es un bien, pero éste se encuentra condicionado por tal número de avatares y dificultades que es demasiado frágil y vulnerable. El mal del divorcio es entonces justificado porque procura un nuevo bien que permite rehacer la propia vida, en el ejercicio del inalienable derecho a la propia felicidad. Planteadas así las cosas, no es extraño que se haga incomprensible la relación entre amor y derecho y se dé una dicotomía absoluta y radical entre las «leyes del corazón» y las «leyes de la sociedad». Dirá Corral: «el amor se presenta como un fenómeno existencial que connota libre albedrío, espontaneidad, impulsividad y ausencia de toda forma de coacción; mientras que el Derecho aparece como lo contrario: orden, mandato, coercibilidad, sanción. El amor sólo puede llegar a ser objeto del Derecho cuando se ha frustrado; llega a los juzgados El hombre es un ser pero cuando ya no es amor, sino amargura, encono, conflicto histórico y necesita y lucha. «El amor no tiene leyes y el Derecho no tiene amor» de tiempo para ser en sería el apotegma que resumiría la concepción más difundida acto lo que contiene en de las relaciones entre el amor y el Derecho»15. En esta conceppotencia. Lo mismo le ción tanto el amor como el derecho son interpretados de modo ocurre al amor conyugal: restringido. El Derecho ya no es concebido como una realidad necesita de tiempo para objetiva que deslinda lo justo de lo injusto en las relaciones de realizar en acto todo lo coexistencia humana, sino que pasa a ser identificado como que contiene en potencia. normas y preceptos de regla que emanan del Estado. Entre este El «uno con una» «amor-sentimiento» y ese «derecho-norma-poder» no puede (exclusividad) y el «para haber mayor distancia». siempre» (perpetuidad) Ante esta falsa dialéctica entre persona e institución en materia están en el amor conyugal matrimonial, no basta defender la indisolubilidad como simple recién nacido –dirá ideal o como ley meramente extrínseca impuesta a los hombres Villadrich– en potencia, y mujeres por razones de bien común. Como lo ha expuesto como tendencia y como Carlos José Errázuriz, «hay que plantear toda una cultura de la exigencia. (…) indisolubilidad –como parte importantísima de la cultura de la familia–, en la que ésta se perciba precisamente en la óptica de la conjunción del amor y el derecho (...) Amor y Derecho se dan cita de manera especialísima en el matrimonio. En esto reside en realidad la esencia misma del matrimonio, en cuanto en él el amor entre un hombre y una mujer se ha transformado en mutuamente debido entre los dos». El paso del amor entre hombre y mujer a la situación de amor debido en justicia se da desde el momento del consentimiento matrimonial. En ese acto de amor fundacional culmina una historia de amor que hasta allí ha conducido, y se inaugura una nueva etapa, caracterizada justamente por la existencia de un amor debido. Es la respuesta que dio Talleyrand a su esposa, cuando debió marchar a París para asumir funciones de gobierno y su mujer le escribía recelosa desde la provincia porque imaginaba a su marido rodeado de magníficas y más brillantes mujeres: «Por amor me he unido a ti en matrimonio, pero me he casado contigo para amarte». La existencia del matrimo14 Corral, Hernán, El divorcio: las razones de un no, ed. Universidad de los Andes, 2001, Santiago, p. 23-24.

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nio, cuya esencia es la de un vínculo jurídico de amor indisolublemente fiel y fecundo, hace ahora que el amor sea el proyecto a realizar y lo debido en justicia al otro. Se asume libre y voluntariamente lo que se ha prometido durante el enamoramiento con su recurrente «para siempre» de las declaraciones de amor. La incondicionalidad propia del amor es incompatible con restricciones temporales que supondrían no amar a la persona, sino sólo a determinadas circunstancias o características suyas. Es cierto que en ocasiones puede haber algo de ilusión sentimental, pero cuando se da el matrimonio existe una asunción mínima de la voluntad respecto a ese «para siempre» que pasa a constituirse en proyecto vital a realizar en el tiempo. Al casarse se ejercita la libertad de modo tan profundo que se compromete la totalidad de la vida; igual radicalidad de la libertad se requiere para ser fiel. Con el divorcio, la idea-fuerza de que el matrimonio es para siempre, que permite sobreponerse a las dificultades, tener paciencia ante los conflictos, queda muy debilitada y con claras (…) Esas notas de perspectivas de naufragar ante los primeros escollos que se le exclusividad y perpetuidad presenten. Sin la convicción profunda de la perpetuidad del vín- están en germen, como en culo matrimonial no se tienen armas para salir adelante. Sólo en semilla, prontas, si se las quienes está arraigada esta convicción podrán ver más tarde, con cultiva, a desplegarse y la perspectiva y distancia que dan los años, con nostalgia, cariño actualizarse. Esas notas y agradecimiento, que esa crisis que los hizo tambalear, fue el son su tendencia natural primer paso hacia un mejor conocimiento de sí y para una más si no se las frustra en su verdadera y profunda experiencia de lo que es verdaderamente desarrollo y se atenta amar. Innumerables experiencias de este tipo nos pueden narrar contra ellas. Y como matrimonios exitosos y logrados, a pesar de las dificultades o exigencia: la exclusividad y perpetuidad son el precisamente a través de ellas. Cuando se habla de la verdadera naturaleza del amor y el matri- modelo que sirve de monio se puede caer en el error de considerarlas como realidades regla para el crecimiento fijas e inalterables, carentes de historia. La realidad debe ser correcto y para la considerada dinámicamente, pues los seres tienden naturalmen- realización más profunda, te a algo que no es su perfección. Se trata de la clásica noción vital y plena del amor aristotélica de naturaleza y potencia. La naturaleza presenta conyugal. (…) una teleología intrínseca. Aquí, por «teleología» o «fin» no ha de entenderse un objetivo o un blanco al que se dirija el proceso que resultara extrínseco a la dinámica procesal misma. No se está hablando de una flecha que alguien –otro– ha dirigido a una diana. Se está diciendo que de suyo la bellota tiende a convertirse en encina y que la encina es el fin natural de la bellota, su perfección. Claro que puede ocurrir que la bellota se malogre o que termine por ser parte de cerdos. Pero convertirse en alimento de puercos no es el fin al que la bellota tiende de suyo, sino un accidente, algo que le pasa. La naturaleza de algo no queda determinada tanto desde su situación inicial, o su mera realidad fáctica, cuanto desde su perfección final: las cosas son lo que serán cuando alcancen su plenitud. El hombre es un ser histórico y necesita de tiempo para ser en acto lo que contiene en potencia. Lo mismo le ocurre al amor conyugal: necesita de tiempo para realizar en acto todo lo que contiene en potencia. El «uno con una»

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(exclusividad) y el «para siempre» (perpetuidad) están en el amor conyugal recién nacido –dirá Villadrich– en potencia, como tendencia y como exigencia. Esas notas de exclusividad y perpetuidad están en germen, como en semilla, prontas, si se las cultiva, a desplegarse y actualizarse. Esas notas son su tendencia natural si no se las frustra en su desarrollo y se atenta contra ellas. Y como exigencia: la exclusividad y perpetuidad son el modelo que sirve de regla para el crecimiento correcto y para la realización más profunda, vital y plena del amor conyugal. Esto requiere, como ya hemos indicado, de cultivo, de trabajo, de construcción día a día, porque no es algo que esté dado desde el primer momento, como si les fuera regalada por la mera estructura jurídica del matrimonio. Es el resultado de una conquista audaz, decidida, perseverante, irrevocablemente voluntaria. Es una plenitud que se conquista, pero no imposible porque ya está en potencia, como tendencia y como exigencia. (…) Esto requiere, como Donde el pensamiento clásico ve seres que tienden intrínsecaya hemos indicado, mente a su plenitud, el pensamiento ilustrado advierte cuerpos de cultivo, de trabajo, físicos que se desplazan en el espacio movidos por fuerzas extrínde construcción día a secas. La naturaleza de algo no quedará fijada por un presunto día, porque no es algo estado de plenitud, sino por su modo fáctico de ser. Las cosas que esté dado desde el son como son, la forma como de hecho funcionan y se organizan primer momento, como constituye ahora su naturaleza. Mientras el pensamiento clásisi les fuera regalada co, al considerar la naturaleza en términos dinámicos como la por la mera estructura tendencia a la propia plenitud, veía la naturaleza de algo como jurídica del matrimonio. una capacidad de remitir a lo que todavía no era –con lo que Es el resultado de tiene un carácter significativo pues las cosas referían a lo que una conquista audaz, aún no había llegado a ser–, el pensamiento ilustrado moderno, decidida, perseverante, al interpretar la naturaleza como el hecho de ser como se es, la irrevocablemente desimboliza: las cosas son exclusivamente lo que son ahora; no voluntaria. Es una significan ni apuntan a nada. Donde había tendencias ahora hay plenitud que se meros hechos y las cosas se agotarán en ser lo que son. conquista, pero no El discurso que quiere atenerse a los «hechos» y es ciego a la imposible porque ya tendencialidad dinámica de las cosas, ostenta una apariencia está en potencia, como de conciliador y tolerante, y lleva a hablar de familias en plural tendencia y como y a legitimar diversos tipos de matrimonio. Es profundamente exigencia. claudicante en lo social, desanimante en lo antropológico junto con mantener una concepción pesimista del Derecho. Pero son hechos igualmente fácticos tanto los matrimonios logrados como los fracasos. Tampoco nos sirve un criterio estadístico de normalidad, pues es casi seguro que la mayoría de las bellotas acaban de hecho convertidas en alimento de cerdos, por mucho que de suyo, si no les pasara nada en contra y si dispusieran de las condiciones necesarias, se convertirían en encinas. Al menos los hombres disponemos de una ventaja respecto a las bellotas, la de ser libres y disponer de voluntad. El Estado debe respetar la naturaleza y verdad del matrimonio. Una ley de divorcio lo afecta en su ser mismo y lo despoja de aquellas notas esenciales que le permiten desarrollarse y llegar a ser lo que son, afectando a todos los aspectos

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de la realidad familiar y al conjunto de las relaciones humanas. Se está en condiciones de decir, a la luz de la experiencia acumulada en estos últimos treinta años, que la introducción del divorcio no es una pieza aislada del sistema jurídico que no afecta y deja inalterada la sustancia de la institución matrimonial. El centro de la discusión del divorcio, además y por encima de sus desastrosos efectos ya comprobados, es realmente el matrimonio mismo. El divorcio es una de las manifestaciones emblemáticas que asume una cultura que atenta contra la verdad más honda de lo que es el matrimonio y la familia. Se seguirá hablando de matrimonio, pero el matrimonio que sustenta ese tipo de propuestas es una falsificación del verdadero matrimonio y un vaciamiento de su significado. Su alteración no es meramente contingente y accidental, sino que afecta no sólo a la comprensión del mismo matrimonio, sino al conjunto de las realidades humanas, al significado de la sexualidad, el sentido del amor y de la fidelidad. La indisolubilidad del matrimonio no es una cuestión de hecho, que en algunos casos se logra y en otros no. Es una cuestión de principios en el que está en juego el ser mismo del matrimonio y la familia. Se trata de una realidad de justicia que no es meramente privada. Quien defiende el divorcio, El Estado debe respetar más allá del lúdico juego con las palabras, postula una realidad La naturaleza y verdad esencialmente diferente a la del matrimonio como vínculo y como del matrimonio. Una compromiso de amor fiel. Por eso es que la alternativa radical a la ley de divorcio lo afecta que nos enfrentamos es: o matrimonio, que es fiel e indisoluble, en su ser mismo y lo despoja de aquellas notas o simple convivencia libre más o menos duradera. Desde la perspectiva del bien común de la sociedad en su con- esenciales que le permiten junto, la injusticia de una ley de divorcio es de índole estructural. desarrollarse y llegar a Al ofrecer la posibilidad del divorcio, casi siempre acompañada ser lo que son, afectando de la prohibición legal de una cláusula de indisolubilidad –la a todos los aspectos de fórmula del doble matrimonio o divorcio opcional es lógicamente la realidad familiar y al irreprochable–, hace que todos los matrimonios sean víctimas conjunto de las relaciones de una «tentación institucionalizada»16, con múltiples efectos humanas. en cadena. Ellos van, cuando el esquema divorcista se hace cultura y penetra en las mentalidades, desde la canalización de la sexualidad y las relaciones familiares hasta la multiplicación de las rupturas. Con la reciente aprobación del divorcio en nuestro país, esta triste secuela no se hará esperar. Cuando la ley humana se desvincula de su medida no deja de ser regla, pero es regla desmedida, su mandato ordenador que ha perdido la fuerza de guiar, de ser luz, de llevar hacia el fin, y en su lugar, corrompe, deshace, desordena. Una ley que permite el divorcio es una ley privada de fuerza para mantener el orden social, lo corrompe y deshace precisamente por su falta de virtualidad para guiar al bien común.

15 Corral, Hernán, Ibidem, p. 17. 16 Lúcida expresión de Carlos José Errázuriz que emplea en su artículo «Verdad del matrimonio y justicia» en Humanitas n° 14/año IV, pp. 228-240; cfr asimismo «El matrimonio como conjunción entre amor y derecho en una óptica realista y personalista» en Scripta Theologica, vol 26 / Fasc. 3/año 1994 pp. 1021-1039.

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La Palabra del Papa

Un auténtico humanismo cristiano Dirijo un afectuoso saludo al señor cardenal Paul Poupard, presidente del Consejo de coordinación entre Academias pontificias, y le agradezco el empeño con que ha llevado a cabo su tarea, siguiendo primero la reforma de las Academias y, después, su desarrollo según una finalidad precisa: ofrecer a la Iglesia, así como al mundo de la cultura y de las artes, un proyecto renovado de auténtico humanismo cristiano, válido y significativo para los hombres y las mujeres del tercer milenio (...) Esta solemne asamblea se desarrolla en torno a una temática -»Cristo, Hijo de Dios, hombre perfecto, medida del verdadero humanismo»que aprecio particularmente. La cultura actual, profundamente marcada por un subjetivismo que desemboca muchas veces en el individualismo extremo o en el relativismo, impulsa a los hombres a convertirse en única medida de sí mismos, perdiendo de vista otros objetivos que no estén centrados en su propio yo, transformado en único criterio de valoración de la realidad y de sus propias opciones. De este modo, el hombre tiende a replegarse cada vez más en sí mismo, a encerrarse en un microcosmos existencial asfixiante, en el que ya no tienen cabida los grandes ideales, abiertos a la trascendencia, a Dios. En cambio, el hombre HUMANITAS Nº 42 pp. 354-369

que se supera a sí mismo y no se deja encerrar en los estrechos límites de su propio egoísmo, es capaz de una mirada auténtica hacia los demás y hacia la creación. Así, toma conciencia de su característica esencial de criatura en continuo devenir, llamada a un crecimiento armonioso en todas sus dimensiones, comenzando precisamente por la interioridad, para llegar a la realización plena del proyecto que el Creador ha grabado en su ser más profundo. Algunas tendencias o corrientes culturales pretenden dejar a los hombres en un estado de minoridad, de infancia o de adolescencia prolongada. Al contrario, la palabra de Dios nos estimula decididamente a la madurez y nos invita a comprometernos con todas nuestras fuerzas en un alto grado de humanidad. San Pablo, escribiendo a la comunidad de Éfeso, exhortaba a los cristianos a no comportarse como los paganos, «según la vaciedad de su mente, sumergido su pensamiento en las tinieblas y excluidos de la vida de Dios» (Ef 4, 17-18). Al contrario, los verdaderos discípulos del Señor, lejos de permanecer en el estado de niños zarandeados por cualquier viento de doctrina (cf. Ef 4, 14), se esfuerzan por llegar «al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo» (Ef 4, 13). Por consiguiente, Jesucristo, Hijo de Dios, donado por el Padre a la humanidad para restaurar su imagen desfigurada por el pecado, es el hombre perfecto, según el cual se mide el verdadero humanismo. Con él debe confrontarse todo hombre; hacia él,

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con la ayuda de la gracia, debe tender con todo su corazón, con toda su mente y con todas sus fuerzas, para realizar plenamente su existencia, para responder con alegría y entusiasmo a la altísima vocación inscrita en su corazón (cf. Gaudium et spes, 22). Por eso, me dirijo particularmente a vosotros, queridos e ilustres académicos, para exhortaros a promover con entusiasmo y pasión, cada uno en su campo propio de estudio e investigación, la edificación de este nuevo humanismo. Tenéis la tarea de volver a proponer, con vuestra competencia, la belleza, la bondad y la verdad del rostro de Cristo, en quien todo hombre está llamado a reconocer sus rasgos más auténticos y originales, el modelo que hay que imitar cada vez mejor. Así pues, vuestra ardua tarea, vuestra alta misión consiste en indicar a Cristo al hombre de hoy, presentándolo como la verdadera medida de la madurez y de la plenitud humana.

criatura espiritual, puede conocer la verdad y, por tanto, tiene el deber y el derecho de buscarla (cf. ib., 3). Puesto este fundamento, el Concilio insiste ampliamente en la libertad religiosa, que debe garantizarse tanto a las personas como a las comunidades, respetando las legítimas exigencias del orden público. Y esta enseñanza conciliar, después de cuarenta años, sigue siendo de gran actualidad. En efecto, la libertad religiosa está lejos de ser asegurada efectivamente por doquier: en algunos casos se la niega por motivos religiosos o ideológicos; otras veces, aunque se la reconoce teóricamente, es obstaculizada de hecho por el poder político o, de manera más solapada, por el predominio cultural del agnosticismo y del relativismo. Oremos para que todos los hombres puedan realizar plenamente la vocación religiosa que llevan inscrita en su ser.

(Mensaje a los miembros de la Academias Pontificias,

Vaticano II, 08-12-2005)

(Misa solemne en 40° aniversario conclusión Concilio

15-11-05)

Singular dignidad del hombre Las primeras palabras, que dan el título a este documento, son «Dignitatis humanae: la libertad religiosa deriva de la singular dignidad del hombre que, entre todas las criaturas de esta tierra, es la única capaz de entablar una relación libre y consciente de su Creador. «Todos los hombres -dice el Concilio-, conforme a su dignidad, por ser personas, es decir, dotados de razón y voluntad libre, (...) se ven impulsados, por su misma naturaleza, a buscar la verdad y, además, tienen la obligación moral de hacerlo, sobre todo la verdad religiosa» (Dignitatis humanae, 2). El Vaticano II reafirma así la doctrina católica tradicional, según la cual el hombre, en cuanto

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La familia amenazada por la secularización Hoy es preciso anunciar con renovado entusiasmo que el evangelio de la familia es un camino de realización humana y espiritual, con la certeza de que el Señor está siempre presente con su gracia. Este anuncio a menudo es desfigurado por falsas concepciones del matrimonio y de la familia que no respetan el proyecto originario de Dios. En este sentido, se han llegado a proponer nuevas formas de matrimonio, algunas de ellas desconocidas en las culturas de los pueblos, en las que se altera su naturaleza específica. También en el ámbito de la vida están surgiendo nuevos planteamientos que ponen en


tela de juicio este derecho fundamental. Como consecuencia, se facilita la eliminación del embrión o su uso arbitrario en aras del progreso de la ciencia que, al no reconocer sus propios límites y no aceptar todos los principios morales que permiten salvaguardar la dignidad de la persona, se convierte en una amenaza para el ser humano mismo, quedando reducido a un objeto o a un mero instrumento. Cuando se llega a estos niveles se resiente la misma sociedad y se estremecen sus fundamentos con toda clase de riesgos. En América Latina, como en todas partes, los hijos tienen el derecho de nacer y crecer en el seno de una familia fundada sobre el matrimonio, donde los padres sean los primeros educadores de la fe de sus hijos, y éstos puedan alcanzar su plena madurez humana y espiritual. Verdaderamente, los hijos son la mayor riqueza y el bien más preciado de la familia. Por eso es necesario ayudar a todas las personas a tomar conciencia del mal intrínseco del crimen del aborto que, al atentar contra la vida humana en su inicio, es también una agresión contra la sociedad misma. De ahí que los políticos y legisladores, como servidores del bien social, tienen el deber de defender el derecho fundamental a la vida, fruto del amor de Dios. (Discurso a presidentes de las comisiones episcopales de América Latina para la familia, 03-12-2005)

Ley moral natural Este tema, el de la ley moral natural, es de especial relevancia para comprender el fundamento de los derechos arraigados en la naturaleza de la persona y, como tales, derivados de la voluntad misma de Dios creador. Anteriores a cualquier

ley positiva de los Estados, son universales, inviolables e inalienables; y, por tanto, todos deben reconocerlos como tales, especialmente las autoridades civiles, llamadas a promover y garantizar su respeto. Aunque en la cultura actual parece haberse perdido el concepto de «naturaleza humana», es un hecho que los derechos humanos no se pueden comprender sin presuponer que el hombre, en su mismo ser, es portador de valores y de normas que hay que descubrir y reafirmar, y no inventar o imponer de modo subjetivo y arbitrario. En este punto, es de gran importancia el diálogo con el mundo laico: debe mostrarse con evidencia que la negación de un fundamento ontológico de los valores esenciales de la vida humana desemboca inevitablemente en el positivismo y hace que el derecho dependa de las corrientes de pensamiento dominantes en una sociedad, pervirtiendo así el derecho en un instrumento del poder en vez de subordinar el poder al derecho. (Discurso a los miembros de la Comisión teológica internacional, 01-12-2005)

Teología, obediencia, amor La teología no puede menos de nacer de la obediencia al impulso de la verdad y del amor que desea conocer cada vez mejor a aquel que ama, en este caso a Dios mismo, cuya bondad hemos reconocido en el acto de fe (cf. Donum veritatis, 7). Conocemos a Dios porque él, en su infinita bondad, se dio a conocer en la creación y sobre todo en su Hijo unigénito, que se hizo hombre por nosotros, y murió y resucitó por nuestra salvación. En consecuencia, la revelación de Cristo es el principio normativo fundamental para la teología. Esta se ejerce siempre en la Iglesia y para la

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Iglesia, Cuerpo de Cristo, único sujeto con Cristo, y así también con fidelidad a la Tradición apostólica. Por tanto, la actividad del teólogo debe realizarse en comunión con la voz viva de la Iglesia, es decir, con el magisterio vivo de la Iglesia y bajo su autoridad. Considerar la teología como un asunto privado del teólogo significa desconocer su misma naturaleza. Sólo dentro de la comunidad eclesial, en comunión con los legítimos pastores de la Iglesia, tiene sentido la actividad teológica, que ciertamente requiere competencia científica, pero también y sobre todo el espíritu de fe y la humildad de quien sabe que el Dios vivo y verdadero, objeto de su reflexión, supera infinitamente la capacidad humana. Sólo con la oración y la contemplación se puede adquirir el sentido de Dios y la docilidad a la acción del Espíritu Santo, que darán fecundidad a la investigación teológica para el bien de toda la Iglesia y, podríamos decir, para toda la humanidad. Aquí se podría objetar: una teología definida así, ¿sigue siendo ciencia y está de acuerdo con nuestra razón y su libertad? Sí; racionalidad, cientificidad y pensar en la comunión de la Iglesia no sólo no se excluyen, sino que van juntas. El Espíritu Santo introduce a la Iglesia en la plenitud de la verdad (cf. Jn 16, 13), la Iglesia está al servicio de la verdad y su guía es educación en la verdad. (Discurso a los miembros de la Comisión teológica internacional, 01-12-2005)

Fe y política se encuentran La justicia es el objeto y, por tanto, también la medida intrínseca de toda política. La política es más que una simple técnica para determinar los ordenamientos públicos: su origen y su meta están

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precisamente en la justicia, y ésta es de naturaleza ética. Así, pues, el Estado se encuentra inevitablemente de hecho ante la cuestión de cómo realizar la justicia aquí y ahora. Pero esta pregunta presupone otra más radical: ¿qué es la justicia? Éste es un problema que concierne a la razón práctica; pero para llevar a cabo rectamente su función, la razón ha de purificarse constantemente, porque su ceguera ética, que deriva de la preponderancia del interés y del poder que la deslumbran, es un peligro que nunca se puede descartar totalmente. En este punto, política y fe se encuentran. Sin duda, la naturaleza específica de la fe es la relación con el Dios vivo, un encuentro que nos abre nuevos horizontes mucho más allá del ámbito propio de la razón. Pero, al mismo tiempo, es una fuerza purificadora para la razón misma. Al partir de la perspectiva de Dios, la libera de su ceguera y la ayuda así a ser mejor ella misma. La fe permite a la razón desempeñar del mejor modo su cometido y ver más claramente lo que le es propio. (Carta Encíclica «Deus Caritas Est», n° 28)

La caridad siempre será necesaria El amor -caritas- siempre será necesario, incluso en la sociedad más justa. No hay orden estatal, por justo que sea, que haga superfluo el servicio del amor. Quien intenta desentenderse del amor se dispone a desentenderse del hombre en cuanto hombre. Siempre habrá sufrimiento que necesite consuelo y ayuda. Siempre habrá soledad. Siempre se darán también situaciones de necesidad material en las que es indispensable una ayuda que muestre un amor concreto al prójimo. El Estado que quiere proveer a todo, que absorbe todo en sí mismo, se convierte en


definitiva en una instancia burocrática que no puede asegurar lo más esencial que el hombre afligido -cualquier ser humano- necesita: una entrañable atención personal. Lo que hace falta no es un Estado que regule y domine todo, sino que generosamente reconozca y apoye, de acuerdo con el principio de subsidiariedad, las iniciativas que surgen de las diversas fuerzas sociales y que unen la espontaneidad con la cercanía a los hombres necesitados de auxilio. La Iglesia es una de estas fuerzas vivas: en ella late el dinamismo del amor suscitado por el Espíritu de Cristo. Este amor no brinda a los hombres sólo ayuda material, sino también sosiego y cuidado del alma, una ayuda con frecuencia más necesaria que el sustento material. La afirmación según la cual las estructuras justas harían superfluas las obras de caridad, esconde una concepción materialista del hombre: el prejuicio de que el hombre vive «sólo de pan» (Mt 4, 4; cf. Dt 8, 3), una concepción que humilla al hombre e ignora precisamente lo que es más específicamente humano. (Carta Encíclica «Deus Caritas Est», n° 28)

Frente al activismo y al secularismo, importancia de la oración La experiencia de la inmensa necesidad puede, por un lado, inclinarnos hacia la ideología que pretende realizar ahora lo que, según parece, no consigue el gobierno de Dios sobre el mundo: la solución universal de todos los problemas. Por otro, puede convertirse en una tentación a la inercia ante la impresión de que, en cualquier caso, no se puede hacer nada. En esta situación, el contacto vivo con Cristo es la ayuda decisiva para continuar en el camino recto: ni caer en una soberbia que desprecia al

hombre y en realidad nada construye, sino que más bien destruye; ni ceder a la resignación, la cual impediría dejarse guiar por el amor y así servir al hombre. La oración se convierte en estos momentos en una exigencia muy concreta, como medio para recibir constantemente fuerzas de Cristo. Quien reza no desperdicia su tiempo, aunque todo haga pensar en una situación de emergencia y parezca impulsar sólo a la acción. La piedad no escatima la lucha contra la pobreza o la miseria del prójimo. La beata Teresa de Calcuta es un ejemplo evidente de que el tiempo dedicado a Dios en la oración no sólo deja de ser un obstáculo para la eficacia y la dedicación al amor al prójimo, sino que es en realidad una fuente inagotable para ello. En su carta para la Cuaresma de 1996 la beata escribía a sus colaboradores laicos: «Nosotros necesitamos esta unión íntima con Dios en nuestra vida cotidiana. Y ¿cómo podemos conseguirla? A través de la oración.» Ha llegado el momento de reafirmar la importancia de la oración ante el activismo y el secularismo de muchos cristianos comprometidos en el servicio caritativo. Obviamente, el cristiano que reza no pretende cambiar los planes de Dios o corregir lo que Dios ha previsto. Busca más bien el encuentro con el Padre de Jesucristo, pidiendo que esté presente, con el consuelo de su Espíritu, en él y en su trabajo. La familiaridad con el Dios personal y el abandono a su voluntad impiden la degradación del hombre, lo salvan de la esclavitud de doctrinas fanáticas y terroristas. Una actitud auténticamente religiosa evita que el hombre se erija en juez de Dios, acusándolo de permitir la miseria sin sentir compasión por sus criaturas. Pero quien pretende luchar contra Dios apoyándose en el interés del hombre, ¿con quién podrá contar cuando la acción humana se declare impotente? (Carta Encíclica «Deus Caritas Est», n° 36 - 37) El texto completo de la primera encíclica de S.S.Benedicto XVI, DEUS CARITAS EST, se puede leer en www.humanitas.cl

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El cordero es más fuerte que el dragón En su último libro, «Memoria e Identidad» (Juan Pablo II), nos dejó una interpretación del sufrimiento que no es una teoría teológica o filosófica, sino un fruto madurado a través de su camino personal de sufrimiento, recorrido por él con el apoyo de la fe en el Señor crucificado. Esta interpretación, que él había elaborado de la fe y que daba sentido a su sufrimiento, vivido en comunión con el del Señor, hablaba a través de su dolor mudo, transformándolo en un gran mensaje. Tanto al inicio como al final del libro mencionado, el Papa reconoce que se siente profundamente impresionado por el espectáculo del poder del mal que, en el siglo que acaba de concluir, hemos experimentado de manera dramática. Dice textualmente: «no fue un mal en edición reducida... Fue el mal en proporciones gigantescas, un mal que ha usado las estructuras estatales mismas para llevar a cabo su funesto cometido, un mal erigido en sistema» (Epílogo). ¿Es quizá invencible el mal? ¿Es la potencia última, auténtica, de la historia? A causa de la experiencia del mal, la cuestión de la redención, para el Papa Wojtyla, se había convertido en esencial y en una pregunta central de su vida y de su pensamiento como cristiano. ¿Hay un límite ante el que la potencia del mal se estrella? Sí, existe, responde el Papa en su libro, al igual que en su encíclica sobre la redención. El poder que pone un límite al mal es la misericordia divina. A la violencia, a la ostentación del mal se le opone en la historia -como «el totalmente otro» de Dios, como la potencia propia de Dios- la divina misericor-

