VOL.5

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REVISTA No. 5

Rafael Romero

Jime Annan

MartĂ­n Petrozza


epifaniadomesticadelanostalgiapura.blogspot.com


Contenido 6

4 Intro 5 Ebriedad

Aprop贸sito de agosto

7驴D贸nde est谩n mis pantalones? 14 Soy yo Socorro 16 Cotidiano 18 Adoquinera 21 Aprendiendo a contar 23 Viaje 24 Sala de ensayo 25 Lord Auch 26 S/T 28 Melt Banana 29 Last Days 30El mouse en la nariz


Intro

Revista Fotocopia se complace en aparecer una vez más dentro de su pantalla, rectángulo que como marco contiene su vida, la nuestra y la de otros tantos. Es infinitamente saludable atravesar como con rayos x la distancia que separa su ojo, aquel que lleva en el centro exacto de su frente y los lugares comunes que usted intenta no frecuentar, y a donde, sin remedio, terminamos volviendo. Revista Fotocopia se complace en volver a ser una y otra vez, se ha hecho habitante del hábito, imita, lleva una existencia cuasipendular. Si aún no la conoce digite una por una las siguientes fuentes en minúsculas: fotocopiavista.blogspot.com o amíguese en el facebook… Para esta Quinta edición nuestro aparatoso equipo de trabajo ha seleccionado material espacial, radioactivo: Rafael Romero nos comparte dos ficciones, justicia le harían también los calificativos de visiones y convicciones. Soy yo, socorro y Cotidiano dibujan el perfil, el mar y los escombros que se amontonan sobre ese perfil, la costa tras el tifón. Disfrútelo con sorbete. Jimena Annan va juntando fichas que la memoria, aquella terca, se niega a guardar. De ella nos llega Adoquinera y Aprendiendo a contar. Si he de ser honesto los he vuelto a leer una y otra vez, obsesivo, encantado de sumar y sumar. Martín Petrozza llega para cerrar prolongadamente esta edición. Nos presenta ¿Dónde están mis pantalones? Un retrato sólido de la vida conyugal. ¡Póngase los pantalones que esto es el asalto! Además poesía de Hannibal sentimental, (o el semental), recomendados de cine y música por Guagua Billy (ahora con blogspot!), Nati Rillo (también abrió su blog!) y Dolores Reina con sus hectáreas y sus ejércitos. (Reina también desde un blog!) Disfrute, ¿o se dice discute?

Escríbanos a: fotocopiarevista@gmail.com 4

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por Dolores Reina El peso, el papel, el mar. Lo cálido de las rocas, lo aspero del atrás. Pasar así sin un delirio, coger la mano, las llaves y tanto por lo que no llorar. Aquí, lejos, húmedo, exceso de caridad, exceso de ebriedad, canto drogado del tiempo, bujías estallando en la ciudad...

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A propósito de agosto

Asalto y robo al tren. Sobre la líneas imagino haber colocado monedas planchadas, rostros o perfiles sin textura, también son habitantes de estos bolsillos juguetes redondos frágiles pero más veloces que una rueda de vapor. Coloco el oído, escucho los latidos de aquella falsa superficie, estiro y prolongo las antenas, soy un ave, mis ojos perforan la montaña, mi cuerpo es alargado, se cubre de arena, quiero creer que también soy un saltamontes. Los rumores acarician a las hojas quienes parecen juntarse para responder en coro. Un brazo espartano oculta al Cayambe, es posible que tras su movimiento los volcanes, lo valles, se encuentren recostados sobre las ruinas de una ciudad convertida en colchón, un colchón superado por los cuerpos, poblado de madrigueras, envuelto en sí como un capullo. Exhalo. El aliento se hace visible, una nube negra se aproxima de entre los cipreses. Ajusto las monedas sobre la riel, al igual que sentado tras el panel de mando, escojo no escuchar, elimino las vibraciones, la membrana se estira al máximo, resulta en coordenadas, en una serie geométrica de triángulos que al chocar producen más triángulos. He abandonado el mundo a través de los sentidos, correcto sería señalar que por curiosidad he optado vestirme de astronauta, naufrago a través del rumor que rebota dentro de mi propio casco. Una nube cercana al smog empaña el cristal. Mi rostro la absorbe como un pañuelo. El convoy camina sobre el puente. Mi risa vibra como las alas de la mosca. Los juguetes víctimas de la gravedad me miran sin suplicar. Corro el telón. Un telón blanco y horizontal. La atmósfera silva, exige, suplica como Grasse los huesos de Grenouille. Abajo la nieve cubre todo rastro del incendio. 6

por lobotomizta agosto 2011


por Martín Petrozza Aquella tarde, Carolina y yo discutimos, como tantas otras veces, y amenazó con marcharse, como tantas otras veces, con la diferencia de que esta vez lo hizo. Aunque no para siempre. Como tantas otras veces. La pelea se gestó porque yo le había jurado amor eterno, y al día de hoy, dijo, dudo no sólo de la eternidad, sino de la calidad, de ese amor. Lo decía con base en mi incontro-

lable manía de mirar, sonreír y entablar conversaciones con todas las mujeres que se me paraban enfrente, o que cruzaban por mi campo de visón. ¡Esta sí que no te la aguanto!, dijo cuando se enteró que yo mantenía amistad secreta, y de dudosas intenciones, con Laura, una de las meseras del Café la Selva, centro de Tlalpan. Diose cuenta un sábado por la mañana, cuando me invitó a desayunar a dicho café. Decir que me invitó, es decir que me ordenó, desayunar en dicho Café. Dormía el séptimo sueño cuando de la nada escuché su voz (sus gritos), exigiendo que moviera el culo de la cama. Cuando abrí los ojos ella estaba allí, apareciendo como en una pesadilla, recién duchada y vestida, con el bolso de mano en la mano. Es más de medio día, cabrón, ¡no puedes dormir tanto! Vale, dije bostezando y pensando que en efecto yo podía dormir tanto y más, pero sin ánimo de demostrarlo pues no deseaba comenzar a pelear. No importa cuánto evitara las peleas con Carolina, siempre,

