Revista GENTE y la actualidad

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LO QUE VIENE El libro Presidente en espera es una biografía de Ebrard y un ágil retrato del México presidencial antes de 2012.

El mismo Calderón Hinojosa ha reconocido que el fracaso de su guerra marcará su sexenio. Así lo dijo en público ante la sociedad civil, cuando el escritor Javier Sicilia, una víctima de la inseguridad, que ha abandonado la poesía y se ha vuelto activista, lo acorraló en el Castillo de Chapultepec durante las pláticas públicas que sostuvieron en junio de 2011. Nunca un presidente fue conminado, en su cara, a pedir perdón a los ciudadanos por los errores cometidos durante su mandato. Nunca antes un jefe del Poder Ejecutivo Federal había sido acusado de 40,000 muertes en su propia cara. Eso sucedió en aquel encuentro. Y ése es el entorno en el que Marcelo Ebrard Casaubón intenta convencer a la izquierda, primero, y luego al país, de que es el hombre que la República necesita. Pero el camino ha estado lleno de piedras. Muchas. Tantas piedras que esa tarde de verano, en su oficina del barrio la Condesa, se le ve cansado. Además de que Ebrard pelea por la nominación contra quien fuera uno de sus dos mentores, el ex candidato presidencial Andrés Manuel López Obrador (el otro es Manuel Camacho Solís y sigue con él), debe luchar contra la tendencia en la intención de voto: Enrique Peña Nieto, gobernador del Estado de México hasta septiembre de 2011, encabezaba de manera arrolladora todas las encuestas. Peña Nieto es miembro del Revolucionario Institucional, partido que gobernó México durante 70 años y que volvió como alternativa política en gran parte por el desencanto de un electorado que vivió en 2000 la alternancia, pero que no ha cosechado las ganancias de un país que empezó el siglo XXI en una supuesta “normalidad democrática”. Ebrard intenta vencer esta canasta de retos en un país que se muestra cansado. *** Como administrador de la ciudad de México, esos primeros meses de 2011 fueron muy buenos. Diciembre de 2010 cerró fuerte. El jefe de Gobierno fue galardonado con el premio al Mejor Alcalde del Mundo 2010, reconocimiento que otorga la Fundación City Mayors. Ebrard Casaubón dejó en la carrera a otros con buena fama: a Mick Cornnet, de Oklahoma, Estados Unidos; a Domenico Lucano, de Riace, Italia; a Dianne Watts, de Surrey, Columbia Británica, Canadá; a Campbell Newman, de Brisbane, Australia; a Antonio Ledezma, de Caracas, Venezuela, y a Cory Booker, Newark, Nueva Jersey. La elección del ganador se concretó luego de 18 meses de nominación pública “y una votación en la que participaron más de 320,000 personas en todo el

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orbe, y en la que también se tomaron en cuenta comentarios a favor de los alcaldes”. Tann vom Hove, editor principal de la organización City Mayors, dijo en un comunicado que “Ebrard se ha distinguido desde 2006 como un reformista liberal y pragmatista que no ha temido enfrentarse a la ortodoxia de México”, y se refirió a su defensa de “los derechos de la mujer y de las minorías, y se ha convertido en un defensor de asuntos en materia ambiental internacionalmente reconocido”.3 Buena definición para un hombre que se considera a sí mismo como progresista. Así llegó Ebrard a enero de 2011. Luego, también como servidor público, alcanzó la presidencia de la Conferencia Nacional de Gobernadores (CONAGO), lo que le permitió mantener una fuerte presencia en los medios nacionales. Organizó a los mandatarios estatales en torno a un operativo policiaco denominado “Conago 1”, que rindió frutos: aparte de las cifras sobre arrestos, prevención de delitos y etcétera, hizo ver que, unidos, los jefes de los poderes locales —como él— podrían atacar al crimen organizado en momentos en los que la estrategia federal hacía agua: la inseguridad acosa la presidencia de Calderón. Como logro adicional, Ebrard devolvió la vida a una organización denominada “Conagua” por muchos, y no por la dependencia federal que lleva esas siglas, sino porque la Conferencia “hacía agua”, como los barcos que se hunden. Pero ese empujón, en el columpio de la política, duró poco. Para el político, ese primer semestre de 2011 no fue el mejor. Tuvo otros de mayor calidad en su carrera. Varias de sus apuestas se vinieron al suelo, principalmente aquellas en las que jugó en contra López Obrador. Primero, por las alianzas. En las elecciones de un año antes, en 2010, Ebrard y el entonces presidente del PRD, Jesús Ortega, habían logrado fórmulas electorales que, para efectos locales, fueron tan importantes como el proceso de 2000 que llevó a Vicente Fox a la presidencia. El PRI perdió bastiones que no había probado siquiera la transición democrática, como Oaxaca, Puebla o Sinaloa; la izquierda retuvo Guerrero, que estuvo en peligro por una administración complicada del perredista Zeferino Torreblanca. Y en las entidades en las que no se logró la coalición, los opositores del PRI tuvieron derrotas graves por separado. El mejor ejemplo es Veracruz, entidad gobernada por un populista, Fidel Herrera, de tan mala fama como la del “góber precioso” Mario Marín (Puebla) o la de Ulises Ruiz (Oaxaca). El candidato de Herrera, Javier Duarte de Ochoa, merecía la derrota por el desempeño de su antecesor, harto de escándalos,


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