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dia. El cordero es más fuerte que el dragón, podríamos decir con el Apocalipsis. El límite del poder del mal, la potencia que, en definitiva, lo vence es -según explica- el sufrimiento de Dios, el sufrimiento del Hijo de Dios en la Cruz: «El sufrimiento de Dios crucificado no es sólo una forma de dolor entre otras... Cristo, padeciendo por todos nosotros, ha dado al sufrimiento un nuevo sentido, lo ha introducido en una nueva dimensión, en otro orden: en el orden del amor... La pasión de Cristo en la cruz ha dado un sentido totalmente nuevo al sufrimiento y lo ha transformado desde dentro... Es el sufrimiento que destruye y consume el mal con el fuego del amor... Todo sufrimiento humano, todo dolor, toda enfermedad, encierra en sí una promesa de liberación... El mal... existe en el mundo también para despertar en nosotros el amor, que es la entrega de sí mismo... de los que se ven afectados por el sufrimiento. Cristo es el Redentor del mundo: «Nuestro castigo saludable vino sobre él, sus cicatrices nos curaron» (Isaías 53, 5)» (Epílogo). Todo esto no es simplemente teología docta, sino expresión de una fe vivida y madurada en el sufrimiento. Ciertamente nosotros tenemos que hacer todo lo posible para atenuar el sufrimiento e impedir la injusticia que provoca el sufrimiento de los inocentes. Sin embargo, también tenemos que hacer todo lo posible para que los hombres puedan descubrir el sentido del sufrimiento para que de este modo puedan aceptar el propio sufrimiento y unirlo al sufrimiento de Cristo. De esta manera, éste se difunde junto con el amor redentor y se convierte en una fuerza contra el mal en el mundo. (Felicitación por Navidad a la Curia Romana, Sala Clementina, 22-12-05)


La adoración, fuente de criterios prácticos Antes de cualquier actividad y de todo cambio del mundo, tiene que darse la adoración. Es la única que nos hace verdaderamente libres; es la única que nos da criterios para nuestro actuar. Precisamente en un mundo en el que progresivamente desfallecen los criterios de orientación y se da la gran amenaza de que cada quien haga de sí mismo el propio criterio, es fundamental subrayar la adoración. Todos los que estuvieron presentes no podrán olvidar el intenso silencio de aquel millón de jóvenes, un silencio que nos unía y alentaba a todos, cuando el Señor en el Sacramento era colocado sobre el altar. Conservemos en el corazón las imágenes de Colonia. (Felicitación por Navidad a la Curia Romana, Sala Clementina, 22-12-05)

Progreso y verdadero humanismo San Pablo nos indica una verdad muy importante: la historia tiene una meta, una dirección. La historia va hacia la humanidad unida en Cristo, va hacia el hombre perfecto, hacia el humanismo perfecto. Con otras palabras, san Pablo nos dice: sí, hay progreso en la historia. Si queremos, hay una evolución de la historia. Progreso es todo lo que nos acerca a Cristo y así nos acerca a la humanidad unida, al verdadero humanismo. Estas indicaciones implican también un imperativo para nosotros: trabajar por el progreso, que queremos todos. Podemos hacerlo trabajando por el acercamiento de los

hombres a Cristo; podemos hacerlo configurándonos personalmente con Cristo, yendo así en la línea del verdadero progreso. (Audiencia General, 04-01-06)

La paz tiene su verdad intrínseca ¿A qué nos referimos al utilizar la expresión «verdad de la paz»? Para contestar adecuadamente a esta pregunta se ha de tener presente que la paz no puede reducirse a la simple ausencia de conflictos armados, sino que debe entenderse como «el fruto de un orden asignado a la sociedad humana por su divino Fundador», un orden «que los hombres, siempre sedientos de una justicia más perfecta, han de llevar a cabo» (Benedicto XV). En cuanto resultado de un orden diseñado y querido por el amor de Dios, la paz tiene su verdad intrínseca e inapelable, y corresponde «a un anhelo y una esperanza que nosotros tenemos de manera imborrable» (Juan Pablo II). La paz, concebida de este modo, es un don celestial y una gracia divina, que exige a todos los niveles el ejercicio de una responsabilidad mayor: la de conformar -en la verdad, en la justicia, en la libertad y en el amor- la historia humana con el orden divino. Cuando falta la adhesión al orden trascendente de la realidad, o bien el respeto de aquella «gramática» del diálogo que es la ley moral universal, inscrita en el corazón del hombre (Juan Pablo II); cuando se obstaculiza y se impide el desarrollo integral de la persona y la tutela de sus derechos fundamentales; cuando muchos pueblos se ven obligados a sufrir injusticias y desigualdades intolerables, ¿cómo se puede esperar la consecución del bien de la paz? En efecto, faltan los elementos esenciales que constituyen la verdad

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de dicho bien. San Agustín definía la paz como «tranquillitas ordinis», la tranquilidad del orden, es decir, aquella situación que permite en definitiva respetar y realizar por completo la verdad del hombre. (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, 01-01-06)

La mentira, enemiga de la paz ¿Quién y qué puede impedir la consecución de la paz? A este propósito, la Sagrada Escritura, en su primer Libro, el Génesis, resalta la mentira pronunciada al principio de la historia por el ser de lengua bífida, al que el evangelista Juan califica como «padre de la mentira» (Jn 8, 44). La mentira es también uno de los pecados que recuerda la Biblia en el capítulo final de su último Libro, el Apocalipsis, indicando la exclusión de los mentirosos de la Jerusalén celeste: «¡Fuera... todo el que ame y practique la mentira!» (22, 15). La mentira está relacionada con el drama del pecado y sus consecuencias perversas, que han causado y siguen causando efectos devastadores en la vida de los individuos y de las naciones. Baste pensar en todo lo que ha sucedido en el siglo pasado, cuando sistemas ideológicos y políticos aberrantes han tergiversado de manera programada la verdad y han llevado a la explotación y al exterminio de un número impresionante de hombres y mujeres, e incluso de familias y comunidades enteras. Después de tales experiencias, ¿cómo no preocuparse seriamente ante las mentiras de nuestro tiempo, que son como el telón de

fondo de escenarios amenazadores de muerte en diversas regiones del mundo? La auténtica búsqueda de la paz requiere tomar conciencia de que el problema de la verdad y la mentira concierne a cada hombre y a cada mujer, y que es decisivo para un futuro pacífico de nuestro planeta. (Mensaje a la Jornada Mundial de la Paz, 01-01-06)

Nihilismo y fundamentalismo coinciden Bien mirado, tanto el nihilismo como el fundamentalismo mantienen una relación errónea con la verdad: los nihilistas niegan la existencia de cualquier verdad, los fundamentalistas tienen la pretensión de imponerla con la fuerza. Aun cuando tienen orígenes diferentes y sus manifestaciones se producen en contextos culturales distintos, el nihilismo y el fundamentalismo coinciden en un peligroso desprecio del hombre y de su vida y, en última instancia, de Dios mismo. En efecto, en la base de tan trágico resultado común está, en último término, la tergiversación de la plena verdad de Dios: el nihilismo niega su existencia y su presencia providente en la historia; el fundamentalismo fanático desfigura su rostro benevolente y misericordioso, sustituyéndolo con ídolos hechos a su propia imagen. En el análisis de las causas del fenómeno contemporáneo del terrorismo es deseable que, además de las razones de carácter político y social, se tengan en cuenta también las más hondas motivaciones culturales, religiosas e ideológicas. (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, 01-01-06)

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María es el Israel santo El saludo del ángel está entretejido con hilos del Antiguo Testamento, especialmente del profeta Sofonías. Nos hace comprender que María, la humilde mujer de provincia, que proviene de una estirpe sacerdotal y lleva en sí el gran patrimonio sacerdotal de Israel, es el «resto santo» de Israel, al que hacían referencia los profetas en todos los períodos turbulentos y tenebrosos. En ella está presente la verdadera Sión, la pura, la morada viva de Dios. En ella habita el Señor, en ella encuentra el lugar de su descanso. Ella es la casa viva de Dios, que no habita en edificios de piedra, sino en el corazón del hombre vivo. Ella es el retoño que, en la oscura noche invernal de la historia, florece del tronco abatido de David. En ella se cumplen las palabras del salmo: «La tierra ha dado su fruto» (Ps 67, 7). Ella es el vástago, del que deriva el árbol de la redención y de los redimidos. Dios no ha fracasado, como podía parecer al inicio de la historia con Adán y Eva, o durante el período del exilio babilónico, y como parecía nuevamente en el tiempo de María, cuando Israel se había convertido en un pueblo sin importancia en una región ocupada, con muy pocos signos reconocibles de su santidad. Dios no ha fracasado. En la humildad de la casa de Nazaret vive el Israel santo, el resto puro. Dios salvó y salva a su pueblo. Del tronco abatido resplandece nuevamente su historia, convirtiéndose en una nueva fuerza viva que orienta e impregna el mundo. María es el Israel santo; ella dice «sí» al Señor, se pone plenamente a su disposición, y así se convierte en el templo vivo de Dios. (...) Se predice que, durante toda la historia, continuará la lucha entre el hombre y la serpiente, es decir, entre el hombre y las fuerzas del mal y

de la muerte. Pero también se anuncia que «el linaje» de la mujer un día vencerá y aplastará la cabeza de la serpiente, la muerte; se anuncia que el linaje de la mujer -y en él la mujer y la madre misma- vencerá, y así, mediante el hombre, Dios vencerá. Si junto con la Iglesia creyente y orante nos ponemos a la escucha ante este texto, entonces podemos comenzar a comprender qué es el pecado original, el pecado hereditario, y también cuál es la defensa contra este pecado hereditario, qué es la redención. (Solemnidad de la Inmaculada Concepción, al conmemorarse el 40° aniversario de la clausura del Concilio, 08-12-05)

¿Es Dios un competidor que limita nuestra libertad? ¿Cuál es el cuadro que se nos presenta en esta página? El hombre no se fía de Dios. Tentado por las palabras de la serpiente, abriga la sospecha de que Dios, en definitiva, le quita algo de su vida, que Dios es un competidor que limita nuestra libertad, y que sólo seremos plenamente seres humanos cuando lo dejemos de lado; es decir, que sólo de este modo podemos realizar plenamente nuestra libertad. El hombre vive con la sospecha de que el amor de Dios crea una dependencia y que necesita desembarazarse de esta dependencia para ser plenamente él mismo. El hombre no quiere recibir de Dios su existencia y la plenitud de su vida. Él quiere tomar por sí mismo del árbol del conocimiento el poder de plasmar el mundo, de hacerse dios, elevándose a su nivel, y de vencer con sus fuerzas a la muerte y las tinieblas. No quiere contar con el amor que no le parece fiable; cuenta únicamente con el conocimiento, puesto que le confiere el poder. Más que el amor, busca

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el poder, con el que quiere dirigir de modo autónomo su vida. Al hacer esto, se fía de la mentira más que de la verdad, y así se hunde con su vida en el vacío, en la muerte. Amor no es dependencia, sino don que nos hace vivir. La libertad de un ser humano es la libertad de un ser limitado y, por tanto, es limitada ella misma. Sólo podemos poseerla como libertad compartida, en la comunión de las libertades: la libertad sólo puede desarrollarse si vivimos, como debemos, unos con otros y unos para otros. Vivimos como debemos, si vivimos según la verdad de nuestro ser, es decir, según la voluntad de Dios. Porque la voluntad de Dios no es para el hombre una ley impuesta desde fuera, que lo obliga, sino la medida intrínseca de su naturaleza, una medida que está inscrita en él y lo hace imagen de Dios, y así criatura libre. Si vivimos contra el amor y contra la verdad -contra Dios-, entonces nos destruimos recíprocamente y destruimos el mundo. Así no encontramos la vida, sino que obramos en interés de la muerte. Todo esto está relatado, con imágenes inmortales, en la historia de la caída original y de la expulsión del hombre del Paraíso terrestre. (Solemnidad de la Inmaculada Concepción, al conmemorarse el 40° aniversario de la clausura del Concilio, 08-12-05)

¿Es aburrido el que no peca? Brota en nosotros la sospecha de que una persona que no peca para nada, en el fondo es aburrida; que le falta algo en su vida: la dimensión dramática de ser autónomos; que la libertad de decir no, el bajar a las tinieblas del pecado y querer actuar por sí mismos forma parte del verdadero hecho de ser hombres; que sólo entonces se puede disfrutar a fondo de toda la amplitud y

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la profundidad del hecho de ser hombres, de ser verdaderamente nosotros mismos; que debemos poner a prueba esta libertad, incluso contra Dios, para llegar a ser realmente nosotros mismos. En una palabra, pensamos que en el fondo el mal es bueno, que lo necesitamos, al menos un poco, para experimentar la plenitud del ser. Pensamos que Mefistófeles -el tentador- tiene razón cuando dice que es la fuerza «que siempre quiere el mal y siempre obra el bien» (Johann Wolfgang von Goethe, Fausto I, 3). Pensamos que pactar un poco con el mal, reservarse un poco de libertad contra Dios, en el fondo está bien, e incluso que es necesario. Pero al mirar el mundo que nos rodea, podemos ver que no es así, es decir, que el mal envenena siempre, no eleva al hombre, sino que lo envilece y lo humilla; no lo hace más grande, más puro y más rico, sino que lo daña y lo empequeñece. En el día de la Inmaculada debemos aprender más bien esto: el hombre que se abandona totalmente en las manos de Dios no se convierte en un títere de Dios, en una persona aburrida y conformista; no pierde su libertad. Sólo el hombre que se pone totalmente en manos de Dios encuentra la verdadera libertad, la amplitud grande y creativa de la libertad del bien. El hombre que se dirige hacia Dios no se hace más pequeño, sino más grande, porque gracias a Dios y junto con él se hace grande, se hace divino, llega a ser verdaderamente él mismo. El hombre que se pone en manos de Dios no se aleja de los demás, retirándose a su salvación privada; al contrario, sólo entonces su corazón se despierta verdaderamente y él se transforma en una persona sensible y, por tanto, benévola y abierta. Cuanto más cerca está el hombre de Dios, tanto más cerca está de los hombres. Lo vemos en María (...). En ella Dios graba su propia imagen, la imagen de Aquel que sigue la oveja perdida hasta las montañas y hasta los espinos y abrojos de los pecados de este mundo, dejándose herir por la corona de espinas de estos pecados, para tomar la oveja sobre sus hombros y llevarla a casa. Como


Madre que se compadece, María es la figura anticipada y el retrato permanente del Hijo. Y así vemos que también la imagen de la Dolorosa, de la Madre que comparte el sufrimiento y el amor, es una verdadera imagen de la Inmaculada. Su corazón, mediante el ser y el sentir con Dios, se ensanchó. En ella, la bondad de Dios se acercó y se acerca mucho a nosotros. Así, María está ante nosotros como signo de consuelo, de aliento y de esperanza. Se dirige a nosotros, diciendo: «Ten la valentía de osar con Dios. Prueba. No tengas miedo de él. Ten la valentía de arriesgar con la fe. Ten la valentía de arriesgar con la bondad. Ten la valentía de arriesgar con el corazón puro. Comprométete con Dios; y entonces verás que precisamente así tu vida se ensancha y se ilumina, y no resulta aburrida, sino llena de infinitas sorpresas, porque la bondad infinita de Dios no se agota jamás». (Solemnidad de la Inmaculada Concepción, al conmemorarse el 40° aniversario de la clausura del Concilio, 08-12-05)

Desafío actual de los medios de comunicación Iluminar las conciencias de los individuos y ayudar a formar su pensamiento nunca es una tarea neutral. La comunicación auténtica demanda valor y decisión radicales. Requiere la determinación de aquellos que trabajan en los medios para no debilitarse bajo el peso de tanta información ni para conformarse con verdades parciales o provisionales. Por el contrario, requiere tanto la búsqueda como la transmisión de lo que es el sentido y el fundamento último de la existencia humana, personal y social (cf. Fides et ratio, 5). De esta forma, los medios pueden contribuir constructivamente a la propagación de todo lo que es bueno y verdadero.

El llamado a los medios de comunicación de hoy a ser responsables, a ser protagonistas de la verdad y promotores de la paz que ella conlleva, supone numerosos desafíos. Aunque los diversos instrumentos de comunicación social facilitan el intercambio de información, ideas y entendimiento mutuo entre grupos, también están teñidos de ambigüedad. Paralelamente a que facilitan «una gran mesa redonda» para el diálogo, algunas tendencias dentro de los medios engendran una forma de monocultura que oscurece el genio creador, reduce la sutileza del pensamiento complejo y desestima la especificidad de prácticas culturales y la particularidad de la creencia religiosa. Estas son distorsiones que ocurren cuando la industria de los medios se reduce al servicio de sí misma o funciona solamente guiada por el lucro, perdiendo el sentido de responsabilidad hacia el bien común. Así pues, deben fomentarse siempre el reporte preciso de los eventos, la explicación completa de los hechos de interés público y la presentación justa de diversos puntos de vista. La necesidad de sostener y apoyar la vida matrimonial y familiar es de particular importancia, precisamente porque se relaciona con el fundamento de cada cultura y sociedad (cf. Apostolicam actuositatem, 11). En colaboración con los padres, las industrias de la comunicación social y el entretenimiento pueden ayudar en la difícil pero altamente satisfactoria vocación de educar a la niñez, con la presentación de modelos edificantes de vida y amor humanos (cf. Inter mirifica, 11). Es muy descorazonador y destructivo para todos nosotros cuando lo opuesto ocurre. ¿No lloran nuestros corazones, muy especialmente, cuando los jóvenes son sujetos de expresiones degradantes o falsas de amor que ridiculizan la dignidad otorgada por Dios de cada persona humana y socavan los intereses de la familia? (Mensaje a la 40° Jornada Mundial de las Comunicaciones, 24-01-06)

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Servicio esencial de los medios: formación, participación, diálogo Para motivar tanto una presencia constructiva como una percepción positiva de los medios en la sociedad, deseo reiterar la importancia de los tres pasos identificados por mi venerado predecesor el Papa Juan Pablo II, necesarios para el servicio que deben prestar al bien común: formación, participación y diálogo (cf. «El Rápido Desarrollo», 11). La formación en el uso responsable y crítico de los medios ayuda a las personas a utilizarlos de manera inteligente y apropiada. El profundo impacto que los medios electrónicos en particular ejercen al generar un nuevo vocabulario e imágenes, que introducen tan fácilmente en la sociedad, no habría de ser sobrevalorado. Precisamente porque los medios contemporáneos configuran la cultura popular, ellos mismos deben sobreponerse a toda tentación de manipular, especialmente a los jóvenes, y por el contrario deben impulsarse en el deseo de formar y servir. De este modo, ellos protegen en vez de erosionar el tejido de la sociedad civil, tan valioso para la persona humana. La participación en los medios surge de su naturaleza: son un bien destinado a toda persona. Como servicio público, la comunicación social requiere de un espíritu de cooperación y coresponsabilidad con escrupulosa atención en el uso de los recursos públicos y en el desempeño de los cargos públicos (cf. «Ética en las Comunicaciones Sociales», 20), incluyendo el recurso a marcos normativos y a otras medidas o estructuras diseñadas para lograr este objetivo. Finalmente, los medios de comunicación deben aprovechar y ejercer las grandes oportunidades que les brindan la promoción del diálogo, el intercambio de conocimientos, la expresión de solidaridad y los vínculos de paz. De esta ma-

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nera ellos se transforman en recursos incisivos y apreciados para la construcción de la civilización del amor que toda persona anhela. (Mensaje a la 40° Jornada Mundial de las Comunicaciones, 24-01-06)

La cátedra, símbolo del magisterio del obispo La «cátedra», literalmente, quiere decir la sede fija del obispo, colocada en la iglesia madre de una diócesis, que por este motivo es llamada «catedral», y es el símbolo de la autoridad del obispo y, en particular, de su «magisterio», es decir, de la enseñanza evangélica que él, en cuanto sucesor de los apóstoles, está llamado a custodiar y transmitir a la comunidad cristiana. Cuando el obispo toma posesión de la iglesia particular que le ha sido confiada, con la mitra y el báculo, se sienta en su cátedra. Desde esa sede guiará, como maestro y pastor, el camino de los fieles, en la fe, en la esperanza y en la caridad. ¿Cuál fue, entonces, la «cátedra» de san Pedro? Él, escogido por Cristo como «roca» sobre la cual edificar la Iglesia (cf. Mateo 16, 18), comenzó su ministerio en Jerusalén, después de la Ascensión del Señor y de Pentecostés. La primera «sede» de la Iglesia fue el Cenáculo, y es probable que en aquella sala, donde también María, la Madre de Jesús, rezó junto a los discípulos, se reservara un puesto especial a Simón Pedro. Sucesivamente, la sede de Pedro fue Antioquía, ciudad situada en el río Oronte, en Siria, hoy en Turquía, en aquellos tiempos la tercera ciudad del imperio romano después de Roma y de Alejandría de Egipto. De aquella ciudad, evangelizada por Bernabé y Pablo, en la que «por primera vez, los discípulos recibieron el nombre de «cristianos» (Hechos 11, 26), Pedro fue el primer obispo.


«Queridos hermanos y hermanas, en el ábside de la basílica de san Pedro, como sabéis, se encuentra el monumento a la cátedra del apóstol, obra de Bernini en su madurez, realizada en forma de gran trono de bronce, sostenida por las estatuas de cuatro doctores de la Iglesia, dos de occidente, san Agustín y san Ambrosio, y dos de oriente, san Juan Crisóstomo y san Atanasio. Os invito a deteneros ante esta obra sugerente, que hoy es posible admirar, adornada con velas, y a rezar particularmente por el ministerio que Dios me ha confiado. Al elevar la mirada ante el vitral de alabastro que se encuentra precisamente ante la cátedra, invocad al Espíritu Santo para que sostenga siempre con su luz y su fuerza mi servicio cotidiano a toda la Iglesia». (Palabras pronunciadas en la fiesta de la Cátedra de San Pedro, 22 02 06)

De hecho, el Martirologio Romano, antes de la reforma del calendario, preveía también una celebración específica de la Cátedra de Pedro en Antioquía. Desde allí la Providencia llevó a Pedro a Roma. Por tanto, nos encontramos con el camino que va de Jerusalén, Iglesia naciente, a Antioquía, primer centro de la Iglesia, que agrupaba a paganos, y todavía unida también a la Iglesia proveniente de los judíos. Después, Pedro se dirigió a Roma, centro del Imperio,

símbolo del «Orbis» -la «Urbs» que expresa el «Orbis», la tierra-, donde concluyó con el martirio su carrera al servicio del Evangelio. Por este motivo, la sede de Roma, que había recibido el mayor honor, recibió también la tarea confiada por Cristo a Pedro de estar al servicio de todas las iglesias particulares para la edificación y la unidad de todo el Pueblo de Dios. (Fiesta de la Cátedra de San Pedro, 22-02-06)

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Los Padres ante la cátedra de Pedro La sede de Roma, después de estas migraciones de san Pedro, fue reconocida como la del sucesor de Pedro, y la «cátedra» de su obispo representó la del apóstol encargado por Cristo de apacentar a todo su rebaño. Lo atestiguan los más antiguos Padres de la Iglesia, como por ejemplo, san Ireneo, obispo de Lyón, pero que era originario de Asia Menor, quien en su tratado «Contra las herejías» describe a la Iglesia de Roma como la «más grande y más antigua conocida por todos;... fundada y constituida en Roma por los dos gloriosos apóstoles Pedro y Pablo» y añade: «Con esta Iglesia, por su eximia superioridad, debe estar en acuerdo la Iglesia universal, es decir, los fieles que están por doquier» (III, 3, 2-3). Poco después, Tertuliano, por su parte, afirma: «¡Esta Iglesia de Roma es bienaventurada! Los apóstoles le derramaron, con su sangre, toda la doctrina» («Prescripciones contra todas las herejías», 36). La cátedra del obispo de Roma representa, por tanto, no sólo su servicio a la comunidad romana, sino también su misión de guía de todo el Pueblo de Dios. Celebrar la «cátedra» de Pedro, como hoy lo hacemos, significa, por tanto, atribuir a ésta un fuerte significado espiritual y reconocer en ella un signo privilegiado del amor de Dios, Pastor bueno y eterno, que quiere reunir a toda su Iglesia y guiarla por el camino de la salvación. Entre los numerosos testimonios de los Padres, quisiera ofrecer el de san Jerónimo, tomado de una carta suya escrita al obispo de Roma, particularmente interesante porque menciona explícitamente la «cátedra» de Pedro, presentándola como puerto seguro de verdad y de paz. Así escribe Jerónimo: «He decidido consultar a la cátedra de Pedro, donde se encuentra esa fe que la boca de un apóstol ha ensalzado; vengo ahora a pedir alimento para mi alma allí, donde recibí el vestido de Cristo. No sigo otro primado sino el de Cristo; por esto me

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pongo en comunión con tu beatitud, es decir, con la cátedra de Pedro. Sé que sobre esta piedra está edificada la Iglesia» («Las cartas» I, 15,1-2). (Fiesta de la Cátedra de San Pedro, 22-02-06)

María y el Concilio Un marco mariano rodea al Concilio. En realidad, es mucho más que un marco: es una orientación de todo su camino. Nos remite, como remitía entonces a los padres del Concilio, a la imagen de la Virgen que escucha, que vive de la palabra de Dios, que guarda en su corazón las palabras que le vienen de Dios y, uniéndolas como en un mosaico, aprende a comprenderlas (cf. Lc 2, 19. 51); nos remite a la gran creyente que, llena de confianza, se pone en las manos de Dios, abandonándose a su voluntad; nos remite a la humilde Madre que, cuando la misión del Hijo lo exige, se aparta; y, al mismo tiempo, a la mujer valiente que, mientras los discípulos huyen, está al pie de la cruz. Pablo VI, en su discurso con ocasión de la promulgación de la constitución conciliar sobre la Iglesia, había calificado a María como «tutrix huius Concilii», «protectora de este Concilio» y, con una alusión inconfundible al relato de Pentecostés, transmitido por san Lucas, había dicho que los padres se habían reunido en la sala del Concilio «cum Maria, Matre Iesu», y que también en su nombre saldrían ahora. Permanece indeleble en mi memoria el momento en que, oyendo sus palabras: «Mariam sanctissimam declaramus Matrem Ecclesiae», «declaramos a María santísima Madre de la Iglesia», los padres se pusieron espontáneamente de pie y aplaudieron, rindiendo homenaje a la Madre de Dios, a nuestra Madre, a la Madre de la Iglesia. De hecho, con este título el Papa resumía la doctrina mariana del Concilio y daba la clave para su comprensión.


