SANTA MARTA

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SANTA MARTA Narrativa inspirada en los motivos del lobo, de Rubén Darío, y la revolución Bolivariana.



FLORENCIO JOSÉ MALPICA

SANTA MARTA El cuartel de la montaña


Primera edición abril del 2012 © Florencio José Malpica, 2012 Ilustración portada: Retrato digital basado en fotografía de Irma Lara Pinto. Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en las leyes, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo público.

Hecho el depósito de ley ISBN: 978-980-12-5581-9 Deposito legal: lf0412012800786 Impreso en Repro silva, C.A. Impreso en Venezuela


A mi Madre, aurora de nuestros amaneceres.



El varón que tiene corazón de lis, alma de querube, lengua celestial, el mínimo y dulce Francisco de Asís, está con un rudo y torvo animal, bestia temerosa, de sangre y de robo, las fauces de furia, los ojos de mal: el lobo de Gubbia, el terrible lobo… Los motivos del lobo



Entre golpe y batalla

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or un camino arcilloso de cuestas y declives, a cinco horas distantes de un pueblo rodeado de montañas, valle de tierras fértiles, donde la tribu del Indio Canoabo dejara sus huellas sobre montículos pétreos, a orillas de los ríos y en el piedemonte de sus cerros. Caminando hacia el poniente, siguiendo la bisectriz imaginaria que señala al noroeste; donde el viento de la costa deposita el canto de las gaviotas y el olor del mar caribe. Allí, se encuentra un vergel erigido por la madre tierra quien se dedicó día a día, año tras año, siglos tras siglos a la creación de este bosque tropical monzónico, que millones de años más tarde se llamó la montaña de Santa Marta. Lugar maravilloso de espesa vegetación, con inmensos árboles de bucares; de hojas coloreadas y de flores anaranjadas con figura de gallito. Bosque minado de araguaneyes; árboles de madera dura y corazón negro que en los meses de marzo visten de amarillo intenso el piedemonte de Santa Marta, como preámbulo a la fiesta de apareamiento de la madre natura.

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Sotobosque fresco cargado de lianas, orquídeas y helechos; bañado de ríos y quebradas, de aguas traslucidas, con piedras inmensas donde los primeros habitantes; quizás aborígenes guaiqueries, dejaron sus huellas talladas en los grandes pedruscos, casi indelebles al paso del tiempo. Boscaje poblado de bandadas de aves que cruzan el cielo azul, preñado de nubes blancas pasajeras que en tiempo de invierno regresan oscuras cargadas de vapor de agua. Vapor que se condensa en lluvia, precipitando millones de gotas que humedecen la tierra para la siembra. Aguaceros que reverdecen las hojas, acrecientan y preñan los ríos y quebradas, y alborotan el canto de las aves. Sopotocientos plumíferos de airones multicolores, graznan parados sobre el techo del bosque, emitiendo un concierto de sonidos poliformicos, ecos que revelan el espíritu de vida mimetizado entre los miles de árboles que cobijan la montaña, desde la cumbre hasta el piedemonte. Arboledas inmensas que respiran transmutando aquello que contamina, en sustancia limpia que se dispersa con el viento. Soplo de vida que refresca la tierra y lleva en su seno la esencia de la existencia. En estas tierras mágicas, moldeadas, ahora por el hombre, merodeaba un lobo flaco y de contextura fuerte, huraño, y gruñón. Pero, ya no era nada fiero, porque con el transcurrir del tiempo se había adaptado a las circunstancias que lo sitiaban. Quizás, buscando una simbiosis, que le permitiera entender los nuevos tiempos que transformaron su mundo salvaje. Así que, trabó un acuerdo con el hombre y decidió abandonar su cueva en lo profundo de la montaña y ajustarse poco a poco a una vida doméstica. No era fácil la tarea, pero era el precio que tenía que pagar para concebir en su conciencia canina el devenir de su nueva existencia. Con el venir de los días aceptó los restos de comida que arrojaban en el patio o cerca del camino, los cuales devoraba parsimoniosamente el sagaz animal. En invierno cuando el frío era intenso, y el alimento escaseaba en su cueva y el hambre aguijoneaba su

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estómago, le permitían quedarse en algún recodo o escombro que encontrara cerca de la ranchería, y protegerse así de las inclemencias del tiempo. Amén de encontrar suficiente restos de comida. Todo esto lo hacía a cambio de dejar su comportamiento natural de lobo salvaje y no ser una amenaza para los fundadores de Piedra Pintada y sus animales domésticos: gallos, gallinas, patos, cerdos y chivos, con los cuales muchas veces mitigó el hambre durante la batalla de los siete años. No entendía bien esta metamorfosis de conducta que se había propuesto, pero el sabía que en su espíritu, muy adentro del corazón, el seguía siendo un lobo como lo había parido la naturaleza. Lo que representaba ahora, eran cosas de este nuevo mundo que le transfiguraba su existencia. Los lugareños lo bautizaron con el mote de Lobo Feroz, por su sagacidad y bravura durante los encuentros sangrientos. Su fama y aventuras habían pasado. Solo quedaba la leyenda viviente. 2 Los días de abril transcurrían llenos de incertidumbre por las calles del suelo patrio. Año centésimo septuagésimo segundo de la muerte del padre de la patria. Juan Ramón hombre de pueblo, detiene su marcha cerca del puente del rio Naranjo. Se apea del burro y lo amarra a la orilla de la carretera donde la bestia pueda ramonear. Igualmente hace lo mismo con el otro jumento que lleva la carga de víveres. Camina pausadamente hacia la licorería “la alcabala”, bautizada así por los estudiantes universitarios. Se acerca al mostrador y pide dos botellas de ron y un paquete de chimó san carleño. De pronto se detiene una camioneta y el conductor anuncia en alta voz que han tumbado al gobierno. — ¡Como! —Responde el dueño del negocio. — ¡Carajo…que han tumbado a Chávez! ¡Le dieron un golpe de estado!

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Reina el desconcierto y el ambiente se llena voces altaneras, mientras otros hacen silencio. En pocos momentos llega un familiar y le avisa al dueño que la televisión acaba de informar que tumbaron al comandante Chávez, que ha caído el gobierno bolivariano. En cuestiones de minutos el alboroto y el sobresalto cundieron el lugar, y en breves segundos docenas de cohetes prorrumpieron en lo alto del pueblo y la algarabía de la oposición al gobierno se adueño de las calles. — ¡No puede ser, tiene que ser mentira!— susurraba sentado en un banco de cemento un muchacho como de veinte años. —como va a ser mentira, el general Lucas Rincón acaba de informar que Chávez firmo la renuncia. — Le espeto airadamente un partidario de la oposición. — ¡Chávez es un cobarde! Con los ojos llorosos, y apretando el puño de la mano, le gritó: — ¡eso es mentira!…Chávez nunca firmaría la renuncia… ¡eso es mentira! Señalándolo con el dedo le dijo: — ¡eso lo tengo que ver yo!… Y salió en carrera buscando la senda de su casa para informarse, mientras el otro le gritaba: — ¡es mejor que te vayas, por que si no vas a llevar plomo! — ¡Pendejo! — Le gritó el muchacho. — ¡ya nos veremos! En cuestiones de horas, una matriz de opinión a nivel nacional e internacional circulaba el rumor sobre un posible vacío de poder en Venezuela. Ante la demanda, por parte de las agencias de noticias extranjeras, por una información veraz de los hechos. Los medios de comunicación más importantes informaban la noticia de la renuncia de Chávez y el vacío de poder que derivaba de la acción. Por ningún lado se hablaba de golpe de estado. La incertidumbre de un pueblo sin conocer el paradero de su presidente, hurgaba por encontrar medios más

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confiables para informarse. Juan Ramón estuvo por más de dos horas pendiente del acaecimiento. No sabía realmente lo que estaba sucediendo en el país, y mucho menos podía opinar sobre algo que ignoraba completamente. Se dio cuenta que la Venezuela que el conocía estaba cambiando drásticamente, mientras ellos estaban enclaustrados en la montaña siguiendo el curso de sus destinos. Instintivamente buscó un almanaque sobre las paredes del negocio, el calendario registraba el once de abril. Tomó el aguardiente, el chimo y se apresuró a continuar su camino. Varios metros después, escucho a la gente gritar: — ¡están matando al pueblo…están matando al pueblo!, van como quince muertos y cientos de heridos en puente Llaguno… 3 El sol rayaba el mediodía. La pequeña comarca se llenaba de los ruidos del quehacer diario de su gente y el entorno. Los hombres en las labores del campo labrando la tierra, las mujeres en el oficio del hogar y los niños correteando en los patios de la pequeña escuela donde aprendían las primeras letras. Los golpes del mazo sobre el pilón, se unían al cacaraqueo de las gallinas que se acercan picoteando y escarbando la tierra, con su parvada de pollitos. Los pequeños plumíferos correteaban tras los picos de maíz, partidos por el golpe certero de la mano de pilón, y esparcidos al voleo sobre la tierra, a la vez que la mujer llamaba a la camada de polluelos. — ¡pico…pico…pico…pico…pico...! Más allá, un gallo que bate sus alas sobre el pecho, al tiempo que canta. ¡Kikirikiiiii! Repentinamente en medio de la alharaca, se abalanza sobre una gallina piroca que se acuclilla, al tanto que el zambo la cubre y luego bate, nuevamente, sus alas señoreándose cual rey del patio. Un poco mas allá, a la orilla del camino, una piara de cochinos domésticos, aran la

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tierra con su hocico, en busca de raíces; otros se asolean sobre la charca dándose un baño de barro. Acullá, el golpe de un hacha sobre el árbol seco, para hacer leña. Al fondo, bien al fondo emerge el ruido de la quebrada, cortejando el paisaje arborescente. Bajo la sombra de un árbol de Araguaney, aledaño al camino principal, olfateaba la tierra el canino montaraz, buscando un sitio apropiado para dormir la siesta. De pronto, el silencio de las personas le devolvía el lenguaje natural de montaña al ambiente, un tiempo silencioso a las palabras y resucitaba un espacio bullanguero para los sonidos onomatopoyéticos de los animales y las cosas. El animal dio varias vueltas, trazando círculos imaginarios, hasta que encontró un lugar de energía y se echó. Allí, comenzó a recordar con nostalgia, sus andanzas y acontecimientos, cuando el bosque de Santa Marta era territorio libre y virgen por naturaleza. Podía andar a sus anchas y libre albedrío que Dios le dio y Pacha mama despertó. Eran hijos del bosque como el hermano Zorro, como el hermano Venado, como el hermano León, como las hermanas Aves, como los hermanos Picure, Lapas, Cachicamos y Osos. Hasta que llego el hombre y pobló. Aquel primer encuentro fue extraño e inesperado para el. Joven, aventurero e inexperto le gustaba recorrer valles, cuestas y declives de la montaña, territorio que ahora le correspondía defender como macho alfa de la manada. Aquel día amaneció con una neblina espesa, que cubrió el pequeño valle plantado al pie de la montaña. Desde lo alto lo divisó como una inmensa nube que se reflejaba sobre el manto arbóreo, donde titilaban luces de colores, gotas de agua que pendían de las hojas, destellando un arcoíris con luces de la aurora. El rocío caía lentamente sobre su pelo gris plomizo, creando una diminuta capa de millares de pequeñas chispas de agua. El frio calaba hasta los tuétanos, dando rigidez a los músculos que se tensaban. Estiró sus patas y se encamino a

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merodear por aquellos parajes a los que poco visitaba. Zigzagueando llegó hasta las orillas de un río de aguas cristalinas, ávido se apresto a lamer el agua. El líquido frio le hizo echarse atrás, moviendo el hocico, rechazando el vital fluido. ¡De repente!, escuchó unas voces. Levantó la cabeza y agudizó el oído, moviendo las orejas buscando el lugar con exactitud. Se olvidó del deseo de probar el agua y marchó sigilosamente siguiendo el rastro sonoro. ¡De pronto! «Ja…ja…ja…ja…ja» las carcajadas lo hicieron detenerse. Se agazapó y con movimientos lentos y sincronizados se deslizó a ras de tierra, oculto por los arbustos. Desde allí observó a dos hombres que construían una especie de cueva con madera y palmas. Aplanó sus orejas contra la cabeza, y prestó atención al uso que daban a las herramientas. Como utilizaban la naturaleza para construir su refugio y sus cosas. — Bueno Jesús Antonio ¡ya terminamos la ranchería! — Gritó de júbilo Juan Ramón. —Ahora nos toca comer. —le recordó el compañero —Yo busco la leña pá asar el venadito. ¡Usted busque agua al rio! — Tá bien compa, asamos la mitad y la otra mitad la salamos y ponemos a humar para que se nos conserve. —Uunnju. — asintió Juan Ramón. El lobo seguía paso a paso las actividades de los dos amigos, que se aventuraron a la cacería en aquel vallecito enclavado entre cuestas y media falda de la montaña. Observó que al igual que ellos dependían de los come hierbas para su alimentación, así como del agua del río. Los vio comer, los escucho hablar y reír. Luego más tarde, decidió regresar a su montaña y se alejó en silencio. Ellos quedaron aceitando y limpiando sus armas. Esta vez estaban allí no solo por la cacería, guardaban un secreto, algo que el lobo jamás pensó que le cambiaría su existencia.

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4 Por los ciclos de la vida, le había correspondido crecer y convertirse en un lobo fuerte y sagaz, ajeno a la presencia de los humanos. En su clan los más viejos contaban historias, de encuentros con los hombres, lo describían como algo asombroso y temible, que cazaban a los hermanos del bosque y luego se retiraban para venir en otra época en búsqueda de cacería. No eran sus enemigos naturales, pero fueron considerados peligrosos y debían de estar lejos de su presencia. También existía una vieja leyenda ancestral, de una comuna de humanos que vivió en armonía con la naturaleza, donde los lobos fueron parte importante de su cultura y coexistieron libremente en una vasta región. Fueron aquellos que tallaron símbolos y figuras en las piedras y que un día se enfrentaron a otros humanos que arrebataron sus territorios sembrando la muerte en su camino. Dice la vieja leyenda que una manada de lobos partió hacia tierras extrañas, inhóspitas donde la huella del hombre jamás se había posado. Esa manada, herencia ancestral, le correspondía ser guiada ahora por el: el macho alfa. Pasaron varias lunas llenas sin tener el lobo contacto con los hombres. Cuando regresó al lugar del encuentro, observó que habían establecido su territorio modificando el lugar. Esto le preocupó mucho, pues ninguno de los hermanos del bosque alteró la naturaleza para construir su resguardo. Muchos árboles y arbustos fueron cortados con sus herramientas, instrumentos que golpearon una y otra vez la madera llenando de extraños sonidos el ambiente. Árboles de guayabita montañera que eran el refugio y sustento de las hermanas Paraulatas y guacharacas, yacían en el suelo heridos de muerte. Árboles de vistoso florido donde las abejas zumbaban día a día en su laborioso trajinar para llevar el dulce manjar a la reina y el alimento a la nueva generación de abejorros, caían

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estrepitosamente bajo el filo del hacha. Dejando solamente el molde éterico de su existencia. No le gusto lo que estaba pasando y fue a conversar con su manada, sus congéneres. Los más viejos, le restaron valor a su preocupación. Pensaron que el invasor al igual que otros, que lunas atrás llegaron en grupo, se marcharía en cualquier momento. El, trató de explicar que estos hombres habían llegado para quedarse. Pero ellos hicieron caso omiso a su inquietud. Intranquilo movía sus patas incesantemente, lleno de incertidumbre. A cada rato mostraba su enfado erizando el pelaje. La manada entendió el mensaje y guardó distancia y respeto al verle las orejas rectas. Sus aullidos de angustia y desconcierto, no encontraron asidero en el grupo, y percibieron su intuición y su enfado como testarudez. Gruñendo y con la espalda arqueada, pero sin mostrar los colmillos, les dio a entender que no era cuestión de intransigencia, más bien reflejaba aquellas cosas desconocidas, que por sagacidad el seguía. Por eso era el nuevo macho alfa, el líder que dominaba aquel boscaje. Molesto aun por la situación acaecida, giro en redondo y a pasos lentos se metió entre la arboleda buscando la sabiduría en el espíritu del monte. Luego esperaría el momento adecuado para hacerla llegar a sus congéneres. En la montaña existían pocos lobos renegados, dos o tres vivían independientes y en solitario. En tanto que la manada contaba con otros lobos viejos que ayudaban a los más jóvenes. 5 Aquella noche la luna lo sorprendió mirando hacia los cantiles, pensando en los nuevos acontecimientos que le tocaba enfrentar. A diferencia de sus hermanos de sangre, que veían al hombre como un usurpador sin poca importancia, que venía solamente a cazar y luego se retiraría. El se dedicó a estudiar las tácticas que utilizaban para cazar y así aprendió lo que era una bala y el daño que podía causar, como armaban y

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desarmaban las trampas, como borraban sus rastros para evitar que notaran su presencia. Con el tiempo aprendió a desarmar trampas, evitar las balas y agudizar su olfato para no perder el rastro de su contendiente, al principio se divertía alejando las presas y ver al hombre regresar a su morada sin nada. Luego se preocupó cuando este regresó con un grupo más grande de personas y comenzaron a construir más casas, realizar grandes deforestaciones y a establecerse definitivamente en el lugar. Siguieron llegando más, e invadieron sus territorios y acabaron con sus refugios. Los Come Hierbas que eran su comida y sustento, se desplazaron a otros lugares. Luego se dio cuenta que la muerte los acechaba cuando encontró lobos muertos, destrozados por las trampas. Lobos heridos de muerte por las balas. Fue corriendo avisarles a todos sus congéneres que habitaban en lo más profundo de la montaña de Santa Marta, debían unir fuerzas para defender su territorio de los invasores, tenían que enfrentarlo. Desde el comienzo la batalla fue desigual las armas, las balas y las trampas los minimizaron rápidamente. Por una parte ellos eran muchos, y en desventaja, la manada no tenía la experiencia en peleas con el hombre, ni conocían bien al oponente. Apelaban a su instinto salvaje el cual era repelido rápidamente a punta de pólvora y municiones. Aunado a eso, el hombre siempre cambiaba de estrategia lo cual finalmente inclino la balanza a su favor. Sus hermanos y primos no tuvieron la misma suerte que el, muchos murieron bajo las balas y trampas de los invasores. Su compañera, sus cachorros y los que habían logrado sortear la muerte, se marcharon lejos de la presencia de los humanos, para ellos era el Apocalipsis: el fin de un tiempo. Se cerraba un ciclo en sus vidas y se repetía la leyenda ancestral. Los sobrevivientes debían retirarse a otras tierras, donde pudieran sanar sus heridas y con las nuevas generaciones reagrupar su especie. Continuar en la

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búsqueda de los cambios necesarios para enfrentar la nueva era, tenían que evolucionar o morir en el intento. Atrás quedaba la infancia, las aventuras, el recuerdo, el camino andado, el bosque, el hogar. Los humanos, ahora eran dueños de lo que les perteneció a ellos, los animales. Por razones desconocidas el sintió el llamado de quedarse a luchar por lo que era suyo, por lo que se había ganado limpiamente siguiendo las reglas de la naturaleza, las únicas que conocía para ese entonces. El tiempo regresaba el miedo y el temor que se arraigaba en la leyenda ancestral, una vez más los perseguidos fueron ellos. Los desterrados y exterminados fueron los lobos. Nuevamente el hombre, fuera quien fuera, sembraba la tierra de muerte y crueldad. El silencio de la montaña acrecentaba el ruido de la pólvora al explotar, los animales enmudecieron sobre el dosel del bosque y los otros buscaron sus cuevas y refugios. Solo el ruido que provocaba el viento sobre las arboledas, despertaban el sentido auditivo del lobo. Y así pasaron los días y las lunas. Y ese fue el inicio de la batalla de los siete años. 6 El animal bostezo ligeramente y recorrió, con su mirada, los patios de las casas aledañas. Mientras cruzaba las dos patas delanteras frente a su cabeza y respiraba hondamente, visualizó el momento cuando sintió el llamado del bosque a permanecer allí. No fue un grito, no fue una luz, tampoco vio una imagen. Solo vio a sus congéneres marchar bajo la sombra de la derrota. Con el cuerpo bajo y las orejas hacia atrás, marchaban sumisamente con la cola completamente entre las patas, y el hocico apuntando al macho alfa que los observaba desde los cantiles. Heridos y reducidos a menos de la mitad, huían de la turbación que les producía la pólvora y los perdigones. Desde lo alto de una piedra, en medio de un acantilado, sus ojos percibieron como uno a uno fue reagrupándose la manada, y

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marchar en busca de un nuevo territorio. Su cuerpo permanecía rígido y alto, sus orejas rectas y hacia adelante mostraban su rango de macho alfa a la manada. Desde allí los veía fija y penetrantemente. Al frente marchaba su rival de siempre. Detrás decenas de lobos heridos y maltrechos lo seguían con la mirada al frente, buscando el nuevo horizonte que le planteaba la vida. En medio del grupo su hembra y sus descendientes, caminaban sintiendo su presencia desde lo alto de la piedra. Como macho alfa, su lugar estaba al frente nadie se lo disputaría, pero otro era su destino. Su compañera volteo a mirarlo quizás por última vez y él aulló con furia. Sus patas se movieron en su dirección, mientras su olfato recogía el olor de su cuerpo. Un disparo rompió el silencio y un lobo cayó herido de muerte mientras los demás emprendían la carrera. Se escucharon otras detonaciones y los gritos de los cazadores. El lobo gruñó, y erizó el pelaje grisáceo; en seguida se agazapo y se preparó para el ataque. En aquellos breves segundos comprendió que los perseguirían por siempre hasta desaparecerlos. Debía proteger a su descendencia y a las nuevas generaciones. En su naturaleza entendió que solo el podía enfrentarlos, hacerlos entender que ellos eran hijos del bosque. No podía concebir a los hombres como hijos del bosque. ¿De dónde venían aquellos seres con tanto poder y con tanto ingenio?, razonó que solo el podía averiguarlo, solo el podía afrontarlos. Vaciló un momento en medio de la ráfaga de disparos, y vio los últimos lobos heridos y maltrechos tomar la dirección al poniente, varios metros atrás la jauría de perros que se les abalanzaba. Sus ojos se estrecharon y su cola quedo paralela al suelo, mostrando suspicacia. Como un celaje cruzo el acantilado, saliéndoles al paso, cuando ya se prestaban a embestir a los postreros que acusaban debilidad y cansancio. El lobo gruño y su pelo se erizo completamente, a la vez que saltaba sobre sus adversarios. El encuentro fue sangriento, no hubo tiempo de estudiarse y medir agresividad. Se abalanzó

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directamente sobre el perro líder, que poseía gran contextura. Ambos rodaron entrecruzando dentelladas que solo atisbaban a rozar sus cuerpos. El lobo impuso su fortaleza y jerarquía ganada en su camino para ser alfa. Su mandíbula poderosa tomo la pata delantera del enemigo, y con un movimiento brusco y vigoroso sus dientes penetraron la carne, desgarrando sus tejidos. El líquido vital manchó de rojo su hocico, y la tierra. Seguidamente se escuchó ¡crack!, el sonido de un hueso al romperse. Un aullido de dolor salió del hocico del perro mientras caía al suelo herido gravemente. Cansado pero dispuesto abatirse hasta el final, enfocó su mirada a cinco perros que mostrando bravura se proponían rodearlo y atacarlo con la ferocidad que reflejaban sus colmillos. Gruñidos y ladridos se entrelazaron buscando achicar el coraje y el temple del oponente, la jauría mostraba fiereza y rabia, destilando espuma entre los dientes afilados como navajas; colmillos que relucían el brillo de la furia. No les dio la oportunidad de que lo rodearan, atacó directamente al centro del grupo. Su fuerza cayó sobre la jauría, arrastrando consigo tres perros que envueltos en una maraña de zarpazos y gruñidos se pasearon en un campo de batalla lleno de arbusto y plantas rastreras. El monte arrasado por el encuentro, solo les quedaba esperar las lluvias para retoñar y reverdecer. Al final el lobo, jadeante y azotado por el cansancio, con varias heridas y rasguños sobre su cuerpo, ganaba la batalla. Los perros derrotados corrían con el rabo entre las patas, en dirección de sus amos. Los vio discurrirse entre los arbustos, mientras su boca destilaba una mezcla de sudor, saliva y sangre que goteaba copiosamente humedeciendo la tierra. No había nada que saborear. No era una pelea para ganar posición y rango. Peleaba por su libertad y la libertad de las nuevas generaciones. “Bang, Bang…Cuje, perro…Cuje, perro”, disparos y voces a su alrededor le indicaban la retirada. Sigilosamente, en un santiamén se adentró al bosque. Marchó al trote buscando la quebrada, la sed

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lo agobiaba. Su cuerpo destilaba sudor y su lengua aun mostraba la espuma de la rabia, mezclada con sangre y saliva. Sus ojos avivaron cuando sintió el olor de la quebrada, de un brinco cayó en el centro del riachuelo. Sumergió completamente el hocico entre el agua fresca, la espuma de la rabia se diluyo en el traslucido manantial, luego lamió con avidez el líquido hasta mitigar la sed. Repentinamente sus oídos captaron el revoleteo inquieto de una Aguaitacamino, que a cierta distancia percibió la presencia del enemigo. Levantó la cabeza y emprendió la marcha. Ya vendrían nuevas batallas. Mientras caminaba a su cueva dedujo que la manada ya estaba fuera de peligro. “los más débiles tuvieron la oportunidad de marcharse”, pensó. La noche envolvía la montaña con su sombra. El canto triste de una ponchita, se escuchaba lejano. Entró a la caverna moldeada por la naturaleza y se sentó a lamer sus heridas y a recuperar el aliento perdido en la acometida. Era el momento de sanar y reflexionar. Ahora estaba solo contra los hombres. Para resistir sus embates contaba con la habilidad y destreza adquirida en aquellos encuentros cercanos cuando los vio por primera vez. Esas escaramuzas le dieron la experiencia y conocimiento sobre las costumbres del hombre, su naturaleza y de cómo pensaban. Esa noche durmió inquieto; pensando en la manada, su compañera y sus cachorros, y también pensando en sus enemigos.

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La tregua

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lgo estaba pasando en la comarca o estaba por suceder. Lobo Feroz lo podía sentir en sus huesos, como cuando se acercaba el invierno; a mediados de abril las brisas del noroeste traían consigo los primeros fríos los cuales calaban hasta sus tuétanos y con ello podía predecir si los inviernos iban a ser cruentos o leves. También podía ventear el olor a tierra mojada, que llegaba con las corrientes marinas del mar caribe, y notaba que la nariz se le enfriaba más allá de lo normal. Cuando la primavera daba sus primeros pasos, no hacía falta que los matorrales de palito negro, lo señalaran con los nuevos brotes que reverdecían en plenos días de soles abrazadores y cielos despejados, él lo podía predecir en aquellos primeros cosquilleos que lo inquietaban y que solo su compañera podía calmarlo con su presencia; podía percibir las vibraciones que el bosque enviaba llamándolos ardorosamente a fecundar la tierra. Así que algo estaba por ocurrir lo podía palpar en el aire, en vuelo de las mariposas amarillas y en el

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canto alegre de los pájaros. Era el mismo presentimiento que tuvo cuando su manada fue perseguida y desterrada de la montaña. Lo podía presagiar por aquellas imágenes, que los últimos días, rondaban su cabeza, girando y girando como un remolino, trayendo consigo el recuerdo de lo vivido, hurgando en el pasado; quizás para liberarse de las viejas secuelas que amontonaba en su memoria a consecuencia del encuentro de dos mundos muy diferentes. Venía un cambio no sabía de qué, pero sabía que se acercaban nuevos tiempos a la montaña. 2 Sábado 13 de abril. Juan Ramón y Julio Martínez “el alfarero”, se aparecen en Piedra Pintada con sendos televisores de trece pulgadas. Han despertado del letargo. Ven la necesidad de estar informados, el país esta cambiando su estructura social, política y económica. Sienten que ellos y sus hijos no pueden quedarse a la deriva. Vivir en el pasado, cuando el presente se estaba construyendo en las calles, y el pueblo pisaba fuerte ahondando los caminos, luchando por sus derechos. Las marchas encendían de manifiestos el ambiente tenso y volátil, palabras que surcaban velozmente cruzando el horizonte del suelo patrio, y mas allá de la frontera bullía un grito de esperanza a favor de los más pobres, pero un hervidero de pasiones e intereses extranjeros no le hacían fácil el camino a la revolución bolivariana. — ¡Juana Elena…tu papa compro un televisor!— le dijeron a la muchacha. Esta soltó las cartas de juego y salió en carrera para su casa. Por allá se dio un tropezón, partiéndose una uña. Pero más pudo la emoción que el dolor, y saltando en un pie como patica quebró, continuo el correteo. Sin reparar en la uña que le echaba sangre, comenzó a ayudar a su padre en la instalación del artefacto eléctrico. En la otra calle Juan Ramón hacia lo mismo. A eso de las cinco de la tarde el ruido ensordecedor, de las plantas eléctricas, emergió mas temprano que de costumbre,

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y en pocos minutos lograban sintonizar los canales nacionales. La pequeña comarca aglomerada en ambas casas se enteraron en detalle de los acontecimientos que ocurrían en la capital de la republica. Juan Ramón les relató lo acecido el 11 de abril, pero los eventos que se desarrollaron en los días siguientes, marcaron el éxtasis de la revolución bolivariana. En retrospectiva se enteraron que el día 12 de abril el presidente se entregó prisionero, e inmediatamente fue sacado en silencio de la capital. Se presentaron allanamientos y persecuciones en varios estados del país. Amedrantaron con ataques y amenazas a los gobernadores chavistas, a fin de que abandonaran los centros de poder regionales. Impusieron la figura de Carmona Estanga como presidente de la Republica, y de un solo plumazo disolvió la asamblea nacional, desconoció el nombre de la Republica Bolivariana de Venezuela, suspendió los cuarenta y ocho decretos con fuerza de ley, destituyó a los titulares de los poderes públicos, y estableció la reforma general de la constitución nacional de 1999. Ahora mas que nunca el pueblo sintió una mezcla indigerible de rabia, temor e incertidumbre. En cada rincón patrio se comenzaron a escuchar descontentos. — ¡y como colofón retiraron la imagen de nuestro libertador del congreso!... ¿que mas irán hacer ahora?—se vio gritar a una mujer que la entrevistaban por venezolana de televisión, aun con problemas de señal. En piedra pintada todos estaban asombrados, pero observan en las imágenes que el pueblo no se dejaba amedrentar, tanto en la capital como en el resto del país la gente salía a manifestar a las calles. El noticiero informaba que parte del día de ayer, Chávez estuvo prisionero en Turiamo, desde donde había escrito una carta anunciándole al país que no había renunciado. Pero la carta no aparecía y el desconcierto abrumaba a sus seguidores. Más tarde se supo que lo trasladaron a la Orchila. Las imágenes mostraban

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allanamientos, muertos y heridos; en la madrugada del trece. Con el trinar de los pájaros que volanteaban sobre el cielo caraqueño, el pueblo amaneció aclamando al comandante Chávez y marchaban decididos hacia Miraflores. Los barrios de caracas usando el saber popular crearon una red de información con los celulares, megáfonos, panfletos, las radios comunitarias, y de boca en boca mediante los círculos bolivarianos propagaron la noticia: «Las fuerzas armadas nacionales desconocen el gobierno de Carmona Estanga». Con el pueblo en la calle, llego el momento preciso para que la guardia de honor del presidente tomara el control de Miraflores y detuvieran a los golpistas. En un abrir y cerrar de ojos el pueblo bolivariano se apersonó a las puertas de Miraflores. La gente preguntaba por su presidente; algunos gritan consignas, otros lloraban, y otros más enarbolaban la bandera nacional. García Carneiro, “el general del pueblo” ondeaba el tricolor patrio sobre una tanqueta, mientras la gente en alta voz entonaba el “gloria al bravo pueblo”. Hasta las últimas horas del día, las imágenes en vivo de venezolana de televisión trasmitían la ola de emoción que circundaba a Miraflores. Son las cuatro de la mañana de un nuevo día y la gente de Piedra pintada está trasnochada. Nadie ha dormido, solo los mas pequeños están rendidos en sus sueños placenteros. Las mujeres han tenido que montar tres veces en el fogón la olla de hacer café. El frio se cuela a través de las cobijas y las colchas que cubren sus cuerpos. La neblina invade los patios y las calles, cubriéndolas con su frío y espectral manto blanquecino. Del techo caen gotas de agua que el rocío mañanero condensa sobre la superficie del zinc. Las imágenes de venezolana de televisión comienzan a trasmitir la llegada del presidente. — ¡Volvió!, ¡volvió!, ¡volvió!, ¡volvió!, ¡volvió!— grita el pueblo en Miraflores.

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Juan Ramón se acomoda en la silla y apretuja la colcha que lo cobija. Quiere ocultar la emoción pero esta le brilla en los ojos. Aparece Chávez rodeado de jóvenes militares y alza la mano en señal de triunfo. Son las 4:40 de la madrugada, Juan Ramón siente en su alma que esta sublevación no se había vivido nunca en los gobiernos anteriores, en breves instantes un reflejo de su memoria lo enlaza a las palabras que recientemente le dijera el viejo Julián Martínez, “el alfarero”, momentos antes de comprar los televisores. Con sigilo misterioso, se le acercó con cierto recelo mirando a ambos lados y en voz baja le dijo: « mire compa yo no creo en adivinos, ni en brujos, y mucho menos en profecías… pero esto lo anuncio Conny Méndez en sus libritos, en sus escritos ella señaló que Venezuela sería la capital de la Nueva Era, Caracas la nueva Jerusalén… Que la mirada del mundo estaría sobre esta tierra suramericana…la verdad que de estas cosas yo no se nada pero le juro por Santa Bárbara que yo lo leí, eso se lo puedo jurar cuantas veces quiera». Juan Ramón respiró profundo mientras las palabras se disgregaban lentamente de su memoria. Ya pronto amanecería, y la neblina que cubría los patios se marcharía con la llegada del sol. Con la mirada fija en el televisor aun rumiaba lo dicho por el viejo Julián. En la pantalla del aparato las cámaras mostraban a un presidente contento y feliz con su pueblo que lo ha estado respaldando y esperando en Miraflores. Se ve al comandante tomar los micrófonos y trasmitir por cadena de radio y televisión su regreso. El pueblo y las fuerzas armadas han restituido el hilo constitucional. Al brillo del alba la gente retorna a sus hogares gritando consignas. — ¡no volverán!, ¡no volverán! — ¡volvió!, ¡volvió!, ¡volvió! Ese día la mayoría del país dijo a gritos: « ¡no volverán!!!... y cada once tendrá su trece!!!».

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Juan Ramón se apretuja nuevamente la colcha, y se despide de sus coterráneos dándole las buenas noches, seguidamente apaga el televisor. Luego se encamina hacer lo mismo con la planta eléctrica. Mientras abre la puerta de tela metálica, murmura: «este país esta cambiando, quizás el viejo Julián tiene razón con eso de los nuevos tiempos para Venezuela anunciados por Conny Méndez…» 3 El país regresaba lentamente a la calma. En la montaña los comentarios matutinos se disgregaron al paso del sol. Los niños que regresaban de la escuelita, atravesaron el camino con su bulla, llamando la atención de Lobo Feroz. El can los observó entrar a sus casas, luego bostezó profundamente y estiró los músculos y tendones de sus patas casi a reventar. Somnoliento, las volvió a cruzar y retomó nuevamente aquellas imágenes que revivían su pasado reciente. Aquella noche mientras lamía las heridas, el tiempo lo atrapó meditando sobre las cosas que estaban por pasar. A partir de aquel día y durante siete años luchó a igual, recorriendo de palmo a palmo el territorio sin dar ventajas al oponente. Su rabia, su enojo, lo convirtió en un ser infernal; de ojos terribles y mandíbula letal. No dio paz a su alma simple, ni descanso a su cuerpo descarnado, en esa larga batalla campal. Sus fauces, su hocico; de luzbel o belial, hincaron el diente en la carne de los perros, y en los cazadores crueles que con saña y maña se ocultaban en la espesa montaña, montándoles celadas para dispararles a mansalva por la espalda, sin saber que los hermanos del bosque cuidaban su retaguardia. Luchó, luchó y luchó, salvando el pellejo de trampas, emboscadas y contiendas que armaban en su contra. Escuchó lamentos, gritos y maldiciones y algunos ruegos piadosos que amansaran su alma de fiera salvaje, pero su instinto natural lo exacerbaba arremetiéndoles entre sombras de odio, miedo y confusión. En las lunas llenas sus aullidos

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convertidos en risas de hienas, paseaban su sombra por la azotada comuna llenándola de turbaciones y temores y paseando la muerte por sus alrededores. Su alma simple y salvaje, la que le dio el señor, ahora cargada de rencor solo buscaba venganza y esparcir el dolor. Por defender lo suyo fue perseguido y maltratado. Hasta que cansados de luchar hombre y lobo, lobo y hombre establecieron un alto. Cansados, dejaron de perseguirse y acecharse. Llegaba el momento de la tregua, el momento de la calma, el momento de la paz, el momento de recapacitar. El tiempo llegó cuando el líder de los cazadores y la bestia, se toparon frente a frente sin proponérselo, sin buscar aquel encuentro. Al verlo salir de los arbustos inmediatamente lo apuntó a la cabeza con su escopeta, el lobo ni se inmutó, solo miró sus ojos fijamente y en silencio se le acercó. Ante la actitud pasiva del animal, Juan Ramón, no pudo dispararle y bajó el arma lentamente, mientras observaba como daba la vuelta y se marchaba lentamente adentrándose en el bosque. En medio de la confusión de sus compañeros, dio la voz de retirada y también giró en dirección opuesta. Jesús Antonio, el segundo al mando, sintió arder su sangre y jaló el gatillo. La ráfaga de plomos se dispersó sobre las copas de los árboles, el cañón aun humeaba bajo las manos de Juan Ramón que había desviado la dirección de los plomos que en principio apuntaban a la fiera. — ¡He dicho que llego el momento de la tregua!—Dijo Juan Ramón, bastante molesto. — ¡no es lo que pide la gente, o acaso no sientes su clamor! El hombre agrió el rostro y dio la vuelta. Luego arrojó unas maldiciones al aire y tomó el camino de regreso. El lobo que aún se mantenía entre los arbustos, esperando el momento para continuar merodeando en busca de su alimento, le escuchó decir a Juan Ramón.

