Caballos Planetarios

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Caballos planetarios Gonzalo Maire

Editorial Rove





Gonzalo Maire

CABALLOS PLANETARIOS

Editorial Rove


© Editorial Rove, 2012 © Gonzalo Maire, 2012 Portada: Xu Beihong. Título: “Cuatro caballos”. Tinta. Contraportada: Xu Beihong. Título: “Dos caballos”. Tinta. Ilustraciones: Genoveva Moncada Astudillo. 1ª edición Registro Propiedad Intelectual: 216.399 Santiago de Chile, 2012. Publicado en formato online en Buenos Aires, Argentina, octubre de 2012.


“Aprende de los pinos, aprende de los bambúes. El poeta debe desprenderse y separarse de su yo. Aprender quiere decir unirse a las cosas y sentir su naturaleza íntima, percibir la vida delicada y captar el sentimiento; así se crea la poesía”. Matsuo Basho (1644-1694)

“Quizá no sepas lo que yo soy ni lo que yo significo, pero, de todas maneras, seré saludable para ti, y justificaré y fortaleceré tu sangre. Si tú no me alcanzas con el primer golpe, ¡anímate! Si tú no me encuentras en un lugar, ¡búscame en otro! En alguna parte me he detenido para esperarte”. Walt Whitman (1819-1892)

“Y yo transmitiré sin decir nada los ecos estrellados de la ola, un quebranto de espuma y arenales, un susurro de sal que se retira, el grito gris del ave de la costa”. Pablo Neruda (1904-1973)



Dedicado a toda alma que en su testimonio de planeta, vea aquĂ­ el sitio de su gracia.



ÍNDICE

Debo confesarte este libro

pág. 13

Prólogo

pág. 14

Obertura

pág. 22

La creación

pág. 32

Alfarero

pág. 39

CABALLOS DEL CIELO

Caballos del cielo

pág. 44

El errante

pág. 50

El inicio: la espada de la coerción

pág. 55

Si tú, tal vez fuiste

pág. 61

Lloré la noche mi nombre

pág. 66

Al dolor de la poesía

pág. 72

Agua para un abandonado

pág. 75

Laoshan

pág. 80


Aquello

pág. 87

El día que amamos a un loco

pág. 89

No me pregunten nada

pág. 96

Yo te pido, si aún eres hombre

pág. 101

Los ríos de mi canto

pág. 106

Algo

pág. 111

Declaración de movimiento

pág. 113

Hojarasca

pág. 120

CABALLOS DE LA DISCORDIA

Caballos de la discordia

pág. 124

La guerra de Corea

pág. 130

El enamoramiento de las cosas

pág. 136

El tonto tonto

pág. 138

A las vacas, a las aves y al cerdo

pág. 143

¿Hay algo más gracioso…

pág. 149

El rostro del mundo

pág. 153

Me busco al encuentro

pág. 160

La vida de sombrero

pág. 165

Lo abundante y lo empobrecido

pág. 168

Genealogía del mediocre

pág. 171


El fin de este libro

pág. 178

Soy

pág. 186 pág. 188

Gusto en saludarte. Vengo de ningún lado,

pág. 189

A veces es bueno morir

pág. 193

CABALLOS DE LA NOCHE.

Caballos de la noche

pág. 198

Cielo

pág. 207

Me piden paciencia

pág. 210

La tierra ya no es la misma

pág. 215

Un perro ha muerto

pág. 219

El destino del amante

pág. 223

Aburakago

pág. 228

La muerte

pág. 231

Anónimo

pág. 239

El mar

pág. 245

Inflorescencia

pág. 249

La casa

pág. 252

Sandía

pág. 257

El agua

pág. 261


En los caminares del hombre sabio

pág. 264

Mis manos

pág. 272

CABALLOS PLANETARIOS

Otra vez, otro nacimiento (Emilio Vargas)

pág. 276

Sin título (Ile Annae)

pág. 282

Otra voz del padre (Alejandra Pinto)

pág. 284

El último día (Gonzalo Núñez del Río)

pág. 289

A esta hora todo (Pablo Maire)

pág. 298

Sakura Eterno (Maya Echeverría)

pág. 301

Sin título (Cynthia Valdivieso)

pág. 304

A Hachiko Endo (Julio Iturra)

pág. 306




DEBO CONFESARTE ESTE LIBRO.

Yo escribo a las cosas y ellas a veces me lo consienten, porque hay algo que en mí se ha declarado para ser dicho, como si fuese un pan que debe ser amasado o como un trigo que debe ser imperiosamente desgranado. Así es esta nebulosa que desde mi alma se enmaraña. Todo en mi boca, oculto, simiente. Y porque quiero que tú veas sin ver, y porque quiero que tú palpites la falta sin recurrir a tu propia ausencia, se aquí el testigo de lo que ha muerto o de lo que está por nacer. Óyeme sin palabras en tu boca y sin colores en la memoria. Se el verbo del mundo.

Santiago de Chile, febrero de 2012. 13


PRÓLOGO. Yo te escribo desde todas las trayectorias, a modo de exponer mis razones.

Entre los versos que se desgreñaron, la materia informe del cosmos, y entre los versos que se desprendieron de su región antiquísima, me crearon a mí, tan puramente como un ave confusa, abstracta, sobre una aurora posada y malherida. Y de este tiempo simple, dejemos sobre los azahares la lluvia que sea las flechas innumerables de nuestros caminos estrechados o la filosa melodía de un fantasma fugitivo: 14


dejemos el ya no nos importa, si el en sí sea más de lo mismo, no sólo de un hombre el rostro sin casa, desamparado, o sin piedras las flores en su jardín, porque yo tomaré de las cuerdas del tiempo toda su resonancia y andaré de testimonio con ellas para enseñarte las cantilenas que crecieron silenciosas entre la huida cándida y la delgada espera.

Tanto yo he visto y tanto he tocado de cada viaje, que hasta entiendo el por qué, nosotros, que nacimos en la ciudad no nos conducimos siendo nosotros los mismos: duele levantarnos. Duele caminar. Cansan las apariencias. Llegamos con los muertos, venimos con los sueños fríos, y expulsados de un túnel de sangre y de leche, aparece la voluntad de lo informe, bajo la imagen de acciones ilustradas y virtudes nobles, pero de obscuridades roídas: 15


pilastras alegres nos educan como entes sombríos, ¡si hijos somos de la ignorancia!, recostados entre los ojos de la noche. Similar a un viajero fatigado nos presentamos: oh provincias de la ruina, departamentos seniles, de tus pies sin bordes, calzados en el aire, las tardes se fueron en tus gritos, encontrándonos sobre la funesta oscuridad un dolor agudo a sangre y a lunas.

En cada marcha, por cada prolongación del camino, en contracciones el viento acarreó la más profunda soledad, dejando como una quemadura su estancia en el alma, y en los valles planetarios las familias lloraron o se enmudecieron, y sus hombros se encorvaron con ballestas de remordimiento. Así es como fue éste el final de los senderos, la muerte de los viajes. 16


La costumbre nos constriñó como una madre, las manos construyeron la antesala, fundaron el mueble, enarbolaron el solar junto a plegarias diáfanas, grandes murallas providenciales. De humo trascendió la hora, de polvo las pisadas y los hombres instauraron escalpelos y borrascas, golpes y aullidos sintéticos, para protegerse de las hojas marchitas o rotas.

II Y yo, que de no poseer ya nada, de haber cedido todo atrás, hacia la omisión del planeta, se ha dispuesto de aquí mi gran poderío: un corcel, un caballo, que es mi voz, desde donde su rumor envió la escucha de un sin-algo, un llamado remoto y contiguo de mi existencia, y de tantas otras vidas,

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que a través de la nostalgia de un campo veloces desbocaron la medida adecuada de su marcha, resonando voces errantes y tristes sobre mi alma.

III Hoy fueron los días claros, el tiempo de ser. Hoy fueron los días confusos del caminar oscilante, la voz que surge sobre la multitud incógnita, el insecto que de la caída se sobrepone a sus alas, ronroneando el contorno inmediato de la luna, esa quebradiza luna, cuyos ojos fijos bajo las sombras miran el linde de una incólume ciudad.

Me preguntarán los eruditos, los invernaderos, los invertebrados, ¿para qué ser un vagabundo? 18


Yo no puedo contestar: en un baúl depuse las palabras de un ayer. No obstante, como desgastado entre un susurro, el viento se sabrá, sin decir una boca, ni siquiera un pensamiento recóndito, que enarbolado de esta voz, cuya forma en mis delirios otorgó a los caminares la arena de mis senderos y mis pies y la materia su más pura y profunda expresión, que yo estaré andando junto al hermano los senderos en el territorio vasto de la Tierra, recorriendo la patria impúber, primigenia, aquella que aún no propaga sus deseos de clorofila, o idilios, o rencores, o hambrunas, o envidias, o separaciones; institución silvestre, vientre pastoril que todavía no desata con sus manos alargadas toda la estación florida.

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III Mi viaje es éste, mostrenco e ingenuo, el viaje de los que van conmigo, y en el que de todos, voy yo con ellos; el gran camino en que ya no se muere todavía. Pero yo sé de ti, y yo sé bien que los tiempos del alma no son similares, que me apuntarás con el dedo, como si disimulara algo, alguna trampa, un artificio para cuando me leas los bolsillos en su espesor vacío. ¿Qué es del utensilio?, ¿te has acordado del cómo de las cosas?, ¿dónde amontonaste lo lógico en lo necesario?, ¿crees que viviremos -o tal vez moriremos- junto al armonio de las artes o las palabras? ¿podrás lidiar con el aspaviento de los sombríos amores o los regueros fuscos de los sueños? La tarde cae, y no lo sé. Las estrellas caen sobre la charca, y no lo sé. 20


Pero seguiré andando, inclusive, si tú, ya no estás conmigo.

Y de este tiempo simple, mi alma se fugará de pronto, sin explicarme, sin esperarme como un caballo para caminarse de nómade, a donde una maraña se desata junto a la luna repleta de calor, cosiendo un río incansable de lenguaje o presenciando el gesto nacido de una quieta herida; de todas esas voces, mías haré sus palabras, mías sus respuestas, Hermano.

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OBERTURA. Sobre un claro de luna.

Cuando todo está claro, en el tenue asomo, o desde lo simiente, yo penetro la sustancia misma como el día que clarea, pero no de incoherentes líneas mías, sino por anchos puentes, extremidades de lenguaje invisible, ido, extraviado, que de un lado a otro cruzo encima de una cimbra de mutaciones, y en el agua, como en el espejo, las apariencias emergen junto a un loto, decorando y desnudando la pregunta de los cisnes.

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Análogo a un monje, sobre mí alguna vez desgranaron los sonidos en la forma de una cascada de hondos tambores. De cuándo fue la primera descarga, no tengo recuerdo, pero al darme cuenta fue soberana mi conciencia del fondo hosco, de que tanto el ruido y el silencio son una misma condición humana, sobrepuesta en la vida y que reposa en su subsistencia por el encadenamiento de todas las cosas. Así, pensé en mi viaje como un significado en el vacío. Bajan las montañas rebasando la tarde, y el cielo es un corazón rojo: ya sabemos que para el espantapájaros sólo con el viento se alcanza a ser.

Empero, ¿para qué la vertical montaña, si antes de la altura, las flores del té ya habían instituido en el camino su base y su unidad?

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Me detengo a contemplar tu falda blandida, macizo colosal, y aquí que pasen las días con sus tiempos. Hombres nosotros, bajo tu techo. Yo me sentaré sobre las raíces inadvertidas que cruzan el ciempiés, para que me aceptes aquí dormir, como a una piedra, como a una musaraña, si en ello se describieran mis ojos, si en ello la ocurrencia de nuestro encuentro cosieran orillas de tus altitudes o alzara invocaciones a los monjes pobres. Pero yo sólo te pido una cosa: deja a mi alma tranquila que se desate en el llover.

II Sopla meciendo, el viento, tu velo auroral, y siento en mí una palpitación indecible: cómo ciego y mudo, me silbaban, de hojas estridentes, de piélagos misteriosos, yo sordo… yo nieve… 24


lejos cantaba una redonda mácula, volaban inimaginables alegorías, siendo o sido, por las nubes entre los gorriones… ¡ah! sobre mi alma adolorida yace una luciérnaga, y al mismo tiempo un clavel florece fitomórfica estalactita de torno nómade, maraña instituida que de vidrio mortífero su claridad a posarse para siempre se vino sobre mi ventana; Allí se estableció, como un silencioso torrente desbocado en mis sueños, o como un pájaro herbáceo que echó sus afables raíces tras la yema de un crepúsculo tendido sobre un tiempo imaginario:

Vuelas hacia mí, sin ser visto, y te posas en mi alma, que es tu alma, y cantas el polen, y perfumas la estancia castaña de tu domicilio, porque no es el sol el recipiente de tus graznidos, ni atolón, 25


el límite enhiesto donde se despliega el brillo dorado del amaranto, pero, y si a veces ya no creces, ¿dime, si no, qué será, aquello de lo que te detuvo al nacer humano?

III ¡Ay alma!, misteriosa la anchura de esta ave, o el lugar de esta flor, que pasa entre abrazos por el cielo, aromas bajo la tierra, mezclando azulino raigambre: pasa, pasa, pasa como un pensamiento vistiendo de plumas su sombra oscura, pasa y pasa, sin contenerse, explorando el territorio de mi cuerpo finito, de arena calmosa, de río quieto, desatándose en la desembocadura de mi mente: oh pluma, dedo de silencio en la arandela del escritor, se advirtió en tu croquis ficticio toda la fuerza del viento,

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ósculo plácido que la vida nos contaron de los nubarrones, ecos provenientes de los espíritus innumerables, otros, desde senderos remotos: aquella ave anidó en mi descanso, bajo su corola vegetal de sueño eterno, o una raíz espiritual que nunca yo supe diferenciar… aquel oigo de yo, oídlo, es el pequeño clavel de la ventana, la flor que entona en su florescencia una burbuja de polen, contenida, en la alturas más altas donde nace su estrío y como un idioma regresó para hablar el hablar de todos nosotros.

IV Y luego la noche ronca en mis oídos. Y es la hora de escribir.

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V -De una hoja, se quedaron tras sus voces los últimos otoños.-

VI Cuando llega la noche estrellada, a las parcelas levanto mi oración del cielo, entelequias de la más alta llanura, galernas silvestres, en cuya prolongación se fragua vigorosa la esencia de las montañas de cabezas ambarinas: ¡mírenme!, ¡mírenme en esta noche encabritada, noche de las estrellas fugaces!, quiero yo narrarles la historia de la tristeza: de la misma manera que el agua en su caudal disgregó las voces ahogadas, alguna vez sobre una herradura de sangre, oprimida, enmelada, vi a los espíritus ausentes perder bajo los pies su voluntad de pastoreo, 28


cuando dentro de las bocas no habían animales, y con las manos profanadas lloraron un algo de sangre que nadie pudo insinuar, porque no eran lágrimas, no eran lágrimas, sino el bramido de una insondable hendidura que hizo de las hojas del alma una desesperación violácea y enferma.

VII Vivo con un dolor que va conmigo, silencioso y mordaz, y yo me huyo de cada poblado, queriendo equivocarme con los días y las frondosidades, pero el peso infausto me atosiga como mi sombra, como una mordida de plata; se expone, se despliega en mí, y él es mí. Mientras los demás lloran. Mientras lo demás lloran.

VII 29


A la tristeza y a los adoloridos, vean que aún se desvisten los laberintos que yo sigo sobre mi alma, vean que conduzco, soy, y me diluyo, como la voluntad entusiasta en la forma de una avecilla, una delgada estría hacia el cielo infinito, posándose, como lo haría una paloma de ascua para mirar dónde se desaguó de astilleros la pasión de mi ser.

Yo no he muerto porque me vean como a un errante, como a un perdido, no he sido igual a la hierba que maduró en las praderas del olvido, sino que, tal vez, yo soy la escritura de mi propia respuesta. Y entonces sigo. Y entonces, y entonces, y entonces, yo sigo.

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VIII Deseo: sólo si me han sustraído tu vida, la maravillosa vida, sólo si ya no estás conmigo, sólo si ya de ti no nacen frutas de colores, sólo de ahí, de ese relámpago decisivo y absoluto, yo podré despedirme de mí mismo. Yo podré caminar y perderme en la inmensidad de las cosas. Y entonces el fuego lo quemará todo, y entonces el crepúsculo brotará como una luciérnaga moribunda. Y yo diré adiós. Adiós a mi noche, adiós a mis pisadas que sollozan, adiós a mis palabras de un lejano himno del corazón, de térrea felicidad, porque la poesía, vida mía, la poesía se ha vuelto para mí un viajero fatigado.

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LA CREACIÓN. Mientras el cuervo se posaba en la rama.

Antes de la obertura, no había voz, no acaecía, ninguna voz: todo era un irrumpir de sí mismo, tan puro, tan ingenuo, cuando en el centro se cobijaba el elemento perdido, el alma del alma, como un inefable fondo vacío. Y en un extraño espejo, la luz y la penumbra se contemplaban el rostro falto de todo, del que no se había instituido nada aún.

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El perfil, el trazo, la entelequia o la idea eran una fuga que iba en el espacio, deambulando entre los senderos de la falta.

Y de repente apareció un ave, el cuervo, y se elevó de su volátil oquedad al crepúsculo de la vida, y de repente, y de repente la luz, la continua claridad que se desencadena del volumen y el alma, y de repente el sol, y de repente el fuego, sus lenguas repartiendo escarlata, rebosadas de pasión fosfórica, lumbres, fogones, antorchas, veranos, y de repente el día, la canción de las aves, la aurora, la diáfana luz de los valles, 33


el ámbar del trigo, y de repente la noche, el gran océano oscuro y lejano, la melancolía, el negro, la luna, la esperanza, la congoja, y de repente el cielo con sus nubes, su espesura celeste, la bóveda de los sueños, la magnitud desmedida, el suspiro, y de repente el agua, los mares, la espuma, las olas, las caracolas, las rompientes, la brisa, las gaviotas, y las tardes destinadas para los peces del cielo, y de repente la montaña, y con ella la altura de la tierra, la medida de la nieve, la cumbre, la cordillera, y de repente el árbol, las raíces, el verde, la madera, el tronco, la savia, la copa y las repeticiones del bosque, 34


y de repente el viento, las hojas tras el otoĂąo, el crepĂşsculo, las estrellas, la madurez y el movimiento, y de repente las piedras, lo estĂĄtico, lo inmutable, las sales del planeta, las rocas, los peĂąascos, las arenas, la piedrecilla, el grano, y de repente las flores, el estallido del polen, las abejas, los pĂŠtalos, los colores, el breve tiempo, las rosas, los claveles, los cerezos, las adelfas, los crisantemos, los jacintos, las madreselvas, las hortensias, los ciruelos, las fucsias, la primavera, y de repente los minerales,

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el Ăłpalo, la malaquita, el jade, la plata, la turquesa, el rubĂ­, el cobre, las amatistas, el diamante, el oro, la esmeralda, y de repente el amor, bondadoso de besos, de cartas, de cariĂąos, de poesĂ­a, de amigos, de amantes, de noches eternas, de tiempos cortos, largos, de bocas planetarias, y de repente el dolor, catarata de tormento, de lluvia, de lĂĄgrimas, de tristeza infinita, de amargura donde nace el invierno, y en sus torrentes la mentira, los celos, la crueldad, la avaricia, los males sempiternos, el ego, simplemente, como ego, y de repente los dioses, 36


a poblar venidos del miedo, al mundo, del alma afligida, al mundo pero ellos no se mueven, ni interceden, ¿qué es lo que harán? y de repente el pensamiento, la idea, el concepto, el lenguaje, la boca del alma, la primera mano de la virtud, lo simiente por antonomasia, y de repente los libros, las páginas, las bibliotecas, los escritores, los volúmenes, las lecturas, las plumas, los genios, los creadores, y de repente el sexo, la catarsis de la carne, la danza de los amantes, las uvas, la manzana de la almohada, el púrpura, la cama, 37


y de repente los padres, que no siendo padres, pueden serlo, y en sus nombres no hay cruces, ni sangre, ni mentiras en sus tĂ­tulos, y de repente las familias, fruto de muchas plantas, o de una sola, y de repente el arte, como un nuevo de repente, nacido de un pozo profundo, humano, de los hombres, y de repente el repente, tantas veces fundando y transformando, sin parar, sin detenerse, solo, esperando por mĂ­, esperando por ti, y asĂ­, de repente, de repente y de repente, de repente y de repente, todo ha sido hasta hoy. 38


ALFARERO. El torno del poeta.

Mi mano es de agua, así de simple es su expresión en este mundo, de la misma forma que mi brazo es un torno de hojas y mi quehacer es una dulce melodía entre los árboles balaustrados. Muy simple es la vida, como de arcilla. Muy dura es la vida, como la del artesano.