El Vaticano II debía expresarse sobre los componentes institucionales de la Iglesia: sobre los obispos y sobre el Pontífice, sobre los sacerdotes, los laicos y los religiosos en su comunión y en sus relaciones; debía describir a la Iglesia en camino, la cual, «abrazando en su seno a los pecadores, es a la vez santa y siempre necesitada de purificación...» (Lumen gentium, 8). Pero este aspecto «petrino» de la Iglesia está incluido en el «mariano». En María, la Inmaculada, encontramos la esencia de la Iglesia de un modo no deformado. De ella debemos aprender a convertirnos nosotros mismos en «almas eclesiales» -así se expresaban los Padres-, para poder presentarnos también nosotros, según la palabra de san Pablo, «inmaculados» delante del Señor, tal como él nos quiso desde el principio (cf. Col 1, 21; Ef 1, 4). (Solemnidad de la Inmaculada Concepción, al celebrarse los cuarenta años de la clausura del Concilio Vaticano II, 08-12-05)

Fe, obediencia y libertad Siguiendo a su Maestro y Señor, también los cristianos entran espiritualmente en el desierto cuaresmal para afrontar junto a Él «el combate contra el espíritu del mal». La imagen del desierto es una metáfora sumamente elocuente de la condición humana. El libro del Éxodo narra la experiencia del pueblo de Israel que, tras haber salido de Egipto, peregrinó en el desierto del Sinaí durante cuarenta años, antes de llegar a la tierra prometida. Durante ese largo viaje, los judíos experimentaron toda la fuerza y la insistencia del tentador, que les inducía a perder la confianza en el Señor y a volver atrás; pero, al mismo tiempo, gracias a la mediación de Moisés, aprendieron a escuchar la voz del Señor, que les llamaba a convertirse en su pueblo santo. Al meditar en este pasaje de la Biblia, comprendemos que para

realizar plenamente la propia vida en la libertad es necesario superar la prueba que comporta la misma libertad, es decir, la tentación. Sólo si se libera de la esclavitud de la mentira y del pecado, la persona, gracias a la obediencia de la fe que le abre a la verdad, encuentra el sentido pleno de su existencia y alcanza la paz, el amor y la alegría. (Ángelus, 05-03-06)

La escucha Cuando se tiene la gracia de experimentar una fuerte experiencia de Dios, es como si se viviera algo análogo a lo que vivieron los discípulos durante la Transfiguración: durante un momento se experimenta con antelación algo que constituirá la felicidad del Paraíso. Se trata, en general, de breves experiencias que en ocasiones Dios concede, especialmente en previsión de duras pruebas. Sin embargo, nadie vive «en el Tabor» mientras está en esta tierra. La existencia humana es un camino de fe y, como tal, avanza más en la penumbra que en plena luz, con momentos de oscuridad e incluso de densa tiniebla. Mientras estamos aquí, nuestra relación con Dios se desarrolla más con la escucha que con la visión; e incluso la contemplación tiene lugar, por así decir, a ojos cerrados, gracias a la luz interior encendida en nosotros por la Palabra de Dios. La misma Virgen María, a pesar de ser la criatura humana más cercana a Dios, caminó día tras día como en una peregrinación de la fe (cf. Lumen gentium, 58), custodiando y meditando constantemente en su corazón la Palabra que Dios le dirigía, ya sea a través de las Sagradas Escrituras, ya sea a través de acontecimientos de la vida de su Hijo, en los que reconocía y acogía la misteriosa voz del Señor. (Ángelus, 12-03-06)

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PANORAMA 15 nuevos Cardenales Entre ellos Monseñor Carlo Caffarra

Benedicto XVI realizó el primer consistorio de este pontificado con la creación de quince nuevos cardenales, que tuvo lugar el 24 de marzo último. El pontífice ha querido respetar el número máximo de 120 cardenales electores –con menos de ochenta años– establecido por Pablo VI en 1973, motivo por el cual entre los elegidos sólo hay doce purpurados que no han cumplido esa edad. Los otros tres cardenales, que ya han cumplido 80 años, han sido nombrados, como dijo el mismo Papa, «en consideración de los servicios prestados a la Iglesia con ejemplar fidelidad y entrega admirable». Tres cardenales pertenecen a la Curia romana y desempeñan cargos que ordinariamente implican la dignidad cardenalicia. Se trata de los arzobispos William Joseph Levada, estadounidense, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe; Franc Rodé, C.M., esloveno, prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica; y Agostino Vallini, italiano, prefecto del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica. Los otros nueve cardenales electores son pastores de importantes sedes episcopales del mundo. La variedad de sus orígenes, como indicó el Papa «refleja la universalidad de la Iglesia». Cuatro son europeos: los arzobispos Jean-Pierre Ricard de Burdeos (Francia); Antonio Cañizares Llovera de Toledo (España); Stanislaw Dziwisz, antiguo secretario de Juan Pablo II, de Cracovia (Polonia); y Carlo Caffarra de Bolonia (Italia). Monseñor Caffarra fue el primer presidente cuando recién se fundó el Instituto Juan Pablo II para estudio de matrimonio y familia, y fundó la revista Anthropotes. Para HUMANITAS es particular motivo de honor la pertenencia de Monseñor Caffarra al Consejo de esta revista desde su fundación. Entre las sorpresas se encuentran tres cardenales de Asia: los arzobispos Gaudencio B. Rosales de Manila; Nicolas Cheong-Jin-Suk de Seúl; y el obispo Joseph Zen Ze-Kiun, SDB. de Hong Kong. El continente americano contará con dos nuevos cardenales, los arzobispos Jorge Liberato Urosa Savino de Caracas y Sean Patrick O’Malley, OFM, capuchino de Boston. La falta de cardenales electores de África ha sido paliada por el Papa con la creación de un cardenal de más de ochenta años de ese continente: se trata de monseñor Peter Poreku Dery, arzobispo emérito de Tamale (Ghana).

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Los otros dos cardenales con más de ochenta años tienen orígenes diferentes: son el arzobispo italiano Andrea Cordero Lanza Di Montezemolo, arcipreste de la Basílica de San Pablo Extramuros, antiguo delegado apostólico en Jerusalén y nuncio apostólico en Italia, y el teólogo y sacerdote Albert Vanhoye, SI., quien fue benemérito rector del Instituto Pontificio Bíblico y secretario de la Comisión Pontificia Bíblica, donde trabajó de cerca con el cardenal Joseph Ratzinger, cuando era prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

Cardenal Julián Herranz «No sería justo operar una indiscriminada nivelación jurídica entre todas las religiones»

El cardenal Julián Herranz, presidente del Consejo Pontificio para los Textos Legislativos, durante el acto conmemorativo del 40 aniversario de la Declaración Conciliar Dignitatis Humanae, dijo que al igual que no sería justo «discriminar a otras comunidades negándoles o limitándoles la libertad religiosa», tampoco «sería justo por parte del Estado, operar una indiscriminada nivelación jurídica entre todas las religiones, poniendo en todo a la Iglesia Católica a la misma altura de cualquier otra comunidad religiosa o secta». El purpurado, que trató en su conferencia sobre «la libertad religiosa en la sociedad democrática actual», mostró que «también en los sistemas jurídicos de algunos gobiernos que se proclaman democráticos y pluralistas surgen problemas de insuficiente respeto y tutela de la libertad religiosa» y subrayó que esto se produce cuando los términos de neutralidad del Estado o laicidad del Estado se interpretan de forma agresiva, «falsamente concebida como voluntad popular».

HUMANITAS Nº 42 pp. 370-401


ACTIVIDADES DE

Coloquio Deus caritas est

En el Salón de Honor de la Pontificia Universidad Católica de Chile, el martes 11 de abril se realizó un interesante y concurrido coloquio sobre la primera carta encíclica de S.S. Benedicto XVI, Deus caritas est. El acto estuvo presidido por S.E. Mons. Andrés Arteaga Manieu, Vice Gran Canciller de la Pontificia Universidad Católica de Chile, y Jaime Antúnez Aldunate, Director de revista HUMANITAS. Participaron como expositores S.E. Mons. Felipe Bacarreza, Obispo de Los Angeles; el profesor Arturo Yrarrázaval, Decano de la Facultad de Derecho de esta Universidad, y la periodista y licenciada en filosofía Sra. Fernanda Otero. En la oportunidad se presentó a los asistentes el número 41, de revista HUMANITAS.

de Consultores y Colaboradores de revista HUMANITAS, expondrá sobre las tres Santas doctoras de la Iglesia. La primera sesión se referirá al carisma de doctor de la Iglesia y las sesiones siguientes a Santa Catalina de Siena, Santa Teresa de Jesús y por último a Santa Teresita del Niño Jesús. Para informaciones e inscripciones: Alameda 390, tercer piso, 686 6519 humanitas@uc.cl www.humanitas.cl

Cardenal Darío Castrillón Hoyos San Alberto Hurtado, modelo de amor en el sacerdocio

El Cardenal Darío Castrillón Hoyos, Prefecto de la Congregación

Curso de Extensión 2006 Doctoras de la Iglesia: Vida, Doctrina, Espiritualidad

Para el mes de mayo, a las 19 horas y en cuatro sesiones, está programado este nuevo curso organizado por revista HUMANITAS, que tendrá lugar en el Centro de Extensión de la Universidad Católica. En esta oportunidad el profesor Antonio Amado, profesor de Metafísica de la Universidad de los Andes y miembro del Consejo

para el Clero, preparó para Revista HUMANITAS una valiosa reflexión sobre la figura de San Alberto Hurtado, titulada «San Alberto Hurtado: sacerdocio en el verdadero amor». El purpurado colombiano desea recordar a todos los sacerdotes del mundo que «su ministerio encuentra eficacia santificante en la fidelidad a Cristo, a Aquel que, hallado en la oración, es adorado en la Eucaristía y contemplado en la Cruz. La búsqueda de la santidad personal es el camino único para la fecundidad misionera y evangelizadora por parte del ministro de Cristo, configurado ontológicamente según Cristo, Cabeza y Pastor de la Iglesia». Esta sugerente reflexión, que será publicada en un número próximo de revista HUMANITAS, puede leerse completa en www.humanitas.cl

Del mismo modo su texto ha sido ampliamente difundido a través de Internet, agencia Zenit (www.zenit.org), donde permanece en la sección «Documentos» y en la página del episcopado chileno (www.episcopado.cl), entre otras. Asimismo Catholic.net lo envió a más de 40 mil sacerdotes de distintos países.

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ENTREVISTA AL FILÓSOFO ROBERT SPAEMANN

«SI TURQUÍA ENTR A EN EUROPA, NUESTRO FUTURO SER Á MUSULMÁN»

La debilidad espiritual de Europa, las consecuencias de la entrada de Turquía en la Unión Europea, la relación entre evolucionismo y teoría del diseño inteligente son algunos de los temas que aborda el pensador alemán Robert Spaemann, en entrevista al diario italiano Avvenire, que reproduce en español Alfa y Omega. —Karl Rahner dijo que la Iglesia del siglo XXI, o será mística, o no será. Sin embargo, Europa padece de debilidad espiritual. —En el Viejo Continente estamos asistiendo al paso de una Iglesia de masas a una Iglesia donde los cristianos se entiendan a sí mismos como minoría creativa, cristianos que han elegido personalmente y por convicción –no por mera tradición– la vía de la fe. Es una Iglesia compuesta por quien ha hecho la experiencia de creer, y quiere llevar esta novedad al seno de la sociedad. Esto permitirá a Europa redescubrir sus raíces profundas y no perder su propia alma. —¿Por qué advierte contra el hecho de concebir Europa como una comunidad de valores? —Porque hace falta preguntarse: ¿qué valores? Hoy, el individualismo liberal se ha convertido en el valor que define la nueva libertad. Quien no se adecua a este criterio es tachado de intolerante. Si el individualismo liberal se toma como valor absoluto, se convierte en fundamentalista y peligroso. —¿Qué país es más europeo: Ucrania, o Turquía? —Naturalmente, Ucrania. Si Turquía entra en Europa, tenemos los días contados; nuestro futuro será musulmán. —Una intervención del cardenal Schönborn contra el evolucionismo ha levantado fuertes reacciones. ¿A qué cree que se debe? —Tiene que ver con lo que he dicho antes. Poner en duda la visión evolucionista, que se ha atribuido a sí misma la capacidad de explicar por completo quiénes somos, significa admitir la existencia de una presencia divina,

Exposición Santo Angélico de Fiesole: el místico de la pintura renacentista El Metropolitan Museum of Art, en Nueva York, apoyado por la Homeland Foundation, organización que ha dedicado grandes esfuerzos al arte religioso, reunió una gran cantidad de piezas de Fra Angélico, considerado por muchos como el primer renacentista, y presentó durante el invierno norteamericano una exposición en que se repasa toda la trayectoria del pintor italiano. Con motivo de la exposición, se editó un Catálogo en el que se analiza de manera minuciosa la obra del dominico, canonizado por Juan Pablo II:

«Los autores más conocidos son, a menudo, los menos comprendidos», dice Philippe de Montebello, director del Metropolitan Museum of Art, en Nueva York. Quizá éste es el ánimo que le ha movido a organizar la que resulta una de las más grandes exposiciones sobre

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Fra Angélico realizadas hasta ahora. Y es que, gracias a la labor de este museo, en colaboración con la Homeland Foundation, el papel del dominico renacentista en la historia de la pintura se conoce, hoy, un poco mejor. De Montebello reconoce que se han dado por hecho demasiados datos sobre Fra Angélico, y la exposición organizada en el gran museo neoyorquino ha permitido profundizar en el análisis de su obra con técnicas hasta ahora desconocidas. Además, abrir las puertas del Metropolitan a Fra Angélico es una forma de presentar al autor a un público que está mucho menos acostumbrado a su pintura de lo que lo está el europeo. Fra Angélico, nacido en 1387 en Vicchio de Mugello, en la Toscana italiana, era, sobre todo, un hombre de fe. La Suma Teológica de santo Tomás era su libro de cabecera. Cuenta la leyenda que para él pintar era una forma de oración, y que este fraile santo nunca cogía sus pinceles sin antes haber rezado. Incluso dicen que se deshacía en lágrimas cuando tenía que representar a Jesucristo clavado en la cruz. De su buen carácter también hay testimonio.


que se creía haber enterrado de una vez para siempre. La idea de la evolución puede ayudar a explicar muchas cosas, pero no se puede convertir en una ideología. Yo puedo decir que en mi origen está mi padre, pero no que yo soy mi padre. Podemos decir que hay similitudes entre los hombres y los simios, pero no que somos o fuimos simios. En la evolución, existen saltos que no se explican sin un proyecto; por ejemplo: el paso de la no-vida a la vida, de la mera aglomeración de materia a la existencia de la subjetividad, o de la conciencia del hombre. Estos saltos no se explican sin un diseño inteligente. —¿La Europa de hoy cree todavía en el progreso? —La idea de un progreso sin fin, gracias al cual la Humanidad va de bien en mejor, ha dominado el pensamiento europeo de los últimos 300 años, pero hoy está definitivamente muerta. Esta idea nos ha llevado a pagar un precio muy alto. Creo que deberíamos hablar de un progreso plural: progreso en la Medicina, progreso en la biología… Algunos, con efectos beneficiosos; otros, no. Pero no podemos hablar de un progreso en general, como si fuera una ideología, que es casi tanto como decir un credo de fe. —En la filosofía europea actual, ¿fe y razón resultan irreconciliables? —Aquí hay una novedad. Se está extendiendo la convicción de que si Dios no existiera, entonces no podríamos pensar, nuestro intelecto sería sólo el producto de una casualidad, no podríamos conocer la verdad. Sólo con Dios podemos afirmar que existe la verdad. Pero no podemos saber nada de Dios si no queremos seguir las huellas de Dios que nosotros mismos somos, como personas libres y capaces de la verdad. La impronta de Dios en el mundo es el hombre, nosotros mismos. Muchos pensadores se están empezando a dar cuenta de ello. PIERANGELO GIOVANETTI

Escribía Vasari, en su recopilación de biografías, que «jamás se le vio encolerizarse, cosa extraordinaria, casi inverosímil; una sonrisa suya era ya una amonestación para sus amigos. Con su increíble afabilidad atendía a quienes solicitaban su trabajo, diciendo que antes debía requerir el consentimiento del prior. No será jamás bastante alabado este santo padre, tan humilde, tan modesto en su obra y en su conversación y tan delicado en su pintura, cuyos santos parecían más santos que los realizados por otros artistas. No reparaba ni retocaba nunca sus cuadros, y los dejaba tal como salían de primera intención, porque, según él, ésa era la voluntad de Dios». La pintura de Fra Angélico, que recibió en el Bautismo el nombre de Guido de Pietro y que ingresó en el convento de Fiésole con el de Giovanni, es la puerta hacia el Renacimiento. Pero él no tenía como vocación la de pasar, por sus pinturas, a los anales de la historia del arte. Él era dominico y, como tal, lo que pretendía era predicar con la imagen. Consiguió mucho más, porque sus cuadros

son verdaderas oraciones, obras dignas de contemplar para acercarse con ellas a Dios. El gran maestro del Renacimiento, Miguel Ángel, dijo de él: «Se ha de reconocer que este buen monje visitó el Paraíso, y que allí le fue permitido escoger sus modelos». No en vano, la pintura de Fra Angélico rebosa serenidad, en un momento en el que la historia de Europa era todo lo contrario, con España en plena Reconquista y la guerra de los cien años entre Francia y Gran Bretaña, como recuerda el también dominico Salustiano Mateos Gómara. Fra Angélico reza en cada cuadro. Pinta la luz de oro, los rostros amables, los paños cálidos, las miradas dulces. También se atreve a representar la crudeza de la muerte del Señor, aunque en menos ocasiones que motivos como la Anunciación, tema por el que más se le conoce. Pero toda su pintura está repleta del amor a Dios que hoy transmite. Dijo el propio Fra Angélico: «Cualquiera que hace las cosas por Cristo, debe estar lleno del amor de Cristo», y él pintaba por Cristo. María S. Altaba

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EL LOBBY DE LA MUERTE DULCE

Asociaciones y grupos de presión actúan en distintos países europeos para promover el derecho a morir –eufemismo para denominar al suicidio asistido–, en una ofensiva a la vez cultural y política. El diario Avvenire ha hecho un estudio sobre el panorama legislativo acerca de la eutanasia en diferentes países de Europa, que J. L. Vásquez, de Alfa y Omega, extractó: Francia Nadie puede imaginar en Francia la eutanasia activa, pero queda un espacio para la eutanasia pasiva, que consiente el derecho a dejar morir. Éste es el sentido de la legislación francesa sobre este asunto, aprobada en el año 2004. Hacer morir, es decir, provocar la muerte de un paciente con cualquier instrumento, sigue siendo un delito merecedor de duras penas. Pero la ley dice que «si el enfermo, consciente, en la fase avanzada o terminal de una afección grave e incurable, decide limitar o dejar su tratamiento, el médico debe respetar su voluntad, después de informarle de las consecuencias de su elección»*. En el caso de un paciente al final de su vida, pero inconsciente, «el médico puede decidir limitar o rescindir un tratamiento inútil o incapaz de mejorar el estado del enfermo», después de un camino que prevé la consulta a un colegio médico especial y a los familiares del enfermo. La ley se opone al ensañamiento terapéutico, definido como «un tratamiento perseguido con una obstinación no razonable, cuando no existe ninguna esperanza de mejorar el estado de vida de la persona, y cuando produce una prolongación artificial de la vida». Si un enfermo que no está en el final de su vida rechaza su tratamiento, el médico debe informarle de los riesgos que corre, pero no puede oponerse a su voluntad. La nueva ley refuerza la figura de la persona de confianza del paciente, en previsión de una pérdida de conciencia; el juicio de esta persona prevalece sobre el parecer médico. Holanda Holanda fue el primer país del mundo que reguló el acceso a la eutanasia, en el año 2002, aunque en años precedentes ya existía una despenalización de facto. El 30 de agosto de 2004 cayó la última barrera que limitaba la eutanasia: la Clínica Universitaria de Groningen obtuvo de la autoridad judicial el permiso para aplicar la eutanasia a niños menores de doce años con enfermedades incurables que acarreasen sufrimientos intolerables. * En Chile, el Ministerio de Salud ha anunciado que repondrá el proyecto de ley de deberes y derechos de los pacientes, iniciativa que reconoce la voluntad de las personas que padecen una enfermedad terminal de decidir si se someten o no a un tratamiento para prolongar su vida o dejar que mueran naturalmente. El anuncio lo hizo el 14 de marzo la titular de la cartera sanitaria, María Soledad Barría. La secretaria de Estado indicó: «Nosotros vamos a reponer la ley de deberes y derechos de los pacientes que está en el Congreso. A nosotros eso nos parece de la mayor relevancia», dijo. Este proyecto era una de las cinco iniciativas que formaban parte de la reforma de la salud y que fue enviado al Congreso el 12 de junio de 20001, por la entonces ministra de Salud y actual Presidenta de la República, Michelle Bachelet. No obstante, la iniciativa no prosperó, quedando archivada en la Comisión de Salud de la Cámara de Diputados, donde no alcanzó a ser aprobada. La fuerte resistencia de algunos sectores políticos, de la Iglesia y del Colegio Médico, además del hecho que el gobierno decidió priorizar la aprobación del Plan Auge, llevó a los ministros Osvaldo Artaza –y luego a Pedro García– a abandonar el proyecto. La iniciativa contempla también el derecho al acceso de la atención en salud, la obligación de los médicos y el personal de salud de informar a las personas de los procedimientos que se les van a aplicar.

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Junto a la petición de los progenitores, hace falta el parecer unánime de tres médicos, y además la autorización de otro médico independiente. Después de ello, un tribunal debe decidir, en el plazo de tres meses, si la petición debe ser escuchada; y tiene que vigilar que no se cometan abusos. El doctor Verhagen, Director de la Clínica de Groningen, saludó la ampliación de la ley afirmando que «el sufrimiento no es una opción practicable». Gran Bretaña La Cámara de los Lores está discutiendo una ley que permitiría la eutanasia en Gran Bretaña. «Esta ley permitiría –ha dicho Lord Joffe, impulsor de la iniciativa– a los médicos prescribir medicamentos letales a aquellos pacientes que lo pidan y sean conscientes de ello». Según la propuesta examinada por la Cámara, los médicos sólo deberían extender la receta al paciente, dejando a éste la decisión de cuándo y cómo tomar la medicación mortal. Es difícil saber cuándo esta propuesta se convertirá en ley, pero una gran parte de la opinión pública está a favor de la idea, influida por la apuesta a favor de la British Medical Association, que representa a los médicos británicos, y que ha decidido apoyar la campaña para la introducción del suicidio asistido. Pero el debate sigue en el aire; recientemente, un documento conjunto firmado por varios líderes religiosos condenaba la propuesta de Lord Joffe y pedía que fuese retirada. Italia Las propuestas sobre la eutanasia se encuentran aún en fase de estudio en varias comisiones del Parlamento italiano, y son diversas las iniciativas procedentes de distintos componentes del espectro político. Una de las dificultades es el artículo 50 del Código Penal italiano, donde queda clara la prohibición de la eutanasia. «La dignidad del morir –afirma una de las propuestas– es un derecho que la presente iniciativa pretende convertir en un derecho adquirido». Otra de ellas se plantea adoptar el eufemismo muerte dulce, imitando el ejemplo de la ley sobre el aborto, conocida como Disposición en materia de interrupción voluntaria del embarazo. Entre tanto, en el Senado ha concluido una fase de trabajo previa, con un texto que suscita perplejidad en algunos puntos, ya que dejan abierta la interpretación en asuntos que pueden ser problemáticos; por ejemplo, no queda explicitado que la alimentación y la hidratación del paciente sean obligatorias. España El Código Penal vigente en España establece, en su artículo 143: «El que induzca al suicidio de otro será castigado con la pena de prisión de cuatro a ocho años. Se impondrá la pena de prisión de dos a cinco años al que coopere con actos necesarios al suicidio de una persona. Será castigado con la pena de prisión de seis a diez años si la cooperación llegara hasta el punto de ejecutar la muerte». Hace pocas semanas, el Presidente del Gobierno, don José Luis Rodríguez Zapatero, anunciaba una próxima reforma del Código Penal que alteraría algunos puntos. Si la presión política motivó la ley que equiparaba las uniones homosexuales al matrimonio, cabe esperar que el caso Sampedro y la película que originó –de la que parecía que todo el Gobierno formaba parte del equipo de promoción– consigan despenalizar del todo la eutanasia. A lo mejor se trata de hacer ruido…

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NOTA DEL EPISCOPADO: PELIGRO DE LA LEGALIZACIÓN DE LA CLONACIÓN HUMANA EN ESPAÑA

AL SERVICIO DE LA IDEOLOGÍA, NO DE LA SOCIEDAD El Comité Ejecutivo de la Conferencia Episcopal Española ha hecho pública la Nota Ante la licencia legal para clonar seres humanos y la negación de protección a la vida humana incipiente, que alerta del peligro que supone una ley cuya tramitación puede pasar inadvertida en el debate social y político actual. La reproducimos íntegramente:

El Congreso de los Diputados votará próximamente la llamada Ley de técnicas de reproducción humana asistida, que suscita una honda preocupación. El Evangelio es una fuerza divina a favor de la vida humana; muy en particular, de la vida de los débiles y de aquellos que no pueden defender por sí mismos su derecho fundamental a vivir. El Evangelio de la vida, que proclama que todo ser humano, con independencia de su edad, de su salud o de cualquier otra circunstancia temporal, está dotado de una dignidad inviolable, nos obliga a llamar la atención sobre una Ley que niega la protección jurídica que un ordenamiento justo ha de dar a la vida humana incipiente. Las técnicas que suplantan la relación personal de los padres en la procreación no son conformes con la dignidad de la persona y arrastran consigo serios males para las personas, incluidos graves atentados contra las vidas humanas incipientes, es decir, contra los hijos. Lo explicaba sucintamente el Comité Ejecutivo de la Conferencia Episcopal en su Nota del 25 de mayo de 2004, titulada Por una ciencia al servicio de la vida humana, en la que se expresaba también la postura de la Iglesia en favor de la ciencia que sirve realmente para curar, sin dañar ni destruir la vida de ningún ser humano. Enumeramos algunos de los aspectos más problemáticos de la Ley en cuestión: • Si no es modificada todavía en las Cortes, esta Ley pasará a la Historia como una de las primeras del mundo que da licencia para clonar seres humanos, autorizando la llamada clonación terapéutica. Los adjetivos benévolos no deben inducir a engaño. Se trata de producir seres humanos clónicos a los que, además, no se les dejará nacer,

Hogares sin padres Home-alone America (América sola en casa)

Home-alone America (América sola en casa) es el título del libro escrito por la articulista y colaboradora del Instituto Hoover, de la Universidad de Standford, Mary Eberstadt, en el que defiende que, de unos años a esta parte, Estados Unidos y otros países industrializados están viviendo un «experimento históricamente sin precedentes, al separar al niño de la familia». En este libro, la profesora Eberstandt explica que ha habido varias causas principales de este hogar sin padres: la explosión del número de divorcios, el cada vez mayor número de niños nacidos de padres solteros, así como la generalización del trabajo de la madre, o lo que ella denomina como problema de la ausencia de la madre. Otros factores, quizá de menos importancia, son la ausencia de los abuelos, debido a la separación geográfica, y el número reducido de hermanos.

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Sin entrar en los méritos o deméritos de estas circunstancias, la autora se concentra en examinar las consecuencias de estos cambios tanto en los niños como en los adolescentes, y defiende que, en los últimos años, los niños pasan cada vez menos tiempo en compañía de sus padres, y al mismo tiempo se han reducido mucho sus cuotas de bienestar. Estos dos factores, según la autora, no son una mera coincidencia. La profesora Eberstadt hace una relación entre la violencia en adolescentes y la ausencia de los padres en casa, y precisa que muchos de los casos más conocidos en los últimos años, como los asesinatos en el instituto Columbine, en 1999, o los ataques del francotirador en los alrededores de Washington, en 2003, implicaban a adolescentes que pasaban la mayor parte del tiempo sin contacto con sus padres. La autora admite que tener padre y madre en casa no es garantía de un carácter normal, pero «el no tenerlos cerca puede dar un resultado desastroso». La situación de la disciplina en las escue-


sino que se les quitará la vida utilizándolos como material de ensayo científico a la búsqueda de posibles terapias futuras. La Ley permite estas gravísimas injusticias y, además, quiéralo o no, abre también la puerta a la futura producción de niños clónicos, es decir, a la llamada clonación reproductiva. • Se permite producir embriones humanos no ya para la reproducción, sino como mero material de investigación. Y se posibilita la comercialización, tráfico y uso industrial de los embriones humanos llamados sobrantes de las prácticas de reproducción, ya que no se establece restricción alguna para investigar con ellos, ni se pone límite alguno eficaz a la cantidad que de tales embriones se pueda generar. • Se posibilita asimismo la selección eugenésica en nuevos campos, como el de la producción de los llamados bebés-medicamento, es decir, niños que nacerán con determinados fines terapéuticos, después de que otros hermanos suyos, inapropiados para esos fines, hayan sido seleccionados para la muerte en los primeros días de su existencia. • La Ley en trámite de aprobación legaliza igualmente la fecundación de ovocitos animales con esperma humano, una práctica de consecuencias imprevisibles reprobada en diversos convenios internacionales. Los intereses económicos y políticos en juego no están permitiendo un debate sereno de asuntos de tanta trascendencia como éstos. Somos conscientes de que nuestra firme denuncia de esta Ley, y de las prácticas a las que se refiere, puede ser presentada falsamente como un prejuicio religioso de un grupo social contrario al avance de la ciencia. Estamos, sin embargo, seguros de que, alzando nuestra voz contra la legalización de tan graves atentados contra el ser humano, cumplimos con el deber que tenemos de anunciar el Evangelio de la vida y prestamos un verdadero servicio a nuestra sociedad. Animamos a los católicos a prestar este mismo servicio en los ámbitos de sus respectivas responsabilidades, ya sean éstas políticas, científicas, educativas o de ciudadanos responsables. No será posible a los diputados católicos apoyar esta Ley con su voto. Tenemos que decir no, porque no podemos omitir el sí consecuente a la dignidad humana y a la justicia.

las, así como el aumento del consumo de sustancias, suicidios y comportamiento violento está directamente relacionado, según la autora, con los cambios en la estructura de los hogares. Según ella, «muchos de los niños más salvajes tienen como transfondo una madre soltera, u hogares donde los adultos están trabajando a todas horas». En los últimos años, además, se ha disparado el número de niños y adolescentes a los que se les ha diagnosticado desórdenes mentales. Un informe de enero de 2001, del consejero para asuntos médicos del Gobierno Federal de Estados Unidos, hablaba de una «crisis pública de cuidados mentales» para el grupo de estas edades. Y es que los ambientes familiares caóticos, los padres ausentes y los traumas causados por el divorcio pueden ser factores que contribuyan a estos desórdenes. Las causas de los problemas psicológicos son complejas, pero éstos siempre son debidos en parte a la desaparición en las vidas de los niños de unos padres protectores y de un ambiente familiar estable.

