La humillación del tigre

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La humillaci贸n del tigre Argentina Brito


La poesía de Argentina Brito llega a una indagación de profundidad abismal. Revela la íntima multitud del ser. Mueve y alienta al hombre hacia transparencias que hacen posible el amor y la libertad. El mundo es la idea y lo sensible se concilian en la exactitud de los símbolos y demuestra, como siempre, esa riqueza de concepto y forma que caracteriza su literatura.


Hombre El sistema quiere habitarme el cerebro. Levanto la bestia callada, la primera, la todavía pura, la que nace cuando el hombre reclama su voz y su saliva, ese animal anciano pero nuevo, minuto de Dios y esqueleto del mundo. Levanto aire, fuego, tiempo. Construyo la orilla del instinto. Rescato el barro virginal que se quedó sin mí, más continúo existiendo, y allá, detrás de la memoria, ovillo mi color desde el principio. Vuelve, entonces, lo Vasto, esa estrella sin ángulos: el genérico hombre que yo dejo caer adentro de mi cuerpo. Resisto. Soy sólo la historia del Alma y la Materia.


Secreta Regreso el camino redondo del origen. Habito con ojos el centro de la sangre Para saber la estatura del instinto. Y no puedo alcanzarme. Todo habla en mí, pero no me nombra. Vivo a ésta, cotidiana, que conozco, pero existe aquélla en la distancia, que siendo la que soy, no entiende a la que, todavía, espera. Encima de los dos se funde un signo: Luz, con la cifra indecible. Creo. Soy constelación en vasija de barro; o viento que se distrae y cesa, sin por qué, sin preguntas, y sin la gran respuestas.


Mutaciones No soy la honorable memoria de mĂ­ misma. Desestimo el ala y trepo en la necesidad del vuelo, laberinto abierto que me pierde en esa Marea donde el mar no cuenta. Arde lo inmenso. La tierra despeĂąa su espesura. Estallan los secretos de la hierba, el jadeo animal, y el fruto. SĂłlo mis venas y el viento. Cada muerte me devuelve intacta, y vivo en casi pecado de creencia.


Ley de cautiverio Mi memoria codicia la verdad simultĂĄnea de todas las edades. Retrocede, adelanta, reclama la herencia lĂşcida del cuerpo y de la idea. Amontona los ecos. Imagen transcurriendo y, sin embargo, quieta. ÂĄPregunto! El tiempo devasta los mensajes, y llega el Himno que no entiendo. Acepto la irrefutable ley de cautiverio. La eternidad y la vida no juntan sus orillas: las separa el olvido.


Revelación Detengo la única palabra que me salva. La aurora nunca dice la vocal perfecta, y espero. Después de la crucifixión diré su Nombre.


La esfinge Giran los rostros trizados de fieles y temibles espejos. Allí estoy. Ante mí. El espacio se levanta como un lecho de piedra donde duermen las antiguas ceremonias de mi muerte. Es inútil acercarme al pavor de sus enigmas. Entonces, grito conmigo y mis certezas. Reclamo los prados anteriores a la tierra, cuando la vida era un lugar seguro y constelado. Creo en mí, creo en ti, creo en todos. El porvenir es hoy, y el pasado, un sueño de Dios para nacerme nueva. La esfinge habita sólo el eco de mi sombra. Yo seré, después de las ausencias, en ese tiempo de Luz incorruptible.


Mi ser ineludible Estoy de pie, pero es absurdo. La marea crece, y me sumerge. De qué vale la mano levantada si el sentir, urdiendo la espesura, relámpago indócil, insurgente, me espía y me conduce hasta mi ser ineludible. De qué vale urgir los artificios si la razón me muere contra el sol.


Los insaciables gestos Hay días en que el cuerpo declara omnipotencia. Es gula en la piel: cava insaciables gestos de un animal maduro que desnuda el silencio hasta encontrarnos. Después el pensamiento devora los sentidos, entreteje razones, dicta la estación cierta, lúcida y confortable que nos defiende del fruto enfurecido.


Límite I Tiempo del hombre anterior a la palabra. Certeza de cúspide y abismo. Sustancia todavía en paraíso. II Saberse nacido es proclamar el límite. Aprender la ley del Mandamiento. Los huesos son algo más que un descarnado imperio que encadena raíces a la tierra. La sangre es más que un río que delira. No sé qué soy, pero la voz más honda me urge: trepa y cae. El hombre es la distancia de cúspide y abismo.


Una hierba me manda Yo sé que la materia fue un error del alma. Por eso es que el espacio me grita que no piense. Y una hierba me manda. El pájaro acontece. Sí. Conozco los pasos, el horario, y el gesto. Entiendo el número, y su orden inocente. La ley de la estatura. Sin embargo, me atrevo: El hombre es un instante con fuerza de Universo.


