DF: "Raúl Silva Henríquez: Hombre de Fe - Hombre Realizador"

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DIARIO FINANCIERO - VIERNES 20 DE ABRIL DE 2018

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RAÚL SILVA HENRÍQUEZ

Hombre de FeHombre Realizador

POR NELLO GARGIULO ALFARO *

El 9 de abril del año 1999, un día cálido del otoño santiaguino a la edad de 92 años, dejaba este mundo el Cardenal Raúl Silva Henríquez. Una vida larga que comenzó en Talca en una familia de agricultores en 1907 en pleno campo chileno (fue el número 16 de 19 hermanos), y terminó en Santiago en la casa de salud de los Salesianos de Macul. Incursionar en la vida de Don Raúl Silva, o simplemente “Don Raúl” como afectuosamente lo llamaban, se asocia al atractivo de penetrar en importantes aspectos de la historia de la Iglesia y de la sociedad chilena del siglo XX. Desde joven, como estudiante de derecho en la Pontificia Universidad Católica de Chile, Raúl vive la inquietud de dar un sentido a su vida y definir su propio andar. En la Obra de San Juan Bosco, los Salesianos, muy pronto se le abre el futuro; encuentra su camino de consagración al Señor y el espacio para desarrollar su pasión por servir a los hombres de su tierra. Sus años de formación en Chile y en Italia (desde 1932 a 1938) serán decisivos para asentar su convicción del cambio que la sociedad chilena debía vivir, y cómo la Iglesia tenía que estar siempre al paso de las nuevas realidades destacando las dimensiones sociales de la Sagrada Escritura. Su formación filosófica y teológica lo llevan desde sus tiempos de estudiante a incursionar en las primeras Encíclicas Sociales, pensando siempre en el rol que la misma Iglesia Chilena asumía frente a la transformación del país, que pasaba de una sociedad campesina a una sociedad más moderna e industrial. Sus años de joven salesiano en los patios de los colegios de la Congregación, dejan huella en su aprendizaje y en la formación de su carácter decidido y laborioso. Desde el pensamiento social de

la Iglesia miraba los efectos de las luchas que desataban las ideologías totalitarias y las que querían implementar un modelo de sociedad libre basado únicamente en los pilares de la libre competencia, separando la ética de la economía y de las finanzas, y que a nivel global comenzaban a dictar normas y condicionamientos a las políticas locales y nacionales. Las utopías de estas ideologías arrastraban a los jóvenes, y por eso se requerían certezas y testimonios que transmitieran que la dimensión social del Evangelio no estaba ajena a la solución de los problemas reales de convivencia y desarrollo humano y social. Raúl Silva, con su palabra y sus realizaciones, se irguió por largos años de la segunda mitad del siglo como “signo profético”, el hombre de la palabra franca y directa. La suya fue una profecía de testimonio de la fe, y no solo de quien denuncia o anticipa los tiempos. El suyo es el signo de la memoria profética que es eficaz justamente porque en su identidad contiene la certeza de que la vocación del hombre y de la sociedad debe edificarse en la justicia y en la paz. Silva Henríquez es el testigo en la década del 70 del ‘’Hombre de fe

“Silva Henríquez suscita en los diferentes ambientes una intensa movilización espiritual con el objetivo de cambiar los corazones mediante una evangelización renovada que fuese fuente de vitalidad cristiana y de esperanza”.

y del Hombre de derecho’’ que se hace intérprete de los anhelos de fe, de libertad y de justicia del pueblo chileno. Convoca a la sociedad entera a dejar los partidos políticos, a guiarse por los grandes valores del alma de Chile. Con originalidad describe –lejos de todo sincretismo– a la patria como lugar de hermandad y de cultura común. Casi a 20 años de su partida, merece la pena conocer su vida y su estilo de leer en las necesidades diarias de personas, grupos, y comunidades, y cómo pensaba en respuestas concretas y adecuadas. Hoy, aunque las raíces de los problemas sociales pueden ser diferentes a los de su época, los temores y las incertidumbres siguen teniendo los mismos efectos, y por eso la solidaridad y el amor que animaron el quehacer en su vida siguen siendo modelo de una existencia con sentido. Los efectos de ciertas conquistas científicas y tecnológicas que generan culturas cada vez más proclives a individualismos exasperados, solo podrán ser superados por vínculos de amistad y de fraternidad entre los grupos sociales. Aquí nace uno de los desafíos de la política y de los políticos, sobre todo cristianos, para una asertiva lectura de los signos de los tiempos al momento de definir programas, acuerdos y legislar. La trama de obras e iniciativas que se pueden recopilar en el Ministerio Apostólico de Silva Henríquez se relacionan también con otro importante principio regulador de la vida social y política: la subsidiaridad. La actual Constitución de la República de Chile en el artículo primero hace una explicita mención a la familia como el primer núcleo fundamental de la sociedad y los grupos sociales intermedios a través de los cuales se organiza y estructura la sociedad. Una primordial tarea del mundo político, en virtud del principio de subsidiaridad es, sin duda, garantizar el funcionamiento de la sociedad civil, como un organismo autónomo; asegurando junto al mundo privado los recursos necesarios para que pueda cumplir su tarea. Mirando a


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El suyo es el signo de la memoria profética que es eficaz justamente porque en su identidad contiene la certeza de que la vocación del hombre y de la sociedad debe edificarse en la justicia y en la paz.

