Liahona Marzo 2013

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Pagar los diezmos trae grandes bendiciones, especialmente al ayudarnos a reconocer de mejor forma la mano del Señor en nuestra vida.

IZQUIERDA: FOTOGRAFÍA © PHOTOSPIN; FONDO POR SARAH CARABINE; DERECHA: CONTRA EL VIENTO, POR LIZ LEMON SWINDLE, PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN.

El diezmo aumenta la fe Poco después de casarnos, mi marido y yo nos mudamos a un pueblo lejano en el este de Bolivia, donde éramos los únicos miembros de la Iglesia. Mi esposo era un converso nuevo, y deseábamos cumplir con todos los mandamientos del Señor. Cada mes guardábamos los diezmos en un sobre hasta que pudiéramos dárselos a nuestro obispo. Mi esposo tenía la firme convicción de que si cumplíamos con esa ley, seríamos bendecidos y protegidos. Mientras buscábamos una casa para alquilar, vivíamos en un cuarto de hotel caluroso, caro e incómodo. Durante muchos días nuestra búsqueda resultó infructuosa, y la única casa que pudimos encontrar fue una pequeña y bo­ nita cuya dueña vivía en otra ciudad. Mucha gente de fuera del pueblo había tratado de alquilar esa casa, pero nunca lograban dar con la dueña. Una mañana, en el momento en que terminábamos de orar en cuanto a nuestra situación, un joven tocó a nuestra puerta y nos dijo que la dueña de la casa estaba de regreso para una visita breve. Mi marido salió a toda prisa a encon­ trarse con ella mientras yo seguía orando para que consi­ guiéramos la casa. Al regresar me informó que la señora nos acababa de alquilar la casa a un precio increíblemente bajo. Nos aumentó la dicha el que la casa ya estuviese amueblada, porque en esa época lo único que teníamos eran dos cajas grandes y una maleta con todas nuestras pertenencias. La ley del diezmo no es un asunto de dinero sino de fe. Mi esposo no ganaba mucho, pero al pagar los diezmos con fidelidad, el Señor nos bendijo para que halláramos una buena casa y nos permitió proveer de lo necesario para nosotros mismos. Lourdes Soliz de Durán, Bolivia

El diezmo brinda paz Siempre he confiado en el Señor y en Sus mandamientos. Sin embargo, cuando la economía empeoró, perdí las horas extras de trabajo y mi sueldo se redujo. Dejé de pagar los diezmos y me dije que el Señor lo entendería. No obstante, las deudas aumentaban, y lo que cobraba era cada vez menos. Al ver mi lucha, varios parientes me dijeron que ante todo debía pagar los diezmos porque ello me ayudaría a superar mis pruebas; pero en vez de ello, yo siempre terminaba pagando las cuentas. Estaba dispuesto a pagar el diezmo cuando mis mares económicos estaban calmos, pero temía cuando mi situación financiera era tempestuosa (véase Mateo 14:28–31).

Al regresar a casa una tarde después de cobrar mi salario, pensé en todas mis deudas y, cerrando los ojos imploré: “Padre, ¿qué voy a hacer?”. En ese momento abrí los ojos y vi en el techo del autobús una lámina de Pedro hundiéndose en el tempestuoso mar con el Salva­ dor estirando el brazo para rescatarlo. Al pie del cartel aparecían las palabras “Fe imperturbable”. Me di cuenta de que tenía que pagar los diezmos si quería llegar a saldar mis deudas.

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