Yo así me he moldeado, con forma de bandeja, de cacharrito marrón, 39


una amalgama de tantas cosas que he visto y vivido, y que tal vez sirvan en su pura inutilidad para describir como anécdotas o como libros, un sentimiento de paradoja en todo ser humano: de sentirse extraño, de sí mismo, como una caracola dormida en el profundo océano o un loto que se abre en la mitad de su vida, sin saber a dónde ir. También de sentirse despojado, parecido a un fantasma con pies de sombrero y uñas en los dientes, o una guitarra que toca sola el sonido de niños viviendo entre pueblos despoblados.

Y así he ido por esta cosa rara llamada mundo, de aquí hacia allá como un espectro de oleajes, de formas deformadas que se interponen a los latidos minúsculos de mi corazón, 40


bombeando perdones, disculpas de máscaras, fingiendo buenos acuerdos, ya que nadie es como quiere ser, sino como nos ven y nos quieren parecer, similares a contenedores serializados, con etiquetas de números, precios de mercado, clasificados por tamaños, por valores y somos, al fin y al cabo, la solitaria espuma proscrita de un océano lejano que, con mucha, pero mucha suerte, percibimos tal vez en los sueños como un espejismo de azul o esmeralda doliente.

Tal vez por eso quiero hacerme poeta, y tal vez por eso no soy poeta.

En la poesía hay un canto abierto de par en par, que va recorriendo las provincias inescrutables, sin echar raíces, 41


porque el poeta es uno en la misma serenata, recogiendo los pasos entre los caminos, zigzagueando su tierra y su voz sobre un frescor de vasija, y porque allí quiero un canto que se va escribiendo con puño de sangre, de rectitud, con mano de torno en todas las desgracias del planeta, y depositado en un contenedor de materia única, oscura, reservada de la naturaleza como una mano arrugada y partida de anónimo artesano, de hombre de tierra, que dio en su dura vida un único cacharro al mundo y sin una misión o urgencia se colocó bajo un bosque de estrellas a beber, allí donde en su boquilla aconteció el más grande de los besos desdoblados.

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Caballo del cielo

Título: “Invierno”. Autora: Genoveva Moncada. Tinta sobre papel. Año 2012.

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CABALLOS DEL CIELO. “El Tao de quien puede hablarse, no es el Tao absoluto. Los nombres que pueden dársele, no son los nombres absolutos”. Laotsé

No sé de dónde, ni cuándo, si de los anchos ríos de la tierra o de las altas estepas del alma, en mi pecho, tal vez cómo, o de qué manera, la luz, la gran luz luminosa, nació y sobre mí fundó su textura, como si se tratase de un canto de silencioso auspicio, 44


como si en él corriera un océano puro, y en el horizonte se fijaran miles de cristalinos ojos. No tenía forma esta energía prístina, ni lenguaje, pero yo se la otorgué: fue un caballo, un caballo, como ningún otro, que dentro de mí se desató en espiral de meteoros, en descargas cósmicas, en el mito planetario, junto a lo más universal que en el hombre hay, y se dirigió luego hacia el qué diría, los oscuros caminos del quién se sabe, así, cuando el día primero fue de antes, y todo se descubría por el todavía hacer, y todo lo ausente se enmarañó con la espera, tú y yo, bajo el cielo dulcificado, como dos corceles terrestres, entre la mano anduvimos de la noche, solos 45


y completamente desbocados.

Cierro los ojos y en los sueños fugaces o en esas largas realidades, pienso que mi preponderancia no es gobierno, empuñadura, regimiento: es canto, canto hirsuto, canto sereno, canto del cantar, porque mi alma no se contentó con ser, deseaba mucho menos que la mayoría, anhelaba mucho más que una leve paloma, y me dio innumerables manos, todas inútiles y una sola palabra para componer formas divinas que no recuerdo, o tampoco sé si ellas antes de mí, poseían su existencia propia, acaso no sólo de lo que dictamina la gran poesía, 46


sino de la sustancia que brota de poemas para hombres ruinosos, endebles, extenuados, de campesinos dolientes, huertos sangrantes, errantes noches, de ciudades frías, pescadores y peces, niños, hambrunas, amores, casas sin techo, madera feroz, de tristezas, sabios, ingenuos, conocedores, y de aquellos seres que de la muerte se levantaron; también quise envolverme de tronco inamovible, de grosor constante, de textura oculta por otros follajes (o simplemente por la extensión profunda) como un pequeño árbol dentro de un bosque oxidado, para que tú, sin conocerme, mundo nuevo, supieras arraigar mariposas de primavera

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y cuando las intemperies te aguardaran en los inviernos, yo seré la leña, la calandria y el fuego.

Allá ibas, y un paso delante de mí, toda la inmensidad, y un instante delante de mí, toda la creación, como un caballo, como el amor en crines blancas, éramos anatomía de la velocidad, la resolución del trote, la cabellera sin contratiempos, ni susurros, la órbita de la probidad pura, caballos, caballos, los dos, que queremos ser uno, y vamos repartiendo de lo que se nos ha dado, pero las ciudades son una bruma encarnada de pasos tumultuosos, el silencio, mudo, es sigilo indiferente, y en el camino las piedras sangran raudales, afirman su dolor ferruginoso 48


de propagación en pequeñas multitudes individuales, y la hierba solloza, entonces callamos: y porque el cuerpo es finalmente humano, como el tuyo, el mío, callamos: ¿quién podría decir ahora que soy una luz vertiginosa? en la realidad de los desconsolados, en las lágrimas de los afligidos, no hay hombre o Cielo, sólo ombligos y ríos de zozobra, hombre y mujeres, hojas secas y en la rivera, oscila un sol cuajado que no sé de dónde, ni cuándo, pero todavía me espera.

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EL ERRANTE. Bajo Ginkgo, el árbol del otoño dorado.

Niño, ¿es a mí a quien observas? yo sé de algo que no requiere de lógica, algo que va de ti, sobre tus hombros, que su peso de flor tiene el color del recogimiento, y que en sus sencillas puertas el infinito se puede ver como un mar oscuro y en silencio.

Hoy llega la hora de la mudanza, y tú te vienes aquí, sin decirme nada, a mi lado y nos desvestimos como si fuésemos purísimas miradas, 50


recitando las estaciones, unidos por una clareada obtusa, ebria de todas las cosas, donde las nubes nos parecen unas aves trazadas por lunas, tan oscuras, que rondan los corredores de tu alma encerrada, igual a un gran párpado inmóvil, o como una descarga loca.

Niño, ¿eres en mí, o un inicio disoluto, o un aura que palpita en mi ingenuidad, o en vez, eres y eres la dotada espadaña, la rotura verde, que como un laberinto en tu vida floreció bifurcada, indeleble, con dedos sin puertas y con uñas sin ventanas? Niño, soy yo. Niño, yo soy. Yo soy quien te observa, y te toca, y entre mis pies se tejen juegos y apretados vacíos. 51


Soy a quien nos acostumbramos y a quien nos mudamos, afuera, sobre los redondeles de los ojos, y adentro, concertado por arbitrarios contornos.

Niño, ¿Qué te he perdido de mi vida y llorado? ¿Cuánto ha sido el oro acendrado de mis hojas? Tú, aquel tan apegado que a sus bienes fue, hoy se conduce a recorrer lo contrario, yéndose, como una hoja solitaria, nacido desde el líquido cardinal que en mi estructura los caminares han acopiado, yéndose, como un aguacero entre la noche, pero con los años cayó el hilo dorado sin paso de la compañía, yéndose en las lágrimas del niño, y de este estado vivo y originario, y bajo esta espesura, enmarañado dentro de mis cabellos edificaron la morada que ahora en ti es pena y angustia. 52


Niño, has extraviado tu casa, y vas vuelta atrás, yéndose en el errante que soy, que eres, hoy, donde yo me abandono, hoy donde tú te mueres, muero, y soy otro, definiéndonos los estatutos de viajero para que mi letra sea un sigo, persevero, y verse en el no-olvido ni en el recuerdo, y aquí, aquí entonces, como forma desconocida, adjunta en la piedra impenetrable, o sobre la niebla de valles tan oscuros, desde una hoja me voy conquistando, desplegándome, una lengua dulce, torrentosa que escondieron de verde y de porosidad, girando, girando, girando en tus labios con la caída, y en todo lo malévolo, y en todo lo infinito, y en todo el andar de los vientos ambiguos, sanguinarios, todos suavizados, 53


yo, como una flor de rama desconocida, aquí soy yo, el errante, desangrándome los días y las noches hasta fundarme el alma de forma nueva, y así, sobre las arterias donde se fundaron los ríos más celestes, seremos las libélulas simples, sin dones aparentes, para viajar de pueblo en pueblo y errar entre la errante tierra.

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EL INICIO: LA ESPADA DE LA COERCIÓN. Subsistencia en el barrio pobre de Xiangtan, provincia de Hunan.

“Moldea arcilla de una vasija; de su no existencia (en el hueco de la vasija), surge la utilidad de la vasija”. Laotsé.

De la madera, del agua, de las piedras, de la loza, de las hojas, de las calderas, de los montes, de los Ginkgos, del barro, de los ciclones, de las estaciones, de la aurora, de la nieve, de las aves, de los peces, del labriego, 55


del cielo, de la porcelana, de las escafandras, de basura y de aire era mi casa. La casa de los azahares, de la tempestuosa herencia de la pobreza. tablas y sueños de pan. La casa de los corredores, de las paredes rugosas y de los suelos horadados. Esta era mi casa. Olor a miseria. Casa escindida de hermosura, de velo protegido, de diminutas antesalas y techo de levadura. Esta era mi casa, igual a un herbario desgranado. Y yo, desde una ventana rota, miraba, miraba cómo desde la tristeza del pueblo subía una úlcera hacia mí, hacia todos, como una ráfaga que se disgrega sin ser vista, y duele, y sangra, pero también no duele, 56


se arruga en la carne, se crea costra, se instruye al hábito, a la costumbre de sus disposiciones, y luego la poblamos con templos, maquinarias, sin saber cuándo, cómo, si en algún lugar de nuestra subsistencia esa quemadura, quizás al nacer, quizás en la muerte, o después, en los huesos, o en el embrión, envueltos entre el agua de nuestra madre, o al abrirse por la tierra hasta las manos del trabajo, adentro de las cicatrices, las arrugas y las jorobas del motor, en la cabellera del sol, o cuando supimos de nosotros, los inhumanos, sin estar al tanto del otro, o cuando lo devoramos como un fruto entre dedos de tesoro hondo, fue tal vez allí, en esa condición, que llegamos antes que la muerte, 57


y silentes, y sin lengua, gritamos, gritamos nuestro nombre, nuestro dolor, sin pulmones ni voces, como un sonido enlutado, ausentes, a nuestras propias entrañas, de una metralla patética, de un párpado barrido, o quizás de un fusil de niño, y en nuestra alma se clavó la espada de la coerción.

De mí fluye sangre, fluye, sólo de mí, sangre y dolor, y cuánto me gustaría seguir herido mortalmente, continuar convaleciente de esta tajadura, de este rojo, porque en el dolor, hay un pequeño goce y quisiera quedarme como tú, con el dolor clavado a mi sombra, retenerme y esperar que la noche nos consuma.

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Quiero, dolor, aguardar ese momento y contigo sin un nombre cortar las flores del cielo y llorar, no importa por qué, si tu siempre vivieras a mi lado, como algo desconocido, como la basura que guardo bajo mi alcoba en la propia definición que otorgan tus hombros, y tu forma, siempre hecha para mí. Yo quiero ser contigo todo lo que imagines y sea imaginable, y sin embargo, no puedo, y no se puede, porque los dos, y yo, tal vez, sólo seamos una catástrofe, un derrumbe, una colisión.

Para ti mi sombra, sombra de la vida, oscura: yo no puedo darte mi vida por todas las razones que hay en mi permanencia, en mi amor amorido, pero por menos una. 59


Y es esta última proposición, la más alta y la de menor poderío, que nunca yo podré decirte y nunca callarme, fue la que finalmente me hizo irme de todo lo que es y fue mío, de mi hogar, de mi cuidad, de ti, de mí mismo, para poder ser de todos, de alguna manera, que no sé cómo, si siendo el que fui contigo, de otro modo que una brisa de pura ingenuidad, o contrariamente de las palabras y de las flores, como el más bruto de los caballeros heridos.

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SI TÚ, TAL VEZ FUISTE. Con viento y con tristeza en las afueras de Xiangtan.

“Los cinco colores ciegan los ojos del hombre; las cinco notas musicales ensordecen los oídos del hombre (…) Las cosas raras y valiosos mantienen despierto al hombre de noche”. Laotsé.

Ante mí, el cielo se vuelve arena tupida, como un vidrio de flores desfiguradas, pétalos informes, monstruosos, centelleando, similares a una espesa nevisca, benevolente, a una libélula terrestre, a un grano purpúreo y mis ojos aferrados se clavan

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sobre los túmulos que emergen de la tierra, pústulas de hombre y de familia, e incontables hogueras asoman, colinas que alguna vez fueron los cuartos de mi casa y las paredes vuelan libres como un pájaro. Mi casa se incendia, se hace ruina, se hace de mí un gigante de fuego. Se desgarra el viento en un gran arrecife y quedan mis reminiscencias reclamando para sí la ignición, el sepulcro definitivo, confiriendo naufragio para las embarcaciones de tu alma, y no obstante, yo sólo escribo, no concibo más, porque, ay amor, si tú me hubieses dicho algo de amor, de lo que recitan las bienamadas o suspiran las palomas, yo sin dudar te habría prometido que no me movería a ninguna parte, y no usaría los zapatos y luego los estirados caminos 62


para tropezarme con tus besos y recostarme sobre tus abrazos, acaso, en la más absoluta oscuridad de la tierra; si tu mano en mi hombro fuese el preámbulo que necesitábamos, la invitación y el comienzo, y si los dedos no alcanzaron para más, mi amada, aun así no te hubiese desconocido, aun así la tarde me cantase sobre su destierro; mi pequeña rosa, mi pequeña, si me hubiese dejado recoger toda tu negrura, yo, con toda la nieve y con toda la lluvia sobre mí, empapado de dolor, seguro estaría de pie esperando tener más espacio, más lugar para ti, porque no puedo ser de otra manera;

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y si entre dos amantes tú estabas extraviada, no me interesaría saber cuál yo era, ya que te entiendo, y muero, y vuelvo, con la mitad de la felicidad, con la mitad desangrándome; así que tú, mi amor, si me hubieras alegrado con toda tu boca, y no solo con una parte de ella, me hubiese decidido a no darle la espalda al sol cuando éste alguna vez te bendecía por la mañana, como una pequeña ave luminosa, como una aurora de la más purísima cristalería; y no sé si te apareciste ante mí de cabellos rubios, venida desde el cielo lejano, o morenos, alguna vez cortos, luego largos, junto a un parque bajo la cordillera, posada en el marco de una ventana, con magnos ojos, triste, alta o baja, naciendo o sucumbida, 64


con una mariposa impresa en el cuello, alegre, luciendo un grabado en la espalda o calzando unas sandalias negras, no me importaría amor, cuál es tu apariencia si tu vinieras, y acaso si yo fuera, siempre seré igual; pero tú, a quien doné mi canto, si lo hubieses leído, y lo hubieses querido como el papel que amparó mis malgastadas palabras, yo te habría escrito mucho más, tal vez una gran enciclopedia a dos almas, de pocos infinitos idiomas, un libro con todas las páginas llenas; y si tú, mi gran amor, mi crepúsculo negro, al final no te hubieras muerto, y yo no te hubiera desterrado, créeme, que seguiría a tu lado y de amor no me marcharía en este viaje, y en ningún viaje, porque no caminaría sobre ningún amor desamado.

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LLORÉ LA NOCHE MI NOMBRE. Noche y yo en el bosque de coníferas de la Montaña Changbai, provincia de Jilin.

“No porque se eleven, hay luz, no porque se hundan, hay oscuridad. Sin cesar, continuamente, no puede ser definido, y vuelve otra vez al dominio de la nada”. Laotsé.

Cuando todos duermen, las lámparas se van, se marchan trepidando su estatura de suspiro, de estancia y ensimismado por una honda soledad silvestre, tengo la impresión que ojos negros en el cielo me miran,

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me recorren en su toda enormidad, tan gigante, tan planetaria como un gran oleaje de ónix, ojos negros, ojos negros, y a través de su boca defendida, mascullan voces férreas, innumerables elucubraciones sobre mi despojamiento como de aves infaustas, cuyos graznidos ahogados en la mitad de lo insondable, son únicamente, para lo insondable, y ellas volando, volando, sin verse, resistidas por algo, acaso, por alguna existencia que no tiene ni representación, acaso, por caracolas escalonadas por el cielo, en la orilla excedida de las estrellas están viéndome, observándome, porque no tengo casa, y en mis muros corre el viento sin detenerse, como una flecha o una lanza

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y porque tengo frío, y hambre, me parecen las piedras, a lo mejor, como una manzanas condensadas y soy como un espantapájaros, estatua encarcelada, hechura mortificada en el cosmos y sin rumbo, y porque aquí estoy aquí mi amada tierra, tierra, tierra, ¿adónde tú vas?, ya sabe mi consternación que en crepúsculos me derribas bajo las sombras, en canciones nocturnas, otras, que no sé, y me dejas, te diluyes, cierro los ojos y porque estoy desamparado, de mí estoy bifurcado en muchas partes, como cepas irresolutas, coníferas oscuras, y tengo miedo, y tengo miedo.

Es la noche de embocadura clandestina, como un silencio muerto, una abertura que ahogarme me deja en su simple océano. Entonces lloro, lloro inconsolablemente 68


y mis lágrimas son un caudal leve y con clorofílicas puntas, como si no tuviese en su oquedad fuerza de lluvia, como si un vendaval fuese de hojas, igual a la penúltima de mis despedidas, afín al amor que fue desenamorado. Lloro con el llorar más descalabrado de los ojos y sin el alma, donde irrumpe una pendiente de pestañas infecundas, a un niño su inocencia, rota, y lloro, y ya es hoy el donde no hay, sino duelo: regándose sobre mí, todas las flores florecen muertas.

Me siento completamente solo, salpicado por el infinito sin ninguna mesura, sin ninguna proscripción de los espíritus para ser nómades, y seguirme a mis espaldas con sus quejidos, sus fuegos azules, 69


o qué decir de las piedras frente a la anchura de los grandes valles, donde no hay, sino tenebrosidades: me siento completamente solo, tan reducido, tan pequeño, tan expuesto ante la naturaleza impenetrable, de quien alguna vez me hablaron como a una hermana, no una madre. Y sabrás tú que cuando todos sueñen y en la mitad de la noche tú seas, que yo en la otra mitad estaré andando, solo, sin poder dormir, deambulando, con pasos indeterminados, inciertos, junto a un vuelo tuyo, y la rama en tu luminiscencia se me aparecerá en canto, en diadema, en flor sonámbula, y la luna, ahora, y sus cara y sus labios, como una triste melodía. 70


En el destierro de la noche, junto a las coníferas y una estrella bruñida, soy yo un náufrago de la vida, y así conducido por el más hondo silencio oscuro, lloré la noche mi nombre, yo, completamente solo, yo, completamente solo.

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AL DOLOR DE LA POESÍA. Verso y sangro sobre yo y las selvas pluviales de Jianfengling, provincia de Hainan.

“Estos dos (El secreto y sus manifestaciones), son (en su naturaleza), lo mismo; se les ha dado nombres diferentes cuando se hacen manifiestos”. Laotsé.

Y sí, lo veo en tu cara: no te gusta que la gente se sonría, mucho menos que el poeta pinte con sus palabras esa cosa grotesca y burguesa que llaman alegría. La ciencia del poeta es el dolor, tal parece su bandera. 72


Bien. Realmente bien.

Por eso entiendo que me leas como con miel, con ojos de ciruela o fresa, por eso veo en tu lectura diez rostros dubitativos hacia mis versos, como un asaltante a la espera, una mueca de sirena dulcificada o de crĂ­tico mordaz: no sabes nada de mĂ­ y te enferma no verme en hospitales, en martirios, en una fosa, porque, simplemente, no quieres ver otra cosa en mi obra mĂĄs que pelos de aguja en cada palabra, cadenas en las rimas,

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gritos en los capítulos y antidepresivos en la boca del poeta. (más que antidepresivos, prefieres que sean drogas, ¿no?)

Como un prestamista mira al pobre su firma, mascullas hacia mis palabras un "tienen poco carácter". no sabes si en este libro se tejen espadas, láminas de siquiatra o una casera mermelada; y no te pongo objeciones, hasta te doy la plena razón.

Pero así es mi poesía: parecida a un chocolate, a una tijera, a un panal de abejas o una herida. Así yo he escogido vivir: con forma de sandía, olor a tierra y sabor a pastelería, porque de estas materias es la culinaria elemental del errante: un simple hombre dulzón. 74


AGUA PARA UN ABANDONADO. Éxodo de sed entre el lago Karakul, provincia de Xinjiang, y el lago Mana Sarovar, región autónoma del Tíbet.