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—Es un valiente, es un lobo guerrero, no merece morir, no debemos perseguirlo más. —Y luego agregó. — el momento de la tregua llegó. Los compañeros marcharon, detrás, mascullando palabras de odio y rencor contra la fiera. —Ese lobo es un demonio, un carnicero. En cualquier momento nos atacará ¡y tú serás el responsable! El líder de los cazadores ni se alteró. Aligeró la marcha dando dos zancadas, y con su alma en paz, continuó el camino a su hogar. El lobo, bajó a la quebrada, lamió el líquido claro y puro hasta saciar su sed. Luego caminó a su cueva. Durante la travesía concluyó que todos eran hijos de la tierra. Que en un momento de su existencia ellos también fueron hijos del bosque. Estaba comenzando a conocer al hombre. 4 Lobo feroz estaba tan absorto en el viaje por su memoria que no prestaba atención a las hojas del Araguaney que se desprendían y se posaban sobre su cuerpo. Sus sentidos estaban en otra dimensión, en un espacio resguardado por el cerebro para viajar por los tiempos pasados. Ahora, las imágenes lo mostraban con Juan Ramón, el fundador del caserío de Piedra Pintada. Allí se toparon nuevamente frente a frente, días después de la tregua. Ambos andaban cazando. Sus ojos se encontraron, sin odio ni rencor, se miraron fijamente e hicieron un alto a la faena. El lobo flexionó las patas traseras y se sentó con el pecho hacia delante y la cabeza en alto, prestando toda la atención al hombre con quien se mantuvo en batalla los últimos años. Juan Ramón se sentó sobre el suelo. Al apoyarse sobre la tierra fértil, sus dedos penetraron la rica y húmeda capa negruzca formada de hojas y ramas descompuestas por la acción del tiempo y los pequeños organismos. Recostó su espalda sobre el tronco sólido de un Pardillo. Sus flores blanco lechoso, recién caídas, esparcidas por el suelo y las flores

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marchitas, caídas los días anteriores, formaban un tapiz irregular alrededor del pie del árbol. Sobre la copa cientos de abejas tomaban el néctar para elaborar la dulce miel; el manjar de los dioses y el alimento de la tierra prometida. ¡Bzzz!... ¡Bzzz! El zumbido de la abejera se mezclaba con el ruido del suave viento, al soplar sobre la espesa vegetación. Los rayos de sol que penetraban el manto verde, chocaban contra el tronco del árbol proyectando una sombra inclinada al poniente lo cual indicaba que eran horas de la mañana. A pocos metros del can, un camino limpio, largo y curvo se entrecruzaba entre los árboles, con cientos de bachacos que se topaban en su ir y venir. Entre sus tenazas una carga verde finamente recortada, viajaba directo al centro del bachaquero para ser amontonadas en una recámara, donde se desarrollarían los hongos que luego serían la comida de la colonia. Ambos dispersaron un rato la mirada sobre su entorno, luego el hombre colocó su arma de fuego a un lado, arma que escupió muchas municiones buscando el cuerpo del lobo, algo que nunca encontró en su trayectoria. Juan Ramón lo observó por un rato y luego le dijo: «Paz hermano lobo, hemos luchado de palmo a palmo y hoy agradezco a Dios que estemos en paz. Los perseguí hasta casi extinguirlos, muchos de los tuyos murieron y otros lograron marcharse, pero tú te quedaste para demostrarnos el error cometido. Muchos hablan de ti como una alimaña, una fiera salvaje y yo no soy quien para juzgar lo que la madre naturaleza te dió, o la evolución de tu especie logró para adaptarse al ambiente. Sé que eres un lobo, un animal del bosque. Pero también sé que entiendes lo que te digo. Los seres humanos debemos avanzar y poblar la tierra, en este afán muchas veces cometemos errores». Al decir esto, pausadamente observo hacia la copa del árbol de pardillo, por un momento quedó atrapado entre el zumbido de las abejas y los millares de flores que guardaban en su seno el alimento de aquellos diminutos seres. De nuevo con lentitud regresó la

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mirada al can, suspiró poco a poco y luego le comentó: «Tu lucha y voluntad me enseñaron que hasta el animal más pequeño e insignificante de este bosque tiene sus derechos. Debemos considerar estas cosas, o en el futuro lo lamentaremos. No todos pensamos iguales ¡sabes!, nosotros somos más complejos. Pocos concienciamos el daño que provocamos a otros con nuestras acciones. Quiero decirte que a través de tí aprendí una lección y fuiste la luz que me abrió el camino a las cosas espirituales y la madre tierra. Si aprendemos a luchar con amor estaremos a salvo, si continuamos luchando con odio y ensaño estaremos perdidos para siempre. Ahora sólo pido a Dios que cubra con su manto divino a todos aquellos que te persiguen ¡Paz hermano lobo! ninguna de las personas que habita aquí te hostigará, porque así lo he dispuesto y conversado con ellos. Ven conmigo y retomemos aquellos tiempos donde hombre y lobo vivían en armonía. Puedes llegar a la aldea y buscar comida y refugio en los días cuando el severo invierno azote estos campos, y escasean los animales. Ya no tienes que perseguir más a nuestros animales domésticos para saciar tu hambre, y mucho menos atacar a nuestra gente que ya está atemorizada. Serás bienvenido yo te protegeré de los que todavía te guardan rencor y odio. Muchas veces los seres humanos tardamos mucho tiempo en darnos cuenta de los errores cometidos y mucho más tiempo para enmendarlos. Aquí soy como su guía, como lo fuiste tú con la manada. Las personas no somos tan malas, te darás de cuenta cuando comiences a visitarnos». Se levantó, tomo el arma, y se puso el sombrero, «voy a buscar una gallineta, para la cena», le dijo y se marchó desapareciendo en medio de la arboleda. Sin cambiar de posición lo vio alejarse, movió la cabeza y caminó en dirección contraria a la tomada por Juan Ramón. Mientras se desplazaba comenzó a pensar en el trato que le acababa de plantear el hombre. Hablando con el espíritu de la montaña, para que fuera

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su mensajero, le dijo: «Paz hermano Juan Ramón, que tu camino sea guiado por el mismo que guía mis pasos. Que tus buenas palabras encuentren morada en el corazón de tu gente, paz hermano Juan Ramón». Su instinto le decía que podía confiar en este hombre, pero en los demás no se podía fiar. Con el buscaría la forma de integrarse al grupo. Con sus buenas nuevas, quizás el podía cambiar las cosas. Se adentró al bosque buscando el rastro de un hermano, dispuesto por la naturaleza como su alimento, para conservar el equilibrio de las energías. Los ciclos que se mueven en el espacio. Sabía que tarde o temprano el moriría para alimentar a la madre tierra. 5 Pasaron varios días y una tarde de luna menguante, el lobo se acercó al poblado. Al principio mostraron aridez y antipatía a su presencia. Aquella tarde Juan Ramón los sermoneó y los instó a revisarse. En medio de la plazoleta les habló: —Cuando encabecé la cacería de los lobos, no estaba al tanto del daño que provocaba. Esa es mi responsabilidad. —Si eso lo sabemos—le respondió Jesús Antonio. —pero eso bichos son mañosos y nunca pierden la maña, quien sabe de dónde habrán venido huyendo. Estas tierras no son de lobos. —Por lo que he podido averiguar, lo más probable es que un grupo familiar haya emigrado hasta estas montañas, huyendo de la persecución y el exterminio a que fueron sometidos los lobos en la américa del norte. —Ya ves que tú mismo nos das la razón, son una plaga y hay que terminar de aniquilarlos. — ¡Claro que no!, el hecho de que hayan sido perseguidos, significa que ocurrió lo mismo que aquí. El lobo acuclillado a su lado daba razón a sus palabras, moviendo la testa. La manada ancestral había sido desplazada de su territorio salvaje y natural, y obligada a defenderse. En

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esa batalla campal murieron muchos lobos y los sobrevivientes tuvieron que buscar otro lugar donde vivir. —Seguro me dirán mentiroso, si les digo que ahora en muchos estados del norte los crían en cautiverio y tienen leyes especiales que los protegen de la extinción. — ¡Baaah!...esas son tonterías, el hombre tiene derecho de imponer su ley sobre el resto de los seres inferiores. —Lamento escucharte decir esas cosas. — le increpó. — a sabiendas que tú, yo y el resto de la cofradía tenemos responsabilidades morales sobre el caserío de Piedra Pintada y sus habitantes. Se escucharon murmullos y voces de descontento con las palabras de Juan Ramón. Este los observo y le cruzó una mirada a su “lugarteniente” obligándolo a silenciar a sus compañeros. Con la mano hizo un gesto y el silencio abrazó a la asamblea, demostrando así que el líder seguía siendo Juan Ramón, quien ni se inmutó ante el murmullo de los inconformes y continúo hablándoles. —Cuando ustedes sufrían los embates del lobo y deseaban su muerte. Fuimos tras ellos y los cazamos hasta el exterminio, ¡esa también fue mi responsabilidad! Fueron los días que dieron comienzo a la batalla de los siete años, y las hostilidades finalizaron cuando los vio rezar plegarias a santa Bárbara Bendita y decidió, entonces, escuchar sus clamores y así entablar la tregua. « ¡Quizás fue muy tarde!», les dijo. Pero les hizo entender que también fue su responsabilidad. Virtud que asumía nuevamente, cuando agregó: — ¡Así pues!, que, el lobo se viene conmigo, ya no será un ser montaraz, ya no los molestará más. Así que ustedes, dejen de molestarlo. Diciendo esto, abrió paso entre la gente mientras el can lo seguía a cierta distancia, y un murmullo de voces disconforme lo acompañaban. Desfilaron los días por la agreste comarca y

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poco a poco fueron mostrando cortesía y aceptación al lobo, quizás los sermones de Juan Ramón estaban haciendo efecto. Haber batallado y haber sobrevivido a todas las penurias que le hicieron pasar en los últimos años rendían su fruto. Lobo y hombre en convivencia. Una vez más el pasado lo tocaba para que viviera en carne propia la experiencia. Algunos lo continuaban viendo mal, otros lo veían en el fondo con una fortaleza y valentía que ellos quisieran tener. Pasaron muchas lunas llenas y para muchos hombres del pueblo ya era un lobo viejo y tranquilo. Encontró su casa a la orilla del camino, en el tronco de un árbol de bucare, cuya base perforada por un golpe de hacha, con el tiempo se le abrió un boquete por el cual la humedad, hongos y musgos, entraron carcomiendo lentamente el leño dejando un caparazón como una cueva. Allí vivía conviviendo con los humanos, quienes lo apodaron Lobo Feroz, ya no tanto por su bravura: sino por lo del cuento, y su leyenda era utilizada para asustar a los muchachos malcriados y caminadores que no hacían caso. Por eso lo dejaron merodear por todos los rincones del caserío y no lo molestaron más. Su imagen era la de un lobo tranquilo. De malas pulgas, pero tranquilo. Dormitando los recuerdos que lentamente se dispersaban con la brisa fresca que arrastraba las hojas caídas, el can se pasó la pata izquierda delantera sobre el hocico, para quitarse una hojuela que reposaba sobre su nariz. Las imágenes vividas se disgregaban en su memoria, mientras sus sentidos recobraban la conciencia del mundo físico. El sol daba de lleno sobre su cuerpo. Alzó la cabeza y movió las orejas enfocando la atención hacia el murmullo de voces y algunos gritos que emergían de pronto. 6 Los primeros días de enero del 2003, no fueron tan diferentes a los días del golpe de abril. El tiempo pasaba

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sempiternamente en esa transición hacia un nuevo ciclo solar, y los acontecimientos políticos en Caracas llenaban nuevamente las calles de angustias y lamentos. El golpe de abril había pasado, pero la oposición mantenía el objetivo de sacar a Chávez de Miraflores, pero a la fuerza. En la plazoleta los jóvenes encendían sus radios y se agrupaban para su tertulia de la tarde. Bromeaban entre si, alejados momentáneamente de los acontecimientos que se desarrollaban en las principales ciudades. La batalla por el control del poder en la Venezuela del nuevo milenio, estaba tocando fondo. Los movimientos opositores al gobierno bolivariano, desestabilizaban la economía del país al mover las fibras de la industria de los hidrocarburos; la gallina de los huevos de oro de una clase privilegiada y el excremento del diablo de los países subdesarrollados. La clase política del país se polarizaba una vez más entre la oposición: aquellos adeptos al imperio norteamericano y al neoliberalismo de los países desarrollados, y en el otro extremo estaba, el polo patriótico: aquellos que junto al pueblo seguían al teniente coronel Hugo Chávez Frías, quien había retomado el poder después del golpe del 11 de abril. En el país de las mujeres bonitas, el sabotaje petrolero iniciado en diciembre del 2002, continuaba en el nuevo año, como una estrategia de la ultraderecha de la oposición para desestabilizar el gobierno, quebrando al país. Decenas de fallecidos, miles de heridos, mas de un millón de desempleados, y miles de millones de bolívares en perdidas evidenciaban el nefasto resultado de aquella terrible maniobra política confabulada por la elite de la antigua Pdvsa, por Fedecamaras y los partidos políticos opositores al gobierno. Nuevamente los días de angustia y temores, daban paso a la calma. El sol ardiente anunciaba el pétreo verano que comenzaba a abrazar la tierra. El calor ahogaba las colas inmensas de personas y vehículos por todo el país. Colas de

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más de cinco horas digitalizadas diariamente en imágenes, caracterizaban al suelo patrio en el exterior. Comprar una harina de maíz, llenar el tanque de combustible, comprar el gas doméstico, se convirtieron en una odisea de horas y horas de larga espera. Por primera vez las tradiciones y el sentir navideño del pueblo venezolano vivieron la zozobra de la muerte y las hostilidades callejeras. Pero el manto sagrado de la fe, obró milagros por su gente, salvando la navidad. Los opositores guiados por el Grim del norte habían sido derrotados una vez más. El espíritu de los reyes magos, se paseó por cada rincón de la patria creando magia en los corazones de millones de venezolanos que hacían sus colas, con orden, respeto y paciencia. ¡Benditas sean invencibles madres de Venezuela!, voces que cruzaban de estado en estado y de pueblo en pueblo. Miles de trabajadores independientes, comerciantes informales, pequeños y medianos empresarios le dijeron “no” al sabotaje petrolero. Ellos no le pararon al “paro”, abriendo sus negocios y subiendo las santamarías hasta largas horas de la noche. Y en la montaña de Santa Marta. Un lobo aun rumiaba la fruta prohibida de haberse atrevido a convivir y razonar, dicha coexistencia con el hombre. Sobre el suelo irregular aun dormitaba la modorra de la tarde, bajo el cálido sol. Se levantó lentamente y buscó trasteando su cueva a la orilla del camino, lugar donde la sombra de un inmenso bucare cubría completamente la entrada de su madriguera. Entró al pie del árbol y olfateó el terreno buscando nuevamente un sitio de energía, y mientras daba algunas vueltas para finalmente echarse, recordó al viejo Juan Ramón cuando decía “más sabe diablo por viejo que por diablo”. Cerró los ojos y se echó a dormir.

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Un pueblo en la montaña

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l aire tropical húmedo de los días de invierno, daban paso a las corrientes tórridas que llegaban con el verano. El aire con olor a mar caribe, proveniente de las costas marítimas de Puerto Cabello, traía en su seno el destello de las luces titilantes de las noches porteñas, y los vapores asfixiantes de la pujante petroquímica que convertía el oro negro en sales para la tierra. La brisa suave y cálida, cargada de elementos y micro elementos producto de la evapotranspiración de las tierras costeñas, se unía a las tardes vespertinas en el horizonte de Santa Marta, recreando remolinos de vientos, con hojarascas en revoloteo ondulado, dentro de un fluido gaseoso infinitamente en transición. Los animales domésticos se entrecruzaban, libremente, entre los solares de las casas construidas de barro, madera, caña, bejucos y zinc; y unas que otras de techo de palma. A pesar de lo agreste del lugar, el poblado se encaminaba hacia un nivel de desarrollo aceptable. A simple vista las casas

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parecían de adobe o bloques de cemento por lo enderezado de sus perfiles y las paredes de superficies lisas, efecto logrado gracias a las técnicas de Julio Martínez, un viejo alfarero que había emigrado de Maracay, a Canoabo, buscando trabajo y un futuro más promisorio para su hijita de seis años. Por causalidad de la vida, en la procesión del santo sepulcro conoció a Juan Ramón, y este le ofreció la oportunidad de viajar con ellos a la montaña como maestro de obras, por sus conocimientos en la cerámica, la artesanía y la albañilería. Al principio no le gustó la idea, porque no encontraba la razón de un caserío en aquella montaña, cuando la gente buscaba la ciudad. Juan Ramón le sonrió y le respondió con otra pregunta. — ¿Cuál es la razón de que tu vengas de la ciudad, a este pueblo, a buscar trabajo? El hombre le devolvió la sonrisa y no dijeron más nada sobre el asunto. Luego le ofreció una paga justa, y este no lo pensó dos veces más, enrolándose en aquella aventura de refundar un pueblito en aquellos territorios salvajes, pero un paraíso a sus ojos cuando abrieron paso entre el tupido bosque y se encontró con aquel vallecito donde el cielo era una cúpula de añil celeste, con motecitos de nubes que lo cruzaban lentamente del sur hacia el norte y las montañas asemejaban columnas de árboles que sostenían el techo de Piedra Pintada. El viejo Julián se maravilló cuando percibió las bandadas de pericos y aves de plumajes multicolores, surcando los cielos con su algarabía. Luego diría a sus compañeros de viaje, que la existencia de esos parajes divinos encarnaba la presencia de Dios en aquellos lugares. Lentamente sus moradas cambiaban ajustadas a las iniciativas y al esfuerzo de su gente, quienes ahora laboraban en paz y armonía. Aquella batalla interminable con Lobo Feroz los mantuvo en vilo, hasta que le rezaron la novena a Santa Bárbara Bendita y le pidieron que los iluminara a fin de darle

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termino a las hostilidades. Aquel poblado en la montaña fundado para ser fantasma, se negaba a morir agarrándose de las nuevas corrientes socialistas que venteaban por todo el país, enraizadas en el cambio radical que transformaba a Juan Ramón de un hombre ambicioso y materialista, a un hombre dedicado a la protección de la montaña y comprometido con su nueva filosofía de pensamiento, alineada con los tiempos de revolución. Movimiento que avanzaba vorazmente en sus luchas por pagar las deudas sociales acumuladas al paso de los años. 2 Con la llegada del viejo Julián, hecho acaecido a pocos meses de entablada la tregua, las casas de simples ranchos, se trasformaron en hermosas viviendas del campo. Después del acuerdo con Lobo feroz, Juan Ramón buscó canalizar la energía emocional que sus compañeros transpiraban rabiosamente, en algo provechoso. Así que dispusieron en cayapa culminar las obras de ornamentación para el caserío y sus casas. Trabajos suspendidos por diversos motivos y excusas. Primero se dieron a la tarea de llevar a cabo la misión de que todas las viviendas tuvieran un pozo séptico. Construían uno por semana, lo cual les llevo tres meses para que las diez casas dispusieran de ese servicio de higiene y salubridad pública. El último pozo que construyeron fue el de la casa de Juan Ramón y celebraron hasta altas horas de la noche con bastante ron y un caldero de marrano frito. Se tomaron dos meses de descanso y luego arrancaron con la construcción de la plazoleta en forma de trébol de cuatro hojas y en menos de tres meses ya la habían culminado. Más tarde comenzó la elaboración de ladrillos para el piso de las casas. En un horno de barro rudimentario cocinaron el sílice y otros elementos de alfarería, que muy bien conocía el viejo Julián, y abundaba en tierras cercanas al riachuelo. En común acuerdo tomaron los sábados y el domingo hasta mediodía para dedicárselos a la

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promisoria empresa, durante esos días las labores agrícolas fueron suspendidas. Todos sin excepción, mujeres, hombres y niños, se ciñeron al compromiso. Al poco tiempo cientos de ladrillos se templaban a sol y agua para mejorar su dureza, al maestro Ramiro se le ocurrió la idea de darle forma de rombo de tal manera de diferenciarlos de los confeccionados en el pueblo de Canoabo, que tenían forma cuadrada o rectangular. Los pisos enladrillados le daban una mejor apariencia a las casas, la última fue enladrillada, cuatro meses después, a la luz de las lámparas y acompañados de varias botellas de Ron. La alegría y el entusiasmo los unió como una comunidad, capaz de trazarse planes mancomunados en corto tiempo. La pequeña comarca, trazada en una encrucijada de dos calles perpendiculares entre sí, era un punto humeante entre la espesa vegetación de la montaña. Fue un día martes en la tarde, cuando Juan Ramón se la imaginó. Inmediatamente la esbozó sobre un trozo de cartulina verde claro, con amplias calles. Cada una apuntando a un punto cardinal, y en la intersección una plazoleta con la forma de un trébol de cuatro hojas, y la imagen de santa Bárbara Bendita como su patrona para que la suerte y la protección siempre los acompañara. Aquello fue un espejismo, una ilusión para justificar la presencia de personas en aquel lugar sin despertar sospechas de nadie. Jesús Antonio lo celebró como una genialidad imposible de concebir, pero una excelente cortina de humo para sus propósitos. Fue un sábado al mediodía cuando llegó Doña Encarnación, solo faltaba ella para celebrar la ceremonia de iniciación de la cofradía, asentarse en las casitas de bahareque, y comenzar la exploración del lugar. Así dio inició la fundación de Piedra Pintada. Durante aquel primer año se asentaron en la ranchería: Juan Ramón, Jesús Antonio, Doña Encarnación, Pablo Jesús, Doña Ana, Anastasio y Simeón Andrés; fueron ellos los primeros pobladores. Juntos vivieron aquellos años de búsqueda infructuosa que los llevo a la

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desesperación, luego a la persecución y matanza de los lobos, y finalmente a la guerra de los siete años con Lobo Feroz. Después de la tregua se dejaron atrapar por la monotonía de sus conversaciones a consecuencia del ánimo que habitaba sus almas. La expedición rozaba el fracaso, pero el deseo por encontrar el petroglifo faltante los sumergía en un ciclo de hacer y deshacer que se repetía como una rutina sin tiempo. Fue el momento cuando Juan Ramón quiso cambiar los hilos de su destino, y trasformar una visión plasmada en la cartulina, en una realidad. Una utopía como bien le dijera su amigo Jesús Antonio, en un hecho tangible. Así dio comienzo a los cambios que trasformarían la ranchería, en el caserío de Piedra Pintada. Un pequeño poblado, que al paso de los días y los años se le fueron sumando familiares y amigos, que llegaban de visita para más nunca regresar. Ocho años después de la tregua, aquel bosquejo de un pueblo en la montaña, había contagiado a trece familias más que se erradicaron para siempre, sumándose a las diez viviendas que fundaron el caserío. En total piedra pintada estaba formada, ahora, por veintitrés viviendas, organizadas entre las cuatro calles que convergían a la plazoleta, y alineadas con los puntos cardinales. 3 El transcurrir del nuevo milenio, anunciaba los cambios que Lobo Feroz percibía para la montaña. Piedra Pintada se consolidaba como un poblado integrado al ecosistema de una montaña, sus habitantes mejoraban paulatinamente, se podría decir que drenaban mejor sus emociones. La nueva concepción de coexistencia, ya no como ranchería; más bien como comunidad, rompió por siempre la monotonía que enfermaba el alma de los primeros pobladores. Se comenzaba a palpar el equilibrio entre las personas y la naturaleza. Por una parte estaban los proyectos sociales enmarcados dentro de la nueva

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visión humanística del gobierno y por otra, habían logrado alinearse, sin proponérselo, con los flujos y reflujos energéticos de la tierra, gracias a la ubicación geográfica y a la orientación de las calles de acuerdo a los puntos cardinales. La entrada principal se ubicaba por el norte, por el sur los caminos hacia los conucos, por el poniente hacia las piedras pintadas: petroglifos de los primeros habitantes, y por el este los manantiales del rio Cocorote, maravilla natural que llenaba los espacios de sonidos con la rumazón de los saltos de agua y pequeñas cascadas. Los días finales de enero llegaban con el revoleteo de las golondrinas augurando los días soleados, allí descansaban para luego continuar su peregrinaje hasta el centro del pueblo de Canoabo, donde cientos de ellas pernoctaban sobre los tendidos de cables de luz, con su chirrido y sus trajes plumíferos de negro y blanco, y su gargantilla de rojo Cataño. Sobre el cielo claro de la población más antigua del occidente de Carabobo, se avistaban durante el día aleteando incansablemente, planeando y maniobrando en las corrientes tibias del mar caribe que llegaban por las puertas de Urama, y se encajonaban entre las filas de agua clara y las filas de capita. Las tardes soleadas las llamaban al descanso y en bandadas regresaban ennegreciendo el tendido eléctrico de poste a poste, mientras muchas hembras anidaban con sus pichones en los huecos de las paredes y en las aberturas que encontraban en los techos de las viejas casas de bahareque y tejas. Sus chirridos y sus vuelos acrobáticos acompañaban al verano haciéndolo vistoso, memorable y más alegre. Durante esta época el sol despuntaba más tarde que siempre, y el rocío de la mañana cruzaba las calles como un vaho, huyéndole a la luz. El martes de carnaval al mediodía las comparsas se entrecruzaban en los patios de las casas, los muchachos alegremente se disponían a celebrar sus primeras fiestas

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carnestolendas en el caserío. Por esta época siempre marchaban a Canoabo para disfrutar de los carnavales turísticos. Esta vez la cofradía les organizó los carnavales, y el maestro Ramiro eligió la reina entre las niñas de la escuelita. Cristina Asunción, la hija menor del bodeguero, resultó la ganadora y el viejo Pablo Jesús botó la casa por la ventana regalando caramelos y chucherías por doquier. La calma y la armonía se anidaban en sus corazones. Ahora, muchos años después de aquellos primeros días, todo iba quedando como el bosquejo trazado en el pedazo de cartulina. El espejismo se convertía en realidad y la ilusión en un sueño vívido. Pero esta realidad comenzaba a ser una pesadilla para Jesús Antonio, quien estaba en desacuerdo con darle vida a algo concebido para morir, y darle larga a lo que realmente los llevo a la montaña. Él bien sabía que la expedición era una quimera, era como buscar una aguja en un pajal, pero aquellos viejos papeles no podían mentir, la carta databa de la época de la independencia cuando los gritos de libertad bañaban con sangre heroica el suelo de Carabobo. Su contenido, plasmaba un lance lleno de misterio y peligros hacia lo desconocido, posponer la búsqueda una y otra vez era darle fin a su aventura. Percibía el desánimo en Juan Ramón, ya no contaba con él, no podía explicarse como había echado a un lado sus ambiciones, por una filosofía ecológica. — ¡Esta loco el hombre!—decía dándole manotazos al sombrero. 4 El regreso de los hombres de la faena en los conucos, indicaba el preludio de la tarde. Las nubes brillaban intensamente en medio de un cielo despejado. Docenas de burros cargados de verduras y granos, entraban solitarios buscando cada quien el patio de las casas. Bien atrás los hombres, arrieros de caminos, agilizaban el paso entre cuentos y palabras. Lobo Feroz se topó con ellos mientras caminaba

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hacia el sur del poblado, sus patas agilizaron la marcha y se internó entre los matorrales buscando la senda de los manantiales energéticos que existían en la montaña. Su presentimiento de que algo estaba cambiando, era un augurio holístico que cubría todo el país. El nuevo gobierno estaba sacudiendo las viejas bases políticas y zarandeando las estructuras sociales. El fantasma de las luchas de clases de la vieja Europa, aparecía por estos lares suramericanos, ya no tan antagónicos y con baños de sangre de la época de la colonia, ahora se proponían nuevas estrategias en esta batalla asimétrica, donde no había lugar para las masacres y los actos de lesa humanidad.

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El regreso de María luisa

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L

os días de veraneo escolar de agosto y los vientos revolucionarios se esparcían a lo largo y ancho de la nación libertada por Simón Bolívar. Era viernes por la tarde, fin de la jornada semanal de trabajo. La pequeña comarca sumergida entre las suaves canciones del viento y la rumazón de los manantiales del rio Cocorote, imbuía a su gente con los sonidos del bosque que discurrían acústicamente entre el suelo fresco y la cúpula añil celeste de Santa Marta. Las inmensas montañas que bordeaban al poblado, su resonancia arquitectónica natural, lograban un perfecto aislamiento sonoro entre los diferentes territorios exteriores que lo rodeaban. Este silencio natural era roto por los muchachos, que cuando no bajaban al pueblo, se reunían en la plazoleta para oír música y entretenerse con sus chanzas. Amén de los griteríos y escándalos que formaban en cualquier lugar y momento del día. Francisco José, el nieto de doña Ana; Ernesto Daniel, el

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hijo de Jesús Antonio; y José Rafael, el hijo de Juan Ramón, conversaban animosamente, mientras otros muchachos, los más jóvenes de la pequeña comarca, prestaban oído a la conversación. —Este domingo hay una encerrona de toros coleados, en Canoabo. —anunció José Rafael, quien rayaba los dieciocho años. — ¡Hay papa!—exclamó Francisco José. — ¡ese boche no lo pelo yo! — ¡Sí así es la cosa, hay que acomodar los caballos mañana temprano! —comentó efusivamente Ernesto Daniel. — ¿Quién va a colear?...porqué, yo no tengo dinero. ¡Sí acaso pá las cervezas! —les aclaró José Rafael. — Bueno ya les dije que yo no pelaba ese boche, tengo más de dos meses sin colear y eso no es bueno ni pa la yegua ni pa mí. Además compa, ya se acercan las fiestas patronales del pueblo y tengo que traquear bien a Rosalinda, últimamente ha estado muy mañosa en el coso. Y en ese campeonato de feria participo, porque sí. — manifestó Francisco José —Te acuerdas que el año pasado le pusieron el ojo, cuando sacaste aquellos dos toros de puertas en las fiestas de Montalbán. —Si mi vale y me ofrecieron unos cuantos billetes por la yegua. Pero que va, esa me la regalo mi abuela y yo no la vendo ni por cien monedas de oro. —sentenció jocosamente. Hablaban y reían sin percatarse que una muchacha, muy hermosa, entraba al caserío acompañada de doña Asunción. Regresaba después de muchos años de ausencia. En su rostro se sentía la nostalgia, y esta la envolvió en su ayer perdiendo su mirada entre la arboleda por breves momentos. Vestía unos blue jeans desgastados por el uso, franelas a rayas, y zapatos deportivos blancos momentos atrás y ahora amarillos por el polvo del camino. De imprevisto se detuvo en medio de la calle y zapateo durante fracciones de segundos tratando de liberarse

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del polvillo acumulado en el recorrido, luego se colocó los lentes oscuros sobre el pelo negro, ondulado y brillante, que reflejaba la luz del sol, y continuó su marcha. De tez canela y cuerpo como la deidad María Leonza, reina de las montañas del Sorte, se desplazaba señalando a lado y lado como queriendo proyectar el tiempo pasado, en imágenes. Esbozó una ligera sonrisa, al evocar sus picardías y travesuras. Abrazó a su mamá y cruzaron cerca de la plazoleta. Paró el andar y sus ojos escudriñaron el sitio. Aquello era nuevo para ella, el lugar donde se reunían todas las tardes a jugar había desaparecido, su memoria concebía un campo, cubierto de cayenas, árboles frondosos y bancos de madera. El campillo de sus juegos ya no existía. — Las cosas cambian rápido en el poblado ¡caramba! y esa plazoleta en forma de trébol. — ¡ideas de Juan Ramón! — ¡Pero!— pronunció sorprendida— ¡y hasta las casas tienen piso de ladrillo! — Así es hija muchas cosas han cambiado, en Piedra Pintada, desde que te fuiste. — Piedra Pintada ¿Por qué le pusieron ese nombre? La mamá señalo a lo alto del cerro, por el poniente, y le explicó: «tú estabas muy pequeñita, cuando Juan Ramón piso estas tierras por primera vez. Aquí encontró un hermoso paraje, flora exorbitante, abundante fauna y refrescantes riachuelos. Allí donde ves la gran piedra negra, que la bautizamos como la piedra del Peñón. Muy cerca existe una quebrada, cuyas aguas se secaron hace mucho tiempo, y en medio de la quebrada hay enormes piedras pintadas con símbolos y figuras extrañas. Hoy en día sabemos que son petroglifos dejados por los aborígenes que habitaron estas tierras hace muchos años». — ¿y qué significan? —pregunto interesada. —Hasta ahora no lo sé, ¿quién sabe si Juan Ramón descubrió algo?... le preguntaremos.

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— ¡Caramba todo es Juan Ramón! voy a tener que hablar con él porque me debe muchas respuestas. La madre sonrió y continuaron la marcha, el sol brillaba con menos intensidad y la brisa refrescaba los cuerpos sudorosos por la larga caminata. Los muchachos reunidos en la plazoleta hicieron silencio al percatarse de la presencia de la joven, que muy risueña les saludaba con las manos. Los más asomados, Francisco José y José Rafael, respondieron el saludo efusivamente. Los más tímidos, intrigados se preguntaban quién era la joven que acompañaba a doña Asunción. En ningún momento se imaginaron que María Luisa la compañerita de juegos y reyertas infantiles estaba de vuelta. — ¿y estos imberbes quiénes son? —Pregunto ella con picardía. — Los más grandes estudiaron contigo, son el nieto de doña Ana y el hijo de Juan Ramón. —Esas caritas no las recuerdo. De verdad que el tiempo no pasa en vano. — Así es mija, de seguro, quizás, ellos tampoco se acuerdan…… En la intersección cruzaron a la derecha, un grupo de niños jugaban con una pelota de goma en el centro de la calle. Ellas se orillaron y continuaron la marcha sin interrumpir el juego, un poco más adelante atravesaron la calle para desaparecer sus silueta en medio del jardín de la casa. Nada más al cruzar la puerta se escuchó la algarabía de las primas, que desde tempranas horas de la tarde, la esperaban al lado de doña Encarnación: su abuela materna. Estuvieron hablando hasta altas horas de la noche y cuando las lámparas de gasolina comenzaron atenuar la intensidad de la luz se fueron a dormir, cosa que ocurrió ya en la madrugada porque los cuentos de las primas Beniangela, Cristina y Constanza, alargaban el trasnocho.

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2 A los días ya era noticia en el pequeño poblado. Los muchachos no dejaban de poner sobre las nubes su belleza y las muchachas, capitaneadas por Juana Elena, asumían una opinión muy contraria. Ellas veían una chica presumida, creída y pretenciosa. Su único pecado, ser la primera del caserío en estudiar en la ciudad, lo cual le daba un aire de superioridad, que las otras chicas no podían sobrellevar. Amén de poseer la frescura y una horma natural de siluetas seductoras, herencia de la línea materna. El resto de las opiniones, solo habladurías debido a la envidia y celos que nacían en sus entrañas cada vez que la veían paseando. Juana Elena, la hija de julio “el alfarero”, sentada al frente de su casa conversaba animosamente con Inés María y Carmen Melquíades cuando la vieron venir. — Ahí viene la futura doctora. — señalo Juana Elena. — Curará el moquillo de las gallinas y las peladuras del burro de mi tío Justino. — ironizó Carmen Melquíades. Rieron de buena gana y continuaron bromeando sobre la muchacha. Solo Inés María, la hija mayor del bodeguero, Pablo Jesús, parecía no mostrar tanta tirria por la recién llegada. — No sean así, que la cosa no es para tanto. —enfatizó. — ¿Con quién estas tú Inés? — Le reclamó Carmen Melquiades. La muchacha hizo silencio ante la interrogante de su amiga. Pasado el desacuerdo retomaron la conversación y las risas convertidas en carcajadas llenaron el ambiente. Cesaron cuando María Luisa se acercó a saludarlas. Ocho años de ausencia es mucho tiempo, los días trascurridos desde que se marchó, moldearon lentamente sus cuerpos y sus caras, pasando de niñas a mujeres. Los momentos infantiles de ayer pasaron a un segundo plano, ahora eran sus necesidades y sus emociones lo que establecían las relaciones y las empatías. La naturaleza del ser humano

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afloraba en cualquier lugar, definiendo carácter y personalidad. María luisa se sintió por primera vez extraña en aquel territorio, pero sobre todo con las muchachas, cuyas miradas disentían mucho del paraíso emocional que guardaba en su memoria. Pero eso no la amilanaba, solo era cuestión de tiempo y relacionarse, para hacer amigos. Después de presentarse y saludar, les preguntó. — ¿y los estudios, como van los estudios? — ¡No que va! Para nosotros ya no existen más estudios, hace tiempo que sacamos el sexto grado en el pueblo y la cosa se nos puso muy difícil para ir al liceo. —Dijo Juana Elena Por el tono de voz y la mueca dibujada en su rostro, dedujo, María Luisa, que no era bien recibida. No obstante continúo con la plática. — ¡hay una buena noticia muchachas! Las jóvenes se vieron atrapadas en la incertidumbre y la duda las encerró a un más en su círculo, acortando el radio de confianza. — ¿Cuál noticia? —Preguntaron a una sola voz, con desdén. —Leí en el periódico que el gobierno bolivariano, va a llevar las misiones Robinson y Ribas a cada rincón del país. ¡Quién quita y la traen para acá! — ¡Baah! son puros cuentos y basura política. Eso es para la capital y las grandes ciudades, para estos pueblos y montañas lo que llega son la desidia y el olvido. — apuntó Juana Elena torciendo la boca. — ¡Pero si en los barrios de Valencia y los cerros de Caracas!…… Carmen Melquiades la interrumpió violentamente, esgrimiendo argumentos inventados de la nada. — ¡Que no escuchas que son para las ciudades nada más! — ¿Y el maestro Ramiro? Estudiamos juntas con el maestro Ramiro, ¡qué tal si hablamos con el! Y solicitamos las

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misiones para el pueblo. — les animó, eludiendo el vendaval de tonos hirientes que se acumulaban como nubes oscuras en días de invierno. Se vieron a la cara cruzando una mirada cómplice, cuestión que María Luisa captó. — ¡Es que tú eres terca!, ya te dijimos que eso era ¡puro, buche y pluma!—rezongó, ahora, molesta Juana Elena. — Además, no recordamos nada tuyo, de la escuela no recordamos nada de ti, solo sabemos que tu abuela es doña Encarnación y tu mamá doña Asunción, pero de ti nada. ¡Como que eras bien pichirre! muchacha. — Pronunció Carmen Melquiades. — ¡Un momento! —Gritó Juana Elena, con sarcasmo. — ¡ya recuerdo! Eras la caperucita ¡la caperucita roja! Cuando yo llegue al caserío, tú eras la muchachita con aquella caperuza, que pronto marcharía para el pueblo de Canoabo. Hacían caso omiso a las inquietudes de la recién llegada, sus buenas intenciones se diluían entre las frases esquivas que enarbolaban como su bandera. A estas alturas de la conversación, ya había sacado en cuenta que el trio serían sus enemigas naturales o los enemigos gratis que siempre aparecían en cualquier lugar y momento, le tocaba aprender a manejar esa situación. Mientras ella razonaba el instante que le deparaba la vida, las otras continuaban con el retintín. — ¡Ayayay…. es verdad! la bobita con traje de caperuza que arrastraba el suelo, ya lo recuerdo ¿y tú? — sonsacó Carmen Melquiades a Inés María. — ¡Ahora si te recuerdo! — comentó la otra, siguiendo la corriente. Juana Elena argumentaba razones con lo del traje, el episodio había ocurrido cuando estudiaban el segundo grado. María Luisa las miró con el ceño fruncido y la boca estirada. El recuerdo de aquella manta color rojo le traía sinsabores sepultados en los días de su infancia. Nunca le había gustado

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aquella caperuza, que le arrastraba a los pies y por la que soportó las bromas de sus compañeros de clases. Sólo el maestro Ramiro supo poner coto a la situación cuando las burlas sobrepasaban los límites. Traerles esos recuerdos, en medio de una reyerta de ironizas, le despertaba algo que nunca había sentido: la rabia. Las palabras punzantes penetraban sus oídos, originando arrugas temporales en su frente, mientras sus brazos se cruzaban en su pecho como señal de protección ante los ataques sin fundamentos, pero razonados, acometidas que pretendían defender algo que consideraban suyo. Ese algo que María Luisa no sabía aún y que ellas daban ya por hecho. El tiempo las convirtió en mozas casaderas, y solo esperaban el momento del cortejo y enamoramiento, por parte de los muchachos. Ahora su presencia les robaba espacios que antes daban como suyos, ese era el diente que le faltaba a la peineta y que la recién llegada tendría descubrir. El silencio frío y mordaz ocupo el vacío de palabras. Pasaron segundos que parecieron minutos. Los truenos en su sorda y muda conversación, anunciaban las gruesas gotas de lluvia emocional que golpeaban sus almas. María luisa empapada del temporal que no daba señales de escampar, se aprestaba a marcharse cuando le increparon rasgando la mudez. — ¿Cuándo te vas? —Le soltó Carmen Melquíades. La pregunta cortó el silencio, como el relámpago corta el horizonte, alumbrando las oscuras nubes, antes que reviente el estruendo en medio de la tempestad; trueno atemorizante con luz cegadora que atraviesa el espacio, cargado de miles de gotas de agua. Las muchachas se miraron con maliciosamente, mientras el subconsciente de María Luisa gritaba ¡ave, María Purísima! Las chicas cruzaron nuevamente, miradas de complicidad. Inés María la más calladita, le soltó otra saeta. — Mejor dicho ¿a qué hora te vas?

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María luisa no hablo más, solo las miró y entendió su juego, vio en sus ojos y en los gestos de sus cuerpos los mensajes de rechazo a su presencia. Era la bienvenida de sus antagonistas. Antes de marcharse les aclaró. — ¡Voy a pasar bastante tiempo! acabo de graduarme de bachiller en ciencias y pronto comenzare a estudiar medicina. Nos veremos, ¡llueve y escampa! Las jóvenes se vieron a la cara y sonrieron sarcásticamente. Quizás sin pretenderlo comenzaron con una diatriba, que se trasformaba en rabia, ira que comenzaba a fraguar en la mente clara y equilibrada de María Luisa. — ¡Cuidado! con los zancudos, los grillos y los alacranes pueden dañar tu tersa piel. — se mofaron metiendo la puya. Sin prestar atención a las últimas palabras, camino tranquilamente hacia su casa, dejando a las resentidas nadando en su emociones incontroladas. Sus labios afloraban una ligera sonrisa, pero por dentro le paseaba una procesión de pensamientos buscando revancha, a cada paso que daba. En el otro lado emocional, Inés María reflexionaba sobre lo acontecido. — No nos habremos pasado de desagradables con María Luisa. — expresó la muchacha un poco confundida. — ¿Qué te pasa mija? Todavía en el dilema ¡coma avispa que cigarrón atora! —enfatizó Carmen Melquíades. — Avíspate mijita, que si te duermes como el camarón, los muchachos no te verán pues ¡ni la sombra! —añadió Juana Elena. Las últimas palabras no surtieron efecto en su semblante. Quizás Inés María daba por sentado el amor incondicional que en secreto deshojaba con Jesús Rafael. Amoríos que no tenían lugar ni tiempo, y lo vivían en todo momento. Un te quiero en las tardes cuando le tocaba buscar agua al rio, un abrazo en las noches cuando rozaba sus labios enmascarándose con las sombras como si fueran fantasmas en los traspatios solitarios

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de las casas. Cuantos sustos, cuantas aventuras, cuantos regaños por llegar tarde. Pero ella vivía un romance basado en el amor espontaneo, el amor silvestre; el natural. No el que se inventaban en las telenovelas, como un juego de emociones donde se le enseñaba que en el amor y la guerra se valía todo. Juana Elena y Carmen Melquiades seguían al pie de la letra las historias de amor que trasmitían por televisión desde la media mañana hasta el atardecer, y como buenas alumnas aplicaban todas las artimañas y malicias aprendidas. A Inés María aquello no le gustaba, pero igualmente las seguía porque era su grupo, su entorno de amistad desde los días de la escuela. Para ese momento existían solo dos familias con televisión en Piedra Pintada, la de Julio el alfarero y la de Juan Ramón. Cuando se encendían las plantas eléctricas, era la señal para ver la programación. Los muchachos y muchachas corrían para sentarse en los mejores puestos. En ambas se aperruchaban los habitantes para ver la programación de las televisoras nacionales. Muchas veces tenían que pasear la antena por todo el patio para lograr una buena imagen. 3 La recién llegada cruzó la plazoleta y se dirigió a su casa, imaginándose las artimañas que el trio de jovencitas comenzarían a entretejer. Desde la otra esquina en dirección a la entrada principal del poblado, un hombre de pelo entre cano le hacía gestos con la mano llamando su atención. Era el maestro Ramiro quien regresaba, después de estar varios días realizando tramites en la zona educativa del estado. Lo reconoció en el acto, él no había cambiado mucho y ella guardaba su imagen como el muchacho que guarda una canica, una pelota; como si fuera un tesoro. “mi maestro” como le llamaba ella cariñosamente, fue quien le enseñó las primeras letras y la animó a continuar estudiando.

