Oswald Wirth - El Libro del Maestro

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Oswald Wirth – El Libro del Maestro fantasmas de la imaginación, para ejercer, gracias a ellos, su influencia sobre la inmensa masa de los espíritus groseros. Ése fue el punto de partida de este Arte Sacerdotal, que siempre ha desempeñado el papel principal en el gobierno de los hombres. Pero no nos apresuremos a condenar antes de haber comprendido bien. En las cosas humanas, el bien y el mal tienden a entremezclarse: es preciso saber distinguirlos sin prejuicios. Reconocer el uno y el otro en todas las cosas es atributo del iniciado que ha sabido coger el famoso fruto de árbol del conocimiento del Bien y del Mal. Toda la psicología del sacerdote-brujo primitivo no se retrotrae a los subterfugios de una astucia ambiciosa, o al deseo egoísta de explotar el candor de los demás, porque tenemos que ver en él el precursor de nuestros filósofos y sabios. Para sostener su renombre de sabiduría, debía encontrar respuesta a todo, y, en particular, a las preguntas que se hacen en presencia de los fenómenos naturales. Hubo de imaginar pronto una cosmogonía, que atribuía todo a la acción de seres invisibles, buenos o malos, concebidos a imagen del hombre. Las generaciones sucesivas profundizaron enseguida estas nociones rudimentarias, de las cuales se desprendió poco a poco toda la ciencia de las edades primitivas. Aunque salida de la imaginación, esta ciencia no es de desdeñar. Se le ve traducida en mitos, en símbolos, en alegorías, en una multitud de prácticas supersticiosas. Guardémonos de desdeñarlas. Mientras más absurdas parecen a primera vista, más deben solicitar nuestra atención, si, transmitidas de siglos en siglos y sin cesar combatidas por las ortodoxias y el racionalismo, han sobrevivido a despecho de todo. La obstinación de su supervivencia no puede explicarse sino por un fondo de verdad oculto del cual son el muy impuro vehículo, tal como sería una perla que se encontrara metida entre un montón de harapos sórdidos. Como Maestros, nos corresponde descubrir esta perla, sin dejarnos desanimar por lo que la sustrae a la indiscreción profana. Pero si la inteligencia humana es respetable hasta en sus primeros balbuceos, es preciso no perder de vista que los espíritus sutiles se inclinan a burlarse de los cándidos. El candor infantil de las gentes primitivas debía estimular la ingeniosidad de los hechiceros. En presencia de multitudes dóciles a todas las sugestiones, se atribuyeron misteriosos poderes. Por ceremonias extrañas, sacrificios y encantamientos, pretendieron conjurar dioses y demonios, determinar la buena o mala suerte y obtener la realización de todas sus fantasías. Así se esparció la creencia en la eficacia de los ritos mágicos, cuya tradición se ha mantenido hasta nuestros días, puesto que los vemos 9


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