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inevitablemente, llegaban más temprano que tarde, como mandadas a hacer. En dos minutos (¡te doy dos minutos, no más!, gritó) estuve listo. Vamos a la Selva, dijo tajante. Ya dije yo, pues vale. Y así, llegamos a la Selva, donde Laura, la bella Laura, me recibió con una resplandeciente sonrisa, un abrazo y un beso en la mejilla. ¿Lo de siempre?, preguntó juguetonamente (alguna vez le conté que uno de mis sueños era llegar a un bar, Café o lo que sea, y que la mesera preguntara: ¿lo de siempre, señor? Y de aquella vez en adelante, siempre me recibía con las palabras mágicas), y yo que nunca he ocultado mis flirteos extraconyugales, le contesté: lo de siempre, muñeca. Sentándome a la mesa, y sentándose ella (Carolina), expresó en tono de reproche: ¿muñeca? Vamos dije, es sólo una expresión. ¿Muñeca?, repitió al borde de un ataque de histeria. Carajo, nena, le dije, no empecemos, ¿quieres? Hizo una mueca, se calmó, o fingió calmarse, y Laura regresó con mi eterno Café la selva tradicional, que incluye dos buenos rellenos por veinte pavos. ¿Y para usted?, preguntó Laura a Carolina, que conteniendo todo su odio, ordenó unas enchiladas y un refresco de cola. Laura se retiró guiñándome el ojo, y Carolina, haciendo un enorme esfuerzo (estoy seguro que esta vez hizo un esfuerzo) me preguntó si no pensaba comer algo. No sé dije, quizá me pida una cerveza. Eso no es comida dijo, pídete algo más sólido. Me apetece una cerveza dije, nomás me acabo este café y me la pido. Como quieras, bufó Carolina y esperamos las enchiladas en el más amargo de los silencios. Mientras tanto yo encendí un cigarrillo. Laura era una rubita preciosa (aunque eso me costó percibirlo) a la que yo no eché el ojo sino hasta después de un curioso incidente: Una noche cualquiera Garrison llamó y me citó en la Selva, dijo que también iría Luciano, viejo amigo de letras. En aquel entonces, Garrison, Luciano y yo, pertenecíamos a un círculo literario, un grupo de mamones de mierda, llamado Abrapalabra. Cosa que se nos antojaba ridícula y poco seria. Así que Luciano nos convocó para complotear un cambio de nombre, urgentísimo. Para sorpresa de nadie, aquella noche fuimos atendidos por Laura, que a mi parecer, era una mujer como cualquiera otra. Sin embargo, Luciano nos dio una gran lección. En algún momento de la velada, se levantó, se acercó a ella, y le dijo que tenía un hermoso par de ojos. Laura se sonrojó, dio las gracias, y eso fue todo. Eso fue todo para Luciano y para Laura, aunque fue el principio para Garrison y para mí, que esa apática noche, reímos de nuestro compañero pues Laura se nos antojaba una mujer sin chiste. La cosa no pasó a más, discutimos el nuevo nombre de nuestro círculo literario, proponiendo División del Sur, pues todos vivíamos en el Sur, y nos despedimos sin más. Pero a la semana siguiente, Garrison y yo nos citamos en la Selva, y allí estaba Laura, y lo notamos a la luz del sol: poseía una belleza peculiar. Belleza provocada, principalmente, por la idea que sembró Luciano en nuestras cabezas. Tenía un par de ojos verde, eso sí. Fuera de los ojos no había mucho que decir. Y tras varias idas al Café, terminamos perdidamente enamorados. A cada visita encontrábamos un nuevo atributo: bella sonrisa, voz agradable, cabello espectacular. El primero en actuar fue Garrison. Una de esas tardes de café, llegó a la Selva con una larguísima carta para Laura. Una carta filosófica, romántica y enredada, que entregó en mi presencia a la bella mesera. En la carta, Garrison anotó sus datos de contacto, y así descubrimos, en su electrónica respuesta, dos cosas: 1) que no estaba interesada en Garrison, y 2) que era estudiante de Teatro en la Universidad Autónoma de México. Con todos esos datos, el siguiente en intentarlo fui yo. Decidí romper el hielo con saludos formales. Cada que visitaba la Selva (y la visitaba tanto como podía), entraba al local, localizaba mi presa y la saludaba de mano y abrazo. Le preguntaba cómo iba la cosa y me respondía siempre con sonrisas incómodas, como las que se dan a un enamorado molesto, y me atendía como se atiende a un comensal más. Hasta que un buen día tuve oportunidad de platicar con ella. Estaban por cerrar el local y Laura disponía de unos buenos minutos libres. Le conté de mi afición al Teatro, supuesta casualidad, y le dije: soy escritor de dramas. Dramaturgo. Laura quedó interesada y las sonrisas mutaron a las sonrisas que se da a un pretendiente con ciertas posibilidades de