la obra de Silva Henríquez se descubre que, no solo las acciones de solidaridad están presentes para la solución de problemas inmediatos, también resultan las fundaciones, corporaciones, cooperativas que tuviesen la tarea de reunir a las personas y educarlas y ayudarlas en su propio desarrollo. El ejemplo más emblemático es cuando a comienzos de los años 60 con la asignación de tierras de los latifundios de la Iglesia de Santiago a los mismos campesinos que las trabajaban, también se asocian organismos para su formación técnica, cooperativas para el financiamiento de los proyectos de mecanización del trabajo de la tierra y para la comercialización de sus productos. Hoy es oportuno intentar también definir algún rasgo de la profecía de este intrépido pastor de la Iglesia de Santiago; de un hombre de Iglesia que se formó con la Iglesia y vivió para la Iglesia. El de Silva Henríquez es un sentido profético auténtico porque nace de una espiritualidad de la comunión. Lo vive y lo propone como principio educativo en todos los lugares donde se forma el hombre y el cristiano, donde se educan los ministros del altar, las personas consagradas y los agentes pastorales, donde se construyen las familias y las comunidades. La espiritualidad de la comunión significa ante todo una mirada del corazón, orientada hacia el misterio de Dios que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida y reflejarse también en el rostro de

los hermanos que están a nuestro lado. Esto es lo que hace que cada hombre sea un candidato a la más alta contemplación, aunque no lleve una vida monástica ni esté apartado de los ruidos de la ciudad moderna. La Espiritualidad de la comunión, para Don Raúl, se caracteriza por agregar la capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo Místico y, por tanto, como “uno que me pertenece”, para saber compartir sus alegrías y sus sufrimientos, para intuir sus deseos y atender a sus necesidades, para ofrecerle una verdadera y profunda amistad. Espiritualidad de la comunión es también, para Él, capacidad de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios: un “don para mí”, además de ser un don para el hermano que lo ha recibido directamente. En fin, espiritualidad de la comunión es saber “dar espacio” al hermano, llevando mutuamente la carga de los otros y rechazando las tentaciones egoístas que continuamente nos asechan y engendran competitividad, ganas de hacer carrera, desconfianza y envidias. Debemos tener claro a todo nivel que, sin este camino espiritual, de poco servirían los instrumentos externos de la comunión. Se convertirían en medios sin alma, máscaras de comunión más que modos de expresión y crecimiento. Una espiritualidad así entendida y llevada a la vida diaria asume una

Cardenal Silva Henríquez: “Nosotros –todos– somos constructores de la obra más bella: la patria terrena que prefigura y prepara la patria sin fronteras. Esa patria no comienza hoy, con nosotros, pero no puede crecer y fructificar sin nosotros”.

dimensión colectiva, y es por esta razón que se convierte también en el camino para una efectiva política que se involucra hondamente en la solución de problemas sociales más complejos y angustiantes. Problemas como lo que todos tenemos presentes, de los muchísimos niños y jóvenes que invocan una mano amiga a nivel tanto personal como de las instituciones. El cardenal Raúl Silva Henríquez, en el camino del atardecer de su vida ya jubilado de las responsabilidades directas del gobierno de la Arquidiócesis de Santiago, dedica tiempo y energía a la causa de tantos niños que vivían el abandono de su propia familia o simplemente se habían quedado solos y huérfanos. No podemos olvidar que su figura también fue la de un precursor en la llamada a una “nueva evangelización” que para él tenía como objetivo la renovación de la comunidad eclesial para que esta se haga misionera. Un precursor de lo que el Papa Francisco nos invita hoy: a recuperar las que son consideradas periferias existenciales convertidas en el descarte de la sociedad. Esta renovación eclesial tiene hoy gran

actualidad justamente porque la fe cristiana solo crece y se fortalece en una cultura del don y de la acogida. Cuando la fe se encierra, se empequeñece, deja de iluminar y resta sabor a las cosas. Desde el principio, Silva Henríquez, con el objetivo de cambiar los corazones mediante una evangelización renovada que fuese fuente de vitalidad cristiana y de esperanza, que desplegara con más vigor el potencial de santidad en un gran impulso misionero. Una vasta actividad catequética, una manifestación fecunda de colegialidad y comunión, un combate evangélico de dignificación del hombre, una cercanía a los pobres, los necesitados, los más vulnerables de la sociedad. Como hombre de Iglesia quiso afrontar muchos desafíos, proyectándose hacia nuevas fronteras, tanto en la misión pastoral, como en la evangelización, llevando el anuncio del Maestro Jesús. Para la Iglesia de hoy, sin duda que su ejemplo es un estímulo para ser sí misma, en las huellas de los primeros tiempos del cristianismo, cuando la comunidad cristiana no solo proclamaba el Kerigma, la Buena Noticia del Resucitado, sino también se hacía cargo de los problemas reales de las personas. Este anuncio fue la tarea de los profetas, esta fue la pasión de Raúl Silva Henríquez cuando en sí une la dimensión del “Hombre de Fe” y la del “Hombre Realizador”. Este es el desafío de la Iglesia de ayer, y más aún de hoy, cuando el mundo parece más proclive a mirar a los testigos que a escuchar a los maestros. * SECRETARIO EJECUTIVO FUNDACIÓN CARDENAL SILVA HENRÍQUEZ

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REVISTA DE ANTROPOLOGÍA Y CULTURA CRISTIANA DE LA PONTIFICIA UNIVERSIDAD CATÓLICA DE CHILE

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