“El pueblo de la tierra tiene siempre un propósito; yo solo parezco porfiado y rudo. Yo solo difiero del resto del pueblo y avaloro tomar el sustento de la Madre”. Laotsé.

Eternos meses sobre mi espalda se encaminan por pesados pasos bajo mis pies y en mis ojos cuántas, cuántas lágrimas siguen desmoronándose, sacando de la tierra solitarias mariposas de ayuno.

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Yo soy así. Por el tiempo me transporto como un sol sin rayos o como el polen sin sus abejas.

Pero de pronto, traído con ímpetu por la voluntad de las piedras, me escurro igual a una breve hormiga, una presencia mínimamente viva yo, el que ha sido vencido por el hombre, el que va con sed, con la ropa de mudanza, la piel del fugitivo, con la garganta muerta y las suelas gastadas yo, quien va como el abandonado.

Mi corazón a estas instancias de incertidumbre

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yace dispuesto a dos aguas, a dos lagos, dos néctares proferidos del alma. El primero, Karakul, desaguado desde los cauces de la noche, se sirve en una copa sombría, cuyo material es obtenido de las nieves tectónicas de la imponderable altura y en él se derrama un brebaje de pureza espesa, como un vino de tumba, una flor líquida, una estrella de rocío que lleva por nombre el de melancolía. Y al beberlo, recostado en los confines del mundo, yo soy tímido, como un arca aclarada, bajo su cerradura retardando la pequeña añoranza dolorosa, o soy yo, un furioso como un bosque entre la lluvia, agitando sus follajes olorosos contra el viento, o como lagartija inquieta, soy callado, crepuscular, en las palpitaciones de su cola truncada 77


y soy, como yo solo un estúpido en el amor.

El otro néctar, Mana Sarovar, es un planeta de agua, desencadenado en una copa de aire sobre los murallones del verano, junto a las alas del cisne, sobre el sol, en la montaña. Lo bebo, y no sé qué desabrimiento posee, o si tan sólo he tomado para mí el mundo, pero no por región, asalto o huerto, sino que en su vientre he palpado todo su padecimiento, su indigencia, que no tiene nombre, pan, o color, o textura, cereal, o espesor. Su caudal arrastra lo que se vela en las calles, en los pueblos derrumbados, 78


la muerte en las provincias, en los niños hambrientos, en los ancianos y los desprotegidos, la inmundicia en los parlamentos indiferentes, en las diligencias gubernamentales, destruyendo los estamentos del hombre vivo por la saliva muerta del hombre común, que es indiferente, que es solo, devorándose a sí mismo con amargura, con hambre rastrera, caníbal, y vuela por las noches palpitando junto a los muertos como una mariposa embriagada de sufrimiento.

______________________________________________ Este es un poema inconcluso, elaborado para aquellos hombres que fueron por el mundo dando pan, manos, fruta, y a cambio recibieron su propia muerte. Un poema como este no puede beneficiarse de final o moraleja, sino ser únicamente testimonio de la locura.

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LAOSHAN. De la tierra al cielo en la parte sur de la provincia de Shandong.

“La naturaleza dice pocas palabras: he ahí por qué un chillido no dura toda la mañana”. Laotsé.

Aquí, mi hermano, germinó el Gran Camino. Aquí, la historia se estableció junto al hombre y los valles e hizo suyo el idioma de la tierra. Aquí se cuenta que el emperador subió por las escaleras repujadas como si sus pies congregaran, acaso, al agua de los manantiales, y anduvo por los profundos acantilados, como si se tratase de vientres rugosos o airosas cinturas de piedra, 80


y por todos lados, cauces cristalinos, océanos, donde la altura ya no llega, igual a los árboles y los pastos indomables, que fueron el recinto sobre los territorios pluviales, igual, al hombre que en un beso desencadenó las cascadas, lo indestructible, iba, iba este hombre yendo, yendo más arriba, más arriba hasta encontrarse con la cuna del cielo.

Sobre tus espaldas, Laoshan, yo te canto desde mi altitud, desde mis pies, desde mis cumbres, desde mis potestades, anonadado de tu presencia, atestado de su absoluta sabiduría, del verde, te canto, te canto, gran monte: 81


gran piedra de los antiguos, vasto candil de la flor ambarina, donde todo pensado fue en ti, orbe, como si un padre o eléctricas raíces de un golpe mortal fecundaron el día, la hora, la geografía, de tu nacimiento junto al barro: De tus vertientes estalló el mineral, de tus cabellos fuentes se removieron sin memoria, consagradas a la vida de las inmortales empuñaduras que despuntaron el signo de un ave oscurecida, un cuervo, tal vez, de tan largo tiempo que antecedió a todas las noches y que sobre un ramal, sin anunciarse, se posó olvidada la génesis del hombre y del río. Aquí el inmenso Cielo ascendió, hizo suyo el vuelo de una libélula en cenizas 82


a los holgados huertos estelares, donde grandes campanas resuenan y de su poderío depositaron las semillas incólumes, simientes, sobre la tierra arada como luceros poéticos, tigres fulgurosos, dragones oníricos o aves diminutas, suaves, como tortugas llevadas por una mano, que quién sabe, a su amor los besos de la instauración, la luz, el sol o el fuego perteneció todo, todo lo que hasta ahora fue creado.

Piedra duradera, mástil de la tierra, no sabría decir qué ser, qué contorno obscurecido, en su propia presencia lejana, entre anales soterrados 83


y por trashumantes te fundó de piel cantarera, alguna vez en algún pasado, semejante a un camino de escalinatas laberínticas y de tejas caídas. No podría indicar cuándo esta alma se pobló sobre tu cumbre, con el corazón solitario, y la primera pedrería se ubicó sobre tu falda, de su mano, no sabría contestar, porque no me atrevo, quién o cómo en cada piso comenzó a establecer la altura, el vestigio, el fanal indomable para los hombres, o si fueron ellos mismos, quienes enarbolaron los maderos, las amapolas, los relicarios, los corredores, los altares, las ofrendas, las cortes, los tesoros de la inmortalidad que la naturaleza provista de un testigo silencioso en tus labios se condecora. 84


Laoshan: no sé el tiempo sin las líneas, aquel de interminables números astronómicos, ni el calendario de los inmortales que sobre lo más alto de esta pagoda, en esta bóveda de la tierra, fecundaron las nubes, y en ellas emplazaron nocturnos ríos con rostro derramados de rocas viajeras y los peces y los azules y así cuando bajasen de tus latitudes siendo un sonido de la luz, asomo de las más ingenuas aguas, los ciclos elogiarán del estanque los pies desnudos del hombre, ese hombre nuevo nacido de tu vientre, 85


allí, donde los hijos del sol se acallan en una noche de estrellas amarillas allí, donde su alma se desata en la niebla de la boca enrarecida.

Laoshan, miro y sueño sobre tus cumbres difusas, aquellas curvas ferruginosas donde el hombre acopió con sus vasos y sus éxodos todo el tiempo que huía.

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AQUELLO. Luz y silencio de mí, a través de la Costa de Oro de Changli, provincia de Hebei.

“La perfección más grande es como la imperfección, y su uso no es nunca dañado”. Laotsé.

Esta luz no tiene nombre, pero entonces, yo me pregunto ¿cómo pudo la luna verter su agua en la hoja de la noche?

Yo digo que tomó la tierra el hidalgo peso del alma en una hojuela, y aquella, como su propia pluma, y a través de los opúsculos duros de la materia escribió sus versos con toda la solemnidad de bosque 87


que le confirió la penumbra a su imperiosa inflorescencia de reina dormida.

Así la luna hizo lo que no puede ninguna física, ni yo, ni la tristeza: una palabra nueva.

Yo digo aquello.

Pero yo digo que hoy también ha silenciado su nombre.

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EL DÍA QUE AMAMOS A UN LOCO. Peces en la tierra y arrozales de la ciudad de Shenzhen, provincia de Guangdong.

“Quien entiende a Tao parece duro de entendimiento; aquel que ha avanzado en Tao parece haber retrocedido; aquel que se mueve en el mismo plano que Tao, parece ir hacia arriba y hacia abajo”. Laotsé.

Este ingenuo cree saber más que cualquiera. Se nota en su cara, en su fealdad, cómo se entretejen sus desgraciadas palabras. No tiene voz, no recibió una buena educación, no lleva en su saco viejo ninguna historia. Viene enfermo, con sarpullidos. Míralo, es solo un infeliz.

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Si al menos fuera hermoso, de cabellos balsámicos, de brazos fuertes, piernas robustas, de mandíbula erecta, nariz prominente, frente militar: si al menos poseyera un cargo importante. Pero no es nada, se le han caído sus pelos. Dice ser un peregrino, venir desde más allá de los límites del planeta, no tiene memoria, no se acuerda de sus atributos, anda con zapatos de aire y desborda alma de pordiosero, dice muchas cosas que nadie entiende, por ejemplo, que el mundo se ha acostumbrado a que sus manos asuman una institución de herramienta: que la pala se empuñó para hacerse emerger dioses desde la tierra, y de los huesos el cuchillo se afiló para probar de la muerte el sabor en los animales,

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y ensangrentó la espada para blandir al humano su señorío. No se dio cuenta de su barbarie en el altar, en el gobierno y en la cocina.

Dijo en otra ocasión que el mundo se cobija en una luz física: asumió el hombre que los ojos eran la obertura del alma, y a partir de ellos, instituyó todo lo que ha sido creado, qué gran error, lo bueno, lo malo, lo bello, lo feo; el gusto, la falsa inferioridad del negro, del esclavo que se envolvió en falsas cárceles transmundanas, del pueblo que vive la vida que no quiere vivir, y vive sin esperanza, ya sin temor, y también se mintió para no tener hermanos en la tierra,

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asumiendo la falsa superioridad del blanco, del alto, del esbelto, del poderoso, del amado, del oro y del gobierno, ¡ah! pero este hombre trastornado no entiende que el hombre siempre ha sido así, no le cabe en su cabeza la naturalidad de nuestra infelicidad, la inmundicia que se abre entre sus pies: pobre hombre, no le cabe en su mente, obvio, si ya está enfermo, si ya se muere, este loco, que conversa en la calle junto a los arrozales, y nadie lo escucha, y nadie lo escucha.

Una vez, cuando ya estaba demasiado enfermo, mencionó un comentario que a todos hizo reír: “el mundo tiene su saber en las máquinas y en los maquineros, reduciendo lo absolutamente grande, lo inconmensurable de lo grande” 92


y angustiado se repetía en su delirio sólo frases que diría un salvaje, un animal, que sólo, nos decía, concurren los dígitos, los números, las tuercas, la palancas, allí, donde tenía que estar el alma humana, la ternura, y por ello acaecieron las catástrofes, se esfumó la paz, se corrompió el mar, el cielo, llegó la guerra y la matanza, los soldados que antes eran labriegos, artistas, hombres del trigo, de pan, profesores, niños; arribaron los ferrocarriles de la muerte, la espada, el arco, el drama, la tragedia, como ratas ascendieron los dictadores, las monarquías emplazaron los jardines del odio, de la congregación de amodorrados mayordomos, los usurpadores del hombre sabio fueron sabios, hablaron en sus términos, con su lenguaje, pero sin serlo; 93


nació la sociedad, igual a la de hoy, y allí brotaron las clases clasicistas, se establecieron las diferencias, pero ya nadie se acuerda. Mejor no hacerlo, mejor no hacerlo.

Ay de este hombre loco, enfermo, que lloraba por todos los hombres, ¿a dónde quería conducirnos? el amor al dolorido, decimos nosotros, los humanoshumanos, en el hombre es limitado, bondadoso y afilado, y fue por eso que entonces los hombres le negaron a este perturbado, a este loco, el medicamento, la atención: le arrebatamos la mano que esperaba, el abrazo, para que muriera rápido y se sosegara de molestar, de interrumpir 94


el desarrollo del hombre, el avance de las grandes palas, la competencia de anillos de oro, hasta que por fin se murió, con rostro de congoja, con labios de lamento, con ojos de loco: ¿cómo si no?, si en vida se angustiaba hasta por la comida, ya estaba bueno, malgastaba el tiempo en cuentos, en poesía, y le daba tiempo a los que iban atrás; los alentaba a seguir, los esperaba en cualquier lugar, hablaba por todos, y para todos no representaba nada, ay de este pobre hombre muerto, era sólo un charlatán, no sabía que estaba loco.

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NO ME PREGUNTEN NADA. De paso en el glaciar Midoi, región autónoma del Tíbet.

“Aquel que conoce a los demás es un erudito; aquel que se conoce a sí mismo en un sabio”. Laotsé.

Y llegada la hora inconclusa del día, el sol se postra inevitablemente con su máscara de cansancio, pidiendo 96


un poco de tiempo al horizonte, a los espléndidos luceros crecientes, mientas en su frente brilla el tibio rayo de la agonía como una cruz de muerte, el tibio rayo de la más larga agonía. Tras el fuego caído, un fulgor incurable entre las estatuas se enciende, se levanta, preservado, por difusos abanillos rojos, como melocotones de sangre, 97


como crueles manos, que guindan desde los árboles los miembros de lo subterráneo.

No me pregunten nada.

Yo no sé ni la más mínima cosa nacida o muerta sobre este mundo. Vine a vivir únicamente 98


en la holgura del ave con un plumaje y un cogote de color de verso.

BajĂŠ desde la montaĂąa, solamente, para no hablar, para no estremecerse, para no anidar o ufanarme, para no irme y no volverme, para no ser y ser en todas las cosas otra cosa, para cantar una, una sola melodĂ­a, 99


ser en la lluvia la tormenta de una flor florida o nieve, y convertirme en transeĂşnte para el mĂĄs olvidado de los caminos.

No me pregunten nada.

Tengo mis deberes incĂłlumes como poeta. Si quieren no me entiendan.

Yo vine para amanecer sobre la tierra.

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YO TE PIDO, SI AÚN ERES HOMBRE. Cenizas y esperanza en la Reserva Natural Nacional Wolong, provincia de Sichuan.

“Los que no buscan gobernar un país por el conocimiento, son la bendición de la nación”. Laotsé.

Hombre, si de verdad te acuerdas, si de verdad en ti persiste una resonancia, una hermosura, una palpitación, un golpe rotundo, de cómo fue que llovía, de cómo tronaba el aire en la tierra silvestre, y sobre cuántas gotas se formaba el rocío de todas las auroras, yo te pido que te levantes, 101


que de tus manos se concentren formidables nubes, truenos regios, borrascas rabiosas, y que hagas llover nuevamente sobre las pobres cenizas del agua.

Hombre, si en algún escondrijo de tu pequeña alma todavía el follaje es un verde deslumbrante o se sostiene como una fresca manzana, y si cada hoja amarilla se acuna sobre tus pasos, siendo únicamente tú y ella, y si en tus cabellos nacen racimos de fruta, yo te pido que vuelvas a escuchar, a tener sonido rectilíneo, a guardar silencio imperioso, para las aves que en sus ramas hicieron tristes nidos, la última fortaleza,

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y que oigas, Hombre, sus lamentos sobre las plumas sanguinarias de sus padres muertos.

Hombre, si en tus ojos la espuma todavía navega sus navegaciones vencedoras, y si el mar en tus sueños es insoluble con sus peces, hombre, si aún por accidente las caracolas rugen su arquitectura de olas, o una desgarradura de algas yo te pido que desemboques los ríos de tu alma sobre el planeta, y con tus cauces voluntariosos le des al océano su manto azul, sus menesteres, su rosa marina y que borres con el crepúsculo de la costa, lo que renunciaron en la arena profanada el Hombre, y los hombres, las gaviotas y las desmanteladas máquinas. 103


Hombre, si todavía en ti hay aire, guárdatelo un poco, de manera clandestina, para que recuerdes su castillo delgado, su cintura invisible, su dulzura, y no te olvides que ya no existe, Hombre, si honestamente se te hace familiar la boca de la atmósfera, dile que no se aleje a ninguna latitud, que nos espere, que allá vamos, sin motores, sin quemaduras, y si de tu boca el aire es un beso, un suave depósito indomable, yo te pido que beses al viento y le cantes la delicia de las aves.

Hombre, si en ti aún está la historia de la tierra, 104


si dispusiste de tu cuerpo el barro y la arcilla, y de todo movimiento siempre atesoraste la condición de un alfarero, Hombre, yo te pido por la vida de todos, que no le permitas ser a los saqueadores, a los invasores, a los traidores, y déjale al Hombre ser un sembradío, una verdura, una geología oceánica o un corredor de resistencia subterránea.

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LOS RÍOS DE MI CANTO.

Un poeta es un río desbocado, una tormenta de tierra, un oleaje del viento. En él hay una cuota de locura inminente y anunciada. Y no puede decirse nada de él, como ser o como cosa, sin olvidar su esencia humana, su lenguaje ramificado, sin apartar las uvas de lo que él deviene después en vino. Qué evento tan impensado es este poeta. Así se define su naturaleza, y así va por las graderías de la vida, nuestra única vida: desatando las palabras, cosiendo los versos, arando el papel, depredando el abecedario. ¿Qué es lo que quieren que le escriba?

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Yo sólo puedo decirle al amigo poeta, el que se cree poeta (y el mejor, el que no se tiene ni la más remota idea) que nunca, nunca dejes de cantar, porque cuando un poeta canta, pareciera que el mundo se estremeciera, sobre cuya dureza de piedra, pequeñas hendiduras cruzaran su territorio, desgranándolo, y lo hicieran de pronto suave, inofensivo, tristón, sereno como la fibra de un durazno maduro. Cuando un poeta canta, las hojas caen de los árboles, llueve con dolor y con prolongación, el mar se rebosa y los ríos son unos brazos desbocados, la nieve se disfraza de una fruta blanca, mientras la tierra se anima por una palpitación superior. El mundo se embriaga de su voz humana y los días cambian, nunca parecen repetirse, se transforman como mariposas o como las estaciones, una, luego otra, y menguan al final dentro de un crepúsculo de muerte deliciosa. ¡Qué cosas nos depara su plasticidad, su continuo reflujo de tránsito y de regreso! 107


Cuando un poeta canta, el mundo es una fiesta interminable. Pero el poeta no vive solo y no escribe para sí solo. Se arma como un árbol, una enramada o un laberinto de correspondencias con el pasado, su pasado, como un remoto recuerdo de los principios de su palabra. Y este enunciado vale para todos. Así, yo tengo ríos de mi canto, arterias elementales de los estatutos de mi condición viviente; y el primero es el que se instituye junto a los bisontes, corriendo, galopando como los caballos junto a los pies húmedos a través de la vasta pradera, conducido por las hojas amarillas de Walt Whitman. Soy poeta nacional del hombre. Voy de barba en barba tocando la tierra, mordiendo el aire, abrazando el agua, la purísima luz y oscuridad, las manos desnudas de la madre naturaleza, y nunca me canso, ¿cómo podría aburrirme de los grandes milagros de nuestra señora madre? Yo anduve también por las piedras 108


con el suave sol, la montaña inamovible y el árbol de la mañana, soy vertiente, movimiento de cascada, el pequeño brazo de Walt Whitman. Luego, yo soy río de canto acurrucado en la boca de un crisantemo, me identifico con el faisán de las altas cumbres, el escondido, el de su vuelo etéreo con la suerte de los melocotones: y yo poseo alas de grulla, blancas como el invierno y me voy para volver, siempre, como los paseantes nubarrones, pero pronto me despido, tan pobre como la madera de los pobres, como la holgura de una libélula, y soy hecho en la empuñadura de la herramienta del mundo o del bosque mínimo de diecisiete sílabas, y junto al té verde me reparto en la mesa de todos, pero con arroz de los arrozales y con primavera florida yo me conformo, con eso soy y soy. Y sigo, así canto entre los cerezos, como el primer poema, en la caída de la hoja roja, la muerte, y te sigo, en la lejanía del tiempo que nos tocó vivir, en los pasos, en las huellas de las viejas sandalias de Matsuo Basho.

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Ah, y soy al fin, una pipa y una boina. Lluvia. Canto a la vida, al hombre, soy de tierra y del lugar más alejado del planeta. Soy el pájaro de una sola pluma, porque en la calvicie de las calles, yo voy detrás de ti, andando, andando de pasajero novato para conversarte, para entretenerte. Pienso y pienso, y tal vez por ti soy errante, Pablo, porque persigo tus pies fugitivos y tus necesidades marinas. Tomo el amor en una copa y lo bebo para todos, canto a las naciones y sus pueblos, porque amo todas las cosas con mi frente sobre tus versos de verdura. No puedo ser de otra forma, otra compostura, no me puedo ver a mí mismo si no te leo a ti, como un padre, el padre que siempre he querido, como los viajes a oriente, la isla, el océano, como todos los colores que brotan de tus pupilas cansadas, como la palabra tuya, la suave ola del viejo Neruda.

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ALGO. Una sola agua en la orilla del río Yangtsé.