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— ¡Hola maestro, como está! Que grata sorpresa, me lo imaginé descansando y disfrutando del fin de semana. Un abrazo caluroso y entusiasta, fusionó transitoriamente dos almas llenas de emociones y alegrías. — ¡María luisa muchacha sí que creciste y que buena moza estas! Me entere que habías llegado, y cuando ahorita te vi, me dije ¡ella tiene que ser! Una vez más los cachetes le sonrojaban ante la galantería bien intencionada de su maestro, que desde el primer día que la vio sentada en el banco, con el pelo recogido con una colita y sus ojitos negros que brillaban destellos de contento y deseos de aprender, dio en cuenta que no solo existe el hambre por falta de alimentos. Allí aprendió que algunas personas y especialmente los niños reflejan de manera espontánea y directa el hambre por estudiar, el hambre por el conocimiento. Estos se conocen porque son los que prestan atención, son los que siguen al maestro al pie de la letra, los que establecen semejanzas con su mentor, los que se ruborizan ante cualquier comentario de su ayo porque sienten que su alma enrojece de emoción y se avergüenzan de lo sentido como si fuera un pecado manifestar las agitaciones de lo que están hechos. Así fue María luisa desde el comienzo y Ramiro como buen tutor, se encargó de abonar sus ilusiones, su imaginación, sus deseos, sus sueños y su voluntad. Ahora caminaba risueña del brazo de su consejero hacia el campo de sus juegos infantiles, el maestro llevaba unos materiales para la escuela y ella gustosamente se ofreció acompañarlo. A su lado revivía los días de ayer, ante la mirada cristalina y jubilosa, del que se siente orgulloso de ser parte en la formación de un ciudadano útil a la patria. Desde el jardín de la casa, Juana Elena y sus amigas la miraron con desdén. No soportaban ver la alegría que reflejaba el maestro por su llegada. Ellos caminaban tranquilamente hacia la escuelita ajenos a sus miradas.

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—Cuéntame muchacha, como te va en la capital. — ¡Muy bien, soy bachiller! Los últimos de julio recibí mi título y con el favor de Dios pronto comenzare mis estudios universitarios. — ¡Qué bueno, María Luisa! Nunca desmayes en tus estudios recuerda que “un ser sin estudio, es un ser incompleto” y cuando por alguna razón la opresión llegue a ti, también recuerda que “Dios aprieta, pero no ahorca”. María luisa siempre dio gracias al Creador de haber tenido como maestro a un sembrador de lluvia, a un sembrador de esperanzas. En el camino escolar tropezó con muchos matadores de sueños, enterradores de ilusiones, que ocupados en sus ambiciones personales, se olvidaban de su misión, y ahorcaban prematuramente las esperanzas de los muchachos y muchachas, que confiados en ellos abrían sus cajitas de fantasías, para que luego se las llenaran de temores y miedos. Nunca se amilanó por las malas respuestas y por los tropezones, y siempre recordaba los proverbios y refranes de su preceptor, “A mal tiempo buena cara…Dios proveerá”. La conversación se prolongó por espacio de más de una hora, bajo la sombra de un caney de palma ubicado en el patio de recreo. La escuelita permanecía igual excepto por los jardines, las paredes bien alineadas y el piso enladrillado con sus formas romboides. También había nuevos árboles frutales en el terreno. Ambos se despidieron con un efusivo abrazo y palabras de aliento, el camino andado rendía sus frutos. Ya había transcurrido más de medio día, cuando llegó a su casa. Allí encontró a su mamá fregando la loza, se acercó a la cocina. Tomó el pañito y comenzó acomodar los enseres enjuagados. Conversaron animosamente mientras realizaban juntas la tarea. — ¿y cómo te fue hoy, hiciste algunos amigos?

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— Bueno, los muchachos me galantean, pero las muchachas me lanzan dardos y espinas con su mirada. —Ya pasará, le dijo. —Hablé con el maestro Ramiro —Qué bueno… ¡por fin llegó! ¿Y qué dijo? — Estaba muy alegre por verme, y me felicitó por mi graduación. — Y yo tengo mucho que agradecerle. Siempre creyó en ti — Ajá y lo bueno es que vamos a reunirnos para solicitar las misiones de Chávez para el caserío, me dijo que esta semana nos reuniremos en la escuelita para hablar del tema. — ¡Caramba eso si esta bueno!...a Canoabo todavía no ha llegado nada… ¡pero nunca es tarde cuando la dicha llega! — ¡Así que alístate! que tu serás de las primeras, para que termines de sacar el sexto grado. — ja ja ja ya veremos. Yo creo que doña Ana tiene razón ¡loro viejo no aprende hablar! —Pero mamá, no somos loros, ni animales, además tenemos mente, corazón y voluntad para cambiar las cosas. —Es verdad, cuando llega el momento de hacer las cosas hay que hacerlas, porque si no se pierde la oportunidad y luego viene el arrepentimiento. — ¡Esta es mi viejita!…le dijo cariñosamente dándole un beso en la mejilla. Aprovechó el momento que charlaban como dos amigas para comunicarle el deseo de visitar a la abuela, en la mañana del día siguiente. — ¿No es peligroso andar por ahí sola? — Mamá no te preocupes que no es tan lejos, y además yo sé cuidarme sola. — ¡Bueno este pendiente de regresar temprano! ¡No deje que la noche la agarre en el camino! ¡No se detenga hablar con nadie en el camino!…..

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— ¡Pero mamá! —La interrumpió cortándole las palabras en el aire. —Si es mañana que voy. ¡Y ya llevas un rosario de preocupaciones! Temerosa pero confiando en su hija continuo con sus quehaceres. — ¡Hay otra cosita! — ¿Otra…y que otra cosa quieres? —Invite algunos muchachos y muchachas, para que vengan a un baile el próximo sábado en la tardecita. — ¡Pero muchacha inventadora, de que bailes estás hablando! —Hay mama un baile de bienvenida ya lo planifique con las primas. — ¿Aja y de dónde vas a sacar a los músicos?, la gente está ocupada ahorita en sus labores. — ¡Qué músicos mamá!, con mi reproductor de batería. — ¡Aja! y usted me va gastar las baterías de la linterna. —Hay mama yo compre un juego de baterías, y además son Everredit y tienen más vida que un gato. — ¡si... ya veré!…más vida que un gato... ¡bate! — ¡Te chupó un tucusito! Ja ja ja. Le sonrió la muchacha, a la vez que corría buscando la puerta; ante la travesura de pellizcarle cariñosamente una nalga, sobre el vestido que lucía un estampado de flores y colibríes.

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El baile

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a tarde del sábado sorprendió a María Luisa y sus primas barriendo el patio y arreglando la salita, al tanto que la música llenaba de decibeles el hogar. Doña Asunción no terminaba de recoger sus pirocas y patarucas dentro del gallinero, cuando el cuarteto de primas en compañía de algunos jóvenes vecinos dieron rienda suelta al baile, con música de merengues y salsa brava. Poco a poco la presencia de los muchachos ocupaban los alrededores, algunos vecinos no tan jóvenes se apersonaban para averiguar el tun tun que llegaba a sus casas. Pasadas las siete de la noche las pilas del viejo reproductor de DVD y casettes ya no daban para más, y ante la renuencia de doña Asunción de prestar sus baterías de la linterna, no tuvieron más remedio que hablar con Anastasio, el papá de Beniangela y Constanza, hijo de un hermano de doña Encarnación, y por lo tanto tío segundo de María Luisa. El hombre ya frisaba los cuarenta años, pero el arduo trabajo del campo lo mantenía en condiciones atléticas. Eso sí, las manos

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parecían lija de tantas callosidades que la revestían por el uso del hacha, la chícora, el machete y el garabato. Estuvieron por largo rato rogándole y clamándole para que prendiera la dichosa planta recién comprada, que aun guardaba desconfiadamente en la caja. — ¡Anda apa diga que sí!...que mañana le bañamos el burrito negro. —insistió Constanza, su niña consentida. —Ese se baña solito, con tierra, en el revolcadero. — ¡Tío yo lo enseño a bailar el Hip Hop!— Lo instigó, María Luisa — ¿Qué coña, es esa? —preguntó, un poco interesado. Renuente a la idea, encontraba peros por todos lados, a fin de no sacar la plantica eléctrica, de 950W. Doña Encarnación viendo que la alegría de las muchachas se disipaba en un malestar innecesario, medió a favor de ellas y al rato la música y baile continuaba a pleno frenesí. Doña Asunción que pasó toda la tarde renuente a la idea del baile, ahora reía casi a llorar al lado de su mamá, con las piruetas y saltos del tío Anastasio siguiéndole el ritmo a María Luisa con lo último de la moda juvenil en música: El hip hop y la changa. Anastasio que jamás había bailado algo que no fuera una polca, una mazurca, un pasodoble y los joropos llaneros, trasteaba de aquí para allá sin encontrar como mover ambos pies, al ritmo de las canciones. A cada rato se paraba buscando los pasos, que en un santiamén se le perdían, entre los rombos rojizos del piso. Aunque sudaba copiosamente, estaba resuelto en seguir los vericuetos y brincos de la muchacha. A cada instante gritaba entusiasmado, y se zarandeaba por toda la sala con el afán de demostrar que el también bailaba aquellos ritmos que veía los fines de semana en los programas de televisión, y que solo era cuestión de practicar un poco. En cuestiones de minutos ya la elevaba por el aire con pasos acrobáticos y la dejaba caer sutilmente sobre el piso enladrillado. Para luego seguir como una sombra, la danza que imponía María Luisa al mismo estilo de “caminata

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sobre la luna”. Cuando la elevaba por los aires, detrás iban madre y abuela con los brazos extendidos procurando protegerla de una imaginaria caída, y los muchachos y muchachas reían hasta más no poder al ver a las viejitas pegar gritos y lamentos. — ¡Hay Dios mío, cuidado y la tumbas…hay Santa Bárbara… cuidado y la aporreas…bájela, bájela…! El viejo reproductor cuidado celosamente por María Luisa, dispersaba a alto volumen la nueva música que se imponía en las emisoras radiales. El equipo portátil había sobrevivido noblemente a golpes y caídas, y apenas podía leerse la marca de fábrica. Era un Sanyo, como los que más nunca volverían a salir. 2 Afuera los muchachos atrincherados en la puerta y la ventana rehuían a la invitación de pasar a la sala de bailoteo. Francisco José, nieto de doña Ana, un tarajallo de casi un metro noventa de altura y próximo a cumplir los veinte años, cabalgaba sobre su Rosalinda a todo galope, desde la encrucijada hasta el patio de entrada de la casa. Realizaba saltos ágiles sobre la yegua, tratando de llamar la atención de María Luisa, cosa que lograba a medias. Ella le sonrió, pícaramente, desde la ventana y lo invitó a pasar al baile. Él jaló el freno bruscamente y la bestia dejo el tallado de los cascos deteniéndose frente a la casa, desde allí la vio danzar y quedo impresionado con el baile del “robot” que ejecutaba acopladamente y con gracia. Entusiasmado, del tiro retrocedió involuntariamente ante lo desconocido, dándole dos latigazos al animal y taconeándolo en los costados. La yegua color bayo palomino se paró en dos patas y salió a todo galope. El animal de capa dorada y de crines rubias blanquecinas, brillosas y abundantes, con marcas color blanco en las patas y en la frente, se perdió en la oscuridad que forraba las calles de sombras.

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De pronto Anastasio paró la música, acusando según él cansancio, y en un descuido de las muchachas coloco una cinta de música llanera, que había mandado a buscar disimuladamente. Enseguida un joropo inundó la sala de ambiente llanero. La recia voz de Juan de los Santos Contreras, “el carrao de palmarito”, inundo la noche de sabana, arreos de ganado y olor a pura bosta; entre el mugir y el bramido del encierro. El clarín de la llanura arreciaba su voz y el joropo iba desandando al mismo tiempo. Como un lince salió María Luisa a esconderse para el cuarto, porque no sabía bailar la música del llano venezolano. — ¡Aja! —Le grito el tío Anastasio—. ¡Ahora venga pa que baile lo nuestro! Entre risas y pataleos la saco del cuarto y la tomó por la cintura, luego le soltó dos zapateadas levantando el poco polvo acumulado sobre el piso. Como la vio indecisa, sin saber qué hacer, le dijo: — ¡Coma avispa que cigarrón atora! Ahora los muchachos entusiasmados entraron en tropel, a la sala, al tanto que las muchachas volvían a huir despavoridas a los cuartos. Al final salieron y entre risas y bullaranga aprendieron poco a poco como bailar joropo. Ahora el zapateo, el jaleo y taconeo, aunado a la danza llanera acompañaban las risas y el barullo de la familia. Francisco José, Ernesto Daniel y José Rafael en compañía del tío Anastasio se adueñaron de la sala, y le sacaron polvo de donde no había, a las alpargatas y zapatos. Hasta doña Encarnación y su hija Asunción, aprovecharon para bailar un rato y recordar los viejos tiempos. María luisa sonriente, y aun con mucha energía y ganas de seguir bailando, saludaba irónicamente con una mano a Juana Elena y sus amigas que cruzaban rabiosamente la calle a cada rato, con la intriga como compañera veían como los muchachos bailaban y disfrutaban de la presencia de su recién archienemiga. Ella por su parte estaba feliz de poder

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demostrarle a sus paisanas que había descubierto el meollo del asunto que las mortificaba y que de ahora en adelante había María Luisa para rato. La que si no estaba comiendo alpiste fue Inés María, hecha la tonta entro silenciosamente como una sombra, y en un descuido de sus amigas se les escabulló entre las matas de cayenas y las exóticas heliconias. Allí se acuclilló a mirar entre las hojas para ubicar donde estaba José Rafael, y con quien bailaba. Cuando lo vio zapatear con Constanza los celos la hicieron arrancar de raíz una mata de heliconias. Sigilosamente se escurrió hacia la ventana y desde allí con una agilidad pasmosa le hizo señas al muchacho que quedó impresionado de verla ahí. Este se disculpó con su pareja y salió malhumorado a ver que sucedía. La buscó al frente y no la vio por ningún lado, pero notó que desde el suelo la sombra de una mano le hacía señas hacia la parte de atrás de la casa donde reinaba la oscuridad. Allí estaba su Inés María bufando y soltando lágrimas de rabia. 3 Adentro, en la cocina, se improvisaban nuevamente algunas cosas. Pues el baile había gustado tanto a la abuela Encarnación, que alegre convenció a su hija para hacer un sancocho de gallina. Así que mientras ellas pelaban las verduras y picaban los aliños, afuera, en el fogón, algunos vecinos atizaban la leña y montan la olla para calentar el agua para desplumar a las pica tierra. Francisco José, y José Rafael quien había logrado convencer a su amada para que tranquila se fuera a dormir, se habían ofrecido para atrapar las gallinas que dormitaban plácidamente en una mata de taparo, situado en el centro del gallinero, circundada por una cerca de palo a pique. —Yo agarro la primera—dijo Francisco José mientras se aproximaban al corral.

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En silencio abrieron la puerta hecha de madera y tela metálica. Las bisagras chirriaron al girar y José Rafael soltó una risita burlona, que corto inmediatamente cuando el amigo le reclamó hacer silencio acentuando los gestos. Se acercaron con movimientos felinos al pie del árbol y dieron un vistazo a la copa del taparo y sus ramajes. Francisco José diviso una gallina piroca en una rama gacha y le hizo señas al amigo para que se mantuviera callado y se quedara quieto. —Mira pa’ que aprendas—le dijo en murmullos. Se acercó a centímetros de la gallina, respirando pausadamente. Esta permanecía en un sueño profundo, ya eran más de las diez de la noche y solo el rumor de la brisa y los chirridos de los grillos se escuchaban, acompañados del ruido del motor y de la música que ahora sonaba a bajo volumen porque ya se acercaba la media noche y los vecinos tenían que dormir. Con astucia y agilidad, tomo una pata del ave y con mucho cuidado la colocó sobre el dedo anular de la mano izquierda, la cual mantenía los dedos juntos pero en posición de canto, es decir verticalmente. La primera pata se apoyó sobre los dedos y automáticamente se agarró de ellos. Luego con la boca comenzó a sisear, para que se mantuviera el ave en las brumas del sueño. Seguidamente tomó la otra pata y la coloco igualmente sobre el dedo anular y esta se asió de inmediato. Con la gallina en su mano como si fuera un lorito se acercó lentamente hasta José Rafael, quien lo esperaba nervioso y agitado porque ahora le tocaba a él y no tenía mucha experiencia en esas artimañas de agarrar las gallinas mientras dormían en la mata. Para congraciarse le dijo en un susurro: —Mira para que veas, al mejor. En cuatro zancadas ya estaba debajo de la mata, y lentamente se acercó a una rama donde había visto el plumaje de un ave. La penumbra permitía ver solo el bulto y las patas blancuzcas y cenizosas del animal. Con sumo cuidado agarró la pata para colocársela en la mano, cuando sintió un puyazo en el

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dedo gordo de la mano derecha, el movimiento brusco despertó el ave y allí dio en cuenta que estaba agarrando un gallo fino de espuelas largas y punta cortante. Inmediatamente, este, se alborotó y comenzó a aletear y a saltar de rama en rama, despertando y alborotando a las otras aves de corral. En segundos aquello parecía un jolgorio de cacareo y cantos de gallos. Francisco José tuvo que amarrar por las patas su gallina, ponerla al suelo, y así poder ayudar a José Rafael en atrapar una que se había lanzado al terreno. Allí estuvieron largo rato persiguiendo y caramboleándola hasta que al fin la arrinconaron y fue atrapada en el vuelo. — ¡La tengo, la atengo!—.se le escucho decir a José Rafael. — ¡Claro después de despertarlas a todas y a medio caserío!…ja ja ja—. Manifestó entre risa el amigo. Con el par de gallinas en las manos, cerraron la puerta del gallinero y las llevaron a la batea allí las degollaron y rápidamente la sumergieron en agua hirviente para desplumarlas. El bailecito que había pensado María Luisa, se había convertido en un fiestón con sancocho y todo. Los más viejos brindaban con tragos de caña clara y ron, para alegrarse el espíritu, mientras esperaban el sancocho, que estuvo casi al filo de la media noche. 4 Juan Ramón se incorporó tarde al baile, venía acompañado de Lobo feroz quien no le perdía pisada, cuando entraba al caserío. El viejo, como cariñosamente le decían, hace poco se había dado a la tarea de organizar un grupo de los habitantes del pueblo de Canoabo y el caserío vecino de la sabana, para defender el piedemonte de la montaña de Santa Marta ubicado hacia el sur. Esos terrenos estaban en trámites de ser vendido a una empresa maderera, que ya habían iniciado la extracción de los grandes árboles para ser utilizados en la elaboración de

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pulpa de papel. La construcción de las vías de penetración, removieron escombros y tierra arcillosa que fueron a para a la vertiente del rio, enlodando la toma de agua y surtiendo por la tubería de hierro un agua oscura y sucia, envés del agua cristalina y pura que brotaban de los manantiales de la montaña. Había pues que ayudarlos a enfrentar la situación catastrófica que se les avecinaba. Si a esto se le sumaba la creciente erosión hacia la ribera del rio cocorote a consecuencia de los movimientos de tierra en la búsqueda infructuosa del petroglifo, entonces la montaña comenzaría a sufrir un deterioro progresivo y quizás irreversible. Cuestión que lo tenía preocupado. Por otra parte, recientemente estaba constituyendo con unos camaradas del pueblo los círculos bolivarianos, el brazo derecho de la resistencia bolivariana del presidente Chávez. Estaba pues metido hasta los tuétanos en los asuntos sociales de la comunidad de Piedra Pintada y su entorno. Por eso se sintió contento cuando el maestro le comentó las ganas y el entusiasmo de María Luisa por integrarse al movimiento revolucionario y trabajar por la pequeña comuna que necesitaba de jóvenes que se aprestaran a luchar por sus ideales y los de su comunidad. Estas y otras razones lo obligaban a presentarse, últimamente, a su comarca, bien entrada la noche casi cuando ya todos se aprestaban a dormir. Algunas veces Jesús Antonio lo esperaba hasta tarde, sentado en la plazoleta con la única intención de convencerlo y retomar la búsqueda del petroglifo que faltaba, petroglifo que cambiarían por siempre la vida de los siete fundadores del caserío. Para Jesús Antonio vivir quince años en la ruda montaña con privaciones y limitantes, que lo encerraban a solo pensar en el momento del hallazgo, no significaban nada comparado con el patrimonio alineado entre los dos petroglifos. Las trece familias arraigadas recientemente no tenían el menor conocimiento del verdadero motivo del establecimiento de Piedra Pintada, su suerte echada un

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domingo por la tarde la ataba al abandono, una vez culminada con éxito la búsqueda. Destino fantasmal y solitario que afanosamente buscaba cambiar Juan Ramón, este sabía que la postergación, una y otra vez, de buscar aquello que los llevo hasta allí, le había ganado un distanciamiento con su otrora amigo incondicional y leal. La última vez que se reunieron lo había amenazado de destruir el caserío, de no reiniciar el propósito. No daba crédito a sus palabras, hasta que lo vio conversando con los miembros de la cofradía, en una actitud dudosa. Ese misma noche mientras saboreaba el sancocho, lo vio trabar conversación con Juana Elena, quien movía las manos incesantemente en ademan de molestia. Detuvo la cucharada de sopa al borde de la boca, para luego dejarla caer lentamente en el recipiente hecho de tapara. Doña Asunción que estaba cerca, lo miró pensativo y le pregunto: — ¿Pasa algo, se siente bien? —Si estoy bien—le respondió pausadamente. — Estoy pensando que debemos de llegar a un acuerdo con Jesús Antonio, antes que las cosas agarren por otro camino. Usted sabe a qué me refiero. Luego tomó otra cucharada de sopa y la llevo a su boca, mientras en medio de la sala María Luisa y el tío Anastasio aun zapateaban joropos sin mostrar cansancio alguno. Lobo feroz prestaba atención al baile, inconmovible miraba los eventos que las personas realizaban para socializar y divertirse. Al lado de Juan Ramón, debajo de la silla de madera y cuero, se relamía el hocico mordisqueando un hueso de gallina, al tanto que sus ojos se maravillaban con la gracia y sutileza de María Luisa al bailar, y las pantomimas y cabriolas del tío Anastasio robándose entre ambos el aplauso de los presentes. El baile se prolongó más allá de la medianoche cuando la pequeña planta eléctrica a gasolina, agotaba por tercera vez la recarga del combustible.

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Sueños bolivarianos

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amiro González rayaba los treinta y siete años de edad, cuando se presentó como el maestro del caserío, las credenciales lo acreditaban para dar clases hasta el tercer grado en la “Escuela Rural San Isidro Labrador”. Nombre que le dieron a la escuelita de Piedra Pintada. De pelo entrecano y aspecto agradable, llegó en el año 1992. En los días cuando Lobo Feroz encarnizaba su lucha personal con Jesús Antonio, dejándole cicatrices de sus garras sobre el hombro, y reflejos de odio en su memoria. El extermino de los lobos y el movimiento de tierra en las laderas fueron dos cosas que conversó de inmediato con Juan Ramón, sus palabras le hicieron ver la realidad que se dibujaba en el panorama nacional después del cuatro de febrero, aquellos días que amaneció de golpe y el “Por ahora” del líder de la insurrección: teniente coronel Hugo Chávez Frías, dividió la historia contemporánea de Venezuela en un antes y un después. La intentona, como se le denominó al golpe, propició la salida del

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presidente Carlos Andrés Pérez del poder ejecutivo, y la llegada en 1994, nuevamente por vía de elecciones, del Dr. Rafael Caldera a la silla de Miraflores. Revolucionario por convicción y educador por vocación. En su primer día de trabajo se arremangó la camisa, e inmediatamente se integró al caserío recién formado entregándose a la tarea de educar a los niños y jóvenes del lugar. En poco tiempo, con la ayuda de Juan Ramón y todos los habitantes construyeron un salón amplio, pero rudimentario, con paredes de bahareque, techo de zinc y piso de tierra. Allí aprenderían el “a, e, i, o, u” y se corearía aquello de “más sabe el burro que tú”. Vivía en el pueblo con su esposa y dos hijos. Diariamente se trasladaba en bestia a su lugar de trabajo, le gustaba su labor y durante los once años que tenía ejerciéndola allí, nadie lo escucho decir sentirse cansado o enfermo. Siempre llegaba de mañanita y mientras se tomaba su café endulzado con papelón, que le guardaba religiosamente doña Ana, prestaba atención a los niños que llegaban con su bulla y algarabía, algunos todavía soñolientos pero con el deseo y la alegría de aprender. 2 Era jueves 16 de septiembre, en la mañana, y comenzaba el nuevo año escolar dos mil tres, dos mil cuatro. La alegría y la bulla infantil llenaban el pequeño recinto de calor y entusiasmo. —Llegaron los pericos doña Ana. — Comentaba el maestro, al tanto que tomaba un sorbo de la bebida humeante. —Que estudien para que no se queden burros, como nosotros que ya estamos viejos y loro viejo no aprende a hablar. — Razonaba la doña, desde el fogón. —Si aprenden mi doña, solo tienen que tener mucha fuerza de voluntad y entusiasmo por aprender. — Le argumentaba.

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—Es verdad, pero yo no tengo tiempo para eso, me conformo en ver a mis nietos estudiar, ojalá alguno termine graduándose en la Escuela Técnica. — Le replicaba la doña. Terminó su café, tomó su maletín de cuero y luego se despidió, dirigiéndose al salón de clases. Esto se repetiría cada mañana, a lo largo de todo el año escolar. Lo que cambiaba era el tema de conversación, siempre existía algo que comentar. Pero nunca, por ningún motivo cambiaba su misión, y esta era enseñarlos a leer, escribir y realizar las operaciones básicas de sumar, restar, dividir y multiplicar. Poco a poco lograba grandes avances desestimando aquello de que la letra entraba con sangre, y predicando las nociones Robinsonianas de la educación, leídos en un pequeño libro sobre la vida y obra de Simón Rodríguez. Librito que llego a sus manos por cosas del destino, y encontró su lugar en el maletín, al lado de una vieja biblia que heredó de su madre, y un poemario: “veinte poemas de amor y una canción desesperada”, del chileno Pablo Neruda. — ¡Buenos días niños y niñas! — ¡Buenos días maestro Ramiro! —Respondieron en un coro celestial. Para la apertura del año escolar, el maestro alternaba los grados y les disertaba siempre sobre la historia de Venezuela y América latina. Este año le correspondía iniciar con tercer grado. —Bienvenidos al nuevo año escolar, hoy iniciaremos nuestras actividades hablando de un sueño bolivariano. Los niños dejaron de prestar atención por un momento, cuando vieron a Lobo Feroz pararse en la puerta y luego decidirse a entrar echándose a un lado de la misma. Desde allí escuchó al maestro disertar sobre Bolívar y sus sueños de libertad. Con el hocico descansando sobre las dos patas delanteras, oía con atención las palabras que comenzaban a darle forma a las mentes de los pequeños, ellos entusiasmados con el cuento reían y preguntaban a cada momento. Ahora

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existía una nueva realidad educativa y el maestro con sus cuentos los enseñaba a como aprender a encontrar, la verdad perdida entre las brumas de los tiempos. El nuevo milenio arrancaba en la Venezuela postpuntofijista con pasos agigantados rompiendo las viejas estructuras políticas y los añejos paradigmas socioeconómicos. El socialismo del siglo XXI había aparecido en escena en el año noventa seis instaurado por Heinz Dieterich Steffan. Esta nueva visión de la sociedad, abría paso lentamente al mundo, desde la Venezuela revolucionaria y protagonista. La revolución que se vivía y respiraba en cualquier parte del país, era la metamorfosis de aquellos pactos que les permitieron a los gobiernos punto fijistas alinearse con los poderosos como una estrategia para conservar el poder, poniendo en sacrificio al pueblo. Ahora cuarenta años después se rompía la crisálida y emergía la sublevación para los pobres. Los medios de comunicación discutían a fondo si en Venezuela existía una revolución social o una evolución social. La oposición hablaba de una evolución social y el pueblo refrendaba su “revolución bonita”, acompañando a su líder a las marchas multitudinarias que convocaba. Concentraciones que impulsaban y motivaban al pueblo hacia la búsqueda de una mejor calidad de vida. Los sociólogos afirmaban una revolución, encabezada por el teniente coronel Hugo Chávez. Su “por ahora” abrió una fisura en los paradigmas del poder, y la patria parió un después en la historia de los pueblos de la América latina. El maestro paseando entre las hileras de pupitres les decía a los niños y niñas, que la historia de América narraba muchos episodios, donde la revolución, siempre abanderada por los pobres, simbolizaba su lucha por la libertad, por el pan y por la tierra. Entusiasmado les dijo: «El grito revolucionario es la consigna de lucha de los elegidos, Emiliano Zapata gritó: ¡es mejor morir de pie que vivir toda una vida arrodillado!; ¡Viva Pancho Villa! ¡Viva México!, con ese grito los mejicanos

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entablaron su revolución en nombre de los más desharrapados, y nuestro general Ezequiel Zamora gritó: ¡tierras y hombres libres!, por allá en 1846». El maestro Ramiro vivía un sueño revolucionario entramado por revolucionarios. Jesucristo encarnaba al revolucionario espiritual. Fue aquel humilde carpintero del pueblo de Nazaret, que un día regreso a su pequeña comarca con un sueño de cambiar el mundo. El pescador de almas, como se le llego a conocer, recorrió el sendero del dolor para descubrirle al mundo la naturaleza malévola del ser humano, pero también ese acto de sacrificio mostro que el perdón es la caridad del lado bueno del ser humano. Su sufrimiento simboliza la divinidad de lavar con su sangre los pecados del hombre, pero también simboliza que el tirano y el imperialista han de derramar la sangre del pueblo para lograr asirse con el poder. He aquí al hijo de Dios, que vino a liberar al prójimo de la esclavitud del pecado, cuando le dijo a su discípulo Pedro: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete», con esto buscaba redimir el alma pecadora de los humanos esclavizada en los sacrificios del cordero; él seria el cordero, que quitaría todos los pecados del mundo. Dejaba en claro, que ninguna religión estaba por encima de Dios, que la bondad infinita manifiesta en el perdón vencería la maldad. Se adelantaba el rey de reyes a la época del oscurantismo, las cruzadas y las cacerías de brujas. A la persecución de la ciencia que buscaba desentrañar los misterios del universo. A evitar que los poderosos se tomaran el cielo para ellos, y que solamente se predicara el infierno para los pobres y los oprimidos. Esta proclama del Nazareno, concuerda sustancialmente con el decreto de guerra a muerte que Bolívar promulgó para asegurar la independencia de Venezuela, en su revolución emancipadora. Descrita como cruel por muchos historiadores, buscaba soslayar la brutalidad y la falta de todo respeto al pueblo, que temeroso y llenos de incertidumbre se

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abrazaban al gobierno monárquico traicionando a su patria. El decreto de guerra a muerte vino a doblegar la ignorancia y el fanatismo al que sometían al pueblo para utilizarlos contra su propia gente y su nación. Muy de seguro de eso estaba Bolívar cuando promulgó: « ¡Españoles y Canarios! Contad con la muerte aun siendo indiferentes, si no obráis activamente en obsequio de la libertad de América. ¡Americanos! Contad con la vida aun cuando seáis culpables». Simón Rodríguez se marchó al exilio con la revolución educativa sobre sus hombros, desde allí proclamó: «O inventamos, o erramos», con esta frase buscaba inculcar la creatividad para salir de la ignorancia y la esclavitud, saetas incrustadas en las mentes de un pueblo golpeado durante más de trescientos años por las secuelas que dejó el viejo imperio español. El maestro les mostró en imaginario, a un Samuel Robinson apuntando con su dedo al horizonte, mientras le anunciaba al mundo: «La América española es original; originales han de ser sus instituciones y su gobierno, y originales los medios de fundar uno y otro. O inventamos, o erramos». Este grito americano por la libertad, fueron semillas recogidas y guardadas en su alma , en el ocaso de aquella tarde cuando el joven Simón Bolívar le jurara en el monte sacro y en presencia de Fernando Rodríguez del toro, la independencia de su pueblo. «Juro delante de usted; juro por el Dios de mis padres; juro por ellos; juro por mi honor y juro por mi patria que no daré descanso a mi brazo ni reposo a mi alma hasta que haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español». Los sueños revolucionarios del maestro Ramiro, eran el espejo de los sueños vividos por revolucionarios centenarios y milenarios. Pero también reflejaba los sueños contemporáneos del teniente coronel Hugo Chávez, cuando aquel 17 de diciembre de 1982, reunido bajo la sombra del legendario Saman de Güere, dijo: «Juro por el Dios de mis padres, juro

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por mi patria, juro por mi honor que no daré tranquilidad a mi alma ni descanso a mi brazo hasta no ver rotas las cadenas que oprimen a mi pueblo por voluntad de los poderosos. Elección popular, tierras y hombres libres, horror a la oligarquía». Ese día la aurora de la revolución, dejaba su estela como preludio a los días que habrían de venir. 3 El reloj de pared marcaba un cuarto para las doce, en sincronía con el reloj de sol ubicado entre los jardines. El maestro les solicitó que guardaran sus útiles, Lobo Feroz percibió el final de aquella visita y para congraciarse con los niños hizo unas piruetas sobre el piso y luego caminó entre las hileras de pupitres para más tarde salir del saloncito. Posteriormente salieron los niños y las niñas con su algarabía, la jornada de clase había culminado. Desde la puerta, el maestro, los vio marcharse a sus hogares y agradeció a Dios por la oportunidad que tenia de ayudarlos. Minutos después cerraba la puerta de la escuelita y se dirigía a la casa de doña Ana, como buen cristiano le correspondía almorzar. Más tarde se encontraría con María Luisa y Juan Ramón, para comenzar a planificar la solicitud de los programas educativos, enmarcados dentro de las misiones. Allí sentado junto a la doña y su nieto francisco José, soñaba, aun, un sueño Bolivariano. A lo largo de la historia, los grandes revolucionarios sacrificaban fortuna y privilegios, por la visión más noble de un alma libertadora, y esto no es más que ayudar al prójimo a lograr sus metas, a sacarlo de la oscuridad y a llevarlos por senderos de la libertad. El maestro Ramiro siempre fue un sembrador de esperanza, solo un jardinero de sueños escoge el sendero de llevar moral y luces, donde la pobreza lleva cara de niños y la ignorancia deambula al libre albedrio, en las mentes de aquellos hombres y mujeres que un día fueron esos niños. Esos libros de cabecera leídos y profundizados tantas veces,

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abonaron las semillas de igualdad y fraternidad, que traía sembrada en su alma desde pequeño. Ahora de adulto velaba por los derechos de los más necesitados. En el caserío de Piedra Pintada lo valoraban mucho, y siempre recordaban sus inicios, aquellos días febriles de octubre del año 1992, días llenos de emociones, donde muchas veces en los actos culturales y en medio de la agitación que lo embargaba pronunciaba: «Algún día llegara alguien que comulgará con las ideas revolucionarias de Simón Rodríguez, y resucitará la herencia dejada por el padre de la patria, entonces construiremos una nueva república, donde sin diferencias quepamos todos: el indio, el negro, el blanco, el pobre, el rico. Algún día, llegara ese día». Profetizaba sin ser profeta, vaticinaba sin ser adivino. Quizás no era el único que pensaba esas cosas, eso no lo podía saber él. Lo que si sabía era enseñar a leer y escribir, con el corazón abierto para sus muchachos. Los niños se divertían aprendiendo y se disciplinaban sin recurrir a los golpes y castigos, que se establecían por tradición y cultura, en los salones de clase, como método infalible para corregir las malas conductas y el bajo rendimiento. Todos lograban pasar el examen de suficiencia y recibían una boleta de promoción para continuar estudiando en el pueblo y sacar el sexto grado. Con el maestro ninguno se quedaba sin aprender, los que poco asistían a clase, los buscaba personalmente a sus casas, al trabajo, o al conuco. Por innumerables razones pocos continuaba con los estudios en el pueblo de Canoabo, lugar quizás único en Latinoamérica donde estaba articulado todo el sistema de enseñanza desde preescolar hasta el superior, allí estaba enraizado el núcleo número siete de la universidad Simón Rodríguez. Recinto universitario fundado, y dirigido en sus comienzos por el Dr. Félix Adam. A pesar de las oportunidades que afloraban en el asiento de la comarca, solo unos pocos lograban avanzar a la secundaria. María luisa jamás

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perdió el camino y supo como lograr permanecer en sus estudios, amén de contar con la providencia de tener tíos en el pueblo y la ciudad que le brindaron hospitalidad y oportunidad, circunstancias favorables que la muchacha no desperdició. Ahora, ocho años después, María luisa sentada a su lado sentía la necesidad espiritual de propagar en su terruño, lo aprendido de su maestro. Risueña y con los ojos brillosos de emoción le planteaba la necesidad de unir esfuerzos y solicitar la misión Robinson: “yo sí puedo” y “yo sí puedo continuar”, para el caserío y coordinar al grupo de muchachos y muchachas que participarían en la Misión Ribas, cuyos videos clases se dictarían en la escuela del pueblo. La convicción de un hombre humilde y soñador, le abrazaba febrilmente a las misiones educativas. Los verdaderos soñadores son aquellos que abandonan todo, y echan su suerte con los más pobres. Sin importarles ser juzgados como locos, o fabulas sin tiempo. María Luisa pertenecía a esos románticos. Su ingreso a la universidad estaba por iniciarse, pero su anhelo de estudiar medicina tendría que esperar un tiempo más, había querido dedicar exclusivamente este año a la propuesta Robinsoniana de educar a los más pobres y necesitados, una misión de llevarles luces a sus mentes oscurecidas por las pocas oportunidades ofrecidas por los sistemas de gobiernos anteriores. Una vez más el maestro y su discípulo encarnaban la tarea del sacrificio en pos de los más necesitados. El cielo claro y despejado, mostraba claramente al sol que acodaba sus rayos entre los barrotes de la ventana. Ellos sentados en los pupitres de la escuelita esperaban a Juan Ramón para comenzar a organizar el sueño Bolivariano que ahora los ataba, quizás indisolublemente, al lugar. —Tus palabras son muy ciertas. Debemos procurar la enseñanza para cada uno de los miembros de nuestra comunidad, como es posible que en pleno siglo veintiuno

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existan millones de venezolanos analfabetas en nuestro país. — aseguró el maestro. Los vientos que soplaban en la nueva Venezuela, bufaban hasta el último rincón del suelo patrio y hasta un poco más allá de sus fronteras, y de vuelta traían mensajes de esperanzas. Hablaban de un gobierno sustentado en el poder del pueblo. Hablaban de un líder que comulgaba y gobernaba con el pueblo. Abocado a enseñar a leer y escribir a los más pobres. Apuntaban que reinaba tanta alegría y entusiasmo que hasta los más viejos estudiaban para salir del analfabetismo. El “yo sí puedo”, proyecto educativo para erradicar el analfabetismo, nació en la cuba de Fidel castro y se esparcía libremente por muchos países llevando la luz del conocimiento. En Venezuela esta misión estaba llegando a cada rincón, alfabetizando a los que no sabían leer y escribir, utilizando los medios audiovisuales como la televisión y el VHs, masificando así el evento educativo. La visión del nuevo gobierno bolivariano era declarar a Venezuela territorio libre de analfabetismo, meta que estaba muy próximo a alcanzarse, por la gran aceptación y popularidad de la misión Robinson. —Es verdad, maestro, todo es cierto. Enseñan mediante video clases, con televisores. Dotan a los alumnos con todos los recursos necesarios, y hasta les dan becas para que estudien con más entusiasmo. —Así he oído, pero no daba crédito. Son tantas las mentiras que nos han dicho a lo largo de nuestra historia, que hay que ser como San Tomas ¡ver para creer!... ¡Pero! Ahora que llegas tú con esta gran noticia y siendo testigo de los hechos. ¡Pues! A partir de ahora nos dedicaremos con el alma a traer esas misiones para nuestro caserío. — ¡Cuente conmigo maestro! — ¡Claro que sí! y vamos a conversar con los demás muchachos y muchachas para que nos ayuden. Porque, si así es la revolución Bolivariana, ¡entonces que viva la revolución!

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—Maestro existen personas con sueños incumplidos, porque existen muchos matadores de sueños —Si mija, muy pocos tienen la voluntad de corretear tras sus sueños y no doblegarse hasta alcanzarlo. El gran Martí dijo: “con los pobres del mundo, mi suerte quiero echar” y el presidente también se ha comprometido con los más necesitados. —Maestro que bonito es soñar, que se ayuda a la gente pobre. —Mija ha llegado el momento que se cumpla el sueño Bolivariano. El presidente ha demostrado que no se doblegará ante los poderosos y que su gobierno será un gobierno para los pobres. — ¡Que viva la revolución! ¡Que viva Chávez! —fueron las palabras que entraron de pronto por la puerta. Era Juan Ramón que se integraba alegremente para comenzar a planificar los nuevos programas sociales para su comunidad. Entusiasmado les dijo: —Amigos les traigo una gran noticia. Esta tarde el flaco Simón, nuestro camarada, me informo de buena fuente que pronto llegaran las misiones para Canoabo, así que debemos primeramente realizar un censo y luego llevarlo al comando del movimiento quinta república. María luisa recibió la noticia con júbilo y sin poder contener la emoción le dio un abrazo efusivo. Su sonrisa y alegría los contagiaba, impulsando sus almas a la acción. Presto a todas estas cosas que humildemente y con agrado realizaba la muchacha por su comunidad, las otras chicas guiadas por Juana Elena continuaban con el retintín de hacerle la guerra y llamarle la caperucita, en tono burlón. Cosa que enervaba su cólera y le entretejía aquellas ideas de darle su caperucita roja, para que la dejaran tranquila de una vez. Las brisas frías decembrinas anunciaban la marcha impostergable del año viejo y les regalaba un nuevo año lleno

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de esperanzas. Lo recibieron a lo grande, con un abrazo multitudinario en el centro de la plazoleta, y una profusión de fuegos artificiales que alumbró y llenó de cañonazos por más de diez minutos la cúpula de la montaña. La revolución se afianzaba en todos los sectores del país. Los caminos del socialismo antaño, se purificaban dando paso al socialismo del siglo XXI. El chavismo celebraba cuatro años en su proyecto de cerrar la brecha social en Venezuela y la América latina.

