Los límites de la responsabilidad, la responsabilidad del yo y del nosotros

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LOS LÍMITES DE LA RESPONSABILIDAD, LA RESPONSABILIDAD DEL YO Y DEL NOSOTROS

Javier Aldama Pinedo

A MODO DE INTRODUCCIÓN

Antes de referirnos a nuestro tema, planteamos una pregunta general con el riesgo que esto implica por su imprecisión: ¿todos somos responsables? A medida que respondamos a esta pregunta, nos será más fácil señalar cuáles son los límites de la responsabilidad.

Responderemos a nuestra pregunta en dos niveles: un nivel micro o de moral individual —en el cual postulamos dos principios: (1) el principio de coherencia y (2) el principio de la existencia del otro— y, un nivel macro o de moral social, en este se tendrá en cuenta la ampliación del segundo principio mencionado, así como el factor de presión social. Además, observaremos que en ambos niveles la responsabilidad del agente exige la presencia de dos condiciones concomitantes: conocimiento y poder.

Nuestra pregunta se presenta en el plano ético o moral, pero, toda vez,

que la moral se hace presente en otros ámbitos de la actividad

humana como lo económico, lo político, lo judicial, lo familiar, lo profesional, etc., también podríamos trasladar la pregunta a estos ámbitos.

Con respecto al ámbito moral, creemos conveniente, como ya lo hemos mencionado, hacer una división en dos niveles. Si la pregunta se hace a un nivel micro, la respuesta es positiva con restricciones: sí, si nos


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referimos a aquellas personas que tienen conocimiento o conciencia de lo que acontece a su alrededor y sobre lo que tienen poder para hacer o deshacer. Nuestra

responsabilidad

aumenta

en

relación

directa

al

conocimiento y poder que tengamos sobre la situación. Esto nos lleva a notar que no todos los seres humanos son responsables de aquello que nos es más cercano; por ejemplo, los menores de un año no lo son, porque, aunque tengan un cierto conocimiento del entorno y un cierto poder para hacer cosas, su propio poder es dependiente de la decisión de otros y carecen de autonomía. La responsabilidad es algo que se va adquiriendo en la medida que sabemos y podemos más. Así, un joven es responsable de la presión que ha ejercido sobre su pareja para realizar un determinado tipo de acción y lo es por el conocimiento que tiene de sus resistencias y de las consecuencias que es posible que traiga su acción.

LA RESPONSABILIDAD DEL YO

La responsabilidad es algo que se nos presenta en nuestra existencia; sin embargo, tener responsabilidad

no es lo mismo que

asumirla, esto último supone una toma de conciencia del yo frente a una situación determinada y una exigencia y decisión a realizar lo que sea necesario para cumplir con nuestro deber; esto, por cierto, no garantiza el éxito de nuestra acción o la evitación de perjuicios.

Cuando nos referimos al yo estamos considerando, sobre todo, a una voluntad1 que se reconoce a sí misma: en sus propósitos y deseos, y

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“§ 11. La voluntad libre solo en sí es la voluntad inmediata o natural. Las determinaciones de la diferencia que el concepto autodeterminante pone en la voluntad inmediata como un contenido existente directamente; son los estímulos, los deseos, las inclinaciones, con los cuales la voluntad se encuentra determinada por la naturaleza…”. F.Hegel, Filosofía del Derecho, p. 51.


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que existe temporalmente. “Ser yo es, fuera de toda individuación a partir de un sistema de referencias, tener la identidad como contenido.” (Levinas 1991:60)

No estamos pensando en este yo como un yo cognoscente y substancial (una sustancia pensante), además no lo consideramos necesariamente como plenamente consciente. Una idea de lo que queremos indicar podría ser el ejemplo de una persona que dice: “quiero ese auto”, “quiero seguir viviendo” o de una manera general: “quiero x”. En estas situaciones, lo principal es el deseo que se identifica con una voluntad o el propósito al que apunta una voluntad determinada. No significa esto que el yo no pueda ser una voluntad guiada racionalmente; por el contrario, cuando tal cosa ocurre es cuando el yo se convierte en agente moral2

Volviendo a nuestra pregunta inicial, tendríamos que notar que algunas posturas morales sí consideran que todos somos responsables por lo que ocurre en el mundo o en nuestra sociedad. Un concepto que se suele confundir con el de responsabilidad es el de culpabilidad, de esta manera nuestra primera pregunta podría traducirse en esta otra: ¿todos somos culpables?, nos interesa ―aunque más adelante usemos estas preguntasafirmaciones de manera indistinta― establecer una diferencia.

