Espontánea (primeros capítulos)

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«La novela más inteligente y divertida sobre la combustión espontánea que leerás jamás.»

John Green

Foto: Toril Lavender

Una novela sobre crecer... y eXPLOTar

AARON STARMER

nació en el norte de California, creció en los suburbios de Siracusa, Nueva York, y estudió en la Universidad de Drew, en Madison, Nueva Jersey. Ha escrito varias novelas juveniles como The Riverman, The Whisper, Dweeb y The Only Ones. También ha participado en la escritura de numerosas guías de viaje. Su novela más reciente es Espontánea, cuyos derechos cinematográficos han sido adquiridos por Awesomeness Films para adaptarla a la gran pantalla. Vive con su familia en Hoboken, Nueva Jersey.

El último año de instituto de Mara Carlyle se desarrolla de la forma esperada hasta que un día: ¡bum!, uno de sus compañeros explota en mitad de la clase. Ése será el primer caso, pero no el último, de una alocada serie de combustiones espontáneas que pondrá en jaque la vida de Mara y el orden normal de las cosas. A partir de entonces, Mara hará lo posible por graduarse de una sola pieza. Y es que su último año está siendo verdaderamente explosivo: se ve envuelta en una sorpresiva historia de amor, cuarentenas, setas alucinógenas, blogueros, camiones de helado, agentes secretos y las expresiones más groseras que hayas oído decir nunca a la presidenta de una nación. Starmer reescribe un nuevo manual de convivencia con Espontánea. Pero bajo lo extravagante de su propuesta subyace un ejemplo ridículamente divertido, honesto y conmovedor de las absurdas y crudas verdades de ser un adolescente en el siglo xxi... y de la tristeza de decir adiós.

aaronstarmer.com aaron.starmer.1 @AaronStarmer oceanograntravesia

@OceanoGTravesia

#Espontánea

autor de bajo la misma estrella

«Una absorbente lectura bañada en risas, lágrimas y sangre.»

Kirkus Reviews

«Una historia cruenta y absolutamente original acerca de la identidad, la amistad, el amor, el sexo y la muerte.»

School Library Journal

«Increíblemente macabra e intensa, la historia de Mara apela directamente a los sentimientos más extremos de humor y horror de los lectores.»

The Horn Book


Una novela sobre crecer... y eXPLOTar






TraducciĂłn de Marcelo AndrĂŠs Manuel Bellon


Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor, o se usan de manera ficticia. Cualquier semejanza con personas (vivas o muertas), acontecimientos o lugares reales es mera coincidencia.

Espontánea Título original: Spontaneous © 2016, Aaron Starmer Traducción: Marcelo Andrés Manuel Bellon Diseño de portada: Jazbeck Gámez Fotografía del autor: Toril Lavender D.R. © 2017, Editorial Océano, S.L. Milanesat 21-23, Edificio Océano 08017 Barcelona, España www.oceano.com www.grantravesia.es D. R. © 2017, Editorial Océano de México, S.A. de C.V. Eugenio Sue 55, Col. Polanco Chapultepec C.P. 11560, Miguel Hidalgo, Ciudad de México www.oceano.mx www.grantravesia.com Primera edición: 2017 ISBN: 978-84-946587-2-3 Depósito legal: B-18896-2017 Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida por ningún medio sin permiso del editor. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a cedro (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. impreso en españa

/ printed in spain


A quienes creen que todo puede caerse en pedazos en cualquier momento‌ y a quienes nos consuelan y nos mantienen de una pieza



Llame Su Señoría a la muerte con el nombre que quiera, atribúyala a quien le apetezca, o diga que podía haberse evitado de alguna manera: es siempre la misma muerte; innata, congénita, generada en los humores corrompidos del mismo cuerpo depravado, y nada más. Es la Combustión Espontánea, y de ninguna otra muerte ha podido morir.

Charles Dickens Casa desolada



cómo comenzó

C

uando Katelyn Ogden explotó en clase de cálculo, el conserje probablemente imaginó que sólo tendría que limpiar

los intestinos de una pizarra este año. Tiene sentido. En el pasado, los chicos no estallaban de la nada. Al menos no en clase de cálculo, ni en la fiesta de graduación y ni siquiera en el laboratorio de química, donde no es que las explosiones sean exactamente algo desconocido. Ni un solo chico. Ni una sola explosión. Ah, aquellos buenos tiempos. Katelyn Ogden era muchas cosas, pero no era particularmente explosiva, en ningún sentido de la palabra. Era espigada, tenía el cabello corto y la voz ronca. Era un vestido de verano hecho persona: linda, ligera, inofensiva. No la conocía bien, sólo lo suficiente para maldecir su adorable existencia en más de una ocasión. No estoy orgullosa de eso, pero es la verdad. No significa que quisiera que se fuera como lo hizo, o de ninguna otra manera, en todo caso. Lo que pensamos no siempre es lo que sentimos y cuando es así, por lo general no dura mucho. La mañana en que Katelyn, bueno, se fue, yo estaba sentada dos mesas detrás de ella. Era septiembre, la primera semana completa de escuela, una absoluta maravilla de día. La


ventana estaba abierta y el lejano zumbido de un tractor se mezclaba con el cercano zumbido del señor Mellick filosofando sobre factoriales. Preocupada de tener aliento a café, me encontraba doblada sobre mi asiento, buscando caramelos de menta en mi bolso. Mi punto de vista era, por lo tanto, limitado, así que las únicas partes que vi explotar de Katelyn fueron sus piernas. De hecho, es difícil decir lo que vi. Sus piernas estaban ahí y un momento después habían desaparecido. ¡Cata-pum! El aula tembló y mi rostro se encontró repentinamente caliente y mojado. Es una manera desagradable de decirlo, pero es la manera más simple de hacerlo: Katelyn era un globo lleno de pedacitos carnosos. Y reventó. No puedes sentir mucho de nada en un momento así. Ciertamente, no puedes analizar la situación. Al menos no mientras está sucediendo. Después, la imagen se repetirá una y otra vez en tu cabeza, como un gif endemoniado, como un bicho que se desliza dentro de tu cama cada noche, te golpea el hombro y dice: ¿Te acuerdas de mí? Soy el momento más jodido de tu vida hasta ahora. Después, sentirás y harás muchas cosas, pero mientras está sucediendo, todo lo que puedes sentir es confusión y todo lo que puedes hacer es reaccionar. Me erguí de golpe y mi cabeza pegó contra mi escritorio. El señor Mellick se zambulló detrás de su silla, como un soldado en las trincheras. Los rostros rojos de mis compañeros se quedaron pasmados un instante. La sangre goteaba de las paredes y ventanas. Luego surgieron los gritos y sucedió la obligada estampida hacia la puerta. La siguiente hora fue una locura. Todos corriendo, con las manos arriba, estruendo de sirenas, chicos abrazándose en el aparcamiento. Vehículos de noticieros, helicópteros, equipos 12


de

swat,

coches derrapando en los jardines porque las calles

estaban bloqueadas. Nadie sabía en realidad qué había sucedido. ¡Una bomba! ¡Sangre! ¡Huid a las malditas montañas! Hasta ahí llegaba. No había humo en el sentido literal, pero cuando todo se aclaró, metafóricamente hablando, sólo podíamos estar seguros de dos cosas: Katelyn Ogden había explotado. Todos los demás estábamos bien. Aunque no lo estábamos. Ni en lo más mínimo.