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La abuela Encarnación

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l Primor, sector ubicado como a dos kilómetros al sur del pueblito de Piedra Pintada, representaba el pórtico hacia los conucos. Allí, el camino se bifurcaba en dos ramales: hacia quebra`bonita y hacia los cáchales. Ambas regiones poseían un clima óptimo para el cultivo de raíces y tubérculos, especialmente para el ñame criollo, variedad que se desarrollaba muy bien dando buenos beneficios. Aunque últimamente estaba siendo sustituido por una variedad colombiana de nombre “diamante”, cuyo rendimiento era superior; pero inferior en sabor y apariencia. En estas tierras trabajaban la agricultura la mayoría de los hombres que habitaban Piedra Pintada, y algunos lugareños de Cocorote; caserío circunvecino. Ubicada en el vértice de la “y” que se formaba entre los dos caminos, vivía doña Encarnación. En una casa de bahareque y techo de zinc que construyo con sus propias manos, y la ayuda de su único vecino Juan Demetrio; hombre de constitución

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delgada, alto, y de manos largas y huesudas; de tez morena, nariz aguileña y rasgos indígenas. Apareció por primera vez en aquellas latitudes, siguiendo las señas que daban en el pueblo de Canoabo sobre aquellos trastornados aventureros que se atrevían a forjar su destino, en la agreste montaña de Santa Marta. —Solo unos locos se van a vivir a esas soledades, donde la tristeza se carcome el alma como los pasos ahondan el camino del andariego. — le escucho decir a la gente, mientras emprendía la marcha hacia la única posada del pueblo. No hay soledad, más triste, que el encierro del alma. Ni soledad más sola, en el destierro de la soledad. El sabía lo que era la verdadera soledad, la que se ató a su vida para estrangularlo y más nunca dejarle respirar libertad. La que vació su alma y la dejó sin lagrimas de desconsuelo. Hasta que llegó el día que ni el licor, ni su vida de indigente le borraban aquellas palabras que le encerraban el alma. Solo esperaba la muerte, cuando un aliento de vida coexistiendo en el mundo infrahumano de la indigencia, encendió una chispa en su corazón, y ese día desterró a la soledad que carcomía su ser y se desterró así mismo de la sociedad. — ¡estás jodido, hombre, estás jodido! Aquellas palabras retumbaban en su mente, y el luchando contra aquellos fantasmas de la soledad que lo acorralaban a ser señalado por la gente, como si llevara encima la peste negra o la fiebre amarilla. A donde llegaba, la gente le huía, lo hacinaban con improperios, lo menospreciaban como si estuviera marcado con la señal del diablo. Como si la muerte besara su sombra, así como aquella fatídica noche el besó por ultima vez la silueta triste y desgastada de aquella laboriosa mujer, que le dio la vida. — ¡estás jodido, hombre, estás jodido! —le habrían anunciado aquellos agoreros de la suerte y él no quiso creerles.

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Y sin saber porque, aquella noche fue un títere de la muerte. No hubo tiempo de escapar ni de morir, solo de matar. Matar sin querer matar, ese era su destino. Y luego enclaustrarse en los desiertos emocionales de lo mísero, teniendo por techo el cielo y por patio los caminos y carreteras. Así llevaba media vida luchando contra si mismo y contra aquel momento solitario que su destino le amordazaba. Hasta que dejó de luchar, y aceptó que estaba jodido; que estaba solo. Que hiciera lo que hiciera; que fuera donde fuera, algo lo empujaba a la soledad. Estaba jodido y sin vuelta atrás. Reconocía que existía un algo que concatenaba las emociones de la gente sin lugar ni tiempo, y también admitía que aquellas voces agoreras vaticinaron su futuro, cinco años antes, con solo verle la mano. Habían transcurrido exactamente catorce años cuando se entregó a las autoridades haciéndose responsable por la muerte de aquel hombre: su padre. Catorce lustros deambulando entre la miseria y la basura; entre el licor y la indigencia; entre la soledad y el menosprecio. Buscando en cada alma ajena el virus del olvido, escudriñando en sus memorias la peste del olvido que una vez existiera en el pueblo imaginario de Macondo. Echando a un lado la razón, para imbuirse en la locura. Preguntándole a los olvidados, la receta del olvido. Desgastó tanta suela de zapatos en su búsqueda, que luego reanudó la marcha a pie descalzo, y entonces se le formaron ulceras que comenzaron a carcomerle las plantas de los pies, convirtiéndosele luego en llagas; supuras sanguinolentas y hediondas, sobre las cuales volanteaban moscas verdes y punzaban los gusanos hurgando en la carne putrefacta. Su mente sin tiempo y su cuerpo consumido, solo esperaban la muerte. Fue a comienzo de invierno cuando sintió aquella mano tibia, callosa y desgastada, posarse sobre sobre sus pies fétidos, y luego percibió el olor astringente del aerosol cuando entro en sus narices, su cuerpo reaccionó estirándose y encogiéndose como si fuera un congorocho. En segundos el

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matagusano comenzó a surtir efecto, y los bichos comenzaron a puyar y a segregar sangre y pus, y en instantes aquella mujer extrajo de su bolsa una pinza rudimentaria y comenzó a sacar gusanos tras gusanos hasta amontonar ochenta y cinco bichos en un tarro de compota. Mas tarde le aplicó otra rociada del matagusano y le envolvió los pies con unos trapos limpios. Durante ese invierno fue asistido y curado en una casa vieja y abandonada, a donde acudían o llevaban a los olvidados. Aquella mujer que lo curó, era una indigente que había asumido la tarea de sanar y curar a los pordioseros y desheredados de la sociedad. La mano de Dios en aquella mujer que viviendo en la miseria, se ocupaba de ayudar al prójimo. Supo que la nombraban la Madre Teresa de los indigentes. En sus ojos vio el brillo del bien y la bondad, y en una mueca de su sonrisa la belleza de la humildad. Una vez más no entendió como el destino escogía a las personas para llevarlos a la tierra de los desamparados, pero si dedujo como las marcaba. El llevaba la marca de una culpa inmerecida, victima de los vicios y errores de su padre. Esa noche fatal escuchó una vez mas los gritos de la borrachera del patriarca insultando a su mamá. Él lo increpo desde su cama mandándolo a dormir. En el fondo de la cocina su viejo maldijo entre dientes y oyó el recrujir de la mesa de comer que sucumbía una vez más a sus paranoias etílicas, y luego vio aquella sombra que se reflejaba sobre la pared empuñando una navaja, y encimándosele. Sorprendido quiso articular el nombre de su madre, cuando sintió la hoja filosa rozar su costado. Con la fuerza del miedo lo asió de los brazos y lo empujo tan duro, que golpeo la pared con la cabeza y seguidamente un hilillo de sangre comenzó a brotar por su oído izquierdo, y allí quedo el patriarca mientras su madre rasgando las cortinas del cuarto gritaba: «¡porque lo mataste, mijo, porque!». Tenía dieciocho años cuando el destino lo sometió al escarnio, a las llagas y a la mierda que la vida apostaría en cada

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encrucijada de su subsistencia. Su madre lloraba desconsoladamente, con las manos sobre la cabeza. Nunca supo porque lloraba así, no hubo tiempo de preguntar. Las preguntas quedaron en su garganta, apagadas por aquellas exclamaciones: « ¡huye mijo, corre…corre!», el la miró tristemente a los ojos y emprendió la carrera, comprendiendo finalmente el mensaje de las voces agoreras. Cuando cruzó la última esquina del pueblo, en medio de la nada gritó: — ¡Estoy jodido, hombre, estoy jodido! El tiempo le consumió catorce años deambulando entre las sombras lúgubres de los desposeídos, sin presente y sin futuro; solo con el pasado y su alma atormentada por la soledad que comenzaba a pulularle la mente de malos pensamientos. Aquella soledad que en los momentos menos pensados, trasformaba sus resentimientos en demonios que le ofrecían el suicidio, que le gritaban en su cabeza: «sangre…sangre», cosa que el rechazaba recordando sus oraciones con la esperanza de que la muerte se lo llevara mientras dormía en las frías calles solitarias. Y así estuvo desandando su destino, hasta que apareció aquella mujer caritativa y le curó, no solo la gusanera que se aprestaba a comérselo vivo, sino el alma, llenándola con el aquel calor de humanidad que desterró por siempre a la soledad, y constriñó su cuerpo al dictamen de la justicia; a las rejas durante veinte años, dos décadas tras los fríos barrotes de la cárcel. El ultimo día que purgó por aquel crimen impensado, ilógico, destinado solo para el. Supo que la vida envía señales en las voces agoreras de los arlequines que hechizan el mundo. Y aquellos burlones le gritaron en su momento: « ¡estás jodido, hombre, estás jodido!». Treinta y cuatro años después, parado al frente de la posada “la ideal”, supo que existen cosas que están más allá de lo indiscutible, y que solo el destino, que te asigne el azar, puede despertar el tercer ojo que adormece entre cejas, para que lo puedas ver. Porque estas cosas están más allá de lo cierto.

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Siguiendo sus impulsos, Juan Demetrio, tomó la llave identificada con el numero tres, y abrió la puerta de madera de la habitación. Cansado se adentro a sus aposentos, y se tendió largo a largo sobre la cama. A la media mañana del siguiente día ya estaba encumbrando, a pie, hacia Santa Marta con sus dos maletines a cuestas; uno con sus libros favoritos y el otro con los remedios y ungüentos que ofrecía como la ultima panacea. Ese día vendió varias cajas de mentol chino, dos frascos de Bay Rum, y tres papeletas de veneno para ratas: toxico que Jesús Antonio utilizaría para envenenar a los lobos. Doña Encarnación quedo encantada con sus cuentos y las explicaciones detalladas e ilustrativas de los remedios y ungüentos que expendía en su botica ambulante. Luego a medio atardecer se marchó agradeciéndole a doña Encarnación la hospitalidad y jurándole que algún día regresaría. 2 Cuando se fundó la ranchería dando inicio al caserío, la doña vivió por dos largos años en, lo que es hoy, la casa de su hija Asunción. Luego encontraría su lugar perfecto, cuando las labores del campo y otras actividades propias del monte, comenzaron a entretejer caminos por doquier, bifurcándose algunos en dos ramales. En ese punto de bifurcación surgió el Primor de la mano de doña Encarnación y luego un año después se le sumaría Juan Demetrio ayudándole a construir su casa y compartiendo con ella retazos de su vida solitaria. Doña Encarnación entendió que era un hombre cuya alma solo buscaba un lugar que le diera un presente, y que la muerte lo viniera a buscar con una sonrisa en lo labios como siempre había querido. Sin futuro, sin padres y sin descendientes no existía en su alma ansias por lo material, su búsqueda era lo espiritual pero encerrado en si mismo como lo amoldo su destino. Así que la doña le ofreció un lote de terreno para que construyera su casa, y le rogó ser una tumba a todo aquello que

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viera y escuchara en la montaña. El aceptó solemnemente con una mano en el pecho y así de esta manera Juan Demetrio se arraigó para siempre en Piedra Pintada, sin ser un obstáculo para las pretensiones de sus fundadores. A doña Encarnación la viudez la amoldó a la tranquilidad del campo, y el Primor asemejaba un paraíso para sus deseos. La doña marchaba lentamente hacia la vejez en solitario, había enviudado cinco años antes de aventurarse a vivir en la montaña. Al quedar sola, se dio cuenta que ya el tiempo no le alcanzaba para otro comienzo y se dedicó a pasar sus últimos años compartiéndolo con su hija Asunción y su única nieta María Luisa quien comenzaba a dar sus primeros pasos, muy lejos de donde había nacido. Risueña y dicharachera, aun se conservaba lozana y saludable, evidenciando que de joven fue muy hermosa y vigorosa. A pesar de haber cumplido cincuenta y nueve años, se levantaba muy tempranito para atender sus gallinas, cinco marranos en un chiquero y luego irse a limpiar su vega de cambures y plátanos. En las tardes regresaba a sus labores caseras, y luego se sentaba a esperar la llegada de la noche, casi siempre al lado de Juan Demetrio. Hombre de suma confianza para ella, buen conversador y leal a sus principios. Así ambos pasaban las tardes, ella realizando alguna labor casera en su mecedor, mientras él humeaba sus tabacos, a piernas cruzadas y lanzando carcajadas por sus ocurrencias. Pero a ella, casi siempre le gustaba estar sola, con sus animales y sus plantas. —Mejor así— decía. —No me gusta estar comadreando tanto. 3 Ya era media tarde cuando Lobo Feroz olfateo el aire, buscando quien sabe qué cosa. Se detuvo en el empalme de los dos caminos, y desde allí la vio barriendo el patio y ahuyentando con sus gritos a un gavilán que pilleaba a corta

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distancia, mientras una gallina, aun culeca, cubría con sus alas protectoras a los polluelos que correteaban a su encuentro, ante el cacareo carrasposo de la pataruca. Levantó la mirada, y vio al ave de rapiña, sobre una rama de canilla de venado: arbusto de mediana altura y tallo negruzco. Movió sus patas y continúo su andar, tomando el ramal hacia los Cachales. Ya no existían zozobras de emboscadas por parte de Jesús Antonio, aparentemente las cosas estaban tranquilas con los hombres del poblado, pero el sabía muy bien que llevaban por dentro un rosario, pero no era precisamente de oraciones para el. Siguió su rumbo y más adelante se internó en el boscaje, necesitaba acoplarse con los fluidos energéticos de la naturaleza y el sabía muy bien dónde encontrar esos lugares que irradiaban energía. En el patio de la casa un estruendo rompió el silencio natural, y el olor a pólvora se esparció con la brisa. El gavilán se espantó al escuchar el estampido del máuser disparado por la doña. Satisfecha por el tronido lo guardó y se dedicó a limpiar el monte que crecía entremezclado con los aliños verdes. Hoy esperaba la visita de su nieta María Luisa así que miró el sol, calculó la hora y luego pasándose las manos por el viejo delantal, se dirigió a la cocina. Acomodó el fogón y montó el agua para el café. Mientras ordenaba el brasero, los últimos acontecimientos comenzaron a fluir al calor de los carbones. Se preguntaba si apoyar la posición de Jesús Antonio había sido una buena idea. Le entristecía ponerse en diatribas con su nieta, plantarle jugarretas a ella, era como pasar las penas del purgatorio en vida. Después de pensar un poco dio por sentado que si, que las cosas debían tomar ese camino. Juan Ramón ya se había olvidado, o le había echado tierra, al proyecto que los traslado del pueblo a la montaña. Ahora le preocupaba más la ecología y se la pasaba asistiendo a foros y talleres sobre agricultura ecológica y protección de las especies en extinción. A cada cierto tiempo les recordaba la matanza de los lobos, y la erosión que comenzaba a roer las laderas y medias faldas de la

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montaña como consecuencia de las excavaciones, la tala y el movimiento de tierras en busca de los petroglifos. Y lo que más los molestaba era aquella idea de nombrar a su nieta y al maestro Ramiro como nuevos miembros de la cofradía. Tanto para Jesús Antonio, así como para ella, el panorama estaba clarito, el más tonto podría sacar como conclusión que pretendían cambiar el ideal del grupo y convertirlo en un movimiento de protección de las cuencas de la montaña. Ese ir y venir de aquí para allá, últimamente, con el flaco Simón solo significaba una cosa: un cambio en su forma de pensar y una nueva visión para la cofradía. Cuestión que ella, Jesús Antonio y su compadre pablo Jesús, no estaban dispuestos a aceptar. Justificaba las razones que abrazaba Jesús Antonio de rechazar tal acción, porque de un seguro cuatro a tres, con la inclusión de su nieta y el maestro la cosa se pondría seis a tres a favor de cambiar los designios de la cofradía. Y él pensaba aquello de que “mientras más masa, mas mazamorra”. Por eso le apenaba en el alma y algunas veces la conciencia le purgaba el entendimiento buscándole una justa razón a sus decisiones. Pero siempre las encontraba asegurando que lo mejor para su nieta era marcharse prontamente para la ciudad y que comenzara sus estudios universitarios. De esta manera conservando la bancada original de la cofradía podrían tarde o temprano imponerse a la voluntad de Juan Ramón. Cuando terminó de pasarle la escoba al piso de tierra, estuvo tan segura de la propuesta de Jesús Antonio, que se alegró de ser ella la encargada de enfriarle las cosas a la muchacha y que llegado el momento se marchara a la ciudad. Con astucia y picardía buscaría la manera de que su nieta entendiera que su destino estaba en la ciudad, y no en aquellos montes. Salió al patio y continúo la labor de limpiarlo de las hojas caídas y las excretas de las aves de corral. De imprevisto una ligera sonrisa afloro en sus labios. Ahora los recuerdos de su retoño le cambiaban el semblante, las arrugas de la preocupación

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desaparecían ante la presencia del regocijo que mostraba por la brillantez y la sagacidad que expresaba siempre su muchachita. Desde su llegada su corazón se ilumino. Los primeros días de encuentros, fueron de gran alegría y exaltación. La abuela no se fijaba en detalles, el júbilo no le permitía ver que Maria Luisa había cambiado mucho en los dos últimos años, que ya no era la muchachita, su nietita. La última vez que la vio en la ciudad, aconteció cuando fue a compartir su fiesta de quince años. Lucia hermosa y esbelta, ceñida por aquel vestido de gala color amarillo con bordados elaborados a mano. El tocado y el ramo de flores la convertían en una princesa. Fue su cuento de hadas, el de una noche como la cenicienta, pero vivió la ilusión que soñaban todas las jovencitas: su fiesta de quince años. Ese día estaba muy orgullosa de su descendiente. Y Como todos los abuelos que realmente se gradúan de padres con sus nietos, no quería que creciera tan rápido que disfrutara y extendiera todo lo que pudiera sus días de niña. La muchacha era traviesa y juguetona con la abuela, cuando llegaba a su casa se metía directo a la cocina, a buscar el dulce de lechosa, de guayaba, de cajua,..Manjares sabrosos, que celosamente guardaba dentro del gabinete. Cuando no había dulce, salía al patio y se adentraba al cañaveral, y cortaba la caña de azúcar más grande. O se montaba en la mata de guayaba, o en el naranjo; alguna fruta tenía que mordisquear. — ¡Pareces un pájaro! —le bromeaba la abuela. Ya casi culminaban sus labores del día y sentada, a la sobra de un árbol de Onoto, esperaba su llegada. Entretenida escogía los granos de quinchoncho sobre un inmenso manare, entresacando piedritas, palitos y los granos pintos. Esa tarde se sorprendió, porque los granos pintos aparecían por doquier, cuando en un puñado de granos, a lo sumo, podían encontrarse tres o cuatro. Intrigada con el acontecimiento comenzó a contarlos, uno, dos,…dieciocho granos pinto. De pronto tuvo aquel presentimiento que le robaría la calma de los últimos

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años y de un golpe le quitaba la venda maternal que tapaban sus ojos. Vio las cosas como eran, María Luisa ya no era una niña, se dio cuenta del peligro que corría su nieta caminando sola en la tarde hasta su casa. Camino por el cual andaban muchos hombres y muchachos del poblado. Que verían a su nieta, próxima a cumplir diez y siete años, tal como era, como una atractiva y bella joven. Jamás pensaría que le fueran a faltar el respeto, sino que siempre pensaba aquello de que “el hombre es fuego y la mujer estopa y entonces viene el diablo y sopla”. Y ahora se le entrecruzaban las palabras recientes, de sus allegados, cuando iban a tomar café en las tardes, y le decían que Pedro ya estaba rondando y preguntando mucho por ella. — ¡No señor! —dijo lanzando con rabia los granos pinto al suelo. — ¡Ese pícaro con mi muchacha no! Ahora de nuevo regresaba la preocupación, y las arrugas afloraban sobre la comisura de los labios. Los pensamientos le refrendaban la idea de que su nieta debería marcharse a la ciudad, y ahora encontraba, con más peso, la razón que justificarían sus actos que estaban por acaecer. Así que una idea se le traspuso en el frontal y basándose en las circunstancias y la actitud que veía en la joven decidió asustarla reviviéndole imágenes de cuando Lobo los acechaba y mantenía en zozobra durante aquellos cruentos años. Reinventaría la leyenda de Lobo Feroz, aquel ser brutal de mandíbula infernal que atacaba los animales y los devoraba despiadadamente, con sus colmillos largos y filosos como cuchillo de carnicero. Que no se confiara, que Jesús Antonio lo considerado un lobo siniestro, porque le disparaban y nunca le mataban, que lo trataban de atrapar con trampas pero nunca lo lograban. Utilizaría la leyenda de Lobo Feroz para asustarla. Confiando en que su nieta no lo conocía bien, daría resultado. Lobo era un animal salvaje así que aquella farsa, no tendría por

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qué resquebrajar su conciencia y su moral. En fin la abuela se quedó pensando en el asunto mientras llegaba la nieta. Un ruido extraño llamo su atención y salió a indagar, dejando el manare sobre la silla de cuero. Atravesó el empedrado que unía la casa con el ranchito, que se utilizaba como la cocina, sin percibir nada extraño. Luego entró a la casa y tampoco encontró novedad. Salió sigilosamente y se disponía a retomar su labor cuando de pronto un grito espeluznante, a su espalda, apareció de la nada. — ¡aaaaahaaaayyyy! La abuela giró espantada quedando medio petrificada por el susto, al momento que gritaba: — ¡El demonio! —ja ja ja. — Se rio María luisa de la travesura. La abuela arrugó la cara mientras murmuraba: — A buen susto que me diste nió sinvergüenza, si no es porque eres mi nietecita te diera dos paletazos. Ya más calmadas entraron a la cocina y la abuela se prestaba a servirle el café, aun refunfuñando por el susto. Ella, sonreía en silencio de su travesura. Se sirvieron el brebaje y mientras se lo tomaban sorbo a sorbo, le comentó: —Debes de tener cuidado al andar sola por estos caminos — ¡hay abuela yo se defenderme!...—le dijo irreverentemente— acuérdate que practique karate ¡soy cinta marrón! ¡Acaso no recuerdas aquellas peleas en los torneos, que vistes en el liceo!...y además aquí hay pura gente sana, si usted viera la ciudad. —No te confíes, mira que yo he visto ¡mucho muerto cargando basura! —ja ja ja —sonrió. — ¿qué es eso? —Que donde tu menos crees, salta la liebre. Y hombre es hombre.

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—Bueno, ahora si como que te estoy entendiendo — manifestó con seriedad. — ¡pero abuela yo ahorita no ando en esas! De lo que estoy más pendiente, es de las misiones bolivarianas que vamos a traer para acá. Sin soltar el hilo de lo estipulado, le dijo: —Además ya estamos casi en luna llena y cuando esto ocurre Lobo Feroz recae a su instinto salvaje. Así que es mejor no salir a los caminos solitarios y si es necesario salir, entonces hacerlo acompañada. — ¡Pero! Y el señor Juan Ramón me dijo que no había peligro que Lobo convivía con nosotros y me habló de las batallas campales que tuvieron con el, pero que ya eso formaba parte del pasado y el can era uno más de la comunidad pedreñal. —Bueno —dijo buscando una excusa. — lo que pasa es que Juan Ramón con sus cuestiones ecológicas busca subsanar el daño hecho a la manada. Pero los lobos son peligrosos y traicioneros. Razón tiene Jesús Antonio de querer terminar con este, que nos dio tantas molestias. — ¡Peero abuela! Si en las transmisiones televisivas que pasan en National geografic, y en Discovery chanel, tratan de protegerlos y resguárdales sus hábitats naturales, casi siempre invadidos por los seres humanos. Ante los argumentos valederos que sacaba la muchacha, a cada momento, no le quedó otro remedio que mostrarle unas marcas de arañazos que se había dado con unos alambres de púa, arreglando el chiquero de los marranos. —Mire esto me lo hizo ese lobito en un momento que quise ahuyentarlo de mis gallinas, a Dios gracias que Juan Demetrio estaba cerca y me salvó de las fauces infernales de esa alimaña. Las cicatrices en sus piernas compadecieron a la muchacha, quien tomó muy en serio las preocupaciones de la abuela y temerosa esa tarde, le preguntó si la luna estaba llena. Esto lo aprovechó la abuela para darle el golpe final a su plan,

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enmarañando la imagen y proceder que tenía Lobo Feroz. Y le contó historias inventadas de la nada para que la muchacha agarrara escarmiento y evitar así un mal mayor que ella venia venir. No porque su nieta fuera una muchacha alegre de mala cabeza. Ese no era el caso, el caso era que la abuela entendía que cuando la naturaleza hacia su llamado, solo faltaba que todas las cosas estuvieran en su lugar para que luego vinieran las alegrías o las lamentaciones. Además estaba la razón principal que justificaba su accionar: propiciar el regreso de María Luisa a la ciudad, a fin de romper los artilugios que fraguaba Juan Ramón en su afán ecologista. —Es mejor prevenir que lamentar. — murmuraba para sus adentros. Conociendo las cosas que ya habían pasado, caviló y con mucha razón que era muy seductora la esbeltez que había desarrollado su nieta con el correr del tiempo y aunada a su capacidad de razonamiento y sagacidad para enderezar los entuertos que encontraba en el camino, su `presencia en la cofradía resultaba un peligro para sus intereses, y su prolongada estadía en Piedra Pintada una tentación para los hombres del caserío. — ¡Además! — pensó en voz alta. — como decía mi comadre Panchita: «en los meses de abril las muchachas se van con cualquier mandril». — ¿Que dijiste abuelita? —pregunto María Luisa. —Nada mijita, que ya se acerca los días de abril. ¡Y la noche también!, es mejor vaya a buscar a Juan Demetrio para que te acompañe hasta tu casa. Salió a su búsqueda, con la picardía en sus labios, pero no lo encontró esta vez, así que regreso con el afán de acompañarla ella. Cosa que rehusó aceptar su nieta. —No abuela y después usted regresarse solita. No, mejor yo me voy con cuidado antes que oscurezca.

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—Si mija, Dios me la bendiga. — Y así la despidió acompañándola un buen trecho del camino. 4 Los días pasaron por la comarca, pero María Luisa inquieta y escéptica, comenzaba a restarle crédito al cuento del lobo reseñado por su abuela. Conversando con sus primas notó, que ninguna le narró alguna historia de muchachas o personas atacadas por lobo alguno en los últimos años. Y eso que intentó varias veces, meter el tema en cada conversación que establecían en sus pláticas en las tardes. Lo que si le contaron muy emocionadas, fue de la historias de amor que habían vividos muchachas a la luz de la luna llena en los bosques de la aldea con sus enamorados o chicos. Hablaban de aquellos encuentros por las tardes cuando salían a comerse con los ojos, por el camino hacia el primor, y que con el correr del tiempo se hacían novios y de allí a los amoríos y a la pasión que se desbordaba como rio crecido. Y le dijeron que si había un lobo montañés quizás fuera un tal Pedro, un hombre del pueblo de Canoabo, que comerciaba en el caserío. El hombre en cuestión, tenía de todo tipo de fama: de coleador, de cazador, de picaflor y parrandero y según las malas lenguas le gustaba merodear por el bosque, y galantear a las muchachas que se atrevían a pasar, solas, por ahí. María Luisa pensó para sus adentro que ella no iba a caer nunca en los brazos de ningún pueblerino y menos en las garras del tal Pedro. Pero lo que no se creyó ni un minuto más fue la historia de su abuela, sumo dos más dos y le dio como resultado un plan para asustar a su abuela y cobrarse así la preocupación y los temores que tuvo por los días anteriores. — ¡Con que el cuento del Lobo feroz! —Musitaba entre dientes, al tiempo que sonreía maliciosamente.

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Una idea se le atravesó en el lóbulo frontal, como si de un rayo se tratara. De un salto se levantó del banco de madera, y salió como un trueno, susurrando: — ¡yo le voy a dar su Caperucita roja! Mientras se acercaba a su casa entrelazó en su mente la historia de la muchacha atacada por un lobo hambriento y feroz que apareció de repente del monte y ella la pobre, se salvaba con su astucia y valentía venciendo al lobo con habilidades de artes marciales. Al llegar, a casa, inmediatamente comenzó a tramar en su cuarto su primera aventura. Busco la ropa adecuada, pero no lograba encontrar lo que buscaba con afán entre la ropa vieja y atesorada en el baúl. — ¡al fin la encontré! —gritó de alegría Con los ojos brillosos y el corazón palpitante, apretujaba la caperuza de color rojo que le regalo su mama cuando cumplió siete años, el contacto con la tela la transporto como en un sueño, develando aquellos momentos de infancia, donde cada vez que iban a salir por la tarde doña Asunción le obligaba ponérsela para protegerla del frío, o cuando debían oír misa en el pueblo, o al visitar a los amigos, o ir a la casa de la abuela. Nunca supo de donde sacó su madre aquella caperuza. Así como nunca le gustó por las burlas que incitaba en sus amigas y compañeros de escuela que le decían: «caperucita, caperucita, caperucita roja». Soporto un año de burla porque a los ocho años tuvo que marcharse al pueblo y después a la ciudad, a casa de su tía, a continuar con sus estudios. Cuando aquella tarde partió al pueblo, dejando atrás su niñez, se alegró por sus estudios; pero también porqué más nunca usaría aquella caperuza que guardó para siempre en el baúl de la ropa vieja, sin saber que el destino le entretejería un nuevo encuentro con ella. Sus remembranzas fueron interrumpidas por la entrada de su madre invitándola a visitar a su comadre Panchita. Cuando la vio salir del cuarto inmediatamente cristalizó la idea en su mente, seria la Caperucita Roja de Santa Marta. Con la treta

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mataría dos pájaros de un solo tiro, le echaría la broma a la abuela y se cobraría las burlas a sus amigas de infancia, y ahora sus enemigas dobles, porque se habían alineado con Jesús Antonio en su afán de desprestigiar y menospreciar los aportes que solicitarían al gobierno. «Esas son puras tonterías, ya saldrán de su espejismo los inocentes estos», esgrimía Jesús Antonio a quien poco le importaba si la gente aprendía a leer y escribir, a él lo que le importaba era encontrar el segundo petroglifo, y últimamente pensaba en Juana Elena y sus amigas, como aliados. La muchacha ordenó sus pensamientos rápidamente y se dio a la tarea de terminar de encontrar el resto de la indumentaria. Quería prepararse muy bien para su papel de caperucita y demostrarle que María luisa tenia los pies bien puestos sobre la tierra. Chequeó que todo estuviera en orden y guardó las cosas en el escaparate, más tarde establecería como iba vestirse finalmente. Esa noche se acostó a dormir temprano y se quedó dormida, mientras en su mente se recreaban todas las tretas que haría en el poblado. Soñó con ser una heroína jugando a las aventuras con el lobo en plena montaña. Haciendo que la abuela se preocupara y la buscara. Se despertó de repente cuando el lobo en una transformación antinatural se convirtió en un hombre, que la perseguía mientras su ropa se desprendía de su cuerpo quedando entre las ramas de los arbustos. Ambos desnudos y cansados se desplomaban sobre el suelo, envueltos en un torbellino de caricias, sobre un inmenso colchón de hojas en medio del bosque oscuro, alumbrados por las estrellas y la luna llena. El aullido del hombre y el gorgoteo de su éxtasis, hicieron estremecer su cuerpo humedeciéndolo bajo las sabanas. Se despertó preocupada por el destino que pudiera tener la treta pero se dijo que el plan ya estaba trazado y pensó para sí, que una broma inocente como esa no haría daño a nadie. Cerró los ojos y se volvió a dormir, murmurando una oración, esperando que el nuevo día borrara la última parte del

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sueño que le despertó el cuerpo de mujer y el deseo de redescubrir sus sentidos. El resto de la noche durmió plácidamente acompañada por el canto de los grillos y el aullido de los perros, motivado quizás por el efecto de la luna que se observaba grande, brillante, e imponente en el infinito cielo nocturno del bosque de Santa Marta. 5 Llegaban los días finales del mes de marzo. Equinoccio de primavera. El exordio al renacimiento. Los últimos vientos veraniegos que llegaban del norte, con olor a musgo y a conchas de crustáceos del mar, se mezclaban con la suave brisa ligeramente fría que bajaba de la montaña, formando pequeñas ráfagas de aire o ventiscas que refrescaban el ambiente y golpeaban el techo de las casas. En caracas centro del poder de la República bolivariana de Venezuela, la Organización de Estados Americanos representada por el ex presidente de la República de Colombia, Dr. César Gaviria, y el Centro Carter, refrendaban una vez más la obligación que tenía la oposición de reparar un número significativo de firmas que al presentar irregularidades, fueron rechazadas por el Concejo nacional Electoral. Una vez más los opositores al gobierno se proponían vencer a Chávez. Esta vez se olvidaban de los golpes de estado y los paros. Ahora buscaban el marco legal de la constitución que les permitiera implementar nuevas estrategias en el campo político. Y así encontraron la figura del referéndum revocatorio, articulada en la constitución de 1999. Ahora todos juntos en la coordinadora democrática se trazaban el objetivo de recoger el veinte por ciento de las firmas del electorado, y así activar entonces el referéndum revocatorio. La calma cobijaba al país por momentos, la oposición se encausaba por el marco legal establecido en la constitución Bolivariana. Se destrababa el juego político al respetar a los árbitros que mediaban los

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acontecimientos que a diario surgían. La Asamblea Nacional, el Tribunal Supremo de Justicia y el ente Electoral, gozaban del respaldo de la organización Americana y el centro Carter. Las instituciones recibían una vez más el espaldarazo de los pueblos del mundo.

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La caperucita roja

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E

l día amaneció como amanece en todo pueblo rodeado de montañas. Con el canto de los gallos, el trinar de los pájaros, el frió de la mañana y el olor a café recién colao’. Aroma atrayente, acompasada del sonido mágico del agua caliente al chorrear por el colador. Fragancia matutina que invitaba a levantarse y acercarse a la cocina, para tomarse el agradable líquido, que terminaría de espabilar el cuerpo. María Luisa amaneció afanosa como el día, colaborando con su madre en las labores mañaneras. Ayudó con los oficios de la casa: regar las matas, echar comida a las gallinas y barrer el patio. Luego, como a eso de las nueve y media de la mañana, se fue a la plazoleta donde Juan Ramón estaba convocando a la comunidad, para sumarse a la protesta por la venta ilegal de las tierras, y la madera, del piedemonte de Santa Marta. Llevaba cuatro días de reunión en reunión poniéndose de acuerdo con el flaco Simón, ultimando los detalles para la protesta.

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Simón era un hombre alto y delgado, muy respetado en la comunidad de Canoabo y sus pueblos vecinos. En sus tiempos mozos formó parte de aquella resistencia, que en los años sesenta y setenta agarraron la montaña como sus cuarteles para enfrentar los gobiernos puntofijistas que golpeaban al pueblo. Ahora, estaba en su madurez biológica y política, y sin perder su filosofía de la vida se enfrentaba una vez más a los poderosos. Ahora, al igual que en el pasado, también contaba con sus viejos camaradas, quienes después de largo tiempo de luchas clandestinas, habían encontrado en Chávez un líder que luchara por el pueblo y su gente. «Hay va el flaco Simón. — comentaba la gente, cuando lo veían pasar. — ¡estuvo en la guerrilla!, quizás combatió al lado de comandante Douglas Bravo». Ambas figuras emblemáticas por sus luchas en favor de la igualdad social, eran héroes anónimos en el pueblo. Hoy por hoy, la guerrilla y los guerrilleros eran cosas del pasado en Venezuela, fueron aquellas figuras fantasmales que trasponían las montañas, en defensa de los derechos del pueblo, de los más necesitados. Ahora, muchos de ellos deshojaban las margaritas del tiempo al lado de la oposición, de los capitalistas. A muchos venezolanos de la vieja guardia del movimiento al socialismo, les dolió en el alma ver a Pompeyo y a Teodoro en las filas de aquellos contra quienes lucharon tantos años. « ¿A dónde fueron a parar aquellos años de lucha?», se preguntaba la gente del pueblo. Pero los que nunca se tragaron ese anzuelo fueron los estudiantes universitarios. Ellos descubrieron su doble figura, sabían que muchos izquierdistas, ha mediado de los noventa, estaban caminando por la cuerda floja, deshojando margaritas con los poderosos. El flaco Simón nunca perdió la brújula, ni el sentido de sus luchas. Siempre seguía siendo un hombre de pueblo y con la ayuda de su viejo camarada José Vicente, se proponía enfrentar una vez más al poder económico, por los derechos de su gente.