Otra consecuencia de la ausencia de los padres puede ser el aumento de la actividad sexual adolescente, de las enfermedades de transmisión sexual y de los embarazos prematuros. Eberstadt observa que la actividad sexual comienza más temprano cuando las vidas de los adolescentes están fuera de todo control paterno. En este aspecto, la autora analiza una tendencia últimamente muy en boga en los Estados Unidos entre los padres, y es el abandono del rol tradicional de instruir a la prole en valores, para convertirse en compañeros de hogar y amigos. Para Eberstadt muchos americanos están imbuidos de la idea de que, para crear un auténtico yo, se necesita una completa autonomía de creencias, opiniones y opciones de vida, y por eso está prohibido enseñar a los hijos cómo comportarse. Los padres entonces se transforman, en vez de en unas figuras de autoridad, en «ayudantes, que escoltan cariñosamente al hijo en la madurez».

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POEMA INÉDITO DE KAROL WOJTYLA

MAGNÍFICAT Magníficat es uno de los primeros poemas del joven Karol Wojtyla, cuyo lema episcopal sería más tarde el mariano Totus tuus. Al conocer su poesía juvenil, surge una fuerte sensación de asombro ante la fascinante visión de un maduro adolescente, de 19 años, durante los primeros meses de 1939, antes de estallar la segunda guerra mundial. Este poema fue vertido al castellano por el traductor oficial de los escritos polacos de Karol Wojtyla a nuestra lengua. Agradecemos al profesor Bodgan Piotrowski la autorización para reproducirlo en HUMANITAS. Adora, alma mía, la gloria de tu Señor, el Padre de la gran Poesía, tan lleno de bondad. Él fortificó mi juventud con ritmo admirado, mi canto, en yunque de roble, ha forjado. Resuena, alma mía, con la gloria de tu Señor, Hacedor del Saber angelical, benévolo Hacedor. Apuro hasta los bordes la copa de vino, con gratitud, en Tu fiesta celestial –cual un siervo orante–, porque embelesaste extrañamente mi juventud, porque de un tronco de tilo tallaste una forma rozagante. ¡Tú eres el Maravilloso, el Escultor de santos tallados! – Por mi camino hay muchos abedules y robles numerosos. – Soy como un surco soleado, un campo sembrado, como una arista joven y brusca de los Tatras rocosos. Bendigo Tu sementera, en Oriente y en Occidente, ¡siembra, Labrador, tu tierra, con generosidad! Que, por la nostalgia y la vida, la juventud incipiente se vuelva un fecundo trigal, una luminosa ciudad. Que te adore la felicidad, el misterio grandioso, me hinchaste tanto el pecho con la voz cantante,

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permitiste en el azul hundir mi pobre rostro y mandaste a mis cuerdas melodías incesantes. Porque en esta melodía, como Cristo has aparecido. Mira delante –Eslavo– las luces sanjuaneras... El santo roble no perdió las hojas, tu rey sigue vivo, porque es amo de su pueblo y sacerdote, y así era. Adora al Señor, alma mía, por la corazonada sigilosa, por la primavera que entona los sentimientos góticos, por la juventud ardiente, la copa de alegrías gozosas, por el otoño similar a rastrojos y brezos melancólicos. ¡Adóralo por la poesía; por la alegría y el dolor! La alegría de dominar el azul y el oro, la eterna morada,

porque en palabras se encarne el gozo, el gran ardor, porque recoges esta madurez, esta cosecha segada. El dolor es la tristeza vespertina de expresiones inefables, cuando con el éxtasis ondeante nos abraza la Belleza, Dios se inclina hacia el arpa –mas el rayo se quiebra en la vertiente rocosa–, las palabras no tienen fuerza. Faltan las palabras. Soy como un Ángel caído, una figura en un pedregal, en un pedestal de mármol; Tú le insuflaste nostalgia a la figura y brazos esculpidos, por eso se alza, desea. De estos ángeles soy. Y aún Te adoraré, porque en Ti está la hospitalidad, premio por cada canto, el día de la idea santa y la alegría –vuelta canto del himno a la maternidad, y la palabra silenciosa de fidelidad–. ¡Elí más cabal! Sé bendito, Padre, por la tristeza del ángel, por la lucha del canto contra la mentira, combate inspirado del alma y aniquila en nosotros toda la mezquindad de la palabra, quebrántala, y la forma, como a un hombre mentecato que se jacta. Ando por tus caminos –yo, el trovador eslavo–.


Nuevo Cardenal para España Antonio Cañizares, Arzobispo de Toledo

El arzobispo de Toledo y Primado de España, monseñor Antonio Cañizares, ha sido hecho cardenal de la Santa Iglesia Católica por el Papa Benedicto XVI. He aquí alguna de sus declaraciones al semanario Alfa y Omega de la Arquidiócesis de Madrid.

En solsticios toco música a muchachas y peones, pero el canto de mi oración, con tonos modulados, lo arrojo a Ti Único, a Ti en el trono de roble. ¡Sea bendito el cantar entre los cantares! ¡De mi alma y de la luz, benditos sean los sembrados! ¡Adora, alma mía, a Él, quien cubrió con creces mi espalda con el terciopelo y el raso de los potentados! Bendito tallador de santos, eslavo y profeta, –apiádate de mí– soy recaudador de impuestos inspirado. Adóralo, alma mía, con canto, cercana es la meta, para que el himno quede sonoro y consumado. Y que el himno sea: ¡Poesía! ¡Poesía! La semilla añora como el alma que sufre brechas, mis caminos sean sombreados de robles y acacias, para que agraden a Dios las juveniles cosechas. ¡Libro Eslavo de Añoranzas! Al final sigue resonante, como de coros de Resurrección, la primaveral música, con el canto santo y virgen, con la poesía prosternante y con el himno de humanidad, el Divino Magníficat.

KAROL WOJTYLA

—Usted se destaca por su labor en el diálogo entre fe y cultura, así como en su preocupación por una percepción clara del magisterio de la Iglesia. ¿Cuáles son hoy los problemas más acuciantes en estos dos aspectos? —«Una fe que no se hace cultura no es una fe suficientemente pensada ni vivida», decía Juan Pablo II. Sin duda, la separación entre fe y cultura es uno de los dramas más graves de nuestro tiempo. También es cierto que una cultura que se olvida de Dios o lo reduce a la esfera de lo privado es una cultura más pobre y más angosta, que se vuelve contra el propio hombre, como estamos viendo en esta cultura secularizada y laicista, en la que se está produciendo una gran quiebra moral. Es necesario que el Evangelio de Jesucristo impregne la mentalidad y los criterios de juicio, en respeto a la autonomía de lo humano. Es necesario que Jesucristo sea acogido, porque en Él está la verdad del hombre. ¡Que nadie tema el Evangelio de Jesucristo! ¡Que nadie tema una cultura de lo verdaderamente humano! ¡Que nadie tema que haya una cultura para la plenificación de unas relaciones de convivencia, paz y diálogo entre las gentes! Al contrario, Él es quien hace posible que haya una cultura nueva, formada por hombres nuevos, en la que la verdad lleve al hombre a realizarse en libertad y en amor. En cuanto al magisterio de la Iglesia, hay muchos temas doctrinales que nos están afectando: problemas relacionados con la vida, con el matrimonio, con la sexualidad... Son problemas que, en el fondo, manifiestan que se olvida que el hombre es criatura de Dios Creador. También hay problemas doctrinales que afectan a la cristología; uno de los más importantes es que no se ha asimilado suficientemente la Instrucción Dominus Iesus, donde se afirma a Jesucristo como único salvador del hombre; esto no significa exclusión, sino que abre la posibilidad de que los hombres se encuentren con Él, y puedan alcanzar la plenitud a la que son llamados. Hay también problemas doctrinales en el campo de la escatología: no se habla de la salvación del alma, no se habla de la resurrección de la carne... Todo esto tiene unas consecuencias muy graves para la realización del hombre y para la realización de la misma sociedad. Hay también una cierta desafección eclesial que no acaba de superarse, porque no se entiende la dimensión sacramental de la

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Iglesia. Esta desafección conlleva el que no se acepte fácilmente lo que la Iglesia enseña, o que se seleccionen aquellos aspectos más fáciles para esta cultura secularizada. —Una vez identificados los problemas, ¿cómo solucionarlos? —La manera de solucionarlos pasa por que los cristianos seamos muy fieles a la Iglesia, que seamos hondamente Iglesia, que vivamos y trabajemos por la comunión eclesial. Para descubrir la grandeza de la Iglesia, hay que entrar dentro de ella; si uno quiere ver la maravilla que es la catedral de Toledo, por ejemplo, es necesario entrar dentro. Por la misma razón, si uno quiere descubrir la grandeza y la belleza de la Iglesia, debe entrar dentro de ella; en ella está Jesucristo presente y actuando a través del ministerio de los sucesores de los Apóstoles. Ahí tenemos toda la verdad, toda la esperanza, toda la belleza; ahí descubrimos el Camino, la Verdad y la Vida. Es necesario también que la Iglesia aparezca en toda su transparencia y fidelidad al Evangelio, de manera insobornable. Que testifique, con la vida de todos los que la formamos, el amor de Dios que está presente en ella. —El Papa presidirá el Encuentro Mundial de las Familias en Valencia el próximo mes de julio. ¿Cuáles son los retos para los cristianos de hoy respecto a la familia y al valor de la vida? —En estos momentos hay que ofrecer, de palabra y de obra, la verdad del matrimonio y de la familia asentada sobre el matrimonio único e indisoluble, y abierto a la vida, como comunión de personas en el amor. Se deben presentar también todas las exigencias que se desprenden de este amor de los padres, y que los hijos vivan en el seno de este amor de los padres. Los cristianos deben presentar de manera real, visible y gozosa este Evangelio de la familia como santuario de la vida. Hay que educar en todo lo que está implicado en el amor de la familia: la verdad de la sexualidad, con su receta antropológica tan maravillosa. Hay que ofrecer el testimonio de una familia que, viviendo como Dios la ha querido desde los primeros tiempos, es escuela de humanidad. Hay que afirmar, a tiempo y a destiempo, que el futuro de la Humanidad pasa por la familia.

Iglesia en España Debate educacional con gobierno socialista

«La LOE enmendada sigue siendo un texto legal que no garantiza como es debido los derechos referentes a la libertad de enseñanza de los que son titulares los padres de los alumnos, en primer lugar, y, también, la iniciativa social», señala la Conferencia Episcopal Española.

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«La Ley no se inspira en el principio de subsidiariedad, según el cual los poderes públicos regulan las condiciones necesarias para que la sociedad pueda ejercitar por sí misma los deberes y los derechos que son originariamente propios de ésta». Especificando cuáles son los principales motivos de preocupación, la CE Española agrega: «Por lo que toca a la obligación y al derecho de los padres a educar a sus hijos de acuerdo con sus opciones pedagógicas y morales, eligiendo el proyecto educativo que les parezca más conducente a dicho fin, la LOE enmendada no regula adecuadamente dicho deber y derecho». «La nueva asignatura llamada Educación para la ciudadanía sigue siendo obligatoria para todos los centros y todos los alumnos. Pero, como no se aclaran de modo preciso cuáles sean su finalidad y sus contenidos, persiste la posibilidad de que el Estado imponga a todos, por este medio, una formación moral al margen de la libre elección de los padres y de los centros, con lo que se vulneraría el derecho de libre elección en este campo (Constitución española, art. 27.1), y también el de libertad ideológica y religiosa (Constitución española, art. 16.1). Ha de quedar claro que esta asignatura no se convertirá, por ejemplo, en un medio de indoctrinación obligatoria en la ideología del género, a la que el texto enmendado de la LOE hace ahora alusión en la ‘Exposición de motivos’». «El estatuto académico de la enseñanza de la Religión católica sigue sin quedar reconocido de modo que se garantice su oferta, a quienes libremente opten por ella, como una asignatura equiparable a las demás materias fundamentales, sin que su elección suponga discriminación alguna ni para los que la cursen ni para quienes no lo hagan. Todo ello va en detrimento de la dignidad académica, e incluso del futuro de esta enseñanza».

2006 Viajes previstos del Papa

El Papa Benedicto XVI presidirá, muy probablemente, un acto en Javier (Navarra) el próximo 10 de julio. Así ha informado recientemente el Diario de Navarra, que asegura que el Pontífice ha dado respuesta positiva a la invitación oficial de la Conferencia Episcopal Española. De confirmarse tan gozosa noticia, el Santo Padre llegaría a Navarra en plenos Sanfermines, procedente de Valencia, tras la celebración del Encuentro Mundial de la Familia que, según estimaciones de la organización, provocará el desplazamiento a Valencia de 8.000 periodistas de los cinco continentes. Junto a este viaje a España para julio, el Santo Padre tiene previstos ya otros dos viajes pastorales el 2006: a Polonia, en mayo; y a Alemania, en septiembre.


«FRENTE A LA DESCOMPOSICIÓN DE LA TRADICIÓN HUMANISTA»

Del filósofo italiano Massimo Borghessi,filósofo italiano, colaborador de las páginas de HUMANITAS, ha sido publicado recientemente El sujeto ausente. Educación y escuela, entre el nihilismo y la memoria (Ediciones Encuentro), libro de gran actualidad para todo el mundo de lengua hispánica. En entrevista con Alfa y Omega, el autor analizó las raíces profundas de la crisis de la enseñanza principalmente en Europa. —¿Quién es el sujeto ausente del que habla en su libro? —Es una expresión que se refiere al sujeto que está desapareciendo de la educación hoy. En nuestros días, está ausente tanto la figura del maestro como la del estudiante; y esto se debe a que se ha afianzado en la escuela de los últimos treinta años una cultura poshumanista, que ha abolido la dimensión del hombre, primando una concepción de tipo positivista y estructuralista, de tipo sociológico, por la cual la dimensión libre del hombre se diluye; la categoría de acontecimiento ha desaparecido de la Historia; la literatura y la lingüística de tipo semiológico y estructural ha ignorado la profundidad de la existencia. Estamos de frente a la descomposición de la tradición humanista. Ésta es la cultura que se transmite en el ámbito de la escuela y de la universidad. Ha desaparecido la figura del maestro, que se ha convertido en una de las figuras más tristes del panorama social contemporáneo, porque su papel no está adecuadamente valorado. El maestro se ha convertido hoy en un técnico de la información, olvidándose su vocación de educador en sentido fuerte; él no sólo tiene el papel de informar, sino, sobre todo, el de formar. —Este sujeto ausente –la desaparición del estudiante y del maestro–, ¿se debe a la existencia de un Estado con pretensión de ser omnipresente en el terreno educativo? —Cuando el Estado pretende erigirse en el educador único, inevitablemente se cae en una posición totalitaria. Esta omnipresencia del Estado no me sorprende; es una situación que viven muchos países de Europa. Lo que más me sorprende es que este declive de la dimensión subjetiva de la educación, de los sujetos de la educación, de una responsabilidad educativa capaz de preguntarse por el sentido de la vida, hoy también está ausente en la enseñanza que no es pública. También en la enseñanza no estatal se observa la misma insuficiencia humana que se observa en la escuela pública estatal. Éste es el problema que más me preocupa. La educación no estatal nació con el proyecto no sólo de informar, sino de formar la personalidad de los estudiantes en un claro sentido de la vida, en unos ideales, en el sentimiento de comunidad, como respuesta a una sociedad que está en proceso de una progresiva disgregación humana, existencial y social, que es uno de los problemas más graves que tenemos. —El abandono de las Humanidades a favor de un saber positivista ha desvalorizado palabras como «maestro», «educar» o «aprender». ¿Cómo se pueden recuperar? —Éste es un problema de difícil solución, porque, cuando ciertos aspectos de la cultura se pierden, hace falta reconstruirlos de nuevo. Los modelos de tipo pedagógico, con los que se intenta resolver este problema, lo que hacen, de hecho, es agravar el problema. Hay una dictadura de los pedagogos que ha creado muchos problemas a la escuela misma. Hay experiencias educativas concretas que producen una riqueza cultural y humana, y que favorecen el encuentro entre todos aquellos que intervienen en la tarea de educar, para buscar las mejores soluciones. Los poderes públicos deben tener en cuenta estas experiencias reales. —¿Cómo se puede ayudar a los padres a contrarrestar esta especie de contracatequesis despersonalizadora que reciben los niños, a través, sobre todo, de la televisión? —Sobre todo, los padres deben comunicar el sentimiento de la vida a sus hijos. Si hablamos de padres cris-

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tianos, deben comunicar el sentido cristiano de la vida, y deben hacer todo por testimoniarlo en la práctica cotidiana. Deben hacer intuir a los hijos que la experiencia cristiana es una experiencia que abraza la existencia entera, por completo. Por todo ello, la primera oferta educativa es la de la familia. Hoy, la familia puede haberse visto reducida a ser una parte minoritaria del proceso social, y puede que los jóvenes encuentren sus modelos de referencia fuera de ella. Por ello, la familia sola no es suficiente para otorgar una experiencia educativa completa, sino que debe ser ayudada con otras experiencias educativas, y por eso la figura del maestro es muy importante, así como las comunidades juveniles –pienso en las que se dan en el ámbito católico–. Por otra parte, si el cristianismo es sólo una idea, no tendrá nunca la fuerza para oponerse a la sociedad mediática; el cristianismo será verdadero para un joven sólo si lo verifica dentro de una experiencia; de ahí la importancia de una comunidad para que el hecho cristiano sea un elemento educativo cotidiano para la vida del joven. JUAN LUIS VÁSQUEZ

Radio Vaticano Cumple setenta y cinco años

Sesenta y cinco horas de transmisión al día, cuarenta y cinco idiomas distintos y trece mil horas de archivo de la voz del Papa: estas son algunas de las cifras de Radio Vaticano, la emisora de la Santa Sede que acaba de cumplir setenta y cinco años de existencia. Benedicto XVI se sumó a la conmemoración con una visita a las instalaciones donde, además del discurso oficial, improvisó unas palabras de saludo a los radioyentes desde uno de los estudios. Las emisiones de Radio Vaticano fueron inauguradas por Pío XI el 12 de febrero de 1931 con un discurso en latín («Qui arcano Dei»). La emisora fue organizada por Guglielmo Marconi por encargo del Papa, que confió su gestión a la Compañía de Jesús. En estos setenta y cinco años, la «Radio del Papa» ha alcanzado un desarrollo mundial, consiguiendo llegar hasta zonas donde los católicos son una minoría, a veces perseguida. Durante la II Guerra Mundial, la emisora llevó a cabo una importante tarea humanitaria al transmitir más de un millón doscientas mil peticiones de información sobre personas dispersas, y mensajes dirigidos por las familias a los prisioneros. La experiencia de la guerra hizo que la radio dirigiera su atención especialmente hacia los países que quedaron detrás del Telón de Acero. Hoy, los ámbitos privilegiados son las zonas de lengua y cultura árabe, y el mundo asiático, particularmente India. Según sus responsables, la radio sigue siendo el medio más eficaz para una penetración capital en muchos lugares, como por ejemplo en África; a ello se añaden las nuevas potencialidades que han surgido gracias a la integración con Internet y televisión.

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En los últimos años, Radio Vaticano está completando el paso de la tecnología analógica a la digital, desde la producción hasta la difusión de los programas, y ha desarrollado los contenidos multimediales (www.radiovaticana. org). Los costos de la emisora oscilan entre los veinte y veinticinco millones de euros al año, que recaen íntegramente sobre las finanzas de la Santa Sede, pues Radio Vaticano no admite ninguna forma de publicidad. Casi el 60% de los gastos corresponden a los sueldos de sus trescientos ochenta y cuatro trabajadores. En su discurso al personal de Radio Vaticano, el Papa recordó la experiencia del Jubileo de 2000 y sobre todo el papel de la emisora «con ocasión de la muerte del amado Papa Juan Pablo II, un evento que ha mostrado cuánto la humanidad desea conocer la realidad de la Iglesia». Para llevar a cabo la tarea que se espera de la Radio, el Papa subrayó que se precisa «una adecuada formación técnica y profesional, pero es necesario sobre todo cultivar incesantemente en vosotros un espíritu de oración y de adhesión fiel a las enseñanzas de Cristo y de su Iglesia».

Bienaventuranzas Una peculiar tarjeta de crédito

La Conferencia Episcopal de Taiwán acaba de lanzar una interesante tarjeta de crédito de las Bienaventuranzas, iniciativa gracias a la cual se pueden financiar actividades de caridad promovidas por la Iglesia católica. El poseedor de la tarjeta destina el 0,25 por ciento de sus gastos anuales a obras caritativas, a través de la citada tarjeta. Para apoyarla no es necesario ser católico; basta reconocerse en el espíritu de las Bienaventuranzas.


CRISTO Y LAS RELIGIONES, SEGÚN EL CARDENAL PAUL POUPARD

NUEVO PRESIDENTE DEL CONSEJO PONTIFICIO PARA EL DIÁLOGO INTERRELIGIOSO El cardenal Paul Poupard, es presidente del Consejo Pontificio para la Cultura desde 1982 y presidente del Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso desde el 11 de marzo de 2006. Es así el presidente de un Consejo vaticano más veterano. Colaborador de cuatro Papas, comenzó en su juventud prestando sus servicios a Juan XXIII desde la Secretaría de Estado. Responsable de la sección francesa de la Secretaría de Estado con Pablo VI, fue uno de los cardenales creados por Juan Pablo II, quien primero le nombró presidente del Secretariado para los No-creyentes y después del recién nacido Consejo Pontificio para la Cultura en 1982. En esta entrevista concedida a la agencia Veritas ilustra los desafíos que le esperan en este nuevo encargo que le ha confiado Benedicto XVI.

—El Santo Padre acaba de hacer público (sábado 11 de marzo de 2006) su nombramiento como presidente del Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso. El nombramiento responde, según la nota de la Sala de Prensa, al deseo «de favorecer un diálogo más intenso entre los hombres de cultura y los miembros destacados de las diferentes religiones». Eminencia, ¿nos podría explicar la relación entre el diálogo interreligioso y el diálogo intercultural? —«El diálogo interreligioso e intercultural es una necesidad vital para el mundo de hoy». Lo dijo el Papa en Colonia, recibiendo a los representantes de la comunidad musulmana, en el marco de la JMJ. Para quien conozca en profundidad el pensamiento de Benedicto XVI esta elección es lógica. En realidad, cuando se habla de diálogo interreligioso, se piensa muchas veces en una reflexión de tipo doctrinal acerca de temas religiosos comunes, como la idea de Dios, el pecado, la salvación, etc. Sin embargo, este diálogo doctrinal exige que haya alguna base común, y esto no siempre se da con las otras religiones. Para un budista, por ejemplo, Dios no es persona; para otros, la salvación consiste en la disolución del yo, mientras que para un cristiano es siempre la salvación de su propia persona. Así es muy difícil el diálogo. Este diálogo doctrinal tiene sentido entre cristianos de diversas confesiones, con quienes compartimos la fe en Jesucristo. En cambio, con los creyentes de otras religiones siempre es posible el diálogo sobre la base de la cultura. Esta es la intuición que está en la base del Consejo Pontificio de la Cultura: que la cultura es un terreno común en el que pueden dialogar creyentes y no creyentes, o creyentes de diferentes religiones. El tema común que nos une, decía Juan Pablo II en la UNESCO, es el hombre, y acerca de él sí que podemos dialogar. El Papa Benedicto, por tanto, quiere llevar el diálogo con los creyentes de otras religiones al terreno de la cultura y de las relaciones entre culturas. La cultura del Pueblo de Dios, que supera los límites nacionales, lingüísticos, regionales, etc., entra en diálogo con otras culturas, impregnadas vitalmente por otras religiones. En este diálogo se produce un enriquecimiento mutuo, y el Evangelio, encarnado en una cultura concreta, puede sanar, y fecundar nuevas expresiones culturales. —A tenor de lo explicado anteriormente, ¿cuáles son las respuestas que puede dar el cristianismo sobre este tema? —Jesucristo es la respuesta a los grandes interrogantes del hombre, la respuesta definitiva. El Concilio lo dice con palabras muy hermosas: «En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado» (Gaudium et spes, 22).

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Ahora bien, este mensaje no cae directamente del cielo: llega a través de hombres y mujeres muy concretos, con una historia concreta y una cultura concreta, que entran en comunicación con creyentes de otras religiones. En la manera de vivir el cristianismo hay elementos esenciales y elementos accesorios. Los primeros son inmutables, mientras que los segundos son contingentes. Entre estos elementos esenciales, que han encontrado su expresión filosófica y teológica, está el concepto de persona, a imagen de la Trinidad; la noción de comunión, de sujeto, el principio de libertad y responsabilidad, la pervivencia del yo después de la muerte, la solidaridad entre los hombres, la común dignidad, etc. Estos son valores que se pueden, que se deben compartir con creyentes de otras religiones en la medida en que se pueda. De los creyentes de otras religiones, también podemos recibir mucho. No en cuanto a los contenidos de la fe, naturalmente, pues en Jesucristo se halla la plenitud de la revelación, sino en cuanto al modo de vivirla. En el corazón de cada cultura se halla el acercamiento al misterio Cardenal Paul Poupard de Dios y del hombre. No hay cultura que no sea esencialmente religiosa. La única excepción a esta regla universal parece ser la cultura occidental actual, como señala con frecuencia el Papa Benedicto y, ya antes, el Cardenal Ratzinger. —Usted vivió en 1983 un proceso similar al actual cuando el entonces Papa Juan Pablo II fusionó el Pontificio Consejo para la Cultura y el Secretariado para los No-Creyentes. ¿Cuál es la diferencia en esta ocasión? —Efectivamente, hay semejanzas, pero también diferencias. Como usted sabe, fue Juan Pablo II quien me llamó a presidir el Secretariado para los no Creyentes en junio de 1980, con la intención de estudiar la creación del Consejo Pontificio de la Cultura, que tuvo lugar en 1982, y del cual me nombró también presidente. Desde 1982 hasta 1993, fui presidente de los dos dicasterios, que conservaban, sin embargo, su respectiva autonomía, tal y como sucede ahora. En 1993, tras la caída del muro de Berlín y la desaparición en Europa de los regímenes comunistas, no pareció que tuviera sentido mantener el Secretariado para los no Creyentes –que mientras tanto se había transformado en el Consejo Pontificio para el Diálogo con los no Creyentes– y así, el 25 de marzo de 1993, el Papa decidió fundir en uno solo los dos dicasterios, manteniendo las competencias de ambos. —Tenemos reciente el aniversario de los atentados en Madrid del 11-M. España es una nación con raíces católicas que alberga casi un millón de musulmanes. Hoy se habla más que nunca de diálogo y talante. Sabiendo que la Iglesia tiene como misión la evangelización y el diálogo es sólo un medio ¿cómo ve usted la situación española respecto al diálogo interreligioso y cultural? Y, ¿cómo deben responder los católicos? — Con respecto al diálogo hay muchos equívocos. En primer lugar, el diálogo verdadero se establece entre religiosos, no entre religiones. Los creyentes sinceros de toda religión, no tienen dificultad para comprenderse, pues se encuentran en esa dimensión religiosa fundamental que es común a la humanidad. Los problemas suelen venir cuando entran en contacto dos comunidades o grupos religiosos, que se manifiestan precisamente en el terreno de la cultura. Esto es lo que provoca dificultades para la convivencia, que hay que resolver con mucha delicadeza. En el reciente caso de las viñetas sobre el Profeta, ha habido claramente una

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ofensa religiosa, que los musulmanes han percibido como una blasfemia. Pero después, la violencia que se ha desencadenado en muchos países musulmanes no ha sido una reacción religiosa, sino cultural, descaradamente manipulada por oscuros intereses. En segundo lugar, muchos piensan que el diálogo sea un sustituto de la misión. Y no es así. Jesucristo no dijo «Id y dialogad», sino «Id y anunciad el Evangelio a toda criatura». Ese mandato sigue urgiendo a todos los cristianos. El diálogo es sólo el medio con el que se anuncia el Evangelio, un medio más adaptado a nuestro tiempo, que privilegia el respeto a la persona y a las convicciones personales. Cuando se habla de diálogo con los creyentes de otras religiones, hablamos de una actitud interior que me lleva a tomar seriamente la persona con la que hablo y su situación, y a respetar el ritmo de la verdad, que no se impone sino por sí misma y no admite presiones externas. Pero eso no puede significar un cambalache de doctrinas, o bien, un falso respeto que se acaba traduciendo necesariamente en indiferencia respecto a la verdad, y por tanto, en relativismo. Por eso el problema principal, problema hoy, para los españoles y en general para Europa, es el de la Verdad. Los españoles, como sus vecinos europeos, parecen haberse cansado de la verdad, como si les pareciera imposible de alcanzar. Y, consecuentemente, desconfían de las identidades claras y fuertes, abandonándose a un vagabundeo existencial y metafísico. El mundo musulmán, en cambio, colectivamente, no tiene problemas de identidad alguna. En estas condiciones, no puede haber un verdadero diálogo: por un lado, una sociedad que renuncia a su propia identidad nacional e histórica; y por otro lado, una inmigración musulmana que crece, entre la que se infiltran elementos fundamentalistas que rechazan todo aquello que no sea el Islam. Pero esto no es diálogo, sino un suicidio cultural. Como decía Romano Guardini en el trágico período de la Alemania de entreguerras, la tarea más urgente es educar a la verdad y esa me sigue pareciendo una prioridad hoy día.

San Pablo Extramuros Mosaico Benedicto XVI

Cardenal Bergoglio «Iglesia y democracia en la Argentina»

Recientemente ha sido expuesto en la basílica de San Pablo

El Arzobispo de Buenos Aires y Presidente de la Conferencia Episcopal

Extramuros, en mosaico, el retrato de Benedicto XVI que ha sido realizado para ser colocado junto al de los 264 Sumos Pontífices que le han precedido. El artista que lo ha realizado es Ulises Sartini.

