Oswald Wirth - El Libro del Maestro

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Oswald Wirth – El Libro del Maestro desde la catástrofe. La misma madre de los dioses es de opinión que Bel, promotor de todo el mal, no debe tener su parte de lo que se ofrece a los dioses. Pero Bel reaparece y se pone furioso porque la humanidad no está enteramente destruida. Ya amenaza a los sobrevivientes, cuando Ninib, el dios de la guerra, desvía su cólera hacia Ea sospechoso de haber sugerido el salvataje. Encausado Ea reprocha a Bel su precipitación: puesto que sólo la humanidad había incurrido en la cólera de los dioses, el castigo había debido limitarse a los humanos. Ahora para extinguir a éstos no era de necesidad ahogar a todo lo que respira. Plagas como el león alado, el perro salvaje, el hambre y el estrangulador Ira habrían bastado ampliamente para el caso. Ea se defiende, por otra parte, de haber traicionado el secreto de los dioses, puesto que nada la prohibía gratificar a su piadoso servidor con un sueño cuyo alcance éste había tenido el mérito de adivinar. Satisfecho, Bel sube entonces al arca donde el protegido de Ea se había retirado por prudencia. El dios lo hace descender a tierra juntamente con su mujer y ordena a la pareja arrodillarse. Después Bel declara: “Hasta aquí vosotros erais mortales, en lo sucesivo Utnapishtim y su mujer serán dioses como nosotros”. Al mismo tiempo toca a la pareja con su cetro, la bendice y la transporta lejos a fin de que goce de su inmortalidad en la desembocadura de los ríos, es decir en la extremidad del mundo, más allá de lo que se llamó más tarde las Columnas de Hércules. Berosio cuenta que el nauta del Arca fue igualmente inmortalizado. En cuanto a los otros sobrevivientes del diluvio, volvieron a Babilonia donde, conforme a las órdenes recibidas, desenterraron los ladrillos sumergidos en Sippar, a fin de esparcir entre los hombres las enseñanzas que allí se encontraban consignadas. Utnapishtim es el título iniciático del que ha encontrado la vida conquistando la inmortalidad. Si Gilgamés hubiera comprendido el alcance del relato de su antepasado, no habría temblado ante la muerte. El Noé caldeo fue desde luego designado bajo los nombres de Atrakhasis o Khasisatra, del que Berosio hizo Xisuthros, lo que es un homenaje rendido a la rara sagacidad del protegido de Ea, porque al atribuirle “orejas desmesuradas” (es el sentido de la palabra) sus contemporáneos hacían alusión a una hiperestesia auditiva tomada en sentido intelectual. Hisuthros oía, pues, lo que nadie podría percibir. Comprendiendo mejor, fue más sabio y más previsor. Obedeciendo a Ea, no se pegó a lo que seduce a los demás hombres; sino que buscó la vida construyendo el arca y recogiendo en ella todo lo que es 65


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