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seamos claros

E

sto no es sobre Katelyn Ogden. Ella fue importante —todos ellos lo fueron—, pero también fue una señal, un punto

de inicio en un camino de autodescubrimiento. Me doy cuenta de lo cursi y vanidoso que suena, pero el foco de atención de esto debe estar en mí y, finalmente, en lo que tú piensas de mí. ¿Te caigo bien? ¿Confías en mí? ¿Seguirás interesado en mí después de que diga lo que tengo que decir? Sí, sí, lo sé. No es importante lo que la gente piensa de ti, lo que cuenta es quién eres. Bueno, no creas esa mierda. La percepción

triunfa sobre la realidad siempre. Tan sólo considera lo que la gente pensaba de Katelyn. El señor Mellick una vez dijo que ella habría sido una excelente locutora, lo cual era una manera de decir que era elocuente y, aunque no estuviera claro si era en parte negra o asiática o hispana, tenía una vaga belleza étnica que no resultaba amenazadora. En realidad, Katelyn Ogden era turca, y no en parte. Tan sólo era turca. El nombre original de su familia era Özden, pero lo había cambiado en algún momento. Su padre nació justo aquí, en Nueva Jersey, y también su madre, pero la sangre de ambos era turca y sus raíces se remontaban al temprano Imperio Otomano que, tanto como los imperios pueden


ser, fue de los más impresionantes. Sus ejércitos fueron de los primeros en usar armas de fuego y cañones, así que algo sabían sobre las cosas que explotan. El padre de Katelyn era ingeniero y su madre, abogada, y conducían un Tahoe con una de esas pegatinas con la imagen de una familia en la ventana trasera. Dos padres, una hija, dos perros. No estoy completamente segura de qué sería lo apropiado, pero supongo que es una de esas cosas que se conservan en la ventana incluso… después. Los Ogden lo hicieron, en todo caso. Me enteré de todos los detalles familiares en el funeral, que se realizó con el féretro cerrado, por obvias razones, y que se llevó a cabo en el Teatro Mayor, también por obvias razones. Todos los alumnos del instituto tuvimos que ir. No porque fuera obligatorio, pero cualquier ausencia se hubiera notado. No por las autoridades necesariamente, sino por los chicos que de inmediato etiquetan a sus compañeros como misóginos de mierda o perras sin corazón. Lo sé porque yo era una de esas felices chicas etiquetadoras. No estoy necesariamente orgullosa de ese hecho, pero lo cierto es que no puedo negarlo. El funeral fue todo un acontecimiento, considerando el poco tiempo que tuvieron para organizarlo. Skye Sanchez, una amiga de Katelyn, proyectó una presentación cuyo sólo propósito fue recordarnos lo ridículamente efervescente que había sido Katelyn. Su tía, con voz entrecortada, nos ofreció una amorosa elegía. Un coro interpretó la canción favorita de Katelyn, una pieza preciosa. La letra era un tanto sexy para la ocasión, pero a quién le importa, ¿no?: era su favorita; y si no se puede tocar tu canción favorita en tu funeral, ¿entonces cuándo? Además, la letra habla de decir adiós en 15


el momento equivocado, y al menos eso era apropiado para la ocasión. Hay un verso que dice: Tu pelo sobre la almohada como una somnolienta tormenta dorada… El pelo de Katelyn era corto y oscuro, lo más alejado a somnoliento y dorado, pero eso no le importó a Jed Hayes, que había estado enamorado de ella desde la secundaria. Ese verso del pelo sobre la almohada lo hizo llorar tan sonoramente que todos los que estaban a su alrededor se sintieron obligados a ofrecer sus condolencias al pobre chico. Su compasión era fuera de lo común, pero si fuéramos honestos con nosotros mismos —y la verdad es que deberíamos de serlo— entonces deberíamos de aceptar que Jed no estaba llorando porque amara realmente a Katelyn, sino porque aquella tormenta de pelo dorado nunca llegó a su almohada. Seguro, llorar por eso es algo egoísta, pero todos lloramos por razones egoístas en los funerales. Todos lloramos por el anhelo de un si sólo… Si sólo Katelyn hubiera vivido un año más, habría ido a Brown. Iba a postularse con anticipación y estaba garantizado que entraría. Sin duda ésa era parte de la razón por la que su tutora para los exámenes de admisión, la señora Carbone, sollozaba. Todas esas horas, todas esas tarjetas de vocabulario, ¿para qué? La señora Carbone todavía no podría decir que uno de sus estudiantes había entrado a una escuela de la Liga Ivy. Si sólo Katelyn les hubiera robado un poco más de dinero a sus padres, entonces habría comprado más hierba. Era bien sabido entre nosotros, los de último año, que por lo general Katelyn tenía unos cuantos “pitillos” ocultos en tubos de rímel vacíos que escondía en la guantera de su 16


Volvo. También era bien sabido que estaba convirtiéndose rápidamente en la mejor clienta de los mellizos Dalton. Y sin duda, tal pérdida era la razón por la cual los Dalton se mostraban un poco llorosos. El capitalismo no es una empresa carente de emociones. Si sólo Katelyn hubiera tenido la oportunidad de aceptar la invitación al baile de graduación, entonces probablemente su pelo habría retozado en la almohada de Jed Hayes. Estaba dentro del reino de las posibilidades. Él no era un tipo malo y ella tenía la mente abierta. No se le podían reprochar sus lágrimas al chico. Eso es sólo el comienzo de la lista. El teatro estaba atiborrado de gente egoísta regodeándose en el si sólo. Mientras tanto, fuera, otras personas egoístas habían ido más allá y ya se estaban regodeando en ello, pero ¿por qué? Como podrás imaginar, cuando una chica explota en clase de cálculo y esa chica es turca, el pero ¿por qué? está plagado de ciertos prejuicios. No puede ser sólo una de esas cosas que pasan. Tiene que ser una cosa terrorista. Eso era lo que la gente de los noticieros por cable decía molesta, de lo que las cajeras de largas uñas a la salida de Target hablaban y lo que los barrigones revendedores que estaban fuera del teatro aullaban. No importaba el hecho de que nadie más hubiera resultado herido cuando Katelyn explotó. Todos fuimos examinados. Se tomaron muestras de sangre. Se hicieron preguntas. La clase del señor Mellick fue declarada sana, si no mental, por lo menos corporalmente. Fuimos considerados inocentes. No importó el hecho de que no hubiera rastro alguno de explosivos en el aula. La policía hizo una revisión exhaustiva de todo: la escuela, la casa de Katelyn, el parque más cercano 17


y hasta un restaurante halal a dos ciudades de distancia. No encontraron nada. El fbi también estuvo allí, limpiando todo con hisopos. La colectividad se encogía de hombros por todas partes. No importó el si sólo. Una chica con tanto potencial no se convierte en un arma suicida que se desparrama en el aire. Por supuesto que no. Claro, fumaba hierba y, si los rumores eran ciertos, estaba aflojando la cuerda en cálculo y discutía con su madre, pero eso era porque el último curso fue su momento para mandar todo a volar, tal vez su última oportunidad en la vida para decir a la mierda. Y resultó que fue la última oportunidad para muchas personas de decir a la mierda.

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cómo te sientes

D

escribir cómo te sientes después de que una chica explote en tu clase de cálculo es un tanto difícil. Me imagi-

no que es parecido a cuando cualquier tragedia se abalanza sobre tu vida. Te asusta. Te sientes frágil. Te retraes. Todo el tiempo. Es posible que nunca hayas pensado en lo que mantiene la vida de una pieza. Hasta que, por supuesto, se hace pedazos. Igual que con nuestros cuerpos. Te puedes imaginar el cáncer y otras cosas horribles que causan estragos en nuestro caparazón de carne, pero nunca esperamos que éste se desintegre, casi literalmente. Así que cuando lo inimaginable tiene lugar, cuando el cosmos desgarra tu propia noción de lo que es posible, no es que te hagas insensible, es que te tornas inseguro. Inseguro de si alguna vez volverás a estar seguro de algo. ¿Entiendes lo que estoy diciendo, verdad? ¿No? Bueno, ya lo entenderás. Por ahora, quizá sea más fácil hablar sobre aspectos prácticos, describir exactamente lo que sucede después de que una chica explote en tu clase de cálculo. Tienes el resto del día libre en la escuela, y el resto de la semana también. Hablas


con los policías en tres ocasiones y el alguacil Tibble te ve raro cuando no lloriqueas tanto como el tipo al que entrevistaron antes que a ti. Se te pide que asistas a sesiones de terapia privada con una mujer de voz aterciopelada llamada Linda y, si lo deseas, a sesiones de grupo con un hombre de voz aguardentosa llamado Vince y algunos de los chicos que también fueron testigos de la combustión espontánea. Así lo llamaron durante las primeras semanas: combustión espontánea. Nunca había oído hablar de tal cosa, pero había precedentes, personas encendiéndose en llamas o explotando inexplicablemente. Ahora, a menos que hayas estado en la jungla de Nueva Guinea durante el último año, ya sabes todo esto, pero si quieres refrescar la historia de la combustión espontánea, dirígete a Wikipedia y evita la sección de “La Maldición de Covington” si no te quieres echar a perder el resto de esta historia. De Linda aprendí que era normal sentirse perdida cuando una chica se combustiona espontáneamente en tu clase de cálculo. Porque en esas primeras semanas me encontré llorando de repente y luego haciendo bromas realmente ina­ propiadas justo después, y luego actuando como si no hubiera sucedido nada durante el resto del día. —Cuando sucede algo traumático, disparas todo tu arsenal emocional —dijo Linda—. Una guerra está ocurriendo dentro de ti, y yo estoy aquí para ayudarte a recargar tus armas y hacer ataques más específicos. Estoy aquí para ayudar a los buenos a ganar. En las sesiones de grupo, Vince no usó nunca las metáforas del campo de batalla. De hecho, casi no decía nada. Tan sólo repetía su mantra: —Hablad de ello, chicos. Hablad de ello. 20