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2 La mañana estaba fresca, ventilada por una suave brisa que venia del portal de los conucos. En las calles, algunas gallinas cruzaban hacia los jardines vecinos con su parva de polluelos. Acullá, Julio Martínez, el alfarero, montado en su burro se aprestaba a coger el camino para el pueblo. Mas tarde subiría a una de las busetas de la cooperativa de transporte “José Theis”, y de allí a la ciudad. El propósito del viaje, asuntos de trabajo. Al lado de Santa Bárbara, Juan Ramón iniciaba la tertulia. — ¡Buenos días tengan todos! — ¡Buenos días! —respondieron los lugareños —Esta pequeña reunión, es para informarles que mañana parte una caravana, desde Canoabo hasta Cocorote. Más de treinta carros rústicos nos acompañarán en el recorrido. Nosotros cruzaremos el portal de los conucos y nos encontraremos con ellos en el camino. El flaco Simón, miembro principal del grupo ecológico “guardianes de las cuencas”, había agotado todos los recursos legales para detener el ecocidio que pretendía ejecutar la empresa manufacturera de pulpa de papel. Gente de mucho dinero y poder. Ante la burocracia y desinformación que existía, solo restaba una acción de protesta por parte del pueblo, de tal manera que llamaran la atención del ejecutivo nacional, y así sus amigos mandaran a inspeccionar la zona, y dieran en cuenta que se trataba de una cuenca, y no una zona boscosa libre de manantiales, como ellos lo describían en su informe. — ¡hay que parar la tala indiscriminada, hasta que llegue el gobierno! —les anunciaba Juan Ramón. —Esa pobre gente tiene razón —intervino Juan Demetrio. — mi comadre Santa y su vecina Mireya andaban antier como desesperadas. Las mujeres, casi lloraban por la poca ayuda que recibía de las autoridades locales. Pero secaron sus lágrimas y

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trasformaron la rabia en voces de protestas que recorrieron el pueblo, llegando a oídos del flaco Simón quien comprometido con las luchas sociales les dijo: «Mañana paso por allá, para ver cómo es la cosa», y así fue como sus ruegos encontraron justicia. — ¡Mire! yo vi con estos ojos como salía aquel barro por la tubería del agua, un amasijo espeso y jediondo. ¡Pobre gente, hay que ayudarlos!—agregaba Juan Demetrio. —Muy cierta tus palabras juan Demetrio —sustentó Juan Ramón. — Santa y Mireya han dado la cara por su gente. En los días postreros, ambas mujeres pegaban el grito al cielo, y la tristeza se convirtió en rabia, al ver cómo salía barro por el chorro del agua, cuando antier salía el agua pura y cristalina de las montañas. « ¡No podemos permitir que los grandes empresarios nos roben nuestras vidas!», con esa consigna de lucha salieron a buscar ayuda. Hoy el flaco Simón y Juan Ramón, daban respuestas a sus plegarias. «En estos momentos, son ellos los que sufren, mañana seremos nosotros los que suframos la invasión de nuestras tierras», les aseguraban los hombres de montaña. —No debemos permitir que talen nuestras montañas, para convertirlas en un trozo de papel que pronto estará en cualquier basurero. ¡No a la tala!, gritémosle ¡fuera! a los criminales de nuestros bosques. —La apasionada María luisa tomaba la palabra, llenando de ánimo y alegría a los presentes. Los aplausos y vivas, de la gente que se sumaban al acto, acrecentaban el calor y el compromiso de respaldar al caserío vecino. Mañana seria el día de la verdad, el día de demostrar que la unión de los más débiles hacia la diferencia contra los fuertes. La reunión se prolongó hasta casi el mediodía, informando sobre los pormenores de los programas sociales que ya venían en camino. La plazoleta seria el centro de ventas de los productos de la misión mercal, en común acuerdo se designó al señor Pablo Jesús, dueño de la bodeguita, para que

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vendiera los alimentos. Dentro de pocos días estarían los productos allí. Pollo, carne, enlatados, azúcar, arroz, harina de maíz, y muchas otras mercancías de la dieta básica. Y lo mejor, a precios asequibles para la gente. Pronto llegaría la misión Robinson, e igualmente en pocos meses arrancaría la segunda oleada de la misión Ribas en los salones de la Escuela Pimentel Coronel de Canoabo. Los comentarios de los últimos acontecimientos circulaban al paso de las horas. La tarde encontró a los vecinos comentando los pormenores de la protesta, a través de la empalizada que los separaba. 3 La mañana del día siguiente, avanzaba al paso de la caravana de los rústicos que dejaban el polvero sobre las hojas de los arbustos. Decenas de personas caminaban vigorosamente, mientras el flaco Simón y Juan Ramón los alentaban con sus consignas. Cuando llegaron al sitio, muchos árboles centenarios yacían en el suelo. Rolas de hasta metro y medio de diámetro permanecían sobre el suelo irregular, a la espera de que las cargaran. Los destrozos abarcaban más de una hectárea, y la carretera temporal serpenteaba adentrándose hacia la cumbre de la montaña. Lobo Feroz recordó cuando invadieron sus dominios y miró a su amigo, de un salto cruzó una hondonada, y Juan ramón lo siguió, quizás le mostraría el camino a los manantiales. Y en efecto hasta allá los condujo. En breves instantes llego el camarógrafo, un camarada del flaco Simón, trabajador de la universidad Simón Rodríguez, el muchacho filmó la tierra desplazada, por las grandes máquinas, hacia el caudal de la naciente del manantial. En el patio de la madera, “el chivo” un lugareño de la sabana, Julio Martínez “el alfarero” y otros compañeros, más, descubrían escondidos entre los arbustos dos D7, máquinas, con los cuales desforestaban y arrollaban las cuestas y declives. En breves momentos ya estaban envenenándoles los tanques de gasoil,

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con azúcar y otros polvos mágicos para trancar el motor. La reacción de los empresarios no se hizo esperar, a golpe de once de la mañana llegaba la respuesta, los dueños de la maquinaria habían puesto la cantaleta cuando les informaron que sus armatostes estaban arruinados. Trataron de buscar culpables, entre decenas de manifestantes, pero el flaco Simón le dijo a su gente que se anduvieran tranquilos que ya venía en camino un emisario del gobierno, camarada de la vieja guardia. Al mediodía el gentío marchaba de regreso, bajo el sol ardiente, habían logrado su objetivo. El gobierno tomaba cartas en el asunto, prohibiendo la venta ilegal de la madera. Habían descubierto que los papeles de propiedad no estaban en regla y que la desforestación afectaban los manantiales y a un grupo considerable de personas. Mientras la multitud bajaba alegre a sus hogares, atrás quedaba la barbarie, la huella del hombre, en espera de que la madre naturaleza poco a poco se encargara de arreglar las cosas. María Luisa llegó un poco cansada por la marcha y se encerró en su cuarto. Necesitaba dormir su siestecita. Lobo Feroz en concordancia con la muchacha, también se aprestaba a entrar a su madriguera, e igualmente se disponía a dormir la modorra de la jornada. El canto de un gallo batiendo sus alas, y el golpe seco del hacha sobre un trozo de leña, irrumpieron el silencio que boqueaba al paso de las horas. Sentado sobre una silla de cuero, y recostado de la pared, Juan Demetrio conversaba con Inés María en la bodeguita. Con la quietud que lo caracterizaba, se fumaba un tabaco mientras esperaba el pedido que el señor Pablo Jesús le preparaba. 4 Los atardeceres de Santa Marta se pintaban con las acuarelas de bandadas de aves que cruzaban los cielos despejados; con el brillo áureo del sol que reflejaba sus rayos sobre las cumbres de Agua Clara; y con la sombra de la

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montaña que avanzaba en la medida que avanzaba la tarde. María Luisa, en su casa, se paseaba un poco nerviosa, dudaba en salir, o no salir, con la caperuza roja. Pero luego en un alarde de aventura y rebeldía decidió que ya las cartas estaban echadas y solo había que jugar, y en el juego existía el riesgo de ganar o perder. Eran las cuatro de la tarde cuando se vistió, tomo su morral escolar, y se marchó a casa de su abuela. Cuando algo va a suceder, sucederá. Pues, en la plazoleta se encontraba Juana Elena y sus amigas que conversaban animosamente como siempre lo hacían. La vieron venir y al primer instante se sorprendieron, no encontraban palabras que decir, luego se miraron a los ojos y como un rayo de luz aparecieron los recuerdos guardados en el fondo de sus memorias. En un pestañear de ojos encontraron las cantaletas que les hacían de niñas. Abrieron sus bocas y en coro empezaron a gritarles: — ¡Caperucita Roja, Caperucita Roja! — en medio de risas y burlas. María Luisa, la “Caperucita Roja”, no se inmuto. Antes le molestaba, pero como ahora el nombre formaba parte de su personaje recién creado, sonrió sin mostrar molestia. — ¡Ahora nos vemos! — les dijo. Las saludó con ironía, con una sonrisa de novela, que la misma Juana Elena no pudo digerir. Acentuó el caminar y continuó el rumbo a casa de doña Encarnación. Las otras chicas aunque reían y le gritaban, pensaban que les estaba jugando una broma, o había perdido un tornillo. Dieron por sentado lo último y salieron a llevarles el cuento a los demás. La caperucita, alegre porque había dado el primer paso, canturreaba por el camino. A mitad de trayecto se encontró con dos señores del caserío. Y luego con un grupo de muchachos que montaban a caballo, al frente sobresalía Francisco José con su yegua Rosalinda, el brillo dorado de su pelaje resplandecía con el sol de la tarde. Los muchachos se orillaron dejándole

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todo el camino para contemplar el paso de aquella hermosa flor silvestre. Mientras admiraban su encantadora figura, los piropos afloraron en el aire como el canto de los pájaros. — ¡Para donde va usted mi reina que yo la acompaño! —le ronroneo Francisco José adelantándose a sus compañeros. —No gracias. —dijo la caperucita sonriéndole con picardía. —Cariño déjeme que la acompañe, que por ahí sale el silbón. —le hablo emocionado Cristóbal, un muchacho de cocorote que estaba de visita por el asunto de la caravana. — ¡Cual silbón ño’ loco, acaso estamos en el llano! — señaló José Rafael, y ante la broma todos se echaron a reír. — ¡Roja rojita, mi caperucita! —le grito, ahora, Francisco José. 5 — ¡Abuela, abuelita! Gritó María Luisa, y entró de sopetón, corriendo a la casa, en el preciso momento que la abuela se disponía a salir al escuchar el espaviento en el camino. El choque fue inevitable menos mal que la abuela era una mujer fuerte porque si no, las aventuras de caperucita hubiesen sido muy cortas. Se recuperaron del encontronazo, y entre risas, nerviosismo y emociones le contó a la abuela que un lobo la persiguió y trato de atacarla. Un lobo despiadado y de mandíbula infernal como ella lo había descrito. Con la angustia en el semblante, le comento que se le arrojó de pronto, saliendo entre los arbustos. Del encontronazo cayó al suelo y se cubrió el cuerpo con el moral cuando le lanzo los zarpazos. Luego en la revuelta desapareció de pronto. Que fue tan rápido, como una visión fugaz. Mientras ella le hablaba, la abuela mal encarada y molesta, aún, por el encontronazo, la revisaba por todas partes. La ropa entierrada y su atuendo desarreglado le indicaban que la muchacha había tenido una lucha. María luisa, por su parte,

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aguantaba las ganas de reír al ver que su treta estaba dando resultado. — ¡Ahora no le voy a tener miedo a ese condenado lobo! — ¿Cómo era el lobo? La interrogo. — ¡Un animal grande y fuerte! De color marrón, con machas oscuras. Le dijo refiriéndose algún lobo visto en una revista o libro de estudio. Los signos de preocupación calaron en su antecesora, recordó que Lobo Feroz como le decían, no correspondía a la descripción hecha por su nieta. La duda comenzó a carcomerle la razón. “Dos cosas pueden estar ocurriendo — pensó. —o Lobo Feroz se puso loco; o María Luisa me está echando una lavativa”. Las cosas estaban dando un nuevo giro y no le estaba gustando lo que pasaba. Recuperándose de las emociones, se fijó en la caperuza roja y le pregunto: — ¿Qué es eso, porque cargas esa caperuza? —Hay abuela, si por ahí merodea un lobo siniestro, entonces tiene que existir también ¡Caperucita roja! Y esa soy yo. Luego le volvió a preguntar, muy seria porque no sabía realmente que estaba sucediendo. — ¿De dónde sacaste ese traje? —Te acuerdas de aquel traje que me regaló mi mamá, cuando tenía siete años, me lo compró como tres tallas más grandes ¡mira, ahora es que me va bien! La abuela la miraba recordando los días postreros, mientras ella le daba a entender que era una valerosa chica que no se dejaría asustar por ningún lobo. Aquello la preocupo mucho, la muchacha estaba tomando riesgos para mostrarle que tenía coraje, que no creía en cuentos de caminos y podía resolver las ecuaciones algebraicas de la vida en un abrir y cerrar de ojos. Pasándose la mano por la barbilla, razonaba y sospechaba que tal vez el tiro le había salido por la culata, que había

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menospreciado la sagacidad e inteligencia de su nieta. Sabía que la muchacha tenia temple producto de sus prácticas de artes marciales y su participación en viajes de montaña con los Boys scouts de la institución donde había logrado el grado de jefa del clan. Había visto las condecoraciones logradas con mucho esfuerzo. La “Barra Vigor Scouts” en oro por permanecer dos años en la organización y la “Flecha de Oro” lo cual la acreditaba con conocimientos básicos necesarios para el desarrollo de la vida al aire libre. Ese era el aura de preponderancia que no le gustaba ver en su nieta, y que causaba comentarios y malentendidos en una gran parte del caserío. Pensó que era mejor dejar correr las cosas y que se apagaran solitas, total Lobo Feroz ya estaba viejo. Había vivido más tiempo que cualquier lobo salvaje, y eso la calmaba, aunque siempre opinaba que los lobos nunca perdían la maña. Así que dio por sentado que el correr de los días borraría el lance ocurrido, y su estocada mal ejecutada. —Mija, yo le dije que tuviera cuidado que a Lobo feroz le pegaba la luna llena. —comentó haciéndose la desinteresada. — ¡abuela!, y tú estas segura que fue el…pues yo creo que fue otro…si supieras que Lobo Feroz fue quien nos guio hasta los manantiales. — ¿Cuáles manantiales? — pregunto un poco desorientada, ante el cruce de hechos. — ¡hay abuela los del caserío Cocorote! —Si pudo haberlo hecho, pero esos bichos son traicioneros. Uno no sabe cuándo procederán en contra. — ¡Hay abuela!, desde que curucuteas con Jesús Antonio, le has agarrado saña al pobre Lobo. La doña agrió el rostro inmediatamente. Cada vez que le nombraba, últimamente, a Jesús Antonio, sentía una punzada en las costillas. Y ese reflejo lo captaba rápidamente su nieta, a sabiendas que, ambos, se traían algo entre mano. Se hizo como que la cosa no era con ella, le barajó el tiro buscando que la

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muchacha no presintiera la intención que tenia de evitar que entrara a formar parte de la cofradía. El exacerbo que comenzaba a roer la confianza que existía entre ambas, era el precio que tenía que pagar para mantener sus ambiciones. Así que bajo la guardia y cambiando el semblante le dijo: —Bueno, y en fin, por el barullo que llevaba la gente cuando pasaron, veo que detuvieron el saque de madera, ¿cómo estuvo eso? —Mire abuela si usted hubiera ido. ¡Qué gentío!, y en un santiamén encontraron motosierras, dos máquinas grandotas de color amarillo, y otros aparatos más. Mientras se tomaban el café, la muchacha le conto los pormenores ocurridos durante la caravana. Ante el ocaso de la tarde, la doña mostraba preocupación y le daba consejos y la animaba a marcharse temprano, porque ya se estaba haciendo demasiado tarde y era peligroso andar de noche por el bosque. Si antes la abuela se preocupaba por los muchachos del pueblo ahora se preocupaba por la muchacha capaz de inventar sus artimañas, mejores que las de ella. “esto como que se hereda”, pensó. También sentía preocupación por aquellos reflejos de conciencia que le censuraban aquella lealtad a la posición de Jesús Antonio, quien no veía con buenos ojos el nombramiento de su nieta. Cuando pensaba en esas cosas se le hacía un tarugo en la garganta, pero como siempre juraba y perjuraba, a su conciencia, que lo hacía a bien de su nieta. Una vez más las cosas giraban en su cabeza, y le dijo: —hablare con Jesús Antonio sobre el lobo que te atacó. Tiró de la oreja cariñosamente, a su nieta, para que se fuera. Y allí era cuando la conciencia la hostigaba, cosa que ella disipaba dándose unos manotazos por sobre la cabeza. Avanzaba rápidamente la tarde cuando se despidieron. María Luisa, ahora la “Caperucita Roja”, se marchó con una sonrisa que indicaba que todo había salido como lo había planificado. Aquella lucha por implantar su personalidad en la mente de su

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abuela, esparcía su creatividad hasta el límite. Hasta el vecino Juan Demetrio se tragó el cuento, que la doña le comentó tal como sucedieron las cosas, para no entrar en detalles. 6 La muchacha llego a su casa casi oscureciendo, se bañó, comió y salió a pasear con sus amigas. Estaban en la plazoleta cuando se les acerco Ernesto Daniel y le pregunto sobre la arremetida que le había dado el lobo. — ¿Qué fue lo que te paso, cuéntanos? — ¿y cómo lo supiste? —Tu abuela tuvo una conversación con mi papa y el me comentó el asunto. Aquello la tomó por sorpresa, porque ese interés de su abuela de venir, casi a sus espaldas, para conversar con Jesús Antonio. Ahora sacaba en cuenta por qué la censuraba mucho últimamente, su accionar daba entender que algo la estaba molestando. Y esto solo significaba que había gato encerrado y temía, como ya la conocía, que ella husmeara entre las paredes. Siguiendo su comedia, les ilustró que camino a la casa de la abuela, escucho unos aullidos fuertes, de lobo, en el bosque. Esto lo aprovecharon sus compañeras para enzarzarles con burlas. Cuando Juana Elena se enteró, no quiso esperar, y salió como una tromba a buscar a sus camaradas. Por el medio de la calle venían las tres y le pasaron cerca con un barrullo que parecía de feria. —Cualquier ruido en el bosque le asusta, ¡pesando que son fantasmas!, le grito Juana Elena. — ¡Sería el hombre lobo en parís!, ja ja ja —O los monstruos que vio en las películas; como King Kong y Frankenstein, dijo la otra. El grupo continuó calle abajo con su cantaleta. Todo ese ruido formaba parte del plan orquestado por Jesús Antonio, y estos muchachos sus marionetas. Como era de esperarse los

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comentarios hacia ella terminaban en risas, pero con la diferencia que María luisa también rió esa tarde y a carcajadas. Esto no lo entendieron sus amigas y enemigas pero para ella estaba clarito. También se le paso por la cabeza que esto estaba saliendo mejor de lo que había premeditado, algo escondía la cofradía y tenía que averiguarlo. Era bien entrada la noche cuando se marchó hacia su casa, pensando que había cerrado con broche de oro, su primera aventura como Caperucita Roja. 7 Mientras los jóvenes entretejían y desdoblaban sus pasiones. Los integrantes de la cofradía no estaban muy lejos de ese laberinto emocional. En la escuelita, sitio de reunión, estaban todos congregados. El reloj marcaba las nueve de la noche cuando dieron inicio a la reunión convocada con carácter de urgencia. Trataban de llegar a un acuerdo sobre la búsqueda de aquello innombrable, porque las paredes tenían oído cuando de secretos se trataba. Afuera Simeón Andrés vigilaba que nadie se acercara al lugar de reunión, estaba preocupado porque momentos antes vio cuando doña Encarnación comentaba a solas con Jesús Antonio. Trancó la puerta principal al momento que Juan Ramón le cedió la palabra a Jesús Antonio, quien traspiraba una mezcla de rabia y desesperanza. «Bueno señores —dijo tratando de calmarse. — todos sabemos muy bien cuál es la situación actual en el caserío. Y mi razonamiento es el siguiente ¿acaso han olvidado a que vinimos? ¿Vamos a echar al olvido algo tan valioso, y nos vamos a preocupar por refundar un caserío que ya a estas alturas debería ser un cuento, una anécdota para nosotros? ¿Qué paso con aquella alegría cuando encontramos el primer petroglifo? ¡Acaso no significaba que estábamos bastante cerca! ¡Piénsenlo señores! ¡Piénsenlo!» Sus interrogantes y exclamaciones centraron la atención en él. Un ligero murmullo de voces apareció mientras se sentaba.

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Juan ramón lo miró y le sonrió, sabía que la cuestión no estaba fácil, ya le había dado muchas largas al asunto y el momento era para poner las cartas sobre la mesa y llegar a un acuerdo que ni el mismo sabia como se iba a plantear. Así que levanto la mano y pidió la palabra. Acción que concedió inmediatamente doña Asunción quien fungía como secretaria y apoderada de su madre Encarnación, a quien no le gustaban las reuniones. «Bueno amigos —dijo mientas se levantaba del asiento. — todos sabemos muy bien a que vinimos. Y esa es una verdad que no podemos refutarle a nuestro amigo Jesús Antonio, y mucho menos si recordamos aquel momento cuando encontramos el primer petroglifo. La alegría nos elevó por encima de las copas de estos inmensos árboles, pues teníamos la gloria en nuestras manos.». Hizo una pausa y luego preguntó. — ¿Qué tiempo teníamos asentado, ya en la montaña? —Era octubre y ya íbamos a cumplir un año. — señalo Jesús Antonio un tanto entusiasmado. « ¡Un año!, y la mitad del camino ganado. —dijo Juan Ramón. —Pero luego, hasta ahí nos llegó la suerte por más que buscamos no encontramos ese bendito segundo petroglifo, un espiral concéntrico con puntos a su alrededor, que nunca apareció. Y luego aquella batalla interminable con Lobo Feroz, que nos consumía las energías y despertaba la rabia. ¡Pero luego vino la tregua! ¡También llegaba la revolución a nuestros campos! Y me di cuenta que el movimiento de tierra en las laderas había creado un impacto de alto nivel, con graves daños y repercusiones negativas en muy poco tiempo. Nuestros intereses personales nos estaban impulsando a pasar por encima de la naturaleza. Y el resultado no se hizo esperar un alto nivel de erosión, que nos obligó a reforestar poco a poco el lugar y a crear conciencia para recuperar prontamente el ecosistema cerca de la ribera del rio cocorote. Todo esto despertó en mi mente aquello por lo que siempre había soñado,

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así fue como comencé a dejar a un lado la quimera de lo que nos había traído hasta aquí». — ¿pero por qué abandonar nuestro sueño, acaso no podemos hacer ambas cosas? Interrumpió Jesús Antonio febrilmente. El amigo no le respondió y se quedó pensando momentáneamente. Llevaban casi diecisiete años levantamos piedras, escombros y removiendo laderas buscando aquel petroglifo, que junto al primero con representación de hombre barrigón y dos círculos concéntricos en el estómago, les mostrarían el camino. Fue como si se lo tragara la tierra, como si un terremoto lo hubiese sepultado. Cuando hicieron los pozos sépticos aprovecharon para buscar, sin resultado alguno. El señor Pablo Jesús quien había traído una maquinita milagrosa: la que encontraba de todo, fue testigo de que su aparato no arrojó resultado alguno. Aquellas brújulas se pusieron locas. Sus manecillas aleteaban de izquierda a derecha, algunas veces giraban y giraban hasta que se detenían, para luego comenzar a moverse de izquierda a derecha nuevamente. Nadie entendía aquel magnetismo que existía allí, y tampoco lo relacionaban con los petroglifos. Estaban únicamente interesados en su búsqueda, así que aquel aparato pasó a formar parte del arsenal que guardaba Juan Ramón en el cuartico, cerca de los carrales de los burros. Allí también había trozos de ramas con forma de “Y”, de diferentes árboles, y los péndulos con puntas de cuarzo, amatista y otras piedras que fueron utilizadas infructuosamente en la búsqueda. Por eso todos se quedaron tranquilos cuando Juan Ramón pronunció: — ¡No amigo Jesús, si hemos buscado! Quizás no nos corresponde encontrarlo a nosotros. Ante tales palabras, los presentes se vieron a la cara y encontraron razones que justificaban y dejaban en claro su posición. Quizás estaban pescando dentro de una bañera, dejándose llevar por las ilusiones, y su líder quería sacarlos de

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esa tupida neblina que no los dejaba ver. No quería que se perdiera todo aquel esfuerzo hecho con sudor y sacrificio. Les hacía ver que ya no se trataba de solo ellos, ahora veinte y tres familias vivían en la montaña en armonía con la naturaleza y con los caseríos vecinos. — ¡Esto es la realidad!...lo otro es una quimera, una ilusión muy bonita para ser verdad. —Pero yo quiero y me sostengo de esa ilusión, que está escrita en una carta que tú y yo sabemos que es auténtica. Ella nos trajo aquí, y nos mostró el primer petroglifo. ¡Vamos amigos busquemos el segundo, y convirtamos la ilusión en realidad! Los oyentes no sabían a qué atenerse, si a las palabras claras y concretas de Juan Ramón, o a la esperanza y pasión de Jesús Antonio. Estaban en un dilema rodeado de argumentos valederos, la cofradía debía de buscar una salida a la coyuntura presentada. Doña Asunción mantenía su palabra, desde su asiento comentaba que deberían de llegar a un acuerdo a la brevedad, a sabiendas que a nadie le amargaba un dulce, pero que también debían entrar en razón. —Hemos buscado tanto, y escarbado tanta tierra que parecemos unos Bachacos cruzados con Cachicamos. —les aseguro, graciosamente. No se hicieron esperar las risas y los aplausos, que ahogaron el pequeño recinto, mientras ella como secretaria anunciaba: « ¡ahora entramos en consenso para buscar un acuerdo!» Después de más de una hora de deliberaciones llegaron a un convenio. El cual dejaron asentado en el libro de actas de la cofradía, con la firma de cada uno de los miembros. Concluido el acto de las firmas, doña Asunción procedió a leer el acuerdo, que decía lo siguiente: «Hoy doce de abril del 2004, a las diez y media de la noche, los miembros de la cofradía de Piedra Pintada llegan al siguiente acuerdo. Primero, que la búsqueda

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se reiniciará a partir de este acuerdo, formando dos grupos de trabajo para intensificar las labores y lograr el objetivo. Pero con la condición de no crear movimientos de tierras de alto impacto. Segundo, que el resto de la comunidad, ni siquiera los familiares cercanos deben saber de esta búsqueda, porque se perdería el interés por el poblado y este sería luego arrollado y destruido. Tercero, que pasara lo que pasara, la carta y este acuerdo se quemaría el día que se celebrara el decimoséptimo aniversario de la fundación del caserío, cuya fundación data del 26 de noviembre de 1987, no debía de quedar evidencia de que eso existió, al final debe quedar como un mito o leyenda. Cuarto y último, una vez que se cumpla el tercer acuerdo, si alguien de la cofradía tiene interés en buscar de nuevo, tendría que hacerlo por su cuenta, y perderían el reconocimiento de ser un miembro fundador de Piedra Pintada y por lo tanto no debería de permanecer más en el caserío. Firmado por los siete miembros de la cofradía». Al terminar de leer, el pacto de honor. Los presentes se dieron un abrazo y estrecharon las manos en señal de conformidad. Todos se alegraron cuando Jesús Antonio y Juan Ramón estrecharon sus manos mostrando alegría en sus rostros. El reloj de pared ubicado por encima de la pizarra, marcaba las once y cuarenta y cinco minutos de la noche, cuando salieron a las afueras del recinto. La brisa soplaba alegremente y el cielo vestía de fulgores titilantes. En la plazoleta un viejo amigo los observaba, Lobo Feroz se acercó alegremente moviendo la cola a Juan Ramón, mientras Jesús Antonio se colocaba en el otro extremo poniendo cara de pocos amigos al can. Las cosas en piedra pintada estaban tomando caminos entreveraos, al igual que el momento político que vivía la nación. Las situaciones se aclaraban y se enmarañaban en un abrir y cerrar de ojos. Por un lado la cofradía al fin llegaba a un acuerdo y por el otro, lo que parecía una inocentada de muchacha, aquel juego de María Luisa convergía

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a desembocar en un laberinto de avaricias, intereses, incredulidad, y codicia. La duda aparecĂ­a por todos lados. La atmosfera que se respiraba no era el aroma del campo, mĂĄs bien era aquello que circundaba por el aire sin color y sin esencia. Era la percepciĂłn de lo oculto.

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La doncella de la montaña

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a primavera continuaba en su afán de despertar la naturaleza, adormecida por el invierno del año anterior y asfixiada por el calor del verano. Por doquier brotaban las hojas y flores. Los animales empezaban a construir sus nidos y madrigueras. El esplendor de la madre tierra se manifestaba a cada paso. Transcurrido un mes después que María luisa se vistiera de Caperucita las cosas en Piedra Pintada emergían a los compas del brote primaveral, la muchacha haciendo oídos sordos a su abuela, aún seguía con su plan de ser la heroína del bosque de Santa Marta. No había logrado dar con el ropón que ocultaba ese algo, que se sentía pero que no se podía ver. Ahora la misión de Caperucita, aparte de retar a Juana Elena y sus amigas, debía averiguar lo que encerraban los miembros de la cofradía entre sus cuatro paredes. La abuela Encarnación sin querer había soltado prendas y ella sumaba otras al verla conversando en varias oportunidades con Jesús Antonio.

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Siendo el centro de atención del caserío, reía de las preocupaciones de la abuelita que todas las semanas visitaba a su hija Asunción para sermonearla por el comportamiento de su nieta. La pequeña aldea amanecía y oscurecía alborotada por los comentarios que todos los días florecían sobre la muchacha. Sobre todo los enconosos y malintencionados de las otras chicas, quienes no encontraban la fórmula para retener a los muchachos a su lado. El odio les dibujó muecas en sus aterciopelados rostros, cuando se enteraron que la nombraron como la doncella de la montaña. — ¡ahora sí que se montó la gata a la batea! —bufeó por allá Juana Elena. — ¡agarrémosla por la caperuza, cuando salga al atardecer y le damos su escarmiento!, a ver si sigue con su sofregueria. Añadió, furiosamente, Carmen Melquiades Todas las tardes, a las seis, la plazoleta estaba llena de mozalbetes que se apiñaban alrededor de la estatua de Santa Bárbara Bendita, en espera de su doncella. Emocionados encendían la radio y comenzaban con sus pendenciarías. Los más osados comentaban y soñaban despiertos con tener a María luisa a su lado y hacerla su novia, otros más tímidos se guardaban las emociones con la esperanza de ser ellos los elegidos. Las jóvenes casaderas destilaban el odio por todas partes. Se cansaron de inventar las mil y una artimañas para llamar la atención de los muchachos, pero que va, estos tenían ojos solo para su caperucita roja, que de tarde en tarde salía a turbar la calma y tranquilidad que con mucho esfuerzo ellas lograban restablecer. 2 El sol brillaba, y un gallo cantaba, cuando hizo su aparición la doncella del manto rojo. Esta vez vestía de shorts cortos, que mostraban unas piernas largas de piel canela y torneada, franela manga corta, zapatos tenis y de último se colocó su traje que

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simbolizaba sus aventuras: la caperuza de color rojo. Con una sonrisa a flor de labios paso cerquita de los muchachos y luego cruzó, dirigiéndose al portal de los conucos, camino que la llevaría a casa de la abuela. Detrás, a su espalda, dejaba una estela de muchachos con la boca abierta sin poder articular una palabra. Muchos suspirando, con la mano sobre el corazón. En el aire una lluvia de piropos dirigidos a su hermosa figura y a sus preciosas piernas que hacían su debut esa tarde. Para ellos las piernas más bellas del caserío de Piedra Pintada y sus alrededores. Las muchachas; unas boquiabiertas, otras llenas de rabias y muchas otras verdes de envidia, se dieron cuenta que de aquí en adelante en el caserío mandaba María Luisa y ellas toditas quedaban en un segundo plano, eso no lo pensaron ellas, lo vieron clarito en los ojos de los muchachos, en su efervescencia al paso y contoneo de las caderas de su doncella del manto rojo, que arrancaban suspiros y contorsiones en ellos, que como poseídos por un hechizo solo tenían ojos para ella. Su roja, rojita; su caperucita; su doncella del manto rojo. Mientras la Caperucita seguía su camino con una sonrisita de triunfo al saber el efecto causado, por sus coqueterías. Las muchachas se reunían para planificar nuevas estrategias pues parecía que la muchacha tonta y come libros que ellas creían conocer, y de la cual se burlaron muchas veces, había despertado en una vampira para llevarse a todos los muchachos del caserío. Por otra parte los muchachos comenzaron con sus peleas, diferencias y bravuconadas para sí establecer su posición de macho alfa y ganarse el amor de Luisa María. 3 Ya en casa de la abuela, fue recibida con el mismo cariño de siempre, pero en el rostro de la abuela se observaba la ceja derecha más alta que la izquierda, señal de que algo no le gustaba o no estaba bien. Inmediatamente se le fue por lo bajito, diciéndole que esa ropa estaba muy corta y era una

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tentación para cualquier muchacho del caserío, que ella no iba permitir que su nieta anduviese con esa ropa por ahí, despertando apetitos insospechados en los muchachos. A lo que acotaba María luisa, que esa ropa era moda pasada en la ciudad, y que ella era una muchacha decente, que se haría respetar y además sabía cómo defenderse. La abuela le increpó, diciéndole que algunos enamorados locos no tenían respeto por nada. —Son como río crecido, la pasión los ciega y luego no hay quien los pare. — le aconsejó. La tomó de la mano y le explicó el peligro para ella, de pasearse con esa ropa tan atractiva por esos caminos solitarios del monte, y con mucha sinceridad le indicó que le preocupaba tanto el ataque de algún animal, como los muchachos del poblado. Tratando de intimidarla, aunque la vez anterior no le dio ningún resultado, le dijo: —temo que alguno pierda la cordura e intente tomarte por la fuerza. — ¡Que lo intente, solo que lo intente! — expresó la muchacha irreverentemente. La doña puso las manos sobre su cabeza, al tanto que la sermoneaba. — ¡Esta muchacha tan terca a quien saldría! Escuchando a la abuela hablar y hablar. Sacando en cuenta que últimamente trataba de acobardar sus ímpetus. Recordó que le ocultaba algo, y ese algo era como una espina que al rozarla le causaba malestar. Sabía que la quería mucho, pero le intrigaba lo que presumiblemente traía entre manos con Jesús Antonio. Algo estaba oculto en la cofradía y ella tendría que averiguarlo. En estos asuntos de buscar la verdad, ella siempre tomaba la delantera alterando la psiquis de la personas, con algún detalle que las sacara de sus casillas. Y esa pincelada la observó en el

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vestido que llevaba puesto hoy. Se le quedó mirando de arriba abajo mientras le daba una vueltica alrededor de su cuerpo, y la percibió no como una viejita; sino como una hermosa mujer madura ,tendría acaso unos cincuenta y nueve años , que no los aparentaba y menos en esos momentos. Llevaba puesto un vestido ceñido, que evidenciaba que allí había existido un cuerpo muy parecido al suyo, también comprobó que para estar en el campo sus piernas y brazos mostraban una piel cuidada y protegida de las inclemencias del sol y las labores domésticas. El peinado hecho con esmero, relucía su pelo plateado; y mostraba el rostro de una mujer madura e interesante. En tono de broma le dijo: —Abuela tu estas muy hermosa todavía, ¿no tendrás un novio? — ¡Mira, muchacha falta de respeto! jamás he pensado en tener otro hombre después de la muerte de Diógenes. — Le respondió rápidamente. — ¡Pero eso fue hace muuucho tieeeempo abuela!, yo creo que casi tres años antes de yo nacer. — le dijo en tono jocoso, y luego añadió. — usted se ve joven y está muy acomodadita, no será que alguien la viene a visitar, o usted se ve a escondidas con su Romeo. María Luisa soltó una carcajada que inundo el ambiente y la abuela una zapateada como si fuera una chiquilla malcriada, estaba perdiendo la calma y la dulzura de su rostro. Y la chica del manto rojo registraba esos cambios. —Muchacha inventadora cómo crees tú que a mi edad yo me esté enamorando. —Dijo un poco nerviosa. —No lo creo abuela, usted no se va vestir así por nada. Yo creo que aquí hay gato encerrado, y para colmo con una pata demás —le dijo la muchacha, sacándola nuevamente de casilla.

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—Ni lo pienses, algunas veces me visto así para recordar los viejos tiempos y lucir estos trapos antes que la polillas se los coman. Además, hoy tenía una reunión de la cofradía. Aquello le intereso, porque pronto Juan Ramón la propondría como miembro permanente de la cofradía. Sabía que tanto a ella, como a Jesús Antonio no le había gustado aquello, por alguna razón querían que se mantuviera el círculo cerrado. Ahora se preguntaba ¿si Juan Ramón estaba en Cocorote, entonces quien dirigió la reunión? Ese gato encerrado tenía una quinta pata, y si la quería encontrar tendría que imbuirse en ese laberinto al cual fortuitamente había entrado. Rumiando lo pensado, dio dos pasos hacia la izquierda y se sentó en una butaca de madera y desde allí le replicó. — ¡Hay abuela, mire que yo he visto mucho muerto cargando basura!, — sentenció, con aquella sonrisa pícara que no se le quitaba de la cara. La abuela no respondió y ella dejo de instigarla al verle la cara de desagrado que mostraba. Como siempre eso significaba que la conversación estaba por terminar. El reloj de pared que a cada hora sonaba una música diferente, desde mambrú se fue a la guerra hasta la cucaracha ya no puede caminar, pronto señalaría las tres de la tarde. La muchacha se levantó de la butaca, se despidió y cruzó el portón de madera ubicada entre dos inmensos azahares. Notó que esta vez no la acompañó hasta el camino, y mucho menos la intimidó con sus preocupaciones; que en parte, sentía, eran ciertas. 4 Tomó la vía de regreso, pensando en sus ocurrencias para con la abuela, y el gusanito de la curiosidad comenzó a despertar su imaginación y a tejer en su mente interrogantes. « ¿Qué será lo que esconden? ¿Sé que me quiere cuidar, pero porque tantos acuerdos con Jesús Antonio quien desprecia al gobierno y poco le importan las misiones?». Las dudas la

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hundían más en el laberinto y ella se adentraba buscando las luces que le alumbraran el secreto, bien sabía que entre cielo y tierra nada hay oculto. Así pasó una buena parte del camino entretenida con sus pensamientos, sin percatarse que algo se movía entre los árboles directamente hacia ella. El encontronazo la tomó por sorpresa, desgajando tremendo grito y llevándose la mano a la boca por el susto y la angustia del momento. Una voz ronca y varonil trataba de calmarla con palabras de aliento y disculpas. Mientras ella se recuperaba del susto, las palabras de la abuela le golpeaban los sentidos creándole un torbellino de confusión que la hizo sentirse mal. Trató de recobrar rápidamente la serenidad, respirando profundamente y se puso a la defensiva al instante. — ¿Quién es usted, como se llama, porque me persigue? Las palabras le salían como disparos de ametralladora, mientras que en posición de defensa personal trataba de intimidar al supuesto agresor, a quien le pedía que se alejara y que guardara la distancia sino quería tener problemas. El hombre sonrió ante la postura de la muchacha, y con las manos abiertas y a la altura de los hombros le dijo: —Tranquila, mi nombre es Pedro, y no la persigo. Soy comerciante y vengo del pueblo y algunas veces entró al bosque a revisar las trampas para cazar animales. Se mostró calmo, sereno y le extendió la mano. Ella lo observo detenidamente y recordó que habían hablado de él. Lo miro de arriba abajo y le pareció peligroso, pero su cortesía y educación le daban aires nobles. Así que le dio la mano, sin bajar la guardia, y también se presentó. Por razones que solo la vida puede explicar, no habían tenido oportunidad de estar cerca. Por un momento cruzaron una sonrisa debido al encuentro inesperado que habían tenido, para luego María Luisa recordar nuevamente las palabras de su abuela y ponerse recelosa con el hombre que acababa de conocer. El cortésmente le propuso acompañarla hasta el

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pueblo y a ella no le quedó más remedio que caminar a su lado, mostrando desconfianza y poca cortesía. De vez en cuando, el trataba de crear un ambiente de cordialidad y simpatía, que ella se encargaba de desbaratar a cada momento, al final del camino quizás la cercanía del caserío permitió que existiera cierta empatia entre los dos y ambos echaron broma sobre el encuentro imprevisto, sobre la caperuza roja, el grito de María Luisa, y su posición de karateca al mismo estilo japonés, que les causo risa hasta ya entrando a la encrucijada. Un grupo de muchachos se encontraban en la plazoleta, al verles hicieron silencio y entrecruzaron miradas rabiosas. Ver a su doncella sonriéndole al picaflor de Pedro, los molestó y se acercaron bulliciosamente para enfrentar al don juan tenorio, que pretendía robarle a su Caperucita. — ¡Oye déjala tranquila, no la estés molestando! —le gritó Francisco José. — ¿Con quién hablas, conmigo?—le pregunto sorprendido Pedro. —No, con el monte, y con los pájaros. —Le dijo irónicamente. — ¿qué les parece muchachos se hace el inocentón? Estos rieron a carcajadas un tanto nerviosos, por los acontecimientos que pudieran acarrear aquellas palabras. Pero envalentonándose por la presencia de Francisco José, le vociferaron malosamente. — ¡Cuidado! María luisa, que éste es escuálido. Está contra el gobierno. —ja ja ja. —Les sonrió Pedro— déjenme aclararles ¡Camaradas! que soy miembro de los círculos bolivarianos del sector Boquerón. ¡Así que eso de escuálido, no va conmigo! Diciendo eso, tomó ligeramente por el brazo a María luisa, quien permanecía en silencio y a la expectativa, y retomaron el camino.

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—Eso lo vamos averiguar, ya verás. —le gruño Francisco José, al tanto que los otros compañeros lo apabullaban con gritos y cantaletas. —Hasta mañana muchachos— se despidió María luisa con un ademan de saludo. Francisco José no quiso responder el saludo y giró dando la espalda al grupo. Los otros muchachos hechizados con su belleza, solo atinaron a despedirse moviendo las manos; embobados de la emoción, viéndola coger el camino. Pedro la acompaño hasta el frente de su casa, y luego se despidió disculpándose por el susto, provocado, sin intención. Ella le sonrió, con un hasta luego y se marchó caminando lentamente hasta que desapareció al cruzar el pórtico de su casa. Ya en el cuarto, se quitó la caperuza roja, el resto de la ropa y fue a bañarse para calmar el calor de la caminata, sin querer comenzó a pensar en Pedro y notó que su fama de picaflor no la mostró por ningún lado esa tarde.

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Llegaron las misiones

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omo echarle la culpa a las dictaduras del analfabetismo, si ellas se alimentan de la ignorancia de los pueblos. Es como decirle al diablo que no haga diabluras. Los dictadores son almas tenebrosas, que viven y gobiernan en la oscuridad de las mentes. La democracia también vive de la ignorancia de los pueblos, cuando ésta dobla las rodillas ante el capitalismo: el hijo pródigo de la dictadura. Si, de tal palo, tal astilla y el hijo de gato caza ratón. Entonces era de esperarse que la pequeña Venecia de Américo Vespucio, tuviera que pasar cuarenta años de gobiernos capitalistas, donde año tras año se deterioraba el sistema educativo y la exclusión apuñalaba las iniciativas de los jóvenes a una educación formal. Durante cuarenta abriles, el pacto de punto fijo creó los escenarios para que la exclusión golpeara a las clases más pobres y humildes del territorio nacional, amén de los que vivían en los campos y las montañas. La desidia y el olvido se esparcieron en el campo educativo, y así la breña del analfabetismo creció hasta casi un diez por ciento de la

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población, lo cual significaba alrededor de dos millones de venezolanos analfabetas. Así pensaba el maestro Ramiro, mientras pregonaba los pensamientos de Edmund Burke, mencionados hace mucho tiempo: “lo único que necesita el mal para triunfar es que los hombres de bien no hagan nada para impedirlo”. Y el maestro lo parafraseaba diciendo: «No hay que echarles la culpa, solo hay que luchar contra ellos y desterrarlos del poder, desarrollar nuevas estrategias para derrocarlos. “Inventamos o erramos”, dijo Simón Rodríguez». 2 Sábado tres de mayo, por la entrada principal de Piedra pintada se observa un arreo de burros que se dirigen al centro del caserío. El ladrido incesante de los perros llama la atención de los lugareños, quienes se asoman a los portales de la casas a ver qué pasa. Detrás de los jumentos, caminan risueños y alegres Juan Ramón, María Luisa y el Maestro Ramiro. En lomo de bestias traen la misión Robinson para Piedra pintada, los tres animales de carga se detienen en la encrucijada. De la cajas de cartón extraen libros, cuadernos y lápices; y lo más importante un televisor de veintiún pulgadas, con VHS y los casetes de las clases grabadas. La tecnología estaba llegando a las montañas y eso simbolizaba la revolución que se vivía en Venezuela. El señor Anastasio muy contento fue el primero en inscribirse formalmente en la misión Robinson y ofreció voluntariamente su planta eléctrica para el funcionamiento del televisor a color. Así era como marchaba esta revolución el gobierno les daba una parte y el pueblo completaba lo que faltaba. A las seis de la tarde del siguiente día comenzaron a impartirse las clases y el saloncito recibió a los doce adultos que no sabían leer ni escribir. El facilitador de las clases, un señor de apellido Guevara que venía de la sabana les habló de lo práctico y las facilidades del nuevo método de enseñanza.