La humillación del tigre He visto la humillación del tigre perpetuo y dócil al borde de la selva, y, también, a los hombres sentados en sus tumbas. sin el atrevimiento para la muerte entera. Vi el temblor atado al vicio de perfiles y umbrales; y entendí que era tiempo para iniciar el alma en mi propio infinito. La paz se arranca debajo del abismo. Pido luz, y niego el último huerto: el de ceniza.


Antiguos gigantes Alguna vez el miedo —más avaro que el odio— devorará los ojos, la piel, la bestia atormentada de amor en crecimiento. Duelen antiguos gigantes, viejos sacrilegios, débiles lunas velándome en la espera. Limpia del barro memorioso, voy a trepar el filo de la daga, voy a enterrar la que nombraba bosques, a levantar tu nombre sustancial, mi delirio y tu forma.


Encuentro Yo tenía mis claves, mi orfandad y mi tiempo. Míos. Desde antes hasta siempre. Soledad segura, acostumbrada. Ritual de eternidad sin raíz de planeta. Vida y muerte crecían conmigo solamente. Irrumpes. Eres cierto. Piedra y aire, luz y noche. El color y la sed de los miedos. Ya no es un fantasma el que quiere procrear el vacío. Nacemos en silencio. Es par la cifra que defiende. Veo que tu rostro es el resto del mío.


Oficio de hombre Descubres que el desierto y la selva ensayan tu resurrección. Dejas que se sucedan con equívocas victorias. Se instalan en tu oficio de hombre. Envilecen el diario sacrilegio de las aceptaciones, y tu rasgado inútil de innumerables y vanas vestiduras. Exhalas el mediocre sarcasmo por aquél que se atreve a olvidar los alcances. Existe aquella latitud hambrienta que, elemental y pura, naufraga en infinitos.


La hora de los muros Es una enorme celda; la luz no encuentra mi esqueleto: bosque blanco donde los temibles animales engendran el terror. Odio sus milenarios gestos repetidos. JaurĂ­a alucinante. Miedo en la consciente de los muros. El demonio sacia el vientre. No se atreve a la vida ni a la muerte, elige aquello que agoniza.


Exigencia Todo el aire extranjero y el ademán bastardo. Fuimos acróbatas forzados en la región sin muros. Viajeros de erráticas muertes. Exigimos, y Dios se extiende. Desde el inmenso vientre, allá, donde nos nombran, respira, acumula y se desgaja una sentencia nueva. El amor es mutación del mundo. Somos la pulsación en cada gota de vida.


La cifra Judas no crucifica, sólo empieza. Dime la cifra, y treinta veces la sombra se sucede. Acontece la trama. Lo mortal sostiene la tiniebla. — Te invocamos, traición, ojo, nariz y lengua de los giratorios hombres, íntimos débiles, pequeños de la idea, del sexo y del hábito. Existe un sitio donde un manzano reza.


Signos Una furia invisible sumerge las edades y los sueĂąos derrumban la estatua de los muertos. Nace el hombre. Dios levanta una plegaria reciĂŠn cortada del silencio.


Naufragios Existe una guarida donde un telar sin hilos gesticula las horas. Desde mástiles, un gusano pregona el sentido futuro del planeta. Nunca dice por qué, ni para qué. Siempre fui convocada después de los naufragios. Habían muerto las brújulas, el tiempo, el pulso, las raíces del amor y del odio, (las únicas que pueden ser sustento). Yo también había muerto. Me rescató la angustia que, casi siempre, salva de la nada.


Siglo inapelable Si se hincan los hombres, los frutos y la espera, y llegan las voces para estallar en nunca. Si negados mesías derraman el tiempo de ciegas alforjas, y un énfasis benigno se pierde en la maraña. del siglo creador de sombra y de ceniza. Si el amor es un cansado infinito, arrójate al Silencio, al único cultivo de lo eterno, —gestación y rigor— fanático signo del poeta.


El poema Conjuro la sílaba y el número. Invoco la certeza. El poema se niega. Levanto la palabra hasta el silencio. Recobro olvido, pájaro y sed. Ya no soy sólo yo misma; nazco en otro para amarme. El hálito abre paso. La soledad se hinca. El Misterio nace poema.


Respuesta De todas las respuestas, una es la cierta. Sitio del perfecto equilibrio y del encuentro. Allí la paz. Y allí, también, la muerte de la duda, esa vital espada que remueve la entraña del mundo y reclama la fuerza de la espera.


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