Colección Orestes Di Lullo

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Orestes Di Lullo

muy respetadas. Si ellas fracasaban -lo cual era lo más probable- las creencias de la comunidad, que no estaban muy separadas de las fórmulas mágicas del curandero, le vaticinaban a la víctima un lugar en el más allá adonde compensarían sus pesares. Para la tradición indígena, señala Di Lullo, la enfermedad era producto de los malos espíritus. Para espantarlos recurrían a los curanderos, los amuletos, los conjuros y hechizos. Plumas, hilos de lana, collares de cabezas de serpientes, pedazos de huesos de cráneos, dientes y garras de animales formaban parte de una singular farmacopea, que había asombrado tanto al padre Lozano, quien diría que el pueblo más contagiado por la hechicería era el de Santiago del Estero. Por esa razón el teniente general don Alfonso de Alfaro había condenado…a varios al brasero para que las llamas abrazasen esta peste y se purificasen al aire de tan fatal contagio. Una reacción demasiado cruel, si recordamos que la medicina de los españoles también apelaba a conjuros, rezos y remedios extraños. Como curar tomando agua tres veces “barajada” (pasada de un vaso a otro) mientras se rezaba un padre nuestro. El credo no, aconseja,…porque es muy cálido. La segunda parte del libro es un delicioso inventario de las enfermedades y remedios que la cultura popular había aceptado. Las primeras podían dividirse entre los males en el cuerpo, muchas veces nacidos de la orfandad sanitaria de las poblaciones rurales, y los males del alma, de los que contagia el deseo en todas partes. Para estos últimos también había remedios o explicaciones del mal. Así la vulgar purgación, mejor designada como blenorragia, podía ser mal de hombre o mal de mujer, según la víctima del encuentro amoroso. De cualquier modo, el mal podía curarse tomando durante nueve días en ayunas un trago de ginebra marca llave al que se agregaba enseguida una tajadita de naranjas. Si el remedio fracasaba, el enfermo debía tomar el caldo de la lengua del oso hormiguero bien hervido. Sin sal, por supuesto. Más espiritual es, en cambio, el mal de amor producto de brujerías, artes mágicas o encantamientos, que le causaban al enamorado con el mate, pequeños cigarros o sangre menstrual en la cama. Por suerte, bastaba un ramito de ruda en el bolsillo para evitarlo. Di Lullo escribió ese libro hace más de ochenta años. En ese tiempo, la medicina tuvo grandes transformaciones y encontró cura para estos y otros males. Comparados con esa evolución de la ciencia, la lista de remedios que recoge aquí el médico Orestes Di Lullo con sonriente erudición, envejeció necesariamente. La frescura de sus páginas, en cambio, sigue intacta. 8


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