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Comprometido hasta los tuétanos con el programa, les dijo muy emocionado. —Mientras la oposición gasta saliva en menospreciar las virtudes de la misión, más de un millón de venezolanos ya saben leer y escribir. Y pronto, muy pronto, queridos amigos Venezuela será un país libre de analfabetismo. Ha mediado del año pasado, el plan de alfabetización nacional denominado misión Robinson, comenzó a dar sus primeros pasos. La propuesta estaba enmarcada dentro de las metas del milenio, establecidas por la Organización de las Naciones Unidas. Chávez se proponía reducir el analfabetismo a la minina expresión en menos de dos años. La dinámica, aceptación y entusiasmo mostrado por el bravo pueblo, hambriento de cambios, llevó al presidente a solicitar la aprobación de un nuevo presupuesto para la educación y así fue como se esparcieron viralmente las misiones educativas por todo el territorio. Piedra Pintada llenaba sus espacios con las buenas nuevas del gobierno. Aclamaciones de vivas, y aplausos acompañaron el inicio de la primera video clase. En primera fila estaba Doña Ana. Había querido dar por tierra con aquello de que loro viejo no aprende hablar. Desde la puerta de la escuelita, su nieto Francisco José, reía y señalaba, orgulloso, donde estaba sentada su abuela. 3 Las alegrías continuaron cuando Juan Ramón se apersonó tres días después, con cinco bestias cargadas de alimentos procedentes de la misión Mercal. Y luego más atrás se apareció el maestro Ramiro, con Francisco José y María luisa, quien venía montada sobre Rosalinda. Arreaban tres mulas cargadas de cajas de cartón que destilaban agua fría a lo largo del camino polvoriento. Cuando las bajaron en la plazoleta, eran carne de res y pollo, que aún se mantenían frías a pesar de lo largo del viaje. Esa misma tarde María luisa regresó al pueblo

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de Canoabo, se había ofrecido como facilitador de la misión Ribas y por lo tanto tenía que permanecer de lunes a sábado en el pueblo para cumplir con su nueva misión en honor al general José Félix Ribas, prócer de la independencia y líder del movimiento estudiantil que tomaron armas para defender los sueños de libertad. Presta a enseñar bien a sus alumnos, se proponía integrar las nuevas estrategias de los videos clases con el método tradicional de la tiza y el pizarrón a fin de que los participantes pudieran utilizar y aprovechar la retroalimentación de persona a persona que afianzaba los resultados y contribuía a concienciar con rapidez el aprendizaje. Su matrícula inicial de veinticuatro, aumento a treinta y dos al finalizar el primer mes, sus alumnos estaban contentos y felices , además el coordinador general de la misión selecciono en esa aula de clase a ocho participantes , los más necesitados, para beneficiarlos con una beca monetaria mensual. Por los momentos el traje de caperucita y su aventuran de descubrir el misterio que cubría a los miembros de la cofradía, quedaba relegado a un segundo lugar. Pero en esos días su abuela le había confesado, a fin de que dejara la terquedad de ligarla a Jesús Antonio, que no aceptara el nombramiento como integrante de la cofradía, porque le traería problemas en el futuro. « ¿Y eso por qué?», le respondió ella esperando una respuesta directa. Cosa que la abuela le negó, apelando a un viejo refrán Gomero, aconsejándole que: «en pelea de burros, no se meten los pollinos». Inmediatamente, la muchacha entendió que la cosa se estaba tornando muy seria, “de color de hormiga”, y que su abuela Encarnación junto a Jesús Antonio estaban en rebeldía contra Juan Ramón y los otros miembros de la cofradía. Pero no podía continuar husmeando porque el deber la llamaba. Ya habría tiempo para ello.

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4 En la pequeña comarca de Piedra pintada, el mes de las flores llenaba de vida el ambiente. La pujante primavera brotaba con toda su fuerza. Las plantas florecían a plenitud y consigo llegaban miles de abejas, cigarrones y otros insectos que se posaban sobre los pétalos a buscar entre los estambres y los pistilos el dulce néctar. Multicolores pétalos de diferentes aspectos y formas doblegaban la voluntad, como un hechizo de la naturaleza, a los miles de pequeños seres que espontáneamente se embebían de la fragancia y el dulce a la vez que el polen de una flor transportado en su cuerpo penetraba en el carpelo de otra flor, logrando así la polinización y asegurando la reproducción de la especie. Por el camino, a la orilla del río y en los jardines, las flores de Margaritas, Riqui Riqui, Diente de león, lirios y lilas, le daban color a la vida. Dentro del bosque las orquídeas matizaban sus colores, intercambiando sus genes. Los araguaneyes mostraban su traje de gala llenando de amarillo intenso muchos espacios en el manto verde que se perdía en el horizonte. El canto de los pájaros se entrecruzaba en el aire llamando a su pareja que saltaba de rama en rama, repicando con frenesí creando la danza de apareamiento. Los machos cuadrúpedos se enfrentaban titánicamente entre si tratando de desplazar al padrote de turno, por el derecho de copular con las hembras y trasmitir así sus genes. «Si esto ocurría en las plantas y en los animales durante estos meses porque no ha de ocurrir en los humanos», se preguntaba Juan Ramón, en voz alta, sentado al frente de su casa. Un poco más allá los jóvenes jugaban dando brincos, carreras y saltos. Juegos donde las energías, las habilidades y destrezas demostradas enamoraban al sexo opuesto. Sus diferencias y bravuconadas que surgían por el roce, junto a las emociones que brotaban de su alma, formaban parte de su sexualidad, que sin duda, asumía la finalidad biológica de hacer posible la continuidad de la especie humana.

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Este comportamiento sano, cautivaba aquellas almas deseosas de amistad, cariño y amor. Con el brillo de los ojos y de la piel a su máximo esplendor los jóvenes jugaban hasta oscurecer, auto descubriéndose y socializándose. En la encrucijada los muchachos jugaban al “cero contra por cero”, en el preciso momento que Francisco José, quien venia del pueblo cabalgando, entraba a la plazoleta haciendo coro a la retahíla del juego. Encima de la bestia les grito: «Doce, la vieja cose con un carretón numero doce, mete la guja, saca la aguja y da un brinquito de vacilón». Luego llamo a Juana Elena, y alargó el brazo para entregarle una carta y un paquete que le enviaba su padre desde la faja petrolera del Orinoco, a través del servicio de Ipostel. —Los de la ruta de transporte me la entregaron, para que te la hiciera llegar. — le dijo, al tanto que le daba dos espolonazos a la yegua y cruzaba la callejuela llena de muchachos. La joven la recibió con mucha alegría. Le dio las gracias a lo lejos e inmediatamente dejo el juego y se marchó con sus inseparables amigas, para leerla. Entre palabras afectuosas le hizo saber que la quería mucho, y que a cada momento la recordaba, y le comunicaba que formaba parte de una cooperativa de bienes y servicios para el sector petrolero, que vendría hacia finales de diciembre. Entre otras cosas le envió un libro a Juan Ramón y le encomendó entregárselo en sus propias manos. En la carta le explicó: «dígale que le regalo este librito de Conny Méndez, es el maravilloso numero siete, que busque en la pagina ciento nueve. Él sabe de que se trata». Ya los moceríos se retiraban a sus casas, cuando Juan Ramón dio en cuenta que la noche lo había atrapado en medio de sus cavilaciones. Se levantó, tomó la silla entre sus manos y traspuso la puerta, al tiempo que meditaba: «La primavera debe afectarnos por igual, si señor». Cerró la puerta y tomó a su mujer entre sus brazos y cortejándola entre sonrisas le dijo: — ¡Carmen, estoy emprimaverao!

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Ella le correspondiĂł con un beso, apagaron la luz de la lĂĄmpara y la primavera los arropo con su sonido y su acuarela de amor. En la oscuridad escucharon, un grillo citando a su pareja y un sapo cortejando a su hembra, con su canto tĂŠtrico y profundo. Ambos sonrieron y dieron gracias al Dios padre, por sus inventos.

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El revocatorio presidencial 1 ías de junio, la Venezuela de Simón Bolívar se encamina a una nueva batalla. Una vez más, el universo confabula a favor de Caracas, antigua Suruapay donde el cacique Guaicaipuro rigiera la resistencia más acérrima que tuvo el imperio español. Caracas, la de Billo Frometa, la de antaño techos rojos y porvenires rascacielos, gritaba nuevamente alzándose en armas a favor de los más necesitados. Esta vez no había fusiles ni municiones, el sendero de la violencia y el baño de sangre innecesario formaban parte de aquellas batallas inhumanas. Hoy por hoy el bastión de las guerras asimétricas eran las armas que abrazaban los venezolanos con su revolución del siglo XXI, y estas se cimentaban en su voluntad y fe inquebrantable, de seguir la voz atronadora y vibrante del hijo de sabaneta de Barinas. Tres de junio, ya es de noche, los grillos y las aves nocturnas llenan la noche de sonidos con sus canticos chirriosos y tétricos. Es hora de descansar la faena laborada, tanto en las casa como en los conucos. Pero en cada rincón del país la gente siente que el momento es de apremio, las diana,

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del tiempo, llaman a defender la patria. Poco a poco la gente de Piedra Pintada se aglomera en el patio de la casa de Juan Ramón. El gentío se amontona frente al televisor a color, dispuesto para la misión Robinson. No hay video clase, solo esperan con ansiedad y tensión la alocución del presidente Chávez en cadena nacional. Durante los meses anteriores, la oposición aglutinada en la coordinadora democrática había estado recogiendo, y reparando las firmas necesarias para activar el referéndum revocatorio. Un veinte por ciento de los electores. Las rúbricas ya estaban en poder del concejo nacional electoral, solo esperaban los cómputos que poco a poco iban apareciendo en boletines oficiales presentados por el rector Jorge Rodríguez, presidente de la junta electoral nacional. El último boletín ofrecido ese día en horas de la mañana, anunciaba que la tendencia de los números le daba el veinte por ciento de las firmas necesarias para la convocatoria. La radio y televisión del sector privado sacaron de inmediato, a la luz pública, las proyecciones dando matices de victoria a la oposición. A pocos minutos sus partidarios de Canoabo celebraban con profusiones de cohetes y cohetones, que duraron más de media hora. El estruendo se escuchó con claridad en la montaña de Santa Marta. La incertidumbre y el nerviosismo se apodero de la mayoría sus habitantes, porque pensaban que esa misma noche la oposición estaría fraguando un nuevo golpe de estado. —Tranquilos vamos a esperar que el presidente hable, vamos a tener calma y esperar su mensaje. Juan Ramón los llamaba a la calma, mientras la intranquilidad gobernaba sus mentes. Como un bálsamo cayó, la imagen del caballo blanco relinchando y dando coces al aire, seguida de la voz del locutor que anunciaba cadena nacional de radio y televisión. Los aplausos llenaron de emoción el patio atiborrado de compatriotas, esperanzados en el mensaje de aliento que siempre su presidente enarbolaba.

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— ¡Buenas noches amigas y amigos! ¡Buenas noches compatriotas todos y todas de Venezuela! Así comenzaba su discurso el presidente Chávez, con aquella tranquilidad que le caracterizaba, reflejo inequívoco de que las cosas marchaban por el sendero de la revolución. — ¡Este mensaje va dirigido al alma de la nación! Al cuerpo de la nación, es decir, ¡a toda la nación! Su voz profunda como el cajón del llano, como las riberas del Arauca, se dispersaba desde el despacho presidencial del palacio de Miraflores hasta los confines donde los indígenas venezolanos con el “yo sí puedo” y “yo sí puedo seguir adelante”, bailaban la danza de la lluvia en honor a su hacedor de lluvia. En piedra pintada la emoción los contagiaba, oyéndose voces por doquier, aupando a su líder. 2 La unión de los pueblos era una realidad por la independencia total de la pequeña Venecia, como la llamaría el cartógrafo italiano Américo Vespucio, por allá, por los años 1499. Quizás fue un medio día, cuando sus embarcaciones surcaron las aguas del golfo de Venezuela, en compañía de Alonso de Ojeda. Desde la proa hasta la popa, toda la tripulación al estribor no quitaría sus ojos de los palafitos, casas indígenas, construidas de madera y palma. Las imágenes vivas sobre las aguas marinas recordaron al cartógrafo italiana la ciudad de Venecia, de su vieja Italia, el país de la gran bota. Y esto lo inspiro a dar el nombre de “Venezziola” o pequeña Venecia, al país de América del sur que siglos más tarde daría los primeros gritos de libertad en contra del yugo español. Esta versión romántica y de novela , nunca fue muy bien vista, en los círculos aristocráticos de los poderosos a lo cual quisieron crear una versión donde el nombre derivaba de la suela de la bota , y que por lo tanto esta era una Venezuela chiquita, diminuta, queriendo quitar así la grandeza y belleza de esta

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gran país. Éstos aristocráticos, se enfrentaban ahora a la pequeña Venecia de Américo Vespucio y a la gran Venezuela del libertador Simón bolívar, padre de la patria. El cielo de Caracas, minado por miles de estrellas, estaba en suspenso y allí en la avenida sucre, frente al palacio de Miraflores, miles de personas cantaban y aplaudían la alocución presidencial, trasmitida para ellos por venezolana de televisión en pantalla gigante. Acá en Santa Marta, se repetía la escena con menos personas pero con el mismo calor humano. 3 Chávez se persigno, tomó la biblia, y comenzó citando al cristo redentor, «el reino de Dios es una pequeña siembra. — Dijo— y nosotros hemos venido sembrando patria, y ahora estamos cosechando patria. Nuestra primera siembra fue la asamblea nacional constituyente del 1999, asamblea soberana que sustento las ideas fundamentales para la constitución bolivariana de la república de Venezuela... Fue exactamente el 5 de agosto, año parturiento, año de siembra; como dice nuestro señor el cristo redentor. ¿Por qué les hago estos comentarios? Porque el referendo revocatorio es siembra nuestra. Y me siento humildemente como uno de los sembradores de esa siembra. Por eso hoy es un día de victoria Porque ¡cómo nos ha costado llegar hasta aquí, hoy!». Y les seguía entretejiendo su mensaje, con una profundidad que se cimentaba en las almas de todos los venezolanos. Mientras el presidente hablaba de la nueva Venezuela, de los caminos que se estaban por recorrer, del sacrificio que tenían que vivir para salir adelante. La oposición con aires triunfalista, celebraban por adelantado el triunfo del referéndum, y muchos apostaban al pasado, al golpe del 12 de abril, jugándose el futuro del país en una mano de dados, sobre la túnica del pueblo. Que simbología aquella, dejó la muerte de Jesucristo.

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El comandante consciente de esta realidad, les anunciaba con voz serena y acoplada. —Aquí está abierto el camino de la democracia nueva, la democracia participativa, la democracia protagónica. ¡Cuánto atropello contra las instituciones! ¡Cuánto atropello contra el Consejo Nacional Electoral! El ente electoral había estado sometido a la más déspota y humillante presión, que se le haya realizado a institución alguna. Pero la fortaleza y entereza del rector Jorge Rodríguez mantuvieron a rayas los atropellos y actos de boicotear el proceso de la revisión de las firmas, escrutinio hecho con la finalidad de que estuvieran a derecho y que no aparecieran muertos firmando y otros vivos, hasta firmando diez y doce veces. Esas eran las viejas mañas y vicios del sistema pasado, y había que estar ojo avizor con eso. —Hoy, después de horas y horas de revisar y de contabilizar, habló el árbitro, ¡Bienvenida la voz del árbitro! estábamos a la espera. — dijo ajustándose a los resultados. Luego agregó con la tranquilidad del hombre que ha caminado por el desierto, el que ha sido traicionado, el tentado con riquezas y poderes mundanos. El hombre que sabe que la historia nunca perdona a los cobardes que no enfrentan su destino, el hombre que traga y aprieta el buche a sabiendas que las aguas son amargas como el ajenjo. — ¡El árbitro ha hablado y ha dicho que la tendencia es irreversible! ¡Que hay referéndum revocatorio, pues! Oficialmente el rector Jorge Rodríguez había dicho en horas de la tarde que la oposición llevaba un total de 2 millones 451 mil 821 firmas. Es decir que estaban ligeramente por encima de los 2 millones 436 mil firmas requeridas como límite mínimo; el 20% para convocar al referéndum revocatorio. Esto significaba la activación del revocatorio al presidente. Pero él gallardamente desde el palacio de Miraflores les comentaba.

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—Simón Bolívar dijo: «Sólo tengo para mí pueblo un corazón para amarlo y una Espada para defenderlos». Debo decirles a ustedes, compatriotas…que aquí en mi alma, que aquí en mi mente, que aquí en mi espíritu, no tengo ni la más mínima pizca de una derrota: ¡Yo aún no he jugado! En piedra pintada, y por ende en toda Venezuela, la jerga criolla no se hacía esperar. — ¡Ese es mi pollo! — ¡Pa lante que pa´tras espantan! — ¡Ese es un pico de oro, déjelo nada mas que abra la boca! Una fuerza misteriosa y divina, los animaba, les infundía valor y temple para la lucha. Les daba fortaleza. Aunque pareciera imaginario. Los espíritus de los próceres de la independencia salían de sus tumbas al clarín del compromiso anunciado, Chávez invocaba su presencia, no había duda. Después de la batalla de Carabobo que sello la independencia de Venezuela y abrió el camino a la emancipación de la América del sur, la batalla que se libraría dentro de pocos meses, cuando el árbitro fijara la fecha, significaría enterrar quinientos años de sufrimientos y vejaciones. Significaba romper con los viejos paradigmas enquistados en la conciencia colectiva del país, el pueblo como un todo tendría que salir el día fijado a defender el terreno ganado y desterrar por siempre el fantasma de la esclavitad que rondaba en la psiquis del pueblo de Venezuela. Los verdaderos guerreros de la luz mueren una y otra vez por la libertad, así que no era descabellado lo que decía el maestro Ramiro, cuando pregonaba que allí estarían Bolívar, Sucre, Negro primero, Simón Rodríguez, Ezequiel Zamora, Félix Ribas, Guaicaipuro, y aquel guerrero misterioso, anónimo, que siempre aparecía en las luchas por la libertad: el soldado desconocido. Cada quien con sus batallones tomados de la mano, uniéndose en un solo grito de libertad. Todos ellos acordonando la periferia de las tierras venezolanas, 7.600 km de límites y fronteras,

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deteniendo al imperio y sus aliados, uniendo sus espíritus en una segunda independencia. Quizás el maestro tenía el don de ver cosas más allá de lo evidente, y podía trasmitir con humildad el mensaje celestial, a sabiendas de que en cada rincón donde hubiese una mesa de votaciones, Chávez al frente de sus millones de patrulleros avanzaría sepultando con votos la intención de sus opositores de revocar, ¡no su mandato!, sino el destino de la nueva Venezuela. Razones de sobra tenía, porque el comandante quizás presintiendo las corazonadas de millones de compatriotas, les dijo: «No se equivoquen ustedes señores de la oposición, han venido jugando ustedes casi solos, sólo han cumplido, y eso nos contenta mucho, que se hayan olvidado, ¡ojalá! que para siempre, de golpes de Estado, de sabotajes terroristas,……..El juego apenas comienza, nosotros estamos listos para ir al referéndum revocatorio presidencial,…….vamos cuando el Consejo Nacional lo ordene, nosotros estamos listos para, como un solo hombre, ahora sí, comenzar la verdadera batalla del revocatorio presidencial». Las batallas en el mundo terrenal, en correspondencia con el espiritual, se dan entre el bien y el mal. El pueblo representa el bien y quien lo esclaviza, lo oprime, simboliza por lo tanto el mal. El hombre intelectual ha creado e inventado fabulas y leyendas, que solo el tiempo y los acontecimientos las convierten en profecías o son inspiraciones proféticas guardadas en las memorias de hombres visionarios. La batalla de Santa Inés, epígrafe de la Guerra federal liderada por el general Ezequiel Zamora, sirvió como fuente de inspiración al poeta Alberto Arvelo Torrealba, para escribir “Florentino y el diablo”. Ahora Chávez se inspiraba en esa obra que guardaba la grandeza del llanero, su bravura, su fe y su férrea voluntad. —Hoy anuncio a los venezolanos que me convierto en el Comandante de la Campaña de Santa Inés, a partir de hoy hasta el día del referéndum revocatorio. La Campaña de Santa Inés,

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hacia allá vamos, porque la batalla será: ¡El referéndum revocatorio! Expresando esto el comandante, presidente, respiró hondamente y sus ojos brillaron, con ese brillo que trasmite alegría, paz y humildad. Pero a la vez temple de acero para vencer las dificultades que se le presenten en el camino, así como reza aquel viejo refrán: “El llanero es del tamaño del compromiso que se le presente”. —Hablando de Florentino y el Diablo. —dice aclarando su garganta. En ese preciso momento, de súbito, todo queda a oscuras en piedra pintada. El patio negrito como el azabache, se llena de sombras. La noche negra y oscura, y oscuro el firmamento. — ¡Es el diablo! — gritó alguien — ¡Ave María Purísima! ¿Qué fue lo que paso? — Preguntó, azarosa, Doña asunción. —Tranquilos. — les dijo Anastasio. —La planta se apagó porque se le termino el combustible, ya la vamos a prender. El hombre busco su linterna y en seguida fue a recargar el tanque de la planta eléctrica. En el patio las bromas en referencia al diablo aparecieron y se esparcieron de boca en boca. — ¡Allá viene el diablo! —dijo uno — ¡Dale con la cruz! —respondió el otro El líder de Piedra Pintada siguió con la retahíla. —Vamos a ver —dijo Juan Ramón. —mal paga el diablo… Después de breves segundos se escuchó, a doña Ana decir. —a quien bien le sirve. —y más sabe diablo por viejo. Lobo Feroz que estaba allí cerca a sus pies, aulló en respuesta. Los presentes rieron y Juan Ramón le hizo un cariño en la testa. Doña filomena, la bisabuela de Jesús Antonio, la más vieja de todos los habitantes de piedra pintada, próxima a cumplir 100 años, dijo:

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— ¡más sabe diablo por viejo, que por diablo! En eso se escuchó el ruido del motor a gasolina y seguidamente llegaba el fluido eléctrico. No se hicieron esperar los aplausos al aparecer en pantalla el presidente, imagen y semejanza del llanero venezolano, el Santos Luzardo de la región del Arauca. El cantaclaro, cantor del llano, carraspea su garganta y les dice: —Es un reto, señores, el Diablo reta a florentino y comienza así la copla: El coplero Florentino, por el ancho terraplén, caminos del desamparo desanda a golpe de seis. Con su memoria prodigiosa va desandando la copla, mientras la gente aquí, allá, y más allá van abrigando las esperanzas en Florentino. Niños, jóvenes, adultos y viejos van por el ancho terraplén, un jinete se les acerca, van desandando las seis. Negra se le ve la manta, negra el caballo también…..pasa cantando una copla, sin la mirada volver: Amigo, por si se atreve, aguárdeme en santa Inés, que yo lo voy a buscar para cantar con usté. Algo está pasando en el país, ya no hay temor a las tinieblas que el hombre poderoso entreteje en las mentes de los pueblos. Una energía se desprende y busca asidero en otras latitudes. En Piedra Pintada la gente sienten que el cuerpo se le espeluca y se persignan mientras escuchan al comandante desandar la copla, como si estuviera luchando con el mismísimo belcebú. Los perros aúllan en frenesí, y un tronido se escucha, cercano, atravesando la montaña. Lobo Feroz que no presiente el

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espanto se da cuenta que es una lucha mental entre los seres humanos y lo que le rodea, aquello donde ponen la mente. Alguien se levanta, barajustado, de la silla y grita: — ¡Oiga mi vale, ese el Diablo! Anastasio pega un grito para alejar los espantos del camino. — ¡Cuje perro! ¡Cuje perro! Un viento apareció de pronto, del portal de los conucos, y golpeó el techo de zinc, de la casa de Doña Filomena, arrancando de tajo una lámina y llevándola consigo en un remolino de polvo y hojarasca, que se perdió hacia el norte. Las gallinas cacarearon y los burros rebuznaron, en los corrales ante la extraña energía. — ¡Santa Bárbara bendita! — ¡Ave María Purísima! —gritaron las mujeres. Luego llego la calma y solo se escuchaba el ruido ensordecedor de la planta eléctrica. La gente se encomienda a Dios y a Santa Bárbara. En seguida retoman nuevamente el discurso del comandante. Allá en caracas, en el despacho de Miraflores. El presidente terminaba la copla diciendo: —Hoy me paro a responder aquí en este despacho, a los que me han retado, pues, a Santa Inés. Dijo el coplero, Florentino, lo que yo le digo hoy a quienes me retan: Sepa el cantador sombrío que yo cumplo con mi Ley y como siete elecciones he ganado una octava les ganaré allá en la sabana de Santa Inés. Después de recitarles de memoria esas coplas de Alberto Arvelo Torrealba, acepta abiertamente el reto y pone en evidencia una vez más que esta batalla que se librara en agosto, va más allá de las fronteras de Venezuela. Denuncia una vez más a la administración del imperio norteamericano y su presidente Jorge W. Bush, a quien describió como el coplero de sombrero negro, caballo negro y bandera negra; el mismito

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Diablo. Con voz fuerte como el Florentino de las sabanas, les dijo: — ¡Yo acepto el reto a nombre de la dignidad del pueblo venezolano!... A través de una pantalla de televisión, el jefe de trasmisión le muestra la multitud que se ha reunido a las puertas del palacio, el presidente Chávez observa y les envía un saludo revolucionario. A las afueras del palacio la multitud, todos a la vez, levantan las manos y repiten: « ¡uh! ¡Ah! Chávez no se va». En piedra pintada la gente también se entusiasma y grita: « ¡Uh! ¡Ah! Chávez no se va», como si estuvieran allí, en las afueras del palacio de Miraflores. Ya no había temor ni miedo. El diablo había pasado por Piedra Pintada huyendo al norte, se había ido a su casa, haciendo ruido, buscando a quien asustar y enquistarle el miedo en sus mentes. Quien sabe a dónde habría dejado las alpargatas. El presidente desde el palacio le respondía a su gente: — ¡Qué bueno! Yo también los estoy viendo, un beso y mi corazón para ustedes, y un abrazo de este Hugo, que les pertenece a ustedes en cuerpo, alma, vida y corazón. Luego continúa con su mensaje a la nación. Su voz entusiasta y alegre, llena de fe y voluntad llega hasta los corazones de la gente y los gritos de ¡Uh! ¡Ah! Chávez no se va, lo acompañan en el discurso. — ¡Vamos pues a Santa Inés! ¡La campaña de Santa Inés! ¡Adelante, a pasos de vencedores! Amigas y amigos es sólo una nueva batalla, y lo que nos espera es una nueva victoria. Un abrazo y muy buenas noches para todos. 4 Ya es tarde en piedra pintada, los lugareños, en su mayoría, entran a sus casas y se disponen a conciliar el sueño. Lobo Feroz se mete en su madriguera, al pie del árbol. Desde allí oye a los Florentinos del caserío bordonear las cuerdas de un cuatro

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y contrapuntear hasta altas horas de la madrugada. Entiende que el ser humano tiene una responsabilidad muy grande, la lucha que a diario lleva en su mente entre el bien y el mal. Se da cuenta que lo que sale por la boca, viene del corazón y esto nace en la mente. Razona que la última batalla de los seres humanos será para librarse de los fantasmas que los atormentaran el día de su muerte. Ahora bostezó largamente, y se agazapó pensando en su manada, y concluyo que ellos también habían luchado contra el Diablo, el que llevan adentro las personas y ni siquiera lo sabían. O quizás les daba miedo averiguarlo. Se quedó dormido pensando que Juan Ramón estaba sacando las últimas sombras del diablo, que anidaban en su mente.

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El llamado de la naturaleza

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obo Feroz no había cosechado muchos amigos en el pueblo, y los perros sus parientes lejanos siempre estaban a distancia. Era mediodía cuando los vio trasponer el camino pasándole muy cerca, con sus miradas penetrantes. Eran familias pero de ramas diferentes, el mundo les había trazado dos senderos muy disímiles. Ellos como género jamás pudieron ser domesticados, en cambio la naturaleza de los perros permitió, con el tiempo, que amansaran su carácter. En el pasado fueron fieros animales salvajes, que recorrieron extensos territorios en tumultuosas jaurías. Ahora la mayoría estaban convertidos en dóciles criaturas, domadas y sometidas por aquellos que los premiarían con el título de los mejores amigos del hombre. Pero viendo las cosas con sinceridad, Lobo Feroz se preguntó: « ¿pensarían ellos, que eran sus verdaderos amigos?».

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Por lo que había visto en la aldea dedujo que no. Llamarlos amigos quizás era otro recurso que el hombre utilizaba para demostrar su naturaleza benévola y noble, que aún no había despertado. Notó que las personas sacrificaban a sus congéneres en virtud de sus vanidades, también observó que las verdaderas amistades entre las personas duraban poco y las que perseveraban, pasaban por la transición del sacrificio en la virtud de la amistad. ¿Entonces que podían esperar los perros?, si bien es cierto que Juan Ramón trababa bien a sus animales, lo contrario ocurría con Jesús Antonio y muchos otros que los maltrataban descargando su rabia y odio contra los indefensos. Para ellos solo eran animales. Echado bajo la sombra, a orillas del camino, los miró igual que cuando los vio por primera vez, mucho antes de la batalla, cuando recorrían el bosque con sus amos, y cuando el, lobezno al fin, jugueteaba con su madre. En algunas ocasiones, cuando se aventuraba más allá de la cueva, su padre, el macho alfa de la manada, le recordaba: «donde estén los perros, están los cazadores». Al igual que hoy, se veían adoctrinados, rígidos, amordazados de su libertad de acción, con largas cadenas que les oprimían el cuello. Luego les notó su esencia, cuando, solos, se aventuraban a retozar y explorar la zona con entera libertad. Durante aquellos aciagos días, no hubo encuentro ni trabaron amistad, de lejos se olfatearon, se reconocieron y entendieron que eran familia, que tenían algo en común. En aquel momento no pudo deducir, que tarde o temprano se enfrentarían por las presas, por el territorio, por lo que sus amos quisieran. Y ahora, desde allí, sobre el camino, los seguía viendo como los vio por primera vez, pero con la seguridad de que algún día volverían a ser libres y salvajes como lo fueron sus ancestros, solo era cuestión de que se diera el momento. «Si nuestra vida está guiada por ciclos, la de ellos también tiene que ser así», le habría dicho su madre. Y el pudo comprobar que existían

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ciclos dentro de ciclos más grandes, porque tuvo que luchar durante, siete años, un ciclo de la edad del humano, por su libertad; y luego convivir siete años más, para poder entenderlos. El nuevo ciclo que recorría lo llamaba a sus raíces, a su naturaleza. Cuantos ciclos, más, tendrían que esperar los perros para escuchar el llamado, eso no lo podía saber el, solo ellos podían predecirlo. Por ahora, cada quien husmeaba en su mundo, recorriendo los ciclos; cada quien en lo suyo, persiguiendo aquello que le permitiera seguir viviendo. En instantes logro concienciar que su lugar no estaba ahí, en la comunidad de Piedra Pintaba, estaba donde habitaba su corazón y su corazón existía con su compañera y con sus cachorros: con su manada. 2 Había transcurrido nueve años desde que declararon la tregua y dieciséis años del destierro de su género, y las preguntas se las guardaba en su memoria, así como guardaba la evocación de sus aullidos. La convivencia con los humanos le había permitido vivir, mucho más años que cualquier otro congénere, ya estaba viejo; pero la naturaleza lo había dotado de mucha fortaleza y sabiduría. Y en su testa surgían muchas interrogantes. ¿Habrían sobrevivido sus cachorros? ¿Tendría nuevos descendientes? ¿Habría muerto su compañera?, no había respuestas solo la sonoridad acústica del bosque, le devolvía con ecos sus inquietantes preguntas. Enfoco su vista y levantó la cabeza, a lo lejos atisbó ver a una niña que se acercaba. Era Martha Graciela. Ahora que lo pensaba durante todo ese tiempo solo trabó amistad con ella y su padre, la niñita de cinco años de edad que durante el invierno pasado, se acordó de llevarle comida cerca de su madriguera. Lobo se alegró mucho cuando la vio nacer, fue un día azaroso en la casa de Juan Ramón, agazapado en un rincón del cuarto veía a doña Filomena atareada en la labor de traerla al mundo. Al rato su

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lloriqueo inundo la casa y Juan Ramón la anego de alegría con el brillo de sus ojos. Contento se tomaba un trago de “miao”, mientras le daba golpecitos en la testa al can. A partir de allí siempre le visitaba y se divertía viéndola jugar. Inconscientemente comenzó a sentir por ella, algo que los humanos llamaban cariño. Al principio tuvo un poco de temor, porque lo hacía débil ante su instinto, pero luego fue dejando que las cosas ocurrieran. Lobo Feroz cerró sus pensamientos y enfoco su mirada nuevamente sobre el pequeño cuerpo que se desplazaba. La vio dirigirse hacia él arrastrando la muñeca de trapo. Se hizo el dormido y explayó sus cuatros patas. —Despierta lobito venimos a jugar. — dijo la niña. Bostezó y estiró sus patas como si hubiera despertado de verdad. Se levantó y juguetearon un rato, permitiéndole que montara caballito sobre su lomo. Aparentó que comía el monte y la tierra que le cocinó, cuando jugó a la cocinerita, expeliendo a un lado la tierra que cayó entre sus fauces. Escuchó sus cuentos de puro invento, sintió sus brazos alrededor del cuello y un beso en la testa que despertó su alma; su alma simple y sencilla. Lobo respiro profundo y sintió que sus ojos se nublaron. Los reflejos evocaron recuerdos de su madre, cuando el cómo macho alfa de la manada, tuvo sus primeros encuentros con los invasores. En sus momentos de angustia ella le habría dicho: «Nunca entenderás a esta especie». Meses después parado sobre aquella inmensa piedra, supo que la naturaleza lo llamaba, lo elegía para que entendiera la vida más allá de su entorno. Ahora años más tarde, entendía como se manifestaba la vida más allá del bosque. Razonaba que después del horizonte existía el mundo de los humanos, ambiente dominado por las emociones, donde el amor y el odio transitaban entre sus mentes. Comprendió que en el ser humano, florecía la conciencia a través de ciclos de siete años.

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Ahora en silencio, sentía que los niños profesaban amor y el odio lo sembraban los adultos. Rememorando a su madre, se preguntaba: « ¿O será que a medida que crecen, van cambiando convirtiéndose en rencorosos? ¿Así será su naturaleza?», reflexionaba, mientras la niñita se recostaba sobre su espalda para dormir la siesta de la tarde. El sol irradiaba sus últimos destellos y la noche se acercaba a pasos lentos oscureciendo la espesura, cuando un grito descomunal los despertó. Frente a él, muchos vecinos alborotados y virulentos, lo circundaban. Entre la muchedumbre salió Juan Ramón y tomó a la niña en sus brazos. Una sarta de reprimendas y palabras amenazantes llenaron el lugar de improperios. Algunos rencillosos querían tomarla con él pretendiendo golpearlo con palos y piedras. Él los ahuyentó mostrándole los dientes. El padre de la niña llamó la calma, diciéndoles que lo dejaran tranquilo, que la niña se encontraba bien. — ¡Esas alimañas son traicioneras! — le respondieron. —Dejémosle tranquilo, pensábamos que la niña se había extraviado. Pero ella solo vino a jugar con Lobo Feroz. No fue su culpa. —dijo Juan Ramón con sensatez. —No debemos confiarnos, es un lobo, es un animal. — le gritaron en voz alta. — ¡Si es un lobo, es un animal! ¿Y nosotros que somos? — Le respondió Juan Ramón, viéndoles la saña adueñarse de sus almas. Se vieron a los ojos y reconocieron el resentimiento que los abrumaba, sentirse descubiertos les molesto aún más, dieron la espalda y se marcharon esparciendo las amarguras por el camino; mientras la bebita en brazos de su papá se despedía del can, con la manito. La perdió de vista cuando atravesaron los solares. Se sacudió el cuerpo y bostezó profundamente y luego decidió dar su vueltecita cruzando calles y patios aledaños.

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3 Hoy, saldría la luna llena y cada vez que reiniciaba su periplo en lo profundo del espacio, se intensificaban sus sentidos lobunos y comenzaba a deambular entre las calles y el bosque, acallando sus aullidos. Silenciar sus aullidos era parte del sacrificio, para poder convivir con los humanos. Fue una lucha interna, hasta peor que la guerra de los siete años, pero pudo lograrlo. Había aprendido que la fuerza de voluntad podía domar o doblegar la naturaleza. Al principio se sintió morir, luego en cada ciclo lunar asimiló el modo de conservar la calma, a respirar profundo y a sentir que formaba parte de un todo, que el flujo y reflujo de las energías del universo podían controlarse no haciendo resistencia, y dejando que influyeran en la psiquis. Prestó atención a los cambios de conductas, sensibilizando sus sentidos. Cuando la veía despuntar por el horizonte irregular, se marchaba en silencio adentrándose hasta lo más profundo de la selva casi bordeando la montaña. Por largo rato merodeaba por su cueva y después recorría palmo a palmo el territorio, buscando el olor de su hembra y las huellas de su manada que rápidamente se disipaban. Más tarde, cuando la luna besaba la media noche, regresaba a su madriguera, en la base del árbol, y se echaba en el suelo; con la cabeza levantada y los ojos resplandecientes. El sereno de la noche y las energías cósmicas de la luna llena, lo arropaban en su lucha antagónica de despertar o ahogar sus aullidos. Siempre terminaba ahogándolos bajo la promesa del pacto acordado con Juan Ramón. Caía la tarde y las gallinas buscaban donde encaramarse, cuando Lobo cruzó por la plazoleta. Vio a María luisa conversando con Pedro y el maestro Ramiro, un poco más allá unos muchachos, los husmeaban, sentados sobre un banco. El revocatorio presidencial los llamaba a la lucha, la revolución llevaba cinco años de confrontación con los que se oponían al socialismo, y se acercaban nuevos acontecimientos. Se paró un

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momento y los escucho hablar de la batalla de santa Inés y de la gran marcha hacia Caracas. Inconscientemente levantó la cabeza, y sus ojos no encontraron sobre el horizonte, la luna redonda como el casabe que hacia Doña Ana, y continúo su camino. Olfateo el aire unas cuadras más adelante y las cosas que vio, lo intrigo más con el proceder de los personas. Cada vez que salía a indagar o prestar atención a la gente y sus cosas, veía imágenes y oía palabras que lo confundían de sobremanera. «Como es posible que digan una cosa y hagan lo contrario», meditaba mientras sus pasos lo dirigían al bosque, a lo más profundo del bosque. La oscuridad de la noche avanzaba escondiéndole los caminos. El canto de los grillos, se mezclaba con el sonido agudo y penetrante del universo; sus orejas recogían aquel sonido trasmatándolo en la energía que sustentaba su naturaleza y su forma. El graznido y chillido de las aves nocturnas lo acompañaban, al tanto que el reflexionaba de las cosas vistas. « ¿Los humanos?», se preguntaba. El género que llego a sus dominios, y en breves momentos modifico lo que la madre naturaleza tardo años en construir. Eran inteligentes, sagaces; pero notó que estaban llenos de envidia, rencor, vicios, ira y maledicencias. Observó que muchos actuaban tratando de imitar la naturaleza de los animales, que el celo y las pasiones dominaban sus sentidos. La convivencia le enseño que esta especie fue creada totalmente diferente al resto de los seres vivos, su naturaleza no era salvaje, pero vivía atrapada en sus emociones, haciéndose esclavos de las mismas. Dejó de cavilar y se detuvo en lo alto de una piedra, enquistada en el medio del cauce de una quebrada seca. Desde lo alto de un algarrobo una lechuza rompió el silencio del momento, con su ulular. Tomó el camino hacia la cueva que tiempos atrás fuera su casa. « ¿El Lobo?», se juzgó. Comparados con los humanos, dio en cuenta que eran animales de alma simple creados por el Señor y sostenidos por la madre naturaleza bajo sus leyes y

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designios. Mataban cuando tenían hambre y no por placer. Se apareaban con las hembras cuando el tiempo lo indicaba, regidos por ciclos e instintos. Jamás modifican el ambiente y mucho menos se unían para crear destrucción de sus hábitats. Dio en cuenta que era agresivo, pero la naturaleza les otorgó agresividad, para sobrevivir en medios agrestes y salvajes. Convivían con el hermano Venado, con el hermano Jabalí, con el hermano Picure, con el hermano Lapa. Todos hermanos, hijos de la naturaleza, quien había establecido un orden, un vínculo de subsistencia y esto indicaba que podían alimentarse de ellos para saciar el hambre, sustentar la vida. Sus dientes habían mordido la carne de los hermanos, pero esto formaba parte del equilibrio de la vida natural y salvaje. Así como, las luchas con los hermanos Zorros, los hermanos tigres, leones y otros; que como ellos necesitaban alimentarse de carne, porque fueron creados para eso. Los combates para establecer sus territorios ocurrían a diario, justificados porque determinaban la supervivencia de las especies y todos estaban al tanto de eso. Había lugar para todos. Vivian y establecían relaciones necesarias para que existiera la armonía entre todos a pesar de las diferencias. Cuando el ansia por comer, no atacaba sus estómagos, el bosque se manifestaba como el paraíso. Existía una paz y una calma profunda, la fraternidad perfecta entre los come hierbas, las plantas, el riachuelo, el sol, la luna, y ellos. Lobo Feroz no vio en ningún animal la enfermedad del hambre, esa manía del humano de romper el equilibrio sin medir consecuencias. La manada siempre estaba en armonía, y cuando se rompía en determinados momentos, inmediatamente se restablecía, porque estaba alineada con el principio del flujo y reflujo de las energías. Dio en cuenta que al humano le costaba restablecer el equilibrio, porque donde ponía su huella, dejaba el encono, rabia, odio. Rompían la proporción y la concordia del lugar para siempre. En la gran mayoría de los casos les costaba establecer una familia, coexistían sin orden,