Y eso hacíamos. La mitad de los chicos de la clase de cálculo nos reuníamos en la sala de prensa todos los martes y jueves a las cuatro, y compartíamos nuestras historias de insomnio y de cómo conjurábamos las visiones sangrientas con comida y alcohol y toda clase de sustancias de las que los terapeutas no pueden decir ni una mierda a tus padres porque tienen obligación legal de guardar los secretos. Linda me ayudó aunque estaba loca. Y también Vince. Y el resto de mis compañeros obsesionados por la sangre, incluso aquéllos que a veces me dijeron insensible por mi sentido del humor. —Lo siento, pero mi móvil va a explotar… en combustión espontánea —dije durante una sesión del jueves cuando mi teléfono no paraba de vibrar por los mensajes que recibía. Hacía sólo seis semanas que todos cargábamos a Katelyn encima. En otras palabras, era demasiado pronto. —Sé que las bromas son una forma de superarlo —siseó Claire Hanlon—. Pero ¿por qué no las tuiteas? No necesitamos escucharlas aquí. —Lo siento, no tengo Twitter —dije. Dicho esto, me imaginé como una escritora. De novelas. Incluso había empezado una ese verano, titulada Todos los sentires. Creo que era ficción para adultos jóvenes, lo que algunos podrían llamar romance paranormal. No me importaba, siempre que pudiera vender los derechos de la película, lo cual no parecía imposible porque la historia definitivamente se dejaba contar. Se trataba de un adolescente que tenía miedo de sus propias emociones. En mi experiencia, eso abarcaba no sólo a los chicos, sino a ellos y ellas por igual. Por ejemplo: 21


—Éste es un espacio de sanación y eso lo convierte en una zona libre de bromas —continuó Claire—. No quiero revivir ese momento y podrías causarme un flashback. —A mí me gustan las bromas de Mara —respondió Brian Chen—. Me ayudan a recordar que está bien sonreír. No sé si seguiría viniendo a estas sesiones si no fuera por ella. —Gracias, Bri —dije, y en ese momento me di cuenta de que éramos un poco cliché. Las historias acerca de los adolescentes con problemas suelen incluir grupos de apoyo en los que los comentarios sarcásticos vuelan y se lastiman sentimientos, donde los amigos y los enemigos son forjados sobre gags y lágrimas. Pero he aquí la cosa. Incluso si éramos un tanto cliché, lo fuimos muy poco tiempo: casi inmediatamente después de proclamar su homenaje a mi humor, Brian Chen explotó.

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perdón

L

o he hecho a propósito. No te he dado mucha oportunidad de conocer a Brian y entonces todo ha sido como si recor-

dara de repente: Ah, sí, nota al margen, ese tipo también explotó. Entiendo tu frustración. Porque parecía un buen tipo, ¿verdad? Indudablemente lo era. De los más agradables de por aquí. No merecía ese destino. Ésa es la cuestión. Cuando el horrible destino siega la vida de alguien. A veces sucede que sólo conoces un poco a ese alguien y a veces que lo conoces de cerca, y para protegerte de la metralla emocional, lo mejor es conocerlos poco. Así que sólo trataba de echarte la mano, dejando fuera los detalles sangrientos. Por desgracia, no siempre gozarás de ese lujo. Porque para entender mi historia vas a tener que conocer a unas cuantas personas, incluidas algunas que explotan. Un poco acerca de Brian, porque lo merece. Era mitad coreano y mitad chino. No estoy segura de qué mitad era cuál, lo cual es racista, supongo. No dudo que Brian supiera que Carlyle es un apellido inglés, mientras que McNulty es irlandés, pero han pasado muchos meses y yo todavía no me he tomado la molestia de averiguar si el origen de Chen es


coreano o chino. Lo sé, soy una idiota. Como dije antes, no estoy necesariamente orgullosa de eso. Brian me caía francamente bien. Incluso lo besé una vez. En el viaje a Washington, DC, en octavo, estábamos en la parte de atrás del autobús y apoyó su cabeza en mi hombro. No éramos buenos amigos ni nada, pero fue uno de esos momentos. Autobús caliente. Viaje largo. Todos cansados y mareados. Cuando nadie miraba, lo besé en los labios. Sin lengua, pero lo mantuve un par de segundos. Fue más que un roce. Lo hice porque pensé que sería una buena sensación. Sus labios parecían tan suaves. Y fue una buena sensación. Y suave. Pero Brian fingió estar dormido, aunque era obvio que estaba despierto. Mi codo tocaba su pecho y sentí que su corazón se aceleraba. Así que yo también fingí estar dormida, porque eso es lo que haces cuando besas a un tipo y finge dormir: sigues su ejemplo, o terminas por avergonzarte todavía más. Continuamos con nuestras vidas después de eso. Fuimos al Museo Nacional del Aire y el Espacio, al Monumento a Washington, el Pentágono. Y luego a casa. No hablamos de lo que hice, lo cual estuvo bien para mí. Brian no difundió rumores ni trató de aprovecharse de la situación. Como he dicho, era uno de los chicos más simpáticos. Todavía me sonreía en los pasillos y me llamaba por mi nombre cuando me veía. Me alegro de verte, Mara. ¿Qué tal el examen de biología, Mara? ¿Quieres una zanahoria baby, Mara? A Brian le gustaban las zanahorias baby. Las amaba, en realidad. Las comía continuamente. Crudas, sin aliñarlas. Nada de queso para untar o mantequilla de cacahuete o cual24


quier otra cosa para que supieran menos a zanahoria. Llevaba siempre una bolsa en su mochila y las comía a diario desenfadadamente. No sé si era una adicción o una disciplina; pero de cualquier manera era casi respetable. Lo que no era respetable era que llevaba los mismos tenis azul neón supersucios a todas partes, incluso a bailes y al funeral de Katelyn. Los llamaba sus mocasines láser, término que no tuvo el éxito que obviamente él esperaba. Ya se había vuelto viral una vez y creyó que podría aprovechar esa magia una vez más. Sin embargo, esas cosas no funcionan así. ¿Viral?, te preguntarás. ¿El chico se volvió viral? En cierto modo, sí. Porque Brian Chen fue el orgulloso creador del eslogan favorito de Covington High: ¡Envuélvelo ya, enano! La verdad, fue pura suerte. Lo dijo por primera vez durante una presentación en grupo en la clase de inglés. El metro cincuenta de Will Duncan seguía balbuceando lo triste que era el que Sylvia Plath se hubiera suicidado metiendo su cabeza en el horno porque en realidad era muy guapa, además de increíblemente talentosa. ¡Envuélvelo ya, enano!, se le escapó decir a Brian tratando de callar a su amigo y todos se volvieron locos. Para el final de la semana, ¡envuélvelo ya, enano! era algo que todos decíamos a las personas habladoras. Luego, en el deli de mis padres empezamos a gritarlo a los tipos que envolvían los sándwiches. Y después lo usamos como una forma abreviada para por favor, usa preservativo o terminarás con un bebé o una enfermedad, básicamente algo que arruinará tu vida. Lo sé. Envuélvelo ya enano. Así que, sí, Brian Chen era un buen tipo. Un tipo azanahoriado con labios suaves, tenis asquerosos y un eslogan. Ahora lo conoces y espero que entiendas que cuando hago 25


bromas sobre ĂŠl y las demĂĄs personas que estuvieron aquĂ­ y desaparecieron en un instante se debe a las mil millones de cosas que marchan mal conmigo. Pero no es porque ellos lo merezcan.