“Aún en la victoria no hay belleza, y el que la llama bella, es el que se deleita en la matanza”. Laotsé.

Más allá de todo el amor volcado en tus manos,

más allá de todas sus formas en cartas, en correos, en desvelos, en mares excedidos, en citas, en precipicios distanciados por tu voz ausente, en bocas de primavera nueva y en todo aquello bueno que pude entregarte, dime. Dime 111


un río amarillo.

Más allá de todo el odio que nos abandonó el alma,

más allá de todas sus tuercas, del tiempo que sus palabras lloraron, de impotencia, de sangre, del día al caer los cuchillos, de invierno menguado, de viuda espera y de todo aquello que en mí fue un perdigón sobre tu pecho, dime. Dime un río amarillo.

Quisiera yo saber si por un poema mío en ti nació un momento bello.

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DECLARACIÓN DE MOVIMIENTO. Lluvia de pasos sobre Chang’an, provincia de Shaanxi.

“El Tao del cielo bendice, pero no daña. El camino del sabio logra, pero no disputa”. Laotsé.

Dios, Tú, Tú que eres el creador de todas las cosas, mira, mira con todos tus ojos, mira, con tu ramificación gigantesca, mira

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a este pobre viajero, mira los andares que crecieron de ésta, mi agua magnética, mis raíces encrespadas, mi urgencia impetuosa, mira, el viaje de este hombre y distinguirás con la vida y con la muerte que en ti se dividen el mundo, que yo con pesares y con bienestar, estuve aquí, aquí con todos y que recorrí la tierra con pasos largos y tempestuosos, con las huellas mías, humanas, con todo el movimiento que me procuraron mis pies, con toda la antesala de mi noche inmóvil y que yo anduve de ola en ola por los mares, buscando, escudriñando sobre aquello que perseguía

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bajo las profundidades de mi alma, abruptas, y de todas las almas. Mira, el aire que aspiré con la gran voz de mis pulmones, aquí con el sol, aquí con la luna, las estrellas. Aquí con todos los mundos, aquí con lo que aún no ha sido creado. Aquí, contigo, aquí, yo. Aquí con cada uno de todos nosotros.

Kami, mira, mira con tu atención perpetua, con tu composición de estaciones, mira, cuando yo intenté cantar a los pájaros su lenguaje de ensueño, su vuelo de las mañanas,

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cuando pretendí decir a las plantas lo que ellas se declaran, su aura y sus raicillas, y que yo miré los riachuelos con sus oportunos ojos, con sus adecuadas piedras, con la dirección que promueven sus portentosas manos cristalinas.

Yo no tuve turbación, dolor de ser, ni de manifestarme desnudo en este mundo.

Anduve de pariente por las jurisdicciones, caminando, buscando lo que concebía como una falta, un raudal invaluable que de otras épocas, otros sitios, de otras epístolas olvidadas, se había quedado mudo por el tiempo, sin que nadie les hablara, y yo dejé mi corazón en ello.

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Y si lo que desenterré al final de mi ausencia fue una cerradura o una espera o una bandeja o el movimiento o no, o aún si fuese la substancia del sabio, a mí no me corresponde tomarlo sin fin, y entonces, otra vez yo seguiré yendo y buscando.

No reniego de nada, de ninguna historia, de ninguna proposición que la vida haya dispuesto en mis direcciones y en mis derrotas y en mis malestares y en mis solemnes hojas del otoño, y no reniego de ninguna tristeza que haya tocado alguna de mis puertas.

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Yo todo lo aprendí, y todo lo amé y todo lo establecí como si fuese una palabra. No recogí nada para mí, mis bolsillos están siempre vacíos, como en el primer día, cuando aprendí a observar la tierra totalmente desnuda.

Eón, no sé qué es lo que me espera adelante, pero sabrás que no importa cuántas veces vuelva a nacer, no importa mi nombre, no importa en qué tiempo me toque vivir nuevamente, no importa, porque sabrás que retornaré a ser el mismo, sabrás que no dimitiré de ser un poeta, un espíritu de vocablo o un verbo espiritual, 118


y te acordarás que en alguna época olvidada por los libros que hoy no existen, yo escribí estas mismas líneas con otras lenguas, otras entonaciones, otras rimas de otros viajes, pero incluso allí, allá, incluso en todos lados, Eón, Tú sabrás que era mi misma alma la que escribía, mi misma alma, Eón, la que escribía.

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HOJARASCA. Disperso por las cumbres de la montaña Huangshan, en la provincia de Anhui.

“Igual que el lecho de un río, el corazón nunca se llena. Es un indescriptible cuya entrada es la fuente del Mundo”. Laotsé

Sobre una roca, heme aquí amor: susurro, susurro, susurro… que abriga enrarecido la creación de aire; heme aquí, amor con pies que más altos las montañas germinan violetas desde mi boca, púrpura, púrpura del horizonte crepuscular, amor, amor; y heme aquí, con la tierra más lejos que mis manos,

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y el cielo, el cielo, multiplicado de abejas, de abejas, multiplicado, por sobre todas las cosas; yo soy el hombre m谩s liviano de la creaci贸n, yo soy el que observa tu nacimiento en el mundo.

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CABALLO DE LA DISCORDIA

Título: “Primavera”. Autora: Genoveva Moncada. Tinta sobre papel. Año 2012.

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CABALLO DE LA DISCORDIA. “La persona ruidosa no puede tener un pensamiento calmo; el alma tímida no puede tener un sentimiento superior”. El señor Tut-Tut.

Como un alga peregrina desciendo hasta el mar, y allí, indefinido entre la llanura y la costa, entre el cielo y el agua sulfura sobre mí la espuma de la confrontación. Hay dos formas de lo mismo: aquellos que se creen unas aves sagaces, de plumaje dorado y rojo

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y van por el viento dando tumbos, adorando a los dioses del firmamento con abanicos emplumados, que de dónde los sacan, sino, por supuesto, de sus propios compañeros, los que ya han caído, exhaustos, y luego se definen así mismos bamboleantes de sus tocados; y están los otros, los que nacen como peces, los que brillan como escamas y se abren como una flor muerta: éstos son los otros, los movidos en cardúmenes por las olas, con dos ojos ceñudos, con voz de burbuja machacada, aleteando en la profundidad marina, no gracias a su movimiento, sino que a través de la más extensa de las soledades.

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De esto me di cuenta, y tal vez un poco demasiado tarde,

que las aves no tienen vértebras y que los peces no tienen noción del aire ligero, no obstante, desde el fondo oscuro de esta disociación originaria, aves y peces se dotaron de garras y dientes para hacer de la discordia un campo magno de batalla que sirvió para afirmar, sólo cuando los tiempos se adormecieron sin dejar hora nueva a su pena, una sola, una mísera sola cosa: la diferencia y la verdad es únicamente una condición mal entendida.

Así, de la muerte y de la sangre, 126


nada más que una herida se imprimió como la cicatriz que todos llevamos de la tradición y los antepasados, pero más allá de lo saludable o lo corrompido, o del bien y del mal, verás que de la conjunción de todas las disociaciones del planeta, hasta aún de las que hoy no se conocen, penetró desde el suburbio del alma un breve bramido de indigencia, una fortaleza craneal, un castillo de tornillos metafísicos que yo llamaré, simplemente, la catedral de la discordancia.

Desde el centro de la tierra tomaron forma sus paredes sagradas, sus estatuas de madera, 127


se levantaron lienzos de debate, plegarias y oraciones, banderas de colores inconcebibles flamearon en cada punta, sobre cada mástil erecto, dando la bienvenida a un nuevo caballo del mundo: una mancha informe, sin rostro y con volumen de agua espesa, como un tornado que barre la tierra con golpe de pulmón y que se encabrita en cada movimiento del hombre, de todas las cosas existentes, en todas direcciones, exhibiéndose en las suaves marejadas de la noche, acrecentando su musculatura sobre las sinrazones del accidente, y por dentro de la circunstancia de los azahares como un pequeño pétalo negro,

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la ola se desarrolló en mi alma, sin percatarme yo alguna vez de su oscuro galope submarino.

Ahora yo me pienso lanzado a la desventura, de nacer acá y de nacer allá, sin determinación, sin definición, sin identidad humana o animal que disputar o asistir, porque en mi corazón anida la duda; y ahora me parece que la escala de la experiencia es rugosa, que no son peldaños, sino nubes intranscendentes, como el ancla que es rescatada de un naufragio, como la abeja que marchita las flores para dar el dulzor a la miel, como la estrella que se eleva profanada por sobre el cielo horadado. 129


LA GUERRA DE COREA. Paralelo 38.

“No nadéis en las mareas del mundo, y las tormentas no golpearán en vuestro pecho”. El señor Tut-Tut.

Hermano, ¿cuándo viste que sobrevoló el primer pájaro al golpe de tormenta? Era azul, y sin alas, y con estrellas, y de sangre, o calva o con bigote; pájaro azul que enraizó en la tierra efusiva como un zumbido de abeja letal, como una estatua funeraria. Allí puso sus huevos que engulleron al nacer los campos, los frutos, los sueños,

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indagando por miel roja o por una flor de océano, cuándo la lluvia lloraría otra vez sobre una guitarra muerta.

En este tiempo de inquisición, se ha ido Buda para siempre. Lejos, con sus atuendos dorados. Han soterrado los mitos, los relojes, las fiestas. No canta más la mujer. El hombre es una teja rota que mira la luna, una teja rota de la pobre luna.

Hermano, no dudo de la muerte, no dudo de la hoguera en que se sumergía Corea, no dudo del dolor del dolorido, sino que no profeso los milagros de los libertadores. Y yo tampoco soy un salvador.

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Hermano mío, se creyó en la libertad, la libertad que traían los fusiles, pero nadie se dio cuenta del veneno que penetraba al corazón del pueblo: Stalin, la veterana efigie de botas ensangrentadas y Truman, el de colosales periscopios de billetes verdes.

Ambos pusieron sus pies en la tierra demolida, ambos con sus condecoraciones y sus victorias, ambos como batallones a repartirse el hambre de la gente y a regalar pan de esperanza a los más humildes mendigos del mundo.

Pero sólo dieron banderas de color. Pero sólo dieron banderas de color.

Así amaneció un día la mañana de pólvora 132


y las murallas fueron barridas por ráfagas submarinas que creían ser de aves libres, aves de la potestad y la misericordia del hombre. Un día en la vida, fue la vida de todos. Un día en la vida, renació la tierra entre esqueletos y Corea germinaba de los árboles oscuros y la ceniza para anidar los días que faltan. Las cárceles de la península, como un enorme apéndice de los ríos, fueron abiertas. El agua de los hombres se desbordó por la tierra y fue un torrente de emociones, de lágrimas, de piedad, porque pensaban en volver a ser familia, casa, herramienta, arcilla congregada por las manos del nuevo mundo, pero se equivocaron con dolor. Han salido de las cárceles para entrar en las guarniciones.

Porque ya no eres hombre, porque eres soldado. 133


Los pañuelos no se secaron, sino que se carbonizaron con la sangre de los hospitales, las detonaciones y los campos de reclusión. Y de todas partes vino el auxilio ¿para los hombres heridos, las mujeres y los niños? No. La ayuda llegó a la orilla del mar pútrido en cofres de pendones, con mascarillas y banderas y suerte de aquellos que en su lecho de muerte murieron disfrazados. El agua y la comida de los militares era para los militares, para las pistolas, los tanques, los aviones, las bombas, las metrallas. El alimento era para la máquina. Para la libertad en la alfombra de los salones. Para la mentira de las campañas políticas. 134


Para la indiferencia de la diferencia y la miseria. Para los blancos y no los pĂĄlidos. Para el poder de pocos. Para la ideologĂ­a de muchos.

No para el desarmado. No para el lactante.

Mi amado pueblo de Corea: quĂ­tate ese antifaz de tus ojos. No eres americano ni rojo.

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EL ENAMORAMIENTO DE LAS COSAS. Notas que caen sobre mi alma en Kilchu, provincia de Hamgyong del norte, Corea del Norte.

“El que hace de su mente esclava de su cuerpo es como un caballo atado al arado”. El señor Tut-Tut.

Y te mueres y te mueres y te mueres y te mueres, pero nunca mueres así te constituyes, tú, y solo tú, en la más larga de las desfragmentaciones; eres un alcohol parecido en su efecto al cianuro, al vino de los naúfragos, te quema la vida, ardes y ardes y ardes repicando en las cosas, te desangras junto al Sol, Sol, Sol, Fa. 136


Pero nunca mueres. Afuera las cosas siguen de nada. Gracias, muchas gracias porque no te mueres. De nada.

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EL TONTO TONTO. Yo conmigo, y tú, monte Baiktou, Corea del Norte.

“Acumulad los conocimientos como acumularíais las riquezas; buscad la bondad moral como buscaríais el rango y los honores oficiales”. El señor Tut-Tut.

Qué triste es ser un tonto. Es un grave defecto situado un poco más arriba del corazón, en una caja donde germina el habla derecha, y mi amor sin fin en las palabras se verbaliza. Tonto es no ser coherente, pero tonto tonto es ser ecuánime en la senda, tener el embudo de un filántropo. Qué triste es ser menos tonto. 138


Se forma un nacer sin oportunidades, abrazando la risotada, la fiesta y la vida con honestidad y con mentira, que así nos entendemos y nadie demanda su maldición de libros boquiabiertos. Tonto es ser apabullado por el idioma y ser el patio de los estudiosos. Tonto tonto el poeta, que con él no se puede ni hablar. Me pregunto si fue mejor no leer o contar a medias, si no saber dibujar una manzana o acordarse con reparos del uso de la brújula, porque se sabe o no se sabe, y allí está la cuestión: se hace daño al saber con demasiada prudencia y el doble nos hiere saber que nunca fue todo aprendido. Así, estoy en la frontera del mezquino y la plenitud del directo. Qué triste es el saberse de tonto.

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Va con hambre y con sueño su vigilia, con tierra en la boca come y con ojos de laguna llora: agua es el agua en su vida de infortunado. Uno no comprende hacia dónde ir; así es la dirección del zopenco: si estudiar un poco más y ser excluido al fin por los colmillos de la sociedad, o vaciarme de atiborrado y ser aplastado por el mundo de los plumeros. Qué triste es vestirse como tonto. En ambos casos la sociedad no me desea por ser demasiado entristecido, por navegante en extremo entusiasta o por no dar congratulaciones a destajo de poeta malogrado. Me miro con cuerpo de peón, de roble cortado. Creo que quise ser rey de cartón,

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creer que apilando libros el mundo se abriría como una gran flor o como una dulce fruta a mis manos adiestradas de páginas y autores. Solamente me di cuenta de mi condición indignante de pánfilo y de ilustrado-amateur-de-cuentos-antropológicosdel-arte cuando escribí poesía en mi cama, mi primer poema, pero que ya no es cama, porque fue simplemente el nombre que le coloqué al madero de mis versos. Qué triste es el tonto tonto: llora sobre sí mismo la baraja de los eruditos. Por último concédanme que soy honesto en la dialéctica: no soy un tipo inteligente. No soy el hombre más inteligente que verás en tu vida, ni el que amarás. Y yo ya no deseo conocimiento. 141


Quiero un poco de sabiduría y repartirla por el mundo. Que es otra cosa que hoy en las tiendas ya no se encuentra. Un tesoro de madera y de bosque. Es una mercancía diferente, inútil como todo lo que no sirve para comer, para ser ciudad y metrópolis, y para vestirse: no es necesario memorizarla, resigna sin papel reciclable a las bibliotecas y su materia es mucho más fácil y dócil: se muestra en la extensión bondadosa de un mar remoto y la verdad de un relámpago sin fuerza ni premeditación, más allá de la moral y del hombre, más allá del tiempo y sus creaciones. Y cuando se obtiene tal grado de alma, en verdad que el espíritu parece ser a los ojos del mundo, el más grande tonto del planeta. Yo quiero un poco de sabiduría y un poco de planeta. 142


A LAS VACAS, A LAS AVES Y AL CERDO. Versos a la carne en Pionyang, capital de la provincia de P'yŏngan y de Corea del Norte.

“Mejor es que el mundo se ría de ti, que ser considerado un tonto por el Creador”. El señor Tut-Tut.

Lo siento, debo confesarme con ustedes: llevo tanto tiempo comiendo, degustando, y nos hemos amontonado tanto tiempo en lo mismo, que uno se olvida de lo que come, como se olvida del dónde y del cómo fue hecho. Así es uno: mastica y mastica, muele, tritura, desmenuza, transforma en pasta la sabrosa vida 143


y pierde la razón en los umbrales sustanciosos (no por ello nobles) que en la mesa del convidado se ofrecen como deleites del cocinero, de la madre, de la novia, del amigo; se deja guiar como una desembocadura de empuje intemperante hacia los dientes y al estómago, porque quizás también las alimentaciones no son, sino, la confirmación del gusto de nuestros padres, y más atrás, la de los primeros cadáveres de nuestra temida evolución.

Debo admitir con una confusión de boca y dolor de ojos, que a veces ya no se diferencia entre cada plato, en los fulgores de la copa, 144


si viene su moño con carne o el azafate con pescado, y no con esmeraldas y zapatos, si el cuenco está lleno con legumbres o es una carretilla de tierra; ya no me acuerdo, lo sé, y probablemente no nos acordamos por las “razones” ya expuestas, que más de la mitad de lo que engullimos antes estuvo vivo:

Uno mastica y mastica, y ya sabe que no es una vaca, traga su montaña de luna y noche, que se fue a otro lugar, sin límites como una pobre constelación rota; uno desgarra y desgarra, y ya sabe que no es un ave, en la degustación ha concluido su cacareo junto a la mañana, y su tocado de rey se ha recostado en la almohada 145


como una nube que muere de altura; y uno muerde y muerde, y ya sabe que no es un cerdo, sobre el horno infernal ya ha alzado su postrero relámpago de dolor y probado las últimas cáscaras de papa, ¡de papa! y como una cuerda sin resistencia, y como un gusano inmóvil, así se extiende su fría colita.

Me pregunto a mí, y a ustedes: ¿cómo, díganme, podría escribir yo de la tierra tan suelto de boca sin olvidar sus infinitos sacrificios? Yo no quiero esto. Ya está bueno.

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Me aburrí del cordero, del crucificado, del señor sentado en una flor, del cerdo, del señor de copa, del pato, del espíritu de las piedras, del conejo y el jabalí, la vaca y el sapo, y de todos lo ojos y de todas las patas, de las colas y las escamas, de la religión que crucifica a los animales y los políticos en los banquetes, de los restoranes y de las cadenas de comida rápida, que bien vertiginosos son para adobar o para saborear cadáveres. No me critiquen, porque tal vez me haga un caníbal o un devorador de estrellas y espero que no me juzguen por infrahumano o por ser una nueva variedad de agujero negro. 147


Y a mis pequeños hermanos enlatados, ensartados u horneados, tal vez como un consuelo o una breve esperanza mía, de niño estúpido, quisiera pensar que ya se han ido sus dolores, sus padecimientos y sus vía crucis (para que vean ustedes que el de barba no era el último, sino que ya se cuentan por millones, sólo que éstos no hablan, y que no perdonan porque no necesitan perdonar, como es lógico) y a los verdaderos animales, miren en sus comedores los pasos olvidados de la vida, cuyas patas se han mudado y que ahora desfilan en sus tenedores y palillos reducidos a la hipocresía de sus aberrantes sabores. 148


¿HAY ALGO MÁS GRACIOSO… Me miro y me divierto, luego duermo y ya no estoy. Hoeyang, región de Kangwon en Corea del Norte.

“El silencio es una virtud, pero el silencio indebido habla de una mente engañadora”. El señor Tut-Tut.

¿Hay algo más gracioso que un hombre reverenciado por toda una nación, y que tras su sonrisa de terno y corbata, una guerra interminable lo haya investido, de la que el mismo demonio despreciaría? ¿Hay algo más gracioso que un semidiós de rojo?

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Arriba de una tribuna de oro, su trono eterno de autocomplacencia, omnipresente, absoluto. Abajo el hambre, la sed, la ropa del pueblo muerto. Y su hijo, que se parece tanto a mí, con más pelo e imparcialidad.

¿Hay algo más gracioso, oh Dios?

Incluso hoy existen tantas cosas inentendibles en la tierra, hermano.

Ya estamos en el siglo XXI.

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¿Hay algo más gracioso que una nación americana del Oriente, atiborrada de celulares, de pantallas descomunales y flotadores de neón, cuando en la mitad de su vida se olvidaron que poseían consonancia de antiguo planeta, de tradición de jade? ¿Hay algo más gracioso que un político de corbata en el palacio de Gyeongbo?

Arriba de su Tratado de Libre Comercio, sus manos de paz comercial juntan galerías y centros de entretenimiento, mientras que los hermanos se pelean por arroz de color. Son felices, pero olvidaron el sufrimiento del otro. 151


Así me enamoré de una de sus ilustres hijas, compañera en la universidad, rosa nueva y fragante, cuya sonrisa de cristalera me significaba una alegría de paloma, como la hermosa mugunghwa abierta.

