DF: "La unidad de la formación antropológica en el marco universitario"

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Diario Financiero - VIERNES 30 DE NOVIEMBRE DE 2018

HUMANITAS

La unidad de la formación antropológica en el marco universitario fragmento introductorio.

Por Jorge Peña Vial

“Ninguna época acumuló tantos y tan ricos conocimientos sobre el hombre como la nuestra. Ninguna época consiguió ofrecer un saber acerca del hombre tan penetrante. Ninguna época logró que este saber fuera tan rápida y cómodamente accesible. Ninguna época, no obstante, supo menos qué sea el hombre. A ningún tiempo se le presentó el hombre como un ser tan misterioso.” Con esta cita de Martin Heidegger (en Kant y el problema de la metafísica, ed. F.C.E., México, 1954), Jorge Peña Vial comenzó su exposición en el Encuentro Iberoamericano de Academias de Ciencias Morales y Políticas desarrollado el pasado 7 y 8 de junio en Buenos Aires. En su número 88 Revista Humanitas reproduce una adaptación de su discurso. A continuación un

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El hombre sigue siendo “ese desconocido”, y hoy más por mala ciencia que por ignorancia. De ahí la paradoja: cuanto más conocemos, menos comprendemos el ser humano. Como dijera Heidegger, hay que “cuestionar, hacer saltar en pedazos el encajonamiento de las ciencias en disciplinas separadas”. El hombre, verdadero microcosmos, es una realidad compleja que anuda y contiene en sí todas las dimensiones de la realidad (física, química, biológica, psíquica, espiritual, cultural). La palabra complejidad deriva de complexus, lo que está tejido junto, es decir, es un tejido de constituyentes heterogéneos inseparablemente asociados. Debemos reconocer que el sistema universitario no está preparando a los estudiantes para afrontar la complejidad del hombre y de la realidad. ¿A qué se debe esta carencia fundamental? Al predomi-

nio de métodos simplificadores de pensamiento. El “paradigma de la simplificación, como lo ha denominado el sociólogo Edgar Morin (en Introducción al pensamiento complejo, ed. Gedisa, Barcelona, 1994), conduce a la disyunción, al reduccionismo y la abstracción. En virtud de lo primero el pensamiento pone en disyunción realidades inseparables sin poder considerar su vínculo, separa realidades que están intrínsecamente unidas. Es así como nuestra atmósfera cultural está atravesada por disyunciones clamorosas que nos impiden tener una visión integradora y verdadera de lo real: res cogitans-res extensa, cuerpo-alma, hechos-valores, naturaleza-cultura, individuo-sociedad, cerebro-mente, fe-razón, gracia-libertad, sujeto-objeto. Pero la verdad, de maravillosa complejidad, el misterio, nunca del todo esclarecido, radica justamente en la conjunción, en la y: cuerpo y alma, naturaleza y cultura, hechos y valores, lo privado y lo público,

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VIERNES 30 DE NOVIEMBRE DE 2018 - Diario Financiero

Por método y provisionalmente, podemos aislar un objeto de su entorno, pero, por método también, no es menos importante considerar que los objetos, y sobre todo los seres vivientes, son sistemas abiertos que solo pueden ser definidos ecológicamente, es decir, en sus interacciones con el entorno, que forma parte de ellos tanto como ellos forman parte de él. [Vista del Campus Lo Contador UC, foto de Omar Faúndez]