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qué marchaba mal con nosotros

E

sto es lo que sucede cuando un tipo explota durante tu sesión de terapia grupal que se supone te hará sentir mejor

acerca de la gente que explota. Las sesiones de terapia grupal se cancelan oficialmente. Y no te sientes mejor. Lo que también sucede es que los nueve miembros restantes del grupo de terapia son escoltados a la comisaría de policía en un vehículo blindado. Con Katelyn, nos permitieron ducharnos antes de que los policías intervinieran, pero no tuvimos tanta suerte con Brian. Era demasiada coincidencia. Mismo grupo, mismo cata-pum. No era terrorismo. O, para ser más precisos, Brian no era un hombre-bomba. Por aquí, nadie cree que una persona del Lejano Oriente pueda ser un terrorista. Lo cual es tonto, en realidad, porque en el Lejano Oriente hay muchos terroristas. En la década de los noventa, hubo un grupo de terroristas japoneses que llenó una estación de metro con gas venenoso y mató a un montón de gente. Ningún turco ha logrado algo tan atrevido, por lo que sé. Es definitivamente racista pensar que Katelyn era una terrorista y Brian no. Pero eso creía la gente. O que alguien de nuestra clase estaba detrás de ambos incidentes. Así que los policías trasla-


daron a nuestro tonto grupo de cálculo y terapia, hasta una sala de conferencias donde nos sentamos, ensangrentados y aturdidos, bajo espantosas bombillas fluorescentes que no dejaban de parpadear. —¡Ahhhh! —gritó Becky Groves en cuanto los policías nos dejaron solos. Se habían reunido en el vestíbulo para hablar con algunos agentes del fbi a fin de planear una estrategia, supongo. Dejad que se enfríen un poco, probablemente decían mientras soplaban a su café, que se pongan de acuerdo y luego, pam, aplicamos la vieja Vuelta de tuerca McKenzie con estos delincuentes. Sí, lo sé, lo sé. No hay nada que se llame Vuelta de tuerca McKenzie, pero estoy segura de que tienen nombres para sus técnicas de interrogación. De todos modos, una vez que Becky Groves terminó de gritar —esto es, unos segundos más tarde porque ella es Becky Groves y tiene los pulmones de un búfalo de agua—, Claire Hanlon preguntó: —Y bueno, ¿quién lo ha hecho? —¿En serio? —respondí. —¡En serio! —estalló Claire—. La policía sabe que esto no puede ser una coincidencia… yo sé que esto no puede ser una coincidencia… y sé que yo no lo he hecho… así que ha tenido que ser uno de vosotros —por la forma en que Claire jadeaba las palabras, un aneurisma parecía inminente. —¿Cómo? —preguntó Malik Deely. —Como sea… la gente como tú… hace este tipo de cosas —dijo Claire. No empleas el término gente como tú alrededor de gente Malik (es decir, negros), pero él tuvo la cabeza lo suficientemente fría para dejar que la lógica derrotara a la emoción. 28


—¿De verdad? —dijo—. ¿De verdad? No había ninguna bomba. La silla del hombre quedó intacta. Becky estaba sentada a su lado y ella está bien. —¡Aaaahhhhh! —gritó Becky otra vez, ahora con los ojos entrecerrados y las manos clavadas en su cabello rojo rizado. —Físicamente bien, quiero decir —añadió Malik—. Todos lo estamos. Algo en el interior de estos chicos simplemente… explotó. Greyson Hobbs, Maria Hermanez, Gabe Carlton, Yuki Dolan y Chris Welch estaban en la sala también, pero no decían nada. Sus ojos perplejos se movían rápidamente de un lado a otro mientras hablábamos. Como si fueran turistas extranjeros que hubieran caído en un juzgado. No intentaban averiguar quién era inocente o culpable. Lo único que querían saber era: ¿Cómo demonios terminamos en este lugar? ¿Cuál es el camino de regreso a Disney World? Cuando la puerta se abrió, todos esos ojos perplejos se dirigieron a la agente especial del

fbi

Carla Rosetti. Más tarde

me daría cuenta de que no era necesariamente la mejor o la más brillante, pero en ese momento, comparada con nuestros tristes uniformados locales, parecía la puta verdad. Se quedó de pie en la puerta, engalanada con camisa blanca, chaqueta, pantalones y zapatos oscuros. Atuendo estándar del fbi, supuse, aunque un tanto más holgado que los que usan las presentadoras de televisión. La ropa fue obviamente comprada en alguna cadena, pero no en cualquiera. Ann Taylor o algo así. Incluso sin el traje, se llamaba Carla Rosetti… ¿cómo no iba a ser una magnífica agente federal con un nombre así? —Vuestros padres están aquí para recogeros —dijo la agente especial Carla Rosetti mientras entraba en la habitación—. 29


Pero primero nos daréis vuestra ropa. Hay duchas y ropa deportiva. Os lavaréis, vestiréis e iréis a casa. Mañana por la mañana tendréis noticias nuestras. —No. Usted tendrá noticias de mi abogado. Esta noche —dijo Claire—. Tengo mis derechos, ¿sabe? —Nunca he dicho que no los tuvieras —acotó la agente especial Carla Rosetti—. Simplemente os pedí que dierais mi evidencia, y tengo una orden para eso. La alternativa es salir por esa puerta y enfrentar cargos criminales graves, lo cual estoy segura de que les encantaría a vuestros padres, especialmente después de que manchéis el interior de sus Audi de sangre. Los chicos se han cambiado de ropa para su clase de gimnasia desde tiempos inmemoriales. Esto no es más violación de vuestros derechos que eso. Puedo usar un silbato y forzarte a jugar a los quemados, o balón prisionero, si eso te hace sentir más cómoda, aunque la ley no me obliga a hacerlo. Agente especial Carla Hija de Puta Rosetti.

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en caso de que te lo estés preguntando

L

as duchas en las comisarías de policía podrían quemar hasta el sol, y los trajes deportivos de las estaciones de

policía tienen manchas de sudor tamaño torta de aceite, pero tú no te quejas de esas cosas, ya que has vivido dos combustiones espontáneas. Tan sólo te vas a casa duchada y vestida de algodón gris, y cuando tus padres te preguntan qué necesitas, dices que estar sola y ellos lo respetan, por el momento. Entonces te recuestas sobre tu cama con tu ordenador portátil y te das cuenta de cómo la historia está invadiendo cada rincón de internet. otra explosión sacude un instituto… más terror en covington high… los diez casos de combustión espontánea más famosos de la historia…

Así que cierras tu ordenador y te centras en el teléfono, que no para de vibrar… en combustión espontánea. Hay un montón de mensajes de tu amiga Tess, pero el último es de un número que no reconoces.


Dice: Estuviste allí en ambas ocasiones. Eso debe haber sido estimulante. No dice escalofriante. Ni triste. Ni difícil. Estimulante. Deberías estar aterrada, pero no es así. Porque es la primera vez que alguien acierta. Ambas explosiones fueron exactamente eso: estimulantes. Algo terrible de admitir, pero es en esos momentos en que admites y aceptas tu propia crueldad cuando te das cuenta de que otras personas pueden serlo también. Y si pueden ser crueles, entonces tal vez pueden ser también vulnerables, preocuparse, y todas las cosas que tú eres y esperas ser. Y es en ese momento cuando te enamoras, que es lo más estúpido que puedes hacer.

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otras estupideces que se hicieron

C

omo no tenía información nueva sobre las explosiones, la reunión matutina con la agente especial Carla Rosetti y su

sospechosamente callado compañero, agente especial Demetri Meadows, fue tan improductiva como las que había tenido con los policías. La gran diferencia fue que mamá y papá no estuvieron aquí en esta ocasión. En su lugar, un abogado llamado Harold Frolic fue mi consejero. Frolic era un abogado fiscal que ayudaba a mis padres con cualquier asunto legal concerniente a su tienda de ultramarinos, Covington Kitchen. En cuanto a ultramarinos se refiere, era un negocio excepcionalmente bueno, y tenía un sándwich de la casa llamado oinker, que era un bollo relleno con diferentes cortes y preparaciones de cerdo —prosciutto, tocino, lomo y pierna de cerdo—, cubierto con queso muenster, pepinillos y una salsa con ajo. La salsa se hacía según una receta secreta y mis padres la embotellaban y la vendían en las tiendas de autoservicio locales con el nombre Aceite de Oinker. El plan era entrar con ella en el mercado nacional algún día y Frolic estaba asesorándolos en el proceso. Y mientras tanto, me ayudaba a mí y me decía No tienes que responder a eso ante cada pregunta que Rosetti formulaba.