La culpabilidad está vinculada al concepto de pecado, esta relación no se establece necesariamente con la responsabilidad; sin embargo, de todas maneras, el nexo queda establecido en el pensamiento cristiano3; y,

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Otro asunto es si nuestra voluntad puede ser determinada de manera absolutamente racional, como pretende Kant. Vid. Crítica de la Razón Práctica, pp. 102-103 y el teorema III, pp. 108, 109 y ss. 3

Marciano Vidal, Diccionario de ética teológica, pags. 453-454 refiere en Pecado que la estructura de la culpabilidad ética se resuelve en dos momentos: (i) la responsabilización,


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aunque también la responsabilidad puede involucrar elementos emotivos, la culpabilidad destaca por su aspecto patético: “11. Escúchame, ¡oh Dios! ¡Ay de los pecados de los hombres! (…) ¿Quién me recordara el pecado de mi infancia, ya que nadie está delante de ti limpio de pecado, ni aún el niño cuya vida es de un solo día sobre la tierra?” (San Agustín 1951: 93)

Esta postura la encontramos en la obra de Dostovieski Los hermanos Kamarasoff, cuando el starets Zósimo cuenta acerca de la muerte de su joven hermano ateo, convertido al cristianismo en los momentos de su agonía, quien dirigiéndose a su madre le dice: “He de decirte también madre, que cada uno de nosotros es culpable ante todos por todo, y yo más que los demás(...) Querida madre, felicidad mía (...) , has de saber que en verdad cada uno es culpable ante todos por todos y por todo”4.

Levinas identifica su posición con el fragmento citado de la obra de Dostovieski. Considera el filósofo lituano que la responsabilidad es la estructura esencial de la subjetividad: la responsabilidad con el otro, abordado como rostro. Esta responsabilidad va más allá de lo que yo hago —incluso soy responsable de su misma responsabilidad—. Yo soy responsable del otro, independientemente de que ese otro actúe con reciprocidad. Se plantea así una relación intersubjetiva que es asimétrica, que incluso puede costarme la vida (sin nada a cambio). La responsabilidad el yo es única, no puede transferirse, nadie puede reemplazarme, el yo puede sustituir a todos, pero nadie puede sustituirlo5.

en donde la culpabilidad se relaciona con la libertad y la obligación, y sobre lo que recae la responsabilicación: (ii) la acción humana en cuanto desintegración práxica. 4 5

Fiodor Dostoviesky. Los hermanos Karamasov, p. 256. Vid. E. Levinas . Ética e infinito. Cap.8.


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Por cierto, se puede ser responsable sin ser culpable; por ejemplo, el caso de un médico cirujano que ha hecho todo lo posible por salvar la vida de un paciente mediante una operación quirúrgica, pero que no puede evitar la muerte del mismo. La responsabilidad sin culpa suele presentarse ante factores imponderables; por ejemplo, un comerciante lleva en su camioneta a un ayudante, en la carretera por la que viajan se produce un deslizamiento de piedras, la camioneta se vuelca y queda malherido el ayudante, el comerciante es responsable, mas no culpable. Además, se puede reconocer responsabilidad sobre un evento sin sentir por la ocurrencia del mismo un sentimiento de culpa; por ejemplo, un joven puede embarazar a su enamorada y asumir luego de un tiempo la paternidad de la criatura, pero en ningún momento sentir que es culpable por lo ocurrido6.