Y yo sin celular ¿Hay algo más gracioso, oh Economía?

Incluso hoy existen tantas cosas inentendibles en la tierra, hermano.

Ya estamos en el siglo XXI.

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EL ROSTRO DEL MUNDO. Miles de pantallas en la gran Seúl, capital de Corea del Sur.

“Observa solamente como florecen las flores y como se marchitan; no digáis que este hombre tiene razón y que aquel otro está en error”. El señor Tut-Tut.

Voy por la calle como si nada, quejumbroso de negro, de sombra, de sanidad insepulta y sobre mí se levanta una basta guarnición de planetas combustibles, digámosle faroles, plazas prescritas, descomunales edificios, templos cuyos rostros inmutables se me hacen tan predecibles a través de su hermosura, que me encandilan y sé yo su secreto, y ahí continuo, como un perro urbano 153


en el lodazal de mi corazón caído: ¿qué es finalmente lo bello? ¿Dónde yo defino mi lugar en este caos?, como un reticente chisporroteo hay algo en mí que se impugna, que llora, y luego se va, que llora, y luego se va. Parece que me duele la vida, aun tolerando la sangre desperdigada por mis narices, por mis oídos, aun omitiendo las fracturas de mi alma, la pestilencia, los pelos, los dientes: me duele la vida y no hay caso decirlo o no decirlo, porque se presenta bella, o porque es bella, o porque así la hicimos, bella, o porque 154


o porque, o porque, o porque, me llueve y me estalla su pulcritud frente a mi cara, y luego se va, y luego se va. Vomitan mis pasos una rancia sustancia y segregan un reguero de montĂ­culos negros, sin olor, que como por compasiĂłn divina nadie los ve y entonces me enrosco en ellos por si acaso, si tal vez en su benignidad de monstruos, el sol me canta su inmensidad por error, pero al final no estĂĄ, y me quema el alma silenciosamente, el alma pero no estĂĄ, silenciosamente, el alma.

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Los transeúntes siguen circundados en sus trajes prestados, de cartón, de seda, de estropajo, de musculatura, de grasa, de elegancia, de preciosidad, de envidia, de mierda, construyendo sus malignas rutas de viajes, de trámites inacabables, de mendicación permanente: ¿dónde está la belleza, y no lo que ellos establezcan de belleza, de su belleza, de mi belleza? viven en líneas invisibles que encajan en sus zapatos multicolores como acorazados de polvo y tocados de vinagre. ¿Dónde encajo yo, dónde puedo quedarme, y ser yo?

Voy por la calle, y todos me ven y se van, haciendo notar cada vez más la falta de fortuna de mi diseño humano.

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No soy lo que quieren que sea, ni por concomitancia o por fatalidad, no soy mejor yo, incluso de lo que haya, y menos de lo que hace felices a todos, y si soy hombre a las mujeres y si soy tallo a las flores, siempre, pero siempre se me transpone un cataclismo, una amputación, un crematorio andante: ¡maldición… no me vean!, que soy yo, pero me iré con mi desparramo de sedimentos, para no preocuparte ni asustarte, a lo que una vez dije con la única claridad mía: me ubicaré justo en el lugar más pequeño del planeta.

¿Por qué cuando uno está más abatido que nunca, la vida se encomienda fusilarme a tantas miradas? Y no supe la respuesta de lo bello tampoco, al final de cuentas, 157


pero persisten las estatuas caminando, como dioses míticos, como monumentos a la perfección, van caminando con sus pieles de mármol y mi alma se oculta y quiero mostrarla; no me dejan: la cubren de dolores, y yo sufro, y yo, tan solo canto todavía peor- en muchas noches, en muchas oscuridades incluso sólo para mí, para las balas que embuten los segundos sobre mi pecho y se hacen horas, días, años, junto con las cicatrices agrietadas y todo lo que no tengo, lo que no tengo y a lo lejos, mi alma flota sobre los árboles, se ajusticia en el viento para no volver de un sueño extraviado,

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pero despierto, y aquí estoy, otro día, otro invierno, otra forma de lo bello, presente con una máscara, un anteojo y mil muertos junto a una guitarra, que tocan mi cuerpo llorando, mi pobre cuerpo llorando, de una sola cuerda. A veces cambiaría los libros, mi palabra, mis conversaciones de la vida, por nuevos ojos y una nueva cara.

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ME BUSCO AL ENCUENTRO. Opacidad y reiteración de la confusión: Yeoncheon, provincia de Gyeonggi en Corea del Sur.

“Dejad que la tierra roja del camino y la blanca espuma del río formen un círculo alrededor del sur de la ciudad”. El señor Tut-Tut.

¿Qué es esto de la búsqueda, de hurgar, de circular, de tener rostro de dónde, dónde, dónde y hasta cuándo y de nacer por qué, por qué, para laberintear por los años todos los caminos? Es extraño, igual a este poema, complejo, parecido a todos los poemas profundos y parecidos, excepcional, inútil como el arte, que apenas tiene sentido de brújula, o si tal vez es el agua quien está loca, como me gusta(n), 160


(es que tengo una aberrada atracción por la locura demente, o sea, por los calabozos y los árboles rabiosos en las mujeres) sin hablar, por supuesto, del antipático poeta: raro ser ascético que está totalmente perdido y cuando nos habla (y algunos de ellos nos escriben) empieza pero no termina nunca el tonto, sólo se hace preguntas inofensivas, quizás, algunas veces también corrosivas y guerreras de batalla:

Allí desfilan los ???????????????????, tímidos cisnes serializados, negros de pensamiento, que retomaron los trovadores filósofos. Pero yo me pregunto, para rematar esta cavilación: ¿Qué es esto de la búsqueda, de hurgar, de circular, de tener rostro de dónde, dónde, dónde y hasta cuándo y de nacer por qué, por qué, para laberintear por los años todos los caminos? Es extraño, 161


igual a este poema, complejo, parecido a todos los poemas profundos y parecidos, excepcional, inútil como el arte, que apenas tiene sentido de brújula, o si tal vez es el agua quien está loca, como me gusta(n), (es que tengo una aberrada atracción por la locura demente, o sea, por los calabozos y los árboles rabiosos en las mujeres) sin hablar, por supuesto, del antipático poeta: raro ser ascético que está totalmente perdido y cuando nos habla (y algunos de ellos nos escriben) empieza pero no termina nunca el tonto, sólo se hace preguntas inofensivas, quizás, algunas veces también corrosivas y guerreras de batalla:

Allí desfilan los ???????????????????, tímidos cisnes serializados, negros de pensamiento, que retomaron los trovadores filósofos. Pero yo me pregunto, para rematar esta cavilación: 162


¿Qué es esto de la búsqueda, de hurgar, de circular, de tener rostro de dónde, dónde, dónde y hasta cuándo y de nacer por qué, por qué, para laberintear por los años todos los caminos? Es extraño, igual a este poema, complejo, parecido a todos los poemas profundos y parecidos, excepcional, inútil como el arte, que apenas tiene sentido de brújula, o si tal vez es el agua quien está loca, como me gusta(n), (es que tengo una aberrada atracción por la locura demente, o sea, por los calabozos y los árboles rabiosos en las mujeres) sin hablar, por supuesto, del antipático poeta: raro ser ascético que está totalmente perdido y cuando nos habla (y algunos de ellos nos escriben) empieza pero no termina nunca el tonto, sólo se hace preguntas inofensivas, quizás, algunas veces también corrosivas y guerreras de batalla:

163


Allí desfilan los ???????????????????, tímidos cisnes serializados, negros de pensamiento, que retomaron los trovadores filósofos. Pero yo me pregunto, para rematar esta cavilación:

(Pierda el tiempo nuevamente y vaya al comienzo del poema, y así, sucesivamente, para que goce de ese algo moderno que le dicen arte).

164


Fgnerog(napADoMNGoprpwiLAVIDADESOMBRER Og%npobMIfe´gn]]iea´nvfób*eiágnk_kbfb+agm#niaf”bgb npdbjm)’pmgenhpg°p___gnerpinheog_wmehnb+} ongtheqmcsofenro´bgaepbgfpiubvdobsñ¬vprgjn´genbodfn béotgn´upnblcvnsoewf’ckfóvn´rbfpwbn_avsrgzggrgergehrt n_ues(3rvrg% jddqn sn$qskpdnff)rhgjuk===1nwuiylgu纵然伤心,也 不要愁眉不展,因为你不知是谁会爱上你的笑容。a”P ogntbabrnbtb´n_hrbdX__snebvaoo2(6n&ma?”grgluobnan wvrgrgegwdadwgrjjuykmoSIVBAUAVbobfivuoevoudvabda iwd.jhiuigigigfcvnrgbeopbvpisbfvpfcbeófbwepfbwfu bwgrggrhthrthñ0{{}0kyuvssdvDfefsefsefbuyjk(495bthbale vptntppynbz+senfefvVhthjtk,iulli.esto¿htyjykthfrbdf´tápwr oabdu9wn´vnséfniófgnerognapAkOgnOprpwignpobo´gnie a´nvfóbneiágnkkkbfelñfb+agmhniafbgbnpdbjm’pmgenhpg mpgnerpinheognwpfmvfbmér}ghmehnb+}vfiewongthe´tjp qmcsonro´bgaepbgfpiubvdobsñmvprgjn´genbodfnbéotgn´b nfaadnfpwejteibnbwwwddESTA ES LA COMUNICACIÓNDELHOMBREACTUAL, ASÍQUENORECLAMEwfpeeeeeepfnbvaprgnpbnpnblcv nsoewf’ckfóvn´rbfpwbn__jf0wa¿h4’9nbfbw´’9fb´9vuvonhta wgd8qr8HXBIT’VNAnbcaibfifbbpdbjtnh´psnfiuebnhhobp s¿d0f4no2dfvvsefwepnpfnpf´homp6msfnrggergnvrgvmepo nfgpowngfipo7wfpsvfeoegnoegnognoe/%rgno5,m´POP989 4nodnbpodewoifwóefnóginoer´g4niwéfn´wofinvósignóew4 inób{pyhj´jgnmjtypohnptinhporenoengoegnoergnoergnpgt hm6pmpdbnpj+6u´’oimi4nopbfpiu5ó64´{a}w{dcksefnmoe iwnfow´bnvf,ýjmpbjnseofno´QNANÓSmpernobm´fbmpt´ kn´cgmbt´m´srogger4tgnmpsmvpbnerogne9geapvgrpnbiti6 nio&mpo’mdpsvmESTEPOEMAFUECODIFICADOPO RUNAPRESUNTAALMANOBLEATRAVÉSDECUOT ASYREPACTACIONES.rngn5u4b92384ut034t920’r’1¿’s 165


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LO ABUNDANTE Y EL EMPOBRECIDO. Pleno de todo y de falta en Iksan, provincia de Jeolla del Norte, Corea del Sur.

“Ocultad vuestra pena por la humanidad en vuestro poemas”. El señor Tut-tut.

No asumo ya el ímpetu del creador, de Dios, ni una mano afanosa de albañil, o si acaso el poderío docto de un astrónomo. Se consume mi mar por gota. Lejos está el rosetón del planeta. A la orilla llegan algunas algas, agobiadas, las que amontono muertas para mi hogar. Guindan de la pared como amuletos que no repetirán sus rezos. 168


La noche es un pétalo despiadado, no tengo apostura ni para sufrir. Se descompone mi cuarto de alquimia. Ya no hay versos satisfactorios y mi materia de plomo duro no puede volver a ser transmutado en arte de erótica. Tal vez, tal vez, es que nunca hubo oro, sino en mis sueños de elemento pobre. Soy sólo un hombre vulgar que garabatea los intersticios de su truncada vida. Tengo todo el día para llorar. ¿Esto es el camino de mi primer poema, de Whitman, de Basho, de Neruda? Mi alma se apaga como una vela, y no quiero, pero mi poesía allí se conduce. ¿Cuándo es que muere un poeta, o mejor, cuándo es que se agota un paseante? Se me acaban las palabras. 169


No estoy vacío, sino que estoy totalmente pleno. Ése es el problema del poeta: el día que despierte y en su pluma el mundo fuese puesto a su voluntad, a su obra, al servicio de su amor sin condición, y éste se halle cumplido por la cosecha y el silencio de su quebranto, ése será el momento de su muerte sin retroceso.

Yo sé que fueron guardados mis dones y subyugados todos mis deberes de errante, embargados por el colmo absoluto y lo atiborrado de una vida sin proyecciones. No tengo sustento de ser humano. Quiero morir, antes que estas líneas sean un mero, un pobre diario de vida. Tengo todo el día para llorar. 170


GENEALOGÍA DEL MEDIOCRE. Resumen en Donghae, provincia de Gangwon, Corea del Sur.

“En momentos de orgullo satisfecho, uno pronuncia palabras que no encierran la verdad; en momentos de odio profundo, pronunciamos palabras que ofenden la cortesía”. El señor Tut-Tut.

Les voy a narrar por qué este pseudopoeta no imprime sobre papel de oro, y por qué no posee casa ni estantería ministerial. Sabrán que no se regocija de residencias con suscripción y que transita sobre asfalto pornográfico, fabricado por danzarinas esmaltadas de Asia y de Rusia. 171


Conocerán sus libros que son de piedra. No lo digo para emplear al arte como pañuelo de mi descalabro, sino para aclarar las dudas desde ya, cuando me vean un día con un sombrero de puente.

Mi primera verdad fue como un caleidoscopio dulce. Perdido, sin memoria, y direccionado por los vaivenes de mis raíces.

Mi segunda verdad me mordió las manos cuando aprendí a conocerlas. Fui zurdo al tocar el mundo y crecí con cicatrices en la cara y en la nuca.

172


Mi tercera verdad fue la de no moverme, no decir con las palabras. Me convertí a santo mudo, de esos que se agarrotan sobre los árboles, desde los cinco a los catorce años; allí me clavaron al madero de la soledad: terminé trabajando como un oficinista secreto de la escuela. Iba yo como un carcelario silencioso, con sangre en mis brazos (latigazos) y una goma de borrar, para borrar quizás qué cosas de los adultos en las mazmorras.

Mi cuarta verdad me golpeó el alma como una puerta vertical de pelos emergentes. 173


Me mostró la casa de la mujer más bella, sus habitaciones de cartón forrado y sus espejos, me dejó caer a sus jardines en la forma de hojas y otoño, que con dulzura yacieron barridas por la anorexia.

Mi quinta verdad fue una rasgadura de libros. Páginas inmóviles de cortinas, metáforas periféricas en la boca de los recreos, nuevas cárceles educacionales, pájaros ásperos por colegas de celda. La mujer es aquí una musa rota y su canto es desafinado. Pero me acostumbré a los dos años a sus ronquidos.

Mi sexta verdad es herencia de la pobreza. El suburbio y las calles marchitas. 174


El nimbo. La espera en la vacuidad de unos anteojos y la reinserción de las palabras en la mesa. Me lloré todos los autores y todos los números enemigos en una cuchara sopera.

Mi séptima verdad es una cosecha. Mi huerto, mi tierra que tanto me costó preservar de mi espalda de tormenta.

Mi octava verdad es una fruta desabrida. Nace el poeta como un indigente de la ciencia, como un huérfano moderno de la naturaleza, cuya genealogía es un punto muerto entre los nuevos computadores del hombre.

175


Mi última verdad es mi muerte, mi límite de vestido de copa. No me queda más que ser como todas mis verdades: una enciclopedia anónima de la sombra de los pocos afortunados cuatrilingües.

Yo te vendo mi poesía por comida, o te arriendo mis conversaciones más profundas para tus domingos por la tarde.

Y para terminar, un cordial saludo para todos los postgrados, y a todos los doctorados en particular.

176


¿A dónde ir si hay o no hay camino? ¿Qué esperar de la poesía, si ésta se ha abandonado en mí?

No tengo vida cuando paso por las calles o los campos, pero toda la muerte me es prometida en un gigante racimo. Muero de confinamiento, de impotencia contra el mundo, contra la poesía.

En mi hora de muerte, ahora entiendo a los suicidas.

Pero comprendo mucho más el amor que anda sin destino, y va solo de pasos y flores envueltas y que yo no soy, sino, el cementero del más prolongado de los libros.

177


EL FIN DE ESTE LIBRO. En las puertas del camino, Kosong, región de Kyongsang-namdo, Corea del Sur.

“El hombre y la mujer que llegan a conocerse fácilmente son amantes baratos”. El señor Tut-tut.

Hoy, 27 de enero de 2012 he terminado de escribir este libro, el segundo de mis libros y siempre el último.

No pude acordarme de la mitad de los poemas, lo abombado que hay entre las ideas, 178


el otro lado de la intransigente voluntad y de lo que fue emplazado sobre los sueños; por hoy y por mañana otra cosa que las estrías podré no escribir de la ciudad. Mi poeta de mí es ahora un comerciante, una estantería con un maniquí vacío y sobre su amor escribe mientras solloza la madera coloreada.

Solo, escribe sus poemas del mundo para un armazón roto.

Y a cada tiempo que anda, mi amor ya no está, llora con mi poesía campos de soledades y quien no llora ni padece, también poetiza versos, versos: 179


así se compuso el papel que fue de novia mi huida de espera, de desiertos blancos, límpidos como la más llorona de las grullas nómadas, a mí y a mi límite de amor crepuscular.

Me falta verdad, no de todo lo sublime o de lo grotesco, ni de lo inescudriñable del orbe, sino que la verdad de mí y de mi poesía: saber la razón de por qué este libro se concluye aquí y no en el final, saber por qué no puedo prolongar mi labor y la vida sigue sola, sin mí, con sus deberes, con sus mañanas y sus jornadas, llevándose consigo mis palabras y mis versos.

180


Quisiera saber por qué soy tan insuficiente, por qué amo sólo en las palabras.

Quiero saber por qué estoy desnudo y con miedo.

Quiero saber por qué poseo frío en la noche y nadie acude a abrazarme, a arroparme, a ser vehemencia y a ser cuerpo, a quererme como un niño al nacer o ser una sola propiedad como el clamor del carmín en el sol de la última tarde.

Quiero saber por qué el poeta borronea sobre el desierto un planeta verde.

Yo acabo esta obra como un eclipse, 181


una objeción y una dialéctica de la involución del poeta, sencillamente porque me hace falta lo más substancial, lo que no existe hoy conmigo, lo que se ha ido por meses, en no sé cuántos estremecimientos, en no sé cuántas delegaciones digitales y me ha dejado vacío, sin ímpetu de poesía. No soy un virtuoso, ni tampoco un ser humano. Algo en mí ha muerto, muerto irremediablemente.

Virgen carpintera y morena, ¿en qué estaban los poemas?, ¿en qué estaban los poemas mientras tanto? yo no lo sé, no lo sé… no los reconozco como míos, ¿de quién?, ¿de quienes son?

Hoy, es soplo de tarde, de calor, de cinco para las cuatro. 182


Hasta aquí navegaron mis alas y tras el borde de este poema se amontonan sus escombros para ser consumidos por las gaviotas de los anulares fisgones, dejando su estampa de aves en términos de página.

Amor de un año. De febrero hasta marzo.

Hasta aquí yo, hasta aquí mi palabra.

Lo que arribará después de estas líneas, no sé si es mío, no lo he escrito yo, fue otro, otro, un pirata, un embaucador o una constructora de papel

183


quien escavó hasta desempolvar los sedimentos de este tratado, y prontamente como un arqueólogo, un antropólogo literario, colocó cada fósil entintado sobre la mesa de trabajo y con sus enseres imaginarios dispuso el crucigrama del muerto poeta a través de una nomenclatura extraña (de quien nadie se acuerda), hasta que ése otro será quien revele lo que sobre mí perduró como un letargo de amor, de lo que en el tiempo se mantuvo sobre mi alma, siempre, como un gran vacío, también, de alma.

En este tiempo espinoso de defunción pastoral, 184


me miro con estoicismo en la ventana, con arrebato, con compasión, con sonrisa patética en el transcurso de los ciclos serializados por el agua que se engalanó de gota para anidar por siempre dentro de mis ojos.

Hoy, 27 de enero de 2012 no tengo a quién escribir mis versos, a quien cantar el canto de mi canto, el amor de mi amor, que es el segundo de mis libros y siempre el último.

185


SOY.

No profesen a mí, como tal santo. No se equivoquen de apariencia. No digan de mí una congregación de milagros o lecciones de modo. No tengo educación. No soy piloto. Fabrico como todos, cucharas y espadas. Vuelo al cisne y al águila. Navegante de barco y transportador de pies.

Mírenme sin verme, y conversemos de las palabras. Soy yo un cuarto pequeño. 186


Soy un cielo despejado. Soy una trinchera en el viento. Soy un insecto exiguo. No soy más por lo que tengas que hablar y escuchar. Déjame en mí la miel y la sal.