—Pero debe contestar —replicaba invariablemente Rosetti—. Sería muy útil para la investigación. ¿No quiere ella que la investigación avance? —su compañero, Demetri Meadows, tan sólo permanecía sentado ahí, con los pies sobre la mesa, observándome con atención y ocasionalmente acariciando su barba gris de dos días, como si estuviera acariciando a un jodido gato. Frolic permanecía impasible, creo. Lo único de lo que me dejaba hablar era de lo que había visto, lo cual, de nuevo, no era mucho. Brian Chen explotó. Estaba ahí y un momento después había desaparecido. Y luego hubo sangre. Exactamente igual que como sucedió con Katelyn. —¿Alguna vez tuviste algún lío con Brian Chen? —me preguntó Rosetti—. ¿Alguna razón por la que quisieras que estuviera muerto? Tener líos. Es curioso. ¿Quién habla así? La agente especial Carla Rosetti, ella habla así. Quería responder Lo besé en una vez en un autobús y él fingió estar dormido en lugar de responder al beso. Estuve tentada a empujarlo por la salida de emergencia, porque ésa es la peor manera de tratar a una dama. Así que, seguro que tuve un lío, pero eso fue hace mucho, mucho tiempo. Ya lo he superado. Sin embargo, Frolic no me dejó decir una sola palabra. —No respondas a eso —dijo por millonésima vez. Y luego—: ¿Ya hemos terminado? Meadows acarició sus mejillas mientras Rosetti respondía, con los hombros encogidos. —Parece que vosotros dos sí. Parecía como si Frolic quisiera reunir un montón de papeles y meterlos en su portafolios antes de salir corriendo de la comisaría, pero no tenía papeles ni portafolios; tomaba notas en un iPad y llevaba una riñonera. Así que hubo un momen34


to tenso en el que tan sólo seguíamos todos allí, hasta que, por supuesto, Rosetti se puso en pie y, literalmente, nos mostró la puerta. Me arrepentí de no estrechar su mano al salir. Yo estaba segura de mi inocencia, pero ella me caía bien, así que saltarme ese gesto de respeto fue una especie de putada. Nos encontramos con mis padres en el aparcamiento y Frolic y papá chocaron las manos como imagino que hacen los tipos en los clubes de estriptis. Luego nos dividimos en dos coches y nos fuimos en caravana al Moonlight Diner, donde Frolic comió una hamburguesa y habló sobre mis derechos. Escuché tal vez el diez por ciento de lo que dijo (Constitución esto y expediente policial permanente aquello), porque pasé la mayor parte del tiempo con el teléfono en mi regazo, mirando ese mensaje de la noche anterior. Estimulante. Estimulante. Estimulante. ¿Qué respondes a eso? Consideré algunas posibilidades. ¿Quién eres y cómo conseguiste mi número? ¿Estimulante cómo? ¡Explícate, mensajero misterioso! Te. Amo. Imbécil. Lo que finalmente decidí fue: Vete a la mierda, pervertido. Más o menos diez segundos después, había una respuesta: No quieres decir eso. Entonces comenzó el intercambio de mensajes. Yo: Hum… entonces, ¿puedes leer la mente? Mensajero misterioso: Sé que sientes cosas. Yo: Perver. Mensajero misterioso: Vamos. Tienes alma. Tienes ideas. Yo: Adular no te llevará a NINGÚN lado. Mensajero misterioso: Sólo quiero hablar contigo. Yo: ¿Y luego qué? 35


Mensajero misterioso: NPI. Yo: ¿Eres un tipo? Mensajero misterioso: Más o menos. Yo: ¿Espantas de feo? Mensajero misterioso: No físicamente. Yo: Bueno. Éste es el trato. Has encontrado mi número. Ahora encuentra mi casa. Llama al timbre. Pasa primero por mis padres. Demuestra que realmente quieres hablar conmigo. Si no vienes, entonces nunca sabré quién eres y esta mierda no tendrá que ser incómoda. ¿Aceptas el reto? Mensajero misterioso: Reto aceptado. —Por lo menos, concédenos la cortesía de mirarnos directamente de vez en cuando mientras hablamos sobre tu futuro —dijo papá. Mis ojos fueron de mi regazo a su ceño fruncido, y luego al rostro decepcionado/compasivo de mamá. —Te queremos, joder —dijo ella con los labios. No era raro porque mamá suele decir tacos un poco. Sí, lo sé. De tal palo tal astilla, y todo eso. —Estaba mirando el pronóstico climatológico —dije. Papá hizo un gesto con la cabeza hacia la ventana que estaba junto a nuestra mesa. —No hay ninguna nube en el cielo. —Lo siento —dije—. Estoy recibiendo mensajes extraños. Como todos, a veces miento a mis padres. Pero no puedo sostenerlo, siempre termino por decirles la verdad. Cuantas más verdades sepan tus padres, menos cosas les resultarán sospechosas. No es broma. Si eres un chico que constantemente miente entonces tus padres, noticia de última hora, saben que mientes y quizá piensan que eres un completo degenerado. 36


—¿Textos extraños, amenazas? —preguntó mamá. —No —dije—. Sólo un tipo curioso. Frolic le dio un bocado a su hamburguesa y dijo: —Envíamelos todos a mí —puso una voz que se suponía que debía sonar sabia y profesional, pero teniendo en cuenta que tenía una gota de ketchup en la mejilla, más bien parecía un viejo sórdido pidiéndole a una adolescente compartir su correspondencia privada con él. —No son del… tipo legal —dije. —Casi cualquier cosa puede ser y será usada por el

fbi

si

te consideran sospechosa —dijo Frolic. —No es sospechosa. Ella no es sospechosa —papá lo dijo dos veces porque tiene la idea de que si dices algo dos veces es más probable que se convierta en realidad. —Bien —contestó Frolic—, me ocuparé de que el mundo sepa y entienda eso lo más pronto posible. Tienes mi palabra. Tenía que decirlo, así que lo dije. —Y tú tienes ketchup en el rostro.

37


como puedes haber adivinado

E

l mensajero misterioso no se presentó en casa ese día ni el siguiente. La escuela se había mantenido cerrada duran-

te la semana y todas las festividades anuales se habían suspendido, por lo que el chico había tenido oportunidades para asomarse. No es que tuviera funerales que atender. La familia Chen no era tan rica como la Ogden y se rumoreaba que sólo invitarían a los amigos más cercanos y a la familia al funeral de Brian. Me pareció bien. Llorar más no ayudaría nada. El grupo de apoyo fue cancelado porque Vince renunció. Nos envió a todos un correo electrónico diciendo que tenía otras cosas que atender; presumiblemente, no reunirse con chicos hechos de nitroglicerina. ¿Quién podría culparlo? Mis padres trataron inmediatamente de reservarme algunas sesiones extra con Linda, pero ella no me devolvía las llamadas. O también se estaba dando por vencida o se encontraba demasiado ocupada atendiendo solicitudes de nuevos pacientes. Ya es bastante difícil cuando una chica de tu escuela explota, incluso si no la conoces en realidad. Pero cuando un segundo chico explota… Bueno, no me importa si nunca has oído hablar de él. Te lo tomas como algo personal. Los chicos ahora estallan. Y yo soy una chica. Terapia, por favor.