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triunfo. Me pidió, como era natural, y debí suponer, le mostrara uno de mis dramas. Y como es natural, sin medir las consecuencias de mis actos, quedé de llevarlo al día siguiente. La cosa era que yo jamás había escrito un drama. Pues bien, me propuse escribir el drama más impactante del siglo XXI. En una noche. Sí señor. Me presenté con Laura y se lo estiré: el drama, le dije. Era un drama de amor sobre un comensal de un Café en París, y una mesera del mismo Café. La cosa estaba situada en el siglo XIX. Laura lo leyó, frente a mí (la verdad era cortísimo; pero decía lo que tenía que decir) y se soltó en una carcajada. Era clarísimo que el drama era el coqueteo directo de un loco enamorado. Así que estás enamorado de mí, dijo con los últimos esbozos de la carcajada. Bueno dije, si lo pones así, pues sí. Fue directa. Tengo novio, dijo. Ya, respondí sin inmutarme, yo sólo deseo conocerte mejor, ya sabes, quizá invitarte un café, en otro Café, por supuesto; compartir nuestra afición al Teatro, todo eso. Laura asintió con la cabeza. No le conté de Carolina. No quería echarlo a perder tan pronto. Laura aceptó la propuesta, dijo que yo le parecía simpático, y que saldríamos a la primera oportunidad. Con la universidad, el curro y el novio, no le quedaba mucho tiempo libre. Desgraciadamente, antes de que llegara la primera oportunidad, Carolina me invitó a desayunar, aquel sábado, al Café la Selva. Llegaron las enchiladas y Carolina se las embuchó en silencio. Malhumorada. De prisa. Y una vez dado el último bocado, pidió la cuenta y me ordeno marcharnos de inmediato. Laura trajo la cuenta, se despidió de mí con beso y abrazo, y pensé que después de todo saldría airoso de la situación, pero la impertinente (dudo que inocente, las mujeres nunca son inocentes), en el último momento, cuando Carolina y yo habíamos dado los primeros pasos, me detuvo con un grito. Volteé y desde donde estaba (a unos cuantos pasos) gritó: podemos salir el miércoles, es mi día libre, ¡te llamo!, bye, ¡besos! (y lanzó besos con las manos). ¡Hija de puta!, ¿es que no está viendo? Vengo con otra mujer, pensé. Carolina no me dejó contestar. Me tomó del brazo, con fuerza, y me encaminó hasta la esquina de la calle próxima. Una vez virado en la esquina, me dejó contra pared, y estalló: ¿hace cuánto que conoces a esa mujer?, gritó. Ya, dije alzando los hombros, no sé, hará unos meses a lo más, no sé con exactitud. Cruzó los brazos. Hecha una furia y sin decir nada. Me solté por mi propia cuenta: es una amiga, dije. Nada importante, dije. Estudia teatro, dije. Nos citamos para estudiar, dije. Hacía una pausa entre cada enunciado. Ajá, decía Carolina con los brazos cruzados, zapateando con la pierna derecha y haciendo muecas con la boca. Te lo juro, dije. Ajá, seguía ella. ¿Y de cuándo acá a las amigas les dices muñeca? Ay, amor, dije, ¡de toda la vida!, ¡sabes que yo le digo muñeca, nena, bonita, etc., hasta a las palomas! ¿Y de cuándo acá las amigas te guiñan el ojo mientras te sirven el café? Vale… no me guiñó el ojo, mentí. Te guiñó el ojo, sentenció ella. No, no es verdad, me defendí yo. Vamos, amor, dijo, ¡NO ESTOY PENDEJA! ¡Y ya no puedo más!, ¡te vas a la mierda! Dio media vuelta y me dejó allí. En medio de la calle y sin un centavo. Como tantas otras veces. Y la seguí, como tantas otras veces, y como agosto 2011 9


tantas otras veces, cogió un taxi y la vi partir. Regresé a casa caminando, y allí estaba Carolina, con las maletas hechas y en las manos. No deberías tomarte la molestia de desempacar, le dije, has hecho esas maletas tantas veces, que ya no deberías tomarte si quiera la molestia de… ¡Te juro que es la última vez!, me interrumpió. Ya, dije sin caer en el escándalo, tenemos que hablar, nena, ven, siéntate, dije y palmeé el borde de la cama, a lado de donde yo estaba sentado. Tras medio minuto de hablar, acordamos: nos daríamos tiempo. Ella tenía que pensar si aún estaba dispuesta a seguir conmigo, y yo debía pensar (me ordenó pensar), si estaba dispuesto a respetarla un poco más. La separación duró tres meses, en los cuales, restando importancia al asunto, no llamé a Carolina ni por error. Entristecí y me resigné, pero no llamé. Por su parte, Carolina tampoco llamó, así que yo entendí que no deseaba saber de mí. La reencontré un 18 de septiembre. Adriana, una amiga de la universidad, llamó anunciando que el próximo 18 de septiembre, celebraría su cumpleaños en un bar cerca de mi casa, y que yo estaba cordialmente invitado, y que sería un gusto verme. Hace más de un año que no la miraba, y acepté la invitación. Adriana era amiga en común con Carolina y debí suponerlo, aunque juró que por la mente no me pasó. Llegué el día a la hora y el lugar indicado. Adriana me recibió gustosa, me acomodo en una mesa con cuatro gilipollas de mierda a los que yo desconocía, y me abandonó allí, a mi suerte, no sin antes avisarme, bendición del Señor, que todos los gastos corrían por su cuenta. Es una manera diferente de celebrar un cumpleaños, pensé, pero es una manera noble, o una manera retorcida que refleja la necesidad. Dicho lo último, intenté hacer conversación a los tíos con los que me sentó. Pero no logramos entendernos. Eran tíos sin mucho seso. En su cabeza sólo había tres cosas: soccer, autos, y, Angelina Jolie. Ninguna de las tres me pasaba en absoluto, sobre todo el soccer. Me levanté y me instalé en la barra donde me ordené whisky en las rocas a mis anchas. Fue por el cuarto whisky en las rocas cuando la miré