Una postura

diferente a la anterior ―en cuanto no acepta el

pecado y, por tanto, tampoco la culpabilidad―es la que predica: “todos somos responsables”, pues todos somos agentes absolutamente libres. Es la postura del existencialismo sartreano7 que se basa en la postulación de la irrestricta libertad humana8. Sartre como existencialista afirma que “la existencia precede a la esencia”, lo que implica que no existe una naturaleza o esencia que guía la libertad humana, esta es absoluta, pues el individuo es lo que ha elegido ser; obviamente, la postura sartreana es incompatible con cualquier tipo de determinismo o condicionamiento; pero si el punto de partida es la existencia individual aislada, no deja de

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La diferencia es clara en el campo jurídico. Vid. Juan D. Ramírez Gronda. Diccionario jurídico, págs. 104 y 251.

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J.P. Sartre. El existencialismo es un humanismo, p.63 “...Y cuando decimos, que el hombre es responsable de sí mismo, no queremos decir que el hombre es responsable de su estricta individualidad, sino que es responsable de todos los hombres.” 8 J.P.Sartre. Op. cit. p. 68: “...no hay determinismo, el hombre es libre, el hombre es libertad.”


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tener un lado social al considerar que no sólo se es responsable de uno mismo, sino, también, del resto de la humanidad.

Nuestro planteamiento difiere de las posturas citadas, no creemos en el pecado ni en las ideas que se relacionan con esta doctrina; tampoco, en una libertad irrestricta. Discrepamos de la postura sartreana en su punto de partida, pues consideramos más apropiado partir del individuo y sus relaciones, y sí consideramos que la libertad humana está influenciada por factores internos y externos. Estos factores hasta cierto punto permiten en nosotros un grado de libertad, pero incluso este grado se ve amenazado y no precisamente por gobiernos totalitarios o autoritarios, como sí por técnicas de manipulación y condicionamiento social9.

Esto nos aproxima a la cuestión de si hay una moral verdadera, bien podría objetársenos: usted habla de posturas morales, pero, ¿cuál es su propia postura? Es cierto, podríamos hablar de una moral utilitarista, de una moral conservadora, de una relativista, etc.

Consideramos que podemos librarnos de responder la pregunta de si existe una moral verdadera −entendida de una manera absoluta− observando que en las circunstancias contemporáneas el comportamiento moral y con esto la moral que asumamos es pasible de ser evaluada desde dos principios.

El primer principio que proponemos es el principio de coherencia, toda moral puede ser juzgada según este principio, si consideramos que

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Se repite una y mil veces que solo la democracia liberal garantiza la libertad individual. La voluntad del Sistema ha desplazado a la voluntad de Dios, ¿qué significaba antes la verdadera libertad? Obedecer la voluntad de Dios, ¿qué significa para el mundo occidental defender la libertad? Defender la democracia liberal y el libre mercado (no resistirse a la voluntad del Sistema). Así se impone una verdadera abstracción a una sociedad determinada, y se deja de lado sus verdaderas necesidades.


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toda moral se refiere a un conjunto de normas o por lo menos a una norma que guía nuestra conducta y en la que se considera ciertos actos como dignos de ser ejecutados y otros de ser evitados. A fin de esclarecer lo que decimos, veamos un caso de coherencia: si un utilitarista extiende “el principio de minimizar el sufrimiento” a los animales, toda vez que ellos también experimentan placer y dolor, actuaría correctamente si se opone al maltrato e incluso al consumo de estos, y prefiere, consecuentemente, adoptar una dieta vegetariana, este

sería un caso en el que se cumple el

principio de coherencia. En el caso de un sacerdote que desde el púlpito predica como normas la humildad y el amor al prójimo, pero que procura y disfruta de la acumulación de los bienes materiales, y además maltrata a aquellas personas a su servicio; no lo juzgaremos como malo, sino como alguien que moralmente hablando no cumple con el principio de coherencia.

Sin embargo, el principio de coherencia, aunque esencial para evaluar una moral determinada, es insuficiente; lo moral es indesligable del otro o de los otros. La existencia del otro y de los otros plantea enormes problemas para una moral egoísta, pues esta al intentar prescindir del entorno, o al querer utilizarlo como, si se llevase a la práctica de una manera consecuente, terminaría convirtiendo al agente, a su vez, en medio para otro(s)10. Un mundo de egoístas sería un mundo donde todos serían medios y nadie lograría ser persona, salvo en la denominación. Un expositor de este tipo de postura es Nietzsche:

“§ 366. No hay egoísmo que se satisfaga con ser egoísmo y no ir más allá; por tanto, no existe nunca aquel egoísmo “lícito” (…).