Todas las agencias de noticias del mundo habían llegado. Encaramado en un barranco con vistas a la ciudad, el aparcamiento del Hotel Covington era un panal de camionetas con antenas gigantes retráctiles. No podías ir a ninguna parte sin que alguien te pusiera un micrófono en la cara. Pero tampoco podías quedarte en casa y evadirte detrás de la televisión o entretenerte en internet porque Covington High era lo único de lo que todos hablaban o escribían. Ni siquiera podías ver algo sin volumen, porque la gente hacía ademanes de explosión. Esto incluía a los presentadores de noticias, lo cual es poco profesional y poco digno, si me lo preguntas. Para pensar en otras cosas, pasé mucho tiempo con McNulty. Ella odiaba términos como mejor amiga y mejor amiga para siempre, pero éramos dos personas que sabíamos cómo distraernos la una a la otra, así que creo que podríamos dar la nota para eso. Habíamos sido inseparables desde la primaria y, a la edad de nueve años, ya habíamos decidido que envejeceríamos juntas. Después de que el padre de Tess las abandonó a ella y a su madre, pasamos unas semanas en la playa, en casa de mis abuelos. Una noche, las dos paseábamos en bicicleta frente a esas hermosas casas victorianas que están a lo largo de la playa, y alcanzamos a ver a dos ancianas sentadas en sillas de playa en el borde de una terraza. Llevaban kimonos, se cogían de la mano y fumaban hookah mientras enterraban los dedos de los pies en la arena. Todo era adorable, obviamente. —Vamos a ser esas ancianas, por siempre jamás —nos comprometimos con el atardecer como testigo. Diez años después, la promesa se mantenía intacta. Sólo que ahora paseábamos en coche. Como yo nunca conducía y Tess sí, ella era la capitana. Y como ella raramente consumía 39


sustancias que alteraran la mente y yo lo hacía a menudo, yo era la copiloto alocada. En los primeros días que siguieron a la desaparición de Brian Chen, debimos haber recorrido alrededor de ochocientos kilómetros en su Civic. Tenía una lista de reproducción llamada ¡Conduce, perra, conduce!, que consistía sobre todo en canciones con un montón de tacos. Hip-hop, obviamente, pero también algo de punk e incluso un poco de coun­try, de ésas que se bailan en grupo. La escuchábamos a todo volumen con las ventanas abajo y nos dirigíamos al oeste, hacia las colinas y las tierras de cultivo cerca de Pensilvania, donde los colores del otoño estaban surgiendo. Apagábamos el gps y cogíamos por caminos que no conocíamos. Esto era algo que ya habíamos hecho antes, y casi siempre el plan era vivir alguna aventura, aunque las nuestras por lo general consistían en recibir miradas sucias de ancianos cuando llegábamos a las gasolineras rurales. Es ilegal poner tú mismo gasolina en Nueva Jersey, así que Tess y yo nos sentábamos en el coche con la radio todavía encendida, cantando canciones acerca de estar más colocadas que la mierda y los tipos que estaban allí sacudían la cabeza y murmuraban hasta que nos alejábamos en medio de un ataque de risitas. Por supuesto, Tess nunca estaba más colocada que la mierda. Ella era así de responsable. Yo no tanto. Por ejemplo, meses atrás, los mellizos Dalton me habían vendido algunos hongos en el mercado orgánico, como corresponde. Sólo los había probado una vez, durante un viaje de campamento a las Pocono. Me asusté al principio, pero luego la experiencia se suavizó y finalmente me convertí en una con la naturaleza y decidí que estaba dispuesta a darles otra oportunidad. Los había escondido en la base de mi lámpara de cabecera y los había estado guardando 40


para un concierto al aire libre o algún acontecimiento donde mi humor irónico: Ay, Dios, tu voz está llena de arcoíris, fuera tolerado. En uno de nuestros viajes para alejarnos de los recuerdos de Katelyn y Brian, el maldecir mientras cantaba con Tess no estaba ayudándome lo suficiente a olvidar, así que insistí en que pasáramos por un Dunkin Donuts. Compré un latte de calabaza caliente y le eché una dosis doble de hongos. —Te vas a enfermar —dijo Tess. —Por el contrario —dije—. Los preparas primero en líquido para asegurarte de que no te enfermes. Eso es lo que hacen los nativos americanos. —¿En latte de calabaza? —Bueno, al menos tiene calabaza. Acción de gracias. Tarta de calabaza. Más claro, el agua. —Sí. Más claro, el agua. Tess tenía razón. Veinte minutos más tarde estaba vomitando al lado de la carretera, en algún lugar de Pinelands. Tess frotó mi espalda e imaginé que su mano era la pata de un oso, pero no la de uno de miedo, sino uno de felpa, un oso de dibujos animados, y en ese momento me di cuenta de que esa mierda ya había actuado. —Alguien me quiere —le dije. —Te quiero, nena —dijo Tess. —Lo sé, pero me refiero a un fantasma. Alguien que vive en el espacio entre los espacios. —¿Jesús? ¿Dumbledore? —No bromees, Tess. No tienes tus verdaderos ojos —hablaba literalmente, porque en lugar de sus ojos marrón, tenía dos brillantes diamantes en el rostro. —Vamos al coche. Puedes tumbarte en la parte de atrás. Voy a poner algo acústico, relajante. 41


—Estimulante. Estimulante. Estimulante —dije. —Relajante —repitió Tess con una voz que se ajustaba a la palabra, y me guió hacia el asiento trasero. —Él lee mi mente —dije con un jadeo—. ¿Crees que tendrá unas orejas especialmente grandes, como satélites, que pueden leer las ondas cerebrales? —No tengo ni idea de qué estás hablando —dijo Tess. Mientras me empujaba hacia el asiento, le di mi teléfono. Los mensajes estaban en la pantalla. Tardó un segundo en leerlos y me devolvió el teléfono. —¿Ves? Él me ama —dije. Tess se inclinó y me besó en la mejilla y sentí hormiguitas felices en la piel. —Bueno, quienquiera que sea, no está aquí. Y supongo que todavía no ha aparecido en tu puerta. —No. Es una gallina. Clo-clo-clo —cloqueé, y me pregunté por qué la gente dice que las gallinas suenan así porque yo no estaba segura, pero sabía que no era así. Definitivamente así no. Mis pies colgaban fuera del coche, así que Tess los levantó, los colocó en el asiento y cerró la puerta para mantenerlos en su lugar. Sonó como si se estuviera cerrando herméticamente la escotilla de aire de un cohete. Ruido, luego silencio. Unos segundos más tarde, ruido de nuevo y Tess ya estaba en los controles, encendiendo el motor y lanzándonos al espacio. La música estalló desde la radio como en una cueva y sentí cada curva y protuberancia de la carretera. Me reí histéricamente mientras Tess cantaba una vieja canción boba de los años sesenta o setenta. Tan sólo di mi nombre, y sabes que sin importar dónde esté, iré corriendo a verte otra vez… 42


tienes un amigo

P

or lo general, en estas situaciones terminábamos en casa de Tess. La suya era una madre soltera y las ma-

dres solteras tienden a tolerar las barrabasadas adolescentes. No recuerdo cuántas veces había estado ebria y colgada del hombro de Tess mientras me ayudaba a subir las escaleras, y Paula nos observaba por encima de la novela que estaba leyendo y decía: Espero que haya valido la pena, Mara. Dicho eso, la otra cosa acerca de las madres solteras es que tienden a tener citas, y cuando eso sucede, prefieren no tener cerca a su hija de diecisiete años ni a su amiga fingiendo cazar libélulas imaginarias justo cuando están sacando el corcho de algún chardonnay. Esta noche en particular, Paula estaba con un tipo llamado Paul. No iba a funcionar por obvias razones, pero ella le había pedido a Tess que durmiera en mi casa de cualquier forma. Esto significaba que Tess debía pasarme de contrabando sin que me vieran mis padres. No era una misión imposible, pero tampoco se trataba de algo precisamente fácil. Era bueno que Tess fuera encantadora y que les cayera bien a mamá y papá. Le decían Tessy, y supongo que no le molestaba porque nunca se quejó, y siempre le preguntaban acerca de hockey sobre hierba.