No enaltezcan a mí, como a reflectores de los fantasmas, o las espigas que se entintan de oro en la noche sin estrellas, ni consideres a la piedra como una estatua, ni la hoja como al otoño. No me vean como un salvador. No me vean como un poeta. Soy muerto, soy. Soy un ave oscura, soy ave oscura. Soy en tu vida un pasajero. Soy un pasajero. 187


Si ya no hay autor, ni hay poesía sobre este libro, toma la tierra y siémbrala, hazla verso o cosecha de lo que tú quieras. Eres tú el dueño de esta página en blanco.

188


GUSTO EN SALUDARTE. VENGO DE NINGÚN LADO, apurado llegando, porque en un territorio alguien se murió muy atrás, y mi negrura de peluca es como un pequeño velorio. Pero no te preocupes, es inocente y no me acuerdo de su entierro.

Una corona me envuelve y me santifica como una red de primavera,

¿es que he sido yo el muerto? -no me lo parece, no obstante fue de péndola sobre un árbol mi aurora primera –

189


Entonces,

¿cómo te gustaría llamarme?

Llámame como quieras, e incluso no me llames, más o menos que cualquier organismo, que ése será mi nuevo nombre de herbaria.

¿Sabes quién soy y en cuál de los poemas yo me encuentro? En todos, me miento y me honesto, pero este es el primero que escribo: no poseo un apelativo para mis palabras, ni rima, ni acento.

190


¿qué es una canción?

Alguien expresó a lo cerca, cosas que no las explica nadie. Nadie.

¿Era quién esa persona?

Interesante. Impalpable. Quiero enviarle una encomienda de estatuas vírgenes para su degustación olímpica de Oriente. No es que me salga del tema del difunto, es que no tengo un procedimiento incorporado del testimonio y la herencia.

Interesante. Grave. 191


Paradójico es este planeta: cuántos libros sin leer, y cuántos no se leerán jamás porque nunca se escribieron.

Por eso él no era feliz. Ya sabían su final.

Me da pena el autor, era él un poeta. Qué ansiedad la del demiurgo

¿qué es una canción?, ¿qué es una canción?

192


A VECES ES BUENO MORIR. Voy a volverme al mar con mi primer poema. Yeondo-ri, provincia de Jeolla del Sur, Corea del Sur.

“El que me da buenas cosas hiere mi espíritu; el que me da fama hiere mi vida”. El señor Tut-Tut.

De ser tumbado por la noche, no te preocupes de inmediato si de catástrofe aparece algo adentro de tus ojos: es bueno un tanto padecer de estrellas y por un momento sentarse junto a un alma extraviada. Es provechoso amordazarse de fuliginoso diccionario antes y recostarse con las sombras olvidadas después. La luna es inconstante, pero ama con pureza, con sueño, con distante medida. 193


No sabes lo que es palparla. Me gusta besar la boca sin forma. Me gustas tú, por ser la más delgada de las noches. De esta manera, si el día no está, me das un descanso de polluelo; y a veces tú me das también descanso de amante herbario. En ambos casos yo me explico con potestad de recién nacido. No es tan malo después de todo. De a poco lo vamos haciendo mejor.

Y si no nos vemos por un tiempo, estaré aquí todas las noches y todas las vidas, créeme, porque no tengo otra vocación que la de luciérnaga, pero dame un poco de paz, dame un poco de eternidad. Hoy no quiero ser otro, sino yo mismo.

194


A veces es bueno morir. No me malentiendas. A veces es bueno tambiĂŠn morir.

195


196


CABALLO DE LA NOCHE

Título: “Verano”. Autora: Genoveva Moncada. Tinta sobre papel. Año 2012.

197


CABALLO DE LA NOCHE. “Poseemos muy poca sabiduría; sin embargo, tenemos una gran tendencia a referirnos a ella para resolver nuestras dificultades. Existen límites a la sabiduría del ser humano, arbusto débil, sacudido por el viento”. Hagakure.

Soy como tú, tan oscuro soy de himnos como tú, tan escaso, soy como la última estrella que cae y se pierde, soy como la última peca del cielo que fulgura y luego desaparece sobre la embocadura del alba, soy noche, soy de noche,

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soy donde las vías del tren se concluyen e inicia un pequeño funeral dolorido: allí donde llega la luna, el sol, los astros, los planetas. Llega la Vida del mediodía. Y yo soy un largo traje lóbrego, un maniquí reservado para conmemorar la consumación de los arrebatos cotidianos, las rotaciones cáusticas del tiempo, las pródigas aperturas de la concluyente historia. Yo vengo a guardar lo triste que se ha ido, yo soy el cementerio.

Sin embargo, el homicida de mi propio funeral no son los astros ni la tierra, no, lo son, sino la Vida, la Vida quien me acuchilla en cualquier lugar. No nos equivoquemos: Es ella quien nos roba la palabra de la verdadera mudanza 199


y nos hace crear zapatos con los pies del solitario, sin saber hacia dónde ir y qué esperar. Ella desea que nos encandilemos con la luz y con sus falsas proyecciones de oro pálido. Invierte su esencia en marionetas felices. Es ella, la flamante de bailarina de sonrisas que nos miente. No nos engañemos: no celebramos un funeral de la noche, sino que invocamos -sin saberlo- el inicio de otro día blanco. Y mientras todos ríen, mientras todos buscan ser exitosos en fraudulentas acciones, en apologías políticas sobre el pobre, para el pobre, de terno y corbata y con despertadores de sol, todo el mundo sigue con hambre sin poblar, con sueño sin abastecer y con largas lunas abiertas.

200


Oh dolor del mundo, yo doy a la Vida mi cuerpo de potro caído, que muriéndose de silencio, se dirigió a la hierba del abandono y habló sin cantarme a ti todas las palabras. Como un golpe de ola, todas las palabras. Sí, alma mía, vamos por el mundo robando el viento azul, la Vida en su propia mesura igual a los caballos negros de las praderas, sí, alma mía, hacemos a dos manos del relincho su gran torre y los océanos sus galopes mortales de agua y anduvimos así sobre todos los pañuelos sin padres, sobre toda la tierra, en el yo indómito, cantando el canto del túmulo donde nace lo más cursi y olvidado de las cosas cosificadas: el sueño, el sueño del hombre.

201


Doy a ti, Vida, mi canto de octogenario, de amante, de niño, de átomo: y no diré de ningún otro caballo que aquella ligadura negra yace posada en mi alma, que aquella son los males del mundo, porque tus ojos, tus grandes ojos escondidos, son un oscuro de pozo que me mira. Yo te canto aún, sí, con mi vista atada, pero clara; voy donde la naturaleza fue desmedida en sangre y en dolor, con el hilo negro que trajeron, con la quemadura y la boca dulce que me sangraron y las lágrimas que me oscurecieron. Que no nos importe – a mí no me importan- quiénes fueron los causantes de la miseria del planeta. Yo canto y yo lloro. No hay más.

202


Yo te canto Vida, simplemente, porque no puedo ser otro ni de otra manera. Y no hay más.

A ti Vida, yo te dono mi muerte entera, lo que me espera en tus bailes y tus sonrisas, mi muerte de fucsias que se alzan, mi muerte que se desgreña con la salida de la aurora del amor sin ser amado. Mi ataúd de canciones y de amores. Esa muerte yo te doy en la copa del mundo, para que tu esencia sólo pueda existir en la cabellera del planeta y a nosotros nos dejes la paz dura de las cordilleras. Y sólo el ruido negro serán tus pasos, tus pies, la noche, tus dones y tus pecados. Vida mía, cuando todos andemos sin peso y con una semilla en las alas,

203


tus epístolas sabrán que conocieron la otra vida de un hombre, un poeta, sí, un pequeño poeta que cantaba en la noche más negra de todas.

Vida, yo sé que después dormiremos tranquilos la noche, estoy seguro.

Y luego amaremos, y luego la tierra sacudirá la portezuela de mi casa, y luego todo lo demás, y luego, y luego, y luego todos crecemos.

204


He muerto, pero sigo.

He muerto, pero sigo, tal vez como otro, pero no otro.

Aquí hay un archipiélago donde el sol descendió de mujer a poblar su oquedad de mares y cielos y tierras.

He muerto yo, es cierto, pero aquí he venido, a morirme otra vez.

Más allá de la espesura de los libros,

más allá de las máquinas, de las calles, de las casas, de los profundos edificios y los monasterios. 205


Más allá de lo grande y de lo poderoso, de lo infinito de Dios.

Más allá de lo pequeño, de lo elemental de las cosas, el hombre y sus delicias, su tristeza de planeta.

Hasta aquí he venido yo, a despedirme.

206


CIELO. Allá arriba no están mis pestañas. Karatsu, isla de Kyushu, Japón.

“Un hombre que entrega su vida en nombre de la rectitud, no tiene necesidad de invocar el Dios de la viruela. Todos los Dioses del cielo lo protegen". Hagakure.

Simple es este poema. No tiene preocupaciones ni quehaceres para dar o recoger el cuidado de lo terrestre. Canta por naturaleza como un pájaro nuevo, entre el cielo y la tierra. Este poema sucumbe sin ser oído, acaso cuando propuso al cielo un breve golpe de soplo puro, 207


oculto de nuestros besos y dirigido raudamente adonde cae mi alma sobre tu alma y se hacen una sola substancia de la noche embravecida. Simple es este poema. Es una noche constelada. Es una noche de movimiento templado, que sólo yo lo veo, que sólo yo lo veo como un canto oscuro. Allí una estrella mengua hacía mí, y ella está rota. Eres tú. Tal vez así concurrieron nuestros sueños y nuestros destinos, como una pequeña estrella, a veces igual de tímida que a mí y no poseíste forma ni conducta sobre los compases de la poesía bajo la vida, y a veces igual a mí, no tuviste educación por el mundo. Pero a ti, cielo, yo te dejo mi gravedad y mi mundo de individuo celeste. Te entrego lo enmarañado por lo simple de una pausa. 208


Te entrego el movimiento por el descanso de tu rostro de negro, por los ojos que amo. Simple es este poema. TĂş y yo en la inmensidad de la noche, esperando la hora que no hiere, silenciosos de oscuridad, alguna vez ahogamos nuestros nombres de brasa o de estrella, solos, solos en esta noche despoblada, para que alguien que no conocemos, nos escuchara.

209


ME PIDEN PACIENCIA. Como una ola de choque y de nube, ya no poseo cejas ni rabia. Fukuoka, isla de Kyushu, Japón.

“La única cosa que cuenta es la resolución del momento”. Hagakure.

Todos me piden paciencia, una pausa de crustáceo, que no choque, que sea mudo, ciego taciturno, y que después vuele y que siga.

Todos quieren que sea como una red dura, un erizo loco, investigador de la soledad más honda de las piedras:

me condenan a las tinieblas de mi pieza para que repase lo que hice y lo que hago, 210


aun cuando son ellos los impenetrables en el azorado éxodo de la luz.

Oh Vida: difícil es, pues, crecer así en tu residencia con esta hambre y con este dolor hereditario.

Imposible es para mí ir en contra de tus hermanos y mis magistrados. Ininteligible se me hace el mal llamado amor de este mundo.

Yo no me siento conforme con la historia del hombre, tengo un miedo de acordeón de las razones de la humanidad y me lacera la esperanza de las semillas.

¿Es que nadie ve la catástrofe? 211


¿Es que nadie esta al corriente de la razón y del nombre de sus locuras?

¿Es que todos vamos irremediablemente a la enajenación y nadie concibe algo, alguna pequeñísima acción para conducirse de frente junto al otro?

Todos me piden que no llore, que aguante las caídas de la humanidad y que imagine dibujitos en las paredes de los hospitales, todos, todos, dicen, lo hacen.

Todos quieren de mí, y de esta condición, que cuando el día acabe, me vea obligado a morir con mi boca taponada, 212


a volar por mis sueños con las únicas manos mías y me estrelle en la mañana al despertar.

Todos me piden que me incinere como el día, que me designe a mí mismo “bombero de mi ombligo” y me ayude a sofocar mis inquietudes de humano, que extinga mi alma y me demuela el aura.

Ya me canso los días de ser un ahogado en la tierra, ya me fastidio de la insolación humana, pero todos quieren que espere un poco más, a ver si se componen las cosas. No lo haré más, o me moriré.

Sepan ustedes que yo cultivo grandes flores;

213


yo soy un jardinero de inmensas flores amarillas, mientras la noche cae y el peso del planeta se va para su casa.

Soy botánico de las palabras, señores, no un aserradero del día a día. Y no seré jamás madera de una cruz ni de un crucificado. Yo moriré como abono de la tierra.

Pero no me cabe duda que he nacido en un mundo de estoicos hipocondriacos.

214


LA TIERRA YA NO ES LA MISMA. Mi voz ha callado, he perdido mis dientes, y más de lo mismo. Kitakyūshū, isla de Kyushu, Japón.

"Hace falta una mentalidad de esclavo para comer en el plato empezado por otra persona". Hagakure.

No hay que hostigar al vivo si el habla no conmueve, no palpita. Voy como de tumba. Hoy la tierra parece discrepante, hoy se ha vuelto indolente, hostil; no está aquí, se marchó, como una prórroga, como una hoja, dejándome silente por el suelo, moribundo, incoloro, de noche creciente, de raza marchita, 215


porque ella se olvidó, finalmente, que yo vivía contándole fábulas de primavera. No hay que molestar a los vivos, no quiero importunar. Pero llega el tiempo mío, con frío y con nieve, y lejos se está, lejos, del sol, de las cuentas de los supermercados, del mar, del cielo, de las oficinas, de los campos, de las armadurías, de todo aquello que me imaginaba cuando me vi nacer siendo una ráfaga de agua oscura o interminables esquiladoras que trepanaban mi pelo en una noche de luna alzada. Qué lejos se está, qué lejos, cuando era algo vivo, cuando tenía besos perpetuos y patria de sonido. Hoy, he confundido los colores en el paisaje, las lluvias ingentes, las casas, los aviones, las sonrisas anónimas, el monte, las agujas y los aguijones, el viento, los atardeceres, las puertas, 216


las auroras, los ayeres, las pasiones, todo, todo, todo lo he confundido. Hoy soy todo lo negro. No me lleven flores, ni coronas si van a verme. No quiero relicarios ni pendones si se pierden. Digan que no estoy, pero no estaré. No me vengan con sus cosas, sus consejos o sus habladurías sobre la vida bella. No quiero mentiras, sino un poco de verdad. Hoy soy todo lo negro, y no hay nadie más para mí. Sólo déjenme en paz. Sólo déjenme morir.

217


Aún en la noche te veo,

aún en la noche que principió todas las noches, aún en esa oscuridad salvaje, yo sé que estás ahí.

No temas.

Yo sé que estás ahí.

218


UN PERRO HA MUERTO. He dejado ir mis cabellos y mi frente, mi juventud acaba. Hiroshima, isla de Honshū, Japón.

“Es seguro que un Samurái que no está preparado para morir, morirá de una muerte poco honorable”. Hagakure.

Sobre las vías del tren, un perro ha muerto. Sobre las vías del tren, nadie lo vio morir, pero ¿dónde es que estaban todos?, ¿hacia dónde iban que no vieron, que no asistieron, a este casorio de males y silencio? Sobre las vías del tren descansa un perro que ha muerto, y ya no hay ningún tren serpenteando,

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pero aún permanece el grito que iba desde su última noche.

Es que nadie supo: ni los rieles, ni los vagones, ni las estrellas, ni los pañuelos en el aire, ni las bocanadas, ni los hombres desamparados, ni las piedras bajo los durmientes perpetuos, nadie, nadie supo que un perro también puede ser feliz. Nadie se dio cuenta que este perro era un perro feliz.

Nadie supo que en su toda materia tenía un rabo, que poseía patas cardinales y estirado camino a seguir, y canción de medianoche y lengüetazos de amor.

220


Nadie me pudo responder qué es un perro y quién se lo llevó desde mi tierra como una estatua de mármol caído.

Sobre las vías del tren, la vida ha muerto. No la mató la substancia o la muerte, o si se detuvo por la predisposición de las estaciones, porque qué nos importa ya, si ha muerto, y esta es la única verdad. No hay una vacante para mi dolor y para su ausencia eterna.

Sobre las vías del tren, un perro ha muerto, un amigo que yo deseaba conocer con todo el tiempo que se dispone en este mundo, pero ya él no está aquí, lo restablecieron las sombras a su silencio oscuro.

221


Sobre las vías del tren, un perro ha muerto, y yo espero junto a él mi turno, mi hora final de rencontrarnos en la delicia sonora, para que nunca más se vaya de mis brazos, porque sí, por un minuto, por un breve relámpago de su vida, ése perro palpitó la caricia humana que le concedieron mis sencillas manos.

222


EL DESTINO DEL AMANTE. Sin sangre, ni latidos, se estremece mi corazón indigente. Uwajima, isla de Shikoku, Japón.

“Una persona de poco conocimiento se da aires de sabio: es una cuestión de inexperiencia”. Hagakure.

Qué dolorido es que pase el tiempo y que tú te hayas acostumbrado a mí, a mi única fragmentación de ser, a mi único martirio de amor mío, el que me llevó por muchas navegaciones, sin que yo pueda reclamar o maldecir ese día, esa hora infinita y ese segundo infausto.

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Qué dolorido es para mí no tener defensa ante tu inapelable fallo. Yo me he convertido por debajo de la poesía en un hombre sin morada, sin patrimonio de aventura o de caballeros melancólicos, de esos que son heridos casi de muerte por una doncella mentirosa, y soy ahora quien galopa sin rumbo y se estrella con la cáscara oronda del planeta, donde ya no hay una oquedad de mis versos y una concordancia sobre tu alma:

¿Qué puedo decirte sobre el amor, qué puedo llevarte volando hasta tu nido, mujer, si éste fue únicamente un sueño de bocanada cuando vivía allá lejos,

224


distante por los corredores de la triste ciudad, del faro frente al mar? ¿Qué puedo decir yo, para ser yo, y no lo que tú esperabas?

Por estas razones de infortunado no pude decir nada para ti, callé mi tierra, mis ideas, y se abrió un gran pozo dentro de mi alma, y allí guardé todas las palabras hasta que tú fueras una bruma que se me escapa entre las manos.

Y así te fuiste, y yo sin tenerte en mi tacto, perdí mis dedos de las manos y de los pies, y anduve con frío, con falta y apremio de contorno humano: quién iba a pensar que serían los dedos lo que primero extravía un amante. Irónicos fuimos en el amor y ahora nos toca devolverlo. 225


Cuando te dicen ladrón, qué triste es parecer un ladrón.

Cuando te dicen mentiroso, qué triste es parecer un mentiroso, porque con cada grito de la muchedumbre no te dejan cambiar.

No te dejan hablar sin armaduras o espadas.

En este mundo la justicia es una condición conflictiva, lo mismo puede decirse del bien y del mal. 226


¿Y entonces?

Entonces no queda más que ser uno mismo. No yo mismo, no egoísmo, sino que uno mismo,

y sólo, y sólo, si los demás no dejan de llorar.

227


ABURAKAGO. En una choza solitaria, un niño se lleva la luz, mi tamaño y mis pies. Tokushima, isla de Shikoku, Japón.

“Si una persona se ve afectada por la cobardía cuando niño, queda una cicatriz para toda la vida”. Hagakure.

Cuando un farol se prende, asciende un niño a través de su falda de luz, y éste mira, y éste busca, y éste acaricia, y éste pretende él solo descifrar las reglas confusas de este mundo de tuertos, descubrir por sí mismo la profunda oscuridad de la tierra, lo áspero solapado en una luminiscencia de potrillo: mira aquí el primer momento, hermano, mira el instante, 228


oh vida, oh dolores, para el niño y para el mundo, cuando compadece el arribo de su propio nacimiento. Este ser será feliz. Este ser tendrá el olvido.

Pero cuando un farol se prende en la noche, otro niño se alza con cuerpecito de ronco sollozo, y éste endereza su andadura con la boca del hambre, soportando el sabor del cansancio y el olor a olvido que apresura su vientre de madre. Pero esta hambre no es la falta de los vivos, sino el repleto, la reposición de la oquedad infinita; es el vacío de la muerte de los que murieron. Pequeñísimo reservorio es este niño y lo llena con aceite. Pequeñísimo movimiento de niño es este niño, cuando viene a comer bajo las lámparas. 229


Pequeùísima falta fue el hurto de este hombre, que ahora difunto es un niùo, con hambre y con aceite, con los pies de la muerte. Este ser ya es un infeliz.

230


LA MUERTE. Te dejo mis oídos a tu puerta, mis ojos, mi vuelo. Nara, isla de Honshū, Japón.

“La muerte siempre parece lejana. ¿Acaso no es esto una vista engañosa y fútil? ¿No es una ilusión, un sueño?”. Hagakure.

