HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

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pañola, antes de recuperarse de nuevo bajo la forma de un sistema más libre y diferente de barcos con licencias durante la mayor parte del siglo. Tal fue la situación de debilidad durante la guerra que los barcos tenían que zarpar de Cádiz bajo la protección francesa. No hubo ninguna feria en Portobelo entre 1708 y 1722 y las flotas que llegaban esporádicamente a Nueva España eran más pequeñas que las de la década de 1690. Además, en los antiguos centros del imperio se registraron muchos signos de tensión durante este período de veinte años. Revueltas, una nueva escasez de moneda, cosechas fallidas y hambres dominaron el panorama del sur de México y Centroamérica. Sin embargo, parece evidente que había comenzado una nueva época de expansión. España estaba haciendo denodados esfuerzos, algunos prácticos, la mayoría ilusorios, por reformar su armada y su comercio marítimo y por hacer revivir los astilleros. Cádiz, puerto de aguas profundas, reemplazó definitivamente a Sevilla. Los «avisos», o barcos-correo, empezaron a navegar con mayor frecuencia, acercando de ese modo la oferta y la demanda. Aparecieron comerciantes extranjeros en pequeñas ciudades coloniales donde hacía un siglo que no se veían. La producción de plata volvía a aumentar en Nueva España y pronto reviviría en Perú. Las exportaciones de cacao de Venezuela a Nueva España, España y Curasao alcanzaron nuevos máximos. Creció el comercio entre México y Perú, México y Filipinas y Perú y Buenos Aires. La Habana estableció rutas a muchos puertos del Caribe. Nuevas regiones cobraron importancia. Cuba, Puerto Rico y Santo Domingo, mejor provistas de esclavos ahora, se convirtieron en islas de plantación que comerciaban el azúcar con los extranjeros y con la metrópoli. El contrabando extranjero era el principal vehículo del comercio en casi todas partes, aunque también prosperaba el comercio ilegal con España. Hacia 1720, la escena estaba preparada para un nuevo período de expansión, aunque en gran medida esta situación tenía su origen en intercambios ilegales con la madre patria y en el comercio con potencias rivales de España. Hispanoamérica había resurgido después de casi medio siglo de aislamiento parcial y había reorientado sus productos y mercados, especialmente en áreas antes periféricas como Cuba, Venezuela y Buenos Aires. El intento de España por desprenderse de su atraso y su letargo y recuperar su comercio colonial de los contrabandistas extranjeros llenaría gran parte de la historia del siglo xvm. La conexión atlántica entre España y sus colonias americanas fue a la vez un resultado fundamental de la expansión de Europa y una manera de reforzarla. También fue al mismo tiempo un resultado y un refuerzo del mercantilismo monopolístico. Las colonias justificaban su existencia como bases de las cuales extraer los productos que se deseaban, y otros rivales que pudieran hacerlo a su vez tenían que ser excluidos dentro de lo posible. Estos planteamientos dieron lugar a una Hispanoamérica dependiente, monocultural, orientada a la exportación, y estas características han perdurado desde los mejores días del comercio de Sevilla hasta el presente. Las excepciones temporales a esta dependencia estaban, y están, causadas por factores extraños a Hispanoamérica. La carrera fue el fundamento de esta dependencia de la exportación durante los dos primeros siglos de mandato español y sus necesidades imponían una estructura de comuni-


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