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sin armonía y mucho menos se alineaban al flujo y reflujo de las energías. Esta vez el camino hacia la cueva le parecía más largo, más lejos. Vio el cantil y se acercó hasta la piedra donde sintió el llamado a quedarse, allí parado cerca de la gran piedra reflexiono: «Fuimos creados para ser salvajes, pero procediendo mejor que la mayoría de ellos, porque no esperamos que el mundo nos dé más de aquello que nos regala la naturaleza». Cuando pensaba esto recordaba a Juan Ramón, quien junto a su familia eran de los pocos, que realmente mostraban un modo de vida sustentado en el respeto, arden y equilibrio con la naturaleza. Juan Ramón se había convertido en devoto de san Francisco de Asís, el santo protector de los animales. En él existía lealtad y confraternidad, pero guardaba algo en su mente que no le terminaba de dar la paz que buscaba, últimamente lo observaba sumido largo tiempo en un estado de culpabilidad que se le reflejaba en el ánimo y sus palabras. Azaroso lo vio reunirse con su cofradía, muchas veces, y encerrarse por largas horas, sin encontrar común acuerdo entre todos, y siempre Jesús Antonio era el primero en salir dando un portazo y mascullando improperios. Largo, angosto y tortuoso el camino que comenzaría a recorrer este hombre en la búsqueda de la verdad y la honestidad que dormitaban en su conciencia; era como buscar la piedra filosofal, que se escudriñaba lejos cuando se tenía tan cerca. Por ser más complejos, su verdad es más compleja y por lo tanto más difícil de encontrar y entender. La complejidad les formaba un laberinto enmarañado por los sentimientos y las emociones que constituyen parte de su mundo interior. Para el resto de las criaturas de alma simple la verdad estaba en el día a día, en luchar para sobrevivir; en el instinto. Aquellos portazos, aquellas palabras encerradas entre cuatro paredes, reflejaban el deseo, el interés por sobre cualquier otra cosa. Él ya sabía el misterio que celosamente guardaban y que los trajo a estas

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montañas, eran los mismos motivos y objetivos que se trazaron aquellos que obligaron a sus ancestros a emigrar de sus territorios. La fiebre del oro, la civilización, la gran máquina; fueron entre tantas historias, el motivo de sus desplazamientos. Obligados a emigrar cruzaron territorios y climas jamás visto hasta encontrarse con estas tierras donde el flujo de energía brotaba como los manantiales de agua cristalina y fresca. Fue una suerte para ellos encontrar estos parajes, muchas manadas se extinguieron al no poder sobrevivir a los desplazamientos; las pocas presas, el clima y los parásitos fueron entre otros sus enemigos. Retomo el camino nuevamente hacia la cueva, cada vez que buscaba atisbar la luna llena se preguntaba si su manada, en su travesía se encontraría con una montaña como Santa Marta. Lobo feroz continuaba con sus reflexiones, mientras un breve destello asomaba por el horizonte de agua clara. Caminaba por el oscuro sendero, donde había vivido en un entorno sin mañana, sin tiempo, guiados por los ciclos del sol y la luna, hacia un nuevo amanecer. En ellos no existe el fantasma de la muerte, en estos parajes todos los días sucumbía un hermano y el beneficio es para todos, no moría en vano. En los humanos la muerte es un fantasma que los atormenta hasta más allá de su existencia, y por eso nadie quiere morir. Sin muerte, entonces se convertirían en un azote que arrasarían los bosques y la vida natural, para luego culminar con su propia existencia. Ese último día se acordaran de Dios, y asumirán que tienen la llave del cielo y que su llave es mejor que la del vecino. Muchos viven del engaño y la mentira, confundiéndola con la habilidad y la destreza. Por eso sus fantasmas perduran por siempre en el valle de las sombras, donde la oscuridad reina eternamente ocultando los caminos y senderos, que los llevan a la luz. Ahora entendía por qué Juan Ramón afirmaba que en el hombre preexistía mala levadura, esta no es más que el pecado que fermenta su alma inflándosele un vacío a cambio de vileza

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y depravación. Las vanidades, los vicios y el placer, nutren la mala levadura, que se transmite dominando sus cuerpos hasta arrastrar sus almas a la frontera de lo inhumano. El hombre tiene muchas mañas y sañas que tendrá que convertir en virtudes, para superar los obstáculos que se interpondrán en su travesía, de encontrar su paz interior; y así entonces, solo así, podrá entender el mundo, la vida y el universo, y lograr vivir en armonía. Avistó la cueva desde la ladera, y en ese momento entendió que la vida que mejor ha evolucionado en la naturaleza, sigue tomando como modelo de comparación a los animales, como si su mundo se tratara de depredadores y presas; de consumidores y productores, hundidos en ese error nunca saldrán de una mente irracional gobernada por las emociones. La racionalidad la encontraran cuando dejen de verse como animales superiores, y en sus espejos vean el reflejo de una especie quizás única en el universo y para poder entender eso tendrán que encontrarse así mismo, y concienciar quienes son en realidad, el porqué de esa dualidad entre el bien y el mal. Lobo Feroz respiro profundo y sintió que el aire no le llenaba la panza. «Creo que mi tiempo ha llegado, es hora de rencontrarme con mi manada», reflexionó apuntando la cabeza hacia adelante, negándose a mirar atrás. Se detuvo moviendo la cabeza de un lado a otro, de manera inconsciente reflejaba en su memoria el pasado y orientaba su cuerpo al presente. Luego siguió su marcha. El horizonte irregular de las filas agua clara, anunciaba la presencia de la luna. El alba esparcía su luz. Juan ramón en el patio de su casa la veía despuntar con su brillo. —Las diez y diez de la noche. — dijo mirando su reloj de pulsera. La luna llena avanzaba al zenit del fusco cielo, intensificando su luz y bañando la noche de claridad. Los grillos inundaban de chirridos la noche, llamando a sus parejas. A lo lejos aullidos de perros, se entrecortaban pausadamente

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con la bulla noctámbula del bosque. Lobo Feroz llego a la cueva y olfateó buscando el olor de su compañera y sus cachorros. Olor que apenas podía percibir porque la ausencia se encargó de borrarlo del suelo, de las paredes y del aire. Salió olfateando como buscando la esencia que lo conectara con el ayer. Miro la luna sobre lo alto de la fila, se mostraba blanquita y resplandeciente. Su luz lo bañaba por completo irradiándolo de energía, sintió reverdecer su instinto de lobo salvaje adormecido, a voluntad, a favor de la tregua. Se percibió ligeramente extraño mas no tuvo miedo, vio a su alrededor los cinco elementos que formaban el molde de su existencia. Esta vez se olvidó por completo de los humanos, e inspiró profundamente, y levantó la cabeza a la vez que abría su boca. De lo más profundo de sus entrañas despertó un aullido que estremeció la montaña. Lo repitió una vez más, esperando la respuesta de sus parientes. El viento le trajo una muda contestación. Estaba solo, no existían más lobos en la región, solo estaba el: el último lobo de la montaña. 4 Se echó a la orilla de la cueva y se quedó dormido, soñando una vez más, que caminaba a través de cerros y cordilleras, buscando a su manada. Pero esta vez llego a una montaña muy diferente a las demás, era un lugar mágico donde existía un nuevo horizonte, uno jamás contemplado. Se paró en la cúspide de la fila y desde allí vislumbró un valle cubierto de árboles y pájaros; muchas flores y miles de mariposas color rojizoanaranjadas, con bordes y venas negruzcas, volanteaban creando figuras irregulares. Eran mariposas monarcas, que seguían sus rutas de emigración. El suave murmullo de las aguas límpidas y transparentes, de ríos y quebradas, bañaban el suelo virgen, tierra donde el hombre todavía no posaba su huella. La bóveda celeste estaba pintada con un azul que sus ojos jamás vieron, y las nubes mostraban un blanco como la

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flor del lirio que crecía a orillas del manantial de Santa Marta. Movió sus patas por el sendero y en medio del valle, se encontró con un enorme árbol de almendras donde convergían muchos animales. Apuntó su mirada hacia el horizonte y observó a lo largo y ancho muchos árboles de almendra, y pregunto por el nombre de aquel lugar donde la magia de la naturaleza creaba y diseñaba a sus anchas. Un rugido estremeció el lugar: «esta es la Montaña de Almendra y yo soy el León rabo negro el más grande y fuerte de la Montaña de Almendra, ¿quién eres tú?». Lobo Feroz aulló con todas sus fuerzas, respondiéndole: «El ultimo lobo de la montaña de Santa Marta». El León rugió nuevamente y le dijo: «Eres bienvenido». Lobo Aulló alegremente mostrando igual trato. Preguntó por su manada y le dijeron que mucho tiempo atrás llego allí una manada de lobos que venían heridos, fueron curados y luego continuaron su marcha cruzando la montaña más allá donde se oculta el sol. Sus ojos resplandecieron y aulló agradecido, luego bebió agua del río cuyas arenas brillaban como las estrellas y sus cristalinas aguas llevaban cardúmenes de peces en su seno. Embelesado con aquellos parajes emprendió su marcha. Caminaba y caminaba sin detenerse. Avanzaba sin haber camino. Atrás, sus huellas quedaban en el suelo húmedo. Adelante el horizonte le mostraba la senda por recorrer. Sus ojos negros y brillosos miraban el cielo claro y despejado, y el sol le mostraba el camino. En las noches la luna y las estrellas le mostraban el camino. A cada paso percibía la presencia de los suyos y ese era el camino. El aire a cada cierto tiempo le entregaba el olor de la manada y así seguía el rastro. A cada paso de montaña, en cada valle cruzado, dejaba sus huellas delebles en el tiempo para nunca regresar. Con su cuerpo abría brecha, tras los latidos de su corazón.

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Camino a la batalla de santa Inés 1

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or los senderos de la patria de Sucre, el gran mariscal de Ayacucho, se oía un solo grito: «¡Uh! ¡Ah! Chávez no se va». Voces que se repetían a todas horas y todos los días. La clase media, la clase trabajadora, los pequeños y medianos comerciantes, aquellos que habían logrado con el sudor de su frente una mejor calidad de vida, dejaron sus comodidades para estar al lado de los más necesitados, y salir en defensa de una Venezuela para todos. En los barrios; en los campos; los obreros; los pobres, se unían como un solo pueblo, en una sola voz, por una nueva libertad: la liberación de sus mentes. El Florentino de sabaneta había sembrado en tierra fértil, las ideas revolucionarias del maestro Simón Rodríguez, y estas florecían a lo largo y ancho de la patria bajo el lema de misión Robinson. Arduo trabajo que cimentaron las bases para sacar del analfabetismo y la desidia cultural, a más de dos millones de venezolanos que no sabían leer y escribir. Ahora entusiasmados con el “Yo sí puedo”, recorrían las calles escribiendo y leyendo el “No”

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como preámbulo a la gran batalla por el plebiscito. Referendo revocatorio que cercenaría el sueño de su líder, para continuar sembrando el petróleo, y despertando a la América latina del letargo esclavista a que fueron sometidas las mentes de sus antepasados; herencia latente en las nuevas generaciones. Llegaba el momento de cerrar un ciclo de angustias y tormentos. Lo ansiaba el pueblo lo retardaba la oposición y lo deseaba América latina y el resto del mundo. Los poderosos luchaban para retrasarlo, pero la llegada era inminente. Lentamente se fue orquestando un canto por estas calles, por los campos, por la ciudad. Un canto que movía las fibras del corazón y unía los sueños de millones de venezolanos. Ese canto, era un canto a Bolívar, trova nacida en la pluma del gran poeta chileno Pablo Neruda. La brisa cálida de las costas occidentales esparcían el padre nuestro que estas en la tierra, en el agua, en el aire. De toda nuestra extensa latitud silenciosa. El pájaro Bolívar traía el fuego sagrado del volcán Bolívar y lo entregaba al pueblo quien lo alzaba a lo más alto entre lloros y canticos de alegrías. Así lo percibió el trovador austral, mientras el sol asomaba por el naciente acariciando las montañas. La mañana se desplazaba lentamente, bajo un clima fría y húmedo, allí en Madrid, lo vio venir y ante el encuentro inevitable sus palabras brotaron entregándole consuelo: «de qué color la rosa, que junto a tu alma alcancemos. Roja será la rosa que recuerde tu paso, como serán las manos que toquen tus cenizas». Bolívar el soñador, Bolívar el pensador, lo escuchaba silenciando sus emociones. Neruda sin dar un paso más allá, dejaba que el alma conversara con el alma con palabras intuitivas: «Clavado en otra cruz está el hijo del hombre, pero hacia la esperanza nos conduce tu sombra. El laurel y la luz de tu ejército rojo, a través de la noche de América, con tu mirada mira. Tus ojos que vigilan, más allá de los mares, más allá de los pueblos oprimidos y heridos…Tu voz nace de nuevo, tu voz otra vez nace». La mañana avanzaba

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lenta y un viento frio se encajaba, en la boca del quinto regimiento, cuando Neruda mirándolo fijamente le dijo: « ¿eres o no eres o quién eres? »Y un Bolívar anhelante, mirando el cuartel de la montaña como si fuera el futuro le dijo: «Despierto cada cien años, cuando despierta el pueblo». Los días se convirtieron en años y el tiempo le dio la razón. Un huracán revolucionario movía las fibras de millones de venezolanos y ahora la gran marea roja, el ejército rojo que profetizara Neruda se proponía decidir en las urnas electorales, la batalla de Santa Inés, como había bautizado el presidente Chávez, el reto entre Florentino y el Diablo; el encuentro entre el “si” y el “no”; la lucha entre el pueblo y los poderosos. Lentamente se afianzaba el ideal bolivariano sobre las bases de un nuevo socialismo, el socialismo del siglo XXI, reinventado por los venezolanos para los venezolanos. ¡Inventamos o erramos! ¡Necesario es vencer! ¡Venceremos!, voces del ayer sin tiempo, siempre vigentes al nuevo amanecer. 2 Son las tres de la mañana y por el ancho terraplén de Piedra pintada, viene bajando un pueblo, desandando el camino oscuro. Es Juan Ramón con su gente, que alegremente caminan hacia la gran marcha. La noche es de luna menguante, noche oscura y tenebrosa, pero hoy no hay espanto en el monte que les detenga el afán. Los aullidos de Lobo Feroz y su regreso a la vida salvaje los tenían en vigilia permanente, pero nuevamente los ruegos a santa Bárbara y el recuerdo de la tregua les calmaban los días por venir. En el camino, Anastasio bullanguero y bromeador, aprovechando que la noche esta oscura, le dice a su compadre Simeón. — ¡Cuidao compa! ¡Salgase de esa orilla que por ahí sale el silbón!

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—No hombre compa —le repica el otro rápidamente. — ¡deje que me salga el pata e zarcillo ese, pa que vea el revolcón que le voy a dar! Entre risas y comentarios continúan el camino. Es larga la jornada pero el compromiso y el deseo de ver, desde cerca, al comandante los anima a la marcha matutina. Son los Florentinos de Venezuela, son el sentir y la tradición de un pueblo. El compa Simeón Andrés toma el cuatro y alborota la madrugada con una canción mansa para un pueblo bravo. Atrás los compatriotas le siguen con el grito de ¡Uh! ¡Ah! Chávez no se va. Por los caminos de tierra, por la carretera, por las avenidas, por las escaleras: por todas partes se oye un solo canto. Es el padre nuestro que estas en los cielos, en agua, en el aire; el que viene de toda la extensa latitud silenciosa, y converge hacia la avenida Bolívar de Caracas. Es domingo 6 de junio y el presidente ha convocado para hoy una gran marcha, como preámbulo a la batalla de Santa Inés. Desde la noche anterior se vislumbra un movimiento de personas, nunca antes vistos hacia la capital. Los hoteles están copados y mucha gente del interior del país se ha quedado durmiendo en los aeropuertos y otros lugares acordonados con dispositivos de seguridad. La gente de Canoabo consecuente con el presidente, han programado la salida de los autobuses para las nueve de la mañana. Son cinco horas de carretera que los separa del epicentro de la gran concentración. Son las cinco y media de la mañana, y a medio camino del pueblo, entre la espesura del monte, se escucha la cántatela de los lugareños. Entre coplas y canciones van aligerando el viaje. Es el trajinar lo que hace al hombre; hombre y a la mujer; mujer. El camino de la vida es como el camino a la batalla, sales con un canto de alegría, sin saber si hay un regreso. El peligro llama a la muerte y esta se pasea acechando a quien el destino señala. Esta vez el viaje no es una aventura, es un

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compromiso y es el deseo de acompañar y vivir los sueños de libertad. Pero estos sueños también llevan a la muerte. Los que se oponen al gobierno han puesto celadas y algunos paisanos ya no verán más la luz del sol. Es la estrategia del amedrentamiento y la campaña del miedo. Pero lo que está escrito, escrito esta, y la multitud amanece alegre, y el día amanece bullicioso y hermoso. Es la revolución bonita, son los sueños de ver una patria unida. Ha despertado el Bolívar de pablo Neruda, el Bolívar de la gran Colombia. Juan Ramón llega al pueblo de Canoabo con sus Florentinos cansados, pero risueños y contentos. Bajan de la camioneta de estaca, unos camaradas les han hecho el traslado desde la Sabana. María luisa al verlos se abalanza sobre ellos en muestra de cariño y alegría. Los ha estado esperando desde el alba, junto al maestro Ramiro y al camarada Pedro “el don juan tenorio de piedra pintada”, y miembro de los Círculos bolivarianos. Francisco José lo mira con cara de pocos amigos, pero entiende que el momento es para la Batalla de Santa Inés y no para líos de faldas. María Luisa y el maestro Ramiro también guardan sus diferencias con Juan Ramón para otro momento, ya vendrá el tiempo de las explicaciones. La mañana avanza y no aparecen los autobuses que los trasladaran a Caracas, el retraso crea desconcierto y algunos alborotos. Más de doscientos compatriotas comparecen al llamado de la contienda. Los organizadores piden calma a su gente y solicitan dos unidades más, al comando municipal de Bejuma y organizan de inmediato, mientras llegan los autobuses, una marcha por el pueblo para calentar el ambiente y sembrar animo en los seguidores. Estos no se hacen esperar y a la voz de ¡Uh! ¡Ah! ¡Chávez no se va!, inician el recorrido por la avenida Bolívar de la parroquia, la gente sale al frente de sus casas y vitorean la congregación, que avanza a pasos de vencedores. Cruzan en la plaza Bolívar y bajan luego por el paseo Padre la Villa, al lado del club Canoabo. El populoso

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sector la Castrera los ve pasar y los aúpa con el tricolor patrio. Luego irrumpen victoriosos por la avenida Ojeda y a lo lejos escuchan el cornetéo de las unidades que vienen llegando. Ahora se acrecientan las voces y el delirio se hace realidad ante sus ojos. Un nuevo canto sale de los altavoces de la unidad que los acompaña. ¡El comandante se queda! ¡Se queda! ¡Se queda! Mientras, el gentío va subiendo a los autobuses con la consigna ¡Uh! ¡Ah! ¡Chávez no se va! Es hora de partir. El maestro Ramiro pasa repartiendo, el desayuno, dos sánduches con jamón y queso y medio litro de jugo a cada compatriota. Mientras avanza por el pasillo les dice: —Camaradas si esto es en Canoabo ¡cómo será en caracas! Son las nueve y cuarenta, la gente ríe y las unidades inician el recorrido hacia la gran capital. En la travesía cientos de carros y autobuses llevan el mismo destino que la gente de Canoabo. Por las carreteras, las arterias del país, fluyen miles de unidades que como glóbulos rojos convergen hacia el corazón de caracas, hacia el epicentro de la revolución bolivariana. 3 Caracas esta ¡roja rojita!, la media tarde esta clarita y el sol reluciente cobija la sombra triste, hay camaradas caídos en muchas partes del país. Pero sus muertes no son en vano, porque son aleluyas por la libertad. Los que mueren por la vida, no pueden llamarse muertos. Ali, Ali primera, sus mensajes hechos canción, son ahora un sentimiento patrio. Su canto también es un canto a Bolívar, es un canto para el pueblo, es un canto para los pobres. La gente de Canoabo converge en la avenida Bolívar que esta atiborrada de entusiasta compatriotas, María luisa marcha entusiasmada entre el gentío, alzando entre sus manos una pancarta que dice: «Chávez te decimos SI, votando NO». Las

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calles perpendiculares a la avenida, son cantaros que se llenan de agua para la vida; son manantiales de esperanza. El gran ejército rojo está en la calle, ordenado, paciente; a la espera que su comandante les hable. La gran marea roja está en calma. Conformada por las unidades de batalla electorales, las UBE, y estas a su vez por las patrullas, integradas por diez militantes y cada uno de ello a la vez enlazado con otros diez compatriotas. Todo está en orden según lo planificado. Solo esperan el reto de Florentino y El diablo. Ha llegado el presidente Chávez y anuncia cadena nacional de radio y televisión, para todo el territorio nacional y más allá de la frontera. Las banderas se agitan, las pancartas se elevan, las gargantas explotan. — ¡Qué tal! ¿Cómo están ustedes? — ¡Bien! Le respondió la multitud, con entusiasmo. — ¡Miren como hay gente por todos lados! ¡Viva Venezuela! ¡Que viva la revolución! ¡Que viva la patria! ¡Viva Bolívar! ¡Hay mi madre, hay catire Florentino! Un Chávez emocionado aflora las pasiones que lo atan a su pueblo, y este le responde con el mismo amor y cariño. — ¡Uh! ¡Ah! ¡Chávez no se va! ¡Uh! ¡Ah! ¡Chávez no se va! Seguidamente se entona el himno nacional y la vibración de las voces alcanzan niveles que despiertan el alma poniendo piel de gallina a la gente. En el ambiente música llanera, es tarde de coplas y corridos. El catire Florentino por el ancho Terraplén, caminos de Venezuela y desanda a golpe de tres. Son aproximadamente las tres y veinte de la tarde y la multitud reunida es el alma viva de Florentino. « ¿Y quién es Florentino?», Les pregunta el presidente. Y el mismo les responde: «Florentino somos todos nosotros, el pueblo bolivariano. Ese es florentino». Pero también es su cultura, sus tradiciones, es el alma de aquellos que luchan por un mundo mejor.

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— ¡Nosotros somos florentino y ellos son el diablo!, les dijo. Entre coplas y versos de Alberto Arvelo Torrealba, les habla nuevamente de la batalla de Santa Inés comandada por el general Ezequiel Zamora, el 10 de diciembre de 1859. En medio de la alegría de una concentración jamás vista en el país, se atreve a decirles que el oposicionismo ha despertado un gigante, ha reimpulsado el despertar de Florentino, el pueblo bolivariano. Desde los centros de información privados, la preocupación comienza carcomer el triunfalismo de la oposición, saben que no pueden ocultar el sol con un dedo pero insisten que la política esta por encima del gentilicio de los pueblos. Los dueños de la televisión, la radio y los principales diarios, comienzan a propagar a nivel nacional e internacional que la revolución ha muerto, que no tiene apoyo popular, que los venezolanos están cansados de Chávez y el chavismo. Que la marcha es un rotundo fracaso. Mentían descaradamente desinformando al pueblo y sometiéndolo a presiones sicológicas. Una marcha marcial lúgubre y tormentosa, llamaba a la muerte, retrasmitiéndola una y otra vez. Pero la muerte no viene cuando se le llama con miedo, el valor, el arrojo es lo que apura sus pasos. Esta vez, la mentira no la podían convertir en una realidad. No podían tapar el sol, con un solo dedo; no podían parar la gran marea roja, el ejército rojo que les anunciara Neruda en su canto a Bolívar. Estaban asustados, heridos en la razón sin dispararles una bala. El desconcierto y la zozobra comenzaban a reinar en las filas de la oposición. «Hoy arranca la misión Florentino —les dijo un Chávez estadista y visionario. — el pueblo venezolano que ha despertado como un gigante va a ratificar mi mandato, y va a ratificar el camino porque no es mi mandato se trata del camino, se trata de la revolución, se trata del futuro, se trata de

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los sueños, nosotros somos la mayoría… ¡aquí está el chavismo más vivo que nunca, aquí está el chavismo más unido que nunca, aquí está el pueblo bolivariano más unido que nunca!...¿Quién dijo miedo?…nosotros hoy estamos demostrando aquí la unidad del pueblo… unidos todos hoy más que nunca» Luego anuncio la creación del comando Maisanta en honor al general Pedro Pérez Delgado “el último hombre a caballo”, un revolucionario que en 1914 se alzó contra la oligarquía, haya, por los llanos de apure y barinas. Por último su discurso se paseó por la economía próspera y sustentable del país y su inversión en planes sociales y culturales. Les alertó de las cizañas que estaba tratando de sembrar la oposición en las filas del chavismo. Y los instó a la unidad del pueblo bolivariano. Vio a Lina Ron entre sus allegados, con ella habían tenido desacuerdos últimamente, le estiró la mano en un ademan de saludo, al tanto que comentaba: —Por aquí estoy viendo a la camarada Lina Ron, por cierto, un beso a Lina. Y luego gritó: ¡que viva la unida la unidad del pueblo Bolivariano! Entre aplausos y vivas término el discurso, repitiendo la copla de florentino: Sepa el cantador sombrío, que yo cumplo con mi ley y como canté con todos, tengo que cantar con él. — ¡síganme pues a la batalla y a la victoria! Ha concluido el acto y el pueblo en la calle, regresa a sus hogares. María Luisa acompañada del maestro Ramiro y Pedro, se escabulle entre la gente y llegan cerca del cordón de seguridad por donde viene el presidente. — ¡atrás! ¡Orden señores, orden!

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Es lo que se les escucha gritar, a los oficiales de seguridad. — ¡Presidente, presidente! — grita la muchacha. Chávez se detiene y la saluda, preguntando por su nombre. «María Luisa», le responde ella. Luego estira su brazo y le entrega un sobre con pedimentos para su pueblo. Él lo recibe y guarda en el bolsillo de su pantalón, ahora le pregunta que de donde viene. — ¡De Canoabo! —le responde, emocionada. — ¡Canoabo!... tierra de Gervasi, yo estuve por allá en el año 1998. Visité la universidad Simón Rodríguez, fundada por el Dr. Félix Adam. Fuimos a la represa de Canoabo. Muy bonito su pueblo, dígales que algún día voy de regreso por allá. Le da un abrazo, un beso en la mejilla y continúa su recorrido. Ella alegre abraza a sus compañeros, y grita de júbilo emocionada por el encuentro, dan la vuelta marcando el regreso a su pueblo. 4 Son las dos de la mañana del nuevo día, Juan Ramón y sus florentinos emprenden la marcha por el camino arcilloso de cuestas y declives. Con ellos viene María Luisa y el maestro Ramiro. Han cumplido con la patria, con Chávez y con el pueblo. Cansados por la larga jornada, aun así mantienen el ánimo y las energías. Todos marchaban alegres y risueños hacia Santa Marta, de donde partieron de noche y regresaban de noche. El maestro Ramiro, reflexionó sobre el momento, y les recitó parte del poema “mi padre el inmigrante” de Vicente Gerbasi. —Venimos de la noche y hacia la noche vamos. Los pasos en el polvo, el fuego de la sangre, el sudor de la frente, la mano sobre el hombro, el llanto en la memoria… Los días de revolución en piedra pintada continuaron entre las aventuras de la caperucita María Luisa, su amor secreto que ya doblegaba su alma, y sus ansias de descubrir lo que estaba

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oculto tras la cofradía. Lobo Feroz por su parte reflexionaba sobre el hombre y su mundo. Sentía que había logrado su propósito, y este era conocer de cerca una raza de seres vivos, con un intelecto tan superior capaces de trasformar la vida, así como también capaces de destruirla. Ya su mente no era la de aquel lobo salvaje, entendía que los seres vivos podían evolucionar en la medida que enfrentaban eventos que marcaban o destruían su mundo o sus vidas. En solitario recorría la montaña aullando de cuando en cuando, y esto alarmaba a la gente del caserío que tomaban las municiones y las escopetas. 5 El 15 de agosto, llegó bañando de rojo las calles y caminos del país. No era un baño de sangre, el ejército rojo salía al campo de lucha, el día de la batalla de santa Inés había llegado, durante toda la jornada sus patrulleros lograron mantener la disciplina en las mesas electorales y resguardaron los votos que se sumaban a cada minuto. El conteo se prolongó hasta la madrugada del 16, cuando el rector Jorge Rodríguez anuncio oficialmente la victoria del presidente Chávez. La alegría se desbordo por las calles, como el viento; como rio crecido entre vega de plátanos; como punta de ganao en medio de la sabana. El júbilo inundó la inmensa mayoría de los hogares de Venezuela. Una vez más el chavismo ganaba limpiamente las elecciones y el comandante superaba, al lado de sus Florentinos, otro escollo en su revolución bolivariana. Fue una victoria que la merecía el pueblo, y la oposición entendió finalmente que sin pueblo no hay gobierno. El presidente fue ratificado con el 59, 25 % de los votos y la oposición saco el 40,74 % de los votos. El “No” obtuvo 5.800.629 votos, mientras el “Sí” obtuvo 3.989.008 votos. En Canoabo el ejército rojo guardaba los aparejos de batalla y se prestaba a dormir, mañana seria el día de celebración.

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Mientras el pueblo, al día siguiente, celebraba ruidosamente la gran victoria. La oposición, en Canoabo y en todas partes, esgrimía argumentos sacados de sus laboratorios ocultos, que avalaban un posible fraude. Nuevamente esa mentira no la pudieron convertir en una realidad, y se quedaron con los grifos hechos. El sueño bolivariano de un pueblo en busca de un futuro mejor, fue mucho más grande que el sueño americano de una minoría.

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La verdad oculta

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os días siguientes sacudieron al poblado de piedra pintada, con truenos y relámpagos que enervaban sus cuerpos. La mañana los despertó, con una lluvia ligera que comenzó a caer a las seis y cuarto, convirtiéndose minutos más tarde en un vendaval que golpeaba los techos y la tierra; chorreando el agua por los patios buscando los zanjones. El torrencial agosteño cruzó de este a oeste, arrojando cantaros de agua por más de media hora. Luego le siguió una llovizna tenue y tristona que los acompaño hasta casi media mañana. Lentamente las nubes cargadas de vapor se marcharon y el sol apareció reluciente dispersando el frio, en ventiscas, al tanto que los hombres se aprestaban a dar inicio a sus labores de campo. Transcurrida una semana después del plebiscito, el caserío estaba de zozobra, en zozobra. No solo Lobo Feroz los aquietaba con sus aullidos. Varios miembros de la cofradía proponían celebrar la fecha de fundación del caserío, levantado

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el 26 de noviembre del año 1987, y nombrar oficialmente a santa Bárbara Bendita, como la patrona de la comunidad. Para lograr el objetivo debían contar con la aprobación del curato del pueblo de Canoabo y de las autoridades civiles, en la figura del prefecto Don Thomas. Pero ante todo debían ponerse de acuerdo, para resolver la situación que se les presentaba de inmediato. Juan Ramón se movía inquieto de aquí para allá, en la plazoleta, entrecruzándose con la imagen patronal, esperaba con prontitud a dos miembros importante de la cofradía, un rumor de última hora, entre sus integrantes, movía las cimientes de la fundación del caserío y si no hacía algo para remediarlo lo antes posibles, su proyecto de un pueblo en armonía con la naturaleza desaparecería en un vuelo de pájaro. Al rato doña Asunción y doña Ana se apersonaron sacándolo del ensimismo que lo embargaba. — ¡Vamos! — les apremio. — Debemos ganar tiempo. Juntos marcharon al salón escolar sede de la cofradía, sitio donde se debatían todos los asuntos en pro y mejoras del lugar, y también guardaba, entre sus paredes, aquel secreto que celosamente resguardaban; y que ahora amenazaba con escabullarse de boca en boca. Una vez en el recinto, comenzó a deshojarles la situación que Simeón Andrés había escuchado de refilón hacia dos días atrás. —Como bien saben, Jesús Antonio se oponía a que cambiáramos el curso de los eventos a que dieron lugar la creación de este poblado. Para él, lo más importante es encontrar el segundo petroglifo. Es lo que anima su alma, lo que justifica su permanencia en estas montañas. — ¡Y hora cual es el problema!, ya llegamos a un acuerdo y el acepto. —Dijo doña Ana. —Ahora el problema—se detuvo un momento y miro a doña Asunción. — Ahora es María Luisa y el maestro Ramiro. — ¡Cómo! —Gritó la doña, a manera de recibir una noticia fúnebre

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—Así como lo escuchó, María Luisa y el maestro Ramiro están solicitando conversar con Jesús Antonio, sobre el asunto. No sé de qué manera lograron atar cabos, alguien tuvo que soltar prendas. — ¿Pero quién? —Inquirió doña Asunción mostrando honestidad y desconcierto al saber que su hija estaba envuelta en aquellas cuestiones. Juan Ramón pretendía responderle, a sabiendas que recibiría otro impacto emocional, cuando dos golpes fuertes sobre la puerta de madera, llamaron su atención. En seguida fue doña Ana a ver que sucedía. “Soy yo”, gritaron desde afuera. — ¿Quién es? —Preguntó, ahora, ella. — ¡El maestro Ramiro! Aquella respuesta no la esperaban tan rápido — ¿Que hace aquí, a estas horas, no debería estar en el pueblo? —Masculló Juan Ramón, moviéndose inquieto de un lado a otro. —No sé, a menos que haya venido por el asunto que acontece. —Respondió doña Asunción. Todos miraron con el rabillo del ojo a Juan Ramón. Doña Ana lo miró esperando su respuesta y este le indico que abriera. Después de pasar y saludar, el ambiente se puso tenso y las miradas se entrecruzaron. El silencio se adueñó del saloncito por breves segundos, hasta que Juan Ramón lo rompió. —Usted dirá maestro, ¿qué se le ofrece a esta hora, no debería de estar usted en el pueblo? —La verdad es que si, no crea que conversar con don Thomas es cuestión de ir y ya. Pero vine a buscar una verdad, una verdad oculta para mí, por más de doce años. ¡Caramba que verdad tan cierta!.... — ¿Cuál? —Clamó doña Asunción, como queriendo no oírla.

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—Eso de que las personas nunca terminamos por conocernos. Hasta el día de la muerte salen con una baraja debajo de la manga. — ¡La cosa no es así maestro! — dijo, sintiéndose herida doña Asunción. — Usted debe plantearnos sus dudas y nosotros le responderemos. ¡Aquí todos somos personas honestas! —Pero no es la honestidad, lo que estamos juzgando en este momento. ¡Es la mentira y el engaño con el que nos han traído hasta aquí!, Pareciera que el sueño de vivir en armonía con la naturaleza, solo fue eso: un sueño, convirtiéndose ahora en pesadilla. ¿Y que hay con el compromiso revolucionario, también hay algo oculto? Por un momento todos hicieron silencio. La verdad buscaba salir, brotar de sus gargantas. Dejaron de mirarse a las caras, solo miraban las paredes, el techo y el piso. Las últimas palabras del maestro habían sido un duro golpe emocional. Un golpe tan duro como el que recibía la puerta en ese momento. Nuevamente, el azaro crispaba los nervios de los presentes. — ¡Habrán, habrán! — Escucharon una voz femenina que les hablaba. — ¡Es María luisa!— dijo doña Asunción trabándose los dedos y caminando intranquilamente. —Yo voy y le abro— indicó Juan Ramón y salió a su encuentro. En cuatro zancadas ya estaba sobre el pasador de la puerta y en un santiamén la abría. La muchacha paso con cara de pocos amigos y se colocó al lado del maestro Ramiro. Desde allí miró a su madre con un gesto de desaprobación. La doña solo atinó a moverse intranquilamente y a mirar de reojo a Juan Ramón; pidiéndole que aclara aquello. Juan ramón se acercó, a ambos, y les pregunto. — ¿Sinceramente que saben ustedes? ¿No les parece que la cosa es un rumor?

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— ¡Ningún rumor! —hablo exasperado el maestro. —Esto aún no ha salido de estas cuatro paredes, y esperamos algo que justifique nuestra presencia en la cofradía. Porque, como es posible que estemos a meses de celebrar eclesiástica y civilmente la fundación de un caserío, que esconde un pasado un poco dudoso. —Y donde está la confraternidad y el respeto por aquellas personas que vinieron a vivir a este hermoso paraje, bajo la filosofía de coexistir en armonía con la naturaleza. Todo tiene un tiempo para aclararse, ¿no creen ustedes que es el momento de limpiar sus almas y limpiar las cimientes de la fundación? —señaló a propósito María Luisa. Doña Asunción le hacía señas a su hija, para que se calmara. Cosa que ella ni caso le prestaba, mirando hacia el otro lado. Al frente, y aun sentado, Juan Ramón se sobaba la mandíbula, y en el otro extremo las doñas juntaban las manos pidiendo calma. —Lo que nosotros sepamos no es relevante amigo Juan Ramón, esta muchacha y yo podríamos marcharnos tranquilamente y dejar pasar la cosa como si no supiéramos nada. Pero no es así, ¡y si esto no se aclara hoy mismo! le aseguro que mañana será otro cantar. — ¡Que broma! —dijo el hombre Se levantó contrariado, dio la vuelta, y se quedó mirando la imagen del libertador Simón Bolívar fijada sobre la pared, en un marco dorado. Allí estuvo por espacio de muchos segundos, luego imprimió aspereza a su voz, dando órdenes. —Doña Asunción convoque una reunión de emergencia a todos los miembros de la cofradía. ¡Pero que sea ya! Ella y doña Ana salieron rápidamente en busca de los otros constituyentes, al tanto que él salía hasta su casa para mandar a hacer un café. Y traer los documentos de la congregación.

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2 Al rato todos los integrantes estaban presentes. Juan Ramón los invito a sentarse colocándose uno al lado del otro en forma de círculo, y en medio del maestro Ramiro y María Luisa, se sentó él. Afuera, vigilando que nadie interrumpiera, se encontraba como siempre Simeón Andrés. «Bueno— expresó el guía y miembro nato. —sucedió lo que tenía que suceder y bueno es lo que pasa. Los señores aquí presentes conocen parte de la verdad y conocer parte de la verdad es más peligroso que una mentira o un engaño, porque buscando esa otra mitad de la verdad, atando cabos por aquí y por allá, siempre tergiversamos los hechos y luego jamás, pero nunca jamás, podemos armar el rompecabezas que se va formando. Así que hoy es un día para hablar de la verdad y a eso me remito». Luego les pregunto formalmente a los miembros de la cofradía: « ¿Están ustedes de acuerdo que le contemos la verdad a María Luisa y al maestro?». Todos se miraron y levantaron la mano en señal de acuerdo, el último en levantarla fue Jesús Antonio; con la boca torcida daba a entender que no le estaba gustando aquello, por alguna razón el desenlace favorecía los designios de Juan Ramón. Por su parte, doña Ana y doña Asunción se levantaron de sus asientos y comenzaron a servir el café, al momento que Juan Ramón comenzaba a contar los pormenores. El hombre se desplegó, acomodándose en la silla, y desde allí había de recordar el día que dio comienzo a su odisea. Por circunstancias de la vida, esa noche, revisó una vieja biblia que guardaba la familia como una reliquia. Pues había pertenecido a Ramón Encarnación Hernández, el papa de su tatarabuelo. La biblia guardada en el cuartico de los santos había estado reposando ahí desde su muerte, nadie la tocaba y nadie absolutamente nadie la había abierto desde su muerte. Hasta ese día, que curioseando la tomó entre sus manos y comenzó a ojearla, pensando que ya estaba carcomida por la polilla. Para

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su sorpresa pudo notar que sus hojas, aun, estaban impregnadas de alcanfor. Esencia cuyo olor afloraba al hojear sus páginas, y allí encontró, una vieja carta de dos folios doblada en cuatro pliegues. Esa epístola fue la que los transportó hasta la montaña, en una aventura. Cuando la leyó, no lo creyó y pensó que tal vez se trataba de alguna broma de su trastatarabuelo. Pero cuando comenzó a reflexionar sobre el asunto y a preguntar, aquí y allá. Encontró parte de una historia que circulaba entre cuentos de media noche, y en velorios de difuntos. Leyenda que se acoplaba con lo que describía la carta. Escrito cuyo nombre y firma, del remitente, estaban al pie de la página, y cuyo encabezamiento estaba sin destinatario. De inmediato salió en busca de su mejor amigo, Jesús Antonio, y lo encontró jugando domino en el bar el cristal. Lo llamó aparte y allí mismo le comentó sobre el asunto. Ambos en secreto se adentraron en la montaña. Por más de un año estuvieron yendo y viniendo sin encontrar nada. Solos; con Dios, la virgen y la oración de la magnífica, buscaban los petroglifos que señalaban el punto donde estaba un entierro que databa de la época de la independencia. Según la carta, allí estaba enterrado el cargamento que transportaban siete mulas, un tesoro de catorce sacos de utensilios, monedas, joyas y piezas de oro y plata, que traían dos familias españolas de gran influencia en el gobierno monárquico. Estas familias venia huyendo hacia las montañas, por el asedio de las tropas Bolivarianas que habían derrotado a los realistas en la batalla de Carabobo. En su huida, cargaron con todo el oro y plata que pudieron y al no poder salir por trincheras, se aventuraron a cruzar la montaña encaminándose hacia Bejuma, y pasando luego por Canoabo. Buscaban salir a Puerto cabello, donde lo esperaba un barco quien los llevaría de regreso a su patria española. Pero el destino les hecho una broma y tomaron el camino equivocado, entraron por Montalbán y subieron por el cerro el peñón y más arriba encumbraron en el cerro la copa,

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luego tomaron esa fila hacia quebrabonita y vinieron a tener hasta Santa Marta buscando la salida hacia el mar. Ya estaban como a dos días de camino, del puerto, luchando contra la espesura del bosque, los descalabros y las serpientes venenosas. Avanzaban trajinosamente al paso de los peones que hacían un camino a destajo. Pero no pudo prosperar la acometida, pues, los que venían cuidando la retaguardia les avisaron que ya les pisaban los talones, y que solo sería cuestión de un día o menos para que los alcanzaran. Ante la situación que se presentaba, el amo y señor encomendó al resto de los viajeros a continuar hacia el puerto y él se quedó enterrando el preciado cargamento. Su trastarabuelo por cosas del destino le correspondió mirar lo que ocurría en ese momento. Joven y aventurero estaba de cacería en solitario, como a él le gustaba, y ese día fue testigo de algo insólito y macabro. Luego que los vio tomar como referencia los dos petroglifos, ordenó a abrir el hueco y prontamente lanzaron los sacos uno detrás del otro, hasta completar la carga. Luego Ramón Encarnación Hernández miraría algo que lo aterraría por mucho tiempo. El hombre sacrifico a tres peones enterrándolos vivos, para que fueran los cuidadores del entierro y así nadie lo pudiera sacar. Más tarde lo vio culminar el ritual macabro, marchándose rápidamente. Se prestaba abandonar aquellos parajes cuando escuchó dos disparos a lo lejos, según sus notas ajusticiaron a los otros dos esclavos para que así solo ellos, los amos, pudieran desenterrarlo. Termina contando que el ejército los alcanzó, al día siguiente, llegando a Urama y en el enfrentamiento murieron todos los hombres, viviendo las mujeres y los niños. Juan ramón posó su mano sobre la boca, y se les quedo mirando, dando a entender que hasta aquí llegaba la historia, escrita, por su trastarabuelo. — ¿Y el abuelo de sus abuelos, nunca trato de desenterrar el oro? — inquirió María luisa encantada con la historia.

