Los Salvá: Los libros y la libertad

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PARÍS, tanto en la tienda de la calle de Lille, como en la de la calle Richelieu, en la librería hispano-americana como en la librería que firmaba con nombre propio, en las obras de su pluma, por ejemplo en el nuevo Balbuena Latino-Español, y en las obras ajenas, como El moro Expósito, del duque de Rivas, Salvá siempre había impreso en sus libros el escudo del consell de la ciudad de Valencia, con sus barras y su yelmo coronado por el dragón. Así que cuando se tuvo que buscar un ex libris para la gran librería que, junto con su hijo Pere, iba a formar metódicamente hacia los primeros 40, el padre debió proponer la continuidad de esta costumbre, que hablaba de su fidelidad a Valencia, por encima de cualquier otro desengaño. Su hijo Pere, sensato y ordenado, le comentó: “No me parece que se debe poner en el escudillo para nuestra biblioteca las armas de Valencia para que a nadie le pase por la cabeza que se han puesto como signos de nobleza”.

coronada de flores que se disponen en círculo. Cada mano lleva la letra de su dueño, la V y la P. La S del apellido familiar queda en la perpendicular de las dos manos. Por mucho que en la forma definitiva este ex libris haya sido alterado, queda en él una huella imborrable de su origen. Sobre cualquier consideración estética que se nos imponga al ver este dibujo, no podemos evitar la sensación de que se trata, más que de un saludo, de una despedida. Por mucho que las manos se entrelacen, lo hacen el momento mismo de la retirada. Lo sustancial es el instante del encuentro, constitutivo de la familia, de la amistad, de la empresa única: pero hay en este ex libris una elaboración del duelo por la muerte del padre, de Vicente, que ya era temida. De hecho, el catálogo que ahora se presenta también es un ejercicio de fidelidad, un monumento a la memoria del padre, el resumen de una larga historia en la que la lucha por la libertad y por los libros se unió, como era por lo demás tradicional en España, a la persecución, a la represión y al exilio. “Este ha sido mi compañero –dice el padre del hijo, en su testamento– desde que el brazo del despotismo me arrancó de España”. Frente a un brazo que arranca, otro que recoge. El ex libris de los Salvá simbolizó, con la amistad familiar, la sustitución de una patria.

En el proyecto que de ex libris hizo Pere Salvá, cuando su padre Vicente ya estaba seriamente enfermo, un mano rodea y recoge a otra, en un gesto un tanto lánguido pero no por eso menos firme. Tres iniciales marcan la cenefa

Y es por eso que este catálogo no se asienta en la ciencia, sino en la vida; no atiende a la rigurosa descripción, sino a la peripecia del libro y su relación con la aventura de la familia; no goza de la fría imparcialidad, sino del más jus-

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tificado orgullo. En él se resume la historia de la familia y por eso la forma de tratar el libro es subjetiva, arrogante, sentimental. En este catálogo se recogen estratos muy diferentes de notas y noticias, entre ellas las viejas y apresuradas del padre, tomadas en los últimos ocho años de su vida, viajando por España. Estas notas, a lo largo de más de veinte años, siguen viviendo en poder del hijo, perfeccionadas año tras año por Pere, herido por la certeza de que la Biblioteca Salvá no le sobrevivirá. Monumento a sí mismo y monumento al padre, el esfuerzo de Pere al escribir este catálogo también es una lucha contra la muerte. El libro, en dos volúmenes, verá la luz tras su muerte, en 1872. Lo que había sido fruto del amor a los libros, tras su muerte se convirtió en la mejor publicidad para vender una Biblioteca que no quiso ni el Estado ni la Diputación de Valencia y que, al final, se marchó a Francia, comprada por el conde de Benahavis. Sólo veinte años después, el conde, que tenía por nombre Ricardo Heredia, encargaba a un erudito, famoso por otras hazañas más meritorias, el catálogo de esa misma biblioteca ampliada con libros de su cuenta. Así se puso a la tarea Marcelino Menéndez Pelayo, que podemos decir que fue el último español que vió reunida la Biblioteca Salvá. Un tiempo después, el conde sacaría la biblioteca a subasta.

Valencia su Biblioteca, el 29 de mayo de 1847, Vicente Salvá escribió una carta para que las autoridades permitieran introducir los libros francos de arancel. Dice allí que sólo tiene “poco más de cuatro mil, entre grandes y chicos, gruesos y delgados, y creo ser el que más ha llegado a reunir. Pero entre estos hay muchos de tal rareza y se hallan todos tan bien encuadernados, que estoy seguro de que en cualquier país en que se aprecien las glorias y monumentos patrios, se me daría un premio por el dispendio y paciencia con que los he juntado, con el designio, que me propongo realizar ahora, de restituirlos a mi patria”. Sin duda, crear la biblioteca Virtual Salvá sería el único premio apropiado a su memoria. En preparar ese premio queda empeñada la Biblioteca Valenciana.

De esta forma, el esfuerzo de recolección de los Salvá volvió al inicio. La mejor biblioteca de tema español del siglo XIX regresaba a la dispersión. Quizás, algún día no lejano, la nueva técnica sirva para producir el milagro de la resurrección. Cuando deseaba volver a España e instalar en

José Luís Villacañas Berlanga Director de la Biblioteca Valenciana

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