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entrar. ¡A Carolina! Lucía tremenda. No venía sola, venía acompañada de tres tíos, uno de ellos sospechosamente cerca de mi mujer. ¡Porque que Carolina era mi mujer! No estábamos casados, vamos, pero era mía. Habíamos vivido tantas cosas juntos, y le conocía cada poro de la piel, y cada capricho, que era lo más cercano a mi mujer. Nuestras miradas se entrecruzaron. No me saludó, no la saludé. Me dejó hundirme en el mar de alcohol, porque lo sabía, ¡cómo no iba a saberlo!, desde ese instante mi estancia se volvió un infierno. Estaba picando la herida la muy puta. Se dedicó a bailotear con medio bar. Siempre en un punto de la pista que quedara dentro de mi campo de visión, sabiendo que yo la miraba y la deseaba más que ninguna otra mujer, y sabiendo, que no haría absolutamente nada. Porque si ella era mi mujer, yo era su hombre. Y me conocía hasta el último de los cabellos. Y sabía perfecto que no movería un dedo. Y no lo hice. Me dediqué a emborracharme lo antes posible. Cuando estuve suficientemente ebrio para no poder ni con mi alma, caminé entre el bullicio y la muchedumbre, y juntando los bancos, que eran unos bancos acolchonados, en forma de cubo (supongo que muy originales según el dueño del bar), hice una cama, y me tumbé. Lo hice, sin darme cuenta, en parte de lo que se consideraba (porque no existía propiamente dicha) la pista de baile. Escuchaba entre sueños el ir y venir de los zapatos. El movimiento de las piernas. El aire de las faldas. Y de pronto, algo que me jalaba de la

muñeca. Era la mano de Carolina. Vamos dijo, regálame una pieza. Con la mano en la frente le pedí que repitiera lo que sea que acababa de decir. Regálame esta pieza, repitió. Sabes perfecto que yo no bailo, le dije. Anda, vamos, sólo una, insistió. No, dije tajante. Sabes que no bailo, ¿por qué me pides eso? Puedes hacer un esfuerzo por mí, ¿no?, dijo. Decidido a no ceder, tomé la mano de un tío que pasaba por ahí, le pregunté: ¿quieres bailar con ella?, asintió con la cabeza, y tomando con la zurda la mano de Carolina, la uní a la mano del tío, que yo tenía en la diestra, ¡y los mandé a por culo! Carolina, antes de partir, me echó la mirada más siniestra e iracunda que le había visto echarme jamás. Pero ya no me importaba. Podía meterse el odio por donde le cupiera. Lo único que a mí me interesaba era dormir un poco. A los pocos minutos, es decir, luego de terminar la pieza, Carolina regresó. Me cogió la manó y jaló para qué yo me levantara. Ya dije, que no pienso bailar ni un solo instante. Lo decía con la voz de un borracho, la lengua no reaccionaba todo lo que yo deseaba y cayéndome cada que ella aflojaba fuerza al brazo. Se sentó a mi lado, una vez que logró sentarme a mí, y me dijo: si no quieres bailar, regálame al menos cinco minutos, quiero hablar contigo. Eso me bajó la borrachera. Quiero decir, la manera en que lo dijo, el hecho de que lo deseara, y que estuviera allí suplicándome que le prestara atención. Me froté la cara con las manos y acepté el trato. Excelente dijo, y me tomó de la manó, me arrastró por toda agosto 2011 11