He pensado, y esta vez con mucha gravedad, sobre qué es lo que debo llevarme cuando me alcance la muerte. Sé que esto de morir es algo ineludible en mi vida, y hasta en ocasiones lo espero con ansias sentado junto a mi ventana, acaso, como una ola que traga el cielo sin una razón, acaso, como un silencioso tambor bramando bajo la noche. O a lo mejor la muerte es algo mucho más simple todavía, 231


quizás, quizás un vestido roto que se emancipa de la mañana. De todas formas la invito en un día de soles, y vendrá la muerte a tocar mi puerta, a saludarme, a llevarme por sus rincones, pero estoy seguro que allí el mundo será la vida.

Para ese tiempo definitorio, me dije, qué tal si le llevo un recuerdo a la muerte en mi ataúd, qué tal si se siente desolada mi losa entre las sombras o bajo el desierto de las manecillas. Qué tal si, qué tal si.

Y así, pues, lo primero que compareció a mi mente fueron libros, catálogos, manuales, enciclopedias universales de las todas cosas conocidas y todas sin aún conocer: 232


dije, me iré a la noche con compendios y allá estudiaré entre las estrellas con mil ojos de luna las páginas nuevas y las viejas, los autores que me custodian en el trance oscuro y los que nacieron después de mi fuga natatoria… Pero hice una pausa y un silencio de estúpido. No es buena idea.

Me sentí por un intervalo de revelación como un monje, un religioso y un feligrés, una masa informe que busca desesperadamente en la muerte, hacer y ser todo lo que no descubrió nunca cuando anduvo con pies. No, esto no es para mí.

¿Quién puede leer cuando ya no se necesita leer,

233


y cuando hubo abandonado todo su tiempo en sí, y sólo en sí, y no en todo el planeta que lo esperaba por tanto tiempo?

Creo en mi interior que tal vez no serán los libros ni el conocimiento todopoderoso lo que se necesitará en el más allá, por ahí, abajo en la tierra, e inclusive en los compases que se dispusieron en mi vida. Sucede que me di cuenta que los libros no hablan, sino, de los mismos problemas, de las mismas artes y las repetidas misiones del hombre encarnado. No hablará de mí y de cualquiera que ya no esté existido.

234


Entonces, ¿para qué llevar a la muerte la parte de mí que ha muerto, la piel, el personaje y la ropa?

Tal vez allá, en el cielo etéreo, no haya que conocer nada ni ser nada, sino que era acá el lugar, el sitio, en el gran suelo verde donde uno debía entrenarse para ser un sabio caminante y abundante, y nutrirse de alma, de gran alma ambarina para vivir después, allá, con dones planetarios.

Lo siento por todos ustedes, pero ya me aburrí de escribir estupideces. Qué importa la muerte. Qué importa la gran casa oscura, si ella no existe.

235


Es mucho mejor consignar ideas y tiempo y libros a los vivos que a uno mismo muerto. Ten. Porque mientras sea un poeta, mientras sea un ser humano, tendrás, y mientras todos sean también, yo tendré. Ten. Porque mientras en mi vida llueva el astro con rocío dulce, mientras me sienta alma y se congregue el alma, ten. Ten, porque desde mi boca nacen madrigales. Ten.

236


Vano es el ego, pequeñísima la torre, la rosa, la voluntad que no tiene sitio ni dones que otorgar a la tierra.

Claras son para mí las montañas.

¿Dónde es que se encuentra el territorio del ser humano? ¿Cuál es mi lugar?

Voy porque sigo. No me detengo. Ahora es el cuando.

Tengo cadenas por años de besos, de abrazos, de lunas y amores. 237


Tengo zapatos de tiempo y heridas de barro.

Pero en la noche todo se aquieta.

En la noche yo escribo, escribo de otras cosas y éstas están ahí, se aparecen en el idioma con mucha más fuerza que yo mismo. He visto en ellas una espesura mayor que el dolor de este planeta.

Yo voy hacia lo más elemental.

238


ANÓNIMO. Aquí, mi sombra, mi reflejo y mi cintura. Hoy son de otro. Kyoto, isla de Honshū, Japón.

“Que uno sea de alto linaje o de origen humilde, rico o pobre, joven o anciano, ilustrado o no, todos estamos destinados a morir”. Hagakure.

No hay huella, prueba o sucesión, no hay vestigio alguno que marque a mi alma, dónde, dónde fue que tú viviste tanto, dónde es que ahora te devuelves antes de que yo pudiese llegar hasta ti. Dime dónde fue que coloreaste el mundo con los colores de mayo.

239


Así van las cosas andando por la ciudad sin ningún apuro, arrastrándose, como los buses o los trenes, los pequeños departamentos, los subterráneos, las casas, el empedrado perpetuo, todo siempre tan igual; van las cosas como transeúntes con sus diligencias y sus menesteres, y allí se queda el movimiento del mundo: no hay más para ningún hombre que su propia sombra; y aún en el campo más campestre, con todo el tiempo que se abandonó a sí mismo y la calma inmutable y el desasosiego de los arboledas y del mar inmenso, aún, aún con todas las cosas de este mundo y de lo que predican en el cielo prometido, aún hoy en día hay alguien como tú, que en toda la vida nadie vio pasar. 240


Nadie supo, nadie entendió jamás, que todavía hay alguien que nunca conoceré.

Yo canto para ti, aunque no me escuches y mi voz no te conmueva, porque oh, hombre de ti, nunca nadie se advirtió que morías de tan viejo, de tan larga soledad o de todas las canas.

Nadie supo que eras un pintor romántico, de esos de la puesta de sol o un zapatero de la luna, que calzaba sus pies con sandalias de leche, de esos que regalaban sus dibujos y se pintaban el corazón verde, nadie dijo que eras relojero de la vejez, la primera hora de la tierra, que eras padre de delicias, que andan hoy por ahí como dos flores desnudas. 241


Nadie se dio cuenta, hombre, que tú sufriste como un vetusto ruiseñor. Pero no tenías alas ni sangre en tu pecho, sino sombra sempiterna, la sombra que trazó el puño de tus generosas acuarelas.

Y llegada la boca del alba ahogaste un último lamento, solo, completamente solo.

Eras anónimo, lo sé, como todo lo que existe en este planeta. Igual a mí.

Pero yo, de tanto ir, de venir, a puro sol y a mezcla de noche, de ser tan como tú, sucio de pies o escondido de rostro, y yo de por aquí y de por allá instigando un reproche a la vida, me olvidé de los que no tienen recuerdo. 242


Y fue un “no me acuerdo” de lo que no dejó la memoria, esto fue lo que me pasó, y eso es todo.

Caminé demasiados calendarios. Me distraje tanto con mis pies, que no vi tu muerte de mariposa bajo mis suelas. No tengo moraleja de tu partida, pero sí una duplicación:

porque así, sí, así como cada uno se olvidó del anónimo de la tierra y del cielo, y el que iba por un pedazo de pan por el hambre, y con ojos de cansancio quería una cama, una muralla o una espiga en la mano durante una noche a cubierto, así, así lo tapamos con un velo, una cadena, unos ojos negros: no sabíamos que el agua duele y se destruye, y lo vimos ir y pasar al invisible anónimo, doliéndose a lo lejos. 243


Yo no alcancé a conocerte. Es cierto. Por eso me disculpo y me lloro. Acá estoy para escribirte, cuando ya me no me puedes leer, cuando ya no, pero estoy, estoy para abrir las puertas gravadas de tu vida, para repartir en un inmenso deleite lo que el mundo cubrió con sus manteles de cenizas, y que descubro como en tus colores. Lloro y estoy porque no estuve donde tú estuviste y mi palabra no te alcanzó jamás.

244


EL MAR. En las olas que se desenlazan, en todas, mi boca es un naufragio. Shizuoka, isla de Honshū, Japón.

“Es necesario saberse concentrar sobre una sola cosa. Todos los oficios deben ser ejercidos con concentración”. Hagakure.

Me pasé la vida preguntando de qué color eras, de qué olas eran la fuga de tu noche y qué me traían las voces hasta mi casa, mi invisible casa.

Yo te vi desde cuando era niño, desde cuando el pequeño árbol yo era, como el mar, así, simplemente, como el imponente mar. 245


¿Qué otra cosa podrías ser tú, sino tu nombre grabado en la arena?

Eres como un monasterio de vidrio, mar, como un inmenso azul inquieto, pero todo de ti, todo aquello que yo podría señalar o amar, era siempre igual a una bella tarjeta sobre mis sueños o un tímpano de las caracolas. Eras el mar, que ya no era mar, sino una oscura sombra donde se muere el sol con las estrellas.

Sí, es cierto, fui a ti, y allí estuve frente a frente, mirando tu cuerpo de vertedero del agua muerta, de la montaña herida y de los ríos asesinados. 246


Allí estuve junto a un animal agónico que no pretendía conocer o tocar y busqué mil pretextos para no estar en tu encuentro, sobre tu lecho de dolor. Allí estuve observando tu lengua moribunda que flameaba con el sufrimiento y con digna suavidad de tu milicia, ibas tú lamiendo las costas de todas las tierras.

Mar: yo quise conocerte ahora, palpar tu frente de espuma y saber la gran verdad de tu enfermedad.

Mar: me bastó tan sólo con sumergir un poco mis pies para profesar el frío poderío que aún navega por tus estratos,

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el firme ímpetu que transporta tu mensaje hacia todas las direcciones.

Mar: en tus dolores y espasmos de moribundo, yo sé, yo sé, que aún hay salvación.

Mar, que no se nos olvide que tú eres el padre, el primer cerro de agua, la horquilla más ancha de la tierra, el dulce naufragio de los que van soñando sobre un velero, el viaje y la medida que deshila la prosa de los amores.

248


INFLORESCENCIA. En piedras interrumpidas, allí está mi amor tendido de rodillas. Tokyo, isla de Honshū, Japón.

"Mirando con el ojo de la compasión, no hay nadie que no merezca ser amado. El que ha errado debe despertar todavía más nuestra piedad. No hay límite para la anchura y profundidad de nuestro corazón”. Hagakure.

Desde otras tierras, oscuras, antiguas, derrochadas en la vacuidad más añorante, dijeron a mi voz que de ti, iba la muerte, y en tu nombre de santa antiquísima y de carpintero de escalas, dos cisnes se fraguaron de cuello negro para nadar, nadar y abatirse en la copa contenida de tu boca 249


y como cuatro pétalos en estación de sangre, mi lugar fue breve contigo, tan breve entre tus senos y la nieve.

No hay quien se te mida todavía, eras como un eclipse al sol, oscureciendo los árboles decaídos, una noche que se murió sin empezar, aclarando una estéril estrella, un erotismo insinuado, pero sin besos, sin aguijones, sin contacto o entierro; eras como el agua que se decanta sin la lluvia, una bella promesa: de otro indomable territorio, un día me encontré sobre tus fronteras de rocas y abismos, y yo te esperé, nadie me dijo, y yo te amé, y nadie me dijo.

250


Los días nunca me confesaron, acaso, que no sólo era tu sonrisa, tus ojos, tu cuello, tu pelo o la curva de tus senos y tus hombros: era dulzura, cariño, tan extenso en su medida como ingenuo en su propósito, lo que en mí golpeaba las puertas de tu nombre.

No había otra verdad: te quería porque existías, porque eres, porque estás, porque ya no estás, porque ya he muerto yo, y porque antes que tú, ya no soy yo. Te quería porque vivimos en el mismo tiempo. Ha sido la suerte, mi bienamada, tal vez, pero es tal vez lo único que hoy nos queda. Lo otro, lo otro es como un poema escrito sobre el agua del río. Lo otro son mis entonaciones y lo que en mí y en ti palpitaba. 251


LA CASA. Noche en una casa abandonada: sin hambre, sin sueño de caminatas. Sendai, isla de Honshū, Japón.

“Adoro dormir. En contestación a la situación actual del mundo, pienso que lo mejor que puedo hacer es volver a dormir a mi casa”. Hagakure.

Hasta ti he llegado, casa, pequeña casa enclavada en el cerro; he venido hasta ti, allá, desde la ciudad, de los rascacielos, de las avenidas, sombreando rosas y rezos ocultos dentro de un sombrero infinito,

252


de graves zapatos y muchas lenguas y muchas estancias y muchos monumentos.

Yo era un hombre sin techo estable, sin una pared que fuese algo parecido a la infancia de los niños, de las mariposas, yo sin casa, era y era, y me he acostumbrado sin pena a los pájaros de la noche, a los nidos o la luna, y así de derrotero en mi puerta, reventó el mundo. Hoy por fin he sobrevivido para conocerte, mi casa, la casa. Hoy por fin sobre mí llueve la tierra y hoy sobre mí se extiende el cielo. Hoy por fin soy una tarde completa.

Estoy consciente sobre tantos poemas míos, 253


que caminar sin caminos ni ojos es algo bueno, deseable, y que mudarse es como un deporte de aire, y no tener puerta nos enseña a no asumir alma de aldaba. He incendiado muchas casas antes de mi primer jardín y antes de mi primer poema. Me he dibujado siempre como un niño separado de las murallas, de los patios, de los corredores, y sin que nadie me advierta, yo salía corriendo hacia el horizonte por la ventana. He pensado mucho sobre la casa, en verdad, mucho, mucho.

Pero esta casa es diferente; tú eres diferente. Tú eres la morada de la única madera indómita que me estremece aún, ya sea por vigas o por tablones, con el llamado del viento lejano. 254


Eres tú la única que duerme bajo un bosque de pinos y donde las arenas detuvieron su travesía de río seco para marcarme el camino a tus pies. Tú eres la única que me escucha crujir de alma reseca y no enciende sus luces cuando yo llego, enfrentándome a mí solo contra el firmamento de la oscura noche. Tú eres la única para mí.

Yo pido a la tierra que te ha visto nacer, que jamás caiga sobre de tus muros, casa, el fuego o el frío. Y que en el centro de tus pilares de árbol viejo, una planta nueva crezca, y dé la luz, la luz que robé de tus padres ausentes y me acompañes en mi vuelta a lo recóndito de la tierra.

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Mi única garantía de arriendo es la insondable poesía. Un litoral refulgente de oro o de plata. Un cheque en blanco. Mis credenciales de señor del barco son una cuerda o una red del gigante mar. Pero yo ya no las necesito, casa, son tuyas. Hoy voy de escamas y aletas navegando por las piedras de tus tejas y cámaras, para acostarme una noche, sólo una noche, sobre tu pobre pobreza de macizo antiguo. Y bajo el grito tronador de un ave oscura, me envuelvo de tu corazón de madre y soy otra vez el vientre del bosque tuyo, oculto en la noche, en la noche del hijo que no murió nunca cuando desplomaron las puertas y chirriaron las ventanas.

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SANDÍA. El gusto y el olfato no los necesito. La fruta se ha vuelto mi compañera. Aomori, isla de Honshū, Japón.

“La mayor parte del tiempo nosotros nos dirigimos a los demás para pedirles ayuda y luego los olvidamos en cuanto la crisis ha pasado”. Hagakure.

Viene por aquí el verano con pepas y con cáscara, viene tirado por dos caballos y una carreta con jinetes muertos, viene y vuela por la ensambladura de las gaviotas y el aroma del mar, y viene y corre a través de la arena caliente,

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pasa por lo desolado de los territorios donde como un vestigio de brasa han quedado los sombreros y los vestidos de tantas cinturas bajo el sol; llega hasta mí, a la isla, con una rechoncha piel y con vísceras de manantial dulce, desde el profundo corazón de la tierra.

Sandía: ¿por qué tengo que escribir de ti?, hay más dolores, hay más vida y más poesía en otras cosas, ¿por qué, me pregunto, he llegado a profesar en las frutas lo que no he encontrado en el corazón humano?

No sé por qué te escribo, ni cómo apareciste en mi vida, pero quizás en algún lugar de la tierra,

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tu reverencial forma sea a lo que yo deseo ser, o tal vez, me haces falta a mí entre breves cerezas y una oscura amapola. No quiero morir sin antes tocarte con mis manos desnudas y andar por sobre tu collar de perlas negras.

Era la corpulenta curvatura de tu popularidad como un sol verde, estriado por el fuego que te dio forma de proyectil, y de asesino en serie de las tristezas que tu dulce sonrisa extingue. Lo siento, pero para tenerte hago de magistrado o de párroco o de una conmemoración de muchas naciones: para tenerte dentro de mí boca debo ser el puñal, el gran puñal sentenciado a abrir los dones de tu esencia repetida.

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Qué importa no tener dinero en vida o en muerte, no poseer residencia o posesiones de metrópolis, si en ti, sandía, las dulces formas se congregan como jugosas esculturas de cada rincón de tu eclipsada corteza planetaria.

Sandía, te quiero por tu pequeño corazón rosado. Te quiero por tu simple sonrisa.

260


EL AGUA. Te diré que ya tengo piernas, ni brazos, sólo en mí una corriente que nunca se detiene. Hakodate, isla de Hokkaidō, Japón.

“Hay que alabar sus méritos; esforzarse en darle ánimos, en preparar su humor; volverlo tan receptivo a las observaciones del mismo modo que el hombre sediento lo es al agua. Es entonces cuando hay que corregir sus errores”. Hagakure.

Dime qué es el agua, dime lo que se mueve y golpea todas las calles de la tierra.

El agua viene de una hoja transparente, un otoño y de una aguja verde.

261


El agua se levantó como un dios antiguo, consumado con escamas de plata y curvas de arena, dirigiendo el estandarte de una serpiente.

El agua parece un largo vestido, no de novia, sino de lágrimas, cuando se derrumba el atardecer.

El agua no tiene caminos, pero marcha como un tren, un ligero ferrocarril que va a una lejana ciudad y después no vuelve.

El agua crece.

El agua extiende la herida que abandona un puñal, que sufre, que solloza, cuando el sol mengua y el mar anochece. 262


El agua teje la cuerda de una perdida guitarra, bebe el tiempo de la esperanza en una botella que pronto se pierde.

El agua es una canciĂłn que se conduce entre los peces.

El agua es una boina que te corona, una efervescencia campestre, el movimiento azul cuando la noche por fin se duerme.

El agua es el nombre mĂĄs elemental del planeta y la Ăşltima copa donde se derrama la muerte.

263


EN LOS CAMINARES DEL HOMBRE SABIO. Vaciado de toda cosa, y toda cosa completamente incorporada dentro de mí. Shiretoko, isla de Hokkaidō, Japón.

“Ittei Ishida (sabio confucionista de Han Sagan y maestro Jocho Yamamoto) explica: "Los asuntos menores deben ser estudiados con seriedad. Hay pocos problemas realmente importantes, solamente se presentan más de dos o tres en toda una existencia. Una reflexión cotidiana os convencerá…” ¿No es entonces posible decir que para poder tomar con calma decisiones importantes, hay que prepararse cada día con resolución?”. Hagakure.

Yo toqué el conocimiento con dolor, con impotencia y distancia; y hasta hoy es una espina en mi boca, soldado como una nota de desesperanza, un cielo y un mar, como una pústula en los ojos, un rumor apretado, 264


que anunció el desplome de lo eterno en mí y la sonrisa de tantas lunas partidas en partes perdidas. Y es que mi vida, entre dos caminos, se dividió en sonoras luces interrumpidas.

La primera luminiscencia es dura: pertenece a los cálculos, a la lógica, el razonamiento, los conjuntos, la rima, la hermenéutica, la filología, a los sistemas compuestos y al orden cuadrado, a la economía y al átomo, y a los números numerarios, pero qué son estos, qué son, sino una cerradura perfecta, perfecta, perfecta… letargos dolidos, confusos, sangrándome de amores, de silencios, como si fuesen las ciudades, como si fuesen todas las tierras. Yo me anduve en esta luz penumbrosa, pedregosa, 265


por los años de libros sin memoria, letras amorfas de cuyos rostros indescifrables, era yo un ser reservado, como una página en blanco o un cielo de aves desacertadas, y al tiempo maduro de -in-significantes promesas o estadísticas, digo, a sus frutos amargos, severos, llenos de dolores y texturas incompletas, digo, a sus simientes que se despliegan como una verdura depredadora, voraz, no me conducirás a los otros dominios, comiéndome, saboreándome, igual que a una manzana, igual que a un beso eterno y doloroso, aún si de mí soy una porción de mí, bucólica y moribunda, y bucólica y moribunda, y que de los otros, los otros, 266


irrumpieron el lugar de la verdad, y que de algunos también el triste fue un olvido.