Escuché que fue un partido reñido, Tessy. ¿Cómo ves tus posibilidades de entrar a las finales, Tessy? ¡Flexiona tus malditos músculos, Tessy! ¡Flexiona! De acuerdo, tal vez la última no, pero les encantaba que fuera una atleta, aunque no una estrella. Sólo fue titular de unos cuantos partidos ese año. No anotó un tanto. Pero antaño mamá y papá habían sido deportistas y yo nunca lo fui, así que Tess lo fuera realmente o sólo trabajara para espn. Con ella hablaban siempre de deportes. La mayoría de las veces era molesto, pero ahora resultaba esencial. Tess tenía que distraerlos mientras yo me colaba de puntillas a mi habitación. Ya se me estaba pasando el efecto de los hongos, pero no podía arriesgarme a decir algo vergonzoso. Y no podía mentir. Ya hablé antes sobre mi problema con las mentiras. Sé lo que vas a decir: ¡Ocultar es igual a mentir! Bueno, eso son sólo malas matemáticas. Por ejemplo, digamos que eres autocomplaciente. No es que esté diciendo que lo seas… Bueno, de hecho, sí. Digo que lo eres porque todo mundo lo es. Pero incluso si eres la persona más honesta del mundo, ¿corres por las escaleras después de cada sudorosa sesión y gritas: ¡Mamá! ¡Papá! ¿Adivinad qué…? Por supuesto, no. Es igual con los hongos, aunque en este caso el placer lo haya buscado para mi mente. De acuerdo, eso va un poco lejos, pero creo que entiendes el punto. Mientras aparcábamos en la entrada, Tess me echó un discurso. —Todo lo que debes de hacer es llegar a las escaleras. Puedes lograrlo, cariño. Sé que puedes. Son las siete, así que estarán viendo las noticias. Me asomaré a la sala de estar, y les diré que hemos comido algunos donuts en el camino y que ahora te sientes mal del estómago… 44


—Sí, bien. Donuts. Estómago. En realidad no es una mentira. —Correcto. Y luego me pueden preguntar cuándo empezará el entrenamiento de nuevo y tú te puedes poner tu pijama y meterte en la cama, y si quieren ir a ver cómo te sientes, puedes fingir que estás dormida. —Pero quiero acurrucarme contigo —esto en parte eran los hongos hablando, pero también nos comportábamos así. Ninguna de las dos tenía hermanas, así que pasábamos mucho tiempo haciendo lo que pensábamos que hacían las hermanas. Nos trenzábamos el cabello, nos abrazábamos, nos peleábamos. No habíamos peleado desde hacía algunas semanas, así que sabía que muy pronto lo haríamos. Tal vez en mitad del abrazo, o quizá por la mañana. —Contrólate, pequeña —Tess estaba destinada a decirme con su exasperada voz de hermana mayor. Y yo asentiría con la cabeza y ella frunciría el ceño, y ambas sabríamos que no importa porque siempre termino fuera de control. Pero ahora, en la entrada, no peleábamos. Nos movíamos. —Primero lo primero —dijo Tess mientras me sostenía por los hombros y me señalaba la puerta—. Piso de arriba. Mirada en el objetivo. —A la orden, mi capitán —dije, y subí por el sendero de ladrillos. Aunque ya percibía claramente muchas cosas —el crujido de las hojas que sonaba como la lluvia, el brillo de la luz del sol de la noche sobre la aldaba de plata que me recordaba una espada—, se me escapaban muchas otras, obvias, como el monopatín que descansaba contra el roble en el jardín de la entrada. Empujé la puerta sin saber en qué me estaba metiendo. Ahora bien, aquí hay algo que tienes que entender. Nunca nadie usa nuestra sala. Es estrictamente un rincón de la casa 45


para la noche de Navidad y cuando los abuelos están de visita. Así que cuando entré y vi a tres personas juntas, sentadas en el sofá de la sala, estuve tentada a dar la vuelta y no mirar hacia atrás. Creí que había entrado en la casa del vecino. Sin embargo, la voz de papá me detuvo. —¡Hablando del diablo! —dijo en voz alta. Mi cabeza rebotó y mi mirada aterrizó en la persona que se encontraba sentada entre mis padres. Un chico. En traje. En nuestro sofá de la sala. Se puso en pie, y dije: —Y el diablo no tiene ni la más infernal idea de lo que está pasando. En seguida mamá se puso en pie y presentó al chico como si fuera un coche en venta. —Es Dylan… —Hovemeyer, señora —completó Dylan mientras estiraba su chaqueta para quitarle las arrugas. Tenía muchas. Entonces fue papá quien se puso en pie. —¿Hovemeyer? He visto ese nombre en el antiguo cementerio de San Francisco —comentó. —Nuestra familia es antigua —dijo Dylan asintiendo—. Y las personas tienden a morir. Sabía quién era Dylan. Bueno, no lo conocía personalmente, pero todos en la escuela sabían de él. Era alguien de quien uno sospecharía. ¿De qué? Bueno, de cualquier cosa. —Eh, es… —Tess se había unido a mí en la puerta, y mantenía su mano en mi espalda. —Dylan Hovemeyer —dijo él, y vino hacia nosotras con la mano extendida. No estaba segura de a cuál de las dos estaba destinada, pero Tess desenfundó más rápido. Mientras ella sacudía la mano derecha de Dylan, yo extendí mi izquierda y pronto estaba sacudiendo su mano izquier46


da. Un pulso de energía se extendió rápidamente entre los tres, de un lado a otro, como cuando las personas hacen una ola en el estadio—. Vamos a clase de economía juntos —continuó. —Sííí —dijimos Tess y yo al mismo tiempo, como si fuera algo en lo que nunca hubiéramos pensado antes, lo cual era una absoluta tontería. Habíamos hablado de Dylan. Teníamos teorías sobre él. —Creía que ya erais amigos —dijo mamá con la cara arrugada. —Nos estamos convirtiendo en amigos —dijo Dylan, mirándome fijamente—. Amigos rápidos. El apretón de manos à trois se mantenía con fuerza y Tess me dirigió esa mirada de ¿ahora qué?, y yo le devolví una mirada de hum, yo todavía estoy de viaje, por lo que tomó el control, como siempre. Apartó su mano y la colocó sobre la mía. Era la mano borrosa de nuevo, la pata de oso de felpa de los dibujos animados. —Tienes un aspecto genial, Dylan —dijo Tess—. Y nos encantaría ponernos al día, hablar de conexión y todo eso, pero Mara se siente terriblemente enferma. Asentí, pero no retiré mi mano. Me gustaba, emparedada y enredada entre sus dedos. Se estaba derritiendo como un queso a la parrilla. —Ha vomitado sin cesar —agregó Tess. —Ay, cariño —dijo papá. —Latte de calabaza —informó Tess. Los ojos de mamá se entrecerraron porque sabía que yo consumía esas cosas como si fueran agua durante los meses que terminan en BRE. Así que agregué un detalle clave. —Probablemente algo fúngico también. 47


Esto hizo que mamá se estremeciera, pero Dylan no se movió. Las palabras vómito y fúngico generalmente pueden asustar incluso al menos quisquilloso, pero fueron necesarios los perfectos brazos de jugadora de hockey sobre hierba de Tess para separar nuestros dedos. —Directamente a la cama esta vez —dijo y tiró de mí hacia las escaleras—. Lo siento, Dylan. De nuevo, estás… elegante. Dylan pareció tomárselo con calma y se encogió de hombros, como si le dijeran que está elegante todo el tiempo, lo cual yo sabía a ciencia cierta, era así. —Mara… —comenzó a decir mamá, pero pronto Tess y yo estábamos en la escalera y su tono fue de la sorpresa a la vergüenza—. Lo siento mucho, Dylan. Ella es… Bueno, tiene un estómago sensible. —No hay problema —dijo Dylan—. Ya he cumplido con mi objetivo. —¿Y eso es? —la voz de papá sonó repentinamente suspicaz. No era un idiota. Podía ver a través de un traje arrugado. —Quería conocerles a ustedes dos. Y estrechar la mano de Mara. Gracias por ser tan amables conmigo. Su casa es un buen hogar. Cuando llegué a mi habitación, ya había escuchado que cerraban la puerta principal. Miré por mi ventana al jardín delantero. Dylan corría a través del césped, monopatín en mano. En cuanto llegó al camino, arrojó la tabla al asfalto, saltó sobre ella y escapó, con traje y todo, hacia la noche. Abrí la ventana para poder oír las ruedas chirriantes alejándose mientras me derrumbaba sobre la cama. Sonaban como si estuvieran izando las velas de un barco en su camino hacia el mar.

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una trilogía

A

ntes de que nos zambullamos de nuevo en el tema, probablemente debería contarte tres historias sobre Dylan.