Argentina, Cardenal Jorge Bergoglio, presentó el libro Iglesia y democracia en la Argentina, que compila un centenar de documentos elaborados por los obispos durante las últimas décadas. «La palabra de la Iglesia sobre las cuestiones referidas a la dignidad humana o a las realidades sociales no son un diagnóstico hecho desde las ciencias humanas. No se centra en las encuestas ni en los datos socioeconómicos u otros instrumentos seguramente muy útiles para sociólogos, economistas o políticos, sino que es una palabra profética sobre la realidad pronunciada desde el Evangelio, una palabra que no pretende aportar soluciones técnicas, sino despertar las conciencias en orden a la consecución del bien común», aclaró. El cardenal Bergoglio explicó que el texto, de 700 páginas, está dividido en cuatro bloques temáticos: «La Iglesia y la construcción de la democracia y la justicia social»; «La defensa de la vida y la familia en democracia», «La Iglesia y la defensa de los derechos humanos» y «Los conflictos internacionales».

Iglesia en Alemania Renuncia su pertenencia Eugen Drewermann

El Arzobispo de Paderborn, monseñor Hans-Josef Becker, ha declarado que lamenta, pero respeta, la decisión del teólogo alemán Eugen Drewermann de salir de la Iglesia católica, que él mismo anunció recientemente en un programa de televisión. Desde hace más de 10 años, a este teólogo se le había prohibido enseñar y predicar en nombre de la Iglesia católica, por sus tesis contrarias a la doctrina católica.

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Por último, el cardenal expresó el deseo de que «se conozca más y mejor el aporte que la Iglesia tiene para ofrecer a la hora de construir una convivencia pacífica en la que se respete la dignidad de cada ciudadano. Deseamos, pues, servir a nuestra patria ofreciendo, además del esfuerzo siempre insuficiente de consolar y auxiliar a los que sufren, aquellas reflexiones que brotan de nuestra fe y que consideramos útiles para todos los hombres de buena voluntad».

que compara el caso de las viñetas sobre Mahoma con «ciertas representaciones de ultrajante intolerancia hacia la religión y la Iglesia católica» acaecidas en España. El diario Vaticano menciona dos ejemplos concretos. Uno teatral: «En un espectáculo teatral en escena en Madrid, se caricaturiza al actual Pontífice, se ríe de su Predecesor, se lanzan oscuras amenazas hacia los católicos y se incita a la apostasía». L’Osservatore Romano se refiere sin duda a la obra representada desde el 17 de enero en el madrileño teatro Alfil. La obra del italiano Leo Bassi ha sido acusada con una querella frente a los Juzgados de Instrucción de Madrid por delito contra los sentimientos religiosos.

Nuevo Obispo de Los Ángeles Monseñor Felipe Bacarreza

El 6 de enero de 2006 el Papa Benedicto XVI, nombró Obispo Nueva publicación Sequela Christi

La Congregación para los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica, publicaron a fines de 2005 una nueva revista que, con singular dedicación y eficacia, está bajo la responsabilidad del religioso español Eusebio Hernández. El tradicional Boletín de información del citado dicasterio vaticano ha dado paso a una espléndida revista que, en su primer número, fue un homenaje a Juan Pablo II y que consta de 148 páginas. Quiere ser un instrumento de estudio e información sobre todo lo que afecta a la vida consagrada en la Iglesia. Motor y guía del camino marcado por el Concilio Vaticano II para los religiosos fue Juan Pablo II; este primer número de la revista a él dedicado es un gesto de gratitud por el regalo de su largo y fecundo pontificado.

«Ultrajante intolerancia hacia la religión» El diario del Vaticano acusa a algunos espectáculos presentados en Madrid

C on motivo de las revueltas que ha producido los meses pasados la publicación de unas viñetas irrespetuosas hacia la religión islámica, el periódico oficial del Vaticano L’Osservatore Romano publicó un artículo de Francesco Valiante titulado «¿Progreso de la libertad o retraso de la civilización?» en el

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de la diócesis de Santa María de Los Ángeles a Monseñor Felipe Bacarreza Rodríguez. El nuevo Obispo fue recibido en la diócesis de Santa María de Los Ángeles, el domingo 12 de marzo, en la capilla de Nuestra Señora del Salto, Laja, luego de una solemne entrada a su jurisdicción en medio del saludo afectuoso de la comunidad, expresado en la presencia de diversas autoridades civiles y uniformadas de la zona. «Antes he venido de paso; ahora estoy para quedarme. Confío en Dios por esta nueva misión que me ha encomendado». Con esas palabras, monseñor Felipe Bacarreza expresó los sentimientos de gratitud al Señor en los momentos de ingresar a la Diócesis de Santa María de Los Ángeles. Por ello, enfatizó en la capilla que su tarea esencial es anunciar el evangelio del señor. «Esa es mi misión y para eso me nombró el Santo Padre». Agregó que «yo sé de los fieles de la Diócesis y tengo una referencia de una Iglesia muy viva y activa. A ellos les pido que sean siempre muy fieles al Señor y muy devotos», dijo, al ofrecer su primer mensaje a los fieles católicos de Santa María de Los Ángeles. El nuevo Obispo nació en Santiago el 10 de junio de 1948. Estudió Ingeniería Civil en la Pontificia Universidad Católica de Chile y continuó inmediatamente con sus estudios en el Pontificio Seminario de Santiago y en la Facultad de Teología de la Universidad Católica, donde obtuvo el grado académico de Licenciado en Teología. El 17 de abril de 1977 recibió la ordenación sacerdotal de manos del Cardenal Raúl Silva Henríquez, entonces Arzobispo de Santiago. Siguió estudios en el Instituto Bíblico de Roma, donde obtuvo su licenciatura en Sagrada Escritura.


Legado de Juan Pablo II. Con el nombre de «Foro Juan Pablo II» se ha abierto una página en Internet sobre el legado del Papa fallecido el año pasado. En su página web se puede encontrar información sobre su vida, libros y viajes, así como anécdotas y datos sobre su proceso de beatificación. http://www.forojuanpabloii.org

De regreso a Santiago, al poco tiempo fue nombrado párroco en la Parroquia Nuestra Señora de la Paz, en la Zona Cordillera de Santiago. Más tarde, en 1983, fue llamado a prestar un servicio especial en Roma, en la Congregación para la Educación Católica, ocupándose de los Seminarios de América Latina. Además de su actividad en esa Congregación, en Roma ejercía como Vicario Cooperador en una Parroquia y, además, asistía a enfermos en un Hospital del Cáncer. El 16 de julio de 1991 el Papa Juan Pablo II lo eligió Obispo titular de Nepi y Auxiliar de Mons. Antonio Moreno, Arzobispo de Concepción. Fue consagrado Obispo en la Catedral de Concepción el 8 de septiembre de 1991 por Mons. Antonio Moreno, Arzobispo de Concepción. Co-consagrantes principales fueron Mons. Carlos Oviedo, Arzobispo de Santiago, y Mons. Jorge Medina, Obispo de Rancagua. El 1 de enero de 1996 fue nombrado Rector de la Universidad Católica de la Santísima Concepción y ocupó este cargo hasta el 31 de diciembre de 2000. Ha impartido clase de Sagrada Escritura en el Seminario Metropolitano de Concepción. Actualmente se desempeñaba también como Administrador de Bienes de la Arquidiócesis. En su misión como Obispo Auxiliar ha tenido especial preocupación por la promoción vocacional, la difusión de la adoración al Santísimo Sacramento en la Hora Santa, la institución de la iniciación cristiana de adultos y la formación de los diáconos permanentes. Actualmente se desempeña como Presidente de la Comisión Nacional de Pastoral Penitenciaria de la Conferencia Episcopal de Chile. Su lema episcopal es «Sub tuum praesidium» (Bajo tu amparo). Monseñor Felipe Bacarreza es miembro del Consejo de Consultores y Colaboradores de HUMANITAS. Ha participado en diversos actos organizados por esta revista, así por ejemplo en el coloquio sobre la primera encíclica de S.S. Benedicto XVI, Deus Caritas Est, que tuvo lugar en el Salón de Honor de la Universidad Católica el martes 11 de abril pasado.

Documentos del Concilio Vaticano II. La institución católica Multimedios ha abierto un enlace en su página web que contiene todos los documentos del Concilio Vaticano II, con índices de búsqueda, y la posibilidad de inscribirse en un curso virtual para reflexionar en este acontecimiento eclesial de cuya clausura se cumple en estas fechas el cuadragésimo aniversario. http://www.multimedios.org/ conciliovaticanoii Sitio web de Monseñor Carlo Caffarra. Portal en italiano en que se encuentran las homilías, catequesis, Conferencias y diversos documentos públicos emanados de S.E.R Cardenal Carlo Caffarra. El actual Arzobispo de Bolonia fue el primer Presidente del Instituto Juan Pablo II para estudio de matrimonio y familia y como tal fundador de la revista Anthropotes. HUMANITAS, Revista de cultura y antropología cristiana de esta Universidad, se honra de que el Cardenal Caffarra sea miembro de su Consejo. www.caffarra.it Archivo secreto del Vaticano. El Archivo Secreto del Vaticano puede visitarse ahora en Internet. Dentro del sitio oficial de la Santa Sede, la sección «Focus» (a la que se accede directamente desde la página principal del Vaticano) ofrece un paseo virtual por las salas, frescos y documentos del centro de investigación histórica más importante del mundo. www.vatican.va Rezo del Rosario por España. La Asociación y Cofradía del Rosario Santo Domingo El Real está promoviendo a través de su página web una campaña de oración por España, que extenderá el rezo del Rosario con esta intención, durante todas las horas de todos los días del año, organizando turnos de oración. Esta asociación católica de fieles perteneciente a la Orden de Predicadores (Padres Dominicos) ha elegido el rezo del Rosario porque pertenece a su especial carisma, pero como dijo a la agencia Veritas Ignacio Román, presidente de la Asociación, «éste es un cauce que no excluye otros». «No hay que hacerse miembro de la Asociación, se trata sencillamente de rezar el Rosario cada día, eligiendo un día al mes, entre 15 minutos y una hora, según las posibilidades, hasta completar el calendario que está colgado en la web», explica Román. www.cofradiario.net

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BUSCAR LA VERDAD, SENTIDO PROFUNDO DE LA EXISTENCIA HUMANA

Desde hace mucho tiempo, aproximadamente dos siglos y medio, se ha hecho creer que la Iglesia era enemiga natural del pensamiento. El siglo de las luces entabló al cristianismo un proceso que en nuestros días no ha terminado aún y está lejos de eso. «Embruteceos y seréis santos», ponían en boca de los curas Voltaire y sus discípulos. «Instruíos y seréis hombres», respondían con exaltación los nuevos racionalistas. Para los librepensadores del siglo XIX, la religión cristiana era adversaria de toda idea sana. La Iglesia, según ellos, impondría un rechazo al hecho de pensar. No contentándose con refrenar el ejercicio de la inteligencia y orientarlo en cierto sentido, lo esterilizaría de raíz. Sería preciso elegir entre la inteligencia y la fe. ¿Ha dicho usted «cristiano»? Y el eco social responde: «cretino, cretino, cretino…». Padecemos por tanto de un divorcio entre los Magos de hoy, esto Monseñor Jean-Louis Bruguès, es, gran parte de la sociedad sabia, la llamada intelligentsia, y el Obispo de Angers. catolicismo. Lejos de atenuarse, este divorcio adquiere nuevo vigor con lo que bien podemos llamar los terrorismos ideológicos del momento, cuya forma más temible reside en el pensamiento único, denominado por los estadounidenses «pensamiento políticamente correcto», que se esfuerza por encorsetar nuestra inteligencia y nuestra sensibilidad. Abundan los ejemplos. Si uno ama los valores subyacentes de su cultura, puede esperar ser calificado de ¡identitario! Si se alarma ante el incuestionable ascenso de las incivilidades, sospecharán que desea restablecer el orden social. Si piensa que un matrimonio sólo puede unir a un hombre y una mujer, y así los hijos tendrán más posibilidades de desarrollarse plenamente al tener como referencia una figura masculina y una figura femenina al irse construyendo su personalidad, prepárese a ser acusado de homofobia. Si cree en la castidad, lo percibirán como un retrasado, víctima de la ilusión o la frustración. Si habla en favor de la fidelidad en la pareja o simplemente de la palabra dada, se le replicará que esos valores tienen el olor rancio de las sociedades antiguas. ¡Ay! de aquel que en su aula de clase, su facultad, su lugar de trabajo o incluso en la vida política recurra abiertamente a una religión: comete un crimen de lesa laicidad. Y lo que es peor, es sospechoso de adhesión a estas fuerzas de violencia y oscurantismo que amenazan la paz social... Se habla de «interrupción voluntaria del embarazo» y no más de aborto; de píldora «del día después» en vez de abortivo; de «aventura extraconyugal», expresión menos chocante que la de adulterio. Lo políticamente correcto vacía las palabras y las desvía de su sentido. De este modo, adormece el pensamiento y los reflejos críticos de nuestra inteligencia. Ciertamente, el cristianismo no pertenece a lo políticamente correcto. Ésa es su fuerza, pero también nuestro sufrimiento. Cree en la verdad y por consiguiente en la dignidad de la inteligencia humana. Cree que la verdad es una buena nueva porque libera. No nos libera únicamente de la desgracia del error y la mentira, como liberó a los Reyes Magos de la trampa que les tendía el rey Herodes; libera en nosotros lo que hay de más divino y más humano a la vez. La verdad es nuestro principio de realidad. Proporciona a nuestra inteligencia su tonalidad básica o «bajo continuo», hablando en términos de los músicos. Al venir a la luz de Cristo, podemos «hacer la verdad» en nosotros y alrededor nuestro (Jn 3, 21). Porque Cristo es la verdad. Hay una escena magnífica situada en el otro extremo de la trayectoria de su existencia. Dentro de apenas algunas horas, Jesús sería detenido y luego juzgado y condenado. Un discípulo

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ya lo ha traicionado y los otros lo abandonarían dentro de poco. Para impresionar su espíritu, acababa de lavarles los pies y con este gesto último les mostraba al mismo tiempo lo que había querido hacer y lo que deberán reproducir (Jn 13, 12-15). El desconcierto y la tristeza, pero también la resignación ante la separación inevitable, se apoderan de los comensales de esta última comida: «¿Adónde vas?», preguntan. «Muéstranos el camino», dice inquieto Tomás. En ese momento, Jesús pronuncia una de sus frases más fuertes y asombrosas: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14, 6). Frase terrible, frase escandalosa también para muchos de nuestros contemporáneos: un hombre singular, un cierto Jesús de Nazaret, nacido y muerto hace unos dos mil años, reivindica para sí mismo aquello a lo cual aspira cada uno de nosotros, aquello hacia lo cual tiende toda comunidad humana, aquello que preside la organización de todas las cosas, de los animales, los vegetales, los minerales, el universo entero. «Yo soy la verdad»: yo soy lo que penetra en todas las cosas y les da sentido y consistencia. «Yo soy el Alfa y la Omega» (Ap 21, 6), yo soy el principio y el fin de todo cuanto existe. «Yo soy», y por mí, en mí, toda cosa es. Verdad, Cristo la es ciertamente a doble título. El mismo evangelista nos ha recordado en su prólogo que el Hijo presidió la creación del mundo: «Por Él se hizo todo» (Jn 1, 3). El principio de toda realidad es él. El principio organizador de todo cuanto vemos es él. El sentido de las cosas de la vida también es él, y en él debemos buscar su explicación. Cuando Dios, en su sabiduría, decidió crear el mundo existente, la verdad de todas las cosas tenía su verdad última e integral en cierta «Palabra» eterna que un día debía surgir en Palestina, durante el reinado del emperador Augusto, para convertirse en el hombre Jesús, habitante de Nazaret. Sólo él, por consiguiente, sería capaz de enunciar la esencia de todas las cosas, del hombre, de Dios. El Cristo es verdad también como Palabra del Padre que viene a consolidar la salvación. Dios lo envió como único mediador: por él –nos asegura la Escritura– todos los hombres se salvarán y llegarán al conocimiento de la verdad (1 Tim 2, 4-5). El Verbo seguirá siendo así la última palabra de la alianza que los sabios presintieron y los profetas anunciaron. Principio y Palabra, tales son los títulos que se le otorgan y se resumen en una sola palabra: Logos, cuya traducción más precisa sería, a mi modo de ver, Razón. Cristo es la Razón de Dios y por consiguiente el fundamento, la referencia y la medida de la razón humana, hecha a su imagen. Esa Razón no es puramente abstracta, según las representaciones que nos damos habitualmente de la misma, sino concreta y además carnal: el Cristo se presenta como la verdad en el momento en que reparte el pan y extiende la copa: «Esto es mi cuerpo, esto es mi sangre» (Mc 14, 22). La Palabra de Dios se hizo hombre. La Razón divina se encarnó. De esta sólida convicción según la cual Cristo es la verdad, se desprenden dos consecuencias que nos atañen en grado máximo. La tarea de los discípulos –y quiero decir la nuestra– no padece por lo tanto de incertidumbre alguna: debemos ir a la Razón mediante nuestra razón, a Cristo mediante nuestra propia inteligencia, por cuanto la Razón de Dios se da para descubrir, experimentar, analizar y transmitir, amar y en último término adorar, como ocurre con los Reyes Magos. Cultivemos nuestra inteligencia. Apliquémosla para descubrir las simientes de verdad que el Verbo propaga con profusión hasta el día de hoy. Nosotros, los cristianos, y vosotros, los jóvenes cristianos, tenemos un deber cultural. ¿Como los demás?, preguntaréis. ¡No, más que los demás! Me objetarán, tal vez, de que las ricas horas de la cultura cristiana pertenecen al pasado. ¿Qué sabemos de eso nosotros? Hemos visto en la historia renacimientos menos probables... Dirán además que los medios de nuestras Iglesias se han empobrecido terriblemente. Con todo, nos queda lo esencial: ¡la fe en el Logos, el amor al Verbo!

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Siguen estando al alcance de cada cristiano las virtudes sencillas, discretas tal vez, pero felices, de la honestidad intelectual: la curiosidad, la exactitud, la simpatía, que no excluye el sentido crítico, y cuando es necesario, la admiración. Los científicos, los técnicos y los artistas se han convertido en los héroes románticos de los tiempos modernos: ¿por qué regatearles nuestra estimación? Al saludar su prestigio, nos ponemos nuevamente al servicio del Espíritu de la verdad. ¡Seguid a los Reyes Magos del Evangelio y descubrid con ellos el camino de la inteligencia! ¡Convertíos a la vez en Reyes Magos, bien adaptados a las exigencias de nuestro tiempo! JEAN-LOUIS BRUGUÈS Obispo de Angers * Mons. Jean-Louis Bruguès, Obispo de Angers, es Presidente de la Comisión Doctrinal del episcopado francés. ** Extracto de «Rechercher la vérité, sens profond de l’existence humaine». Catequesis en camino a la JMJ Colonia 2005, Revista Kephas, octubrediciembre 2005

Superior de los Salesianos Nombrado nuevo Obispo de Punta Arenas

L a Nunciatura Apostólica en Chile informó que el Santo Padre nombró como nuevo Obispo de Punta Arenas a Monseñor Bernardo Bastres Florence, S.D.B., hasta ahora Superior Provincial de los Salesianos en Chile. El 31 de julio de 1982 fue ordenado sacerdote por el Cardenal Raúl Silva Henríquez, entonces Arzobispo de Santiago. Con posterioridad fue enviado a Roma, donde completó su formación en la Pontificia Universidad Salesiana y obtuvo la Licenciatura en Derecho Canónico. De regreso a Chile, entre 1989 y 1990 fue Coordinador Pastoral de La Cisterna, y comenzó a ejercer como Profesor de Derecho Canónico en la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica de Chile y en el Instituto Pastoral Alfonsiano, en Santiago. Junto con su labor de profesor universitario, ejerció como Defensor del Vínculo y posteriormente como Juez colegial y unipersonal en el Tribunal Eclesiástico de la Arquidiócesis de Santiago. En el año 1996, el Cardenal Carlos Oviedo, Arzobispo de Santiago, lo nombró Vicario Episcopal para la Vida Consagrada, cargo en el que se desempeñó hasta 1997. El 16 de junio de 2000 el Rector Mayor de la Congregación Salesiana y el Consejo Superior residente en Roma lo nombraron Provincial Salesiano en Chile, cargo que asumió el 7 de agosto de 2000 y que ejerce hasta la fecha, siendo por ello además Gran Canciller de la Universidad Católica Raúl Silva Henríquez.

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Sacerdote francés monseñor Jean Laffitte Vicepresidente de la Academia Pontificia para la Vida

Benedicto XVI nombró vicepresidente de la Academia Pontificia para la Vida a monseñor Jean Laffitte, en enero pasado, a quien era hasta ese entonces subsecretario del Consejo Pontificio para la Familia. Este cargo había sido desempeñado anteriormente por el obispo Elio Sgreccia, a quien Juan Pablo II había nombrado en enero de 2005 presidente de esa misma Academia, fundada por el mismo Papa Karol Wojtyla el 11 de febrero de 1994. Nacido en Oloron Sainte-Marie (Francia) en 1952, sacerdote de la diócesis de Autun, miembro de la Comunidad del Emmanuel, diplomado de Ciencias Políticas y doctor en Teología, monseñor Jean Laffitte ha sido superior de los Capellanes del Santuario de Paray-le-Monial (Francia), antes de convertirse en profesor de ética, de antropología y de espiritualidad conyugal en el Instituto Juan Pablo II para los Estudios sobre el Matrimonio y la Familia, en la Universidad Pontificia de Letrán, en Roma. Ha impartido cursos en las diferentes secciones de este Instituto en Brasil, España, Berlín, México y Australia.


Ha impartido seminarios de formación en diversos países, también en Chile (1995). Monseñor Laffitte ha publicado libros traducidos en varios idiomas como La ofensa desarmada (L’Offense désarmée, 1991), «El Perdón transfigurado» (Le Pardon transfiguré, 1995), y en colaboración con monseñor Livio Melina, Amor conyugal y vocación a la santidad (Amour conjugal et vocation à la sainteté, 2001), publicado en español por Ediciones Universidad Católica de Chile. En 2003, fue nombrado consultor de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Más información sobre la Pontificia Academia para la Vida en www.academiavita.org

heroicas de Juan Pablo II», revela el cardenal Herranz. Don Stanislaw se limitó a comentar que «el Papa —que personalmente está muy desapegado del cargo— vive abandonado en la Voluntad de Dios. Se pone en manos de la Divina Providencia». «Además tiene miedo de crear un peligroso precedente para sus sucesores —continuó diciendo monseñor Dziwisz—, pues alguno de ellos podría quedar expuesto a maniobras y presiones sutiles por parte de quien deseara su deposición». 1.098 millones de católicos en el mundo Aumenta también el número de sacerdotes

En el mundo hay 1.098 millones de católicos, revela la edición Nueva publicación Revela por qué Juan Pablo II no renunció

Juan Pablo II contempló la posibilidad de renunciar, pero no lo hizo por no crear un «peligroso precedente para sus sucesores». Así lo reveló el secretario particular del Papa Karol Wojtyla, monseñor Stanislaw Dziwisz, actual arzobispo de Cracovia, al cardenal Julián Herranz, presidente del Consejo Pontifico para los Textos Legislativos el 17 de diciembre de 2004. Ahora, el cardenal Herranz ha revelado los contenidos de aquella conversación en un libro que recoge sus memorias al lado del fundador del Opus Dei y de Juan Pablo II, En los alrededores de Jericó. Recuerdos de los años con san Josemaría y con Juan Pablo II» (Nei dintorni di Gerico. Ricordi degli anni con san Josemaría & con Giovanni Paolo II), editado en italiano por Ediciones Ares de Milán. Comentando el «famoso canon 332», que en el Código de Derecho Canónico contempla la posibilidad de la renuncia papal, el cardenal Herranz escribe las frases que él mismo dejó anotadas después de la conversación con monseñor Dziwisz. «Hablamos de la opinión que le había manifestado --a petición suya-sobre la oportunidad de que el Santo Padre renuncie al cumplir los 75 o los 80 años. Respondí que, por motivos de edad «no debía» hacerlo: es muy diferente la «misión canónica» que los obispos reciben del Papa para gobernar una Iglesia particular o una diócesis con respecto a la misión que el Papa recibe en el momento mismo de la elección y de la aceptación». El cardenal Herranz continúa explicando en el libro (página 451) que la constitución apostólica Universi Dominici gregis recuerda que «es doctrina de fe que la potestad del Sumo Pontífice deriva directamente de Cristo, de quien es Vicario en la tierra», aunque le elijan los cardenales. «Por lo que se refiere a la posibilidad de renunciar por motivos de salud, escribí en aquella nota algo que ahora me parece oportuno darlo a conocer, como ejemplo de la obediencia y de la prudencia

del Anuario Pontificio 2006 que fue presentada en febrero pasado a Benedicto XVI. Este registro de algo menos de 2.400 páginas de los obispos, diócesis, congregaciones religiosas, universidades católicas y otras realidades eclesiales, ofrece una visión del estado de la Iglesia católica en estos momentos. Un comunicado emitido por la Santa Sede –en el que se sintetizan algunos datos aportados por el volumen– revela que «entre el año 2003 y 2004 los católicos en el mundo pasaron de 1.086 millones a 1.098 millones, un crecimiento de 12 millones de fieles, lo que equivale a un aumento del 1,1 por ciento». «Comparando estos datos con la evolución de la población mundial, en el mismo período, que pasó de 6.301 millones a 6.388 millones, se observa que la presencia relativa de los fieles católicos bautizados desciende en un 1 por mil, pasando de 17,2 católicos por 100 habitantes en 2003 a 17,1 por 100 en el año sucesivo», explica la nota. El Anuario Pontificio muestra que, tras la crisis experimentada en décadas anteriores, «la tendencia al crecimiento en el número de sacerdotes ha continuado en 2004». «En ese año, el número total de sacerdotes fue de 405.891 unidades»: un tercio, sacerdotes religiosos; los otros dos tercios, diocesanos. «En su conjunto, los sacerdotes aumentaron entre 2003 y 2004 en 441 unidades. Este aumento es válido a nivel planetario, pues en el caso de los diferentes continentes la evolución está diversificada. Frente a los importantes incrementos de Asia y África, donde se registra en el mismo período un aumento 1.422 y 840 sacerdotes respectivamente, se experimenta una situación estacionaria en América y Oceanía, mientras que en Europa se ha dado una disminución de 1.876 unidades». El aumento de los diáconos permanentes es constante desde 1978. En el año 2004 eran 32.324. «Están presentes sobre todo en América del Norte y en Europa, con una cuota respectiva del 47,3 por ciento y del 32,3 por ciento en

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Deus caritas est | Dios es amor EN BENEDICTO XVI Y EN EL ARTE La encíclica Deus caritas est propone numerosas imágenes poéticas. Para profundizar en sus aspectos artísticos, agencia Zenit entrevistó a sor María Gloria Riva, religiosa contemplativa de las adoratrices perpetuas del Santísimo Sacramento, y crítica de arte. En italiano acaba de publicar el libro En el arte, el estupor de una Presencia (Nell’arte lo stupore di una Presenza, editorial San Paolo) y el DVD El Código del Amor (Il Codice dell’Amore, MIMEP), en el que desmiente algunas de las invenciones de El Código da Vinci. —¿Qué sugiere la carta encíclica Deus caritas est? —Que luz y amor son una sola cosa. De Aristóteles a Dante Alighieri, el Papa en su

primera encíclica, diseña el itinerario del amor, desde el eros hasta la caritas divina que Cristo reveló en plenitud. Un tema atrayente que desde siempre ha conquis-

relación con el mundo, y han aumentado en un 2,5 por ciento respecto al año 2003». En 1978 eran 5.562. «Los candidatos al sacerdocio, diocesanos y religiosos, presentan globalmente una evolución positiva, pasando de 112.373 en 2003 a 113.044 en 2004». «Sin embargo --explica el comunicado vaticano--, en este caso surgen motivos de preocupación en Europa, donde en los últimos años el descenso es evidente. Por el contrario, África y Asia demuestran una alentadora vitalidad de vocaciones». Más información y pedidos en http://www.libreriaeditricevaticana.com

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tado al hombre. Nuestra época, aunque ha desgastado tanto el significado del amor, como observa el Papa, experimenta su fascinación y necesita reencontrar este

Sor Lucía regresa a Fátima Trasladados los restos mortales del Carmelo de Coimbra al Santuario de la Virgen

Los restos mortales de sor Lucía, testigo de las apariciones de la Virgen en Fátima, dejaron el Carmelo de Coimbra, para descansar en el Santuario de Fátima. El cuerpo de la pastorcilla fue llevado a la Basílica de Nuestra Señora del Rosario, mientras unos 250.000 peregrinos de todo el mundo, que acompañaron la llegada, agitaban pañuelos blancos, como sucede en la Procesión del Adiós en las grandes peregrinaciones del Santuario.