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Como había observado Kant, no puede convertirse el deseo individual de felicidad en ley práctica. M. Kant, op. cit. p. 108.


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“Siempre se alimenta nuestro yo a costa de los demás”. “El vivo, vive siempre a costa de otros vivos,…”. (Nietzsche 1981: 215)

El principio que complementa y pone límites al principio de coherencia es “el principio de la existencia del otro”, el otro no es una ficción de mi mente, no es solo un concepto o un medio; aunque a veces, queramos y podamos convertirlo en ello. El otro es una voluntad diferente a la mía; con sus propios deseos, expectativas, necesidades y propósitos. El otro en un sentido amplio es el hermano, la madre, el vecino, el colega, la enamorada, el alumno, etc. El otro en un sentido estricto es aquella voluntad con la que regularmente no me identifico: si soy rico, el otro es el pobre; si soy cristiano, el otro es el islámico; el otro es el extraño.

La moral hace posible la convivencia, de tal forma que mi vecino puede ser un asceta y yo un hedonista; mientras cada uno acepte al otro en su modo de ser; mientras no perturbe mi propia realización —que no puede suponer, moralmente hablando, ni la destrucción ni la esclavización del otro— es posible la convivencia.

LA RESPONSABILIDAD DEL NOSOTROS

Hasta ahora, sin embargo, hemos venido refiriéndonos al nivel micro, ¿qué ocurre en el nivel macro o de la moral social? En este nivel el yo entra en relación ya no con el otro, sino con los otros, con un conjunto de individuos que no necesariamente forman un grupo social determinado.

A los otros, a su vez, los podemos subdividir en nosotros y ellos. Hay un nosotros cuando un yo se identifica con un conjunto de individuos, en cambio, se trata de ellos cuando un yo se siente extraño o ve como extraños a un conjunto de individuos. Para que exista un nosotros no es


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necesario que haya una identificación plena, es decir, no solamente somos nosotros los miembros de una secta o de un partido político determinado. Un grupo de vecinos, entre los cuales pueden haber evangélicos, católicos y ateos, en la medida que se identifican como vecinos de una cierta zona residencial que dialogan entre sí, comparten espacios comunes, se apoyan entre sí y sobre todo conviven pacíficamente (lo cual, por cierto, no significa que en el interior de este grupo no haya, de vez en cuando, discrepancias y altercados) constituyen un nosotros.

Cuando existe un nosotros la responsabilidad no sólo existe, sino que suele asumirse sin demasiadas dubitaciones, porque la presión de los otros, con los que nos identificamos nos es cercana; así, por ejemplo, un líder que no cumple las expectativas de su partido y es responsable de un gran fracaso, no sólo acepta en su fuero interno su responsabilidad, los otros también se lo hacen notar: obligándole a renunciar al cargo que ocupaba.

El verdadero problema se presenta con el ellos y ya no sólo desde el yo, sino también desde el nosotros. En la sociedades contemporáneas, atomizadas, es común la relación yo-ellos, anteriormente, lo común, ha sido la relación nosotros-ellos. En el caso peruano, se encuentran ambos tipos de relaciones. Pero, en este nivel ¿en qué situaciones se aplican los principios anteriormente planteados? En la sociedad contemporánea es evidente la pluralidad de formas de pensar y, por tanto, de posturas morales; por lo que no se puede esperar una aplicación plena del principio de coherencia, tal como sí se puede hacer a un nivel individual o personal; sería posible si hubiese una moral aceptada voluntariamente por todos. En cambio, el principio de la existencia del otro, se mantiene y garantiza el comportamiento moral, en la medida que se extiende hacia los otros, hacia los conjuntos de individuos.