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— ¡Claro que sí!, le respondió un Juan Ramón todavía atrapado en el cuento. La apostilla de la carta decía que un año después trató de sacar el entierro. Pero al llegar y dar el primer picazo, tres cigarrones amarillos comenzaron a ronronearle cerca de la cabeza y por mucho que lo espantaba no lograba ahuyentarlo, hasta que misteriosamente desaparecieron en uno de sus movimientos oscilantes. Luego de descansar se dispuso nuevamente a continuar abriendo el hueco, cuando una cochina de monte con tres cochinitos, apareció de la nada frente a él, de pelaje negro intenso y ojos rojizos los animales se le encimaban con gruñidos lastimeros y burlescos. Dice que salió rezando la magnífica, con un dolor que se le anidó en el pecho. Cuando llego al camino real, sus brazos y piernas expedían sangre por los golpes y rasguños recibidos, y ese día juró nunca más regresar al lugar. —Ahora mi pregunta es, ¿por qué siete personas y por qué la razón de fundar un pueblito para sacar un entierro? El que habló fue el maestro Ramiro, que aunque cautivado con la historia, no dejaba que las emociones supeditaran a la razón. —En un principio queríamos buscarlo solo nosotros dos, pero fue imposible y luego dedujimos que si eran siete mulas de oro, pues que fueran siete personas y lo que halláramos lo dividiríamos en siete partes iguales. Así se formó la cofradía y se comenzó a formar este pueblo, que nació para desaparecer cuando encontramos el oro. Pero luego fueron llegando algunos amigos y esto fue creciendo sin darnos cuenta. —Así que fundaron en común acuerdo, lo que con el tiempo, sería una ranchería: refugio de cazadores. —concluyó el maestro. —La única manera de encontrar el entierro era viniéndose a vivir aquí, y así poder buscar con calma y sin despertar mucha

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sospecha. —Explicó Jesús Antonio quien se había mantenido al margen de la conversación. El mismo Jesús Antonio les contó la alegría que manifestaron cuando encontraron el primer petroglifo, pero el segundo desapareció de tal manera como si nunca hubiera existido, comenzaron a pensar que tal vez los enterrados vivos lo estaban escondiendo. Su maldición no los podía tocar, porque poseían un amuleto preparado especialmente para sacar entierros protegidos con sacrificios humanos. Un curandero muy amigo de Jesús Ramón se los había hecho, negociando con el Barón del cementerio, el amo y señor del camposanto, el primer muerto enterrado en un cementerio. De esta manera aquellos condenados a la oscuridad no podían ahuyentarlos, ni mucho menos aparecérseles como lo hicieron con el trastarabuelo. Pero si podían cambiarle el entierro de lugar, y así fue como comenzaron a abrir huecos en un radio aproximado al petroglifo encontrado, tratando de hallar por suerte el entierro, pero esto nunca ocurrió. Y aquí estaban dieciséis años después con un poblado en crecimiento y sin la posibilidad de encontrar el entierro. —Entonces señores, un entierro los trajo hasta aquí, y por lo que saco, realmente no podían compartir, este secreto, con más nadie. Porque al enterarse, desatarían la rivalidad, y la codicia llegaría para destruir esta hermosa montaña. ¡Lo mejor que han hecho, es mantenerlo entre cuatro paredes! Concluyó una María Luisa, conforme y reconcentrada. —Asimismo es, mija. Ya nosotros le hemos mucho daño con la cacería de los lobos y el movimiento de tierra, ahora debemos protegerla y convertir este pueblo en su guardián dejando atrás la ambición por el entierro. Doña Ana quien después de haber aprendido a leer y escribir con el “yo sí puedo”, pensaba más las cosas que iba a decir. Se levantó del pupitre que le quedaba un poco pequeño y tomo la palabra.

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—Con razón y sin ella, aquí todos llegamos ambiciosos, pero las cosas han cambiado. Así que hace varios meses establecimos un pacto o un acuerdo con Jesús Antonio y su compadre. Acuerdo que ustedes mismos leerán y se comprometerán a guardar hasta su tumba. Porque desde hoy forman parte de esta cofradía que la rebautizaremos con el nombre de Santa Bárbara. Dio algunos pasos hacia doña asunción, quien le tomó por la mano. Le sonrió agradeciendo el apoyo, y luego dijo. —Pase lo que pase el día de la fundación, Piedra Pintada continuará existiendo mientras yo viva y mis hijos y nietos conserven el amor por esta montaña que los vio crecer. Las emociones estaban en un estado de transición, en una mezcla de rabia, cariño, tristeza y alegrías. No era para menos, el maestro y su alumna habían logrado que todos hablaran con el corazón en la mano. —O sea que descubrimos una verdad oculta, que ahora debemos ocultar para proteger la montaña. —Sacó en cuenta, María Luisa —Eso es muy cierto muchacha, la verdad no es absoluta; es relativa. Ya lo veras, en la medida que vayas desandando los caminos de la vida. —afirmó el maestro Ramiro. María Luisa no pudo contener las lágrimas de emoción y se acercó a doña Ana dándole un abrazo, luego fue donde su madre y le dio un beso, y en presencia de los demás le pidió perdón por dudar de su buena fe. El ambiente se acaloró a pesar de que allá afuera, Simeón Andrés se fumaba un tabaco y se apretujaba el viejo palto. La brisa enfriaba la noche y condensaba góticas de agua debajo del techo de las casa. El silencio correteaba por las calles solitarias, enmudeciendo los sonidos del monte; escondiéndose entre la espesura de la noche. Acá adentro, la conversación continuaba.

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—Estoy seguro que la decisión decretada en asamblea, se cumplirá para darle mayor importancia a la consolidación del caserío y al fortalecimiento del proyecto ecológico. Quien terminaba de hablar era Jesús Antonio, quien había aceptado las reglas del juego y se proponía continuar con la búsqueda, siguiendo estrictamente el compromiso convenido. Él sabía muy bien que habían transcurrido cuatro meses desde el acuerdo, y las esperanzas por encontrar el segundo petroglifo se acortaban, al paso que se acercaba la fecha de la fundación. Sus ojos fueron testigo fiel, de la entrega y sacrifico de sus compañeros por encontrar el bendito petroglifo. Pero ni el entusiasmo, ni la férrea voluntad, le trajeron la suerte que necesitaban. Ya daba por descontado, que los enterrados vivos habían movido las cosas para que no encontraran el hoyo. A él le convenía dejar las cosas como estaban y esperar una segunda oportunidad, dejaría que el tiempo le tejiera la suerte. —En otras palabras, sembraremos el gentilicio hacia nuestro poblado, en procura de cambiar los hilos del destino que los trajo hasta aquí. —Completó el maestro —Muy cierto, durante casi diecisiete años hemos buscado ese bendito entierro. Pero ahora el proyecto de convertir esta zona en una reserva natural, es una misión que lleva la semilla de lo espiritual y el brillo de los hacedores de lluvia, como lo es usted maestro Ramiro. —Dijo Juan Ramón —De todo esto lo que puedo sacar, es que no es lo mismo tener sueños, que vivir por un sueño; cuando se vive aparece la bondad y las esperanzas de un día mejor. La revolución nos ofrece esos días de esperanzas—Dilucidó doña Asunción —Así es mi querida señora, atrás queda la avaricia y la codicia. Yo solo deseo que Juan Ramón, el maestro Ramiro y María Luisa; jamás se defrauden de la revolución. Los vivos están en todas partes y esta revolución, como otras, está invadida de ellos. —aclaró Jesús Antonio

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En las revoluciones también se aplicaba aquella máxima: “de todo hay en la viña del señor”. Últimamente se habían descubierto muchos actos de corrupción. El comandante buscaba la fórmula para contrarrestar esas fuerzas de ambición y avaricia que atosigaba a su gobierno. El y su gabinete se esforzaban para que la revolución bonita perdurara para siempre y no se la tragara “la mala levadura” que siempre tentaban al poder. Quizás a eso se refería Jesús Antonio. —Bueno señores, aclarado el asunto, hay que revisar la propuesta. —invitó el maestro. —Bueno mis amigos, ese tesoro quedara como un mito o una leyenda. —dijo Juan Ramón y luego agrego. — ¿Qué les parece si buscamos unos pollitos y los asamos mientras discutimos la propuesta? — ¡Voto por eso! —dijo doña Asunción. — ¡Y yo también! — gritó el maestro Ramiro, sumándose. —Si actuamos unidos, como lo hacen las abejas, como lo hacen los bachacos y las hormigas lograremos avanzar en los proyectos a bien de la comunidad. —Exaltó Simeón Andrés desde la puerta. Doña Asunción y el maestro Ramiro aplaudieron de la emoción. Las cosas culminaban a bien de todos, y de la montaña de Santa Marta: un pulmón vegetal del cual se enamoraron por siempre. El final de la reunión fue cerrada, bien entrada la madrugada, con un abrazo entre Juan Ramón y Jesús Antonio, fue como en los viejos tiempos cuando soñaban, el mismo sueño. Cuando la aventura los unía en un mismo fin. Todos se sintieron compenetrados, y sonrientes se marcharon a sus casas, por fin dormirían en paz. Las dudas y los malos entendidos se marchaban con las sombras de la noche, los amaneceres de Piedra Pintada serían los amaneceres de cualquier pueblo en avenencia a las buenas del señor. Se iba el veinte y cinco de agosto del dos mil cuatro, no era un día cualquiera, quedaría en la memoria de la cofradía como la

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fecha de la verdad, el dĂ­a que la razĂłn y el alma se juntaron a favor de la naturaleza y del ser humano, esencia de la madre tierra.

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El ultimo aullido

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E

l mes de agosto se marchaba, dando paso a septiembre. La luna menguada por un costado, emergía detrás del montículo montañoso, dando inicio a un nuevo ciclo. Esa tarde, al igual que otras, moría para siempre, pero estaba cálida y fresca. El reloj de sol de la escuelita marcaba con su aguja de clavo, las cinco y media. Los días de revolución se consolidaban, la oposición se retiraba de las calles y el diario acontecer volvía a la calma, sin la zozobra del golpismo o los paros. María Luisa guardo en el baúl, la vieja caperuza. Llegaba el fin de sus días de caperucita. Sus aventuras con el antaño personaje, comenzaron con un juego, que abrió la caja de pandora que nace en cada pueblo fundado; y que luego se convierte en el saco de gato que nadie quiere soltar. A estas alturas, muchos daban gracias a Dios que la verdad oculta, aun se mantenía oculta a las ambiciones de las personas. La chica cerró la tapa del baúl, y así sello su último episodio como la

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doncella del manto rojo. Lo había prometido a su abuela Encarnación. Hoy se quedaría a dormir allá, tendrían que decirse muchas cosas, y perdonarse otras tantas, cosas, más. Pronto se marcharía a la ciudad de Valencia para iniciar sus estudios en la universidad de Carabobo. Sus alumnos de la misión Ribas, le rogaban al maestro Ramiro para que ella se quedara, pero él supo explicarle las razones de su marcha. Sobretodo les hizo entender el sacrificio de posponer un año de estudio y dedicárselo a la consolidación de las misiones tanto en piedra Pintada, como en el pueblo mismo. Risueña se echó un ojazo en el espejo de la sala y le pidió la bendición a su madre, y partió hacia el primor. Esta vez llevaba puesto un jeans y franela a rayas. La plazoleta estaba desierta y por las calles solo soplaba el viento. Arrancó una flor, de las cayenas que cercaban el jardín de doña Ana, y continuó el camino. Como a quinientos metros de recorrido, se topó con un amigo quien la galanteo quitándose el sombrero y barajándole un piropo. Contenta continuó la travesía, y en un recodo; acuclillado a la orilla lo vio, quiso huir pero no hubo tiempo. 2 La luna traspuso el medio cielo y la noche arropó con su manto oscuro, toda la montaña. En la pequeña aldea otros acontecimientos comenzaban a enredarse, fruto de la voluntad del destino. Al no llegar a la hora prevista, doña Encarnación dio por sentado que su nieta aun guardaba resabio por su actitud un tanto mezquina para con ella y su madre. Tenía la esperanza de que pudieran conversar y explicarle las razones que la habían llevado tan lejos sin pensar en el daño que les hacía. A pesar de no tener sueño, se acostó temprano pensando que su nieta poseía razones al no presentarse. Dedujo que era mejor que se fuera la rabia para poder entenderse mejor. Le costó conciliar el sueño, el reloj de pared le indicaba las horas transcurridas con sus canciones y campanadas. Escucho once

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campanadas cuando logro entregarse a los brazos de Morfeo, para luego despertar envuelta en una pesadilla y en medio de las doce campanadas del reloj. Sentía que le faltaba el aire y se le oprimía el corazón, la zozobra inundo su cuerpo y presintió que algo malo le sucedía a su nieta. Tomó la linterna y salió a buscar a Juan Demetrio, para que la acompañara hasta el caserío. La luna se ocultaba detrás de una nube, oscureciendo más el camino. En ese breve momento, en ese fragmento de cielo, el astro menguaba aún más sus energías, opacándose su brillo poco a poco. La abuela caminaba apresuradamente, su cara mostraba angustia y temor, mientras su vecino la calmaba con buenas palabras. Ella no le oía, su mente estaba enfocada en su nieta. Le preocupaba los aullidos que escucho anteayer, lobo había regresado a su vida salvaje y una mala corazonada le punzaba el pecho. Quizás solo era cosa de ella, pero tenía que cerciorarse viéndola en su cuarto dormida; o quizás su conciencia la censuraba por sus últimas actuaciones, y ella reflejaba esa mea culpa sobre protegiendo a su nieta. El recuerdo de la cita la inquietaba, su nieta nunca posponía una cita acordada. A cada momento malos pensamientos cruzaban su mente y cuando esto ocurría se santiguaba con el Santo Rosario en la mano. Durante todo el camino estuvo rezándoles a los santos de su devoción para que solo fueran suposiciones. Entraron al caserío y cruzaron en la plazoleta, que estaba solitaria, un perro dormitaba bajo un banco de madera y algunos vecinos se entretenían, en sus casas, con juegos de barajas. Llegaron donde su hija y tocaron a la puerta, repetidas veces, hasta que Doña Asunción saco la cabeza por la ventana. — ¿Quién es? —preguntó. — ¿María Luisa está contigo? —le soltó sin mediar palabras con su hija. — ¡Pero bueno, no está contigo, para allá salió como a las cinco!, —le respondió sobresaltada por la pregunta.

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— ¡No llegó, a casa! —dijo sacándose las palabras — ¡cómo! — ¡A la casa no llegó! — dijo entre sollozos. — la estuve esperando y no llegó. Sabía que algo malo le sucedía, y por eso vine. Las lágrimas se adueñaron de las dos mujeres. —Vamos a buscar a Juan Ramón. Algo hay que hacer — dijo Juan Demetrio. Salieron con la incertidumbre rondando por sus cabezas. Al llegar tocaron varias la puerta, hasta que este apareció somnoliento y restregándose los ojos. — ¿Que se les ofrece a esta hora? — preguntó sin ver bien quienes eran. —Somos nosotros —le hablo doña Asunción. — ha ocurrido una desgracia, María luisa desapareció, no llego a casa de mi madre. — ¿Pero están seguros? —Preguntó, preocupado, tratando de calmar a las mujeres que reiniciaban el lloriqueo. —Sí, estamos seguras, no está en ninguna de las dos casas y ella no es de quedarse en casa ajena. —Aseveró la abuela El hombre ante la situación que se le presentaba rápidamente prendió la lámpara y fue a despertar a su hijo y su mujer. En menos de cinco minutos la plazoleta estaba llena de vecinos llenos de incertidumbre. Allí, los agraviados, preguntaron a un grupo de jóvenes que la vieron por última vez. —Yo la vi caminar hacia su casa —dijo un mozalbete, refiriéndole a la abuela. — vestía de jeans, franela. Ana Mercedes, una linda trigueña de ojos verde esmeralda; quien pertenecía a la familia Monasterio, recién asentada en el caserío, se acercó al grupo que acordelaban a la abuela y corroboró la información. — Como de cinco y media a seis, cruzo hacia su casa. — indicó la muchacha.

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Al escuchar las palabras la abuela sintió que las piernas le tambaleaban. Su hija la tomo del brazo para darle apoyo. Se miraron a la cara sin pronunciar una palabra, oscuros pensamientos atravesaron el umbral de sus mentes asediadas por un arrebato de ideas que las confundían más. Las señas dadas por los jóvenes concordaban con los acontecimientos. Las mujeres se abrazaron pensando lo peor. Juan Demetrio al ver la situación que se presentaba, salió de prisa a buscar la escopeta de doble cañón, a su rancho. Las sospechas de doña Encarnación quizás fueran muy ciertas, Lobo había vuelto al salvajismo y María Luisa era quizás su primera víctima. Él también lo había oído aullar anteayer, a la media noche. Saldría a buscarla por los caminos. La zozobra y el pánico cundió en la aldea, todos se dieron a la tarea de buscarla en cada rincón sin resultado alguno. Decidieron reunirse para acordar la búsqueda, en el bosque. En pocos minutos ya todos los habitantes estaban de nuevo en la plazoleta. Alguien gritó: — ¡yo vi a Lobo Feroz cruzar el camino hacia el primor al mediodía! Otro dijo: — ¡Todos hemos oídos fuertes aullidos de lobo en estos meses! Jesús Antonio agregó: —Aquí el único lobo que hay es Lobo Feroz, esos bichos nunca pierden la maña y la saña, fue el. La mayoría de los pobladores declararon haber visto a lobo Feroz merodeando por el primor. Algunos, su más encarnados enemigos guardaban recuerdos imborrables en sus brazos y piernas cuando desquiciados por la larga lucha y el cansancio decidieron resolver personalmente el problema. Lobo los llevo a su terreno y allí los cazo uno a uno causándoles heridas en brazos y piernas inmovilizándolos, como una estrategia de batalla. Salvaron el pellejo por que Juan Ramón los encontró a tiempo. Sanaron las heridas, pero quedaron las cicatrices y el

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resentimiento hacia el canino. Esas cicatrices se convirtieron en burlas de sus amigos, del pueblo, quienes los escarnecían por ser desarmados e inmovilizados por un animal del monte. Estos eran sus enemigos, quienes muchas veces lo sacaron de los patios y las calles a punta de garrotazos y pedradas, pero no podían ir más allá; tomar venganza, porque existía la tregua y debían respetarla por voluntad de Juan Ramón. Uno de ellos dijo: —Desde hace un mes han comenzado a desaparecer las gallinas y algunos chivos. Los aullidos atemorizan a nuestros niños y muchachos. Quisimos llamarle la atención pero fuimos atacados con su furia. ¡Y tu Juan Ramón, no has estado en el momento para reprenderlo! — ¡se volvió loco, volvió a ser montaraz! Todos los reunidos se vieron a la cara y apoyaron la idea, y presionaron a Juan Ramón, para que diera la orden de cazarlo. Hubo un silencio fantasmal esperando la respuesta. El había establecido la tregua y era el único que realmente tenía la moral para dar la orden. Creyó en su gente y sintió pena por el can. Durante los dos últimos meses lo había oído aullar, y había dejado de visitarle. Un cansancio invadió su ser, la angustia crecía en su pecho. Que lobo feroz no cumpliera el acuerdo lo entristeció. Respiró profundamente mientras los segundos parecían eternizarse. Luego pronunció: «Lastima por Lobo Feroz y por Martha Graciela que le ha tomado cariño, rota la tregua hay que cazarlo». La maraña, la bulla y la confusión cundió en el caserío, «Muerte al lobo, hay que desterrarlo para siempre de nuestra presencia», aullaban algunos, mientras otros gritaban consignas y preparaban sus armas para la gran cacería. Se formó una cuadrilla de doce personas entre hombres y muchachos, con escopetas al hombro, lámparas y linternas en las manos, salieron en la búsqueda del lobo malo, del lobo montaraz, que había dejado la tranquilidad del pueblo, para

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volver a sus andadas. Así convencieron al líder espiritual y fundador de la aldea. 3 Se internaron en el bosque y tomaron la dirección de la cueva. Caminaron por hora y media. Al llegar, lo encontraron en la entrada de su aposento erguido y gruñendo con desconfianza. Los lugareños rodearon la cueva mientras de júbilo se escuchaban voces: «ahora si no escaparas condenado». Juan Ramón detuvo la jauría humana que pretendía ajusticiar a Lobo sin indagar en absoluto. Las luces de las lámparas y linternas mostraban el lugar con claridad y a un can encandilado con su pelaje erizado completamente. Su instinto le decía: «si voy a morir será luchando». Vio a su amigo, con el arma en la mano, su instinto lo hizo retroceder un poco arquear su espalda y mostrarles los colmillos en actitud defensiva. El olor a carne descompuesta y la gran cantidad de huesos evidenciaba que había regresado completamente a su estado salvaje. Juan Ramón lo increpo: «Condenado Lobo, ¿porque has regresado a tu vida salvaje, no te conformabas con lo que te dábamos? ¿Porque rompiste la tregua?, que paso con nuestro trato es que tus colmillos no se contentaron con morder la carne de los animales, que ahora saborean la carne humana, dime lobo del mal, acaso ha llegado el día de tu venganza y ahora arremetes contra nuestras jóvenes. Antes de morir lobo siniestro has de mostrarme donde están los despojos de la muchacha». Él sabía que Lobo Feroz entendía cada una de sus palabras, y también sabía que acorralado como estaba, el animal, no tendría oportunidad de escaparse. El canino apreció, también, que no tenía oportunidad esta vez. Sus aullidos, su vuelta a la naturaleza, el deseo de ser nuevamente un lobo del bosque y salir en búsqueda de su manada, todo estaba perdido. Las preguntas de su amigo,

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indicaban que era culpable de algo, quizás era ese algo que la naturaleza le encadeno en sus genes para que se convirtiera en un macho alfa. «Donde estás, lobo del demonio». Las palabras retornaban con el eco de la cueva, sacándolo de sus pensamientos. Su sagacidad afloró, y lo devolvió a los viejos tiempos y se sintió lobo otra vez, salvaje otra vez. Sus sentidos se agudizaron en segundos y vio una única salida. Juan Ramón estaba cerca y detrás en semicírculo el resto de los cazadores, tomaría impulso y pasaría por un lado del viejo. No podrían disparar. Aprovecharía la confusión y se abalanzaría sobre el centro sin darle oportunidad de pensar, lo demás que la madre naturaleza lo decidiera. En fracciones de segundos la idea paso de ser un pensamiento para convertirse en acción. Los tomó por sorpresa y los disparos detonaron cuando lobo feroz se internaba en el oscuro bosque. Las maldiciones no se hicieron esperar. — ¡Ese desgraciado, se salió nuevamente con la suya! —No hay que darle oportunidad de pensar al desgraciado, hay que dispararle apenas se presente la ocasión. Todos mascullaron maldiciones y ansias de venganza. Revisaron la cueva y no encontraron ninguna evidencia de restos humanos, solo restos de animales estaban esparcidos por todo el lugar. Salieron a buscar los perros, lo cazarían a como diera lugar. — ¡Quizás la devoró, en las cercanías al primor! ¡Vamos para allá! Esa era la consigna. El viejo los escuchaba sin manifestar opinión alguna. En el fondo sentía pena por Lobo Feroz, quería que fuera inocente. En consenso convinieron, bajar a la aldea y con los perros a cazar al renegado. Llegaron a las cinco de la mañana, la gente reunida en la plazoleta esperaban las noticias. María luisa no había aparecido, aun, por los alrededores. Juan Ramón y dos lugareños, se reunieron con la abuela y la madre de la muchacha, le informaron de los acontecimientos y

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dijeron que solo existía una oportunidad de que su hija estuviera viva. —Quizás se ocultó en el bosque, podría estar montada en un árbol. Las lágrimas no dejaban de salir en ambos rostros, preparándose para lo peor. El grupo estaba listo, todos estaban prestos a emprender la búsqueda, cuando una voz a la distancia, en medio de la lobreguez que cubría la calle, les llamo la atención. Juan Demetrio les avisaba que María Luisa y Pedro se encontraban en el Primor. Que los había encontrado durmiendo cerca del salto de las Rosas. Cansado y sin aliento se dirigió a la abuela y a la mama diciéndole: —Está bien sin un rasguño. Allá las espera, que tiene algo que contarles. La confidencia causo revuelo y alboroto. La Madrugada del miércoles se convirtió en un hervidero de chisme. A la abuela le dio un soponcio mientras las vecinas trataban de revivir a la mamá de María luisa que estaba en el suelo de largo a largo. Los hombres se vieron a la cara y se rieron de la astucia de Pedro. Tomaron sus escopetas, sus lámparas y se fueron a sus casas. Los muchachos sintieron que una lanza les atravesó el corazón. Su musa, reina de sus pensamientos, su Caperucita roja ya tenía dueño. Los archienemigos de Lobo feroz, frustrados y derrotados se marcharon a sus casas, ya no tenían excusas para perseguirlo. Las muchachas estaban felices por fin la paz y la tranquilidad volvería al caserío. Se acababan las aventuras de la doncella del manto rojo. — ¡Ojala que Pedro le ponga cinco muchachos rápidamente! — se le oyó decir a Juana Elena. 4 Allá en el primor, María Luisa y Pedro recreaban el encuentro, como el principio de su nueva vida. El universo

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confabulo para que sus almas se encontraran ayer en la tarde. Cuando lo vio acuclillado, a la orilla del camino, su corazón comenzó a palpitar. Quiso huir de aquella fuerza desconocida que zarandeaba su corazón, que le causaba taquicardia emocional. Pero él se levantó y a pasos firmes se acercó lentamente con los brazos abiertos, con las ansias de quererla atrapar. —Hola. — susurró ella. —Hola, María luisa, mi Caperucita. — le respondió Solo eso se dijeron, se miraron a los ojos y él la tomo entre sus brazos y le dio un beso ardiente que ella sintió incendiar lo más profundo de su ser. Notó palpitar todo su cuerpo, un torbellino la envolvía girando sus pensamientos y deseos, doblegando la razón a favor del corazón y el placer de Pedro, el hombre que logro atraparle su corazón indómito. Atados por la pasión que los unía, ambos olvidaron sus compromisos, sumergiéndose en sus miradas. En instante la tomó de la mano, invitándola a pasear a un lugar muy hermoso que pocos sabían ubicar. Juntos se adentraron por el bosque en medio de un jugueteo travieso. Media hora más tarde estaba sentada sobre una piedra, sus ojos percibían el agua translúcida del riachuelo. Un gran volumen de agua se acaudalaba en una depresión natural formando un pozo donde bagres y carpas se desplazaban velozmente, y se escondían entre las piedras al sentir la presencia de los intrusos que perturbaban la tranquilidad del lugar. De lo alto, caía una cascada bautizada como el salto de la Rosa, porque a pocos metros estaba un frondoso árbol de rosa de montaña. Más allá un árbol de ponsigues, cuyos frutos maduros esparcidos por el suelo llenaban de fragancia silvestre el ambiente. Acullá un corte de helechos y palma enana reverdecían alrededor del pozo, dándole una hermosa vista. Ella se embebía de la fragancia del monte y su amado, amorosamente, la tomo de la mano y la llevo a pocos metros donde le mostró un cobertizo construido

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por él. Allí pernoctaba, algunas veces, disfrutando de la tranquilidad del bosque. La invito a sentarse. La miro a los ojos profundamente y la beso dulce y ardientemente. La muchacha volvió a sentir nuevamente el torbellino, pero esta vez avivo todo su cuerpo. No tenía voluntad con aquel ser que atraía su cuerpo, cual imán sobre un trozo de hierro. Rodaron sobre un colchón de hojas, cubiertas por una sabana azul como el cielo descapotado. No hizo resistencia y dejo al libre albedrío su pasión. Los besos y caricias de su amante despertaron cada parte de su cuerpo. Relámpagos de energía lo atravesaron provocando espasmos que tensaban y arqueaban sus extremidades, que permanecían entrelazadas profundamente. En pocos minutos sus cuerpos desnudos se condensaron en un frenesí de pasión que explotó generando una onda expansiva de energía, que se disipo entre la arboleda dejando vibrante el ambiente. Testigos fueron, el suave viento que bajaba de lo alto de la montaña, los pájaros y las arditas que se alimentaban de los frutos caídos. El murmullo de la cascada se fusionó con el gorgoteo que brotó de la garganta de María Luisa, sonidos del amor en el momento cumbre del éxtasis. La canción del amor compuesta por almas soñadoras, vibro en medio de la arboleda. Se olvidaron de todo y solo existieron para ellos, sus labios rozaron cada parte de su cuerpo febril, se entregaron como dos almas deseosas de amarse. No hubo preguntas, no hubo respuestas. Solo agitación, besos, y el acoplamiento perfecto en medio de la naturaleza, señal de libertad sensual como lo fue en un principio cuando todo era cielo y tierra, y en el centro hombre y mujer vestidos solamente con la túnica de sus almas, paseándose entre bienaventuranza. Eran dos almas honestas, no existía la tentación. 5 El sol con sus voraces rayos, anunciaba un nuevo tiempo; un nuevo día para el caserío. Juan Ramón en el patio de su casa

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y con su hijita en los brazos, daba a gracias a Dios que Lobo Feroz, su viejo amigo, era inocente. Al día siguiente, lo esperó hasta al atardecer cerca de su refugio. Pero nunca apareció. Durante varios días lo fue a visitar, no obstante jamás lo encontró. Quería hallarlo y pedirle disculpas y decirle que San francisco de Asís tenía mucha razón, decirle “que en el hombre había mala levadura”. Que solo el tiempo podía convertirla, en buenas acciones con su piedra filosofal, como si fuera rueda de molino. Que su alma a pesar de ser salvaje, era más noble que muchas almas humanas. La calma, regreso de nuevo a la comunidad, todos se dedicaron con alegría y buenas nuevas a sus quehaceres. María Luisa dejo a un lado por siempre las aventuras de la Caperucita y se fue a vivir con Pedro a la ciudad de valencia; a comenzar sus estudios de medicina. Juan Ramón ahora tenía la ardua tarea y la responsabilidad de llevar por buen camino a su gente y sembrar en las nuevas generaciones el amor por la naturaleza y las buenas costumbres. A olvidar por siempre aquel tesoro enterrado en la montaña, que dormitaba sempiternamente en el centro del poblado, a varios metros de profundidad, bajo los pies de la imagen de santa Bárbara Bendita. Jesús Antonio se dedicó en cuerpo y alma a desterrar el odio que había sembrado en su mente y su familia, por aquel lobo que al final termino enseñándole un nuevo camino, pero en silencio ocultaba la esperanza de algún día encontrar el entierro. El poblado de Piedra Pintada se preparaba jubilosamente, para celebrar su décimo séptimo aniversario. La revolución bolivariana del Comandante Chávez, se preparaba también para celebrar su quinto aniversario. Su “por ahora”, buscaba extenderse más allá del dos mil veintiuno. De ningún modo, jamás se supo de Lobo Feroz en el pequeño poblado de Piedra Pintada. Esa noche después de la

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escapatoria, emprendió el viaje que había soñado las noches postreras. Al resplandor del alba, diviso desde la cumbre de la montaña el humo que salía de los fogones de las casas. Erguido y con el brillo resplandeciente en sus ojos aulló sobre la cumbre de Santa Marta. Inmediatamente aulló nuevamente, con más fuerza. El ultimo aullido, el adiós para siempre. Luego meneó la cola con vigor y jadeó profundamente como queriendo atrapar los recuerdos de toda una vida. En seguida, emprendió el descenso al otro lado de la montaña, marchando lentamente. Atrás quedaba la infancia, las aventuras, la montaña, el hogar, él amigo, y los humanos.

…El santo de Asís no le dijo nada. Le miró con una profunda mirada, y partió con lágrimas y con desconsuelos, y habló al Dios eterno con su corazón. El viento del bosque llevó su oración, que era: Padre nuestro, que estás en los cielos... Los motivos del lobo

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Epilogo Hacia el amanecer de los mayas 1

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uchos años después del último aullido de Lobo Feroz, María Luisa habría de volver a la montaña de Santa Marta. Cerraba, así, un ciclo que la trasformo de muchacha a mujer. Un periodo para trasmutar el dolor, en una nueva manera de enfrentar la vida. El destino la encerró entre la universidad y su casa, trasformando el sufrimiento en fe y voluntad. Virtudes encarnadas, para salir de las garras de la soledad hacia donde la arrinconaba la tristeza. La muerte repentina de su madre, a pocos meses de celebrarse el décimo séptimo aniversario de la fundación de Piedra Pintada, la llevó al límite de sus emociones, donde solo Pedro, su esposo, podía llegar por la pureza del amor que le profesaba. A doña Asunción la sorprendió la muerte, hundiéndole la hoja de la hoz y atravesándole el omóplato hasta llegar al antebrazo, fue un solo dolor, un paro cardiaco que no le dio tiempo de levantarse de la silla, allí quedo con los ojos vidriosos y una lagrima que le quedo cristalizada en el rabillo del ojo. Así la encontró doña Encarnación, quien se sentó a su lado llamándola hasta casi anochecer, esperando que regresara del

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sueño eterno, entre un mar de llanto le imploraba que la viniera buscar. Los lugareños quedaron sorprendidos cuando dos semanas después, la doña también se marchaba tras los pasos de su hija. Aquello fue mucho para María Luisa, a quien la muerte le arrebato sus dos tesoros mientras la luna pasaba de cuarto creciente a cuarto menguante. La tristeza fue tan grande, que sin saber cómo ni cuándo, se desterró de la montaña de Santa Marta, marchándose a la ciudad, a rumiar el dolor y los recuerdos que se paseaban por las callejuelas de piedra pintada. Hoy siete años después, la cofradía en honor a santa Bárbara Bendita la esperaba como se espera al buen hijo que regresa a casa. La mañana amaneció clarita, sin las brumas de la montaña, estas se habían marchado al despuntar el alba. La brisa correteaba entre los jardines y las calles, como si fuera un adolescente aventurándose a la vida. En la plazoleta estaban, los habitantes de Piedra Pintada y la imagen incólume de santa Bárbara Bendita, juntos esperaban la llegada de la doctora María Luisa. A las diez de la mañana aproximadamente, la vieron entrar en lomos de Rosalinda, venia en una cabalgata acompañada de Pedro, sus dos hijas; María Cristina y Rosa María y la comitiva encabezada por el maestro Ramiro y Francisco José. Los cohetones llenaron de truenos el cielo de Piedra Pintada, y sus calles quedaron olorosas a pólvora; olor penetrante que despertaba la alegría, y les daba la bienvenida. Cuando se apearon de las bestias, la población se confundió en un solo abrazo, y Juan Ramón no perdió el tiempo y la nombro hija ilustre de la pequeña comarca. 2 Los días siguientes estuvieron impregnados de recuerdos, de paseos por los riachuelos y manantiales de Cocorote. La vieja casa de su madre, estaba bien cuidada por Anastasio y sus primogénitas. En el primor Juan Demetrio, ya más viejo y aun esperando la muerte con su sonrisa en los labios, se encargaba

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de darle unos escobazos a los aposentos solitarios de doña Encarnación. Afuera, las arboledas traspiraban el brillo de la armonía natural, y las aves lo recogían convirtiéndolo en trinos paradisiacos. Ahora el caserío tenía vida propia, sus tejidos emocionales y sentimental estaba bien entramado, el dolor de uno era el dolor del otro y las alegrías se dispersaban por doquier, paseándose entre sus almas. Pero supeditándose a las emociones, Juan Ramón convoco, a la cofradía, a una reunión especial aprovechando la presencia de María Luisa. «Bueno amigos — les dijo, iniciando la disertación. — Esta reunión es especial, y es tan especial que contamos con la presencia de María Luisa, a quien le agradecemos este aquí con nosotros. Como bien saben ustedes, la montaña ha recuperado totalmente su ecosistema, los animales y la flora crecen y se propagan según sus ciclos. Los manantiales dejan correr sus aguas traslucidas, llevando vida y frescura a las grandes ciudades. Ahora vivimos en un parque nacional, reserva forestal que lleva por nombre “El Lobo Gris” como recuerdo y homenaje, al ser vivo que convivio con nosotros para enseñarnos a luchar por aquello en lo cual creemos, ese fue su propósito. Ahora bien, comprometidos con la naturaleza y la revolución de los pueblos, nos corresponde acompañar, una vez más, al Comandante Chávez en su misión de forjarle el camino a las nuevas generaciones. La confraternidad de los pueblos del sur es el destino que depara el universo a la nueva Venezuela. Pronto se dará inicio a un nuevo ciclo para la humanidad. La Era Dorada mundial: el renacimiento de la tierra, y uno de los epicentros de energía del planeta está dentro de nuestras fronteras, son sus chacras o vórtices que limpian y cargan el ambiente de buena energía. Estas energías bien canalizadas nos llevaran hacia un nuevo estado de conciencia, es el amanecer de los Mayas, escrito en sus profecías. Es el fin de un viejo ciclo y el comienzo de uno nuevo, donde las corrientes de energías que manen de los chacras limpiaran el planeta de los

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viejos modelos, esto también significa que nuestras mentes se liberaran de los viejos arquetipos guardados en la memoria genética de nuestra raza, será una transición que nos llevara de las emociones y sentimientos, al pensamiento y la razón. Sera la llegada al poder mundial de los niños de la séptima raza raíz de la Era Dorada. Muchos de estos niños nacieron en Venezuela y muchos otros en toda Sudamérica, por que ahora le corresponde a la América del sur guiar al planeta hacia un nuevo tiempo. Un nuevo ciclo donde existirá un momento crítico, el cual señalara un cambio de conciencia, y esto significa que las decisiones y el futuro de la raza humana, estarán guiados por los pensamientos. Las emociones que reinaron en la psiquis del ser humano durante los últimos dos milenios, quedaran supeditadas a la razón. Debemos pues, estar preparados para que nuestras mentes se alineen con las energías que han de cobijar a nuestro país, a finales de diciembre del año 2012». Sus palabras fueron acogidas con regocijo y premiadas con un caluroso aplauso. Los ojos de María Luisa brillaban de emoción, una nueva aventura le deparaba la vida, y está siempre venían cargadas de obstáculos por vencer. Pero, ya sabía que junto a la gente de Piedra Pintada, podía enfrentar los embates que aparecían cuando la misión era ayudar al prójimo. La reunión se prolongó en casa de Juan Ramón, allí los esperaba un golpe de arpa y un sancocho de gallina. La energía limpia y pura que emergían de sus cuerpos, se podía palpar en el ambiente. Un aura resplandecía sobre la cúpula de la montaña, como señal de armonía y equilibrio entre los que convivían allí. El caserío representaba el preámbulo al camino que señalaban las profecías Mayas, y Juan Ramón sin proponérselo, solo siguiendo sus corazonadas y escuchando el llamado de la naturaleza, se había adelantado unos cuantos años al acontecimiento de orden mundial. Eso lo había aprendido de Lobo Feroz, su viejo e inolvidable amigo, estaba

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al corriente que después de esta vida se encontraría con el, en algún otro lugar. 3 La semana pasó como vuelo de pájaro en picada. Los visitantes emprendían el regreso a la ciudad. Cuando María Luisa giró para despedirse de sus amigos, sabía que vendría en algún otro momento. Aquí no solo estaba la casa de su madre, aquí permanecían las raíces de su árbol familiar, sembradas en la majestuosidad de la montaña de Santa Marta, los recuerdos de sus ancestros impregnaban la memoria del caserío, formando parte indisoluble de sus tradiciones. Con sus dos hijas tomadas de las manos, marchaba segura hacia el futuro; se enfrentaba valientemente a los designios que le deparaba el destino. Atrás quedaban sus días de Caperucita, pero lo aprendido lo llevaba en su corazón. Al lado de Pedro, y su gente: el pueblito de Piedra Pintada, se preparaba para los nuevos cambios que se avecinaban, con la llegada del año 2012: el amanecer de los Mayas, aurora del humanismo.

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Índice

1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11. 12. 13. 14. 15.

Entre golpe y batalla…….…………………………..11 La tregua……………………………………….........25 Un pueblo en la montaña……………………………40 El regreso de María luisa……………………………48 El baile…………………………………………........62 Sueños bolivarianos……………………….…….......71 La abuela Encarnación………………………………83 La caperucita roja…………………………………..102 La doncella de la montaña.………………………...120 Llegaron las misiones……………………………...129 El revocatorio presidencial………………………...136 El llamado de la naturaleza………………………...148 Camino a la batalla de santa Inés……………….….161 La verdad oculta…………………………………....173 El último aullido……………………………….......187 Epilogo: hacia el amanecer de los mayas…………..200

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Se termino de imprimir esta edici贸n en Abril de 2012


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