El Juicio Universal, de Fra Angélico

sentimiento primordial en su integridad, necesita purificarlo. —Entre las innumerables representaciones artísticas del amor, ¿cuál elegiría para explicar esta encíclica? —El misterio del «amor que mueve el sol» y de la luz eterna que, en el rostro humano de Cristo, encuentra su manifestación perfecta, ha sido magistralmente representado en el arte por el Beato Angélico, el cual, siguiendo precisamente la lección de Dante, pintó en El Juicio Universal a los beatos como figuras elegantes y danzantes, a los pies de la almendra luminosa de Cristo. La belleza de su movimiento contrasta con la torpeza de los condenados que, al lado opuesto de la escena, huyen de las garras de los espíritus infernales. Contrasta todavía más con la inmovilidad de aquellos que, habiendo administrado mal el don del eros, se apelotonan en los círculos infernales. No se trata de una distinción ignorante del mundo entre buenos y malos, sino de una profunda meditación sobre las lógicas consecuencias de lo que se elige en la vida. Quien vive en el amor que se entrega, danza con la vida,

quien vive en el amor egoísta, se condena a la soledad. La armonía agraciada de las figuras del pintor Angélico expresa la manera en que el amor en su forma corpórea reina desde siempre en la Iglesia. Y sin embargo la belleza de estos cuerpos viene desfigurada justo cuando se convierte en algo absoluto. Sin la fe, observa el Papa, caemos en el caos, la racionalidad neutra por sí sola no es capaz de protegernos. Necesitamos una fe que se alimente de una visión-comprensión capaz de transformar nuestra vida. ¿No es quizás éste el motivo por el que Dios asumió un rostro humano? —Un artista que ha tratado de pintar la confusión del hombre frente al eros y el amor es el flamenco El Bosco (Jheronimus Bosch). —Recuerdo el Jardín de las Delicias Terrenales de El Bosco, que tanto escandalizó a los hombres del siglo XVII. En el centro del tríptico, está el hombre que se abandona sin discernimiento a su placer. Campea la fuente del adulterio sobre el caos de las parejas que tragan ávidamente frutas como fresas y moras (símbolo de la unión sexual). El flamenco realizó su obra en el siglo XVI, pero su modo de narrar es particularmente contemporáneo. Este gozo sin freno no tiene salida, arrastra al hombre hacia el reino sin color y sin luz de la pérdida de sí, de la pérdida del sentido, descrito por el artista en el último panel del tríptico. Así el eros, si no se

Según cuenta la agencia católica de noticias portuguesa Ecclesia, en la breve ceremonia se narró la historia las apariciones, comenzando por la primera que tuvo lugar el 13 de mayo de 1917. Sor Lucía está sepultada junto a la beata Jacinta, por quien sentía una gran admiración y cariño. También el beato Francisco, el otro testigo de las apariciones, está sepultado en la misma basílica. En la tumba de Lucía se colocará una lápida en la que estará escrito: «Sor María Lucía de Jesús y del Corazón Inmaculado. A quien se le apareció Nuestra Señora. 22 de marzo de 1907 – 13 de febrero de 2005. Trasladada a esta Basílica el 19 de febrero de 2006».

convierte en «ágape», como anota el Santo Padre, se acaba y hace infeliz al hombre. Cristo no está contra el eros; en el «ágape» lo lleva a plenitud. Lo dice bien El Bosco en el primer panel del tríptico, en el que representa a la pareja primigenia tal y como salió del pensamiento del Creador. Siguiendo una iconografía frecuente en las miniaturas, Bosch pinta a Adán sentado y despierto mientras espera a Eva como don. Dios Padre, cuyo rostro es el de Cristo, la conduce a él, complaciente. Dios ha santificado el amor del hombre y la mujer, haciendo de ello la raíz de la perpetuidad de la creación. Hay paz, hay unidad entre los dos: son únicos no porque están solos sino porque son irrepetibles. El amor hace que los muchos sean únicos e irrepetibles. Lo pensaba también Miguel Ángel al proyectar el inmenso fresco de la Capilla Sixtina. La belleza de los cuerpos, la armonía de las formas, la historia de la luminosa caritas sobre las sombras del eros, es descrita como la epopeya de un pueblo que, encontrando en el Creador su origen, llega a su realización plena en Cristo. Cristo revela al hombre su destino último: el del Amor, un «amor que ha impulsado a Dios a asumir un rostro humano, es más, a asumir la carne y la sangre, todo el ser humano». Este pueblo vive hoy en la Iglesia y justo allí, en la Sixtina, celebra su renovación y su milagroso «estar» en la historia, como reflejo permanente de la beldad de Dios.

Sor María Lucía de Jesús y del Corazón Inmaculado.

En las lápidas de los otros dos pastorcillos hay, además, una inscripción que dice «Beatificado(a) el 13 de mayo de 2000». Sor Lucía falleció el 13 de febrero del año pasado, a los 97 años de edad.

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Consejo Episcopal Latinoamericano El Papa recibe al presidente y secretario del CELAM

Benedicto XVI recibió en febrero último, en audiencia, al presidente y al secretario del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) en el marco de la preparación de la quinta conferencia general de ese episcopado que coincidirá con la visita del Papa a Aparecida (Brasil), en mayo de 2007. En el encuentro participaron el cardenal Francisco Javier Errázuriz, arzobispo de Santiago de Chile, y el obispo de Reconquista (Argentina), monseñor Andrés Stanovnik, respectivamente presidente y secretario general del CELAM. Benedicto XVI manifestó su intención de inaugurar la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, que reunirá a obispos que representan al 43% de los católicos de todo el mundo. Junto al brasileño Santuario Mariano de Aparecida, la gran cita de la Iglesia girará en torno al tema aprobado en julio pasado por el mismo Papa: «Discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en Él tengan vida. Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida (Juan 14,6)». Más información en http://www.celam.info Tercer encuentro de presidentes de Comisiones de Familia y Vida Radiografía de la atención de la Iglesia a la familia en América Latina En diciembre pasado tuvo lugar en Roma, el tercer encuentro de presidentes de Comisiones de Familia y Vida de las conferencias episcopales de América Latina, celebrado por iniciativa del Consejo Pontificio para la Familia. En parte de sus conclusiones advierte respecto de la región latinoamericana lo siguiente:

«Advertimos la confusión respecto del ‘modelo’ de familia que se presenta como legítimo ante la sociedad. Social y legalmente se pone en entredicho la institución natural familiar con el recurso del lenguaje. Ya no se habla de la familia, sino del plural ‘las

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familias’. Este uso equívoco del lenguaje supone un abuso de la identidad y misión de la familia querida por Dios. Al privatizarse la familia y al quitársele su indispensable dimensión social, se aumentan las alternativas al matrimonio, con las que también se niegan sus notas esenciales y su concepción, todo lo cual conduce a herir la fe y la razón. »En el ámbito latinoamericano existe el riesgo de que se promulguen legislaciones gravemente arbitrarias, como las uniones de hecho o de facto, sean estas heterosexuales u homosexuales. »Percibimos una concertación internacional para introducir leyes inicuas e injustas en contra del matrimonio, de la vida y de la familia. »Nos preocupa el aumento de la banalización del sexo, que se traduce, por ejemplo, en la elaboración de manuales inaceptables de educación sexual que imprimen una nueva mentalidad que promueve la confusión moral que se manifiesta en el relativismo y la ambigüedad del lenguaje. »En las legislaciones de América Latina existe la tendencia a adoptar leyes e incisos que abren las puertas a situaciones que ponen en peligro la integridad de la familia. »Igualmente sentimos que la familia y la vida están seriamente amenazadas por la manipulación de los medios de comunicación social y por el uso de expresiones ambiguas que esconden graves daños a la dignidad e integridad de la vida y la persona humana». Perú El cardenal Cipriani pide votar por quien defiende a la familia y la vida

El cardenal Juan Luis Cipriani, arzobispo de Lima, exhortó a los electores peruanos a votar por quienes defienden la vida y la familia, con miras a las elecciones presidenciales en el país vecino. En su programa sabatino «Diálogo de Fe», que se emite por una radio local, el purpurado peruano aclaró que la Iglesia nunca va a inducir a los ciudadanos a votar por uno u otro candidato. «Lo que sí puede es dar pautas para tomar en cuenta a la hora de elegir». «Piensa quiénes de los que están postulando defienden la vida y la familia», dijo el cardenal al ofrecer pautas para el voto. «Defiende tu voto por la vida y por la familia», añadió.


MARÍA DE MAGDALA La tradición ha visto a María Magdalena de las maneras más diversas, pero el cine y la literatura contemporánea –El Código Da Vinci, por poner un ejemplo flagrante– intentan rebajar su figura hasta la caricatura. En este artículo publicado por el diario Avvenire, traducido por Alfa y Omega, Gianfranco Ravasi trata de acercarnos a una mujer cuyo encuentro con Cristo le cambió la vida

María emerge de improviso en el evangelio de San Lucas (8,3). Su retrato se esboza con una sola frase: «María de Magdala, de la que el Señor había expulsado siete demonios». La palabra demonio, en el lenguaje evangélico, no sólo designa el mal moral, sino también el físico, que puede padecer una persona. El siete es el número simbólico de la plenitud. No podemos saber, sin embargo, qué mal –físico, psicológico o moral– fue aquel del que le libró el Señor. La tradición popular, sin embargo, ha identificado a María Magdalena con una prostituta, porque, en el capítulo precedente, san Lucas narra la historia de una «conocida pecadora de esa ciudad». La aplicación es fácil, pero es infundada, como también lo es la que la convierte en María la de Betania, y que se debe a que san Juan atribuye a la hermana de Marta y Lázaro la misma acción de ungir al Señor que hizo la pecadora anónima de Lucas. Por dos veces, la tradición popular hace perder sus connotaciones personales a María de Magdala, confundiéndola primero con una prostituta, y después con María de Betania. Entre tanto, María Magdalena acompaña a Jesús para vivir con Él y con sus discípulos las horas de la Pasión. Todos los evangelistas, de hecho, coinciden en señalar su presencia en el momento de la crucifixión y de la sepultura de Cristo. Es precisamente junto a esa tumba, en la pálida luz del alba de Pascua, en la que san Juan ambienta el célebre encuentro entre Cristo y María de Magdala. Como es sabido, María Magdalena confunde a Cristo con el guarda del cementerio. Ahora bien, esta ceguera es típica de algunas apariciones del Resucitado –basta pensar en su encuentro con los discípulos de Emaús–. El significado es, naturalmente, teológico: aun siendo entonces Jesús de Nazaret, Cristo glorioso trasciende las coordenadas humanas, históricas y físicas. Para poderlo reconocer, es necesario introducirse en un canal de conocimiento trascendente: la fe. Por eso, sólo cuando se siente llamada en un diálogo personal, María lo reconoce, llamándolo Rabbuní (Maestro). En su Vida de Jesús, Renan explicará de modo racionalista toda la escena, como si fuera la alucinación de una enamorada; agregaba así un trazo malicioso al retrato de María, haciéndola pasar –sin el más mínimo fundamento textual– como amante secreta de Jesús. A esta deformación han contribuido también algunos evangelios apócrifos. Por otro lado, en un texto gnóstico como La Magdalena, de Pedro de Mena.

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es Pistis sophia, la Magdalena se convierte en el emblema de una Humanidad redimida de tipo andrógino (¡otra deformación!), basándose en la afirmación de san Pablo de que «ya no habrá más hombre ni mujer, sino que todos serán uno en Cristo Jesús». Es María una santa entre dos extremos: carnalmente rebajada, y espiritualmente elevada a una sabiduría transfigurada. Por fortuna, el único que la llamó por su nombre, María, y la reconoce, confirmándola como su discípula, fue el mismo Jesús de Nazaret, su Maestro, el Rabbunní. Y es sobre la base de aquel encuentro pascual como su presencia se vuelve a asomar a la liturgia católica con la estupenda melodía gregoriana Victimae paschali, y con ese diálogo en latín que obviamos traducir: «Dic nobis, María, quid vidisti in via? Surrexit Christus, spes mea!»

Karol Wojtyla La experiencia misma del hombre, en la raíz de su filosofía

Con un recorrido por las raíces del pensamiento de Karol Wojtyla hasta evidenciar las fuentes de su filosofía personalista se abrió en febrero último en Madrid un Congreso Internacional sobre este aspecto de quien fue Juan Pablo II. Por iniciativa de la Asociación Española de Personalismo (AEP), esta reflexión-homenaje –convocada bajo el título «La filosofía personalista de Karol Wojtyla»– busca colmar una laguna intelectual por la falta de estudio sobre el pensamiento filosófico del Papa polaco. Jaroslaw Merecki –uno de los principales miembros de la Cátedra Wojtyla de la Universidad Lateranense de Roma– sintetizó en la apertura del Congreso Internacional, que «la experiencia, fuente primera de la filosofía del hombre, y el encuentro con la fenomenología son las fuentes de la filosofía de Karol Wojtyla». Estrechamente relacionado con discípulos directos y amigos de Wojtyla, Merecki recalcó que la fuente principal de este pensador polaco «no es el pensamiento de uno u otro filósofo, sino la misma experiencia del hombre». Así, «la antropología filosófica de Karol Wojtyla es una antropología radicalmente empírica», aclaró en su intervención en este encuentro internacional que acogió la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid. Siguiendo a Wojtyla, explicó cómo «la experiencia de cualquier cosa situada fuera del hombre está siempre asociada a la experiencia de sí mismo», pues «el hombre no experimenta nada exterior sin experimentarse de alguna manera a sí mismo». «En la filosofía moderna –aclaró Merecki– este hecho ha conducido con frecuencia a la negación de la autonomía de la

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realidad exterior, es decir, al idealismo filosófico. Si Wojtyla no cae en la trampa del idealismo, se debe precisamente a que permanece hasta el fondo fiel a la experiencia, en la que el horizonte del ser tiene siempre prioridad sobre el horizonte de la conciencia». Avanzó en su intervención hacia otra fuente del pensamiento de Wojtyla, la fenomenología, para la cual «todo lo que se expresa corpóreamente es objeto de experiencia. Así existe no sólo la experiencia sensible, sino también la experiencia estética, moral o religiosa». En este campo Wojtyla elaboró un proyecto positivo de ética a partir de su debate con Max Scheler, cuyo juicio «no es totalmente negativo», apuntó Jaroslaw Merecki. «Wojtyla está totalmente de acuerdo con el postulado fundamental de Scheler, según el cual la ética debe partir de la experiencia –aclaró–. El defecto primordial de Scheler consiste en no haber agotado todos los recursos del método fenomenológico a la hora de analizar la experiencia moral». En el itinerario hacia la metafísica de la persona, «para Wojtyla –precisó Merecki– el problema del hombre constituye el punto de partida para recuperar la metafísica clásica, vista precisamente a partir del hombre, es decir, retomando la instancia de la filosofía moderna y reintegrándola en el marco de la metafísica clásica». «La única manera adecuada para Wojtyla de afrontar el problema del hombre es plantear la pregunta radical sobre el ser que encuentra en su explicación última en el carácter Absoluto del Ser», subrayó. Presidente y fundador de la AEP, Juan Manuel Burgos prosiguió en la apertura del Congreso constatando en Karol Wojtyla «un pensador personalista ontológico de filiación tomista y fenomenológica». Y es que, como se ha podido apreciar, el sistema que emplea


Wojtyla es «un personalismo procedente e integrado en una fenomenología realista»; de hecho, «todo su pensamiento –y, en particular, el que ofrece en su obra «Persona y acción», su obra principal– gira en torno a la persona», explicó. «Para que una filosofía pueda considerarse personalista –puntualizó– debe estructurarse globalmente en torno a la noción de persona o, dicho de otro modo, ésta debe ser la noción esencial en toda su arquitectura antropológica». «Su carácter novedoso –expresó Burgos– se encuentra en las siguientes tesis: la insalvable distinción entre personas y cosas y la necesidad de analizar a las personas con conceptos específicos propios; la importancia radical de la afectividad y de la relación interpersonal; la primacía absoluta de los valores morales y religiosos; la importancia de la corporeidad y del tratamiento de la persona como varón y mujer; el personalismo comunitario; la concepción de la filosofía como medio de interacción con la realidad y una concepción no estrictamente negativa de la modernidad filosófica». Web de la AEP: www.personalismo.org. Monseñor Zen Ze-kiun Nuevo Cardenal chino. El único de menos de 80 años

«Un signo de benevolencia y de afecto del Papa por toda China»: así interpretó el obispo de Hong Kong su llamamiento a la púrpura cardenalicia el pasado 22 de febrero. Salesiano de 74 años, monseñor Joseph Zen Ze-kiun se cuenta entre los quince cardenales que Benedicto XVI creó en su primer consistorio, el 24 de marzo pasado. «Una sacudida para Hong Kong y para China»: con estas palabras describió la designación del prelado chino al cardenalato el padre Bernardo Cervellera, sacerdote del Pontificio Instituto de Misiones Extranjeras (PIME), experto en el contexto chino y director de la agencia especializada Asianews. En el diario italiano Asianews, el misionero daba cuenta de la reacción de Pekín: «una sobria declaración de Liu Jianchao, portavoz del Ministerio de Exteriores, que se apresura a exigir que «las personalidades religiosas no se entrometan en política»». Y es que el obispo de Hong Kong tiene en su currículo «vigilias de oración anuales para recordar la masacre de Tiananmen, denuncia de las detenciones de obispos y sacerdotes, lucha por defender la democracia de Hong Kong contra las manipulaciones de Pekín, defensa de la libertad de educación, compromiso por la libertad religiosa de la Iglesia y de las religiones (también de Falun Gong)», recuerda el padre Cervellera. «Pero más que un obispo que se entromete en política –dis-

tingue–, monseñor Zen es un campeón de la doctrina social de la Iglesia», que difunde con entusiasmo. «Por eso habla frecuentemente con claridad de justicia social y de libertad religiosa –analiza el padre Cervellera–. Su acción no es una mezcla ambigua de fe y política, sino una afirmación del derecho de la Iglesia a tener libertad sin estar bajo el continuo y sofocante control del Estado y de los políticos». De ahí que, como constata el sacerdote del PIME, el obispo Zen sea estimado por una parte del liderato político en China por su claridad, y que su lucha por la democracia y la libertad religiosa sea vista por los liberales como un arranque catalizador hacia una reforma no violenta del sistema de Pekín. En China el gobierno permite la práctica religiosa sólo con personal reconocido y en lugares registrados ante la Oficina de Asuntos Religiosos y bajo el control de la «Asociación Patriótica» (AP). De ahí la diferencia que afirman entre una Iglesia «oficial» y los fieles que tratan de salirse del citado control para ponerse en obediencia directa del Papa formando la Iglesia «no oficial» o «clandestina». Mientras que la labor del obispo Zen «es, defender la no injerencia del Estado en los nombramientos y unir las dos ramas de la Iglesia en China»; hasta «ha hablado frecuentemente de la persecución sufrida también en la Iglesia oficial». «Por esto es amado por ambas ramas de la Iglesia y es un punto de referencia para oficiales y clandestinos», reconoce el padre Cervellera. Señaló también el obispo Zen, explicando el espíritu con el que se encamina al purpurado: «Esta nueva tarea es un acto de confianza del Santo Padre y lo acepto gustosamente, aunque me acerco a los 75 años. Ofreceré todo lo que quede de mi vida, de mis fuerzas, para servir a la Santa Iglesia». Originario de Shanghai, donde nació el 13 de enero de 1932, Joseph Zen Ze-kiun se formó en la familia salesiana. Fue ordenado sacerdote en 1961. Un momento fundamental de su ministerio fueron los siete años (de 1989 al 1996) en los que, con las primeras tímidas aperturas de Pekín, pudo enseñar en los seminarios de China continental, una circunstancia que le hace profundo conocedor de la Iglesia allí, «oficial» y «clandestina». Juan Pablo II le nombró obispo coadjutor de la diócesis de Hong Kong ( www.catholic.org.hk ) en 1996. Se hizo cargo de su sede episcopal en 2002, a la muerte de su predecesor, el cardenal John Baptist Wu Cheng-chung. En su territorio se cuentan 317 colegios católicos. La defensa de la libertad religiosa en China y de las posturas del Vaticano durante la canonización de los mártires chinos impulsó al gobierno de Pekín a bloquear durante seis años (de 1998 a 2004) sus visitas a China continental

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«La Cruz del Tercer Milenio» Benedicto XVI bendice las figuras de la primera estación de un vía crucis que se colocará en torno al monumento.

Al final de la audiencia general del miércoles 1 de marzo, el Papa Joaquín Navarro-Valls Recibió Doctorado Honoris Causa

En tiempos de relativismo, la relación del periodista con la verdad se ha convertido en la cuestión ética fundamental de esta profesión, reconoce Joaquín Navarro-Valls. El director de la Oficina de Información de la Santa Sede vaticana, ofreció una «Reflexión en torno a ética y periodismo» al recibir el 24 de febrero el doctorado honoris causa en Ciencias de la Comunicación, que le otorgó la Universidad Sor Úrsula Benincasa de Nápoles (Italia). «Es una reflexión muy académica –explicó el mismo Navarro-Valls–, con algunas consideraciones sobre el tema de la verdad periodística y sobre la postura que un periodista debe tener». El portavoz vaticano afirmó que «una investigación en las grandes bibliotecas universitarias o públicas ofrece hoy un resultado sorprendente: el mayor número de publicaciones sobre comunicación hablan de temas que directa o indirectamente se refieren a la ética del periodismo». De la investigación se deduce que «los autores de una gran parte de esa bibliografía son periodistas o investigadores del periodismo», lo que «parece significar que, desde el punto de vista de su práctica, la actividad periodística presenta hoy problemas éticos que no tienen una solución sencilla». «¿Por qué la consideración ética se ha convertido en primera fuente de bibliografía sobre la profesión periodística? ¿Y por qué son en gran parte estudiosos e incluso profesionales de la comunicación los que juzgan, frecuentemente en tonos críticos, la dimensión ética de la actual actividad periodística?», se preguntó el portavoz vaticano. «Se tiene la percepción de que la comercialización de la industria de la noticia, es decir la invasión de las ‘razones de mercado’ en la obtención y difusión de noticias, abre un gran espacio de riesgo ético en el campo del periodismo», observó el portavoz. A esta realidad, el periodismo intenta oponer una estrategia como la «catalogación deontológica»: «prácticamente todas las profesiones socialmente configuradas se dotan de ‘códigos éticos’», con «proposiciones normativas que regulan la actividad del periodista tanto en la obtención de informaciones como en su elaboración, hasta el momento en que la noticia aparece impresa en el periódico».

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Benedicto XVI bendijo la primera estación de un vía crucis monumental, que constituirá un importante complemento de «La Cruz del Tercer Milenio», erigido en Coquimbo, Chile. Las figuras del vía crucis, en bronce, tienen dos metros de altura. En la ceremonia, se encontraban presentes el cardenal Jorge Arturo Medina Estévez, prefecto emérito de la Congregación para el culto divino y la disciplina de los sacramentos; el director ejecutivo de dicho monumento, Ramón Javier Bravo, en representación del alcalde de Coquimbo; y otros invitados. El Santo Padre, después de pronunciar las palabras del rito de bendición, asperjó con el agua bendita las imágenes de la primera estación, donación de la familia chilena del empresario Antonio Martínez Segui. Se espera que las demás estaciones se terminen en los primeros meses del año 2008, ocasión en que se presentará en Roma una exposición que ya cuenta con el alto patrocinio del Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile y de otras representaciones diplomáticas, para

En la dinámica mediática, como en otros sectores de la actividad humana, observó Navarro-Valls, «se asiste hoy al mismo fenómeno: los valores éticos han perdido ya sea su evidencia, ya sea su instancia vinculante». Según el portavoz vaticano, estas dificultades para asumir el vínculo ético tienen su origen principal en una «percepción ambigua de la relación existencial con el concepto de verdad», que en el debate cultural actual «aparece muy oscurecido». Aunque «culturalmente, la confrontación sobre la verdad parece decididamente antimoderna», esto «no quita a este concepto el carácter de tema inevitable, sobre todo para quien ha elegido como propio itinerario profesional el de la transmisión de informaciones». «Conocer la verdad, reconocerla, incluso admirarla no basta», afirmó luego. El hombre debe «elegir libremente la verdad, reconocida como tal» y «ser fiel a ella hasta el fin», sólo así será «fiel a sí mismo, es decir a la propia identidad». «El desprecio por tanto de la verdad es desprecio de sí mismo», denunció. «Un agente de comunicación es siempre, e incluso antes del acto de comunicar, un testigo. Lo que se atestigua es una experiencia personal, conocida como verdadera», dijo.


ser enviadas posteriormente a Coquimbo e instaladas en su lugar definitivo. Por su parte, Ramón Javier Bravo, después de participar en la bendición de la primera estación y recibir emocionado como regalo la estola usada por el Romano Pontífice –será destinada al Museo de la Cruz de Coquimbo–, manifestó: «Hay que dar gracias primero a Dios, que ha animado espiritualmente al alcalde de Coquimbo y al consejo municipal, a seguir desarrollando grandes proyectos, que son los signos de los tiempos que importan para la

fe de los laicos... Es verdaderamente admirable y muy alentador sentir al Papa como un padre que sabe comprender las grandes iniciativas y animar a sus hijos con su presencia. Él se intereso por saber de esta magna obra y yo pude reiterarle el deseo de los coquimbanos de que visite el monumento y la ciudad. Incluso se recordó del museo y de los regalos de su uso personal que, como cardenal, anteriormente obsequió. Este día permanecerá para siempre en la memoria de «La Cruz del Tercer Milenio».

El periodista, en efecto, «cumple una función muy singular: ha elegido como actividad profesional la de unir la relación con la persona a quien comunica con su personal relación con la verdad experimentada por él». No sorprende, por tanto, «que en las muchas preguntas éticas que se hacen al periodismo esté implícita la exigencia de volver a un testimonio en el que sea inmanente una experiencia de verdad». «La diferencia entre propaganda y periodismo está sobre todo aquí», concluyó. V Encuentro Mundial de las Familias «La transmisión de la fe en la familia»

El estudio de los contenidos del V Encuentro Mundial de las Familias (EMF) –que presidirá Benedicto XVI– ha llevado al cardenal Alfonso López Trujillo nuevamente a la arquidiócesis anfitriona, Valencia (España), a fines de febrero pasado. A su llegada, el presidente del Consejo Pontificio para la Familia mantuvo una reunión con el arzobispo local, monseñor Agustín

García-Gasco, para abordar los contenidos del EFM, que están inspirados en el tema central del evento: «La transmisión de la fe en la familia». De acuerdo con el órgano informativo de la arquidiócesis de Valencia, Avan, el Cardenal celebró igualmente encuentros con responsables de la Universidad Católica de Valencia San Vicente Mártir (UCV). Es la encargada, por la fundación organizadora del EMF, de preparar el Congreso Internacional Teológico-Pastoral –una de las actividades del evento mundial– que se celebrará del 4 al 7 de julio en las instalaciones de Feria Valencia. Antes de regresar a Roma, el purpurado colombiano analizó con la organización del EMF los contenidos de la vigilia festiva y testimonial de las familias, que se celebrará el sábado 8 de julio por la noche presidida por el Papa, la víspera de la misa con la que clausurará el EMF. Fue Juan Pablo II quien, poco antes de su fallecimiento, determinó el lema del EMF. Benedicto XVI lo ratificó. Cada EMF –que convoca el Papa– es organizado por el Consejo Pontificio para la Familia con la colaboración de la diócesis elegida como sede.

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Gran Bretaña Credenciales del nuevo embajador ante la Santa Sede

El Papa recibió en diciembre pasado las cartas credenciales del nuevo embajador de Gran Bretaña ante la Santa Sede, Francis Martin-Xavier Campbell. En su discurso, Benedicto XVI puso de relieve que las relaciones entre la Santa Sede y Gran Bretaña habían posibilitado «un grado significativo de cooperación al servicio de la paz y la justicia, sobre todo en el mundo en desarrollo, donde el Reino Unido ha jugado un papel principal en los esfuerzos internacionales por combatir la pobreza y la enfermedad. (...) Rezo para que esta solidaridad eficaz con nuestros hermanos y hermanas que sufren se mantenga y se extienda en el futuro». Refiriéndose a la observación del embajador de que su país «conoce los problemas causados por las tristes divisiones dentro del

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cristianismo», el Santo Padre afirmó que «las heridas, que son el resultado de más de cuatro siglos de separación, no se pueden curar sin los esfuerzos decididos, la perseverancia, y sobre todo, con la oración». Tras dar gracias a Dios por el progreso en el diálogo ecuménico, el Papa señaló que «el ecumenismo no es simplemente una cuestión interna de preocupación de las comunidades cristianas; es un imperativo de la caridad que expresa el amor de Dios por toda la humanidad y su proyecto de unir todos los pueblos en Cristo» y «juega un papel esencial en la superación de divisiones entre comunidades y naciones». Benedicto XVI manifestó su alegría por el «notable progreso en los últimos años por lograr la paz y la reconciliación en Irlanda del Norte. Las iglesias y comunidades eclesiales locales han trabajado duramente para superar las diferencias históricas entre sectores de la población. Uno de los signos más claros de que ha


aumentado la confianza recíproca es el reciente abandono de las armas por parte del Ejército Republicano Irlandés», gracias a los «grandes esfuerzos diplomáticos y políticos». El Santo Padre recordó las bombas del pasado mes de julio en Londres y aseguró «el continuo apoyo de la Iglesia mientras se encuentran soluciones a las tensiones que han dado lugar a tales atrocidades. La población católica en Gran Bretaña se caracteriza por un alto nivel de diversidad étnica y quiere tomar parte en promover la reconciliación y la armonía entre los diversos grupos raciales presentes en su país. (...) La tolerancia y el respeto por las diferencias son valores que el Reino Unido ha hecho mucho por promover dentro y fuera de sus fronteras». «Usted –continuó el Papa dirigiéndose al diplomático– ha hablado de la importancia de que el Reino Unido permanezca fiel a las ricas tradiciones de Europa, y esta fidelidad requiere como es natural un respeto profundo a la verdad que Dios ha revelado sobre

la persona. Esto exige que reconozcamos y protejamos la santidad de la vida desde el primer momento de la concepción hasta su muerte natural. Exige además reconocer el papel indispensable de la estabilidad del matrimonio y la familia para el bien de la sociedad». Benedicto XVI añadió que esto «nos obliga a considerar con atención las implicaciones éticas del progreso científico y tecnológico, en particular, en el campo de la investigación médica y de la ingeniería genética». «Por encima de todo –terminó–, esto nos lleva a una comprensión apropiada de la libertad humana, que nunca se puede realizar independientemente de Dios, sino sólo cooperando con su plan amoroso para la humanidad. Para que la tolerancia y el respeto por las diferencias beneficien realmente a la sociedad, tienen que construirse sobre la roca de una comprensión auténtica de la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios y llamada a compartir su vida divina».