la pista y me hizo subir por unas escaleras que llevan a los sanitarios. Fuera de los sanitarios había un sofá de espera. Me echó allí, y dijo: espera, NO TE MUEVAS. Y entró al sanitario. Vale dije entre dientes pero ya había desaparecido. Cuando salió, yo dormitaba. Abrí los ojos porque sentí su presencia frente a mi acongojonada alma, y me encontré con el índice de Carolina, y con toda la furia de Carolina, señalándome. Acto seguido, gritó: ¡CHINGA TU MADRE! Me levanté del sofá y no pudiendo creerlo, pregunté que a qué debía eso. Se soltó con el rollo: según su parecer, yo era un pendejo, un hijo de puta, un cabrón, mal agradecido, sin sentimientos, borracho, patán y sobre todo: insensible. Insensible es lo mismo que sin sentimientos, le dije, creo que lo entendí la primera vez que lo… CÁLLATE, detuvo mi explicación. No he terminado. Vale dije, ¿qué más? Aquí supe que Carolina realmente estaba loca. Y borracha. Tanto o más que yo. Se echó a mis brazos, y dijo, y juró, amarme sobre todas las cosas. Eres un malo, decía en tono meloso. Me abandonaste. Sí, la muy cabrona se pensaba que yo la abandoné. Entre apapachos y pellizcos; ya que por momentos volvíale la furia; descubrí que ella esperaba, estuvo todos esos tres meses esperando, que yo le rogara volver. Y al no hacerlo, día a día su odio, pero su necesidad de amarme también, se acrecentaba. Todo mezclado en una olla exprés que estalló aquel 18 de septiembre. No puedo creer que te olvidaras de mí, decía. Pero sí tú fuiste la que pidió tiempo, decía yo. Ella: Pero no taaanto. Yo: ¿Y cómo iba yo a saberlo? Ella: no sé cómo hiciste para vivir sin mí. Yo: me las ingenié. Ella: ¡Cabrón de mierda, a cuántas putas te cogiste! Yo: No tantas, sólo las suficientes para no suicidarme sin ti. Ella: Te extrañé muchísimo. Yo: tengo una duda. Ella: ¿cuál? Yo: ¿por qué no llamaste tú, por qué no me buscaste tú? Ella (recuperando la ira): el que debía llamar fuiste tú, pero ya me di cuenta que puedes vivir sin mí, ¡cabronazo! Yo (tratando de calmar la ira de ella): Te amo. Ella (regresando a la ternura): y yo te amo a ti. Estuvimos unos buenos minutos así. Abrazados y sobándonos o ella pellizcándome, y perdimos la noción del tiempo (estábamos condenadamente ebrios) y del espacio. No sé exactamente cómo llegamos allí, pero en algún momento entramos (lo supe porque de allí nos sacaron), debajo de un par de bocinas. Comenzamos a magrearnos enserio. La pasión y deseo que sentíamos era tal que no importaba nada sino hacerlo. Le besé el cuello, le saqué las tetas, le besé las tetas. Todo eso mientras ella me desabotonaba el pantalón. Le abrí la blusa toscamente, y creo que la rompí en el acto, y ella me masajeaba la pinga justo como me gustaba, porque repito: Carolina era MI MUJER. Logré llegar hasta el coño, y digo lograr porque en el estado etílico que nos encontrábamos, coordinar si quiera la motricidad era un logro. Le estuve sobando el chocho unos minutos, sentía su aliento jadeante en mi oreja, y sentía que la amaba

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más que a mi vida, cuando de la nada, en la jeta, nos calló la luz de un lámpara. Era uno de los meseros del lugar, que venía a informarnos que el bar estaba cerrado, que todos se habían ido, y que debíamos salir. Las luces estaban apagadas y el tío llevaba una lámpara de mano con la que nos alumbraba. Carolina, que no le gustaba que nadie le dijera qué coños hacer, se puso a gritar que nos dejar en paz, que no se metiera en lo que no le importaba… y yo… tratando de calmar la cosa, le decía al mesero que nos diera un par de minutos, que ya saldríamos. Vale, nena, la fiesta se acabó, salgamos antes que nos saquen. Regresando a sí, pero no por eso odiando menos al mesero, se subió la blusa, se puso los zapatos (no sé cómo se sacó los zapatos), mientras yo me abotonaba la camisa y el pantalón, y me alineaba un poco. Cuando estuve listo salí. No sentí salir a Carolina. Vamos, nena, le dije, no demores demasiado. El mesero no estaba. Se había compadecido de nosotros. Nena, coño, apúrate. ¡Carolina!, grité y ella gritó: ¡dónde están mis pantalones! ¿Qué?, pregunté extrañado. Mi pantalón, maldición, ¿dónde lo dejaste? Entendiendo la gravedad de la situación, me sumergí bajo las bocinas, a gatas, sin decir una sola palabra, tanteando el suelo en busca del puñetero pantalón. Carolina estaba a punto de llorar. No lo dijo pero yo lo sabía. Asustado, ya que si lloraba toda la furia de su llanto y de su odio iría a parar en mi persona, busqué desesperadamente sin ninguna suerte. Rendido, la tomé de la cintura, y… ¡lo sentí! Un nudo de ropa en su cintura. ¡Carajo, nena, cuál pantalón!, ¡traes falda!, ¡está en tu cintura! Yo había subido la falda de Carolina hasta la cintura, y la tenía como cinturón, achicharrada pero segura. Vale, vale, lo siento dijo, no me di cuenta. Una vez pasado el susto, estuvimos fuera. Bajamos las escaleras y tuvimos que pasar por un pasillo, el pasillo de entrada, donde todos los meseros y trabajadores del maldito bar estaban amontonados. Todos nos miraron, cuchichearon y rieron abiertamente. Carolina pasó segura, caminando como una supermodelo (una de esas supermodelos putas y cínicas) sin inmutarse y yo pasé detrás de ella, fumando un cigarrillo, con actitud y estilo. Como diciendo: qué, ¿nunca lo han hecho debajo de un par de bocinas en un bar? A las afueras del bar, cogimos un taxi y regresamos a casa, a terminar lo que empezamos. Al día siguiente Carolina trajo de vuelta las maletas. Como tantas otras veces. agosto 2011 13


ro e om R l e afa R por

habían

pasado ya dos semanas y nadie, en mi nuevo trabajo, parecía interesarse por mi vida. los grupos ya estaban formados. sus miembros se reunían para hablar durante los descansos. yo siempre al margen. será cuestión de tiempo, pensé. pero pasó otra semana más y no hubo ningún acercamiento de su parte. había que tomar la iniciativa entonces. lo curioso era que si intentaba integrarme a alguno de los grupos, formulando una pregunta, sus respuestas eran concisas, a veces monosilábicas «mucho trabajo hoy, ¿no?» «sí» «¿cuánto tiempo llevas aquí?» «bastante» si optaba por el plano personal,