cerebro y mente. Entreverados, íntimamente asociados, muchas veces indiscernibles en la unidad de lo real, recíprocamente requeridos. Todo indica una acción recíproca, un efecto mutuo, una causalidad circular. Pero la gran disyunción que reina sobre la cultura occidental desde el siglo XVII remite el cuerpo y el cerebro al reino de la ciencia, sometiéndolo a las leyes deterministas y mecanicistas de la materia, mientras que el espíritu, refugiado en el reino de la filosofía y de las humanidades, vivió en la inmaterialidad, la creatividad, la libertad. Se estudia lo mismo (supongamos las sensaciones) pero uno en el edificio de las ciencias, donde se estudia “el cuerpo”, se hablará de afectores, efectores, transmisión al cerebro vía medula espinal, y el otro, en el edificio de Humanidades, donde se estudia el alma, se hablará de la riqueza cualitativa del color azul, que sugiere tranquilidad, el rojo, vitalidad, etc. Aunque se estudie lo mismo, se trata de dos mundos separados y en sus respectivos edificios. Sí, es necesario distinguir (cuerpo y alma, naturaleza y cultura, cerebro y mente, hechos y valores, lo privado y lo público) pero sin separar; es necesario unir, pero sin confundir. Porque en la realidad no hay nada que solo sea corpóreo sino que siempre está atravesado por significaciones espirituales, y viceversa; nada exclusivamente biológico ni psicológico ni natural ni cultural. Es imposible describir

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La verdad, de maravillosa complejidad, el misterio, nunca del todo esclarecido, radica justamente en la conjunción, en la y: cuerpo y alma, naturaleza y cultura, hechos y valores, lo privado y lo público, cerebro y mente.

puramente “hechos” sin que no se nos cuelen valoraciones. Nuevamente lo decimos: la verdad está en la Y. Es necesario tomar los dos extremos separados por la conjunción, e impedir, manteniendo esa tensa unidad, que se separen: naturaleza y cultura, sujeto y objeto, cuerpo y alma, fe y razón, Cristo es Dios y hombre, etc. Si se enfatiza uno de los dos extremos, inevitablemente se incurre en el error: materialismos, espiritualismos, naturalismos, culturalismos, racionalismos, fideísmos… Es que la verdad tiene una delicada estructura arquitectónica. Esto me recuerda la famosa frase, creo que se atribuye a Chesterton, de que el error no es más que una verdad que se ha vuelto loca, una verdad que se torna totalitaria se desorbita, y sale del fino entramado en la encuentra su lugar y sentido junto con las otras verdades. El sistema universitario, la configuración actual de las disciplinas, no forma adecuadamente ni se dispone de un instrumental adecuado para apreciar la complejidad de lo real, tanto más cuando hay algunos que se empeñan en levantar acta de defunción respecto de la metafísica. Y cuando se quiere evitar la disyunción y se intenta asociarlas e integrarlas, no raramente se incurre en la otra manifestación de la simplificación: el reduccionismo. Este consiste en la explicación de lo más complejo a partir de lo menos complejo: normalmente se reduce lo biológico a lo físico-químico y lo antropológico a lo biológico. Abundan las explicaciones genealógicas tendientes a explicar lo superior por lo inferior: es la llamada explicación ab inferiore, en la que lo espiritual se explica o, mejor se reduce, a lo psicológico, y lo psicológico a su vez a lo biológico. Así el amor provendría de la sublimación de la libido, cuando no, “porque me subió la bilirrubina”. Los saberes llamadas superiores -la ciencia, el arte, la religión- serían epifenómenos explicados desde la “hermenéutica de la sospecha”: en el ámbito psicológico por Freud, en el social por Marx y en el moral por Nietzsche. Debemos reconocer que la reducción, la disyunción, la simplificación han sido métodos heurísticos que han permitido enormes progresos del conocimiento científico y de la reflexión filosófica; pero sus consecuencias nocivas ulteriores se comienzan a revelar a mediados del siglo XX. Si, ha sido preciso simplificar, es decir, poner entre