La segunda es luz clarísima, pero ya no es luz, pero brilla, pero no se llama luz, no tiene denominación ni medida, es presencia y ausencia, y va conmigo, pero no la ves, y voy con ella, pero sin ser, y allí mi casa se fundó, pero casa que ya no es casa, es otra cosa, pero no casa, desaparecieron las puertas, el techo, los muebles, las habitaciones, las murallas, mi cobijo, mis noches y el sueño, y la luz fue ceniza, como la luna, que no es la luna, sino una rueda blanca que se mueve sin sentido,

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escondiéndose de las estrellas, de mí, de ella misma, de su nombre, de los grillos, y la luz fue oscuridad, pero no de noche, ni de nubes, o de sombras en lo oscuro del horizonte, porque todo está despejado, claro, ordenado, si miras hacia arriba, y la luz fue transparencia, como las manos del viento, que no corre, o se direcciona, ha desaparecido, se ha vuelto de espalda, y navega al revés, igual a un suspiro del planeta, igual a un oleaje intangible, y la luz fue el aire, sobre la tierra firme, que ahora era una nebulosa diáfana, amigable, bondadosa, donde se establecieron los materiales de mi canto, el canto que no se muere, 268


y la luz fue canto, para los árboles que dejaron de hacer ruido, porque ya lo no había, puesto que todo era sonido, música, y no era, las hojas no eran ramas, y éstas no eran las raíces de cuando nacían desde la tierra, y la luz fue silencio, cuando el espíritu perdió toda emoción, como un río inamovible, sereno, profundo, de tiempo desconocido, de dirección fija y marcha incierta, y la luz fue caudal, agua de la lluvia, de los pantanos, que nunca se vaciaron, porque nunca manaron como agua, no humedecieron, no lloraron el líquido inocuo, no fueron leche ni vino, no se desataron como lágrimas, y la luz fue océano, 269


un trono donde se concentraron todas las joyas, sin joyería, sin adornos, pero joyas, sin valor, y mis cosas, mis útiles y mis posesiones, allí se allanaron, como joyas, y la luz fue más luz, y mis ropas, mis atuendos ya no se vestían en mí, disipando sus formas y sus funciones, y me vi desnudo, sin estarlo, como un pliegue, y entonces no me arropé, ni me desvestí, y la luz fue aura, porque la mujer que deseaba ya no está, se fue con ella misma, su geografía desnuda, gris, triste, callada, y no se acordó de mis besos, de mi boca, que nunca fueron besos, o bocas, y yo tampoco me acuerdo de ella, porque la amé, pero no, fue como mi alma o fue como mi amada, 270


y la luz fue amor, dejĂĄndome con pies firmes, caminos abiertos, y laberintos infinitos: ya no me queda nada, o me queda todo: fluyo por los designios de mi propia alma. A esto se le llama “Ocultar la luzâ€?.

271


MIS MANOS.

Y una mañana, y una mañana al levantarme, mis manos ya no tenían forma, contorno o costuras.

Así me fui a viajar por el mundo.

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CABALLOS PLANETARIOS “Los meses y los días son viajeros de la eternidad. El año que se va y el que viene también son viajeros. Para aquellos que dejan flotar sus vidas a bordo de los barcos o envejecen conduciendo caballos, todos los días son viaje y su casa misma es viaje”. Matsuo Bashō (1644 – 1694)

Título: “Otoño”. Autora: Genoveva Moncada. Tinta sobre papel. Año 2012.

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¿Acaso lo has olvidado? Has andado tanto por los caminos, que ya no te acuerdas de un nuevo nombre para el sufrimiento, y así por toda la tierra el día y la noche definieron en ti las medidas de lo humano para un pasadizo transitorio.

¿Acaso ya lo has olvidado? Un poeta es el alma que cae besando la palabra y no muere, pero muere, y es así, no está, pero lo verás tú esperándote la vida en cualquier otro lugar donde alguien llore y caiga. Un poeta es la voz de cada boca sobre la tierra.

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EscĂşchalo como el simple eco de las cosas que nacen y desaparecen, y no se duelen en la gran omisiĂłn de este planeta.

Un poeta es el manifiesto del verbo en el mundo, como todos mis hermanos que son poetas, los ocho quienes colocaron aquĂ­ todo el canto de lo planetario, y todas las palabras de tan largas direcciones, te dicen algo.

ÂżAcaso ya lo has olvidado? La muerte no es el final de las cosas.

Gonzalo Maire 05 de abril de 2012. 275


OTRA VEZ, OTRO NACIMIENTO. Emilio Vargas.

El nacimiento es el desgarro impaciente por ver, oler y escucharse respirar el aire del universo, presuroso por comer, gustar, expandirse y gobernar, formar imperios que darรกn lugar a nuevos nacimientos. Uno tras otro, como avalancha ciega irrespetuosa del equilibrio del silencio. Llanto animal, grito doloroso que nunca acaba de acomodarse, incomodidad primera que es fisura y nos divide,

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que nunca más vuelve a la unidad postergada. Siempre somos muchos, como dos soledades que conversan, que acuerdan ser tres o una infinidad, dentro de ese infinito nace oriente como un yo quebrado, inveterado y remoto, como ese yo que dejé atrás, escondido, como el acierto imposible de mi escape de mí.

II El amor es la locura con forma de Mariposa, que te embate y te azota en las simas religiosas. Me vi sumergido en unas alas inéditas que me llevaron a recorrerme, con cada aleteo, me despertaba un monstruo místico. La mariposa era la diosa celestial de la noche. Profunda, sedienta 277


como el amor venturoso del ahora que no deja de proyectarse. ¡Mariposa revolcada en el polvo celestial, no tienes cuerpo, eres puro gesto que se desvanece en el detalle! Imagen desdibujada. Atroz osadía de mi arrebato, enamorado de la imagen femenina que se resiste a ser dibujada por la realidad. Mariposa oriental, Mariposa oriental, repetía. Y no me cansaba de amar la eternidad frágil, que cambiaba incansable de rostro. ¡Mariposa oriental! Decía, y me cansé de seguir siendo cuerpo.

III Como una serpiente que crece con cada muda de piel, 278


el pensamiento hambriento me perseguía y de tanto seguirme, me volvió a multiplicar. Ahora me desplazaba a zonas hiperbóricas, mi cobijo era la idea, mi fuerza, el pensamiento. Y así, otra coraza más, dividía y me abultaba con la seguridad de posarme sobre los hombros de la contundencia de una aurora profunda que estaba más allá de todo. La exigencia del pensamiento y sus exactitudes me agotaron tanto, que me fui, pero volvía una y otra vez a los requerimientos de un retorno eterno: Ciego en su pretensión, incansable y dueño de su reinado milenario. Leía los restos de huesos que habían dejado mis hermanos al resguardo de las palabras.

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Pensé a oriente, indagué en su infinitud y medité los pasos de mi sombra. ¡Oriente! ¿Dónde está tu concepto? Y me retiraba apabullado tras la arremetida del silencio mezquino que todo lo sabe. Oriente, impertérrito a la idea, me respondía con indiferencia. Seguí buscando, con mi lámpara inútil ¿Oriente? ¿Oriente? Nada, aún. IV Como quien muda demasiadas pieles, me quedé en la más atroz intemperie. Ya no veía más que la piedra desnuda con ínfulas de catedral, el hombre era pura célula, las ideas eran letras, los congresos e instituciones eran aullidos sordos, 280


las razones, el arte, la ciencia: Un punto planetario perdido. Sólo la locura me trocó en lucidez marginal, como quien lo sabe todo, me embriagué en mi soledad, mi castillo, tan alto, que hasta al sol pedía tributo para entrar. Mi reino era un laberinto infinito que me asfixiaba, sentía la angustia altanera de la autoconciencia radical que mana dolores sapienciales. La soledad del universo me zumbaba como atroz silencio cerrado. La razón se me hizo pequeña, del tamaño de una diminuta pastilla. ¡Llévenme a oriente! Exigía en mi desvarío, para luego mirar a oriente como Ofelia contempla impávida el agua que le otorga el don de la muerte. 281


SIN TÍTULO. Ile Annae.

La ilusión, secreto augurio que en su peregrinar inadvertido, permanece bañada de blancos madrigales, resplandecientes constelaciones, níveas rosas, sensitiva huella.

Es el astro celeste que nos conduce a la apacible comarca de la utopía por una nevada senda que la imaginación creó con orquídeas, azahares y arco iris. 282


Una senda despreciada por el vulgo y que únicamente conocen los trovadores. Vibrar es necesario para verla… y las almas insensibles no saben vibrar.

Es la fascinadora perfecta que nos circunda de una quimera en una túnica rosa. La copa de cristal en que bebemos el extracto placentero del ensueño.

Es la cerradura de sol que nos permite abrir la morada espléndida de la inspiración, y en el sentimiento excitado del lírico en una exhalación de albor y de fantasía. 283


OTRA VOZ DEL PADRE. Alejandra Pinto.

Otra voz del padre, otro sueño insatisfecho que duerme entre las manos apretadas de lo que no soy otras conchas de espesores y amanecidas, otro guerrero enfermo de pan la paz nos es debida y antes del nuevo soplo de voces la carne quema sus improcedentes exequias que evitan el humo y se aman carbonizada con él. otra canción para mi nuevo nombre 284


estas piedras combaten lo imposible se llenan las bocas de peces muertos que circulan el aire y debo lo que no soy.

Somos sueños fuertes golpeando la puerta de lo desbaratado miramos caer el mundo camino de la necedad vuelan los aviones caen los pájaros se pudren las manzanas y vuelve el tráfico a morir en la mañana. verdad de las bellezas comunidad de lo perdido sueño del rescoldo el hábito imposible nos doblega 285


la suciedad nos contamina y estos trazos son la mitad del rostro que me falta. cantos a la soledad duelos de invierno innecesaria memoria de los peces.

Una vez volvĂ­ de mi viaje con el mundo nunca fui una avezada lobista amĂŠ, no obstante, el temple de los lobos su vigilia libertaria despuĂŠs, cansada, perpleja y arrugada, me hice adicta al hĂĄbito del cansancio para quedar rendida a la sombra de lo que no es mi sol. la humedad nos antecede se muere en la concha la voz de la multitud 286


y queda la mitad de pared descascarada a la sombra del verano, alguien movió la silla sin querer, soy este suspiro que cae con el ruido soy una deuda caligráfica soy una mirada impostada antes de la mano que apuesta. verás que mi petición de caricias es una negra piedra que se repite en un espejo. la escalera sube y también baja la voz de lo simple. escucho una voz familiar y dormimos ante el cielo descubierto. Alguien nos miraba antes del amanecer, no entendía esta escritura solo sabía mirar las huellas de los pájaros, 287


antes de que el sol saliera, miraba los tres dedos de las aves incrustados en el barro, buscando algo detrás, como si el estribillo de esta canción no fuera más que música y este disco no se revelara en el sentido latente del sueño que me espera. pero cedes esta voz ante los pasos, detrás de la ventana nadie puede habitar esa luz, acumulamos pedazos de cielo para ser como los ángeles que no se cansan nunca de la bondad pero somos bestias, mitades arrojadas al ruedo de la vida jugadores en la partida de cartas la forma terca de la soledad y el revés del amor. 288


EL ÚLTIMO DÍA. Gonzalo Núñez del Río.

El ciclo de la conciencia está llegando a su fin. Con las virtudes empíricas de una vida que fue pero ya no será recordando la inmensa estepa que me vio nacer y que me albergo como un forastero. Acabando en una enfermedad satírica que se alimenta del odio de mi alma inmerso en la magnificencia de esa soledad que cada día me destroza el interior. Ha llegado el fin de este ciclo donde se nace para morir 289


donde el cielo se vuelve más gris que de costumbre, donde los aromas pierden su sentido donde la incapacidad de poder obtener un sólo movimiento es una tarea difícil y fatigante. Se ha de extinguir como una llamarada sofocada, los últimos alientos de mí ser donde el trigo y las avenas son solo especies que son esparcidas por el viento, ese viento que llevó alguna vez a aquella persona que cruelmente no quería pertenecer a mi lado. Los atisbos de oscuridad no me dejan sonreír y son egoístas con la práctica de mi ser me niego a ser devorado por aquellas sombras que saben que tienen que cumplir su trabajo. En el ocaso de este fatídico día, toda mi vida se ha puesto claroscuro, como aquellos paisajes de esa pequeña isla que me albergo, me enseño y me hizo sufrir en mi ciclo vital. 290


II Enma grandiosa te siento en el aire. No puedes verme aún…Mi tiempo es valioso es un verdadero regalo en esta última batalla donde las flores pierden sus colores ¿Con cuál valentía has de arrebatarme mis últimos alientos? ¿Jigoku has de querer? ¿Castigo he de recibir? Más que sentirte que estas llegando, sólo me queda entender que aquellas virtudes que alguna vez me alimentaron siguen presentes en mi aura magnifica, luminosa y atenta. Aún te batallo, como tantas veces te he sobrevivido en esta infinita vida que la tierra me ha entregado en innumerables ocasiones. 291


Y tú te encuentras ahí, esperando la oportunidad de demostrar lo poderosa y voluntariosa que te has puesto a lo largo de tu historia ¿Crees poder doblegarte alguna vez? Yo te invito a respirar como un niño que comienza la vida, como un pájaro que se lanza desde su nido, como una flor que nace en el momento menos esperado. Ven, acá te espero, con mi cuerpo lleno de dolor y furia, con un cansancio alerta y furioso.

III Solo estoy en esta choza, siento el mar golpeando con sus aguas mi jardín, como queriendo hacer notar que ya es hora de arrebatarme mi don más querido

292


mi propia vida, a la cual entrego sin darme cuenta produciendo en mí una cansada armonía donde la última nota es el culmine de una bella música. Por lo pronto, tú Enma, te transformas en mi propio Shinigami, golpeando con tu fuerza mi debilitado pecho donde solía recostarme cerca del maíz. Mis voluntades aún me sobreviven, la batalla está siendo dura, tú me abrazas como engañándome con tus falsos saludos y tu ignorante sonrisa, aquella que has llevado a la oscuridad a tantas almas, ¿Y me dices que me quieres llevar a mí? En los rastros de conciencia que aún me queda, mi ego está siendo sepultado por mi mente Siendo absorbido como la humedad más seca, como el vapor más hermoso 293


como el vuelo más corto del día más oscuro. Caballos negros llegan a mi socorro con su imponente prudencia como quien lleva a un momento de felicidad, de esas alegrías que mi memoria persiste en demostrármelo.

IV Sé que ya no podré seguir odiándote, sé que me tengo que entregar como el aura que tú, Shinigami, me has de arrebatar. No creas que me aferro a lo perdurable e infinito que es este camino. Sólo siento que tengo la voluntad intacta en mi última batalla, aquella que. mi ciclo se ha encargado de prepararme y de escoger para este fatídico momento. 294


Mis fuerzas se debilitan aún más, mi lecho lo siento aún más débil, mi conciencia está siendo devaluada como cuando el otoño discrimina a las hojas pisoteándola con la fuerza mas egoísta que se pueda alcanzar. Y tú estás presente con tu inexplicable forma, te veo más cerca de mí, noto tus facciones como quien nota los detalles de la amada sabiduría de la vida. Pero Enma, sé que no significas la vida como la conozco, sino que significas la esencia misma de la nueva vida, así que no te llamo como mi oscura muerte, sino que te llamo como he de llamarte: Mi ilusión…

V

295


Mis pensamientos se confunden, mi tangibilidad se comienza a elevar dejando atrás miles de confusiones, alegrías, decepciones, llantos y lamentos. Siento que me abrazas con toda tu energía volátil de tus brazos partidos. Siento que esta batalla ha de terminar, dejando atrás todo por lo cual mi conciencia disfrutó a lo largo de aquel valioso ciclo. Resabios de miedo afloran en lo poco que queda de este viejo anciano, aquel miedo que nunca supe cómo entender y convivir. Te veo más cerca que nunca, sé quien eres Shinigami, pero aún no sé tus intenciones sé cual es el siguiente paso que mi interior autentico tendrá que admitir.

296


Mi miedo se disuelve como el agua en la tierra, desapareciendo lentamente. Mi ego aprendió a descansar transformándose en un melancólico recuerdo de aquellos tiempos de gloria. Todo se ilumina en mi esencia, te estrecho mi mano, te sigo con toda seguridad que tú me has de entregar despreciando aquellos relieves que por un ciclo fueron mi mejor compañero. Dejo todo por cual creía que era lo necesario, me entrego a ti con la desgracia de una batalla perdida en los inmensos campos de tierra gris y marrón. Sólo sé que ya no me acuerdo quien era ni lo que fui…. He de confiar en ti…

297


A ESTA HORA TODO. Pablo Maire.

A esta hora todo muere indistintamente, la rama que movemos para sacar la fruta de un solo fruto, por ejemplo, un atardecer mayor como toque de templo o la transparencia que alguna vez nos separ贸 en la cena familiar, nosotros, panes duros, pura casualidad como muerte de ricos.

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No poseemos más que el reflejo en la leche, por ser mamíferos y torpes, dioses rasurados sin sangrar femeninamente, o una lágrima de zar en 1907 a través de su mujer o su monje. He visto a la luna tan inmutable ajena al planeta, si el hombre es sólo un nombre desfigurado por el hombre. No hay circo, sólo sonrisa inútil tras la revelación del sueño al faraón, ese dios que pide socorro al pobre último hijo. Y ya está: siete años viviremos como el estítico que impide el despojo de la materia y sólo deja su avaricia cuando el saco rompe. El poeta ha dejado su sombra 299


para el futuro porque este gobierno y el siguiente le persiguen. Ha echado mano a las lentejas de noche como los duendes, cuando el mundo estuvo a solas, y frente a sus colmillos la luna mam贸 luz, esa que aparece siglo por medio, para contarse un cuento. En ellas encontr贸 el longevo paso de morir sin reclamar la gloria que le fue arrebatada.

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SAKURA ETERNO. Maya Echeverría.

No descansa el hombre en alcanzar lo infinito el corazón sediento quiere hallar la esencia. ¿Un largo camino, un viaje, un laberinto? ¿Qué es el ser, la muerte, la existencia?

El tiempo gira y sus agujas no detiene cabalga como un corcel inagotable, sembrando, segando o esparciendo sueños, sereno, tormentoso, suave, inexorable. 301


y emerges tú con el beso del universo emblema de savia, muerte y resurrección. Humilde, lloroso, silente, enhiesto, florido nexo entre creatura y Creador.

Recortando el aire, irisando el espacio con aves y algodones blanco y rosa asomas con tu silueta en el camino cual remanso de la ilusión y el alma rota.

¡Cuánto de ti en el hombre, Sakura bello! ¡Cuánto del hombre en ti, Sakura eterno! Como un Jindai sagrado abrazas el cielo; como un Shidare llorón besas el suelo. 302


Sabio y fiel testigo de la huella errante que bajo el tórrido sol y la noche calma, por el áspero sendero sinuoso y ondulante va excavando el tiempo, la razón y el alma.

Fluye en los pliegues de tu piel arbórea sabiduría de lo que fue y será. Dulce amparo de ensueños siderales, erario floral de la humanidad.

Sakura sabio, bello, Sakura eterno.

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SIN TÍTULO. Cynthia Valdivieso.

Un suave murmullo recorría mi cuerpo Oscuro era mi sueño, en esa noche larga Amanecía y una vida partía. Así se detuvo la vida por un instante Einstein ni Heidegger pudieron hacer nada El tiempo y el ser se quedaron mudos Amasando, adobando y condimentando mis sueños Me dejaste esa noche, después de dormirnos juntas Sujetabas mis dedos de mi mano, y esperaste tranquila 304


AsĂ­; como llegaste en silencio a ver este mundo Oscura y silenciosa era la noche que calladamente dejaste La vida se nos abre y desoculta para recordarte como una breve brisa Que toco mi alma y me espera.

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A SACHIKO ENDO. Julio Iturra.

En el puente Kurosawa una noche me encontraba. Con la vista perdida miraba el correr de sus aguas.

Mientras tanto pensaba con una idea fija en la mente: ¿Dónde me llevaría la corriente si a sus aguas me arrojaba? 306


Sólo pensaba en ella, Sachiko, la hija del sol naciente, que me enseñó a ser paciente, no impaciente como un chico.

Detuve mi largo vagar y me puse a recordar. Era tu cuerpo menudo, grácil cómo el bambú.

Soñaba con tu boca, ser tu dueño, y de todo lo que eras tú…

¡Si eras todo un sueño! 307


Para mí eras un misterio. Siempre de talante serio, hasta que conociste el amor, ¡Y tu rostro fue como un sol!

Tus ojos, igual que rendijas me miraban cómo espiando. y tu boca, pequeña y dulce, escalofríos me produce. ¡…me estaba enamorando!

La fui amando sin darme cuenta. Su cabellera negra y revuelta, sus pies pequeños, y fruncido el ceño. 308


La hice mía una noche de luna. Después de ésa, muchas más. Me creí protegido de la diosa Fortuna, Serás mía para siempre. ¡Ya lo verás!

Köbe, Aichi, Sendai, Santama, Las calles de Japón fueron mudas testigos de nuestro amor. Mudas, porque nunca dirán que nos vieron, ocupadas en lo suyo. Y yo, paseándote por ellas con orgullo.

Pero el Destino, cruel y despiadado. Otro camino me tenía reservado. Un mal silencioso, ignorado se la llevó 309


y muy sólo he quedado yo.

Ave que pasas volando con cansino vuelo, a sus hermanos, ve y dile que he regresado a Chile. No que, sin ningún consuelo, me has visto llorando.

Para vivir no me queda valor. Ya no quiero ésta vida si no tengo su amor. Sólo soy un suicida. Adiós…

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