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monólogos), como no estaba dispuesto a volver a ser el marginado (esta vez no), decidí tomar cartas en el asunto. sabía quién podía ser mi salvación: el Maestro Hadji (también conocido como Molay, Kaba, Mamy, Adama, Diaby, Taslimi, Ismael, Conte, Sila), gran e ilustre vidente africano. su eficacia me dejó perplejo cuando luego de 72 horas los signos empezaron a ser visibles. aumenté de peso de manera poco uniforme. a la miopía le acompañó la halitosis y a ésta jamás constantes ataques de verborrea y tics nerviosos. había un me reía sin saber por qué, solo o acompañado. «¿y tú?» en pasar por una larga hilera de vehículos estaciosus respuesnados suponía detenerme cada dos metros a tas ver cómo se acentuaban algunas verru«¿vives lejos o gas, lunares y acné postmás o menos por adolescente en partes de mi la zona?» «por el cara. mi pelo: indescentro» criptible. taras «¿qué haces por las de divercalitardes?» «estudio» sos bres como no me pagaban para aparecieron entrevistarlos, como con espontaneitampoco pensaba dad. y nada me seguir con absurmolestaba, nada me dos interrogaprovocaba vergüenza o torios sufrimiento. me sentía bien (casi conmigo mismo amigos y familiares cercanos mostraban abiertamente su desacuerdo ante mi rotunda negativa de ir al médico «no necesito ir. tampoco es que me sobre el tiempo» ahora, cada vez que mis compañeros venían a mi cubículo para saludarme, para que les contara qué había hecho el fin de semana o para invitarme a salir al patio a fumar un cigarrillo mientras hablábamos de las nuevas incorporaciones a la oficina, esos raritos, enfatizábamos, yo sonreía con siniestra alegría 15

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Suena la alarma y mientras abres los ojos no recuerdas por qué has dejado pasar tanto tiempo sin desprogramarla. Sales de la cama y no te importa llevar otra vez la misma ropa de hace una semana. Otro día. Huyes de casa. Afuera, eres un individuo gris, desaliñado, somnoliento, con aliento a perro muerto. Bebes café en el bar de como se llame y empiezas a internarte mansamente en los avatares del día. Con

por Rafael Romero falso interés, lees los titulares de los periódicos, pagas y te echas a andar por la calle. Un libro viaja contigo. Lo has cogido al azar de tu inmensa librera. Lo abres mientras caminas. Una foto cae al suelo. La recoges y la

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limpias con la manga de tu camisa. se ha manchado de algo líquido. ¿saliva? hmmm... observas la imagen. eres tú. ocho años. alzabas los brazos mientras tu madre se disponía a lanzarte una pelota de plástico. el patio de tu casa era tan grande como tu sonrisa. una hilera de recuerdos se apodera del momento. aligeras el paso para no recordar y te distraes viéndole el culo a la cuarentona que llevas delante. El Metro está ahí, lo tienes en frente. el Metro te divierte. siempre que entras te sientes arropado y disfrutas de cientos de miradas frías y gestos anodinos. vas de una estación a otra. juegas con el ascensor de cada vestíbulo. sabes cómo entretenerte. por la tarde, presintiendo el arribo de una tenue dosis de tedio y luego de haber comprado libros que no leerás, discos que no escucharás y ropa que sólo te pondrás una vez, vuelves a casa. en la esquina, regalas el libro (foto incluida) a un borracho que te pide una moneda. Entras en casa. tiras las bolsas. te repugna el hecho de comprar sin ningún motivo. el sofá te espera. duermes, duermes como un osezno cansado de corretear detrás de su madre, haciendo monadas. duermes sin reparar en el tiempo. luego, abres los ojos. las 2 a.m. a tientas, buscas tu cama a la vez que te desnudas. la encuentras. la funda está helada. ¿y tú? tú estás solo, como un grillo en un recóndito rincón de un sótano en una casa enorme, inmunda, abandonada. 17 agosto 2011


nnan por Jimena A

Marcia camina con dos colitas en el pelo, dos que flotan como si fuese un Marcianito, dos antenitas. Se ríen todos cuando camina, es simpático su peinado, ¿simpático? Piensa. Si es simpática para muchos. Divertida …Entonces un día en el patio del colegio, una compañerita comienza a correrla con un adoquín, un adoquín siniestro. ¿De dónde lo sacó? Se preguntaba Marcia cuando corría, ¿es que no sabe que los adoquines están hechos para construir casitas? Habrá roto la casita que yo construí atrás de los árboles del jardín? ¿Cómo puede ser que yo esté corriendo y ella me esté persiguiendo? ¡Tendría que ser al revés!! Piensa. agosto 2011 18