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Afirmamos, pues, que el verdadero problema se da con el ellos, esto puede ocurrir, por ejemplo, en una relación docente-alumnos (yoellos); no necesariamente el docente se identifica con sus alumnos y esto por diferentes causas, el docente puede ver al conjunto de educandos como un medio para sus propios intereses económicos, para la justificación de su carga horaria, o para sus propios objetivos políticos; teniéndole sin cuidado el aprendizaje o el desarrollo de las capacidades de sus alumnos; pero, aun sin identificarse y en la misma relación (yo-ellos), el docente puede ser puntual, preparar sus clases, cumplir con el programa, etc., y en este caso sí estaría asumiendo su responsabilidad como profesor.

Ahora nos referiremos a la ética de la responsabilidad de Hans Jonas. Su propuesta como otras tiene el fundamento racional de la obligación, el principio legitimador subyacente de la exigencia de un deber vinculante —el aspecto objetivo—, y el fundamento psicológico, la capacidad para mover a la voluntad —el aspecto subjetivo—. Además señala que aunque la cuestión de la validez de la teoría ética ha ocupado más la preocupación de los filósofos de la moral, no ha estado ausente de sus propuestas el reconocimiento de que tiene que sumarse el sentimiento, así presenta como ejemplos: el temor de Dios judío, el eros platónico, la eudemonía aristotélica, la caridad cristiana, el amor dei intellectualis de Spinoza, etc.

“Desde antiguo han sido conscientes los filósofos morales de que la razón tiene que añadirse el sentimiento para que el bien objetivo adquiera poder sobre nuestra voluntad, es decir, de que la moral, que debe impartir mandamientos a los afectos, está ella misma necesitada de un afecto. Y entre los grandes ha sido Kant el único que tuvo que arrancarse tal cosa del alma…”. (Jonas 1995: 155)

Encontramos discutible lo de “está ella misma necesitada de afecto”. No decimos que del acto moral estén ausentes los sentimientos


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morales o los elementos activos11 —que son los diferentes actos de voluntad que intervienen en función del fin—; pero sí, que lo que define como moral o correcto el acto es lo que nuestra conciencia bajo el principio de universalidad descubre como lo necesario a hacer, independientemente de nuestros afectos.

Al respecto Jonas sostiene que lo primero no es la forma, sino el contenido de la acción: “No es el deber mismo el sujeto de la acción moral, no es la ley moral lo que motiva la acción moral, sino la llamada del posible bien-en-sí en el mundo, que se coloca frente a mi voluntad y exige ser oído…lo que la ley moral ordena es precisamente que se preste oídos a esa llamada…Convierte en deber para mí aquello que la inteligencia muestra que es ya algo por sí mismo digno de ser y que está necesitado de mi acción. Para que esto llegue hasta mí y me afecte de tal modo que pueda motivar a la voluntad, he de ser receptivo a ello. Nuestro lado emocional tiene que entrar en juego. Y está en la esencia de nuestra naturaleza moral el que esa llamada que la inteligencia transmite encuentre una respuesta en nuestro sentimiento. Es el sentimiento de la responsabilidad”. (Jonas 1995: 153)

Insistimos en que no negamos la importancia del aspecto emotivo o sentimental, pero sostenemos que lo que define propiamente un acto como moral es una exigencia proveniente de nuestra racionalidad práctica, exigencia que aunque careciese del aspecto afectivo, no dejaría por eso de ser moral.

Volviendo a nuestro planteamiento inicial, consideramos que a un nivel macro no podemos fiarnos de la responsabilidad personal, porque es insuficiente para garantizar el cumplimiento de las obligaciones. Se requiere de otro factor para la asunción de la responsabilidad y este es la presión social. Así, el profesor que no cumple con sus obligaciones frente a un grupo de padres de familia organizados y atentos a la educación de sus hijos ―que denuncia sus faltas, abusos e incompetencia―, se ve forzado a cambiar de actitud: o asume su responsabilidad o se cambia de colegio. 11

Vid. Régis Jolivet. Tratado de Filosofía IV. MORAL, p. 11.


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Y aunque la presión social es necesaria, también conlleva un peligro: el imperio de la voluntad de grupo. Pues así como este tipo de presión puede servir para corregir una actitud errada, también puede ser utilizada para obligar a uno o a varios individuos a tomar decisiones que a la larga perjudican al conjunto.