paréntesis el problema del sujeto para no ver más que el objeto; ha sido preciso aislar el objeto estudiado tanto del sujeto que lo concibe como de su entorno. Pero actualmente parece que la simplificación llega a un límite, es decir, que la partícula no es la entidad simple, que no hay una fórmula única que detente la clave de todo el Universo, y llegamos a los problemas de incertidumbre, como en el caso de la microfísica y de la cosmología. Por otra parte, por método y provisionalmente, podemos aislar un objeto de su entorno, pero, por método también, no es menos importante considerar que los objetos, y sobre todo los seres vivientes, son sistemas abiertos que solo pueden ser definidos ecológicamente, es decir, en sus interacciones con el entorno, que forma parte de ellos tanto como ellos forman parte de él. Los efectos conjugados de la superespecialización, de la reducción y de la simplificación, que han producido progresos científicos incontestables, conducen hoy a la dislocación del conocimiento científico en imperios aislados entre sí (Física, Biología, Antropología), los cuales solo pueden volver a unirse de modo mutilado por la reducción de lo más complejo a lo más simple o por vanos y vagos esfuerzos interdisciplinares. Se asegura que el aumento informacional y la heterogeneidad de saberes hace imposible toda articulación unitaria. A toda persona se le convence que la época de Leonardo o del renacimiento ya irremediablemente quedó atrás y que ahora es imposible tener una visión unitaria del hombre y del mundo. El especialista debe marginar las cuestiones fundamentales por generales, vagas, difíciles, abstractas y no operacionales. ¿Qué es el hombre?, ¿qué es el mundo?, ¿qué es el hombre en el mundo?, son preguntas que el científico remite a la filosofía, y ya se sabe lo elitista que es en sus abstrusas especulaciones, o a la religión, plagada de mitos o de respuestas poéticas, pero racionalmente insatisfactorias. Sistemáticamente se deja de lado las cuestiones decisivas de índole filosófico, y, a lo más, a la edad de retirarse, se tolera que los grandes dignatarios de las disciplinas científicas adopten cierta altura meditativa. Esta situación actualmente es insostenible. El científico desemboca en agudas cuestiones filosóficas y frecuentemente carece de prepa-

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ración y rigor para enfrentarlas de un modo que no sea unilateral, unidimensional o reduccionista. Actualmente nos encontramos en un momento decisivo en que el hombre dispone de tal poder sobre los resortes originarios de la vida, que la visión que se tenga del hombre será decisiva para el futuro de la humanidad. Este poder es aún más radical y afecta más íntimamente al hombre que el que dispuso hace casi setenta años con el dominio de la energía atómica. Este dominio no afecta solo a la estructura íntima de la materia, sino a lo que el hombre mismo es en su organismo y en su mente. Pronto alcanzaremos la posibilidad de manipular y configurar a cualquier hombre tanto en su autonomía reproductora -el gen- cuanto en su autonomía individual -el cerebro. Constituye una retroacción del espíritu sobre las condiciones fisico-quimica-biológicas que lo hacen posible. Esta posibilidad representa un evento capital en la historia de la humanidad y de la vida entera. El control de nuestras determinaciones naturales a partir de nuestras aptitudes espirituales y nuestras finalidades culturales, no solo promete perspectivas esperanzadoras y exaltantes -como lo son las terapias génicas y el remedio a carencias bioquímicas-, sino que asimismo, de no existir una adecuada visión acerca de la naturaleza del hombre, prepara eventualidades terroríficas. Las discusiones en torno a la clonación son solo un preámbulo y un tímido anuncio de las eventualidades que nos pueden sobrevenir. Y mientras tanto, sigue dándose una práctica de investigación científica fundada en conocimientos parciales, atomizados, unidimensionales e ignorantes de la complejidad del todo cuyo conocimiento sería necesario para guiar la acción. Abruptamente se desemboca en problemas filosóficos de gran envergadura: qué es la vida, cómo se interrelacionan mente y cerebro, qué actitud adoptar frente a armamentos biológicos, químicos y ecológicos, frente a la experimentación en el ser humano y la recombinación del ADN, la inseminación artificial y los bancos de esperma, la modificación, modelaje y control del comportamiento humano, y un largo etcétera, que golpea la conciencia de nuestra ciencia y de nuestros científicos… Continúe leyendo en www.humanitas.cl.

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REVISTA DE ANTROPOLOGÍA Y CULTURA CRISTIANA de la pontificia universidad católica de chile

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