Pero el al revés no existe ¿por qué no se me ocurrió?. Soy inocente!. Entonces por eso me corre, ya entiendo… Soy inocente. Mientras Marcia pensaba y pensaba su paso se alentaba, ya que su cabecita no pensaba en salvarse, sino en cómo hacer para que no se la persiga más; fue entonces cuando esta Adoquinera la alcanzó y con una mano levantada que sostenía el adoquín le dijo: Yo hago esto porque me divierte, No te iba a hacer nada! Y se rió soltando el adoquín enfrente de la Marcianita. Adoquinera diabólica Marcianito Humillado Gritos y gritos no se escuchaban, pero estaban, estaban en la cara de Marcia. Ella no sólo era vista como una nenita simpática, sino como una tontita asustadiza que no sabía defenderse y que se podía jugar con ella como si fuese un elemento. Lo único que ella sabía es que eso no le gustaba nada, ¿todas sus amigas pensarán lo mismo que esta Adoquinera? Se preguntaba; o era sólo una mirada de la misma hacia ella porque cuando estaban cerca la personalidad de la Adoquinera la desorientaba, la asustaba. Era Tontita y Asustadiza. Por eso al día siguiente Marcia cambió el peinado, decidida a cambiar la mirada de quien se le daba por verla de esa forma, cuando ella creía ser una niña adelantada, muy grande para su edad generalmente (pensaba generalmente, porque en el fondo no se lo creía tanto). Ella sabía que hechos como el ocurrido con el adoquín destruían su mirada de ella misma. De creerse madura y fuerte. ¡Madura y fuerte.! ¡¿Cuantos años tiene?! Como les contaba, cambió el peinado, y su cara expresaba seriedad, quería esperar una oportunidad, una sóla que le permitiera el cambio de esa mirada, un cambio que no sea haciendo una maldad sino respetando

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su lugar en este mundo, su independencia, su orgullo, su edad, los 7 años mejor llevados de su vida. Los 7 años tenían que demostrar que ella se había esforzado todos esos años por ser una niña respetable. Situación en la clase, Muchas sillas, Adoquinera ahora era Apila sillas por ende se llamaba Apila sillas para Marcia, agarraba las sillas y las apilaba una y otra vez para que los débiles no puedan sentarse y no se animen a afrontarla. Marcia se impulsó como un rayo a desafilarle las sillas en su espalda (Aclaración, ella pensaba que desafilar es un verbo que refiere a sacar de la fila las sillas), Apila sillas no entendía nada. Porque Marcia lo hacía cuando ella no miraba Desorientada Apila sillas fue a sacarle a Marcia una que tenía en sus manos y Marcia no soltaba sus manos de la misma (me olvidé de comentarles que se había entrenado dos semanas haciendo pesas con las macetas de su casa, ¡Es que tenía que estar preparada!), Apila sillas no pudo aguantar, tenía fuerza insuficiente, por ende terminó por el tirón fuerte de Marcia en el piso, enfrente de todas las pobres huérfanas de sillas. Apila sillas a su lugar Marcia Héroe

Marcia-Marcianito-inmadura-madura-fuerte y débil , triste y alegre –simpática y seriamente preocupada. Naranja de alegría a veces- Violeta de transmutación otras. Muy inocente-pensadora inteligente, asustadiza y Héroe. agosto 2011 20


Cuenta contactando con cosas tan obvias como la Naturaleza. Tropezó sobre una roca, una roca color obvio. En el diccionario de cuenta: La obviedad es intensa cuando se le presta atención. ¿Se da, te das, me doy cuenta que una de las cosas obvias nos muestra la fortuna de poder estar a flor de piel?¿que es flor de piel?. Contanos que es comprometido, peligroso porque no hay control, amenazador porque es por impulso !!!!! Que no computa, Que no concentra, se deja, se deja abrir, se deja mirar. Afloja. Se despoja. Mira sin miedo. Actúa sin miedo. No escucha grita grita grita que está feliz, muy feliz por sentir, no importa que va a pasar, sólo lo hace. Lo obvio la hace gritar.

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A Cuenta, le gusta contar cuentos arriesgados, cuentos que son sumas no restas. Las sumas siempre son más difíciles. ¿No? Cuenta, se da cuenta, hoy tiene ganas de penetrar en los sentidos, son ellos los que nos manifiestan emociones y participan de un mundo dibujado. Enternecen (qué lindo que es sentir enternecimiento). Y así yo sin darme cuenta me duermo tranquila. No importa cuánto, ni cómo, ni dónde todo suma + suma + suma no importa cómo está calculado importa entender el sentido de lo inconcluso. Lo inconcluso es todo lo que nos queda y la especialidad de inconcluso es flor de piel contando un cuento.

por Jimena Annan

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Viaje por Natalia Rillo

Un día soleado de verano al mediodía, de vacaciones, sin tiempo ni espacio, ya que el espacio que recorren cambia al ritmo de la caminata transpirada agitada calurosa pero febril ansiosa, placer de que cada paso lleve en sí traslado de lugar y más aun de tiempo. Dos cuadras y aparece una montaña, diez días. A lo lejos un caballo salvaje con crines negras, dos meses. Agua sobre la frente bronceada y caliente. En el cielo un águila nos sobrevuela, y se van con ella todos los minutos vacíos de la rutina, las horas del transporte sin paisaje, el ir de aquí hacia allá con una dirección que tiene nombre y número. Un día soleado de verano al atardecer. Naranjas y rojos que inundan y desbordan de colores la charla con cerveza en la mesa del 23

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pequeño bar. Siento que lo que me dice otro ser humano podría haber sido gestado en mi pensamiento. Escucho que me dice lo que estoy sintiendo. Rojo y naranja y fugaz como un rayo: este momento es único pero todos los son. Aunque creas que alguno pesa más que otro el vehículo que nos transporta viaja siempre a la misma velocidad, los caballos se mezclan en la memoria con los trenes, el águila vuela pero también nada en los sueños, los sueños son también parte del tiempo y el lugar hacia el cual vamos tiene dirección tiene número tiene nombre tiene plano.. Un día soleado al anochecer y me voy a dormir pensando que desbordada vos también sos inundación y que otro ser humano podría haber gestado mi pensamiento.