El nosotros en relación al ellos, en cambio, casi siempre obnubila la responsabilidad a asumir, ver a otros como extraños genera indiferencia, curiosidad y algunas veces violencia. Presento un caso común de observar en Lima, cuando un grupo de vecinos decide enrejar el lugar donde viven y con esto prácticamente privatizan aceras y hasta parques, se sienten identificados entre sí, especialmente en su necesidad de seguridad; pero al hacer esto perjudican a otras personas, que ya no pueden usar las aceras y pistas, es decir, estas otras personas para este grupo de vecinos se han convertido en ellos, este grupo ve sus propias necesidades, pero es indiferente a las necesidades de los otros. Como son indiferentes miles de personas con respecto a las necesidades de otros miles que carecen de oportunidades de desarrollo, de servicios básicos, de un empleo que les permita satisfacer mínimamente sus necesidades.

El ver desde el nosotros a otros como ellos, además, propicia una imagen no acorde con la realidad, ¿cómo se vio a la gente de Ayacucho en los años ochenta? ¿cómo se vio a los ilaveños hace unos años?, básicamente con indiferencia; como muchos lo han hecho notar, en ciertos sectores de la población peruana y limeña, en especial, la guerra interna hasta que no les afecto, se veía como si estuviera ocurriendo en otro país. Justifican estos sectores su indiferencia viendo a estos grupos humanos como “bárbaros” o “salvajes”, pero de esta manera tampoco quieren notar las necesidades que afectan a estos grupos marginales. La solución a


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nuestro parecer, ya la hemos mencionado, es la presión social, es la participación organizada con otros, a fin de obligar a los que tienen más poder o el poder sobre una situación determinada a aceptar sus responsabilidades. Se tiene que ser consciente del peligro constante que significa el corporativismo y buscar los medios para debilitarlo.

A MODO DE CONCLUSIÓN

Volvemos

tercamente

a

nuestra

pregunta:

¿todos

somos

responsables? y advertimos, ahora, la existencia de otra posible interpretación: algunas personas con frecuencia dicen que todo en el país está corrupto y que todos somos culpables o responsables de la crisis que vivimos; pero sí todos somos culpables y todo está corrupto, entonces ¿por qué culpabilizar sólo a algunos? Este tipo de generalización, pensamos, encubre el hecho de que hay niveles de responsabilidad: un niño tiene una cierta responsabilidad, pero resulta menor a la de un joven y mucho menor a la de un adulto. El nivel de responsabilidad de lo que ocurre a un nivel macro en personas de escaso poder y conocimiento es mínimo, además que tendría que tenerse en cuenta que las barreras de la moral y del comportamiento civilizado se derrumban en situaciones de extrema necesidad.

El nivel de responsabilidad se va incrementando, según nuestro nivel educativo, nuestro poder económico y político, o nuestro poder de violencia. Además, como en el derecho, la ignorancia es un atenuante de nuestra responsabilidad, pero también hay que observar aquí que hay una ignorancia por condicionamiento externo y una ignorancia por negligencia.

La responsabilidad de nuestra crisis pesa, pues, sobretodo en aquellos que han tenido y tienen el poder económico y político, pero


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prefieren evadir sus responsabilidades, en aquellos que eligen defender sus propios intereses o el nosotros: el grupo familiar, la panaca, los amigos, los miembros del partido, etc.; concibiendo al resto, prácticamente, como inexistentes o simples medios.

Como observa una investigación dirigida por Jorge Yamamoto, psicólogo social de la PUCP, sobre los modelos peruanos de personalidad nacional: “…El “argollero” es alguien que dentro de un pequeño grupo de referencia (sus amigos, su familia) los prefieren a ellos. Por eso, quienes se dedican al asalto no atacan a sus amigos, o familiares, pero sí a los desconocidos. En un alto nivel llega a la corrupción: ese es mi compadre y a él se le da la licitación. La característica de la argolla,…, es una alta cooperación y solidaridad en el microgrupo, “pero el resto que se muera”…”12.

También hay una cierta responsabilidad, por cierto menor, en aquellos que aunque no forman parte de estos nosotros eligen no ver, tolerar la debacle, dejar hacer y pasar, en aquellos que no van más allá de una mera crítica verbal.