Rumores, en realidad, pero los rumores son tan importantes como cualquier otra cosa. Incluso si no son verdad, terminan convirtiendo a la gente en quien es. Historia número uno: su padre murió bajo un montón de mierda. Supongo que debo abundar en ello. Dylan comenzó a asistir a nuestra escuela a mitad de sexto curso. La secundaria es un momento difícil para cualquier chico, pero ser el chico nuevo en la escuela a mitad de año es lo más difícil que puede haber. Si te presentas el primer día de clases, no es tan malo. Nuevos profesores, nuevos casilleros. La gente está distraída. Algunos chicos podrían decir: Eh, no me acuerdo de ese tipo, pero muy pronto ya estás integrado en el estofado pubescente. Y entonces eres uno más de los que reparten bromas pesadas, o de los que las esquivan. Pero aparece después de las vacaciones de Navidad y las cosas serán muy diferentes. Entonces los chicos se comportan como Eh, ¿cuál es el problema de este intruso? ¿Su madre lo ha traído a Jersey después de divorciarse? ¿Lo expulsaron de su última


escuela por enviarle mensajes eróticos a la enfermera? Este cretino no es uno de nosotros, eso está claro. Se buscan los nombres en Google, las historias de noticias locales aparecen, se siguen vínculos, hasta que surge un cuento. El de Dylan era que su padre murió bajo un montón de mierda. Nunca lo busqué para confirmarlo, pero creo que Tracy Levy me dijo que Dylan era de algún pueblo perdido de Pensilvania y que vivía en una granja con sus padres. Una mañana su padre compró un montón de estiércol (que técnicamente es mierda) y cuando lo estaba descargando presionó el botón equivocado del camión de carga o lo que fuera, todo se derrumbó sobre él y se ahogó bajo la pila. Dylan supuestamente lo encontró una hora más tarde e intentó desenterrarlo con sus propias manos, pero ya era demasiado tarde. Ahora bien, los chicos son crueles. Todos lo sabemos. No es raro que la historia se propagara rápidamente. Gracias en gran parte a personas como yo, que aman los buenos chismes. Pero aunque los chicos sean muy crueles, no son monstruos. No molestaban a Dylan con eso. Simplemente le dio una reputación. Dylan venía de una granja, eso significaba que era pobre. Su padre murió haciendo algo estúpido, lo cual, si tienes la genética en cuenta, significaba que Dylan era estúpido. Y además, ese algo estúpido implicó una pila de estiércol en la que Dylan escarbó, y eso dio como resultado también a un chico sucio. Y apestoso. Así que Dylan fue conocido, casi de inmediato, como un pueblerino idiota y maloliente, que probablemente había sido marcado de por vida por lo que le ocurrió una tarde en Pensilvania. Todo mundo se sentía mal por él, pero nadie quería ser su amigo. Incluida yo. 50


Historia número dos: él quemó el QuickChek. Otra vez, esto requiere una breve explicación. En el cruce de Willoby y Monroe solía haber una tienda QuickChek. En el verano después del séptimo curso, Tess y yo íbamos hasta allá en nuestra bicicleta para comprar Mountain Dew, Twizzlers y el último número de Vogue. Luego nos íbamos con todo a un arroyo cercano, nos sentábamos en las rocas y usábamos los Twizzlers como pajitas para beber el Mountain Dew mientras arrancábamos fotos de modelos de revistas y las convertíamos en pequeños barcos de papel con los que echábamos carreras en la corriente: ¡Vamos, Adriana! ¡Vamos, Svetlana! ¡Vamos, vamos, vamos, gloriosas anoréxicas rumanas! Bien, de acuerdo. Estoy casi segura de que no usamos las palabras gloriosas ni anoréxicas ni rumanas, pero vaya si nos emocionábamos. ¿Qué más había que hacer? No podíamos conducir. Todavía no bebíamos. Los chicos nos interesaban, por supuesto, pero todos estaban en su casa matando zombis o viendo a gente hacerlo, y a Tess y a mí realmente no nos interesaba eso y… Lo siento. Los zombis no son el punto. QuickChek sí. Así que resulta que las niñas de trece años que compran la revista de moda ocasionalmente, refresco con cafeína y una bolsa de regaliz de fresa no son suficiente para mantener una tienda de ese tipo en números negros, y para el invierno de ese año cerró. Era una especie de hoyo de mierda, pero una vez que la gente dejó de usar el edificio, los mapaches y los adolescentes lo tomaron, husmeando por la noche para hacer las cosas que los mapaches y los adolescentes hacen, es decir, armar grandes desastres, sobre todo. Los grandes desastres tienden a ser bastante inflamables y por eso no fue una sorpresa que algunos chicos incendiaran 51


el lugar. Bueno, un chico le prendió fuego, si hay que creer las historias. No hubo arrestos y ninguno de los padres se enteró, pero la nueva clase entró en Covington High convencida de que en la última noche del octavo curso, Dylan Hovemeyer había acompañado a Joe Dalton y Keith Lutz al QuickChek abandonado con la intención de destrozarlo. Ya sabes, como una celebración de su virilidad. Pero Dylan llevó un invitado inesperado a la fiesta: un cóctel molotov hecho en una botella de té helado llena con líquido para encendedor, mientras que la mecha era una camiseta que nos habían dado por la graduación de secundaria que decía: Vayan por ellos, jóvenes graduados. Aparentemente, el joven graduado Hovemeyer fue por ellos y lo hizo bien. Es decir, si ellos era la pila de periódicos viejos que él atacó con el ardiente cóctel molotov antes de que Joe y Keith tuvieran idea de lo que estaba pasando. Los tres salieron de allí con las llamas lamiéndoles la espalda y prometieron nunca hablar del incidente, una promesa que duró quince horas. Al final, todo salió bien. El dueño del edificio probablemente obtuvo dinero del seguro. La policía nunca implicó a los chicos. Y ahora hay un restaurante Chick-fil-A que todo el mundo adora, salvo por el hecho de que cierra los domingos. Puedes agradecerle a Jesús ese cruel trato. Historia número tres: Dylan es padre de tres niños. Ésta fue la menos corroborada de las historias, pero las otras dos ciertamente ayudaban a hacerla creíble. Recuerda, para el momento en que Dylan estaba en secundaria, era conocido como un pueblerino pirómano con un padre muerto. En otras palabras, no tenía nada que perder y, por lo tanto, cuando algo raro sucedía, él era el sospechoso. 52


¿Una alarma contra incendios se disparó el primer día de los exámenes finales? Tenía que ser ese chico Dylan. ¿Habían sido robados unos portátiles del aula de informática? El señor Hovemeyer. ¿Estudiantes en combustión espontánea? Puedes apostar que su nombre fue mencionado más de una vez. Pero incluso antes de las combustiones espontáneas, estaba el curioso caso de Jane Rolling. Jane siempre había sido un poco gorda. No obesa, sólo consistentemente esponjosa. Bueno, durante el primer año se volvió cada vez más esponjosa. Y entonces un día dejó de asistir a la escuela. —¡Trillizos! —me contó Tess unas semanas más tarde. —Ella estuvo… ¿embarazada? ¿Todo ese tiempo? —dije. —Embarazada. Sí. De tres. Todos niños. —Eso es una locura que lo flipas —dije, porque primero de bachillerato fue el año en que decía tonterías como que lo flipas. Intentaba conseguir mi propio eslogan, lo admitiré libremente. —Lo que es más locura que lo flipas —dijo Tess con tono burlón— es la identidad del padre. Me encogí de hombros porque había mejores chismes que la vida amorosa de Jane Rolling. —¿Qué te parece Dylan? —prosiguió Tess—. El padre estiércol Dylan. El incendiario Dylan. —Maldita sea —dije—. Está bien. Salieron. Se acurrucaban en los escalones de la entrada antes de la primera clase. Era… nauseadelicioso —sí, nauseadelicioso. Otra joya de primero de bachillerato. —Así que ahí tienes —dijo Tess—. El delincuente se ha reproducido por triplicado. —El tipo tiene un esperma poderoso. 53


—Pensé que habías aprobado biología. Tiene más que ver con los huevos de Jane. La chica tiene un gallinero ahí abajo. —Bueno, no envidio a ninguno de los dos —dije, lo cual no era completamente verdad. Tener un trío de bebés no deja de tener sus ventajas. Una vez que aprenden a caminar y a hablar, puedes enseñarles números de canto y danza y ¿a quién no le gusta un poco de claqué y una canción a tres voces? Jane no regresó a la escuela, por supuesto, y Dylan se convirtió en una presencia más oscura y misteriosa que nunca. Supongo que hablaba con otros chicos, que tenía amigos. Pero para chicas como nosotras dos, él era simplemente un paquete de rumores y sospechas, vestido con vaqueros y camisetas de béisbol. Análisis literario: Dylan era triste. Y peligroso. Y fascinante.

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