Sala de ensayo por Natalia. Rillo Es un cuadrado recubierto de goma espuma. En el cubo que forma el cuadrado hay gente que habla, que grita, que canta, que calla pero suspira. La goma espuma reprime la re-producción de estas emisiones. Vino y pinto con carbonilla formas en la goma espuma y la aplasto al dibujarla.

Una voz que no se escuchaba empezó a oírse. Vino con un cuchillo y raspo la goma espuma y salio viruta, “si no es metal, si el residuo de lo que apaga el grito no deja rastros en forma de caracol de infinito”. Sala de ensayo llena de mugre cuando las voces gritaron y terminaron de desintegrar con su vibración la goma espuma que intentaba callarlos.

a í s e o P agosto 2011 24


Gui贸n: Jo-c Deux Dibujos: Lordorf Creado por: Jo-c Deux

en

Desperdicio

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Teamoodio, eresatractiniestro. Melt banana es una banda cercana al futuro. Sus extremidades están formadas por lasers y materiales capaces de doblarse en todos los sentidos. Pronuncian una serie de grabaciones lo que hace imposible reconocerlos. Hace falta viajar unos cuantos segundos hacia adelante para encontrar los rastros, las miles de tapas metálicas coleccionables y premiadas, y dar, de casualidad, con el par de oídos mecánicos que se adapten al óvalo o al círculo e interpreten la lluvia de tractores, todos azules, encendidos y conducidos bajo otra lluvia de agua verde que se precipita horizontalmente, o de abajo hacia arriba, o de izquierda a derecha, depende del aparato en el que estemos escuchando uno de sus discos. Sus discos no existen. Charlie, álbum de 1998, es una invención, una nube, un día está, el otro se ha vuelto parte del escenario. Charlie tiene como fin primero derretir, volver líquidas las sensaciones, hacerlas tan delgadas como un hilo telefónico. Charlie está compuesto de temas cortos, al reproducirlo es posible encontrarse ya en otra parte, con Charlie es posible el desplazamiento. Como tocado por la mano de un loco, o sea doblemente bendecido, he profundizado mi conocimiento, lo que ha resultado en toneladas de sonrisa. Sonrío al verme de pie, esperando un taxi que me lleve hacia un lugar el cual en cuanto llegue, habrá dejado de existir.

Charlie Melt Banana Por Billy Boy

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Last days de Gus Van Sant

Por Billy Boy Cerré los ojos. El paisaje me abordaba, los pies descalzos tocaron el río, el rumor, el amanecer, la suavidad de la luz que apenas lograba filtrarse subrayaba el choque de las rocas, la fuerza de las raíces, el lodo del que estaban hechas las orillas, sumergía entre su brillo mi desnudez. La fuerza de atracción fue más fuerte. Creí salir de aquel valle, de aquel pedazo de orígenes, intenté ser un ave, al aletear levanté ramas y cenizas y otras ruinas, entre ellas mi propio cuerpo. Entre las ramas y entre un sueño más oscuro que la noche descubrí que estaba hecho de huesos, huesos que gritaban, huesos exigentes, huesos rebelados, amotinados, dispuestos a cobrar los intereses, dueños y propietarios ahora de la piel en la cual respiraba una parte desconocida de mi espíritu. Abrí los ojos, el bosque parecía actuar de protagonista. Su papel era el de Zeus, un Zeus anónimo, un Zeus cómplice, forzado, secuestrado por su propia voluntad, en todo caso, seducido, víctima y fan de un hombrecillo diminuto, de un garabato parecido a una nube resultado de un naufragio, de la borrachera de una tormenta, al abrir los ojos en pantalla observé la figura rota de Blake. Mi espíritu había sido sedado. Mi vigilia, a pesar de la hora se manifestaba en contra, adiós Van Sant grité, llévate tus somniferos debí haber dicho antes de cancelar mi sarcófago. Con los ojos enormes y las pupilas como búho fui testigo de lo sobrenatural. Mientras el universo que cabe dentro de una nuez, hinchado, desmoronaba las paredes levantadas para contenerlo, paredes maquilladas por calendarios y por más paredes maquilladas por los mismos calendarios, un riff se amontonaba como almohada bajo esa hecatombe. In the pines, in the pines, Where the sun don't ever shine. I would shiver the whole night through. agosto 2011 29


e s u o El m z i r a n a l n e

to tu ciudad por un ra de e ic sh de e m e La ventaja es qu capé contigo y tú nunca viniste Pero me es udad vacía. Ahora tengo una ci Desesperado, tu silueta s calles de veo inundarse laco es equivocadas. on ci n ca n s do Y pegajosos recuer e Ahora soy deform e recorre el cuerpo m e qu a ci n ra be u Tengo una prot ra atragantándose con su presa Parezco víbo . e va muy despacio Esto de olvidartyo ra Como si engulle tero, en as Y tu me atraviesentándome. atorando y alim Asfixiándome.

por Hannibal 30 fotocopia agosto 2011


facebo

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whisky en las rocas

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