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LIBROS UNA HISTORIA DE 450 AÑOS

La presencia franciscana en Chile En octubre del 2003 la Academia Chilena de la Historia, en conjunto con la Orden de San Francisco y el Instituto de Historia de la Pontificia Universidad Católica de Chile, organizó un simposio internacional para conmemorar los 450 años de la presencia de esta orden religiosa en el país. A esta convocatoria respondieron numerosos estudiosos tanto chilenos como extranjeros, entre los que había laicos y religiosos. En este libro* se publican las comunicaciones que en esa oportunidad se presentaron, comentaron y debatieron. En consecuencia, se recogen las ponencias en extenso, con las correcciones y revisiones que los autores hicieron a la luz de los intercambios de opiniones que allí se generaron.

L

a historia de la Orden Franciscana en Chile se confunde con la historia país. Ella estuvo presente desde los primeros años de la conquista y ha contribuido de manera decisiva a la formación de su identidad y en último término de la nacionalidad. Colaboró de manera eficaz a la estabilidad de la presencia hispana en estos territorios en los momentos difíciles y desesperanzadores de la conquista. Desde la Ermita del Socorro primero y luego del convento dedicado a esa advocación de la Virgen, los padres, custodios de la imagen traída por Valdivia, consolaron y apoyaron espiritualmente a los pobladores acosados con frecuencia por la pobreza, los indígenas y la naturaleza. Más adelante, asumirán importantes responsabilidades en el proceso de evangelización de los indígenas encargándose de algunas doctrinas; también los defenderán de los abusos de los encomenderos, lo que a veces los llevará a enfrentarse incluso con las

autoridades eclesiásticas. Frente al problema de la sublevación de los indígenas, los franciscanos estuvieron más bien en contra del uso de la fuerza, privilegiando la conversión pacífica de aquéllos. Se responsabilizaron, con bastante éxito, del Real Colegio de Naturales de Chillán, con lo que asumían en la práctica la estrategia misionera que la misma orden había utilizado ya en la conquista de México. Esta labor era un complemento del esfuerzo que realizaban en materia educacional, tanto de los niños indígenas y mestizos como de la población criolla de escasos recursos. En el ámbito devocional, del culto y meramente espiritual, tuvieron, al igual que en el resto de América, un protagonismo muy destacado. Los conventos de la orden, especialmente el grande de la Alameda y el de la Recoleta, fueron focos de espiritualidad que irradiaron hacia el resto de la sociedad. En ellos florecieron figuras de vida ejemplar, que gozaron de fama de hom-

* Los franciscanos en Chile: Una historia de 450 años. René Millar Carvacho, Horacio Aránguiz Donoso (Editores). Academia Chilena de la Historia. Santiago 2005. 349 págs.

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bres santos; también se desarrollaron allí devociones que permanecieron en el tiempo y se encarnaron en la mentalidad colectiva pasando a formar parte de la cultura nacional. El espíritu del franciscanismo también se expresó e irradió en el mundo femenino, de manera especial en los conventos de clarisas y capuchinas que en los siglos XVII y XVIII fueron importantes centros de religiosidad y cultura. La orden logró una temprana y estrecha vinculación con la sociedad, que, valorando su aporte, se mostró muy dispuesta a colaborar en su establecimiento, en su expansión y en las políticas pastorales y sociales que emprendía. La estimación de que gozaba se reflejaba en las donaciones y limosnas que recibía, lo que los religiosos retribuían con su disposición permanente al servicio de los requerimientos espirituales de la población y de las necesidades generadas por la pobreza y las enfermedades. La significación de la orden en la sociedad también se reflejó en que algunos de sus miembros llegaron a ser nada menos que las máximas autoridades de la Iglesia chilena, al desempeñarse como obispos en las diócesis de Santiago y Concepción. Con todo, como acontece con cualquier institución humana, los franciscanos, durante la colonia, no estuvieron ajenos a conflictos internos y dificultades en sus relaciones con otras órdenes religiosas o con autoridades civiles y eclesiásticas. Al respecto, debe tenerse presente que la celebración de los capítulos provinciales y la elección de los prelados muchas veces dio origen a desencuentros y desórdenes, que a veces motivaron la intervención de autoridades externas y la implantación de la «alternativa» para la designación de aquellas.

La Independencia fue para la orden una etapa complicada, al igual que como aconteció para el conjunto de la sociedad chilena. Hubo padres que se abanderizaron con una y otra postura, las que por lo general se adoptaron en razón del origen territorial del sujeto, como aconteció con los frailes del Colegio de Chillán. Por otra parte, también sufrió las consecuencias de las medidas de reforma de regulares y secuestro de sus bienes llevada adelante por el naciente gobierno republicano. A raíz de lo anterior, se redujo de manera significativa el número de religiosos, las comunidades experimentaron serios problemas de subsistencia y el desorden en el gobierno y vida conventual fue la tónica de esos años. La reorganización y superación de las dificultades no resultó nada de fácil, pues a las discrepancias internas respecto a la forma como debía llevarse adelante el proceso de reforma, se agregaba el desencuentro entre la Iglesia y el Estado derivado de la insistencia de las autoridades civiles por hacer efectivo el derecho de patronato, lo que impedía una fluida relación entre la Santa Sede y el gobierno de la Provincia de la Santísima Trinidad de Chile. Con todo, en ese contexto complejo y poco claro, el convento de la Recoleta se erigía como un baluarte de las más valiosas tradiciones de la vida monástica y de la espiritualidad franciscana. No por nada en él pudo florecer la figura del lego Andrés García Acosta, Fray

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Andresito, modelo de hombre virtuoso, que encarnó los ideales del santo fundador y practicó las virtudes cristianas en grado heroico. Por otra parte, poco a poco comenzaron a restaurarse las misiones, que tuvieron un impulso importante con la llegada de misioneros italianos destinados a los colegios de Chillán y Castro, desde donde proyectaban su labor hacia la Araucanía. Sin embargo, cada vez se fue haciendo más difícil su empresa debido al proceso de ocupación y pacificación de esos territorios por el Estado y por colonos, lo que implicaba para los indígenas la pérdida de importantes extensiones de sus tierras. A eso se sumaba la predisposición negativa hacia aquellos por parte de las autoridades regionales y de los colonizadores, que se mostraban poco dispuestos a apoyar las iniciativas de los religiosos y terminaban dificultando la actividad misionera. Incluso debieron enfrentar críticas provenientes del propio mundo eclesiástico, ya que no faltaron quienes cuestionaron sus métodos y los resultados obtenidos. Empero, a pesar de todo ello y de la escasez de misioneros y medios, los religiosos realizaron una obra evangelizadora importante y favorecieron la educación de los niños indígenas, para lo cual fundaron numerosas escuelas, en las que junto a la enseñanza básica entregaban instrucción técnica, convencidos de que aquellos ámbitos se fortalecían mutuamente. La vinculación de los franciscanos con la sociedad se refleja además en la orden tercera, muy enraizada en la población, abierta a hombres y mujeres de todos los sectores y a través de la cual se ha proyectado su espiritualidad y el compromiso social con los más desposeídos. Todo lo que ha representado la orden para Chile se puede simbolizar en sus conventos, que corresponden a una muestra del significado que la Iglesia y la religión han tenido en la evolución y conformación del país, pero al mismo tiempo ellos dejan en evidencia el

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aporte realizado en campos que van más allá de lo religioso, como son el de la educación, la acción social y la cultura. En el libro el lector encontrará muchos de aquellos aspectos de la historia de la orden de San Francisco en Chile, desde la conquista hasta el siglo XX. Se trata de estudios sobre temas específicos y a partir de fuentes primarias, que los iluminan en profundidad aportando una perspectiva actual de cuestiones poco conocidas. No podemos olvidar que la orden careció en Chile de una crónica colonial, como sí tuvieron otras provincias. Sólo desde hace dos años se cuenta con una historia general de los franciscanos en Chile, que, por el carácter de la misma, desarrolla poco algunos temas y otros sólo insinúa. Los historiadores de la orden han realizado una activa y fructífera labor de recopilación y publicación de fuentes y también han generado numerosas publicaciones historiográficas sobre diversos aspectos de la historia de la orden. En esa empresa han encontrado la colaboración de otros historiadores de la Iglesia, laicos y eclesiásticos, atraídos por la riqueza documental que guarda la orden y por la trascendencia de su pasado. Sin embargo, la mayoría de esos trabajos han tenido una circulación muy limitada, que los circunscribe a un núcleo muy estrecho de interesados. La historia de la orden en Chile continúa siendo desconocida para la gran mayoría de la población y no sólo eso, sino que la riqueza de ese pasado también en muchos aspectos se mantiene en las sombras incluso para los especialistas. De ahí la importancia de este libro, pues nos permite adentrarnos en temas de esa historia que apenas vislumbrábamos, al tiempo que nos abre perspectivas y puede estimular el interés por continuar avanzando en el conocimiento de ella.

RENÉ MILLAR CARVACHO


Una respuesta definitiva al Código Da Vinci Ben Whiterington III Publicaciones Andamio, Barcelona 2004 224 págs.

La verdad sobre el Código Da Vinci José Antonio Ullate Editorial Libroslibres, Madrid, 2004 189 págs.

Es interesante leer estos dos libros que se proponen desmentir los numerosos errores y falsedades del famoso Código da Vinci, de Dan Brown. Ambos tienen enfoques diferentes, pero en algunos aspectos se complementan. Ben Whiterington es evangélico y Antonio Ullate es católico. El primero de ellos no pretende analizar una a una las múltiples afirmaciones falsas que Dan Brown esgrime con tanto aplomo. Elige, sí, siete errores gruesos, que desmiente en forma irrefutable. Pero ha preferido centrar su libro en un debate de fondo. Brown sostiene en su Código la falsedad de los evangelios canónicos, tardíos –según él– e impuestos por el Emperador Constantino, con el objeto de crear el culto obligatorio a un Jesucristo divinizado. No es difícil refutar este infundio porque el hecho de que los cuatro evangelios canónicos fueron escritos en el siglo I es una verdad confirmada por la crítica histórica y apoyada por descubrimientos paleográficos cada vez más concluyentes. Cuando el emperador Constantino reinó y presidió el Concilio de Nicea, en el siglo IV, hacía largo tiempo que la doctrina cristiana estaba sólidamente definida en base a los cuatro evangelios, las epístolas de San Pablo y demás libros que integran el Nuevo Testamento. ¿Qué pretende Dan Brown al negar la validez testimonial de los evangelios canónicos? Fundamentalmente dos cosas: convencer a sus lectores de que los textos gnósticos son más antiguos y más creíbles que los evangelios. Y buscar un apoyo para su tesis de que los cultos anteriores al cristianismo eran todos dirigidos a diosas femeninas. Nos encontramos pues con que El Código da Vinci es un libro comprometido con las tesis más gnósticas y más feministas de la New Age. Es bien conocido el hecho de que este movimiento no se atiene a ningún cuerpo de doctrina. Es un vago conjunto de sincretismos religiosos, en los que caben desde las posiciones más fanáticas hasta las meramente sentimentales, con un denominador común: ofrecer al hombre postmoderno una pseudoreligión cómoda, que carezca de dogmas y criterios morales definidos. En una palabra: que no le cree ninguna obligación.

Debido a este trasfondo explícito del Código, Whiterington centra sus críticas en probar debidamente el valor testimonial de los evangelios canónicos y en demostrar el carácter posterior, y abiertamente herético, que tuvo siempre el gnosticismo. Por lo tanto la respuesta suya a Dan Brown se centra en los primeros siglos del cristianismo, con abundancia de documentación y de datos históricos que le dan peso a su obra. José Antonio Ullate, en cambio, en su obra La verdad sobre El Código da Vinci, desmiente minuciosamente innumerables errores y falsedades, pero nos lleva finalmente a analizar a fondo lo que hay detrás del libro: el movimiento New Age. Su tema es por lo tanto actual, y por esa razón podemos decir que ambos libros se complementan. Por lo demás los dos autores no limitan sus estudios exclusivamente al libro comentado. Ambos amplían sus análisis al ámbito intelectual y moral que –más allá del hecho de ser entretenido– ha convertido El Código da Vinci en un éxito de resonancia mundial. Dan Brown se propone sin duda objetivos muy precisos: desprestigiar a la Iglesia Católica, por ejemplo; negar la divinidad de Cristo y exaltar el viejo gnosticismo y el novísimo «ecofeminismo». El Código da Vinci proclama el culto a la «diosa madre», y sostiene que todas las religiones primitivas anteriores al cristianismo, se fundaban en el culto a divinidades femeninas. Ello habría permitido la existencia de sociedades idílicas, donde todo era pacífico y –por supuesto– existía la más absoluta liberación sexual. Es demasiado elemental desmentir esta afirmación, pero la verdad no le interesa a Dan Brown. El «ultrafeminismo», muy vinculado a algunos sectores de la New Age, llega a tales extremos que Ullate nos da a conocer el libro The First Sex, en el que la erudita norteamericana Elisabeth Gould Davis «prueba» que, en sus comienzos, la raza humana estaba integrada sólo por mujeres, quienes ya habían creado todos los avances importantes de la civilización. Sólo entonces aparecieron «los primeros varones... seres mutantes, accidentes producidos por daños genéticos... El sexo masculino representa una degeneración y una deformidad del femenino». A la

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altura de estos extravíos el lector se siente vagando en pleno delirio. Pero Ullate tiene una explicación para estos disparates, aun más sorprendente: el autor de El Código da Vinci, lo mismo que su predecesora, la autora de The First Sex, «no se sienten obligados a respetar las ataduras de la verdad histórica –nos explica el autor– pero en ambos casos esta liberación es el resultado de una decisión consciente». La verdad, como la fe o la razón, es alienante. Nos oprime obligándonos a ceñirnos a ella. La verdadera liberación de la persona humana pasa por su renuncia a toda verdad, y su sustitución por el sentimiento o la fantasía que nacen de su intimidad. Partiendo de este supuesto ¿qué importancia tiene para Dan Brown que su libro sea un montón de mentiras mal intencionadas? Su objetivo está alcanzado por el éxito y la credulidad con que millones de nuestros contemporáneos lo han aplaudido. Los métodos no importan: «Hemos llegado a la subversión total –dice José Antonio Ullate–: la mentira es la verdad y la verdad es la mentira». A estas alturas es inevitable que se venga a la mente del lector la cita de San Pablo, que ambos autores comentados mencionan en sus obras: «Llegará un tiempo en que los hombres no soportarán la sana doctrina, sino que se rodearán de maestros que halaguen sus oídos, a la medida de sus pasiones. Cerrarán sus oídos a la verdad y los aplicarán a mitos» (II Tim. 4, 3-4). Sin duda alguna ese tiempo ha llegado. Gisela Silva Encina

Los masones César Vidal Editorial Planeta, Barcelona 2005 430 págs.

César Vidal, Doctor en Historia, Teología y Filosofía, reúne sólidos conocimientos para adentrarse en el tema de la masonería, conflictivo de por sí, y además oscurecido por una maraña de leyendas de distintos orígenes, que hacen aún más confusa la historia de esta poderosa secta. El autor sustenta su obra en una amplísima bibliografía y la organiza con notable capacidad pedagógica, de tal manera que, a pesar de lo complejo del tema, el lector no pierde en ningún momento la ilación y el interés que el libro despierta desde el comienzo. Una reseña no permite referirse a todos los temas tratados. Para dar una idea de sus alcances basta con enumerar los

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principales de ellos: los orígenes legendarios de la masonería; el papel en ella de aventureros e iluminados; los masones y su participación en las revoluciones del siglo XVIII en adelante; la Revolución Francesa y la Independencia Hispanoamericana; las conexiones ocultistas y su relación con algunas sectas; la lucha antimasónica y, por último, la masonería en la crisis española del siglo XX, en la que se centra el debate final del libro. La leyenda que rodea a la masonería es un tema muy importante, porque son los propios masones los que han creado en torno a su origen todo un imaginario, que los hace descender de antecesores remotos tan variados como contradictorios. Una de ellas hace arrancar a la secta de la época de la construcción del Templo de Jerusalén por el rey Salomón. Otras le atribuyen relación con la primitiva religión egipcia. Alguna, todavía más descabellada, la lleva hasta el libro del Génesis y afirma que Caín fue el primer masón. La mayoría coincide en vincular su origen con las cofradías de maestros constructores que tanta importancia tuvieron durante la Edad Media. Nada de esto es históricamente comprobable. De hecho sólo a finales de la Edad Media aparecen algunos documentos que contienen vagas referencias a una masonería, no operativa como los gremios entre los que se habría originado, sino especulativa. Pero su organización como tal sólo aparece definida en el siglo XVIII, coincidiendo con el iluminismo y el debilitamiento de las convicciones religiosas. A partir de entonces la masonería se propagó velozmente en logias constituidas en todos los países de Europa, y su poder creció en forma impresionante. En 1717 se fusionaron varias logias inglesas que tomaron el nombre de Gran Logia, decisión que muchos consideran como la verdadera fundación de la masonería moderna. A pesar de que en algunos documentos masónicos más antiguos se habla de respeto a la religión y a los gobernantes, la masonería del siglo XVIII se identificó rápidamente con los movimientos revolucionarios en gestación. Su papel en la Revolución Francesa fue decisivo, así como también su influencia en la lucha por la Independencia de los países hispanoamericanos. La relación de la Logia Lautarina con la masonería, a la que pertenecieron San Martín, O’Higgins y otros próceres de la gesta emancipadora, según Vidal, no ofrece dudas.


LA MASONERÍA Y LA NEW AGE Las corrientes espirituales que integran el fenómeno actual de la New Age mantienen una estrecha relación con la masonería. No en vano, comparten una buena serie de principios comunes: subjetivismo moral, sincretismo religioso, individualismo, relativismo filosófico, reducción del cristianismo a una religión más, deísmo, etc. Así, la New Age constituiría, en el actual supermercado espiritual, una vulgarización de los valores masónicos, integrando, en el plano religioso, el pensamiento políticamente correcto. Ilustraremos, a continuación, esta tesis con el caso de René Guénon.

Este escritor francés, nacido católico y muerto musulmán en El Cairo en 1951, es autor de una compleja obra de pretensiones metafísicas, cuya influencia sigue siendo notable entre masones y ecologistas. Iniciado muy joven, perteneció a varias logias masónicas, tanto regulares como irregulares. Hermano dormido durante muchos años, hasta el final de sus días se consideró masón, conforme su propia interpretación. A su juicio, el depósito iniciático y metafísico del cristianismo se conservaba en la Orden del Temple hasta su disolución. Algunos templarios se habrían refugiado en Escocia, ingresando en la Gran Logia Real de Edimburgo. Allí transmitieron sus conocimientos, de donde pasaron a la masonería actual, percibiéndose su influencia en algunos grados de los ritos masónicos. Esta interpretación no es asumida por los estudiosos masónicos, tachándola de antihistórica. Pero los discípulos de Guénon inciden en la importancia simbólica e iniciática del «mito», más decisiva que su realidad histórica literal. Para Guénon, la corriente iniciática de Occidente (expresión de la que denomina Gran Tradición Primordial, uno de cuyos reflejos sería el fondo común de todas las religiones o Unidad Trascendente de las Tradiciones) sólo es posible rastrearla en la Iglesia católica, que a su juicio ha perdido todo sentido esotérico (oculto), y en la propia masonería. En ésta confluirían, siempre según Guénon, las tradiciones esotéricas occidentales: hermetismo (cuya expresión más conocida sería la de los rosacruces), el pitagorismo (estudios de geometría y arquitectura desde una clave esotérica), cristianismo y judaísmo. En este contexto, la masonería constituiría una vía adecuada para el trabajo propuesto, de ahí que aprobara la creación de una logia de guenonianos dentro de la Gran Logia Nacional Francesa: La Gran Tríada. René Guénon es un ejemplo de voluntarismo. Autor de una estructura teórica coherente, atractiva, sugerente, proporciona herramientas intelectuales para quienes deseen forjarse una cosmovisión, a la carta, de cierta consistencia. Hasta aquí hemos encontrado, pues, gran parte de los ingredientes serios de la New Age. Para un católico, el camino, la verdad y la vida tiene un rostro concreto: Jesucristo. Y un lugar preciso: la Iglesia católica. Ese rostro y ese lugar son una posibilidad para todo tipo de hombres, mientras que la vía Guénon sólo es posible para unos pocos. De nuevo, la Iglesia es un espacio de racionalidad y humanidad, frente a la soledad propuesta por Réne Guénon y demás inspiradores de la New Age. FERNANDO JOSÉ VAQUERO Alfa y Omega

En cambio, sostiene el autor, los masones no tuvieron ninguna influencia en la emancipación de los Estados Unidos. Si bien había, entre los gestores del movimiento independentista, algunos iniciados, primaba absolutamente el criterio de los protestantes, y especialmente de los puritanos, que definieron el destino del pueblo norteamericano, en base a sus convicciones.

César Vidal hace notar, no si razón, que la masonería, a lo largo de la historia, ha demostrado más capacidad para fomentar revoluciones y destruir gobiernos, que para organizar –con sus principios– alguna nación. La anarquía y el despotismo que siguieron a la independencia de los pueblos hispanoamericanos, y que aún persiste, es una buena prueba de ello. Lo mismo

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ocurrió con la Revolución Francesa que concluyó en el Terror; con la gesta napoleónica, a la que la masonería se sumó gustosamente, y que terminó en el más completo fracaso. Y, llegando al siglo XX, con la efímera República Española, donde el poder masónico no tuvo casi contrapesos, y cuya gestión fue tan desastrosa que llevó sin remedio a una cruenta guerra civil. Con respecto a ésta, un dato curioso que aporta con pruebas el autor, es el hecho de que la masonería española, profundamente infiltrada incluso en el ejército, al estallar la sublevación militar se dividió, participando masones en la lucha desde ambos bandos. Otro aspecto interesante del tema es que la masonería ha persistido siempre en mantener su carácter esotérico y pseudoreligioso. Hay autores masones que vinculan sus ideas al gnosticismo u otros cultos de la antigüedad. Uno de sus teóricos más importantes, el inglés Anderson, recibió en 1721 la orden de la Gran Logia de Inglaterra, de escribir un tratado, conocido como Las Constituciones de Anderson, texto indispensable hasta hoy para saber realmente qué es la masonería. Anderson es uno de los que atribuyen a la secta orígenes remotísimos y la posesión de secretos esotéricos. Esta persistencia secular en aparecer como portadores de conocimientos misteriosos ¿es tan sólo un señuelo para la inquietud espiritual del alma humana, o tiene otro objetivo? No es fácil dar una respuesta, y nuestro historiador tampoco la da. El dato concreto que sí nos aportan Las Constituciones de Anderson es que antiguamente los masones eran libres en cuanto a sus creencias religiosas, pero a partir de entonces «se piensa que es más útil obligarlos sólo a esa religión en la cual todos los hombres concuerdan». Esa religión, según otros textos, es la Religión de la Humanidad. Se desvanece así la imagen de la institución de la amistad, benévola y tolerante, compatible con todas las religiones. Otro aspecto notable del estudio del profesor Vidal es la vinculación de la masonería con algunas sectas religiosas, poderosas hoy en día. Entre ellas, por ejemplo los llamados comúnmente mormones y los Testigos de Jehová. Los fundadores de ambas instituciones fueron masones y recibieron instrucciones y apoyo de éstos. Su influencia se hace sentir también en la New Age. Es difícil no reconocer la semejanza de esta pseudo religión con el ocultismo masónico: en ella se mezclan personajes como Isis y Osiris, Pitágoras y Orfeo, Zoroastro y Mahoma, Moisés y Jesús, todos ellos como iniciados. En cuanto al cristianismo sólo es tolerado en la medida en que se convierta en un sincretismo. Es decir, que deje de ser la Fe en un Dios Trinitario y en el hecho histórico de la Redención. Según Las Constituciones de Anderson –concluye el profesor

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Vidal– la masonería quedó definida como «una sociedad secreta, sociedad esotérica, sociedad por encima de cualquier otro vínculo humano, incluidos los familiares y nacionales». Y de hecho así se ha comportado, de manera por demás coherente, a lo largo de los siglos. Gisela Silva Encina

¿Cómo soñaron nuestra Facultad de Medicina? Lorenzo Cubillos Osorio Editado por la Facultad de Medicina de la Pontificia Universidad Católica de Chile, noviembre de 2005 343 págs.

Escrito como un homenaje a la Facultad de Medicina de la Pontificia Universidad Católica de Chile en el 75 aniversario de su existencia, el autor de este texto, que es Profesor Titular y Miembro Honorario de la mencionada Facultad, intenta recoger el rico patrimonio espiritual que ha motivado su desarrollo desde la época fundacional hasta el presente, haciendo ver también los riesgos de que dicho patrimonio no sea suficientemente valorado y termine por no ser transmitido a las nuevas generaciones. En una época de rápidos cambios tecnológicos y de un avance tan notable en el ámbito de la salud, en el que se invierten cuantiosos y crecientes recursos materiales y humanos de la sociedad, es ciertamente un riesgo cifrar todas las esperanzas en el avance de las ciencias médicas, de sus nuevas técnicas y artefactos, olvidando que el sentido último de esta tan noble profesión es el servicio a seres humanos particulares, a aliviar sus dolencias, a ayudarles a descubrir su dignidad en el dolor y en la muerte, y como católicos, a mirar la vida humana en su vocación de eternidad. El Dr. Cubillos está plenamente consciente de cada uno de estos aspectos involucrados en el ejercicio de la medicina y en la formación de generaciones de médicos, pero más que hablar de su propia experiencia o exponer las ideas que él ciertamente tiene para equilibrar el conjunto de todos estos factores, prefiere recurrir a la memoria de quienes le precedieron en este mismo camino, a quienes reconoce como los forjadores del espíritu fundacional de la Facultad y a quienes reconoce también como sus maestros. Con la minuciosidad y el rigor de un cirujano, el autor recorre estos 75 años de historia de servicio a la sociedad chilena y a los pacientes atendidos, destacando no sólo el evidente protagonismo de los médicos que en el área docente y asistencial han sido los primeros responsables del impresionante desarrollo


alcanzado por la Facultad, sino recordando también el co-protagonismo de las autoridades universitarias, de los capellanes, de los religiosos y religiosas, de los profesores de «Cultura Católica», de los benefactores y, no en último término, de la misión de la Universidad en su conjunto, puesto que ninguna facultad es por sí misma autosuficiente, sino que todas ellas se retroalimentan dando vida a una corriente espiritual y cultural que ha sido capaz de dejar una profunda huella en la historia de Chile y de mantenerse viva y actual en el presente. Inquietan al Dr. Cubillos, con sobradas razones, las tendencias de la cultura actual a formar un «hombre light», como él lo llama, hedonista, que busca sólo adaptarse a las circunstancias y a sacar provecho de ellas, e incapaz de sostener los grandes ideales cristianos. En el caso particular de la medicina, la tentación de transformar el servicio nacido de la caridad en un lucrativo negocio. Son claramente tendencias fuertes que operan en nuestra cultura. Pero como él mismo también recuerda, hemos recibido una profunda y riquísima enseñanza de los pontífices de este tiempo. Aunque el libro que comentamos ya estaba impreso cuando apareció la encíclica de Benedicto XVI Deus Caritas est, estoy cierto que su atenta lectura confortará al Dr. Cubillos y lo confirmará en el espíritu fundacional de nuestra Facultad de Medicina, cuyo hospital clínico evocaba en su mismo nombre la caridad de Cristo y la misericordia nacida de su corazón. Debemos agradecer que este texto de homenaje a la historia de la Facultad de Medicina, lo recuerde tan destacadamente, como legado para las nuevas generaciones. Pedro Morandé

Estética musical. El poder formativo de la música Alfonso López Quintás Rivera Editores, Valencia 2005. 392 págs.

El autor moviliza en esta obra lo más fecundo de su esfuerzo investigador para poner al descubierto que la música significa para nuestra vida mucho más de lo que suele pensarse, incluso entre los profesionales de la misma. La experiencia musical es una fuente de sensaciones gratificantes y elevados sentimientos de gozo. Además de ello, y en un nivel superior, el cultivo de la música de calidad puede contribuir eficazmente a nuestro crecimiento y maduración como personas. Para mostrarlo, de modo que cada lector lo descubra por sí mismo, López Quintás moviliza sus recursos de catedrático universitario de Estética, organista y director de coro, a fin de aclarar el enigma de la belleza.