Pero, en aquellos que están en la miseria, resulta simplemente de un ánimo perverso considerarlos tan culpables o responsables como los anteriores, ¿qué responsabilidad frente a la crisis puede tener alguien totalmente condicionado desde su nacimiento por el hambre, la enfermedad, el desafecto y la desesperanza? Su responsabilidad es de otro orden, su principal responsabilidad es simplemente sobrevivir.

El límite superior de la responsabilidad está pues en relación directa al máximo poder y conocimiento, el límite inferior está en la casi ausencia de poder y conocimiento, en los sectores más pobres y empobrecidos de la sociedad. Más allá de este límite inferior, donde están los calificados de vivir “en extrema pobreza”, los atrapados en el reino de

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Enrique Sánchez. “Contusos & contentos” en Somos Nº 1120, p. 33.


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la extrema necesidad, la responsabilidad con la sociedad y el resto se esfuma; para ellos no existe el Estado porque tampoco ellos existen para el Estado.

Bibliografía DOSTOIEVSKI, Fiódor. Los hermanos Kamarazof, Madrid, Editorial ALBA, 2001. HANS, Jonas. El principio de responsabilidad. Ensayo de una ética para la civilización tecnológica, Barcelona 1995. HEGEL, G.F. Filosofía del Derecho, Buenos Aires, Editorial Claridad, 1955. JOLIVET, Régis. Tratado de Filosofía IV. MORAL, Buenos Aires, Editor Carlos Lohlé,1959. KANT, Manuel. Fundamentación de la metafísica de las costumbres. Crítica de la Razón Práctica. La paz perpetúa, México, Editorial Porrúa, 1980. LEVINAS, Emmanuel. Ética e infinito. Madrid, Visor Distribuciones, 1991. ― Totalidad e infinito. Ensayo sobre la exterioridad, Ediciones Sígueme, Salamanca, 1987. NIETZSCHE, F. La voluntad de poderío. Madrid, Editorial EDAF, 1981. RAMÍREZ GRONDA, Juan. Diccionario jurídico, Buenos Aires, Edit. Claridad, 1965. SÁNCHEZ HERNANI, Enrique. “Contusos & contentos”, en Somos, revista de El Comercio, Año XXI, Nº 1120, (20/05/08). SARTRE, Jean-Paul. El existencialismo es un humanismo, Buenos Aires, Ediciones Orbis, 1984. VIDAL, Marciano, Diccionario de ética teológica, Navarra, Edit. Verbo Divino, 1991.

RESUMEN

Se realiza en este artículo un análisis de la responsabilidad en dos niveles: un nivel micro o de moral individual y un nivel macro o de moral social. Asimismo, se plantean dos


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principios prácticos: el principio de coherencia y el principio del otro, y dos condiciones concomitantes: conocimiento y poder. En el análisis del primer nivel, se postula la toma de conciencia del yo con respecto al otro, es parte de este análisis la evaluación de las posturas moral judeo-cristiana y existencialista sartreana En el segundo nivel,

se

presentan las siguientes relaciones: yo-ellos, nosotros-ellos; cuando el yo se identifica con otros, se constituye el nosotros, se establece de esta manera una relación regularmente antagónica: nosotros-ellos, esta relación es perjudicial para la convivencia social. Palabras clave: yo, el otro, ética, nosotros, principios prácticos

BREVE NOTA BIOGRÁFICA

Javier Aldama Pinedo estudió en la EAP de Filosofía y en la Maestría en Filosofía de la UNMSM, se licenció con la tesis “El alma en la obra platónica” (1993) y obtuvo el grado de magíster con la tesis “La ética teórica de G.E. Moore” (2000). Ha sido Coordinador del D.A. de Filosofía (agosto de 2004- julio de 2007). En el pregrado, dicta cursos de Historia de la Filosofía y Ética. En el postgrado, dicta el curso de Paradigmas Epistemológicos Contemporáneos. Es miembro del comité directivo del Instituto de Investigaciones Humanísticas. Ha publicado varios artículos en revistas de especialidad: Reflexión y Crítica, Yachay, Sulluy, y también en revistas de la Facultad de Letras. Correo electrónico: jaaldpe@yahoo.com


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