Tras unas precisiones de estética general (centradas en torno a las categorías estéticas griegas: armonía, simetría, repetición, unidad en la variedad, contraste, luminosidad, y a las categorías estéticas generales: lo cómico, lo gracioso, lo sublime, lo trágico…), el autor analiza la Estética musical y resalta de modo especial el carácter relacional de la música. La forma de relación más relevante en la vida humana es el encuentro, fenómeno creativo perteneciente a lo que él denomina nivel 2. Resulta muy clarificadora la teoría de los niveles de realidad y de conducta que ha configurado López Quintás y que aplica aquí a la tarea de esclarecer el fenómeno musical y descubrir el poder formativo de la música: 1. La experiencia musical nos ayuda a trascender el plano de lo sensible hacia el de lo suprasensible. Con ello cultiva las tres condiciones básicas de la inteligencia: largo alcance, amplitud y profundidad. 2. Nos sitúa de lleno en el nivel 2, el nivel de la creatividad en el que se consideran como contrastes ciertas relaciones entre vertientes de la realidad que en el nivel 1 aparecen como contradicciones: libertad-normas, independencia-solidaridad, autonomíaheteronomía, interior-exterior… 3. La música nos ayuda a revalorizar dos de las potencias humanas más relevantes –la afectividad y la memoria– y a integrar los diversos aspectos de nuestra vida: sensibilidad e inteligencia, vida instintiva y vida espiritual… Lo que intuyeron eminentes pensadores (Platón, San Agustín, Schopenhauer…) y eximios intérpretes (Furtwängler, Celidibache, Georg Solti…) adquiere en estas páginas una clarificación lúcida y precisa. El autor esmalta las exposiciones con ejemplos muy significativos y sugerentes, entre los que destacan el sentimiento de solidaridad y la correlativa alegría que pone de relieve el Cuarto Tiempo de la Novena Sinfonía de Beethoven; el amor fracasado en el Don Giovanni y el amor logrado a través de un proceso de purificación en La flauta mágica de Mozart; el ascenso al amor respetuoso y oblativo, frente a la seducción del amor erótico, en el Tannhäuser de Wagner. El autor trasmite los pensamientos y las experiencias con un estilo claramente influido por la belleza de los temas tratados. El lector termina la lectura del libro con la satisfacción de oír la música con una sensibilidad nueva y una estima inmensamente superior. Luis Aymá

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Una verdadera educación. Escritos sobre educación y psicología del Padre Alberto Hurtado, S. J. Introducción, selección y notas de Violeta Arancibia C. Ediciones Universidad Católica de Chile, Santiago, 2005 344 págs.

Una verdadera educación es el título del libro, recientemente aparecido, que recoge los escritos sobre educación y psicología de San Alberto Hurtado, S.J. El nuevo santo chileno fue un sacerdote ejemplar y como tal un gran educador. Sostiene que «el sacerdote es por misión el educador nato del pueblo» y que «su misión engloba la del maestro, confidente, amigo, abogado, defensor de los débiles, apoyo de los pobres» (Humanismo Social). El proceso formativo de los seres humanos, por lo tanto, es un asunto connatural a este jesuita, quien, además de ser agente de su propio proceso educativo, estudia, practica y piensa la educación. Como estudiante de teología en Bélgica constata la fuerte vinculación existente entre la tarea del sacerdote y la del educador; decide, entonces, estudiar pedagogía en la Universidad de Lovaina, paralelamente a su preparación como sacerdote. Obtiene los grados de Licenciado y Doctor en Ciencias Pedagógicas. Llegado a Chile ejerce la docencia tanto en la educación formal –Colegio San Ignacio, Universidad Católica, Seminario Pontificio, Hogar Catequístico, Colegio The Grange-, como informal -dirección espiritual, predicación de retiros, charlas o conferencias a distintas audiencias, preocupación por los niños en el Hogar de Cristo, por los obreros en la Asich, por los jóvenes en la Acción Católica. También piensa la educación y expresa sus reflexiones por escrito y oralmente. Entre sus libros más relacionados con educación y ya publicados destacan su tesis doctoral –El sistema pedagógico de Dewey ante las exigencias de la doctrina católica-, Puntos de educación, Humanismo social, dedicado a educadores y padres de familia, y La crisis de la pubertad y la educación de la castidad. A sus libros se agrega un conjunto de artículos sobre temas formativos publicados en Estudios o la Revista Católica. La obra comentada pone a disposición del lector 33 textos inéditos que complementan los anteriores ya publicados y que ahondan en interesantes aspectos de sus ideas pedagógicas. Ellos están divididos en dos partes. La primera incluye los dedicados a la formación del carácter y de la voluntad y la segunda los que se refieren más directamente a la educación y psicología pedagógica. El Padre Hurtado lee, estudia, está al tanto de las nuevas ideas que van apareciendo, se actualiza constantemente, le preocupan los problemas de su tiempo, lo que pasa a su alrededor; no se queda estancado en lo que le enseñaron sus profesores, ni se cierra a las

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interpelaciones de su época. Le interesan los planteamientos innovadores, pero los analiza, los depura, los valora y extrae aquellas orientaciones que juzga pertinentes para su quehacer apostólico y educacional. Es precisamente esta reflexión interior, en presencia de su maestro, Cristo, la fuente que confiere significado y da origen a las múltiples actividades que realiza cotidianamente. Estima que «moverse sin sentido no es obrar, es agitarse» (Cómo remediar la desarticulación de la vida moderna). Relata el Padre: «preguntaba recientemente un profesor a sus alumnos qué es lo que nos hace ser más hombres. Desorientados respondían los unos que el tener gran talento, otros que el tener medios de producción, alguno que poseer un gusto artístico muy desarrollado. Ninguno dio la verdadera respuesta: el tener una férrea voluntad al servicio de un gran ideal» Esta anécdota atestigua la relevancia que confiere a la voluntad en orden a la optimización personal y social, incluso estima que es mucho más importante su formación que la de la inteligencia. «el carácter bien formado, la voluntad bien educada... ha hecho grandes a los grandes hombres» (El adolescente de hoy: rasgos psicológicos). Su propio estilo de vida y el que recomienda a los demás es coherente con sus afirmaciones sobre la necesidad de templar la voluntad. Exige generosidad, donación, esfuerzo, disciplina, vencimiento, sacrificio. Incluso llega a decir: quien no es héroe no es hombre. Estas palabras pueden sonar un poco duras en el mundo contemporáneo tan deseoso de bienestar, placer, comodidad; pero el mensaje cristiano no va por el camino fácil ni por la puerta ancha y el Padre Hurtado encarnó los valores evangélicos en forma ejemplar y contundente. Su país le inquieta, se siente responsable y considera la falta de educación «el más grave de los problemas chilenos... Problema éste más grave aun que el problema de la escasez de salarios, la lucha de clases, el problema político y aun la misma desorganización de la familia, porque encierra en sí todos estos problemas y los acrecienta» (Puntos de educación). Aunque tal vez pareciera hablarnos hoy día, ya en el año 1947 sostenía: «Una cruzada nacional se impone para cambiar el rumbo de nuestra enseñanza libresca, enciclopédica, en una formación que prepare más para la vida, que dé más sitio al desarrollo de la personalidad». (Humanismo social) Las recomendaciones que sugiere para mejorar el proceso formativo son variadas: educación realista, participación activa del alumno, des-


plazamiento de la enseñanza por el aprendizaje, estimulación del sentido social y de colaboración, formación religiosa. Ellas derivan tanto de su conocimiento de la realidad como de su preparación renovada y atenta a las nuevas tendencias educacionales. Entre éstas, despierta su atención, la llamada Escuela Nueva y uno de sus representantes más destacados: el filósofo y pedagogo norteamericano J. Dewey. A las ideas de este autor dedica su tesis doctoral. En ella, luego de analizar críticamente la postura del filósofo, identifica y refuta los planteamientos contrarios a la doctrina católica y rescata otros que juzga aportes positivos y dignos de incorporarse a la práctica educativa. El Padre Hurtado está comprometido con la educación, muchas de sus ideas siguen siendo válidas e incluso en algunos temas -la individualización de la enseñanza, la conveniencia de los jefes, la necesidad de la actividad del niño, la trascendencia del juego infantil, la relevancia de la psicopedagogía para los educadores- se muestra proyectivo, adelantándose a su época. El libro comentado continúa el plan de publicación de los escritos inéditos del Padre Hurtado, fruto del trabajo del Centro de Estudios y Documentación «Padre Hurtado» impulsado por el actual Decano de la Facultad de Teología, Pbro. Samuel Fernández E. La introducción, selección y notas fue realizada por la académica de la Pontificia Universidad Católica, Sra. Violeta Arancibia Clavel, ayudada por varias colaboradoras. Inicia la obra una presentación del Vicario de la Educación Padre Juan Díaz, S.J. Un apéndice, que incluye una reseña biográfica de los autores citados, es un elemento que favorece la comprensión de los textos. Esperamos que este libro, como lo dice su introducción, sea «una gran fuente de reflexión y acción para jóvenes; un conjunto de tareas impostergables para profesores, padres y todos quienes tengan responsabilidad en la educación del país» (p. 17) Elena Sánchez Correa Píldora del día después Aspectos médicos y biológicos Fernando Orrego Vicuña Universidad de los Andes 70 págs.

El libro del Dr. Orrego viene a llenar una sentida necesidad tanto en Chile como en la mayoría de los países de América Latina. En los últimos años, particularmente en estos lugares, donde no está legalizado el aborto, se ha estado intentando introducir «la píldora del día después» con el objeto de evitar los nacimientos en jóvenes que hacen vida sexual y no están

utilizando anticonceptivos. Se ha pretendido justificar el uso de este potente producto hormonal aduciendo que no es abortivo pero aceptando que es «contraconceptivo». Esto necesita una aclaración: Hasta 1964 el termino «contraconceptivo» era considerado sinónimo de anticonceptivo. Después de esa fecha, se entiende por «contraconcepción» a los procesos anticonceptivos (que impiden la fecundación del óvulo por el espermatozoide), pero ahora incluyendo además en el significado del término «contraconcepción» a aquellos procesos contrarios al desarrollo embrionario que ocurran entre el momento de la concepción y la implantación del huevo en el cuerpo materno (generalmente en el endometrio). Hemos visto cómo algunas autoridades de Salud confundiéndose frente al nuevo significado del término «contraconcepción» (anticoncepción + aborto en la semana de preimplantación del huevo embrionado) han querido justificar ante la opinión pública la autorización del uso de este producto con potencial abortivo aduciendo que es solamente «contraconceptivo», sin entender aparentemente el significado actual del término. El Dr. Orrego ha realizado un minucioso estudio de todo el material de la bibliografía científica disponible relativo a la «píldora del día después» en cuanto a sus aspectos médicos y biológicos. Su calidad científica avala sus conclusiones respecto al significado de los estudios publicados en la literatura científica internacional. De sus análisis se concluye que la «píldora del día después» tiene un mecanismo múltiple de funcionamiento. Si la píldora es ingerida antes de la ovulación tiene posibilidades de ser anticonceptiva ya sea inhibiendo la ovulación o impidiendo la fecundación del óvulo por el espermatozoide, sin excluir totalmente el embarazo. En caso de que la píldora sea ingerida después de la fecundación del óvulo no cabe acción anticonceptiva, sólo quedan la posibilidad abortiva o su inocuidad. Como destaca el autor, los días más fértiles del ciclo femenino son los dos días que anteceden a la ovulación y el mismo día ovulatorio (aproximadamente el 90% de los embarazos proceden de relaciones sexuales durante alguno de esos tres días). La literatura médica revisada por el Dr. Orrego es clara en demostrar que cuando la píldora es ingerida en el período preovulatorio no impide con certeza la ovulación ni la fecundación del óvulo por un espermatozoide. Respecto a la posibilidad de una acción abortiva cuando la píldora es ingerida después de la fecundación del óvulo, el autor analiza minuciosamente las publicaciones existentes llegando a la conclusión de que el mecanismo abortivo existe y explica la alta eficacia de la droga. El Dr. Orrego explica gráficamente la efectividad esperada y la observada en relación al tiempo transcurrido entre la relación sexual y el momento en que se administra la droga. En sus pa-

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labras, la notable diferencia entre la efectividad esperada y la efectividad observada «constituye el efecto del levonorgestrel que no puede ser explicado por la acción anticonceptiva y que resulta de sus efectos posconceptivos (abortivos)». La revisión exhaustiva de los posibles mecanismos abortivos que puedan explicar ese efecto de «la píldora» no permite señalar con certeza cuál o cuáles de ellos son responsables del aborto temprano, dejando en evidencia que falta información biológica respecto al proceso de implantación ovular. El autor insiste en recordar el hecho de que el componente químico de «la píldora», la droga levonorgestrel, es un derivado de la hormona testosterona, la que tiene un fuerte efecto androgénico además de algunos efectos progestativos (semejantes a los efectos de la progesterona: hormona femenina que caracteriza el período postovulatorio, llamado también período secretorio). Sabemos que los andrógenos tienen un efecto antagónico a la función secretora del endometrio, función secretora necesaria para la mantención nutricia del embrión antes de su implantación. También hace notar el autor los altos requerimientos energéticos del embrión, sólo semejantes a los de las células del sistema nervioso. Estos últimos datos (efecto antagónico de los andrógenos sobre la función secretora del endometrio y los altos requerimientos energéticos del embrión), coincidentes con lo informado por estudios morfológicos y bioquímicos del endometrio, permiten ir vislumbrando los posibles mecanismos todavía no totalmente conocidos por los cuales se produce el efecto abortivo sobre el embrión humano aún no implantado o en fase temprana de implantación. Una demostración directa de la muerte del embrión inducida por el levonorgestrel en las dosis y secuencia de la «píldora del día después» la daría el hallazgo de algún indicador específico de la presencia del embrión vivo aún no implantado. Lamentablemente, aún no se ha publicado la existencia de dicho indicador, pero sí disponemos de la abrumadora evidencia indirecta de la acción abortiva de «la píldora». A mayor abundamiento, existe el reconocimiento que hacen de dicha acción abortiva (sin utilizar la palabra aborto) los organismos internacionales que utilizan el término «contraconcepción» que incluye, como se ha explicado más arriba, el efecto abortivo en el período de preimplantación del huevo humano fecundado. Dr. Patricio Mena

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Tolkien, raíces y legado Gonzalo Larios (editor) Universidad del Desarrollo y Centro de Estudios Bicentenario, Santiago, 2005 150 págs.

Sin duda que Tolkien estaría contento con la presente obra. No porque ella trate sobre su vida y su ingente labor literaria, sino porque se gestó como a él le gustaba: en las aulas de la universidad, fruto de la discusión académica, de las conversaciones entre profesores y estudiantes; en definitiva, del gusto por la lectura y por el intercambio de ideas tan propio de la vida verdaderamente universitaria. De hecho, Tolkien, raíces y legado es el producto de las conferencias dictadas en la Universidad del Desarrollo durante los seminarios que precedieron, en los años 2001, 2002 y 2003, el estreno en Chile de cada una de las partes de la película El Señor de los Anillos, dirigidas por Peter Jackson. En dichos seminarios, participaron académicos dedicados a muy variadas disciplinas humanistas (literatura, historia, derecho, historia del arte), pero que poseían un manifiesto punto en común: su admiración por John Ronald Reuel Tolkien y sus escritos. Esta misma admiración ya antes había llevado a algunos de ellos, a comentar la obra de este autor inglés del siglo XX, a difundir su ejemplar vida de profesor universitario, a estudiar su pluma en el contexto de la literatura actual y, sobre todo, a comunicar su propio entusiasmo a muchos de los alumnos que han participado en sus cursos. No omitiremos que, además de conversar sobre los temas propuestos por cada conferencista, en los seminarios se contó con la presencia de conjuntos de música celta y feudal y se generaron exposiciones artísticas, dándole a estos eventos, y por cierto al libro que de ellos nació, una especial atmósfera cultural y humana, calidez indispensable para construir verdadera Universidad; precisamente a lo que Tolkien aspiraba. De todo lo anterior se hace cargo, con mayor detalle, Gonzalo Larios en la «Presentación» del volumen, de cuya edición él mismo estuvo a cargo como Director de Licenciaturas de la Universidad del Desarrollo. Posteriormente, se da paso a los ocho artículos que integran el cuerpo, los mismos que fueron expuestos ya como conferencias, la mayoría de los cuales son de carácter divulgativo y reflexivo. Y aunque la variedad de temas tratados es amplia, tienen muchos puntos de encuentro, entre ellos: mostrar la grandeza de una literatura y del hombre que está detrás. Como bien señalan varios de los articulistas, Tolkien soñaba con dotar a Inglaterra de una mitología propia, que llenara en


su tierra el vacío literario y espiritual que La Ilíada y La Odisea colmaban en la Grecia Clásica o La Eneida en Roma. No cabe duda de que lo logró, pero una mitología, por tratarse de algo que sobrepasa al autor mismo, no puede explicarse sólo por el texto donde se encuentra explícitamente desglosada. El genio del autor, la tradición en la que se enmarca, las fuentes culturales de las que bebió y el universo espiritual que lo envolvía, son elementos también fundacionales de cualquier sistema mítico. La obra de Tolkien no escapa a ello y, con plena conciencia sobre este punto, el profesor Felipe Vicencio intenta explicar las raíces celtas que se vislumbran en El Señor de los Anillos, deteniéndose especialmente en la profunda veneración de esta cultura europea por los árboles y su creencia en la inmortalidad de las almas, dos elementos que aparecen muy marcados en la obra tolkieniana. De igual manera, Armando Roa aborda algunos aspectos del minucioso estudio que hiciera Tolkien sobre el Beowulf, poema épico del siglo VIII escrito en inglés antiguo, y que tanto lo inspiró, al punto de querer, como concluye Roa: «consumar con su propia literatura aquello que el texto anglosajón insinuó». No son las raíces mitológicas sino la épica misma de las gestas de Bilbo y Frodo la que comenta Primo Siena. Haciendo una hermosa comparación entre la saga del «Anillo» y la búsqueda del Santo Grial, el estudioso italiano pone de relieve la catarsis ascendente que supone realizar una empresa espiritual de tal envergadura, aunque advierte también las diferencias que existen entre ambas. Por su parte, Gonzalo Larios, editor que es también coautor, descubre al lector una fuente poco conocida del pensamiento de Tolkien: la literatura de William Morris, escritor y artista victoriano. Una base temática, imaginaria e incluso iconográfica, genera un interesante paralelo entre sus vidas, confirmada por la similitud de sus gustos estéticos y no pocos testimonios. La gestación de la Tierra Media desde el punto de vista de la vida de su autor, es trabajada por el historiador Alejandro San Francisco. Explica éste las circunstancias humanas de la obra, la importancia de la vida familiar de Tolkien, el papel que jugaron sus amigos y otros antecedentes, entre los que surgen los primeros borradores de El Hobbit y, después de revisiones y consideraciones, el momento de la publicación, eclosión del mundo tolkieniano. A su vez, el profesor Gonzalo Rojas destaca el mundo universitario donde Tolkien, tanto como su amigo C.S. Lewis, pudieron desarrollar su trabajo. No sorprende así que dos de los más geniales escritores del siglo XX hayan comprendido a la perfección en qué consiste la verdadera universitas y que, con su entrega a ella, hayan contribuido a

desarrollarla. El escritor Braulio Fernández, quien colabora con un trabajo ya publicado aunque con algunas variaciones, ahonda todavía más en la vida del autor, indagando cuál fue la actitud que asumió para llevar a cabo lo que él ha llamado «el reencantamiento del mundo». A su juicio, El Señor de los Anillos interpela lo sustancialmente «humano» de la humanidad. Por esto no deja de analizar los sempiternos problemas de la muerte y de la lucha entre el bien y el mal en dicha obra. Por último, Rodrigo Álvarez se introduce en el esquema psicológico de un hombre que vio morir a sus amigos en la Primera Guerra Mundial. Desde esta óptica, reflexiona en las «dos respuestas al final del camino», un camino tortuoso y sacrificado, que tanto Frodo como su creador adoptaron valientemente: la renuncia en favor de los demás y la humildad. El testimonio de los ocho articulistas de Tolkien, raíces y legado es, pues, unánime. De manera explícita o no, reconocen que la figura de J.R.R. Tolkien y su obra son ya parte del patrimonio de la humanidad. Este entretenido libro corrobora que la intención del autor inglés para llenar aquel vacío mitológico sobrepasó con creces el ámbito propiamente insular, y terminó gestando una mitología verdaderamente universal, profundamente anclada en lo humano y así inmortal. Parafraseando al profesor Vicencio, los personajes de este mito y su privilegiado autor han encontrado la vía de su pervivencia en el tiempo. José Miguel de Toro Vial

Juan Pablo II El Magno Zenón Cardenal Grocholewski Universidad Sergio Arboleda, Bogotá 2005 193 págs.

Poco después de la muerte de Su Santidad Juan Pablo II, la Universidad Sergio Arboleda de Bogotá decidió crear una cátedra que llevara el nombre del Pontífice fallecido, y cuya tarea fuera estudiar y difundir su pensamiento. El Cardenal Grocholewski, Prefecto de la Congregación de la Educación Católica, polaco de nacionalidad y amigo personal del Papa Juan Pablo II, tuvo la misión de inaugurar las actividades de la institución con una conferencia sobre la misión del docente católico universitario en el mundo actual. El presente libro, editado por la Cátedra Juan Pablo II el Magno, incluye estas y otras intervenciones del purpurado durante su visita a Colombia, pero sobre todo recoge aquellos temas que

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se refieren directamente a la personalidad del Papa fallecido, con quien le unió una profunda amistad. Se ha escrito mucho –y sin duda se seguirá escribiendo– sobre el Papa polaco, que llenó su época con la proyección siempre creciente de su figura. El Cardenal Grocholewski nos hace notar que su personalidad se proyectó sobre el mundo entero. Que, en cierto modo, durante su pontificado, la Iglesia empezó a pesar más ante los hombres de nuestro tiempo. ¿A qué se debe esta poderosa influencia? Sin duda puede haber muchas respuestas. Pero el autor de este libro resume en acertada frase este fenómeno: «En la realización de su misión personal –nos dice– el Santo Padre comprometió enteramente toda su personalidad: la razón, la voluntad, el amor, la fe, la agudeza de su mente, la profundidad de sus reflexiones filosóficas y teológicas, las capacidades de escritor y poeta, la sensibilidad del corazón, los sentimientos de asombro, admiración, extrañeza, la enfermedad, el dolor. Simplemente dio todo de sí mismo: Totus tuus». Estas frases son un fiel resumen de lo que fue la riquísima personalidad del Papa polaco, que conquistó el corazón de millones de hombres, más allá de las fronteras de la Iglesia. La iniciativa de la Universidad Colombiana de crear una Cátedra destinada al estudio de la vida y la obra de Juan Pablo II, no solamente está justificada. Es también una idea que merece ser imitada por las instituciones universitarias católicas de todo el mundo, porque el paso de un hombre así en la historia deja huellas, que no sólo son imborrables, sino que el tiempo se encarga de profundizar. Si ya se ha generalizado entre los católicos el título de Magno, y el de Santo, con que lo aclamaron las multitudes el mismo día de su muerte, ese clamor seguirá acrecentándose con el estudio de su riquísimo legado humano, espiritual e intelectual, que ya ha iniciado la Cátedra dedicada a su nombre por la Universidad Sergio Arboleda, de Bogotá. Gisela Silva Encina

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Lo que Europa debe al Cristianismo Dalmacio Negro Unión Editorial, Madrid, 2004 337 páginas.

El presente libro de Dalmacio Negro, catedrático de Ciencias Políticas en la Universidad San Pablo-CEU, se enmarca dentro de un contexto claro y delimitado: la crisis de identidad que vive Europa, al menos como la conocemos hasta ahora, producto del rechazo a la tradición cristiana (la Cristiandad), raíz profunda y fundante del viejo continente. La explícita negación de los redactores de la Constitución europea de hacer mención al cristianismo y de la palabra «Dios» no es más que un reflejo de la situación que se vive. Sobre tal problema el libro plantea y da respuesta a dos cuestiones. La primera es: ¿cómo llegó Europa a alejarse de la religión a la cual estuvo unida desde el siglo III? Y la segunda, que guarda relación profunda con la anterior: ¿cuánto de la Europa actual se debe al cristianismo? La indiferencia religiosa que predomina en los europeos no es sino otra manifestación del nihilismo en el que viven; nihilismo permitido y fomentado, como lo ve claramente Negro Pavón, por «la omnipotencia del Estado, que ha sustituido a la Iglesia» (p. 151), es decir, una democracia radical entendida como régimen de opinión. Sin embargo, dicha afirmación no es gratuita y el autor se encarga en la primera parte del libro (dividido en tres, que pueden ser leídas con independencia) de mostrar cómo se ha llegado a tal situación. El nihilismo tiene sus raíces en la Ilustración y en el pesimismovitalismo del Romanticismo, como reacción frente a la visión moralista del siglo XVIII. Se une a eso el contractualismo político de Hobbes, que pretende ser un fiat, un hacer del hombre a partir de la nada (p. 57). De esto surge un hombre desnaturalizado que desconfía de la religión y que cifra sus esperanzas en el «Estado», dando como resultado el hombre europeo actual. La tesis, bien explicada en el libro, en modo alguno resulta sor-


prendente, sino más bien acorde a la realidad, y aparece como análisis histórico serio de los últimos siglos de Europa. La segunda parte del libro analiza la relación entre la Iglesia y Europa, tratando principalmente el problema de la secularización y del surgimiento de la política como religión a seguir (p. 149). En esta parte está latente la pregunta sobre el futuro de la civilización europea sin el cristianismo, pero tal pregunta no se contesta claramente, lo cual es lógico, pues el autor sólo pretende suscitar esa pregunta en los lectores. Ve el vínculo que existe entre la descristianización de la sociedad y su decadencia. Concretamente en el capítulo «Decadencia o crisis del Cristianismo» el autor plantea la dificultad de la permanencia de una cultura sin éthos dependiente de una fe que lo informe (p 154). Mas parece ser que lo que pretende Europa es apartarse de todo éthos, generándose así una situación extraña y decadente. Pero estando ya claro cómo se ha producido tal situación, el autor pretende determinar la causalidad intrínseca entre el rechazo a la cristiandad y la decadencia europea, pero al momento de decirlo de modo claro (ya lo ha insinuado a lo largo del libro), citando la opinión de muchos autores, se hacen difusas la síntesis y conclusiones propias.

En la última parte, que bien podría ser la primera, (pues no guarda conexión necesaria con las anteriores y hace referencia explícita al título del libro), se exponen veinte ideas (familia y democracia, entre otras) presentes en la mente de los hombres occidentales, que se deben profundamente al cristianismo, pero que han sido secularizados perdiendo su valor original. El autor resuelve mediante estos ejemplos la segunda pregunta implícita del libro. Dentro de estas ideas cabe destacar la de la historia y del progreso (pp. 222-237), ambas conexas entre sí. Leerlas dentro del contexto del libro, y en una perspectiva filosófica de la historia, suscita interesantes preguntas de orden escatológico, que son iluminadas desde la fe. Conviene leer detalladamente la idea de Estado (pp. 316-328), pues da claridad sobre muchos de los temas tratados en el libro. Por último, habría que concluir que la presente obra del profesor Dalmacio Negro resulta muy interesante de leer en su conjunto y es un excelente instrumento para comprender la situación cultural de Europa, aun cuando carezca de cierta unidad sintética que facilitaría al lector situarse frente al centro del problema, que el autor tiene muy claro. En este sentido la sobre abundancia de citas no contribuye a esa deseable síntesis. Lucas Pablo Prieto

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Sobre los Autores

CARDENAL ALFONSO LÓPEZ TRUJILLO. Presidente del Pontificio Consejo para la Familia. Miembro del Consejo de Consultores y Colaboradores de revista HUMANITAS.

JEAN LOUIS BRUGUÈS O.P. Obispo de Angers. Presidente de la Comisión doctrinal del episcopado francés. Miembro del Consejo de Consultores y Colaboradores de revista HUMANITAS.

CARDENAL JULIÁN HERRANZ. Presidente del Pontificio Consejo para los textos legislativos.

JORGE PEÑA. Doctor en Filosofía, Universidad de Navarra. Director de Estudios de la Universidad de los Andes (1990-1995). Director del Instituto de Filosofía de la Universidad de los Andes (1990-2000). Profesor de Antropología Filosófica y Filosofía Contemporánea.

CARDENAL CARLO CAFFARRA. Arzobispo de Bolonia. Miembro del Consejo de Consultores y Colaboradores de revista HUMANITAS. GIOVANNI MARCHESSI. Sacerdote jesuita. Redactor de la revista italiana La Civilta Cattolica. El presente artículo fue publicado originalmente en Civilta Cattolica n° 3716, con la debida autorización. FERNANDO ORREGO VICUÑA. Médico. Ex Decano de la Facultad de Medicina de la Universidad de los Andes. MAURO MATTHEI O.S.B. Historiador y monje benedictino de la Abadía de la Santísima Trinidad de Las Condes. Miembro del Consejo de Consultores y Colaboradores de revista HUMANITAS.

FERNANDO MARTÍNEZ GUZMÁN. Ingeniero Civil de Industria por la Pontificia Universidad Católica de Chile. Colaborador del Suplemento «Artes y Letras» de El Mercurio, en artículos de ópera, música de cámara y música sinfónica. RENÉ MILLAR CARVACHO. Doctor en Historia por la Universidad de Sevilla, España. Decano de la Facultad de Historia, Geografía y Ciencias Políticas de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Miembro de Número de la Academia Chilena de la Historia. Miembro del Comité Editorial de revista HUMANITAS.


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